Sed de Otredad - Fernandez
Sed de Otredad - Fernandez
Sed de Otredad - Fernandez
Intimidad y Riesgo
“No quiero, pese a todo, muros gruesos
tan gruesos que no oiga
el silencio de los otros"
(Fabio Morábito)
Podemos hablar mucho tiempo de las dificultades del paciente para encontrarse
sexualmente con alguien, pero si llevo nuestra mirada al aquí y ahora, puedo averiguar
las dificultades que están surgiendo en este momento en la construcción de una
relación íntima entre nosotros. ¿Cómo se da o deja de darse este encuentro entre el
paciente y yo?
Me gusta pensar que las palabras que podrían definirse como “sexuales” (verbos y
adjetivos) cobran una realidad distinta en la sesión terapéutica ¡y son muy útiles en el
trabajo!. Las preguntas que siguen, llenas de estas palabras, me parecen muy
importantes si deseo explorar el contacto real entre mi paciente y yo:
¿Nos mostramos uno ante el otro? ¿nos “desnudamos” para dejarnos ver? ¿y cómo es la
experiencia de la mirada del otro en mí? ¿qué oculto a su mirada? ¿cómo es mirar al
otro que se muestra?
¿Podemos acercarnos? ¿qué tanto? ¿me abro para que el otro entre en mi? ¿me cierro?
¿cómo me cierro? ¿qué evito al cerrarme? ¿soy firme y claro al entrar en el otro? ¿elijo
no entrar?
¿Temo fallar? ¿temo no ser recibido? ¿recibo al otro cálida o fríamente?
¿húmeda o secamente? ¿acogedoramente?
¿Podemos acompasar nuestro ritmo? ¿escucho el ritmo del otro? ¿me adapto? ¿cedo?
¿atropello? ¿pido? ¿Puedo ser suave e intenso, según la situación?
¿Puedo jugar con el otro? ¿puedo arriesgarme a lo nuevo? ¿confío lo suficiente como
para arriesgarme? ¿desconfío?
¿Vibramos juntos? ¿puedo dejarme ir ante ti? ¿puedo mostrarme abierto, vulnerable, sin
control? ¿puedo explotar ante ti? ¿cómo vivo que explotes ante mí? ¿puedo mostrarme
en toda mi intensidad? ¿me asusta mi intensidad? ¿la del otro?
¿Sabemos retirarnos de un encuentro profundo? ¿cómo experimentamos ese retiro?...
Podríamos seguir haciéndonos preguntas. Todas me parecen especialmente
importantes. Y al hacerlas podríamos estarnos refiriendo a una experiencia sexual o a
un encuentro entre paciente y terapeuta. Porque de lo que hablamos en el fondo, es de
contacto. Y estas palabras “sexuales” dicen justo eso de diferentes formas: intimidad.
Amanda buscó la terapia porque desde hace mucho tiempo siente muy poco deseo
sexual. Es una mujer de 35 años, sensible, inteligente y atractiva. Casada desde hace
algunos años. Sencillamente, no hay deseo. Pueden pasar muchas semanas sin tener un
encuentro sexual con su pareja y cuando lo tiene es más para complacerlo que por
desearlo. Dice sentirse “descompuesta”.
Poco a poco, el tema de la intimidad y el contacto se nos aparece como central. Por un
lado tiene un enorme deseo de intimidad, pero al mismo tiempo eso le asusta mucho.
Junto a esto, hay una gran dificultad de arraigo. Es como si sólo viviera desde el pecho
hacia arriba y contactara muy poco con su abdomen, su vientre, sus órganos sexuales y
sus pies. El hecho de hablar de su sexualidad ya resulta difícil y amenazante.
Mi intento básico es que Amanda y yo podamos acercarnos íntimamente y podamos
explorar juntos lo que sucede en ese espacio íntimo.
