Capítulo 16
Disolución, liquidación y extinción de sociedades
SUMARIO: I. LA LLAMADA DISOLUCIÓN PARCIAL DE LA SOCIEDAD. EXCLUSIÓN Y SEPARACIÓN DEL SOCIO. A. Exclusión
del socio. B. Separación del socio. II. DISOLUCIÓN DE LAS SOCIEDADES. A. Consideraciones generales. B. Causas de
disolución. C. Formas de operar las causas de disolución. a. Causas de disolución de pleno derecho. b. Causas de
disolución por constatación (por la junta o por resolución judicial) de la existencia de causa legal o estatutaria. c.
Disolución por mero acuerdo de los socios. d. Deber de los administradores en las sociedades de capitales de convocar
la junta general para que adopte el acuerdo de disolución y responsabilidad por incumplimiento de este deber. D.
Inscripción de la disolución en el Registro Mercantil. E. Efectos de la disolución. F. Reactivación de la sociedad
disuelta. III. LA LIQUIDACIÓN: GENERALIDADES. A. Generalidades. B. Órganos sociales durante la liquidación. a. Los
liquidadores como órgano de gestión. b. La junta general. c. Los interventores. C. Operaciones fundamentales de la
liquidación. a. Liquidación propiamente dicha. b. Reparto del haber social. IV. LA EXTINCIÓN DE LA SOCIEDAD.
I. LA LLAMADA DISOLUCIÓN PARCIAL DE LA SOCIEDAD. EXCLUSIÓN Y SEPARACIÓN DEL SOCIO
La relación jurídica que surge del contrato plurilateral de sociedad puede resolverse con relación a un determinado socio
cuando concurran determinados hechos que le afectan, previstos en la Ley o en los estatutos, sin que afecte a la
subsistencia del contrato social en general, que únicamente se resuelve con relación a ese socio, con la consecuencia
importante de que se produce una «conservación de la empresa». El Código de comercio hace alusión a este fenómeno
bajo el término de «rescisión parcial» con relación a las sociedades colectivas y en comandita (art. 218 LSC), pero al
margen del carácter equívoco del término «rescisión» y de la extensión de este fenómeno dentro de nuestro
ordenamiento a otros tipos de sociedades, lo relevante es que la existencia de cualquiera de las causas previstas por la
normativa del contrato de sociedad no afecta a la subsistencia de éste, sin que exista, por tanto, una causa de disolución
de dicho contrato, sino únicamente de la relación jurídica que afecta a un determinado socio con la sociedad. Tal sucede
en los supuestos de exclusión y de separación del socio.
La expresión de la llamada disolución parcial se aleja, por consiguiente, de la noción de disolución de la sociedad.
Responde a la idea, como se ha dicho, de que la relación jurídica surgida entre el socio y la sociedad se resuelva bien
por iniciativa e interés del socio, en determinados casos de separación, o de la propia sociedad normalmente mediante
la exclusión del socio por incumplimiento del contrato social por causas previstas por la Ley o los estatutos.
A. EXCLUSIÓN DEL SOCIO
Se puede producir la exclusión de un socio cuando incumpla en forma culposa determinadas obligaciones que derivan
del contrato de sociedad.
1. Las causas de exclusión varían según los tipos de sociedad y son más numerosas en aquellos en los que la persona
del socio es más trascendente en la vida social.
a) Así, en las sociedades colectivas y comanditarias, el artículo 218 del C. de c. enumera siete motivos de exclusión.
La Ley 12/1991, de agrupaciones de interés económico, prevé la exclusión del socio, sin precisar la causa (art.
16.2), y es el RRM el que establece que la causa de exclusión deberá estar prevista en la escritura de constitución
(art. 266.3).
b) En las sociedades de responsabilidad limitada, la Ley establece que la sociedad podrá excluir al socio que
incumpla la obligación de realizar prestaciones accesorias, así como al socio administrador que infrinja la
obligación de competencia o hubiera sido condenado por sentencia firme a indemnizar los daños y perjuicios
causados a la sociedad (arts. 350 y 351 LSC).
c) Por su parte, para las sociedades anónimas está prevista la posibilidad de excluir al socio en el supuesto de
mora en la entrega de los dividendos pasivos, pudiendo en tal caso optar la sociedad por enajenar las acciones
por cuenta y riesgo del socio moroso (v. art. 84 LSC).
d) Adicionalmente, el artículo 351 LSC, declara que, en todas las sociedades de capital, con el consentimiento de
todos los socios podrán incorporarse a los estatutos causas determinantes de exclusión o modificarse o
suprimirse las que figuren en ellos. De ahí que, al preverse esta posibilidad estatutaria con carácter común para
anónimas y limitadas, el procedimiento de exclusión se prevea con ese mismo carácter.
2. El procedimiento de exclusión varía según los tipos sociales:
a) En la sociedad colectiva y comandita simple será preciso el acuerdo del resto de los socios, salvo en el supuesto
del artículo 132 del C. de c. (respecto al mal uso por parte del socio colectivo de la facultad privativa de
administrar y representar a la sociedad), en el que será necesaria la existencia de una resolución judicial firme
(art. 211 del RRM). En las agrupaciones de interés económico será preciso el acuerdo de los socios, pero no
podrá inscribirse la exclusión en tanto no transcurra un mes desde la notificación al socio excluido, sin que éste
impugne judicialmente el acuerdo de exclusión (art. 266.3 del RRM).
b) En el caso de las sociedades de capital la exclusión del socio requerirá, en principio, el acuerdo de la junta
general, pero si el socio que se quiere excluir posee una participación igual o superior al 25 por 100 del capital
social, requerirá además – siempre que el socio no esté de acuerdo con la exclusión acordada y quedando a
salvo el caso de condena al socio administrador a indemnizar a la sociedad– resolución judicial firme (art. 352
LSC). Este precepto reconoce una legitimación subsidiaria para el ejercicio de la acción de exclusión a cualquier
socio que hubiere votado a favor del acuerdo (circunstancia –el voto a favor– que el apartado primero del mismo
precepto exige que conste en el acta de la reunión). En el caso de que la sociedad no entablará dicha acción en
el plazo de un mes desde la fecha del citado acuerdo, el socio podrá hacerlo en nombre de la sociedad. Aunque
la Ley no lo diga expresamente, es doctrina jurisprudencial que se trata de un plazo de caducidad. El socio
dispondrá también del plazo de un mes, que se computará desde el día en el que el socio hubiere tenido
conocimiento o hubiere debido tenerlo, de que la sociedad no había ejercitado la acción. El agotamiento de
esos plazos sucesivos sin que ni la sociedad ni un socio legitimado ejerzan la acción de exclusión determina que
decaiga el acuerdo adoptado en la junta general.
En la sociedad anónima, en el caso de mora del accionista en el pago de los dividendos pasivos, como decíamos,
los administradores podrán decidir la venta de las acciones por cuenta y riesgo del socio moroso (cfr. art. 84
LSC, donde se prevé que, si no se puede efectuar la venta, la acción será amortizada).
3. Con relación a los efectos que produce la exclusión del socio, podemos distinguir:
a) En el caso del socio de la sociedad colectiva o en comandita simple se exigirá al socio la parte de la pérdida
del patrimonio social que pueda corresponderle si la hubiere, quedando la sociedad facultada para retenerle
los fondos que tuviere en la masa social, hasta que estén terminadas y liquidadas todas las operaciones
pendientes al tiempo de la exclusión del socio (art. 219 del C. de c.), manteniéndose la responsabilidad de
éste frente a terceros mientras no se inscriba en el Registro Mercantil tal exclusión (art. 220 del C. de c.).
b) En las sociedades de capital el socio excluido tiene derecho al valor razonable de sus acciones o
participaciones, que se calcula, a falta de común acuerdo, por un experto independiente designado por el
Registrador mercantil (art. 353.1 LSC) a solicitud de la sociedad o de cualquiera de los socios titulares de las
acciones o participaciones que tienen que ser valoradas. La doctrina jurisprudencial se ha encargado de
precisar la naturaleza de esta intervención del experto independiente, que no es un árbitro (como
erróneamente señala la norma técnica del ICAC), sino un arbitrador. Le corresponde solventar un extremo no
jurídico de una relación jurídica, como es el señalamiento del valor razonable/precio de participaciones o
acciones que se quieren transmitir. En esa actuación, el experto debe ajustar su opinión a las reglas dictadas
el efecto, sin perjuicio de lo cual, su valoración podrá ser objeto de impugnación. La retribución del experto,
que habrá sido satisfecha por la sociedad, podrá ser deducida de la cantidad a reembolsar al socio excluido
(art. 355 LSC).
El socio excluido tiene el derecho a percibir, dentro de los dos meses siguientes a la recepción del informe de
valoración emitido por el experto, el valor razonable de las acciones o participaciones sociales que la sociedad puede
bien adquirir, bien amortizar mediante la consiguiente reducción de capital (arts. 356 y 358 LSC). Transcurrido dicho
plazo, los administradores consignarán en una entidad de crédito del término municipal en que radique el domicilio
social, a nombre de los interesados, la cantidad correspondiente al referido valor. Ahora bien, en todos aquellos
casos en que los acreedores de la sociedad tuvieran derecho de oposición, ese pago o reembolso al socio no podrá
llevarse a efecto mientras no hayan transcurrido tres meses desde la fecha del anuncio en el BORME y en uno de los
diarios de mayor circulación en la localidad del domicilio social de la reducción del capital social o desde la
notificación a los acreedores y éstos no hubieren ejercido el derecho de oposición (art. 356 LSC).
Debe tenerse en cuenta que el régimen de la sociedad responsabilidad limitada reclama que los socios a quienes se
hubiere reembolsado el valor de las participaciones amortizadas queden sujetos al régimen de responsabilidad por
las deudas sociales establecido para el caso de reducción del capital por restitución de aportaciones (art. 357 LSC).
Importa resaltar que, salvo que la junta haya adoptado el acuerdo de exclusión autorizando a la sociedad la
adquisición de las acciones o participaciones del socio afectado, una vez efectuado el reembolso o la
consignación, en su caso, del importe de aquellas, los administradores, sin necesidad de acuerdo específico de la
junta general, otorgarán inmediatamente después la escritura pública de reducción del capital social con las
menciones exigidas por la Ley (cfr. art. 358.1 LSC).
Por último, debe igualmente tenerse en cuenta que, en el caso de sociedad anónima, si las acciones del socio
moroso se amortizan (lo que ocurre cuando la venta de las acciones no se hubiere podido efectuar), se producirá
la consiguiente reducción del capital social, pero quedarán a beneficio de la sociedad las cantidades ya percibidas
por ella a cuenta de la acción, esto es, las ya desembolsadas (art. 84.2, ap. final, LSC).
B. SEPARACIÓN DEL SOCIO
Se reconoce por la doctrina que el socio tiene un derecho a la separación de la sociedad en determinados supuestos,
pero su régimen varía según los tipos de sociedades.
1. Las causas de separación son diversas:
a) En las sociedades colectivas y comanditarias simples –salvo que se haya pactado otra cosa por las partes– los
socios tienen derecho a separarse de la sociedad constituida por tiempo indefinido (v. art. 225, en relación con
el 224 del C. de c.).
b) Por lo que respecta a las sociedades de capital, tras la entrada en vigor de la LSC, el régimen de causas legales de
separación es común a todas ellas. Así, los socios que no hubieren votado a favor del correspondiente acuerdo,
incluidos los socios sin voto, tendrán derecho a separarse de la sociedad de capital en los casos siguientes: (1)
sustitución del objeto social o modificación sustancial; (2) prórroga de la sociedad; (3) reactivación de la sociedad;
(4) creación, modificación o extinción anticipada de la obligación de realizar prestaciones accesorias, salvo
disposición contraria de los estatutos. Asimismo, en las sociedades de responsabilidad limitada tendrán derecho
a separarse de la sociedad los socios que no hubieran votado a favor del acuerdo de modificación del régimen de
transmisión de las participaciones sociales (art. 346 LSC).
Adicionalmente, podrán existir otras causas estatutarias de separación distintas a las previstas en la Ley (en cuyo
caso los estatutos determinarán el modo en que ha de acreditarse la existencia de la causa de separación, la
forma de ejercitar ese derecho y el plazo para su ejercicio), si bien, para la correspondiente incorporación,
modificación o supresión estatutaria será necesario el consentimiento de todos los socios (art. 347 LSC; sobre
este punto, v. art. 204 del RRM).
c) Como ya se ha referido en capítulos anteriores, la reforma introducida en la LSC por la Ley 25/2011, introdujo un
artículo 348 bis reconociendo el derecho de separación en caso de falta de distribución de dividendos –dentro
de unos parámetros o presupuestos que la Ley entendía razonables– al socio que hubiera votado a favor de
aquella distribución. La cuestionable técnica legislativa con que se redactó contribuyó a que la aplicación de la
norma estuviese suspendida, poco después de su promulgación, hasta el 31 de diciembre de 2016. Poco después
fue objeto de reforma con ocasión de la Ley 11/2018, de 28 de diciembre, en cuya virtud se modificaron tanto
los presupuestos que deben darse para el ejercicio de este derecho, como el ámbito subjetivo de su aplicación,
quedando excluidas ya no sólo las sociedades cotizadas, sino también las sociedades en concurso, en
negociaciones pre– o extraconcursales, con deuda refinanciada, y anónimas deportivas; ámbito de exclusión al
que ha de añadirse las instituciones financieras, tras la reciente modificación del artículo 348 bis.1 LSC por el Real
Decreto Ley 7/2021, de 27 de abril (cfr. Disp. Adic. undécima de la LSC).
Por lo que se refiere a los presupuestos exigidos por el artículo 348 bis LSC, la nueva redacción aclara el ámbito
temporal (sólo nace este derecho «transcurrido el quinto ejercicio contado desde la inscripción») y la
«insuficiencia de los dividendos reconocidos», que se entendería como tal cuando: (i) el dividendo que la junta
apruebe no alcance el 25 por 100 de los beneficios del ejercicio que resulten legalmente distribuibles; y (ii) la
sociedad haya registrado resultados positivos en los tres ejercicios precedentes. Sin embargo, la concurrencia de
ambas condiciones (porcentaje de beneficios y número de ejercicios) no será suficiente para entender que con
ellas «surge» el derecho de separación toda vez que el mismo artículo 348 bis en su apartado primero incluye
una excepción en las sociedades que han desplegado en un periodo precedente una distribución de dividendos
tal que impediría hablar de su insuficiencia: que el total de los dividendos distribuidos durante los últimos cinco
años ascienda al 25 por 100 de los beneficios distribuibles en ese mismo período.
La legitimación del socio para separarse requerirá, además, que haya hecho constar «su protesta por la
insuficiencia de los dividendos reconocidos», lo que reclama que haya participado en la junta ordinaria, ya sea
mediante su presencia o por medio de representante.
Además, debe tenerse en cuenta que, conforme a lo dispuesto en el apartado segundo del artículo 348 bis LSC,
podrá derogarse estatutariamente este derecho de separación si concurre el acuerdo unánime de los socios o si
a los socios discrepantes se les reconoce el derecho a separarse de la sociedad. También, que el apartado cuarto
de este mismo precepto observa una norma específica para los grupos de sociedades, vinculando los porcentajes
referidos al resultado consolidado.
2. Con relación al ejercicio del derecho de separación ha de tenerse en cuenta:
a) En las sociedades colectivas y comanditarias simples, para que pueda efectuarse la inscripción de la separación
en el Registro Mercantil, es preciso la existencia de resolución judicial firme o el consentimiento de todos los
socios colectivos; para los comanditarios se estará a lo dispuesto en la escritura social (arts. 211 y 212 del RRM).
b) En las sociedades de capital, el derecho de separación habrá de ejercitarse por escrito en el plazo de un mes a
contar desde la publicación del acuerdo en el BORME o desde la recepción de la comunicación escrita, remitida
por los administradores, a los socios que no hubieran votado a favor del acuerdo (este último caso previsto para
las sociedades de responsabilidad limitada y anónimas cuyas acciones sean nominativas; v. art. 348 LSC; v.
también art. 205 del RRM).
c) En la sociedad cooperativa ha de estarse a lo establecido en el artículo 17 de la Ley 27/1999, de 16 de julio, de
Cooperativas, sin perjuicio en su caso de lo dispuesto en la Ley autonómica respectiva.
d) A todos los casos de separación previstos en la LME (cfr. arts. 15 para la transformación; 62 para la fusión
transfronteriza cuando la sociedad resultante tenga su domicilio en otro Estado miembro, y 99 para el traslado
del domicilio al extranjero) se les aplicará analógicamente el régimen previsto en los artículos 346.3, 348 y 349
LSC.
3. Los efectos de la separación son similares, con algunas diferencias de detalle, a los que se producen en el caso de
la exclusión del socio.
II. DISOLUCIÓN DE LAS SOCIEDADES
A. CONSIDERACIONES GENERALES
El contrato de sociedad, base de la organización de personas creada, puede disolverse por la voluntad de los socios y
por las causas previstas por la Ley o por el contrato mismo. La disolución de la sociedad no implica automáticamente
su extinción, sino que para llegar a ésta ha de pasarse normalmente por el procedimiento de liquidación de la
sociedad.
