Unidad I Lectura 3

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UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA

DIRECCION DE INVESTIGACIONES Y POSTRGRADO


ESPECIALIZACIÓN EN DERECHOS HUMANOS

UNIDAD I

LECTURA 3

LA CONDICIÓN HUMANA EN LA SOCIEDAD DE LA


TECNOLÓGIA

Maceiras, Manuel (1999). “La condición humana en la sociedad tecnológica” en Derechos


Humanos: La condición humana en la sociedad tecnológica. Tecnos. España. Pp. 97-129

Compilación con fines didácticos


5 . TECNOCIENCIA Y POLÍTICA
DE DERECHOS HUMANOS
MANUEL MACEIRAS FAFIÁN
Departamento de Filosofía. Hermenéutica
y Filosofía de la Historia
Universidad Complutense (.Madrid)

Dos advertencias previas quieren prevenir ambigüedades. En


primer lugar, soy consciente de que en el vocablo «tecnociencia» se
contraen sentidos derivados de dos conceptos y de dos actividades, no
estrictamente identificables: la ciencia y la técnica. Pero la contracción
quiere precisamente expresar el estado actual de la relaciones entre
ambas: hoy ciencia y técnica se desarrollan en mutua dependencia, de
tal modo que no resulta fácil establecer fronteras entre ellas. Esto por
dos razones: primero, porque la ciencia investiga, en gran medida,
impulsada por la búsqueda de soluciones a problemas concretos a
través de la tecnología; pero, en segundo lugar, también porque la
ciencia misma, entendida como investigación sin más fines que los del
propio conocimiento, depende para su desarrollo de instrumentos
tecnológicamente cada vez más sofisticados. Hoy la ciencia es función
de la tecnología, al tiempo que crea tecnología. Para expresar esta
circularidad recurrimos a la contracción «tecnociencia».

Una segunda precisión advierte sobre el sentido mismo del


enunciado: «Política de derechos humanos». Con él se quieren sugerir
ciertas previsiones para la acción política teniendo en cuenta la repercusión que
sobre la vida humana y, por tanto, sobre la humanidad corno totalidad, está
proyectando el actual despliegue de las aplicaciones tecnocientíficas. En
consecuencia, los «derechos humanos» no se asimilan aquí a derechos
subjetivos, sino a aquellos que parecen inherentes a una determinada
manera de entender lo que significa una vida humana no alienada. Esto
quiere decir que el contexto de este trabajo es inteligible en la medida en
que sea aceptable que la vida de los seres humanos está dotada de valores
específicos inalienables.

Empezaremos por reconocer los hechos, sin detenernos sólo en su


descripción. Precisamente porque las realidades tecnocientíficas no.son
indiferentes o intrascendentes, es obligado preguntar o reflexionar
sobre su sentido en relación con los derechos humanos. La tecnociencia
está ahí como uno de los hechos empíricos más peculiares de nuestra
actualidad, pero también , como fenómeno que proyecta sus efectos, de
modo profundamente singular, sobre la vida y sobre las demás
realidades psicológicas,,morales, sociales, etc. De ahí que nos
propongamos aquí dos objetivos. El primero advierte sobre la forma en
que la conciencia humana está siendo afectada por la tecnociencia, que
titulo «Vivencias actuales de la tecnocíencia». El segundo apunta a la
deducción de aquellas exigencias políticas coherentes con la
salvaguarda de los derechos inherentes al hecho mismo del vivir
humano, que llamo «Exigencias políticas de la tecnociencia».

I. VIVENCIAS ACTUALES DE LA TECNOCIENCIA

En virtud de su poderosa presencia en el mundo, hoy experimentamos


con mucha más agudeza que el desarrollo de las ciencias, a lo largo de su
historia, fue un permanente revulsivo que tuvo dos grandes consecuencias: no
permitió la tranquilidad de las conciencias y, a su vez, hizo de la
naturaleza una morada más acogedora para el ser humano. Así lo celebra ya
Antígona, de Sófocles. No hubo beneficios sin inconvenientes: el surgimiento
de los avances científicos y técnicos no supuso sólo una ventajosa «extensión»
del saber y del valer humanos, sino que, con frecuencia, fue acompañado
de convulsiones espirituales y morales nada desdeñables. Se podría recordar
hasta qué punto produjeron perturbaciones psicológicas los conocimientos
científicos en Grecia y, en general, en la antigüedad y en la incipiente ciencia
medieval. La expansión geográfica en América perturbó los tratados y agudizó
las polémicas morales y jurídicas, como bien de cerca para nosotros se puede
comprobar en la confrontación de opiniones que confluyen en la controversia
entre Bartolomé de Las Casas y Ginés de Sepúlveda, causa de la
convocatoria por Carlos I de la asambleas de juristas en Valladolid, en
agosto-septiembre de 1550 abril-mayo de 1551. Y «las nuevas ciencias»
modernas provocaron una autentica revolución espiritual, que se
ejemplifica en la figura de Galileo, al asignar a relaciones de fuerza,
variable de la masa y de la aceleración, la responsabilidad del orden y
de la armonía del cosmos. No fueron menores las inquietudes
psicológicas y espirituales inherentes a la química del oxígeno de
Lavoisier, al darse a conocer que este elemento constituía una especie
de vínculo universal de todos los seres, puesto que interviene tanto en
las funciones respiratorias y regenerativas del llamado «reino
animal», así como en la fotosíntesis vegetal y en los procesos de
oxidación-reducción, entre otros.

Pero no fueron de menor alcance los problemas metafísicos,


antropológicos, morales y religiosos planteados por la nueva
interpretación de la biología por Darwin en el siglo XIX, que
generaliza una visión nueva, pero no por eso menos comprometida,
para la interpretación de la humanidad y, por tanto, de la libertad.
Todo eso, felizmente, hemos sabido solucionarlo y asumirlo sin
menoscabo ni para la ciencia, ni para la metafísica, ni para la moral,
ni siquiera para la religión.

Pero hoy nos encontramos con nuevos problemas. Tanto más


preocupantes, cuanto las consecuencias derivadas de la investigación
científica son más apreciables, porque las ciencias actuales son
inseparables de su aplicación práctica a través de la técnica. Ellas son,
por entero, tecnociencia generadoras de técnica y por tanto
introductoras, no de saberes sólo, sino y sobre todo de nuevos
po deres en el mundo. Y cuanto más novedosas las tecnologías,
mayores son sus consecuencias prácticas. De ahí sus inmensas
repercusiones morales. La tecnociencia aparece hoy como una
universal «razón práctica», puesto que casi todo lo que hacemos tiene
que ver con sus aplicaciones. La acción humana adquiere por ella un
horizonte que universaliza en el espacio sus efectos y perpetúa en el
tiempo sus consecuencias.

Heidegger ve en la ciencia y en la técnica la respuesta a la


incitación que proviene del «fondo o substrato» de la naturaleza que
aparece como imposicion (Gestell) que provoca al hombre y se lc
ofrece para ser desvelado 1. Por esta incitación el hombre se ve
doblemente comprometido. Primero porque se fragua una imagen del
mundo y de las cosas dependiente de los logros de la tecnociencia. Así
pues, al hombre no le cabe otro modo de entender las cosas y de vivir que
no sea un modo técnico, esto es, dependiente de un poder que le es ajeno,
el de los instrumentos tecnocientíficos, de los que queda, por tanto, cautivo.
En segundo lugar, en contradicción con su «captura» por los instrumentos,
el hombre de hoy magnifica su autoestima, considerándose todopoderoso
ya que la configuración del mundo parece, cada vez más, fruto de su propio
poder. En consecuencia, la tecnociencia se experimenta como poder versátil
pero paradójico para la misma razón: ésta se percibe poderosa y señora del
mundo pero, en el intento, se trueca en sometida y Sojuzgada porque se
reculare a ella con el solo objetivo de construir instrumentos.
2
Proclamándose autónoma, se descubre instrumental . Situación
amplísimamente denunciada desde fines de los años sesenta, que el propio
Habermas con reiteración retorna y reconstruye; sea en Ciencia y técnica

1
La p r e g u n t a p o r l a t é c n i c a , B a r c e l o n a , 1 9 8 5 .

2
M . H o r k h e i m e r , Crit ica de la rozo)] unstr unrenial, Sur, Buenos Aires, 1 9 6 9 .
como «ideología», de 19683, como en Conocimiento e interés, de 19714.

Más allá de la inquietud de Heidegger y de la crítica de Horkheimer (y de


toda la Escuela de Francfort, incluida la de Marcuse), es indudable que el
hombre no puede desarrollar plenamente su humanidad si no es por el
pensamiento y la actividad tecnocientificos. Todo primitivismo o nostalgia
anticientíficos son, en sí mismos, antihumanos. La ciencia es causa de
humanización, tanto del hombre como de la naturaleza, y su historia
acompaña el progreso de la moralidad, de la libertad y de las posibilidades
espirituales de la humanidad. Desde el punto de vista del saber, la
racionalidad científica ha provocado lo que Max Weber llamó el
«desencantamiento del mundo», que, traducido a nuestras convicciones,
supone la eliminación de la magia (de cualquier signo) como técnica de
conocimiento y de salvación5.

