Resumen Historia Pau
Resumen Historia Pau
Los antecedentes y causas de esta guerra fueron la inestabilidad del reinado de Carlos IV debido a una crisis de la monarquía y a una complicada
situación internacional por el comienzo de la Revolución Francesa en 1789.
Durante el gobierno de Floridablanca, el inicio de la Revolución Francesa (1789) obligó a que se llevara a cabo una política de aislamiento para
evitar la expansión del liberalismo revolucionario en España. Durante el gobierno del conde de Aranda, se emprendió una política más prudente
y neutral. Finalmente, el gobierno de Manuel Godoy (1792-1808) presentó dos etapas. En la primera tuvo lugar la derrota española en la Guerra
contra la Convención y la firma de la Paz de Basilea, 1795. En la segunda, tras el ascenso de Napoleón al poder, España se alió con Francia en el
Primer y segundo Tratado de San Ildefonso y los Pactos con Francia de 1804, que provocaron su derrota en la Batalla de Trafalgar (1805) contra
Inglaterra. Por último, se firmó el Tratado de Fontainebleau (1807), en el que Napoleón Bonaparte, en su intento de expansión, pactó con Manuel
Godoy la entrada de las tropas francesas a la península para ocupar Portugal y dividirlo en tres provincias, una de las cuales sería para Godoy.
La crisis de la monarquía de Carlos IV sucedió por distintas razones. Para empezar, las guerras contra Inglaterra y Francia, los problemas agrícolas
y la crisis del sector manufacturero causaron una crisis económica en el país. Para hacerla frente, Godoy llevó a cabo una desamortización de las
tierras de la Iglesia, sin lograr recuperar el déficit de la Hacienda. Esto generó un conflicto con la Iglesia que, junto con el descontento social por
la dejación de las tareas de gobierno de Carlos IV y Godoy, su enriquecimiento personal y el favor de la reina a Godoy, provocaron una crisis
política. Esta crisis se agravó también por las conspiraciones de Fernando VII, el heredero al trono, contra Carlos IV y Godoy, como la Conspiración
de El Escorial (1807) o el Motín de Aranjuez (1808), que provocó la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando.
Una de las causas inmediatas de la guerra fue la invasión de las tropas francesas. Su entrada y presencia en la península por el Tratado de
Fontainebleau causó un profundo malestar entre la población, que consideraba que el ataque de Portugal era una excusa para ocupar toda la
Península. Al mismo tiempo, Napoleón convocó a Carlos IV y Felipe VII a la ciudad francesa de Bayona, donde sucedieron las Abdicaciones de
Bayona. Napoleón les convenció, a cambio de compensaciones territoriales y económicas, para abdicar en su nombre y cederle el trono para él
entregárselo a su hermano José Bonaparte, que se convirtió en José I de España. Junto con estos motivos, la salida del país de los últimos
representantes de la familia real provocó el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid contra las tropas francesas presentes en la ciudad.
Esta insurrección se extendió rápidamente a muchas localidades de España bajo el liderazgo de las autoridades locales, que publicaron bandos
contra el ejército francés, y fue reprimida duramente por el ejército napoleónico al mando del general Murat. Posteriormente, el alcalde de
Móstoles declaró el inicio de la guerra.
Los principales bandos de la guerra fueron el bando francés y el antifrancés. El ejército francés, la Grand Armée de Napoleón, formado por
200.000 hombres, era muy superior en técnica y estrategia al español. El bando francés era apoyado en España por los afrancesados, un grupo
ideológico minoritario partidario de José I y su sistema de gobierno. Por otro lado, el bando antifrancés, con una importante inferioridad respecto
al francés, fue apoyado por Inglaterra y Portugal. En España eran apoyados por el grupo ideológico de los “patriotas”, divididos en liberales y
tradicionalistas. José I intentó instaurar un gobierno liberal en el país mediante reformas revolucionarias políticas y sociales, que se recogen en
el Estatuto de Bayona (una carga otorgada impuesta sobre la población). Sin embargo, a excepción de los afrancesados, la gran parte de la
población no estaba a favor de este sistema. Por esta razón, los liberales se organizaron al margen del gobierno de José I y siguieron reconociendo
a Fernando VII como rey (pensando que se encontraba cautivo y que reconocería su labor al llegar). Crearon Juntas locales y provinciales, dirigidas
por la Junta Central, que se encargaban de la organización de la política del país y de dirigir la defensa y resistencia en la guerra. También
convocaron las Cortes de Cádiz, que culminaron con la Constitución de 1812. Los tradicionalistas, por su parte, eran afines al Antiguo Régimen.
Además, un elemento esencial del bando antifrancés fueron las guerrillas, resistencias poco numerosas que atacaban al enemigo mediante
asaltos sorpresa o espontáneos.
La Guerra de Independencia puede dividirse en tres fases. En la primera fase (mayo-octubre 1808), los franceses ocuparon la península,
provocando una importante reacción y resistencia española: como el sitio de Zaragoza (Palafox); la Batalla de Bailén, que supuso la primera
derrota importante del ejército francés; y el éxito del duque de Wellington sobre Francia en apoyo a Portugal. En la segunda fase (octubre 1808
- 1812), la victoria en Ocaña en octubre de 1809 y el avance hacia el sur permitieron a Napoleón la ocupación de gran parte de España, quedando
libres únicamente Cádiz y el este peninsular. Entre 1810 y 1812, las tropas napoleónicas alcanzaron el máximo control militar sobre la población.