-No puedo ser como los hombres esperan… esas mujeres que salen en las películas
porno, por ejemplo. Es demasiado intenso. Yo no puedo ser así, me siento falsa y me
asusta. Por eso me molesta que Jaime las vea. No se, yo puedo verlas a solas pero,
¿hacerlo así, como ellas?
Amanda me cuenta esto cuando exploramos su dificultad para expresarse sexualmente.
El contenido es interesante, sin duda: lo que supone de los hombres, la amenaza de ser
intensa, lo que le pasa por el hecho de que Jaime, su esposo, vea esas películas… pero
hay algo que me es más importante y que toca nuestra intimidad. Por eso elijo ese
camino.
-Parece que ese tema con las películas y Jaime es importante, pero prefiero poner la
atención en algo más Amanda –le digo-, y es lo que me cuentas de ti. Ahora se de ti que
a veces miras películas porno. Siento que me estás diciendo algo muy tuyo y quisiera
saber cómo te sientes al decírmelo.
Amanda se detiene al escuchar eso. La veo dudando si seguir. Por eso prefiero
explicarle un poco la razón de lo que hago:
-Te digo esto porque hemos hablado de tu dificultad y tu miedo a intimar, y creo que al
decirme eso de ti, me muestras algo de tu intimidad… y me conmueve que lo hagas.
-Si… no es algo que le diga a nadie. Puedo bromear de eso con amigos, pero nunca lo
digo en serio.
-Me gustaría que nos quedáramos un momento en esta experiencia –intervengo-,
dejándonos sentir lo que pasa entre nosotros: tu me revelas algo muy privado, muy
tuyo y yo lo recibo.
-Es raro, no estoy acostumbrada –me dice.
-Lo se. Hay intimidad aquí, entre nosotros.
Sin duda, en este punto, ambos estamos en la frontera, sin embargo, el mayor riesgo lo
está llevando ella. El tema de la vergüenza me preocupa, en este punto es muy fácil
provocarla. Tengo presente a Wheeler: “…la clave para algo nuevo en los viejos ciclos
de vergüenza y humillación siempre es: estar menos solos con ellos, compartirlos de
alguna manera que vaya más allá del relatar y escuchar”. (Wheeler, 2005 p.200) Y más
adelante: “Trabajar la vergüenza y la humillación de manera sanadora (…)
significa acoger la vergüenza de alguna manera, implícita o explícitamente, con nuestra propia
vergüenza, y no ‘arreglando’ o con estrategias para distanciarnos de la directa
experiencia vergonzante”. (Wheeler, 2005 p.209)
Así que trato de dar un paso más:
-De alguna forma, lo que dices me tranquiliza Amanda- digo.
-¿Si? Pues a mí no.
-Me imagino. Te diré porqué me tranquiliza. Lo que ocurre es que yo también, a veces,
miro pornografía. No sé… no me es sencillo decírtelo, me da un poco de pena. Pero es
así.
Amanda sonríe, su mirada cambia.
-Y me tranquiliza –continúo- porque te considero una persona sensible, inteligente,
crítica, ya te lo he dicho antes… y… me ayuda saber que también una persona así mira
pornografía a veces.
-Te pusiste rojo -me dice Amanda, reímos juntos y me mira después en silencio-. No sé
porqué pero me gusta saber eso de ti.
-Pues así estamos: parece que ambos hemos dicho algo privado, tal vez muy privado. Y
me siento más cerca de ti ahora, un poco… cómplice.
-Si, si, esa es la palabra: cómplice. Me gusta.
-Bien, entonces resulta que aquí estamos una frente a la otra, dos personas inteligentes
y sensibles y críticas… y ambos, a veces vemos pornografía… y nos avergüenza un
poco hacerlo. ¿Y ahora qué Amanda? ¿qué hacemos con esto? ¿cómo está la intimidad
entre nosotros en este momento?
No hay una mejor forma de trabajar con la intimidad y restablecerla que intimando.
