Sed de Otredad - Fernandez

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Sed de Otredad

Sexualidad y Psicoterapia Gestalt

Francisco Fernández Romero

“En realidad, una sesión de terapia es enormemente parecida a un encuentro sexual”.


Lo dije porque siempre he creído que es así. Y cada vez lo creo más. Sin embargo, mis
alumnos y alumnas quedaron algo extrañados y me pareció que pensaban que, siendo
así las cosas, mejor no asistir a terapia conmigo.
Actualmente, aprendiendo e intentando llevar a la práctica cotidiana el trabajo
centrado en la relación, confirmo más esa afirmación.
Para una sesión de terapia, el o la paciente y yo hacemos una cita. Nos encontramos en
un lugar privado, “lejos del mundo”. Cerramos la puerta tras nosotros y nos
disponemos a tener un encuentro lo más íntimo posible. A veces, incluso, ocurre que el
o la paciente no comenta con nadie de estos encuentros que tenemos o quizá miente a
sus personas cercanas inventando que irá a otro lugar. Es nuestro secreto.
Nos quedamos uno ante el otro y nos disponemos a mostrarnos tanto como nos sea
posible. Muchas veces alguno se “deja ver” solo porque el otro se arriesgó antes.
Mostramos lo que muy pocos, o acaso nadie, conoce. Se lo muestro a esa persona frente
a mí porque confío en ser recibido. A veces muestro lo que considero bello, otras,
aquello de lo que me avergüenzo o en lo que me siento frágil. Y al mostrarnos uno al
otro dejamos ver también nuestras cicatrices. Ambos estamos atentos a nuestras
reacciones, las más visibles y las aparentemente ocultas, y sabemos que esas reacciones
son resultado de la presencia del otro, ocurren ante el otro y por la presencia del
otro. El otro las hace posibles.
Alguno de los dos se abre y deja entrar. Alguno de los dos recibe la invitación y entra
cuidadosa o torpemente. Nos acercamos a veces mucho, como casi nadie lo ha hecho. Y
en algunos momentos vibramos juntos, juntos nos estremecemos y descubrimos que la
maravilla, como dice Delacroix, fue una creación de ambos.
Al final, la energía disminuye poco a poco y nos separamos. Nos despedimos y
prometemos encontrarnos en la siguiente cita. La puerta se cierra. Frecuente- mente
nos llevamos uno al otro en el pensamiento durante algún tiempo.
Lo confirmo entonces: una sesión de terapia es enormemente parecida a un encuentro
sexual.
Y no es extraño lo anterior si partimos de la idea de que nuestro modelo está basado en
el contacto y en la frontera de contacto. El contacto, que según Perls, Hefferline y
Goodman es “la realidad más simple e inmediata” (Perls,Hefferline y Goodman, p.5) y
que a la mayoría de los terapeutas, sin embargo, suele parecernos algo siempre
complejo e inaprensible.
Para estos autores, la experiencia que mejor ejemplifica lo que sucede en el contacto es,
justamente, el encuentro sexual. Allí cada momento, desde su mismo inicio
(precontacto) hasta su cierre (postcontacto) se explicitan de forma sorprendente.
Tanto, que consideraron al encuentro sexual y amoroso como “el momento arquetípico
del contacto”. Y es interesante que no se refieren solo a la actividad sexual, sino
también a lo amoroso.
La siguiente cita será extensa, sin embargo quiero ponerla casi en su totalidad porque
me parece la referencia mas directa a la sexualidad que encontré en nuestro libro
fundacional, y a través de ella, se habla del contacto:
“El amor tiende a la proximidad, es decir, al contacto más cercano posible teniendo
cuidado de no destruir al otro. El contacto amoroso se establece a través de la vista, la
palabra, la presencia, etc. Pero el momento arquetípico del contacto es la entrega sexual.
Aquí la cercanía espacial real ilustra, espectacularmente la disminución del segundo
plano y de su interés. Hay poco segundo plano porque prácticamente no hay sitio para
él; la figura vívida tiende a volver inútil cualquier segundo plano, y todas sus partes
son excitantes (…) No es un momento para las abstracciones o las imágenes del pasado
o de otros lugares; no hay alternativas (…) Los sentidos ‘cercanos’ como el gusto, el
olfato y el tacto, forman la mayor parte de la figura. La excitación y la cercanía del
contacto se sienten como una y la misma cosa. El aumento de la excitación es
simplemente un tocar más cercano. Y el movimiento, al final, se vuelve espontáneo.
La desaparición del segundo plano corporal es incluso más destacable. Cuando se
acerca el orgasmo, la figura está compuesta de dos cuerpos, de la sensación de tocar y
ser tocado; pero esos ‘cuerpos’ son solo ya un sistema de situaciones de contacto en la
frontera (…) paradójicamente el propio cuerpo del individuo se convierte en parte del
Tú, después en toda la figura, como si la frontera se hubiera separado y estuviera
colocada enfrente”. (Perls, Hefferline y Goodman, p. 248)
¡Difícil encontrar una descripción más clara y evidente de lo que entendemos por
contacto en Psicoterapia Gestalt! Aparece una figura que poco a poco se hace tan
presente que es como si el fondo se desvaneciera. Por instantes parece que solo hay
figura hasta alcanzar el contacto final. Luego, el cierre, porque aún este contacto tan
intenso llega a su fin para dar lugar a la aparición de nuevas figuras. Este contacto es
también momentáneo. También lo dicen Perls, Hefferline y Goodman un poco más
adelante:
“Se ve también que el contacto es espontáneamente transitorio. El self trabaja para
su plenitud, pero no para su perpetuación (…) es evidente, inmediatamente, que la
situación-contacto, como un a totalidad, solamente es un momento de la interacción del
campo organismo/entorno”. (Perls, Hefferline y Goodman, p. 248)
Me conmueve leer a un poeta, Octavio Paz, y encontrar que esta misma experiencia es
dicha de otro modo, pero conservando su escencia:
“El cuerpo de mi pareja deja de ser una forma y se convierte en una substancia informe
e inmensa en la que, al mismo tiempo, me pierdo y me recobro. Nos perdemos como
personas pero nos recobramos como sensaciones. A medida que la sensación se hace
más intensa, el cuerpo que abrazamos se hace más y más inmenso. El abrazo carnal es
el apogeo del cuerpo y la pérdida del cuerpo. También es la experiencia de la pérdida
de la identidad: dispersión de las formas en mil sensaciones y visiones, caída en una
substancia oceánica, evaporación de la escencia. No hay forma ni presencia: hay la ola
que nos mece, la cabalgata por las llanuras de la noche”. (Paz, 1993 p.205)