No existe dentro de nuestro ordenamiento un régimen común para la disolución de las sociedades mercantiles. Las
normas contenidas en el Código de comercio (arts. 221237), dictadas para las sociedades mercantiles en general, son
aplicables en la actualidad sustancialmente para las sociedades personalistas. Por otro lado, el Título X, Capítulo I, de
la LSC (arts. 360 a 370), unifica el anteriormente disperso régimen de la disolución, aplicándolo con carácter común a
todas ellas.
Por otro lado, como veremos, no todas las causas de disolución operan de la misma forma, pero, en definitiva, como
se ha apuntado, tienen el efecto primordial, si bien no en todos los casos, de abrir el período de liquidación de la
sociedad. Durante éste, la sociedad, aun cuando conserva su personalidad jurídica, ya no tiene sentido para el ejercicio
de una actividad dirigida a un fin común, sino que, operada la disolución, la vida social continúa exclusivamente para
liquidar las relaciones existentes, lo que ha de dar lugar a la postre al reparto del patrimonio social entre los socios, si
es que quedan bienes patrimoniales después de pagar a todos los acreedores, y a la extinción de la sociedad.
B. CAUSAS DE DISOLUCIÓN
Al enunciar las causas de disolución podemos distinguir entre las causas que son comunes para todas las sociedades
y las que son específicas para las sociedades personalistas y para las de capitales.
a) Son causas de disolución comunes para todas las sociedades las siguientes:
1.ª El cumplimiento del término fijado en el contrato de sociedad o en los estatutos sociales (art. 221 del C. de c.
y art. 360.1,a) LSC).
2.ª La conclusión de la empresa que constituya el objeto social (art. 221 C. de c. y 363.1,b LSC).
3.ª La pérdida del capital, ya sea cuando esas pérdidas dejen reducido el patrimonio neto a una cantidad inferior
a la mitad del capital social, a no ser que éste se aumente o se reduzca en la medida suficiente, y siempre que
no sea procedente solicitar la declaración de concurso conforme a la Ley concursal (si se trata de sociedades
anónimas, en comandita por acciones o de responsabilidad limitada, cfr. art. 360 LSC), o cuando se produce la
pérdida entera del capital (en los otros tipos de sociedad mercantil, cfr. art. 221 C. de c.).
4.ª El acuerdo de los socios adoptado, según los casos, por unanimidad o con la mayoría que exija su régimen
respectivo. Si se trata de una sociedad colectiva o comanditaria simple, será necesario el acuerdo unánime de
los socios colectivos, y en cuanto a los socios comanditarios, se estará a lo dispuesto en la escritura social. Si se
trata de una sociedad de capital, como se verá más adelante, el acuerdo de junta deberá adoptarse según los
requisitos exigidos para el tipo social.
5.ª La apertura de la fase de liquidación de la compañía declarada en concurso.
6.ª Cualquier otra causa establecida en la escritura social [véanse los arts. 221 del C. de c., 360.1.a), 363, 364 de la
LSC, y 130 de la Ley de Cooperativas].
b) El Código de comercio señala como causas de disolución específicas de las sociedades colectivas y comanditarias
simples (reflejo de su carácter personalista) las que siguen:
1.ª La muerte de uno de los socios colectivos, si no contiene la escritura social pacto expreso de continuar en la
sociedad los herederos del socio difunto, o de subsistir ésta entre los socios sobrevivientes (art. 222, 1.ª C. de
c.).
2.ª La inhabilitación de un socio gestor para administrar sus bienes o la apertura de la fase de liquidación del
concurso del socio colectivo (causas 2.ª y 3.ª del art. 222 C. de c.).
3.ª La denuncia del contrato en las sociedades colectivas y comanditaria simples constituidas por tiempo
indefinido, si se solicita por alguno de los socios. Los demás socios no pueden oponerse sino por causa de mala
fe en el que lo proponga (art. 224 C. de c.), entendiéndose que obra de mala fe si se prueba que con la causa
de la disolución el socio pretende hacer un lucro particular que no hubiera obtenido subsistiendo la sociedad.
Estas sociedades, y las agrupaciones de interés económico, se disolverán por quedar reducido a uno el número
de socios. Dichas agrupaciones se disolverán también por no ajustar su actividad al objeto de la agrupación
(art. 18.1 de la Ley 12/1991).
c) Las causas de disolución específicas de las sociedades de capital se encuentran recogidas en los artículos 360
y siguientes de la LSC (donde, no obstante, también se recogen algunas causas ya referidas antes por ser comunes
a sociedades personalistas y capitalistas). En estos preceptos se sigue una sistemática específicamente diseñada
por el legislador en función de cómo operan las distintas causas de disolución, tal y como se verá en el siguiente
epígrafe, al que nos remitimos.
Baste aquí puntualizar, no obstante, que no se considera como causa de disolución en las sociedades de capitales el
hecho de que todas las acciones o participaciones sean poseídas por un solo socio; se aplicará a ella el régimen de
la sociedad unipersonal (arts. 12 a 17 LSC).
También ha de indicarse que la declaración de concurso no constituirá, por sí sola, causa de disolución, si bien, la
sociedad quedará automáticamente disuelta si en el procedimiento concursal se produjera la apertura de la fase de
liquidación (art. 361 LSC).
Asimismo, la sociedad en comandita por acciones se disolverá, además de por las causas indicadas para las
sociedades de capital, por el fallecimiento, cese o apertura de la fase de liquidación en el concurso de acreedores de
todos los socios colectivos, salvo que en el plazo de seis meses se incorpore algún socio colectivo o la sociedad
acuerde su transformación en otro tipo social (art. 363.2 LSC).
C. FORMAS DE OPERAR LAS CAUSAS DE DISOLUCIÓN
No todas las causas de disolución enunciadas, por supuesto, operan de la misma forma, sino que algunas de ellas
operan «de pleno derecho», en cuanto que proceden de su propia naturaleza, mientras que en otras es preciso la
existencia de un acuerdo de la junta general o una declaración judicial que declare la existencia de la causa de
disolución. Es claro que para obtener tal declaración judicial será necesario demandar a la sociedad y no simplemente
a los socios.
De hecho, la LSC, consciente de la distinta forma de operar de las causas de disolución, al recoger su régimen jurídico
ha distinguido expresamente entre: a) disolución de pleno derecho (arts. 360 y 361 LSC); b) disolución por
constatación de la existencia de causa legal o estatutaria (que deberá ser constatada por la junta general o por
resolución judicial, v. arts. 362 a 367 LSC); y c) disolución por mero acuerdo de la junta general (art. 368 LSC). Todas
ellas, claro está, operan para las sociedades de capital, en las que nos centramos ahora.
a. Causas de disolución de pleno derecho
Entre las causas que operan por sí mismas, o «de pleno derecho», nos encontramos las que dispone el artículo 360.1
de la LSC, en sus letras a) y b):
1. El cumplimiento del término fijado en los estatutos sociales, a no ser que con anterioridad hubiera sido
expresamente prorrogada e inscrita la prórroga en el Registro Mercantil.
2. Por el transcurso de un año desde la adopción del acuerdo de reducción del capital social por debajo del mínimo
legal como consecuencia del cumplimiento de una Ley, si no se hubiere inscrito en el Registro Mercantil la
transformación o disolución de la sociedad, o el aumento del capital hasta una cantidad igual o superior a ese
mínimo legal. Esta causa de disolución resulta especialmente relevante por cuanto si transcurre un año sin que
se inscriba la transformación o la disolución de la sociedad o el aumento de su capital, sus administradores
pasarán a responder personal y solidariamente entre sí y con la sociedad de las deudas sociales.
Cuando alguna de estas causas concurra, el Registrador, actuando de oficio o a instancia de cualquier interesado,
hará constar la disolución de pleno derecho en la hoja de la sociedad (art. 360.2 LSC).
b. Causas de disolución por constatación (por la junta o por resolución judicial) de la existencia de causa legal o
estatutaria
En el ámbito de las sociedades de capitales, tratándose de una causa de disolución societaria diversa a las señaladas
anteriormente, será necesario que se haga constar previamente la existencia de la causa –legal o estatutaria– de
disolución por el órgano de socios (o, en su caso, por resolución judicial; v. art. 362 LSC).Las denominadas «causas
legales» de disolución son comunes a todas las sociedades de capital y se encuentran previstas en el artículo 363.1
LSC (quedando el apartado segundo de ese mismo precepto, destinado únicamente a las comanditarias por
acciones). Si alguna de ellas se constata, se requerirá un acuerdo de la junta general que declare la existencia de esa
causa y proceda la apertura de la disolución de la sociedad («deberá disolverse» dice la Ley).
De hecho, los administradores tienen, como se verá [apartado d)], la obligación de convocar la junta a estos fines en
el plazo de dos meses desde que se constató la causa legal o estatutaria y una importante responsabilidad si no lo
hacen [como más adelante se explica en el apartado d)]. Si la junta no fuera convocada, no se celebrara, no adoptara
el acuerdo de disolución –o aquel o aquellos que fuesen necesarios para la remoción de la causa– o, si fuese el caso,
no instara el concurso, cualquier interesado podrá instar la disolución de la sociedad ante el juez de lo mercantil del
domicilio social. También la Ley obliga a los administradores a solicitar la disolución judicial de la sociedad cuando
el acuerdo de la junta fuera contrario a la disolución o no pudiera ser logrado (art. 366 LSC). De ahí que el artículo
362 LSC hable no sólo de las causas constatadas por la junta, sino también por «resolución judicial».
Como decíamos, el artículo 363 LSC enumera esas causas legales de disolución de la forma siguiente:
1. Por el cese en el ejercicio de la actividad o actividades que constituyan el objeto social. En particular, se
entenderá que se ha producido el cese tras un período de inactividad superior a un año.
2. Por la conclusión de la empresa que constituya su objeto.
3. Por la imposibilidad manifiesta de cumplir el fin social.
4. Por la paralización de los órganos sociales de modo que resulte imposible su funcionamiento.
5. Por pérdidas que dejen reducido el patrimonio neto a una cantidad inferior a la mitad del capital social (a no
ser que éste se aumente o reduzca en la medida suficiente y siempre que no sea procedente solicitar la
declaración de concurso).
6. Por reducción del capital por debajo del mínimo legal, que no sea consecuencia del cumplimiento de una Ley.
7. Porque el valor nominal de las participaciones sociales sin voto o de las acciones sin voto excediera de la mitad
del capital social desembolsado y no se restableciera la proporción en el plazo de dos años.
8. Por causas previstas en los estatutos.
La norma además prevé, como ya apuntábamos, una causa adicional específica para la sociedad comanditaria por
acciones: ésta se disolverá también por el fallecimiento, cese, incapacidad o apertura de la fase de liquidación en el
concurso de acreedores de todos los socios colectivos, salvo que en el plazo de seis meses y mediante modificación
de los estatutos se incorpore algún socio colectivo o se acuerde la transformación de la sociedad en otro tipo social
(art. 363.2 LSC).
c. Disolución por mero acuerdo de los socios
Por supuesto, la sociedad puede disolverse si así lo decide la voluntad de los socios. Tratándose de una sociedad de
capital, se requerirá acuerdo de la junta general adoptado con los requisitos establecidos para la modificación de los
estatutos para cada tipo societario (art. 368 LSC). De este modo, para la sociedad anónima (y comanditaria por
acciones) se exige la mayoría prevista en el artículo 201.2 LSC, mientras que para la sociedad limitada la mayoría
recogida en el artículo 199,a) LSC.
d. Deber de los administradores en las sociedades de capitales de convocar la junta general para que adopte el
acuerdo de disolución y responsabilidad por incumplimiento de este deber
Como señalábamos, cuando existe una causa legal o estatutaria de disolución de la sociedad de capital, la misma
debe producirse, si bien su existencia debe ser «debidamente constatada por la junta general o por resolución
judicial» (art. 362 LSC).
En consecuencia, la propia Ley impone a los administradores de estas sociedades el deber de convocar la junta en
el plazo de dos meses para que adopte el acuerdo de disolución o. Tal convocatoria puede hacerse por los
administradores a requerimiento de cualquier socio que estime que existe causa legítima para la disolución o
insolvencia de la sociedad (art. 365.1 LSC).
Los administradores no estarán obligados a convocar esa junta cuando hubieran solicitado en debida forma la
declaración de concurso de la sociedad o comunicado al juzgado competente la existencia de negociaciones con los
acreedores para alcanzar un plan de reestructuración del activo, del pasivo o de ambos (si bien, esa obligación de
convocar volverá a serles exigible cuando dejen de estar vigentes los efectos de esa comunicación, cfr. el nuevo
apartado 3 del artículo 365 LSC añadido por el nuevo TRLC).
Además, los administradores tienen la obligación de solicitar la disolución judicial de la sociedad cuando el acuerdo
de la junta general fuera contrario a esa disolución o no pudiera ser logrado. A esa disolución judicial resulta aplicable
el régimen previsto en los artículos 125 y siguientes de la Ley de Jurisdicción Voluntaria (LJV). El plazo para presentar
tal solicitud será de dos meses desde la fecha prevista para la celebración de la junta, cuando ésta no se haya
constituido, o desde el día de celebración de la junta, cuando el acuerdo hubiera sido contrario a la disolución o no
se hubiera adoptado (art. 366.2 LSC).
El incumplimiento de este deber de convocar la junta para que adopte el acuerdo de disolución o cualquier otro
necesario para la remoción de esa causa de disolución está sujeto a un plazo temporal, como veíamos antes, de dos
meses. Esos dos meses para convocar la junta se computan desde el acaecimiento de la causa de disolución; aunque
si los administradores hubiesen sido nombrados en un momento posterior, tal plazo comenzará a contar desde la
fecha de aceptación del cargo (previsión esta última que ha sido introducida por el nuevo texto refundido de la Ley
Concursal). También impone la Ley a los administradores el deber de solicitar la disolución judicial de la sociedad,
en ese plazo de dos meses, desde la fecha prevista para la celebración de la junta cuando ésta no se haya constituido,
o desde el día de la junta cuando el acuerdo hubiera sido contrario a la disolución (art. 367.1 LSC).
El incumplimiento por los administradores de cualquiera de estos deberes da lugar a la imposición de una rigurosa
responsabilidad, obligándoles a responder solidariamente de las obligaciones sociales posteriores al acaecimiento
de la causa de disolución. La Ley, además, incorpora la presunción de que, incumplido ese deber por el administrador,
cualquier obligación reclamada judicialmente por acreedores legítimos se presumirá de fecha posterior al
acaecimiento de la causa de disolución o, en su caso, a la aceptación del nombramiento. Se trata, no obstante, de
una presunción que admite prueba en contrario, es decir, los administradores podrán acreditar que esas obligaciones
son de fecha anterior al acaecimiento de la causa de disolución (art. 367.2 LSC).
Ahora bien, como señala el nuevo apartado tercero del artículo 367 LSC (introducido por la reforma de la Ley
Concursal), los administradores no deberán afrontarán la responsabilidad que les impone este precepto si en el plazo
de dos meses (a contar desde el acaecimiento de la causa de disolución o de la aceptación el nombramiento)
hubieran comunicado al juzgado la existencia de negociaciones con los acreedores para alcanzar un plan de
reestructuración o hubieran solicitado la declaración de concurso de la sociedad.
Debe tenerse en cuenta, no obstante, que si el plan de reestructuración no se alcanzase, el plazo de los dos meses
se reanudará (con los efectos ya vistos) desde que la comunicación del inicio de negociaciones deje de producir
efectos.
D. INSCRIPCIÓN DE LA DISOLUCIÓN EN EL REGISTRO MERCANTIL
La disolución de la sociedad ha de ser inscrita en el Registro Mercantil y publicada en el BORME, para que sea eficaz
frente a terceros (art. 226 del C. de c. y art. 369 LSC), salvo que la causa de disolución sea el transcurso del tiempo, en
cuyo caso el Registrador extenderá, de oficio o a instancia de cualquier interesado, una nota al margen de la última
inscripción, expresando que la sociedad ha quedado disuelta (art. 238.1 RRM).
La inscripción de la disolución de la sociedad se practicará en virtud de escritura pública o, en su caso, en virtud de
testimonio judicial de la sentencia firme por la que hubiera declarado la disolución de la sociedad (art. 239 RRM).
E. EFECTOS DE LA DISOLUCIÓN
El efecto fundamental de la disolución es la apertura del período de liquidación de la sociedad. La sociedad disuelta,
según se ha dicho, conserva su personalidad jurídica durante el período de liquidación, pero como se trata de una
etapa en la que la actividad de la sociedad no es el ejercicio de su objeto social, sino efectuar la liquidación de la
misma, ésta ha de girar con su razón o denominación social, a la que se debe añadir la frase de «en liquidación»
(necesariamente en las sociedades de capitales y cooperativas por imposición del art. 371 LSC, y con carácter
voluntario en las demás).
Si bien la declaración de concurso de la sociedad de capital, según ha quedado indicado, no constituye por sí sola
causa de disolución de la sociedad, y sí la producirá en el caso de la apertura de la fase de liquidación de la sociedad
concursada, los liquidadores, en este supuesto, serán nombrados por el juez del concurso y la liquidación seguirá
necesariamente los trámites previstos por la Ley concursal (art. 372 LSC).