Evidentemente el trabajo con Amanda apenas empieza y hay que revisar muchas otras
áreas, pero si pongo mi atención en la frontera de contacto, es central explorar la
intimidad que juntos creamos, y aprovechar cada situación en donde ella –la intimidad-
se manifieste. Me parece también que este pequeño ejemplo sirve para aclarar que esta
exploración de la intimidad no puede hacerse pidiendo que el otro se arriesgue
mientras yo me mantengo en un lugar seguro y no comprometido. La única forma de
aproximarnos de verdad a la frontera es hacerlo ambos.
El problema, como tantas veces ocurre, es que al escribir lo anterior también me
surgen dudas. Al narrar este ejemplo a mi amiga Carolina, terapeuta como yo, me hace
algunas preguntas: “Está bien –me dice- trabajaste la intimidad con ella, pero… ¿no
dejaste de lado su figura?, ¿no la llevaste a una figura más tuya que de ella? ¿Qué pasa
con su forma de compararse con otras mujeres, con sus sentimientos hacia Jaime, con
lo que supone que los hombres esperan? ¿no hiciste a un lado todo eso que estaba
presente en ella para llevarla a tu figura, es decir: la pornografía y la intimidad?”
Y entonces me lleno de dudas. Creo que efectivamente el trabajo ha ayudado a que
revise su capacidad de intimar explorando su intimidad conmigo. Y creo también que
en el camino dejé de lado su figura para poner (¿imponer?) la mía. ¿Era una
figura común o era mi figura? Ahora me pregunto si hay una forma de lograr ambas
cosas, es decir: trabajar con su intimidad respetando su figura. Quiero creer que si.
Ahora vuelvo al trabajo que hice entonces:
Su falta de arraigo nos da una nueva oportunidad para trabajar con la intimidad.
Básicamente estamos hablando de algo corporal y energético. La propuesta de Lowen
para el desbloqueo sexual es muy útil. Se trata de ejercicios en donde será necesario
tener conciencia de los músculos pubococcígeos, mover la pelvis, vibrar, pisar, etc. No
me extenderé en eso. Lo importante es que varios de esos ejercicios podemos
hacerlos juntos en el consultorio. De modo que además de trabajar los aspectos
corporales y energéticos, podamos estar atentos, todo el tiempo a la experiencia de
compartirlos, de mirarnos hacerlos. Esto es algo a lo que no le había dado demasiada
importancia hasta hace poco: hay una evidente intimidad en vivir juntos esa
experiencia. El tema vuelve a ser la intimidad, pero ahora no es a través de la palabra
sino del cuerpo.
La experiencia en grupo también me parece muy enriquecedora a este respecto. Al
empezar el semestre de la especialidad en Sexualidad y Gestalt, en alguna de las
primeras sesiones se hizo evidente el miedo de alguno de los participantes a mostrarse
en el grupo y hablar de su propia sexualidad. Al trabajar con ella, pronto se hizo claro
que no era una emoción solo suya. El miedo era algo que estaba en el grupo. Recordé
las muchas veces que me cuestionaba sobre aquello de la existencia de un ello
grupal. Para mí, esta experiencia lo hacía real. Si bien, alguien del grupo había
expresado el miedo, la verdad es que pertenecía a todos, y eso se reveló hasta que esa
persona se arriesgó a expresarlo.
Juntos tramos de indagar en ese miedo y lo que apareció es que temían a la exposición
y a la intimidad. Entonces hablamos de ello lo más abiertamente posible. Cada quien
expresó a qué y a quien le temía en el grupo en ese momento. Lo interesante es
que hablar de nuestro miedo a la intimidad era una experiencia sumamente íntima. Así que
les pedí que se dieran cuenta de eso: del riesgo que todos enfrentábamos al mostrarnos
vulnerables y temerosos… y la profunda intimidad que eso suponía. No fue muy difícil
que el grupo concluyera que si podían arriesgarse a esta intimidad y se sentían
acogidos y respetados por el grupo, también podrían arriesgarse a exponer parte de su
sexualidad a esas mismas personas. Realmente estábamos juntos en esto. En el miedo,
en el riesgo y en la intimidad. Creo que fue una sesión clave en la cercanía que el grupo
desarrolló y que efectivamente permitió explorar el tema de la sexualidad de una forma
diferente.