Sexualidad como contacto íntimo y profundo


El tema de la sexualidad es amplio y complejo, con muchos matices. Escribo este
artículo pensando en que pueda ser útil a quienes hacen Psicoterapia Gestalt. Trato de
resumir aquello que me parece central en mi trabajo cotidiano con este tema, la forma
en que hoy lo veo en el consultorio y también lo que procuro que los alumnos de la
especialidad en Sexualidad y Gestalt se lleven al finalizar su formación.
La sexualidad humana es una realidad multidimensional. En ella está presentes
aspectos biológico, psicológicos, socioculturales y espirituales, todos
interrelacionándose y expresándose en lo reproductivo, lo erótico, lo afectivo, lo
genérico y lo relacional. Ninguno de estos aspectos está separado de los demás y es
importante verlo así para evitar una percepción limitada y parcial.
Sin embargo, todo lo anterior puede sonar abstracto. ¿Cómo llevar a cabo esto en el
trabajo psicoterapéutico día a día?
Hoy, al hacer terapia, trato de definir la sexualidad desde otro lugar, aunque procure
no perder de vista la variedad y complejidad de la que hablé antes. En mi trabajo
cotidiano me es útil considerar a la sexualidad humana como la capacidad de establecer
un contacto íntimo y profundo con otro ser humano. Sexualidad, desde esta visión
es encuentro. Sé que todos los aspectos mencionados antes intervienen, no los dejo de
lado, sin embargo nada me ha resultado más útil que esta forma de ver la sexualidad,
porque me permite trabajar con los elementos que la Psicoterapia Gestalt me aporta.
Así, cuando un paciente llega al consultorio con cualquier dificultad sexual, sea
disfunción sexual, miedo, o herida, lo que me pregunto en principio es cómo está la
capacidad de contacto íntimo en esa persona. Mi mirada se centra allí, en la intimidad y el
contacto, mucho más que en su funcionamiento sexual. En el fondo, la incapacidad de
tener experiencias sexuales satisfactorias me parece una incapacidad para la intimidad
y el encuentro. Las disfunciones sexuales son, en su mayoría, disfunciones en la
capacidad de contacto profundo con otro. En mi experiencia, si llevo mi mirada a los
órganos sexuales, a la capacidad orgásmica o a la duración y desempeño, me pierdo de
lo fundamental y dejo de mirar a lo más importante: la intimidad.
“En el acto sexual experimentamos directa e íntimamente ese ritmo polar. El acto
sexual es la sanción más vigorosa que pueda imaginarse de una relación íntima pues
representa el drama de la aproximación y de la plena unión, luego de la separación
parcial ( como si los amantes no pusiesen creer que eso es verdad y anhelan mirarse el
uno al otro), luego otra vez una reunión completa. No puede deberse a un accidente de
la naturaleza el hecho de que en la sexualidad practiquemos así el sacramento de la
intimidad y del retiro, de la unión y de la distancia, que nos separa y nos entrega otra
vez a una unión plena” (May, 1985 p.96)
Entiendo entonces mi trabajo, no como el restablecimiento de ciertas funciones
biológicas o el logro de ciertas metas a veces impuestas desde fuera, sino como el
restablecimiento de la capacidad de encuentro íntimo con otros seres humanos.
La sexualidad humana, en lo más profundo, tiene esa finalidad: ir al encuentro del otro,
unir lo dividido.
“En la versión erótica, el amor es, en palabras de Paul Tillich, el ‘impulso ontológico
hacia la reunión de lo separado’”. (Keen, 1995 p.32)
El Otro que puede ser una persona o incluso, desde otra visión, la divinidad. Aún las
experiencias sexuales más casuales tienden a ese fin: salir de mí y encontrarme con
alguien más, con lo que no soy yo. “No podría ser de otro modo: el erotismo es ante
todo y sobre todo sed de otredad. Y lo sobrenatural es la radical y suprema otredad”.
(Paz, 1993 p.20)
¡La sexualidad es sed de otredad! Porque solo en el encuentro con el otro es que descubro
lo que soy. El otro me revela.
Y evidentemente, una situación ideal para explorar la intimidad y el encuentro es la
psicoterapia. Allí estamos dos, allí la otredad está presente con la posibilidad de ser
explorada paso a paso. El encuentro terapéutico siempre busca intimidad.
Y no es raro que en el fondo de muchas heridas sexuales esté, como ya dije, la
incapacidad de contacto y encuentro. En muchas ocasiones, esto ha sido olvidado al
estudiar la sexualidad humana. Se venden pastillas, bombas de vacío, ungüentos y
soluciones mágicas. Pero la sexualidad es mucho más que el funcionamiento adecuado
de ciertos órganos.
“El sexo se redujo a un fenómeno biológico que los científicos podían cuantificar y
estudiar objetivamente en el laboratorio. Se midió la intensidad y el número de
orgasmos y las fases de la excitación se redujeron a patrones estándar (…) aunque
actualmente, sin embargo, los mejores terapeutas sexuales se muestran críticos ante la
ingenuidad científica y exploran formas de reconectar la sexualidad con la
espiritualidad (…) Finalmente, el sexo empezó a aparecer más y más frecuentemente
acompañado de violencia. ¿Porqué? Porque el hecho de reducir la comunión entre las
personas al contacto entre anónimos órganos sexuales y terminaciones nerviosas es ya
de por sí un acto de violencia” (Keen, 1995 p.25)
Actualmente, en mi trabajo terapéutico con la sexualidad hay tres elementos que
considero básicos si deseo que mi intervención tenga un impacto real. No quiero decir
que me limite a estos elementos, los ejercicios típicamente sexológicos, el trabajo con
síntomas, el desbloqueo sexual a través de la bioenergética son también importantes,
pero sí me parece que hoy, en mi trabajo cotidiano, estos tres elementos son
fundamentales:

1. Escuchar la historia sexual


2. Trabajar con la intimidad en la frontera de contacto.
3. Traducir las necesidades y anhelos profundos expresados en la sexualidad.

“Hechos de Palabras”: Contar Nuestra Historia.