I. TECNOCIENCIA: DE UTENSILIO A RAZÓN NECESARIA

El progreso tecnocientífico coincide con la epopeya misma de la


libertad. Pero esto no puede impedir reconocer que la tecnociencia ha
impuesto su propia lógica, de tal modo que hoy no puede ya ser
entendida como puramente instrumental para la libertad, al hacerse
valedora de su propia racionalidad. Más que utensilio arbitrario para la
razón, es prolongación de la inteligencia y de la acción y, en no menor
medida, es condición necesar i a para la vida y los fines del ser humano.
La vida actual civilizada, en sus aspectos más cotidianos, depende de la
ciencia y de la técnica. Y el mundo como totalidad la necesita más
todavía. Tal como se ha desenvuelto la historia de la humanidad civi-

3
Tecnos, Madrid, 1 9 9 4 .
4
Taurus, Madrid, 1982
5
La ciencia corno vocación, Alianza, Madrid, 1967, p. 229.
lizada, sin la tecnociencia hoy sería prácticamente imposible su
subsistencia. Toda añoranza no conduce ya a resolver ningún
problema sino a disolverlo. Eso exige con más vigor la reflexión (moral,
política, educativa...) y la reconsideración de la responsabilidad para
gire, como recordábamos con Heidegger, no sea el hombre el «alguacil
alguacilado» que, proclamándose señor de la ciencia, vaya siendo, cada
vez más, su víctima.

La interpretación tradicional, justificada por niveles de desarrollo y


capacidades que no son los de hoy, entendía la ciencia y la técnica como
instrumentos al servicio del hombre 6. O, en una Versión u más
universalista o ideológica, como utensilio al servicio de los grandes
ideales de la humanidad: una sociedad libre, sin clases, sana,
inmortal... Se le asignaba, en consecuencia, una función que podemos
llamar terapéutica y antropocéntrica

Según esta manera de ver las cosas, la relación hombre-ciencia-


técnica no debiera plantear problemas: la ciencia se proyecta sobre la
naturaleza para dominarla y poder con ello contribuir a que el hombre
alcance con más facilidad sus fines. Con este presupuesto, la reflexión
antropológica y humanista debe establecer el ámbito de la
investigación científica y fijar los criterios de su validez moral y de su
legitimidad política teniendo en cuenta su mayor o menor contribución a
los fines humanos. Los ideales de la humanidad, en consecuencia,
establecen el campo epistemológico de la tecnociencia. La reflexión
moral y la investigación científica deben estrechar, pues, una «nueva
alianza», análoga al optimismo clásico que hermanaba hombre y
naturaleza. Las ciencias no tendrían otro límite que el de la creatividad
humana y, sin romper la armonía con el reino de la libertad,
mantendrían a salvo la alianza del hombre con sus propias creaciones.
En consecuencia, las ciencias

[...J no son la coacción fatal a la que deberemos someternos, sino


coacciones que hacen germinar un sentido que nosotros no
cesaremos de crear y que podemos crear de tal manera que no
será contra ellas sino con ellas como se construirán los nuevos
derroteros del diálogo entre los hombres y con el nutrido que
ellos habitan 7.

Con estas optimistas palabras concluye el segundo apéndice de


este magnífico libro. La integración o alianza es, en consecuencia, una
tarea doblemente buscada: por el hombre, por el científico
particularmente; pero, sobre todo, por una política científica socialmente
promovida a través de proyectos tecnológicos capaces de mantener el
desarrollo controlado por criterios y fines antropológica y éticamente
preestablecidos. Esto supone que el hombre podrá seguir siendo capaz
de dominar los poderes de la futura tecnociencia.

A pesar de las dificultades, es bien cierto que el futuro de la humanidad


estará saturado de incertidumbres sin el control sobre los proyectos científicos
y sin el cultivo de una «alianza» permanente entre humanismo y tecnociencia.
Pero en los últimos años la sumisión de la ciencia a la antropología no es
ni automático ni está garantizado, comprometiendo esta visión optimista. Y
esto por razones que proceden tanto del campo de la tecnociencia como del
de la propia antropología (ética, sociología, metafísica...).

En primer lugar, las dificultades provienen del campo de la antropología o,


de forma irás radical, de la identidad óntica que se atribuye al ser humano y a
los fines de la libertad. En la actualidad no tenemos nada claros ni cuál sea

6
Bacon, Descartes. Hoy, L. Mumford, Tecnique et civilisation, tr. Fr., Seuil, Paris, 1950
7
PRIGOGINE y STENGERS, La,nouvelle alliance, Ga llímard, Pa rís, r ead., 1986. El «Apéndice» que cit amos
no sc incluye en la traducción castellana de la misma obra (Alia nza).
la naturaleza legítimamente humana, ni cuides sus fines. Si en algo
vacilamos en nuestra llamada cultura humanística, es en el modelo de
humanismo para nuestro tiempo. Vacilación que proviene de la ausencia
de una ontología de fondo compartida por todos, o por el mayor número,
que se agrava cuando el pluralismo ideológico y político disiente, no en
asuntos menores, sino en problemas antropológicos clave, como son el
valor de la vida, la ilegitimidad del aborto, de la pena de muerte, de los
motivos de la guerra, añadidos a las discrepancias sobre la ,vida familiar
y sexual, sobre el respeto debido a los demás, en re ellos al emigrante,
al débil o al llamado «Tercer Mundo», En fin, parece poco dudoso que la
humanidad nos unifica pero el modo de tratarla nos separa. Y, dado este
esencial pluralismo, ¿cuáles son los f i n e s h u m a n o s u n i v e r s a l e s a
c u y o servicio debe ponerse la tecnociencia? ¿Cuál el modelo de moral?
Nuestra llamada «postmodernidad», si por algo se caracteriza, es por
tomar «caminos en el bosque» andando por senderos que no van a parar
a ningún lugar predefinido. Con Foucault, si algo damos hoy por cierto es
la certeza de que no existe ningún centro. Situación que aquí no nos
tocar valorar, pero si reconocer como hecho que, estando el poder de la
tecnociencia de por medio, implica la exigencia de políticas que protejan
lo que ni la ontología ni la ética están en condiciones de garantizar.

En segundo lugar, la concepción simplemente instrumental de la


tecnociencia es difícilmente sostenible puesto que ella se desarrolla,
como cualquier otro campo social, en virtud de su propia lógica,
impulsada por su determinismo intrínseco, sin contar con las proclamas
humanistas, por otra parte problemáticas. Por eso la tradicional alianza
debe ser profundamente repensada teniendo en cuenta ciertas
constantes comunes á los d versos campos tecnocientífícos. Constantes
que pueden recapitularse en torno a las categorías de autonomía,
imprevisión, irreversibilidad e impersonalidad del actual desarrollo
científico que, a su vez, son vivencias8 del hombre de hoy.

2. AUTONOMÍA DE LA TECNOCIENCIA

Aunque serían necesarias algunas matizaciones, parece cierto que la


tecnociencia se ha erigido en una parcela de actividad que subsiste por sí
misma y se desarrolla sin plantearse problemas previos sobre si esta o
aquella investigación respeta los derechos humanos. El ámbito científico
se despliega, de hecho, bajo una racionalidad «meta-ética» y «meta-
política», en cuanto que investiga, opera, manipula y produce
prescindiendo de consecuencias p a r a la naturaleza, el hombre, la
sociedad...e introduciendo en el mundo poderes técnicos que se presu-
men controlables sólo bajo determinadas condiciones, en general muy
problemáticas (ingeniería genética, intervenciones psíquicas, energía...).
Así parece suceder tanto en el campo físico como en el biológico, que se
sitúan, como señala J. Ellul, «por encima del bien y del mal» ya que

la ciencia es supresión de los límites. No existe para ella


operación alguna ni imposible ni prohibida:...esto es la esencia
misma de la técnica 9.

En analogía con la sociedad de consumo, si en ésta el código


estructural inconsciente es consumir, en el ámbito científico el código es
investiguen; sea cual fuere la intención personal de los científicos. Si no se
investiga parece que el mundo se detiene y la historia se acaba. Los
equipos de investigación, por excelente que sea la voluntad de .bien de
sus componentes, se movilizan por investigaciones que, además de no
poder prefigurar hasta dónde van a conducir, no pueden fácilmente

8
Recurro al concepto de «vivencia» en el sentado orteguiano. Para Ortega., «todo aquello que llega con tal
inmediatez a mi yo que entre a Formar parte de él es una vivencia (...] el yo es [...] una unidad de vivencias»
(Sobre la sensación, en Obras, Alianza, Madrid, 1, p. 256). Aclara Ortega que la «vivencia» es el complemento
directo del verbo «vivir», tomado como activo y no como deponente. En este sentido decimos ((vivir la música»,
«vivir la vida». En analogía, decimos aquí «vivimos la tecnociencia».

9
Le sisteme tecnicien, Calman-Lévy, Par ís, 1977, p. 167.
detenerse. Con la mejor de las voluntades, debemos reconocer con Max
Weber, que hoy la ciencia no ensefia lo que alguien debe hacer, sino lo
que puede o, en el mejor de los casos, lo que quiere hacer 10.

En virtud de la autonomía de su propia racionalidad sea va


revelando la profunda ambivalencia de la tecnociencia: grandes logros
para la vida humana y el desarrollo de la naturaleza son, a la vez,
inminentes amenazas de destrucción como evidencian las
investigaciones sobre las diversas formas de energía, la transformación
de los ciclos de la vida humana, los trasplantes, la reserva de óvulos y
espermatozoides, las posibilidades de transmutaciones psíquicas y
biológicas, las ingeniarías genéticas, etc. Toda la experimentación
biosanitaria perfecciona técnicas de diagnosis, sistemas de prevención
y curación que no pueden ser puestos en entredicho. Pero todo eso
lleva anejo el riesgo de su manipulación. En realidad, la Investigación
fundamental es difícil que pueda llevarse a cabo sin manipular y, en
cierto modo, violentar los objetos sobre los que se investiga. Todo lo
que tiende a «mejorar» al hombre hoy, de hecho, va logrando
«trasmutarlo», con repercusiones morales, psicológicas, sociales y
políticas importantes.

A la autonomía, como día a día se demuestra, se añaden la


imprevisión, la irreversibilidad, y la impersonalidad de la tecnociencia.

