No Se Que Es
No Se Que Es
No Se Que Es
Es extremadamente difícil localizar muchas de las ciudades y ríos mencionados por las
fuentes, particularmente cuando se trata de Asia central. Esto es en parte debido al hecho de que
no hay una documentación literaria propia de estas regiones y el historiador tiene que recurrir a
indicaciones dispersas suministradas por las civilizaciones con escritura que participan en los
acontecimientos y dejaron datos, aunque muy fragmentarios y a veces contradictorios. Esto es
particularmente evidente en los nombres de los pueblos y los términos geográficos; no es
siempre posible hacerlas coincidir. Un ejemplo es el caso de las fuentes chinas, porque no se
está seguro de la transcripción actual de esta escritura de tipo ideográfico cuyo estado fonético
ha evolucionado considerablemente. Los documentos de que podemos disponer están escritos
en muchos tipos de escritura, entre los cuales el persa antiguo de las inscripciones oficiales
acheménidas, el griego de las inscripciones de Kandahar y de Aik Hanoum y el arameo, lengua
oficial de las cancillerías acheménida y séleucida no constituyen realmente un problema. Leri-
che, P., Revue des Études anciennes, LXXV, 1973, p. 284.
Las definiciones no son «técnicas», sino intencionadas para dar un idea aproximada de su
función en este época.
Esta obra de la Edad Media alemana, y de autor desconocido, ocupa un lugar destacado en
la literatura épica junto con el Beowulf inglés, la Chanson de Roland francesa y el Cantar de
Mío Cid español. Los cantos que componen esta obra están recogidos en La Edda de los Cantos
y en la Thidrekssaga de la literatura noruega fechada en el siglo XIII. Se combina en esta obra
la épica heroica germánica con los recursos de la literatura cortesana.
Aunque hay muchas teorías sobre si el cantar es el resultado de sucesivas elaboraciones de
un solo poema o la unificación de varios, la hipótesis más aceptada parece ser que el poema es
el resultado de la unificación, hacía el año 1200, de dos poemas épicos, El Cantar de Brunilda
(del siglo V-VI) y El Cantar de los Burgundios (del siglo V). Estos dos se mantienen como
poemas independientes en la literatura escandinava. Sobre la primera parte, que consiste de 19
cantos, no existen fuentes históricas; por el contrario la segunda parte es una reinterpretación de
la aniquilación del reino burgundio que tuvo lugar hacia el año 437 y que fue reflejada en varias
fuentes de la época. A pesar de eso, varios de los personajes y la localización de la batalla no
concuerdan.
Otro argumento que respalda la hipótesis de dos poemas es el hecho de que a pesar de que
Krimilda y Hagen son los personajes unificadores entre las dos partes, hay una clara diferencia
en la manera que son representados. En la primera parte Krimilda es dulce e inocente, luego la
esposa enamorada y al final la viuda inconsolable. Mientras Hagen, el campeón de Brunilda
(esposa de su rey Gunter) y asesino de Sigfrido, se rebaja hasta el punto de robar y esconder el
tesoro de la viuda indefensa. En la segunda parte de la obra, tras su matrimonio con Atila,
Krimilda, amargada por el asesinato de su primer marido, la pérdida de su tesoro y de que
estos dos hechos fueran la causa por la que ahora estaba casada con un pagano, quiere, no
sólo recuperar sus piedras y oro, sino también venganza -se convierte en una mujer
malvada. El papel de Hagen no cambia tanto; no arrepentido del asesinato, desprecia a
Krimilda y permanece leal a sus reyes a quienes defiende con valentía -se convierte en
héroe.
Además hay un cambio en el uso del termino Nibelungo. En la primera parte se aplica el
nombre a un pueblo sometido por el príncipe de los Paises Bajos, Sigfrido. Pero en la segunda
se lo aplica a los burgundios.
El cantar de los Nibelungos, a pesar de su poco valor histórico, no puede ser excluido de un
resumen de las fuentes sobre Atila. Recopilado hacia el año 1200, muchas de las costumbres
(torneos, generosidad de los señores hacia sus fieles), las fórmulas de «buena crianza», y
probablemente muchas de las manifestaciones religiosas, hubieron sido anacronismos en la
época de Atila. Sin embargo, la segunda parte, que cuenta la aniquilación de los burgundios,
tiene mucho valor porque nos ofrece una perspectiva de la historia y especialmente de Atila
muy distinta de la descrita por los romanos: su papel es secundario en los acontecimientos.
