Guber Identidad Social Villera

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Identidad social villera

Rosana Guber
Fragmentos

La población que reside en las villas miseria, precarios asentamientos erigidos sobre terrenos
fiscales o de terceros y, por lo general, carentes de los servicios públicos urbanos básicos, ha
sido objeto tradicional de los estudios sobre la “marginalidad social”. A través de este concepto
descriptivo a la vez que explicativo, se ha intentado no sólo reseñar su peculiar modo de vida,
sino también comprender los factores que le dan origen. Preferimos referirnos a esta población
con la denominación más localista de “villera” que, en tanto integrante de las clases subalternas
de nuestra sociedad, se encuentra articulada en una posición asimétrica y subordinada a los
sectores hegemónicos. Por ello descartamos el término “marginalidad” al no poner el énfasis
debido en las verdaderas causas de este fenómeno, a saber, su posición de exclusión respecto a
la propiedad (de los medios de producción, de la vivienda y el suelo, etc.) y la venta de su fuerza
de trabajo en los sectores no formales de la economía.
En cuanto término teórico, la “marginalidad” entraña determinados supuestos subyacentes que,
indefectiblemente, orientan el conocimiento y la comprensión del observador, así como las
prácticas de planificadores y estadistas.
En las siguientes páginas analizaremos dos de estos supuestos:
1) el sistema normativo y valorativo hegemónico, que rige la vida de todos los miembros de la
sociedad, les resulta totalmente ajeno a los “marginados”, quienes se rigen por esquemas
alternativos, particulares y exclusivos;
2) el “marginado”, aunque esté articulado dentro del sistema social mayor desde su posición
subordinada, desempeña un papel pasivo, transformándose en un mero receptor de las pautas
dominantes, que lo determinan y condicionan de manera absoluta.
El objeto de nuestro análisis será un aspecto de la ideología villera, su identidad social: aquella
definición coproducida por los actores sociales, que se manifiesta en una específica articulación
de atributos socialmente significativos, tornando a dichos actores históricamente reconocibles
y coyunturalmente diferenciables. La identidad es socialmente operativa cuando transmite
sentidos (valores, pautas, criterios) relevantes para las distintas partes de la interacción. Estos
sentidos se construyen en un continuo y complejo entramado de relaciones sociales en el seno
de una estructura social. Los atributos que canalizan una identidad son los depositarios de esos
significados los que, a su vez, se asientan en y debaten con el esquema normativo y valorativo
dominante, el “buen orden”, el “buen sentido”, y con otros esquemas alternativos.
Si bien la ideología hegemónica tiene una participación decisiva en la configuración de las
identidades de las clases subalternas, no es menos cierto que estas últimas no se corresponden
íntegramente con aquella. Existe un margen de autonomía que proviene tanto de experiencias
y observaciones de la realidad concreta como de la propia posición en la estructura social. Por
eso las identidades sociales no pueden ser consideradas como previas a una determinación
societal, ni como atributos esenciales, inmanentes o exclusivos de un grupo humano, sino como
el complejo resultado de un proceso histórico y de una formación social determinada.
En la primera sección de este trabajo reseñamos brevemente las circunstancias sociohistóricas
que dieron origen a la identidad “villera” y a los estereotipos sustentados por la burguesía y los
sectores medios urbanos respecto de la población villera. En la segunda, señalamos las
características principales de esta identidad social para luego, en la tercera parte, reconstruir la
conceptualización que hace el villero de su propia identidad. En la cuarta sección se analiza el
papel que le cabe al villero en la constitución de su identidad social. La investigación sobre cuya
base hemos redactado esta ponencia, se llevó a cabo en 1982 y 1983, en una villamiseria de la
zona sur del Gran Buenos Aires; la antigüedad aproximada de este asentamiento es de cuarenta

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años; aunque espacialmente circunscripto en 4.000 m2 de terrenos fiscales, se encuentra en
proceso de creciente densificación: actualmente aloja a más de 10.000 habitantes.
La población masculina se desempeña predominantemente en la estiba portuaria, la estiba de
camiones, la construcción y otros trabajos temporarios; la femenina, en el servicio doméstico o
en su hogar (Hermitte, et.al.,1983).
Teniendo presente la influencia y el condicionamiento ejercidos por las circunstancias históricas
en el sistema ideológico, debemos advertir que tanto el planteo de esta investigación como la
recolección de datos y su análisis posterior se han llevado a cabo durante los últimos dos años
de un régimen militar autoritario y fuertemente represivo, donde los reclamos populares apenas
dejan oír su voz a través de los conflictos aislados o de pequeños alcances.
De manera que nuestras conclusiones acerca de la identidad de la población de esta villa miseria
en particular, en este período determinado, no debieran ser aplicadas a otros asentamientos en
otros períodos históricos, sin antes haber procedido a un análisis minucioso del contexto
respectivo.