Al estudiar Terapia Sexual me enseñaron la importancia de la historia clínica sexual de
mis pacientes. Se trata de una gran lista de preguntas acerca de su vida sexual, desde
los primeros recuerdos a la actualidad y que tiene la finalidad de explorar y descubrir
los eventos que marcaron la sexualidad de esa persona, los posibles traumas y el origen
de sus heridas. Normalmente, el terapeuta hace las preguntas y el cliente las contesta
una a una; si hace falta, el terapeuta indaga más.
No niego la utilidad de esta historia clínica, solo que cada vez que la hice me pareció
una experiencia sumamente fría. Por muy cálido que tratara de ser, se trataba de un
cuestionario y no otra cosa.
Más tarde, aprendí de Pedro Servín la importancia de contar historias, en especial de
contar nuestra historia. Los seres humanos, desde que lo somos, nos hemos juntado a
contar y escuchar historias. Ser persona, dice Sam Keen, es tener un cuento que contar.
“La palabra es el hombre mismo. Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única
realidad, o al menos, el único testimonio de nuestra realidad (…) lo primero que hace el
hombre ante una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla. Lo que ignoramos es
lo innombrado”. (Paz, 1953 p.30)
Poco a poco fui transformando mi forma de hacer esta “historia clínica”. Dejó de ser un
cuestionario y una serie de preguntas para volverse un evento de contacto e intimidad
entre el paciente y yo. Le pido que se dé el tiempo para recordar su historia sexual y, si
es posible, que la escriba. El proceso puede ser breve o muy largo. La mayoría de los
pacientes hablan de que les ocurrieron muchas cosas mientras recordaban y escribían.
Vuelven a aparecer eventos que creían olvidados y descubren que tienen una
importancia enorme. Por el contrario, otros eventos que parecían importantísimos, no
lo son tanto, sencillamente se decoloran, adquieren su justo tamaño. En ese proceso,
algunos sacan a la luz viejas fotos, cartas guardadas, detalles que parecían
insignificantes y que hoy descubren su trascendencia. Cuando finalmente han escrito su
historia, dedicamos una o varias sesiones a que me la cuenten.
Sin duda, en su historia –en el contenido- hay muchos elementos importantes que nos
iluminan y nos aclaran lo que ahora vive. Poner en palabras aquellas experiencias
permite darles sentido, ubicarlas en su justo lugar. Podemos apropiarnos realmente de
lo que decimos.
“Cada persona es un depósito de historias. Según el grado en que cualquiera de
nosotros persigue su autonomía, debe comenzar un proceso de búsqueda a través de la
basura y los tesoros que le han sido dados, guardando algunas cosas y rechazando
otras. Alcanzamos toda nuestra dignidad y poder solo cuando creamos un relato
narrativo de nuestra propia vida”. (Keen, 1991 p.16)
Pero mucho más importante que el contenido de la historia es el proceso de contarla.
Para mí, lo esencial es la experiencia del cliente al mostrarme esa área de su vida, la
experiencia de que su historia sea escuchada, recogida por alguien. Y que ese alguien,
el terapeuta, sea “tocado” por la historia, sea afectado y reaccione ante esas palabras de
que es depositario. Contar la propia historia a alguien que la escucha. Entonces no es solo
“mi” historia. Empieza a ser, de alguna forma, “nuestra”.
Contar mi historia sexual es revelar algo de mi intimidad a otra persona, y este hecho
es, en sí mismo, terapéutico. En este proceso podré encontrar mi dificultad de
mostrarme así ante el otro, los bloqueos, los miedos y la alegría que este “mostrarme”
representa. Hay un viejo poema de Benedetti, “Eucaristía”, que me recuerda eso:
“Una muchacha que se desnuda
sin testigos
para que sólo la miren
el espejo o el sol
en realidad no está desnuda
sólo lo estará cuando otros ojos
simplemente la miren
la miren y consagren
su desnudez”.
Solo estamos verdaderamente desnudos si lo estamos ante otros ojos. Contar la propia
historia es, por llamarla de una forma, una práctica de desnudez. Y esto –la desnudez- es
especialmente importante si trabajamos con la sexualidad.
La experiencia de contar nuestras historias en grupo sigue asombrándome. En la
especialidad en Sexualidad y Gestalt, hay un espacio en cada sesión para que la persona
que lo desee cuente su historia al grupo. Poco a poco, este “ejercicio” grupal se ha
revelado como una de las experiencias más significativas del curso. Se ha vuelto un
espacio “ritual”. Nos sentamos cerca unos de otros y nos disponemos a escuchar una
historia. El narrador, normalmente, vive la experiencia con mucha intensidad. Con
miedo o con deseo, con dudas y certezas. Como grupo hemos reído, llorado y
compartido las experiencias que nos narran. ¡Son tan distintas unas de otras! Cada
historia nos revela a la persona que la cuenta. A veces confirmamos lo que sabemos de
ella, otras nos asombra descubrir cosas que no imaginábamos. Quienes viven su
sexualidad de forma muy abierta y exploradora escuchan a personas que han tenido
una sola pareja sexual en su vida y siguen comprometidas en esa relación. Quienes
viven su sexualidad de modo más “conservador” escuchan a personas que se arriesgan a
probar y se enriquecen con esa intensidad. Al finalizar cada narración, las demás
personas del grupo expresan brevemente cómo han sido impactados por esa historia.
Al terminar la formación hemos descubierto lo diferentes que somos, y lo semejantes
también. Muchas personas replantean su forma de vivir la sexualidad. Nos miramos de
una forma nueva, me atrevería a decir, más amorosamente y con más respeto. Con
mucha frecuencia, en la evaluación final, los alumnos mencionan que la experiencia más
importante en todo el proceso fue el momento de las historias. No solo el contar la
propia, sino también el escuchar las de los otros. Vuelvo a recurrir a San Keen:
“Y cuando nos contamos nuestros cuentos los unos a los otros, descubrimos a la vez el
sentido de nuestras vidas y nos vemos sanados de nuestro aislamiento y soledad.
Aunque parezca extraño el autoconocimiento comienza con la autorrevelación. No
sabemos quienes somos hasta que nos oímos a nosotros mismos hablando del drama de
nuestra vida a alguien de quien confiamos que nos escucha con una mente y un corazón
abiertos”. (Keen, 1991 p.20)

Intimidad y Riesgo
“No quiero, pese a todo, muros gruesos
tan gruesos que no oiga
el silencio de los otros"
(Fabio Morábito)