F. REACTIVACIÓN DE LA SOCIEDAD DISUELTA
Como ya hemos apuntado, tras la liquidación se producirá normalmente la extinción de la sociedad. Dicha extinción,
sin embargo, no es ineludible, porque durante el período de liquidación puede desaparecer la causa de disolución y,
en ese caso, la sociedad disuelta volverá a su vida activa (art. 370 LSC); dicho de otro modo, podrá reactivarse.
La LSC precisa que será la junta general el órgano competente para acordar el retorno de la sociedad disuelta a su vida
activa siempre que: a) haya desaparecido la causa de disolución; b) el patrimonio contable no sea inferior al capital
social; c) no se haya comenzado el pago de la cuota de liquidación a los socios; y d) no se trate de reactivar una
sociedad disuelta por uno de los casos clasificados como «de pleno derecho». Dicho acuerdo deberá adoptarse con
los requisitos establecidos para la modificación de estatutos (art. 370.1 y 2 LSC).
Hay que tener en cuenta que los socios que no voten a favor de la reactivación tienen derecho a separarse de la
sociedad. Asimismo, los acreedores sociales podrán oponerse al acuerdo de reactivación en los mismos términos
previstos por el legislador para el caso de reducción del capital (art. 370.3 y 4 LSC).
El artículo 242 del RRM, que generaliza el régimen de la reactivación para todas las sociedades, establece las
menciones específicas que ha de reunir la escritura del acuerdo de reactivación para que tenga acceso al Registro
Mercantil. Estas condiciones se concretan esencialmente en que se haga por los otorgantes de la escritura, que se
presupone actúan por cuenta de la junta de socios que ha acordado la reactivación de la sociedad, una manifestación
de que concurren los requisitos antes expuestos para que pueda procederse a la reactivación (que ha desaparecido la
causa de disolución, que el patrimonio neto contable cubre el capital mínimo –en los casos en que la Ley exige tal
capital, como acontece en las sociedades de capitales– y que no ha comenzado el pago de la cuota de liquidación).
Por otro lado, el artículo 242.2 del RRM exige que conste en la escritura que documenta el acuerdo de reactivación,
además de otros extremos, el cese de los liquidadores y el nombramiento de los administradores.
En el caso de las sociedades cooperativas, la Ley 27/1999, de 16 de julio, limita la reactivación de la sociedad al caso
en que haya sido la asamblea general la que ha acordado la disolución y no haya comenzado el reembolso de
aportaciones (art. 70.5).
III. LA LIQUIDACIÓN: GENERALIDADES
A. GENERALIDADES
La liquidación de la sociedad –entendida esta expresión en sentido amplio– comprende una serie de actos que van
dirigidos a la satisfacción de los acreedores sociales y a la distribución del patrimonio social remanente entre los socios.
Las normas relativas al proceso de liquidación de la sociedad tienden en esencia a mantener la organización social en
defensa de los acreedores sociales, para, una vez que sean éstos satisfechos, poder proceder al reparto del patrimonio
restante entre los socios.
Estas normas están contenidas en el Código de comercio (arts. 227 y ss.), y en la LSC (arts. 371 y ss.). Estas últimas
tienen carácter imperativo para el supuesto de liquidación de sociedades anónimas, sociedad en comandita por
acciones y de responsabilidad limitada, mientras que las primeras –que se aplican sustancialmente a las sociedades
personalistas– tienen una función puramente supletoria de las reglas establecidas en la escritura social (art. 227 C. de
c.). En todo caso, es relevante la declaración legal de que, disuelta la sociedad, se abrirá el período de liquidación (art.
371.1 LSC).
B. ÓRGANOS SOCIALES DURANTE LA LIQUIDACIÓN
a. Los liquidadores como órgano de gestión
Los administradores decaen en su poder desde el momento en que la disolución produce sus efectos, de manera
que cesa su facultad de representación para hacer nuevos contratos y asumir nuevas obligaciones, tomando sus
funciones los liquidadores, que constituyen el órgano de gestión y representación de la sociedad durante el período
de liquidación (art. 375 LSC). Este precepto, en su apartado segundo establece, con carácter general para todas las
sociedades de capital que serán de aplicación a los liquidadores las normas establecidas para los administradores
que no se opongan a lo dispuesto específicamente para aquéllos.
a) El nombramiento de los liquidadores se efectúa en la forma prevista en los estatutos sociales, los cuales, por
ejemplo, pueden decir que sean los propios administradores. Precisamente éste es el principio que establece el
artículo 229 del C. de c. para las sociedades colectivas o en comandita, si no hay contradicción por parte de alguno
de los socios. De forma similar, en las sociedades de capital quienes fueran los administradores al tiempo de la
disolución quedan convertidos en liquidadores, salvo disposición contraria de los estatutos o acuerdo de la junta
general (art. 376.1 LSC; v. también art. 229 del C. de c., parte final). Aunque la LSC hable en plural de
«liquidadores», puede designarse uno solo. En la inscripción del nombramiento de los liquidadores en el Registro
Mercantil se hará constar su identidad y el modo en que habrán de ejercitar sus funciones. El nombramiento de
liquidadores sin fijación de plazo se entenderá efectuado por todo el período de liquidación (v. arts. 243 a 245
RRM y 378 LSC).
b) Son funciones de los liquidadores la gestión y la representación de la sociedad con la finalidad de realizar todas
las operaciones precisas para llevar a efecto la liquidación de la misma, poder de representación que
corresponderá a cada liquidador individualmente (v. art. 379 LSC). Los artículos 383 y ss. LSC enumeran de forma
detallada sus principales funciones, de singular importancia. Entre ellas cabe destacar:
1.º Formular, dentro del plazo de tres meses a contar desde la apertura de la liquidación, un inventario y un
balance de la sociedad con referencia al día en que se hubiera disuelto;
2.º Concluir las operaciones pendientes y realizar las nuevas que sean necesarias para liquidar la sociedad;
3.º Cobrar los créditos y pagar las deudas sociales;
4.º Llevar la contabilidad y custodiar los libros y documentación societaria;
5.º Enajenar los bienes sociales;
6.º Mantener a los socios y a los acreedores informados del estado de la liquidación;
7.º Someter a la aprobación de la junta el balance final de liquidación;
8.º Efectuar la división del patrimonio social resultante de la liquidación y proceder a satisfacer la cuota de
liquidación a los socios –previa satisfacción de los acreedores sociales–;
9.º Proceder a otorgar la escritura de extinción de la sociedad, solicitando su inscripción en el Registro Mercantil,
así como efectuar el depósito de los libros y documentación social.
En caso de apertura de la fase de liquidación, como antes ya señalábamos, en el concurso de acreedores de la
sociedad, la liquidación se realizará conforme a lo establecido en la Ley concursal, cesando el régimen de la
liquidación previsto en la LSC (art. 372 LSC).
c) La terminación en el cargo de los liquidadores se produce:
1.º Por conclusión de la liquidación;
2.º Por revocación de la junta general;
3.º En el caso de las sociedades anónimas, por decisión del Letrado judicial o del Registrador mercantil, mediante
justa causa, a petición de accionistas que representen la vigésima parte del capital social;
4.º En el caso de liquidadores nombrados por el Letrado judicial o el Registrador mercantil, su separación del
cargo sólo podrá ser decidida por éste, a solicitud fundada de quien acredite interés legítimo (v. art. 380 LSC);
5.º Finalmente, ha de entenderse que el liquidador cesará en el cargo si renuncia formalmente al mismo.
Un supuesto especial lo depara la duración excesiva de la liquidación. Cuando hubieren transcurrido tres años
desde la apertura de la liquidación sin que se hubiere sometido a la aprobación de la junta general el balance
final de liquidación se entiende que se está ante una duración excesiva. En tal caso el artículo 389.1 LSC reconoce
a cualquier socio o persona con interés legítimo la legitimación para solicitar la separación de los liquidadores
existentes y el nombramiento de sus sustitutos.
Este procedimiento se tramitará ante el Letrado del juzgado o el Registrador mercantil, conforme a lo establecido
en la LJV o en el RRM, respectivamente. En todo caso, se hará con audiencia de los liquidadores cuya separación
se hubiere solicitado.
d) La responsabilidad de los liquidadores durante la fase de liquidación existe frente a la sociedad, los socios y los
acreedores en los mismos términos en que venían haciéndolo los administradores sociales, en tanto les «serán
de aplicación las normas establecidas para los administradores» (art. 375.2 LSC), siempre que no se opongan a lo
dispuesto en el régimen jurídico específicamente previsto para los propios liquidadores en los artículos 371 y ss.
LSC.
No obstante, una vez producida la cancelación de la sociedad, la responsabilidad de los liquidadores existirá
únicamente frente a socios y acreedores, siempre que el perjuicio lo hubieren causado con dolo o culpa, debiendo
exigirse tal responsabilidad en juicio ordinario (art. 397 LSC).
b. La junta general
La junta general continúa existiendo, si bien sus facultades sólo subsisten fundamentalmente para los asuntos
referentes a la liquidación, aunque puede acordar la reactivación de la sociedad, en las condiciones anteriormente
expuestas. En particular, la junta de las sociedades de capital debe ser informada de la marcha de dicha liquidación
para que pueda acordar lo que convenga al interés común (art. 371.3 LSC), debiendo respetarse las disposiciones de
los estatutos en cuanto a la convocatoria y reunión de las juntas. Entre sus funciones destaca la posibilidad de
destitución de los liquidadores (art. 380.1 LSC) y la de aprobar el balance final de la liquidación (art. 390 LSC).
Para las demás clases de sociedades el Código de comercio establece que la junta se reunirá a los efectos de la
fijación final de la cuota de liquidación, si lo solicita cualquier socio (art. 232).
c. Los interventores
En el régimen de la sociedad anónima en sustitución de los auditores de cuentas aparecen los interventores, como
órgano de fiscalización de las operaciones de liquidación (art. 381 LSC). Uno de los interventores podrá ser nombrado
por el Letrado del juzgado o el Registrador mercantil cuando así lo soliciten accionistas que representen la vigésima
parte del capital social. La designación de este interventor se hará al objeto de que fiscalice las operaciones de
liquidación. También se reconoce legitimación para nombrar a un interventor al sindicado de obligacionistas cuando
la liquidación la protagonice una sociedad anónima que hubiere emitido obligaciones.
En las sociedades anónimas, para casos de especial importancia (por la cuantía del patrimonio a liquidar, porque
estén repartidas entre un gran número de tenedores las acciones u obligaciones o por otra causa que lo justifique),
el Gobierno podrá designar una persona que se encargue de intervenir y presidir la liquidación y de velar por el
cumplimiento de las leyes y del estatuto social (art. 382 LSC). En la disciplina específica de las sociedades de seguros
y bancarias está prevista y regulada la intervención de la Administración pública en la liquidación de estas
sociedades.
C. OPERACIONES FUNDAMENTALES DE LA LIQUIDACIÓN
a. Liquidación propiamente dicha
Los liquidadores, en primer término, deben redactar, en el plazo de tres meses desde la apertura de la liquidación
(en su caso en unión de los administradores, en tanto éstos deberán prestar, si fuesen requeridos, su colaboración
para la práctica de las operaciones de liquidación, v. art. 374.2 LSC), un inventario y un balance de la sociedad, que
indique cuál es la situación patrimonial de la misma el día en que comienza la liquidación esto es, «con referencia al
día en que se hubiera disuelto» (arts. 383 LSC y 230.1.º, del C. de c.).
Determinada la situación patrimonial de la sociedad, los liquidadores han de efectuar la liquidación propiamente
dicha, que está formada por dos fases sucesivas. La primera de ellas tendente a la satisfacción a los acreedores
sociales (recogida en la sección 3.ª del capítulo dedicado a la liquidación en la LSC, titulada «Las operaciones de
liquidación», v. arts. 383 a 390 LSC); la segunda a la determinación del patrimonio resultante de la liquidación que
puede corresponder a los socios (recogida en una sección 4.ª titulada «La división del patrimonio social», v. arts. 391
a 394 LSC). Esta primera fase es la que analizamos en este epígrafe titulado «Liquidación propiamente dicha»,
mientras la segunda será estudiada en el siguiente epígrafe B), titulado «Reparto del haber social».
En la primera fase de la liquidación, los liquidadores han de realizar todas las operaciones pendientes, incluso
efectuar aquellas nuevas que sean necesarias para la liquidación de la sociedad (art. 384 LSC). Así, habrán de cobrar
los créditos vencidos, y percibir, en el caso de las sociedades anónimas y comanditarias por acciones, los
desembolsos pendientes (art. 385 LSC). Además de encargarse de la llevanza de la contabilidad y de la conservación
de los libros y documentación societaria (art. 386 LSC), y de recaer sobre ellos un deber de información periódica a
los socios y acreedores sobre el estado de la liquidación (art. 388 LSC), deberán enajenar los bienes sociales cuando
sea necesario o prudente (v. art. 387 LSC), y pagar a los acreedores sociales (el art. 385 LSC expresamente les impone
el deber de «pagar las deudas sociales», y el art. 391.2 LSC, exige, a efectos de poder pagar la cuota de liquidación
de los socios, que los acreedores hayan sido satisfechos o cuando menos se haya consignado el importe de sus
créditos). La cesión global del activo y pasivo se ha visto regulada de forma desarrollada por la nueva LME como un
tipo más de modificación estructural, y a su tratamiento en el Capítulo 15 nos remitimos.
Una vez que se hayan terminado estas operaciones de liquidación, se redactará un balance final, a través del cual los
liquidadores exponen el resultado de la misma, un informe completo sobre dichas operaciones y un proyecto de
división entre los socios del activo resultante. Todo ello será sometido a la aprobación de la junta general de socios.
El acuerdo aprobatorio podrá ser impugnado por los socios que no hubieran votado a favor del mismo, en el plazo
de los dos meses siguientes a su adopción (art. 390 LSC).
Según hemos apuntado, con relación a los otros tipos sociales, el Código de comercio estima que la junta de socios
sólo debe aprobar el balance si lo solicita alguno de ellos (art. 232). En cualquier caso, el socio que se creyese
agraviado por la división acordada podrá impugnarla ante el Juez competente (art. 233).
b. Reparto del haber social
La división y el consiguiente reparto del patrimonio o haber social debe practicarse con arreglo a las normas que se
hubiesen establecido en los estatutos o, en su defecto, a las fijadas por la junta. Asimismo, presupone que se hayan
terminado las operaciones anteriores, es decir, que estén satisfechos todos los acreedores sociales o se haya
consignado el importe de sus créditos (art. 391 LSC y art. 235 del C. de c.) y que el balance final sea firme, bien
porque no se haya impugnado o porque sea firme la sentencia que haya resuelto las reclamaciones de los socios
(art. 390 LSC).
La Ley establece como regla general que la cuota de liquidación de cada socio deberá ser proporcional a su
participación en el capital social, salvo que los estatutos sociales dispongan otra cosa (art. 392 LSC), si bien, para las
sociedades anónimas y comanditarias por acciones prevé algunas normas más complejas, debido a que en estas
sociedades las acciones no siempre han de estar totalmente desembolsadas. Así, el apartado 2.º del artículo 392 LSC
establece que si todas las acciones no se hubiesen liberado en la misma proporción, se restituirá en primer término
a los accionistas que hubiesen desembolsado mayores cantidades el exceso sobre la aportación de los que hubiesen
desembolsado menos, y el resto se distribuirá entre los accionistas en proporción al importe nominal de sus
acciones.
El pago de la cuota de liquidación a los socios (salvo acuerdo unánime en contra) debe efectuarse, en principio, en
dinero. No obstante, los estatutos podrán establecer a favor de alguno o varios socios el derecho a que su cuota de
liquidación les sea satisfecha restituyéndoles las aportaciones no dinerarias que en su momento hicieron o
entregándoles otros bienes sociales, siempre que subsistiesen en el patrimonio social (art. 393 LSC).
Los liquidadores procederán al pago de la cuota de liquidación sólo cuando haya transcurrido el término para
impugnar el balance final de liquidación sin que contra él se hayan formulado reclamaciones (o de haberse
formulado, una vez sea firme la sentencia que las hubiera resuelto). Además, en el caso de que existan créditos no
vencidos deberán asegurar previamente su pago. Las cuotas no reclamadas en el término de los noventa días
siguientes al acuerdo de pago se consignarán en depósito en la Caja General de Depósitos, a disposición de sus
legítimos dueños (art. 394 LSC).
IV. LA EXTINCIÓN DE LA SOCIEDAD
La extinción de la sociedad se produce normalmente cuando, terminado el proceso liquidatorio y de distribución del
haber social, se cancelan del Registro Mercantil los asientos relativos a la sociedad. Los liquidadores deben solicitar,
otorgando una escritura pública de extinción de la sociedad, la cancelación de los asientos referentes a la sociedad
extinguida, una vez que haya sido aprobado el balance final.
La cancelación de la sociedad en el Registro Mercantil se produce mediante la inscripción de aquella escritura, en la que
deberá hacerse constar que ha transcurrido el plazo para la impugnación del balance final –o que, de haberse
impugnado, haya alcanzado firmeza la sentencia que la resuelve– y que los acreedores y socios han sido satisfechos –o
bien, sus créditos o cuotas de liquidación hayan sido debidamente consignadas– y a la que se incorporará el balance
final de liquidación y la relación de los socios (con su identidad y valor de la cuota de liquidación que les hubiera
correspondido; v. art. 395 LSC).