3 . IMPREVISIÓN, IRREVERSII3ILIDAD L IMPERSONALIDAD

Son éstas las consecuencias derivadas del desarrollo autónomo del


ámbito tecnocientífico.

10
La ciencia como Vocación, Alianza, Madrid, 1967, pp. 198 ss.
A) Imprevisión

La ciencia es por naturaleza investigación, esto es, camino hacia lo


desconocido. El científico realmente investigador puede formular
hipótesis y hacer previsiones, es cierto, pero no sabe adónde puede
llegar, porque es imposible prever y planificar lo desconocido. Surgen,
en consecuencia, los interrogantes: ¿qué investigaciones se emprenden?,
¿qué se planifica? , ¿Sólo los intereses y las necesidades? En el terreno
de la propia investigación, la prospectiva no puede ser más que
aproximación, en el mejor de los casos, adivinanza las más de las veces.
Y lo que se espera, pueda no darse o darse de otro modo, incluso contrario
al esperado. De hecho, el método científico por excelencia es el
experimento, que es ensayo y el ensayo es imprevisión. Por eso, a pesar de
toda prevención racionalista, la imprevisión es esencial al proceso
investigador.

Si la investigación es realmente búsqueda de. lo no conocido, el


biólogo, el bioquímico o el físico químico, mal pueden prever con qué se
van a encontrar en el camino. La previsión racional se ve día a día
sorprendida por los hechos y por nuevos hallazgos. Si se siguen las
publicaciones de divulgación científica, no ya las especializadas, parece
cierto que hoy experiencias, incluso sobre genética, se están llevando a
cabo sin que sea factible una previsión de los resultados. Lo que plantea
problemas éticos, jurídicos y políticos ele importancia.

Pero la imprevisión inicial se acrecienta todavía más por dos razones.


En primer lugar, por la capacidad autoinnovadora del proceso investigador
que, en virtud de la reflexividad de los resultados, va abriendo expectativas
a partir de sus propios logros. En segundo lugar, la imprevisión proviene del
automatismo de la tecnología. La mecánica genera su propio
desenvolvimiento y, sin planificación previa del científico, los artefactos
sugieren su renovación o autoinnovación, derivada simplemente del com-
portamiento mecanicista de los aparatos, del que se van derivando nuevas
posibilidades y aplicaciones.

B) Irreversibilidad

La introducción de poderes con repercusiones irreversibles, a escala


incluso cósmica, es algo que singulariza nuestra tecnociencia en relación
con la de hace cincuenta-años. Hoy sabemos que se llevan a cabo
investigaciones que pueden afectar definitivamente al mundo, incluso al
universo, a la naturaleza humana corno tal y a su futuro. No está ni mucho
menos garantizado que toda previsión en la investigación deba ser
optimista. Tratándose de las ciencias relacionadas con e l ser humano, las
nuevas tecnologías van, de hecho, haciendo surgir tantos miedos como
esperanzas en relación con el futuro, no sólo en lo que a ingeniería genética
se refiere, sino también, por ejemplo, a las investigaciones y manipulación
del cerebro. Otro tanto habría que decir de todos los aspectos de la vida
planetaria: la animal, la vegetal o marítima, la unicelular y microbiana.
No menores son las dudas sol re la intervención en las capas
atmosféricas e incluso en el espacio interplanetario.

La capacidad de transformación en el ámbito de la vida pero


también en el campo de la energía, es más inquietante cuando se piensa que,
proclamándose la ciencia en sí misma revisable si 1 tendemos a las actuales
epistemologías (Popper, Lakatos, Feyerabend), paradójicamente la
tecnociencia puede tener consecuencias irreversibles. Encaminadas en
determinadas direcciones la ingeniería genética, la investigación y la
experimentación nuclear, alimentaria, etc., resultaría ya imposible volver
atrás en esta transmutación tecnantrópica, lo que supondría una atroz
perspectiva. La irreversibilidad en campos como" los que acabamos de
citar, es más inquietante si se piensa que la investigación va precedida de la
irreversibilidad. Situación que ya hace años ponía de relieve la obra de H.
Jonás, El principio responsabilidad 11", proponiendo la reformulación, no ya
política, sino moral del imperativo categórico kantiano en términos bio-
lógicos:

Obra de tal modo que las consecuencias de tu acción sean com-


patibles con la permanencia de la vida auténticamente humana
sobre la tierra.

C) Impersonalidad

Las consecuencias problemáticas de esta situación se acentúa u por la forma


actual del desarrollo de la investigación: la tecnociencia no es obra de
individuos; ni siquiera ya de equipos, sino e n muchos c a s o s de complejos
industriales, nunca mejor llamadas sociedades anónimas, que se declaran
irresponsables desde el punto de vista de las repercusiones antropológicas y
morales. La responsabilidad moral se difumina, en cierto modo se
neutraliza, cuando la experimentación y la investigación se realizan - y ,
además, de forma s e c t o r i a l - en grandes laboratorios científicos de
Europa, Estados Unidos o Japón. Hoy sois usuales investigaciones cuya
publicación abarca apenas una veintena de páginas y la lista de sus
autores (responsables) cubre casi sesenta. ¿Quién responde de esa
investigación? 12.

11
Crítica\ Barcelona, 1996.

12
Cf . A. KohN, Falsos profetas, Pirámide, Ma d r id , 1 9 8 8 .
En este punto las exigencias políticas se hacen apremiantes, en
cuanto que los complejos investigadores (grandes laboratorios, centros
de planificación, etc.) sólo son susceptibles de someterse, en el mejor
de los casos, a responsabilidades penales o económicas, derivadas de
esta o aquella legislación, pero, por la estructura de su propia
organización, carecen de aptitud para imputarse una responsabilidad
moral. De ahí el nacimiento de los Movimientos Universales de
Responsabilidad Científica (MURC), que deberían integrarse como una
condición epistemológica de la propia investigación. Y esto porque son
muchas las dudas sobre qué avances en biología, en la intervención
ambiental, en el terreno de las comunicaciones, etc., serán tenidos por
positivos dentro de cien o doscientos años.

4 . IRRACIONALIDAD DEL SISTEMA INVESTIGADOR

La conclusión paradójica de la racionalidad tecnocientífica,


desplegada a partir de su propia lógica, es la irracionalidad misma de
su organización. Ya Weber presagió que la extrema racionalidad
aplicada a la vida real conduce al irracionalismo. Lo mismo sucede
hoy con la ciencia: el s i s t e m a investigador y los subsistemas, al no ser
atribuibles a responsabilidades personales concretas, no garantizan su
uso racional presente y mucho menos el futuro. Mejor dicho: el futuro
queda comprometido porque se escapa a todo control. ¿Quién
garantiza que la actual tecnociencia no vaya a caer bajo el control de
las múltiples formas de poder? Poder que es siempre excluyente y
destructor de cuanto no se le someta.
Y en el orden de las personas, siguiendo a Weber, son numerosas
las llamadas de atención sobre esta superracionalidad que genera
patologías sociales, sobre todo la dimisión de responsabilidades y pérdida de
identidades, más o menos conscientes, presentes ya en nuestras sociedades
(Marcuse, Habermas, A. Gehlen). Y, no en menor grado, se va
generalizando cierto desfase psicológico, en cuanto que el hombre va
siempre por detrás de la máquina. No cabe duda que la salud mental
tiene que ver con los contextos tecnocienfícos experimentados 13”.

Craig Brod señala las dificultades psicológicas de los que trabajan


en medios altamente computerizados 14. Y la obra Silicon Shock, de
Geoff Simons 15 pone bien de manifiesto las patologías en forma de
fobias, alergias, adicciones, desorientaciones y desilusiones, etc., que
provoca subsconcientemente la vivencia que podemos llamar
tecnofóbia. Tecnofobia que se eleva a intranquilidad temerosa en
relación con la «gran ciencia 16» en sus usos energéticos. Pensemos en
los sobresaltos generados por Chernóbil, incluso en cuantos vivimos
lejos de sus efectos. No cabe duda de que la energía nuclear, incluso
para usos pacíficos, no está exenta de esencial ambigüedad. En
Europa, el 35 por 100 de la energía procede de la fisión nuclear; es más
barata y en cierto modo «más limpia», pero todo eso no puede ocultar
la imposibilidad de control en caso de fallos, como confiesa el propio

13
No está, sin embargo, demostrado que los context os tecnificados sean psico lóg ica mente más
perjud icia les q ue ot r os no manip ula dos. Así par ece deducirse del trabajo de A. KLEINMAN y A.COHEN, «El
problema mundial de los tr as tornos menta les», Investigación y Ciencia, ma yo d e 1997 p p. 32-36. El trabajo
revela que en los medios campesinos chinos, sobre todo entre hombres, se produce el doble de suicidios que én
Estados Unidos. A nadie se esca-' pa, no obstante, la cantidad de variables a tener en cuenta para interpretar
este fenó meno .

14
Technotress. The Human Cost of the Computer Revolution, Addiso nWesley, Lo ndr es, 1984.

15
Blackweell, Nueva Yor k, 198 5.

16
Cf ., al r espect o, J. BUSTAMANTE, Sociedad in formatizada, ¿sociedad deshumanizada?, Ga ia , Madr id,
1993.
17
Stig Sandklef, presidente del FORATOM ". La opinión pública no es
ajena a este ambiente que subyace como vivencia de desasosiego
subconsciente.

Para atender estas situaciones ha nacido lo que los americanos


llaman la «TechonologyAssessnient», esto es, la tecnología encaminada
a asimilar y hacer llevaderos los resultados nocivos de la tecnociencia.
Son los llamados, en Europa, programas C-T-S, ciencia-tecnología-
sociedad. En el fondo, estos se movilizan por el mismo principio
tecnológico: más técnica para socorrer los inconvenientes de la técnica.
Se buscan, por ejemplo, bacterias manipuladas para hacer
biodegradables restos nocivos, o se procura remediar los inconvenientes de
la fisión nuclear a través de la fisión controlada.

