¡¿Uien Mató A Vandor?

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Santiago Senén González

Fabián Bosoer

¿Quién mató a Vandor?


Sindicalismo y violencia en la Argentina de los '60

Prólogo de Álvaro Abós

PANORÁMICA
Senén González, Santiago
¿Quién mató a Vandor? Sindicalismo y violencia en la
Argentina de los 60 / Fabián Bosoer ; Santiago Senén
González. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Vi-Da Tec, 2019.
Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-8300-35-1

1. Investigación Periodística. I. Senén González, Santiago.


II. Título.
CDD 335.82

© Santiago Senén González, 2019


© Fabián Bosoer, 2019
© IndieLibros, 2019
Diseño de cubierta: © Oscar Bejarano
Conversión digital: Libresque
Acerca de ¿Quién mató a Vandor?

Con este libro, Santiago Senén González y Fabián Bosoer realizan un nuevo
aporte a la historia del sindicalismo argentino. Los aspectos de la biografía
política y personal del legendario líder de la Unión Obrera Metalúrgica que
aquí se reconstruyen componen un “clima de época”, el de los agitados años
60, un período clave para entender nuestra historia contemporánea. Vandor
fue un ícono para toda una generación de argentinos, “como lo son las
heladeras SIAM, los automóviles Di Tella, el Citroën 2CV y el Torino; las
revistas Primera Plana y Leoplán, los televisores y combinados Ranser, los
populares Nicolino Locche, Juan Manuel Fangio y la Cabalgata Deportiva
Gilette”, en un tiempo signado por la proscripción y represión del
peronismo y por la Resistencia, con Perón en el exilio. Augusto Timoteo
Vandor será, según los autores, “el único dirigente peronista que se atrevió a
enfrentar a Perón e imaginar la formación de un renovado Partido
Laborista”. El primero en atreverse a intentar un “peronismo sin Perón”. Su
asesinato, el 30 de junio de 1969, sigue cubierto de misterios y conjeturas.
Así, el asesinato de Vandor prenuncia los años de plomo. Como Senén
González y Bosoer advierten, la muerte del Lobo “no sólo anticipó la
ordalía de muertes que vendrían sino que fue el disparo de largada para
admitir la supresión física del adversario como regla tácitamente aceptada
en las luchas políticas de la época”.
Quiénes son los autores

Santiago Senén González nació en Buenos Aires, el 11 de agosto de 1930.


Es periodista e historiador del movimiento obrero, autor de más de una
decena de libros. Entre ellos, Ejército y sindicatos (1969), con Juan Carlos
Torre, El poder sindical (1978), La trama gremial (1993), El hombre de
hierro (1999), El 17 de octubre de 1945. Antes, durante y después (2005),
junto a Gabriel Lerman, y El sindicalismo en tiempos de Menem y La lucha
continúa. 200 años de historia sindical en la Argentina (2012), junto a
Fabián Bosoer. Trabajó en diarios y revistas de Buenos Aires, fue director
periodístico de radios y de la Agencia Telam y profesor en las
Universidades del Salvador y del Museo Social Argentino. Es creador y
compilador del Archivo del Sindicalismo Argentino, de la Universidad
Torcuato Di Tella

Fabián Bosoer nació en Buenos Aires, el 18 de diciembre de 1962. Es


politólogo y periodista. Autor de los libros Generales y embajadores
(2005), Malvinas, capítulo final. Guerra y diplomacia en la Argentina
(2007), Braden o Perón. La historia oculta (2011) y Detrás de Perón.
Historia y leyenda del almirante Teisaire (2013). Coautor, junto a Santiago
Senén González, de siete libros sobre historia del sindicalismo argentino. Es
profesor e investigador en UNTREF/IDEIA. Desde 1994, se desempeña
como editor y editorialista del diario Clarín, donde actualmente dirige la
sección “Opinión”.
Vandor, un crimen argentino

Por Álvaro Abós

Se llama crímenes de época a aquellos que concentran enigmas, identidades


y designios que van más allá de los meros hechos. El crimen político es
pródigo en tales significados pues se le aplica la fórmula de Michel
Foucault: “El crimen es mímesis degenerada de la historia”.
¿Es posible encontrar un hilo que ligue el sentido de los crímenes
políticos argentinos, desde Barranca Yaco a Puerto Madero? La eliminación
del adversario mediante un acto violento, el uso del crimen como
instrumento político es una constante de la historia que enlaza la ejecución
de Facundo Quiroga en 1835 con la muerte del fiscal Alberto Nisman en
2015.
En esa trayectoria se inscriben las balas que concluyeron con la vida de
Augusto Vandor el 30 de junio de 1969, en la sede de la Unión Obrera
Metalúrgica, esa antigua casona, hoy demolida, en el número 1945 de la
calle La Rioja. Esas balas buscaban cancelar no solamente la humanidad de
Vandor, sindicalista poderoso y actor relevante de aquella actualidad
política, sino algo mucho más importante. Buscaban cancelar una constante
histórica, la identidad peronista de la clase obrera argentina. En las décadas
del 50 y 60, el movimiento obrero organizado, actor protagónico de la
política argentina, ostentaba una tasa de sindicalización del 50 por ciento,
que en algunas ramas, como la metalúrgica, alcanzaba el 70 por ciento.
Esa identidad y ese protagonismo, forjados desde la década del 40,
habían sobrevivido a la represión, legal, política y humana, desatada tras el
golpe de Estado de 1955 y específicamente tras la defenestración del
presidente general Eduardo Lonardi y su sustitución por el general Pedro
Eugenio Aramburu, en noviembre de ese mismo año. Uno tras otro, los
distintos gobiernos buscaron desmantelar la estructura legal de los
sindicatos, a saber, el sistema de sindicato único por rama de actividad. Esta
matriz organizativa fue defendida a ultranza por los trabajadores. La
represión incluyó la clausura de las sedes sindicales, la descalificación y
prisión de dirigentes, activistas y militantes, la suspensión reiterada de la
legislación laboral. Estos actos ofensivos se insertaban, a su vez, en el
marco de la proscripción que impedía a los ciudadanos votar a candidatos
peronistas.
Cuando ciertos elementos de la izquierda optaron por la acción armada,
se toparon con una clase obrera uniformemente peronista. El movimiento
obrero resistía no solamente la ofensiva antiobrera de la llamada
Revolución Libertadora. También impedía cualquier intento de penetración
de las variables izquierdistas que proponían las diversas guerrillas.
¿Qué hacer? El atentado personal fue una respuesta. Se basaba en el
siguiente razonamiento: puesto que la dirigencia clausuraba el potencial
revolucionario de la clase obrera argentina, bastaría con eliminar
físicamente a esos conductores para que las bases –así liberadas–
confluyeran con las vanguardias. Entonces, se ilusionaba la guerrilla, la
revolución sería inevitable.
Adoptado este esquema por las primeras organizaciones guerrilleras,
Augusto Vandor se convirtió en el candidato ideal para ser la primera y
crucial víctima. Era el líder sindical más relevante por la simple razón de
que conducía la Unión Obrera Metalúrgica, el principal sindicato industrial.
A Vandor lo rodeaba un aura equívoca. El antiperonismo había erigido el
mito de que el Lobo era el prototipo del jerarca corrupto: se decía de él que
era millonario, propietario de caballos de carrera, cabeza de turbios
negocios. Sus relaciones con Perón eran con frecuencia problemáticas y a
veces equívocas, como consecuencia del alejamiento inexorable al cual
estaba condenado el ex presidente.
El asesinato de Vandor fue paradigmático del accionar de la guerrilla
urbana argentina, que irrumpió justamente con este atentado. Se caracterizó
por su audacia y su sanguinaria efectividad. Y ejemplifica la diversidad de
señales que suele contener el crimen político. En primer lugar, la muerte de
Vandor era un mensaje a la dirigencia sindical in totum, señalándole que iba
a ser sometida a un castigo implacable por el nuevo actor, violento, que
emergía con ese crimen. En segundo lugar, anoticiaba al poder de que el
orden imperante –ilegal por proscriptivo– había perdido vigencia.
Finalmente, informaba a la opinión pública en general que la guerrilla
urbana se incorporaba a la escena política.
Algunas características del crimen estaban llenas de significado. Vandor
no fue atacado en un lugar sombrío o mediante artimañas, sino de frente,
tras la irrupción de los asesinos en el domicilio –refugio– del ejecutado. En
ese sentido, el asesinato de Vandor se parece, salvando las distancias, al
asesinato de Justo José de Urquiza en 1870: el comando ejecutor asaltó la
casa de la víctima, aquel legendario Palacio San José que parecía una
fortaleza inexpugnable, y mató al caudillo en su propio terreno; dejando en
claro que no se arredraba ante nada.
El asesinato de Vandor no fue firmado. Nadie se adjudicó esa muerte. Por
lo menos durante un tiempo. Como si los asesinos confiaran en que la
sociedad leería el crimen como un castigo proveniente de una justicia
divina. Finalmente, cuando las acciones de las diferentes guerrillas ya
estaban en pleno desarrollo y los grupos firmaban puntualmente sus
acciones, el asesinato de Vandor fue reivindicado en un texto que enumera,
a la manera de una sentencia condenatoria, las razones concretas de la
ejecución, que pueden reseñarse en una: Augusto Vandor, sostienen sus
asesinos, es reo de traición a la clase obrera argentina y a su líder, Juan
Domingo Perón.
Al asesinato de Vandor siguieron otros muchos que se cobraron la vida
de distintos secretarios generales –máxima jerarquía en las estructuras
sindicales argentinas. Conforman unas tablas de sangre en las que
sobresalen, por la importancia de las figuras inmoladas, la eliminación de
José Alonso, secretario general del sindicato del vestido (1970), Dirk
Kloosterman, secretario general de los mecánicos (1973), José Rucci,
también metalúrgico (1973) o Rogelio Coria, secretario general de los
obreros de la construcción (1974). Durante la dictadura militar (1976-1983),
buena parte de los desaparecidos –algunos cálculos sostienen que el 80 por
ciento de ellos– fueron delegados de personal de identidad peronista. Así, la
parábola se cierra. En la cúpula y en la base, la opción política de los
trabajadores fue una y otra vez castigada con la muerte. Osvaldo
Lamborghini, desde una perspectiva literaria, llamó al hecho consumado el
30 de junio de 1969 en la calle La Rioja, “el asesinato simbólico de la clase
obrera argentina”.
Sobre todos estos temas nos ilustra el libro que prologo, de Santiago
Senén González y Fabián Bosoer, un ejemplar trabajo de historia social,
elaborado, conforme la regla de Tácito, sine ira et studio, con seguro pulso
narrativo y fuerte densidad documental. Expone los triunfos y derrotas, las
defecciones, contradicciones, vaivenes y la tragedia final de Augusto
Vandor, un dirigente sindical que fue protagonista de un tramo de nuestra
historia.
El “Lobo”, en acción. Vandor en posición característica: “golpear y negociar”
(Archivo S. Senén González)
Presentación

A primera hora de la mañana de aquel lunes 30 de junio, después de


desayunar, alrededor de las 7.45, Augusto Vandor se pone el saco, se
despide de su esposa y de sus hijos y recorre por última vez el trayecto de
cuarenta cuadras entre su departamento de Parque Chacabuco y las oficinas
centrales de la Unión Obrera Metalúrgica, en Parque Patricios. Es el mismo
trayecto que había hecho en los últimos años con su chofer de siempre, el
Negro Taboada. El auto toma por Asamblea, José María Moreno, Cobos,
Caseros, Chiclana, Loria, Pedro Echagüe y gira a la izquierda para arribar a
La Rioja 1945, sede nacional del gremio. Una vecina del barrio, Elvira
Diamore, dueña junto a su marido del bazar Perri, un pequeño local ubicado
a pocos metros, lo ve bajar del coche esa fría mañana. Entra, saluda a los
dos custodios apostados en la puerta y sube a sus oficinas.
Ya en su escritorio, sostiene una breve conversación telefónica con
Bernardo Neustadt:

“–¿Cómo está Augusto?


—Más o menos… Acabo de levantarme de una fuerte gripe.
—Quisiéramos invitarlo a un programa de televisión con jóvenes que
quieren irrumpir en la vida sindical, preguntando…
—Puede ser, pero no ahora… Estamos con este problema de la unidad
que no me deja dormir. Además mañana tenemos que evitar el paro,
porque no lo entendemos útil para el movimiento trabajador, al que lo
quieren arrastrar hacia el caos y la desintegración. Y usted sabe cómo
es esto: hay que estar con los dos ojos bien abiertos… En todo caso,
hablaré con Roqué, o con Héctor López… Mire, véngase para aquí,
para La Rioja a las 11 y veremos…”1.

Luego de este diálogo con Neustadt, atiende por última vez el teléfono: es
el dirigente y economista Antonio Cafiero, allegado a las 62
Organizaciones, quien llama a la sede de la UOM buscando a Miguel
Gazzera, otra pieza clave del entorno del líder metalúrgico. Eran cerca de
las 11.30 de la mañana.

“ –Hola, Vandor, ¿qué dice?


–Hola, Cafierito
—Lo ando buscando a Gazzera. ¿Está por ahí?
—No, aquí no.
—¿Cómo se prepara para mañana, Vandor? Todo saldrá bien, ¿no?
—¿Usted cree, Cafierito?”

Cuelga el teléfono y sigue repasando la agenda diaria con sus colaboradores


cuando oye un griterío en los pasillos del primer piso del edificio de la calle
La Rioja 1945. Son las 11.40. Acciona el dispositivo eléctrico que abre la
puerta sólo desde dentro y le dice a Alfredo Pennisi, secretario de la
Seccional Santa Fe del gremio: “Che, voy a ver qué cornos pasa”, camina
dos pasos y apenas alcanza a ver dos rostros. “A vos te estábamos
buscando”, gritó uno de los agresores al verlo. Y sin mediar más, descargó
varios balazos que hicieron blanco en el pecho y lo tumbaron. Un segundo
antes, llegó a gritarle a Pennisi: “¡Alfredo, tirate al piso!”. Lo socorren en
vano su asesor de prensa, Federico Vistalli, y el asistente Mariano Martín.
Decenas de dirigentes y empleados habían sido reducidos por el grupo
comando de cinco atacantes, que dejan dos artefactos explosivos y escapan,
sin intervención de la custodia. En apenas quince minutos, la trágica
incursión había culminado con éxito. Trasladado al policlínico del gremio,
en Hipólito Yrigoyen 3200, Vandor muere antes de llegar.
Fue sepultado en el cementerio de la Chacarita en el atardecer del
miércoles 2 de junio, luego de un velatorio tumultuoso, con presencia
masiva y algunos incidentes por choques entre grupos antagónicos. Ya en
plena noche, el gentío abandonó la Chacarita. Un vehículo policial
iluminaba la escena con su potente reflector; de pronto resonó el vocerío de
cien fanáticos de Chacarita Juniors que, eufóricos, festejaban la victoria
sobre Racing.
Había muerto el más importante dirigente gremial de la época. El que
había ejercido una gravitación central en los turbulentos años que siguieron
al derrocamiento de Perón en 1955 y luego, durante la agitada década del
60, fue uno de los máximos líderes del sindicalismo peronista. Creador de
un estilo, una táctica y una estrategia que definieron el accionar del poder
sindical, movilizó a miles de personas en las tomas de fábricas y juntó
masas obreras como ningún otro lo había hecho hasta entonces. El que
había sido el único dirigente peronista que se atrevió a enfrentar a Perón e
imaginar la formación de un renovado Partido Laborista, cuando el líder del
movimiento estaba exiliado y era incierto su futuro político. El que logró
concitar elogios del Che Guevara, desvelos e inquinas en quienes
acompañaron a los gobiernos de Frondizi e Illia y lo tuvieron como un
pertinaz adversario, y, al mismo tiempo, el respeto de los generales que
entonces manejaban los hilos del poder en sus relaciones con el peronismo,
que estaba formalmente proscripto pero seguía presente de mil y un modos
en la escena nacional. El que había protagonizado, además, intensas
rivalidades con el sindicalismo combativo, que cuestionó sus métodos y
posiciones pero creció también en ese antagonismo con su figura.
Cada uno de sus movimientos fue configurando el prototipo del dirigente
sindical dispuesto a sentarse a la mesa de los dueños del poder, cuando ya
había transcurrido mucho tiempo del sindicalismo de resistencia obrera y
todavía no habían llegado los tiempos del sindicalismo empresarial. El
perfil que le imprimió, de raíz, a su gremio y las marcas indelebles que
grabó su liderazgo en la estructura y en los hombres sobre los que ejerció
decisivo influjo durante una década despliegan una espiral dialéctica: fue el
exponente de un modelo sindical establecido por el peronismo en 1945 que,
curiosamente, sobrevivió a gobiernos del más variado signo, militares y
civiles. Un modelo sindical sustentado en tres pilares: las negociaciones
paritarias, para regular la discusión sobre salarios y condiciones laborales;
el manejo de las obras sociales y sus suculentas cajas, y la representación
unificada de los trabajadores en los sindicatos, divididos por rama según la
actividad y, por encima de ellos, una confederación única.
No sólo la Unión Obrera Metalúrgica –la UOM–, el otrora poderoso
gremio metalúrgico al que perteneció, da cuenta de un antes y un después
de esta figura tan destacada y controversial, tan omnipresente en su tiempo
como esquiva al faranduleo político y las apariciones estelares. La
trayectoria del sindicalismo, las luchas políticas y conflictos sociales, los
avatares de un Estado cíclicamente autoritario, el capitalismo dependiente,
los intentos democratizadores que quedaban truncos, las duras disputas
intestinas del peronismo y toda la historiografía de esa época encuentran en
Vandor un punto de referencia ineludible.
De aspecto físico macizo, muy serio –esporádicamente jugaba en sus
labios una sonrisa–, tenía rasgos duros y una mirada fría y penetrante.
Caminaba dando grandes pasos y enfrentaba a su interlocutor con gesto
adusto. Amigo de sus amigos, no despertaba en ellos amor, pero sí respeto.
Era un serio adversario. Temible e implacable. De allí, quizás, haya nacido
su seudónimo, por el que lo conoció todo el mundo sindical: el Lobo.
Algunos atribuyeron el apelativo a su romance –que luego concretó en
casamiento– con una obrera de la fábrica donde trabajaba, también ella
activista sindical, que usaba una caperuza roja. “Allí va el lobo, con su
caperucita…”, solían musitar los compañeros. Con el tiempo, el apodo
quedó adosado a su personalidad, porque no perdonaba a los contrincantes.
Los trataba como un lobo con sus presas; se ensañaba con ellos.
¿Cómo surgió este liderazgo que marcó hitos dentro del movimiento
obrero argentino? ¿Cómo fue que se transformó en el principal referente del
poderío gremial desde el sindicato metalúrgico e ineludible factor de poder,
capaz de sostener o hacer caer funcionarios y gobiernos? ¿Qué factores
posibilitaron que llegara a intervenir de manera tan decisiva en las
trastiendas del poder, en las zonas menos visibles y tramas ocultas más
escabrosas de la política y el sindicalismo? ¿De qué manera se convirtió en
un ícono del poder corporativo, hasta su trágico final, un asesinato rodeado
de misterios y especulaciones que, a su vez, marcó el comienzo de una
escalada de violencia y de otros crímenes políticos?
Augusto Vandor no cambió, es cierto, la historia de la época. Pero le fijó
un sello distintivo, como las heladeras SIAM, los automóviles Di Tella, el
Citroën 2CV y el Torino, las revistas Primera Plana y Leoplán, los
televisores y combinados Ranser, Nicolino Locche, Juan Manuel Fangio y
la Cabalgata Deportiva Gillette. Fue el único dirigente gremial cuyo
apellido se convirtió en ideología, el “vandorismo”, con sus significados
polivalentes y controvertidos, llevados al límite entre la letra y la sangre;
entre la historia de un hombre común y su leyenda, desde sus orígenes hasta
su muerte, hasta hoy rodeada de interrogantes y misterio. Pero, además,
detrás de él –el “hombre de hierro” de los años 60– estaba el lugar que tenía
la metalurgia en la economía, en los desarrollos científico-tecnológicos, en
la vida social y el imaginario colectivo de aquel tiempo.
La biografía política y personal de Vandor contiene múltiples facetas.
Desde su lugar de nacimiento y su entorno familiar, sus estudios en la
Escuela de Mecánica de la Armada y su incorporación a la Marina como
cabo matricero, sus primeros pasos como delegado gremial en la fábrica
Philips, del barrio de Saavedra, hasta su trayectoria como secretario general
de la UOM y líder de las 62 Organizaciones, esa potente punta de lanza del
movimiento peronista. Hay aspectos y pormenores menos conocidos de su
vida política, como sus vínculos con la izquierda trotskista, su reunión con
el Che en Cuba, sus conversaciones informales con jefes militares y
personajes influyentes de la política y el periodismo, los planes de lucha
con los que contribuyó al desgaste y caída de los gobiernos de Frondizi e
Illia, las vicisitudes del enfrentamiento con Perón a partir del fallido
Operativo Retorno, las disputas internas con otros dirigentes gremiales,
entre ellos con José Alonso, y la división de las 62, con Raimundo Ongaro
y la CGT de los Argentinos. También, de qué modo lo afectaron el
secuestro y asesinato de Felipe Vallese y el episodio que terminó con la
muerte de Rosendo García, una de sus segundas líneas en el gremio, hasta
su propia muerte y los enigmas sobre su asesinato, el 30 de junio de 1969,
fecha que marcó para muchos el inicio de la etapa de violencia política que
desembocó en los trágicos años 70.
Primera conformación de las 62 Organizaciones peronistas. Vandor acompañado
por Roberto García, Fernando Donaires, Jorge Di Pasquale, Sebastián Borro,
Anteo Poccione, Miguel Gazzera (de pie), Segundo Palma, Juan José Jolin, Juan
Carlos Loholaberry, Martín Pedersole (sentados) (Archivo Clarín)

La vida de Vandor nos introduce en escenarios de una trama en la que


alternarán imágenes de fuerte tonalidad sepia con borrosos recuerdos –entre
nostálgicos y traumáticos–, y torrentes de testimonios que siempre dicen
algo nuevo pero también dejan algo sin contar. La modesta casa donde
nació, en Bovril, localidad agrícola de la provincia de Entre Ríos. El
alojamiento compartido con su amigo Abraham Levy –hijo del carnicero
del pueblo, con quien viajó a Buenos Aires– en el barrio de Once. La sala
de máquinas del buque militar donde forjará su juventud y conocerá otros
puertos. A partir de allí, el tinglado de la fábrica, los playones donde se
expresa la protesta, los bares y comederos donde se discuten los pasos a
seguir en el conflicto y los despachos donde se negocia y se firma el
acuerdo con la patronal.
Otros paisajes, los de la tormentosa Argentina de esos años, lo tendrán
como actor decisivo: las luchas de la resistencia del peronismo proscripto,
los acalorados plenarios y asambleas gremiales, los prolongados torneos
discursivos en los salones de la CGT y las sucesivas comisiones
reorganizadoras y congresos normalizadores; en fin, la gimnasia electoral –
con sus buenas y malas artes– para mantener el control del gremio. Y la otra
trastienda, más tenebrosa, que lo envolverá en un torbellino: armas,
guardaespaldas, pistoleros, tiros, bombas, crímenes sin esclarecer. Las
calles de Avellaneda y una esquina fatídica, la de una pizzería en la que una
balacera desatará odios, anatemas contra la traición y juramentos de
venganza.
Por momentos, su historia muda de escenario: el departamento de tres
ambientes de la calle Emilio Mitre 1445, a una cuadra y media de Parque
Chacabuco, que habitará y donde resguardará sin concesiones la intimidad
familiar. Los hipódromos de Palermo y San Isidro, sus lugares de
esparcimiento preferidos. El hotel que compró en Mar del Plata para el
sindicato. El policlínico que inauguró. Las comidas de camaradería.
También, las reuniones en Madrid y una relación “compleja” –una palabra
que se queda corta– con el Líder. Finalmente, su bastión: el viejo edificio de
la calle La Rioja 1945 en el barrio de Parque Patricios, sede nacional de la
UOM, y el búnker de puertas blindadas, en el primer piso, donde fue amo y
señor, desde donde planificaría tantas operaciones políticas y en el que se
encontró con la muerte.
Cuando atravesó aquella puerta como cada día, el 30 de junio de 1969, el
estratega, que siempre tenía un as en la manga, que confiaba al extremo en
la intuición y llegó a sentirse imbatible en muchas ocasiones, el único
dirigente sindical que se atrevió a medir fuerzas con el Caudillo en el exilio,
certificó con su vida que había traspasado el límite de lo posible. Hacía un
tiempo ya que las fuerzas se habían desatado y que se habían deteriorado
los vasos comunicantes que oxigenaban el circuito de relaciones de su
imperio. Y tanto poder sin rumbo, librado a su suerte, previsiblemente hizo
encallar al capitán de tormentas. El juego pendular de “golpear y negociar”
se había roto abruptamente en la cúspide de su poder, con esos disparos que
lo derribaron para siempre. Comenzaba, entonces, la leyenda.
Para Juan Carlos Torre, autor de insoslayables trabajos sobre el
sindicalismo peronista, el pragmatismo de Vandor consistió en valorar, en
primer lugar, la suerte de la organización sindical. Fue, por ello, un
dirigente escasamente interesado en los planteos estratégicos y en los
esquemas ideológicos. Frente a todo y a todos reaccionó con la natural
desconfianza de alguien que juzga la realidad circundante desde la óptica de
la organización sindical: en cada caso se preguntaba si ésta se perjudicaba o
se beneficiaba. Participar permaneciendo en la oposición, he aquí la idea
que quizá resuma mejor la posición de Vandor, la que, a lo largo de su
trayectoria, lo opuso a la vez tanto a la llamada línea dura del sindicalismo
peronista como a los dirigentes que se inclinaron por congraciarse con los
poderes de turno, en un país sin democracia, con proscripciones y represión.
Otro perfil del personaje trazó Eduardo Luis Duhalde –que fue, con
Rodolfo Ortega Peña, abogado de la UOM en la década del 60– en un
testimonio recogido décadas más tarde. Él ha descrito a Vandor
esencialmente como un laborista que tenía muy presentes las experiencias
de Luis Gay y Cipriano Reyes, los dirigentes obreros inmediatamente
anteriores al surgimiento del peronismo; un socialdemócrata obrerista –en
la línea del Labour Party británico–, que veía la política como el arte de la
negociación y al acto de negociar, como un hecho posible sólo desde
posiciones de fuerza.
Pléyades de dirigentes sindicales crecieron bajo su advocación, muchos
de los cuales buscaron emularlo. Para otros tantos fue el símbolo de aquello
que había que enfrentar y cambiar, el arquetipo de la burocracia sindical que
traicionó a la clase obrera y el principal obstáculo en la lucha popular
revolucionaria. Unos y otros reconocieron que el sindicalismo argentino dio
pocas figuras de su envergadura: guardando las distancias políticas y
personales, en su talla, sólo comparable con Agustín Tosco, el referente de
la línea combativa en aquellos años de encrucijadas y utopías. Unos
lloraron y otros celebraron la desaparición de Vandor.
Y la línea que separaba a unos de otros no se correspondía
necesariamente con aquellas que dividían a izquierdas y derechas,
peronistas y antiperonistas, combativos y dialoguistas. Nadie, ni sus amigos
ni sus enemigos, ni los que lo querían ni los que nada tenían que ver con
todo lo que él representaba, le negaron estatura política, carisma personal y
honestidad en sus cuentas personales. Lejos estuvo de la ampulosidad y el
estilo ostentoso que se vería en tantos sindicalistas que lo sucedieron. Y de
las corruptelas y negociados que se extenderían como práctica corriente
años después.
Un cuadro con su foto comenzó a presidir las sedes de la Unión Obrera
Metalúrgica después de su muerte; infinidad de solicitadas en los diarios y
afiches en las calles lo recordaron durante los años siguientes: “Grande en
su vida… Gigante en su muerte”. Bajo esa enorme sombra póstuma, otras
tantas muertes regaron de sangre el camino de las luchas políticas y
gremiales en la Argentina de los años 70.
Cincuenta años después de su desaparición, los testimonios, fotografías y
documentos que se incluyen en este libro contribuyen a la comprensión de
una época a través de la vida y la muerte de uno de sus principales
protagonistas.
1 Bernardo Neustadt reconstruye el diálogo que protagonizó en la nota editorial de su revista Extra
que se publica horas después del asesinato, titulada “Vandor, dirigente cumbre: los asesinos
apuntaron bien”. El título con signos de interrogación que encabeza esa edición, “¿Quién lo mandó
matar?”, tiene rápida respuesta en la bajada: “Asesinos ideológicos andan por el país. ¿Hasta
cuándo?”. Revista Extra, 4 de julio de 1969.
Capítulo 1
El acorazado metalúrgico y el poder militar

El plan de lucha en cinco etapas, implementado contra el gobierno de


Arturo Illia desde mayo de 1964, estaba llevando al sindicalismo argentino
a un callejón sin salida: “La CGT es un elefante blanco: se lo adora, sin
pedirle nada porque ya nada puede dar”, se comenta entonces. Habían
contribuido a desgastar al gobierno, pero estaban sufriendo una severa
erosión ellos mismos. Detrás del mascarón de proa gremial estaba el núcleo
político de arremetida, las 62 Organizaciones. Y detrás de ella, el poder
real: la Unión Obrera Metalúrgica, de Augusto Vandor.
En un reportaje a varios sindicalistas, publicado el 4 de noviembre de
1965, decía textualmente la revista Confirmado: “Casi ningún jefe gremial
peronista cree ya que el estatismo solucione los problemas de la Argentina.
Los sindicalistas adhieren por lo general a las fórmulas intermedias –
economía indicativa, planificación– y quieren, sobre todo, que se construya
un país plenamente desarrollado, dinámico, moderno”. Era casi una
alabanza a la transformación del sindicalismo reivindicativo en otro con
sindicatos que se iban constituyendo a la vez en grandes organizaciones
empresarias.
Los metalúrgicos levantaron uno de los más modernos sanatorios de
Sudamérica, el policlínico de la calle Hipólito Yrigoyen; Luz y Fuerza
inauguró un edificio de once pisos, en la Capital Federal, y puso en marcha,
en un barrio porteño donde vive la clase alta, en Callao y Quintana, un hotel
que no desentonaba con los mejores de las cadenas internacionales. Poseía,
además, una cooperativa de viviendas, una empresa de seguros, colonias de
vacaciones en centros de turismo del interior y diversos campos deportivos
y recreativos. Vandor sostenía que los sindicalistas debían negociar
libremente con los empresarios e informar después a los trabajadores sin la
presión de una agitación previa. Sus palabras eran: “Si para movilizar a un
gremio hace falta una acción previa de diez días, es evidente que no hay
conducción gremial”.
El vandorismo, pero también el verticalismo –la otra vertiente del
sindicalismo peronista encabezada por José Alonso–, creían que era
inevitable la caída del gobierno de Illia. En primer lugar, porque no
entendían la permanencia de un poder que no se sustentara en las grandes
corporaciones. Tampoco, que se pudiera mantener un gobierno sin el apoyo
del Ejército, de la Iglesia y de las grandes empresas nacionales y
transnacionales. Además, casi todos los formadores de opinión estaban
convencidos de que era inevitable un golpe de Estado porque si se llegaba a
elecciones, suponían, ganaba el peronismo, como se había demostrado en
los últimos comicios legislativos.
En ese mismo momento se producía el último intento del gobierno
radical por reglamentar la Ley de Asociaciones Profesionales, lo que desató
la furia de los dirigentes gremiales. En marzo de 1966, el presidente Illia
firmó el decreto 969, que introducía garantías de democracia interna en los
gremios, debilitaba el poder financiero de las centrales obreras al disponer
el depósito de las cuotas sindicales a nombre de ramas sindicales locales, y
restringía el uso político partidario de los medios financieros y las
instalaciones de los sindicatos. Los dirigentes gremiales devolvieron el
golpe; gran parte de sus negociaciones con los militares y su intransigencia
frente al gobierno radical pueden ser vistas bajo esa luz.
El poder busca al poder, y como no lo encuentra en la confrontación con
un gobierno débil, se acerca a las fuerzas armadas. ¿O eran los jefes
militares los que buscaban a sus sindicalistas amigos? Así lo relataría
Paulino Niembro, mano derecha de Vandor, años después:

“… Los militares quisieron acercarse a nosotros. Los más activos


fueron Mario Fonseca y Osiris Villegas, que era comandante del V
Cuerpo. Para nosotros cada gobierno caído era un paso hacia el
poder. Por los plazos institucionales, el peronismo parecía no llegar
nunca al gobierno, todos ponían trabas… Había que desestabilizar la
cosa. En el fondo sabíamos que su retorno no iba a ser mansamente
aceptado por las fuerzas armadas… Para seguir presionando no nos
quedaba otro remedio que acercarnos a los militares…”2

“Una jornada inolvidable”

“Ésta es la primera vez, en muchos años, que veo llegar a un general a un


sindicato… y no como interventor”. Con este comentario del dirigente
petrolero Adolfo Cavalli a un periodista, se iniciaba el viernes 18 de marzo
del 66 el homenaje que el Sindicato de Luz y Fuerza rindió a la primera
expedición terrestre al Polo Sur, comandada por el coronel Jorge Leal, que
había culminado a principios de ese año3. El acto era una excusa para hacer
una demostración pública de afinidad entre los sindicatos y las fuerzas
armadas, a cuatro cuadras de la Casa de Gobierno.
Con puntualidad militar, a las 19.30, respondiendo a una invitación
especial, pasaba la puerta del nuevo edificio de esa entidad gremial, en la
calle Defensa al 400, el general Alejandro Agustín Lanusse, que era jefe de
Operaciones del Estado Mayor General del Ejército, acompañado por el
coronel Leal y los integrantes de su patrulla: el capitán Gustavo Giró, el
suboficial principal mecánico motorista Ricardo Bautista Ceppi, el sargento
ayudante mecánico motorista Julio César Ortiz; el sargento primero
especialista en Servicio Geográfico Adolfo Oscar Moreno, y el sargento
primero radiotelegrafista Domingo Zacarías.
Los aguardaban el dirigente Juan José Taccone, acompañado por los
miembros del Consejo Directivo del gremio, Félix Alfredo Pérez, Norberto
Maresca, Armando de Rissio, Néstor Piferrer, Armando Castro, Norberto
Devesqui y otros, junto a Francisco Prado, titular de la CGT. Luego de las
presentaciones de rigor, acompañaron a los jefes militares a realizar una
recorrida por el edificio. Transcurridos 25 minutos se dirigieron al cuarto
piso, donde todo estaba preparado para la ceremonia central. En el salón del
segundo piso, se tendieron largas mesas para agasajar a los invitados, en
“homenaje a las fuerzas armadas por su acción en defensa de la soberanía
nacional”.
Así, se fueron acomodando junto a los militares nombrados, además de
otros coroneles que llegaron minutos más tarde –entre los que se contaban
Roberto M. Levingston y delegaciones de oficiales superiores de la
Gendarmería Nacional–, Augusto Vandor, Gerónimo Izzeta, Lorenzo Pepe,
Fernando Donaires, Julio Wideman, Luis Angeleri, Mario Álvarez,
Guglielmini, Rosendo García, Daniel Guido y Ramón Baldassini, del
gremio de los telepostales, Foecyt. Se entonó el Himno Nacional y se dio
comienzo al acto con la lectura de una carta enviada por el teniente general
Juan Carlos Onganía, quien se excusaba por no poder asistir pero adhería
“al gesto patriótico del sindicato en sus principios”. Aquí se oyeron los
primeros aplausos de la noche. Otro telegrama, con la firma del comandante
de Operaciones Navales, Benigno Varela, saludaba y agradecía a los
organizadores. Lo mismo hacía Raúl Matera. Instantes después hablaría el
empresario César Cao Saravia, como presidente de la Comisión de
Homenaje a la Patrulla al Polo, para expresar que “una vez más los hombres
de armas protagonizan acontecimientos históricos que no pueden ser
afrontados con palabras ni pensamientos, sino con el fruto de la
meditación, es comunión de razón y conciencia”, para agregar que
“compartía la emoción de los dirigentes sindicales al recibir a miembros de
las fuerzas que constituyen la institución madre de la Nación y que, como
tal, debe ser respetada y jamás atacada, pues así daremos vida permanente
a nuestra historia, seguridad al presente y fe al futuro”.
Antes de entregar las medallas a los militares homenajeados, Cao Saravia
arriesgaba otra definición: “En momentos en que el mundo vive confundido
por el publicitado materialismo que ata y enfrenta a los hombres, hechos
heroicos como el vuestro, que se nutren de patriotismo y sacrificios, ponen
en vigencia el espíritu, que une y fortalece”4.
En la oportunidad debían recibir también medallas el capitán de navío
Hermes Quijada y el comandante Mario Olezza, de la Marina y la Fuerza
Aérea respectivamente, que habían sido parte de la expedición al polo, pero
al no estar presentes se anunció que se las llevarían a sus domicilios. No se
escucharon aplausos al comprobarse la ausencia de estos dos oficiales5.
Seguidamente, le tocó al anfitrión, Juan José Taccone, hablar en nombre de
su sindicato y de los “trabajadores argentinos incorporados hace 20 años a
un proceso de sindicalismo nacional”. Aprovechó Taccone para resaltar las
afinidades entre el peronismo y el Ejército en su común rechazo a “las
filosofías que nos pretendían hacer olvidar nuestras condiciones de
argentinos y hasta los símbolos de nuestra nacionalidad, pues hemos
comprendido que el destino nacional solamente será posible con el esfuerzo
de los hombres de distintos estratos sociales, inspirados en su acción por los
principios humanistas de solidaridad social y de justicia social”. Concluidas
estas palabras, Taccone entregó al coronel Leal la figura de un gaucho
tallado en quebracho en nombre del sindicato, para que fuera guardada por
el Ejército.
El siguiente orador fue el dirigente telepostal Ramón Baldassini, quien
pidió “que, en poco tiempo más, otro grupo de argentinos imite a la patrulla
al polo en una expedición, pero con una pequeña curva hacia el sur del país
–refiriéndose al límite con Chile, según explicó luego– y recupere las tierras
que nos pertenecen”. Acto seguido se dio lectura a una resolución de Luz y
Fuerza en la que se informaba que el 12 de julio de cada año se levantaría
una escuela en la zona patagónica o en otra región del país donde fuera
necesario “para reafirmar nuestra soberanía”, y entregó al coronel Uriburu
un plano de un establecimiento, para que el Ejército lo aprobara –de
acuerdo con la campaña de alfabetización– para iniciar su construcción lo
antes posible. Fue el coronel Leal quien agradeció seguidamente el
homenaje a los diez hombres de la patrulla, puntualizando que éste había
sido el acto “que más directamente le llegó al corazón” de todos los que
había recibido. Con estas palabras se daba por finalizada la ceremonia
formal, abriéndose luego la reunión al diálogo entre los presentes.
Se escucharon entonces algunos comentarios. Vandor dijo que “éste es un
acto trascendente y de justicia. No es frecuente que nos reunamos con
militares. Esta reunión es muy saludable”. Izzeta: “Vengo aquí en
representación de un movimiento obrero y no como legislador. Los gremios
siempre han estado junto a las fuerzas armadas”. Los diputados Luco y
Niembro: “Ojalá que todos los días nos reunamos así, a puertas abiertas”.
Un gremialista que no quiso identificarse, al cronista del diario La Razón:
“La idea de hacer esta sede nació entre 1953 y 1955. Me acuerdo muy bien
de esos años”. “Yo también me acuerdo muy bien de esos años –respondió
un coronel–, estaba preso por antiperonista.”
Un mozo sirvió champaña y se cambió inmediatamente de tema. Rodolfo
Martínez, ex ministro del Interior del gobierno de Guido y dirigente
conservador que solía oficiar de nexo entre los sindicalistas y los jefes
militares, apuntó: “Hechos como el de la patrulla de Leal y actos como éste,
y su espíritu, cierran los caminos al comunismo”. Lorenzo Pepe,
ferroviario, también dio su impresión: “Estos actos son útiles en la medida
en que las fuerzas armadas entienden que las organizaciones gremiales son
parte del pueblo argentino. Si los contactos con las fuerzas armadas
coadyuvan a dar solución a la angustia imperante en la clase obrera sin
represiones, en buena hora. Por otra parte, quiero mostrar y decir a los
oficiales del Ejército que cuando desde el gobierno se hable de la Ley de
Asociaciones Profesionales y el control de fondos, piensen en este edificio
y en esta magnífica obra”. Wideman acotó: “Esto es importante. Aquí no
hay gorilas ni antiperonistas. Vean a un general de la Nación hablando con
un obrero de la Nación”.
En una esquina de la sala hablaban el general Lanusse y el dirigente
petrolero Cavalli. Los temas: la huelga de maestros –”la siento”, dijo el
general, “tengo 9 hijos”. La conversación entre ambos se prolongaba; a su
término Cavalli remató: “En este país todos estamos de acuerdo. Los
generales interpretan al movimiento obrero puro. Estos diálogos significan
mucho en el país. Estamos todos los argentinos de acuerdo en que hay que
romper los compartimentos estancos”. Mientras tanto, una veintena de
mozos ofrecía salmón rosado, caviar, langostinos, palmitos, pechuga de
pollo a la Villeroy, bocaditos de jamón, helados, vino tinto y blanco,
whisky, claritos y champaña. A las 22.15, la animada velada de
confraternidad militar-sindical había concluido.
La revista Dinamis, de Luz y Fuerza, daría al hecho una cobertura
especial señalando que “el homenaje a Leal y a sus soldados rendido por
nuestro sindicato fue una firme expresión de argentinidad”6.