Sinceramente creo que nuestras pasiones pueden sanarnos si las escuchamos con
atención. Dicen mucho de nosotros, de nuestros anhelos y necesidades, a veces de
modos extraños. Y entre nuestras pasiones, las sexuales tienen un papel importante.
Ya lo dije antes, usando las hermosas palabras de Octavio Paz: sexualidad es sed de
otredad. Sexualidad es sed, anhelo, llamado, función ello encendida dirigiéndose a una
figura.
“El significado de la metáfora erótica es ambiguo. Mejor dicho: es plural. Dice muchas
cosas, todas distintas, pero en todas ellas aparecen dos palabras: placer y muerte (…) el
erotismo es, en sí mismo, deseo: un disparo hacia un más allá”. (Paz, 1993 p.18)
Me parece que la sexualidad dice mucho de lo que cada uno somos. A través de la
sexualidad y de nuestros deseos sexuales se expresan anhelos y necesidades que
muchas veces trascienden lo meramente sexual. En este sentido me han fascinado las
ideas de Thomas Moore al respecto. Desde su punto de vista, la sexualidad es el
lenguaje del alma, al menos uno de sus lenguajes más importantes. Y un modo como el
alma nos avisa de sus necesidades profundas es a través de algunas experiencias
sexuales, especialmente los sueños y las fantasías eróticas, los deseos –sobre todo los
que consideramos más oscuros- y las disfunciones.
Este término, alma, puede sonar chocante a muchos. Más allá de lo polémico que pueda
resultar, la posibilidad de ver a la sexualidad como la expresión de necesidades
auténticas y profundas me da mucha luz en el trabajo terapéutico.
“Los sueños sexuales no siempre conciernen explícitamente al sexo, sino que pueden
tener que ver con un amplio espectro de amor y deseo, con Eros en su más profundo
sentido. Tales sueños también muestran cómo el sexo está completamente implicado
en otras facetas de la vida (…) También las fantasías sexuales tienen mucha relación
con nuestra búsqueda de significado, dirección e individualidad”. (Moore, 1999 p.99-
100)
La propuesta de Moore y que ahora es una parte básica de mi trabajo, es escuchar estos
sueños, fantasías y deseos de modo literal y de modo no literal. En otras palabras, dicen
algo acerca de la sexualidad de mi paciente y la mía, pero dicen también algo más:
dicen un anhelo profundo que suele estar expresado de forma metafórica. Es como si a
este nivel, sexualidad fuera sinónimo de anhelo o necesidad profunda.
Trataré de poner dos ejemplos de mi práctica. El primero mucho más simple que el
segundo:
Una paciente que solía tener dificultad para acercarse a mí –y sin duda yo participaba
en ello-, pero poco a poco estábamos permitiéndonos mayor cercanía. Aquel día, llegó
apenada y nerviosa a la sesión, le era muy difícil contarme lo que le sucedía. Después de
un rato pudo hacerlo: durante la semana había tenido un par de sueños eróticos en los
que yo aparecí. Los escenarios cambiaban, pero no lo que sucedía: en ambos sueños nos
encontrábamos como por casualidad y hacíamos el amor. Su percepción era que de
alguna manera “ensuciaba” nuestra relación soñando tales cosas.