5 . COROLARIOS ANTROPOLÓGICOS

Esta situación generalizada de la tecnociencia sugiere dos corolarios.


El primero advierte sobre una cierta concepción «técnica» del hombre qué
actúa como subconsciente colectivo en las sociedades desarrolladas. El
segundo previene sobre las expectativas de una nueva sensibilidad.

A) La concepción técnica del hombre

De modo más o menos consciente, hoy experimentamos la vivencia de


una concepción técnica del hombre. Corno ya advertía Heidegger, el ser
humano, quiéralo o no, se va formando una imagen de su propio ser
progresivamente dependiente de la interiorización de su relación con
máquinas y artefactos. Se produce así un contraste con la concepción

17
Abc Cultural, 6 de junio de 19 97.
natural e incluso histórica del hombre, puesto que naturaleza e historia no
son ya referencias suficientes para determinar la identidad, tanto indi-
vidual como colectiva. Esto es bien perceptible desde tres puntos de vista.

En primer lugar, la tecnología aplicada a los medios de comunicación y


a la cultura de masas configura un tejido cosmopolita de ideas que
despersonaliza, elimina las diferencias, impone estereotipos y genera
inestabilidad en el saber y en las creencias, toda vez que una información ,
substituye inmediatamente a otra. El pensamiento está permanentemente
sometido a la fugacidad. Se generaliza así un modo de pensar de
«videoclip» o en «migajas» que favorece la cultura de lo inconsistente
momentáneo, la personalidad incoherente, incluso esquizofrénica, figuras
frecuentes en nuestra actualidad. Tecnología de la velocidad y del cambio
que, a juicio de la literatura neurológica, afecta incluso al cerebro,
imponiendo mayor rapidez a sus circuitos superficiales y
desacelerando los más profundos.

En segundo lugar, la tecnología ha recubierto por entero las


parcelas relacionadas con la vida biológica y también con la muerte de
los seres humanos. En forma bien positiva, la medicina y las
tecnologías biosanitarias y sus aplicaciones, la atención a los
alimentos, la higiene y las técnicas quirúrgicas, entre otras muchas,
no sólo prolongan la vida, sino que la hacen más humana a través de
una tecnificación que, sin violencia, la ennoblecen. Pero todo ello lleva
anejos problemas morales nada desdeñables porque se va alumbrando,
bien recibido por todos, un nu evo s e n t i d o del ser humano, que se
distancia del que tiene en cuenta sólo lo que Dios, para el creyente, o
la naturaleza, para el no creyente, le han otorgado. La vida y la muerte
quedan, cada día más, vinculadas a la tecnología biosanitaria no
siendo ya fácil la afirmación del nacimiento como origen natural de la
vida ni la muerte como su fin natural. La salud corporal es igualmente
una variable de técnicas y productos tecnificados. Y el signo de una
sociedad modernizada radica en logros como programar los
nacimientos y el sexo de sus miembros, organizar los trasplantes de
órganos, promover el enriquecimiento genética, etc. Como
consecuencia psicológica de los avances en el terreno de la salud,
nuestras sociedades se caracterizan por una cierta conciencia de la
inmortalidad que abrigan la mayoría de sus miembros hasta una
determinada edad, de tal modo que las muertes prematuras son
interpretadas como «anómalías». Edad quo depende del nivel
r
tecnocientífico del desar ollo de una sociedad, como pone bien de
manifiesto la mortalidad infantil y adulta en las sociedades menos
tecnificadas 18. De todo cuanto mejore nuestra vida presente, ni
discutimos su validez moral. Pero lo cierto es que ese meliorismo
aparta de lo natural para confiar en lo técnico con no pocas
consecuencias, tanto en la percepción Moral de los hechos como en las
previsiones políticas de los Estados.

En tercer lugar, es bien conocida la invocación a la informática


como referencia analógica de la inteligencia del hombre. Ni da cs ya
como antes del uso generalizado de la informática.

El mecanicismo cartesiano llegó a comparar el cuerpo con la


máquina 19. Hoy no se trata de saber si el ordenador «piensa» más y
«mejor» que la mente. El problema es más agudo ya que radica en
saber si la parte propiamente intelectual del hombre obedece a
operaciones análogas a las de las computadoras. Se plantea así la
cuestión de si lo «intelectivo», «razonable» y «subjetivo» pudiera ser
reducido al mecanicismo computacional. En este contexto, además de

18
M. Levy, (Modernite, Mortalite), Population et societe, junio de 1985
19
Traite de 1'homme, en Oenvres, Gallimard, París, 1953, pp. 807 ss.
la mayor lentitud del cerebro respecto a ciertas -computadoras, no
estamos nada seguros de que las operaciones intelectuales, incluso
artísticas, no puedan ser invalidadas o «mejoradas>) por procedimientos
computacionales. Eso hace sospechar a lnose y Pierce 20. Los autores
muestran cómo las computadoras pueden actuar en la creación
artística, tanto plástica como musical, cine, etc. El problema no radica
en dirimir las Competencias cerebro/máquina, sino en la posible
interpretación «computacional» del pensamiento y de la subjetividad.

Las dudas sobre la interpretación «computacional» del propio


pensamiento se acrecienta si tenemos en cuenta la posibilidad de la
representación visual de las operaciones mentales, de tal modo que
«las estrategias de la ciencia cognitiva y las técnicas de obtención de
imágenes del cerebro nos asoman a los sistemas neurales que
21
subyacen al pensamiento», en palabras de Marcus E. Raichle . La
tecnociencia introduce así una profunda ambigüedad en el corazón
mismo de la naturaleza racional, tal como hasta nuestros días la
entendíamos.

Las consecuencias no son menores si atendemos a las expec-


tativas de futuro en relación con la sensibilidad.

B) Expectativas de una sensibilidad futura

Hoy el ser humano podría ser trasmutado en un ser antropomorfo


que, al amparo de las etimologías, podernos llamar tecnánctropo, esto es,
un organismo de anthropos pero vivificado por

20
H . IN OSE y J. R . PIER CE, Infamation Tecluiology and Civilization, W. H. Freeman, 1984. Trad. cast.,
Tecnología de la info r mación y civilización, Labor, Barcelona, 1985.

21
Investigación y ciencia, junio de 1994, pp. 22-28.
un psiquismo - e n todos sus aspectos- en nada análogo al psiquismo
humano. Todos sabemos que eso es hoy posible. Lo qué supondría un
cambio en su sensibilidad moral y social, en su capacidad simbolizadora,
incluso introduciendo en sus vivencias nuevas e insospechadas expectativas
o esperanzas. La ingeniería y la manipulación genética, las posibilidades de
intervención en la personalidad, etc., son el eficaz recordatorio de que el
hombre no está encomendado sólo a su responsabilidad individual. Y, si
bien es cierto que el hombre es racional, también lo es que los hombres no
siempre lo somos y, aunque la humanidad no cambiará si ella no quiere,
para que esto suceda no se necesitan más que algunos grupos y poderes
faltos de escrúpulos y de respeto.

¿Qué nos depara el futuro en este campo? El concepto de Cyborg,


nacido en el contexto de la investigación aeroespacial, simbiosis de
hombre y la máquina, sugiere la inquietante anfibología de una vida
mecanizada. No en vano uno de los pioneros de la inteligencia artificial,
Marvin Minsky, del MIT, se pregunta si no «serán los robots quienes
hereden la Tierra»22.

Nadie discute hoy los bienes derivados de los trasplantes de órganos.


Pero eso, agotando todas sus posibilidades, ¿no supondrá una eliminación
del sentido simbólico del cuerpo, de la paulatina desaparición del sentido
sagrado de la vida, de la pérdida del sentimiento y del dolor por nuestros
muertos...? El cuerpo, en efecto, va pasando a ser una reserva de
órganos, día a día más aprovechable con los avances dé las técnicas
biosanitarias. ¿Cuál será el sentido moral de una humanidad sin
cementerios? Y la paulatina longevidad, fruto de la tecnociencia..., ¿cual
será la edad media dentro de trescientos años, si en este siglo ha pasado
en Europa de sesenta a ochenta años? ¿Y qué fantasmas no urdirá un

22
I n v e s t i g a c i ó n y C i e n c i a , diciembre de 1994, pp. 86 ss.
cerebro de doscientos años? ¿Y otro electroquímicamente tranquilizado o
farmacológicamente excitado? Y, si el dolor puede ser controlado o
eliminado y la inteligencia multiplicada por diez o por veinte, ¿de qué
serán capaces tales mentes? Y la estatura, la fortaleza física, ¿qué puede
pasar con todo eso? La tecnociencia tiene una incidencia innegable en la
demografía. Hoy la población disminuye en los países tecnificados y
aumenta en los subdesarrollados. Pero sabemos que todo eso es
controlable y la ciencia puede hoy provocar una permanente revolución
demográfica, en más y en menos, pero con no pequemos problemas
psicológicos, afectivos, económicos, sociales, en fin, morales 23.

No podemos imaginar esta humanidad futura pero no por eso


estamos exentos de pensarla en relación con lo que hoy entendemos por
humano. Primero, porque todo ello supondrá cambios profundos en el
sentido moral, en la sensibilidad psicológica, en la percepción
existencial del hombre. Y, en segundo lugar, porque el futuro no es
independiente de los caminos que emprenda la tecnociencia de hoy.
Que nuestra sociedad actual deba seguir resuelta por el camino de la
ciencia no es discutible. Pero la responsabilidad individual y la
reflexión moral son ya insuficientes, precisamente porque las
situaciones de hecho son incontrolables por la voluntad de los
individuos, incluso de sus inventores o de las empresas
propietarias. Eso nos aboca al campo de las exigencias políticas.

