Nudos Territoriales Críticos en Ecuador: Dinámicas, Cambios y Límites en La Reconfiguración Territorial Del Estado

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Nudos territoriales críticos en Ecuador:

dinámicas, cambios y límites en la reconfiguración territorial del Estado

Omar Bonilla, Paola Maldonado, Manuela Silveira y Manuel Bayón

1. Introducción

Frente al debate sobre la nueva Ley de Ordenamiento Territorial en la Asamblea Nacional


en los próximos meses, este artículo tiene como objetivo generar insumos para el análisis
y reflexión crítica sobre los principales “nudos territoriales” del Ecuador en la actualidad.
En un contexto en que la explotación de la naturaleza como recurso cobra más relevancia
en términos geopolíticos y económicos – ya sea como apuesta productiva principal de los
estados o como actividad estratégica para el cambio de la matriz productiva (como en el
caso ecuatoriano) –, los conflictos referentes a los diferentes usos e intereses que inciden
sobre el espacio deben ser cuidadosamente analizados, teniendo en vista un ordenamiento
territorial que garantice plenamente el ejercicio de los derechos y la mejoría de vida del
conjunto de la población.

En ese contexto, consideramos “nudos territoriales” aquellas partes críticas del desarrollo
territorial nacional, es decir, las dinámicas de uso y ocupación del espacio en las que no
se ha logrado encontrar convergencia entre la legitimidad del Estado de planificar para el
interés nacional y la igualmente legítima participación de la población (en su diferencia)
en la planificación de sus espacios de vida y (re)producción. Los “nudos” son, por lo
tanto, temas irresueltos y generalmente conflictivos de la formación territorial de un país,
en que se chocan intereses del estado (generalmente asociado al capital) y de las
poblaciones locales; como tal, sus orígenes remontan al propio proceso histórico desigual
y arbitrario de organización del territorio nacional.

El tema gana especial importancia en Ecuador, país cuya Constitución e instrumentos de


planificación nacional reconocen la plurinacionalidad del estado y los derechos colectivos
de los pueblos y nacionalidades. De hecho, la Constitución ecuatoriana del 2008 presenta
importantes avances democráticos en lo que se refiere a la organización del territorio
nacional, especialmente en lo relativo a la descentralización, los gobiernos autónomos y
la autonomía territorial. Asimismo, la Estrategia Territorial Nacional – instrumento
complementario al Plan Nacional para el Buen Vivir, considerada base fundamental para
el cumplimiento de los 12 objetivos nacionales1 – refuerza la necesidad de articulación
entre la planificación nacional y la planificación a escala local (gobiernos autónomos
descentralizados). Sin embargo, el desarrollo territorial de un país no puede ser medido
en función solamente de los avances en términos de leyes y de instrumentos de
planificación, sino también – y principalmente – a través del análisis de las dinámicas
concretas que se dan en escala local.

El artículo elaborado trata de indagar, por lo tanto, de qué manera influencian a nivel local
y a qué intereses responden los actuales instrumentos y políticas de ordenamiento
territorial estatal, a través del análisis de los principales “nudos territoriales” del país, con
el objetivo de estimular una reflexión sobre los caminos posibles de incidencia y
participación desde los actores locales en la formulación de la Ley de Ordenamiento
Territorial. Para ello, y buscando resaltar la importancia de la perspectiva histórica para
la comprensión del presente, se pretende hacer un corto recorrido por el proceso de
formación territorial del país y sus dinámicas principales, hasta llegar a los “nudos
territoriales” más críticos de la actualidad, a través de algunos ejemplos locales. En
seguida, considerando la Estrategia Territorial Nacional como base para las actuales y
futuras intervenciones públicas en el territorio, realizamos un análisis de sus directrices
principales. Partimos de la hipótesis de que los derechos colectivos de las comunidades,
pueblos y nacionalidades establecidos en la Constitución del 2008 no están siendo un eje
claro de la legislación ni de las políticas públicas llevadas a cabo por el actual gobierno.

1
Los objetivos nacionales para el Buen Vivir, establecidos en el Plan Nacional de Desarrollo, son los
siguientes: objetivo 1: consolidar el Estado democrático y la construcción del poder popular; objetivo 2:
auspiciar la igualdad, la cohesión, la inclusión y la equidad social y territorial, en la diversidad; objetivo 3:
mejorar la calidad de vida de la población; objetivo 4: fortalecer las capacidades y potencialidades de la
ciudadanía; objetivo 5: construir espacios de encuentro común y fortalecer la identidad nacional, las
identidades diversas, la plurinacionalidad y la interculturalidad; objetivo 6: consolidar la transformación de
la justicia y fortalecer la seguridad integral, en estricto respeto a los derechos humanos; objetivo 7:
garantizar los derechos de la naturaleza y promover la sostenibilidad ambiental territorial y global; objetivo
9: garantizar el trabajo digno en todas sus formas; objetivo 10: impulsar la transformación de la matriz
productiva; objetivo 11: asegurar la soberanía y eficiencia de los sectores estratégicos para la
transformación industrial y tecnológica; objetivo 12: garantizar la soberanía y la paz, profundizar la
inserción estratégica en el mundo y la integración latinoamericana (SENPLADES, 2013)
2. Marco teórico y normativo

“La geografía: un arma para la guerra” (Lacoste, 1990 [1976]): así se llamó el libro que
revolucionó la manera tradicional de entender y hacer Geografía, tanto como disciplina
académica como escolar. Con su polémico título, el geógrafo francés pretendía explicitar
los vínculos existentes entre la Geografía, los estados y los grandes aparatos capitalistas,
vínculos estos que se habían quedado ocultos a través de sutiles pero eficientes estrategias
que, a lo largo de los siglos, lograron disfrazar el potencial del conocimiento geográfico
como “temible instrumento de fuerza para los que ostentan el poder” (Lacoste, 1990
[1976]: 6).

Hasta entonces, la imagen consagrada de la Geografía era de una disciplina asociada a la


memorización de accidentes geográficos y a la “simple” confección de mapas, entendidos
generalmente como un retrato fiel de la realidad, y no como una re-presentación creada
desde un determinado punto de vista. Mientras tanto, para los Estados y las empresas, la
Geografía siempre había sido considerada un saber estratégico para “hacer la guerra”, lo
que según Lacoste iba mucho más allá del sentido estricto de “dirigir operaciones
militares” (Lacoste, 1990 [1976]: 8): el conocimiento sobre el espacio se asociaba a la
política en un sentido más amplio, siendo esencial para conocer, organizar y controlar el
espacio y la población sobre los cuales el aparato del Estado ejerce su autoridad.

El análisis de Lacoste (1990 [1976]) nos señala, sin embargo, que el papel de la Geografía
para el fortalecimiento de los estados y las empresas fue más allá de su importancia como
conocimiento estratégico: a partir de su institucionalización (como disciplina académica
y escolar en el siglo XIX), la Geografía pasó a cumplir un rol fundamental en el proceso
de legitimar en los imaginarios colectivos el monopolio del Estado como ordenador del
territorio. La construcción de un discurso que asociaba de forma natural el Estado a una
identidad (nacional) y un territorio comunes compartidos fue ampliamente apoyada por
la difusión del conocimiento geográfico en las escuelas y a nivel académico, lo que
terminó por naturalizar la asociación Estado-nación-territorio de manera acrítica. A través
de ese proceso, se logró legitimar la imposición arbitraria de la malla territorial estatal a
través de un ordenamiento territorial “neutral”, que ocultaba su articulación con intereses
específicos, impuestos sobre la diversidad cultural y territorial existente dentro del
supuestamente homogéneo Estado-nación.
Este poderoso imaginario colectivo empieza a ser cuestionado a partir de los años 1970
(y más fuertemente en las décadas siguientes) tanto en el ámbito académico (para lo cual
la obra de Lacoste fue esencial) como por los propios movimientos sociales que empiezan
a organizarse a partir de entonces con base en nuevas estrategias discursivas. Los
movimientos identitarios (indígenas, afros, urbanos, etc.) impulsaron una movilización
por el reconocimiento de la diversidad cultural, lo que trajo a superficie el hecho de que
los Estado nacionales, lejos de estar constituidos por una unidad cultural y territorial
homogénea, se constituyen por una enormidad de particularidades culturales que eran
sistemáticamente atropelladas por el ordenamiento territorial estatal. Articulados en torno
a demandas por territorio y autonomía, estos movimientos explicitaron la existencia de
formas diversas de apropiación y uso del territorio, así como de maneras distintas de
relacionarse con la naturaleza y de organizarse política y económicamente.

En diálogo constante con estos movimientos y con las ciencias políticas, la Geografía
también pasó por un periodo de replanteamiento crítico a partir del cual la supuesta
neutralidad de la producción académica y escolar empezó a ser cuestionada. La “nueva
Geografía” (Santos, 1978) amplió su comprensión de lo político y del territorio, cuyo
entendimiento dejó de estar vinculado exclusivamente al Estado. El territorio y las
relaciones de poder pasaron a ser entendidos a partir de una perspectiva más amplia, que
les da un sentido multidimensional y multiescalar, jamás restricto al espacio y al poder
exclusivos del Estado-nación: “el territorio y la territorialización deben ser manejados en
la multiplicidad de sus manifestaciones – que es también, y principalmente, la
multiplicidad de poderes, en ellos incorporados a través de los múltiples sujetos
involucrados” (Haesbaert, 2007a: 22).

La apropiación y/o dominación de un espacio se realiza, por lo tanto, a través de la acción


de diferentes sujetos o grupos sociales (ya no restricto al espacio apropiado/controlado
por un Estado nacional), en función del establecimiento tanto de relaciones simbólico-
culturales como de relaciones materiales/funcionales con el espacio, es decir, se refiere
tanto a apropiaciones en el sentido de dominación material como en el sentido simbólico
(Haesbaert, 2008).

Territorio, así, en cualquier definición, se relaciona al poder, pero no solamente


el tradicional poder político. El dice respecto tanto al poder en sentido más
concreto, de dominación, cuanto al poder en el sentido más simbólico de
apropiación. Lefebvre distingue apropiación de dominación (‘posesión’,
‘propiedad’), lo primero siendo un proceso mucho más simbólico, cargado de
las marcas del ‘vivido’, del valor de uso; el segundo más concreto, funcional y
vinculado al valor de cambio. (...) Podemos entonces afirmar que el territorio,
inmerso en relaciones de dominación y/o de apropiación sociedad-espacio,
desdoblase a lo largo de un continuum que va de la dominación político-
económica más ‘concreta’ y ‘funcional’ a la apropiación más subjetiva y/o
‘cultural-simbólica’ (HAESBAERT, 2008: 20; traducción nuestra)

El territorio lo conceptualizamos, por lo tanto, desde una visión dialéctica, como el


resultado de distintas territorialidades en relación. Sin embargo, esa relación no está
exenta de relaciones de poder: en general, la dominación político-económica se impone
sobre la apropiación cultural-simbólica. Con base en lo anteriormente expuesto, se puede
afirmar que pasa lo mismo en el proceso de ordenamiento territorial: como “legítimo”
ordenador del territorio, el estado – en asociación con el capital – expande su malla
territorial de manera arbitraria, imponiendo su lógica e intereses sobre las demás
territorialidades existentes en el espacio nacional.