Podemos hablar mucho tiempo de las dificultades del paciente para encontrarse
sexualmente con alguien, pero si llevo nuestra mirada al aquí y ahora, puedo averiguar
las dificultades que están surgiendo en este momento en la construcción de una
relación íntima entre nosotros. ¿Cómo se da o deja de darse este encuentro entre el
paciente y yo?
Me gusta pensar que las palabras que podrían definirse como “sexuales” (verbos y
adjetivos) cobran una realidad distinta en la sesión terapéutica ¡y son muy útiles en el
trabajo!. Las preguntas que siguen, llenas de estas palabras, me parecen muy
importantes si deseo explorar el contacto real entre mi paciente y yo:
¿Nos mostramos uno ante el otro? ¿nos “desnudamos” para dejarnos ver? ¿y cómo es la
experiencia de la mirada del otro en mí? ¿qué oculto a su mirada? ¿cómo es mirar al
otro que se muestra?
¿Podemos acercarnos? ¿qué tanto? ¿me abro para que el otro entre en mi? ¿me cierro?
¿cómo me cierro? ¿qué evito al cerrarme? ¿soy firme y claro al entrar en el otro? ¿elijo
no entrar?
¿Temo fallar? ¿temo no ser recibido? ¿recibo al otro cálida o fríamente?
¿húmeda o secamente? ¿acogedoramente?
¿Podemos acompasar nuestro ritmo? ¿escucho el ritmo del otro? ¿me adapto? ¿cedo?
¿atropello? ¿pido? ¿Puedo ser suave e intenso, según la situación?
¿Puedo jugar con el otro? ¿puedo arriesgarme a lo nuevo? ¿confío lo suficiente como
para arriesgarme? ¿desconfío?
¿Vibramos juntos? ¿puedo dejarme ir ante ti? ¿puedo mostrarme abierto, vulnerable, sin
control? ¿puedo explotar ante ti? ¿cómo vivo que explotes ante mí? ¿puedo mostrarme
en toda mi intensidad? ¿me asusta mi intensidad? ¿la del otro?
¿Sabemos retirarnos de un encuentro profundo? ¿cómo experimentamos ese retiro?...
Podríamos seguir haciéndonos preguntas. Todas me parecen especialmente
importantes. Y al hacerlas podríamos estarnos refiriendo a una experiencia sexual o a
un encuentro entre paciente y terapeuta. Porque de lo que hablamos en el fondo, es de
contacto. Y estas palabras “sexuales” dicen justo eso de diferentes formas: intimidad.
Amanda buscó la terapia porque desde hace mucho tiempo siente muy poco deseo
sexual. Es una mujer de 35 años, sensible, inteligente y atractiva. Casada desde hace
algunos años. Sencillamente, no hay deseo. Pueden pasar muchas semanas sin tener un
encuentro sexual con su pareja y cuando lo tiene es más para complacerlo que por
desearlo. Dice sentirse “descompuesta”.
Poco a poco, el tema de la intimidad y el contacto se nos aparece como central. Por un
lado tiene un enorme deseo de intimidad, pero al mismo tiempo eso le asusta mucho.
Junto a esto, hay una gran dificultad de arraigo. Es como si sólo viviera desde el pecho
hacia arriba y contactara muy poco con su abdomen, su vientre, sus órganos sexuales y
sus pies. El hecho de hablar de su sexualidad ya resulta difícil y amenazante.
Mi intento básico es que Amanda y yo podamos acercarnos íntimamente y podamos
explorar juntos lo que sucede en ese espacio íntimo.
-No puedo ser como los hombres esperan… esas mujeres que salen en las películas
porno, por ejemplo. Es demasiado intenso. Yo no puedo ser así, me siento falsa y me
asusta. Por eso me molesta que Jaime las vea. No se, yo puedo verlas a solas pero,
¿hacerlo así, como ellas?
Amanda me cuenta esto cuando exploramos su dificultad para expresarse sexualmente.
El contenido es interesante, sin duda: lo que supone de los hombres, la amenaza de ser
intensa, lo que le pasa por el hecho de que Jaime, su esposo, vea esas películas… pero
hay algo que me es más importante y que toca nuestra intimidad. Por eso elijo ese
camino.
-Parece que ese tema con las películas y Jaime es importante, pero prefiero poner la
atención en algo más Amanda –le digo-, y es lo que me cuentas de ti. Ahora se de ti que
a veces miras películas porno. Siento que me estás diciendo algo muy tuyo y quisiera
saber cómo te sientes al decírmelo.
Amanda se detiene al escuchar eso. La veo dudando si seguir. Por eso prefiero
explicarle un poco la razón de lo que hago:
-Te digo esto porque hemos hablado de tu dificultad y tu miedo a intimar, y creo que al
decirme eso de ti, me muestras algo de tu intimidad… y me conmueve que lo hagas.
-Si… no es algo que le diga a nadie. Puedo bromear de eso con amigos, pero nunca lo
digo en serio.
-Me gustaría que nos quedáramos un momento en esta experiencia –intervengo-,
dejándonos sentir lo que pasa entre nosotros: tu me revelas algo muy privado, muy
tuyo y yo lo recibo.
-Es raro, no estoy acostumbrada –me dice.
-Lo se. Hay intimidad aquí, entre nosotros.
Sin duda, en este punto, ambos estamos en la frontera, sin embargo, el mayor riesgo lo
está llevando ella. El tema de la vergüenza me preocupa, en este punto es muy fácil
provocarla. Tengo presente a Wheeler: “…la clave para algo nuevo en los viejos ciclos
de vergüenza y humillación siempre es: estar menos solos con ellos, compartirlos de
alguna manera que vaya más allá del relatar y escuchar”. (Wheeler, 2005 p.200) Y más
adelante: “Trabajar la vergüenza y la humillación de manera sanadora (…)
significa acoger la vergüenza de alguna manera, implícita o explícitamente, con nuestra propia
vergüenza, y no ‘arreglando’ o con estrategias para distanciarnos de la directa
experiencia vergonzante”. (Wheeler, 2005 p.209)
Así que trato de dar un paso más:
-De alguna forma, lo que dices me tranquiliza Amanda- digo.
-¿Si? Pues a mí no.
-Me imagino. Te diré porqué me tranquiliza. Lo que ocurre es que yo también, a veces,
miro pornografía. No sé… no me es sencillo decírtelo, me da un poco de pena. Pero es
así.
Amanda sonríe, su mirada cambia.
-Y me tranquiliza –continúo- porque te considero una persona sensible, inteligente,
crítica, ya te lo he dicho antes… y… me ayuda saber que también una persona así mira
pornografía a veces.
-Te pusiste rojo -me dice Amanda, reímos juntos y me mira después en silencio-. No sé
porqué pero me gusta saber eso de ti.
-Pues así estamos: parece que ambos hemos dicho algo privado, tal vez muy privado. Y
me siento más cerca de ti ahora, un poco… cómplice.
-Si, si, esa es la palabra: cómplice. Me gusta.
-Bien, entonces resulta que aquí estamos una frente a la otra, dos personas inteligentes
y sensibles y críticas… y ambos, a veces vemos pornografía… y nos avergüenza un
poco hacerlo. ¿Y ahora qué Amanda? ¿qué hacemos con esto? ¿cómo está la intimidad
entre nosotros en este momento?
No hay una mejor forma de trabajar con la intimidad y restablecerla que intimando.
Evidentemente el trabajo con Amanda apenas empieza y hay que revisar muchas otras
áreas, pero si pongo mi atención en la frontera de contacto, es central explorar la
intimidad que juntos creamos, y aprovechar cada situación en donde ella –la intimidad-
se manifieste. Me parece también que este pequeño ejemplo sirve para aclarar que esta
exploración de la intimidad no puede hacerse pidiendo que el otro se arriesgue
mientras yo me mantengo en un lugar seguro y no comprometido. La única forma de
aproximarnos de verdad a la frontera es hacerlo ambos.
El problema, como tantas veces ocurre, es que al escribir lo anterior también me
surgen dudas. Al narrar este ejemplo a mi amiga Carolina, terapeuta como yo, me hace
algunas preguntas: “Está bien –me dice- trabajaste la intimidad con ella, pero… ¿no
dejaste de lado su figura?, ¿no la llevaste a una figura más tuya que de ella? ¿Qué pasa
con su forma de compararse con otras mujeres, con sus sentimientos hacia Jaime, con
lo que supone que los hombres esperan? ¿no hiciste a un lado todo eso que estaba
presente en ella para llevarla a tu figura, es decir: la pornografía y la intimidad?”
Y entonces me lleno de dudas. Creo que efectivamente el trabajo ha ayudado a que
revise su capacidad de intimar explorando su intimidad conmigo. Y creo también que
en el camino dejé de lado su figura para poner (¿imponer?) la mía. ¿Era una
figura común o era mi figura? Ahora me pregunto si hay una forma de lograr ambas
cosas, es decir: trabajar con su intimidad respetando su figura. Quiero creer que si.
Ahora vuelvo al trabajo que hice entonces:
Su falta de arraigo nos da una nueva oportunidad para trabajar con la intimidad.
Básicamente estamos hablando de algo corporal y energético. La propuesta de Lowen
para el desbloqueo sexual es muy útil. Se trata de ejercicios en donde será necesario
tener conciencia de los músculos pubococcígeos, mover la pelvis, vibrar, pisar, etc. No
me extenderé en eso. Lo importante es que varios de esos ejercicios podemos
hacerlos juntos en el consultorio. De modo que además de trabajar los aspectos
corporales y energéticos, podamos estar atentos, todo el tiempo a la experiencia de
compartirlos, de mirarnos hacerlos. Esto es algo a lo que no le había dado demasiada
importancia hasta hace poco: hay una evidente intimidad en vivir juntos esa
experiencia. El tema vuelve a ser la intimidad, pero ahora no es a través de la palabra
sino del cuerpo.
La experiencia en grupo también me parece muy enriquecedora a este respecto. Al
empezar el semestre de la especialidad en Sexualidad y Gestalt, en alguna de las
primeras sesiones se hizo evidente el miedo de alguno de los participantes a mostrarse
en el grupo y hablar de su propia sexualidad. Al trabajar con ella, pronto se hizo claro
que no era una emoción solo suya. El miedo era algo que estaba en el grupo. Recordé
las muchas veces que me cuestionaba sobre aquello de la existencia de un ello
grupal. Para mí, esta experiencia lo hacía real. Si bien, alguien del grupo había
expresado el miedo, la verdad es que pertenecía a todos, y eso se reveló hasta que esa
persona se arriesgó a expresarlo.
Juntos tramos de indagar en ese miedo y lo que apareció es que temían a la exposición
y a la intimidad. Entonces hablamos de ello lo más abiertamente posible. Cada quien
expresó a qué y a quien le temía en el grupo en ese momento. Lo interesante es
que hablar de nuestro miedo a la intimidad era una experiencia sumamente íntima. Así que
les pedí que se dieran cuenta de eso: del riesgo que todos enfrentábamos al mostrarnos
vulnerables y temerosos… y la profunda intimidad que eso suponía. No fue muy difícil
que el grupo concluyera que si podían arriesgarse a esta intimidad y se sentían
acogidos y respetados por el grupo, también podrían arriesgarse a exponer parte de su
sexualidad a esas mismas personas. Realmente estábamos juntos en esto. En el miedo,
en el riesgo y en la intimidad. Creo que fue una sesión clave en la cercanía que el grupo
desarrolló y que efectivamente permitió explorar el tema de la sexualidad de una forma
diferente.