Las grietas de la unidad sindical

Pero no todo era cohesión dentro del sindicalismo. Las líneas de


enfrentamiento venían de tiempo atrás y se profundizaron sin tregua. Las
tensiones eran visibles y las disputas políticas se hundían en sórdidas
maniobras. Y no era sólo una cuestión entre “combativos” y “burócratas”,
sino también una saga de traiciones políticas, enemistades y revanchas
personales que invadían las confrontaciones internas, en muchos casos con
los estilos y prácticas del gangsterismo, a fuerza de lealtades y
alineamientos cambiantes. Como se verá poco tiempo después, de este
círculo infernal Vandor podía ser, según la perspectiva , víctima o
victimario. No era la primera vez que los adjuntos podían convertirse en
sucesores, con el aliento de sus jefes o sin él.
Así se planteaba también la dura interna de los metalúrgicos, por debajo
del puño de hierro de su jefe indiscutido. Cuando Vandor puso a Avelino
Fernández en el Consejo Directivo de la CGT, asumió la conducción de la
seccional Capital el secretario adjunto, Antonio Di Cursi. El Gallego
Fernández sospechaba que el lugar dejado vacante por él podía ser utilizado
por sus compañeros para desplazarlo. Y, al parecer, no se equivocaba: Di
Cursi y José Rucci, secretario de Prensa de la seccional porteña, estaban
sumando pacientemente adhesiones con ese fin. Al enterarse, Fernández se
lo comunicó a Vandor, acusando además a su secretario adjunto de desvío
de fondos.
El Lobo no podía dejar de apoyar a Avelino Fernández y mandó separar
de su cargo al secretario general adjunto. El Gallego Fernández también
pidió el desplazamiento de Rucci, acusándolo de participar de la maniobra
desestabilizadora (“no lo quiero ni de portero”, dicen que dijo). Rucci
estaba al borde de su separación definitiva de la estructura del sindicato. En
ese momento, Vandor recibió una noticia inesperada: los metalúrgicos de
San Nicolás habían tomado el sindicato, reclamando un sanatorio y el
desplazamiento del secretario de la seccional local, también lugarteniente
de Vandor. En esas circunstancias, éste intervino la seccional nicoleña y
mandó a Roque Azzolina, hombre de confianza, a hacerse cargo.
Pero hizo algo más. Recordó que Rucci estaba pendiente de una decisión
suya por el problema de la seccional Capital. Pese a las diferencias
políticas, ¿no era una buena idea enviarlo a San Nicolás, sacarlo de
circulación en Buenos Aires, mandarlo lejos y conservarlo dentro la
conducción? Rucci entendió el mensaje: era una oportunidad para probar
sus dotes de dirigente y para remontar la derrota que había tenido frente al
Gallego Fernández. Así fue que en agosto de 1965 Rucci llegó a San
Nicolás como “colaborador de la intervención” adscripto a la Secretaría
General. Su tarea fue neutralizar a la izquierda, que quería instalar un
sindicato de fábrica para la actividad siderúrgica y, al mismo tiempo, formar
una comisión interna y un cuerpo de delegados alineados por completo con
el oficialismo. Logró ese propósito: además de conseguir para la UOM el
encuadramiento de los obreros de Somisa en un nomenclador propio para la
actividad siderúrgica, pudo dominar la seccional y sofocar la rebelión de las
bases, con las mejores y las peores artes. No obstante, la relación
complicada entre Rucci y Vandor siguió en pie7.
Mientras tanto, continuaban los contactos fluidos entre sindicalistas y
militares. Tanteos, reuniones de consulta, con un diálogo aceitado por su
común antipatía hacia el frágil gobierno radical. De esos encuentros
participaron Vandor, Rosendo García, Izzeta, por un lado, y los generales
López Aufranc, Alsogaray, Sánchez de Bustamante y, finalmente, el propio
Onganía por la otra parte interesada.

La ruleta rusa: ¿quién mató a Rosendo?

El 29 de enero de 1966, Vandor había sufrido otro susto en el hipódromo de


San Isidro, cuando un grupo de choque comandado por Guillermo Patricio
Kelly lo atacó con bombas de estruendo. Fue eso: un susto. Luis Costa y el
Petiso, dos de sus doce guardaespaldas, estaban atentos en aquella ocasión.
Kelly contó así esa historia:

“Ellos decían que defendían al pueblo y lo que hacían era –a mi


juicio– malgastar el dinero de los trabajadores. Yo quería que se
supiera la verdad. Por eso fuimos a San Isidro. A él le decían el Lobo,
pero nosotros se lo cambiamos por Chacal. No era mal tipo
personalmente. Como dirigente era instintivo, hábil, aunque no tuviera
la capacidad de José Alonso. Nosotros éramos muchos. Alrededor de
cien. Nos distribuimos en el comedor. Colocamos una bomba de
estruendo, que actuaba en tres tiempos. Cuando estalló se produjo un
gran escándalo y tiramos volantes planteando la inconducta de
Vandor. Él estaba con una docena de guardaespaldas que me
reconocieron pero no le avisaron. Se corrió la noticia de que era un
atentado contra él y no era así. Sólo un desorden, sin lastimados y con
Vandor corriendo a esconderse en las tribunas, entre la gente. Se
quedó sin custodia porque los guardaespaldas se habían
desparramado” 8.

El hecho salió en todos los diarios. Kelly también reconoce otro escándalo
que le prepararon en el Casino de Mar del Plata: “No era escándalo sino
denuncia. A él le gustaba el juego y la gente no lo sabía, y debía saberlo.
Esa noche, uno de los empleados de la ruleta le dice a una mujer que
dejara su silla porque no estaba jugando y hacía mucho que estaba
sentada. En ese momento entra Vandor y va a ocupar esa silla. Yo se la
saco y se cae al suelo. Lo ayudo a levantarse, sonriéndome, mientras mira
con bronca a los guardaespaldas que estaban jugando y no habían
intervenido. Toma varias fichas de sus hombres y las coloca sobre el tapete
en sólo dos o tres números. Extiendo la mano sobre la mesa y
desparramándole las fichas le digo: “No podés jugar así. Así no se juega.
Se armó un gran lío pero él se fue sin hacer nada. No quería más. Lo que
menos deseaba era publicidad de este tipo, sobre todo cuando funcionaban
las ollas populares en el Gran Buenos Aires”.

“–¿Cómo reaccionó Vandor después?


–Sufre una afasia, no habla. Era un hombre que jugaba a dos puntas.
Él sabía que Perón sabía. Por momentos, en esos tiempos del disquito
y la cartita, del cassette y la visita a Madrid, no sabía si mi juego
estaba armado con Perón. Estábamos en pleno chin-chan-chun-
chin9.”

Cuatro meses más tarde ocurre el suceso de la confitería La Real, de


Avellaneda. El fatídico viernes 13 de mayo de 1966 mueren en un
enfrentamiento a los tiros Rosendo García y dos militantes del peronismo
combativo, Domingo Blajaquis y Juan Zalazar. La trifulca que deriva en
tiroteo se convertirá en uno de los hechos emblemáticos de los oscuros
manejos de la trastienda sindical, donde la política y el crimen se revuelcan
en un mismo lodo. Hecho policial para algunos, símbolo de una
metodología gangsteril para otros, el sangriento tiroteo de Avellaneda será
reconstruido desde distintas perspectivas, desde la crónica periodística hasta
el análisis ideológico. Pero, aun contando con los testimonios de quienes
estuvieron esa noche en La Real, nadie ha podido responder a la pregunta
que hizo famoso el alegato de Rodolfo Walsh, una extensa nota de
investigación que luego se convirtió en el libro ¿Quién mató a Rosendo?
Rosendo García era el segundo hombre de la UOM nacional y cabeza de
los metalúrgicos de Avellaneda. Muchos le asignaban grandes chances de
crecimiento. Tal vez la gobernación de Buenos Aires, tal vez la sucesión en
el gremio si Vandor decidía saltar de lleno a la arena política, algo que
parecía improbable. En esos días, seguía siendo el mismo muchacho nacido
39 años antes en Humberto I 1835, a una cuadra del cine Monumental,
donde Avellaneda tiraba el hollín de su vida industrial, donde Wilde se
quería volver independiente y Gerli amenazaba con ser algún día un centro
urbano elegante.
Horas antes de que una bala le perforara la espalda y el corazón, Rosendo
García pasó media tarde en la redacción de la revista Extra, en Defensa al
500, barrio de San Telmo, conversando con su director, Bernardo Neustadt.
Era el primer nombre serio que el peronismo del sector vandorista proponía
como candidato a la gobernación bonaerense. “Perdóneme la demora,
Neustadt; estábamos con un tema bravo en el sindicato. Vivo casi allí en
estos días...”, le dice Rosendo García, disculpándose por la tardanza. “Lo
miré. Tenía ´cara de Avellaneda´. Andar de barrio. Imagen de ´muchacho
que se hizo solo´”, escribe el periodista. Rosendo y Bernardo tuvieron una
extensa charla esa tarde. Rosendo le contó su vida, con lujo de detalles.
Había nacido el 13 de agosto de 1927. Su padre, Isaac García, un
inmigrante español, canario de Las Palmas, había sido dirigente gremial del
tabaco en la época difícil. La provincia estaba en manos de los
conservadores y él era radical yrigoyenista. Se quedó sin trabajo y cuatro
hermanos varones supieron lo que era entonces figurar en “la lista negra”.
La madre, María Clorinda Lombardo de García, era italiana, romana. Se
conocieron en Argentina, y el jefe de familia reconstituyó su situación
económica colocándose al frente de una empresa de pintura. El tiempo
sindical quedaba atrás, para ser heredado. Ahora era empresario y los
muchachos habían crecido bien. El mayor, Pedro Amado, se recibió de
abogado; otro, Alfredo Isaac, se quedó con la fábrica de pintura; Esteban
Domingo, el menor, es industrial en Montevideo, y Rosendo estudió de
noche en el Mariano Moreno de Lanús, trabajó junto al padre desde los 10
años, y en el tercer año nacional interrumpió sus estudios para incorporarse
a una empresa de un tío solvente, “con auto y chofer”. Llegó a gerente, con
un personal de 250 trabajadores. Un día, el tío le preguntó: “Pero ¿sos
gerente o delegado de ellos?”.
Rosendo García tenía 18 años el 17 de octubre de 1945. No tenía todavía
una ideología política clara, pero fue a Plaza de Mayo. Quería ver y oír “al
coronel de los trabajadores”. Lo impresionó. Al otro día, volvió a su oficina
muy entusiasmado. Y empezó a entablar contactos; un tío, José García
Lazo, lo vinculó a Raúl Pedrera. Y él, al coronel Mercante y al teniente
coronel Castro. Aquellas conversaciones lo formaron políticamente. A
comienzos de los 50 se integró a la comisión interna de la fábrica Siam,
donde trabajaba. A Perón lo vio físicamente, por primera vez, en la
inauguración del policlínico Lanús. A Eva Perón, nunca. Rosendo García –
cosas de la vida– se encuentra con el Líder en 1960, en Madrid. Es parte de
una generación dirigente que conoció a Perón después de su caída y en el
exilio.
Antes, tiene un año clave: 1952. Se casa con Teresa Mossia, que vivía “al
lado de casa” y, simultáneamente, las discrepancias con sus tíos,
fuertemente antiperonistas, lo hacen alejarse de la familia. Ingresa a una
agencia de investigaciones, informes, pero no le gusta. Pasa a Siam como
operario en refrigeración comercial; “chau al auto y al chofer del tío”,
remarca García. Tiempo después es elegido delegado. En 1954, se produce
una huelga metalúrgica que dura 45 días. Rosendo García, peronista,
termina en la cárcel de Olmos por activista. En 1955, comandos civiles lo
raptaron, lo picanearon y lo abandonaron en un camino de Monte Chingolo,
y vivió con captura policial desde enero de 1959 hasta 1962. A Augusto
Vandor lo conoció en 1955. El gremio estaba intervenido; los militares
antiperonistas querían a toda costa encontrar delitos. Hubo una reunión
secreta de dirigentes metalúrgicos activistas para recuperar al gremio. Ahí
le presentaron a Vandor. Lo miró. Se miraron. Discutieron. Desde entonces
anduvieron juntos por los caminos áridos del gremialismo. Vandor, por la
capital; Rosendo, por Avellaneda.También había viajado, en esos años, a
México, Chile, Paraguay; y a España como observador extranjero en un
plenario del sindicalismo español. Y estuvo en Cuba, junto a Vandor se
reunieron con el Che, pero no vino muy entusiasmado con lo que vio en la
isla.
En ese momento, Rosendo García tenía un hijo de 9 años que estaba en
tercer grado y también tomaba clases de pintura y guitarra. El reportaje, el
último testimonio público ofrecido horas antes de morir, fue publicado
como documento póstumo. Rosendo García no sabía nada. Lo único que
sabía era que “el grupo Vandor” tenía una dura lucha por sobrevivir.
García: No le tengo miedo a la lucha. Lo que no me gusta son las
injusticias. Las falsedades... ¿comprende?
Extra: Comprendo. Pero hay ya 280 centros abiertos que levantan su
candidatura a gobernador por el peronismo vandorista...
García: Sí. Creo que sí. Pero no lo llamaría peronismo-vandorismo.
Nosotros creemos en una CGT unida, sólida. Que no juegue a la política.
Que se dedique a la vida gremial. No es posible usar la CGT como un
trampolín político. ¿Cuántos compañeros no son peronistas? ¿Los vamos a
obligar? Por eso el Lobo busca la unidad... ¿Comprende? Pero hay tantos
que tienen ganas de dividir, de ensuciar...
Extra: ¿Quiénes?
García: Mire, a mí no me gusta nada Framini. No me gustó nunca.
Siempre discutí con él. Y no me gusta José Alonso... Le reconozco
cualidades de dirigente, pero no me gusta como persona...
Extra: ¿A Isabel Perón la conoce?
García: Sí. La vi dos veces. No me parece que actúe con su propio
libreto. Hace lo que le dictan... Pero esto no lo ponga. Es una mujer. Y no
me gusta enfrentarme en ningún campo con una mujer...

Cuando el periodista nombró a Isabel Perón fue el único momento en que la


cara de Rosendo se puso hosca. Como dolido. Como agraviado. Igual que
cuando explotó frente a las actitudes de Perón: “¿Quién duda de lo que fue
y es Perón para el movimiento obrero, para el país? ¿Quién le hace creer
que alguien le disputa el cetro, el mando? Únicamente los que van allá a
mentir, a intrigar. Somos jóvenes y queremos que su doctrina siga viva. No
que muera con él. Por eso ocupamos el lugar que entendemos. Ni la
sumisión ni la rebeldía. El puesto. ¿Comprende?” (le gustaba cerrar sus
juicios con este “¿comprende?”).
Llevaban ya dos horas y media de conversación. Su respeto y su pasión
por Vandor estaban ahí, expuestos sobre la mesa. “Un gran dirigente;
créame. Fíjese que la única crítica que le pueden hacer es que juega a las
carreras. Y como Augusto ahora va a dejar de jugar, ni eso les quedará a
los contrarios para argumentar...”
Neustadt le pregunta rápidamente sobre Perón.

Extra: Sobre el Perón de hoy, Rosendo...


García: Lo informan mal. Pero es una luz. ¿No se dan cuenta de que
nadie lo puede reemplazar?
Extra: Defínalo, Rosendo...
García: Es un... No. Mire... ¡Es inolvidable!...
Extra: ¿Nada más?
García: Punto (hay un instante largo de silencio).
Extra: ¿Quién le gusta en el fútbol?
García: Independiente.
Extra: ¿En música?
García: Troilo.
Extra: ¿En pintura?
García: Repetto.
Extra: ¿Como escritor?
García: Edgar Allan Poe, aunque les parezca extraño.
Extra: ¿En economía?
García: Gómez Morales y Cafiero.
Extra: ¿Algún militar que le guste?
García: No hay respuesta (“los conozco poco y los trato menos como
para emitir un juicio así”).
Extra: ¿Su máxima virtud?
García: No prometer sino lo que pueda cumplir.

Luego, un ping-pong sobre personajes:

Mussolini: (Vacila) Fue útil a la Italia de su tiempo...


De Gaulle: Es utilísimo a la Francia de hoy.
Eva Perón: (Rápido) Alma y nervio de la revolución social del
peronismo.
Aramburu: Negativo.
Isaac Rojas: No quiero hablar.
Arturo Frondizi: Violento rush sin final... Político inteligente.
Balbín: Nefasto.
Illia: Ni fu ni fa...
Germán López (subsecretario de Trabajo): Muy capaz...
Alfredo Concepción (titular de Industria): Habilísimo...
Horacio Thedy: Me era simpático, hasta que se alió con Aramburu.
Horacio Sueldo: Fracasó.
Fidel Castro: En Cuba le dicen “El Caballo”. Está bien puesto...

Rosendo la da la mano fuerte a Neustadt. “Es el primer reportaje a fondo


que me hacen... Yo no sé fingir... Le dije lo que siento. Lo que pienso.
Véngase por el sindicato algún día. Verá que no somos ogros. Que no nos
comemos los chicos crudos...”

Extra: ¿Su nombre a candidato es serio?


García: No jugamos, ¿sabe? No queremos estar desguarnecidos. Iré o
no iré. Prefiero que se queme mi nombre a dejar el blanco...10

A las siete de la tarde de ese viernes 13, Rosendo se sube al auto de Vandor
y van juntos al Ministerio de Trabajo, donde tenían cita con la federación
empresaria para discutir el anteproyecto del convenio metalúrgico; de allí a
la CGT y luego de regreso a Avellaneda, donde recalan en la confitería La
Real. Minutos más tarde, sucedería todo.
Él ocupaba una de las mesas del local junto con Vandor, Armando Cabo
y Norberto Imbelloni. Enfrentados, en otra mesa, se hallaban con Blajaquis
y Zalazar los hermanos Raimundo y Rolando Villaflor y tres amigos más.
En una tercera mesa cercana a la primera, se ubicaban acompañantes de los
dirigentes, Luis Costa, inseparable guardaespaldas de Vandor y su chofer,
Juan Taborda. Se agregarán al grupo el senador provincial Julio Safi,
Nicolás Gerardi, de la Legislatura bonaerense, y Máximo Castillo.
Ésta es la versión de Miguel Gazzera, que no estuvo allí pero se
encontraba cerca del lugar y conocía de cerca a los protagonistas de ambos
bandos:

“La Real tiene dos entradas, una por la esquina con la avenida Mitre y
otra por la calle Sarmiento, que es la lateral. Para ubicarnos,
tengamos en cuenta, además, que la confitería tiene dos sectores
separados por el pasillo. Vandor y su gente estaban ubicados en el
sector que, de espalda, da a la avenida Mitre. Al llegar Blajaquis y
otros compañeros, se ubicaron en el otro sector de la confitería,
enfrentado al que ocupaba Vandor. Entonces, ya tenemos las dos
posiciones: la de Vandor, de espalda a la avenida Mitre, y la de
Blajaquis, frente a la avenida Mitre, separados por un corredor.
”Casi enseguida de acomodarse en una mesa, Blajaquis y sus amigos
empezaron con las provocaciones: hablaban en voz alta de ‘traidores’,
de ‘traidores a los que hay que matarlos’. Vandor estaba ahí, enfrente
de ellos. Nadie decía nada. Se la bancaban. Hasta que Armando Cabo,
que estaba sentado al lado de Vandor, empezó a putear a Blajaquis, a
putearlo en voz baja. Eso fue así, porque cuando Armando puteaba en
voz alta era porque tenía en su mano el arma. Además, agregarle a él
la historia marxista de Blajaquis era encender la mecha.
En un momento determinado se levanta uno de los que estaban con
Blajaquis, y va al baño. Armando Cabo le dice a uno de sus
compañeros: ‘Andá, vigilá a ese que está en el baño’. Ya habían
subido los insultos de un lado y del otro. En medio de ese clima cada
vez más caldeado, sale del baño el compañero enviado por Armando
Cabo y lo ve a Rosendo García con el arma, un revólver 38 corto, que
avanza hacia el grupo de Blajaquis. El compañero que sale del baño
es el que grita: ‘¡Ojo, que está armado!’. Se refería al que estaba en el
baño. Eso era lo que había pensado también Armando Cabo, que lo
había mandado en prevención de un ataque por el frente y el costado.
”Ése fue el momento en que Rosendo García se levanta de su asiento
con el arma empuñada, intentando disparar al grupo de Blajaquis, sin
éxito, ya que los proyectiles no salieron. García se asusta y busca la
salida de la confitería por el pasillo hacia la puerta lateral. Fue
entonces que comienzan los disparos entre los dos bandos y García
queda atrapado por los dos fuegos. Muere Rosendo García, muere
Blajaquis, y otros compañeros de él mueren o resultan heridos. Al
iniciarse los disparos, Vandor y otros compañeros que estaban con él,
desarmados, se tiran al suelo volcando las mesas como protección. Al
terminar el tiroteo, se produce el desbande. Vandor y otros
compañeros huyen por la puerta de la esquina de la confitería”11.

El relato de otro testigo sobreviviente –en este caso, del bando opuesto–,
Rolando Villaflor, ofrece esta versión de lo acontecido en la esquina de
avenida Mitre y Sarmiento, en Avellaneda:

“Miradas incómodas, un inicio de incidente en el baño; que un sillazo


del Beto Imbelloni, que las primeras trompadas y los estampidos de
los tiros que provienen de la única mesa con gente armada: la mesa de
Vandor.
Nos cagaron a tiros. Nosotros no teníamos ni una gomera. A Blajaquis
le metieron el tiro cuando todavía estaba sentado. Yo lo vi a Zalazar
con un agujero en la cara del que salía un chorro impresionante de
sangre…” 12.

Tendido en el piso, alcanzado por las balas, Rosendo se desplomó


moribundo en la vereda y habría alcanzado a musitar: “Justo a mí me la
fueron a dar”. Castillo lo lleva al hospital en su auto. El Griego Blajaquis, a
su vez, muere camino al Fiorito, con un pedazo de pizza en la boca. Zalazar
entraría en coma al día siguiente y habría dicho que alcanzó a escuchar,
antes de ser alcanzado por las balas: “No tires ,Vandor”. Del grupo de
dirigentes, también Safi y Gerardi quedaron heridos. Raimundo Villaflor,
que esa vez salvó la vida, fue secuestrado y desaparecido en agosto de
1979. Había contribuido a la investigación que hizo en el 68 Rodolfo
Walsh, con una serie de notas para el periódico de la CGT de los
Argentinos, adversa a los dirigentes metalúrgicos. Walsh, que después se
incorporó a la organización Montoneros, también figurará en la luctuosa
lista de víctimas del terrorismo de Estado. Otro principal protagonista del
hecho, Norberto Imbelloni, fue diputado justicialista entre 1983 y 1987,
luego sentenciado por el asesinato de un guardaespaldas e indultado en
1993, brindó testimonios contradictorios sobre el suceso y luego decidió
callar para siempre.
Al terminar el tiroteo, Vandor había marchado presuroso a la sede de la
UOM. Poco después, por la radio se informó que Rosendo García estaba
muerto. Según el testimonio de Gazzera, Vandor se desplomó en el piso de
su despacho. Esa muerte lo destruyó anímicamente: “Fue un accidente fatal,
no un asesinato. O sea que en realidad fue una bala que iba dirigida a
Vandor, el objetivo era dársela a Vandor, obviamente. Este hecho acrecentó
la distancia entre Perón y Vandor”13.
La crónica periodística rubricó el montaje dramático:“En Dallas y en
Avellaneda, las balas desnucan juventudes. ¿Los matan porque sirven? En
la tarde gris de Avellaneda, el hollín de las fábricas hizo huelga de dolor.
Vandor se abrazó al cajón, y llorando fuerte, con la voz mojada de
lágrimas, dijo: ‘No te olvidaremos, Negro. Seguiremos luchando como si
estuvieras aquí. Porque estás aquí. ¿Sabés, Negro?’. Y las flores que
mandaron los gremios se marchitaron de pena. La corona de Isabel Perón
tocó llagas. Rosendo García no tenía reposición. Cuando cerraron el ataúd,
abrieron una guerra...”14.

Bernardo Neustadt, en el número de Extra que publicó el reportaje


póstumo, reproduce la versión oficial de la conducción del gremio: “En la
noche de la tragedia, Vandor le musitó: ‘Atrás hay cuatro tipos que no me
gustan’, Rosendo se dio vuelta y justo vio que ‘los cuatro tipos’ sacaban de
sus portafolios los revólveres duros. Entonces, urgente, AMIGO, le dio un
tremendo empujón a Augusto, y éste cayó debajo de la mesa. Las balas
perforaron el vacío de Vandor pero un cuerpo cubrió su puesto: Rosendo
García jugaba por él. Moría por él. Lo crucificaban de un plomazo oscuro
a él, que tenía una vida clara. Alcanzó a decir, tendido en el piso de su
muerte: ‘Tené cuidado, Augusto. Te la quieren dar con todo. A mí ya me la
dieron...’”15.
Nelson Domínguez, periodista de La Razón, supo por un dirigente de la
UOM que Vandor también había disparado su arma en La Real porque vivía
atemorizado por algunas amenazas. La versión subrayaba la idea de un
episodio no provocado, signado por la confusión. “En realidad, Blajaquis y
los Villaflor habían hecho una vaquita para comerse una pizza puesto que
andaban cortos de dinero y por eso llegaron a La Real”, narró Domínguez.
Así descartó la versión según la cual Vandor había armado el incidente para
deshacerse de Rosendo. Domínguez recordó: “Yo fui a cubrir el velorio de
Rosendo en el cementerio de Avellaneda y seguí el acto desde un pasillo
donde estaban los nichos, a cuatro metros de Vandor. Desde allí, vi que
lloraba como un niño y se doblaba de dolor: él sentía lo sucedido. Cuando
habló Delia Parodi dijo: ‘Basta de sangre, señor’, y nadie sabía si el señor
era Dios o Perón”16.
El entierro fue multitudinario. Cuando se anunció la palabra del
secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, un silencio
impresionante invadió el cementerio de Avellaneda. De pronto, un grito, un
alarido casi, estremeció a los millares de presentes: “¡Rosendo! ¡Rosendo!
¡Yo te vengaré!”. Era uno de sus compañeros, presa de una tremenda crisis
nerviosa. A duras penas pudo ser sacado del lugar. Entonces, Augusto
Vandor comenzó a hablar. Con calma, pausadamente, e invocando la
representación de la organización gremial de los metalúrgicos.
Sus primeras palabras fueron un llamado a la paz. Al cronista de La
Prensa, Rodolfo Perri, le había dicho: “Así no vamos a llegar a ninguna
parte”. Afirmando que esa calma no era signo de cobardía sino, por el
contrario, era la paciencia que sólo pueden tener los hombres fuertes, señaló
que la única venganza posible debía constituirse con el triunfo de los
ideales por los cuales Rosendo García había bregado tanto en su vida. Hizo
el elogio del compañero muerto, de sus condiciones, de su coraje, de su
lealtad a la causa de la clase trabajadora.
Pero, de pronto, el ritmo que venía llevando en su alocución se quebró.
Las lágrimas acudieron a sus ojos. Entonces dijo: “No lloro de flojo, lloro
de impotencia”. Y evidentemente, ese momento de emoción marcó un
vuelco fundamental en sus palabras. No era ya el hombre que llamaba
simplemente a la paz. Ahora la exigía. Exigía que quienes habían desatado
ese clima de violencia, aceptaran el ofrecimiento de volverse a unir que en
esa circunstancia tan dolorosa formulaba. O que, si no, se atuvieran a las
consecuencias. Su voz surgió más fuerte, más segura. “Yo, Vandor, te lo
juro, Negro. Vos sabés cómo sé querer yo, y yo sé cómo pensabas vos. Los
trabajadores argentinos esperamos que en los próximos días aparezcan los
culpables. Porque, si no, acá correrá un río de sangre”.
Fue incontenible. El desborde de la tensión emocional de los presentes
rubricó las palabras encendidas de Vandor. Aplausos y gritos de aprobación,
de los hombres, mujeres y jóvenes presentes, quebraron la solemnidad
propia de un acto en un cementerio. Alguien tomó el micrófono. Era otro
dirigente de la UOM. Aclaró que las palabras vertidas constituían el
pensamiento personal de Vandor, pero no eran de ninguna manera la
expresión oficial de la organización sindical. Después, se abrazó
estrechamente con el líder metalúrgico, que seguía llorando ante la
irreparable pérdida de un amigo y compañero de lucha.
Del Valle Aguirre, secretario de Prensa de los metalúrgicos, pidió a los
presentes que se desconcentraran en orden, sin provocar ningún tipo de
alteración. Disciplinadamente, el numeroso público así lo hizo, avanzando
por el laberinto de caminos y avenidas que conducen hasta los portales del
cementerio. En la calle, la policía –que fue reforzada con personal de
diversas comisarías de la zona y de La Plata– vigilaba, distante varias
cuadras. Poco después, el cuerpo de caballería, cuya presencia no había sido
notada hasta ese momento, apareció por una avenida cercana. La multitud
fue dispersándose en silencio por diversas calles transversales17.
Tiempo después Gazzera explicaría: “Los años 1965 y 1966 fueron
testigos del enconado enfrentamiento entre las dos 62 Organizaciones que
tuvo su culminación en el tiroteo producido entre peronistas en el bar de
Avellaneda (…) De los muertos, con Rosendo García habíamos compartido
la conducción de las 62, mientras que con Domingo Blajaquis compartimos
la cárcel en Esquel, en 1956. Son las muertes absurdas de la guerra
política, la más tétrica, la más sucia, la más hipócrita de las guerras”18.
Rodolfo Walsh, en su novela no ficcional ¿Quién mató a Rosendo?,
conjetura que la bala que mató a Rosendo fue disparada por su propio
progenitor político, Vandor, aunque admite que las pruebas no bastan para
condenarlo como autor directo. Su investigación demuestra que Blajaquis y
sus amigos estaban desarmados, identifica a Armando Cabo como el que
dispara y mata a Salazar, señala a Raúl Valdés, Luis Costa y el “Tiqui”Añón
como los integrantes del grupo de Vandor que gatillan contra el resto, y al
propio Vandor, finalmente, como responsable del tiro que derriba a
Rosendo. Para hacer más compleja la trama, Rolando Villaflor comenta que
“lo que no dijo Walsh –porque no lo sabía o porque no quiso– es que,
políticamente, el grupo de Blajaquis trabajaba, por lo menos en esa
coyuntura, con Rosendo García”. Por eso –argumenta– algunas fuerzas de
izquierda sindical lo calificaron entonces como un mártir de la clase obrera.
Las líneas de enfrentamiento que se cruzaron esa noche en Avellaneda
venían, es cierto, de tiempo atrás y se profundizarían de ahí en más en un
curso de no retorno. La guerra estaba declarada.

Ejército y sindicatos: con Onganía en la Casa Rosada

El 28 de junio del 66 los militares desplazaron por la fuerza al presidente


Illia y proclamaron al general Onganía. Clausuraron el Congreso,
prohibieron la actividad de los partidos políticos y eliminaron la autonomía
universitaria. A los sindicatos, sin embargo, no los tocaron demasiado. En
la sede de la UOM, en la calle La Rioja, estaba reunido el estado mayor con
el máximo jefe, aguardando las novedades para elaborar los
pronunciamientos. La autodenominada “Revolución Argentina” reconocía
la existencia de las centrales gremial y empresaria.
“Deseamos que este gobierno nos interprete y nos comprenda; tenemos
ansias de colaborar”, declara Francisco Prado, al frente de la CGT. “Se
abre una nueva esperanza”, agrega José Alonso. “Nosotros estamos con el
reencuentro nacional”, señala Vandor. Las 62 “De Pie” (Alonso), más
vehementes en su apoyo, manifestaron: “Cayó un régimen de comité y se
abre la perspectiva de un venturoso proceso argentinista”. Las 62 “Leales”
(Vandor) se pronuncian así: “En tan dramáticas circunstancias donde las
fuerzas populares estaban impedidas de obtener por la vía del derecho sus
ansiadas soluciones, sufriendo permanentes frustraciones y obligadas a la
cruenta lucha social, el derrocamiento del gobierno por las fuerzas
armadas constituía un hecho inevitable”. Nuevamente, como en los tiempos
del general Lonardi, en 1955, se pone en marcha la posibilidad de una
alianza entre el Ejército y los sindicatos.
Cuando juran Onganía y sus ministros, Vandor se calza un inhabitual
traje azul y asiste a la Casa Rosada. Allí se lo verá en el Salón Blanco, en
segunda fila, y en un discreto plano a un costado de los más entusiastas,
como Saturnino Soto, de UPCN, y el mismo José Alonso, que había
abandonado su retórica confrontativa y de cambio revolucionario utilizada
contra el gobierno de Illia. La imagen del líder sindical Vandor, de camisa y
sin corbata, en el momento de entrar en la Casa Rosada o al Ministerio de
Trabajo, o de visita al Ministerio de Defensa para celebrar consultas con
jefes de las fuerzas armadas, era parte de la imaginería social y política de
ese tiempo y, puesta de relieve por los medios de prensa, reforzaba la visión
de los sindicatos peronistas como parte fundamental del sistema social y
político19.
Es el tiempo justo para ratificar a su delfín, el lucifuercista Prado, y
lograr que un dirigente comunista, Manuel “Lito” Rodríguez, de químicos,
junto al radical Antonio Scipione, se hiciera cargo de la Secretaría de
Hacienda en la comisión provisoria de la CGT designada por el Comité
Central Confederal. El paso siguiente sería encarar una difícil paritaria
metalúrgica, amenazando al ministro de Economía, Néstor Salimei, con
rehabilitar el plan de lucha. Los primeros días de setiembre se firma
finalmente el convenio de su gremio, ni más ni menos que en la Casa
Rosada, con la presencia del propio Onganía y un ya conocido y hábil
interlocutor del gremialista: Rubens San Sebastián, que estaba de vuelta al
frente de la cartera de Trabajo aunque bajo el área de Economía. Así
recuerda Miguel Gazzera esa ocasión:

“Un tipo aséptico, muy limitado, con grandes inhibiciones, el general


Onganía lo despreciaba a Vandor. En esta ocasión, cuando se firmó el
convenio con San Sebastián, Onganía saludó a todos, y cuando se topó
con él, del apuro por evitar el saludo, le pisó el pie. ‘No me saludó y
encima me pisó el pie’, me contó luego Vandor. Una relación más
fluida había tenido con el general (Julio) Alsogaray. Hubo una
reunión en la que la mujer de Alsogaray lo abraza y le dice: ‘Lo
felicito por enfrentar al general Perón’… Yo, para esa época, dejé de
verlo a Augusto. Cuando me encontraba con amigos comunes que
seguían junto a él, les decía: ‘Ustedes están locos’”20.

La relación entre Vandor y San Sebastián corría por carriles paralelos.


Habían aprendido a respetarse a lo largo de esos años de permanentes
pulseadas. Aun desde sus posiciones encontradas y siempre enfrentados en
las mesas de negociación, tenían varias cosas en común: edades cercanas –
39 años San Sebastián, 43 Vandor–; los dos nacidos en febrero, los dos
hinchas de River; San Sebastián había ingresado en la actividad pública en
el Ministerio de Trabajo, en 1956, a cargo de la Dirección Nacional de
Trabajo y Acción Social, y con un récord infrecuente en el área: se mantuvo
durante más de una década con casi todos los gobiernos que pasaron,
sobrevivió a dieciséis ministros y le tocó participar en la resolución de
innumerables conflictos. Así conoció al dirigente metalúrgico, en la huelga
del 56 que se prolongó durante 45 días y semanas de febriles
conversaciones.
San Sebastián fue una pieza casi necesaria durante los gobiernos
evidentemente antipopulares y no democráticos, y aunque no gozara de las
simpatías de los sectores combativos y de izquierda, era un hombre al que
se le reconocían capacidad, habilidad, honestidad y compromiso social. Su
abuelo había sido uno de los fundadores del sindicato ferroviario La
Fraternidad. De joven, estudiaba y trabajaba en una florería. En tanto era
secretario y luego ministro, vivía en un departamento de clase media en el
barrio de Belgrano con su esposa y sus dos hijos, conducía su propio auto –
un Peugeot 403 azul– para ir al ministerio todos los días, trabajaba desde las
nueve de la mañana hasta las diez de la noche. Y no ocultaba su admiración
por Vandor, a quien definía como “un caudillo”21.

El convenio metalúrgico de 1966 y las nuevas reglas de juego

Las negociaciones con los metalúrgicos eran un “caso testigo” de cómo


serían las relaciones entre el poder sindical, los empresarios y la dictadura
militar de Onganía, por el impacto mediático y político que se le asignó y
porque se trataba del principal gremio del país. Era mucho lo que se jugaba
en la mesa de negociación. La producción de acero se había multiplicado
por siete entre 1954 y 1965; la de automotores pasaría de 6 mil en 1955 a
más de 200 mil unidades en 1965. Los empresarios buscaban facilidades
para la inversión extranjera y contener la presión inflacionaria que atribuían
al aumento de salarios. Los sindicalistas se centraban en las discusiones
salariales y los asuntos vinculados al régimen laboral.
Vandor, con periodistas en Casa de Gobierno. Firmado un convenio metalúrgico
en 1966, se reúne con cronistas que, además, abordan otros temas, como la
comentada reunión con los militares antes del golpe contra Illia (Archivo
S.Senén González)

Los dirigentes nacionales de la UOM, reunidos en el Congreso “Rosendo


García”, propusieron un anteproyecto de convenio que incluía, entre otros
puntos, el descanso de 30 minutos pagos por cada ocho horas de trabajo
corridas, restricciones a los empleadores para modificar condiciones de
trabajo que significasen recargos de tareas y/o esfuerzos, obligatoriedad de
comedores para establecimientos con más de cincuenta trabajadores, un
aporte extraordinario de la patronal al sindicato correspondiente a la
primera quincena de vigencia del convenio, bolsa de trabajo a cargo del
sindicato: de allí debían cubrirse las necesidades de personal22.
La declaración oficial del Congreso Nacional de la Unión Obrera
Metalúrgica terminó con una advertencia propia del vandorismo: “Convenio
o lucha” 23.
Vale la pena analizar los contenidos de ese anteproyecto. En primer lugar,
al igual que en 1960, los empresarios y los representantes gremiales
intentaban discutir los ritmos de producción y/o las condiciones de trabajo.
Dicha cláusula estaba expuesta en forma ambigua. En última instancia, su
redacción expresaba una preocupación que no había sido cerrada con la
convención colectiva de comienzos de esa década. A pesar de haber
transcurrido seis años, los empleadores aún trataban de implementar planes
de racionalización resistidos por los obreros en fábricas líderes, como Siam
Automotores, Siam Molinero, Siat, Siambretta, Kaiser y Camea.
Además, el documento hacía hincapié en problemas que formaban parte
de los reclamos permanentes de los metalúrgicos, como la eliminación de
quitas zonales y la obligatoriedad de comedores económicos en las
fábricas24. Tampoco se descuidaba discutir determinadas prerrogativas para
el gremio y sus dirigentes: con cada firma de convenio –al igual que en
otras ocasiones– el sindicato obtenía una cuota extraordinaria para sus
finanzas. Por otro lado, el gremio buscaba convertirse en una agencia de
empleo, a efectos de adquirir algún beneficio pecuniario y, también, para
“filtrar” el acceso de activistas opositores a su conducción.
Las cámaras patronales ofrecieron un aumento salarial de 25% por un
año, contra el 40% solicitado por el gremio. Asimismo, las entidades
empresariales reclamaron restringir “la libertad sindical dentro de las
fábricas en lo que respecta a las comisiones internas”25. Las negociaciones,
como en otras circunstancias, se llevaron a cabo en medio de una
importante cantidad de amenazas veladas, a través de comunicados, junto
con algunas medidas de fuerza26.
Existía una base real de descontento entre los obreros. Dos ejemplos
ilustran el alcance de este escenario. Los trabajadores de la seccional de La
Matanza, durante esos días, hicieron paros de dos horas por turno en
solidaridad con los operarios de la fábrica Indurgia27. En segundo término,
la dirigencia metalúrgica impulsó abandonos de tareas, asambleas y
manifestaciones la jornada siguiente de haber vencido el plazo de las
negociaciones28.
Sin embargo, lo que predominó en las decisiones fue el diálogo entre
Vandor, el ministro Salimei, el secretario San Sebastián y los empresarios.
El líder metalúrgico seguía siendo el mismo negociador nato, capaz de
discutir al detalle, tensar la cuerda con demandas de máxima, y obtener algo
más de lo que sus interlocutores tenían previsto dar.
En esta oportunidad, 250 mil obreros obtuvieron un incremento del 30%
sobre los salarios básicos por un año y se pautó eliminar las quitas zonales,
prometiendo a los trabajadores del interior del país un aumento superior,
que oscilaba entre el 33 y el 38%29. Esta última cláusula no fue aceptada en
todas las provincias, debido a la rotunda oposición de varias organizaciones
empresariales, como la Cámara de Industria Metalúrgica de Córdoba, que se
quejó por el documento firmado30. Los restantes artículos, con muy pocas
variantes, mantuvieron la letra y el espíritu del acuerdo que se había
convertido en el paradigma normativo de la década: la Convención
Colectiva de Trabajo n.º 55/60. El principal cambio, desde el compromiso
firmado en 1960, fue la incorporación del “Día del Trabajador Metalúrgico”
como jornada no laborable y paga.
De este modo, no se alteró el polémico apartado que hacía referencia a
los ritmos de producción y a las condiciones de trabajo. La entidad sindical
no logró aumentar en diez minutos el tiempo de descanso; tampoco se
incorporó el reclamo de los comedores ni el de la bolsa de empleo en manos
de la dirigencia gremial31. Aunque la cúpula de la UOM no pudo
convertirse en intermediaria, sí se aseguró el cobro de su cuota
extraordinaria de ingresos derivada de la negociación anual32. En resumen,
tanto los representantes obreros como los empleadores entendieron que el
acuerdo rubricado había sido satisfactorio33. No obstante, ambas partes
aludieron a la difícil coyuntura económica, expresando sus inquietudes ante
potenciales estados de conflicto. Por un lado, los empresarios manifestaron:

“1º) La mayor parte de las empresas carecen de capital suficiente para


atender la marcha de la producción; 2º) [...] están gravemente
endeudadas [...] En algunos casos importantes esta situación
configura una real cesación de pagos [...] 3º) [...] no tienen créditos
suficientes para atender el encarecimiento de los costos originados
por la inflación [...] 4º) [...] sufren una recesión de demanda que en
términos generales significa una merma del 40% con respecto a las
ventas del mismo período del año anterior; 5º) [...] tienen más
personal que el necesario para atender la producción a los niveles del
mercado. [...] Ante la situación expuesta y ajustados los valores
económicos de la convención colectiva al nivel indicativo de la
orientación política económica y social del gobierno, resulta
indispensable resolver aquellos problemas que puedan dificultar su
aplicación y dar lugar a la paralización de actividades y
desplazamiento de mano de obra. [...] Caso contrario habrá que
prever paralizaciones de actividades y desplazamiento de mano de
obra a otros sectores de la actividad nacional”.

Ante esta descripción del panorama del país y sus posibles consecuencias,
los dirigentes gremiales sostuvieron que “seguirán manteniendo la misma
línea de conducta que hasta el presente, bregando decididamente en
defensa de las fuentes de trabajo y de los trabajadores, procurando una
política plena de empleo y defendiendo con toda energía la estabilidad de
sus representados, el cumplimiento de todas las obligaciones legales y
convencionales, en especial el pago de sueldos y salarios en tiempo y
forma, y de todo aquello que implique mayor bienestar y progreso no sólo
para sus representados, sino para el país y el pueblo todo”.