Es decir, el ordenamiento territorial es uno de los medios a través del cual se impone
tradicional y legítimamente la soberanía estatal, por medio principalmente de la
densificación de la malla territorial del estado, con la que se fortalece también su poder
infraestructural. Definido por Mann (1992) como “la capacidad del estado realmente
penetrar la sociedad civil y de implementar logísticamente las decisiones por todo su
dominio” (p. 169), el proceso de fortalecimiento de este poder tiene inicio con la
formación de los Estados-Nación (en el siglo XIX en América Latina) y se intensifica
radicalmente a lo largo del siglo XX, hasta adquirir su faceta más brutal, en la primera
década del siglo XXI2.

El concepto de (des)ordenamiento territorial – que pasa a ser nuestro concepto-clave para


el análisis de los nudos territoriales – es fundamental para explicitar este proceso. Se trata
de una relectura crítica del concepto de ordenamiento territorial a partir del punto de vista
de los que sufren las acciones del Estado, tradicional y legitimado agente ordenador del
territorio. El término “(des)ordenamiento” busca explicitar la perspectiva de que el
ordenamiento territorial estatal está, necesariamente, vinculado a su opuesto, el

2
“Las intromisiones infraestructurales del estado son inmensas: evaluar y tasar renta y riquezas en la fuente
sin nuestro consentimiento; almacenar y utilizar informaciones sobre cada uno de nosotros; poder hacer
cumplir su voluntad en el mismo día en casi todos los lugares bajo su dominio, su influencia sobre la
economía global es enorme; el estado hasta provee directamente la subsistencia de la mayoría de nosotros
(vía empleos que ofrece, la previdencia etc.). El estado hoy penetra en la vida cotidiana más que cualquier
estado histórico. Su poder infraestructural creció enormemente (Mann, 1992: 583).
desordenamiento, ya que significa siempre la ruptura de otros órdenes preexistentes en
el espacio sobre el cual la malla territorial arbitrariamente se impone.

Es fundamental resaltar que el (des)ordenamiento trae como consecuencia la des-re-


territorialización precaria de grupos poblacionales generalmente en situación de pobreza.
Aquí el concepto de “des-re-territorialización” es utilizado como alternativa conceptual a
la desterritorialización: considerando que la territorialidad es “inherente a la condición
humana” (Haesbaert, 2007b: 78) – aunque la apropiación del espacio no signifique
necesariamente la propiedad sobre el mismo – Haesbaert (2007b) considera que el
proceso de desterritorialización debe ser entendido como “un proceso indisociablemente
enlazado a su reverso, los movimientos de (re)territorialización” (p.19). Es decir, no
existe desterritorialización sin una subsecuente reterritorialización, aunque esta se
produzca de diferentes maneras.

Eso porque las diferentes clases sociales tienen diferentes posibilidades de imponer su
territorialidad en momentos de disputa por el uso y apropiación del espacio; las clases
empobrecidas son precariamente des-re-territorializadas, en general por medio de
desplazamientos compulsorios que generan “efectiva inestabilidad o fragilidad territorial”
e imposibilidad “de construir y ejercer efectivo control sobre sus territorios, ya sea en el
sentido de dominación político-económica o de apropiación simbólico-material
(Haesbaert, 2007a: 312), comprometiendo así su capacidad de supervivencia física más
básica. Los grupos hegemónicos, al contrario, tienen enorme facilidad de moverse y
conectarse en/con diferentes lugares del mundo, así como para imponer sus inversiones,
apropiándose de espacios ya ocupados y creando verdaderos enclaves en el territorio. En
el contexto capitalista de acumulación flexible, en que las relaciones se construyen a
través de “territorios-redes, superpuestos y discontinuos” (Haesbaert, 2007a: 338), los
conflictos territoriales y los procesos de des-re-territorialización se acentúan.

Sumado a eso, la fiebre del “ordenamiento” y el “desarrollo territorial” de las últimas dos
décadas actualizan la perspectiva denunciada por Lacoste: desde el estado se maneja el
tema del ordenamiento territorial como asunto técnico, a cargo de “especialistas”
desvinculados de la realidad local, ocultando una vez más “la importancia política de todo
lo relacionado con el espacio” (Lacoste, 1990:19). Al no reconocer a otros
grupos/colectivos como agentes legítimos de ordenamiento de sus propios espacios de
vida y reproducción, se refuerza el monopolio del estado en los asuntos referentes al
territorio.

Como contrapunto, las luchas de los pueblos han generado algunas conquistas en el
ámbito legal en lo que se refiere al reconocimiento de sus diferentes geografías: el marco
normativo nacional e internacional relativo a los derechos de los pueblos y comunidades
– reconocidos en diversas constituciones latinoamericanas a partir de la década de 1980
– es una herramienta para limitar el ejercicio del poder del estado en los ordenamientos
territoriales. Es decir, los derechos reconocidos sirven como marco constitucional y
supranacional para hacer frente a los procesos arbitrarios de des-re-territorialización
impuestos desde arriba. Guardadas las especificidades locales, los avances normativos
reconocen la autonomía de los territorios ancestrales – considerando para su definición
no solamente la apropiación material de los espacios, sino también los vínculos
simbólicos con los mismos –, así como la necesidad de realizar una consulta previa sobre
proyectos y políticas del estado que afecten sus territorios, legitimando la participación
de los pueblos en el ordenamiento de sus territorios.

En Ecuador, el artículo 57 de la Constitución, referente a los derechos de las comunidades,


pueblos y nacionalidades, reconoce el derecho a “mantener la posesión de las tierras y
territorios ancestrales” (§5) , así como el derecho a “no ser desplazados de sus tierras
ancestrales” (§11) y “la consulta previa, libre e informada, dentro de un plazo razonable,
sobre planes y programas de prospección, explotación y comercialización de recursos no
renovables que se encuentren en sus tierras y que puedan afectarles ambiental o
culturalmente” (§7). Asimismo, en el mismo artículo se reconoce el derecho a “participar
mediante sus representantes en los organismos oficiales que determine la ley, en la
definición de las políticas públicas que les conciernan, así como en el diseño y decisión
de sus prioridades en los planes y proyectos del Estado” (§16). Mención especial se
considera en la Constitución para los llamados “pueblos em aislamiento voluntario”3, con
derechos que se enuncian incluso previos a la propia existencia del Estado-moderno. En

3
La Constitución del 2008 reconoce por primera vez la existencia de los “pueblos en aislamiento
voluntario” y sus respectivos derechos colectivos específicos: la irreductibilidad e intangibilidad de sus
territorios ancestrales. El Estado es constitucionalmente considerado el responsable de que se respeten sus
formas de vida, su aislamiento y su autodeterminación; la violación de tales derechos se considera delito
de etnocidio.
los artículos 58 y 59 se reconocen también los derechos colectivos de los pueblos
afroecuatoriano y montubio.

Asimismo, la participación sobre las políticas del Estado, y por ende, en la transformación
del territorio tiene en la Constitución un grado superlativo al considerarse el control social
como uno de los cinco poderes del Estado. Además, para los espacios urbanos se define
el derecho a la ciudad, entendido en la doble dimensión: el ejercicio de los derechos
fundamentales en la ciudad y la participación en la transformación del espacio4.

Por fin, el país es signatario de dos importantes marcos legales supraestatales referentes
a los derechos territoriales: el Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales
en Países Independientes – que garantiza la autonomía y la necesidad de consulta a los
pueblos indígenas en temas de interés nacional que les afecten (OIT, 1989)5; y la
Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas del 2007
– primer instrumento jurídico global de reconocimiento de los indígenas como
nacionalidades y como sujetos de derecho internacional. En relación al derecho a la
ciudad, se encuentra en el ámbito supranacional la Carta Mundial por el Derecho a la
Ciudad (CMDC) de 20056.

La perspectiva de territorio y de la propia Geografía que nos sirve de base está en


consonancia con tales derechos. En ese sentido, no se pretende poner en jeque la
legitimidad del Estado de planificar para el interés nacional, sino más bien resaltar la
igualmente legítima importancia de la participación popular en planes, proyectos y leyes
de ordenamiento territorial que les afecte, para evitar que el ansiado desarrollo nacional

4
El artículo 31 de la Constitución de 2008 establece “Las personas tienen derecho al disfrute pleno de la
ciudad y de sus espacios públicos, bajo los principios de sustentabilidad, justicia social, respeto a las
diferentes culturas urbanas y equilibrio entre lo urbano y lo rural. El ejercicio del derecho a la ciudad se
basa en la gestión democrática de ésta, en la función social y ambiental de la propiedad y de la ciudad, y en
el ejercicio pleno de la ciudadanía”.
5
Creado en 1989 en sustitución al antiguo convenio 107 de 1957, el Convenio 169 de la OIT reconoce el
autoreconocimiento identitario; enseguida, prevé la responsabilidad de los gobiernos nacionales en la
implementación de acciones que garanticen los derechos colectivos reconocidos, con la participación de
los pueblos (art. 2) y el derecho de los pueblos a decidir sus prioridades en lo que se refiere al proceso de
desarrollo (art. 7). Asimismo, la utilización del término “tierras” a lo largo del texto incluye el concepto de
territorio (art. 15 y 16), entendido como “la totalidad del hábitat de las regiones que los pueblos interesados
ocupan o utilizan de alguna otra manera”, reconociendo que el espacio necesario a la existencia y
reproducción material y simbólica de los pueblos indígenas va más allá de la simple comprensión de la
tierra como medio de producción.
6
El artículo 3 establece que "las ciudades deben abrir cauces y espacios institucionalizados para la
participación amplia, directa, equitativa y democrática de los(as) ciudadanos(as) en el proceso de
planificación, elaboración, aprobación, gestión y evaluación de políticas y presupuestos públicos".
se construía con base en el sacrificio de determinados grupos y espacios7, como ha
tradicionalmente ocurrido a lo largo del proceso de formación del estado ecuatoriano.

3. Formación territorial del Ecuador: huellas de los modelos de acumulación y


“nudos territoriales críticos”

El Ecuador es un país megadiverso en términos naturales y culturales; su diversidad


natural se explica, en gran parte, por ser un país ecuatorial atravesado por la cordillera de
los Andes – precisamente en la zona de transición de la cordillera desde el área del
volcanismo reciente al volcanismo antiguo –, por ubicarse en la transición de las
cordilleras y valles interandinos al altiplano y en área de confluencia de las corrientes
cálida del Niño y la fría de Humboldt. Esto determina la presencia de ecosistemas muy
diversos, desde los húmedos, como el bosque tropical, páramos húmedos, humedales,
bosques y manglares, hasta los bosques y páramos secos.