II. EXIGENCIAS POLÍTICAS DE LA TECNOCIENCIA

La reflexión anterior tiende a esclarecer hechos y vivencias que


justifiquen cuanto vamos a decir sobre las exigencias políticas de esta

23
Bryant R0DEY, Shea O. RUTSTEIN y Leo MORRIS, «Caída de la natalid a d e n e l T e r c e r M u n d o » ,
Investigación y Ciencia, f e b r e r o d e 1 9 7 4 .
situación. Es posible que los mismos hechos sean susceptibles de
otras interpretaciones. La nuestra acepta y afirma la tecnociencia
como obra necesaria y bien imprescindible y, por tanto, saturada de la
mayor significación antropológica, histórica y social, con un alcance
que va más allá de su propia racionalidad y materialidad. No está en
nuestro propósito sugerir una sociología de la ciencia o una política
para la ciencia, sino una política a partir de la tecnociencia.

1 . S I S T E M A INSTITUCIONAL Y SUBSISTEMAS

Hoy la ciencia y su derivación tecri0científica no pueden ser concebidas


sino como un subsistema del complejo sistémico institucional de las
sociedades. Más que nunca, la tecnociencia está presente y es influyente, no
sólo explícitamente en las preocupaciones intelectuales, culturales y.
políticas, sino que es la referencia estructural imprescindible para el
equilibrio, bienestar, progreso y proyección futura de las sociedades.
Con mayor o menor consciencia, en dependencia de su información, es solic-
itud generalizada de todas las clases y grupos sociales. Esto implica
no pocas consecuencias.

La primera es que la ciencia no podrá sino contribuir a la


coherencia y pervivencia del marco institucional. Con independencia
de lo que haga para su promoción, toda política está hoy obligada a
adaptar su marco institucional al progreso mismo de la tecnociencia. Si
eso no se produce dentro del desarrollo socioeconómico, muy a corto
plazo y sin que nadie se lo proponga, la tccnociencia aparecerá como el
factor más desestabilizador del sistema institucional. El r e t r a s o en el
aporte a un medio social, sean o no importadas, de objetivos y proyectos
científicos, de nuevas tecnologías e incluso de productos novedosos se
erige en factor de perturbación no coyuntural sino estructural. Eso
puede ya comprobarse con las tecnologías de la comunicación, las
sanitarias, transportes, etc.

A una sociedad no dotada de una estructura científica propia, le


resulta urgente la comunicación con quienes la tengan. Si no se posee
tecnología propia, las decisiones políticas se ven obligadas a propiciar
su importación. El concepto de r e t r a s o es todavía más perturbador
en los medios sociales más ilustra (los, toda vez que, felizmente, en
buena parte del mundo se va perdiendo el-concepto de elite. Hoy, por
tanto, nos vernos conducidos a atender no tanto a la sociología de la
ciencia, cuanto la pragmática del conocimiento científico. Si la
primera atiende más a las condiciones sociales para el desarrollo de la
ciencia, la segunda cifra su interés en los medios que en una sociedad
deben contribuir a dominar y aplicar el conocimiento científico la
tecnociencia.

La segunda consecuencia es tener en cuenta que la promoción y


desarrollo de un subsistema no puede pasar por alto, como ya señalaba
Weber, los demás vectores que contribuyen a configurar y reforzar el marco
institucional. Son afirmaciones de Perogrullo, pero no por eso más atendidas.
Ello obliga a que inda política de investigación y de desarrollo tecnocientífico
habrá de conjugar las decisiones y elecciones sin postergar aquellos
otros elementos o subsistemas que contribuyen a su propia estabilidad. Y
de entre estos, evocando de lejos a Hegel, los más .determinantes son
los que provienen de las formas de vida tradicionales, de las secuencias
culturales y de los ritmos simbólicos de una sociedad.
Debido a ello, no es evidente que las políticas europeas deban, sin
más contrapunto, aspirar, por ejemplo, a la planificación del desarrollo
tecnocientífico tornando como modelo los proyectos del célebre MITI
japonés (= Ministerio del Comercio internacional y de la Industria).
Aquí está el reto para que las políticas sean capaces de sustraerse a la
falsa alternativa entre tradición y modernización. Las políticas están
obligadas a superar esa falaz disyuntiva, precisamente a través de una
planificación cultural, educativa y científica cuya dificultad nadie
ignora. Esta no será pu r a clasificación de lo técnico y lo humanístico,
sino habilidad para encontrar programas culturales, métodos acadé-
micos y proyectos técnocientíficos en los que se conjuguen, en plena
simbiosis, el humanismo implícito a lo puramente técnico y
experimental con las exigencias de practicidad realista que se encierran
en toda la tradición llamada humanista.

En este punto la atención a las métodologias no es desdeñable.


Puede, en efecto, caerse en la tentación «practicista» que quiere
dirigirse de modo inmediato y demasiado rápido al campo de las
prácticas, de las habilidades y aptitudes, de lo concreto y
experimentalmente eficaz. Sin embargo, todo proceso investigador o
educativo - s o y consciente de la difícil asimilación- debe ir precedido de
instancias intelectualmente formativas, solícitas por actitudes y
capacidades intelectuales vinculadas a las exigencias de coherencia, de
lógica, de verdad como- búsqueda, de responsabilidad intelectual y
moral, etc.

En tercer lugar, considerado el campo científico y tecnocientífico


como subsistema social, no por eso la política podrá pretender
programar, en todos sus extremos, la innovación. Lo novedoso todavía
no se da y, por tanto, no se pueden decidir por adelantado las
condiciones y formas de desarrollo de lo que todavía no existe.
Precisamente por eso, el subsistema científico es uno de los factores más
determinantes del carácter abierto de las instituciones sociales y por eso
también, como decíamos, que más pueden contribuir a su inestabilidad.
Pero, siendo razonable lo que decimos, ninguna política puede abandonar
los procesos de innovación solamente sometidos a su propio
determinismo. Las políticas, hoy más que nunca, se ven en el trance de
aprender a dominar o encauzar las innovaciones tecnocientíficas:
Deberán, por tanto, tener en cuenta sus consecuencias antropológicas
y sociales, la fiabilidad previsible de los objetivos de las
investigaciones, el grado de aplicabilidad de sus productos, etc. Ello
quiere decir que no es posible una investigación absolutamente ajena a
previsiones políticas, sean estas hipotéticas.

Estos supuestos traen a primer plano exigencias de organización


con repercusiones políticas en las que se aúnan lo prospectivo y lo
ejecutivo.

2. PROSPECTIVA CIENTÍFICA Y POLÍTICA

Digamos, antes de nada, que prospectiva no es futurología ni


voluntarismo, tampoco un arte y mucho menos una ciencia sometida a
leyes. Ella debe conjugar la imaginación y el cálculo. Ambos son
atributos tanto de la investigación como de la política. Imaginación y
cálculo no son excluyentes tanto para el científico como para el
político. En ambos casos, la mentalidad prospectiva debe describir la
ordenación y organización del presente a partir del porvenir que se
desea. Esto supone que presente y porvenir se vinculan por la
mediación de ejecuciones prácticas, pero animadas por uh cierto
racionalismo político y científico aplicable a través de varios momentos
metodológicos.

a) En primer lugar, el estado actual de la tecnociencia, exige tener


en cuenta la visión completa o global del sistema institucional. La
prospectiva debe detenerse en el análisis, llamémoslo estructural, del
sistema social en su conjunto. El análisis estructural, por sí mismo, se
centra en los componentes inmanentes o sincrónicos del sistema. Esto
tiene la ventaja de poner de manifiesto sus relaciones,
interdependencias y, por tanto, también sus contradicciones,
atendiendo tanto a lo cuantitativo, como puede ser el PIB, cuanto a lo
cualitativo, corno pueda ser su modo de distribución en obras y
servicios, beneficios sociales, etc. Aparecerán así las variables y
parámetros más o menos determinantes a tener en cuenta en l as
p revisio nes y en la presumible evolución de las variables
estructurales 24.

b) En segundo lugar, a partir de una visión sistémica global, la


política está, por su propia naturaleza, llamada a planificar a partir del
presente pero en vistas al porvenir. Y, en relación con -la tecnociencia,
no se trata de que deba adivinar el futuro pero sí prepararlo. Es aquí
donde la decisión política está obligada, en primer lugar, a proponer y
esclarecer su programa, sus preferencias y decisiones para el futuro.
Más que en ningún otro campo, en éste debemos saber lo que propone
un ideario político, no ya para el desarrollo de la ciencia, sino para
saber qué quiere hacer con ella en relación con nuestra vidas, nuestra
sociedad, en fin, nuestro mundo. No es, en efecto, lo mismo un pro-
grama político más atento a la investigación biosanitaria que otro
centrado en la investigación aeroespacial. Ni da igual que una política
se preocupe o no por el medio ambiente y con qué medios. Asuntos en
que no es suficiente la declaración de intenciones o la generalización,
porque en esto las preferencias y matices cuentan. La decisión política
deberá escoger, en fin, de los posibles diseños de futuro uno o algunos.
Eso, por razones diversas, es tan necesario en países poderosos, como
Estados Unidos, cuanto en los de recursos reducidos, como es el nues-
tro. Ningún partido político puede eximirse del riesgo de determinar

24
P. Papon, pour une prospective de la science, seghers, Paris, 1983
prioridades y fijar orientaciones concretas para preparar el futuro
deseable.

c) - Tanto el análisis estructural como la preparación del futuro


exigen parcelar y programar sectorialmente las investigaciones. - A pesar
de' eso, será imprescindible promover la convergencia de todas ellas a
través de un plan estratégico para que la investigación funcione como
conjunto sistémico, integrador de la diversidad de investigaciones en
campos dispares que van de lo social a la económico, a lo biológico o
físico, a lo humanístico, etc. Esto viene solicitado por dos razones. En
primer lugar, por la propia imprevisibilidad de resultados heterogéneos
cuyas consecuencias van a confluir, sin embargo, en la misma sociedad.
Pero, en segundo lugar y en un plano más inmediato, eso cs exigible
también para una planificación de los recursos y de los esfuerzos.