¿Intimidad sin Riesgo?


Ahora bien, nada de esto puede hacerse sin riesgo. He dicho que el trabajo con la
sexualidad implica siempre un profundo trabajo con la intimidad en la frontera de
contacto. He dicho que el terapeuta también se arriesga a la novedad. He dicho incluso,
que una sesión terapéutica puede ser muy parecida a un encuentro sexual. Creo incluso,
que especialmente cuando trabajo el tema sexual con un paciente, es importante que
me pregunte qué me pasa a nivel erótico con ella o él: ¿me atrae sexualmente? ¿qué me
atrae? ¿qué hace que no me atraiga? Y eso implica usarme como herramienta a partir
de mi propio erotismo. Creo que allí hay una información especialmente valiosa. Pero
entonces, ¿cuál es el límite en este contacto? ¿quién lo determina?
Las palabras de Yalom en este sentido siempre me aclaran:
“Fuertes sentimientos sexuales asedian la relación terapéutica. ¿Cómo podría ser de
otro modo dada la extraordinaria intimidad entre paciente y terapeuta? Los pacientes
por lo general desarrollan sentimientos de amor y/o sentimientos sexuales por su
terapeuta (…) todas estas distintas dinámicas deben integrarse en el diálogo
terapéutico: de una manera u otra han creado dificultades en la vida del paciente y es
bueno, no lo contrario, que emerjan en el ‘aquí y ahora’ de la sesión de terapia. Dado
que es de esperar que surja atracción por el terapeuta, este fenómeno, como todos los
acontecimientos de la sesión de terapia, deben abordarse y comprenderse de manera
explícita. Si el terapeuta se siente excitado por la paciente, esa misma excitación
constituye información sobre la manera de ser del paciente (suponiendo que el
terapeuta tenga en claro sus reacciones).” (Yalom, 2002 p.207) Y un poco más adelante:
“No olvide que los sentimientos que surgen en la situación terapéutica por lo general
pertenecen más al rol que a la persona” (Yalom, 2002 p.207).
Lo cual también me es importante saber dada mi asombrosa facilidad para sufrir de esa
“enfermedad” común en los terapeutas: hinchazón del ego.
No es raro que ocurra. Casi cualquier terapeuta con un tiempo de experiencia lo sabe.
¿Y porqué no habría de ocurrir si es una experiencia presente siempre entre los seres
humanos? Es una experiencia que nos recuerda que estamos vivos y somos sensibles.
Pero es sin duda, una experiencia que requiere límites.
“Pero ¿Qué sucede si me gusta uno de mis pacientes? Nada. Ese es un derecho y
volvemos a que ser terapeuta es ser persona, es reconocer lo que siento. Y será
bastante sano que el o la paciente lo sepa, pero no como una estrategia terapéutica sino
como parte del proceso, como parte de lo que se habla en una sesión donde se están
revisando todos los aspectos de la vida (…) Ahora, la contratransferencia sexual no
solo es ‘me gustas’ sino también ‘no me gustas’. El que no me guste sexualmente
también es contratransferencia. Y eso es material de trabajo”. (Borja, 1997 p.97-98)
Ahora bien, normalmente escuchamos que se dice que un terapeuta no debe tener
relaciones eróticas y sexuales con sus pacientes. Sin embargo, la sola regla no es
suficiente. La Gestalt propone cuestionar las reglas y no tragarlas sin masticar. Más
allá de asuntos legales que tampoco son nada claros en nuestro país ¿cuál es la razón de
evitar el sexo con los pacientes? Si se nos invita a expresar lo que nos pasa con el otro
y ser auténticos, ¿porqué no expresar auténticamente ese deseo llevándolo a cabo?
Me parece que no se trata de “no expresar”. Por el contrario, como dice Yalom, me
parece que es algo que debe abordarse evitando negaciones que lo único que harán es
actuar lo que no digo. Pero expresar no es llevarlo a cabo. Y me parece que la única
razón para eso es que el trabajo terapéutico se vería “contaminado” o afectado por esa
posibilidad. Si entre mi paciente y yo hay deseo y podemos tener encuentros sexuales,
me parece que lo que decimos y callamos en el consultorio se vería afectado. Es posible
que uno u otro callara ciertas cosas o dijera otras con la intención clara de provocar o
evitar tal encuentro. El tema de la sexualidad y la intimidad sería particularmente
espinoso. ¿Lo que se dice o se calla tiene la finalidad de ampliar la conciencia y el darse
cuenta o busca propiciar o rehuir el encuentro sexual?
Me parece que la mejor forma de mantener la comunicación entre paciente y terapeuta
lo más abierta y auténtica posible es evitar la relación sexual. Creo incluso que solo si
evitamos la práctica podemos hablar de nuestra sexualidad y nuestros deseos con toda
libertad.
“Estimamos que, en el contexto actual la prohibición del pasaje al acto sexual confiere
primero libertad corporal y comodidad que no le daría su tolerancia; en efecto, si el
cliente no teme ‘al desliz’, puede dejarse ir más fácilmente por sus necesidades, (muchas
veces insatisfechas) de ternura o de regresión, encontrar así sensaciones infantiles
reprimidas, explorar deseos inhibidos y de dramatizar las fantasías”. (Ginger y Ginger,
1993 p.178)
Y en este sentido me parece que vale la pena explicitar completamente esta norma y su
utilidad terapéutica a nuestros pacientes, en caso de ser necesario. Yo recuerdo haberlo
hecho al menos en tres ocasiones, y creo que en todos los casos fue importante y nos
permitió una mayor cercanía y un mayor riesgo en la intimidad.
Una de mis pacientes vivía una gran necesidad sexual, y por diferentes motivos, le
resultaba muy difícil satisfacerla. Se trataba de una mujer atractiva y divertida. Empezó
a tener sueños eróticos en los que yo aparecía, y en alguna ocasión me dijo que al
contármelos en el consultorio se excitaba.
Otro paciente, en este caso un varón, luego de algunos meses de terapia me confesó que
había decidido entrar a terapia conmigo porque siempre el gusté y le parecía que era
correspondido. Y abiertamente me invitó a tener una experiencia erótica.
No puedo decir que ninguna de esas experiencias fuera sencilla. Me recuerdo nervioso,
asombrado, halagado, excitado, asustado. Si quería seguir la terapia, me parece, tenía
que ser sumamente claro con ese tema. Lo que dije en ambos casos es semejante:
“Me siento así –asustado o halagado o excitado o nervioso- con lo que me dices. Y debo
aclarar algo. Al ser tu mi paciente y yo tu terapeuta no podemos tener una relación
sexual ni amorosa. No solo no podemos, no la tendremos, y no hay forma de que eso
cambie. Pero eso no quiere decir que no podamos hablar sobre ello, sobre lo que te pasa
y lo que me pasa, sobre nuestros deseos y fantasías, incluso. Y me parece que
justamente porque no lo haremos es que podemos hablar con toda libertad de lo que
nos pasa con eso”.
Al principio, no fue algo que agradara a esos pacientes, sin embargo si me parece que
nos permitió profundizar en nuestro trabajo y arriesgarnos más en la intimidad.
Sin duda, la tarea de enmarcar y contextualizar claramente la relación es
responsabilidad del terapeuta. El paciente puede experimentar una enorme variedad de
sentimientos y deseos, para eso es el paciente y está en su derecho. Corresponde al
terapeuta revisar seriamente cómo participa él (o ella) en la co-creación de esas
emociones y trabajarlo en supervisión siempre que sea necesario. Las palabras de
Robine a continuación me parecen sumamente claras:
“Digo simplemente, que nos incumbe establecer la situación, definir (a minima) la
relación, su contextualización, y que esta situación está al servicio de uno: el paciente
(…) No hay una ética de la psicoterapia, sino que la psicoterapia es una ética, ya que es
una declinaciones del ser para el otro” (Robine, 2006 p.87) Esto no podemos olvidarlo
en ningún tema, pero al tratarse de la sexualidad es necesario ser, si es posible, aún más
claros.