En esta fase, Napoleón y la Grand Armée intervinieron personalmente en España para pacificar la situación. Sin embargo, debido a la coalición
antifrancesa europea generada por la campaña de Rusia, regresó a Francia y tuvo que retirar las tropas de España para centrarse en Europa.
Especialmente en esta fase, la acción de las guerrillas fue un factor crucial en la lucha contra el ejército francés, porque al tratarse de resistencias
populares espontáneas e inesperadas, el ejército napoleónico no estaba preparado para hacerlas frente. En la tercera fase (1813-1814) se
produjo la ofensiva final debido al debilitamiento de las tropas francesas en la Península por la campaña de Rusia. Esto benefició a las tropas
angloespañolas de Wellington, que derrotaron a los franceses en las batallas de Ciudad Rodrigo y los Arapiles (Julio 1812). Tras estas batallas,
las Cortes españolas nombraron a Wellington jefe de los ejércitos españoles y actuaron desde entonces bajo su mando. El avance de las tropas
angloespañolas obligó a José I y los franceses a retirarse a Valencia. Sin embargo, tras la derrota en Vitoria (junio 1813) y en San Marcial (agosto
1813), el ejército francés abandonó España. Es por esto que, finalmente, Napoleón firmó con Fernando VII el tratado de Valençay (diciembre
1813), en el cual Fernando VII fue repuesto en el trono, dando fin a la Guerra de Independencia.
Las Cortes de Cádiz abrieron sesiones el 24 de septiembre de 1810 y proclamaron como rey legítimo a Fernando VII, ya que consideraban que
se encontraba cautivo y que apoyaría la labor legislativa de los liberales cuando regresara a España. El principal objetivo de las Cortes de Cádiz
fue la abolición del sistema del Antiguo Régimen y su sustitución por el liberalismo.
La composición social de las Cortes de Cádiz mostraba la compleja situación de la sociedad del momento. Los grupos sociales que predominaron
en ellas fueron las clases medias urbanas, los eclesiásticos, los abogados y algunos comerciantes. Por el contrario, no hubo una gran
representación de artesanos, trabajadores de la industria o campesinos. Los grupos ideológicos de estas Cortes se dividían en los absolutistas,
partidarios de la monarquía absoluta y que estaban en contra de las reformas liberales; un grupo que pretendía un régimen intermedio entre el
absolutismo y el modelo constitucional basado en la soberanía de la nación; y los liberales, partidarios de cambios radicales y con influencia del
pensamiento ilustrado que proponían la redacción de una constitución para garantizar una monarquía limitada y una estructura igualitaria de la
Sociedad. Sin embargo, debido a la dificultad de desplazamiento por la situación de guerra en la península, muchos diputados no pudieron acudir
a la convocatoria y fueron sustituidos por diputados de Cádiz, que era un importante centro comercial y con gran influencia liberal. Es por esto
que, finalmente, la mayoría de los diputados de las Cortes fueron de ideología liberal, lo que explica el carácter liberal de la Constitución de 1812.
Para lograr su propósito, las Cortes llevaron a cabo una labor legislativa con diferentes reformas y redactaron la Constitución de 1812.
La labor legislativa de las Cortes de Cádiz supuso el fin de las estructuras del Antiguo Régimen. El primer decreto de las Cortes estableció que la
soberanía residía en la nación y que las Cortes asumían su representación, por lo que se limitaron los poderes del rey al dejar de ser soberano.
Además, proclamaron la igualdad ante la ley, lo que significó el fin de la sociedad estamental basada en la desigualdad jurídica. Asimismo, se
promovieron diversas reformas en las instituciones políticas, económicas, jurídicas y sociales del Estado. Entre estas reformas estaban la
supresión de la Inquisición; la abolición del régimen señorial y de los señoríos jurisdiccionales; la abolición de la tortura; la libertad de imprenta
y la supresión de la censura privada... En cuanto a las reformas económicas, estas incluyeron la liberación económica, comercial y de trabajo
mediante la abolición del régimen gremial y de la Mesta; una reforma de la Hacienda que incluía la supresión de los antiguos tributos; y diversas
desamortizaciones, como la desamortización eclesiástica (incautación de los bienes de las Órdenes militares y de los jesuitas) y la
desamortización de los bienes propios y baldíos (no cultivados).
El objetivo final de las Cortes de Cádiz fue la redacción de la primera constitución en España. Tras un intenso debate sobre el modelo de
constitución y monarquía, esta se promulgó el 19 de marzo de 1812 (y como aquel día era la fiesta de San José, se conoció popularmente como
“La Pepa”). Sus referentes ideológicos fueron la Ilustración, el parlamentarismo inglés y la Constitución americana; y fue redactada
conjuntamente por liberales y absolutistas, pero en ella predominó la tesis liberal debido a su mayoría representativa en las Cortes de Cádiz.