En el canto XX, tras la muerte de su mujer Helche, Atila fue aconsejado a pedir la mano de
Krimilda. El rey huno responde que quizá ella no quiera porque es cristiana y el es pagano y no
había sido bautizado, pero sus consejeros le convencen diciendo <<¿Ysi a pesar de eso consin-
tiera a causa de vuestro renombre y de vuestras grandes riquezas? (Canto XX, 1145, p. 220)
Este Atila que teme ser rechazado por una mujer por razones religiosas no se parece en nada al
que más tarde amenaza al Imperio con la guerra para conseguir la mano de Honoria.
Los emisarios de Atila fueron bien recibidos en la corte burgundia (Canto XX, pp. 226-227)
por lo cual quizá se puede deducir que el matrimonio sellaba un pacto de alianza entre los dos
pueblos. Para convencer a Krimilda los hunos dijeron que «seréis soberana de doce poderosos
reinos. Mi rey os dará por añadidura treinta principados que él ha dominado con su poderoso
brazo»... «Mi señor os dará además poder supremo como el que disfrutó Helche. Con él
ejerceréis autoridad sobre todos los hombres de Atila». (Canto XX, 1235, 1237, pp. 231-2) Esto
contradice las fuentes romanas que dicen que Atila era polígamo. Y, a pesar de que por los
menos una de las esposas del rey huno gobernaba un pueblo, es muy dudoso que él pusiera el
poder de toda la nación en sus manos.
Según se cuenta en el Canto, durante los primeros trece años después de la boda, no hubo
relaciones entre las dos naciones. Pero al cabo de este tiempo Krimilda, que todavía lamentaba
la muerte de su marido a manos de Hagen y sus hermanos (los reyes de los burgundios), la
pérdida de su gran tesoro y el hecho de que estas dos razones le habían forzado a casarse con un
rey pagano, quería vengarse. Para este fin convenció a su marido a invitarles al país huno y
mostrar con grandes fiestas su amistad hacia ellos. Los reyes burgundios llegan al pueblo huno
acompañados por grandes «huestes de valerosos hombres». Krimilda les recrimina por no traer
con ellos el gran tesoro que le pertenecía y que le había sido robado. La fricción entre los dos
pueblos crece, siempre instigado por la vengativa, y ahora codiciosa y malvada, Krimilda.
Las fuentes romanas no precisan donde tuvo lugar el enfrentamiento entre los hunos y los
burgundios, sin embargo sí hacen mención de incursiones contra otros pueblos vecinos. Y así,
leyendo entre líneas, es muy posible que este viaje a los territorios hunos tuviera otros propósi-
tos, y que estos no eran exactamente amistosos. De otra manera es muy difícil explicar el hecho
que fueron los «tres reyes» y todo su ejército -y a unas fiestas!
No tardan en producirse luchas entre los dos bandos. Muere entre muchos otros Bleda, el
hermano de Atila. Atila juega un papel muy secundario en toda esta narración. Es un simple
espectador, ignorante de las intrigas y manipulaciones de su mujer. Su asombro ante la inespe-
rada hostilidad de sus huéspedes se convierte en ira por la muerte de su único hijo Ortlieb a
manos de los burgundios: «Me habéis matado a mi hijo y a muchos de mis deudos. Tanto la
tregua como cualquier arreglo os serán totalmente negados». (Canto XXXVI, 2090, p. 353).
Atila no toma parte activa en la lucha que tiene lugar en su corte. Al final cuando se
quedaron diezmados los dos bandos, el rey Gunter y Hagen, son tomados prisioneros. Krimilda
una vez más exige a Hagen la entrega de su tesoro. Cuando él se niega diciendo «yo he jurado
no mostrar el escondite del tesoro mientras viva alguno de mis señores» (Canto XXXIX, 2368,
p. 403), ella mandó matar a su hermano y llevó su cabeza ante Hagen personalmente. El héroe,
triste pero desafiante ahora, responde que el escondrijo no lo sabía nadie sino Dios y él, y que
se quedaría siempre oculto para ella. Enfurecida Krimilda le cortó la cabeza. «Esto lo vio el rey
Atila. Grande fue entonces su pesar» (Canto XXXIX, 2373, p. 405).