Se puede observar la transformación del espacio nacional a través de los cambios en el


uso del suelo asociados a las distintas expresiones territoriales de los modelos de
acumulación. Una mirada comparativa entre lo que pudieron ser los ecosistemas
“originales” del Ecuador (ver Mapa 1) y el mapa de ecosistemas remanentes al año 1996
(ver Mapa 2), denota claramente las huellas ecológicas de los distintos auges económicos
en el país.

La explotación de la naturaleza ha sido históricamente una de las bases del largo proceso
de conformación de lo que hoy constituye el territorio nacional ecuatoriano. A ella, habría
que sumar otras características estructurales básicas de este proceso: la expropiación y la
concentración de tierras, el racismo y consecuente explotación de la fuerza de trabajo
indígena y negra y la producción primario-exportadora. Tal dinámica, sin embargo, no se
dio de manera uniforme en el territorio nacional, sino de acuerdo a las diferentes frentes
de expansión capitalista – o, para usar el término de González Casanova (2007), frentes

7
En artículo reciente de Maristella Svampa sobre la megaminería, la investigadora argentina sugiere que
las zonas de impacto directo de las actividades extractivas (minería, petróleo y agroindustria) son
consideradas por los estados como “áreas de sacrificio”, es decir, zonas sacrificables, ‘socialmente
vaciables’, descartables en pos del bien mayor, el interés nacional (Svampa, 2012: 6).
de invasión –, accionadas en función de las posibilidades de inversión económica que las
diferentes regiones representaban en cada etapa del desarrollo capitalista del país.

En ese sentido, jugaban un rol importante, no sólo lo que en cada momento histórico era
valorado como recurso natural, sino también la ubicación estratégica de cada lugar y la
existencia de fuerza apropiable para el trabajo – los pueblos indígenas y los negros. En
otras palabras, tal proceso se anclaba en el imperativo de generación de riquezas a través
de la explotación de la naturaleza y de los pueblos racializados – sometidos en función de
una pretensa inferioridad racial –, dinámica que tuvo como protagonistas dos grupos
hegemónicos históricos: la burguesía mercantil de la Costa y los grandes propietarios
rurales de la Sierra.

En términos bastante resumidos, se podría decir que la Sierra – donde se concentra la


mayor biodiversidad ecosistémica con los diferentes pisos que permiten bosques
montanos y los páramos – se estableció primordialmente como región direccionada a la
producción agroexportadora anclada en el sistema de hacienda, que se basaba en la
servidumbre indígena y se concentraba en manos de una pequeña élite de grandes
propietarios rurales y de la Iglesia. La conformación de esta realidad regional se inicia
en el periodo colonial y se prolonga hasta la década de 1960, cuando se realiza la primera
reforma agraria del país y la servidumbre es abolida. En el mapa 2 se ve las consecuencias
de este modelo en términos de huella ecológica: para el año 2006 se nota un proceso de
transformación muy agresivo. Si bien los valles interandinos, tradicionalmente ha sido
una región altamente productiva, históricamente la producción en estos valles se ha
extendido hacia las estribaciones.

En la Costa, por su lado, se ha consolidado una burguesía mercantil cuyo núcleo principal
fue Guayaquil, encargada de los intercambios comerciales con la metrópoli española y
con los demás centros urbanos coloniales. Desde el siglo XVII, la exportación principal
era de productos serranos, y a partir del comienzo del siglo XVIII también se exportaba
la producción agrícola desarrollada en el litoral, basada en grandes propiedades y el
trabajo esclavo y, posteriormente, asalariado. La costa fue una de las regiones que más
transformó su naturaleza para sostener actividades como los astilleros en el Guayas, el
boom cacaotero, el boom bananero, camaronero y actualmente actividades vinculadas a
la agroexportación como el cultivo de palma, caña y plantaciones forestales.
La Amazonia u Oriente, a su vez, tras un largo periodo de relativo olvido como territorio
de acumulación de capital, empezó a ser objeto de inversiones y colonización al final del
siglo XIX, cuando se volvió más latente la necesidad de defensa del territorio nacional.
En los tres primeros siglos postconquista, tras un corto intento de explotación minera, el
ordenamiento de la región amazónica quedó a cargo de las misiones religiosas. Tras el
conflicto de frontera con Perú, en 1942, y, principalmente, con el descubrimiento de
petróleo en la región en la década de 1970, ese cuadro fue profundamente alterado. Aun
así, no se puede nombrar un grupo hegemónico regional, ya que las inversiones en la
región son en su absoluta mayoría, estatales y/o extranjeras.

En el mapa 2 y 3 se puede ver una clara transformación dejada por el petróleo en la zona
norte de la región; se evidencian además las principales rutas de conexión entre la sierra
y la Amazonía, donde el eje Baños-Puyo es uno de los más importantes y cumple además
el papel de “bisagra” entre la Amazonía norte y sur. Otro eje importante a lo largo de la
Amazonía es alrededor de Tena-Puyo-Macas, por donde cruzan las carreteras. En la
última década, esta zona fue intervenida por la ganadería pero también con palma y otros
monocultivos.

Actualmente, las tendencias históricas de uso y ocupación de esos espacios se han


alterado en diferentes intensidades según la región, manteniendo sin embargo sus
características estructurales básicas y acentuando, por lo tanto, los conflictos de intereses
entre estado (en asociación al capital) y la población local. De hecho, el nuevo
ordenamiento del territorio nacional está inserto en una nueva geopolítica llevada a cabo
globalmente en la cual la explotación de la “naturaleza-recurso” ocupa el rol principal.
Las áreas del planeta ricas en potencial energético, biodiversidad, recursos minerales y/o
hidrocarburos – en general ubicadas en los países llamados “en desarrollo”, más
específicamente en los territorios de poblaciones “tradicionales” (campesinos, indígenas,
afros) – han vuelto a ganar importancia estratégica (Porto Gonçalves, 2001). En explícita
alusión al Consenso de Washington, Svampa denomina esta nueva etapa de acumulación
capitalista de “Consenso de los Commodities”, explicitando el pasaje de un proyecto
neoliberal a un proyecto “basado en la extracción y exportación de bienes primarios a
gran escala, sin mayor valor agregado, hacia los países más poderosos” (Svampa, 2012:
5). Según la autora:
Al compás de una nueva división territorial y global del trabajo, el Consenso
de los Commodities cerró la etapa del mero ajuste neoliberal y abrió a otro
ciclo económico en América Latina, caracterizado por las altas tasas de
crecimiento y las ventajas comparativas – que en líneas generales persisten,
aún en el marco de la reciente crisis económica y financiera global-, gracias al
boom en el precio de las materias primas (SVAMPA, 2012: 5)

La implantación de este nuevo consenso en América Latina en el último decenio ha


reforzado la importancia de las llamadas “economías de enclave”, escasamente
encadenadas a los procesos productivos nacionales, “configurando espacios socio-
productivos dependientes del mercado internacional y de la volatilidad de sus precios”
(Svampa, 2012: 5). Además de significar la manutención de una dependencia externa que
se arrastra desde el tiempo colonial, tal proceso genera importantes riesgos e impactos al
ambiente, así como una “fuerte fragmentación social y regional”.

Porto Gonçalves denomina “la geopolítica de la biodiversidad” (2006: 279) a esta


“máxima expresión del despojo económico y destrucción ambiental” (Svampa, 2012: 6),
en que se acentúan las relaciones espaciales desiguales a través de la imposición de las
mallas territoriales programadas (tecnopolíticas) a las mallas territoriales del espacio
vivido (sociopolíticas). Caracterizada por el desencaje “entre los lugares que detienen la
tecnología y los lugares que detienen la diversidad biológica y cultural”, esta geopolítica
actualiza y acentúa el “desigual patrón de poder moderno-colonial” (Porto Gonçalves,
2006: 279) tanto a nivel interestatal – reforzando el rol de los países latinoamericanos
como “sociedades exportadoras de Naturaleza” (Svampa, 2012: 5) – como intraestatal –
incrementando el atropello a los derechos territoriales de los pueblos.

De hecho, el desarrollo de las nuevas inversiones se da a través de la densificación de la


malla territorial del estado hacia los llamados espacios intersticiales (Little, 2002), es
decir, aquellos que hasta entonces habían sido ignorados por las diferentes olas de
ocupación y apropiación del territorio nacional – ya sea por inexistencia de condiciones
técnicas de sacar ganancia de determinadas áreas (como las de difícil acceso, por
ejemplo), ya sea por no se caracterizaban como áreas de interés económico según los
modelos de acumulación anteriores. Son esos espacios, sin embargo, los que quedaron
para las poblaciones racializadas, tras los seguidos procesos de des-re-territorialización;
la paradoja es que fue justamente la marginación económica e invisibilización social de
sus territorios – que les excluía del área de alcance de las políticas públicas – lo que
históricamente les proporcionó a esas poblaciones una mayor autonomía en la toma de
decisiones vinculadas a su espacio de vida. Con la expansión de la malla territorial del
estado a esos rincones – mayoritariamente en asociación con la iniciativa privada –, la
arena para la eclosión de las tensiones territoriales está armada.

3.1.Territorialidades indígenas

A través de los datos de la revisión de escrituras comunales, procesos de


autoidentificación y los datos del Censo de Población y Vivienda 2010, se puede
distinguir amplias zonas y territorios pertenecientes a pueblos y nacionalidades indígenas
(ver Mapa 4). Estas zonas tienen unas prácticas de uso del suelo generalmente
sustentables, muchas veces desconocidas y no respetadas, caracterizada en muchos casos
por un tipo particular de gestión de recursos y de una relación específica con la naturaleza,
tanto simbólica como técnica.

Además, los territorios indígenas han sido reconocidos por la Constitución Política del
Ecuador. En estos territorios, mayoritariamente ubicados en la cuenca amazónica y los
páramos, el manejo de recursos era gestionado históricamente por comunas o ayllus.
Actualmente, aunque ya no se pueda hablar de la existencia de ayllus, en muchos casos
el manejo sigue siendo colectivo, lo que se contrapone a la territorialidad capitalista,
donde las formas de apropiación estarían tuteladas por particulares, empresas capitalistas
o en algunos casos el Estado.

En los territorios indígenas hay relaciones complejas con el ambiente: además de ser
percibido como fuente de recursos, el territorio es también espacio sagrado, de ritos y
memorias. A este respecto recuerda Fernando García:

La concepción de tierra y territorios que tienen los pueblos indígenas se


encuentra en plena contradicción con la concepción del Estado: si la primera
la considera como Pachamama y origen de la vida, la segunda la ve como una
mercancía más que debe ser utilizada con fines de explotación y acumulación.
La resolución de esta contradicción parece inclinarse hacia quienes mantienen
y ejercen los poderes económicos y políticos, y entre ellos no se encuentran los
pueblos indígenas (GARCÍA, 2014, p 77).