El documento fue ratificado en una ceremonia conjunta encabezada por el


propio Onganía, Vandor y el titular de la Federación Argentina de la
Industria Metalúrgica, José Negri, en la Casa de Gobierno. Estaba presente
en el acto el abogado del gremio que había participado activamente en la
negociación del convenio y que también oficiaba como asesor político:
Hugo Anzorreguy. Vandor se vistió con corbata para la ocasión. Una foto
retrató el momento: se lo ve al Lobo junto con Anzorreguy, el ministro de
Economía, Salimei, y Onganía34.
El editorial del periódico Mundo Metalúrgico celebró lo acontecido:
“Nos hallamos pues en una nueva era de paz y armonía en las relaciones
obrero-patronales que redundará en los beneficios de todos y en la
prosperidad del país. Por ello es preciso que la industria metalúrgica
pueda trabajar con eficiencia, en un ambiente de orden, alcanzando las
mejores calidades en su producto y a los más bajos costos, recuperando el
tiempo perdido de pasadas épocas”35. También la Embajada de los Estados
Unidos destacó la firma del acuerdo y a su principal gestor, en telegrama
secreto a Washington: “El ‘descamisado’ Augusto Vandor, líder de los
metalúrgicos, hasta se puso corbata para la ocasión”36.
Mientras tanto, en el frente político se dirimían otras cuestiones. El enojo
de Perón con Vandor se manifestaba en su correspondencia desde Madrid
con los más variados destinatarios, conteniendo los más duros juicios. En su
misiva a José Alonso, lo acusa de “engaño, doblez, defección, satisfacción
de intereses personales y de círculo, desviación, incumplimiento de deberes,
componendas, acomodos inconfesables, manejo discrecional de fondos,
putrefacción, traición, trenza…”.
El Lobo no se inmuta. Presiente que, tarde o temprano, llegará la
reconciliación con el Líder. Y hasta se permite algunas demostraciones
impactantes de poder, como apadrinar desde el sindicato a un grupo
comando que emprende una simbólica “invasión” a las Islas Malvinas. El
jefe de la denominada Operación Cóndor era Dardo Manuel Cabo,
integrante del Movimiento Nueva Argentina (MNA), una agrupación
fundada en 1961 en homenaje a los civiles y militares fusilados en junio del
56, que reivindicaba los ideales de la revolución del 4 de junio del 43 y la
doctrina “nacional-justicialista”. Vandor no podía desconfiar de esos
muchachos y sobre todo de aquel pibe que venía a alistarse en las grandes
causas patrióticas: era el hijo de su viejo amigo y hombre de confianza
Armando Cabo. Así es que coloca al aparato del sindicato a disposición de
este operativo con ribetes sensacionalistas, gran apoyatura periodística y
una sospechosa mano de los servicios de inteligencia detrás.

Animarse a todo: la Operación Cóndor

“Secuestran un avión en vuelo y ocupan las Islas Malvinas”, fue el título


principal de la quinta edición de la tarde del diario Crónica del miércoles 28
de septiembre de 1966. Más abajo se podía leer: “(...) Un puñado de jóvenes
argentinos, tras una audaz operación de comando cumplida a bordo de un
DC-4 de Aerolíneas Argentinas en viaje a Río Gallegos, hicieron desviar la
máquina hacia Puerto Stanley, ocuparon la isla, emitieron un comunicado y
dieron a conocer una proclama”. Era el resultado de la Operación Cóndor,
que había comenzado aquella mañana en un avión que sobrevolaba el sur de
la Patagonia y que continuaba aún en las Islas Malvinas.
Dieciocho jóvenes peronistas de entre 18 y 32 años abordaron el vuelo
648 de Aerolíneas Argentinas que despegó del aeroparque Jorge Newbery a
las 0.34 con destino a Río Gallegos, Santa Cruz. El líder del grupo era el
periodista Dardo Manuel Cabo, alias “Lito”, de 25 años, hijo del viejo
dirigente metalúrgico de la resistencia peronista Armando Cabo. Como
varios de los miembros del grupo comando, había sido parte de la
agrupación Tacuara, que mezclaba nacionalismo, simpatías hacia el
fascismo y revisionismo histórico. Su segundo era Alejandro Giovenco
Romero, apodado “Chicato”, un estudiante de 21 años. La tercera en la
línea de mando era la escritora y periodista María Cristina Verrier, de 27
años, la única mujer del grupo y pareja de Cabo. Su padre había sido juez
de la Corte Suprema de Justicia y funcionario de la administración de
Arturo Frondizi y un tío suyo, ministro de Economía durante el gobierno
militar de Pedro Eugenio Aramburu. Los demás integrantes del grupo
figuraban como empleados, estudiantes y trabajadores metalúrgicos y se
identificaban como miembros del Movimiento Nueva Argentina, un grupo
de choque apadrinado por la UOM.
Alrededor de las 6 de la mañana, utilizando las armas que habían
introducido clandestinamente en el equipaje, los dieciocho “cóndores”,
como se hicieron llamar, tomaron el control del vuelo. En ese instante,
cuando el avión sobrevolaba Puerto Deseado, provincia de Santa Cruz,
Cabo, Giovenco y Andrés Castillo fueron hasta la cabina y le ordenaron al
comandante Ernesto Fernández García tomar el rumbo 1-0-5, hacia las Islas
Malvinas. El piloto se negó alegando falta de combustible y
desconocimiento de la zona, pero tuvo que aceptar cuando le colocaron una
pistola sobre la cabeza.
Además de la tripulación y los “cóndores”, otras treinta y cinco personas
viajaban en el avión; entre ellos, el gobernador de facto de Tierra del Fuego,
almirante José María Guzmán, quien trató de resistirse, y el periodista
Héctor Ricardo García, propietario del diario Crónica, la revista Así y
Radio Colonia, invitado especialmente por los jefes de la operación. Para no
preocuparlos, se les informó a todos que la nave iba a torcer su rumbo hacia
Comodoro Rivadavia, Chubut. El piloto debió ingeniarse para divisar la
ubicación de las islas entre el manto de nubes que obstaculizaba la visión.
Luego de algunas vueltas de reconocimiento, a las 8.42, el avión Douglas
DC-4 aterrizó en la pista de carreras del hipódromo de Puerto Stanley. Dado
que el día anterior había llovido, la pista, de 800 metros, estaba embarrada y
la nave se enterró en ella.
Luego del aterrizaje, el grupo de jóvenes descendió de la aeronave
empuñando sus armas, al grito de “las Malvinas son argentinas, ¡viva la
patria!”. Castillo, que años más tarde sería uno de los fundadores de la
Juventud Trabajadora Peronista (JTP), había sido el último en sumarse al
grupo la tarde anterior y fue el primero en pisar las islas. Habían llevado
siete banderas argentinas; cinco fueron colgadas en los enrejados que
rodeaban la pista, una en el avión y otra en un mástil cercano. Además,
rebautizaron el lugar con el nombre de Aeropuerto Antonio Rivero, en
honor al gaucho entrerriano que a finales de 1833 había resistido junto a
siete compañeros, dos de ellos gauchos y cinco charrúas, la ocupación de
Gran Bretaña impuesta seis meses antes. Aquel temprano desafío al poder
colonial terminó sofocado por una expedición enviada desde Londres.
El objetivo inicial de la Operación Cóndor era ocupar la casa del
gobernador británico, Patrick Thomas Haskard, quien no se encontraba en
Malvinas, tomar el arsenal de la isla y divulgar una proclama radial que
sería escuchada en Argentina. Como el avión de Aerolíneas Argentinas
había quedado varado en el barro de la pista, estaban lejos de la casa de
Haskard y del arsenal y comenzaban a ser rodeados, tuvieron que cambiar
los planes.
Después de colgar las banderas, Cabo firmó un comunicado que fue
transmitido por la radio del avión: “Operación Cóndor cumplida.
Pasajeros, tripulantes y equipo sin novedad. Posición Puerto Rivero, Islas
Malvinas, autoridades inglesas nos consideran detenidos. Jefe de Policía e
Infantería tomados como rehenes por nosotros hasta tanto gobernador
inglés anule detención y reconozca que estamos en territorio argentino”. A
las 9.57, el radioaficionado Anthony Ardí divulgó la noticia, que se escuchó
en Trelew, Río Gallegos y Punta Arenas, Chile, y desde esos puntos se
reprodujo al resto del país. Un centenar de habitantes locales se fue
acercando a la zona y el avión fue rodeado por varios jeeps. Las Islas
Malvinas contaban en ese momento con apenas un jefe de Policía, un
inspector, un sargento y cuatro agentes que bastaban para mantener el orden
entre las 1.074 personas que vivían en ellas. Cuatro argentinas. Además,
veinte militares constituían la fuerza armada de Gran Bretaña, que se
complementaba con la Fuerza de Defensores Voluntarios, una milicia de
reservistas entrenada una o dos veces al año por un grupo de ingleses que
habían combatido en la Segunda Guerra Mundial.
Entre los soldados, policías y reservistas armados que se ubicaron
alrededor de la pista, el grupo distribuyó una proclama en inglés que decía
que ellos no eran agresores sino argentinos que consideraban estar en su
propio territorio. “Les informamos que nos quedamos a vivir en tierra
argentina e invitamos al gobernador a plegarse bajo nuestra bandera”,
decía el mensaje.
El sacerdote de la isla, Rodolfo Roel, intermedió para que los pasajeros
del avión se alojaran en las casas de los kelpers, mientras los jóvenes
esperaban en el avión. Alrededor de las 17, por pedido de los “cóndores”, el
padre Roel ofició una misa en el interior de la nave. Luego entonaron el
Himno Nacional argentino y, a las 18, divulgaron otro comunicado que
decía: “Informa Operación Cóndor: después de escuchar misa en
castellano dentro del avión, fueron liberados los rehenes ingleses”. A esa
hora comenzó a llover intensamente sobre la isla.
Siete camionetas rodeaban la parte trasera del avión, varios automóviles
el frente y el centenar de isleños armados observaban lo que sucedía detrás
del enrejado. Además, se habían colocado tres carpas de campaña con
refuerzos militares en un cerro cercano y varios reflectores habían sido
ubicados alrededor de la nave para poder mirar el movimiento de los
jóvenes en la oscuridad de la noche. Los dieciocho integrantes del comando
se encerraron en el avión para planear cómo seguir la operación.
Mientras tanto, en Buenos Aires las 62 Organizaciones y los gremios
portuario, petrolero, molinero, de la carne y tranviario adherían entusiastas
a la Operación Cóndor. Miles de volantes impresos fueron arrojados en el
centro porteño. En la esquina de Florida y Corrientes grupos de activistas
quemaron una bandera inglesa. Ráfagas de ametralladora sobre las ventanas
de la Embajada británica buscaban amedrentar al príncipe Felipe de
Edimburgo, de visita en la Argentina. En Rosario, jóvenes militantes del
grupo Tacuara ocupaban el Consulado de Inglaterra en esa ciudad. Al
canciller Nicanor Costa Méndez le tocaba explicar lo que estaba ocurriendo
ante los foros internacionales. Ese mismo día, Costa Méndez debía
presentar el reclamo argentino por Malvinas en una reunión de la ONU en
Nueva York. Informado de los acontecimientos desde Buenos Aires, se vio
obligado a añadir un párrafo en su discurso condenando la acción y
pidiendo comprensión internacional. El gobierno, mediante un comunicado
oficial firmado por el propio Onganía, calificó de “faccioso” el episodio y
señaló que los responsables de los hechos y sus instigadores serían
sometidos a la Justicia para que proceda con todo el rigor de la ley”. La
CGT, en tanto, proclamó en una solicitada que “la Patria Grande, la Patria
de nuestros Montoneros, vuelve hoy a vibrar ante la acción de un puñado
de valientes”.
En la madrugada del 29 de septiembre, el vicegobernador kelper Albert
Clifton emitió un comunicado en el que exigía la rendición del grupo y
advertía que los soldados y policías tenían orden de disparar. La respuesta
fue negativa. Recién a las 15 hubo otra gestión, esta vez a cargo del padre
Roel. Les pidió que desistiesen de su acción, a lo que los jóvenes volvieron
a negarse, aunque poco después llegaron a un acuerdo: entregarían sus
armas al comandante Fernández García, única autoridad que reconocían en
la isla, serían acogidos por la Iglesia católica y quedarían bajo la custodia
del sacerdote que había actuado como mediador.
A las 17, el grupo, el sacerdote y el comandante descendieron del avión y
se posaron frente al mástil en que habían colgado una bandera argentina. La
arriaron y entonaron nuevamente el Himno Nacional ante la atónita mirada
de los kelpers. Media hora después, los jóvenes entregaron sus armas. La
falta de agua, la escasez de alimentos y el cansancio los habían vencido.
Los dieciocho jóvenes fueron trasladados detenidos a una parroquia,
fuertemente custodiados. Aún se dudaba de si serían juzgados en su país o
en Gran Bretaña. Finalmente, el 1º de octubre al mediodía, fueron
embarcados junto a la tripulación y los pasajeros, en una lancha carbonera
inglesa, hasta el barco de la Armada Bahía Buen Suceso, que los trasladaría
al sur del territorio argentino. En ese momento, Dardo Cabo le entregó una
bolsa al gobernador Guzmán con las siete banderas argentinas que habían
llevado. El viaje de regreso comenzó a las 19.30 de ese día. Llegaron al
puerto de Ushuaia en la madrugada del domingo 2 y fueron detenidos en la
jefatura de la policía local. Desde Buenos Aires viajaron presurosamente
Gerónimo Izzeta, acompañado por Armando Cabo, padre del jefe del
comando, y Fernando Torres, abogado de la CGT y la UOM, que asumiría
su defensa.

Dardo Cabo, militante peronista, guardaespaldas y periodista, sindicado como


posible mano ejecutora del crimen. Dirigió el semanario El Descamisado, de
Montoneros, en el que años después, se publicó la crónica “Quiénes y cómo
mataron a Vandor”.

El episodio tuvo repercusión internacional. En Londres, las


conversaciones anglo-argentinas previstas fueron postergadas y el gobierno
británico expresó su enérgica protesta. El diario Pravda de Moscú opinó
que detrás de la operación se percibía la “garra del contraespionaje de
Estados Unidos y la Central Intelligence Agency (CIA)”. El cometido,
afirmaba el órgano oficial soviético, era impedir una mejora en las
relaciones anglo-argentinas. La CIA, proseguía Pravda, habría fabricado la
intriga, de manera que los nacionalistas argentinos ocupasen las islas tras la
llegada del príncipe de Edimburgo a Buenos Aires, la semana anterior. “El
mismo origen tiene el ataque armado contra la embajada británica en
Buenos Aires, al arribo del consorte de la reina”, acota. Con esos
propósitos, concluye el diario moscovita, “la CIA puso en marcha en la
Argentina la organización fascista denominada Tacuara”.
Las conexiones entre la cúpula de la UOM y el operativo eran visibles.
Según el diario La Nación, la noche anterior Cabo y Verrier habían retirado
del sindicato metalúrgico un gran valijón donde llevaban alrededor de
veinticinco pistolas, varias cargas de gelinita y otros explosivos. Una
versión indicaba que los pasajes, cuyo monto era de 360 mil pesos, fueron
pagados por el dirigente portuario Eustaquio Tolosa, un aliado de Vandor.
Otras fuentes señalaban como responsables intelectuales de la operación al
general Osiris Villegas, referente del ala “nacionalista” de la dictadura, en
tácito acuerdo con Augusto Vandor37, una convergencia de intereses entre
sectores del régimen militar y grupos políticos que jugaban sus respectivas
luchas internas de poder.
El 22 de noviembre de 1966, el juez federal de Tierra del Fuego, Miguel
Ángel Lima, procesó a todo el grupo por los delitos de “privación de la
libertad personal calificada” y tenencia de armas de guerra. Ante el
interrogatorio del juez, se limitaron a decir: “Fui a Malvinas a reafirmar
nuestra soberanía”. Finalmente, el 26 de junio de 1967, quince de ellos
fueron dejados en libertad, mientras que Cabo, Giovenco Romero y Juan
Carlos Rodríguez permanecieron tres años en prisión debido a sus
antecedentes38. La aventura patriótica finalizó en un fiasco y contribuiría a
poner fin a la amigable relación de los dirigentes gremiales peronistas con
el gobierno militar encabezado por Onganía.

Entre combativos y “participacionistas”

La apertura al capital extranjero y el conjunto de la política económica de la


dictadura de Onganía comenzaron a chocar frontalmente con un
movimiento obrero que mantenía su capacidad de movilización, sobre todo
a partir del nombramiento como ministro de Economía de Adalbert Krieger
Vasena, vocero de los principales grupos industriales y un apellido de
especial resonancia histórica para los metalúrgicos39.
Era hora de replantear la estrategia de conciliación y diálogo con los
jerarcas gubernamentales que digitaban Augusto Vandor y José Alonso.
Una gran huelga de trabajadores portuarios, que no contó con el apoyo de la
CGT orientada por Vandor, abrió un nuevo frente de resistencia a los
dirigentes. Allí hacían sus primeras armas políticas algunos jóvenes, entre
los que estaban dos futuros fundadores de la organización Montoneros,
Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus. Eustaquio Tolosa, el secretario
general del Sindicato Único de Portuarios Argentinos (SUPA), encarcelado
por aquella huelga durante un año, lo recordaría, años después: “A mi lado –
afirmaba Tolosa evocando esos hechos, en nota publicada el 5 de junio de
1973 en La Razón– tuve el privilegio de contar en las filas de ese histórico
paro portuario a compañeros de la talla de Fernando Abal Medina y
Gustavo Ramus, esa semilla montonera que luego habría de florecer en
frutos de sangre liberadora a lo largo y a lo ancho de toda la nación. Ellos
nos dieron con su coraje, con su desprecio a la propia existencia, la política
que termine para siempre con los explotadores”40.
El vandorismo amenazó con un nuevo plan de lucha, pero ahora no
enfrentaba a un débil gobierno civil como el de Arturo Illia sino a una
dictadura que tenía detrás el poder militar y económico. El repliegue y la
conciliación se impusieron nuevamente. Pero en el seno del movimiento
obrero se generó una vigorosa reacción contra las conducciones oficiales,
tildadas de “burócratas”. A los trabajadores portuarios de Buenos Aires, se
sumaron los azucareros de Tucumán y otras provincias del Noroeste.
Por esos días, las conversaciones y encuentros personales con los
periodistas que cubrían asuntos gremiales y con analistas políticos eran
parte de la rutina del jefe metalúrgico.
Una calurosa mañana de fines de enero del 67, apoltronado en uno de los
sillones de terciopelo violeta de su pequeña oficina, en el primer piso de la
sede gremial de La Rioja 1945, habló durante una hora con uno de ellos,
Rodolfo Pandolfi, sobre las relaciones entre los sindicatos y el poder.
Después hizo una proposición: “El tema es peliagudo, deme un par de días
para ordenar las ideas porque no quiero dar respuestas apresuradas.
Preparo un escrito, usted lo lee y después lo conversamos”. Dos días más
tarde, ya no estaba en Buenos Aires; había partido en una gira por el
interior, pero había dejado nueve carillas mecanografiadas listas para enviar
al redactor de Confirmado. Allí exponía meditadas definiciones políticas,
seguramente consultadas con sus allegados, en las que plasmaba su visión
de la realidad41.
Básicamente, el objetivo para Vandor era subrayar la participación
sindical en el poder político: “No podemos reducirnos a mantener
relaciones más o menos cordiales con el gobierno; debemos ser parte de él,
institucionalizarnos. Eso no quiere decir que nos anquilosemos: la
participación permanente de los trabajadores en la dinámica de la
comunidad lo impedirá. No aceptamos el rol de grupo de presión; debemos
ser factor de poder porque tenemos derechos y condiciones para serlo.
Pero la institucionalización debe producirse dentro de un Estado que
impulse el verdadero desarrollo económico nacional”42.
Para el caudillo metalúrgico, la paz social exigía que los trabajadores
asumieran un rol protagónico en la esfera del poder: la experiencia política
argentina así lo demostraba. Respaldado por los 250 mil afiliados y los
millones de pesos de aportes que acreditaba su organización, Vandor
agregaba: “Tenemos plena conciencia del poder de hecho que manejan los
sindicatos. Desde la huelga hasta la toma de fábricas se dieron pruebas
suficientes no sólo de fuerza sino también de responsabilidad”.
También había en sus definiciones una velada amenaza: “En la Argentina
política sólo va a pesar quien tenga poder real; la era de la ficción y de los
intermediarios tiene que terminar. El sindicalismo siempre ha jugado claro,
con las cartas sobre la mesa. Soy fervoroso partidario del sostenimiento de
un programa del movimiento obrero. Pero ese programa no equivale a un
planteo clasista y sectario, sino a una planificación amolia (sic), que deja
márgenes a quienes deban ejecutarla”.
En las opiniones que allí vertía, las obras sociales sindicales aparecían
como herramientas que venían a suplir el rol del Estado e independientes
del gobierno: “En cada etapa en que el Estado, destinatario natural del
poder político, ha renunciado a solucionar los problemas de la comunidad,
los sindicatos han dado la gran lección nacional: una demostración de
poder que no nace de la violencia ni de manifestaciones retóricas
incumplidas”.
Las mejoras salariales obtenidas por los sindicatos en los convenios de
trabajo son, para él, una doble forma del ejercicio del poder: “No sólo se
defiende la familia del trabajador sino el costo de la vida para la
comunidad. A mayor consumo de la clase trabajadora, mayores inversiones
de capital se producen en la sociedad y es mayor, entonces, el desarrollo
industrial. Así, la relación directa entre la fuerza del sindicato en su lucha
por un mejor convenio se convierte en decidida participación en la
economía nacional”.
Vandor soslaya pronunciarse sobre formas concretas de integrarse a la
estructura de poder, pero apunta una consigna: ni adscripción a un régimen
ni convertirse en instrumento del sistema. Ante la mención de un posible
Consejo Económico Social, expresa su reticencia: “En Francia funciona,
pero no es un organismo de poder; sólo sirve para asesorar al Estado”.
Vincula, asimismo, en forma casi directa el poder económico sindical con
sus posibilidades de integrar el poder político: “Su composición cualitativa
y cuantitativa convierte a los sindicatos en la estructura más importante del
país. Esa masa social le otorga al sindicalismo un poder económico de
enorme magnitud que le permite soportar cualquier emergencia. Como
consecuencia, el poderío político sindical le permite encaminarse hacia su
institucionalización como factor de poder”.
Al final de ese documento preparado para la nota periodística, se
entusiasma con imágenes altisonantes: “Si los tiempos de la Revolución son
largos y se cuentan en años, las necesidades del pueblo son imperiosas y se
cuentan por minutos. Por eso, el sindicalismo argentino no se envanece con
exigencias altaneras, propias de los que nada representan: plantea, en la
hora actual, el reclamo viril y perentorio de los humildes. Y no olvida que
el principio de autoridad surge siempre por propia decisión de los
humildes”.
Las apelaciones a la paz social tenían distintos destinatarios. En el campo
sindical se estaba incubando una lucha ideológica de alta intensidad y
acciones violentas. Desde el campo gubernamental, la dictadura giraba
hacia una dura política de ajuste recesivo implementada por Krieger
Vasena, que apelaría al soporte represivo sobre los movimientos de protesta.
Se impuso el congelamiento salarial y se prohibieron las paritarias.
En marzo de 1967, con su conducción renovada tras la última
normalización de octubre del 66, la CGT realizó un paro general que fue
declarado ilegal. El gobierno intervino los sindicatos de azucareros,
portuarios, ferroviarios, canillitas y periodistas suspendiendo la personería
gremial de telefónicos y metalúrgicos. La reanimación del plan de lucha
fracasó por el enfrentamiento interno entre “participacionistas” y “no
participacionistas”, más cercanos o más distantes al régimen militar.
Sin el mismo poder de negociación de tiempo atrás, la unidad monolítica
de la UOM comenzó a mostrar fisuras. Su conducción ya no pudo ofrecer
buenos salarios y mejores condiciones de trabajo. Diez años después de su
irrupción, el vandorismo exhibía signos de erosión. El lenguaje se
endureció y Vandor intentó abrirse espacio entre la llamada “Nueva
Corriente de Opinión”, donde estaban los participacionistas de Juan José
Taccone y Rogelio Coria, y la creciente agitación de los sindicatos y
corrientes gremiales más combativos: “Onganía cree que los obreros
necesitan tutores y que él es su tutor, y por eso se equivoca”, desafía.
El gremio se ha convertido en aparato, denuncian los sectores
contestatarios. La radiografía crítica del vandorismo es descarnada y, a la
vez, un poderoso factor aglutinador para sectores juveniles dentro y fuera
de las fábricas: “Todos sus recursos económicos y políticos, creados para
enfrentar a la patronal, se vuelven contra los trabajadores. La violencia que
se ejercía hacia fuera, ahora se ejerce hacia adentro. Al principio el aparato
es la simple patota formada en parte por elementos desclasados de la
Resistencia, en parte por delincuentes. A medida que las alianzas se
perfeccionan, a medida que el vandorismo se expande a todo el campo
gremial y disputa la hegemonía política, el aparato es todo: se confunde con
el régimen, es la CGT y la federación patronal, los jefes de policía y el
secretario de Trabajo, los jueces cómplices y el periodismo elogioso”,
escribe Rodolfo Walsh43.
Los dardos apuntan directamente al vértice del aparato: “Diez años de
paciencia, de tejer y destejer alianzas, de empollar en el campo adversario,
de convertir derrotas de los suyos en victorias para sí. ‘El más hábil
negociador sindical’; ‘el cerebro político de las 62’; ‘un sindicalista de
ideas populares que sabe trabajar con la derecha y frecuentar la Embajada
de los Estados Unidos’: son algunas entre las centenares de frases
acuñadas por un periodista que lo convierte en vedette, en mito. Es cierto
que a veces se preguntan si ha llegado ‘el ocaso’, el ‘último aullido del
Lobo’, pero es para remontarlo más alto: ‘Todo confluye en Vandor’. El
sistema lo ha aceptado plenamente, se divierte con su astucia, es él quien
‘maneja los piolines’, quien suma o resta las 62 a las 19, a los 32, opone o
amiga comunistas e independientes, enfrenta alineados y no alineados, y
cuando terminan los insultos se sienta a un costado y murmura ‘uno’ para
que hable Vicente o Francisco. Eso es prestigio”44.
Buscando rearmar sus huestes, Vandor logra de todos modos reunificar a
las 62 Organizaciones, negocia con los “independientes” y propone, en
mayo del 67, como lo había hecho en otras oportunidades, delegar la
conducción de la CGT en una comisión de veinte miembros con la misión
de administrar y dirigir la central obrera hasta su normalización. Hacia
finales de 1967, el movimiento obrero organizado estaba seriamente
golpeado; su dirección carecía de estrategia unificada. Algunos de sus
máximos dirigentes quedaron en el camino. A la muerte de Rosendo García
y Riego Ribas, dirigente gráfico y socialista que venía de integrar la mesa
de conducción de la CGT, se sumaba la de otro dirigente sindical de primera
línea, Amado Olmos, en el verano del 68, en un accidente automovilístico
en Córdoba.

Las dos CGT

Precisamente bajo la advocación de Olmos se realiza el Congreso


Normalizador de la CGT, en marzo de 1968, en la sede de la Unión
Tranviarios Automotor. Es allí donde Vandor pierde por primera vez el
control político de las deliberaciones. El gráfico Raimundo Ongaro es
elegido secretario general y expresa de inmediato: “Al gobierno le decimos
que el pueblo no lo quiere y que sus días están contados”. Vandor
desconoce el resultado y se atrinchera en la sede de Azopardo
reconciliándose con su principal adversario, José Alonso, y convoca a otro
Comité Central Confederal.
No lo sabía, pero sería ésa su última gran batalla por el control del
aparato sindical. Junto a él permanecen los grandes gremios industriales, en
un Consejo Directivo encabezado por el molinero Vicente Roqué. Fiel a su
estilo, Vandor figura en esa conducción como vocal. Es la CGT Azopardo.
Enfrentada a ella, la CGT de los Argentinos se asienta en el local del
gremio gráfico, Paseo Colón 738, y nuclea a ramas del peronismo
combativo y la izquierda sindical, sectores de trabajadores del interior del
país, ganando además simpatías en ámbitos universitarios e intelectuales. Se
destacan, junto a Raimundo Ongaro, el naval Ricardo De Luca, Alfredo
Ferraresi, de Farmacia, y Antonio Scipione, ferroviario, este último de
filiación radical45. Al margen de ambas centrales permanecen los gremios
“participacionistas”, denominados por los críticos también como
“colaboracionistas”, liderados por Juan José Taccone y Rogelio Coria.
Ese verano del 69, Vandor no tomó vacaciones. Tenía sus razones para
quedarse en Buenos Aires. La primera era de índole familiar: el 30 de
octubre acababa de nacer su segundo hijo, Roberto Augusto. La mayor,
Marcela Patricia, tenía apenas un año y medio. El segundo motivo, la
situación del gremio. Como líder de uno de los sindicatos industriales más
importantes del país, los dos años y medio de régimen militar no habían
pasado en vano para él. Hizo un rápido repaso: fue uno de los primeros
sindicalistas que entraron a la Casa Rosada para saludar a Onganía. El 2 de
setiembre de 1966 se había firmado en el despacho presidencial el convenio
colectivo de trabajo de la industria metalúrgica. Treinta meses después, en
cambio, no participó en la reunión de los gremialistas con el dictador
celebrada el 31 de enero, pues en ese momento acaudillaba el sector gremial
opositor al gobierno que aparentaba tener mayor gravitación. Preparaba un
paro de 24 horas para el 7 de marzo en once filiales del interior en protesta
por las quitas zonales, y otro, también de un día, de carácter nacional, para
el 21 de marzo en oposición a la política salarial oficial.
A pesar de esos cambios, Vandor parecía seguir siendo el mismo. Quizá
no tan cauto como en años atrás; pero –como antes– sus ojos cambiaban de
expresión según fuera la pregunta que le hicieran; se mantenía sereno si
encontraba las respuestas adecuadas, o buscaba tiempo si no la tenía o
deseaba eludirla. Como lo hacía habitualmente, llegaba entre las siete y las
ocho de la mañana a su cuartel general de la UOM y se iba cerca de
medianoche. Era un mandamás que no podía quedarse en su casa. “Hay que
estar todo el día en el gremio”, decía convencido.
Mensualmente, el doctor Manuel Uchitel se entrevistaba allí con Vandor
para que se le abonaran los honorarios de los médicos que trabajaban en el
policlínico del gremio. Tenía un trato correcto y respetuoso –le llamaba la
atención al médico la formalidad del personaje– y nunca hablaban de
política. Recuerda que solía prender un cigarrillo cuando iniciaba la charla,
siempre en su austera oficina del primer piso. Y allí también se daba tiempo
para recibir cada tanto a algún periodista de medios gráficos, intercambiar
figuritas, cambiar impresiones y fijar posiciones. Como las que se
reproducen aquí, publicadas en el semanario Análisis 46.

¿Qué les pareció el sermón de Onganía a sus compañeros


colaboracionistas?
El presidente ha fijado una posición de acuerdo con su conformación
mental. A mi entender está alejado de la realidad; sobre todo porque no
advierte que el movimiento obrero está preparado para entrar de lleno en la
política nacional. Onganía cree que los obreros necesitan tutores, y que él es
tutor, y por eso se equivoca. Ningún dirigente serio puede coincidir con
Onganía.

¿Y si hay coincidencias?
Los que coincidan con Onganía negarán al movimiento sindical y se
transformarán en funcionarios del régimen.

¿Quiénes?
Quienes fueran; pocos, pero quienes fueran. No quiero dar nombres, pero
le aseguro que los oportunistas son pocos.

¿Perón sale favorecido con las definiciones de Onganía?


Desde luego. Cada hecho de esta naturaleza consolida la fuerza de Perón,
dado que sus enemigos se definen por la reacción y él conserva sus cinco
sentidos. Perón sigue siendo el único líder capaz de motorizar un
movimiento de masas que sitúe a la Argentina en el sitial que le
corresponde en Latinoamérica.

¿Onganía no es el único enemigo que se cruzó en el camino de Perón en


los últimos quince años?
Onganía no es enemigo para Perón: Onganía es transitorio como
representante de las fuerzas armadas, Perón representa al pueblo.

¿Cree que Perón se definirá contra Onganía?


Creo que Perón está definido en su política. Y como él encarna lo
popular, de hecho tiene posición tomada contra Onganía.

¿Cuándo se definirá Perón de manera explícita contra el gobierno?


Perón maneja la táctica y fija la estrategia, y como jefe del movimiento
no dudo de que irá dando los pasos de acuerdo con la marcha de los
acontecimientos y con lo que las circunstancias aconsejen; los intereses de
Perón son claros; ya lo demostró durante su gobierno. De un país postrado,
con una clase trabajadora humillada, hizo un gran país y fue factor
determinante para la consolidación y dignificación de un poderoso
movimiento obrero de signo nacional que, sin ninguna duda, es modelo en
el mundo.

¿Las fuerzas armadas tolerarán la táctica y la estrategia de Perón?


Yo tengo fe en las instituciones, pero a veces los hombres desvirtúan el
destino de las fuerzas armadas. Sin embargo, creo que se trata de
oportunidades. Si el Ejército desea cumplir el papel que debe jugar en el
país, entiendo que tendrá que colocarse al lado del pueblo y defender las
banderas de justicia social, soberanía política e independencia económica.

¿Cómo valora la acción que desarrolla Raimundo Ongaro?


No creo que los dirigentes sindicales deban criticarse entre ellos. Soy
respetuoso de las posiciones que adoptan mis compañeros, aunque a veces
no comparto la oportunidad, como en el caso de Ongaro. Estimo que el
camino que tomó Ongaro no es aconsejable para los obreros. Por ahora.

¿Es posible conseguir la unidad gremial? ¿Lo logrará Perón o el


gobierno?
Es ridículo pensar que el gobierno pueda lograr la unidad del
movimiento. Nosotros poseemos una estructura sólida y creo que a muy
corto plazo tendremos una fuerte central obrera a la que se sumarán la
mayoría de los dirigentes sindicales argentinos. Por supuesto, quedarán
marginados todos aquellos que piensan que la unidad debe lograrse
mediante premisas o sugerencias gubernamentales.

¿Y si el gobierno decreta a los gremios en estado de asamblea?


Cuando los gobiernos no son populares pueden cometer cualquier
atropello para intentar neutralizar al movimiento sindical. Por ese motivo no
descarto la maniobra, que puede estar en la cabeza de algún funcionario.
Particularmente no temo a los estados de asamblea si se decretan para
permitir la expresión soberana y democrática de los afiliados. Tengo la
certeza de que las direcciones de los gremios seguirán en manos de los
representantes auténticos de los trabajadores. Las bases mandarán. Claro
está que pueden recurrir al fraude, pero así serán las consecuencias.

Se dice que Onganía no lo quiere. ¿Le preocupa?


La verdad es que si algo no me quita el sueño es que Onganía no me
quiera. Lo único que me preocupa es seguir siendo Vandor, auténtico, con
mis cosas, pero dirigente sindical. Me preocupa lo que piensan de mí los
compañeros sobre mi conducta como dirigente, sobre la perspectiva política
que ofrezco. No; Onganía no me interesa.

¿Qué piensa de Onganía? ¿Es populista, corporativista o aristócrata?


Por informaciones muy corrientes creo que es un buen militar; lo que no
puedo juzgar debidamente porque yo no pertenezco al Ejército. De lo que
estoy seguro es de que Onganía erró el camino como gobernante; un
camino que lo inhibe para demostrar que vale.

¿Volverán a reunirse las comisiones paritarias?


Soy un convencido, y los hechos me dan la razón. El gobierno mantendrá
su coherencia en toda su política; por lo tanto, dado que esa política
pertenece a los enemigos de los trabajadores, entiendo que no habrá
convenciones ni tratos protocolares para arreglo de los salarios. Pensar lo
contrario sería ilógico.

Pero hay quienes creen en las paritarias.


Son ilusos.

¿Cree en la renovación sindical?


Desde luego.

¿Qué les aconsejaría a los nuevos líderes sindicales?


Que aprendan de los metalúrgicos. En el gremio la gimnasia comienza en
las fábricas. Allí los delegados son dinámicos, disciplinados, compañeros
hasta en las cuestiones personales. Por suerte la UOM es un gremio de
gente dura, disciplinada y con la cabeza fría.

¿Habrá salida política o continuarán los militares?


Estoy seguro de que la soberanía popular se tendrá que expresar como
única garantía de
auténtica democracia. De lo contrario deberemos calificar al proceso de
dictadura.
“A Ginebra me voy…”

En los primeros días de abril del 69, los dirigentes de más de cien
organizaciones sindicales recibieron sorprendidos una nota de la Secretaría
de Trabajo. Decía: “Con motivo de realizarse en la ciudad de Ginebra,
Suiza, a partir del 4 de junio próximo la 53ª reunión de la Conferencia
Internacional de Trabajo, y a efectos de posibilitar la designación de la
representación de trabajadores argentinos que asistirá a la misma, invito a
usted a que proponga un candidato en nombre de esa organización”; y
agregaba: “La propuesta deberá obrar en esta secretaría con antelación al
18 de abril”.
El año anterior, cuando el secretario de Trabajo Rubens San Sebastián
había sido nombrado presidente de la 52ª Conferencia, sólo habían sido
consultados cuarenta y nueve gremios. El nombramiento de los dirigentes
Rafael Isaac Negrete (Cueros), Alfredo Omar Maldonado (Pasteleros) y
Néstor Maza (Municipales de Capital) había sido repudiado por las dos
centrales obreras; estas organizaciones, sin el aval oficial, enviaron a
Ginebra a sus propios delegados: Vicente Roqué y Armando March, por la
CGT Azopardo, y Ricardo De Luca por la de Paseo Colón. En esta
oportunidad se invita a proponer candidatos a gremios de los más variados
matices; desde “participacionistas”, como el de la Construcción, a
opositores , como el de los Gráficos; de vandoristas, como la UOM, a
neutrales, como el de Bancarios.
La CGT Azopardo, prácticamente en receso desde fines del año anterior,
dijo que estudiaría la invitación oficial a Ginebra. San Sebastián había
tomado la iniciativa y Vandor, acostumbrado a ese juego, preparó la
respuesta. Hasta pocos días antes sostenía que las 62 debían actuar como
grupo ideológico dentro de la CGT, a fin de impulsar las tácticas que
convinieran en cada circunstancia; ahora debería procurar la alianza con
otros dirigentes que no integraran su grupo: Armando March (Comercio) y
Ramón Baldassini (Correos-FOECYT), ambos con afiliación a
secretariados internacionales y a la CIOSL. La jugada maestra de Vandor
tenía un plazo breve: apenas diez días. Para designar otra representación,
debía citar a un Comité Central Confederal, aun a riesgo de ahondar la
escisión si no concurrían los participacionistas; o, caso contrario, aceptar el
hecho consumado, lo que se conjeturaba improbable.
Este año 69, la Conferencia de la OIT tenía una importancia especial para
el gobierno argentino. San Sebastián dejaría la presidencia del cuerpo en
momentos en que el organismo tripartito internacional cumplía medio siglo
de existencia. Pero, quizá más trascendente aún era que en esta Conferencia
se renovaba el Consejo de Administración de la OIT; el sindicalismo
argentino podía estar en condiciones de ocupar uno de los cargos titular,
adjunto o suplente 47.
Es el momento para Vandor de viajar a España y reconciliarse con Perón.
Al menos, un gesto del General era necesario en un panorama que se salía
de cauce y se recalentaba con el crecimiento del sindicalismo clasista en las
principales filiales del interior. En marzo de 1969, viaja a Irún, en el País
Vasco, a una reunión que debía ser secreta48. El líder de la UOM estaba
golpeado por la ofensiva del gobierno de Onganía contra el movimiento
obrero, que estrechaba al máximo los márgenes para negociar. En su
horizonte, Vandor avistaba peligros porque la primavera de su relación con
Onganía había terminado: el régimen militar se deterioraba y había
reclamos gremiales y sociales en todo el país. Además, sabía que algunos
personeros del entorno del ministro del Interior, general Francisco Imaz,
seguían con recelo sus movimientos. En los despachos oficiales se prefería
al Vandor que continuara sosteniendo el proyecto del peronismo sin Perón
que éste había representado en el gremialismo años antes.
En el encuentro de Irún, donde Perón lo citó para evitar la presencia de
López Rega, hablaron solos, sin interferencias. Los pocos relatos de ese
encuentro indican que Vandor fue a verlo con signos de arrepentimiento por
sus posiciones de confrontación de los últimos años: quería rectificar el
rumbo porque asumía que estaba debilitado y su proyecto hacía agua.
Vandor llegó a la cita programada en Irún cuatro horas antes que Perón. Se
alojaron en la misma casa pero en pisos distintos. Después estuvieron en el
comedor y caminaron por el jardín. “¿Cómo le explico esto al Viejo?”, se
decía mentalmente Vandor. Tenía que aclarar lo de Mendoza, cuando se
atrevió a presentar listas electorales propias, el punto más alto de aquel
desafío al verticalismo, y lo de aquel Congreso del 22 de octubre de 1965,
en Avellaneda, cuando Perón había enviado como delegada personal a su
esposa Isabelita para disciplinar a las huestes. Perón le hablaba de la
estratósfera, de la filosofía, hasta que de pronto, como quien no quiera la
cosa, le habría dicho: “A propósito, Augusto. Usted sabe lo bien que le hizo
al movimiento ese Congreso. Los movimientos que no tienen corrientes
internas no sobreviven”. Vandor sintió que lo acababan de perdonar49.
Otras versiones de aquel encuentro a solas pintan un cuadro diferente. Un
Vandor que fue a pedir disculpas y a someterse a la conducción casi al
borde del llanto. Y un Perón que lo miró sorprendido y sólo atinó a
palmearlo y le dijo: ‘Vandor, ahora que saben que vino a verme, usted se
tiene que cuidar mucho porque van a querer matarlo, la CIA va a querer
matarlo. Se tiene que cuidar’”.
Aeropuerto de Ezeiza. Regreso de Madrid. como referente principal de la fallida
Operación Retorno. 24 de agosto 1964 (Archivo Clarín)

Miguel Gazzera, asesor y amigo de siempre, cuenta que a Perón le duró


mucho tiempo el enojo con el Lobo a raíz del fracaso del Operativo Retorno
de diciembre del 64: “La comisión para el retorno hizo cualquier cosa; el
propio Vandor, en Madrid, ridiculizó a Perón al pedirle que se metiera en
un baúl para ver si era posible pasarlo por la frontera. Preparaban un
operativo secreto que sabía todo el mundo. Le decían al General que iban a
contratar una avioneta de un comerciante de Canarias para sacarlo
clandestinamente. Cuando fracasó el operativo en Brasil, en una
grabación, Perón advirtió: ‘Hay que cortarle la cabeza a la víbora’.
Domingo Blajakis me la hizo escuchar en el gremio y me anunció: ‘Vamos
a cumplir la orden de Perón y espero que no estés al lado del Lobo cuando
pase esto’”. Gazzera siempre tuvo dudas de esas bravuconadas, propias del
ambiente sindical; dudaba de que el gesto fuera el anuncio de un crimen.
Sin embargo, no desconocía el riesgo que corría el líder metalúrgico.
En esos días, la expectativa se dirigía al Congreso Nacional de Delegados
de la UOM que se realizaba en Mar del Plata. Gran cantidad de periodistas
se concentraron en el ex Hotel Royal para seguir de cerca las alternativas de
la asamblea. Gente de radio, televisión, diarios y agencias periodísticas
trabajaron para seguir de cerca y transmitir lo que allí aconteciera. El
secretario general fue virtualmente asediado por los hombres de prensa para
obtener declaraciones acerca de la situación del gremio y de la situación
nacional.
Vandor casi no salió del hotel en las veinticuatro horas de descanso que
se tomó finalizado el Congreso, decantando las emociones vividas cuando
los representantes de todo el país lo aclamaron, de pie, durante diez minutos
ininterrumpidamente. Quebrando un prolongado silencio, y mientras
esperaba una comunicación telefónica con Rosario para informarse de los
últimos acontecimientos en el país, recibió al cronista del diario
marplatense La Capital y endureció su posición frente a la dictadura.
—¿Cuál es su opinión respecto del desarrollo y trabajo del Congreso?
—Estoy muy conforme con la madurez –no podía ser de otra forma–
de los compañeros que en representación de sus respectivas
seccionales deliberaron teniendo como mira los grandes destinos del
país. La unidad y la disciplina fueron las notas sobresalientes durante
las deliberaciones y las resoluciones fueron tomadas con el sentido de
buscar la superación de los problemas por los que venía atravesando la
UOM. En su declaración final se ha reflejado la decisión de la
organización –que tiene un auténtico sentido nacional–, que no está
dispuesta a dejarse doblegar y en cambio sí está dispuesta a luchar en
el camino a que las circunstancias la lleven para dar término a la
ficción de democracia y libertad que reina actualmente. Debe ser la
soberanía del pueblo la que determine el destino del país.