Al instante Hildebrando vengó a Hagen descuartizando a Krimilda con su pesada espada.
«Teodorico y Atila rompieron entonces en llanto. Los dos lloraban entrañablemente tanto a los
parientes como a los guerreros». (Canto XXXIX, 2377, p. 405). Aparentemente Atila estaba tan
atontado por los acontecimientos que no pudo reaccionar en ningún momento.
Hoy en día no es imposible interpretar esta última escena como más que una leyenda. Pero
es muy interesante observar que Atila en el mundo germánico era un personaje respetable, noble
y libre de maldad, dedicado a vivir una vida tranquila alejada de las intrigas y armas- muy
distinto a la impresión ofrecida en las fuentes romanas. Es un hombre engañado y dominado por
una mujer mucho más astuta y ambiciosa que él.
El Canto no menciona a Aecio. ¿Puede estar basado en una represalia huna debido a una
incursión de los burgundios en los territorios de Atila?
APÉNDICE C:
;DECADENCIA, CAIDA O METAMORFOSIS
DEL IMPERIO ROMANO?
La búsqueda de datos para realizar el presente estudio acerca de los hunos, hizo obligatoria
la lectura de obras de muy diversa índole y que con frecuencia presentan enfoques contradicto-
rios; a primera vista, poca relación tenían con el objeto de este trabajo pero su influencia fue
decisiva para cambiar la visión panorámica del período histórico, objeto de nuestra atención.
Frecuentemente nuestra perspectiva histórica, basada en los relatos de las fuentes, no nos
permite ver más que unos pocos hechos traumáticos que parecen surgir abruptamente; por
ejemplo, el cristianismo, las invasiones, la pérdida de grandes territorios y la ocupación del
trono por un bárbaro. Sin embargo, los siglos IV y V no son testigos de un orden político y
cultural en vías de extinción sino todo el contrario; se puede ver un «mundo» en plena y
dinámica evolución.
En el siglo IV surge una nueva sociedad con ciertos rasgos feudales; una monarquía absoluta
(pero sin llegar a ser totalitaria en el sentido moderno de la palabra). La sociedad se divide en
dos estratos desiguales y con carácter hereditario. Desaparece la clase media y los pequeños
propietarios, absorbidos por los grandes latifundios, se convierten en colonos. La pequeña clase
dirigente consiste en aristócratas terratenientes con un gran poder económico.
Durante los siglos IV y V, la nueva expansión del cristianismo, las relaciones entre la
política y la Iglesia, y los bárbaros fueron los elementos que más influyeron en la vida del
Imperio. Se produjo una lenta pero definitiva separación entre el Occidente latino y el Oriente
greco-bizantino que culmina en el siglo V.
Es bien conocido que los acontecimientos históricos tienen su origen en causas múltiples y
con frecuencia complejas, e intentar estudiar todos los posibles elementos que actuaron en este
cambio resultaría demasiado prolijo. Así hemos escogido dos de los elementos que, a nuestro
parecer, tuvieron una gran influencia sobre la sociedad romana, y que no han sido tratados en
este trabajo sobre los hunos: en primer lugar, el elemento historiográfico/religioso introducido
por el cristianismo, y de otra parte, el cambio de la composición étnica de la sociedad a lo largo
de los siglos.
De enorme importancia es la recuperación occidental, en el siglo IV, del predominio litera-
rioJespiritua1 perdido en el siglo 11. De África proceden la mayoría de los grandes autores y
teólogos latinos, como Agustín, Tertuliano, Minucio Félix, Cipriano, Arnobio y Lactancio. Y en
la Galia, Sidonio Apolinar, Ausonio, Sulpicio Severo Próspero de Tiro y Salviano comenzaron
a desarrollar una tendencia literaria propia.
Las obras de los autores antiguos generalmente fueron escritas por miembros de la clase de
élite, aristocrática, rica e instruida, y para ser leídas por gente altamente educada, relativamente
reducida en número. Expresaron su propio punto de vista sobre los acontecimientos, que sin
duda era muy parecido al de sus lectores, pero que difieren en sus actitudes históricas. No
ignoraban la cuestión de estilo y estaban limitados a unas normas literarias que variaban según
la época. En los siglos IV y V actuaban fuerzas políticas, sociales y espirituales que, pese a las
frecuentes crisis que hubieron de salvar, crearon nuevos modos de vida. En el lenguaje de la
época se llamó a esto renovatio, vida personal creadora. La estabilidad que la sociedad encontró
en el nuevo y sólido orden político se percibe en el talante histórico de la época. El juicio de los
contemporáneos sobre su propio presente entraña una mezcla peculiar de crítica y seguridad.