Lo anterior posiblemente está condicionado a una serie de prácticas y técnicas que


permiten el aprovechamiento y el cuidado de los sitios como la rotación de cultivo, la
prescripción de determinadas prácticas y prácticas de generación de selvas y ecosistemas.
3.2. Lo rural y campesino como territorialidad

Al igual que en el caso de los indígenas, hay muchas formas de gestión del territorio que
suponen un límite al capitalismo, tal es el caso de la producción campesina. En varias
ocasiones se sustenta en la producción familiar, donde tiene particular relevancia la
agricultura (ver Mapa 5). De acuerdo a Herrera y Carrión (2012), entre el 2006 y el 2012
la producción agrícola campesina llegó a representar el 10 % de la producción nacional.

La mayor parte está fuertemente integrada al mercado y produce una gran variedad de
granos, hortalizas, frutas y cereales (ver Mapa 6). Pese a la situación de deterioro que ha
supuesto el desarrollo de la agroindustria y la falta de acceso a recursos (en particular a
la tierra: el 76% de productores tienen apenas 10 hectáreas), el 88% de las UPAS serían
explotadas por las economías familiares campesinas y representarían cerca de la mitad de
las 5083822 hectáreas, es decir, el 41% de las hectáreas de las UPAS, para el 2006
(Herrera y Carrión, 2012: 156- 157).

De igual modo, la mirada sobre el territorio de los campesinos tiende a ser compleja por
la herencia muchas veces ancestral de los lugares, el sentido de pertenencia que implican
esas relaciones y por las mismas prácticas que conlleva. De tal modo que muchas veces
el desordenamiento que acarrean los proyectos capitalistas, además de la expropiación de
las condiciones vida, también suponen despojos culturales.

Tanto en los pueblos rurales como en los indígenas cabe valorar además de la producción
agrícola, un conjunto de actividades complementarias que pueden incluir pequeña
ganadería, producción artesanal, turística y comercio. Estas actividades en muchas
ocasiones se encuentran amenazadas o al menos trastornadas por la implementación de
proyectos desde arriba.

Este conjunto de “estrategias de sobrevivencia” a las que se agregan distintas formas de


lucha por salario, territorio, salud, participación y recursos económicos, son factores que
han mitigado en algo una expulsión total de la población campesina, por parte del capital,
que como fuerza centrípeta tendería a la ocupación y vaciamiento de todas estas lógicas
marginales como territorios acechados, pero en disputa.

3.3. Territorialidades del capital


a) Agroindustria

El modelo agroindustrial ecuatoriano se ha sostenido en dos ventajas comparativas, la


adaptación del territorio a productos tropicales y la sobrexplotación del trabajo. Este tipo
de producción suele causar impactos en el agua y en segundo término, es común que esté
prohibido, o cuando menos restringido, el derecho a la sindicalización en áreas donde
opera. Con el deterioro gradual de los medios de vida campesinos, el trabajo en los
jornales agroindustriales se ha vuelto una necesidad.

De estos campos hay cuatro que llaman la atención: el banano, las florícolas, la caña y la
palma africana. Un rasgo común de estos cultivos fue que, aunque supusieron un despojo
territorial para campesinos y una obstrucción a la reforma agraria, también permitieron la
reproducción de las condiciones de vida de los mismos: los recintos y pueblos localizados
en su entorno eran dependientes del modelo agroindustrial.

Este hecho hoy en día está cambiando, pues la inserción de tecnología en el agro ha
desembocado en la reducción de fuentes de trabajo en torno a las agroindustrias y los
recintos y pueblos aledaños comienzan a dejar de tener en las haciendas un medio de vida,
en ese aspecto estaría ocurriendo un segundo y definitivo momento de despojo sobre los
pueblos locales.

- Banano

La producción bananera ecuatoriana es uno de los casos de estudio ejemplares para


comprender el rol de las economías primario-exportadoras. Ecuador vinculó su
crecimiento económico a este producto que causó la apertura de la frontera agrícola en la
costa ecuatoriana desde mediados del siglo XX (ver Mapa 7).

Este tipo de producción sustenta aun a algunas de las familias más acaudaladas del
Ecuador, y en sus inmensos latifundios las condiciones laborales son lamentables. Frente
la situación de precarización, se crearon algunas políticas públicas, sin embargo en unos
casos éstas no fueron cumplidas a cabalidad y los empresarios gozan de una ventaja: la
tecnificación de la producción bananera ha logrado en los hechos una menor demanda de
mano de obra y la población rural en estas áreas tiende a ser itinerante (CEPDA, 2011).

Lo anterior ha ido en detrimento de los recintos y pequeños poblados, y ha provocado el


crecimiento de ciudades dormitorio como Quevedo. Se puede afirmar que es frecuente
que los pagos se realicen a través de intermediarios, lo que mitiga la contradicción entre
capital y trabajo (Martínez, 2002).

Otra característica del banano se encuentra en sus pasivos ambientales: este tipo de
producción requiere de nutrientes, agua y un alto uso de agroquímicos que deterioran la
calidad de vida de los trabajadores así como de los recintos que son fumigados mediante
avionetas y expuestos a los químicos de las plantaciones. Recientemente se han realizado
estudios que plantean que el banano es responsable de enfermedades como cáncer,
problemas respiratorios y de la piel, al combinarse varios agrotóxicos, algunos de ellos
extremadamente peligrosos (Harari, 2008).

- Flores

La producción florícola es un ejemplo de agroindustria en la sierra ecuatoriana: se ha


asentado en los valles interandinos, donde encuentra situaciones ventajosas para la
producción de rosas y otras variedades (ver Mapa 8). En principio se localizó en
Cayambe, sin embargo se ha extendido a Cotopaxi y el Azuay en un ritmo muy rápido;
también se han construido invernaderos en la provincia de Guayas donde se cultivan
flores tropicales.

La floricultura ha ejercido presión sobre el uso del agua para la agricultura familiar
campesina y genera como resultado una contaminación del recurso hídrico, al punto que
se puede considerar como una forma de despojo pero en este caso del recurso hídrico.
Antonio Gaibor ha demostrado como hay zonas en el norte de Cotopaxi donde los
campesinos deben pagar una cantidad mayor por un uso inferior de agua de la que pagan
los floricultores por un uso mayor (ver Anexo 1):

…los floricultores utilizando cerca de 1.450.000 m /año solo pagan $914, en


tanto que los campesinos que utilizando un volumen total anual cuatro veces
inferior al de los floricultores, pagan nada más ni nada menos que $8.740 $/año
o sea diez veces más, pese a que la tarifa sea una sola generalizada para todos
(GAIBOR, 2008: 45).

Las condiciones laborales están lejos de ser favorables. Tradicionalmente, los empleados
pertenecían a las poblaciones aledañas donde complementaban su producción con el
trabajo doméstico en las parcelas. Sin embargo, a partir de la tecnificación del trabajo, los
puestos de empleo se conceden a jornaleros foráneos, que han sido expulsados de sus
zonas previamente. Las condiciones tienden a ser también extenuantes en este tipo de
trabajo donde se combinan métodos tayloristas con jornadas extensivas. Dichas
condiciones parecerían ser un factor estratégico en el boyante crecimiento (ver Anexo 2)
de la producción florícola (FENACLE, 2012).

- Palma y Caña

La palma aceitera y la caña de azúcar, junto con la soya, son parte de los llamados cultivos
comodín, pues estos encuentran varios nichos en el mercado sea como alimentos,
materiales o energéticos. Estos cultivos están asociados al acaparamiento y concentración
de tierras por el uso extensivo de suelo en toda América Latina (Borras, 2013).

La palma aceitera es un cultivo que se adentró en Ecuador promovido por las empresas
madereras y se asentó en principio en las zonas donde los árboles fueron talados en
Esmeraldas, provincia que mantiene la mayor cantidad de plantaciones. En un segundo
momento los cultivos se expandieron por Los Ríos, Milagro, Sucumbíos y Orellana (ver
Anexo 3 y Mapa 9).

La expansión de la palma, en los últimos años, se gesta a la par del desborde del conflicto
colombiano en Esmeraldas, a partir de la implementación del plan Colombia; de acuerdo
a Iván Roa, en un primer momento, su expansión estuvo acompañada de la incursión de
grupos paramilitares. Sin embargo, su control pasó a grupos sicariales ecuatorianos que
fueron armados y equipados por paramilitares que se desmovilizaron. Estos grupos
expandieron la palma a partir de la extorsión a la población. Además de la palma, los
grupos criminales combinarían su producción con otras actividades ilegales como la
minería, donde controlarían las dragas y maquinarias necesarias para la extracción de oro
(Roa, 2012). Al margen de que estos procedimientos violentos prosigan o no, es evidente
una tendencia al despojo racializado, cuando se miran experiencias como las de las
comunas afroecuatorianas las cuales han perdido parte de su territorio para dar paso a las
palmiculturas (Roa, 2012). En términos ambientales, se puede ver que la palma está
creciendo en áreas que previamente eran bosques del Chocó esmeraldeño, siendo un
cultivo que tiende agotar el suelo a mucha velocidad.

La caña de azúcar fue uno de los sectores antiguos en la economía. Este tipo de cultivo
permitió en muchos casos la liberación de mano de obra y la creación de sindicatos
rurales. Sin embargo, al igual que en el caso del banano, la tecnificación de los ingenios
ha limitado mucha de la presencia de trabajadores, reduciéndolos a proveer mano de obra
en muchos casos a tareas auxiliares en los periodos de zafra.

De acuerdo a los censos que realiza el INEC (ESPAC, 2011), el crecimiento del cultivo
entre 2002 y 2011 fue de 1,8%. Sin embargo, estas estimaciones pueden haber aumentado
por la presión del mercado. Por otra parte, cabe mencionar que solo en la provincia del
Guayas se asienta el 80,82% de la Superficie Total Cosechada de este producto.

b) Industrias Extractivas

Ecuador ha sido desde inicios de 1970 un país petrolero y en la actualidad se pretende


que la economía se oriente a la mega minería metálica. De la experiencia petrolera se
observa a escala local una fuente de degradación de las condiciones de vida para las
poblaciones indígenas y para la población colona, mientras que la industria minera aun
en ciernes ha gestado un conjunto de conflictos por la ocupación del espacio.

- Petróleo

El nororiente de la Amazonía es uno de los lugares con mayor contaminación del país: la
presencia de sucesivas empresas petroleras ha dejado una serie de huellas en el territorio
y la salud de la población, documentados por varios investigadores (San Sebastián, 2000;
Hurting, A. K. y San Sebastián, M. 2004; Almeida y Maldonado, 2005; Beristain 2009).