Los principios fundamentales de la Constitución de 1812 fueron los siguientes: la afirmación de la soberanía nacional, según la cual el poder
político residía en la nación y no en el rey; la división de poderes, con el poder legislativo dirigido por el rey y las Cortes, de cámara única, el
ejecutivo en manos del rey y del gobierno y el judicial independiente formado por los jueces y tribunales de justicia; el sufragio censitario, por lo
que únicamente un pequeño porcentaje de la población podía votar; una declaración de derechos y libertades individuales, como el derecho a
la educación, la libertad de pensamiento o la libertad de imprenta; la igualdad ante la ley para todos los ciudadanos; y una monarquía hereditaria
y moderada, en la que el rey promulgaba las leyes y tenía derecho a veto transitorio. Asimismo, se hicieron concesiones a los absolutistas y al
clero, como la imposición de la religión católica como religión de Estado, oficial y única.
Esta constitución tuvo una vigencia corta, ya que duró desde 1812 hasta 1814, cuando fue abolida por la restauración durante el Sexenio
absolutista de Fernando VII. Además, su aplicación fue complicada debido a la situación de guerra del país. Sin embargo, posteriormente volvió
a entrar en vigencia durante los tres años del Trienio Liberal (1820-1823). A pesar de su corta vigencia, tuvo una gran importancia porque fue la
primera Constitución en España, fue larga y minuciosa, y tuvo mucha trascendencia tanto en España, para la redacción de las constituciones del
siglo XIX, como fuera de España (Portugal, Piamonte o las repúblicas iberoamericanas). En definitiva, esta constitución sirvió como referencia
fundamental del liberalismo español y como modelo para las revoluciones liberales del siglo XIX.
En conclusión, las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 supusieron un avance del España hacia el liberalismo, y su espíritu y programa
sirvieron como referencia durante la mayor parte del siglo XIX.
La primera guerra carlista (1833-1840) se divide en tres etapas. En la primera etapa (1833-35) se produjo el avance y fracaso carlista tras la toma
de Bilbao y muerte de Zumalacárregui, su principal general. En la segunda (1835-37) se produjo el avance hacia el sur, como la expedición Real,
y se mostró la ineficacia militar de los liberales y la impotencia carlista por consolidar posiciones en grandes ciudades. La última fase (1837-40)
fueron años de desgaste y cansancio que culminaron con la división del carlismo en los que querían seguir la guerra y los que no. Esta última
facción firmó el Convenio de Vergara (Maroto y Espartero), donde se reconocían los grados y empleos de los militares carlistas. Don Carlos no lo
aceptó y se exilió. Sin embargo, el conflicto carlista reapareció en los años cuarenta por el fracaso del matrimonio entre Isabel II y el hijo de Don
Carlos; y en los setenta por la elección de un rey extranjero, finalizando al fin con el acuerdo de Somorrostro en 1876.
Paralelamente a la guerra civil se fue consolidando el estado liberal bajo la regencia de María Cristina. Esta etapa se caracterizó por la
inestabilidad política y la sucesión de gobiernos de carácter liberal, moderado y progresista. Estos gobiernos, como los de Martínez de la Rosa,
el Conde de Toreno, Mendizábal o Istúriz, se fueron sucediendo e impulsaron reformas como el Estatuto Real 1834 (Carta otorgada con una
soberanía compartida entre el rey y las Cortes, sin reconocimiento de división de poderes y un sufragio muy censitario) y la proclamación de la
Constitución de 1837 ante el descontento por la Estatuto Real. Esta constitución asentaba el régimen liberal, con algunas características
progresistas como la soberanía nacional, el reconocimiento de derechos individuales o el establecimiento de la Milicia Nacional y el carácter
democrático de los ayuntamientos o la legislación que desmantelaba el antiguo régimen suprimiendo el diezmo o avanzando las
desamortizaciones y la disolución del régimen señorial. Sin embargo, tuvo concesiones a los moderados como los poderes que se le otorga al
monarca (facultad de convocar y suspender las Cámaras, nombrar ministros...), la estructura bicameral y el sufragio muy censitario (solo un 2,2%
de la población votaba). Tras la proclamación de esta Constitución se sucedieron varios gobiernos moderados y continuaron los enfrentamientos
con los progresistas al mando de su héroe Espartero, que comenzó los conflictos con la Regente. El mayor conflicto ocurrió cuando María Cristina
decidió cambiar el artículo de la Constitución relacionado con el nombramiento de los alcaldes para que fueran nombrados por la Corona en vez
de por los vecinos, lo cual creó una crisis y el exilio de la regente a Francia, comenzando la regencia de Espartero. Durante su gobierno se
prosiguió con el programa progresista, pero fue un periodo muy inestable por su autoritarismo, la división del progresismo y los continuos
pronunciamientos, así como crisis industriales y económicas. Finalmente, el triunfo del pronunciamiento de Narváez supuso la salida de Espartero
al exilio, siendo una vez más las armas sobre la política las encargadas de acabar con el régimen. Debido a la difícil convivencia de ambas opciones
del liberalismo y la crisis económica, las Cortes adelantaron finalmente la mayoría de edad de la reina a los trece años.