Las personas de nivel cultural medio (e incluso más elevado) saben que la Edad Antigua
acaba (y la Edad Media empieza) con la «caída» del Imperio Romano; aunque casi nadie piensa
que esto ocurrió determinado día, con motivo de una batalla o al final de una guerra, sí está muy
extendida la idea de que el Imperio Romano «se acabó» por entonces. Hay razones suficientes
para pensar que no hubo tal caída, sino una transformación, una metamorfosis. Una de estas
razones es el estudio de las fuentes; si aquello fue un cambio tan radical debió preocupar de
forma importante a los historiadores de aquella época. F. Vittinghoft realizó un magnifico
trabajo que ilustra sobre la autocomprensión de la historia en aquel período que podemos llamar
Antigüedad Tardía, período que se extiende desde la batalla de Adrianópolis (378) hasta bien
entrado el siglo V; son las décadas en que se produce el triunfo de la Iglesia perseguida, quizá
como fenómeno de más trascendencia histórica que las tan invocadas invasiones de los bárba-
ros.
Encontramos dos concepciones históricas totalmente diferentes en las fuentes de este perío-
do, y que podríamos iniciar en el 360 d.C., con Aurelio Víctor y terminar con la Civitas Dei
(412-426) de Agustín; a partir del siglo V los autores paganos enmudecen, quizá con la
excepción de la poesía de Rutilio Namaciano. En cuanto a limites geográficos, poco cuenta el
Imperio Oriental; el latín se impuso para unos y otros; Amiano Marcelino un griego de Antio-
quía se establece en Roma y escribe en latín, igual que Claudiano (de Alejandría, en Egipto) que
acaba en la corte de Milán.
Aunque los autores paganos no son generales ni emperadores, pertenecen a un estrato social
de cierta relevancia. Así, Aurelio Víctor fue gobernador de una provincia y después prefecto;
Eutropio acompañó a Juliano en su expedición contra los persas; Claudiano fue tribunus et
notarius y defensor de la política de Estilicón; Rutilio, magister officiorum de la corte imperial,
y Símaco, prefecto de Roma y miembro de la más alta aristocracia romana, como lo era
Nicomaco Flaviano que llegó a canciller de Teodosio. Entre los autores cristianos, Ambrosio
(pariente de Símaco), Prudencio (hispano) y Sulpicio Severo (abogado de Aquitania) pertene-
cían a la alta sociedad; en cambio Jerónimo, Agustín y Orosio eran de origen modesto y nunca
llegaron a ocupar cargos de importancia. ¿Justifica esta distinta posición social la diferente
concepción histórica de ambos grupos?
A pesar de que el punto de vista pagano pueda calificarse de conservador y el cristiano de
progresista, las diferencias tienen su base en las creencias religiosas que eran auténticas y pro-
fundas en ambos grupos; los prejuicios debieron ser tan evidentes que un emperador cristiano,
Valente, encargó a dos no cristianos, Festo y Eutropio, escribir la historia de Roma; ambos,
aunque paganos, eran menos apasionados, así como, en el otro lado, sucedía a Orosio que
mantuvo una postura apologética pero estaba cerca de la antigua historiografía.
Para los paganos, la historia del mundo era la historia de Roma, prácticamente empezaba
con Rómulo. Salustio, Livio, Tácito o Amiano Marcelino prácticamente no mencionan la
historia previa. Diodoro (siciliano del siglo 11 a.c.) y Diodoro de Halicarnaso, que escribió la
historia de Roma en época de Augusto sí conocen la existencia de imperios anteriores pero al
igual que Arístides o Antonino Pío consideraban que estos imperios eran como ensayos prepa-
ratorios hasta llegar al definitivo: el Romano; como decía Plutarco, «La Fortuna voladora llevó
el imperio de un sitio a otro (asirio meda, persa, macedonio y cartaginés) pero al llegar a Roma
se quedó allí.» Los principales defensores de este culto a Roma estuvieron encabezados por
Nicomaco Flaviano y Símaco que aconsejaban volver a Virgilio (imperium sinefine) y basaban
la eternidad de Roma en los argumentos de Cicerón: un orden constitucional recto garantiza la
inmortalidad de los estados. Como dice Salustio, sólo las guerras civiles pudieron acabar con el
Imperio Mundial y Augusto se encargó de terminarlas.