Ahora bien, si elijo de la forma de Robine (basada en la forma de Isadore Fromm) de
trabajar los sueños, parto de la idea de que el sueño es una situación de campo, y que a
través del sueño mi paciente me expresa algo retroflectado, y expresa algo de nosotros,
de nuestra relación. Puedo interpretar literalmente el sueño, pero eso limitaría mucho
su posible riqueza. Es decir, puedo quedarme con la idea de que mi paciente me desea
sexualmente. Pero si voy más allá de lo literal, si sexualidad es anhelo se abren nuevas
posibilidades. Pensemos en dos: quizá mi paciente anhela para sí misma características
que yo represento –ni siquiera hace falta que en realidad las tenga, basta que las vea en
mí-, posiblemente características que necesita desarrollar para vivir con mayor
plenitud y profundidad. Otra posibilidad, en este caso la que en aquel proceso resultó la
más cierta, es que su sueño hable de nuestra cercanía, o mejor, de anhelo de cercanía, y
de la posibilidad de hacerlo ahora.
Fue importante hablar con ella de todas estas posibilidades, incluyendo la literal. Sin
embargo, para ella fue muy evidente que el sueño me expresaba sus ganas de acercarse,
y más que eso, su percepción de que estaba lista para esa cercanía y para una mayor
intimidad en nuestra relación. Su sueño me decía: “Ahora puedes entrar. Ya confío lo
suficiente”. Y efectivamente pudimos hacerlo. Aquello que parecía “ensuciar” la relación
era todo lo contrario: una invitación amorosa a encontrarnos.
El segundo ejemplo es mucho más complejo, porque se refiere a fantasías y deseos
sumamente oscuros, pero es justo en esa oscuridad donde, para Moore, el alma se
expresa:”Quienes eligen vivir la vida en su plenitud, no tienen otra alternativa que
probar los límites de la moralidad aceptada y, a menudo, transgredirlos”. (Moore, 1999
p.168)
Aldo, mi paciente, es una persona brillante en muchos aspectos. Físicamente es muy
guapo, es artista y varias de sus obras han obtenidos premios importantes a nivel
nacional e internacional. Pero las satisfacciones duran muy poco. Tarde o temprano
abandona aquello que le da alegría. Sus relaciones de pareja son desastrosas. En
realidad siente que nadie le atrae y cree que nadie le atraerá nunca. Parece que todo lo
bueno que llega a sus manos se vuelve polvo. Y eso no es lo que más le angustia. Lo
más grave, para él, son sus fantasías y deseos sexuales. Empezaron hace años pero han
ido creciendo y cobrando mayor fuerza, y parece que es lo único que puede provocar
excitación sexual. Le excita todo lo relacionado con amputaciones. Me cuenta que no
logra excitarse con ninguna persona, hombre o mujer, pero que se vuelve loco viendo
fotos de cirugías en donde se amputa un miembro. Se horroriza de su propia fantasía.
Últimamente la situación a empeorado, pues empieza a pensar constantemente en ser
amputado, y al pensarlo se excita. Incluso encontró un sitio en internet en donde se
ofrece este “servicio” y le garantizan discreción y cuidados postoperatorios.
Mi primera reacción es de miedo y extrañeza. Sencillamente no se por donde
comenzar. Me siento acercándome a un lugar verdaderamente oscuro. Una y otra vez
pienso en la propuesta de Thomas Moore: justamente en nuestros deseos más temidos
es donde se expresan anhelos y necesidades más profundas. Lo importante es no
intentar negarlos o reprimirlos sin antes acercarnos a escuchar su mensaje. ¿Qué
mensaje creativo podía estar escondido en algo así de doloroso? Lo que aprendí con
Aldo, acompañándolo en su proceso, es que aún ahí, se expresa un mensaje de vida.
A medida que me contó su historia, pudimos empezar a entender. Aldo nació y vivió
siempre en un pueblo pequeño de Guanajuato, y su infancia fue prácticamente un
infierno. Creció con su madre y su hermana menor. Su madre padecía algún trastorno
psicopatológico severo, aunque durante años nadie, excepto los hijos, lo advertían.
Recuerda las muchas veces que su mamá “se ponía mal”, lo sentaba en sus piernas y le
colocaba un cuchillo en el cuello diciéndole que lo mataría y luego se mataría ella. Eso
se repetía muchas veces. Para no estar cerca de su madre, Aldo empezó a salir fuera de
casa muchas horas, hasta entrada la noche. En una ocasión, en una de esas salidas, con
su hermana, ambos fueron secuestrados y violados repetidas veces. Nunca hablaron de
lo sucedido con nadie.