La tendencia de la industria petrolera ha sido la expansión, particularmente en el periodo


que oscila entre 1982 y 1995, época en que se entregaron 9 bloques. A partir del 95 existen
intenciones por parte de quienes diseñan políticas petroleras de expandir esta frontera al
sur de la Amazonía, encontrando rechazo por parte de la población local, como el caso de
Sarayaku8, y debido a problemas técnicos que impedían la expansión de esta frontera
(Acción Ecológica, 2005).

En la actualidad, la actividad petrolera en el periodo se ha incrementado en las zonas en


los campos explotados tradicionalmente como Sacha, Shushufindi, los bloques 14 y 16.
En estos lugares se abrieron pozos adicionales, en muchas ocasiones buscando la

8
Desde el 2006, comenzó una pugna entre la comunidad de Sarayaku con el Estado y las empresas
petroleras, que concesionaron su territorio. Una de las estrategias de la comunidad fue denunciar en la
Comisión Interaméricana de Derechos Humanos que las actividades de la empresa se realizaron sin
consulta previa. Actualmente la comunidad ha logrado mantener libre su territorio conformando una
verdadera frontera a las actividades petroleras en la Amazonía sur.
recuperación de crudo con nueva tecnología, lo que ha vuelto rentables varios yacimientos
en otros momentos abandonados. A lo anterior se debe agregar que hay una intención
manifiesta de expandir más las fronteras extractivas a nuevas zonas, ricas en
biodiversidad y hogar de pueblos indígenas. Se plantea llevar la frontera petrolera a la
Amazonía centro sur y al Parque nacional Yasuní9 (ver Mapa 10).

En varios de estos campos el aumento de la violencia estructural se ha concretado en


agresiones a la población local, que van desde ataques sexuales a las mujeres a la
criminalización y persecución de los detractores de la empresa. Pero el hecho más grave
hasta el momento han sido las dos masacres que ha vivido la población de indígenas en
aislamiento voluntario en 2002 y 2013 en las estribaciones de las áreas petroleras10.

No obstante, cabe aclarar que pese a la intención de expandir la frontera petrolera, la


última licitación de 19 bloques petroleros en el centro sur de la Amazonía ecuatoriana,
fue poco acogida por las empresas trasnacionales. De los 13 bloques apenas se han
presentado ofertas para tres (Repsol para el bloque 29 y Andes Petroleum para los bloques
79 y 83).

- Minería

Ecuador no es un país con vocación minera tradicional. Sin embargo, hubo algunos
periodos donde el sur del país vivió ciclos mineros de corta duración: el primero a inicios
de la colonia, sofocado por el auge de la plata en Potosí; el segundo a comienzos del siglo
XX en Zaruma, donde las minas administradas por empresas estadounidenses siguieron
las características de la economía de enclave; finalmente, hubo pequeñas producciones
en los 80.

En la historia del país, los dos tipos de minería implantados – la minería lítica y la pequeña
minería – han dado signos de contaminación: la primera causó erosión del suelo y la
segunda, asentada en el sur del país, en lugares como Nambija, ha sido perjudicial a los
ríos y el agua de la zona. No obstante, lo singular resulta en la megaminería como modelo
de explotación. Este ejercicio es común a varias áreas del mundo sin una relevante

9
Esta expansión supone poner en peligro algunas de las áreas más biodiversas del mundo. Lo anterior ha
ocasionado una serie de protestas a lo largo del país.
10
En estas masacreas han sido victimas alrededor de 60 personas de los grupos Taromenane y Tagaeri,
quienes son los últimos grupos que se han mantenido en condiciones de aislamiento. Para una lectura
detallada del tema se recomienda: Cabodevilla (2013) y a Chavez (20..
vocación minera y se caracteriza por modelos de explotación que suponen inmensas
remociones de material y agua.

De momento, las concesiones de megaminería, la mayoría ubicada en la provincia de


Zamora-Chinchipe, se encuentran en fase de exploración. La mayor parte de ellas se
sobreponen a territorios indígenas – como el Shuar – o áreas de conservación. Tras
diversos análisis (Sacher y Acosta, 2011) se pueden predecir riesgos para el entorno
donde se asientan, sobre todo en casos de ecosistemas delicados como Intag, la Reserva
de la Biosfera del Cajas o la Cordillera del Cóndor.

Estos riesgos han desatado numerosos conflictos en el país, particularmente en las


ciudades y pueblos vecinos de las mineras. La inconformidad de los actores locales ha
sido combatida por el Estado y las empresas a través de varias estrategias, tanto en las
actividades petroleras como mineras, de tal modo que es difícil pensar en caso de
actividades extractivas sustentables cuando los actores locales se encuentran anulados
(Cisneros, 2011).

3.4. Los espacios urbanos como nudos que sintetizan las tensiones territoriales

Como consecuencia de los conflictos territoriales descritos en los apartados anteriores,


las ciudades se convierten en el centro de atracción de la población rural des-re-
territorializada. Existe un prolífico debate respecto a los motivos de la migración, que van
desde la falta de posibilidades materiales, la ausencia de derechos educativos o de salud
en el ámbito rural, o la atracción simbólica que ejerce el ámbito urbano como espacio en
el que se expresan los deseos en el capitalismo actual.

En todo caso, las ciudades expresan el resultado de la dinámica territorial nacional,


caracterizada según el censo del INEC de 2010 por una fuerte concentración urbana:
9.090.786 personas viven en las ciudades, frente a 5.392.713 en el medio rural. Si bien
en el censo de 2001 el porcentaje urbano-rural era de 61-39%, en 2010 subió ligeramente
el porcentaje de población urbana, hasta el 62,77%, ante un incremento total de la
población de casi un 20%. La población urbana pasó de 7.375.309 personas a 9.090.786,
lo que supuso un crecimiento del 23,25%.
Por regiones, puede apreciarse en el Mapa 11 que en términos absolutos Quito es la ciudad
con mayor crecimiento en el periodo 2001 a 2010, con casi 400.000 personas, seguida
por Guayaquil con más de 310.000. Sin embargo, en términos relativos son las ciudades
de la región amazónica las que experimentan un mayor crecimiento; las ciudades de la
sierra (exceptuando Quito y Loja) tienen un crecimiento más bajo. En la costa hay
situaciones dispares, con un crecimiento promedio más alto de la media nacional,
destacando las ciudades de Santo Domingo y Esmeraldas, junto con la dupla Manta-
Portoviejo.

Este reforzamiento de los espacios urbanos como atractores de población rural se expresa
también en la especialización productiva de los cantones aledaños a las principales
ciudades. Como muestra el Mapa 12, la menor especialización productiva de los
principales cantones (Guayaquil, Quito, Cuenca, Manta y Ambato) contrasta con la mayor
especialización de los cantones próximos a éstas: mientras las grandes ciudades
diversifican sus actividades, las áreas colindantes a las ciudades se especializan en
producir de forma menos diversificada ante los mercados urbanos.

Por ello, los periurbanos de las ciudades se convierten en espacios de máxima dialéctica
de territorialidades, constituyendo nudos territoriales de primer orden. El caso
emblemático es la ciudad de Quito, con una fuerte explosión urbana en la última década,
especialmente hacia los valles orientales, como se puede apreciar en el Mapa 13. Si bien
se da un mayor crecimiento territorial en el periodo 1987-2003, especialmente en
Calderón, Quitumbe, Cumbayá-Tumbaco y Conocoto-Alangasí, en la fase 2003-2011 se
da un mayor crecimiento en núcleos dispersos de los valles de Tumbaco y de los Chillos.
En 2003-2006 se confirma el crecimiento a partir de los núcleos principales de
crecimiento de la fase anterior; de 2006 a 2011 la dispersión de la ciudad se produce
especialmente en las parroquias más alejadas, como El Quinche, Checa, Yaruquí,
Tababela, Puembo, Pifo, Píntag, La Merced, Amaguaña o Calacalí, con nuevos espacios
urbanos que incluso carecen de conexión con las cabeceras parroquiales. Pese al discurso
de la Municipalidad de concentración urbana, el mapa muestra la difusión acelerada de la
ciudad, lo que supone un continuo urbano a lo largo de los valles agrícolas de Quito.

En estos espacios, el capital inmobiliario se confronta con una lógica campesina en


acelerada transformación, que mantiene sin embargo comunas indígenas a lo largo del
periurbano de Quito, con una mayor concentración en los valles orientales (ver Mapa 14),
precisamente donde la expansión inmobiliaria es más fuerte. En estas áreas se ha dado en
los últimos años una reducción de la pobreza (ver Mapa 15), que sin embargo no ha
logrado aún revertir la situación de mayor inequidad en los espacios periurbanos de la
ciudad de Quito (Mapa 16).

Ello posiciona una situación muy favorable para la expansión del capital en las áreas
periurbanas: ante una marginación histórica en términos de acceso a derechos básicos,
con un limitado ejercicio de los derechos territoriales, y ante el avance de un modelo
hegemónico, las territorialidades subalternas se enfrentan a retos de un enorme calado.

En la fase neoliberal, las formas de expansión urbana estaban en mayor grado de la mano
de los sectores privados, a través de una lógica mall-urbanización cerrada fundamentada
en la compra de predios. Sin embargo, aunque esta lógica no ha desaparecido en los
últimos años, el periodo 2009-2014 ha estado marcado por las grandes obras públicas,
principalmente vías (E35, Ruta Viva, Ruta Collas) y el Nuevo Aeropuerto Internacional
de Quito (NAIQ), a través de Grandes Proyectos Urbanos (GPU), entendidos como “una
herramienta de creación y captación de rentas y ganancias, cuyo montaje exige una
articulación entre actuaciones inmobiliarias, actuaciones urbanísticas y desarrollo
constructivo, a cargo del sector público y los agentes privados” (Cuenya y Corra, 2007).

Pese a que hay una lógica hegemónica en la construcción de los espacios periurbanos,
también hay una disputa por parte de las comunas y barrios que mantienen lógicas de vida
en las que la urbanización no se puede dar a cualquier coste. En los núcleos urbanos
consolidados, que son barrios urbanos desde décadas atrás, la dialéctica de
territorialidades se convierte en un hecho más difuso, al entrelazarse de una forma más
compleja el espacio. Sin embargo, también se observan núcleos de organización y de
formación de sujetos en numerosos barrios de las ciudades, aunque con intensidades
dispares. La lógica de urbanización del Ecuador como resultado de la falta de proyectos
de vida en el ámbito rural tiene como respuesta la generación de espacios urbanos que se
proyectan como espacios con derechos.

Fruto de esta disputa aparece el “derecho a la ciudad” como un derecho constitucional en


2008, que permite pensar en los derechos ciudadanos más allá de un ejercicio de derechos
ciudadanos: “el derecho a la ciudad es por tanto mucho más que un derecho de acceso
individual o colectivo a los recursos que esta almacena o protege; es un derecho a cambiar
y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos” (Harvey, 2013: 20).