Aunque Roma ha vivido la separación de Constantinopla, el cambio de sede del Emperador,
incursiones de los bárbaros y otras calamidades, la fe en el Imperio se conserva; algo que ha
permanecido durante once siglos y a través de tiempos mucho peores, no puede acabarse. Y la
fuerza para sobrevivir se basa en que se conserven las buenas costumbres: No es licita ir contra
morem parentum (Símaco); el orden romano corresponde a las antiguas costumbres y a sus
hombres (Ennio). Cierto que este sentimiento no era unánime; algunos pensaban como Aemilio
Sura (finales del siglo 11 a.c.) que ya habían existido cuatro imperios antes (asirio, medo, persa
y babilonio) y el Romano no tenía que ser el quinto y último; también Macrobio (Sueño de
Escipio) interpreta la historia con un carácter circular: inundaciones y catástrofes igneas perió-
dicas de las que se salvan pocas regiones o personas y... vuelta a empezar.
Pero el pensamiento romano-pagano, y conservador, seguía más las ideas del autor del libro
de Daniel, aunque fuese de inspiración cristiana: la historia del mundo se compone de cuatro
periodos de 3.000 años y el Imperio Romano es el último y definitivo. Incluso Orosio interpre-
taba tal libro con la existencia de cuatro imperios que él localizaba en los puntos cardinales:
Babilonia (este), Cartago (sur), Macedonia (norte, interpretación algo libre) y Roma (occiden-
te); ya no quedan puntos cardinales.
El concepto histórico de las fuentes cristianas era muy diferente: la historia para ellos no es
circular ni una serie de líneas que confluyen en Roma, sino una recta que va desde la creación
del mundo por Dios hasta el Apocalipsis. No escriben la historia del mundo, sino la «Historia de
la Iglesia» o la «Historia de la Salvación~'~'~. Su fuente casi única es la Biblia, y la evolución
histórica se adaptará al modelo de la Creación (seis días o períodos de tiempo); los hitos más
importantes, Adan, el Diluvio (2.242 años después), Abraham (1.942 años después del diluvio)
1015 Hace 40-50 años en los parvulkos españoles regidos por religiosos se enseñaba «Historia Sagradas, no se
distingue este historia y religión.
y la llegada de Cristo (2.015 años desde el patriarca). Ya sólo falta el Anticristo y el fin del
mundo; coinciden con los paganos en que el Imperio Romano será el último. Pero eso no
implicaba que su fin estuviera próximo; aunque Martín de Tours, maestro de Sulpicio Severo,
consideraba que el Anticristo ya había nacido, Ambrosio y Agustín consideraron estas hipótesis
exageradas. Amiano, que tomó de Floro las idea sobre las edades de los Imperios, identificaba
la plenitud de Roma con la República y la senectud con la época Imperial, pero Agustín argüía
que la vejez empieza a los 60 años pero puede llegar a los 120.
No eran los autores cristianos de esta época enemigos de Roma, que había dejado de ser la
«gran prostituta» del Apocalipsis. Agustín defiende que Roma mereció su Imperio por sus
costumbres que eran las mejores de la historia y los males actuales del Imperio son interpretados
por Orosio como penitencia o pruebas de Dios; la conversión de los emperadores al cristianismo
es para Símaco causa de todas las tragedias y convierten a los cristianos en defensores de una
institución antes enemiga. Los cristianos no han aniquilado al Imperio, lo han tomado. Símaco
se queja al Emperador de persecuciones a los paganos (los mismos modos, con diferentes
víctimas); la fe en los dioses romanos llega incluso a ser tan profunda que Nicomaco Flaviano
se suicida cuando se siente abandonado por ellos: en la batalla de Frigio una tormenta influyó
definitivamente en la victoria de Teodosio contra Eugenio y Arbogasto, lo que interpreta
Nicomaco como abandono de sus dioses.
Los cristianos se han hecho con el Imperio y éste se ha convertido en algo grande y bueno.