A este respecto es necesario recordar de nuevo al MITI japonés. En


los Estados Unidos de América, la coordinación se realiza al más alto
nivel, ya que el presidente tiene su Consejo Científico asesor que
actúa con independencia, pero con capacidad de influencia, en todas
las Agencias i n v estigadoras. En Francia, el CNRS alcanza a coordinar
centros de investigación muy diversos (universidades, empresas...). En
España, por mucho que se diga, no hemos logrado todavía el grado de
modernización deseable. No ya en la investigación misma, sino
tampoco en su organización. La diversidad de instancias
Investigadoras no comunicadas, como son las universidades, el CS1C,
las empresas privadas y ahora la multiplicidad de centros de
investigación en las Comunidades Autónomas, convierte el panorama
investigador en bastante caricaturesco: cada uno por su cuenta, sin
contar con los demás, se propone contribuir al futuro de todos.
Simplemente por eficacia en los esfuerzos, el espacio de co-
municación debe ir adquiriendo amplitud, al ejemplo de los
programas COST, ESPRIT, Programas Europeos de investigación
nuclear, espacial, aeroespacial, de biotecnología, como el programa
LATIN, que investiga sobre las posibilidades de la ingeniería genética
para desarrollar «árboles de diseño» y en el quo participan también
científicos españoles. Es inaplazable integrar en una red los diferentes
centros del sistema investigador. Las políticas no sólo los fomentarán,
sino que a ellos deben encomendar aquellos proyectos de futuro
políticamente decididos. Eso mismo propone también la OCDE 25.

En este sentido el funcionamiento del I+D en España no creo que


(laya alcanzado ni la coordinación ni los resultados deseados, si bien no es
ésta la ocasión para analizar su funcionamiento26. A este respecto parece un
acierto, veremos si eficaz, la constitución del Comité de Coordinación
Funcional de los Organismos Autónomos de Investigación y Experimentación,
regulado por Real Decreto de abril de 1997. En él se otorga al CSIC un
puesto relevante para la coordinación de la actividad científica. Cierto
que en este terreno nada será fácil, precisamente en virtud de la
pluralidad de puntos de vista (e intereses) que se cruzan en la
planificación y en las expectativas sobre la tecnociencia. No pensemos
tampoco que, siendo el de la investigación tecnocientífica un problema
social con tantas ramificaciones, podrá ser solucionado por métodos
válidos eh las ciencias experimentales.

3 . LA POLÍTICA ENTRE EL PRESENTE Y EL PORVENIR

25
Industrie et unirersités: nouvelles formes de coopération et de comunication, Paris, 1984.

26
Cf . Cuadernas de Realidades Sociales, entro d e 1 9 9 7: M. SOLER, «España Bite el panorama tecnológico del
siglo xxi», pp. 187-204; igualmente, AYALA, «L 1 sit ua ció n de la ciencia cn Espa ña y en la Amér ica Lat ina »,
pp. 1 6 5 - 1 8 6 .
La tecnociencia es un complejo de subsistemas abiertos, cuya
significación plena va apareciendo con el despliegue del porvenir. Su
sentido está más en las potencialidades y consecuencia que en los
resultados actuales. Esto compromete doblemente la acción política:
con el presente porque toda acción es actual y, de modo más
imperativo, con el porvenir, que queda pendiente de las consecuencias
de las decisiones actuales.

A) Responsabilidades c o n e l porvenir

Digo c o n y no ante el porvenir porque el porvenir no existe, pero


es en él donde la vida, en la plenitud de su signficado, puede verse
comprometida por decisiones actuales. De ahí que no sea aceptable el
neutralismo moral y político ante él futuro.

¡Coordinar!, es la invocación de científicos y no científicos. A pesar de


las dificultades, el futuro exige la coordinación del pluralismo y de la
complementariedad de las investigaciones para evitar la paradoja de
elevar a total lo que es sólo un aspecto singular o unidimensional: la
ciencia está impregnada de humanismo y el humanismo debe saber que
no se puede caminar sin asimilar las conclusiones de la ciencia. Entre
muchos, Antonio Fernández Raí - lada no deja de llamar la atención sobre
este asunto solicitando la complementariedad de aproximaciones y la
eliminación de reduccionismos..., con el fin de no comprometer la
investigación con las consecuencias perversas que ella misma se
propone evitar 27.

27
«La ciencia y la d iver sificación necesar ia de la Mod er nida d», Cuadernos de Realidades sociales, ener o d e
1997, pp. 21-36, p. 35; Los muchos rostros de la ciencia, No bel, Ovied o, 1995.
Pero, más allá de las coordinaciones, hoy se hacen imprescindibles
las intervenciones políticas. Los problemas morales inherentes a la
manipulación genética, a la alteración de los procesos reproductivos, a
las consecuencias del uso de drogas y medicamentos, a los de
trasplante de órganos, a las posibilidades de donación humana (hoy ya
en experimentación, aunque no se diga), etc., todo eso solicita la
concurrencia previa de puntos de vista que deben ser tenidos en cuenta
antes de iniciar líneas de investigación y experimentación para no
poner en entredicho el futuro de una vida realmente humana. Esta
lleva implícitos valores y fines que superan los asignables a la voluntad
individual, al interés científico y, mucho más, a los intereses
económicos y de poder. La vida corno continuum, como filian
ininterrumpido entre los seres vivos, es, por sí misma, un valor superior
a la precariedad de la vida individual. Por eso la humanidad es sujeto de
atributos y derechos no derivables exclusivamente de la vida biológica
de los individuos. Esto supone introducir un principio de responsabilidad
que trasciende al individuo y se inscribe como imperativo de la
humanidad a la que también pertenece la vida humana futura.

Este imperativo sobrepasa la conciencia del deber de cada individuo


particular; por eso sólo la decisión política puede tomar a su cargo tanto
su carácter colectivo como su dimensión de porvenir. Es ésta, quizás, la
exigencia más comprometida para la política, pero también la más
exclusivamente suya, porque sólo políticamente es atendible. Cierto que
en este punto tanto la ética como la política tropiezan con no pequeñas
dificultades: las de decidir y dirimir entre los bienes para el presente y las
repercusiones para el porvenir. Si la humanidad es humanidad también futura,
los beneficios y bienes para el hombre actual no pueden ser criterio exclusivo
de validez si con ellos se compromete el futuro de una vida humana con
sensibilidad y libertad. Aquí podría formularse la duda sobre si la política
actual debe obligarse hacia lo que todavía no existe. ¿Por qué, desde un
punto de vista puramente racional, responsabilizarse políticamente de lo
inexistente? Más todavía: puesto que la ciencia tiene posibilidades
transformadoras y aniquiladoras extremas, y ella es obra del hombre,
podría dudarse sobre si ella debe seguir existiendo sólo en la medida en
que la obra del hombre lo permita. Los interrogantes obligan, sin
embargo, a optar por la defensa de la vida como valor absoluto por sí
misma. De ahíla obligación hacia una vida «auténticamente humana»
futura, hoy no experimentable por inexistente, incluso prescindiendo de
«mejoras» para la vida humana presente. Como digo, tal presupuesto -
« i r r a c i o n a l » o «arracional»- puede ser discutible, pero parece el único
que, sin perjudicar- lo que existe, no compromete lo que necesariamente
debe existir.

De aquí nacen, con las prevenciones, las responsabilidades ante


cualquier «meliorismo». Trastocar la vida, aunque sea con voluntad de
mejorarla, puede suponer- el riesgo de pervertirla definitivamente. Así
encuentra su razón la «responsabilidad del miedo», de la que habla Hans
Jonas, que no es miedo al futuro sino a que el futuro, estando de por
medio la vida, no sea como el presente. ¿Quién puede predecir cómo será
la vida humana dentro de varios siglos o milenios teniendo en cuenta las
posibilidades de la tecnociencia? Nosotros, hombres de hoy, quizás no
tenemos más obligación, en este punto, que protegernos de la tentación
de un futuro óptimo, y controlar la tecnociencia para que el hombre del
porvenir no pierda aquello que, a pesar de las vacilaciones, define su
naturaleza actual. Sólo por analogía con el presente puede ser proyectado
el futuro, tratándose de la vida de un ser cuyo modo de ser es la libertad.
Aclarando un poco más las cosas, no parece fuera de lugar adelantar
qué es lo que lleva anejo el «modo de ser» según la libertad, que compromete
a la política y la tecnociencia para su salvaguarda. Eso quiere decir que, por
analogía con nuestra vida de hoy, la vida humana futura siga siendo vivida con
libertad razonada y comunitaria; con sensibilidad moral susceptible de
discernir bien/mal, tolerable/intolerable; con sensibilidad psicológica que
proteja el amor, el afecto y la amistad, que sienta dolor por el mal lisie() y
moral, capaz de llorar a sus muertos; coro sensibilidad simbólica, religiosa y
estética asociada a la creación artística e imaginativa, que lleva anejas la
intuición y el juicio sobre lo agradable, lo bello, lo feo, lo sublime; con
los deseos de un homo ludens que se divierta y goce... Todo esto es
todavía atribuible al hombre de hoy. Quizás la responsabilidad política
tecnocientífica deba contribuir a que no se pierda sino que se
incremente en el futuro. La ciencia ficción prefigura su desaparición
situándonos ante seres biológicamente perfectos, mentalmente
óptimos, muy pulcros, casi sin secreciones pero también sin
sensaciones. Les hemos llamado «tecnántropos» Lo preocupante es
que la ciencia real puede construir o fabricar esta «segunda
naturaleza» con algunos cambios genéricos o de control psíquico. Sólo
la política está hoy capacitada para evitarlo.