Por ello, los espacios urbanos suponen nudos territoriales con tres retos en cualquier
lógica de ordenamiento basada en derechos: la eliminación de la jerarquía urbano-rural
en términos de expectativas de vida y acceso a derechos básicos, la tensión de los espacios
periurbanos entre la expansión de las ciudades y los derechos territoriales de las comunas
y barrios rurales, y la construcción colectiva de los espacios urbanos consolidados desde
una óptica del derecho a la ciudad.

4. Casos ejemplares de “nudos territoriales”: el DMQ, un centro florícola y un


enclave minero.

4.1 ¿Dónde queda en derecho al territorio en los Grandes Proyectos Urbanos


(GPU)?

El Nuevo Aeropuerto Internacional de Quito (NAIQ) es una de las mayores


transformaciones territoriales en el DMQ de las últimas décadas. Se trata de un espacio
de enorme complejidad, ya que las parroquias nororientales de Quito cuentan con la
mayor presencia de comunas indígenas, y es a la vez el área donde se concentra el mayor
crecimiento espacial de la ciudad.

Este crecimiento de Quito en los últimos años se ha concretado en los valles a través de
expansores urbanos, "grandes infraestructuras, como son autopistas, aeropuertos [...] que
además de estimular la expansión en una determinada dirección, revalorizan los terrenos
por donde pasan" (Delgado, 2003: 22). En el caso del valle de Tumbaco, donde se asienta
el NAIQ, el porcentaje de crecimiento en el contorno de las vías alcanza el 90,3% del
total en el periodo 2006-2011 (Mapa 19). Ante este contexto, la construcción del nuevo
aeropuerto confirma la explosión urbana, con la generación de nuevas vías que a su vez
provocarán un aumento de la urbanización de las áreas semi-rurales. Este incremento de
la mancha urbana es generalizado en todo el país, aunque encuentra en el periurbano de
Quito uno de los casos de mayor intensidad, un fuerte nudo territorial.

El área de influencia del aeropuerto fue hasta su puesta en marcha un área con usos
agrarios preponderantes), y es una de las zonas del DMQ con mayor concentración de
comunas indígenas, con doce comunas en cinco kilómetros de proximidad (Mapa 20).
Ello supone uno de los mayores contrastes simbólicos y materiales entre una
infraestructura que responde a los intereses de los grandes grupos económicos y las clases
medias y altas de la ciudad, que modifica el modelo de territorio de las comunidades
agrarias y campesinas. En menos de quince años se ha producido una fuerte
fragmentación espacial, económica y social en el área, deviniendo en un modelo de fractal
(Soja, 2000), con un fuerte incremento del precio del suelo, políticas públicas que han
estado centradas en los sectores capitalistas, y de espaldas a la población local, sin
participación real en el proceso. Lo cual ha provocado que las expectativas de desarrollo
no hayan sido satisfechas hasta el momento.

El inicio de la construcción del aeropuerto se produce con la forma neoliberal de gestión


de la Municipalidad, bajo un esquema en el que la empresa concesionaria del aeropuerto,
Quiport, era la verdadera gestora de la participación social sobre el territorio, en un
modelo de profunda asimetría. Sin embargo, bajo la gestión recentralizadora desde 2009
la participación pasa al primer plano del discurso, pero la misma no logra materializarse
en el ejercicio de derechos territoriales establecidos en la nueva Constitución de 2008 en
lo referente a consulta previa, participación ciudadana o derecho a la ciudad. La lógica
del capital se impone, y los derechos que llegan a la población son servicios básicos, pero
no derechos territoriales que puedan poner en cuestión el avance del modelo desarrollista.
El modelo de “territorio equitativo” del Plan Equinoccio 21 o de “la ciudad compacta” de
la última administración quedan limitados a eslóganes.

Concluye este caso con un cuestionamiento de la aplicación de los derechos territoriales,


y a la ausencia de una concreción del “Derecho a la Ciudad” proclamado en el artículo
31 de la Constitución, formulado originalmente por Lefebvre (1969), que no solo tiene en
cuenta la llegada de derechos económicos y sociales a las personas que viven en las
ciudades, sino el “derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros
deseos” (Harvey, 2013: 20).

La transformación de la ciudad a través de GPU plantea modificaciones territoriales de


amplio calado, ya sean expansores urbanos en las áreas periurbanas colindantes a
comunas rurales, plataformas gubernamentales en barrios consolidados, o proyectos de
rehabilitación como el caso del Centro Histórico de Quito a través del plan de embajadas.
Esta forma de producción del espacio es prototípico de un capitalismo en el que el Estado
es el mayor agente de transformación, con mecanismos de participación ciudadana que
no permiten el ejercicio de un verdadero “derecho a la ciudad”, ya que la formulación de
políticas públicas, como muestra el caso del NAIQ, responde a los intereses del capital
nacional y trasnacional. Por tanto, ¿cómo plasmar los derechos territoriales de la
población urbana y periurbana establecidos en la Constitución en una ley de ordenamiento
del territorio nacional?

4.2 Territorialidades dialécticas, leyes para el capital: el territorio Kayambi.

El Kayambi es uno de los pueblos kichwa de la sierra ecuatoriana. Debe su nombre al


volcán Cayambe, está repartido entre los cantones de Pedro Moncayo, San Pablo y
Cayambe. Están asociadas más de 150 comunidades indígenas al pueblo Kayambi, en 14
asociaciones, con una fuerte historia de movilizaciones por la tierra y por el agua desde
los años 80 del S.XX.

El paisaje del valle lo dominan los invernaderos, donde se cultivan mayoritariamente


flores para la exportación, ubicados en las áreas más productivas, con mejores suelos, y
con acceso al agua, ya sea por concesión de agua de los canales o por la construcción de
pozos y reservorios. Se trata de una forma de actividad económica intensiva en capital, y
que utiliza una fuerte explotación de la naturaleza y de la fuerza de trabajo (IEDECA,
1999: 53). La mano de obra de las empresas florícolas tiene un importante porcentaje de
mujeres, y están ampliamente documentadas las especiales condiciones de explotación
sufren las trabajadoras (Guerra, 2012: 68).

Por otro lado, el pueblo Kayambi, tras décadas de organización, fue pionero en el manejo
colectivo de los páramos comunitarios (Vargas, 2011). El problema residía en el
progresivo deterioro de los páramos causado por la presencia de ganado en los mismos,
que compacta la tierra y acaba con los pajonales, lo que provoca que el ecosistema pierda
eficacia en la captación de agua, haciendo más intensa la sequía de los meses de verano.
El acuerdo comunitario consistió en bajar progresivamente el ganado del páramo lo que
ha recuperado fuentes de agua y caudal de los ríos.

El agua continúa siendo escasa, y su manejo está en el epicentro de los debates


territoriales y los conflictos entre hacendados y comunas, conflictos éstos que se
reproducen en una compleja estructura de poder y tenencia de la tierra al interior de las
comunas (Guerra, 2012: 71). A su vez, el agua es desde 2008 un derecho constitucional11.
El mayor consumo de agua por hectárea se produce en las haciendas florícolas, lo cual se
alinea con la disponibilidad para estas empresas de capital, de inversión en riego y de
agua concesionada. Las administraciones públicas como la Prefectura de Pichincha se
han centrado en incrementar la disponibilidad hídrica, con nuevos canales que aumenten
las áreas regables en distintos lugares de los cantones Cayambe y Pedro Moncayo. Sin
embargo, no es cuestionado por el Estado el modelo territorial florícola, las concesiones
de agua de las empresas ni la desigual tenencia de la tierra.

En los últimos años, el pueblo Kayambi ha sido el primer pueblo kichwa de la sierra en
definir su territorio, a través de un amplio proceso de participación en la definición de los
límites de las comunidades y los páramos de manejo comunitario bajo la responsabilidad
de las comunidades (Mapa 21). Todo ello bajo tres preceptos que aún no encajan bien en
la normativa territorial propia del Estado: en primer lugar, se consideran los páramos de
protección comunitaria como una responsabilidad del pueblo Kayambi en su totalidad,
más allá de que determinadas comunidades ostentan legalmente la propiedad de algunas
parcelas de los páramos. En segundo lugar, eliminando del territorio del pueblo Kayambi
el límite del Parque Nacional Cayambe-Coca definido por el Ministerio del Ambiente, al
entender que supone una injerencia en la forma de entender la territorialidad y el manejo
de los páramos. Y por último, aunque se delimitan de forma precisa los límites entre
comunidades, se consideran con límites difusos cuál es el territorio concreto de páramo
de protección comunitaria, al entender que los pueblos colindantes al territorio Kayambi
pueden coparticipar de esta protección y cuidado del páramo. Lo cual, supera la visión
dicotómica del Estado moderno en el que la territorialidad o la propiedad solo puede ser
ejercida por una sola entidad.

11
Art. 318.- El agua es patrimonio nacional estratégico de uso público, dominio inalienable e
imprescriptible del Estado, y constituye un elemento vital para la naturaleza y para la existencia de los seres
humanos. Se prohíbe toda forma de privatización del agua. La gestión del agua será exclusivamente pública
o comunitaria. El servicio público de saneamiento, el abastecimiento de agua potable y el riego serán
prestados únicamente por personas jurídicas estatales o comunitarias. El Estado fortalecerá la gestión y
funcionamiento de las iniciativas comunitarias en torno a la gestión del agua y la prestación de los servicios
públicos, mediante el incentivo de alianzas entre lo público y comunitario para la prestación de servicios.
El Estado, a través de la autoridad única del agua, será el responsable directo de la planificación y gestión
de los recursos hídricos que se destinarán a consumo humano, riego que garantice la soberanía alimentaria,
caudal ecológico y actividades productivas, en este orden de prelación. Se requerirá autorización del Estado
para el aprovechamiento del agua con fines productivos por parte de los sectores público, privado y de la
economía popular y solidaria, de acuerdo con la ley).
Por tanto, hay una fuerte dialéctica de territorialidades en el espacio del pueblo Kayambi,
que se centra en el agua como bien más preciado. La construcción desde abajo de
propuestas territoriales tan amplias y concretas en un escenario de fuertes contradicciones
espaciales con comunidades indígenas de experimentada organización y la gran
concentración de capital nacional y trasnacional exige un fuerte debate en el momento de
generar legislación territorial. Las leyes vinculadas al territorio en un Estado plurinacional
deben garantizar la plasmación en el espacio de formas de organización espacial
complejas, que garanticen los derechos territoriales establecidos constitucionalmente y
permitan el ejercicio de otros derechos vinculados a la norma suprema del país, como el
agua, para que acaben con las históricas discriminaciones al servicio del gran capital.