Con los años, en cuanto pudo, Aldo se fue del pueblo dejando allí a su madre y a su
hermana. Con una fuerza y una capacidad de sobrevivencia impresionante, Aldo
estudió y empezó a sobresalir en su profesión y llegaron los premios. Pero cada vez que
eso ocurría el buscaba el modo de deshacerlo. De pronto faltaba semanas a un buen
trabajo sin razón alguna hasta que lo corrían, perdía la beca que había ganado por no
entregar a tiempo resultados, acababa con cualquier incipiente relación antes de que
comenzara. Y cada vez que podía volvía al pueblo a ver a su familia. La situación de su
madre empeoró. Su hermana se casó con una persona que la maltrata. Y Aldo fantasea
y se excita con la idea de ser amputado.
Poco a poco, algo se aclaró: sentía que no tenía derecho a ninguna felicidad, ninguna
tranquilidad, ninguna relación y ningún éxito. ¿Cómo podría irle bien si su madre y su
hermana estaban tan mal, allá en el pueblo? Sencillamente él no podía vivir, tomar la
vida si ellas no podían hacerlo.
De pronto, su fantasía y deseo sexual cobró sentido. Y de nuevo, hizo falta ir más allá
de lo literal. Una amputación es la experiencia dolorosa de que nos quiten una parte
enferma para poder seguir viviendo. Seguramente queremos conservar esa parte que
no solo es nuestra sino que soy yo. Pero conservarla nos mataría. Para poder seguir con
vida es necesario quitarla, por doloroso que sea.
Para Aldo, comprender eso fue muy importante. Su deseo antiguo y oscuro decía: “No
hay modo de que sigas adelante si no es dejando atrás lo que no puede sanar”. El camino que
seguía en absoluto era sencillo, pero empezó a trabajar para conseguirlo, y su fantasía,
si bien no desapareció mientras trabajamos juntos, si disminuyó de modo drástico su
fuerza y se convirtió en algo más bien ocasional que seguía perturbándolo. Cuando
tuvo que dejar la terapia, el tema de sus relaciones amorosas seguía totalmente
estancado.
Las disfunciones sexuales suelen ser otra experiencia en donde se expresan nuestras
necesidades más auténticas, a veces de manera muy dolorosa.
“Cualquier terapia sexual que se precipite a curar sin escuchar al fracaso –la disfunción-
y respetarlo, le está haciendo el juego a nuestros valores inconscientes de éxito
ininterrumpido, alto rendimiento y buen funcionamiento. Desde el punto de vista del
alma, la incapacidad de funcionar es significativa, digna de nuestro mayor interés y de
un estudio intenso. El alma habla por las grietas que crea la disfunción (…) Desde el
punto de vista del alma, la sexualidad puede ser aún más reveladora en los momentos
de trastorno y confusión que en los de bienestar” (Moore, 1998 p.217-218)
Lucía llega a consulta por un bajísimo deseo sexual. Luego de varios años de
matrimonio, el problema se ha agravado. Visitó al ginecólogo hace algunos meses. Se
detectó un ligero trastorno hormonal que fue resuelto pronto, sin que el deseo se
modificara. “Mi sexualidad se descompuso un día -me dijo- ¿cómo puedo hacer que
vuelva a funcionar?”
Cuando me contó su historia de pareja y la situación actual con su esposo,
comprendimos que su sexualidad estaba sana y viva, que lejos de estar “descompuesta”
resultaba una voz clara y directa de sus verdaderos deseos.
Lucía vivía una relación destructiva y violenta. Desde hacía años su esposo a ejercido
una agresión emocional constante: descalificación, celos, gritos, amenazas. Pero es
últimamente cuando esto se ha agravado, posiblemente como resultado de que sus hijos
se marcharon. Lucía teme cada vez más a las reacciones de su marido.