Sólo la palabra eterna aplicada a Roma es considerada como blasfemia (todo es contingente
excepto Dios). Agustín, aunque encuentra similitudes entre Rómulo y Caín, considera el Impe-
rio Romano como obra de Dios para, al unificar el mundo bajo la paz y la justicia, hacer más
fácil la predicación de su mensaje. Para Eusebio de Caesarea, discípulo de Orígenes, el Imperio
había preparado la llegada de Cristo y la Pax Augusta era una fase previa de la Pax Cristiana en
un mundo ya unificado.
Cristianos y paganos tienen visiones muy distintas de la historia pero coinciden en que el
Imperio Romano no tienen sustituto. Para los cristianos durará hasta el fin del mundo; para los
paganos Roma es eterna.
Si el concepto de «caída» del Imperio Romano había que matizarlo mucho, la idea de la
«invasiones de los bárbaros» también merece puntualizaciones. Es evidente que el aumento de
moradores bárbaros dentro del Imperio se produce durante los siglos IV y V; no es siempre, por
tanto una irrupción violenta. Zosimo a principios del siglo V, describió el Imperio como
«morada de bárbaros» (4,59,3). Es cierto que hubo entradas que podríamos llamar masivas pero
que deben explicarse como fenómenos migratorios más que como invasión; en otro caso,
habríamos de admitir que la «invasión» de Roma empieza con su fundación.
Según Livio, la actitud romana de apertura hacia los extranjeros se remontaba a sus comien-
zos, cuando Rómulo invitó a todo el mundo para poblar la recién fundada ciudad. «A este lugar
de Roma mucha gente fluyó, gente de muy diverso origen, algunos nacidos libres, otros
esclavos, todos ellos ávidos por cambiar sus condiciones de vida; y ese fue uno de los puntos de
partida de la grandeza de Roma»1016. Esto será conocido como el Asylum Romulii, fenómeno que
es interpretado de muy distinta forma por Agustín quien recuerda que los romanos tuviera su
origen en esclavos fugitivos y ladrones y de aquí la bajeza de su carácter y el que su historia se
base en robos e injusticias (con la conversión del Emperador, sus ideas cambian). Alexander
Demandt compara los comienzos de Roma con lo de U.S.A.: el origen no cuenta, sí el aceptar
los principios constitucionales. Cuando Roma se expande, la ciudadanía se extiende a gran
número de habitantes especialmente del pueblo germano (pero también persas, armenios, bere-
beres, árabes y sármatas); hacia falta mano de obra y los campesinos fueron invitados a
asentarse como colonos; los soldados bárbaros eran siempre bien recibidos en el ejército, y,
desde Julio César, los germanos. Livio (4,3,13): «Puesto que no desdeñamos a ningún recién
llegado, a condición de que fuera valiente, el Imperio Romano creció».
Los nuevos ciudadanos no eran empleados de los romanos con mayor pedigree sino que se
producía una asimilación auténtica, sin limites hasta donde pudieran llegar, sin prejuicios sobre
su origen; así se adaptan rápidamente. Juliano dice (Or. 1,5) «Sin importar dónde hayan nacido,
todos adoptan la constitución romana y usan las leyes y costumbres en ella promulgadas, y por
ese hecho se convierten en ciudadanos de Roma». La segunda generación ya habla perfectamen-
te el latín y se han convertido en romanos, aunque a veces tuvieran una triple identidad:
sentimentalmente, de su ciudad natal; pertenecían culturalmente a una tradición determinada
(franca, griega, persa, etc.), y políticamente eran romanos.
Más tarde, a finales del siglo IV, Aurelio Víctor (1 1,13) señaló que los emperadores roma-
nos de origen no-itálico eran generalmente hombres más capaces, puesto que Roma se había
vuelto poderosa sólo gracias a la ayuda de extranjeros.
En el Imperio, al contrario de lo que ocurrió en los imperios anteriores, todos los pueblos de
la tierra han llegado a una comunidad de derecho en una patria común. Los romanos «únicos
nacidos señores» (Aelio Arístides, Roma, 91) no han sometido tiránicamente a los vencidos sino
que les dieron libertad e igualdad ante la ley. En este ambiente flotaba la idea de que los
paganos y herejes podían ser convertidos y a los bárbaros se les podía civilizar. Sidonio tenía la
esperanza de que todo iría bien tan pronto como los germanos leyeran a Virgilio. Quizá con este
hipótesis de la integración por medio de la educación, el emperador cristiano Valente quiso que
se escribiera un resumen de la historia romana que encargó a Eutropio y Festo.