4.3 “Nudos territoriales” en el marco de proyectos extractivos: el caso


paradigmático de Íntag.

El Cantón Cotachachi es uno de los más amplios de la sierra ecuatoriana, alcanza los 1726
kilometros cuadrados, abarca desde el Páramo a 3350 msnm hasta territorios en la parte
occidental que llegan a 200 msnm. Por lo mismo alberga en él una inmensa variedad de
biodiversidad, agro diversidad al igual que mucha diversidad cultural por la población
indígena, mestiza y afroecuatoriana que se ha asentado en los diferentes pisos ecológicos
del mismo.

Desde mediados de 1990, en la parte occidental del Cantón que se conoce como Íntag,
han aparecido intenciones de emprender proyectos de explotación minera a gran escala.
Lo cual ha generado un profundo malestar al interior del Cantón, donde se ha gestado uno
de los mayores conflictos socioambientales del país por el grado de intensidad de los
hechos.

Tradicionalmente, la población del cantón se ha sostenido por actividades agropecuarias,


artesanales y turísticas. Este tipo de actividades, particularmente el turismo es una palanca
para el desarrollo y bienestar del cantón, pues el territorio dispone de buenas condiciones
por estar las zonas altas dentro de los circuitos turismo étnico de Imbabura, mientras en
las zonas bajas alberga bosques primarios y fauna silvestre que pueden ser apreciadas en
buen estado, así como son famosas las artesanías de las zonas urbanas.

Los pobladores del cantón encuentran en la actividad minera un riesgo para los proyectos
de desarrollo endógeno y la sustentabilidad ambiental del cantón. Pues sin llegar a ser
considerado un “proyecto estratégico” por el Plan del Buen Vivir en Intag se pretende
implementar una de las minas de cobre más grandes del país, que sin lugar a dudas traería
consecuencias negativas para el ambiente, los atractivos turíticos y las actividades
agropecuarias. De hecho, de acuerdo a los estudios realizados por el RIMIPS y la
Universidad Andina Simón Bolívar, la actividad minera en la zona en términos de empleo
sería mucho menos eficiente que los proyectos proyectos de desarrollo endógeno como
puede en el gráfico 1.

Una característica propia del cantón ha sido su vocación a la gestión local y participativa,
la cual es considerada como un referente para Ecuador pues muchos años, una de las
mejores expresiones de democracia participativa, cuya creación se funda en la
participación colectiva a través de agendas de desarrollo reconociendo la identidad y los
derechos de la población (Ortiz, 2004 y Ospina 2006). Cotacachi fue uno de los primeros
lugares donde se diseñaran presupuestos participativos y crearon mecanismos de
rendición de cuentas para los diferentes cantones del país (López, 2011).

Las autoridades cantonales y la población local (tanto cantonal como del propio valle de
Íntag) han argumentado que la actividad minera es inviable respecto a las propuestas de
desarrollo auspiciadas por la minera, tanto por su uso de territorio y agua, como por los
cambios que supondría en el lugar. En atención a esta contradicción la Asamblea de
Unidad Cantonal de Cotacachi (AUCC), órgano desde donde se ha implementado el
modelo de gestión local, proclamó al cantón como ecológico y libre de actividades
extractivas.

En la actualidad, el cantón considerado ecológico se encuentra en un momento de


polarización, especialmente en las áreas circundantes al proyecto minero. Como factor
clave se encuentra la entrega de recursos por parte del Estado a segmentos de la población
que han socavado a las autoridades locales y han supuesto un perjuicio respecto a la forma
participativa de organizar la vida material de este territorio. Las autoridades locales han
manifestado su oposición a los proyectos y las estrategias promovidas por el Estado de
división comunitaria, decididas en una visión centralista, sin mecanismos de participación
de ningún tipo, siquiera institucional.

En ausencia de afectación ambiental, los impactos se centran en la pérdida de soberanía


local, el deterioro del tejido social y la polarización de un territorio que años antes se
había caracterizado por la democracia directa, la participación y la promoción
consensuada de lineamientos estratégicos. Una ley de ordenamiento territorial que se
proponga articular los derechos territoriales y el espíritu de descentralización, debe
permitir a la población vinculada a proyectos extractivos la capacidad de decidir respecto
a la construcción de su territorio, en articulación con las instituciones locales,
especialmente en aquellos marcos en los que hay un ejercicio de la democracia desde
abajo con instituciones propias.

5. El (des)ordenamiento y lo estratégico en la Estrategia Territorial Nacional


2013-2016

Es complejo rastrear el origen y uso del pensamiento estratégico dentro de los planes de
desarrollo y el discurso social. Proveniente del griego – donde se denomina stratos al
ejército y egein al conducir o guiar – , su origen refiere al papel que tiene un general o
comandante en una confrontación bélica; sin embargo, en las últimas décadas ha tendido
a generalizarse en todos los campos de saber y la gestión social. A este respecto Sánchez
Parga refiere:

(…) Cuando una noción como la de estrategia adquiere cierto “valor de uso”
tan frecuente y elevado, trasciende el marco de lo ideológico de su análisis
crítico y semántico para remitir a una cierta analítica de la sociedad que lo
emplea. De esta manera el uso de la palabra estrategia revela entre otras cosas
cómo la sociedad de mercado bajo sus inofensivas apariencias representa un
campo de batalla donde todos son adversarios y contrincantes, (…) De hecho
la palabra estrategia se ha vuelto clave en el vocabulario económico,
empresarial es y desde este ámbito que ha invadido los demás espacios sociales
(SANCHEZ PARGA, 2007: 178).

A partir de la premisa antes presentada, se puede reconocer que en lo característico de la


Estrategia Territorial Nacional, además de la ejecución de determinados objetivos del
Plan Nacional del Buen Vivir en el conjunto del territorio, se encuentra implícita la idea
de que en los territorios hay confrontaciones. En este punto cobra vigencia la idea de
fuerzas en disputa que suponen los nudos críticos, entre territorialidades desde arriba y
desde abajo. Por lo anterior la exposición y el balance de la Estrategia Territorial Nacional
puede ser útil, tanto para valorar a raíz de los ejemplos expuestos anteriormente el grado
de cumplimiento de la estrategia, como para entender los problemas y contradicciones
internas del modelo que se propone implementar.
La estrategia territorial se construye atendiendo a los sectores prioritarios, que son: “la
vialidad, la energía y la conectividad; el desarrollo endógeno; los derechos de la
naturaleza y la calidad del ambiente; el desarrollo urbano y la universalización de
servicios públicos” (SENPLADES, 2013: 89). Dichas demandas, a primera vista, parecen
sintetizar necesidades tanto del capital y los grupos dominantes, como de las
reivindicaciones locales, de indígenas, afroecuatorianos, pobladores, urbanos, etc.

Estos lineamientos adquirirían concreción territorial en cuatro ejes prioritarios: redes de


asentamientos urbanos, sustentabilidad ambiental, transformación de la matriz productiva
y cierre de brechas. En la estrategia territorial los ejes que tratan temas de desarrollo
endógeno y sustentabilidad ambiental aparecen de forma más abstracta, mientras las
orientaciones, que suponen infraestructura (las redes de asentamientos y la
transformación de matriz productiva) tienen más claridad (SENPLADES, 2013: 89).

También es llamativo que en esta segunda versión de la Estrategia Nacional Territorial,


se marginen temáticas presentes en la primera, pues estos cambios desde el punto de vista
de lo estratégico, supondrían también un cambio de norte en la definición de campo de
batalla y contrincante. En 2009 se planteó: 1)Propiciar una estructura nacional
policéntrica articulada y complementaria de asentamientos humanos; 2) Impulsar el buen
vivir en los territorios rurales y la soberanía alimentaria; 3) Jerarquizar y hacer eficiente
la infraestructura de movilidad, energía y conectividad; 4) Garantizar la sustentabilidad
del patrimonio natural mediante el uso racional y responsable de los recursos naturales
renovables y no renovables; 5) Potenciar la diversidad y el patrimonio cultural; 6)
Fomentar la inserción estratégica y soberana en el mundo y la integración
Latinoamericana; 7) Consolidar un modelo de gestión descentralizado y desconcentrado,
con capacidad de planificación y gestión participativa del territorio (SENPLADES, 2009:
377).

En la versión 2013- 2009 pierden peso los dos ejes propuestos para el periodo 2008- 2012,
el 2 concerniente a la soberanía alimentaria y el 5 referente a la diversidad y al patrimonio
cultural, ambos factores relevantes para el desarrollo local y la gestión de territorios desde
abajo. Esta desaparición no sería llamativa de no ser porque estas temáticas tampoco
aparecen cuando el documento desglosa la síntesis de la estrategia.
En la síntesis de la estrategia, en lo que se refiere a la red de asentamientos urbanos,
queda clara que la prioridad es la ampliación de la red de carreteras a nuevas áreas: la red
de asentamientos urbanos supone en términos concretos la construcción de carreteras y
“ordenar el equilibrio de las metrópolis urbanas con el fin de corregir estos desequilibrios”
(SENPLADES, 2013: 91). En la redes, se construyen carreteras como la Troncal
Amazónica y la Ruta del Spondylus, además de readecuar la Panamericana y la carretera
Santo Domingo Machala (SENPLADES, 2013: 92). Similares en su trayecto al modelo
de integración planificador por la Iniciativa para la Integración de la infraestructura
Regional Sudamericana (IIRSA) (ver Mapa 17). En ese sentido, muchas de las obras de
carreteras tienen relación con las grandes vialidades planificadas sin éxito en el periodo
neoliberal. Dichas carreteras en muchos sentidos parecen necesarias para la población ahí
asentada, pero en casos como la Troncal Amazónica, dan la impresión de ser
complementos a los ejes multimodales que facilitarían el acceso a recursos naturales de
potencias imperiales como China y Estados Unidos.

Por otra parte, se plantea fortalecer el crecimiento de ciudades intermedias para evitar
problemas propios de la bicefalia nacional que se presentan en “el acceso a bienes y
servicios básicos y públicos, contaminación de ríos y fuentes de agua, ampliación de la
frontera de la mancha urbana sobre tierras con vocación productiva y fenómenos de
expansión urbana” (SENPLADES, 2013: 91). Sin embargo lo planteado, este conjunto de
problemas que parecerían agudizarse en el DMQ, a partir de la construcción del
Aeropuerto y la urbanización de los valles de Quito, también se gestan como hemos visto
por la falta de condiciones de vida y presiones sobre los territorios rurales; en ese aspecto
hubiese necesario que se revalore la soberanía alimentaria y los derechos territoriales
consagrados en la constitución.