Su sexualidad no hace sino expresar una y otra vez su deseo de alejarse, o al menos, de
no estar cerca, de protegerse, de retirarse de aquello que hace daño. ¿De que serviría
entonces tratar de restablecer su deseo sexual? La sexualidad de Lucía es protectora,
de hecho es un “termómetro” finísimo de su intimidad. Su “disfunción”, si aún
pudiéramos llamarle así, es un síntoma que habla de su relación. Y quiero decir, de su
relación con el esposo, a quien teme acercarse; y de su relación conmigo, con quien no
habiendo ese temor, puede compartir lo que antes no había dicho a nadie.
“Curarse –en la óptica de Gestalt Therapy- es, en cambio, recuperar nuestros poderes,
reencontrarse sintiendo que estamos en nuestro propio camino. Sólo el paciente tiene
la facultad de entender-se en el síntoma y de encontrar la verdad (…) ¿Y a qué hace
referencia el texto del síntoma? Desde un punto de vista gestáltico, la respuesta es
unívoca: el síntoma hace referencia a la relación” (Sichera en Spagnuolo, 2002 p.35)
En el caso de Joaquín, otro paciente, la disfunción expresa una nueva forma de estar en
la vida, una novedad que ha empapado todas las áreas de su existencia pero que se
niega a aceptar en su sexualidad.
Joaquín tiene sesenta años y me dice que sufre de disfunción eréctil. Su vida sexual ya
no es como antes. Desde hace muchos años, Joaquín tiene encuentros sexuales con
varias personas, asiste a lugares en donde tiene sexo ocasional con varios hombres, a
veces tres o cuatro en el mismo día. Estas experiencias lo llenan de orgullo y
satisfacción, lo hacen sentirse potente y atractivo. Pero todo ha cambiado. Puede tener
una erección completa con su pareja actual, un hombre bastante menor a quien quiere
mucho, pero en las experiencias “casuales” la erección falla constantemente.
¿De que nos habla esta disfunción? ¿qué anhelo o necesidad está expresada allí?
Siempre trato de partir de esa pregunta. En el caso de Joaquín, la respuesta era algo
verdaderamente existencial.
Desde hace pocos años, Joaquín decidió cambiar su vida: era un empresario exitoso,
lleno de ocupaciones y prisas, persiguiendo logros y metas cada vez más altas.
Competitivo y agresivo en su trabajo. Un día decidió que quería vivir de una forma
diferente. Decidió estudiar psicoterapia y comprometerse intensamente con el trabajo
con personas. Cada materia, cada clase lo confrontaba con su anterior modo de vida. Y
poco a poco, fue permitiéndose una forma nueva de estar, con más atención a sí mismo,
con tiempos de reflexión, renunciando a los grandes éxitos a cambio de una profesión
que le brindaba satisfacciones diferentes y, desde su punto de vista, más profundas.
Entonces empezaron los problemas con la erección. Al trabajar juntos, surgió una
pregunta importante: ¿es posible cambiar nuestra vida de un modo tan profundo y que
nuestra sexualidad permanezca como antes?, ¿es posible dar a la vida un sentido nuevo,
abandonar viejos esquemas, ir más despacio y que la sexualidad siga siendo como era?
Quizá para algunas personas sea posible. Para Joaquín no. Juntos descubrimos que su
sexualidad, hoy, expresaba su deseo de contactar realmente, de sentirse recibido sin
tener que probar nada y de recibir al otro sin expectativas. La otra imagen, la del
“macho potente que demuestra que nada se le niega”, como él la llamó, empezaba a ser
una imagen vieja. La falta de erección era un constante recordatorio de que estaba
eligiendo algo diferente.
¿Habría que sugerirle que hiciera ejercicios o que tomara píldoras para que la erección
fuera como siempre? Tal vez, pero antes quisimos explorar si era lo que realmente
deseaba. Joaquín decidió que no, que efectivamente su sexualidad expresaba lo que
deseaba ser, lo que estaba siendo. “Aquello era muy intenso y divertido –me dijo entre
contento y nostálgico- pero ya no soy yo”.