—¿Qué piensa del momento por el que atraviesa el país?


—Lo estimo muy difícil y grave. Personalmente no me sorprende que
se haya llegado a la situación actual, donde todo demuestra que la
represión y el acallar la voz de los argentinos a través de la bala es la
única ley que rige. Y digo que no me sorprende porque por el análisis
que efectuamos desde hace un tiempo, muy fácilmente llegamos a la
conclusión de que ésta sería la resultante de un gobierno inoperante, de
la falta de claridad en sus planteos atento a que no había definiciones
en lo social y en lo político, y en cambio sí una mano dura en lo
económico. Todo a través de un plan que no tiene ninguna vigencia, ya
que esa teoría liberal ha trabajado siempre para las minorías y nunca
para el pueblo. Todo esto nos hacía presumir el momento actual y no
precisábamos la bola de cristal para acertar, porque todo gobierno de
fuerza que carezca de representatividad y apoyo del pueblo –la historia
lo dice– termina por hacer uso de las armas, y desgraciadamente
siempre dirigiéndolas contra el pueblo.

—¿Y qué salida ve para todo esto?


—Es muy difícil acertar. Soy muy pesimista; creo que hemos de
transitar por momentos arduos y de dolor. Los problemas han de
determinar lucha y enfrentamiento; no hay nada que indique que el
proceso no se dará así. Porque no se ve –por lo menos hasta el
momento– que se tomen medidas o que se vislumbren algunas que
modifiquen el panorama actual. Por el contrario, todo hace suponer un
endurecimiento que agravará la situación del país. Teniendo fe en las
instituciones –en este caso el Ejército Argentino–, creo que, si hace
honor a tradiciones del pasado, deberá modificar actitudes que se
tomen en su nombre y hacer lo posible e imposible para que no se
derrame más sangre de hermanos y el país pueda volver a la
tranquilidad, que se logrará por el único camino idóneo: posibilitar que
el pueblo ejerza sin limitaciones ni proscripciones su soberanía. En una
palabra, que se deje al pueblo que resuelva sus propios destinos.

—¿Cree usted en la posible vigencia de dos grandes movimientos?


—Bueno… creo, sí, que el país agrupará en un 90 por ciento a las
fuerzas populares y progresistas, con una gran columna vertebral que
será el movimiento peronista. Del otro lado quedará esa minoría
reaccionaria que siempre estuvo en contra del país y que,
desgraciadamente, con la excepción del decenio 45-55 ha gobernado
siempre al país. No creo, pues, en dos grandes movimientos; lo que sí
creo es en uno enormemente mayoritario y en el otro donde se
agruparán la oligarquía y las señoras gordas que siempre procuran
tener vigencia usando y agraviando la palabra “democracia”.

—¿Cuál será la actitud de Perón en una circunstancia como ésta?


—La actitud del general Perón no ha de tener modificación. Será la de
siempre; estará al lado del pueblo y a la vez –cada día– el pueblo se
sentirá más ligado con él. Porque Perón siempre lo interpretó y cierto
es que cada día que pasa su figura se agiganta; sus razones y las
posiciones claras que siempre ha mantenido obligan incluso a los
adversarios circunstanciales a reconocer en él a la gran figura. Y que
es imprescindible su apoyo para que en nuestra Argentina tan castigada
vuelva a salir el sol y pueda la patria reiniciar su etapa feliz a través de
las grandes realizaciones50.

Ya se había concretado la llamada telefónica a Rosario, llegaban dirigentes


de diversas organizaciones, se hablaba de la huelga general. Vandor se
dejaba llevar por el trabajo y la entrevista finalizó. El Congreso de la UOM,
en Mar Del Plata, emitía luego una declaración: “Los trabajadores
metalúrgicos reafirmamos nuestra irrevocable posición de no asociarnos
jamás a un sistema de gobierno como el que actualmente impera”. El Lobo
comprendía que la situación se le escapaba de las manos.

Las estimaciones de la CIA y el Cordobazo

La inquietud por el curso de los acontecimientos en la Argentina merece un


informe especial de la inteligencia estadounidense con base en Buenos
Aires, en el que se incluyen varias apreciaciones sobre el movimiento
sindical y la conducta de sus dirigentes. Vandor es allí también un factor
clave. El documento de la Agencia Central de Inteligencia titulado “Los
primeros tres años de la ‘Revolución Argentina’” está fechado el 16 de
mayo de 1969 y contiene fotos de Onganía, Krieger Vasena, Vandor,
Lanusse y el obispo de Rosario, Guillermo Bolatti. Estaban allí retratados
los íconos del régimen imperante: el poder político, el poder económico, el
poder sindical, el poder militar y el poder eclesiástico.
Los analistas de la CIA califican a la dictadura de Onganía como “el
experimento actual más exitoso en Latinoamérica de un gobierno
autoritario y modernizador”. Señalan que “la administración de Onganía,
aunque probablemente no ´popular´, mantiene la aceptación pública y el
respeto. Detuvo el caos político que se había convertido en regla en
Argentina durante la década, luego de la caída de Juan Perón”.
El documento realiza un exhaustivo análisis de lo que no duda en definir
como un modelo que es observado con atención en otras latitudes: “Ahora
el gobierno se moviliza para enfrentar algunos de los problemas sociales
difíciles del país. Su éxito o su fracaso tendrá un impacto amplio mucho
más allá de los límites de Argentina. Ya, el ‘ejemplo argentino’ se cita en
todas partes de Latinoamérica como un modelo idealizado de lo que se
puede lograr cuando efectivos militares unidos se hacen cargo del
liderazgo nacional, se elevan sobre los intereses partidistas y de grupos
conflictivos del pasado, y lanzan una ´revolución nacional´”.
Su lectura ayuda a entender el modo en que se evaluaba desde
Washington a la dictadura de Onganía y sus relaciones con otros factores de
poder, entre ellos el sindical en un lugar muy destacado. Una de las cosas
que llama la atención en este documento de la inteligencia norteamericana
es que Vandor aparece como uno de los principales enemigos de Onganía
(VER ANEXO) .
En algunos aspectos, como el de las internas militar y sindical, o la
descripción de las líneas y actores principales, el documento de la CIA es
detallado y describe con bastante acierto el cuadro de situación de la época.
Pero claramente falla en sus estimaciones y perspectivas de corto plazo. El
panorama de los conflictos sociales era más serio de lo que los analistas
creían, quería creer o querían hacer creer. Sobrestimaban la capacidad de
aquella dictadura militar y subestimaban sus debilidades y resistencias. Y
los acontecimientos se precipitaban. Los siguientes informes transmitidos
desde la Embajada en Buenos Aires así lo reflejarían.

El 23 de mayo de 1969, cuando la ola de violencia represiva contra


trabajadores y estudiantes se extendía en Rosario, Tucumán, Salta,
Resistencia, Corrientes y Córdoba, Vandor endurece su discurso, se
pronuncia en contra del “participacionismo” y señala que el país atraviesa
una de las etapas más críticas de su historia. En Córdoba, liderados por
Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, y Elpidio Torres, de Mecánicos, los
obreros salen a la calle y ganan el apoyo de estudiantes provocando una
pueblada que logra una adhesión general frente a la represión del gobierno.
La situación política de la provincia era explosiva. El interventor Carlos
Caballero, vinculado a sectores clericales y con un pasado de abiertas
simpatías fascistas, intentaba imponer en la provincia mediterránea un
proyecto de corporativismo vecinalista, auspiciado como régimen
alternativo al de la democracia de partidos. La población estudiantil se
encontraba movilizada desde semanas atrás por los hechos que se
desarrollaban en otras provincias y encontraban eco en una ciudad con una
numerosa población universitaria.
El 29 de mayo se habían registrado los más graves disturbios callejeros
de que se tuviera memoria en una ciudad del interior. Los dirigentes
sindicales que organizaron el paro del día 29, cuando en Buenos Aires se
festejaba el Día del Ejército, entre otros Elpidio Torres, de SMATA, y
Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, serán luego juzgados y condenados por
consejos de guerra. A las tres de la tarde, zonas enteras de la ciudad de
Córdoba eran una hoguera: filiales de compañías multinacionales,
sucursales de comercios de la capital, automóviles, maderas, tablones, todo
era bueno para ser destruido por el fuego. A esa hora el Tercer Cuerpo del
Ejército establece la competencia de los consejos de guerra. Cuarenta y
cinco minutos más tarde se anuncia la intervención del Ejército, que da
poco más de una hora para que los manifestantes se replieguen. No sólo las
fuerzas del Ejército, también los efectivos de la Aeronáutica reciben el
alerta para intervenir en la represión.
Al terminar el día, una estadística provisional arroja una cifra de cuatro
muertos, más de cien heridos de relativa gravedad y cerca de trescientos
detenidos. Córdoba está bajo el toque de queda. Al día siguiente, las dos
CGT, la de Azopardo, orientada por Vandor, y la de Paseo Colón, liderada
por Ongaro, coinciden en un paro general que tiene un alto acatamiento.
Los puntos de reivindicación que se buscaban a través del movimiento de
fuerza eran: defensa del sábado inglés; contra la represión; defensa del
régimen previsional; solución al alza del costo de vida; discusión de los
convenios de trabajo.
Es el 30 de mayo y el país se paraliza totalmente. Sólo los
“participacionistas”, más proclives a conversar con el gobierno, quedan al
margen de la acción; pero son superados por las bases, que se pliegan a la
huelga. En Córdoba sigue la resistencia a la fuerza armada, aunque ya en
forma más atenuada y declinante. Los dirigentes gremiales negocian
entonces con el interventor interino, el general Jorge Raúl Carcagno,
comandante de la VI Brigada Aerotransportada.
Onganía había sufrido un revés del cual ya no podría recuperarse. El
gabinete renuncia en pleno. Krieger Vasena es reemplazado por un joven
economista formado en el extranjero que ocupaba un ministerio en la
provincia de Buenos Aires: José María Dagnino Pastore. Se anuncia la
convocatoria de comisiones paritarias para el mes de septiembre y el joven
pero ya veterano funcionario de Trabajo que sigue ocupando esa Secretaría
de Estado, Rubens San Sebastián, prepara un calendario para normalizar
electoralmente a los gremios intervenidos.
A partir del éxito masivo de la huelga del 30 de mayo y de la
movilización que continuó en varias provincias, se reanudaron las gestiones
de unidad entre las dos CGT. La Mesa Coordinadora de las 62
Organizaciones tomó a su cargo las gestiones. La situación se ponía más
que difícil para el maestro de la presión y la negociación. Pero no dejará de
operar con sus interlocutores –gente de confianza y contactos en las fuerzas
armadas–, justamente en momentos en los que se definía el futuro del
régimen militar.

Se mueven las piezas del tablero

En los actos por el Día de la Bandera, el 20 de junio del 69, se habló de


temas que excedían el rígido protocolo castrense. El jefe del Ejército, el
general Lanusse, le sugirió a Onganía que en el marco de los cambios
introducidos en el gabinete, nombrase al coronel Luis Prémoli como
secretario de Difusión y Turismo. Onganía no se opuso; por el contrario,
como apreciaba a Prémoli, incluso consintió que continuara en actividad.
Sobre el destino político de Prémoli y, especialmente, sobre su futura
gestión, se formulan diversas conjeturas. Ya cuando se había desempeñado
tiempo antes como secretario de Prensa del gobierno y como director de
Coordinación y Enlace de la Casa Militar, se decía que tenía cierto carisma
político; hubo hasta incluso quienes llegaron a compararlo con Perón. Ante
esta visibilidad, Onganía ordenó que su amigo retornase al cuartel y lo
destinó al Regimiento 2 de Caballería Blindada, en Olavarría. Era difícil
que Prémoli intentara remedar a Perón, sobre todo si se recuerda que el ex
presidente había ordenado su baja por participar en la conjura de Benjamín
Menéndez contra él, en 1951. Ahora, como flamante secretario de Difusión
y Turismo procuraría mejorar la empañada imagen de su antecesor, el
empresario Federico Frischknecht, y dejar en suspenso las cesantías
dispuestas entre el personal de los dos grupos de radioemisoras estatales.
Se aduce que Prémoli se desempeñará como secretario de Trabajo
paralelo, sin comprometer a Lanusse y a San Sebastián; más que eso: quizá
personalmente, o a través del ex dirigente de la Unión Obrera Molinera
Salvador Zucotti, al parecer su hombre de confianza, Prémoli podría
negociar entre bambalinas con el sector que inspira Vandor, a quien
reconoce como auténtico líder del movimiento sindical. Al juramento de
Prémoli asistieron notorios vandoristas; entre ellos, el dirigente ferroviario
de La Fraternidad César Melgarejo. Puede, también, que Prémoli reciba
instrucciones directas del Presidente para dialogar con los gremialistas.
Como indicio que ratifica la gestión encubierta de Prémoli, coronel al
que se llama en los mentideros “el general de la UOM”, los voceros de
Vandor reconocen que se abría una nueva instancia conciliatoria entre la
CGT de Azopardo, el gobierno y el Ejército. Manifiestan que no hay
seguridades de que esa instancia prospere, pero arguyen que, mientras no se
demuestre lo contrario, el diálogo puede resultar beneficioso: el Ejército
busca con ansiedad una salida a la crisis, desea la fractura del frente obrero-
estudiantil, y por ello autoriza las gestiones del general Carcagno con los
gremialistas cordobeses. Para los líderes azopardistas, el diálogo iniciado
por el interventor militar de Córdoba supone el reconocimiento del
peronismo como fuerza política. En vista de ello, Perón habría ordenado
una nueva tregua o pacto con el gobierno, lo que suponía el desplazamiento
de Raimundo Ongaro de la primera línea y un renovado protagonismo de
Vandor.
Las bases para afianzar esta estrategia acuerdista se reflejan en una carta
del 18 de junio pero son, sin embargo, inestables: revisión de la ley “de
sábado inglés”, una amplia amnistía para los gremialistas detenidos y la
liberación inmediata de Elpidio Torres, del SMATA cordobés, que había
sido trasladado a la cárcel militar de Magdalena y a quien se le prometió
liberarlo “el año que viene, si sus amigos se portan bien”. En su carta
pacificadora, Perón avala la actitud del vandorismo y fustiga a los
participacionistas y a Ongaro: a aquéllos por consentir sin apelaciones al
gobierno; al líder de Paseo Colón por su confrontación abierta con el
mismo. El lema del ex presidente parece adoptar la estrategia del líder
metalúrgico: pegar y negociar.
Constreñido por las declaraciones explosivas de sus adeptos, la
efervescencia estudiantil y la tregua concertada entre Perón, Vandor y
Onganía, el líder de la CGT de los Argentinos Raimundo Ongaro juega una
de sus cartas más difíciles con la huelga prevista para el martes 1º de julio.
Para algunos era como un salto al vacío, pero Jorge Di Pasquale, dirigente
de Farmacia, explico la actitud: “Sólo con la lucha es posible lograr la
unidad de la clase trabajadora”.
Ongaro, que había resurgido tras las huelgas de Ensenada y Fabril, se
vuelca nuevamente a la acción sobre la base de algunas esperanzas; entre
ellas, que las regionales del interior cumplieran con el paro del martes 1º.
Tucumán lo decretó al igual que Córdoba; Rosario y Santa Fe pueden
desconocerlo, en tanto en el Gran Buenos Aires sólo se adhirieron las
regionales de San Martín y de Avellaneda-Lanús. A todo esto, Vandor
evalúa las posibilidades de éxito del nuevo paro, sus ventajas y desventajas,
mientras negocia con el gobierno. El martes 24, cerca del mediodía, el
secretario general de la CGT de Azopardo visita al secretario de Trabajo
San Sebastián. El motivo de la visita: recriminarle el desconocimiento de
esa central obrera y su política gremial divisionista al promover un
organismo paralelo con los gremios participacionistas. Los dirigentes iban
también con la promesa de que la central de Azopardo no iría a la huelga 51.

Momentos de pausa y reflexión en medio del vendaval

Un día de la segunda quincena de junio de 1969, cuando en las primeras


horas de la noche el periodista Nelson Domínguez llega a la sala de
periodistas del Ministerio de Trabajo, el primer colega con quien se
encuentra le dice: “Te perdiste la noticia. ¿Sabés a quien recibió el
ministro? A Augusto Vandor”. En verdad era una noticia. Hacía más de dos
años que el diálogo entre el gobierno y Vandor estaba interrumpido.
Domínguez tomó el teléfono y en el acto concertaron una entrevista para el
día siguiente a las 8 de la mañana en el despacho de la UOM. Él también
hacía muchos meses que no conversaba con Vandor.
Encontró a un Vandor reflexivo y con un dejo de nostalgia: “¿No se
acuerda? Al principio yo era el niño mimado del Gobierno”, le dijo, a poco
de iniciada la charla. Según le contó, la negociación colectiva en la
comisión paritaria se encontraba empantanada y sólo una fuerte presión del
ministro de Economía, Jorge Salimei, en nombre del Presidente, posibilitó
el acuerdo: “Salimei nos pidió que fijáramos los tres requerimientos
mínimos del gremio. Le respondimos: aumento salarial, aporte para obra
social y eliminación de las quitas zonales. Después habló con la
representación patronal, en nombre del Presidente. Conseguimos el
aumento salarial y, en vez de una contribución mensual para la obra social
del gremio, el aumento del primer mes”.
Vandor le asegura al periodista que la iniciativa del encuentro partió del
gobierno y que no hubo conversación previa. Y agrega que para mantener la
cohesión del frente interno algunos meses atrás se habían iniciado
movilizaciones parciales en el interior del país en demanda de la
eliminación de las quitas zonales, que esas acciones tuvieron una respuesta
muy positiva y que tal vez ello generara la inquietud del Ejército que, al
llegar al gobierno, derivó en la entrevista. La conversación con Domínguez
fue extensa. El periodista no podía ni remotamente imaginar lo que iba a
suceder días después de aquel encuentro52.
Tampoco podía imaginarlo el periodista de la revista Análisis, que lo
encontró bajando una escalera del edificio del Ministerio de Trabajo, en ese
entonces en Diagonal Sur al 600. Vandor se paró delante de él y mirándolo
fijo a los ojos, con esa peculiar forma que tenía de hacerlo, le dijo: “Zenón
(sic), ya no viene más por Rioja”.
La respuesta fue inmediata: “Hay muchas trabas para verlo, ya no es
como antes…53”

2 Testimonio de Paulino Niembro a Oscar Raúl Cardoso y Rodolfo Audi, en Sindicalismo. El


poder y la crisis, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.
3 La Razón, “Homenaje que traerá muchos comentarios”, 19 de marzo de 1966; Primera Plana,
“El Ejército junto a los gremialistas”, 22 de marzo de 1966.
4 La Razón, ibíd.
5 En aquel contexto político, la ausencia de los oficiales de la Marina y la Aeronáutica podía
atribuirse al poco entusiasmo que suscitaba en esas fuerzas el acercamiento al sindicalismo peronista.
El aviador naval Hermes Quijada, primer piloto argentino que aterrizó en el polo sur, sería en 1972 el
encargado de leer por televisión la versión oficial sobre los sucesos del 22 de agosto en la base
aeronaval Almirante Zar de Trelew, cuando resultaron muertos 16 guerrilleros detenidos, en lo que
luego se conoció como la Masacre de Trelew. Fue asesinado el 30 de abril de 1973 por el Ejército
Revolucionario del Pueblo, fracción 22 de Agosto (ERP-22 de Agosto), pocos días antes de finalizar
el gobierno militar presidido por Alejandro Agustín Lanusse, y cuando ya había sido elegido
presidente constitucional Héctor Cámpora. Al ser asesinado tenía el grado de contraalmirante y fue
promovido post mortem al grado inmediato superior por la llamada ley secreta 20.339/73.
6 La Razón, 19/3/66. Revista Dinamis, Sindicato de Luz y Fuerza, año XXII, n.º 112, págs. 10, 11
y 12, 4 de abril de 1966.
7 Luis Fernando Beraza, Rucci, Buenos Aires, Vergara, 2007, p. 81.
8 Kelly cuenta todo, Colección Gente, 27/9/84.
9 Kelly, op.cit.
10 Revista Extra, año II, n.º 2, junio de 1966, “Reportaje a una tumba abierta”.
11 M. Gazzera, testimonio a Guillermo Gasió (2000), op. cit.
12 Enrique Arrosagaray, Los Villaflor de Avellaneda, De la Flor, Buenos Aires, 1993. Además,
nota de Alberto Amato en Clarín el 13/5/91. Investigación de Julio Calistro en nota “Los bombos de
hierro”, periódico El Ciudadano, 15/ XI/ 88.
13 Miguel Gazzera, op. cit., p. 64.
14 Extra, op. cit.
15 Extra, op. cit.
16 Testimonio recogido en Terruela, A. (2005), p. 75.
17 Revista Así, n.º 159, 26/5/66.
18 M. Gazzera y N. Ceresole, Peronismo: autocrítica y perspectiva, op. cit.
19 Daniel James, Resistencia e integración, Sudamericana, 1990.
20 Senén González, S. y Bosoer, F. (1993), p. 51.
21 Revista Gente, 18 de mayo de 1967, “Historia de un intocable”, reportaje a Rubens San
Sebastián, definido como “un raro fenómeno de permanencia”.
22 Sobre la importancia de aquel convenio en las luchas sindicales de la época, ver Alejandro
Schneider, Los compañeros. Trabajadores, la izquierda y peronismo. 1955-1973, Imago Mundi,
Buenos Aires, 2006.
23 La Razón, 9 de junio de 1966.
24 La Nación, 31 de agosto de 1966. En un sentido general, las quitas zonales consistían en
descuentos variables practicados sobre las remuneraciones percibidas por los trabajadores,
atendiendo al tipo de actividades desarrolladas y al lugar donde se contrataba la mano de obra. En un
sentido más restringido, referían a las diferencias de salarios que se establecían comúnmente en los
convenios colectivos nacionales cada vez que se partía de un salario prefijado.
25 La Razón, 3 y 19 de agosto, Nuestra Palabra n.º 841, 23 de agosto, y el boletín sindical El
Trabajador Metalúrgico, agosto de 1966.
26 Una solicitada publicada por la UOM rechaza el 25% ofertado por las cámaras empresariales.
La Razón, 5 de agosto, y Nuestra Palabra n.º 842, 30 de agosto de 1966.
27 Los trabajadores de la empresa Indurgia protestaron por no cobrar los haberes quincenales y el
aguinaldo. La Nación, 7 y 9 de agosto. Incluso, según otra fuente, algunas fábricas de la zona
colaboraron –por medio de colectas– enviando dinero a los obreros de este establecimiento. La
Verdad n.º 53, 15 de agosto de 1966.
28 La Razón, 26 de agosto, y La Nación, 27 de agosto de 1966.
29 La Nación, 31 de agosto de 1966.
30 El argumento empleado por los empresarios cordobeses se encuentra en La Razón, 2 de
septiembre, y en Nuestra Palabra n.º 843, 6 de septiembre de 1966. Se disputaba el cuarto artículo,
que especificaba: “Ambas partes convienen en eliminar las reducciones por quitas zonales [...] en
todo el territorio de la República en forma gradual en tres etapas anuales y consecutivas...”.
Ministerio de Trabajo, convención colectiva n.º 140/66, 13 de septiembre de 1966. Valga recordar
que éste fue uno de los reclamos que dieron origen al Cordobazo en mayo de 1969.
31 El artículo 24 estableció: “Todo el personal cuando trabaje en turnos diurnos continuados de
ocho (8) o más horas, o nocturnos de (7) o más horas continuadas, gozará de un descanso de veinte
(20) minutos para merendar; [...] Queda establecido que este descanso no puede ser descontado ni
recargado en la jornada de labor, sin mengua de sus salarios...”.
32 Según el artículo 92: “[La UOM] hace saber a la representación empresaria que de acuerdo a lo
resuelto por el Congreso Nacional de Delegados y Congresos seccionales, se ha determinado que el
aumento correspondiente a la primera quincena de vigencia de este convenio sea retenido por los
empresarios a todos los trabajadores metalúrgicos, para ser depositado en la cuenta bancaria especial
de la organización...”.
33 La Nación y La Razón, 31 de agosto. Ésta no fue la opinión del activismo de izquierda,
expresada en los periódicos La Verdad y Política Obrera de septiembre de 1966.
34 Hugo Anzorreguy, secretario de la SIDE durante la presidencia de Carlos Menem, sostiene que
la única vez que Vandor se puso corbata fue cuando él como abogado de la UOM lo acompañó para
firmar el convenio de 1966. Eso desmiente el dato recogido por otros historiadores de que llevó esa
prenda cuando asumió Onganía. Anzorreguy sería luego abogado de la CGT de los Argentinos. Pero
cuando se produjo la división en 1968 estaba en la sede donde se efectuó el cónclave la Unión
Tranviarios Automotor. Allí certificó la cantidad de delegados y fue desafectado de la CGT de los
Argentinos pasando a la de Azopardo. Anzorreguy tuvo una activa participación en negociaciones de
la UOM no sólo por los convenios, sino también en los contactos políticos. En el gobierno de María
Estela Martínez de Perón fue asesor de Ricardo Otero, ministro de Trabajo y dirigente de la UOM.
35 Mundo Metalúrgico n.º 233, agosto de 1966.
36 Telegrama de la Embajada de los Estados Unidos a Washington. Airgram-199-10 de septiembre
de 1966, en Tcach-Rodríguez (2006), p.223.
37 Primera Plana, 18 de octubre de 1966; Gorbato (1992), op. cit., p. 124.
38 La afición por las armas, la “cultura de los fierros”, dejó sus marcas. Años después, Giovenco
se alistó en otro grupo, la Concentración Nacional Universitaria (CNU), agrupación de extrema
derecha cuyos activistas tuvieron apoyo de la UOM. Participó también en la masacre de Ezeiza, el 20
de junio de 1973, y murió, a los 28 años, el 18 de febrero de 1974, en plena avenida Corrientes,
cuando le estalló una bomba que trasladaba en un portafolios.
39 La familia Vasena era propietaria de los talleres del mismo nombre, donde en enero de 1919 se
produjo la llamada Semana Trágica, un conflicto gremial que terminó en una matanza de
trabajadores.
40 En Jorge Luis Bernetti, El peronismo de la victoria, Legasa, 1983, primera parte.
41 Revista Confirmado , 2/2/67.
42 Op. cit.
43 Walsh, R. (1969), op. cit., p. 146.
44 Op. cit., p. 39.
45 Un militante peronista de vasta trayectoria como dirigente de base y vinculado a los gremios
combativos recuerda que la CGT de los Argentinos, por su carácter abierto, “era el lugar donde más
alcahuetes de los servicios había (…) Estoy seguro de que esa gente pasaba volantes y documentos
con el solo fin de comprometer a la gente, así podían denunciar a los comprometidos”. Reportaje de
Andrew Graham-Yooll a Arnaldo Goenaga, “Si se sacan las cosas de contexto, parecemos cowboys o
algo así”, en Página 12, 9 de febrero de 2009.
46 Revista Análisis, año VII, n.º 413, 12 al 18 de febrero de 1969.
47 Revista Análisis n.º 422, 15 al 21 de abril de 1969.
48 La delegación sindical que Vandor integraba estaba en México cuando recibió una
comunicación de Héctor Villalón, emisario de Perón. El General, según le confía Vandor al dirigente
de los trabajadores del Vidrio Maximiliano Castillo, quería que se reuniera con él en la ciudad vasca
de Irún, situada en la frontera entre España y Francia.
49 Roberto Fernández Taboada y Pedro Olgo Ochoa, “El ‘Lobo’ Vandor”, revista Somos, 1983.
50 Este último reportaje a Vandor, realizado el 20 de mayo por el diario La Capital, de Mar Del
Plata (una semana antes del Cordobazo) es reproducido en el número de junio del periódico de la
UOM. Se convertirá en un documento póstumo.
51 Análisis n.º 433, 1 al 17 de julio de 1969.
52 Testimonio de Nelson Domínguez.
53 Diálogo de Vandor con Santiago Senén González.
Capítulo 2
El asesinato

—¿Y qué salida ve para todo esto?


—Es muy difícil acertar. Soy muy pesimista;
creo que hemos de transitar por momentos
arduos y de dolor. Los problemas han de
determinar lucha y enfrentamiento.
(Del último reportaje a Vandor, La Capital,
Mar del Plata, mayo de 1969.)

El sábado 28, Vandor trabajó todo el día, y como estaba un poco engripado
se quedó en su casa y se acostó muy temprano. Vivía con su mujer y sus dos
hijos en un departamento de tres ambientes en la calle Emilio Mitre, a una
cuadra y media de Parque Chacabuco. El domingo al mediodía los cuatro
fueron a visitar a su cuñada en San Isidro, pero volvieron antes de lo
habitual; él se sentía molesto. A la tarde llamaron al médico, quien, después
de revisarlo, le aplicó una inyección. Comió frugalmente (no era de mucho
comer) y se fue a acostar porque al día siguiente debía levantarse temprano:
lo esperaba una semana cargada.
Su amigo Miguel Gazzera recuerda una comida en una cantina de la
esquina de Paraguay y Anchorena, en esos últimos meses. “En esa
conversación estaban presentes Paulino Niembro, Avelino (Fernández) y
Lorenzo (Miguel). Le sugerí: ‘¿Por qué no te vas unos meses del país? Las
cosas han quedado muy mal, te van a matar’. La respuesta tardó unos días:
entre contrariado y reflexivo, me contestó: ‘Si hay algo que puede ser
jodido para mí, prefiero que sea acá’”54.
Cansado, casi extenuado, Vandor había enviado durante esos días
mensajes a diestra y siniestra. Le había ofrecido su respaldo a Ongaro,
buscando la unidad del movimiento obrero, pero la CGT de los Argentinos
no respondía y ratificaba el paro general para el martes 1º de julio. Entonces
envió a sus colaboradores a entrevistar al presidente de la Junta de
Comandantes en Jefe, el almirante Pedro Gnavi, y al secretario de Trabajo,
Rubens San Sebastián. Agendó mentalmente una probable reunión con
Onganía, que podría concretarse esa misma semana, luego de un encuentro
en el recreo del Sindicato de Aguas Gaseosas.
El relato de Gazzera es pormenorizado. El sábado, aproximadamente a
las 21 horas, mientras se hallaba elaborando un informe para la Mesa
Coordinadora, Vandor lo visitó y le solicitó un proyecto de declaración para
que fuera dado a publicidad por la CGT de Azopardo, refiriéndose a la
situación del país, y repudiando al gobierno como ejecutor de una política
liberal contraria a la clase trabajadora. A esa hora, luego de trabajar todo el
día, Gazzera no estaba en condiciones de producir la declaración, así que le
prometió que la tendría preparada para la mañana del día siguiente. “Ese
domingo 29 me encontré con un Augusto Vandor que hasta ese momento no
había conocido… Había olvidado la declaración que teníamos que analizar
y se entregaba al juego con los niños casi con necesidad: desbordando
ternura… Habló largo rato conmigo con sus dos hijos sentados en sus
rodillas que lo hostigaban empeñados en prolongar el juego, mientras su
compañera nos servía un segundo desayuno… Nos olvidamos de la
declaración y era casi el mediodía cuando le entregué el proyecto que
había preparado, y me despedí de él. Entonces, naturalmente, ignoraba que
me estaba despidiendo definitivamente de Augusto Vandor”55.

El Día D: Rockefeller en Buenos Aires y el paro del 1º de julio

El clima político estaba más que caldeado. El viernes anterior, el 27 de


junio, había sido asesinado el periodista Emilio Jáuregui en una refriega
policial. Jáuregui había trabajado como cronista en el diario La Nación
entre julio de 1960 y diciembre de 1962, se afilió luego al Sindicato de
Prensa en el que, después de varias discusiones políticas y divisiones entre
izquierdistas y peronistas, fue elegido secretario general hasta que, en 1966,
Onganía intervino el sindicato. Jáuregui había encabezado una
manifestación de repudio a la visita que Nelson Rockefeller, gobernador del
estado de Nueva York, magnate y político republicano estadounidense,
realizaba a Buenos Aires como enviado de Richard Nixon en una gira
latinoamericana. La marcha fue apoyada por todos los partidos políticos; el
radicalismo, el peronismo, los partidos de izquierda. La concentración
mayor tuvo lugar en plaza Once y, desde allí, junto a un grupo, se dirigieron
a la avenida 9 de Julio.
La Policía reprimía y los manifestantes corrían; un patrullero persiguió a
Jáuregui y le cruzaron el auto en Tucumán y Anchorena, abrieron fuego y lo
mataron. Fue el único muerto y dos medios importantes –el diario La
Prensa y la revista Primera Plana– contradijeron la previsible versión
oficial que afirmó que Jáuregui portaba una pistola Walter 765 en la que
faltaron algunas cápsulas. La versión policial fue rechazada el 28, durante
una conferencia de prensa organizada por Luis Cerruti Costa, ex ministro de
Trabajo y Previsión en el primer gobierno de la Revolución Libertadora y
cuñado del general Eduardo Señorans, en ese momento jefe de la SIDE 56.
El domingo 29, 3 mil personas concurrieron al entierro del dirigente
asesinado. Y, paralelamente, un grupo guerrillero identificado como
Ejército de Liberación Nacional (ELN), de orientación guevarista, había
incendiado trece supermercados Minimax, en repudio a la presencia de
Rockefeller en Buenos Aires.
La Embajada norteamericana ya había reportado a Washington más
ataques contra oficinas de empresas estadounidenses, manifestaciones
contra la visita del gobernador neoyorquino y el paro previsto para el día 30
por la Federación Universitaria (FUA), “controlada por los comunistas”57.
Una extraordinaria movilización policial rodeó el desplazamiento de
Rockefeller, desde el Palacio San Martín hasta la Casa de Gobierno, donde
lo recibió el presidente Onganía. Como lo señalaba el corresponsal del New
York Times, la gira del emisario y magnate norteamericano por varias
ciudades latinoamericanas había provocado descargas de electricidad
política a lo largo de la línea de tormenta de las relaciones de los Estados
Unidos con América Latina. En las adyacencias de la Plaza de Mayo se
apostaron varios centenares de policías de uniforme y de civil, camiones de
la Policía Federal con efectivos fuertemente armados. Precedido por
veintiocho motociclistas y tres carros de asalto de la Policía, llegó el
visitante estadounidense acompañado por una nutrida comitiva. Por la parte
argentina participaron de la reunión, junto al canciller Juan Bautista Martin,
el secretario de Comercio Exterior, Elvio Baldinelli, el secretario de
Agricultura y Ganadería, Lorenzo Raggio, el embajador argentino en los
Estados Unidos, Eduardo Roca, y el asesor general de Planeamiento de la
Cancillería, el periodista Mariano Grondona.
A esas mismas horas, el periodista Rodolfo Perri, de La Prensa, por
circunstancias fortuitas se hallaba a pocas cuadras de la sede de la UOM en
la calle La Rioja. Un colega vecino le advirtió que algo grave había
ocurrido. En minutos llegó y pudo ingresar poco después de haberse
producido la explosión de la bomba en el despacho de Vandor. Al ingresar
se tropezó con el jefe de prensa de la UOM, el “tordo” Vistalli, viejo amigo
y periodista con quien mantenía una leal amistad a pesar de sus
discrepancias ideológicas. “Se la dieron al Lobo”, le dijo y lo abrazó, con la
cara surcada con tajos superficiales. Le contó que lo habían baleado y le
habían puesto una bomba entre las piernas, que entre tres lo habían podido
arrastrar al fondo, “mirá lo que quedó”. Escombros y paredes a medio
derrumbar ocupaban la parte delantera del edificio. En eso llegó la
ambulancia y el grupo salió a toda velocidad hacia el sanatorio de Hipólito
Yrigoyen y Loria, de la UOM.
30 de junio, 1969. Así quedaron las oficinas del jefe de la UOM, luego de la
incursión que terminó con su asesinato (Archivo Clarín)

Cuando llegaron, Perri empuñaba una de las manijas de la camilla en que


yacía Vandor y al ingresar por el corredor principal una mujer corpulenta le
tomó ambas manos y lo empujó contra la pared. “¿Por que él y no vos?”,
gritaba entre sollozos. Era la mujer de Vandor, que trabajaba en la clínica y
nada sabía hasta ese instante. Vistalli le relató luego a Perri que Vandor se
había empeñado en asomarse a la puerta de su despacho, donde se habían
efectuados varios golpes. Al abrir, por toda respuesta recibió la primera
descarga. Nunca se supo si el fuego fue contestado por los varios dirigentes
que había allí en ese momento y estaban armados, aunque habían sido
reducidos por el grupo atacante. Los autores pudieron retirarse a la carrera y
dejaron entre las piernas del Lobo un envoltorio que resultó ser la bomba.
Tomado de los brazos y casi inconsciente Vandor fue arrastrado a la carrera
hacia el fondo.
Momentos de desasosiego. La tapa del diario Clarín del 1 de julio del 69 destaca
en primer lugar la declaración del estado de sitio y publica una extensa crónica
describiendo el asesinato del dirigente metalúrgico. La foto central de tapa
muestra la reunión entre Onganía y Nelson Rockefeller, que sucedía en la misma
mañana del crimen (Archivo Clarín).

Nunca pudo establecerse con certeza de qué forma los atacantes, entre
tres y cinco, habían podido ingresar al edificio. Perri seguirá preguntándose
cómo ingresaron, recordando que cada vez que él concurría a ver al jefe del
gremio tenía que presentar sus documentos y responder a un mismo
monótono interrogatorio aun siendo un conocido de la casa. Ese riguroso
control contrastó violentamente con la entrada del grupo comando que
cometió el asesinato58. La versión inicial recogida entre algunos dirigentes
sindicales que se hicieron presentes a poco de ocurrido el hecho señala que
los integrantes del grupo exhibieron credenciales de Coordinación Federal.
De inmediato redujeron a la guardia y mientras tres de ellos se lanzaban
escaleras arriba, los otros dos mantenían inmovilizados a los encargados de
la custodia de la puerta.

En su propia guarida

Ya en el primer piso los tres jóvenes requirieron a gritos la presencia de


Vandor, empuñando sendas ametralladoras y pistolas calibre 45. “A vos te
estábamos buscando –gritó uno de ellos al individualizarlo. Y sin mediar
más, descargó varios balazos que hicieron blanco en el pecho de Vandor.
“Fue prácticamente fusilado”, dijo un empleado de la UOM. Los atacantes
se dieron a la fuga luego de dejar una bomba incendiaria que estalló a los
pocos segundos ocasionando destrozos en el edificio y conmocionando al
vecindario. “Toda la cuadra trepidó”, expresó el dueño de una tintorería
aledaña al local, agregando que “luego vi salir gente corriendo, alguna con
la cara cortada”.
El comunicado de la oficina de Prensa de la Policía Federal contiene
varias imprecisiones. Dice que uno de los heridos era “una persona de
apellido Calabró” y se equivoca con la dirección particular del dirigente
asesinado. La versión policial de los hechos señala: “En el día de la fecha,
siendo la hora 11.45, en el Sindicato de la Unión Obrera Metalúrgica, sito
en la calle Rioja 1945, arribaron cinco personas del sexo masculino,
quienes esgrimiendo ametralladoras y pistolas, al parecer calibre 45, luego
de intimidar a las personas allí reunidas, en un total de 15
aproximadamente, que se hallaban en la planta baja del edificio, a las
cuales obligaron a situarse contra la pared, procediendo dos de éstos a
ascender hasta el primer piso donde se encuentra ubicada la secretaría del
gremio, donde efectuaron varios disparos contra el secretario general,
Augusto Timoteo Vandor, argentino, de 46 años, casado, domiciliado en la
calle Bartolomé Mitre 1445, quien se hallaba conversando con Alfredo
Penise, secretario de la Unión Obrera Metalúrgica de Santa Fe, resultando
el primero herido con cuatro impactos de bala. De inmediato los mismos
individuos arrojaron una bomba de cuya existencia anticiparon a los
ocupantes del edificio, diciendo que tenían dos minutos para desalojar el
mismo. La bomba estalló a los pocos instantes causando grandes daños
materiales y lesiones leves a una persona de apellido Calabró en el cuero
cabelludo, quien se retiró del lugar para su curación, ignorándose otros
datos de filiación. El dirigente Vandor fue trasladado de inmediato al
sanatorio de la Unión Obrera Metalúrgica, sito en la calle Hipólito
Yrigoyen al 3200, donde dejó de existir en el momento de ser sometido a
una intervención quirúrgica. Interviene en el hecho el Juez Nacional de
Primera Instrucción en lo Criminal y Correccional Federal, doctor Luis M.
Rodríguez, secretaría del doctor Enrique Placeda”.
El crimen estaba cubierto de interrogantes, conjeturas y sospechas. La
reconstrucción de los hechos es un verdadero rompecabezas con varias
piezas sueltas que no encastran. Afloran múltiples versiones contradictorias.
Algunos hablaron de dos bombas y no de una. También se dirá que antes de
morir Vandor alcanzó a hablar con el director de Coordinación Federal,
coronel Jorge Dotti, a quien habría revelado los nombres de los asesinos,
algo poco verosímil. Primero se dice que el asesinado recibió tres impactos,
pero la pericia balística y la autopsia establecieron que fueron siete. Sobre
la bomba se aseguró que era de alta carga explosiva, y sin carcasa. Que no
fueron cinco personas –como dice el comunicado policial– sino tres las que
se introdujeron en la sede de la UOM. La versión que circuló de que Vandor
salió de su despacho, cuya cerradura sólo se abría desde el interior, porque
estaba a la espera de sus atacantes –desconociendo, claro está, sus
intenciones–, es también discutida. Los testimonios, de hecho, hablan del
despacho del secretario adjunto como el sitio donde ocurrió el asesinato.
Identikit elaborado por la Policía con el rostro de los asesinos de Vandor. Hubo
detenciones pero nunca se llegó a esclarecer el hecho ni identificar a los
integrantes del comando ejecutor.