(…)

II
En la Capital y el Gran Buenos Aires el villero es una figura social a la que se suele caracterizar
por su anomia, es decir, carencia de reglas y de moral; por su apatía, al no preocuparse por el
progreso material y espiritual, ni tampoco por el porvenir de sus hijos. Sucio, promiscuo e
indigente, se abandona a la vida fácil y se dedica al robo; si trabaja, lo hace para satisfacer las
necesidades del día y para pagar algunos vicios, pues se da especialmente a la bebida; estos
rasgos pueden explicarse –según esta caracterización– por la incultura, ignorancia y su
desconocimiento de las normas de urbanidad y, se argumenta en algunos casos, por su inocencia
provinciana, el excesivo apego a tradiciones rurales que obstaculizan su camino hacia la
integración cultural, hacia una exitosa movilidad socioeconómica.
Por sustentarse en los valores de los sectores hegemónicos -clases medias y burguesía porteña,
es a partir de esta imagen que la población bonaerense conoce al villero. Este, por su parte, se
hace cargo de la misma y algunos de sus rasgos pasan a constituir su propia identidad social.
Para reproducir el sistema, el esquema normativo hegemónico promueve determinados
atributos de los grupos sociales, y desaprueba otros, trazando así el camino hacia el “buen
sentido” prevaleciente, camino que idealmente “pueden” y “deben” recorrer todos los
miembros de una sociedad. En esta tarea pedagógica se prueba ciertas identidades en las cuales
se deposita todo lo abyecto y vergonzante, lo que no corresponde al “deber ser”. Atributos con
estas connotaciones desacreditan a sus portadores, justificándose entonces un trato diferencial
para con ellos. E. Goffman denomina “estigmas” a estos atributos (Goffman, 1970). El estigma
es un rasgo de connotaciones sociales negativas, no por tratarse de características despreciables
en sí mismas, sino por constituir significaciones que han ido elaborando los sujetos sociales.
Podemos reconocer la identidad social villera a partir de dos características que no sólo son
manifiestas sino que, además, dan sentido a su discurso y a sus cursos de acción: la pobreza y la
inmoralidad.
La pobreza alude a la desprovisión total o parcial de bienes y recursos valorados socialmente. El
villero carece de vivienda “digna”, de un suelo propio, de empleo estable -a veces, simplemente,
carece de empleo-, de una instrucción considerada adecuada y completa, de condiciones
sanitarias aceptables, de estabilidad habitacional y laboral, de seguridad social, etc. Según
pudimos observar en nuestro trabajo de campo, el villero tiene las mismas expectativas que el
resto de la población urbana en lo que concierne a sus necesidades en las áreas de salud,
vivienda, educación, trabajo, urbanización, etc. Sin embrago, debe enfrentarse a limitaciones
reales que obstaculizan e imposibilitan su acceso a distintos recursos, y por ende, a la concreción
de dichas expectativas.

2
La inmoralidad, imagen transmitida primordialmente desde el medio extravillero, es retomada
por el villero, quien la admite e incluso sustenta, basándose para ello en su propia experiencia.
El pensamiento liberal concibe al individuo como responsable y dueño exclusivo de su destino.
De modo que la pobreza acusa, como en el pensamiento calvinista, la ineptitud y desinterés en
obtener “la salvación”. De esta manera, la pobreza se transforma en inmoral, pues “no tener”,
“no progresar” confirma las escasas virtudes éticas del carenciado. Todas las categorías morales
que se aplican al villero remiten a la carencia; no tener útiles escolares ni libros es signo de que
el alumno no es aplicado; no tener trabajo, de vagancia; no tener espacio, conduce a la
promiscuidad; no tener comodidades ni evidenciar una exitosa movilidad social implica
indolencia y apatía. Estas interpretaciones fundadas en datos observacionales resultan de líneas
explicativas propias de los sectores sociales hegemónicos, y por obra de esta misma hegemonía,
se extienden a buena parte de la sociedad.

(…)

VI. Conclusiones

La identidad villera se funda en dos características –la pobreza la inmoralidad/ilegalidad– en


virtud de las cuales el villero se concibe a sí mismo y a sus relaciones con el sistema social global;
por su parte, en función de ambas, el no villero dirige su interacción con el estigmatizado. En la
reproducción de su articulación subordinada con otros sectores del sistema social, tiene gran
relevancia la construcción de una identidad basada en estigmas acuñados por los sectores
hegemónicos.
En esta ponencia hemos intentado responder a tres interrogantes:
-¿En qué consiste la identidad villera?
-¿A través de qué fenómenos manifiesta esta identidad la articulación subordinada del villero?
-¿Qué papel asume el sector estigmatizado en la definición de su identidad?
La identidad social villera expresa permanentemente la articulación subordinada de este sector
a través de la incorporación de diversos atributos cuya estigmatización imponen los sectores
hegemónicos. Pobreza, inmoralidad y otros rasgos relacionados con aquellos reciben, en
principio, un significado que se hace presente en la interacción entre extraños y villeros. Estos,
tienen en cuenta que su atribuida inmoralidad puede restarles posibilidades en la obtención de
ciertos recursos, vedarles el acceso a determinados ámbitos y, por consiguiente, ocultan su
identidad.
Su manipulación obedece a un código normativo y valorativo común a villeros y no villeros que
distingue lo moral de lo inmoral, lo ocultable de lo expresable, lo digno de lo indigno, etc., según
las circunstancias y los requerimientos de la interacción. Sin embargo, ello no asegura la
respuesta en una misma dirección que lo esperado.
Lejos de responder mecánicamente a los roles y las expectativas reproductivistas que los
sectores hegemónicos le deparan, el villero utiliza su estigma para mejorar su condición.
El signo negativo de su identidad puede ser empleado como un arma para sus propios fines o
ser revertido en función de sus intereses, para la obtención de recursos y para asegurar a los
suyos la supervivencia en este difícil contexto.
Ni abiertamente impugnador, ni claramente sumiso, el villero construye y utiliza su identidad a
través de la experiencia de su constante lucha por la vida.

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