Tras esto comenzó el periodo del reinado efectivo de Isabel II (1843-1868). Su gobierno se caracterizó por los gobiernos principalmente del
liberalismo moderado propiciando un fuerte conservadurismo, la inestabilidad política (hasta 55 gobiernos diferentes), y el militarismo (etapa
de los “espadones”, militarismos convertidos en auténticos héroes con gran protagonismo político). La primera etapa, la Década Moderada
(1844-54) se caracterizó por la figura de Ramón María Narváez. Este puso en práctica el proyecto político del partido moderado mediante la
configuración de la administración centralista del Estado, la creación de la Guardia Civil, y realizando una reforma tributaria (Alejandro Mon)
basado en impuestos indirectos y directos y una reforma de la educación (escuelas primarias para la masa general del pueblo y superiores para
la clase media burguesa). Además, se restablecieron las relaciones con la Santa Sede mediante la firma del Concordato de 1851 tras las
desamortizaciones, y se realizó una nueva Constitución en 1845, la más conservadora del siglo XIX, que establecía una soberanía compartida
entre rey y Cortes, sin división de poderes ni derechos fundamentales, así como el papel clave del Senado, de nombramiento real, vitalicio y de
número de componentes ilimitado. También se le otorgaron más poderes al rey como nombrar y separar a los ministros o disolver las Cortes.
Tras un periodo de inestabilidad en la que se sucedieron distintos gobiernos (Bravo Murillo, Luis Sartorios…) y crisis políticas, el fin de esta etapa
se produjo por un pronunciamiento conocido como la Vicalvarada 1854. Este pronunciamiento estuvo acompañado del Manifiesto de
Manzanares (redactado por Cánovas del Castillo que dotará de una base ideológica) y de una insurrección popular con levantamientos en
diferentes ciudades y la aparición de las Juntas.
Se inició entonces el Bienio Progresista (1854-6), durante el cual se inició la redacción “non-nata” de la Constitución de 1856 que establecía los
principios progresistas, soberanía nacional, amplia declaración de derechos, poderes limitados para la Corona, Milicia Nacional... Sin embargo,
no llegó a ponerse en marcha. También se realizaron algunas reformas económicas como la Ley de ferrocarriles o las nuevas desamortizaciones
de Madoz. Toda esta etapa se caracterizó nuevamente por la inestabilidad y se sucedieron las primeras huelgas de la historia del movimiento
obrero español. El inestable pacto se rompió y O’Donnell, con el apoyo de la Corona, formó gobierno emprendiendo de nuevo el camino hacia
el moderantismo.
La última fase se divide en diferentes gobiernos de moderados, progresistas y el nuevo partido de la Unión Liberal (O’Donnell, ideología liberal
conservadora de centro entre moderados y progresistas). Estos gobiernos realizaron algunas reformas de calado como la reforma educativa de
Moyano o el primer censo moderno de población, así como las guerras de prestigio de la Unión Liberal. Sin embargo, la crisis política se hizo
patente con una pérdida de apoyos del régimen isabelino. Prim y otros militares protagonizaron varios pronunciamientos como la sublevación
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de los sargentos de San Gil 1866, y se produjeron manifestaciones estudiantiles como la “noche de San Daniel” por el artículo “El rasgo” de Emilio
Castelar. La crisis económica estalló por razones financieras y la mala planificación de los ferrocarriles al que se unían varias crisis de subsistencia.
Todo esto hizo crecer el descontento social, por lo que progresistas, demócratas y republicanos firmaron finalmente el Pacto de Ostende en
agosto de 1866 (al que se unieron después los unionistas), un pacto que establecía una estrategia común para acabar con el régimen y la
monarquía isabelina. Para finalizar, en septiembre de 1868 tuvo lugar el pronunciamiento militar en Cádiz por el almirante Juan Bautista Topete
bajo la proclama “¡Viva España con honra!”, dando comienzo a la Revolución de la Gloriosa que supondría el exilio de Isabel II.
El proceso desamortizador tuvo varios antecedentes. En 1770 se dispuso el reparto de los bienes “de propios” que estuvieran baldíos entre los
vecinos más necesitados. Asimismo, durante el gobierno de Godoy (1798) en el reinado de Carlos IV, se desamortizaron los bienes de la Iglesia;
y en el reinado de José I, los del clero regular y de la aristocracia que se resistió a la invasión francesa. Posteriormente, las Cortes de Cádiz de
1812 aprobaron los decretos de desamortización de los bienes de las órdenes militares y los maestrazgos, suprimiendo gran parte de los
conventos. Finalmente, durante el Trienio Liberal de Fernando VII se expropiaron los bienes de los monasterios con menos de 12 religiosos y los
de los conventos de las órdenes religiosas.
Las principales etapas del proceso desamortizador fueron la desamortización de Mendizábal (1836) y Ley General de Desamortización de Madoz
(1855). La Desamortización de Mendizábal (1836) se basó principalmente en la expropiación de los bienes del clero regular (órdenes disueltas),
aunque posteriormente, la Desamortización de Espartero de 1841 afectó a los del clero secular. Sin embargo, la llegada de los moderados al
poder en 1844 no supuso la devolución de los bienes comprados. Finalmente, en 1855 se proclamó la Ley General de Desamortización de Madoz,
que expropió los bienes eclesiásticos que quedaban sin vender y las propiedades municipales (los bienes comunales, de uso común entre los
vecinos; y los bienes propios, cedidos por el ayuntamiento a particulares). Con esta última se pretendía financiar la red de ferrocarril con la idea
de modernizar el país e impulsar la economía española. Sin embargo, las consecuencias producidas no fueron las esperadas.