La sexualidad dice anhelos profundos del alma


“Si mis demonios me abandonan,
temo que mis ángeles también se marchen”.
(Rilke)

Sinceramente creo que nuestras pasiones pueden sanarnos si las escuchamos con
atención. Dicen mucho de nosotros, de nuestros anhelos y necesidades, a veces de
modos extraños. Y entre nuestras pasiones, las sexuales tienen un papel importante.
Ya lo dije antes, usando las hermosas palabras de Octavio Paz: sexualidad es sed de
otredad. Sexualidad es sed, anhelo, llamado, función ello encendida dirigiéndose a una
figura.
“El significado de la metáfora erótica es ambiguo. Mejor dicho: es plural. Dice muchas
cosas, todas distintas, pero en todas ellas aparecen dos palabras: placer y muerte (…) el
erotismo es, en sí mismo, deseo: un disparo hacia un más allá”. (Paz, 1993 p.18)
Me parece que la sexualidad dice mucho de lo que cada uno somos. A través de la
sexualidad y de nuestros deseos sexuales se expresan anhelos y necesidades que
muchas veces trascienden lo meramente sexual. En este sentido me han fascinado las
ideas de Thomas Moore al respecto. Desde su punto de vista, la sexualidad es el
lenguaje del alma, al menos uno de sus lenguajes más importantes. Y un modo como el
alma nos avisa de sus necesidades profundas es a través de algunas experiencias
sexuales, especialmente los sueños y las fantasías eróticas, los deseos –sobre todo los
que consideramos más oscuros- y las disfunciones.
Este término, alma, puede sonar chocante a muchos. Más allá de lo polémico que pueda
resultar, la posibilidad de ver a la sexualidad como la expresión de necesidades
auténticas y profundas me da mucha luz en el trabajo terapéutico.
“Los sueños sexuales no siempre conciernen explícitamente al sexo, sino que pueden
tener que ver con un amplio espectro de amor y deseo, con Eros en su más profundo
sentido. Tales sueños también muestran cómo el sexo está completamente implicado
en otras facetas de la vida (…) También las fantasías sexuales tienen mucha relación
con nuestra búsqueda de significado, dirección e individualidad”. (Moore, 1999 p.99-
100)
La propuesta de Moore y que ahora es una parte básica de mi trabajo, es escuchar estos
sueños, fantasías y deseos de modo literal y de modo no literal. En otras palabras, dicen
algo acerca de la sexualidad de mi paciente y la mía, pero dicen también algo más:
dicen un anhelo profundo que suele estar expresado de forma metafórica. Es como si a
este nivel, sexualidad fuera sinónimo de anhelo o necesidad profunda.
Trataré de poner dos ejemplos de mi práctica. El primero mucho más simple que el
segundo:
Una paciente que solía tener dificultad para acercarse a mí –y sin duda yo participaba
en ello-, pero poco a poco estábamos permitiéndonos mayor cercanía. Aquel día, llegó
apenada y nerviosa a la sesión, le era muy difícil contarme lo que le sucedía. Después de
un rato pudo hacerlo: durante la semana había tenido un par de sueños eróticos en los
que yo aparecí. Los escenarios cambiaban, pero no lo que sucedía: en ambos sueños nos
encontrábamos como por casualidad y hacíamos el amor. Su percepción era que de
alguna manera “ensuciaba” nuestra relación soñando tales cosas.
Ahora bien, si elijo de la forma de Robine (basada en la forma de Isadore Fromm) de
trabajar los sueños, parto de la idea de que el sueño es una situación de campo, y que a
través del sueño mi paciente me expresa algo retroflectado, y expresa algo de nosotros,
de nuestra relación. Puedo interpretar literalmente el sueño, pero eso limitaría mucho
su posible riqueza. Es decir, puedo quedarme con la idea de que mi paciente me desea
sexualmente. Pero si voy más allá de lo literal, si sexualidad es anhelo se abren nuevas
posibilidades. Pensemos en dos: quizá mi paciente anhela para sí misma características
que yo represento –ni siquiera hace falta que en realidad las tenga, basta que las vea en
mí-, posiblemente características que necesita desarrollar para vivir con mayor
plenitud y profundidad. Otra posibilidad, en este caso la que en aquel proceso resultó la
más cierta, es que su sueño hable de nuestra cercanía, o mejor, de anhelo de cercanía, y
de la posibilidad de hacerlo ahora.
Fue importante hablar con ella de todas estas posibilidades, incluyendo la literal. Sin
embargo, para ella fue muy evidente que el sueño me expresaba sus ganas de acercarse,
y más que eso, su percepción de que estaba lista para esa cercanía y para una mayor
intimidad en nuestra relación. Su sueño me decía: “Ahora puedes entrar. Ya confío lo
suficiente”. Y efectivamente pudimos hacerlo. Aquello que parecía “ensuciar” la relación
era todo lo contrario: una invitación amorosa a encontrarnos.
El segundo ejemplo es mucho más complejo, porque se refiere a fantasías y deseos
sumamente oscuros, pero es justo en esa oscuridad donde, para Moore, el alma se
expresa:”Quienes eligen vivir la vida en su plenitud, no tienen otra alternativa que
probar los límites de la moralidad aceptada y, a menudo, transgredirlos”. (Moore, 1999
p.168)
Aldo, mi paciente, es una persona brillante en muchos aspectos. Físicamente es muy
guapo, es artista y varias de sus obras han obtenidos premios importantes a nivel
nacional e internacional. Pero las satisfacciones duran muy poco. Tarde o temprano
abandona aquello que le da alegría. Sus relaciones de pareja son desastrosas. En
realidad siente que nadie le atrae y cree que nadie le atraerá nunca. Parece que todo lo
bueno que llega a sus manos se vuelve polvo. Y eso no es lo que más le angustia. Lo
más grave, para él, son sus fantasías y deseos sexuales. Empezaron hace años pero han
ido creciendo y cobrando mayor fuerza, y parece que es lo único que puede provocar
excitación sexual. Le excita todo lo relacionado con amputaciones. Me cuenta que no
logra excitarse con ninguna persona, hombre o mujer, pero que se vuelve loco viendo
fotos de cirugías en donde se amputa un miembro. Se horroriza de su propia fantasía.
Últimamente la situación a empeorado, pues empieza a pensar constantemente en ser
amputado, y al pensarlo se excita. Incluso encontró un sitio en internet en donde se
ofrece este “servicio” y le garantizan discreción y cuidados postoperatorios.
Mi primera reacción es de miedo y extrañeza. Sencillamente no se por donde
comenzar. Me siento acercándome a un lugar verdaderamente oscuro. Una y otra vez
pienso en la propuesta de Thomas Moore: justamente en nuestros deseos más temidos
es donde se expresan anhelos y necesidades más profundas. Lo importante es no
intentar negarlos o reprimirlos sin antes acercarnos a escuchar su mensaje. ¿Qué
mensaje creativo podía estar escondido en algo así de doloroso? Lo que aprendí con
Aldo, acompañándolo en su proceso, es que aún ahí, se expresa un mensaje de vida.
A medida que me contó su historia, pudimos empezar a entender. Aldo nació y vivió
siempre en un pueblo pequeño de Guanajuato, y su infancia fue prácticamente un
infierno. Creció con su madre y su hermana menor. Su madre padecía algún trastorno
psicopatológico severo, aunque durante años nadie, excepto los hijos, lo advertían.
Recuerda las muchas veces que su mamá “se ponía mal”, lo sentaba en sus piernas y le
colocaba un cuchillo en el cuello diciéndole que lo mataría y luego se mataría ella. Eso
se repetía muchas veces. Para no estar cerca de su madre, Aldo empezó a salir fuera de
casa muchas horas, hasta entrada la noche. En una ocasión, en una de esas salidas, con
su hermana, ambos fueron secuestrados y violados repetidas veces. Nunca hablaron de
lo sucedido con nadie.
Con los años, en cuanto pudo, Aldo se fue del pueblo dejando allí a su madre y a su
hermana. Con una fuerza y una capacidad de sobrevivencia impresionante, Aldo
estudió y empezó a sobresalir en su profesión y llegaron los premios. Pero cada vez que
eso ocurría el buscaba el modo de deshacerlo. De pronto faltaba semanas a un buen