Con Sam Keen me hago éstas preguntas:
“¿Y si todo amante, para serlo auténticamente, tuviera que pasar por el valle oscuro de
la impotencia o pasar una temporada frígida?
¿Y si los genitales, como el corazón, tuvieran una sabiduría más profunda que la
mente?” (Keen, 1995 p.154)
Nuestras fantasías sexuales, aún las más oscuras; nuestros sueños eróticos, nuestras
disfunciones son expresiones de lo que anhelamos en lo más profundo. Y no se trata
entonces de luchar contra ellas sin escucharlas antes. Si las callamos, es posible que
también dejemos muda la voz de nuestra pasión más auténtica. Y nuestra pasión, la
presencia de Eros en nuestra vida, también puede sanarnos.
“¿Qué formas de pasión nos sanarán?, ¿A qué pasiones podemos rendirnos con la
certeza de que expandirán, en vez de disminuir, la promesa de nuestras vidas?” (Keen,
1995 p.26)
Un Trabajo Erótico.
Para terminar, me gustaría resumir brevemente lo que he dicho hasta ahora:
Primero: como terapeuta, me es muy útil considerar a la sexualidad como la capacidad
de un contacto íntimo y profundo con el otro. Así, la disfunción puede verse como la
dificultad para ese contacto, y el trabajo terapéutico como el restablecimiento del
mismo.
Segundo: un trabajo terapéutico que considero básico es que el paciente me cuente su
historia sexual creando entre ambos un ambiente receptivo.
Tercero: me parece esencial trabajar con la intimidad en la frontera de contacto. Creo
que cada trabajo realizado con la intimidad impacta a la sexualidad del paciente.
Cuarto: otro camino útil es el de traducir los sueños, fantasías, deseos y disfunciones
del paciente como anhelos o necesidades profundos a nivel sexual y no sexual.
Sexualidad es anhelo.
La sexualidad nos hace evidente la presencia de Eros. Y Eros, lejos de ser el angelito
domesticado en que se ha convertido, era originalmente la fuerza de la creación. Es la
fuerza que nos llama a ser lo que podemos ser.
“La meta a que apunta el sexo es la satisfacción y el relajamiento, en tanto que eros es
desear, anhelar, tender permanentemente hacia algo, buscar una expansión (…) la
La sexualidad, en presencia de Eros se convierte en salida hacia, en impulso y vuelo, en
auténtica sed de otredad. De nuevo las palabras de Paz:
“En algunos momentos el tiempo se entrabre y nos deja ver el otro lado. Estos instantes
son experiencias de la conjunción del sujeto y el objeto, del yo soy y el tú eres, del
ahora y el siempre, del allá y el aquí (...) Es la experiencia de la total extrañeza: estamos
fuera de nosotros, lanzados hacia la persona amada; y es la experiencia de regreso al
origen, a ese lugar que no está en el espacio y que es nuestra patria original. La
persona amada es, a un tiempo, tierra incógnita y casa natal, la desconocida y la
reconocida”. (Paz, 1993 p.143)
¿Y no es la terapia algo parecido? Partimos de nosotros para luego ir hacia el otro,
pero ese otro nos revela, nos dice quienes somos en realidad. Solo yendo hacia el otro
es que llego a mí. La terapia es el espacio de intimidad en donde nos permitimos esa
salida que es llegada, ese ir que es regresar.
Si Eros, como dice Rollo May es unirnos con nuestras posibilidades, la terapia es un
espacio en donde Eros se hace presente. ¿Qué tan concientes somos de eso? Más allá
del tema de nuestros pacientes, aún el tema que parezca menos sexual es una invitación
al encuentro. Así de sencillo. O en otras palabras: el trabajo que hacemos día a día en
nuestro consultorio es, ni más ni menos, que un trabajo erótico.