En cuanto a las motivaciones, las primeras especulaciones se dejan llevar


por la coyuntura inmediata y aluden a la negativa de Vandor a plegarse al
paro del martes 1º de julio, una actitud que fue juzgada, incluso por muchos
de sus amigos, como una traición al movimiento obrero y una evidencia de
su “contubernio con el sistema”, ya fuera porque así pactaba con el
gobierno o con un sector de militares golpistas que conspiraban dentro del
régimen. ¿Por qué Vandor, que no ignoraba a cuánto se exponía, ni el clima
de violencia y represión imperante en la Argentina, descuidó su piel? Sean
quienes fueran los instigadores, lo que más llama la atención a los
observadores es la impunidad con la que los victimarios hicieron su faena,
con una destreza y una sangre fría notables; a cara descubierta,
inmovilizaron a los ocupantes del edificio –entre 12 y 20, no hay
precisiones–, fusilaron a Vandor, volaron un vasto sector del recinto y
desaparecieron sin hallar resistencia y ante la llamativa ausencia de toda
vigilancia policial en el área. Cualquier visitante sabía que nadie podía
estacionar su auto siquiera en el frente de la sede de la UOM. Fue una
auténtica zona liberada.
Otros periodistas a quienes les tocó realizar la cobertura del hecho fueron
Andrés Bufali y Osvaldo Soriano, para Primera Plana. Su crónica “en
caliente”, con vuelo literario y algunas licencias en la reconstrucción de los
sucesos, brinda varias pistas y testimonios reveladores. Un telefonazo había
roto la rutina de Bufali minutos antes de las 12 en el empleo público en el
que todavía estaba atrapado entre las 7 de la mañana y la 1 de la tarde:
“Pusieron una bomba en la sede de la UOM, en Rioja al 1900, y parece que
mataron al Lobo Vandor. Ya mandamos gente ahí y a la casa. Rajate como
sea del laburo y andá al policlínico de los metalúrgicos, en Hipólito
Yrigoyen al 3300, a ver qué averiguás”. Era la voz imperativa de Hugo
Gambini, por entonces secretario de Redacción en Primera Plana.

Más que volando, inventé un pretexto de salud y me las tomé. Cuando


llegué a la calle, busqué un café y entré para pensar en lo que haría.
Allí todo servía: los murmullos, el ruido de las cucharitas en las tazas,
el líquido marrón que estremecía mi única neurona, las servilletas
donde siempre anotaba lo importante. Esa vez también lo hice y
apareció un nombre: Roberto Díaz, que era un metalúrgico
santiagueño que trabajaba en una fábrica de Llavallol. Ese día, él fue
mi salvador. Apenas lo llamé desde un teléfono público, me tiró los
nombres de dos amigos de él en el policlínico del sindicato.
Encontré a uno de los dos; el otro estaba de franco. Por suerte, el
primero era de los coimeros, hizo desaparecer el billete que le di más
rápido que Fu Man-chú y me llevó hasta Cirugía, recomendándome
que me hiciera pasar por el pariente de alguien que estaban operando.
Eso hice. Me senté en un duro asiento de madera y paré la oreja. Ahí,
médicos, enfermeras, camilleros, sindicalistas, todos, parecían saber
de todo. Ya habían trascendido el atentado y el asesinato. Cerca mío,
alguien susurró a otro alguien datos piolas: “¿Sabías que el Lobo en
el 50, antes de entrar en la Philips como matricero, era suboficial de
la Marina? ¿No? ¿Y que ya tenía 27 pirulos cuando pisó por primera
vez una fábrica? ¡Pensar que en el 56 ya era un capo, y que en el 58
mandaba a todos en la UOM! ¡Eso es tener muñeca!”. El que
escuchaba al admirador de Vandor no pareció muy convencido y dijo:
“No tanto, no tanto. Era demasiado ambicioso y se puso al General en
contra”.
Minutos después, el coimero apareció y se me sentó al lado. Al oído
me advirtió:
–Hacete el sorprendido. Ahí traen al fiambre.
Efectivamente, rodeado por “dobleanchos” de mirada torva, dos
camilleros y dos médicos llegaron hasta la puerta de Cirugía con el
mismísimo Vandor ya convertido en historia, tapado en parte con una
sábana y sobre una camilla rodante. Sus ojos, celestes, y su boca
estaban abiertos.

Homenaje en la Catedral, 28 de julio, 1974. En primera fila, el entonces ministro


de Trabajo, Ricardo Otero, junto a dirigentes gremiales (Archivo Clarín

Aunque ya era tarde para eso, los pesados nos miraron con sospecha a
los que presuntamente esperábamos los resultados de las operaciones
de nuestros parientes. Por suerte, conocían al coimero y no me
echaron ni siquiera cuando, pocos minutos después, llegó Élida
Curone, la esposa de Vandor hasta Cirugía. Cuando lo hizo, todos se
quedaron mirándola, sin saber qué decir. Ella nos “relojeó” a todos y
preguntó:
–¿Qué les pasa? ¿Por qué me miran?
Salió un médico veterano de Cirugía y le dijo llorando:
–¡Negrita, lo mataron al Lobo, lo mataron!
Ella gritó:
–No. A él, no. A él no lo mataron. Eso es una mentira. Ustedes todavía
pueden salvarlo. Venga conmigo, doctor.
Y lo obligó a entrar en Cirugía. Más tarde me enteré de que, adentro,
ella acarició lentamente el cuerpo de su esposo. Luego oí su voz y la
del médico. Ella dijo:
–Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis. ¡Son seis agujeros! ¿Cuál me lo
llevó?
El médico le pidió:
–No hagas eso, Negrita. Él no sufrió.
Otra vez se oyó la voz de ella:
–Que alguien me traiga a Marcelita, que la quiero abrazar.
Se refería a su hija de 2 años, que seguramente estaba en el edificio
porque inmediatamente la trajo una mujer vieja, mientras se le caían
las lágrimas. La esposa de Vandor estrechó con sus brazos a la hija y
también se puso a llorar. Luego las dos mujeres y la nena entraron en
Cirugía. Y oí que la última decía:
–No llorés, mami. Papá está dormido en esa cama con rueditas. ¿No
ves?
Media hora más tarde, la esposa de Vandor estaba fuera de Cirugía,
en el mismo ámbito en el que yo seguía sentado, muerto de hambre y
sed, tenso, nervioso. Su hija dormía en el regazo de la cincuentona que
la acompañaba. Una enfermera y otra mujer se le habían sentado una
a cada lado y trataban de consolarla. Ella parecía no oírlas y les
contó:
–Cuando se levantó Augusto hoy, como todos los días, miró lo de
Piscis en el horóscopo de Clarín. ¿Saben lo que decía? “Alivio
inmediato”. Ni en eso se puede creer.
La enfermera quiso que hablara de otra cosa y preguntó:
–¿Cuándo lo conoció?
–En el 58, cuando ya era famoso. Me impresionó por lo alto que era,
por sus ojos celestes, por la mirada tierna y las sonrisas que me hacía.
Después me empezó a buscar cuando yo salía de la Philips.
Hablábamos de ir a Grecia alguna vez.
La enfermera se entusiasmó:
–¿Cuándo se casaron?
La mujer de Vandor sonrió con tristeza. Respondió:
–Me propuso matrimonio en el 63. Nos casamos el 19 de diciembre de
ese año. Los compañeros del sindicato nos regalaron la fiesta. Él
siempre fue mi protector, la familia que antes me faltó.
La otra mujer quiso saber si habían ido a Grecia. La respuesta:
–No, pero fuimos a muchos otros lugares. Y él estuvo con el Che en La
Habana, y este verano fue a México, donde se encontró con Perón y
con Isabelita. Cuando volvió me dijo que se había dado el gusto de
abrazar al General y que ahora podía morirse tranquilo…
Ahí, Élida Curone de Vandor comenzó a llorar nuevamente. La mujer
de su derecha, la que había preguntado si habían ido a Grecia,
exclamó:
–¡Cómo es la gente de mal pensada! ¡Pensar que dijeron que él estaba
peleado con el General!
La mujer de Vandor sacó un pañuelo de su cartera, se secó los ojos y
dijo:
–¡Qué saben! ¡Aquí cualquiera habla!
Cuando llegué a la redacción, el Gordo Soriano ya había vuelto de la
sede de la UOM, y escribía un informe para Roberto Aizcorbe, el
secretario de Redacción que manejaba Política. Había tenido más
suerte que Carlitos Russo, que había ido al departamento de Vandor,
en un primer piso al que se subía por escalera, en la calle Emilio
Mitre, para tratar de hablar con la esposa, y terminó rajado cuando
ella volvió con la hija, sus amigas y los guardaespaldas del
policlínico, para cambiarse e ir al velatorio.
El Gordo había hablado con el sindicalista Miguel Gazzera, que
recordó una cena que había compartido con Vandor, Paulino Niembro,
Lorenzo Miguel y Avelino Fernández en una cantina de Paraguay y
Anchorena. Gazzera reveló:
–Le dijimos que se fuera unos meses del país, que las cosas estaban
muy calientes, que lo podían matar. No quiso. A mí me explicó unos
días después que si había algo jodido para él, como pensábamos,
prefería que fuera aquí.

Eso no era lo único que había averiguado Soriano. En la UOM le


habían contado que cuatro tipos habían tocado el timbre, que habían
dicho que eran oficiales de Justicia que traían una cédula judicial, que
cuando entraron sacaron armas, que dos redujeron a los guardias, que
dos subieron por las escaleras al segundo piso, que amenazaron a
Victorio Calabró, que antes de que llegaran a su despacho Vandor
salió a ver qué pasaba, que pareció conocer a uno de esos dos, que a
ese uno le habló, que lo balearon varias veces con pistolas calibre 45,
que dejaron una bomba que destruyó una pared, que escaparon en un
auto que estaba en marcha en la calle y que el Lobo murió en la
ambulancia que lo llevó al policlínico59.

Desconcierto y temor

No lejos de allí, el ministro del Interior y el jefe de Policía recibían las


primeras informaciones de lo ocurrido en la sede de la UOM, en Parque
Patricios. Antes de las 12, las redacciones de los diarios ya conocían la
noticia del atentado; las emisoras de radio y televisión no tardaron en
divulgar las primeras informaciones, pese a que el coronel Prémoli,
secretario de Prensa y Difusión, presionaba para que se ocultara el episodio
durante una hora o dos. El parte de inteligencia de la SIDE n.º 28, firmado
por el coronel Mario Héctor Amarante, director de inteligencia, y enviado a
los ministros y secretarios de Estado, reunía en un escueto informe el paro
de la CGT previsto para el día siguiente, el asesinato de Vandor, la visita de
Rockefeller y la muerte de Emilio Jáuregui.
El jefe de Policía, general Mario Fonseca, llegó a las 16.20, entró al
edificio, donde permaneció poco más de diez minutos acompañando una
inspección ocular y constatando los destrozos causados por el artefacto
explosivo. A su salida, fue abordado en la vereda por cronistas a los que
manifestó que “por el momento” no se tenía ninguna orientación precisa
sobre quiénes pudieron ser los autores del atentado, ni si los mismos
respondían a alguna orientación política o gremial. Señaló que era inexacto
que Vandor hubiese dado algún dato sobre los atacantes. Expresó, en
cambio, que algunas personas presentes en la sede en el momento de ocurrir
los hechos declararon que una o dos caras de los atacantes les habían
quedado grabadas y que las reconocerían en cualquier lugar. Confirmó
asimismo que los atacantes eran cinco en total, y que habían utilizado
ametralladoras.
Al retirarse el general Fonseca, volvió a autorizarse el tránsito por la calle
La Rioja. Al edificio, se le colocó una baranda de madera en la acera, para
impedir el paso de peatones por el lugar.
Sumidos en el desconcierto, el puñado de dirigentes que conformaban la
conducción metalúrgica se reúne a puertas cerradas en la sede de Capital,
Hipólito Yrigoyen al 4200, y llaman a una conferencia de prensa para las
cinco de la tarde. Allí leen el comunicado oficial redactado horas antes en el
que señalan que “manos mercenarias acaban de cometer un asesinato
alevoso”, denunciando como responsables del crimen a “los enemigos del
pueblo y los trabajadores (…) quienes han visto fracasar sus planes de
instrumentar al Movimiento Obrero en aras de los designios de quienes han
combatido permanentemente las banderas que encolumnaron al Pueblo
Argentino (y que) en su desesperación, han recurrido al asesinato alevoso
de uno de los hombres que había impedido la consecución de sus fines”.
La dirigencia metalúrgica interpreta que este asesinato es la culminación
de una campaña orquestada, de “toda la política de ataque y diatriba
permanente que se había agudizado en los últimos tiempos”. “Las manos
arteras que asesinaron a Vandor –dicen– pretenden torcer la política que él
había encarnado quizás como ninguno”60.
Recién a las 11 de la noche del lunes el cadáver fue trasladado a la
Seccional Capital de la UOM, donde se instaló la capilla ardiente. Esa
cuadra de Hipólito Yrigoyen, que limitan Muñiz y José Mármol, quedó
atiborrada de doscientos vigilantes y coronas, casi 350. La del ex presidente
Juan Domingo Perón, que arribó diecisiete horas más tarde, fue ubicada
junto al ataúd y a los demás homenajes florales, durante el día y medio que
duró el velatorio. En las tres primeras horas desfilaron unas 2 mil personas;
en la puerta, el dirigente municipal Gerónimo Izetta y el secretario adjunto
de la UOM, Luis Guerrero, recibían los pésames. Una mujer cubría sus ojos
llorosos con anteojos ahumados. Ensimismada en la desesperación, sólo
interrumpió su mutismo cuando el dirigente textil Andrés Framini se acercó
para darle el pésame:

—¿Quién fue, Andrés? ¡Decime quién fue! –casi gritó Élida de Vandor.

Un responso del capellán de la Policía, Carlos Gardella, favoreció el


ingreso del jefe de la Policía, general Fonseca, que pasó inicialmente
inadvertido. “No me di cuenta, si no, no pasa”, comentará Guerrero. El alto
funcionario permaneció durante unos minutos junto al ataúd y luego se
acercó a saludar a la esposa del gremialista asesinado. La mujer levantó la
cabeza y preguntó gritando: “¿Por qué no hacen algo? ¿Por qué no hacen
algo, por Dios?”.
El desfile en el velatorio era incesante. El popular humorista Tato Bores
se presentó en la madrugada: “No sé por qué vine, estoy desorientado. Esto
es una selva, peor que la Chicago de 1920. Si las cosas siguen así habrá
que irse a la estancia”, comentó con ironía.
2 de julio, 1969. La esposa de Vandor, Elida Curone, junto al féretro en el
velatorio del gremialista asesinado (Archivo Clarín)

Al anochecer de ese lunes 30, el Poder Ejecutivo implantó el estado de


sitio en todo el país. Trascendidos periodísticos comentaron que Onganía se
había opuesto en un primer momento, porque temía que deteriorara su
imagen de autoridad y lesionara los principios constitucionales básicos;
además porque parecía estar persuadido de que, a esas alturas, la represión
sólo agravaría la situación. Pero, constreñido por las circunstancias, no tuvo
más remedio que aceptar la sugerencia de los altos mandos militares y los
consejos de sus asesores más cercanos.
El ministro del Interior, el general Imaz, leyó esa misma noche un breve
mensaje. Dijo que con “serenidad e ilimitada paciencia” el gobierno venía
soportando la acción de elementos subversivos; señaló que “seguro de su
propia fuerza” el gobierno estaba decidido a erradicar la violencia,
aplicando la ley con su máximo rigor. Al mismo tiempo que Imaz se dirigía
a los atribulados argentinos, dotaciones policiales detenían a centenares de
personas, allanaban domicilios, entre ellos el de la sede de la central obrera
de Paseo Colón, e intervenían cuatro sindicatos: la Federación Gráfica
Bonaerense, la Federación Argentina de Trabajadores de la Imprenta, el
Sindicato de Obreros Navales y la Asociación de Empleados de Farmacia.
En Córdoba, una brigada de la policía provincial detuvo al líder del
sindicalismo combativo Raimundo Ongaro, que asistía a un congreso del
gremio gráfico en Bialet Massé. El encargado del operativo fue el ministro
de Gobierno de la intervención federal, coronel Albano Harguindeguy, que
estaba bajo el mando del interventor, el general Jorge Raúl Carcagno61.
Entre los detenidos estaban también Jorge Di Pascuale, Agustín Tosco y
Elpidio Torres. Pero la lista se extendía e incluía también a políticos de
distintas filiaciones partidarias; entre otros, el doctor Arturo Mathov y el ex
secretario de la Conade, Roque Carranza, dirigentes del radicalismo; el ex
juez de la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires Augusto M.
Morello; los doctores Eduardo Schaposnik y Conrado Ortigosa; los
gremialistas Jorge B. del Río, César Berón, Raúl Caminotti y Rodolfo
Santucho y el abogado de la CGT Paseo Colón, doctor Mario H.
Landaburu. Sólo se dejó trascender que el general Imaz no autorizaría el
anuncio oficial sobre el número de detenidos hasta tanto se conociera la
participación de cada uno de ellos en “los actos de violencia”; que era
intención del ministro liberar a todos aquellos que no fueran considerados
“extremistas” y, probablemente, decretar el levantamiento del estado de
sitio lo antes posible.
El martes 1º fue otra jornada especial, de inusual protagonismo para el
ministro del Interior. Acompañado por el intendente porteño, general
Manuel Iricíbar, el general Imaz había pasado un mal momento cuando
intentó ingresar al salón donde velaban a Vandor; según lo confesó, “como
simple ciudadano”. Los contactos de algunos funcionarios del ministerio
con dirigentes gremiales para que la visita de pésame “fuera bien recibida”
no resultaron del agrado de los líderes metalúrgicos y tanto Imaz como
Iricíbar debieron retornar a sus despachos sin presentar sus condolencias.
“El gobierno aquí no entra”, espetaron los dirigentes. “Si otro hubiera sido
el muerto, Vandor tal vez lo habría dejado entrar a Imaz, pero a cambio de
algo. Hubiera negociado la entrada”, comenta otro dirigente, Adlolfo
Cavalli, en el velorio.

Ya en su despacho, esa misma noche, el general Imaz había reiterado su


libreto; que el país soportaba un plan subversivo de tendencia castro-
maoísta, que “la lucha ideológica había llegado a nuestras playas”.
También insistía en el esquema participacionista, aunque advirtió que la
tarea de los consejos asesores no debía desembocar en el tiempo político.
Admitió que lo que procuraba era semejante a lo que había buscado su
antecesor, Guillermo Borda, con poca suerte, y que por el momento no se
debía pensar en elecciones. Además, dijo que Estados Unidos y Alemania
eran “las vallas contra el avance comunista”; glosó a Churchill y comentó
que era “ imposible” que el pueblo argentino se solidarizara con las
izquierdas. Para algunos observadores, Imaz debía tener más información
sobre lo que podía suceder y lo que había ocurrido esa mañana del lunes en
la calle La Rioja, en la sede de la UOM62.
Esa misma noche, Canal 13 ponía en el aire un documento periodístico
espectacular sobre otro magnicidio ocurrido un año antes: “Yo maté a
Robert Kennedy. Diálogo con un asesino”. Allí se presentaban imágenes y
testimonios donde Sirhan B. Sirhan explicará cómo y por qué disparó
contra el popular y joven político demócrata, hermano del presidente
asesinado, que aspiraba él también a la presidencia de los Estados Unidos.
La publicidad del programa lo define como “uno de los grandes enigmas de
esta década”. Al atardecer del día siguiente, miércoles 2 de julio, en lento y
rumoroso cortejo, Vandor era sepultado en la Chacarita. Al mediodía, ya
habían sido clausurados los accesos al velatorio, en tanto jóvenes militantes
trataban de impedir las últimas notas periodísticas.
En el momento de retirarse el ataúd para colocarlo en el coche fúnebre,
dos grupos antagónicos –unas 300 personas por cada bando– se disputaron
el homenaje de portar el cuerpo; hubo empujones, manoseos, leves
agresiones y diatribas, pero finalmente el sector oficial impuso su decisión:
el féretro fue llevado a pulso hasta Campichuelo y Rivadavia; lo
acompañaban unas 10 mil personas, en tanto que los comercios cerraban
sus puertas. Desde allí, hasta el cementerio, el cortejo fúnebre quedó
reducido a unas 1.500 personas.
Al llegar a la galería 2 del cementerio de Chacarita, el féretro fue
depositado en su destino final: el nicho 236. Luego los discursos;
previsibles, simples y desbordados de emoción. No faltaron acusaciones a
extremistas de izquierda y derecha, al “torvo imperialismo”. Avelino
Fernández, de la UOM Capital, y Teodoro Ponce, de la seccional Rosario,
exaltaron la figura del líder y prometieron seguir su lucha; Delia Parodi
instó a la unidad gremial “por el bien del partido y del jefe”, no otro que
Perón; Luis Guerrero, secretario adjunto de la UOM, lanzó denuestos
“contra el extraño maridaje de las izquierdas y derechas que intentan
apoderarse del movimiento obrero”; Jorge Daniel Paladino, el pretor de
Perón en Buenos Aires, aseguró que los enemigos del pueblo habían sabido
elegir a la víctima, el hombre que había enfrentado al gobierno con el paro
masivo del 30 de mayo, y culpó a las más altas autoridades –“viven
papando moscas”– por inoperantes: “Se trata de un crimen político común
en otras latitudes, de donde vino la inspiración, y quizá algo más que la
inspiración”.
El entierro motivó otras conjeturas políticas. La mayoría de aquellos que
formulaban pronósticos acerca del número de personas que concurrirían al
sepelio estimaban que el cortejo estaría integrado por no menos de 40 mil
adeptos al caudillo metalúrgico. Pero esos pronósticos fracasaron: sólo la
cuarta parte testimonió su adhesión póstuma al líder. De esa evidencia
podían colegir que Vandor había perdido estima en los sectores obreros, que
el peronismo ya no movía multitudes o que la gente, atemorizada por los
tumultos y el clima explosivo, había optado por quedarse en su casa. Las
incógnitas quedarían reveladas a corto plazo, cuando los líderes gremiales
intentaran cubrir el vacío que su máximo referente había dejado. Una
semana después debía realizarse la primera reunión convocada por varias
organizaciones para intentar la unidad. Allí estaban desde las que hasta
hacía poco militaban en la central de Paseo Colón (Sanidad y Calzado)
hasta las alineadas en la de Azopardo (Metalúrgicos y Molineros), en tanto
que las restantes eran neutrales (Bancarios) o menos definidas (Luz y
Fuerza y La Fraternidad).

Las repercusiones y especulaciones

La reacción en el exterior fue inmediata. The New York Times insertó una
fotografía del encuentro entre el presidente Onganía y Nelson Rockefeller
que se había realizado en la víspera. El pie de la foto rezaba: “En el
momento de la reunión, era asesinado Vandor, dirigente sindical y amigo
del Presidente”. El diario brasileño Tribuna de Imprensa titula: “El
asesinato de Vandor puede provocar el caos en la Argentina”. El diario Ya,
de España, en un editorial advierte sobre los peligros de guerra civil que se
ciernen sobre la Argentina y traza un paralelo con el asesinato ocurrido en
julio de 1936 del político monárquico español José Calvo Sotelo, cuya
muerte fue uno de los factores desencadenantes de la guerra civil española.
El Mercurio, de Chile, también compara el magnicidio: “El asesinato de
Vandor es, guardando las proporciones de persona y lugar, semejante en
sustancia a los de Martin Luther King o los hermanos Kennedy”.
Un cable procedente de Madrid habla de un Perón esquivo para
responder a la requisitoria: “Madrid 1 (Reuter) –No pudo ser localizado hoy
el ex presidente argentino Juan Domingo Perón, para requerírsele un
comentario sobre el asesinato ocurrido ayer en Buenos Aires del dirigente
gremial Augusto Timoteo Vandor. La servidumbre de la residencia
madrileña de Perón aseguró que su amo no se encontraba en la ciudad.
Otras fuentes señalan que estaba pasando una temporada en Alicante,
sobre la costa oriental de España, pero allí tampoco pudo ser
localizado”63.
Los primeros comentarios editoriales de la prensa muestran el estupor
por un hecho que irrumpe como “exótico” en la vida política nacional. El
editorial del diario Clarín del martes 1º señala que “el país ha tenido un
nuevo motivo de estupor y desconcierto, provocado por un hecho que el ser
argentino rechaza desde lo más íntimo de su conciencia” y subraya que
“tales operativos acusan la presencia de manos e inspiraciones que no son
o no pueden, en último caso, llamarse argentinas (…) El crimen,
incorporado a las luchas políticas o gremiales, no condice –ni aun en el
desafuero de las pasiones– con el estilo de vida que hemos elegido”64.
El 30 de junio de 1969 se marcaba un punto de inflexión. Y proliferaron
las hipótesis acerca de los responsables directos e intelectuales del crimen.
Tantas como las interpretaciones de un fenómeno que había sellado a fuego
el curso del sindicalismo argentino. Gazzera concluye su relato desde la voz
omnisciente, con tanta admiración hacia el personaje como desdén hacia
aduladores y enemigos: “Terminaba una etapa en el movimiento obrero
argentino signada por su vigorosa personalidad”. Se queda pensando y tras
tomarse una pausa, agrega: “La cosa venía muy jugada, no ya sólo por los
grupos de choque internos del peronismo, sino por los grupos armados
paramilitares que estaban por entrar en operaciones. El asesinato de
Vandor, luego el de (José) Alonso, en fin, todo venía en una misma bolsa;
utilizaban el fervor, las ansiedades de un grupo, lo instigan y lo dejan
operar. Así nacieron los Montoneros, apañados por el grupo de servicios
que tenía el general Imaz…”65.
A la conmoción inicial, le siguen las más variadas especulaciones. El
gobierno, particularmente desde el Ministerio del Interior, propala de
inmediato su versión de los hechos y responsables, encaminada a lo que
denominaban como “grupos castro-chinoístas encubiertos en las
organizaciones gremiales y estudiantiles”. Los periodistas más cercanos al
régimen elaboran el argumento: “Debe haber, ya no cabe duda, una célula
ideológica maoísta, importadora de métodos extranjeros, formada por
hombres jóvenes y decididos, que viene operando sobre la frustrante
realidad argentina”. Las detenciones masivas desde esa misma tarde
incluyen a un amplio espectro opositor. Esto alienta la conjetura de que para
el gobierno existía una hipótesis más: la conjura de los políticos “liberales”,
a quienes muchos consideran aliados de los gorilas, de acuerdo con una
antigua simplificación.
Sea como fuere, lo cierto es que la muerte de Vandor tiene consecuencias
inciertas para el futuro político argentino: resultaba harto difícil, coinciden
desde distintos sectores, encontrar un dirigente obrero que reuniera sus
condiciones para el diálogo y la lucha; de allí que muchas personas se
pregunten si podrá subsistir la corriente gremial moderada ante la muerte de
su mentor. Puede que el caudillo obrero asesinado hubiese perdido parte de
su predicamento de otrora; puede, también, que su postrer gestión
dialoguista estuviese condenada al fracaso dadas las características de la
rebeldía obrera del interior, que ya se insinuaba en áreas capitalinas y
suburbanas.
Pese a ello, Vandor estaba preparado para resistir los embates, tenía
experiencia y todavía controlaba los dispositivos vitales del aparato
sindical. Y recordabaque había sobrevivido a otros tres atentados: el
primero en 1951, en la UOM, cuando era activista; años después cuando le
pusieron una bomba en su automóvil, tras un acto en el Luna Park; el tercer
intento, en el hipódromo de San Isidro, en 1966. El cuarto resultó fatal para
el Lobo.

En esa semana debía realizarse la reunión de las distintas organizaciones


para lograr la tan buscada unidad sindical. De este cónclave obrero surgía el
aparente predominio de Luz y Fuerza. Este gremio estaba en la posición
vandorista cuando, a principios de junio, había lanzado un alegato de fe
peronista y advertía sobre los peligros de retrotraer al país “a los días de la
Unión Democrática del 45, a los de la Revolución Libertadora, a los
fusilamientos, a la democracia condicionada”. Censuraba también el
“tremendismo” de Ongaro. Si Luz y Fuerza lograba prevalecer, el trabajo de
su representante sería arduo y el dirigente Félix Pérez podía serlo.
No obstante, se estaba bastante lejos de la unidad que ambicionaba
Vandor y apoyaba desde las esferas de gobierno el coronel Prémoli. Es que
surgirán discrepancias personales y de métodos; incluso, una vez reunida la
intersindical, no podía saberse si habría mayoría azopardista o de Paseo
Colón. Un primer round se dirimirá el jueves 10; reunión de la que son
excluidos los cinco grandes del participacionismo. Se derrumbaba una
última expectativa del régimen militar y algunos pensaban que esto alentaba
el comienzo de una nueva etapa.
Mientras los metalúrgicos velaban a Vandor, el líder de Paseo Colón,
Raimundo Ongaro, preso en Córdoba, alentaba el paro del 1º de julio. Los
informes elaborados por la SIDE y los servicios de inteligencia militar
(SIA, SIN, SIE, Gendarmería y Prefectura) reconocían que el movimiento
de fuerza había tenido éxito, a pesar de una preparación endeble, con
dirigentes presos o en la clandestinidad.
Los líderes de la CGT de Paseo Colón abrigaban esperanzas; se
registraron notorias desobediencias a los dirigentes participacionistas
(Pintura, Textiles, Carne), azopardistas (Alimentación) y neutrales
(Mecánicos). Si Ongaro se definía, especulaban, su figura podría crecer; por
el momento, preso todavía, sus posturas eran un enigma. El 25 de julio de
1969 el semanario de la CGT de los Argentinos, que tras la clausura que
había sufrido seguiría editándose clandestinamente bajo la dirección de
Rodolfo Walsh, advertía: “El Vandorismo no ha muerto”:

“Quiso el destino de Augusto Timoteo Vandor que su vida fuese en los


últimos años una traición permanente a los intereses del movimiento
obrero en cuyo seno alguna vez luchó y del que salió para
encumbrarse a las posiciones de riqueza, poder y prestigio que el
Sistema reserva a sus aliados. Las circunstancias de su muerte no
disipan uno solo de los cargos que pesaban sobre él, no borran una
coma de lo que en estas páginas se ha afirmado sobre su papel nefasto
en la historia del sindicalismo argentino.
”El señor Rockefeller, que no derramó una lágrima sobre nuestros
muertos; la ORIT, que por cuenta del imperialismo ejerce funciones de
policía sindical en América; los funcionarios de la dictadura, que
fueron sus cómplices en los negociados y las maniobras: todos ellos
lamentan su desaparición.
”No lo ha llorado el pueblo. No lo han llorado las bases metalúrgicas
a las que traicionó, dividió, expulsó del sindicato y las empresas, y
cuya representación llegó a usurpar con menos del cuatro por ciento
de los votos del gremio.
”Si estas palabras parecen duras, duras fueron también las muertes de
Blajaquis y Zalazar, el abandono de Vallese, la delación policial, la
prepotencia de sus matones inservibles.
”El 1º de julio las bases metalúrgicas acataron masivamente el paro
dispuesto por la CGT de los Argentinos; luchan ahora en Córdoba y
Salta; van a luchar en Rosario.
”El vandorismo no ha muerto sin embargo. Ahí están sus herederos,
negociando en la sombra la CGT dócil, cobarde y oficial que jamás
tendrán. Ahí están el ideólogo de la transacción, el abogado de la
financiera, el industrial de la chatarra, el ficherista de la delegación,
acudiendo como siempre a la policía para que les resuelva su enigma.
”Los trabajadores metalúrgicos sabrán destronarlos de sus posiciones
usurpadas, relegarlos al olvido, a su papel de marionetas de un
pasado que nunca debió existir. Cuando eso ocurra, el gremio que ha
escrito algunas de las páginas más gloriosas del movimiento obrero
argentino, que ha dado héroes de la talla de Felipe, Mussy y Retamar,
será decisivo en las luchas del pueblo”66.
54 M. Gazzera, testimonio a S.S.G., op. cit.
55 M. Gazzera, op. cit.
56 Jáuregui, treinta años después, Francisco Tur; Página 12, junio 1999. También en Juan Bautista
Yofre, “La hora del miedo: cómo fueron los asesinatos de Vandor y Jáuregui”. Infobae, 20 de mayo,
de 2019. Disponible en www.infobae.com
57 Telegram 2281, June 26, Department of State, FRUS.
58 Testimonio de Rodolfo Perri a los autores.
59 Andrés Bufali, Con Soriano por la ruta de Chandler, Planeta, 2004. También, en La Nación
12/10/2004, “Después del asesinato de Vandor”.
60 “Ante el asesinato alevoso y cobarde de Augusto T. Vandor, la Unión Obrera Metalúrgica de la
República Argentina responde”. Solicitada publicada en Clarín, 1/7/69.
61 Ambos altos oficiales del Ejército sacarían enseñanzas de esa participación directa en la
represión del Cordobazo. El general Carcagno sería designado en 1973 como jefe del Ejército y
estaría al frente de la línea institucionalista más cercana a los sectores peronistas combativos. Bajo su
mando se realizó el Operativo Dorrego, en el que soldados y militantes de la Juventud Peronista
realizaban actividades comunitarias. Harguindeguy, más cercano a los sectores antiperonistas,
participó de ese operativo a las órdenes de Carcagno, experiencia que acentuaría su perfil ideológico
e influiría en su activo papel y encumbramiento como ministro del Interior de la dictadura del
Proceso.
62 Clarín, 2 de julio de 1969, “Imaz: Este es un Plan Ideológico Comunista-Chinoísta y
Fidelista”.. También en revista Análisis n.º 434, 8/14 de julio de 1969.
63 Gerardo Bra, “El asesinato de Vandor”, revista Todo es Historia n.º 265, julio de 1989.
64 “Esto no es argentino…” Editorial de Clarín, 1º de julio de 1969.
65 Testimonio de Miguel Gazzera a SSG.
66 Periódico de la CGT de los Argentinos, 25 de julio de 1969. Citado en Senén González, S. y
Bosoer F. (2009), op. cit., p. 245.
Capítulo 3
La leyenda

“La cosa se está poniendo fulera…”


(De Lorenzo Miguel, sucesor de Vandor al
frente de la UOM y las 62 Organizaciones.)

Hubo un Vandor omnipresente en el sindicalismo y la política de los años


60 y otro que transfiguró su presencia después de muerto. Amigos y
enemigos hicieron crecer su figura en la exaltación de las virtudes o la
estigmatización de los vicios que se atribuían al sindicalismo y a las
distintas formas de embanderarse en las luchas del peronismo.
Tapa de la revista Primera Plana, con la cobertura del magnicidio. Era la cuarta
vez que Vandor aparecía en su portada.

Su asesinato es el momento en que comienza a forjarse esa leyenda que


no tardará en convertirse en mito. La revista Primera Plana, que se
publicaba los martes, sale la semana siguiente al crimen recordando que en
su número anterior había titulado “La lista de nunca acabar” una reseña
sobre la muerte de Emilio Jáuregui. Funesto presagio, ya que el lunes 30 de
junio, poco antes de que la revista saliese a la calle, la lista había crecido
con el asesinato del caudillo de la Unión Obrera Metalúrgica, la figura
dominante del sindicalismo argentino en esa última década. “A la hora de la
violencia que rige en el país desde mediados de mayo”, sintetiza el editorial
de la revista, sucedió la hora del miedo. Esa misma noche, el gobierno
imponía el estado de sitio, allanaba la CGT de Paseo Colón y volvía a
poblar las cárceles con presos políticos. Esta atmósfera de recelos y de
enconos tuvo su anécdota para la pequeña historia: fue cuando se negó el
acceso al velatorio de Vandor al general Imaz, ministro del Interior, y al
intendente Iricíbar, también militar designado en ese cargo. Es que, no
obstante las excepcionales medidas ordenadas por el Ejecutivo, prevalecía
la sensación de que nuevos atentados y crímenes amenazaban la estabilidad
general; de hecho, se repitieron los desmanes y la efusión de sangre67.
En la historia de la revista, era la cuarta vez que Vandor aparecía en su
portada (las tres anteriores habían sido en el número 83, de junio de 1964;
el 114, de enero de 1965, y el 167, de marzo de 1966). Esta vez, la
fotografía de tapa –su cabeza yacente en el ataúd abierto–, que tomó Jaime
González Cocina, simboliza el tétrico apogeo de una crisis nacional, de un
desborde de pasiones e ideologías cuyo fin no parece cercano, como señala
su director. Por esos mismos días las librerías de Buenos Aires venden Lo
crudo y lo cocido, una obra fundamental del antropólogo francés Claude
Lévi-Strauss, el padre del estructuralismo, corriente intelectual a la que se
presentaba en sociedad como “la más fecunda metodología de conocimiento
elaborada en los últimos tiempos”. Lévi-Strauss, uno de los más grandes
pensadores del siglo, es entrevistado por Tomás Eloy Martínez, jefe de
Redacción de Primera Plana, en ese mismo número. Eran los contrastes de
un país y de una década en los que convivían civilización y barbarie,
profusión de revistas políticas y culturales y oclusión de los canales de
representación política; necrofilia y activa vida cívica.
Al cumplirse noventa días del crimen, la conducción provisoria de la
UOM acusó al gobierno de no poner empeño en esclarecer el hecho. En un
reportaje periodístico, el jefe de la Policía Federal, general Mario Fonseca,
responde a aquellas imputaciones: “Esa acusación es injusta y no tiene
ningún fundamento; puedo asegurar que el vandálico atentado que costó la
vida de Augusto Vandor ha sido encarado con total seriedad y tal vez con
mayor preocupación que otros casos similares, por la extraordinaria
significación nacional e internacional que tuvo ese horrendo crimen”.
Fonseca no olvida recordar que Vandor “era un freno contra la subversión y
el caos”68.
Cuando se cumple el primer aniversario de su muerte, la CGT realiza
bajo su advocación el Congreso de la Unidad en el que José Rucci es
designado secretario general. Al frente de la UOM y las 62 Organizaciones
ya estaba instalado Lorenzo Miguel. Rucci, desde Azopardo 802, y Miguel
desde el aparato político-sindical del peronismo, se convertirán en los
artífices de lo que comenzará a llamarse “la patria metalúrgica”, el núcleo
duro del poder sindical. Aunque las relaciones entre ambos eran
tormentosas desde un inicio, Lorenzo, con un esquema ideológico muy
sencillo, advierte los contornos de un amenazante arco de enemigos y
considerará a Rucci un puntal para los tiempos duros que se avecinan.
Ninguno de ellos tendrá ni la ductilidad ni la capacidad de persuasión que
tenía Vandor para dialogar y negociar con los adversarios. Y ya habían
cambiado los tiempos: comenzaban a evocar los 60 como una época de
cierto romanticismo y candor.
Un año y medio transcurrió desde el asesinato del Lobo y no había
pruebas o pistas concretas para esclarecer la autoría de la muerte, que hasta
entonces nadie había reivindicado. Sobreabundaron, sí, las extensas
diatribas y especulaciones; desde “elementos castristas” (diario La Nación),
“asesinos a sueldo, empujados por intelectuales de izquierda que terminan
enterrados en la Recoleta” (Bernardo Neustadt), “mercenarios extranjeros
que no conocían a la víctima” (La Prensa), “la izquierda insurreccional” (el
mismo general Fonseca, jefe de Policía) hasta un documento que grupos de
la izquierda peronista le envían al líder en Madrid en el que recorren las
diversas hipótesis: “Compañeros metalúrgicos a los que traicionó, sectores
de las fuerzas armadas, sectores partipacionistas, etc.” 69. Los más
escépticos recordarían el propio juego pendular de Perón, enviando cartas
alentando a unos y otros, preguntándose cuáles eran los límites de dicha
estrategia.
La primera alusión concreta de Perón es en una carta que dirige al
psicoanalista Antonio Caparrós, fechada en Madrid en julio del 69. Entre
otras cosas, después de alabar al sindicalista, decía que “en los últimos
tiempos, Vandor actuaba con una misión del Comando Superior, y que la
había cumplido bien e inteligentemente. A ello iba unido el deseo o el deber
que la conducción tiene de defender a sus dirigentes y evitar su
destrucción, aun cuando hayan cometido algunos errores. Lo que no ha
podido evitar ha sido su asesinato que, si se atan bien los cabos de cuanto
le acabo de referir, pueden inferirse las causas y los autores intelectuales
del hecho. Porque nada le pasó cuando actuaba por sí, dentro de sus
propias aspiraciones y, cuando comenzó a actuar al servicio de la
conducción del Movimiento Peronista con una misión de gran importancia,
fue asesinado. Esto quiere decir además que sus asesinos no son peronistas
aunque haya algunos que lo hayan odiado y sí quiere decir que el asesinato
se ha gestado y organizado entre nuestros enemigos”70.

La “Operación Judas”
Recién el 11 de febrero de 1971, diecinueve meses después del crimen y
cuando se habían sumado a la luctuosa lista el general Pedro Eugenio
Aramburu y José Alonso, una organización armada hasta entonces
desconocida, autodenominada Ejército Nacional Revolucionario, se
adjudicó “el ajusticiamiento del traidor Augusto Timoteo Vandor” en lo que
llamó “Operativo Judas”. El nombre que le ponen al grupo comando es el
de Domingo Blajaquis, el militante metalúrgico muerto en el tiroteo de La
Real de Avellaneda, junto con Rosendo García.