Tras la cancelación de los asientos de la sociedad extinguida, los liquidadores deberán depositar en el Registro los libros
de comercio y documentos relativos a su tráfico (art. 396 LSC).
La extinción, una vez concluido todo el proceso de liquidación de la sociedad disuelta, implica la cesación de su
personalidad jurídica. Sin embargo, la LSC (siguiendo la línea de lo dispuesto en el art. 248 RRM) ha previsto la
posibilidad de que, una vez cancelados los asientos de la sociedad en el Registro Mercantil, aparecieran bienes sociales
(activo sobrevenido) o bien, deudas de la sociedad que durante el período liquidatorio no fueron satisfechas (pasivo
sobrevenido). En el primer caso, esto es, si apareciera algún bien de la sociedad, los liquidadores deberán adjudicar a
los antiguos socios la cuota adicional que les corresponda (previa conversión de los bienes en dinero cuando fuere
necesario, v. art. 398 LSC). Si lo que aparece después de la cancelación son deudas sociales, los antiguos socios
responderán solidariamente de esas deudas no satisfechas hasta el límite de lo que hubieran recibido como cuota de
liquidación, sin perjuicio de la responsabilidad de los liquidadores en caso de dolo o culpa (v. arts. 397 y 399 LSC).
Capítulo 17
Las obligaciones
SUMARIO: I. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LAS OBLIGACIONES. A. Noción y funciones. B. Régimen de la emisión
de obligaciones. C. Documentación de las obligaciones. II. CLASES DE OBLIGACIONES. A. Nominativas y al portador.
B. Simples y garantizadas. C. Con primas o sin ellas. D. Obligaciones de interés constante o variable. E. Obligaciones
convertibles o no convertibles. F. Obligaciones canjeables. III. LA EMISIÓN DE LAS OBLIGACIONES. A. Caracteres
generales. B. Acuerdo de emisión. C. Escritura y publicidad de la emisión. D. Suscripción. E. Situación jurídica del
obligacionista. a. Derecho a los intereses. b. Derecho a la amortización de los títulos. IV. REFERENCIA A LA EMISIÓN DE
OBLIGACIONES CONVERTIBLES. V. EL SINDICATO DE OBLIGACIONISTAS. A. Rasgos fundamentales de su organización. B.
Asamblea de obligacionistas. a. Convocatoria. b. Constitución. c. Acuerdos. C. Comisario.
I. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LAS OBLIGACIONES
A. NOCIÓN Y FUNCIONES
Las obligaciones son valores emitidos por la sociedad en serie o en masa como consecuencia de un empréstito que ha
realizado y que reconocen la existencia a su cargo de una deuda. Las obligaciones pertenecientes a una misma emisión
han de ser iguales y forman parte de un negocio unitario, que tiene la finalidad económica de proporcionar a la
sociedad determinados medios patrimoniales, si bien, a diferencia de lo que sucede con el aumento de capital, se
produce un endeudamiento de la sociedad. La incorporación de la deuda de la sociedad a una masa o serie de valores
consiente su distribución entre distintas personas, lo que se consigue normalmente mediante el ofrecimiento al
público de la suscripción de las obligaciones.
La posibilidad de emitir y garantizar series numeradas de obligaciones u otros valores que reconozcan o creen una
deuda se reconoce con carácter general para todas las sociedades de capital. No pueden emitir obligaciones ni las
personas físicas, ni los demás tipos de sociedades mercantiles o civiles. Los emisores principales son entidades de
crédito y sociedades anónimas cotizadas.
Mientras que las sociedades anónimas o comanditarias por acciones pueden emitir obligaciones sin ningún tipo de
límite, para las emisiones que realicen sociedades limitadas se establecen distintas limitaciones (art. 401.2 LSC):
i) Como regla general se establece que el importe total de la emisión de obligaciones por una sociedad limitada no
podrá ser superior al doble de sus recursos propios.
ii) Ese límite general desaparece cuando la emisión esté garantizada con hipoteca, con prenda de valores, con garantía
pública o con un aval solidario de entidad de crédito.
iii) En el caso de que la emisión esté garantizada por aval solidario y una sociedad recíproca, el límite y condiciones
del aval vendrán determinados por la legislación aplicable a ese tipo de sociedades de garantía.
iv) En los aumentos de capital mediante aportaciones no dinerarias que realice una sociedad limitada emisora o
garante de obligaciones vendrán sometidos a las reglas que para la valoración de las aportaciones no dinerarias
son aplicables a una sociedad anónima conforme a lo dispuesto en los artículos 67 a 72 LSC.
v) Una sociedad de responsabilidad limitada no puede emitir o garantizar obligaciones convertibles en participaciones
sociales.
Las emisiones de obligaciones o de otro tipo de valores que reconozcan o creen una deuda emitidos por una sociedad
anónima o una sociedad limitada quedan sometidas al régimen establecido en el Título XI LSC.
B. RÉGIMEN DE LA EMISIÓN DE OBLIGACIONES
En su redacción inicial, el citado Título XI de la LSC acogía lo dispuesto en las leyes aplicables a la sociedad anónima.
La modificación de dicho Título introducido por la Ley 5/2015, de 27 de abril, de fomento de la financiación
empresarial, ha pretendido facilitar esa financiación empresarial y eliminar las «disfunciones» que se advertían en la
legislación precedente, que sometía la emisión de obligaciones a una legislación ciertamente compleja.
Además del Título XI de la LSC y de los preceptos destinados dentro de esta Ley a las obligaciones emitidas por
sociedades cotizadas (arts. 510 y 511 LSC) también son aplicables a la emisión de obligaciones los artículos 41 y 42 del
TRLMV.
El artículo 405 LSC permite que las sociedades españolas emitan en el extranjero obligaciones u otros tipos de deuda.
En este caso la ley española determinará la capacidad, el órgano competente y las condiciones de adopción del
acuerdo de emisión, mientras que la ley a la que se haya sometido la emisión regirá los derechos de los obligacionistas,
su organización colectiva, el reembolso y la amortización de las obligaciones. En el caso de obligaciones convertibles,
el artículo 405.4 LSC señala que el contenido del derecho de conversión se regirá por la ley extranjera aplicable a la
emisión, pero respetando los límites que hubiere establecido la sociedad emisora.
C. DOCUMENTACIÓN DE LAS OBLIGACIONES
Tradicionalmente las obligaciones se incorporaban a títulos, que recibían la calificación de títulos-valores y más
concretamente de valores mobiliarios. En la actualidad esto no es siempre así, ya que las obligaciones pueden
representarse, en principio, por medio de títulos o de anotaciones en cuenta (art. 6 LMV y art. 412.1 LSC).
Las obligaciones representadas por medio de anotaciones en cuenta –que en la actualidad es el supuesto más
frecuente– se regirán por la normativa reguladora del mercado de valores (art. 412.3 LSC). Cuando las obligaciones
pretendan ser admitidas a negociación en mercados secundarios oficiales, necesariamente habrán de representarse
por medio de anotaciones en cuenta (art. 6.2 LMV).
II. CLASES DE OBLIGACIONES
Las obligaciones se clasifican de acuerdo con distintos criterios, entre los que podemos enunciar los siguientes:
A. NOMINATIVAS Y AL PORTADOR
Cuando las obligaciones están documentadas en un título, podrán ser nominativas o al portador (art. 412.2 LSC).
Esta distinción tiene importancia a los efectos de la transmisión del título, que ha de regirse por los preceptos
generales relativos a los títulos valores.
B. SIMPLES Y GARANTIZADAS
Son obligaciones simples aquellas que no tienen otra garantía que el patrimonio general de la sociedad o entidad
emisora. Obligaciones garantizadas son las que, además de esa garantía, tienen alguna especial, que puede ser
hipotecaria, pignoraticia, con garantía del Estado, de Comunidad Autónoma, Provincia o Municipio o con aval
solidario de una entidad de crédito. También el aval puede ser de una sociedad de garantía recíproca, si bien en
este caso el régimen es especial (art. 404 LSC).
La existencia de unas garantías especiales consiente a la sociedad hacer emisiones cuyo importe supere los límites
legales al importe total de la emisión (art. 401.2 LSC).
C. CON PRIMAS O SIN ELLAS
En la realidad se dan distintos supuestos de obligaciones caracterizadas porque se devuelve al obligacionista en
el momento de la amortización una determinada prima o suma junto al importe de su valor nominal.
D. OBLIGACIONES DE INTERÉS CONSTANTE O VARIABLE
Las obligaciones normalmente tienen un interés determinado o fijo (tanto que se denominan genéricamente con
frecuencia «títulos de renta fija»). Pero el interés puede ser variable.
E. OBLIGACIONES CONVERTIBLES O NO CONVERTIBLES
Este criterio de clasificación es aplicable únicamente a las obligaciones emitidas por sociedades anónimas o en
comandita por acciones. Las obligaciones convertibles, que han tenido una amplia difusión en el mercado de valores,
han recibido una regulación bastante detallada en la LSC (arts. 414 a 418) (v. más adelante apdo. IV de este capítulo).
F. OBLIGACIONES CANJEABLES
Las obligaciones canjeables se distinguen de las «convertibles» en que los obligacionistas no van a convertir sus
obligaciones por acciones que ha de emitir la sociedad, sino porque, en los términos establecidos en el acuerdo de
emisión de las obligaciones, se prevé que los obligacionistas tienen la posibilidad de amortizar sus obligaciones
obteniendo a cambio acciones ya emitidas de las que puede disponer la sociedad, no ya simplemente porque sean
acciones propias (v. gr., porque concurre alguno de los supuestos del art. 144 LSC), sino también en el caso de acciones
emitidas por otras sociedades.
Aun cuando no están reguladas por la LSC, se admite la emisión de obligaciones canjeables y son de aplicación por
analogía, aun con ciertas especialidades, las normas sobre las obligaciones convertibles.
III. LA EMISIÓN DE LAS OBLIGACIONES
Si se trata de una emisión de obligaciones destinada al público en general, será preciso que la sociedad emisora formule
un folleto de emisión y cumpla las normas previstas en la TRLMV, especialmente las indicadas en sus artículos 33 y
siguientes, y las normas reglamentarias que completan estos preceptos. A continuación, nos referimos al régimen
previsto en la LSC y en el RRM.
A. CARACTERES GENERALES
El deseo de proteger a los futuros obligacionistas ha movido al legislador no sólo a establecer una organización
de los mismos para la defensa de sus intereses –punto del que nos ocuparemos más adelante–, sino a fijar un
régimen de la emisión que ofrezca suficientes garantías.
Por otro lado, desde el punto de vista de la organización de la sociedad, la emisión de las obligaciones es un acto
de singular relevancia, ya que compromete normalmente en forma importante el patrimonio social, y aun cuando
de por sí la emisión no significa una modificación de los estatutos sociales, la Ley ha querido que su régimen sea
en parte similar al de los casos de modificación estatutaria.
La emisión es el resultado de un proceso que se inicia con el acuerdo de la sociedad de emitir obligaciones, que
ha de ser recogido en escritura pública e inscrita en el Registro Mercantil, y culmina con la suscripción de las
obligaciones y entrega de títulos o valores.
B. ACUERDO DE EMISIÓN
El artículo 406 LSC determina las competencias para la adopción del acuerdo de emisión de obligaciones. Salvo
que los estatutos sociales acojan una solución contraria, el órgano de administración será el competente para
acordar la emisión y la admisión a negociación de obligaciones. También compete al órgano de administración
acordar el otorgamiento de eventuales garantías de la emisión.
Sólo en el caso de que la emisión sea de obligaciones convertibles en acciones o de obligaciones que atribuyan a
los obligacionistas un derecho de participación en las ganancias sociales será competente la junta general de la
sociedad anónima para acordar la emisión.
C. ESCRITURA Y PUBLICIDAD DE LA EMISIÓN
El acuerdo de emisión se formalizará en escritura pública. El artículo 407.2 LSC determina el contenido necesario de
dicha escritura, que deberá consistir en las siguientes menciones:
a. Las menciones relativas a la sociedad emisora, con especial referencia a otras omisiones de obligaciones en
circulación;
b. La expresión del órgano que acordó la emisión y la fecha de su acuerdo;
c. El importe total de la emisión y el número de obligaciones que comprende, con expresión de su forma de
representación (títulos o anotaciones contables);
d. El valor nominal de las obligaciones, los intereses que devenguen y la fórmula de su determinación;
e. Reglamento del sindicato de obligacionistas (que regulará su organización, funcionamiento y relaciones con la
sociedad emisora); y
f. El régimen de amortización de las obligaciones (condiciones y plazos).
La escritura deberá ser otorgada por un representante de la sociedad emisora y por el comisario (sobre esta figura v.
el ap. V.C de este Capítulo). Cuando la emisión fuere de obligaciones garantizadas el artículo 407.3 LSC introduce
algunas exigencias adicionales. Estas exigencias apuntan a la previa constitución e inscripción de las garantías antes
de que se proceda a la emisión y puesta en circulación de las obligaciones. Así, cuando las garantías fueran reales se
identificará el bien objeto de garantía con expresión además del Registro público en el que se hubiere inscrito la
garantía y la fecha de su inscripción o con indicación de la entidad depositaria de los bienes o derechos pignorados,
también dejando constancia de la fecha de la pignoración. En el caso de garantías personales de la emisión será
obligatorio que el garante concurra al otorgamiento de la escritura de emisión.
La escritura de emisión de obligaciones deberá ser objeto de inscripción en el Registro Mercantil (art. 407.2 LSC en
relación con el artículo 22.2 C. de c.).
D. SUSCRIPCIÓN
La suscripción de la obligación puede considerarse como una declaración de voluntad dirigida a la sociedad tendente
a la adquisición de la condición de obligacionista, mediante su adhesión al contrato de emisión. Se realiza durante un
período de tiempo fijado por la sociedad.
Los suscriptores no pueden alterar en el momento de la suscripción las condiciones fijadas por la escritura de emisión,
sino que habrán de adherirse a ellas pura y simplemente, ya que la suscripción implica para cada obligacionista la
ratificación plena del contrato de emisión y su adhesión al sindicato (art. 409 LSC). Agotada la suscripción de las
obligaciones o transcurrido el plazo previsto al efecto, se hará constar en el Registro Mercantil, en virtud de acta
notarial, la suscripción total de las obligaciones o el importe efectivamente suscrito (art. 311 del RRM), en cuanto que
este artículo prevé – como en el caso de aumento de capital– la suscripción incompleta.
Una vez suscritas las obligaciones, el obligacionista deberá entregar el importe del desembolso, que puede ser total o
parcial. Por otro lado, la sociedad queda obligada a entregar al obligacionista los títulos o a practicar las anotaciones
en cuenta, según los casos, y al cumplimiento de las obligaciones asumidas frente a él en la forma establecida en la
emisión.
E. SITUACIÓN JURÍDICA DEL OBLIGACIONISTA
La escritura de emisión señala la situación jurídica del obligacionista frente a la sociedad, tanto en cuanto miembro de
la asociación de defensa o sindicato como individualmente. Las acciones que correspondan al obligacionista pueden
ser ejercitadas individual o separadamente cuando sean compatibles con los acuerdos del sindicato (art. 426 LSC).
a. Derecho a los intereses
El obligacionista tiene derecho a la percepción de los intereses en las condiciones fijadas en la escritura de emisión.
También tiene derecho a la percepción de lotes, primas o premios en la forma fijada en la escritura de emisión (v.
art. 407.2 LSC).
La demora en el pago de los intereses vencidos por más de seis meses permite al comisario proponer al consejo de
administración la suspensión de cualquiera de los administradores y convocar la junta general de accionistas, si
aquéllos no lo hicieren cuando estime que deben ser sustituidos (art. 428 LSC). El mismo supuesto de retraso permite
al comisario someter a la asamblea general de obligacionistas la ejecución de las garantías especiales –si existen–
para el pago del principal con los intereses vencidos (art. 429 LSC).
Los intereses de los títulos amortizados que el obligacionista cobre de buena fe no podrán ser objeto de repetición
por la sociedad emisora (art. 431 LSC).
b. Derecho a la amortización de los títulos
El obligacionista tiene derecho a la amortización de los títulos en el tiempo y la forma convenida. La Ley señala que
la sociedad está obligada a celebrar los sorteos periódicos en los términos y forma previstos por el contrato de
amortización, con intervención del comisario y siempre en presencia de Notario, que levantará el acta
correspondiente. La falta de cumplimiento de esta obligación autorizará a los acreedores para reclamar el importe
anticipado de los títulos (art. 432 LSC).
La sociedad, además, podrá rescatar las obligaciones emitidas: 1.º Por amortización o por pago anticipado, de
acuerdo con las condiciones de la escritura de emisión; 2.º Como consecuencia de los convenios celebrados entre la
sociedad y el sindicato de obligacionistas; 3.º Por adquisición en Bolsa, al efecto de amortizarlas (lo que suele ser
especialmente conveniente para la sociedad cuando su cotización está muy por debajo de la par); 4.º Por conversión
en acciones, de acuerdo con los titulares (art. 430 LSC).