B. Matrimonios mixtos
Pmdencio (C. Symmachus, 6, 13 SS.):«Las distancias y los mares no pueden evitar que la
gente vengan a reunirse en un mercado común, los extranjeros (esterni) tienen el ius conubii, la
sangre se mezcla en una gran familia». Esta es la idea del crisol.
Múltiples son los ejemplos de matrimonios formados por cónyuges de distinta etnia entre los
personajes históricos; es razonable pensar que fueran más frecuentes en los estratos sociales
bajos, aunque de ellos, naturalmente, hablan poco las fuentes.
En el año 373 se promulga la Ley de Valentiniano: «Nadie de provincias, sea del rango o la
clase que sea, se casará con una esposa bárbara, ni ninguna mujer de provincias se unirá a
ningún extranjero (gentiles) a través de dichos matrimonios y si algo pudiera ser revelado como
1016 LIVIO, 1,8,5f: Eo exfinitimis populis turba omnis sine discrimine, libera servus esset, avida novarum rerum
perfugit idque primum ad coeptam magnitudinem roboris fuit.
sospechoso o criminal (suspectum ve1 nocium) entre ellos, será expiado con la pena capital»1017.
El significado de esta ley no ha llegado a esclarecerse. No sabemos exactamente a quién se
refería con los términos gentiles y barbari. El término gentilis tiene un significado religioso,
«pagano», que no encaja en la política tolerante de Valentiniano. Se utilizaba en un sentido
amplio para los bárbaros como tales y, en un sentido más estricto para las tropas federadas de
origen bárbaro (por ejemplo, los gentiles en el Notitia Dignitatum). R. Sorac y E. Demougeot
afirmaban que la ley se refería a los gentiles del ejército romano1018.
A. Demandt defiende que
la ley se refiere a los bárbaros en un sentido amplio, especialmente aquéllos fuera del
se basa en el hecho de que el término gentilus se usa con tal sentido en el Codex Theodosianus
y por Arniano Marcelino en todos sus escritos. Es difícil comprender las intenciones del
legislador, que temía algo suspectum y noxium.
Tampoco sabemos los efectos de dicha ley, ni si fue respectada o no; la política de integra-
ción, como hemos visto, tenía una larga tradición. Aelius Aristides (Or. 26,102) alabó a los
Romanos por permitir matrimonios en todo el Occidente, y esta actitud no fue interrumpida en
tiempos de Valentiniano 1 (363-375). Como es lógico, esta política tuvo sus detractores, como
Marcial y Juvenal durante el Principado, y en el siglo V será Claudiano quien muestre desdén
por los discolor infans, nacidos de una madre blanca y un padre negro. También algunos de los
padres de la Iglesia muestran resistencia a la integración.
Así, si Valentiniano, (un oficial de Pannonia, que accedió, como su hermano Valente, al
poder por el ejército) esperaba con su ley impedir el matrimonio de romanos y federados dentro
del imperio, su política era opuesta a la tendencia principal dentro de la política romana.
En cualquier caso, la ley demuestra que el matrimonio mixto era practicado con tal frecuen-
cia que parecía peligroso al emperador. Si lo detuvo es dudoso. La existencia de leyes no
demuestra nada sobre su efecto. Si una ley es promulgada por segunda vez, está claro que había
sido un fracaso. Si no se vuelve a promulgar, fue un éxito o el propósito perseguido fue
abandonado. Años más tarde, Justiniano, hacia el 535, promulgó su Novella 154, que prohibía
los matrimonios entre provincianos romanos y extranjeros, especialmente en Osrhoene y Meso-
potamia. Pero en este caso la intención es clara por el contexto, el Emperador temía colabora-
ción y deslealtad a favor de los persas; predominan las razones de política exterior.
También es difícil determinar la legalidad de los matrimonios mixtos en las tribus bárbaras.
Normalmente los germanos escogían a sus esposas entre sus propios gensloZ0, pero parece que
en ningún momento hubo un obstáculo general al matrimonio mixto, y que debió ser normal en
tiempo de migraciones y entre las familias reinantes.