Se transcribe a continuación el texto completo de esa reivindicación:

“DECLARACIÓN DEL ENR (EJÉRCITO NACIONAL


REVOLUCIONARIO) CON MOTIVO DEL ASESINATO DE
AUGUSTO TIMOTEO VANDOR EL 30 DE JUNIO DE 1969

CARGOS QUE SE LE HACEN.

Al pueblo de la Patria:

I. Siendo las 11.36 hs. del 30 de junio de 1969, el Comando ‘Héroe de


la Resistencia Domingo Blajaquis’ del Ejército Nacional
Revolucionario que ocupó el local de la UOM, sito en la calle La
Rioja 1945, cumpliendo el ‘Operativo Judas’, procedió al
ajusticiamiento del traidor Augusto Timoteo Vandor, complementando
la acción con la voladura parcial del edificio para no afectar fincas
vecinas. Este objetivo fue dispuesto en razón de los cargos
comprobados que se detallan a continuación:
1. Por haberse confabulado con el integracionismo en la entrega de la
huelga revolucionaria del Lisandro de la Torre, el 17 de enero de
1959.

2. Por haber aceptado las cláusulas de productividad impuestas por


los monopolios metalúrgicos en el convenio colectivo firmado el 30 de
octubre de 1959.

3. Por haber formado grupos de matones a su servicio, con apoyo


policial en armamento y credenciales.

4. Por haberse constituido en el principal agente del integracionismo


frigerista, dentro de las filas del proletariado nacional.

5. Por haber mantenido al movimiento obrero en la pasividad cuando


el gorilismo desconoció el triunfo de la voluntad popular el 18 de
marzo de 1962.

6. Por haber ofrecido colaboración activa al golpe militar de Campo


de Mayo, encabezado por el cipayo general Onganía el 20 de
setiembre de 1962.

7. Por su pasividad ante la tortura con la que asesinaron al


compañero Felipe Vallese.

8. Por haber formado un aparato de escribas con la misión de


enmascarar su traición detrás de frases nacionalistas.
9. Por haber orientado la constitución del llamado frente nacional y
popular al servicio del integracionismo frigerista, en la fórmula
cipaya Solano Lima-Silvestre Begnis el 7 de julio de 1963.

10. Por haber entregado el Plan de Lucha del 21 de mayo al 24 de


junio de 1964.

11. Por sus vinculaciones con la sección gremial de la SIDE.

12. Por ser un elemento vinculado a la CIA, tal como lo denunciara


oportunamente el General Perón.

13. Por haberse complotado con el gobierno gorila-radical en


mantener pasivo al Movimiento Obrero cuando el General Perón
inició el Operativo Retorno el 2 de diciembre de 1964.

14. Por su alianza con el neoperonismo a partir de las elecciones del


14 de marzo de 1965.

15. Por haber orientado la formación del congreso antiperonista de


Avellaneda el 23 de octubre de 1965.

16. Por haberse complotado con el gobierno gorila-radical en el


hostigamiento a la misión que Isabel Martínez cumpliera por orden
del General Perón, contra la alianza vandorista-neoperonista, a partir
del 10 de octubre de 1965.
17. Por su enfrentamiento con las ‘62 de Pie junto a Perón’ a las que
acusó de trotskystas el 29 de marzo de 1966.

18. Por su alianza con el integracionismo frigerista en las elecciones


provinciales, enfrentado al peronismo, en los años 1965/66.

19. Por haber participado activamente en el asesinato de los


compañeros Domingo Blajaquis y Juan Zalazar el 13 de mayo de
1966.

20. Por haber sido uno de los gestores del golpe antinacional que
instauró la actual dictadura de los monopolios apátridas el 28 de
junio de 1966.

21. Por haber impuesto la traición a la huelga portuaria de octubre-


noviembre de 1966.

22. Por haber impuesto la capitulación en el Plan de Lucha de


febrero-marzo de 1967.

23. Por haberse complotado con la dictadura militar de los


monopolios para sabotear el surgimiento y la existencia de la CGT de
los Argentinos, a partir del 28 de marzo de 1968.

24. Por haber convertido la UOM en un aparato de freno, corrupción


y delación, afiliarla a la FITIM y apoyar a la IADSL.
25. Por haber traicionado la heroica huelga petrolera del 25 de
setiembre al 18 de noviembre de 1968.

26. Por negociar despidos, por las coimas con retenciones sindicales,
servicios sociales, cajas de previsión, compra y construcción de
locales, por los negocios de quiniela y chatarra.

27. Por haber preparado la entrega del Movimiento Sindical al


Régimen, gestión que desempeñaba activamente, traicionando el paro
del 1ro de julio de 1969, hasta las 11.38 del 30 de junio de 1969,
momento de su ajusticiamiento.

II. El Ejército Nacional Revolucionario ratifica los términos de la


comunicación cursada en fecha 5 de agosto de 1970 al juez de la
causa, al abogado Isidoro Ventura Mayoral y a los diarios La Razón y
Crónica. La comunicación de referencia se concretó al solo efecto de
detener la tortura a que estaban siendo sometidos los Montoneros
Guzzo Conte Grand y Fierro, ambos absolutamente ajenos al
ajusticiamiento del traidor Augusto Timoteo Vandor.

III. El Ejército Nacional Revolucionario resolvió no hacer propaganda


sobre el ‘Operativo Judas’ hasta no disponer de una fuerza suficiente
para garantizar la continuidad de su acción. Alcanzado ese objetivo
decide hacer público el presente Comunicado Nro. 3.

IV. Los traidores al movimiento obrero son doblemente Judas,


traicionan al Movimiento Nacional Peronista y traicionan a la propia
clase obrera de la que surgen. Está resuelto –y así se hace– que sean
los primeros en caer bajo el puño de hierro de la Justicia del Pueblo,
los traidores al movimiento obrero son la principal quinta columna
enemiga dentro de las filas del proletariado nacional. Es imperioso
que la vanguardia de los activistas obreros esté totalmente
desvinculada de los lineamientos, organización y conducción traidora.
Separar definitivamente del movimiento sindical la línea traidora es
una exigencia que ya no se puede demorar más en cumplir. Debe
haber una muralla sostenida entre los revolucionarios y los traidores,
muralla sostenida en la conciencia nacional, firmeza en la ejecución
de las resoluciones, amor a la patria, lealtad para con nuestros
mártires y odio a muerte a todo lo que representa al enemigo.

V. Cumplimos en reiterar la apreciación del General Juan Domingo


Perón, sobre el traidor Augusto Timoteo Vandor, en los años 1965/66.
Por su acción de ‘engaño, doblez, defección, satisfacción de intereses
personales y de círculo, desviación, incumplimiento de deberes,
componendas, acomodos inconfesables, manejo discrecional de
fondos, putrefacción, traición, trenza. Por eso yo no podré perdonar
nunca, como algunos creen, tan funesta gestión. En política no se
puede herir, hay que matar, porque un tipo con una pata rota hay que
ver el daño que puede hacer’. En coincidencia con esta opinión, el
Ejército Nacional Revolucionario procedió a su ejecución.

VI. Observamos atentamente a las conducciones sindicales. Nuestro


puño es hoy más fuerte que cuando ajusticiamos a los traidores
Augusto Timoteo Vandor y José Alonso. Para los Judas no habrá
perdón. Elijan libremente todos los dirigentes sindicales su destino.
¡Viva la Patria!
Ejército Nacional Revolucionario, Buenos Aires, 7 de febrero de
1971”.

Según el historiador Richard Gillespie, el ENR era una cobertura del


Comando Descamisado, liderado por Dardo Cabo, que luego se sumaría a
los Montoneros71.
La figura de Dardo Cabo aparece en el centro de las sospechas, en una
secuencia de ribetes cinematográficos. “Yo me comunicaba con Perón a
través de él después de la muerte de Vandor”, le comenta Miguel Gazzera a
Viviana Gorbato. “No, Dardito nunca hubiera podido matarlo a Vandor; el
padre nunca se lo hubiera permitido.” La investigación recogerá el
testimonio de Héctor Villalón, testigo de la última reconciliación entre
Vandor y Perón, en la frontera franco-española, pocas semanas antes del
crimen de la calle La Rioja. Villalón se inclina por otra versión: “Lo
mataron sectores del Ejército que estaban en eso de crear un aparato
protomontonero. No hay pruebas. Pero sabemos que la orden salió de un
quinto piso de un edificio oficial. No lo pudieron matar nunca sin
complicidad de gente de la UOM…”72.
Una interpretación dominante en el ámbito del sindicato señalará que
Vandor había caminado por la cornisa en tiempos de tormentas sin jamás
traicionar a las bases de su gremio, que sin duda era peronista y pese a que
en su momento intentó hacer “el peronismo sin Perón”, terminó
entendiendo que no había futuro sin el Líder. Como buen pragmático y
entendedor, “el Lobo volvió a la manada”, se dirá. “Fue a Madrid, habló y
se entendió con el general Perón. Poco tiempo después lo mataron. Cuando
supuestamente traicionaba a Perón, nadie conseguía ponerse a tiro y
matarlo. En cambio cuando volvió al redil y se puso al servicio del Líder,
fue cruelmente masacrado el 30 de junio de 1969 en su propio despacho por
un grupo de amateurs, en donde lo que menos predominaba era el
peronismo. Eran tiempos turbulentos, donde nunca se sabía a ciencia cierta
de dónde provenían las balas. La investigación –evaluada como ‘poco
seria’– nunca encontró una pauta, ni siquiera se les dio con el tiempo
demasiada importancia a los comunicados del embrionario Ejército
Nacional Revolucionario, que se adjudicaba la muerte del Lobo”73.

Dardo Cabo, de Extra a El Descamisado

¿Son incompatibles estas versiones? En verdad, es difícil discernirlo cuando


se multiplicaba el origen probable de la violencia. Lo cierto es que el hijo
del viejo fundador de la UOM, Armando Cabo, había incursionado en zonas
neurálgicas y a la vez peligrosas del poder. En su breve historia, ese
muchacho de 28 años, de pelo corto ensortijado e ideología nacionalista,
había integrado el Movimiento Nueva Argentina, una organización
nacionalista de derecha que actuaba como grupo de choque; fue custodio de
Isabel Perón cuando ella viajó como delegada de su marido en 1965 para
frenar el avance vandorista; luego izará la bandera argentina en las
Malvinas al comando de la Operación Cóndor auspiciado por la propia
UOM, y participará en la organización Descamisados. Un dato sugerente:
detenido durante tres años por la Operación Cóndor, “Dardito” –como lo
llamaban los dirigentes más veteranos– fue excarcelado en 1969, semanas
antes del crimen de Vandor, y al poco tiempo recaló en la revista Extra,
desde la que se había acusado directamente del asesinato a “la izquierda
insurreccional”.
La revista dirigida por Bernardo Neustadt, que se publicaba desde julio
de 1965 y hacía gala de sus fluidos vínculos con los círculos más
influyentes del poder y los servicios de inteligencia, le dedicó varios
artículos y comentarios breves al asesinato de Vandor74. En uno de ellos, en
el número de agosto del 69, titulado “Viven muy equivocados”, señaló que
“Dardo Cabo, el joven argentino que llegó a las Malvinas en forma
violenta, y que recuperó su libertad después de tres años de cárcel en el
Sur, volvió a ser ‘demorado’ por 24 horas, en averiguación por la muerte
de Vandor. Por supuesto, Dardo no sólo no tuvo ninguna intervención sino
que su actitud de vida tiene poco que ver con ‘los asesinos a sueldo’”. Dos
meses después, Cabo ya trabajaba en esa revista como integrante del staff,
donde permaneció como colaborador especial durante casi dos años.
Aunque fugazmente, Miguel Bonasso también pasará por Extra como jefe
de Redacción.
Lo que sigue es un informe especial encargado por Neustadt a Dardo
Cabo para País-País Nacional, un boletín que el periodista confeccionaba y
vendía a organismos del Estado, funcionarios militares y civiles, políticos,
gremialistas y empresarios. Cabo analiza allí, con el detalle que revela el
conocimiento cercano de los protagonistas, las tensiones que agitan al
gremialismo desde la muerte del jefe metalúrgico:

“Los primeros encontronazos por la sucesión de Augusto Vandor se


están produciendo ya en la Unión Obrera Metalúrgica. La vacante que
se abrió luego de la muerte del ‘Lobo’, según el estatuto del gremio,
debía ser cubierta por el secretario capitalino, Avelino Fernández.
Empero, ante la posibilidad de que no se considerara potable en la
Secretaría de Trabajo la figura del ‘gallego’ para integrar el
secretariado, los directivos gremiales resignaron la entrada de Avelino
(con cierto alivio, ya que éste no comparte por completo la línea de
los dirigentes máximos) y mediante esta sutileza los herederos de
Vandor fueron premiados con dos concesiones muy importantes: el
reconocimiento de las elecciones realizadas por el gremio al margen
de la actual Ley Laboral y el aumento del 2% en las cuotas que los
obreros metalúrgicos aportan al tesoro del gremio. Justamente dos
objetivos por los que luchó denodadamente el dirigente asesinado.
”Con todo, Avelino Fernández sigue siendo uno de los ‘hombres
fuertes’ con alcances nacionales dentro del gremio”.

El informe exclusivo, titulado “El sillón del Lobo”, reproduce párrafos del
periódico oficial de la UOM dedicado al secretario general asesinado: “Hoy
hay más vandoristas que nunca”, “Vandor es un símbolo de la Tercera
Posición” (…) “porque en cada corazón argentino hay un Vandor” (…)
“Vandor salvó al país del caos…”. Señala, a continuación, que
curiosamente no se nombra ni una sola vez a Perón o al peronismo,
mientras que por primera vez entre los metalúrgicos se habla de
“vandorismo”. Quizás fueron estas dos cosas, especula, las que provocaron
la reacción de los dirigentes de segunda línea de las seccionales
metalúrgicas que reclamaron al Secretariado por lo que consideraban un
exabrupto.
Según consigna el análisis de Cabo en la newsletter de Neustadt, el
periódico metalúrgico debió ser retirado de circulación ante la reacción
encabezada por la Seccional Capital por intermedio de sus agrupaciones.
Suspendida la distribución por unos días, el secretariado incluyó
apresuradamente en su órgano oficial una misiva de Perón donde el Líder se
lamenta por el asesinato y hace algunas consideraciones: “Ha sido
asesinado por los que se oponen a la Unidad de la Clase Trabajadora; el
mejor homenaje que podemos rendir al compañero caído es continuar y
realizar la tarea que la fatalidad sacó de sus manos”.
El gambito de los directivos de la calle La Rioja, incluyendo entre el
panegírico vandorista la carta del General, coloca a éste como bendiciendo
las recargadas loas hacia el dirigente desaparecido. El comentario de Cabo
concluye haciéndose eco de sus repercusiones en la disputada interna
metalúrgica:

“Es seguro que los delegados del secretariado que estuvieron hace
unos días en Madrid deberán rendir cuentas ante el jefe del peronismo
por la utilización que le dieron a la carta de condolencias fechada el
10 de julio. Precisamente la autoelección de Guerrero y Barreiro para
viajar a España incomodó a Calabró y Azzolina (secretarios de Acción
Social y Administrativo, respectivamente) que aspiraban a integrar la
comisión de visita. Avelino Fernández (quizá el más calificado para
representar al gremio ante Perón) también hizo sentir un rechinar de
dientes por tener que quedarse en Buenos Aires. Pero sigue en su
actitud de ‘esperar sin hacer barullo’. Sin embargo, febrero está lejos
y esperar demasiado quieto puede atrofiar movimientos futuros”75.
Avelino, finalmente, deberá resignar posiciones ante el ascenso de
Lorenzo Miguel a la conducción del gremio.

La presencia de Cabo como uno de los cronistas “estrella” de Extra se


notará en varios números de la revista. El correspondiente a noviembre del
69 contiene varias notas reveladoras. En una de ellas se reproducen y
comentan juicios críticos de la Military Review de los Estados Unidos sobre
Onganía. Se señala que “una revista puramente militar, producida por la
Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos
Fort Leavenworth, Kansas, en su edición hispanoamericana, acaba de
publicar un agraviante juicio de valor sobre el sistema que rige en la
Argentina. Mientras nosotros nos desesperamos por ser cada vez más
dependientes (sic), esta publicación, en su número de junio, dice lo
siguiente: ‘La dictadura militar del teniente general retirado Juan Carlos
Onganía establece una vital condición previa para la lucha de guerrillas
(según señalaba el Che) porque suprime la libertad e incita al pueblo a
alzarse en armas como solución. El pacto peronista-comunista que el
propio Che concluyera en 1961 aún podrá materializarse y proveer más
fuerzas irregulares de lo preciso para amenazar a Onganía. (Las bandas
guerrilleras de 1964, así como las de 1968, incluían jefes peronistas.)
Reconociendo esa posibilidad, el dictador se reunió por varias horas con su
Consejo de Seguridad Nacional en setiembre de 1968, pues preveía que se
reanudarían los disturbios en el norte del país cuya frontera con Bolivia no
es símbolo de paz ni tranquilidad’”76.
En otra nota del mismo número de Extra se evoca la figura del brigadier
mayor Juan Ignacio San Martín, fallecido tiempo atrás. Bajo la volanta
“Sección Desaparecidos” y con el título “Vuelo nocturno” –palabras que
adquirirían otros siniestros significados años más tarde– se recuerda que el
brigadier San Martín fue un jefe militar peronista, ministro de Aeronáutica
en 1951, director del Instituto Aerotécnico en el que se ideó y construyó el
avión Pulqui, también gobernador de Córdoba durante dos años, promotor
del parque industrial de esa ciudad, creador del IAME, de donde sale el
primer automóvil argentino, conocido como Rastrojero, las motocicletas
Puma y el tractor Pampa. Fue, dice el artículo, injustamente olvidado y
condenado al ostracismo. Ya enfermo, San Martín había decidido partir un
par de años antes hacia los Estados Unidos en pos de un tratamiento en la
ciudad de Houston. Una de las últimas despedidas que tuvo fue
precisamente con algunos dirigentes gremiales amigos, entre ellos el líder
de los metalúrgicos: “Vea, Vandor, vengo a despedirme de ustedes, primero
porque parto de viaje y segundo porque pienso que en poco tiempo me
muero; ya no hay nada que hacer conmigo”, había dicho en esa ocasión.
El país estaba cambiando. En aquella Argentina corporativa a punto de
despedirse de la década del 60 y de los viejos modos del primer peronismo
y sus secuelas antiperonistas, en la que la política la hacían los militares, los
sindicalistas, los economistas y sólo en un papel secundario los dirigentes
políticos, no faltaba la voz eclesiástica. En el programa Tiempo Nuevo, que
conducía ya en aquellos años Neustadt por Teleonce, participaban el jueves
6 de noviembre como invitados tres figuras que habían sido frecuentes y
cercanos interlocutores de Vandor: el secretario de Trabajo Rubens San
Sebastián y los dirigentes Juan José Taccone y Miguel Gazzera. Extra, en el
mismo número, reproduce un diálogo entre los sacerdotes Carlos Mugica,
exponente de la posición tercermundista, y Raúl Sánchez Abelenda,
tradicionalista ultraconservador, acerca del debate entre católicos y
marxistas que agitaba a la Iglesia con el surgimiento de la Teología de la
Liberación77.
Ese ejemplar de Extra anticipa el fin de la década y la entrada en los años
70 con un reportaje central al general Osiris Villegas, secretario del Consejo
Nacional de Seguridad (Conase). Se observa que la mayoría de las notas no
lleva firma, salvo algunas pocas; entre ellas, la de una reseña acerca de un
comentario bibliográfico del libro de Félix Luna El 45, publicado
recientemente, realizado por Juan Ovidio Zavala. El comentarista, sin
ocultar su simpatía por el peronismo, elogia sin embargo la honestidad del
artículo de Zavala, un encarnizado opositor al peronismo que realiza una
severa autocrítica del gorilismo antiperonista y felicita a Luna por su
objetividad histórica. La reseña concluye: “Quizá los peronistas tengan hoy
algunos –muchos– puntos de disidencia con Ovidio Zavala. Pero con el
adversario digno siempre es lindo poder mirarse a los ojos”. Quien firma el
comentario es Dardo Cabo.

1 de julio, 1970. Miles de personas se reúnen en el Cementerio de Chacarita, en


el primer aniversario del asesinato (Archivo Clarín)

El hilo conductor sigue la trayectoria de este joven militante que


alternaba la pluma periodística con las actividades políticas y la atracción
por “los fierros” y las operaciones políticas de inteligencia. En setiembre de
1970, asciende de colaborador a integrante del Comité de Redacción de
Extra, ya sin la presencia de Bonasso. Las notas sobre el asesinato de
Vandor siguen ocupando varias páginas a lo largo de aquellos meses, y las
que firma Cabo siguen teniendo un enfoque distintivo.
Ese mes, con la volanta “Modo de combatir la guerrilla”, publica un
reportaje al flamante director nacional de Turismo, el coronel retirado Luis
César Perlinger, presentado como parte de la camada nacionalista
incorporada recientemente al gobierno del general Levingston. El reportaje
a Perlinger lleva como encabezado una frase del entrevistado: “A los tiros
se responde con tiros. A la Bandera ideológica, con realidades”, “un
reportaje muy claro. Límpido. Sin extravagancias. Lo consiguió Dardo
Cabo”. El intrépido cronista rescata algunas definiciones más de su
interlocutor: “Creo que para dinamizar la Revolución, no hay otro camino
que poner revolucionarios”, y concluye así su nota: “No fue precisamente
una charla sobre turismo. Hubo algún intento tanto de parte de Extra como
del coronel Perlinger, pero la trayectoria del nuevo director, su posición
expectante durante estos últimos años, relegó las intenciones. Así y todo, a
través del reportaje se vislumbraron otros caminos para la Dirección
Nacional de Turismo. Como dice su director: ‘Revolución se hace desde
cualquier lado’”78.
Una semana antes, el 27 de agosto de 1970, había sido asesinado José
Alonso, el segundo en la lista de jerarcas sindicales en la mira de las
organizaciones armadas. Con la muerte de Aramburu, secuestrado por
hombres de uniforme en su domicilio particular el 29 de mayo del 70 (Día
del Ejército y aniversario del Cordobazo) y asesinado luego de semanas de
cautiverio y un remedo de “juicio sumario”, se trataba del tercer magnicidio
en solo catorce meses.
A las 9.15, cuando se dirigía desde su casa, situada en el barrio de
Belgrano, hacia la sede del sindicato, el coche de Alonso fue interceptado
por dos automóviles en la esquina de las calles Benjamín Matienzo y
Ciudad de la Paz. Un hombre descendió del vehículo situado detrás del auto
de Alonso y le disparó catorce balazos matándolo en el acto. El 10 de
septiembre, un comunicado de un Comando Montonero Emilio Maza del
Ejército Nacional Revolucionario, se adjudicó el hecho, al igual que la
muerte de Vandor79. Neustadt había sido el último periodista que habló con
Vandor. Había sido el último en reportear a Rosendo García antes de su
muerte en Avellaneda. También fue uno de los últimos en entrevistar a
Alonso, en su programa televisivo Tiempo Nuevo.
En el mismo número de Extra en el que Cabo conversa con el coronel
Perlinger sobre guerra de guerrillas, insurgencia armada y
contrainsurgencia, revoluciones y acción psicológica, se inserta un
suplemento especial que se interroga: “Primero Vandor, ahora Alonso:
¿Quién marca las cruces en la lista de la muerte?”. Se puede leer allí este
premonitorio párrafo:

“Alguien dijo que ‘la historia del crimen político es la historia de los
grandes interrogantes nunca contestados’. La muerte de José Alonso,
precedida por las de Aramburu y Vandor, parece –hasta ahora–
confirmar el aserto para nuestra historia reciente. La evidencia de una
macabra y coherente planificación detrás de las tres muertes, tesis
sintetizada en la existencia de una escrupulosa y precisa lista de la
muerte, nos pone, sin embargo, en el camino de las explicaciones. Y
allí nos hundimos en la maraña casi inextricable de posibles o
imposibles autores ideológicos y brazos ejecutores… Antes de
perdernos en ella, entendemos que cabe una reflexión,
insoslayablemente válida: a poco que no logremos contener la
escalada, la lista de la muerte nos comprenderá a todos. Y entonces ya
no habrá tiempo para buscar culpables. Sino apenas el necesario y
vital para enfrentar enemigos. Será el momento en que todos
tendremos licencia para matar… para que no nos maten”80.

Las conexiones entre las internas del peronismo y las internas de la


dictadura hacen más compleja y tenebrosa la trama. Los nombres se repiten
en esta secuencia de asesinatos; excepto los autores directos, los
directamente afectados, de uno u otro modo, están a la vista y se cubren de
sospechas e intrigas: el coronel Luis Prémoli; los generales Imaz, en el
ministerio del Interior, y Señorans, al frente de la SIDE; el coronel Dotti,
jefe de Coordinación Federal de la Policía; Guillermo Patricio Kelly, con
ingreso frecuente a las oficinas de los servicios de inteligencia; el mayor
Hugo Miori Pereira, asesor del general Imaz, que era considerado el
contacto entre el gobierno y los grupos armados; el mismo Bernardo
Neustadt, al tanto de todo lo que “allí dentro” en despachos y trastiendas del
poder ocurría. No por nada un allegado al general Aramburu, Próspero
Fernández Alvariño, escribe su alegato sobre el asesinato del ex presidente
bajo el título: “Z argentina. El crimen del siglo”, comparándolo con la
historia de la película de Costa Gavras sobre la dictadura de los coroneles
griegos que instigan el asesinato de un político opositor, el diputado
Lambrakis, para justificar sus planes de guerra contrarrevolucionaria. La
idea era que el aparato del Estado y los sectores ideológicos en apariencia
antagónicos podían realizar “trabajos sucios”en común81.
De Extra, Cabo pasa a Semana Gráfica pero la militancia lo tomará por
completo. Con su grupo la OP 17 (Organización Peronista 17 de Octubre)
participa activamente en las gestiones de una unificación de las múltiples
agrupaciones juveniles del peronismo, ya con la mirada puesta en las
elecciones del 73 y siguiendo hasta ahí las instrucciones de Perón, que
estaba preocupado por ordenar la tropa. Es uno de los oradores, el 9 de
junio de 1972, en el acto que se realiza en la Federación de Box en el que se
anuncia la constitución del Consejo Nacional de la Juventud Peronista.
Allí estaba todo el arco ideológico, desde los muchachos más pesados de
Alberto Brito Lima y el Comando de Organización, pasando por los
conductores de Guardia de Hierro, Alejandro Álvarez y Roberto Grabois, a
las huestes de Montoneros, con Rodolfo Galimberti a la cabeza. Ante un
auditorio entre los que se ubicaban en primera fila el mismísimo Héctor
Cámpora, Andrés Framini, Sebastián Borro y Dalmiro Sáenz, Dardo Cabo
sorprende al auditorio al señalar que “los que tenemos más de treinta años
(y él apenas los había cumplido) tenemos que renunciar a la Juventud
Peronista”. El planteo generacional era parte de las fuertes disputas que
estaban latiendo. Primera Plana comenta el acto de la Federación de Box
señalando que se había logrado la unificación de los dos sectores con mayor
peso en la JP, la Mesa del Trasvasamiento Generacional y el Consejo
Provisorio, liderados, respectivamente, por el tríptico Dardo Cabo-Roberto
Grabois-Alejandro Álvarez y Galimberti. Así es como Cabo junto a otros
compañeros se suma a Descamisados en la Mesa, con la gente de Guardia
de Hierro, y al poco tiempo se incorpora a Montoneros y llega a dirigir el
semanario de la organización, El Descamisado82.

La patria socialista vs. la patria metalúrgica

En este momento, el partido militar, con sus complejas internas, se retira del
centro de la escena e ingresa de lleno en ella el peronismo movilizado,
aluvional y desbordante, tanto de entusiasmos como de intenciones e
intereses encontrados. A ese carro irrefrenable y triunfal se subirían muchos
que llegaban para alentar las próximas batallas.
El enfrentamiento entre quienes mentaban la patria socialista y quienes
lo hacían con la patria peronista invocando el nombre de Perón y Evita se
abonaba con una interpretación de la historia reciente que colocaba a la
burocracia sindical como un tema de denuncia social. Las columnas de
militantes de Montoneros y FAR, principales organizaciones de la izquierda
peronista, coreaban en los actos: “Rucci traidor, a vos te va a pasar lo
mismo que a Vandor”. Las pintadas eran otro grito de guerra: “Rucci,
traidor, saludos a Vandor”. El secretario general de la CGT, primer dirigente
metalúrgico que asumía la dirección de la central obrera y se ubicaba en la
primera línea del verticalismo ortodoxo asociado a la derecha peronista, era
el blanco preferido de los ataques.
En los actos públicos, en las calles y asambleas universitarias, se
trenzaban las hinchadas de la Tendencia y la JPRA. Con la melodía de la
famosa canción “Yo tengo fé”, de Palito Ortega, repiqueteaba el estribillo
que sonaba a sentencia de muerte: “Oy, oy , oy, oy, escuche bien, señor; a
Rucci va a pasarle lo que le pasó a Vandor”83.
La película Los traidores, de Raymundo Gleyzer, realizada en 1973,
cuenta la historia de un sindicalista cuya trayectoria resume los perfiles de
Vandor y Rucci. Flaco, con bigotes y campera negra, Roberto Barrera
comienza luchando dentro de la fábrica en la que trabajaba hasta convertirse
en su interventor. De allí en adelante, sus principios, ideales y motivos de
lucha se ven bastante afectados: comienza a negociar con sus supervisores y
patrones al principio y, a medida que va aumentando su poder, con
representantes de empresas multinacionales y hasta miembros de las fuerzas
armadas. Ya no escucha ni responde a los reclamos por las condiciones de
trabajo de los obreros, los despidos masivos o el peso cada vez mayor de los
capitales extranjeros. Al contrario, ahora es parte de todas esas
negociaciones.
La historia de Barrera es narrada en la película contraponiendo su
juventud con su adultez, dejando en evidencia el cambio de postura y su
traición al sector que representaba. Casado con dos hijos, es aficionado a
los caballos y está rodeado siempre de sus secretarios, que acumulan poder
a la par y cubren todos los actos corruptos de su jefe. Las coincidencias con
la realidad no son pura coincidencia, están cuidadosamente hilvanadas.
En la historia de la película, ante el peligro de no ganar la elección
sindical por el descontento obrero, Barrera simula su propio secuestro,
mientras en realidad está en otra ciudad con una amante. Durante el
transcurso de este “secuestro”, el grupo que responde a sus órdenes se
encarga de golpear, secuestrar y torturar a los principales disidentes.
Finalmente Barrera gana la elección y regresa triunfante, pero no tendrá
tiempo de celebrar. Cuando los principales representantes del gremio se
reúnen a festejar la victoria, un grupo de jóvenes revolucionarios ingresa al
lugar en el que estaban a punto de brindar y lo acribilla. Los traidores fue
prohibida y su difusión, censurada84.
La guerra interna entre el peronismo revolucionario y los sectores
ortodoxos estaba declarada. Pero también las diferencias internas en ambos
bandos. El 2 de octubre del 73, horas después del asesinato de Rucci, como
director de El Descamisado, Dardo Cabo escribe y firma el siguiente
editorial a manera de carta “A los compañeros”.

“La cosa, ahora, es cómo parar la mano. Pero buscar las causas
profundas de esta violencia es la condición. Caminos falsos nos
llevarán a soluciones falsas. Alonso, Vandor, ahora Rucci. Coria
condenado junto con otra lista larga de sindicalistas y políticos.
Consignas que auguran la muerte para tal o cual dirigente. La
palabra es ‘traición’. Un gran sector del movimiento peronista
considera a un conjunto de dirigentes como traidores y les canta la
muerte en cada acto. Estos dirigentes a su vez levantan la campaña
contra los infiltrados, proponen la purga interna. Arman gente, se
rodean de poderosas custodias personales y practican el matonaje
como algo cotidiano. Cómo es toda esta historia, cuándo comenzó la
traición y cuándo comenzó la muerte.
”Los viejos peronistas recordamos a estos burócratas hoy ejecutados o
condenados a muerte. Los conocimos luego de 1955, cuando ponían
bombas con nosotros. Cuando los sindicatos logrados a sangre y
lealtad, recuperados para Perón y el movimiento, eran casas
peronistas donde se repartían fierros y caños para la resistencia y de
donde salía la solidaridad para la militancia en combate o presa.
Coria guardaba caños en Rawson 42, el local de la UOCRA, allí se
armaban bombas y se preparaba la resistencia; Vandor bancó la
mayoría de las células más combativas del movimiento. Eran leales,
eran queridos, habían llegado a los sindicatos por elecciones y
representaban a la base del gremio; más allá de que les gustaran las
carreras o tuvieran un vicio menor, ‘los muchachos los querían’ y en
serio. Perón confiaba en ellos.
”No tenían matones a sueldo; en cambio, amigos en serio los
acompañaban. Si uno quería hablar con Vandor podía invitarlo a la
esquina de La Rioja y Caseros o caerse al mediodía en un boliche a
cuadra y media del sindicato, agregarse a la mesa o apartarlo a una
cercana. Las puertas de los sindicatos estaban abiertas, siempre. A lo
sumo una mesa de entrada con un par de muchachos con algún fierro,
pero sin mucha bulla, más para cuidar los fierros que adentro se
guardaban que para cuidar a nadie. ¿Quién iba a matar a Vandor en
1962?
”Pero de pronto las puertas se cerraron, o fueron reemplazadas por
sólidos portones con sistemas electrónicos. Ya no andaban con
amigos, sino ‘con la pesada’. Su vida rodeada del secreto
impenetrable. Las elecciones en los sindicatos iban precedidas por
una intrincada red de fraudes, tiros, impugnaciones, expulsiones.
Denuncias de las listas opositoras y todo un sucio manejo que dejaba
como saldo una gran bronca: delegados echados, afiliados
expulsados, acusaciones de troskos o ‘bichos colorados’ que
justificaban el arreglo con el jefe de personal para arreglar el despido.
”También las versiones: se negociaba con el enemigo, se apretaba a
Perón, se guardaban sus órdenes o no se cumplían. Perón tiraba la
bronca: ‘Hay que cortarles las patas’ o ‘Los traidores generan
anticuerpos’. Y la bronca se extendía. Rosendo García cayó en una
bronca entre pesados. Alonso, en una limpia operación comando. Los
métodos se tecnificaron al mismo ritmo que la traición. A puertas
electrónicas: tiros dirigidos con telescopio. Se decía siempre que era
la CIA.
”Pero la bronca estaba adentro. Una historia de traiciones, negocios
con el enemigo, levantamiento de paros, elecciones fraudulentas,
apretadas a Perón. Uno tras otro los cargos se acumulaban. A más,
los matones hacían las suyas: sacudían a los periodistas, reventaban
militantes, impunes recorrían la ciudad armados, si caían presos
salían enseguida. La policía empezó a protegerlos. La división se
agravó, se agrava cada vez más.
”Rucci era un buen muchacho. Lo cargaban en la UOM cuando
andaba (mucho antes de ser siquiera interventor en San Nicolás) con
saco y corbata. Hasta trabita usaba, y el Lobo lo cargaba. Pero no era
mal tipo. Tenía su historia de resistencia, de cárcel. Las había pasado
duras, como cualquiera de nosotros. De pronto aparece en el campo
de Anchorena prendido en una cacería del zorro. Apoyando a
Anchorena para gobernador de la provincia de Buenos Aires. ¿Quién
entiende esto?
”Algo debe tener de transformador eso de ser secretario general. Algo
muy grande para cambiar así a la gente. Para que surjan como leales
y los maten por traidores.
”Por eso no hay que disfrazar la realidad. El asunto está adentro del
movimiento. La unidad sí, pero con bases verdaderas, no recurriendo
al subterfugio de las purgas o a las cruzadas contra los troskos. No
hay forma de infiltrarse en el movimiento. En el peronismo se vive
como peronista o se es rechazado. No se puede pretender que la mitad
de la gente que desfiló –por ejemplo– el 31 de agosto frente a la CGT
eran infiltrados o que son locos cuando denuncian y piden la cabeza
de la burocracia sindical. Por un momento, pensar si no tienen razón.
Pensarlo antes de empuñar el fierro y amasijar –por ejemplo– a
Grynberg85. Porque así la cosa no para.
”La unidad así es un mito. Hay que revisar los procedimientos antes
de llamar a la unidad, porque por ahí quedamos más divididos que
ahora. Si se usó el fraude para elegir autoridades en los sindicatos,
apelar a abrir la mano y pedir a los trabajadores que limpiamente
elijan sus conducciones. Si se alentó a la pesada para hacer
brutalidades en nombre de la doctrina justicialista, llamarla y
ubicarla en donde corresponda que esté. A laburar en serio, o a hacer
pinta con el fierro y pegar un cachiporrazo de vez en cuando.
”Sin estas condiciones mínimas no hay unidad que valga. Si todos los
peronistas no tenemos derecho a elegir a quien nos represente, debajo
de Perón, en el Movimiento Peronista, así no camina la cosa. Se va a
seguir muriendo gente.
”Es cierto que también nos puede tocar a nosotros. Porque por dos
veces los pesados le propusieron a Rucci –fue para la misma época en
que se ‘reventó’ Clarín– reventar a El Descamisado. El Petiso, como le
decían ellos, los paró. Ahora es posible que se vengan a tirar los tiros
que tendrían que haber tirado cuando debieron, porque para eso
estaban. Como no cumplieron en la tarea para la cual estaban quieren
compensar dándosela a cualquier gil. Ellos están dispuestos a erigirse
con sus fierros en los dueños de la ortodoxia. Se sienten los cruzados
del justicialismo, los depuradores. Porque a su juicio todos los que
criticaban a José son sus asesinos. Todos son troskos, todos son
infiltrados.
Nosotros, desde estas mismas páginas, criticamos a José Rucci y lo
hicimos duramente. Su muerte no levanta esas críticas, porque no las
modifica.
”Todos los sectores del Movimiento, incluyendo a la Juventud
Peronista y la Juventud Trabajadora Peronista, sectores desde donde
provino la más dura oposición a los métodos que usó José Rucci,
lamentaron esta violencia que terminó con la vida del secretario de la
CGT.
”Pero acá todos somos culpables, los que estaban con Rucci y los que
estábamos contra él; no busquemos fantasmas al margen de quienes se
juntaron para tirar los tiros en la Avenida Avellaneda, pero ojo, acá
las causas son lo que importa. Revisar qué provocó esta violencia y
qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre nosotros. Para
que no se prometa la muerte a los traidores y para que la impunidad
no apañe a los matones, ni el fraude infame erija dirigentes sin base.
”Si la cosa es parar la mano para conseguir la unidad, habrá que
garantizar los métodos que posibiliten que los dirigentes sean
representativos. Habrá que desarmar a los cazatroskos y fortalecer
doctrinariamente al peronismo como la mejor forma de evitar las
infiltraciones.
”No es con tiros como van a ‘depurar’ el Movimiento. La única verdad
la tiene el pueblo peronista. Dejemos que el pueblo se exprese”86.
Detalles y dudas sobre un “eficaz operativo”

Meses más tarde, el 26 de febrero de 1974, en su número 41, El


Descamisado publica como primicia un reportaje exclusivo: “Quiénes y
cómo mataron a Vandor”, con pormenores de la operación: “Por qué se
hizo, quiénes lo hicieron, cómo fue planificado, qué consecuencias trajo,
qué significó para la lucha de la clase trabajadora y el pueblo peronista la
eliminación de Vandor”.
Otro periódico montonero que había publicado “Cómo murió
Aramburu”, La Causa Peronista, escribirá luego su interpretación de la
historia en un suplemento que titula “Vandorismo: la política del
imperialismo para los trabajadores peronistas”. En octubre del 74, también
se cuenta en esa revista el relato del asesinato de Alonso.
Éste es el detallado relato de la muerte de Vandor aparecido en El
Descamisado:

CÓMO SE ANALIZÓ LA EJECUCIÓN DE LA “OPERACIÓN


JUDAS”

Nosotros teníamos distintas experiencias que ya en 1968 nos


permitieron tomar clara conciencia de la función del vandorismo. El
hecho definitivo fue la traición a la huelga de los petroleros.
Comprendimos que existía una verdadera “usina de traiciones” que
frenaba la lucha; un centro de poder que se llamaba Vandor
controlaba todo. A fines del 68 y principios del 69 analizamos la
realidad política y la función del vandorismo en el proceso argentino:
concretamente era una mano del sistema metida adentro del
movimiento obrero, era la quinta columna del régimen metida en las
filas del peronismo y, más concretamente, en su eje, la clase
trabajadora.
Esa quinta columna actuaba como un verdadero murallón de
contención de la base; al desarrollar la tarea en las bases, un trabajo
muy consecuente, de acuerdo con los lineamientos generales del
Movimiento, el aparato vandorista actuaba para frenar. En las
agrupaciones era claro: se desarrollaba una acción hasta tener toda
la fábrica detrás, pero después venía un trabajo de ellos hecho de
forma muy inteligente y con gran manejo de la realidad sindical:
compraban al flojo y al que no era comprable lo rajaban del laburo en
combinación con la patronal; después mechaban la agrupación poco
antes de las elecciones. Metían cinco tipos que uno o dos días antes de
las elecciones te rompían la lista, se iban con el nombre y te acusaban
de comunista, traidor, antiperonista, cualquier cosa.
¿Cómo superamos ese problema? ¿Desde el sindicalismo? No
tenía salida. Entonces dijimos: aquí hay una cabeza, hay que pegar
allí para que por lo menos por un tiempo nos dejaran tranquilos. Nos
pusimos a buscar la cabeza; hicimos listas. En todas la mayor
coherencia, la mayor capacidad de conducción, de decisión de todo el
aparato era Augusto Timoteo VANDOR.
Ése era nuestro objetivo. Evaluamos las posibilidades de hacerlo
y vimos que era difícil pero posible. En ese momento tomamos la
decisión política de hacerlo.

LA DECISIÓN: “NO SALIR HASTA MATAR A VANDOR”


Entonces pasamos a hacer un análisis de tipo militar. En eso
éramos compañeros con muy poca experiencia, sólo algunos
conocimientos. Pensamos también que emplear muchos compañeros
ampliaba excesivamente el marco de información y no estábamos en
condiciones de controlar eso. Elegimos los compañeros más probados,
los más consecuentes y se formó un grupo inicial de ocho.
Posteriormente decidimos reducir la cantidad a cinco. Tomamos la
decisión y nos juramentamos en no separarnos hasta que Vandor
estuviera muerto. La garantía última eran tres kilos de trotyl para
volar todo, incluidos nosotros si era inevitable.
Lo resolvimos así porque nosotros veíamos que si fracasábamos
iba a ser mucho peor; éste no era como Rucci que se armaba un
aparatito y nada más, este caso iba a ser cosa seria. Hicimos como
dice Perón: “En política al enemigo no hay que herirlo, sino
matarlo”. Por eso los cinco compañeros tenían la misión de matarlo
en cualquier lugar de la casa en que lo encontrasen, aunque después
nos hicieran “bolsa” a nosotros. Ése era el objetivo claro para todos,
muy preciso, muy definido.