Además, las desamortizaciones tuvieron una serie de consecuencias en distintos sectores. En la economía, aumentó ligeramente la producción
del campo español debido principalmente al aumento de la superficie cultivada, aunque no por la modernización de las técnicas agrícolas. En
general, los nuevos propietarios se limitaron a seguir cobrando las rentas. Además, se desmanteló casi por completo la propiedad de la Iglesia y
de sus fuentes de riqueza al ser suprimido el diezmo. Asimismo, se perdió la oportunidad de realizar una reforma agraria que disminuyera las
desigualdades económicas y sociales. Finalmente, se consolidó la estructura latifundista del centro y sur de España. En la sociedad, las
desamortizaciones consolidaron los grupos dominantes del país. Las condiciones en que se pusieron a la venta las propiedades favorecieron a
las familias más poderosas, que conservaron intactos sus patrimonios. Aunque hubo pequeños y medianos compradores locales, los principales
compradores fueron las clases medias urbanas. Además, los pequeños labradores no pudieron entrar en las pujas, por lo que, al privarlos de los
bienes comunales, aumentó el número de campesinos sin recursos. Asimismo, se incrementó el número de jornaleros agrícolas con trabajo
temporal y salarios miserables. Las consecuencias políticas fueron la consolidación del liberalismo al ganar para la causa a la aristocracia y
burguesía de los negocios, y la ruptura de las relaciones con la Iglesia por el Concordato de 1851. Finalmente, se perdió gran parte del patrimonio
cultural, ya que se destruyeron edificios de valor histórico y se perdieron muchos documentos, libros y obras de arte.
La Revolución liberal-burguesa supuso la transformación de una sociedad estamental a una sociedad de clases. Esta nueva sociedad ya no se
dividía en estamentos cerrados, definidos jurídicamente y con derechos y obligaciones diferentes, sino que establecía el principio liberal de
igualdad ante la ley. El criterio que definía su división y posiciones sociales era el económico, de ahí que se hable de clases alta, media o baja, o
se establezca una división en función del proceso de producción: burguesía y proletariado o clase obrera. Las clases eran abiertas y había
movilidad entre ellas. Las clases dirigentes estaban formadas por la aristocracia, el clero y la alta burguesía de negocios (banqueros, propietarios
de bienes inmuebles urbanos y rústicos, altos cargos del Estado y del ejército). La aristocracia, aunque perdió sus privilegios estamentales,
mantuvo su poder social, económico y político, estando presentes en las camarillas y en el Senado. El clero perdió bienes y poder económico por
las desamortizaciones y la supresión del diezmo, pero siguió conservando su influencia. Los miembros de la alta burguesía eran conservadores
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que abogaban por la defensa del orden y la propiedad y ocuparon cargos políticos para defender sus intereses. Las clases medias constituyeron
un grupo en crecimiento y poco numeroso formado por comerciantes y artesanos de las ciudades y funcionarios con profesiones liberales. Desde
una vida acomodada, tuvieron un gran peso político y fueron esenciales para la construcción del Estado liberal y para la evolución política y
socioeconómica. Finalmente, las clases populares fueron las más numerosas (80% de la población). Estuvieron formadas por los trabajadores de
la ciudad (artesanos, dependientes de comercio, servicio doméstico, los obreros de las fábricas), cuyos principales problemas eran la inseguridad,
las malas condiciones de trabajo y el analfabetismo, por lo que formaron el movimiento obrero; y por los campesinos (pequeños propietarios,
arrendatarios, aparceros y jornaleros), que llevaban una vida tradicional lejos del liberalismo y del socialismo.
El reinado de Amadeo de Saboya (1871-1873), el primer monarca constitucional votado por las Cortes, presentó diversas complicaciones, como
el asesinato de Prim en 1870, perdiendo su principal apoyo; la escisión del partido progresista en constitucionales y radicales; la inestabilidad
política (seis gabinetes ministeriales y tres elecciones generales durante su reinado); problemas económicos y sociales; y la oposición de diversos
grupos políticos a su reinado: los carlistas, que querían como rey a su candidato Carlos VII; los republicanos, partidarios de una república; los
partidarios de Alfonso XII y su madre Isabel II; y el alto clero, que lo consideraban anticlerical por el conflicto con su padre y el Estado Pontificio
durante la Unificación de Italia. Por todas estas dificultades, Amadeo de Saboya finalmente abdicó el 1 de febrero de 1873 y regresó a Italia.
El 11 de febrero, el Senado y el Congreso proclamaron la Primera República (1873-1874) sin elecciones previas, ya que se entendía que era el
camino más viable dentro de las circunstancias. Sin embargo, carecía de apoyos sociales y de los poderes fácticos (burgueses, aristocracia, alto
clero y mandos militares), aunque contó con apoyos entre las clases medias. Se caracterizó por la inestabilidad, con cuatro presidentes del
gobierno en solo 10 meses. De febrero a mayo de 1873, bajo la presidencia de Estanislao Figueras, tuvo lugar una República Indefinida, una frágil
coalición entre republicanos y radicales. En este gobierno se llevaron a cabo distintas medidas democráticas como la promulgación de una
amnistía, la abolición de la esclavitud en Puerto Rico y la supresión de las quintas. Sin embargo, hubo dos intentos de golpe de Estado por los
radicales y un intento de proclamación del Estado Catalán. Finalmente se convocaron elecciones, y debido a la mayoría republicana federal, se
proclamó la República Federal con Pi y Margall como presidente. Durante su gobierno (entre junio y julio de ese mismo año), se empezó a
redactar la Constitución “non nata” de 1873 y los federalistas se dividieron en transigentes e intransigentes. Otros problemas fueron la revolución
cantonal, la huelga anarquista y los asesinatos de Alcoy. Después, Nicolás Salmerón sustituyó a Pi y Margall en la presidencia y con un giro
conservador, inició la República Conservadora o República del Orden (julio-septiembre), comprometiéndose a restablecer el orden. Con el apoyo
del ejército, puso freno a la revolución cantonal (excepto en Cartagena), paró a los carlistas y detuvo a los líderes obreros internacionalistas. Sin
embargo, finalmente dimitió por su negación a firmar las penas de muerte de los cantonalistas. Entonces le sustituyó Emilio Castelar, que entre
septiembre y enero presidió la República Centralista o Autoritaria. Este gobernó bajo el partido demócrata con un giro conservador y reforzó la
autoridad del Estado con el apoyo del ejército, suprimió las garantías constitucionales y militares y suspendió las Cortes. En general, las
principales medidas llevadas a cabo en la Primera República fueron la supresión del impuesto de consumos, la reducción de edad de voto a 21,
la separación de la Iglesia y del Estado, la reglamentación del trabajo infantil y la elaboración de un proyecto Constitucional: una república federal
de 17 estados regionales con una amplia autonomía.