Un ejemplo positivo lo veo en la normativa sobre la proyección


de las invenciones en biotecnología, aprobada por la unión Europea,
el 16 de julio de 1997. Además del esfuerzo de coordinación entre
diversas legislaciones, en ella se define el concepto de «ser vivo»,
«proceso biológico» y «microbiológico», con el fin de distinguir lo
natural de lo artificial, el invento del descubrimiento..., con vistas a
definir lo patentable, de lo que se excluye cualquier parte del cuerpo
humano en su estado natural y las terapias genéticas que afecten a la
línea germinal, prohibiendo explícitamente la donación humana.
Esta línea debe ser seguida sin vacilaciones, sobre todo si se
piensa que, particularmente en biotecnología, la investigación lleva
anejas repercusiones económicas que afectan a ingentes cantidades
de dinero. La Unión Europea prevé, para el año 2000, 23,9 billones de
antiguos ecus en biótecnología, 14,6 en productos químicos, 40 en
agricultura y alimentación, 2 en medio ambiente. Tal como Robert
Solow puso de manifiesto, los avances científicos y tecnológicos son
los responsables de casi el 50 por l00 de PIB de Estados Unidos,
durante los años que van desde la guerra hasta hoy.

Son magnitudes económicas, con capacidad de incrementar a


nivel empresarial, que provoca especulaciones de todo tipo,
seguramente nada respetuosas ni con los problemas morales ni con
los compromisos con el futuro. Es bien sabido que el mundo de los
intereses económicos y de poder se mueve, sin vacilaciones, por la
lógica del beneficio y de su incremento en espiral, ajenos de todo ideal
o idea reguladora. De ahí la exigencia de políticas de Estado y de
normativas de obligatoriedad ultraestatal, lo que compromete seriamente a
lo s organismos internacionales. En fin, no puede perderse de vista que
la tecnociencia es la primera fuente productiva.

B) Tecnocracia y Humanismo

Los gobiernos democráticos no son elegidos para gobernar, sino


para gobernar bien. Y no basta, por su parte, la invocación voluntarista
a los valores morales para fomentar una libertad realmente humana
ámbito científico. De ahí que una concepción de la democracia no
puede, en este asunto, permanecer neutral ante las consecuencias de
la investigación ni ante la gestión que de ella se haga, cobijándose
bajo el cómodo recurso de la libertad de investigación. Las políticas
deben plantearse si cada cual puede hacer lo que quiera o lo que
pueda; incluso engendrar monstruos.

Cualquier política de la responsabilidad deberá extremar la


atención para no hacer entrega del poder de la tecnociencia a una
minoría «ilustrada» de tecnó crata s, ci en tíf i cos , o estrictamente
políticos. Ciertamente: no es posible que la investigación y la
tecnociencia progresen sin organizaciones y, por tanto, sin tecnificarse
a sí mismas. Lo mismo sucede con la complejidad de nuestras
sociedades. Otra cosa es entregar la ciencia y la política a la
tecnocracia: El problema radica precisamente en que el tecnócrata, en
virtud de la lógica de la eficacia es ajeno a todo ámbito simbólico incluso
sentimental Prescinde de los sentimientos. En este punto la ampliación
de la Información y del pluralismo en las esferas de decisión no puede
ser soslayada, así como será imprescindible que se conozcan los
proyectos, resultados y consecuencias de la investigación, con
frecuencia velados por motivos económicos o de poder. En este punto
debe reconocerse que los expertos y técnicos son los que saben cómo
deben hacerse las cosas, pero las op cio n es fund amen ta l es que
afectan a sus consecuencias humanas y morales, las intuye y discierne
con más ac ierto el s en ti do co mún y el saber vulgar del no científico
y del no político.

La ausencia de políticas tecnocientíficas ha conducido a una situación


que puede ser calificada de aberrante. La investigación va hoy camino de
los astros cuando millones de seres humanos no han alcanzado los más
elementales niveles de humanidad y, por tanto, de libertad. Lo débil existe,
es un a priori de la acción política de los Estados y de la preocupación
tecnocientífica. Y tengamos en cuenta que la humanidad, entendida corno
totalidad, no encontrará soluciones para su propia dignificación si no es
por medio del uso y despliegue de los medios tecnocientíficos: el
subdesarrollo, la vida digna en todos los sentidos, cada cual en su cultura,
no podrá ser alcanzada sino por una extensión razonable de la tecnociencia.

Esta situación implica no pocas responsabilidades políticas y supone


que, recordando a M.Weber, no es sólo un modelo político simplemente
decisionista o puramente tecnocrático el hoy deseable, sino un modelo
pragmatista capaz de integrar críticamente decisión política con (exigencia
técnica, con el fin de satisfacer las necesidades sociales y las expectativas
de un mejor porvenir. Lo que resulta válido tanto para las sociedades y
Estados desarrollados como los que se encuentran en vías de-desarrollo.
Vuelve así a primer plano la importancia de otras variables dentro del
sistema institucional, que hemos recordado. En este sentido, incluso desde
una interpretación positivista, la eficacia política institucional no podrá
sustentarse solamente en la legislación y en la norma penal, sino que
deberá ser activamente imaginativa para fomentar un clima
científico/político/social en el que se conceda preponderancia a Valores
profundamente humanist a s , s e l e s llame o no así en nuestra mentalidad
ilustrada.

Es indudable que nuestro tiempo está volviendo sobre los ideales


morales de la solidaridad, la igualdad, el respeto, la justicia, etc., no por un
renovado moralismo pietista, sino como consecuencia de lo que Foucault ha
llamado «cuidado de s í » A la postre, los seres humano ríos estamos
dando: cuenta de que nuestro ser, nuestra humanidad, definitivamente
encomendados al poder de nuestra tecnociencia, debe velar por aquello que
la hará subsistir, con independencia de los ideales, políticos, morales e
incluso religiosos de cada cual Heidegger acabó sus días presagiando que
sólo un dios puede salvarnos28. Aunque lo diga Heidegger, un dios con
minúscula no significa nada. Pero, aunque esto lo encomendemos al Dios de

28
Der Spiegel, n.° 23, 1976, p. 209.
la Fe, no por eso la política tecnocientífica podrá eximirse de fomentar
aquellos valores específicos, no rentables económicamente, pero que
llenan de contenido un concepto de «humanidad». Es ésta la más
comprometida de sus obligaciones. Para que vaya siendo así nos toca
pedir eficacia a los gobernantes.

El problema de la atención a los ideales morales y a las pre-


ocupaciones que llamarnos simbólicas, es hoy un lugar común que
también formula J. Habermas. Para él, todo el positivismo científico no
puede ser considerado como la manifestación única ni la más perfecta
de la racionalidad humana. Las ciencias humanas en general y la
reflexión ético-social en particular, gozan de total legitimidad y son ellas
precisamente las que deben reivindicar un ámbito de moralidad y
esperanza que las ciencias positivas y la técnica no podrán nunca
colmar 29. El «saber de previsión» propio de las ciencias empírico
analíticas nos es indispensable, pero eso no puede postergar a las
ciencias morales, motivadas por el interés crítico o autorreflexión
(Selbstreflexion) dirigida a cuanto distorsiona la racionalidad libre y la
capacidad de comunicarse sin sometimiento a otras fuerzas o intereses.
Particularmente la autorreflexión debe ser crítica para que ni la
técnica, fruto del pensamiento instrumental, ni la ideología desvirtúen
el sentido de la racionalidad. Ellas, en efecto, tienden por sí mismas a
subsumir el ámbito de la moralidad bajo los imperativos de la eficacia.
Por eso Habermas entiende la ideología como discurso que tiende a
ocultar, bajo el disfraz de la organización y la eficacia, los intereses
m o r a l e s 30.

29
La reconstrucción del materialismo histórico, Tatuas, Madrid, 1981.

30
Cf. Ciencia>> Técnica como ideología, Tecnos, Madrid, 1984.
La atención al ámbito morales ya inaplazable porque, a pesar del
racionalismo organizativo, el ciudadano de las sociedades capitalistas
avanzadas reclama del Estado, además del consumo y los servicios
sociales, una vida asociada a los ideales de libertad, de solidaridad, de
justicia, de igualdad, etc. En fin, el hombre de las sociedades capitalistas
aspira a una «felicidad» y «vida buena» que no se ve ya satisfecha por el
liberalismo económico ni por la democracia política formal ni por el consumo
o por el manejo de los instrumentos técnicos. Hoy el ciudadano reclama una
vida «más moral», que podemos llamar «postindustrial» o
«postcapitalista», porque no se satisface con los logros de las sociedades
capitalistas tecnificadas ni con los fines que ellas siguen persiguiendo 31.

Esta insatisfacción supone un inmenso problema para los Estados y


sus políticas ya que, racionalmente muy bien organizados y tecnificados,
son incapaces de ofrecer estímulos y alicientes morales 32. Esta es la
razón de la crisis actual de las instituciones estatales, administrativas e
incluso religiosas y educativas. Todo un ambiente post -
«postcapitalista)>, «postmoderno»quiere expresar, no tanto el rechazo
de la modernidad o del capitalismo, cuanto la urgencia de que cada
individuo reivindique ámbitos de subjetividad y personalidad,
liberándose de las retículas unidimensionales de la tecnocracia 33.