Respecto a la sustentabilidad ambiental, se menciona que los ecosistemas biodiversos


“están sometidos a fuertes presiones por parte del ser humano, relacionadas con la
deforestación, ampliación de la frontera agrícola, la tala de bosques, el sobre pastoreo, la
extracción de recursos naturales y la construcción de vías que están provocando
destrucción y fragmentación de hábitat, degradación de recursos, erosión de suelos,
deslizamientos y deslaves” (SENPLADES, 2013: 94). Para el cuidado de estas áreas se
dibujan lineamientos que atiendan a los problemas mencionados por el propio documento
y sus causas, queda el imperativo de “proteger, conservar” y recuperar los ecosistemas
degradados, más que un verdadero cambio. En este sentido posiblemente la estrategia
adolece en esta – y en otras – áreas de un sujeto, pues además del Estado, no queda clara
qué rol cumplirían los grupos sociales e individuos que promueven la sustentabilidad
ambiental, particularmente en circunstancias de conflicto (SENPLADES, 2013: 94).

Para el cambio de matriz productiva se exponen un conjunto de proyectos extractivos,


que de acuerdo al documento, permitirían avanzar hacia una sociedad de
bioconocimiento. Se destacan: Proyectos hidrocarburíferos en Pañacocha y Pungarayacu;
proyectos mineros Mirador, Fruta del Norte, San Carlos- Panantza, Río Blanco y Loma
Larga; proyectos multipropósito Chone, Dauvin, Bulubulu y Baba; proyectos de
generación eléctrica, Coca Codo Sinclair, Toachi-Pilaton, San Francisco- La Unión,
Sopladora, Mandariacu, Quijos, Mazar Dudas, Termo Eléctrica Esmeraldas II y Termo
Gas Machala (ver Mapa 18). Se puede mencionar que todos estos proyectos englobados
con el apelativo “estratégico” suponen serios impactos a la sustentabilidad ambiental,
también un eje de la estrategia. Pero también queda claro que la ejecución de estos
proyectos incrementaría las huellas en el territorio legadas por el modelo de acumulación
previo.

El eje reducción de brechas, atiende a un problema tradicional del Ecuador: la inequidad


del Estado en la distribución de recursos. Para resolver esta situación la SENPLADES
creó un conjunto de indicadores para realizar inversiones que atiendan a estos sectores
con dos restricciones: “factibilidad presupuestaria y coherencia territorial”
(SENPLADES, 2013: 98). A nivel local, los gobiernos autónomos descentralizados se
beneficiarían de un mayor presupuesto. Sin embargo, el conjunto de la estrategia
territorial resulta ser más bien un documento donde se plantea desde el Estado, las
prioridades territoriales y, a partir de experiencias casos como la de Cotacachi, se puede
afirmar que en casos de conflicto entre los intereses locales y el Estado, es evidente que
la contradicción se resuelve a favor del segundo. Por su parte, los gobiernos locales
deberían garantizar:

el efectivo goce de los derechos individuales y colectivos; el accesos a hábitats


seguros y saludables; el desarrollo planificado participativamente; el impulso
de la economía popular y solidaria para erradicar las condiciones de pobreza y
la generación de condiciones que aseguren el funcionamiento de sistemas de
protección integral de sus habitantes” (SENPLADES, 2013: 99).

No obstante estos lineamientos que deberían seguir los gobiernos locales, existen rasgos
particularmente concernientes al cambio de la matriz productiva que determinarían un
margen de acción reducida para estos gobiernos a la hora de ofrecer un hábitat seguro,
saludable, un tipo de economía popular y solidaria o un desarrollo intercultural.

Dentro de la estrategia territorial es evidente que los ejes que suponen la creación de
infraestructura, desde la perspectiva territorial, tienden a ser mucho más concretos que
los que se enfocan a protección ambiental, derechos y reducción de desigualdades. Pese
a los problemas que podría suponerse de esta estrategia, muchos de los conflictos entre
ordenamiento desde arriba y territorios construidos desde abajo, no están vinculados a su
implementación, sino que tienen como causa la beligerancia de grupos e intereses
económicos que aunque se pueden reconocer en ciertos puntos concernientes a “la matriz
productiva” no pasan por las líneas trazadas. De hecho las tensiones presentes dentro de
la estrategia, muestran que esta misma combina elementos críticos a la devastación
capitalista de lo social y lo ambiental con intereses procapitalistas. Finalmente, se puede
afirmar que el cumplimiento de los lineamientos planteados por el cambio de matriz de
modelo de acumulación, acentuaría las huellas de depredación ambiental y despojo ya
inscritas en los territorios.

6. Consideraciones finales y recomendaciones

La Constitución y los marcos jurídicos internacionales son solamente base de un territorio


en proceso: en la práctica, el proyecto de desarrollo del Estado se concretiza por medio
de violaciones de muchos de los derechos constitucionalmente reconocidos. Tales
violaciones presentan un fuerte componente territorial, no solo por su concreción en el
espacio, sino también – y principalmente – por las disputas por el uso y ocupación del
territorio que traen implícitas. En la actual coyuntura ecuatoriana, el ejercicio de la
plurinacionalidad ha quedado en suspenso, así como la puesta en marcha del derecho a la
ciudad como una metodología de transformación de los territorios urbanos, mientras que
los grupos dominantes han encontrado en el Estado un agente formidable en la concreción
de infraestructuras y planes para la acumulación de capital. La jerarquía entre los derechos
del capital y los derechos vinculados al territorio parece clara en la elaboración de
políticas públicas.

Pese a su base garantista, la actual Constitución de 2008 no ha sido un marco suficiente


para hacer efectivos los derechos vinculados al territorio. La estrategia territorial no ha
puesto en el centro la implementación de la plurinacionalidad ni del derecho a la ciudad,
y la nueva ley de ordenamiento territorial que está siendo debatida se está centrando
únicamente en espacios urbanos, lo que implica una enorme limitación metodológica que
impide ordenar el territorio desde una visión de derechos. Hay además una deficiencia
estructural en el ejercicio de los derechos vinculados al territorio por la ausencia de
participación social en todas las escalas: desde el ejercicio de consulta, la participación
de los actores sociales en la ordenación más local o la elaboración de las propias leyes de
ordenamiento territorial.

Frente a eso, la lucha por un ordenamiento territorial más justo y democrático podría
establecerse en distintos frentes:

- El conocimiento de los derechos de participación previstas en la Constitución


desde el nivel local y la presión social para el legítimo ejercicio de este derecho;
- La incidencia critica en el Proyecto de Ley de Ordenamiento Territorial, a través
de la participación de todos los actores locales y nacionales, para que el ejercicio
de los derechos vinculados al territorio estén en el centro de las políticas públicas
de un estado garantista.
- El cuestionamiento del sentido común que legitima el estado como único agente
de ordenamiento territorial;
- De la misma forma, la negación de la fórmula de poner “territorios en sacrificio”
al servicio de un supuesto “bien común” que legitime la vulneración de los
derechos fundamentales más básicos de las poblaciones que habitan espacios
cercanos a los grandes proyectos del capital.
- El fortalecimiento de las formas de construcción social del espacio previas a la
implantación de los grandes proyectos del capital, con estudios profundos sobre
su viabilidad social frente a los impactos económicos, sociales y ambientales de
estos proyectos;
- La búsqueda de apoyo internacional a través de la formación de redes de
solidaridad a estas territorialidades y denuncia de las violaciones a los derechos
territoriales.
7. Mapas

Mapa 1: Ecuador y proyección de ecosistemas naturales

Fuente: Paola Maldonado a partir de datos de Sierra, 1996, Ecosistemas SUIA, 2010 y
División político administrativa INEC, 2013.
Mapa 2: Cobertura vegetal en 1996

Fuente: Paola Maldonado a partir de datos de Sierra, 1996, Ecosistemas SUIA, 2010 y
División político administrativa INEC, 2013.
Mapa 3: Cobertura en 2008

Fuente: Paola Maldonado a partir de datos de Sierra, 1996, Ecosistemas SUIA, 2010 y
División político administrativa INEC, 2013.
Mapa 4: Territorios indígenas según escrituras (Amazonía) o según autoidentificación
mayor al 50%.

Fuente: Paola Maldonado a partir encuesta, datos de autoidentificación.


Mapa 5: Ubicación de pequeñas propiedades

Fuente: SIPAE –AVSF (2011).


Mapa 6: Ubicación de producción de alimentos de pequeños productores

Fuente: SIPAE –AVSF (2011).


Mapa 7: Ubicación de las plantaciones de banano

Fuente: Paola Maldonado a partir de datos de Sierra, 1996, Ecosistemas SUIA, 2010 y
División político administrativa INEC, 2013.
Mapa 8: Ubicación de las plantaciones florícolas.

Fuente: Paola Maldonado a partir de datos de Sierra, 1996, Ecosistemas SUIA, 2010 y
División político administrativa INEC, 2013.
Mapa 9: Ubicación de plantaciones de Palma Africana

Fuente: Paola Maldonado a partir de datos de Sierra, 1996, Ecosistemas SUIA, 2010 y
División político administrativa INEC, 2013.
Mapa 10: Concesiones petroleras y mineras y áreas protegidas de Ecuador.

Fuente: Paola Maldonado a partir de datos de Sierra, 1996, Ecosistemas SUIA, 2010 y
División político administrativa INEC, 2013.
Mapa 11: Incremento de 2001 a 2010 de población en las principales ciudades de
Ecuador:

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del INEC


Mapa 12: Especialización productiva de las principales ciudades y sus cantones aledaños

Fuente: Instituto de la Ciudad.


Mapa 13: Crecimiento de Quito a partir de 1987.

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Instituto de la Ciudad de Quito


Mapa 14: Comunas de Quito y continuidad territorial.

Fuente: Instituto de la Ciudad.


Mapa 15: Evolución de la NBI en las parroquias del Distrito Metropolitano de Quito.

Fuente: Instituto de la Ciudad

Mapa 16:

Fuente: Instituto de la Ciudad


Mapa 17: Vías terrestres del IIRSA

Fuente: IIRSA
Mapa 18: Modelo territorial deseado en la planificación de SENPLADES.

Fuente: SENPLADES
Mapa 19:

Fuente: elaboración propia a partir a partir de datos del Instituto de la Ciudad.


Mapa 20: Ubicación de comunas de Quito alrededor del Aeropuerto
Mapa 21: Mapa Territorial del Pueblo Kayambi

Fuente: Pueblo Kayambi, IEDECA y Acción Ecológica, con la colaboración del


Colectivo de Geografía Crítica de Ecuador
8. Anexos

Anexo 1: Tarifas por el derecho de uso del agua, 2007-2008.

Fuente: Gaibor (2008)

Anexo 2: Incremento de las exportaciones ecuatorianas de Flores

Fuente: presentación de Expoflores (2011)


Anexo 3: Superficie de Palma en 2011.

PALMA En Arroyo 2014 Fuente: ESPAC

Anexo 4: Empleo en Íntag bajo escenarios de turismo y minería: 2010-2035

Fuente: Larrea (2012)


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