Asimismo, sus problemas más importantes fueron la tercera guerra carlista, las sublevaciones cantonales, la guerra de Cuba, las conspiraciones
militares alfonsinas, la falta de respaldo popular y los enfrentamientos entre los federales y unionistas republicanos. La rebelión cantonalista
surgió en el reinado de Pi y Margall ante la impaciencia de los republicanos federales más extremistas por implantar el federalismo pleno, por lo
que proclamaron pequeños estados independientes en Valencia, Murcia y Andalucía, y artesanos, tenderos y asalariados lideraron rebeliones
violentas y radicales que fueron sofocadas militarmente con dureza.
La República terminó tras el golpe de Estado de Pavía en enero de 1874, con el que comenzó el gobierno de Serrano. Este se caracterizó por el
autoritarismo de una dictadura militar, y se cerraron las Cortes, se suspendió el proyecto de Constitución, se suprimió el movimiento cantonalista
y se puso fin a las guerras carlistas. Sin embargo, el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de 1874 puso fin a
este periodo, iniciando la Restauración Borbónica en Alfonso XII, hijo de Isabel II.
El sistema de la Restauración se caracterizó por el pensamiento político de su ideólogo, por lo que sus bases ideológicas fueron: asentar una
monarquía en España y devolverle el prestigio perdido con Isabel II, desterrar el golpismo y asignar a los militares un papel subordinado al poder
civil, garantizar la estabilidad política mediante el turnismo y el bipartidismo, y establecer una monarquía constitucional y un estado liberal no
democrático y centralizado. Para ello se redactó la Constitución de 1876, la de mayor vigencia del siglo XIX en España, que duró hasta 1923, que
asentó una monarquía constitucional con soberanía compartida entre Rey y Cortes (de estructura bicameral), amplias atribuciones al monarca,
un reconocimiento formal de derechos y libertades individuales (dejando abierta la posibilidad de su posterior restricción), sufragio censitario y
la confesionalidad del Estado.
El sistema bipartidista estaba formado por el Partido Conservador de Cánovas y el Partido Liberal de Sagasta. El Partido Conservador, creado en
1875 sobre los restos del partido moderado, se basaba en la defensa del orden social y público, de los valores establecidos por la Iglesia y de la
propiedad. El Partido Liberal, formado más tarde a partir del Partido Constitucional, estaba integrado por parte de los progresistas, demócratas
y exrepublicanos moderados, representando al sector reformista de la Restauración, por lo que su ideología incluía la defensa de las reformas
sociales, la educación y un cierto laicismo.
El elemento fundamental de la Restauración fue el “turnismo” o turno pacífico, basado en el parlamentarismo inglés, que consistía en el relevo
pacífico en el poder entre conservadores y liberales. En la práctica, la realidad política era fraudulenta y se basaba en la manipulación electoral.
El rey llamaba a gobernar al partido que estaba en la oposición, disolvía las Cortes y convocaba elecciones, triunfando el partido que las
organizaba mediante la manipulación de los resultados. El Ministerio de la Gobernación elaboraba el encasillado (lista de diputados provinciales
que debían salir elegidos). Los altos cargos de Madrid, los gobernadores provinciales y los caciques en el medio rural imponían esta lista mediante
presión, favores para influir en el voto, compra de votos, coacción y, si era necesario, el pucherazo (manipulación directa de los resultados),
garantizando la victoria de la oposición.
La oposición al régimen durante esta etapa estuvo formada por los carlistas, que no se recuperaron de la derrota de 1876; los republicanos, con
gran descrédito y división en el seno del partido; el socialismo, de lento desarrollo (1879 PSOE y 1888 UGT); el anarquismo; y los nacionalismos.
En la Restauración se pueden diferenciar dos etapas. La primera fue el reinado de Alfonso XII (1875-1885), que comenzó con el dominio del
Partido Conservador (1876-1881). Los objetivos de este gobierno fueron garantizar la consolidación de la monarquía restaurada y construir un
sistema político de orden, autoritario y muy centralizado. Se recortaron muchas libertades, como la de expresión, de cátedra y de imprenta
(censura); en 1878 se promulgó la Ley Electoral para mayores de 25 años y contribuyentes (5,11%); y en 1880 la Libertad de reunión, que dividió
a los partidos en legales e ilegales. También se concluyeron algunos conflictos pendientes, como el conflicto carlista con la supresión de los
fueros de las provincias vascas y los conciertos económicos de 1878; y la guerra de los Diez Años en Cuba con la firma de la Paz de Zanjón (1878),
que prometió un estatuto de autonomía como en Puerto Rico y conllevó algunas mejoras como una amnistía y la abolición de la esclavitud.