Pero aquí, como decíamos, sería contradictorio querer subsanar las


deficiencias o las carencias cíe la tecnocracia con más tecnocracia. Ese
no puede ser el camino sino, sencillamente, tomar otros rumbos c
impulsar los ámbitos simbólicos que forman igualmente parte del

31
Proble mas de legitimación del capitalismo tardío, A m o r r o r t u , Bue nos A ires 1975.

32
Teoría de la acción comunicativa, 11, Taurus, Madrid, 1987, pp. 555-556.

33
A mb ie n te qu e r ecog e, e n ve r sió n bi en ilustrada, el libro de J. L. P in i llos , El cor a zón de l laber into,
Es pasa , Madrid, 199 7 .
sistema institucional. Y, sobre todo, repensar los objetivos de las
políticas educativas.

C) Tecnociencia y políticas educativas

La tecnociencia seguirá, sin duda, un proceso imparable, como así ha


sido desde el inicio de la humanidad. El progreso de la humanidad y de las
sociedades queda ya vinculado al desarrollo tecnocientífico y, por tanto,
investigador. Eso tiene repercusiones educativas inmediatas. Unas que hacen
referencia a la formación en la iniciativa, en el cultivo y uso de la
imaginación, en la voluntad de innovación y empresa. Todo lo cual tiene, que
ver con decisiones de política educativa que propugne métodos y habilite
medios para una verdadera educación que forme en la creatividad simbólica,
en la científica y técnica y no menos en el respeto a la naturaleza y a los
seres humanos. Esto no es un deseo piadoso, sino una demanda alcanzable,
si bien bajo ciertas condiciones, entre las cuales la primera es la insoslayable
exigencia de la formación continuada del profesorado. Es inaplazable un plan
(¿nacional'?, ¿por Comunidades?) de formación permanente, programado y
presupuestado contando con horarios laborales, reconocimiento de méritos,
distribución de funciones, etc., que haga posible mantener al profesorado,
de acuerdo con su nivel profesional, en contacto con las novedades de su
especialidad y con las exigencias educativas, siempre móviles y cambiantes,
que se van generando en dependencia del propio desarrollo social y
tecnocientífico.

La formación tecnocientífica exige también, la formación en la


responsabilidad social, tanto-individual como colectiva. Cierto que no es
sólo obra de la escuela y de la Universidad, pero lo es también de ellas.
Solicitar y encauzar una tecnociencia con sentido humano demanda
comprensión intelectual, aprendizaje y paso por los grandes textos y la
reflexión de las grandes experiencias de la humanidad. Esto es objetivo
de la familia, cíe la sociedad en general y, específicamente, debe ser
«escolarmente» aprendido a través de lo que llamamos humanidades.

La falta de interés hacia lo humanístico, tanto por parte de las


políticas, como de la sociedad en general, son el mejor camino para la
entrega del hombre a un futuro dominado por una racionalidad que
desembocará en el irracionalismo que hará muy difícil, cuando no
imposible, la convivencia del ser humano futuro con su tecnociencia. No
es previsible su capacidad para dominarla si el hombre actual no se
conoce a sí mismo desde el fondo de la experiencia y de la historia
humanas, inclinado sólo sobre el espejo de su fugaz actualidad. El
hombre no empieza en cada época. También aquí la alternativa
tradición/actualidad es falaz: no hay actualidad sin tradición, ni tradición
sin su reinterpretación en el presente. Es muy probable que el abandono
de los saberes reflexivos conduzca a saber muchas cosas pero a n o
comprender ninguna, con la consiguiente incapacidad para afrontar
reflexivamente las nuevas posibilidades. A más ciencia y mayor
progreso, más responsabilidad y, por tanto, más cuidada formación
humanística. Todavía muchos, políticos y no políticos, no se han dado
cuenta de que la ausencia de una formación ajena al interés por lo
reflexivo, a los problemas específicos de las motivaciones humanas,
conduce imperceptiblemente a la entrega del hombre y de la sociedad a
una tiranía de la que en el futuro nadie se sentirá responsable. Creo,
por todo eso, que Sorokin tiene razón: la sociedad del futuro prepara
su autoliquidación y presagia todo tipo de totalitarismos, si se
desatiende la formación que contribuya a un incremento de la
responsabilidad y de esos valores que el veredicto de la historia ha ido
haciendo irreemplazables para la vida social 34. Lo que convoca la aten-

34
Sociedad, c u l t u r a y personalidad, Aguilar, Madrid, 1966, pp. 997 y ss.
ción hacia un modelo de humanidad que no puede ser sólo futuro. Los
Estados tienen hoy mucho que proteger con sus políticas.

No me parece fuera de lugar terminar recordando un espejismo


que, en nombre de la modernidad, no es sino una manera ya superada
de ver las cosas. Desde Galileo la ciencia moderna supuso un decisivo
progreso al configurar el verdadero método científico, revolucionando
el ámbito del conocimiento, imponiendo como lenguaje de la ciencia el
de la ley, matemáticamente expresada, ya qué el libro de la naturaleza
esta escrito en lenguaje matemático 35. Se pasó así del tradicional
mundo «del más o menos, al universo de la precisión>) ( K o y r é ) .
Ese decisivo salto cualitativo no puede ser celebrado sino como uno de
los más notables hitos del saber humano. Pero eso no evitó que, con la
colaboración tanto de científicos domo Newton y de filósofos como
Kant36, se fuese imponiendo la elevación de la ciencia a metafísica,
erigiendo las leyes científicas como única cosmovisión universal':
Felizmente la ciencia contemporánea es mucho más consciente de sus
límites, más cauta respecto a las posibilidades de la propia razón y al
carácter problemático de sus afirmaciones. A estas cautelas
contribuyeron, entre otras razones, las geometrías no euclidianas, la
física cuántica de Planck, la teoría de la relatividad de Einstein, las
tesis sobre la complementariedad, incluso duplicidad de las teorías
científicas, según Duhem-Quine, y la posibilidad de falsación según
Popper. Presupuestos que Heisenberg reforzaría al apuntar que la

35
Galileo, El Ensayador, Aguilar, Madrid, 19 81, par. 8.

36
Soy consciente de que la filosofía de Kant no redujo la visión del mundo al que pueda deducirse de la Crítica de la razón
pura. Es bien sabido que, después de su crítica a la «ilusión trascendental», en la «Dialéctica trascendental», no sólo
sugiere sino que solicita otros tipos de saber, legítimos en su orden, pero no derivados de la razón científica (B 877). Se
abre así el paso a una visión moral del mundo (Crítica, cíe la razón práctica) y a la concepción teleológico/estética de la
naturaleza (Crítica del Juicio). Tampoco Newton tenía una visión del mundo estrictamente científica. Lo que quiero señalar es
que su modo de pensar dio pie a un reduccionismo epistemológico que, en plenitud de verda d, no se puede atribuir a
ellos.
observación de ciertos fenómenos no es independiente del
observador37. En fin, toda la epistemología actual es ya ajena a la
afirmación de la ciencia como cosmovisión única. Eso en nada hace
desmerecer sus certezas ni en absoluto invalida su rigor. Solamente
establece órdenes de verdad. Eso quiere decir que las ciencias deben
complementarse, reconocer los límites de sus propósitos y no dar por
zanjado lo que sobrepasa sus métodos.

En fin, en la inseparable vinculación ser humano/naturaleza, la


ciencia fue y sigue siendo la mayor epopeya para hacer eficaz y grata
su convivencia. Por muchas que sean las dificultades para reafirmar la
alianza entre ellos, no podrá pedirse a la ciencia otros propósitos que
no sean los encaminados a salvaguardar para el futuro la esencia
actual de ambos: en la naturaleza todos sus elementos y formas de
vida; en los seres humanos, la libertad, la conciencia y la sensibilidad
moral que debemos dejar en testamento, no a los robots, sino a
nuestros semejantes del porvenir. Propósito que sería hoy un inocente
deseo sin explícitos compromisos políticos.

37
HEISENBERG, La imagen de la naturaleza en la física actual, Se ix Ba rra !, 13 arcdona, 195 7.
6. DERECHOS HUMANOS
Y CALIDAD DE VIDA
EMILIO GARCÍA GARCÍA
Departamento de Psicología Básica. Procesos cognitivos
Universidad Complutense (Madrid)

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, que reconoció por


primera vez, a escala internacional, los derechos fundamentales de la
persona, ha adquirido en los años transcurridos un p rog res iv o
rec ono c im ien to y p r esen cia, en la co n cien cia d e lo s hombres, en
los ordenamientos jurídicos de los Estados, y en las políticas de los
gobiernos, pero sigue planteando la gran alternativa para el futuro de
la humanidad: garantizar todos los derechos humanos para todos los
seres humanos o caer en la barbarie.

Tanto la Declaración cíe 1948, como los Pactos de 1966 reco-


gieron los derechos procedentes de la tradición liberal -los
derechos civiles y p o l í t i c o s - , que se conocen como derechos de a
primera generación, o de la libertad; y los derechos procedentes de
tradición socialista los derechos económicos y s o c i a l e s calificados
como derechos de la segunda generación, o de la igualdad.

A partir de los años setenta se habla de nuevos derechos l a


tercera generación, o derechos de la s o l i d a r i d a d , que tratan de
responder a las nuevas exigencias de los tiempos: los avances
científicos y tecnológicos, la globalización económica, los medios de
comunicación de masas, la sociedad del conocimiento, la sociedad
multicultural, el conflicto Norte-Sur, los movimientos migratorios, los
nuevos grupos y sectores marginados, etc. La escala mundial de las
relaciones económicas, científicas, políticas y culturales conlleva
nuevos desafíos, problemas y soluciones, estrechamente
interdependientes. El desarrollo de las personas y de las sociedades
requiere unas condiciones que permitan satisfacer determinadas
necesidades y alcanzar niveles de calidad de vida digna.

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