IV. REFERENCIA A LA EMISIÓN DE OBLIGACIONES CONVERTIBLES
Una de las variedades de la emisión de obligaciones es, según quedó apuntado, la de obligaciones convertibles en
acciones. Dentro de ellas surgen, a su vez, distintas modalidades, si bien la LSC ha centrado su atención en una de ellas,
lo que no impide que puedan utilizarse otros procedimientos.
a) La sociedad anónima podrá emitir obligaciones convertibles en acciones siempre que la junta general determine las
bases y las modalidades de la conversión y acuerde aumentar el capital en la cuantía necesaria (art. 414.1 LSC). La
junta general podrá delegar en los administradores la facultad de acordar la emisión de obligaciones convertibles en
acciones; también podrá delegar simplemente la facultad de determinar los extremos fijados por la junta que
acuerde la emisión de esta clase de obligaciones.
Con anterioridad a la convocatoria de la junta, los administradores deben redactar un informe que explique las
bases y modalidades de la conversión, que deberá ser acompañado por otro redactado por un auditor de cuentas,
distinto del auditor de la sociedad, designado al efecto por el Registro Mercantil (art. 414.2 LSC). La relación de
conversión de las obligaciones en acciones puede ser fija (v. gr., una acción de determinado valor nominal por cada
dos acciones convertibles) o variable (v. gr., la conversión dependerá del valor medio de cotización de las acciones
en el momento en que se ejercite esa conversión). En todo caso, las obligaciones convertibles no pueden emitirse
por una cifra inferior a su valor nominal, ni pueden ser convertidas obligaciones en acciones cuando el valor
nominal de aquéllas sea inferior al de éstas (art. 415 LSC).
Los accionistas de la sociedad tendrán derecho de suscripción preferente de las obligaciones convertibles. Al
ejercicio de este derecho es de aplicación lo dispuesto por la Ley respecto al derecho de suscripción preferente en
el caso de emisión de nuevas acciones (v. art. 416 LSC que se remite a lo dispuesto en los arts. 304 a 306 LSC). En
los casos en que el interés de la sociedad así lo exija, la junta, al decidir la emisión de las obligaciones convertibles,
podrá acordar la supresión total o parcial del derecho de suscripción preferente. Para que sea válido el acuerdo de
exclusión de este derecho será necesario:
a) que el informe de los administradores justifique detalladamente la propuesta;
b) que el informe del auditor respalde la razonabilidad de los datos del informe de los administradores y la
idoneidad de la relación de conversión y, en su caso, de sus fórmulas de ajuste, para compensar una eventual
dilución de la participación económica de los accionistas;
c) que en la convocatoria de la Junta se haya hecho constar la propuesta de supresión del derecho de preferencia
(v. art. 417 LSC).
b) La Ley ha establecido un régimen de conversión de las obligaciones en acciones que altera, en buena medida, el
tradicional, lo que no impide que pueda utilizarse éste u otros semejantes. Todo dependerá del procedimiento
acordado por la Junta general para la conversión (art. 418.1 LSC).
En efecto, la Ley establece que, salvo que la junta general acuerde otro procedimiento, los obligacionistas podrán
solicitar en cualquier momento la conversión. En este caso, los administradores, dentro del primer mes de cada
semestre, emitirán las acciones que correspondan a los obligacionistas que hayan solicitado la conversión durante
el semestre anterior e inscribirán durante el siguiente mes en el Registro Mercantil el aumento del capital
correspondiente a las acciones emitidas (art. 418.1 LSC).
c) Aun cuando la LSC no las regula, ha de admitirse la licitud, dentro de ciertos límites, de la emisión de obligaciones
canjeables por acciones ya emitidas de la propia sociedad o bien por las de otra. También es posible la emisión de
obligaciones con opción de suscribir o canjear acciones (obligaciones con «bonos de suscripción» o de «canje»),
que se diferencian de las obligaciones convertibles y canjeables por el hecho de que su titular puede transmitir de
forma separada el derecho de conversión o de canje permaneciendo con su condición de obligacionista.
V. EL SINDICATO DE OBLIGACIONISTAS
A. RASGOS FUNDAMENTALES DE SU ORGANIZACIÓN
Para la defensa de los intereses de los obligacionistas se constituye un sindicato que agrupa a todos los suscriptores.
La constitución de este sindicato es un requisito necesario de la emisión sólo cuando así lo exija la legislación especial,
es decir, cuando la emisión conlleve una oferta pública sometida a la LMV. Esta medida se justifica como una
«racionalización» de la creación del sindicato con vistas a la adecuada protección del inversor que suscribe las
obligaciones.
En esos supuestos de constitución necesaria, la sociedad emisora deberá proceder a la designación de una persona
que será el comisario, que deberá concurrir al otorgamiento del contrato de emisión en nombre de los futuros
obligacionistas (art. 403 LSC). El sindicato tiene una organización de tipo corporativo, que no llega a alcanzar una
personificación jurídica. El sindicato queda constituido una vez que se inscriba la escritura de emisión. Su constitución
se producirá entre los obligacionistas a medida que reciban los títulos o se practiquen las anotaciones representativas
de las mismas. Los gastos normales del sindicato corren a cargo de la sociedad emisora. Estos gastos no podrán exceder
del 2 por ciento de los intereses anuales devengados por las obligaciones emitidas.
La LSC exige la constitución de un sindicato de obligacionistas por cada emisión de obligaciones.
B. ASAMBLEA DE OBLIGACIONISTAS
a. Convocatoria
La asamblea de obligacionistas podrá ser convocada por los administradores de la sociedad o por el comisario. Éste
se encuentra obligado a convocarla siempre que lo soliciten obligacionistas que representen, por lo menos la
vigésima parte de las obligaciones emitidas y no amortizadas (art. 422.1 LSC). En esta reunión la asamblea deberá
aprobar o censurar la gestión del propio comisario, confirmarle en su cargo o designar la persona que ha de
sustituirle y establecer el reglamento interno del sindicato, ajustándose, en lo previsto, al régimen determinado en
la escritura de emisión (art. 421 LSC).
Para el supuesto de que el comisario no atienda oportunamente la solicitud de convocatoria de la asamblea que le
hicieren los obligacionistas legitimados al efecto, podrá solicitarse la convocatoria al Letrado judicial o al Registrador
mercantil del domicilio social (art. 422.3 LSC). Este procedimiento se ajustará a lo dispuesto en la LJV o en el RRM,
en función de que la solicitud se presentara ante el Letrado del juzgado o ante el Registrador mercantil. En ambos
casos la tramitación de la solicitud se hará con audiencia del comisario.
La convocatoria de la asamblea general se hará en la forma prevista en el reglamento del sindicato. Al objeto de
fomentar su asistencia, esa forma de convocatoria deberá asegurar su conocimiento por los obligacionistas. Cuando
la reunión haya de tratar o resolver asuntos relativos a la modificación de las condiciones del préstamo u otros de
trascendencia análoga, a juicio del comisario, deberá ser convocada en la forma que establece la LSC (v. art. 166 y
ss.) para la junta general de accionistas (art. 423 LSC).
Los obligacionistas pueden asistir personalmente o por medio de representante, siempre que éste tenga también la
condición de obligacionista. En ningún caso puede concederse esa representación a los administradores de la
sociedad, aunque sean obligacionistas (art. 424 bis LSC). En todo caso está obligado asistir a la asamblea general el
comisario, esto es, incluso cuando no la hubiere convocado el mismo. El comisario puede requerir la asistencia de
los administradores, quienes pueden asistir a las reuniones de la asamblea, aunque no hubieran sido convocados
(art. 422.2 LSC).
b. Constitución
La asamblea ha de constituirse bajo la presidencia del comisario (art. 427 LSC). El artículo 425.2 LSC establece la
necesidad de que a la asamblea general concurran dos terceras partes de las obligaciones en circulación cuando
deban adoptarse acuerdos relativos a las modificaciones del plazo o de las condiciones del reembolso del valor
nominal, de la conversión o del canje. En relación con otros asuntos, la Ley no exige la concurrencia de un porcentaje
mínimo.
c. Acuerdos
Al margen de los asuntos que reclaman el voto favorable de las dos terceras partes de las obligaciones en circulación,
la regla general es que los acuerdos de la asamblea se entienden válidamente adoptados por mayoría absoluta de
los votos emitidos.
La competencia general de la asamblea la formula el artículo 424 LSC cuando dice que ésta viene facultada para (i)
acordar lo necesario a la mejor defensa de los legítimos intereses de los obligacionistas frente a la sociedad emisora,
(ii) modificar, de acuerdo con la misma, las garantías establecidas,
(iii) destituir o nombrar al comisario,
(iv) ejercer, cuando proceda, las acciones judiciales correspondientes y
(v) aprobar los gastos ocasionados por la defensa de los intereses comunes.
Cada obligacionista tiene un derecho de voto proporcional al valor nominal no amortizado de las obligaciones de
que sea titular.
Los acuerdos de la asamblea vincularán a todos los obligacionistas, incluso a los no asistentes y a los disidentes.
Los acuerdos, sin embargo, pueden ser impugnados por los obligacionistas en los mismos casos que establecen los
artículos 204 y ss. de la LSC (cfr. art. 427 LSC).
C. COMISARIO
El comisario es un órgano del sindicato de obligacionistas al que se confiere su gestión y representación. Como la
actuación del sindicato está dirigida en esencia a la defensa de los intereses de los obligacionistas frente a la sociedad,
la Ley, utilizando una expresión figurada, dice que es «el órgano de relación entre la sociedad y el sindicato» (art. 421.4
LSC). Se exige del comisario que sea una persona física o jurídica con experiencia en materias jurídicas o económicas.
Su retribución será fijada por la propia sociedad emisora.
En particular, el artículo 421 LSC confía al comisario las siguientes funciones:
a) Tutelar los intereses comunes de los obligacionistas y ejercer las facultades conferidas en la escritura de emisión y
las que le atribuya la asamblea general de obligacionistas.
b) Establecer el régimen interno del sindicato, de acuerdo con lo previsto en la escritura de emisión.
c) Ejercer como representante legal del sindicato y como órgano de relación entre la sociedad y los obligacionistas.
d) Convocar y presidir la asamblea.
e) Podrá asistir, con voz y sin voto, a las deliberaciones de la junta general de la Sociedad emisora, informar a ésta de
los acuerdos del sindicato y requerir de la misma los informes que, a su juicio, o al de la asamblea de obligacionistas,
interesen a éstos.
f) Presenciar los sorteos que hubieren de celebrarse, tanto para la adjudicación como para la amortización de las
obligaciones, y vigilar el reembolso del nominal y el pago de los intereses y del principal, en su caso, y en general
tutelar los intereses comunes de los obligacionistas.
g) Ejercer en nombre del sindicato las acciones correspondientes contra la sociedad emisora, sus administradores o
liquidadores y quienes hubieren garantizado la emisión.
Tanto los obligacionistas como la propia sociedad pueden entablar una acción de responsabilidad contra el
comisario. Podrán hacerlo para exigir la indemnización de los daños que el comisario hubiere causado por actos
realizados en el desempeño de su cargo y sin la diligencia profesional inherente al mismo.
Capítulo 18
Uniones de empresa, grupos de sociedades e instituciones de inversión
SUMARIO: I. CONSIDERACIONES GENERALES. A. Importancia y regulación de las uniones de empresas. B. Noción general
y clases. II. REFERENCIA A LOS GRUPOS DE SOCIEDADES. A. Noción y régimen de los grupos de sociedades. B.
Orientaciones al eventual régimen de los grupos de sociedades. C. Los grupos y el Anteproyecto de Código mercantil .
III. AGRUPACIONES DE INTERÉS ECONÓMICO. A. Noción y régimen. B. Denominación y constitución. C. Posición jurídica
del socio y régimen de los órganos sociales. IV. LAS UNIONES TEMPORALES DE EMPRESAS. V. LAS INSTITUCIONES DE
INVERSIÓN COLECTIVA. A. Régimen, noción y clases. B. Fondos de inversión. C. Sociedades de Inversión. D. Sociedades
Gestoras de Instituciones de Inversión Colectiva. E. Depositarios de Instituciones de Inversión Colectiva. F. Instituciones
de Inversión Colectiva Inmobiliaria. VI. LAS ENTIDADES DE INVERSIÓN COLECTIVA DE TIPO CERRADO. A. La noción general
de inversión colectiva de tipo cerrado. B. Las entidades de inversión colectiva de tipo cerrado. C. Las entidades de
Capital-Riesgo.
I. CONSIDERACIONES GENERALES
A. IMPORTANCIA Y REGULACIÓN DE LAS UNIONES DE EMPRESAS
Es notorio que el fenómeno de la concentración de empresas comenzó a tener una difusión espectacular en el apogeo
del capitalismo. Las uniones de empresas se han manifestado como una necesidad de la economía del mercado que
impone cambios en la estructura de las mismas con la finalidad de obtener un perfeccionamiento técnico y de mejorar
su funcionamiento. Ciertamente, junto a estas ventajas la concentración entraña el peligro –en particular cuando
alcanza cierto grado– de producir efectos perjudiciales por medio de las restricciones de la competencia, lo que, como
vimos, intenta evitarse por nuestro ordenamiento mediante la Ley 15/2007, de defensa de la competencia (v. en
especial arts. 7 a 10). Sin embargo, es lo cierto que, por otro lado, es preciso promover en España la concentración
empresarial, dada la atomización existente en muchos sectores económicos.
Esta razón de favorecer las uniones de empresas movió a nuestro legislador a dictar la Ley 196/1963, de 28 de
diciembre, sobre Asociaciones y Uniones de Empresas, y la Ley 18/1982, de 26 de mayo, sobre régimen fiscal de
Agrupaciones y Uniones Temporales de Empresas. Esta última Ley, aun manteniéndose formalmente en vigor, ha sido
modificada en diversas ocasiones. También dentro de este grupo de normas que atienden al fin referido ha de
destacarse la Ley 12/1991, de 29 de abril, que reguló las llamadas Agrupaciones de Interés Económico (AIE)
inspirándose en el Reglamento (CEE) 2137/85, donde se establecía el régimen de las Agrupaciones Europeas de Interés
Económico, que sirven para agrupar empresarios con establecimiento en varios países de la UE, pudiendo fijar tales
agrupaciones su domicilio en cualquier Estado miembro y, por tanto, en España (v. arts. 268 y 269 del RRM). No
obstante, la Ley 12/1991 no ha configurado esta figura de modo idéntico a como aparece regulada en el ámbito
comunitario. La figura española, aun manteniendo un paralelismo con las líneas esenciales de la comunitaria, se ha
concebido como una sociedad mercantil a la que, de modo supletorio, son aplicables las normas de la sociedad
colectiva que resulten compatibles con su específica naturaleza (art. 1).
Aun así, y a pesar de esta regulación y de la aparición en nuestro ordenamiento de otras normas a las que haremos
referencia, puede afirmarse que, en verdad, la variedad de mecanismos jurídicos utilizados en la práctica para
favorecer las uniones de empresas ha dificultado la labor de los juristas que han querido sistematizarlos y la del propio
legislador cuando ha deseado someter los distintos procedimientos de agrupación a una disciplina.
De las dificultades que plantean los fenómenos mencionados ha sido consciente nuestro legislador, que en el
Anteproyecto de Ley de Código Mercantil publicado en 2014 aborda de forma específica el fenómeno de las uniones
de empresas, al que dedica el último Título del Libro segundo. Como la propia exposición de motivos de este
Anteproyecto reconoce, se trata ésta de una materia especialmente necesitada de un tratamiento jurídico acorde con
su interés e importancia. Dentro de esta categoría general de uniones de empresas se han integrado los grupos de
sociedades, las agrupaciones de interés económico y las uniones temporales de empresas, estimando que se trata de
los tres supuestos que han adquirido relevancia normativa y práctica en nuestro entorno jurídico. Al derecho
proyectado haremos una muy breve referencia en los apartados siguientes en cuanto se refiere a los grupos de
sociedades, fenómeno en el que el Anteproyecto se ha detenido especialmente.
B. NOCIÓN GENERAL Y CLASES
Las uniones de empresas se caracterizan por estar formadas por un conjunto de empresarios que, manteniendo su
independencia jurídica, están sometidos a una dirección unitaria para obtener fines económicos. Dichos empresarios
deben conservar su individualidad jurídica, si bien su poder de iniciativa económica se reduce en forma más o menos
considerable. Caso diverso es el de la integración de empresas que se produce en los supuestos en los que se extingue
su independencia jurídica (v. gr., por fusión o constitución de una sociedad por empresarios individuales que cesan en
su actividad).
Los criterios de clasificación son muy variados. Desde un punto de vista jurídico es tradicional el que distingue las
uniones de empresas según la naturaleza del vínculo que las une, y así se habla de agrupaciones constituidas por
medio de un vínculo de naturaleza real (como es el que resulta de la titularidad por una sociedad de las acciones o
participaciones de otra, de manera que tiene el control sobre ella o simplemente una influencia relevante, que puede
ser recíproca) y de agrupaciones constituidas por un vínculo de naturaleza obligacional (que nace de un contrato o de
un acuerdo). Estos vínculos de naturaleza real y obligacional en ocasiones aparecen combinados.