Posteriormente, entre 1881 y 1885 tuvo lugar la consolidación del sistema, con una etapa liberal bajo el gobierno de Sagasta (1881-1883), que
puso en práctica una serie de derechos y libertades, como la promulgación de una amnistía para los dirigentes liberales, la libertad de prensa;
así como medidas librecambistas a las que se opusieron los industriales catalanes y vascos. Finalmente, el fracaso de la sublevación militar
republicana en 1883 supuso el fin de su gobierno, comenzando el gobierno de los conservadores (1884-1885). En este gobierno se incluyó un
nuevo control de prensa y hubo intentos de sublevación republicana. Finalmente, la muerte de Alfonso XII supuso un problema porque, aunque
su mujer estaba embarazada, no tenía aún herederos varones. Para garantizar la continuidad del sistema se firmó el Pacto de El Pardo (1885),
una entrevista antes de la muerte de Alfonso XII en la que Sagasta y Cánovas se comprometieron a apoyar la regencia para defender la monarquía
y aceptaron un turno pacífico en el poder, cediendo el gobierno al partido Liberal.
Tras la muerte de Alfonso XII comenzó la regencia de María Cristina (1885-1902). En la primera fase, el Gobierno Largo Liberal de Sagasta
emprendió una serie de reformas liberales: Ley de Asociaciones (1887), que legalizó los sindicatos (desarrollo y expansión del movimiento obrero)
y reguló la presencia pública de las órdenes religiosas; la Libertad de cátedra, que supuso el florecimiento intelectual; la Ley del Jurado (1888),
que restableció el juicio por jurados y favoreció la libertad de prensa al suprimir la censura previa y evitar que intervinieran los tribunales
militares; el Código Civil (1889); la Ley del sufragio universal (1890); y una reforma del ejército regular que incluyó el servicio militar obligatorio
y el sistema de ascensos. Sin embargo, entre 1890 y 1902 tuvo lugar la crisis del sistema. Cánovas instauró un arancel proteccionista en 1891.
Además, en los turnos de la década de los noventa el funcionamiento del sistema de la Restauración empezó a ser peor por el fraccionamiento
en los partidos dinásticos (dentro del partido Conservador y del Liberal aumentaron las tensiones entre sus líderes que provocaron dimisiones y
cambios de gobierno), el asesinato de Cánovas en 1897 y la muerte de Sagasta en 1903, un aumento de la conflictividad social (huelgas en las
ciudades -celebraciones de los 1º de Mayo- y en el campo), los atentados anarquistas, el crecimiento del nacionalismo y la guerra de Cuba, que
supuso el inicio de la crisis. Todo esto hizo que comenzara a extenderse la idea de regenerar el sistema. Sin embargo, aunque los gobiernos
intentaron hacer algo, fueron incapaces por las presiones de los sectores más intransigentes.
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El movimiento obrero tuvo su origen en los núcleos industriales, especialmente catalanes, hacia 1830, que trataron de conseguir mejoras
laborales y salarios más altos. Posteriormente, en 1856 se produjo la primera huelga general del movimiento obrero español. La consolidación
de este movimiento llegó en 1868 por influencia del movimiento obrero internacional, y estuvo protagonizado por los anarquistas y socialistas.
El anarquismo fue la ideología obrera más influyente. Fue introducido por Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, que creó en Madrid y Barcelona
la sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) llamada “Federación Regional Española” en 1870. Los principios
anarquistas eran libertad absoluta del individuo, la destrucción del Estado y el rechazo de la participación política, la propiedad colectiva
administrada por todos, una sociedad sin clases, el apoliticismo y el anticlericalismo. Se extendieron principalmente por Andalucía y Cataluña y
tuvieron dos corrientes: el anarco-comunismo, partidarios de la “acción directa” en varios atentados como el atentado del Liceo y de la procesión
del Corpus en Barcelona, el asesinato de Cánovas o las acciones en el campo andaluz por la Mano Negra (1882-1883); y el anarco-sindicalismo,
que pretendían crear un gran movimiento de masas con la formación de sindicatos, el abandono del insurreccionalismo y la defensa de la lucha
sindical para conseguir reformas, utilizando la huelga general como método de presión.
El socialismo marxista fue introducido por Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx, que en 1871 difundió entre los obreros españoles las ideas del
“Manifiesto Comunista”. El crecimiento de este movimiento fue lento, siendo los lugares de su mayor implantación Madrid, Vizcaya, Asturias, y
más tarde en Barcelona. En 1879, Pablo Iglesias fundó el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), un partido de clase que defendía los derechos
del proletariado. El PSOE combinó el ideario revolucionario marxista con medidas más realistas como la participación en la vida política. Su
primer programa se basaba en la abolición de las clases y la emancipación de trabajadores, la transformación de la propiedad privada en colectiva
y la conquista del poder político por la clase trabajadora; además de otras reivindicaciones políticas (oposición a la expansión colonial y guerras)
y laborales. En 1888 se creó el sindicato de orientación socialista, UGT (Unión General de Trabajadores). Asimismo, los socialistas crearon su
propio diario, El Socialista; las Casas del Pueblo; y la Mutualidad Obrera. Tras presentarse a elecciones municipales y generales desde 1890,
consiguieron los primeros concejales en Bilbao en 1891 y el primer diputado (Pablo Iglesias) en 1910.