trabajo sin razón alguna hasta que lo corrían, perdía la beca que había ganado por no
entregar a tiempo resultados, acababa con cualquier incipiente relación antes de que
comenzara. Y cada vez que podía volvía al pueblo a ver a su familia. La situación de su
madre empeoró. Su hermana se casó con una persona que la maltrata. Y Aldo fantasea
y se excita con la idea de ser amputado.
Poco a poco, algo se aclaró: sentía que no tenía derecho a ninguna felicidad, ninguna
tranquilidad, ninguna relación y ningún éxito. ¿Cómo podría irle bien si su madre y su
hermana estaban tan mal, allá en el pueblo? Sencillamente él no podía vivir, tomar la
vida si ellas no podían hacerlo.
De pronto, su fantasía y deseo sexual cobró sentido. Y de nuevo, hizo falta ir más allá
de lo literal. Una amputación es la experiencia dolorosa de que nos quiten una parte
enferma para poder seguir viviendo. Seguramente queremos conservar esa parte que
no solo es nuestra sino que soy yo. Pero conservarla nos mataría. Para poder seguir con
vida es necesario quitarla, por doloroso que sea.
Para Aldo, comprender eso fue muy importante. Su deseo antiguo y oscuro decía: “No
hay modo de que sigas adelante si no es dejando atrás lo que no puede sanar”. El camino que
seguía en absoluto era sencillo, pero empezó a trabajar para conseguirlo, y su fantasía,
si bien no desapareció mientras trabajamos juntos, si disminuyó de modo drástico su
fuerza y se convirtió en algo más bien ocasional que seguía perturbándolo. Cuando
tuvo que dejar la terapia, el tema de sus relaciones amorosas seguía totalmente
estancado.
Las disfunciones sexuales suelen ser otra experiencia en donde se expresan nuestras
necesidades más auténticas, a veces de manera muy dolorosa.
“Cualquier terapia sexual que se precipite a curar sin escuchar al fracaso –la disfunción-
y respetarlo, le está haciendo el juego a nuestros valores inconscientes de éxito
ininterrumpido, alto rendimiento y buen funcionamiento. Desde el punto de vista del
alma, la incapacidad de funcionar es significativa, digna de nuestro mayor interés y de
un estudio intenso. El alma habla por las grietas que crea la disfunción (…) Desde el
punto de vista del alma, la sexualidad puede ser aún más reveladora en los momentos
de trastorno y confusión que en los de bienestar” (Moore, 1998 p.217-218)
Lucía llega a consulta por un bajísimo deseo sexual. Luego de varios años de
matrimonio, el problema se ha agravado. Visitó al ginecólogo hace algunos meses. Se
detectó un ligero trastorno hormonal que fue resuelto pronto, sin que el deseo se
modificara. “Mi sexualidad se descompuso un día -me dijo- ¿cómo puedo hacer que
vuelva a funcionar?”
Cuando me contó su historia de pareja y la situación actual con su esposo,
comprendimos que su sexualidad estaba sana y viva, que lejos de estar “descompuesta”
resultaba una voz clara y directa de sus verdaderos deseos.
Lucía vivía una relación destructiva y violenta. Desde hacía años su esposo a ejercido
una agresión emocional constante: descalificación, celos, gritos, amenazas. Pero es
últimamente cuando esto se ha agravado, posiblemente como resultado de que sus hijos
se marcharon. Lucía teme cada vez más a las reacciones de su marido.
Su sexualidad no hace sino expresar una y otra vez su deseo de alejarse, o al menos, de
no estar cerca, de protegerse, de retirarse de aquello que hace daño. ¿De que serviría
entonces tratar de restablecer su deseo sexual? La sexualidad de Lucía es protectora,
de hecho es un “termómetro” finísimo de su intimidad. Su “disfunción”, si aún
pudiéramos llamarle así, es un síntoma que habla de su relación. Y quiero decir, de su
relación con el esposo, a quien teme acercarse; y de su relación conmigo, con quien no
habiendo ese temor, puede compartir lo que antes no había dicho a nadie.
“Curarse –en la óptica de Gestalt Therapy- es, en cambio, recuperar nuestros poderes,
reencontrarse sintiendo que estamos en nuestro propio camino. Sólo el paciente tiene
la facultad de entender-se en el síntoma y de encontrar la verdad (…) ¿Y a qué hace
referencia el texto del síntoma? Desde un punto de vista gestáltico, la respuesta es
unívoca: el síntoma hace referencia a la relación” (Sichera en Spagnuolo, 2002 p.35)
En el caso de Joaquín, otro paciente, la disfunción expresa una nueva forma de estar en
la vida, una novedad que ha empapado todas las áreas de su existencia pero que se
niega a aceptar en su sexualidad.
Joaquín tiene sesenta años y me dice que sufre de disfunción eréctil. Su vida sexual ya
no es como antes. Desde hace muchos años, Joaquín tiene encuentros sexuales con
varias personas, asiste a lugares en donde tiene sexo ocasional con varios hombres, a
veces tres o cuatro en el mismo día. Estas experiencias lo llenan de orgullo y
satisfacción, lo hacen sentirse potente y atractivo. Pero todo ha cambiado. Puede tener
una erección completa con su pareja actual, un hombre bastante menor a quien quiere
mucho, pero en las experiencias “casuales” la erección falla constantemente.
¿De que nos habla esta disfunción? ¿qué anhelo o necesidad está expresada allí?
Siempre trato de partir de esa pregunta. En el caso de Joaquín, la respuesta era algo
verdaderamente existencial.
Desde hace pocos años, Joaquín decidió cambiar su vida: era un empresario exitoso,
lleno de ocupaciones y prisas, persiguiendo logros y metas cada vez más altas.
Competitivo y agresivo en su trabajo. Un día decidió que quería vivir de una forma
diferente. Decidió estudiar psicoterapia y comprometerse intensamente con el trabajo
con personas. Cada materia, cada clase lo confrontaba con su anterior modo de vida. Y
poco a poco, fue permitiéndose una forma nueva de estar, con más atención a sí mismo,
con tiempos de reflexión, renunciando a los grandes éxitos a cambio de una profesión
que le brindaba satisfacciones diferentes y, desde su punto de vista, más profundas.
Entonces empezaron los problemas con la erección. Al trabajar juntos, surgió una
pregunta importante: ¿es posible cambiar nuestra vida de un modo tan profundo y que
nuestra sexualidad permanezca como antes?, ¿es posible dar a la vida un sentido nuevo,
abandonar viejos esquemas, ir más despacio y que la sexualidad siga siendo como era?
Quizá para algunas personas sea posible. Para Joaquín no. Juntos descubrimos que su
sexualidad, hoy, expresaba su deseo de contactar realmente, de sentirse recibido sin
tener que probar nada y de recibir al otro sin expectativas. La otra imagen, la del
“macho potente que demuestra que nada se le niega”, como él la llamó, empezaba a ser
una imagen vieja. La falta de erección era un constante recordatorio de que estaba
eligiendo algo diferente.
¿Habría que sugerirle que hiciera ejercicios o que tomara píldoras para que la erección
fuera como siempre? Tal vez, pero antes quisimos explorar si era lo que realmente
deseaba. Joaquín decidió que no, que efectivamente su sexualidad expresaba lo que
deseaba ser, lo que estaba siendo. “Aquello era muy intenso y divertido –me dijo entre
contento y nostálgico- pero ya no soy yo”.
Con Sam Keen me hago éstas preguntas:
“¿Y si todo amante, para serlo auténticamente, tuviera que pasar por el valle oscuro de
la impotencia o pasar una temporada frígida?
¿Y si los genitales, como el corazón, tuvieran una sabiduría más profunda que la
mente?” (Keen, 1995 p.154)
Nuestras fantasías sexuales, aún las más oscuras; nuestros sueños eróticos, nuestras
disfunciones son expresiones de lo que anhelamos en lo más profundo. Y no se trata
entonces de luchar contra ellas sin escucharlas antes. Si las callamos, es posible que
también dejemos muda la voz de nuestra pasión más auténtica. Y nuestra pasión, la
presencia de Eros en nuestra vida, también puede sanarnos.
“¿Qué formas de pasión nos sanarán?, ¿A qué pasiones podemos rendirnos con la
certeza de que expandirán, en vez de disminuir, la promesa de nuestras vidas?” (Keen,
1995 p.26)