EL ESTUDIO DEL ÁREA DE ACCIÓN


El trabajo de relevamiento del lugar nos llevó bastante tiempo,
porque no pudimos entrar ni una sola vez al local. Mandamos distintos
compañeros pero nunca pasaron de la entrada. “Vuelva otro día”, “no
está”, “no se lo puede atender”, cualquier excusa con tal de que no
pasaran. Eso era un serio problema porque significaba no conocer el
terreno.
Entonces decidimos hacer un estudio de las partes externas del
edificio desde las terrazas vecinas; observamos ventanas, chimeneas,
respiraderos, bohardillas, patios, tragaluces, huecos… y fuimos
sacando la cuenta de qué cantidad de habitaciones tenían la planta
baja y la planta alta, calculamos qué cantidad de personas trabajaban
adentro… Logramos formarnos un cuadro general objetivo en un 60
%. El estudio resultó escaso, porque una vez adentro eso parecía un
manicomio; encontramos puertas y más puertas, piezas y piezas y
gente en cada una de ellas. El estudio nos llevó tres meses; en el
momento de concretar el operativo habían pasado cuatro meses desde
el instante en que tomamos la decisión de realizarlo.
Llegamos a prever todas las posibilidades, los imprevistos que
pudiesen surgir y definir qué tenía que hacer cada uno en esos casos.
¿Qué hacer si fallaba la tanga que teníamos para encontrar el
local? Íbamos a abrir la puerta con granadas. ¿ Y si no lo
encontrábamos adentro a Vandor? Encerrar a todos, dejar la puerta
cerrada y mandar un equipo de dos al fondo de la casa con las
granadas y el trotyl; voltear paredes si era necesario. Ésa era la
variante más complicada: que Vandor se escabullera para el fondo.

“SE HIZO CON MÁS CORAJE QUE ARMAS”


Desde el punto de vista estrictamente militar. La mayoría del
armamento que usamos fue comprado y lo pesado que se usó eran
cosas que se tenían, pero no eran mucho tampoco. Se hizo con más
“bolas que armas”. Llevamos cinco granadas muy rudimentarias, dos
pistolas 45, un revólver 38 y otro 32, un 22, una pistola Bersa y cinco
metralletas calibre 22 porque las habíamos hecho a partir de la
carabina Venturini recortada. El finadito Deheza declaró que las
metralletas eran Ballester-Rigaud. ¡Qué Ballester-Rigaud. ¡Ojalá!
Eran Venturini, un cargador para arriba y otro para abajo unidos con
cinta aisladora. Ni coche teníamos; éste apareció a último momento
gracias a un colaborador que lo puso, se persignó y dijo: “Yo sé que
esto es para una cosa gorda, leeré los diarios y si pasa algo no sé
dónde me voy a meter; pero no se preocupen por mí”.

EL PLAN
El plan de operaciones fue elaborado en base a un esquema
militar de operaciones comando; teníamos un material de grupos
especializados para guerra en localidades que nos permitía
sistematizar cada cosa: logística, inteligencia, etc. Se hizo todo por
escrito y cada compañero memorizó el papel que tenía que cumplir. Lo
ensayamos hasta hartarnos. Hicimos práctica de tiro, también de
lanzamiento de granada.
Después se tejió mucha fantasía en torno a este operativo porque
salió redondo. Se dijo que había costado 50 millones de pesos y que lo
habían hecho cinco especialistas. Todo patraña, fantasía. Eran cinco
peronistas. Cinco argentinos y que no lo hacían por dinero, sino por
una Patria Justa, Libre y Soberana. Todo era rudimentario, pero
existía la firme decisión de cumplir el objetivo, dispuestos a cambiar
cinco por uno si era necesario.
¿Por qué salió redondo? Sabíamos que el armamento era pobre;
también sabíamos que éramos pocos, porque adentro había más de
cuarenta personas. El aparato de seguridad de ellos lo “veíamos
bartolero”; muy celoso por momentos pero sin ninguna precisión.
Pero del lado nuestro sabíamos que había tres elementos que iban a
definir la operación: 1) cómo meternos; 2) la sorpresa; 3) la rapidez y
decisión. Todo no duró más de cuatro minutos.
Pocos días antes de la fecha indicada, hicimos una limpieza de
todo lo que pudiera comprometernos. La información estuvo
cerradísima, sólo sabían cosas los ocho compañeros iniciales y en el
proceso posterior fuera de los cinco nadie sabía nada. Inclusive la
compañera de uno de los integrantes, que ignoró e ignora todavía que
él estuvo en ésa. Había que hacerlo así, entre otras cosas porque
Vandor se había enterado de dos intentos anteriores de matarlo y
compró a los que lo iban a hacer.

LA OPERACIÓN EMPEZÓ A LAS O8.00


Habíamos puesto tres fechas posibles para realizar el operativo.
Fijamos la definitiva para el 30 de junio porque para el día siguiente
estaba programado un paro general y estábamos seguros de que el
vandorismo iba a boicotearlo. Sólo la CGT de los Argentinos lo
cumplió. Empezamos a las 8 de la mañana y pensábamos estar en la
sede de la UOM, La Rioja 1945, a las 10. Le dimos unos retoques al
auto, cambiamos platinos, bujías..., para que no se nos parara. De los
cinco sólo dos sabían manejar, si les pasaba algo teníamos que volver
a pata. Con los arreglos se nos retrasó un poco la cosa. Había un
compañero que nos estaba esperando a las 10 en Parque de los
Patricios; él tenía que relevar la llegada de Vandor. Nos aguantó en la
esquina una hora y veinte.
Cuando tuvimos todo listo los otros cuatro salimos en el coche;
íbamos bien empilchados, camisita, corbata, serios, algunos hacían
chistes, pero no se reía nadie. Llegamos a las 11.25. El compañero que
nos esperaba estaba muy preocupado por la demora. Tenía un arma
encima y arriba del auto le pasamos el resto. Nos informó que Vandor
había llegado, vuelto a salir, regresó nuevamente, pero no sabía
seguro si estaba. Fuimos a ver, hicimos una pasada por la esquina y el
Mercedes Benz que usaba estaba estacionado. Dimos la vuelta y
detuvimos el coche en la calle Rondeau, pero lo dejamos en marcha,
solito. Caminamos hacia el local. En la esquina había un policía
custodiando la estación de servicio Shell, porque esos días se hicieron
los atentados contra Rockefeller. Nunca se enteró de nada.
LA OPERACIÓN FUNCIONÓ
Para poder entrar habíamos armado un expediente judicial con
los datos del juez y juzgado que entendían en la causa “Salazar-
Blajakis”. Conseguimos los sellos, nombres, todo como el auténtico.
Cuando el portero abrió, uno de nosotros se hizo pasar por oficial de
justicia, le mostró el expediente y preguntó por Vandor. “Esperen un
momentito”, dijo el portero. Le dije que no, que tenía que recibir el
expediente y se le mostró una credencial de Tribunales. Como dudó,
otro de nosotros sacó una credencial de la Policía Federal y dijo que
era de Coordinación. Entonces abrió la puerta y preguntó por los
otros tres. El de Coordinación respondió que venían todos juntos.
Habíamos logrado entrar. Ahí los tipos estaban desarmados; nos
tenían a los cinco adentro y nosotros les estábamos dando órdenes a
ellos. La cosa se les había dado vuelta. Las metralletas las llevábamos
debajo del brazo, teníamos pilotos y una en un maletín. Eran las 11.40.
El portero nos dice que tenemos que esperar a Vandor abajo. Pero nos
imaginamos que iba a avisarle que estaba la “cana” y por eso lo
empujamos hacia arriba mientras le contestamos que nos tiene que
recibir. Se le pone la 45 en la cabeza y le decimos: “Vamos juntos”. En
ese momento se hace todo el despliegue.
Se reduce a las cuatro o cinco personas que estaban abajo (ver
gráficos). Eso lo hace uno. Otro se va hacia un pasillo que conducía al
fondo, porque sabíamos que allí había gente y teníamos que controlar
los teléfonos. Los otros tres subimos arriba, incluido el compañero que
transportaba el maletín con los tres kilos de trotyl; cada uno llevaba
un tipo fundamentalmente de escudo por si alguien tiraba de arriba.
Hasta el momento nadie se enteraba de nada; había un pequeño
revuelo abajo, pero como a esa hora siempre se trabajaba mucho no
se percataron de lo que realmente sucedía. A los reducidos de la
planta baja se los puso panza abajo a un costado de la escalera y
estaban en esa tarea cuando por una de las puertas apareció Victorio
Calabró. No podía creer que le estaban poniendo un fierro en la
cabeza, se quedó mudo, ésa era su casa, ¿qué estaba pasando? Mosca,
ni una palabra. La puerta de calle estaba cerrada y la consigna era no
abrirle a nadie.

“¿DÓNDE ESTÁ VANDOR?”


Los tres de arriba le preguntaron al portero en qué lugar estaba
Vandor. “No sé, no sé”, declaraba todo el tiempo; no dijo nada, fue el
único tipo que se mantuvo en la suya. Uno de los tres empezó a abrir
cada puerta que encontraba; cada vez más oficinas y en todas gente
que debía ser reducida. En la planta alta había dos especies de
vestíbulos con bastante gente: unos treinta en total. A todos se los
ponía contra la pared para que no nos “junasen” la cara, pero
tuvimos mala leche, porque en casi todas las paredes de arriba había
espejos y pudieron ver todo. El primero seguía abriendo puertas
buscándolo a Vandor y justo cuando se dirige a una que permanecía
cerrada, se abre y aparece el “Lobo”, atraído quizás por las voces de
mando que debió haber escuchado. Alcanzó a preguntar qué pasa y
vio que lo apuntaba una pistola 45 a tres metros de distancia. Se avivó
automáticamente de cómo venía la cosa porque levantó los brazos
para cubrirse el pecho. Todo en una fracción de segundo. El
compañero disparó y Vandor recibió dos impactos en pleno pecho. Al
girar recibió otro debajo del brazo y cuando cayó dos más en la
espalda. Pero ya estaba muerto. Cayó hacia adentro de la oficina de la
que habla salido y los pies asomaban por la puerta. Un tipo que
andaba escondido por adentro, a quien no habíamos visto, empezó a
gritar: “Mataron al Lobo, mataron al Lobo”.
El compañero del maletín prendió la mecha del trotyl, ingresó a
la oficina, el cuerpo de Vandor estaba en la antesala y puso la bomba
debajo del escritorio de éste. No fue entre las piernas como después
declaró el periodista Vitali que estaba allí. Eso no es cierto. La mecha
del trotyl duraba cuatro minutos más o menos. A la gente que estaba
reducida le dijimos que a partir de que nos fuésemos tenían tres
minutos para desalojar el local porque iba a volar todo. Estaban todos
muertos de miedo, el único que mantenía la lucidez era un viejito que
tenía puesto un gabán de lana y respondía ante las instrucciones que
dábamos.
Bajamos en orden. En la puerta había un grupo de personas que
se presentaron como periodistas, pero desaparecieron apenas vieron
armas. Jamás hicieron declaraciones, nunca supimos quiénes eran.
Nos fuimos hasta Rondeau y el auto seguía en marcha; habían pasado
cuatro minutos.

A ESPERAR LA QUINTA
La retirada la teníamos bien prevista. Todo salió así. Fuimos con
el auto hasta un subterráneo y algunos se dispersaron por allí. Hasta
teníamos las fichas sacadas de antes. Otros se iban en colectivo;
también tenían la plata justa y a mano. Habíamos quedado en
encontrarnos nuevamente a la una de la tarde. Hasta ese momento no
habíamos tenido tiempo de pensar mucho. Pero cuando volvimos a
vernos, no podíamos creerlo, nos mirábamos, estábamos todos al pelo.
En realidad, todos habíamos pensado que de allí no volvíamos.
Algunos fueron al laburo, otros nos sentamos a esperar la quinta87.
Tampoco habíamos pensado mucho si nos íbamos a adjudicar la
operación o no; en realidad, por la misma causa que antes: no
creíamos que íbamos a salir vivos. Finalmente decidimos no firmar el
operativo y desarrollar un proceso de desinformación. Nosotros no
sabíamos cómo funcionaba la maquinaria de investigación del
régimen. O son Sherlock Holmes o no lo son, pensábamos; decidimos
jugar a que eran Sherlock Holmes y entonces no dar ninguna pista.
Por eso nunca supieron nada, no tuvieron ninguna punta para tirar. La
primera vez que dijimos algo fue cuando les adjudicaron lo de Vandor
a dos de los montoneros detenidos en La Calera; mandamos un
comunicado al juez, otro a Crónica y un tercero al abogado Ventura
Mayoral, diciendo que ellos no tenían nada que ver y hacíamos
algunas descripciones para demostrar que los autores éramos
nosotros. El comunicado completo referido a este hecho, incluyendo
los cargos que pesaban sobre Vandor, lo dimos a publicidad después
de lo de José Alonso, el principal dirigente de los participacionistas.
Esa operación también la hicimos nosotros, firmada como “Comando
Montonero Emilio Maza” del Ejército Nacional Revolucionario. Pero
ésa es otra historia.

HACIA MONTONEROS
Un mes después del asesinato, hicimos un balance objetivo y nos
propusimos estructurarnos seriamente para constituir una
organización. Con el tiempo también fuimos pensando en las
consecuencias de la desaparición de Vandor.
Los primeros dos o tres meses pensamos que se había acabado el
vandorismo. En realidad fue un análisis optimista y superficial.
Vandor y su aparato eran el proyecto integracionista dentro del
peronismo, pero no teníamos una idea de la proyección de ese
aparato, cómo había prendido eso en dirigentes corrompidos. Pero de
todas maneras, sin Vandor, el vandorismo quedó herido de muerte; fue
el punto de partida y eso los afectó lo suficiente como para que
pudiesen tomar vuelo otras variantes, como la participacionista. Tuvo
que pasar tiempo para que se rearmasen, y nunca pudieron reproducir
un dirigente de la capacidad de Vandor.
Nos dimos cuenta, de todas maneras, de que lo que había que
destruir era toda una política; desarrollar una opción política de la
clase trabajadora que hiciese realidad las palabras de Evita: “El
peronismo será revolucionario o no será nada”. Con el vandorismo
iba a ser nada. Teníamos que lograr un proyecto político-integral
como opción que superara los marcos del sindicalismo. Allí es donde
empezamos a ver el proyecto de “Montoneros” y su expresión en los
distintos frentes.
Eso era a fines de 1970 y estábamos buscando acercarnos a
ellos; a principios del 71 aparece la posibilidad de vincularse, ya a
fines del 72 tenemos la primera reunión concreta que concluye
posteriormente con la incorporación nuestra a esa organización.
PERÓN Y VANDOR
Para poder traicionar mejor y continuar con su política de
acumular poder personal, Vandor tuvo que enfrentarse con Perón y
Perón llegó a tratarlo como a un enemigo. Porque Vandor fue eso: un
enemigo. La máxima fue cuando tuvo que mandar a Isabel para
arruinarle la trenza.
Al lado de eso están los testimonios de las cartas que Perón envió
a distintos integrantes del movimiento refiriéndose al “Lobo”. En una
de ellas lo acusa de “engaño, doblez, defección, satisfacción de
intereses personales y de grupo, desviación, incumplimiento de
deberes, componendas, acomodos inconfesables, manejo discrecional
de fondos, putrefacción, traición”, manifestando que “yo nunca lo
podré perdonar, nunca, como creen, tan funesta gestión”.
En enero del año pasado, Perón se refirió públicamente a este
tema. El reportaje publicado ese mismo mes en el diario Mayoría
incluía un párrafo que no fue publicado donde se recogían
apreciaciones sobre Vandor. Textualmente Perón dijo: “A Vandor yo lo
mandé llamar tres meses antes de que lo mataran. Vino a Irún donde
yo estaba y le dije: a usted lo matan; se ha metido en un lío que a
usted lo van a matar. Lo mataban unos o lo mataban otros, porque él
había aceptado dinero de la embajada norteamericana y creía que se
los iba a fumar a los de la CIA. ¡Hágame el favor! Le dije: ‘Si usted le
falla al Movimiento, el Movimiento lo mata; y si usted les falla a los
norteamericanos, la CIA lo mata’.
”Me acuerdo de que lloró. Le dije: ‘Usted no es tan habilidoso
como se cree, no sea idiota; en esto no hay habilidad, hay
honorabilidad, que no es lo mismo. Al que se pone en esto, aunque
tenga veinte pistoleros, el día en que lo asesinan de esos veinte la
mitad va a estar para asesinarlo, no para defenderlo’. Falta de cancha
verdadera; él se sentía muy canchero y le dije: ‘No sea pavo, no sea
idiota’; yo lo conocía desde muchacho, si se formó en la escuela
peronista, lo conocía desde chico”. Ahora se sabe. A Vandor no lo
mató la CIA. Lo mató el Movimiento88.

Vandor y el vandorismo, de los 60 a los 70

Hubo más testimonios de Perón respecto de la muerte de Vandor. En sus


conversaciones con Enrique Pavón Pereyra, recuerda el último encuentro en
Irún y cuenta que Vandor le confesó allí “que tenía conexiones con gente
del gobierno y de la embajada norteamericana. Le dije que tuviera
cuidado, que eso era muy peligroso, porque si continuaba en ese tren sus
propios compañeros iban a hacer público lo que pasaba, y si en cambio
daba marcha atrás, la CIA y el gobierno lo mirarían con intenciones no
muy buenas el día en que les fallara. Vandor volvió a Buenos Aires, se
abrió de esos compromisos, se incorporó a las 62, y ya ve, se la dieron. No
necesito saber quién le pegó los tiros, porque sé quién los mandó pegar. En
todo esto, claro, había dinero e intereses sucios de por medio”89. Esta
conversación tuvo lugar en Madrid el 21 de junio de 1970 y coincide
parcialmente con lo reproducido por El Descamisado sobre el reportaje de
Mayoría.
Hay alusiones elípticas y notoria ambigüedad en las palabras del Líder.
En el primer caso, parecen poco menos que una sentencia de muerte. En el
segundo caso, trasunta condescendencia y lamento: cayó otro soldado en el
campo de batalla. Las dos hipótesis se juntan: si bien la muerte de Vandor
fue asumida por un grupo guerrillero, otras fuentes suponen que el ataque
fue organizado por un comando que actuaba bajo las órdenes de inteligencia
del Ejército, o al menos bajo su observación90.
Años después, vendrá la topadora represiva y arrasará con casi todo el
campo de batallas internas y desparejas luchas sin cuartel. Dardo Cabo,
apodado “Lito” por sus compañeros y recordado como el primer
secuestrador aéreo de la Argentina, volvió a la cárcel en abril del 76 y
murió ametrallado por fuerzas del Ejército al mando del general Suárez
Mason, en enero de 1977, en un simulacro de fuga. Acababa de cumplir 36
años.
La participación directa de Cabo en el asesinato de Vandor, la llamada
“Operación Judas”, forma parte de la leyenda; es confirmada por
apologistas y detractores pero nunca pudo ser comprobada
fehacientemente91. Según esta versión, alentada también en su momento
desde los servicios de inteligencia, las primeras reuniones para planificar la
operación se habrían realizado en la sede de la CGT de los Argentinos, en
Paseo Colón 731. El planificador habría sido el propio Rodolfo Walsh,
cuyos nombres de guerra eran ‘Profesor Neurus’ o ‘Esteban’, y el grupo
ejecutor lo formaron Carlos Caride, Horacio Mendizábal y Dardo Cabo,
encargado de trazar los planos de la sede de la UOM, a la que conocía
perfectamente por haber sido culata (guardaespaldas) de Vandor y asiduo
visitante. Esta lista se completa con quienes habrían sido el grupo de apoyo,
Eduardo De Gregorio, Roberto Cirilo Perdía y Norberto Habegger, que
operaban con el nombre de Los Descamisados. El nombre operativo que se
adoptó fue Ejército Nacional Revolucionario, y sus integrantes pasarían
recién años más tarde a fusionarse en la OPM Montoneros92.
El periodista Andrés Bufali reconstruyó años más tarde las piezas de ese
intrincado rompecabezas que le tocó armar para Primera Plana:

“Yo busqué un escritorio vacío que me permitiera escribir con la pared


a mis espaldas, para que nadie pudiera leer el texto mientras lo iba
haciendo, ni se diera cuenta de mis nervios. Y usé una Olivetti de las
duras para llenar casi tres carillas bien detalladas con lo que había
visto y oído. Aizcorbe, un tipo con pinta y acento de cajetilla, leyó
velozmente mis datos, salió de su pecera y delante de Gambini,
Soriano, Troiani y un tipo de Espectáculos me preguntó:
—¿Usted está seguro de todo lo que puso aquí?
Todos me miraron. Sentí que me ponía rojo y que empezaba a
transpirar. Con dificultad, respondí:
—Sí. ¿Por qué?
Aizcorbe miró los papeles. Inquirió:
—¿Cómo sabe que tenía los ojos celestes y que estaban abiertos, lo
mismo que la boca, cuando lo llevaron a Cirugía?
Expliqué:
—Porque lo vi. Yo estaba sentado a un metro de la puerta de Cirugía.
Aizcorbe insistió:
—¿Y de dónde sacó que tenía seis agujeros en el cuerpo?
Respondí:
—La esposa se los contó. Dijo que quería saber cuál era la bala que lo
liquidó.
Todas las miradas se centraron en mi flaca figura. Aizcorbe tenía un
gesto de duda. El redactor de Espectáculos estaba pálido y
horrorizado. Gambini, Troiani y Soriano me miraban divertidos e
interesados. Gambini exclamó:
—Como ves, Robertito, esto no se aprende en La Soborna. Todos se
rieron. Aizcorbe también lo hizo. Luego me llamó, señaló una parte de
mi informe y preguntó:
—¿La esposa dijo que el Che lo había recibido en La Habana y que
este verano se abrazó con Perón en México?
Asentí. Entonces Aizcorbe sonrió y se metió en su despacho. Minutos
después, el Gordo Soriano me propuso:
—¿Qué te parece si vamos a comer algo?
Me pareció una brillante idea. Y salimos hacia la fría noche, que
pronto se pondría candente en el Dorá, un buen restaurante gallego
del Bajo, cerca de Panorama y de Retiro, cuando el Gordo me contara
lo que se había guardado en el bolsillo. Lo hizo casi al final de un
buen bife de chorizo, papas fritas y un tinto espeso. Preguntó:
—¿Oíste algo de los tipos que cagaron a tiros a Vandor?
Negué con la cabeza, mientras masticaba.
El Gordo bajó la voz y dijo casi en un susurro:
—Parece que conocía a uno de los que subieron a matarlo.
Puse cara de póker. Él continuó:
—A uno de los guardias le pareció oír que Vandor decía algo como
“hola, Cóndor” o “¿qué hacés, Cóndor”…
Atiné a murmurar:
—¿Cóndor? ¿Ése no fue el nombre de un operativo nacionalista-
peronista que hicieron en las Malvinas?
–Sí. Uno de los tipos que bajaron con un avión y pusieron una bandera
argentina allá. Y el que sacó las fotos de eso fue el dueño de Crónica.
Después de decirme eso, el Gordo pensó un poco, se levantó y fue al
teléfono. Hizo una llamada y volvió contento. Dijo:
—Ya le voy viendo las patas a la sota. El Negro Juárez dice que
muchos creen que Vandor fue el ideólogo del Operativo Cóndor en
Malvinas…
Interrumpí ahí mi milanesa napolitana. Pregunté:
—Si fue el ideólogo de ese operativo que algo tuvo que ver con el
peronismo, y en marzo se abrazó con el General en México, ¿por qué
un cóndor lo caga a tiros?
La respuesta de Soriano:
—Nada que tenga que ver con el peronismo es fácil de explicar. Yo me
conformo con saber quién es ese cóndor.
Salimos. Afuera era un cubito. Parecía que teníamos alfileres clavados
en los pulmones. Subimos al colectivo 139 (ya no existe), que al Gordo
lo dejaba bien en su pensión de la Avenida de Mayo, que a mí me
llevaba a mi refugio de San Cristóbal y que servía para ir del centro al
Gasómetro, la cancha de madera de San Lorenzo en Avenida de La
Plata.
Al día siguiente, Aizcorbe empezó a escribir su nota, en la que se
leería que Vandor tenía de enemigos a Perón, por haber osado varias
veces desobedecer sus órdenes; al gobierno militar, por no querer ser
“participacionista”, y a los sindicalistas de izquierda, por haber
participado en un tiroteo en la pizzería La Real, en Avellaneda, donde
fue asesinado uno de ellos, de apellido Blajakis, que no tenía armas, y
donde murió (¿por error?) Rosendo García, del bando vandorista.
Cuando se fue a almorzar, unos minutos después de que yo terminara
mi turno en el empleo público, con el Gordo revisamos rápidamente
los sobres de archivo referidos al Operativo Cóndor y copiamos los
nombres de los que participaron en él. Después seguimos con los
sobres de fotos de Vandor y otros personajes. Yo fui el que encontró el
tesoro: en blanco y negro, como hablando bajito, en una de las
imágenes se veía al Lobo y a un tipo joven que yo no conocía, pero
que se llamaba como el jefe de los que habían participado en el
operativo. Dije:
—Mirá, en este epígrafe dice que está con Dardo Cabo.
Ni hizo falta recordarle a Soriano que ése era el nombre del que
figuraba en los recortes de archivo como el jefe del Operativo Cóndor.
Nos miramos. Supongo que al unísono pensamos que podía ser uno de
los asesinos de Vandor, pero no dijimos nada. Sólo teníamos una
sospecha. Meses después, para colmo, cuando ya nos habíamos ido
con el Gordo a trabajar a Panorama, vimos en un café a Cabo reunido
con un periodista al que admirábamos muchísimo. Recién cuatro años
después, al volver de nuestra aventura en Los Ángeles, alguien
escribió en El Descamisado que Cabo, ese periodista idolatrado y seis
tipos más integraron el grupo Ejército Nacional Revolucionario
(ENR), que sólo perpetró dos atentados: el de Vandor en 1969 y el de
José Alonso, asesinado en 1970, para después ingresar en
Montoneros.
Lo último que recuerdo del Caso Vandor ocurrió en 1976, cuando
faltaba poco para que me fuera de La Opinión. El Gordo, entonces, ya
había partido para su exilio, que comenzó en Bélgica, tras haber sido
denunciado como “subversivo proveniente de la cultura” por Aizcorbe
en El Burgués (la revista que editaba con dinero de Bunge y Born), y
por un sirviente de los militares, que opinó en tevé que era “un
cómplice de la guerrilla”. Lo nuevo que averigüé era algo referido a
Roberto Vandor, el hijo del Lobo, que ya tenía 8 años y estaba en
segundo grado. La maestra le pidió que dibujara a su familia. Lo hizo:
la madre se veía con piernas largas y flacas, como caminando; la
hermana, Marcela, muy chiquita, y el padre, un rectángulo. Llamaron
al psicólogo, éste vio el dibujo, pidió que hicieran ir a la escuela a la
madre del chico y cuando estuvo frente a ella, le dijo:
–Señora, su hijo dibuja aquí un rectángulo porque para él su padre
sólo es una fotografía”.

El santiagueño Luis “Negro” Uriondo comenzó su militancia peronista a los


17 años, cuando integró el grupo Uturunco, que copó la comisaría de Frías,
Santiago del Estero, en la madrugada del 24 de diciembre de 1959. Días
más tarde fueron detenidos por la policía tucumana y Uriondo fue a parar a
la cárcel (era menor de edad). Luego, como suele aclarar el Negro, algunos
continuaron la pelea “bajo la influencia castrista” pero él no, simplemente,
porque era peronista. Llegó a Buenos Aires a fines de 1962 y el
santiagueño Ramón “Tito” Castillo lo llevó al Movimiento Nueva
Argentina, al que se incorporó. En ese tiempo lo integraban entre
otros Dardo Cabo, Miguel Ángel “Titi” Castrofini, “Chacho” Ferreyra de
Castro, Jorge Money, Alejandro Giovenco, Andrés Ramón Castillo, María
Cristina Verrier (esposa de Cabo), Víctor Chazarreta y varios más.
Ante Juan Bautista Yofre, Uriondo –que será diputado nacional durante la
presidencia de Carlos Menem– recuerda la Operación Cóndor, aquel 28 de
septiembre de 1966, cuando dieciocho miembros del MNA desviaron el
vuelo n.º 648 de Aerolíneas Argentinas y desembarcaron en Puerto Stanley,
Islas Malvinas. A él no le tocó participar pero estaba cerca de ellos. Los
cóndores terminaron todos detenidos en la Argentina. “Mientras el grupo
estuvo preso el que ‘bancaba’ todo fue Augusto Vandor, y la plata me la
traía el ‘Negro’ Alberto Campos”, me dijo un amigo de Cabo. Ironías de la
época: unos años más tarde Dardo “Lito” Cabo aparecerá ligado al
asesinato de Augusto Timoteo Vandor y Campos, asesinado por la Columna
Norte de Montoneros.
Un día, entre el 20 y 30 de julio de 1969, Uriondo recuerda que se citó
con Castrofini en el café La Ópera de Corrientes y Callao. Acababa de
llegar de Jujuy y quería saber qué pasaba. Titi no fue solo. También
llegó Edmundo Calabró –sindicado como subjefe de Nueva Argentina– y
más tarde llegó Dardo Cabo. A más de cuatro décadas de aquel encuentro,
Uriondo todavía tenía presente el clima de cierta tensión que ya existía
entre Castrofini y Cabo. Comenzaron a discutir hasta que Castrofini le
preguntó:

–¿No tuviste que ver con la Operación Judas?


Y Cabo comenzó a relatar: “Dejamos la camioneta y entramos (a la
UOM), porque pusimos las bolas”. No dio nombres y contó que
Vandor “cae cuando sale de la oficina… cuando nos vamos dejamos
una bomba”93.
Los destinos de Armando y Dardo Cabo, padre e hijo, son distintos pero
igualmente trágicos, entreverados ambos en los fragores de la militancia
peronista y la lucha armada. En este caso será el padre quien sobreviva al
hijo diecinueve años, luego de atravesar todo: tesorero de la CGT y hombre
de confianza de Evita en los años 50, la Resistencia peronista y los años de
cárcel, la conducción de la UOM junto a Vandor, los planes de lucha, el
tiroteo de Avellaneda donde murieron Rosendo García, Blajaquis y Salazar;
la pelea con Vandor y el camino de su hijo, Dardo, en la radicalización del
peronismo montonero. El viejo Armando, hombre de armas tomar,
acompañó a Andrés Framini, Oscar Bidegain y otros dirigentes históricos
del peronismo sindical y político que fundaron el Partido Peronista
Auténtico, un último intento de Montoneros por librar la lucha interna
frente al aparato del verticalismo peronista tras la muerte de Perón, en 1975.
Fue entonces cuando, según cuenta Miguel Bonasso, se reconciliaron
Cabo padre y Rodolfo Walsh en su casa. El odio entre ambos provenía
justamente de Quién mató a Rosendo, el libro de Walsh en el que acusaba a
Armando Cabo por el asesinato de Salazar en el tiroteo de Avellaneda:
“Otra noche –relata Bonasso– se produjo el encuentro impensable con el
propio Armando, que negó rotundamente haber disparado sobre Salazar. Y
Walsh regresó confuso y entristecido a su casa, preguntándose si había
acertado al señalarlo en su Rosendo, sintiendo –de todas formas– que ‘ese’
Cabo ya no era ‘el héroe de la Resistencia, malversado por el alcohol’ que
había pintado en su libro sino una figura trágica y contradictoria, como el
movimiento donde había elegido militar”94. El testimonio de Bonasso es
revelador; las dudas de Walsh respecto de la responsabilidad de Armando
Cabo en los sucesos de Avellaneda podían caber igualmente para el propio
Vandor, y, si esto era así, la traición de Vandor, que dispara sobre Rosendo
García, conjeturada en su libro, también se desbarata. Así también, en tal
caso, caían las razones de la venganza justiciera del “Comando Domingo
Blajaquis”, que mata a Vandor tres años más tarde. Pero la lucha ideológica
“vida o muerte” se había impuesto ya, en la vorágine, sobre la búsqueda de
un esclarecimiento puntual de aquellos hechos. Y Walsh es el primero en
denunciar el asesinato de Dardo Cabo, en su vibrante alegato “Carta abierta
a la Junta Militar”, el 24 de marzo de 1977, pocas horas antes de morir él
mismo, al resistirse a su captura por parte de un “grupo de tareas” de la
ESMA.
Eduardo Luis Duhalde, quien junto con Rodolfo Ortega Peña fue en los
años 60 un allegado a Vandor y considerado un asesor político de éste,
ofrece su propia hipótesis que completa el cuadro:

“Su muerte sigue siendo un episodio oscuro, donde la versión


publicada por sus supuestos autores en la revista montonera La Causa
Peronista es infantil y poco creíble. Al menos, en cuanto a que sólo
ellos fueron los autores del crimen. Éste no pudo llevarse a cabo sin
otras complicidades que aún permanecen en un cono de sombra”95.

Gazzera coincide con esta sospechas: “El tema arranca del Ministerio
del Interior de Onganía, donde algunos de los que terminarían en
Montoneros eran empleados de Imaz. Onganía se debe haber enterado del
crimen por los diarios. No así el Ministro del Interior. Yo tenía información
de gente amiga en la SIDE de que en el gobierno de Onganía consideraban
una actitud de deslealtad el acercamiento de Vandor a Perón”. Y ofrece un
dato más: “Siempre había custodia policial en la esquina y también
próxima a la puerta de la sede de la UOM, y en el momento en que lo
matan a Vandor no había nadie. Fueron allí, lo mataron, pusieron la
bomba, salieron tranquilamente y nadie los vio”96.
Acaso el grupo comando ejecutor haya sido efectivamente el que narra en
primera persona del plural en El Descamisado. Acaso detrás de las manos
directamente responsables y los posibles instigadores hubo complicidades
mediatas e inmediatas, interesadas en que algo así sucediera. Acaso fue
parte de una conjura mayor de distintos agentes, convencidos de que, tarde
o temprano, debía ocurrir: tal era la fuerza ineluctable de las
determinaciones históricas. Una verdadera profecía autocumplida que
despejaba el terreno para la gran confrontación entre amigos y enemigos.
Años después, Ricardo Grassi, codirector junto a Cabo de El Descamisado,
asumirá que “ambos atentados (el de Vandor y el de José Alonso) no eran
venganzas sino cuestiones internas, ajustes de cuentas de peronistas de
Perón contra quienes querían dejarlo de lado. Los anticuerpos del
Movimiento”97.
El vandorismo tuvo un único heredero en la cúspide: Lorenzo Miguel, (a)
“El Loro”, que permaneció allí, al frente del gremio y de las 62
Organizaciones hasta su muerte, el 29 de diciembre de 2002. Un escalón
hacia abajo, la dirigencia sindical siguió practicando el ejercicio de la
negociación y el paro, manejando los tiempos y los márgenes de acción
según las circunstancias: con Isabel, en dura lucha contra López Rega y el
“Rodrigazo”, y luego del feroz golpe de la dictadura, acomodándose a las
reglas de la nueva democracia, con Alfonsín primero, y después con
Menem, y la coda final del gobierno de De la Rúa hasta entrar al siglo XXI
con la crisis de 2001. Aquella impronta de un sindicalismo que se apoyaba
en la mística de sus dirigentes iba quedando en el pasado, aunque el estilo
de liderazgo unipersonal semicolegiado perduraría, en línea sucesoria,
encarnado en la figura del líder camionero Hugo Moyano.

El revés de la trama
Del otro lado de la trama, la figura de Dardo Cabo seguirá envuelta en una
aureola de idealización, misterios y sombras entre los sectores que
reivindicarán la militancia combativa de los años 60 y el nacionalismo
revolucionario: un luchador, un militante de la causa revolucionaria,
“periodista y fierrero”98.
El 2 de abril de 2014, al encabezar el acto de conmemoración de la
guerra de Malvinas en la Casa Rosada, la presidenta Cristina Kirchner
exhibió una de las siete banderas argentinas plantadas por los militantes
peronistas que aterrizaron en las islas en 1966, en aquella acción resonante
para reclamar por la soberanía. “No hay futuro si no conocés la historia, así
que quiero homenajear a esos jóvenes que en los años 60 fueron a plantar
nuestra bandera a las Islas Malvinas”, señaló99. Las siete banderas habían
sido entregadas a la presidenta el 24 de agosto de 2012, por María Cristina
Verrier, la compañera de Cabo. Verrier fue mencionada por ella durante el
acto, al recordar que “una (de las banderas argentinas) está en el mausoleo
de Néstor Kirchner –en Río Gallegos– y otra en la basílica de la Virgen de
Itatí, de la que ella y Dardo Cabo eran devotos”.
Tras ser entregadas a la entonces presidenta, las banderas fueron
exhibidas en diferentes espacios, algunos a pedido especial de Verrier, quien
entregó dichas enseñas a la mandataria junto con una carta, en la que le
pidió que “la releve de su custodia”. Además de la que fue colocada en el
mausoleo de Néstor Kirchner y la depositada en la basílica de Itatí, otra
quedó en exhibición en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso
Nacional, otra fue entregada a la basílica de Luján, en oportunidad de
celebrarse allí un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. Las
restantes banderas fueron ubicadas en el Museo del Bicentenario en la Casa
Rosada y una más en el Museo de las Islas Malvinas en el Espacio de la
Memoria. Varias calles del conurbano bonaerense y locales políticos del
peronismo llevan el nombre de Dardo Cabo. Su entrada al Olimpo de
“luchadores revolucionarios” soslayaba varios tramos de su trágico
derrotero. Un vals de la muerte en el que intercambiaban roles víctimas y
victimarios.