El movimiento campesino tuvo una menor participación en la creación de los sindicatos y asociacionismo. El socialismo estuvo más interesado
en el proletariado industrial y fue el anarquismo la ideología que más se difundió en el medio rural, sobre todo en Andalucía. Los conflictos y
revueltas en el campo fueron constantes en la España del siglo XIX, ya que el aumento de la población agraria asalariada, sin un crecimiento
paralelo del trabajo y de recursos, provocó un grave problema social, especialmente en Andalucía. La situación se agravó en 1855 con la
desamortización de los bienes comunales de los municipios, pues estas tierras de uso común pasaron a manos privadas. Como consecuencia, se
produjeron alzamientos campesinos, duramente reprimidos por el ejército y la Guardia Civil. Los movimientos más intensos tuvieron lugar en
Andalucía, en algunos lugares de Castilla y en las zonas montañosas de Aragón. Durante la Restauración, se produjeron distintas acciones
promovidas por asociaciones clandestinas de pocos miembros, generalmente influidos por la ideología anarquista, como la Mano Negra en la
década de los 80, pero siempre fueron fuertemente reprimidos por el gobierno.
En definitiva, todos estos partidos y movimientos se fueron introduciendo lentamente con éxitos locales y nacionales y fueron debilitando
progresivamente al sistema de la Restauración.
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Desde la perspectiva española, la pérdida de las últimas colonias se denominó el “Desastre del 98” y tuvo una importante influencia en la
conciencia nacional. La irresponsabilidad de los gobiernos de la Restauración había llevado a una situación que costó la vida de decenas de miles
de españoles, primero en la guerra contra los insurrectos cubanos y después en la guerra hispano-norteamericana que no se podía afrontar.
En el ámbito demográfico, las consecuencias fueron pérdidas humanas de más de 50.000 combatientes (no solo en el combate, sino por mala
alimentación, falta de equipamiento, enfermedades…). Esto repercutió negativamente en la opinión pública, especialmente en las familias
pobres cuyos hijos habían sido enviados a pelear en las colonias por no poder pagar las 2000 pesetas que excluían de las quintas.
Las consecuencias económicas fueron la desaparición del mayor mercado para las manufacturas españolas (los productos que allí llegaban) y la
repatriación de capitales, que sirvieron para dinamizar la economía en los años siguientes.
En el ámbito político, el desastre de Cuba supuso la caída del gobierno de Sagasta. El nuevo gobierno de Francisco Silvela, conservador, mostró
un intento de renovación al dar entrada en el gobierno a figuras políticas apoyadas por la burguesía catalana, con la idea de atraer a la burguesía
descontenta y controlar a los militares. Este gobierno estuvo en el poder de 1899 a 1901 e intentó instaurar una política reformista que no se
llevó a cabo. Por otro lado, la pérdida de las colonias no fue un hecho aislado, sino que formó parte de una redistribución colonial entre las
grandes potencias desde 1895 hasta 1905, favoreciendo a Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. Otra consecuencia importante fue la
desmoralización del país (trauma nacional), al ser conscientes de su propia debilidad y de lo inútil del sacrificio. Surgió además el movimiento
del Regeneracionismo, una reformulación general llevada a cabo por algunos políticos e intelectuales que buscaban la dignificación de la política,
la modernización social y la superación del atraso cultural. Los regeneracionistas criticaban la corrupción de los partidos, el atraso económico y
social del país, y la falta de participación real del pueblo; y defendían acciones encaminadas al bien común y no en beneficio de los intereses
políticos, como la limpieza del sistema electoral o la reforma educativa. Las figuras más destacadas fueron Joaquín Costa con “Oligarquía y
caciquismo”, con el lema “escuela y despensa”, Lucas Mallada con “Los males de la patria” o Ángel Ganivet con “El ideario español”. Otras
consecuencias políticas fueron un mayor empuje y presencia de los nacionalismos periféricos ante la crisis de la “idea de España” y el cambio en
la mentalidad de los militares. Los militares fueron duramente criticados y adoptaron una postura de defensa corporativa de sus intereses y de
desprecio de la sociedad civil y del sistema liberal. Se defendían diciendo que fueron enviados a una guerra sin los medios suficientes para poder
ganarla. La derrota provocó su cambio de mentalidad, ya que adoptaron actitudes más autoritarias e intransigentes ante las críticas que
recibieron y ante el auge del antimilitarismo.
Finalmente, en el ámbito cultural, el estado de ánimo de derrotismo, pesimismo y victimismo se adueñó de las élites intelectuales españolas, y
se manifestó en movimientos como la Generación del 98. Esta conmoción nacional provocó una crisis de la conciencia nacional, que marcó la
obra crítica de diversos autores como Unamuno, Baroja o Maeztu, que formaron este movimiento. Una parte de la intelectualidad miró hacia
Europa y habló de europeizar España, mientras que otra se centró en mirar hacia los valores tradicionales españoles (los casticistas) y defender
su potencialización.
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