Es interesante también exponer el criterio que atiende a la estructura interna de la relación constituida entre las
empresas agrupadas. A estos efectos se distingue entre las agrupaciones basadas en el principio de subordinación de
las que lo están en el de coordinación. En el primer caso, las empresas se hallan sometidas totalmente a una dirección
única. Puede existir una organización en cadena o en pirámide entre las empresas, pero aparece siempre un control o
un dominio de una sociedad sobre otras que se consideran filiales. Caso límite es el que se produce cuando una
sociedad tiene la totalidad de las acciones o participaciones de otra. En el segundo supuesto, esto es, cuando las
agrupaciones están basadas en el principio de coordinación, los empresarios se agrupan en régimen de igualdad, sin
que su respectiva autonomía se encuentre sometida a otras limitaciones que las derivadas de los acuerdos estipulados
entre ellas. Estas uniones pueden actuar desprovistas de un órgano central, de forma que cada uno de los empresarios
actúe aisladamente ajustándose a lo estipulado en los acuerdos, o, por el contrario, puede crearse ese órgano central
(que puede ser una persona física o jurídica) cuya finalidad primordial sea dirigir y vigilar el desarrollo de los acuerdos
establecidos para coordinar la actuación de los empresarios que integran la concentración. Una modalidad especial
de acuerdos de colaboración o cooperación entre empresas –que da lugar a problemas jurídicos interesantes– es la
constitución de una filial común (joint ventures).
Esta clasificación de uniones de empresas bajo el principio de subordinación y el de coordinación nos parece
importante porque puede decirse que si bien la Ley 18/1982, sobre Uniones Temporales de Empresas, y la Ley
12/1991, sobre Agrupaciones de Interés Económico, se refieren a agrupaciones de empresarios basadas en un
principio de coordinación, las alusiones a los grupos de sociedades contenidas en el Código de comercio y otras leyes,
que vamos a reseñar inmediatamente, presuponen que esos grupos están basados en el principio de subordinación.
II. REFERENCIA A LOS GRUPOS DE SOCIEDADES
A. NOCIÓN Y RÉGIMEN DE LOS GRUPOS DE SOCIEDADES
Ofrece especial interés en este campo el fenómeno de los grupos de sociedades basados en un principio de
subordinación, hallándonos en este supuesto cuando un conjunto de sociedades se vinculan entre sí y se someten a
una dirección única ejercida por una de ellas, que se denomina sociedad dominante o matriz, respecto de las otras
sociedades del grupo (llamadas dominadas o filiales).
Falta, como se ha dicho, una regulación adecuada, por otro lado, difícil de articular, de los grupos de sociedades, que
sólo se han disciplinado parcialmente. Esta regulación es necesaria en cuanto que se produce una contradicción
manifiesta, dentro del Derecho de sociedades, entre el régimen tradicional de los tipos de sociedades mercantiles y
el fenómeno de los grupos de sociedades. En efecto, la esencia de éstos es la existencia de una pluralidad de
sociedades que mantienen su propia personalidad formal, pero que están sometidas a una dirección única, mientras
que el régimen tradicional del Derecho de sociedades parte del principio de que cada sociedad tiene un poder de
dirección autónomo. Por otro lado, mientras que la sociedad es titular de una empresa con características específicas,
en el caso del grupo las distintas sociedades, aun manteniendo su personalidad jurídica independiente, forman una
macroempresa, calificada en ocasiones como una empresa «policorporativa».
Nuestro ordenamiento, aun cuando no regula de forma global y sistemática los grupos de sociedades, lo que sería
conveniente para hacer frente a los diversos problemas que su existencia genera, ha hecho algunas referencias de
carácter general a los mismos en las que, entre otras cosas, nos proporciona una noción del fenómeno.
El artículo 42.1 del C. de c. en su actual redacción (conforme a la modificación, no exenta de críticas, de ese artículo
por la Ley 16/2007, de 4 julio, de reforma y adaptación de la legislación mercantil en materia contable) establece que
existe un grupo cuando una sociedad ostente o pueda ostentar, directa o indirectamente, el control de otra u otras. Y
a esos efectos, presume la existencia de tal control en una serie de casos que enuncia basados bien en que la sociedad
dominante posea la mayoría de los derechos de voto –o pueda disponer de tal mayoría en virtud de acuerdos con
terceros– de la sociedad dominada, o en que tenga la facultad de designar o destituir –o que haya designado– a la
mayoría de los miembros del órgano de administración de la sociedad dominada.
Asimismo, este precepto impone a la sociedad dominante del grupo la obligación de formular las cuentas anuales y el
informe de gestión consolidados (art. 42.1 C. de c.). Cuentas que se auditarán conforme a lo dispuesto por la Ley
22/2015, de 20 de julio, de Auditoría de Cuentas (art. 7).
Por su parte, la LSC –probablemente con afán de armonizar y eludir anteriores polémicas sobre la aplicabilidad al
ámbito estrictamente societario de un concepto dado por una norma, como el artículo 42 C. de c., de carácter
contable–, ha introducido expresamente la definición de grupo de sociedades que resulta válida con carácter general
en nuestro derecho de sociedades de capital; y lo ha hecho remitiéndose al citado artículo 42 C. de c., incidiendo
además expresamente en el fenómeno del control como elemento definidor del fenómeno del grupo (v. art. 18 LSC
donde se advierte que «a los efectos de esta Ley se considerará que existe grupo de sociedades cuando concurra
alguno de los casos establecidos en el art. 42 C. de c., y será sociedad dominante la que ostente o pueda ostentar,
directa o indirectamente, el control de otra u otras»).
Una remisión similar al artículo 42 C. de c. la encontramos en el artículo 4 LMV que se remite también a la definición
establecida en el 42 C. de c., basada, como veíamos, en la noción de control societario.
Mención aparte merece el artículo 78 de la Ley 27/1999, de Cooperativas, que define el «grupo cooperativo», único
precepto vigente que sigue basándose en la idea de la «unidad de dirección». Desafortunadamente, aunque este
precepto acoge acertadamente el concepto de «unidad de dirección» como elemento definidor del grupo de
sociedades cooperativo, no debemos olvidar que su ámbito de aplicación se restringe a las sociedades cooperativas y
que éstas únicamente pueden conformar grupos por coordinación o paritarios, nunca grupos jerárquicos o
subordinados, debido, esencialmente, al principio de independencia de las sociedades cooperativas y al principio de
voto democrático.
Así, la última (y vigente) redacción del artículo 42 C. de c. y la sustitución del elemento de la dirección unitaria por el
del control únicamente permite incardinar en la noción legal de grupo a los denominados jerárquicos o por
subordinación, basados como se sabe en relaciones de dominio societario. En consecuencia, los llamados grupos
paritarios o por coordinación, admitidos como hemos visto por el artículo 78 de la Ley de Cooperativas, por nuestros
tribunales y por nuestra doctrina mayoritaria, quedan al margen de la definición del fenómeno dada por la norma y,
por consiguiente, de su consideración misma como grupos de sociedades. También la literalidad de la actualmente
vigente noción de grupo contenida en el artículo 42 C. de c. excluye la posibilidad de que se pueda considerar a una
persona jurídica que no tenga forma de sociedad mercantil o a una persona física como sujeto dominante del grupo
(en tanto sólo observa que este pueda ser una «sociedad»).
Frente al concepto general de grupo, en el ámbito concursal, la doctrina jurisprudencial se ha manifestado en otro
sentido distinto al que acabamos de referir. Y lo ha hecho ampliando el concepto –el perímetro subjetivo– del grupo
a la persona física que actúa como tal «cabeza» o sujeto dominante del grupo: el grupo existiría también cuando el
titular del control es una persona física o jurídica distinta de una sociedad mercantil. Este criterio se ha aplicado en
cuestiones como la subordinación de créditos o en relación con el ejercicio de acciones rescisorias. Esta línea
jurisprudencial incidía sobre la polémica doctrinal acerca de si el concepto de grupo que debía considerarse válido a
los efectos concursales era, estrictamente, el del artículo 42.1 del C. de c. (que no acogía esa extensión del perímetro
subjetivo del grupo ni a las personas físicas ni a las personas jurídicas que no tuvieran forma de sociedad mercantil) o,
por el contrario, era el más amplio de la doctrina jurisprudencial referida.
La disposición adicional primera del texto refundido de la Ley Concursal (en la redacción dada por la Ley 16/2022, de
6 de septiembre) dispone: «A los efectos del texto refundido de la Ley Concursal se entenderá por grupo de sociedades
el definido en el artículo 42.1 del Código de Comercio, aunque el control sobre las sociedades directa o indirectamente
dependientes lo ostente una persona natural o una persona jurídica que no sea sociedad mercantil». Parece que esta
redacción devuelve la vigencia al concepto estricto de grupo en el ámbito concursal.
B. ORIENTACIONES AL EVENTUAL RÉGIMEN DE LOS GRUPOS DE SOCIEDADES
La regulación de este fenómeno presenta especiales dificultades, e incluso existe alguna autorizada opinión que no
cree necesaria esa regulación, salvo respecto a alguna cuestión concreta. No obstante, cabe sugerir alguna orientación
a los efectos de la superación de la problemática más relevante que presenta la existencia de los grupos. Así, se dice:
a) Ha de procurarse que la existencia del grupo y la de las vinculaciones existentes entre las sociedades sean
conocidas por los terceros mediante la oportuna publicidad (por ejemplo, a través de la inscripción del grupo, como
tal, en el Registro Mercantil).
b) También es importante que sea relevante el grupo a los efectos de contabilidad anual por medio de la formación
de cuentas y balances consolidados, informes económicos sobre el grupo, etc. (v., en este sentido, arts. 42 y ss. del
C. de c. y arts. 372-374 del RRM, que presumen la identificación registral de las sociedades que forman el grupo;
si bien, como se sabe, no todos los grupos consolidan cuentas, ya que el art. 43 C. de c. prevé diversas excepciones
al deber de consolidación que dificultan conocer esta relevante información contable consolidada).
c) Se ha de buscar una protección especial de los socios minoritarios (o externos) de las sociedades filiales o
dependientes, en cuanto que los intereses de esos socios están en constante conflicto con los de la sociedad
dominante (que frecuentemente es el socio mayoritario), puesto que antepone a esos intereses los del grupo (si
bien, este mismo problema puede llegar a afectar en términos similares, como ha señalado la doctrina, a los socios
minoritarios de la sociedad dominante). Este conflicto no puede encontrar una justa composición con las normas
generales previstas para las sociedades de capital (resulta insuficiente el régimen de impugnación de los acuerdos
sociales previsto en los arts. 204 y ss. LSC), sino que los socios minoritarios o externos han de tener una protección
especial, que puede consistir, como se ha señalado, en otorgarles la facultad de desprenderse de su participación
social por un precio especial (superior al del mercado o, en su caso, de la Bolsa). Esta finalidad trata de cumplirse,
en el caso de las sociedades cotizadas, con el régimen de las ofertas públicas de adquisición (OPAs) al imponer a
quien alcance el control de la sociedad la obligación de formular una oferta a un precio equitativo sobre la totalidad
de las acciones y los titulares de otros valores que den derecho a su suscripción o adquisición (art. 128 y ss. TRLMV,
completado por el RD 1066/2007, de 22 de julio). Ofertas de adquisición que son voluntarias cuando se adquiere
el control de una sociedad no cotizada (v. una referencia a su régimen en el art. 13 del citado RD 1066/2007).
d) La circunstancia de que la esencia del grupo se encuentre en la existencia de una dirección única sobre todas las
sociedades que lo constituyen (dirección que normalmente reside en la sociedad dominante) hace preciso regular
las relaciones entre las sociedades. En especial, hace preciso regular las consecuencias que pueden derivarse del
hecho de que quien dirige el grupo imparta órdenes que, siendo beneficiosas para la sociedad dominante o incluso
para los intereses del grupo, sean perjudiciales para la sociedad dominada, lo que incide no simplemente en los
intereses de los socios minoritarios o externos, a los que hemos hecho referencia, sino también sobre el régimen
de los administradores, tanto de la dominante como de la dominada. Aparece así como problema fundamental la
determinación de cómo puede verse alterado el alcance de los deberes de los administradores por la aparición del
interés del grupo. Un caso principal es el de la vigencia del deber de lealtad de los administradores de una sociedad
filial ante las instrucciones impartidas por la sociedad dominante.
e) También ha de protegerse a los acreedores de las sociedades filiales, concediéndoles la facultad de dirigirse contra
la sociedad matriz cuando no hayan podido cobrar sus créditos de las filiales si aquel impago deriva del perjuicio
patrimonial que estas últimas han sufrido como consecuencia del acatamiento de las políticas de dirección unitaria
ejercidas por la matriz. La jurisprudencia, con el fin de la protección de los terceros, se ha orientado en diversas
ocasiones –y no siempre de forma afortunada– en el sentido de establecer una responsabilidad solidaria a cargo
de todas las sociedades del grupo fundándola en la protección de la apariencia jurídica o en la doctrina del
levantamiento del velo.
f) También ha de proporcionarse una mayor flexibilidad de régimen a las operaciones vinculadas que las sociedades
del mismo grupo realizan entre sí, esto es, las correctamente denominadas –para resaltar su especialidad respecto
de las vinculadas en general– «operaciones intragrupo». Esta orientación ha sido atendida por el legislador
europeo en la Directiva 2017/828, de 17 de mayo, en lo que respecta al fomento de la implicación a largo plazo de
los accionistas, cuya implementación al Derecho español ha supuesto, entre otras modificaciones, la incorporación
del artículo 231 bis LSC a cuyo régimen ya se ha hecho cumplida referencia en el Capítulo 10 (VII.C) en relación con
los deberes de los administradores, al que nos remitimos.
C. LOS GRUPOS Y EL ANTEPROYECTO DE CÓDIGO MERCANTIL
El Anteproyecto de Código Mercantil afronta la carencia de regulación de los grupos antes denunciada,
proporcionando una regulación global y sistemática del fenómeno que atiende en buena parte –aun cuando alguna
de sus propuestas haya sido criticada– a los aspectos necesitados de regulación antes referidos. Los aspectos más
relevantes del tratamiento proyectado pueden resumirse muy sucintamente como sigue:
a) Aunque el concepto de grupo se define en torno al elemento del control como elemento nuclear de los grupos por
subordinación y en torno a ellos conforma una disciplina jurídica global, el Código acoge la existencia de los grupos
por coordinación, a los que hace aplicables las disposiciones previstas para los grupos por subordinación.
b) Se aborda la tan invocada por la doctrina, publicidad (legal) del grupo de sociedades, imponiendo deberes de
información e inscripción (en el Registro Mercantil) de la existencia del grupo.
c) En el ámbito de las relaciones internas entre las sociedades del grupo se consagra el principio de que el control
legitima en interés del grupo la impartición de instrucciones por parte de los administradores de la sociedad
dominante a los de la sociedad o sociedades dependientes, aunque su ejecución pueda causar a éstas un perjuicio
que deberá valorarse teniendo en cuenta el conjunto de ventajas y desventajas de la pertenencia al grupo
(incorporando así la conocida como «doctrina de las ventajas compensatorias»). El perjuicio habrá de ser
compensado en tiempo y forma, de modo que la falta de compensación es el presupuesto de la responsabilidad
por el daño causado que puede exigirse solidariamente a la sociedad dominante, a sus administradores y, en su
caso, a los administradores de la propia sociedad dependiente.
d) La responsabilidad externa de la sociedad dominante, frente a los acreedores de la sociedad dependiente por las
deudas de ésta, se ha configurado, a su vez, como subsidiaria, con fundamento en la apariencia o confianza de que
tal responsabilidad sería asumida, fórmula que deja abierta la valoración de las circunstancias del caso concreto.
e) Se ha incorporado una regla para determinar la eficacia, o no, de las garantías intragrupo, distinguiendo si son
prestadas por la dominante a las dependientes, o a la inversa, con razonables excepciones en este caso.
f) Se ha reconocido un derecho de separación al denominado socio minoritario o externo por integración de la
sociedad en el grupo y por falta de compensación de los perjuicios sufridos por su filial, manteniendo la
responsabilidad solidaria de las sociedades dominante y dependiente para el reembolso de las acciones al socio
separado.
III. AGRUPACIONES DE INTERÉS ECONÓMICO
A. NOCIÓN Y RÉGIMEN
Podemos definir las Agrupaciones de Interés Económico («AIE») como las sociedades mercantiles carentes de ánimo
de lucro que tienen por finalidad el facilitar los resultados de la actividad de sus socios, de forma que su objeto
exclusivo será el desarrollo de una actividad económica auxiliar y diversa de la de éstos. Estas Agrupaciones, por tanto,
están basadas en el principio de coordinación. Se encuentran reguladas en la Ley 12/1991, de 29 de abril, de
Agrupaciones de Interés Económico («LAIE»).
Surgen estas agrupaciones como sociedades de carácter instrumental respecto a sus socios, con el fin de facilitar el
desarrollo de la actividad económica de éstos, pero sin que en ningún caso puedan sustituirla. Por consiguiente, la
actividad de la AIE y la de los socios ha de ser diversa, si bien la de aquélla ha de ser auxiliar de la que desarrollen
éstos. Además, la AIE se caracteriza porque no puede poseer directa o indirectamente participaciones en las
sociedades que sean miembros suyos, ni dirigir o controlar directa o indirectamente las actividades de sus socios o de
terceros (art. 3 LAIE). Los socios de la AIE podrán ser, además de toda clase de empresarios (comprendidos los agrícolas
y los artesanos), las entidades no lucrativas dedicadas a la investigación y quienes ejerzan profesiones liberales (art. 4
LAIE), lo que, como ya se puso de manifiesto, implica un reconocimiento más de la expansión del Derecho mercantil.