67 Primera Plana n.º 341, “La hora del miedo”, año VIl, Buenos Aires, 8 al 14 de julio de 1969.
68 El Diario, Mendoza, 10/10/69.
69 Publicado por la revista Cristianismo y revolución, segunda quincena de agosto; reproducido
por Gorbato, V. (1992), p. 151.
70 Abós, A. (1999), p. 59.
71 Richard Gillespie, Montoneros: soldados de Perón, Grijalbo, Buenos Aires, 1987. Ver también
el trabajo de Claudia Hilb y Daniel Lutzky, La nueva izquierda argentina: 1960-1980, Centro Editor
de América Latina, 1984.
72 Gorbato, V.(1992), op. cit.
73 uomracapital.org.ar.
74 La trayectoria de Bernardo Neustadt (1925-2008) en el periodismo argentino marca los lugares
de cruce entre los factores del poder político, económico, militar, sindical y cultural –lo que
comúnmente se ha definido como “el establishment”– con los gobiernos de turno y las áreas
reservadas de la inteligencia estatal. Pocos recuerdan por entonces que su carrera se inicia en tiempos
del segundo gobierno de Perón, cuando como periodista destacado en el Congreso se conecta con
Alberto Teisaire, vicepresidente de la Nación y presidente provisional del Senado, quien lo lleva a
trabajar en la Secretaría de Asuntos Políticos de la Presidencia, en la Casa de Gobierno. Ver Bosoer,
Fabián, Detrás de Perón. Historia y leyenda del almirante Teisaire (2013), p. 222.
75 Informe exclusivo: “El sillón del Lobo”. País-País Nacional, septiembre de 1969.
76 Revista Extra n.º 52, año 5, noviembre de 1969.
77 El padre Carlos Mugica sería asesinado años más tarde, el 11 de mayo de 1974, semanas antes
de la muerte de Perón. Sánchez Abelenda sería designado decano en la Facultad de Filosofía y Letras
por Alberto Ottalagano, un nacionalista de extrema derecha nombrado como interventor en la UBA
en septiembre de ese año por el gobierno de Isabel Perón. Al asumir, declaró: “Los profesores
devotos de Marx y Freud tendrán ahora que ir a enseñar a Moscú o a París, porque en la Argentina
se les acabó la aventura judía, libertaria y destructora de los valores de la nacionalidad”.
78 La cercanía entre militares y militantes continuaría aún cuando las acciones armadas fueron
ganando una entidad mayor. Durante los sucesos de Trelew, entre el 15 y el 22 de agosto de 1972,
que terminan en el asesinato de varios activistas del ERP que habían participado de la toma del
aeropuerto, el coronel Perlinger dialoga con los guerrilleros y comenta públicamente:“He conversado
con ellos de mi ejército y del suyo. Tengo la convicción de que son profesionales. Pero no en un
sentido peyorativo. No son inconscientes que andan a los tiros por ahí. Saben cuándo deben matar,
cuándo deben atacar, avanzar, retroceder, o rendirse incondicionalmente. Son profesionales en el
arte de la guerra…”. Hablando con uno de ellos, le expresa: “Señor, no coincido con usted
ideológicamente en nada, pero le rindo el mismo respeto que rendía un romano a un cristiano
cuando lo tiraban a los leones y sabían levantar la cruz. Al país lo van a construir los que sean
capaces de tirarse a los leones”. Citado en María Matilde Ollier (2005), op. cit., p. 221.
79 Hasta el día de hoy, si bien se han vertido numerosas hipótesis, el asesinato de Alonso tampoco
fue esclarecido.
80 Extra n.º62, septiembre de 1970.
81 La complicidad y participación, como instigadores, de sectores nacionalistas del Ejército en el
asesinato de Aramburu es sostenido por Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi en Aramburu, una
biografía, Buenos Aires, Ediciones B, 2005.
82 Tarruella, Alejandro. Guardia de Hierro, de Perón a Kirchner, Sudamericana, 2005; p. 153.
83 Adriana Robles, autora de Perejiles. Los otros Montoneros (Colihue, Buenos Aires, 2004),
cuenta sobre esa época que “las distintas agrupaciones de la llamada Tendencia Revolucionaria –
Juventud Peronista, Juventud Universitaria Peronista, Juventud Trabajadora Peronista, Unión de
Estudiantes Secundarios, Agrupación Evita, Movimiento Villero Peronista– cantaban con deleite:
‘Llora, llora, la puta oligarquía, porque se viene la tercera tiranía (…) Perón entró al gobierno ya
enojado con nosotros (yo ya me sentía parte pese a que no estaba en ninguna agrupación). Sus
actitudes hacia la Tendencia eran hostiles. Los desaires a los diputados de la Juventud, el abandono
cotidiano de sus dichos prerregreso eran señales de una mala relación. La Orga, desde sus revistas,
también hostigaba… y mostraba los dientes. Y como corolario de ese enfrentamiento todavía
silencioso mataron a Rucci, no lo dijeron pero cantaron siempre que pudieron: ‘Rucci, traidor,
saludos a Vandor’”. Adriana Robles fue militante de la UES y luego de Montoneros. Su nombre “de
guerra” era María, así es como la conocieron sus compañeros de militancia.
84 El director de Los traidores, Raymundo Gleyzer, era periodista y cineasta. Fue productor,
fotógrafo, editor y guionista; recibió ocho premios internacionales por sus producciones y fundó el
grupo Cine de la Base. Durante la última dictadura militar, el 27 de mayo de 1976, Gleyzer fue
secuestrado y es uno de los 30 mil desaparecidos que dejó la última dictadura. Tenía 35 años.
85 Se refiere a Enrique Grynberg, un militante de la Juventud Peronista asesinado el mismo día en
que mataron a Rucci.
86 El Descamisado n.º 20, 2/10/1973.
87 Se refiere a la edición vespertina de los diarios La Razón y Crónica.
88 Revista El Descamisado n.º 41, año I, 26/02/74.
89 Pavón Pereyra, Enrique, Conversaciones con Juan Domingo Perón, Buenos Aires,
Colihue/Hachette, 1978, p. 131. Citado por Trinidad Delia Chianelli, Vandor y el sindicalismo
postperonista, revista Todo es Historia n.º 486.
90 Esta versión es sostenida por Marcelo Larraquy, basado en una entrevista que le realizó a un
teniente coronel retirado que pidió permanecer en el anonimato. Ver Larraquy, Marcelo, López Rega.
La biografía, Buenos Aires, Sudamericana, 2004, p. 145. Citado por Chianelli, ibidem.
91 Otro prominente dirigente sindical, el papelero Fernando Donaires, mencionará a un hombre
que, según él, siempre tuvo la certeza de quiénes fueron los autores, “un compañero al que se lo
menciona muy poco en todos estos episodios, pero era el que estaba conversando con Vandor en ese
momento (…) Mario Barrientos, secretario general de la UOM de San Martín, íntimo amigo de
Vandor, amigo nuestro y leal colaborador en todo lo que Vandor hiciera. Barrientos siempre sostuvo,
incluso ante la policía, que él estaba convencido de que uno de los asesinos había sido (Mario
Roberto) Santucho,(líder) del ERP”. Testimonio de Donaires a Guillermo Gasió, en Donaires (2007),
Memorias…, op. cit., p. 38.
92 Esta versión es confirmada por Eduardo Zamorano, en La patria metalúrgica: “El Operativo
Judas implica un salto cualitativo en esta lucha. Un comando de guerrilla urbana –mostrando una
inteligencia previa, logística y despliegue operativos inéditos hasta ese momento– ejecuta a Vandor
en el edificio sindical de la calle La Rioja. Al frente de los incursores está Dardo Cabo, hijo de uno
de los principales lugartenientes del Lobo y que también, tres años atrás, había liderado el grupo
que secuestró un avión y plantó la bandera argentina en las Malvinas; paradojalmente, buena parte
del dinero para financiar esta audaz intentona había salido de la caja metalúrgica”. En revista
Lucha Armada n.º 11, año 4, 2008.
93 Yofre, J. B. (2019), op. cit.
94 Miguel Bonasso, “Réquiem para Armando Cabo”, Página 12, 8 de junio de 1996.
95 Testimonio a los autores, el 21/10/93. En Senén González-Bosoer (1993), op. cit.
96 Gazzera, testimonio a Guillermo Gasió (2000), op. cit., p. 74.
97 Grassi, R., El Descamisado. Peronismo sin aliento, Sudamericana (2015), p. 355.
98 Baschetti, Rodolfo, www.resumenlatinoamericano.org Vázquez, Pablo, visionpais.com.ar:
www.peronvencealtiempo.com.ar.
99 www.pagina12.com.ar.
Epílogo

Augusto Vandor (a) “El Lobo” fue historia y mito, un dirigente sindical tan
difícil de ubicar y encasillar como de describir y narrar. A Eduardo Luis
Duhalde y Rodolfo Ortega Peña, mucho antes de los “años de plomo” que
los tuvieron como protagonistas y víctimas, jóvenes abogados por entonces,
se les encomendó hacer un libro sobre él; un retrato que describiera al
personaje y reflejara su pensamiento. Se reunieron varias veces, grabador
mediante, y como Vandor se quedaba con la mirada fija, casi intimidatoria,
frente a las preguntas que le hacían, decidieron sentarse uno en cada
extremo del escritorio, con su personaje en el centro, delante. El
cuestionario se desarrollaba respondiendo preguntas a uno y a otro,
alternadamente, y esta suerte de ping-pong que ejecutaba mirándolos a los
ojos, al parecer lo desconcertaba. Ellos lo sabían y por eso actuaban el
interrogatorio como “policía bueno, policía malo”. Vandor se cansó y
decidió no seguir. Ese libro nunca vio la luz100.
Esta anécdota menor condensa, sin embargo, no sólo la característica
huidiza de un personaje difícil de “capturar”, sino también lo que ocurrió
con la vida, la muerte y la leyenda de este gremialista de gran porte, a través
de las cuales es posible reconstruir algunos trazos de aquellos años de la
Argentina de utopías y sangrías. Miguel Gazzera, uno de los dirigentes
sindicales que mejor lo conoció, en casi todas sus facetas, y tal vez el único
en condiciones de teorizar sobre su trayectoria, resume los trazos maestros
de esa biografía política que terminó trascendiendo la biológica; el
momento en el que el personaje Vandor traspasó al Vandor de carne y
hueso:

“Fue el único hombre capaz de marcar con su nombre un momento en


la historia del movimiento obrero. Nadie más. Era un tipo que
bancaba las huelgas, los atentados, la toma de cuarteles. En una
huelga, él iba adelante, ya no discutía. Cuando había cosas que eran
densas, pesadas, ahí estaba él. No había nadie que lo hiciera como él
lo hizo (…) No todo fue diáfano. Exagerando, podría decirse de él lo
que el cardenal Richelieu dijo de sí mismo: que ‘al mal lo hizo bien y
al bien lo hizo mal’”101.

El expediente por el crimen de la calle La Rioja fue cerrado en 1972 por el


juez Alberto Chiodi, sin haber procesado a persona alguna y sin llegar a
conclusiones positivas. Pasarían años y muchos interrogantes quedarían sin
respuesta: quienes tenían cosas para decir decidieron callar. Los hilos de
una intrincada madeja siguieron anudados como parte de una memoria
sellada, blindada e infranqueable del sindicato de hierro. El paso del tiempo
no ayudó a esclarecer lo sucedido. Una nebulosa de dudas y conjeturas, que
se apagan con los años, parecería indicar que el asesinato del líder
metalúrgico ingresará a la historia con una característica saliente: IMPUNE.
Pero la perspectiva histórica permite echar nuevas luces, atar cabos
sueltos, fundamentar presunciones e hipótesis. No todo era tan nítido y
tajante, eso es lo que más queda claro, en aquella política de amigos y
enemigos, leales y traidores, héroes y villanos. Las decisiones definitorias,
aquellas en las que se llegaba a jugar con la vida y la muerte propia y ajena,
resultaron ser, en más de una de estas ocasiones, la consecuencia inesperada
de varias secuencias previas, tramadas en los entreveros en los que se
confundían y encontraban unos y otros, unidos todos en un mismo juego
agonal. En todo caso, el asesinato de Vandor no solamente anticipó la
ordalía de muertes que vendrían luego, sino que fue el disparo de largada
para contemplar a la supresión física del adversario como una regla
tácitamente aceptada en las luchas políticas de la época. En aquel momento,
eso no parecía ser lo más importante, cuando se jugaban cuestiones
supuestamente más trascendentes. La desaparición del líder de los
metalúrgicos dejó caer el telón sobre aquel escenario y, alojadas en los
rincones de nuestra historia, perduran las incógnitas que probablemente ya
no puedan ser del todo despejadas.

100 Ortega Peña fue asesinado por el grupo terrorista de ultraderecha Triple A el 31 de julio de
1974. Eduardo Luis Duhalde, sobreviviente y autor de varios libros y trabajos sobre el terrorismo de
Estado ejercido durante la última dictadura, fue secretario de Derechos Humanos durante las
gestiones de Néstor y Cristina Kirchner. Humberto Capelli, subsecretario de Trabajo entre 1982 y
1983, relató a los autores la anécdota de cuando a Duhalde y Ortega Peña, allegados a la UOM, se les
había encomendado hacer un libro sobre Vandor.
101 Miguel Gazzera, en diálogo con Guillermo Gasió. Peronismo: los años difíciles. Documento
de trabajo. Gazzera/Gasió (2000).
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El Ave Fénix. El renacimiento del sindicalismo peronista entre la
Libertadora y las 62 Organizaciones (1955-1958).
Corregidor
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2008.
—TARRUELLA, Alejandro C.
Guardia de Hierro.
Sudamericana
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2005.

—TCACH, César y RODRÍGUEZ, Celso


Arturo Illia: un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados
Unidos en el golpe militar de 1966.
Edhasa
Buenos Aires
2006.

—WALSH, Rodolfo
¿Quién mató a Rosendo?
Tiempo Contemporáneo
Buenos Aires
1969.

ENTREVISTAS

ANZORREGUY, Hugo Alfredo

CAPDEVILA, José Antonio


CASTILLLO, Máximo (Maximiliano)

DOMÍNGUEZ, Nelson

GILBERT, Isidoro

PERRI, Rodolfo Agustín

FOTOS

ARCHIVO REVISTA TODO ES HISTORIA

ARCHIVO PERSONAL S. S. G.

CORTÉS, Alberto (h)

INSTITUCIONES

Archivo del Sindicalismo Argentino de la Universidad Torcuato Di Tella

Biblioteca Nacional
Biblioteca del Comité Central del Partido Comunista

Centro de Documentación Eva Perón de la CGT

DIARIOS, REVISTAS Y PERIÓDICOS

Revista DINAMIS del Sindicato de Luz y Fuerza

Revista TODO ES HISTORIA

Archivo diario Clarín


Anexo

1969: la CIA pone la lupa sobre la Argentina


(Informe secreto)

ANTECEDENTES
Al asumir la presidencia luego de un golpe militar en junio de 1966, el
teniente general retirado Juan Carlos Onganía comprometió su
administración a una transformación del país conocida como la
“Revolución Argentina”. La “Revolución” se lograría en tres etapas: la
primera se concentraría en estabilizar la economía y alcanzar un
crecimiento continuado; la segunda atacaría los problemas sociales que
ejercían presión, y la etapa final se ocuparía de la construcción de un
sistema político que aseguraría representación genuina para todos los
argentinos.
El 28 de marzo de 1969, a medida que su administración se acerca al
final de su tercer año, Onganía da un discurso de tres horas ante los
funcionarios del gobierno describiendo los logros y los objetivos futuros de
la “Revolución Argentina”. El presidente declaró que los tres elementos
claves de la “Revolución” eran la solidaridad, como búsqueda espiritual
básica para la dignidad del hombre; la integración, como la síntesis de
todas las políticas; y la participación, como la estrategia que asegurará
que las decisiones reflejen los intereses de todos los involucrados, no
simplemente los de una minoría. Onganía dijo que todavía quedaba mucho
por hacer en el área económica, pero había llegado el momento de
ocuparse de los problemas sociales urgentes. Dio una lista de 120
proyectos a realizar durante esta etapa.
Onganía dijo que el uso del plazo de “diez años” para definir su período
de gobierno, en realidad, era simbólico por el hecho de que la “Revolución
Argentina” es un proceso a largo plazo, no de uno, dos, tres o incluso cinco
años. Así, la fase política parece estar todavía en el futuro lejano. Onganía
prometió que, cuando finalmente suceda, Argentina logrará lo que él
describió como una “democracia real”.

LA FASE ECONÓMICA
La primera de las etapas económicas del programa del presidente Onganía
para reestructurar la Argentina tuvo un éxito considerable. La fase inicial
del programa económico, que comenzó al principio de 1967 bajo el
liderazgo del ministro de Economía Krieger Vasena, hizo hincapié en el
logro de la estabilidad financiera. Las medidas de estabilización incluyeron
un programa de control de precios “voluntario”, un congelamiento de los
salarios hasta fines de 1968, y una reducción en el déficit del presupuesto
del gobierno al mantener el gasto actual bastante estable mientras que
aumentaban los ingresos. Como resultado, el aumento anual en el costo de
vida se redujo del 30 por ciento en 1966 a menos del 10 por ciento en 1968.
El gobierno planea mantener el aumento en 1969 en un 5 por ciento o
menos.
En 1967, se evitó la posibilidad de una recesión inherente a estas fuertes
medidas de estabilización mediante una variedad de inducciones del
crecimiento, como los privilegios tributarios y de crédito para la inversión
y nuevos arreglos para los bienes de consumo duraderos. Esta medidas,
combinadas con un buen año en la cosecha y las exportaciones saludables,
permitieron una tasa de crecimiento del producto bruto interno de 1,9 por
ciento en 1967 comparado con sólo un 0,5 por ciento del año anterior. En
1968, los beneficios provenientes de las exportaciones se redujeron debido
a las condiciones climáticas y las medidas de protección adoptadas por los
países que constituyen los mercados más importantes para la Argentina.
Sin embargo, debido a los ingresos por inversiones extranjeras y los
programas de obras públicas amplios, la tasa de crecimiento alcanzó el 4,8
por ciento. Estos programas de obras públicas fueron financiados en gran
parte por las ventas de bonos del gobierno en los mercados externos e
internos, las primeras ventas de esa envergadura en más de veinte años. La
tasa de crecimiento en 1969 probablemente superará el 6 por ciento.
Desde la devaluación en marzo de 1967, el peso permaneció estable en
un valor de 350 con respecto al dólar. Un superávit comercial saludable,
aunque en disminución, combinado con grandes ingresos de capital
(incluyendo el retorno de capitales fugados), elevó las reservas de divisas
brutas a más de $ 800 millones, el nivel más alto en dos décadas.
El presidente prometió que toda la energía de su gobierno se
concentraría este año en mejorar la eficiencia de las empresas estatales y
recortar el sustancial número de empleados en exceso. La estimulación y la
diversificación de las exportaciones también requieren atención. Mucho
queda por hacer, pero la fase económica ya alcanzó un éxito que pocos
podrían haber previsto en 1966.
FOCO EN LOS PROBLEMAS SOCIALES
Aunque la fase económica todavía es de enorme importancia, se hicieron
algunos avances en la segunda fase o fase social de la “Revolución
Argentina”. El gobierno inició una política diseñada para aumentar los
salarios reales sin obstaculizar los objetivos del programa de
estabilización. Aunque la tasa de inflación disminuyó abruptamente en
1968, los salarios reales también cayeron en un 2,5 por ciento
aproximadamente en ese año. A comienzos de 1969, el gobierno autorizó
un ajuste general de salarios en vigencia durante todo el año. Para el
sector privado, esto significó un aumento del 8 por ciento sumado a
asignaciones más altas para las cargas familiares, llevando el aumento
total del trabajador promedio con dos hijos a aproximadamente un 12 por
ciento. El personal de varias empresas estatales también tuvo la cobertura
de este programa. Para los dos grupos, estos aumentos de salarios se
financiarán a través de aumentos en la productividad y no darán como
resultado precios más altos.
Los empleados estatales, incluyendo los maestros con bajos salarios, los
militares y las fuerzas policiales, recibieron un aumento que promedia el 20
al 25 por ciento. El aumento del pago estatal es la primera etapa de un
programa de cinco años diseñado para hacer que las escalas de pago
estatales sean competitivas con respecto a las de la industria privada.
Después de cinco años, estas escalas de pago serán prácticamente iguales
en términos reales a las vigentes antes de 1943. Todos los aumentos se
financiarán mediante economías en otras partes de los presupuestos de los
ministerios.
Uno de los programas sociales más importantes se centra en aliviar la
escasez de viviendas, actualmente estimada en 2,3 millones de unidades.
Las autoridades ya comenzaron a trabajar en la erradicación de las villas
miseria que se encuentran en varias ciudades y hay planes para la
construcción de viviendas permanentes a bajo costo para aquellas personas
que sean desplazadas por los proyectos de renovación.
La administración parece estar ingresando en la fase social de su
programa con un grado apropiado de precaución. No obstante, puede
encontrar dificultades en asegurar que las nuevas escalas de salarios y los
costos de los programas sociales aun limitados, que ahora están en
consideración, no den como resultado un resurgimiento de las presiones
inflacionarias. El año por delante será una base de prueba importante de
su capacidad para encontrar el rumbo a través de los objetivos alguna vez
conflictivos, en el camino del progreso y las mejoras sociales.

POLÍTICA: “LIBERALES” Y “NACIONALISTAS”


El gobierno de Onganía se mantuvo estrechamente alineado con su
prohibición de la actividad de los partidos políticos, que fueron disueltos
inmediatamente después del golpe, y se movilizaron suavemente para
desalentar cualquier reunión que pudiera considerarse de carácter político.
Aunque miembros de algunos de los ex partidos intentaron reunir una
fuerza de oposición, tuvieron poco éxito. Con los partidos ampliamente
neutralizados, la política se limita a un concurso por el dominio entre los
seguidores de dos ideologías conflictivas dentro de la administración. Así,
Onganía cuidadosamente mantuvo un equilibrio entre las dos facciones
principales.
Un grupo comprende a los “liberales”, que de hecho son conservadores
en su visión general. Son principalmente industriales, terratenientes,
banqueros, editoriales y técnicos en economía, como Krieger Vasena. Sus
postulados generales son la libre empresa, la estabilización de la economía,
el paternalismo, pero no la permisividad hacia los trabajadores y un
eventual, aunque quizás distante, retorno a alguna forma de democracia.
El otro sector comprende a los “nacionalistas”, que tienen la tendencia a
ser menos cerrados que los “liberales” pero que generalmente comparten
una creencia de que el capitalismo democrático ya fue probado y fracasó
en la Argentina Algunos de ellos probablemente desearían ver la creación
de un tipo de Estado corporativo, caracterizado por una dirección
gubernamental amplia de la economía y un sistema político que incluye la
representación a través de consejos de trabajadores, empleadores u otros
sectores diferentes de los partidos políticos. Los “nacionalistas” están
representados por civiles claves, como el ministro del Interior Borda y el
secretario de Gobierno Díaz Colodrero, y militares retirados que incluyen a
los generales Villegas (secretario general del Consejo Nacional de
Seguridad), Señorans (jefe de la Secretaría de Información del Estado) y
Repetto (secretario general de la Presidencia).
Por lo menos algunos de los “nacionalistas” están convencidos de que el
gobierno no puede hacerse cargo de la etapa social –y eventualmente de la
política– de la “Revolución” sin alguna base de respaldo fuera de los
militares. Ellos ven una base potencial en el movimiento trabajador
organizado, que actuó como una fuerza poderosa de oposición contra cada
gobierno desde el derrocamiento de Juan Perón en 1955.

RELACIONES DEL GOBIERNO CON LOS TRABAJADORES


La principal responsabilidad para manipular los intentos de la
administración de ganar el respaldo de los trabajadores –o por lo menos
colaboración– fue otorgada al secretario de Trabajo San Sebastián, quien
utilizó efectivamente técnicas tales como asegurar audiencias con Onganía
a los líderes de los trabajadores seleccionados para aumentar de manera
continua la cantidad de jefes sindicales deseosos de colaborar en cierto
grado con el gobierno con la esperanza de obtener beneficios especiales.
Aproximadamente 47 líderes del bloque “colaboracionista” asistieron a la
sesión más reciente que se realizó el pasado enero.
Los funcionarios de la administración también tuvieron contactos
públicos y privados con algunos líderes sindicales en el segundo –y más
grande– bloque, quienes desean tener un “diálogo” no oficial con el
gobierno acerca de temas económicos, pero que ciertamente no aceptarían
un intento del gobierno de tener el control de los trabajadores organizados.
La influencia de un tercer grupo pequeño de sindicatos cuyos jefes se
oponen resueltamente al gobierno y sus políticas y que acusan a los líderes
de los otros bloques de “venderse” a la administración parece haber
decaído abruptamente en los últimos meses. Otros grupos numerosos de
sindicatos no adoptaron públicamente ninguna posición con relación al
gobierno.
Las líneas entre los distintos bloques no se trazan de manera rígida;
parece haber un movimiento mensurable alejado de la oposición total al
gobierno hacia un deseo de ver qué tiene para ofrecer. Dentro de los
sindicatos individuales también hay frecuentes corrientes de pensamiento
muy difíciles acerca de cómo tratar con el gobierno.
La administración no dudó en usar la mano dura para volver a alinear a
los pocos sindicatos que intentaron desafiarla abiertamente al violar la
virtual prohibición de las huelgas. Una huelga de los trabajadores
portuarios de Buenos Aires en diciembre de 1966 finalizó con el gobierno
interviniendo la administración del sindicato y con el jefe del sindicato
pasando dos años en prisión con cargos por haber instigado a los
trabajadores portuarios extranjeros a mostrar solidaridad con sus colegas
argentinos al negarse a descargar los barcos argentinos. El gobierno
terminó una huelga en la refinería estatal de La Plata en 1968 al tomar el
control del sindicato local y despedir a 1.700 trabajadores que se negaron
a volver a sus puestos de trabajo. La operación de la refinería continuó
satisfactoriamente sin el reemplazo de los trabajadores despedidos. La
personería jurídica de otros varios sindicatos importantes fue suspendida
debido a su participación en huelgas ilegales.
El gobierno parece determinado a usar la persuasión, y la fuerza cuando
sea necesario, para unir a las distintas facciones de los trabajadores en
una única Confederación General del Trabajo (CGT), que existió en los
papeles desde la época de Perón, pero que nunca tuvo una organización del
trabajo central unida. El gobierno dio algunos pasos preliminares hacia
este objetivo al verificar a los miembros de los sindicatos, chequeando sus
estados financieros, y determinando qué líderes de los trabajadores
tendrían más probabilidad de cooperar con las políticas económicas y
sociales del gobierno.
Con frecuencia, la prensa especuló que este año la administración
podría convocar a elecciones simultáneas de los nuevos dirigentes en todos
los sindicatos de la nación y manipular los resultados cuando fuera
necesario para asegurar la elección de candidatos que no se opongan
fuertemente al gobierno. Esta táctica, casi con certeza, encontraría una
firme oposición de muchos jefes sindicales poderosos y ambiciosos que
construyeron un respaldo sustancial dentro de sus propias organizaciones.
Una cantidad de estos hombres también son importantes figuras del
movimiento político peronista. Probablemente, el más destacado entre ellos
es Augusto Vandor, jefe del poderoso sindicato de metalúrgicos que se sabe
es el blanco principal de Onganía para removerlo de su cargo.
Mientras el gobierno estuvo trabajando en asegurarse la cooperación de
los trabajadores a través de los líderes de los sindicatos individuales,
algunos funcionarios de la administración, casi exclusivamente del sector
“nacionalista”, intentaron asegurarse el respaldo de los trabajadores a
través de numerosos contactos políticos con emisarios de Perón. Ellos
esperan convencer al dictador exiliado de usar su influencia todavía
poderosa con las masas para hacer que ellas cooperen con el gobierno de
Onganía. Al mismo tiempo, Perón parece estar intentando una vez más
obtener la unión de sus seguidores de todas las facciones de trabajadores
en un único bloque peronista –posiblemente encabezado por Vandor–, lo
que le daría una ventaja importante en sus negociaciones con el gobierno.
En vista del fuerte sentimiento antiperonista que existe en los niveles
militares más altos aun catorce años después de su derrocamiento, es difícil
concebir algún beneficio que la administración pudiera ofrecer al
políticamente astuto Perón a cambio de su respaldo o aun neutralmente, o
qué actitud tendrían sus enemigos en lo militar hacia dicha oferta.
Muchos “liberales” son escépticos acerca de los planes del gobierno de
consolidar a los trabajadores y acerca de sus contactos con los peronistas.
Tienen dudas acerca de que el gobierno pueda controlar la CGT
reestructurada, y sospechan que un movimiento trabajador unido, aun uno
ostensiblemente “amigable”, podría demostrar un desafío mayor para el
gobierno que el actual dividido. La insistencia por parte de los “liberales”
de la necesidad de una austeridad continuada del gobierno también entra
en conflicto con el punto de vista de los “nacionalistas” de que la
administración debería usar activos tales como sus fondos para el
programa de bienestar y su autoridad para otorgar aumentos de salarios
con el fin de obtener el respaldo de los trabajadores. Las recientes
renuncias de algunos miembros del equipo económico en el gabinete
parecen ser un síntoma de estas tensiones dentro de la administración.

RESPALDO MILITAR DEL GOBIERNO


Aunque Onganía insistió en que su administración no es una dictadura, las
fuerzas armadas incuestionablemente son su base principal de respaldo. Él
reconoce que una pérdida de confianza seria de parte de ellos daría como
resultado su destitución del cargo. Onganía piloteó con éxito por lo menos
dos situaciones que involucraron el reemplazo de los oficiales militares
superiores, y su manejo de estos problemas probablemente fortaleció su
presencia en las fuerzas armadas. Aunque la aprobación militar de las
políticas del presidente no es universal, particularmente para aquellos
involucrados en el delicado tema del peronismo, la mayoría de los oficiales
reconocen la autoridad y honestidad de Onganía.
El reciente aumento salarial sustancial a los militares que fue
acompañado de un aumento en otros beneficios, probablemente, hará
mucho por aliviar la principal queja de las fuerzas armadas. Hubo una
seria preocupación en los altos niveles acerca de la gran cantidad de
oficiales capaces que estaban retirándose para dedicarse a actividades
privadas debido a sus difíciles situaciones económicas.
El gobierno también obtuvo el respaldo militar al autorizar la compra de
nuevos equipos para reemplazar algunas de las armas obsoletas e
ineficientes. Gran parte del equipamiento se adquirió en Europa ya que
elementos comparables no se pueden obtener en los Estados Unidos o
porque los proveedores europeos ofrecen términos más favorables. El
Ejército adquirió, entre otros elementos, 60 obuses de 105 mm italianos, 60
tanques livianos AMX-13 y 24 obuses de autopropulsados AMX de 115 mm
franceses y 60 autos blindados suizos. El programa de modernización de la
armada de $ 83 millones incluye la compra de un buque portaviones
holandés de la época de la Segunda Guerra Mundial, seis barreminas del
Reino Unido y seis aviones a reacción de Italia. Probablemente, se
firmaron otros contratos por dos submarinos de Alemania Occidental y por
uno o dos buques destructores escoltas equipados con misiles tierra-aire
del Reino Unido. La fuerza aérea planea recibir este año los restantes 25 de
los 50 aviones a reacción A-4B de los Estados Unidos comprados en 1966.
Se están comprando al Reino Unido doce bombarderos a reacción
Canberra reacondicionados. Los informes recientes indican que la Fuerza
Aérea firmó un contrato en noviembre pasado por 14 aviones supersónicos
Mirage III franceses, y la compra está esperando la aprobación de
Onganía.
Una parte sustancial de este material se armará en la Argentina. La
eventual producción local de la mayor parte de los tipos de equipos está
planificada. Los militares argentinos esperan, durante la próxima década,
convertirse en un proveedor importante de armas para otras fuerzas
armadas de Latinoamérica.
La mayoría de los oficiales, especialmente los de alto rango, todavía son
fuertemente antiperonistas. El comandante en jefe del Ejército, teniente
general Lanusse, y otros oficiales de alto rango recuerdan con amargura
que pasaron los últimos cuatro años del mandato de Perón en prisión por
su participación en un intento por derrocarlo. Se sabe que ellos dudan de la
sabiduría de la administración pública y los contactos secretos con los
peronistas, pero se han abstenido de hacer públicas sus opiniones.
Aparentemente, no se oponen a la decisión reciente del gobierno de
permitir a diez oficiales peronistas que habían sido expulsados de los
servicios que usen nuevamente el uniforme y cobren sus jubilaciones. Sin
embargo, a medida que el gobierno sigue con su plan de integrar a los
peronistas en el futuro marco político, la hostilidad de estos oficiales puede
incrementarse de manera aguda.

INEFICACIA DE LA IZQUIERDA
Los grupos extremistas de izquierda en la Argentina son débiles y
desorganizados, y no parecen ser capaces de presentar ninguna amenaza
seria para el gobierno. La cantidad de afiliados al Partido Comunista
Argentino disminuyó de una cifra elevada como 90 mil a menos de 50 mil.
Los comunistas tradicionalmente tuvieron una influencia importante en la
Federación Universitaria Argentina, pero, desde la reducción importante
durante el gobierno de Onganía, del papel político de los estudiantes y la
expulsión de izquierdistas de las facultades en 1966, hubo una disminución
en las actividades partidarias en esta área. A fines de 1967, un grupo de
jóvenes afiliados al partido, autodenominados Partido Comunista - Comité
Nacional para la Recuperación Revolucionaria, se separó del partido en
principio debido a la rigidez y falta de imaginación de sus dirigentes de la
vieja línea.
Los comunistas trataron desde hace tiempo de hacer alianzas con los
peronistas. Pero sólo encontraron simpatía entre los extremistas al margen
del movimiento. En el XIII Congreso del partido, celebrado en abril de
1969, la frustración de los comunistas por su falta de éxito en obtener
adherentes peronistas dio como resultado la adopción de una resolución de
“romper completamente con el peronismo e iniciar una campaña a destajo
para anular la influencia del peronismo en todo el país”. Es dudoso que se
implemente la resolución.
FUNCIONARIOS MILITARES Y DE SEGURIDAD
Las fuerzas del gobierno rápidamente barrieron a los pequeños grupos
de las que serían las guerrillas en la provincia de Tucumán a fines de 1968
y en la provincia de Jujuy en febrero de 1969. Los funcionarios militares y
de seguridad están preocupados por una serie de ataques terroristas e
intentos de robar armas que ocurrieron desde abril. Los incidentes tuvieron
lugar en localidades ampliamente dispersas incluyendo puestos militares.
Podría ser el trabajo de uno o varios grupos locales, que posiblemente
colaboran con miembros de los grupos extremistas uruguayos, como los
Tupamaros. Las fuerzas de seguridad rodearon a militantes peronistas y
extremistas de izquierda, y detuvieron a unos pocos oficiales militares
retirados contrarios al gobierno, incluyendo los golpistas de siempre
generales Cándido López y Rauch., aunque no hay ninguna evidencia firme
de que estas personas fueran, en realidad, responsables de los ataques.

EFERVESCENCIA CRECIENTE EN LA IGLESIA


La Iglesia católica en la Argentina se caracteriza desde hace tiempo por
su conservadurismo y su capacidad, con algunas excepciones breves, de
acomodarse al gobierno en el poder. La jerarquía, en general, no se
expresa acerca de temas sociales en tanto y en cuanto éstos no afecten
directamente a la Iglesia. Los hombres del clero, como los obispos
Jerónimo Podestá y Alberto Devoto, quienes, durante años, han condenado
las condiciones de las masas rurales y urbanas, fueron la excepción.
Durante el último año, un sector creciente dentro de la Iglesia comenzó a
abogar por la reforma y la innovación, aunque los conservadores, como el
primado argentino cardenal Antonio Caggiano, todavía detentan gran
poder. La mayoría de los progresistas parecen pertenecer a una
organización independiente denominada “Movimiento de Sacerdotes del
Tercer Mundo”.
La Conferencia de los Arzobispos Argentinos tuvo que entrar en receso
obligadamente en diciembre pasado cuando no pudo lograr el consenso
acerca de la implementación de las recomendaciones de reforma social de
la Conferencia Latinoamericana de Obispos en Medellín, Colombia, en
septiembre. Los obispos argentinos se reunieron nuevamente en abril para
tratar el documento de Medellín, y las diferencias entre los conservadores y
los liberales recibieron una amplia atención de la prensa. El documento
final de la conferencia, que convoca a la “liberación” de los pueblos de la
opresión económica, social y política y urge a darles a los sacerdotes un
papel más grande en el manejo de los asuntos de la Iglesia, sugiere que los
puntos de vista progresistas pueden prevalecer.
El incidente más espectacular de descontento entre una minoría
significativa de clérigos ocurrió el pasado mes de marzo con la renuncia de
treinta sacerdotes en la arquidiócesis de Rosario por serias diferencias con
el arzobispo. Los sacerdotes acusaron al arzobispo Guillermo Bolatti de ser
indiferente a los problemas del área social y por haberse negado a iniciar
un diálogo con ellos acerca de estos temas. El prelado tomó varias
acciones diametralmente opuestas a los puntos de vista liberales de los
sacerdotes, como negarse a permitir sacerdotes trabajadores en su diócesis,
ubicando a personas que compartían sus puntos de vista conservadores a
cargo de grupos como la Juventud de la Acción Católica, tomando medidas
disciplinarias contra los sacerdotes que introdujeron innovaciones en los
procedimientos en sus parroquias de clases más bajas, y expulsando a dos
sacerdotes extranjeros por insubordinación.
Una serie de incidentes aumentó las diferencias entre el arzobispo y sus
sacerdotes, con grupos de clérigos y laicos en Rosario y otras áreas
tomando partido por una u otra posición. Por lo menos trescientos
sacerdotes argentinos anunciaron su respaldo al grupo liberal. El 25 de
marzo, el arzobispo viajó a Buenos Aires y se dirigió a Roma, donde
solicitó una audiencia con el papa Paulo VI. Los sacerdotes de Rosario
luego enviaron al papa un telegrama defendiendo sus puntos de vista y
solicitando un juicio canónico para absolverlos de los cargos hechos por
los conservadores acerca de que estaban intentando socavar la estructura
jerárquica de la Iglesia.
El grado de libertad con el cual puede manifestarse cada miembro de la
Iglesia individual acerca de temas no directamente relacionados con lo
religioso se transformó en una cuestión importante en el fermento
progresista-conservador. En enero de 1969, el arzobispo de Buenos Aires,
Juan Carlos Aramburu, instruyó a los sacerdotes de su jurisdicción a no
hacer declaraciones públicas o participar en reuniones públicas de índole
económica, social o política sin autorización previa. Él observó que
mientras la Iglesia debe alentar a los laicos a participar activamente en la
búsqueda del progreso en los campos económicos, sociales y políticos, no
deberían liderar dicho movimiento ni sugerir soluciones. La homilía del
cardenal Caggiano en el reciente Jueves Santo contenía una advertencia
aguda de que ciertos sectores religiosos se estaban ocupando abiertamente
por la religión orientada hacia el hombre a costa de la fe orientada hacia
Dios.
Algunos hombres de la Iglesia fueron más allá de la crítica a la Iglesia
en sus esfuerzos por atacar las condiciones sociales y económicas en
ciertas partes del país. El pasado mes de diciembre, los sacerdotes en
varias ciudades participaron de un movimiento de protesta en Nochebuena
contra la existencia continua de “miseria y desigualdad” y llevaron a cabo
huelgas de hambre en lugar de celebrar la tradicional misa de Navidad.
Algunos denunciaron que las políticas sociales y económicas del Estado
recaen con más fuerza en aquellos menos capaces de soportarlas.
En abril, los sacerdotes participaron en manifestaciones en áreas con
desempleo de las provincias de Tucumán y Santa Fe, donde el cierre de
ingenios azucareros por razones financieras dejó a una gran cantidad de
trabajadores sin empleo. La policía utilizó gases lacrimógenos para
dispersar a los manifestantes de la protesta y arrestó a los sacerdotes en los
dos lugares. El arzobispo de Santa Fe entonces emitió una declaración en
la cual decía que expresar solidaridad con los problemas de la comunidad
no es delito. Algunos sacerdotes también se pusieron del lado de los
trabajadores en una huelga prolongada en la principal planta impresora en
Buenos Aires.

PERSPECTIVAS
Los próximos años de la “Revolución Argentina” serán una continuación
del programa de planeamiento económico estrechamente combinado con
ingeniería social de Onganía . La actividad política gira en gran medida
alrededor de las diferencias dentro del gobierno por el énfasis y las
prioridades. La mayoría de las decisiones seguirán en manos del gobierno
central. Aunque Onganía haya subrayado que la administración tiene la
determinación de delegar muchas de las responsabilidades en las
provincias, ésta parece ser una perspectiva distante.
Tanto los “liberales” como los “nacionalistas” están observando con
cuidado un proyecto en la provincia de Córdoba que puede servir de
modelo para el tipo de participación de la comunidad en el gobierno
previsto por Onganía. El gobernador Carlos Caballero formó un consejo
que representa a los dirigentes, trabajadores y otros sectores para asistirlo
en carácter de asesoramiento estrictamente. Algunos grupos en Córdoba se
negaron a tomar parte en el consejo porque creían que era sólo una
fachada de “participación de la comunidad” y que era un primer paso
peligroso hacia un Estado corporativo; este punto de vista probablemente
era compartido por la mayoría de los “liberales”.
El esfuerzo por asegurar la cooperación de los trabajadores organizados
en la fase social será, quizás, la prueba más grande hasta la fecha de la
fortaleza y diplomacia del gobierno. Onganía está convencido de que los
trabajadores deben abandonar su rol político y que esto puede hacer
necesario el “sacrificio” de una generación de dirigentes sindicales que
lograron sus posiciones más altas de manera exitosa combinando esfuerzos
y políticas de trabajo. La popularidad personal de Perón entre las masas
seguirá siendo un factor que el gobierno no puede ignorar, y también debe
tener en cuenta el peligro de que los contactos oficiales con él puedan
estimular la hostilidad de los militares antiperonistas, como el teniente
general Lanusse, cuyo apoyo es necesario para la administración.
Tal vez, el proyecto económico y social más ambicioso de Onganía será
el desarrollo del área al sur del paralelo 42 conocida como Patagonia.
Durante una semana a comienzos de abril, Onganía trasladó la sede del
gobierno a la Patagonia para atraer la atención nacional hacia las
necesidades de la región o promover su desarrollo. Esta vasta zona, que
comprende aproximadamente un cuarto del territorio nacional, sólo tiene
un 2 por ciento de la población total del país. Probablemente sólo una
escasa mayoría de los habitantes son argentinos, el resto proviene de países
limítrofes, principalmente de Chile, debido a los salarios más altos que se
pagan en la Argentina.
Las implicancias estratégicas de este hecho preocuparon durante largo
tiempo a las autoridades militares y civiles argentinas. En 1969, un
Comando Conjunto del Sur se creó para planificar y coordinar importantes
maniobras aéreas, marítimas y terrestres a realizarse en la Patagonia en
octubre. La prensa sugirió que esta nueva estructura única también podía
coordinar los proyectos de acción cívica allí. Onganía había asignado una
alta prioridad al desarrollo acelerado de las minas de carbón y hierro y el
establecimiento de otras industrias; la construcción de aeropuertos y rutas,
la expansión de instalaciones telefónicas, de radio y televisión y la
atracción de los nuevos residentes. El proyecto clave para la región, y uno
de los más grandes alguna vez realizado en la Argentina, es la construcción
del gigante proyecto hidroeléctrico El Chocón-Cerros Colorados. Un
préstamo del Banco Mundial de $ 82 millones financiará parte del costo
del proyecto.
Como parte del programa general de modernización, el gobierno está
interesado particularmente en expandir sus contactos internacionales en
ciencia y tecnología. En 1968, se creó el Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología, una de cuyas responsabilidades será asesorar al gobierno y
coordinar las tratativas con los países del extranjero en esta área. En
marzo, la Argentina firmó un convenio conjunto de cooperación científica
con Alemania Occidental que podría servir como modelo para el acuerdo
con otras naciones. La firma Siemens de Alemania Occidental está
construyendo la primera planta nuclear de la Argentina en Atucha, a
aproximadamente 60 millas al noroeste de Buenos Aires. Su deseo de ser
libre en el desarrollo de la investigación de energía nuclear con fines
pacíficos condujo a la Argentina a cuestionar la sabiduría del Tratado de
No Proliferación Nuclear y, por propiedad transitiva, los motivos de sus
defensores.
En ausencia de una acción eficaz por parte de los ex partidos políticos,
es posible que los elementos progresistas dentro de la Iglesia puedan
liderar la presión contra el gobierno para realizar una acción más rápida
en el área social. En ocasiones, esta preocupación puede llevar a conflictos
con las autoridades civiles, particularmente donde el gobierno por razones
económicas despide empleados o cierra empresas estatales o privadas
ineficientes, como sucedió en las provincias de Tucumán y Santa Fe. El
tema de las relaciones entre el Estado y la Iglesia está complicado por la
fuerte orientación católica de Onganía y muchos de sus colaboradores
cercanos.
Si la “Revolución Argentina” continúa avanzando, el gobierno
probablemente dedicará más atención a los asuntos exteriores. La
Argentina aspiró durante mucho tiempo a una posición de liderazgo en el
cono sur de Sudamérica, y Onganía manifestó que la caldera interna que
actualmente está atacando a su rival tradicional, Brasil, le da a su país una
oportunidad excepcional de aumentar su posición internacional.
Las relaciones de la administración de Onganía con los Estados Unidos
mejoraron sustancialmente desde 1966. A la vez que reconoce la especial
relación de la Argentina con los Estados Unidos, el canciller Costa Méndez
declaró en marzo de 1969 que su país no está sujeto a la “esfera de
influencia” de nadie y está decidido a preservar su libertad de acción
política e independencia económica. El ministro dijo que la Argentina
intentó fortalecer sus lazos tradicionales con Europa para trabajar en la
promoción de una “comunidad internacional multipolar”. Costa Méndez
subrayó el deseo de la Argentina de comerciar con todas las naciones,
incluyendo las del bloque comunista. Los incidentes tales como la captura
en la Argentina de los buques pesqueros soviéticos que operaban dentro de
sus aguas territoriales, sin embargo, provocó algún deterioro en las
relaciones con la URSS 102.

102 Weekly Summary. Special Report. Directorate of Intelligence, 16 may 1969 n.º 0370/69A. Los
informes especiales son complementarios de los semanales de inteligencia actual emitidos por la
Oficina de Inteligencia Actual. Los informes especiales se publican por separado para darle un
tratamiento más amplio a un tema. Los redactan la Oficina de Inteligencia Actual, la Oficina de
Investigación Económica, la Oficina de Investigación Estratégica y la Dirección de Ciencia y
Tecnología. Los informes especiales se coordinan según sea apropiado entre las direcciones de la
CIA y, a excepción de un intercambio sustantivo normal con otras agencias en el ámbito de trabajo,
no se coordinan fuera de la CIA a menos que se indique específicamente.
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