Los visigodos adoptaron la prohibición de Valentiniano en el Breviarium Alaricianum. El
texto dice: «Ningún romano se atreva a tener una mujer bárbara de ninguna nación, y que
ninguna mujer romana se una en matrimonio con un bárbaro. Pero si lo hacen, que sepan que
1017 C.Th., 3, 14,l: A magister militum Teodosio: Nulli provincialium, cuiuscumque ordinis aut loci fuerit, cum
barbara sit more coniugium, nec ulli gentilium provincialis femina copuletur. Quod si quae inter provinciales atque
gentiles afinitates ex huiusmodi nuptiis extiterint, quod in iis susceptum vel nociuum detegitur, capitaliter expietur.
1018 SORACI, R., Ricerche sui conubia tra Romani e Germani nei secoli IV-VI. 2. AuJ. Catania, 1974;
DEMOUGEOT, E., «Le conubiurn dans les lois barbares de VI si&cle»,Recuelil de memoires et travaus publeés par la
societeé dhistoire du droit et des institutions de anciens pays de droit écrit, 12, (1983), pp. 69-82.
1019 DEMANDT, A,, «The Osrnosis of Late Rornan and Germanic Aristocracies»,p. 77.
1020 WENSKUS, R., Stammesbildung und Vetfassung. Das Werden der frühmittelalterlichen gentes, Qienlkoln,
1961171, pp. 17 SS.
estarán sujetos a la pena capital»lo2'.Tampoco se entiende el sentido de la repetición de esta ley
que discriminaba en su origen a los bárbaros1022.
En el siglo IV los matrimonios entre germanos y romanos se conviertieron en algo corriente.
El emperador Galeno es insultado por Lactanico (V.P. 38,6) por dar esposas romanas a sus
guardaespaldas bárbaros (quizá godos). Más tarde, algunos famosos soldados eran de origen
mixto, como Magnentius (Aur. Vict. 41, 25), Estilicón, (Jerónimo, Ep., 123,16) y Geiserico
(Sidonio, c. 2,358).
En cualquier caso, a finales del siglo IV, la mezcla de etnias ya había recorrido un buen
trecho y había puesto su granito (o saco) de arena en la transformación del Imperio Romano.
Todas las dinastías germanas de los siglos V y VI están realmente ligadas entre sí y
descienden de la tetrarquía; el carácter sucesorio de la Institución Imperial llegó más allá del
siglo IX. Que los hijos de Carlomagno eran descendientes de Diocleciano se sabe gracias al
ingente trabajo de Alexander Demandt.
Para completar su Stemma, que reproduzco por la mucha información que concentra'023.
Hildegard (tercera esposa de Carlomagno) era bisnieta de Houching cuya abuela, Regentrud
(casada con Theodo 11) era hija de Dagovert 1, tataranieta de Clodwig, a quien ya encontramos
en el stemma. La relación de Carlomagno con la aristocracia romana tardía va en zig zag, pero
discurre sin interrupción; van 19 pases de Carlomagno a Teodosio 1, 14 a Constantino, y 27 a
Diocleciano.
Podemos considerar este hecho como una prueba más del carácter de transformación y no de
ruptura de la «caída» del Imperio Romano.
1021 C.Th. 3,14,1:Nullus Romanorum barbaram cuiuslibet gentis habere praesumat uxorem, neque barbarorum
cniugiis mulieres Romanae in matrimonio cniugantur; quod si fecerint, se capitali sententiae noverint subiacere.
1022 DAHN, F., Die Konige der Germanen, 6,2 Aufl., Leipzig, 1885, p. 81: sostenía que la diferencia religiosa era
la responsable.
1023 DEMANDT, A,, op. cit. pp. 80-86. El comenzar su stemma con el emperador Diocleciano no es arbitrario,
sino que muestra uno de los hechos más importantes de sus investigaciones genealógicas. NO SABEMOS QUIEN FVE
EL PADRE DE NINGUNO DE LOS TETRARCAS, surgen todos de oscuras familias danubianas. En la geneología de
la clase gobernante hay un corte abrupto en el siglo 111 d.C. desde tiempos de Diocleciano hay contiuidad en las familias
govemantes, hasta la Edad Media, e incluso entonces siguió.
La estructura del stemma consta de varios grupos subsecuentes de familias centrales, a los que se unen otros
mas pequeños. El primer grupo comprende a las cuatro dinastias imperiales de los 1) tetrarcas, 2) de Constantino, 3) de
Valentiniano y 4) de Teodosio. Todas están relacionadas entre sí por matrimonio. La razón de estos matrimonios no es
tanto la política de propiedad con el poder legitimador de la relación dinástica.
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