La naturaleza societaria de la AIE se reconoce no sólo en el preámbulo de la Ley 12/1991, sino en su propio articulado
(cfr. arts. 1 y 6). Estas agrupaciones se rigen, en primer término, por su propia Ley (que se ha de completar por los arts. 264 a
267 del RRM) y, supletoriamente, por las normas de la sociedad colectiva que resulten compatibles con su naturaleza
(art. 1 LAIE y art. 267 del RRM). Lo cual, a su vez, implica la aplicación a estas agrupaciones de las normas generales sobre
las sociedades mercantiles y, en definitiva, sobre los empresarios.
Por otro lado, ha de advertirse que las Agrupaciones Europeas de Interés Económico («AEIE»), regidas por el Reglamento
CEE 2137/1985, de 25 de junio, que tengan su domicilio en España también están reguladas por la LAIE en los aspectos
en los que dicho Reglamento comunitario (que, como sabemos, tiene eficacia directa en los distintos países de la CE ) remita o
habilite a la legislación interna para ello; precisamente dentro de esa habilitación se encuentra el reconocimiento de
la personalidad jurídica de esas Agrupaciones europeas que tengan su domicilio en España (art. 22 LAIE).
B. DENOMINACIÓN Y CONSTITUCIÓN
En la denominación de la Agrupación deberá figurar necesariamente la expresión «Agrupación de Interés Económico»
o las siglas AIE, que serán exclusivas de esta clase de sociedades. No podrá adoptar una denominación idéntica a la de
otra AIE o sociedad preexistente, debiéndose observar además las normas contenidas en el Reglamento del Registro
Mercantil sobre denominaciones de las sociedades (arts. 6 LAIE y 395 y ss. del RRM).
La AIE ha de constituirse mediante escritura pública que se inscribirá en el Registro Mercantil (arts. 7.1 y 8 LAIE). La
escritura ha de contener un conjunto de menciones necesarias (identidad de los socios, voluntad de los otorgantes de
fundar una Agrupación de interés económico, etc.; cfr. art. 8.1 LAIE) y otras facultativas (referentes al funcionamiento
de los órganos sociales, causas de disolución, etc.; cfr. art. 8.2 LAIE, y el art. 265 del RRM, que parece exigir tales
menciones como necesarias). La nulidad de la AIE determina la apertura del período de liquidación, salvo que fuera
posible subsanar la causa que ocasiona la nulidad (v. art. 9 LAIE).
C. POSICIÓN JURÍDICA DEL SOCIO Y RÉGIMEN DE LOS ÓRGANOS SOCIALES
La sociedad tiene un carácter personalista, que se manifiesta en la aplicación subsidiaria, antes ya referida, de las
normas referentes a las sociedades colectivas (art. 1 LAIE). Las circunstancias personales de cada socio afloran en el
régimen de la admisión, separación y pérdida de la condición de los socios (v. arts. 15 y 16 LAIE). Además, ha de
notarse que, por regla general, para la modificación de la escritura de constitución respecto a determinadas materias
es necesario el acuerdo unánime de todos los socios (art. 10 LAIE y arts. 266 y 267.1 del RRM) y que los socios de la
AIE responden personal y solidariamente de las deudas sociales, si bien con carácter subsidiario respecto a la AIE (art.
5 LAIE), de forma que los acreedores deberán dirigirse en primer lugar contra la AIE.
La asamblea de socios, por regla general, ha de adoptar sus acuerdos por unanimidad. Incluso la Ley refiere esta
unanimidad para ciertos acuerdos que impliquen la modificación de estatutos sobre determinadas materias, no a los
socios asistentes a la asamblea, sino a todos ellos (cfr. art. 10.2 LAIE), lo que puede resultar excesivo. Respecto a otras
cuestiones diversas a las enunciadas en el artículo 10.2 LAIE, cabe que los estatutos establezcan quórum de
constitución y votación distintos, de forma que la asamblea pueda operar bajo el principio mayoritario (art. 10.3 LAIE).
Entendemos que ha de ser válida una cláusula estatutaria que se refiera genéricamente a los acuerdos para los que la
Ley no exige necesariamente la unanimidad. Entre los acuerdos unánimes, según el artículo 266.1 del RRM, se
encuentra la admisión de nuevos socios, la cual ha de inscribirse en el Registro Mercantil mediante escritura pública
otorgada por el socio o socios que se incorporan y por el administrador –dice dicho artículo– «facultado para ello por
acuerdo unánime de los miembros de la asamblea».
Frente a la rigidez del régimen de la asamblea de socios, la Ley establece que la Agrupación será administrada por una
o varias personas designadas en la escritura de constitución o nombradas por acuerdo de los socios. Salvo que en esta
escritura se disponga otra cosa, ha de entenderse que los administradores tienen poderes solidarios, es decir, que
cada uno de ellos por sí solos ostenta la representación de la sociedad, a la que vinculan incluso cuando los actos que
realicen sean extraños al objeto social (arts. 12 y 13 LAIE). Si bien el ámbito del poder de representación es razonable,
no lo es tanto que la titularidad de ese poder sea, por regla general, de cada uno de los administradores, dada la
responsabilidad personal de los socios. Por ello, parece conveniente limitar en la escritura esa titularidad,
estableciendo que para vincular a la sociedad deberán actuar conjuntamente dos o más administradores. El
nombramiento de los administradores en un momento posterior a la constitución de la agrupación puede hacerse por
mayoría, salvo que se haya previsto expresamente en la escritura que el acuerdo de la asamblea ha de ser por
unanimidad (cfr. art. 10.3 LAIE). En todo caso parece oportuno el prever en la escritura que la destitución de los
administradores podrá acordarse por mayoría simple de la asamblea de socios.
IV. LAS UNIONES TEMPORALES DE EMPRESAS
Las llamadas Uniones Temporales de Empresas («UTE») están reguladas por la Ley 18/1982, de 26 de mayo, dictada con
la preocupación de facilitar la colaboración de varias empresas por un tiempo determinado y para ello se conceden a
estas Uniones determinados beneficios fiscales. Se considera como tales a las que surgen de los contratos de
colaboración, de carácter temporal, entre empresarios para el desarrollo o ejecución de una obra, servicio o suministro.
Este contrato, de carácter asociativo, dará lugar a una organización que, según la Ley 18/1982, carece de personalidad
jurídica (art. 7). El contrato habrá de formalizarse en escritura pública y la relación jurídica que nace entre las empresas
podrá tener una duración determinada o no, pero siempre con el límite máximo de diez años, que podrá prorrogarse
excepcionalmente [v. letra c) art. 8]. La escritura no se inscribe en el Registro Mercantil, sino en uno de carácter
administrativo que se lleva en el Ministerio de Economía y Hacienda y que tiene trascendencia a efectos fiscales (cfr.
art. 8, cit.).
La escritura habrá de prever la organización del funcionamiento de la UTE y por ello la Ley 18/1982 exige que contenga
determinadas menciones. Cabe destacar que es preciso el nombramiento de un gerente, que será único y con poder de
representación de la UTE [letra d) del art. 8], lo que trasluce una cierta personificación jurídica de la Unión, la cual habrá
de operar bajo una denominación en la que figurará el nombre de una o de todas las empresas agrupadas, seguida de
la expresión «Unión Temporal de Empresas, Ley 18/1982». Los miembros de la Unión responderán frente a los terceros
con carácter solidario e ilimitado por los actos y operaciones realizadas en beneficio común [letra e), 8, del art. 8].
V. LAS INSTITUCIONES DE INVERSIÓN COLECTIVA
A. RÉGIMEN, NOCIÓN Y CLASES
a) Las Instituciones de Inversión Colectiva se corresponden con los «Organismos de Inversión Colectiva en Valores
Mobiliarios» (OICVM) regulados en el Derecho comunitario por la Directiva 2009/65/CE, de 13 de julio de 2009,
que parte de un concepto amplio de OICVM cuya esencia consiste en la captación pública de fondos, en la inversión
y gestión común de los mismos, en el reparto de los riesgos y resultados derivados de aquella inversión y en el
ofrecimiento de contrapartida por parte del OICVM a sus partícipes o socios. Además, la Directiva 2009/65/CE
excluye de su ámbito de aplicación los organismos de inversión colectiva de tipo cerrado o privados (art. 3). Junto
a estos OICVM, el Derecho europeo ha regulado los Fondos de Inversión Alternativos mediante la Directiva
2011/61/UE, que se ocupa de sus gestores. Estos FIA –que se conocen en la práctica como «hedge funds»– se
caracterizan por no tener limitadas las operaciones e inversiones que pueden realizar.
b) Las Instituciones de Inversión Colectiva están reguladas, en nuestro ordenamiento, por la Ley 35/2003, de 4 de
noviembre (que ha sufrido diversas modificaciones, entre otras, la más reciente, por el Real Decreto-ley 24/2021,
de 2 de noviembre). El desarrollo reglamentario de la Ley 35/2003 se ha llevado a efecto por el RD 1082/2012, de
13 de julio y otras disposiciones reglamentarias. Por otro lado, se ha de destacar que la Ley ha transferido las
competencias que correspondían directamente al Ministerio de Economía y Hacienda sobre autorización y
supervisión de estas Instituciones a la CNMV que ha dictado numerosas Circulares en esta materia.
La Ley 5/2021, de 12 de abril, por la que se modifica la LSC y otras normas financieras, en lo que respecta al fomento
de la implicación a largo plazo de los accionistas en las sociedades ha introducido cambios normativos
particularmente relevantes, como hemos visto, en la LSC, en la LMV y en otras normas financieras propias de la
regulación mercantil. En particular, destacan las adiciones que esta Ley 5/2021 introduce en la LIIC y en la Ley
22/2014 para recoger el nuevo régimen de implicación a largo plazo de los inversores institucionales –las IIC, las
ECR, las entidades aseguradoras y los fondos de pensiones– en la vida de las sociedades anónimas cotizadas en
cuyas acciones invierten. Así, el artículo primero de la Ley 5/2021 modifica la LIIC añadiendo un artículo 47 ter
sobre política de implicación. De forma simétrica, su artículo cuarto introduce un nuevo artículo 67 bis en la Ley
22/2014. En ambos preceptos se regulan de forma simétrica los aspectos de la política de implicación de las SGIIC
y de las SGEIC. Asimismo, el artículo primero de la Ley 5/2021 modifica la LIIC añadiendo un artículo 47 quater
sobre obligaciones de información de la SGIIC cuando presta servicios de gestión de activos de entidades
aseguradoras o planes y fondos de pensiones de empleo. Y su artículo cuarto introduce un nuevo artículo 67 ter
en la Ley 22/2014. En ambos preceptos se regulan de forma simétrica las obligaciones de información de las SGIIC
y de las SGEIC cuando prestan servicios de gestión de activos de entidades aseguradoras o planes y fondos de
pensiones de empleo.
c) En relación con las reformas legislativas que acabamos de señalar, interesa hacer una referencia a la implicación a
largo plazo de los aseguradores como inversores institucionales. En concreto, mediante la modificación del
ROSSEAR por el Real Decreto 288/2021 como consecuencia de la transposición de la Directiva (UE) 2017/828, por
la que se modifica la Directiva 2007/36/CE en lo que respecta al fomento de la implicación a largo plazo de los
accionistas; de forma paralela a la reforma de la LIIC y de la Ley 22/214 por la Ley 5/2021, que acabamos de
examinar en los dos epígrafes precedentes. Y ello es así porque esta reforma del ROSSEAR implica a las SGIIC y a
las SGEIC.
Destaca, por su amplitud, la reforma introducida por la Disposición final cuarta de la Ley 6/2023, de 17 de marzo,
de los Mercados de Valores y de los Servicios de Inversión (LMV) en la Ley 35/2003 que afecta a numerosos
aspectos tales como la noción de participación en el patrimonio de un fondo de inversión, las comisiones que
podrán percibir las sociedades gestoras y los depositarios, el concepto y número mínimo de accionistas de las
sociedades de inversión, los requisitos que deberán cumplir, los documentos informativos que deberán publicar
para su difusión entre los accionistas, partícipes y público en general la sociedades gestoras, para cada uno de los
fondos de inversión que administre, y las sociedades de inversión, etc.
d) La Ley 35/2003 parte de una noción de estas Instituciones diciendo que son «aquellas que tienen por objeto la
captación de fondos, bienes o derechos del público para gestionarlos e invertirlos en bienes, derechos, valores u
otros instrumentos, financieros o no, siempre que el rendimiento del inversor se establezca en función de los
resultados colectivos» (art. 1). Por lo tanto, la característica esencial de estas Instituciones consiste en servir de
vehículos para la gestión colectiva de la inversión. Esta noción o delimitación legal se basa en tres elementos que
se corresponden con el proceso cronológico de actuación de estas Instituciones y que son: a) La captación pública
de recursos. Se trata de una captación doblemente pública porque se capta del público inversor y se utilizan medios
de publicidad en dicha captación. b) La gestión colectiva de los recursos captados mediante su inversión en valores.
Este carácter colectivo implica una serie de rasgos estructurales (constitución de un patrimonio común
copropiedad de los socios o partícipes, existencia de un gestor y depositario único, etc.) y funcionales (criterios
comunes de inversión). c) La asignación colectiva de los resultados de aquella gestión, esto es, el establecimiento
del rendimiento del inversor en función de resultados colectivos.
e) En el Derecho europeo, los OICVM «pueden revestir la forma contractual (fondos comunes de inversión
gestionados por una sociedad de gestión) o de trust (unit trust) o la forma estatutaria (sociedad de inversión)»
(art. 1.3 de la Directiva 2009/65/CE). Por lo tanto, se distinguen dos clases de OICVM: los fondos de inversión y las
sociedades de inversión. Este criterio de distinción conforme a su estructura jurídica que diferencia los OICVM
societarios y fundacionales tiene efectos decisivos en cuanto a su estatuto jurídico, ya que la falta de personalidad
jurídica propia de los fondos de inversión exige necesariamente la presencia de una sociedad de gestión, encargada
de la administración del patrimonio y de un depositario, encargado de la custodia de sus activos.
f) En el Derecho español, las Instituciones de Inversión Colectiva se pueden clasificar conforme a dos criterios, el de
su estructura jurídica y el de los bienes en los que invierten. Si combinamos ambos criterios podemos distinguir,
por una parte, los fondos de inversión, que pueden tener carácter financiero y son los fondos de inversión colectiva
de carácter financiero y, dentro de ellos, los fondos de inversión cotizados, o carácter inmobiliario y son los Fondos
de Inversión Inmobiliaria (FII). Por otra parte, las sociedades de inversión, que pueden tener carácter financiero y
son las Sociedades de Inversión de Capital Variable (SICAV), o carácter inmobiliario que son las Sociedades de
Inversión Inmobiliaria (SII). Además, hay que tener en cuenta que las IIC de carácter financiero pueden constituirse
como IIC de Inversión Libre.
B. FONDOS DE INVERSIÓN
a) Dentro de estas Instituciones, la Ley configura a los fondos de inversión como «patrimonios separados sin
personalidad jurídica, pertenecientes a una pluralidad de inversores, incluidos entre ellos otras Instituciones de
Inversión Colectiva, cuya gestión y representación corresponde a una sociedad gestora, que ejerce las facultades
de dominio sin ser propietaria del fondo, con el concurso de un depositario, y cuyo objeto es la captación de fondos,
bienes o derechos del público para gestionarlos e invertirlos en bienes, derechos, valores u otros instrumentos,
financieros o no, siempre que el rendimiento del inversor se establezca en función de los resultados colectivos»
(art. 3).
Se trata, por consiguiente, de patrimonios formados por las aportaciones de los partícipes, normalmente en dinero,
que la sociedad gestora invierte por regla general en acciones, obligaciones u otros valores diversos cotizados en
Bolsa u otros mercados, e incluso en participaciones de otras Instituciones, entregando la custodia de todo el
patrimonio a un depositario. El partícipe tendrá derecho al valor de la parte que corresponda a las participaciones
que haya suscrito; valor que dependerá del precio de mercado de los bienes que constituyan el fondo. La
circunstancia de que esos bienes sean diversos, incluso que se negocien en Bolsas diferentes, hará que su
cotización oscile al alza o a la baja, y se producirá una compensación de los riesgos de esa cotización de los bienes
que constituyen el fondo. El valor de cada participación en el fondo vendrá determinado por la división que en
cada momento tengan los bienes del fondo y el número de participaciones que lo forman.
Un fondo podrá dividirse en secciones (o «compartimentos», como los llama la Ley), que tendrán una
denominación específica (v. gr., por la naturaleza de los bienes que lo forman) y tendrán autonomía plena dentro
del fondo. Cada compartimento recibirá una denominación específica en la que necesariamente deberá incluirse
la denominación del fondo y dará lugar a la emisión de sus propias participaciones, que podrán ser de diferentes
clases, representativas de la parte del patrimonio del fondo que les sea atribuido, que responderá exclusivamente
de los costes, gastos y demás obligaciones expresamente atribuidas a ese compartimento (art. 3.2).