Un Trabajo Erótico.
Para terminar, me gustaría resumir brevemente lo que he dicho hasta ahora:
Primero: como terapeuta, me es muy útil considerar a la sexualidad como la capacidad
de un contacto íntimo y profundo con el otro. Así, la disfunción puede verse como la
dificultad para ese contacto, y el trabajo terapéutico como el restablecimiento del
mismo.
Segundo: un trabajo terapéutico que considero básico es que el paciente me cuente su
historia sexual creando entre ambos un ambiente receptivo.
Tercero: me parece esencial trabajar con la intimidad en la frontera de contacto. Creo
que cada trabajo realizado con la intimidad impacta a la sexualidad del paciente.
Cuarto: otro camino útil es el de traducir los sueños, fantasías, deseos y disfunciones
del paciente como anhelos o necesidades profundos a nivel sexual y no sexual.
Sexualidad es anhelo.
La sexualidad nos hace evidente la presencia de Eros. Y Eros, lejos de ser el angelito
domesticado en que se ha convertido, era originalmente la fuerza de la creación. Es la
fuerza que nos llama a ser lo que podemos ser.
“La meta a que apunta el sexo es la satisfacción y el relajamiento, en tanto que eros es
desear, anhelar, tender permanentemente hacia algo, buscar una expansión (…) la
La sexualidad, en presencia de Eros se convierte en salida hacia, en impulso y vuelo, en
auténtica sed de otredad. De nuevo las palabras de Paz:
“En algunos momentos el tiempo se entrabre y nos deja ver el otro lado. Estos instantes
son experiencias de la conjunción del sujeto y el objeto, del yo soy y el tú eres, del
ahora y el siempre, del allá y el aquí (...) Es la experiencia de la total extrañeza: estamos
fuera de nosotros, lanzados hacia la persona amada; y es la experiencia de regreso al
origen, a ese lugar que no está en el espacio y que es nuestra patria original. La
persona amada es, a un tiempo, tierra incógnita y casa natal, la desconocida y la
reconocida”. (Paz, 1993 p.143)
¿Y no es la terapia algo parecido? Partimos de nosotros para luego ir hacia el otro,
pero ese otro nos revela, nos dice quienes somos en realidad. Solo yendo hacia el otro
es que llego a mí. La terapia es el espacio de intimidad en donde nos permitimos esa
salida que es llegada, ese ir que es regresar.
Si Eros, como dice Rollo May es unirnos con nuestras posibilidades, la terapia es un
espacio en donde Eros se hace presente. ¿Qué tan concientes somos de eso? Más allá
del tema de nuestros pacientes, aún el tema que parezca menos sexual es una invitación
al encuentro. Así de sencillo. O en otras palabras: el trabajo que hacemos día a día en
nuestro consultorio es, ni más ni menos, que un trabajo erótico.

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