La sociedad gestora y el depositario del fondo percibirán del mismo comisiones de gestión y de depósito,
respectivamente y, además, la sociedad gestora percibirá de los partícipes comisiones de suscripción y reembolso
de las participaciones en el fondo.
b) El fondo se constituirá, una vez obtenida la preceptiva autorización administrativa, mediante una o varias
aportaciones iniciales, lo que quedará documentado en un contrato entre la sociedad gestora y un depositario que
podrá formalizarse en escritura pública. El contenido mínimo del contrato se fijará reglamentariamente y en él se
detallará el valor de cada participación, los derechos de los partícipes, así como las obligaciones y derechos de la
sociedad gestora y del depositario. El número de partícipes en un fondo de inversión, salvo que establezcan un
número diferente las normas reglamentarias, no podrá ser inferior a 100.
La sociedad gestora y el depositario podrán ser autorizados, antes de la constitución del fondo, para llevar a cabo
una suscripción pública de participaciones (art. 4).
c) El partícipe adquiere su condición mediante la realización de la aportación al patrimonio común. El partícipe podrá
ser titular de varias participaciones, siendo cada una de ellas la parte alícuota en la que se divide el patrimonio del
fondo. El valor liquidativo de cada participación (pudiendo el fondo tener participaciones de diversas clases) será
el que resulte de dividir el valor de la parte del patrimonio que corresponda a cada clase, por el número de
participaciones en circulación de esa clase. Con carácter general, las suscripciones y reembolsos de las
participaciones en los fondos de inversión deberán realizarse en efectivo.
El partícipe tiene los derechos reconocidos por la Ley y las normas que la desarrollan, así como las indicadas en el
reglamento de gestión del fondo. El artículo 5.3 de la Ley establece que los partícipes tendrán como mínimo los
siguientes derechos:
a) Solicitar y obtener el reembolso del valor de sus participaciones;
b) Solicitar y obtener el traspaso de sus inversiones entre Instituciones de Inversión colectiva, en los términos
establecidos en la Ley;
c) Obtener información completa, veraz, precisa y permanente sobre el fondo, el valor de las participaciones así
como la posición del partícipe en el fondo;
d) Exigir responsabilidades a la sociedad gestora y al depositario por el incumplimiento de sus obligaciones legales
y reglamentarias;
e) Acudir al departamento de atención al cliente o al defensor del cliente, así como, en su caso, al Comisionado
para la Defensa del Inversor, en los términos establecidos por la Ley.
En particular, la sociedad gestora deberá publicar para su difusión entre los partícipes y el público en general,
respecto de cada uno de los fondos que administre, un folleto, un documento con los datos fundamentales para el
inversor y un informe anual, otro semestral y otro trimestral.
C. SOCIEDADES DE INVERSIÓN
Las Instituciones de Inversión Colectiva, definidas en el artículo 1 de la Ley, pueden adoptar la forma de sociedad
anónima y cuyo objeto social será precisamente el desarrollo de la actividad propia de estas Instituciones. Sociedades
anónimas que tienen un régimen especial complejo, a las que se aplica de forma subsidiaria la LSC y la LME en lo
previsto para este tipo social.
La Ley vigente, a diferencia de la precedente, que admitía sociedades de inversión mobiliaria de capital fijo y de capital
variable, ha establecido que todas estas sociedades han de ser de capital variable.
Como notas características de estas sociedades podemos destacar las siguientes: a) El capital de las sociedades de
inversión habrá de estar íntegramente suscrito y desembolsado desde su constitución; b) A diferencia de los fondos
de inversión, quienes participan en estas sociedades son los titulares de sus acciones, que podrán ser de series
diferentes, en especial cuando el patrimonio de la sociedad se divida en secciones autónomas (o «compartimentos»,
como los llama la Ley); c) El número de accionistas de las sociedades de inversión, salvo que las normas reglamentarias
establezcan un número diverso, no podrá ser inferior a 100; d) Son sociedades anónimas de capital variable, que podrá
aumentar o disminuir dentro de los límites de capital máximo y mínimo fijado por los estatutos; e) La sociedad puede
tener acciones «en cartera», formada por las que la sociedad no haya puesto en circulación y por las que haya
adquirido de los accionistas que se han separado de la sociedad obteniendo por ellas el valor de liquidación que les
corresponda; f) El valor de cada acción es el que resulte de dividir el capital social por el número de acciones que estén
en circulación, esto es, en poder de accionistas; g) La administración de la sociedad puede verse reducida si encarga
total o parcialmente a una sociedad gestora la gestión de los valores que forman su patrimonio; h) Los valores de la
cartera han de estar en posesión de un depositario; éste tiene también como función la vigilancia bien de la sociedad
gestora o bien de la actuación de los administradores de la propia sociedad de inversión, en el supuesto de que esta
sociedad no haya confiado la totalidad de la gestión de la cartera a una sociedad gestora.
D. SOCIEDADES GESTORAS DE INSTITUCIONES DE INVERSIÓN COLECTIVA
Las Sociedades Gestoras de Instituciones de Inversión Colectiva son sociedades anónimas que se regirán por la Ley
35/2003 (art. 40 y ss.) y su normativa de desarrollo reglamentario y, supletoriamente, por la LSC. Su objeto social
consiste en la administración, representación, gestión de las inversiones y gestión de las suscripciones y reembolsos
de los fondos y sociedades de inversión. Además, estas Sociedades Gestoras podrán ser autorizadas para realizar las
siguientes actividades:
a) Gestión de carteras de inversores individuales (sean personas físicas o jurídicas) y también de las inversiones
pertenecientes a fondos de pensiones;
b) Administración, representación, gestión y comercialización de fondos de capital riesgo, de las Entidades de
CapitalRiesgo (reguladas por la Ley 22/2014, de 12 de noviembre);
c) Asesoramiento sobre inversiones en instrumentos financieros;
d) Custodia y administración de las participaciones de los fondos de inversión y de las acciones de las sociedades de
inversión.
Estas Sociedades Gestoras deberán cumplir unos requisitos de acceso a su actividad típica, que pasan por revestir la
forma de sociedad anónima, tener un objeto social exclusivo, disponer del capital social mínimo establecido
reglamentariamente, contar con un consejo de administración y una buena organización administrativa y contable,
etc. Una vez verificado que se cumplen tales requisitos, serán autorizadas por la CNMV y deberán inscribirse en el
registro público que lleva esta última entidad y en el Mercantil. Una vez autorizadas e inscritas, deberán cumplir una
serie de condiciones de ejercicio de su actividad que abarcan, entre otras, someter sus cuentas anuales a auditoría,
tener un departamento de atención al cliente, dar publicidad a las participaciones significativas en su capital, etc.
Las Sociedades Gestoras autorizadas en España podrán ejercer su actividad en otros Estados miembros de la UE
estableciendo una sucursal o mediante la libre prestación de servicios del mismo modo que las Sociedades Gestoras
autorizadas en otro Estado miembro de la UE podrán realizar en España su actividad cumpliendo los requisitos
legalmente establecidos. Sin embargo, las Sociedades Gestoras extracomunitarias que pretendan abrir una sucursal
en España o prestar servicios sin sucursal deberán ser autorizadas en los términos legalmente previstos.
E. DEPOSITARIOS DE INSTITUCIONES DE INVERSIÓN COLECTIVA
Los depositarios son las entidades a las que se encomienda el depósito o custodia de los valores, efectivo y, en general,
de los activos objeto de las inversiones de las Instituciones de Inversión Colectiva, así como la vigilancia de la gestión
de las Sociedades Gestoras de tales Instituciones. En el caso de que las sociedades de inversión no hubieran conferido
en su totalidad la gestión de la cartera a una Sociedad Gestora, el depositario deberá ejercer vigilancia, según ya hemos
dicho, sobre los administradores de esa sociedad (v. art. 57). Cada Institución tendrá un solo depositario, y ninguna
entidad podrá ser simultáneamente gestora y depositaria de una misma Institución, salvo en los supuestos de carácter
excepcional en que se admita esta posibilidad.
Podrán ser depositarios los bancos, las cajas de ahorro, incluida la Confederación Española de Cajas de Ahorro, las
cooperativas de crédito, las sociedades y las agencias de valores. Todos ellos deberán ostentar la condición de entidad
participante en los sistemas de compensación, liquidación y registro en los mercados en los que vayan a operar, sea
como tal o a través de otra entidad participante. En este último caso, la entidad participante deberá tener desglosada
la cuenta correspondiente.
El depositario deberá tener su domicilio social o, en su caso, una sucursal en España (v. art. 58). Los depositarios deben
ser autorizados por la CNMV e inscribirse en el registro público administrativo que lleva dicha entidad (v. art. 59).
Los depositarios deberán actuar de manera independiente y en interés de los inversores en las instituciones y podrán
pedir a la sociedad gestora toda la información que precisen para el ejercicio de sus funciones, debiendo comunicar a
la CNMV cualquier anomalía que detecten en aquella gestión. El depositario está obligado a exigir a la sociedad gestora
responsabilidad en el ejercicio de sus funciones en nombre de los partícipes (v. art. 62).
F. INSTITUCIONES DE INVERSIÓN COLECTIVA INMOBILIARIA
La Ley, como supuesto más importante de las Instituciones de Inversión Colectiva no financiera, se ocupa de las de
inversión colectiva inmobiliaria. Su nota característica radica en que su objeto principal es la inversión en bienes
inmuebles de naturaleza urbana para su arrendamiento. Estas Instituciones pueden adquirir la forma de fondos o de
sociedades de inversión inmobiliaria (v. arts. 35 y ss. de la Ley). La Ley 35/2003 y su normativa de desarrollo
reglamentario establecen normas de inversión específicas para este tipo de instituciones inmobiliarias que les obligan
a cumplir un coeficiente de liquidez que garantice el reembolso de sus participaciones o acciones y un coeficiente de
diversificación de sus riesgos que limiten la inversión en un solo inmueble y el arrendamiento de bienes inmuebles a
entidades de un mismo grupo. En particular, los Fondos de Inversión Inmobiliaria están sometidos a normas específicas
sobre la tasación de su patrimonio inmobiliario y sobre el cálculo del valor liquidativo y el reembolso de sus
participaciones (v. art. 38).
VI. LAS ENTIDADES DE INVERSIÓN COLECTIVA DE TIPO CERRADO
A. LA NOCIÓN GENERAL DE INVERSIÓN COLECTIVA DE TIPO CERRADO
La Ley 22/2014 regula la inversión colectiva de tipo cerrado, por referencia a las Entidades de Inversión Colectiva de
tipo Cerrado (incluidas las Entidades de Capital Riesgo) y las diferencias de la inversión colectiva de tipo abierto
realizada por las Instituciones de Inversión Colectiva, reguladas por la Ley 35/2003. Esta inversión colectiva de tipo
cerrado se realiza por entidades de inversión colectiva en las que la política de desinversión de sus socios o partícipes
cumpla con los dos requisitos siguientes: que las desinversiones se produzcan de forma simultánea para todos los
inversores o partícipes y que lo percibido por cada inversor o partícipe lo sea en función de los derechos que
correspondan a cada uno de ellos, de acuerdo con los términos establecidos en sus estatutos o reglamentos para cada
clase de acciones o participaciones (art. 2 de la Ley 22/2014).
La Ley 22/2014 ha sido objeto de varias modificaciones. Entre las más recientes, podemos mencionar la introducida
por el art.17 de Ley 18/2022, de 28 de septiembre, de creación y crecimiento de empresas. En particular, destaca la
reforma introducida por la Disposición final novena de la Ley 6/2023, de 17 de marzo, de los Mercados de Valores y
de los Servicios de Inversión (LMV) en la Ley 22/2014 que afecta a diferentes aspectos tales como los requisitos de
autorización y de sustitución de las SGEIC y los servicios accesorios que podrán realizar estas SGEIC, los documentos
que deberán publicar estas SGEIC por cada una de las ECR o EICC que gestionen para su difusión entre los partícipes y
accionistas, los registros públicos que deberá mantener la CNMV, etc.
B. LAS ENTIDADES DE INVERSIÓN COLECTIVA DE TIPO CERRADO
Las entidades de inversión colectiva de tipo cerrado (EICC) son aquellas entidades de inversión colectiva que,
careciendo de un objetivo comercial o industrial, obtienen capital de una serie de inversores, mediante una actividad
de comercialización, para invertirlo en todo tipo de activos financieros o no financieros, con arreglo a una política de
inversión definida. De esta noción general de EICC se excluyen, por una parte, las ECR, porque constituyen una
categoría especial sujeta a normas propias; y, por otra, las IIC reguladas en la Ley 35/2003 (porque desarrollan la
inversión colectiva de tipo abierto).
Las EICC deberán estar gestionadas por SGEICC y pueden adoptar la forma jurídica de sociedades, que se
denominarán sociedades de inversión colectiva de tipo cerrado (SICC), o de fondos, que se denominarán fondos de
inversión colectiva de tipo cerrado (FICC) (art. 4 de la Ley 22/2014).
La Ley 22/2014 establece el régimen jurídico de estas SICC y de los FIC mediante el expediente técnico de remitirse a
la regulación de las SCR y de los FCR, con algunas adaptaciones relativas a su objeto y actividades complementarias y
a la exigencia de que las aportaciones al patrimonio para su constitución inicial y las posteriores se realicen
exclusivamente en efectivo (art. 38).
También establece la Ley 22/2014 el régimen jurídico de los fondos de capital riesgo europeos (FCRE) y de los fondos
de emprendimiento social europeos (FESE) por remisión, respectivamente, a los Reglamentos 345/2013 y 346/2013
(arts. 39 y 40).
C. LAS ENTIDADES DE CAPITAL-RIESGO
Las entidades de capital-riesgo (ECR) son un tipo especial de entidades de inversión colectiva de tipo cerrado que
obtienen capital de una serie de inversores mediante una actividad comercial cuyo fin mercantil es generar ganancias
o rendimientos para los inversores y cuyo objeto principal consiste en la toma de participaciones temporales en el
capital de empresas de naturaleza no inmobiliaria ni financiera que, en el momento de la toma de participación, no
coticen en el primer mercado de bolsas de valores o en cualquier otro mercado regulado equivalente de la Unión
Europea o del resto de países miembros de la OCDE.
La regla general de la caracterización doblemente negativa –no inmobiliaria ni cotizada– de la inversión de estas ECR
puede verse exceptuada por la extensión de sus inversiones a valores emitidos por empresas mayoritariamente
inmobiliarias o por empresas no financieras cotizadas, siempre que se cumplan los requisitos legales (art. 9 Ley
22/2014).
Además, estas ECR –para el desarrollo de su objeto social principal– podrán realizar las actividades complementarias
de concesión de préstamos participativos o de otras formas de financiación para sociedades participadas que formen
parte del coeficiente obligatorio de inversión; de asesoramiento dirigidas a las empresas que constituyan el objeto
principal de su inversión, estén o no participadas por las propias ECR. Estas actividades complementarias se realizarán,
en el caso de los FCR, por sus sociedades gestoras; y, en el caso de las SCR, por ellas mismas o por sus sociedades
gestoras (art. 10 Ley 22/2014).
Las ECR pueden clasificarse conforme a los dos criterios siguientes:
a) Según el régimen de sus inversiones, pueden ser ECR generales, sujetas, entre otros requisitos, al coeficiente
obligatorio de inversión del art. 13; o ECR-Pyme, sujetas, entre otros requisitos, al coeficiente obligatorio de
inversión del art. 21.
b) Según su forma jurídica, pueden adoptar la forma de sociedades de capital riesgo (SCR) o de fondos de capital
riesgo (FCR). Estos últimos serán gestionados necesariamente por SGEIC o por una SGIIC; mientras que las SCR
pueden delegar su gestión en estas últimas (art. 3 y 9).
Las ECR están sometidas a una serie de normas comunes que operan con independencia de su forma jurídica, y
regulan su constitución, la reserva de su denominación y su política de inversiones, distinguiendo los requisitos
exigibles a las ECR generales y a las ECR Pyme. En cada caso, se establecen el coeficiente obligatorio de inversión, la
inversión en otras ECR, el coeficiente de libre disposición, las limitaciones de grupo y los criterios de diversificación
de las inversiones, el régimen de los incumplimientos temporales de los límites establecidos en las inversiones, el
activo computable, otros límites a las inversiones y la posible adquisición de participaciones en empresas no
financieras cotizadas en mercados regulados.
Por otro lado, existen una serie de normas especiales sobre los dos grandes tipos de ECR según su forma jurídica: las
SCR y los FCR:
a) El régimen jurídico de las sociedades de capital-riesgo (art.26 y ss.) abarca su definición y régimen jurídico como
sociedades anónimas especiales, su capital mínimo de 1.200.000 euros (900.000 euros en caso de ECR-Pyme), la
valoración de su patrimonio y la determinación del valor liquidativo de sus acciones, el régimen de sus
modificaciones estructurales (transformación, fusión, escisión y demás operaciones societarias) y la eventual
delegación de la gestión en una SGEIC o en una SGIIC.
b) El régimen jurídico de los fondos de capital-riesgo (art. 30 y ss.) abarca su definición y régimen jurídico como
patrimonios separados, su patrimonio mínimo de 1.650.000 euros, su constitución, el contenido mínimo de su
reglamento de gestión, el régimen de suscripción y reembolso de las participaciones, su administración necesaria
por una SGEIC o una SGIIC, su fusión y su disolución y liquidación.