El Cantico de Los 144000 - 240109 - 225112

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El cántico de los 144.

000 - Apocalipsis 14:1-5


Introducción
En los capítulos 12 y 13 de Apocalipsis se nos presentó lo que hemos dado en llamar la
“trinidad satánica”, compuesta por el dragón, la bestia y el falso profeta. Allí vimos su
actividad diabólica para establecer su reino de maldad en este mundo. En especial
notamos la extrema dureza de su persecución contra los santos de Dios. Tal era la
desolación que sentimos al terminar el capítulo anterior que en silencio nos preguntamos
qué haría Dios ante esta situación y cuándo actuaría para poner fin a tanta maldad. Con el
salmista clamábamos: “¿Por qué estás lejos, oh Jehová, y te escondes en el tiempo de la
tribulación?” (Sal 10:1).
Pero ahora, en el capítulo 14, vamos a encontrar la respuesta de Dios a Satanás y su
reino de maldad. En realidad se nos va a presentar un panorama del fin, con una rápida
ojeada a los hechos que se irán revelando con mucho más detalle en los próximos
capítulos.
Para empezar, veremos aparecer triunfante al Señor Jesucristo sobre el monte de Sión. Y
no estará solo, sino que se encontrará en compañía de sus ciento cuarenta y cuatro mil
sellados. Ellos son los que vencieron a la bestia no aceptando su sello, sino que eligieron
permanecer fieles a Dios. Sufrieron mucho, sin duda, pero ahora van a comprobar que sí
que vale la pena seguir al Cordero y mantener un testimonio fiel. Para ellos habrá
terminado el período de prueba y podrán unirse a los coros celestiales en su alegre
adoración al Cordero. Todos ellos celebran ya la inminente consumación del plan de Dios
en relación con los habitantes de la tierra.
Pero luego notamos una segunda aparición del Señor Jesucristo en este pasaje (Ap
14:14). El viene en una nube blanca con toda su majestad y gloria con la clara intención
de juzgar a la humanidad rebelde y liberar a los creyentes. Este juicio es descrito de forma
muy gráfica al final del capítulo por medio de dos figuras; la siega y la vendimia.
Los hombres de este mundo pueden estar completamente seguros de que el mal no
continuará por siempre, y que cada injusticia cometida será justamente juzgada. Dios no
ha abandonado este mundo, y cuando llegue el momento establecido por él, intervendrá
para terminar con el caos que el pecado ha producido. Y mientras esto ocurre, todavía
hay oportunidad de salvación para todos los hombres. Este será el mensaje del evangelio
que un ángel publicará por el cielo antes de la segunda venida de Cristo para que todos
los moradores de la tierra; de toda nación, tribu, lengua y pueblo puedan escucharlo (Ap
14:7-8). El tiempo se acaba y el fin se acerca. Es el momento de tomar la decisión
correcta y posicionarse junto al Cordero de Dios, porque quien no lo haga sufrirá las
consecuencias de su decisión por toda la eternidad.

El Cordero sobre el monte de Sion (Ap 14:1-5)


(Ap 14:1-5) “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de
Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su
Padre escrito en la frente. Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas,
y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban
sus arpas. Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro
seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos

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ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Estos son
los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que
siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los
hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada
mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios.”
En fuerte contraste con las dos terribles bestias del capítulo 13 y el dragón del 12, ahora
aparece el Cordero. Y no podemos ocultar nuestra alegría. Tanta crueldad como la que
hemos visto en los relatos anteriores deja dolorido el corazón de cualquier creyente
genuino. Es verdad que muchos acuden a estos pasajes de Apocalipsis atraídos por su
curiosidad, y para ellos todo su interés se reduce a intentar averiguar cuál será el número
de la bestia, sin pensar ni entender nada acerca de su diabólico reino de maldad. A estos
tampoco les conmueven los sufrimientos y penurias por las que tendrán que pasar
aquellos que se nieguen a ser sellados por la bestia. Y del mismo modo, es probable que
tampoco se emocionarán cuando ahora en el comienzo de este capítulo aparece el Señor
Jesucristo en el monte de Sion para poner fin al reino de la bestia. Pero para los
creyentes, este es uno de los momentos estelares del relato de Apocalipsis. Mirémoslo en
detalle.
1. “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion”
Empecemos por notar que el Cordero ha dejado su posición en medio del trono (Ap 5:6) y
ahora se encuentra sobre el monte de Sion. Pero, ¿por qué elige este lugar?
En primer lugar debemos recordar que el rey David tomó a los jebuseos la fortaleza de
Sion que se encontraba en Jerusalén y estableció allí su residencia real (2 S 5:6-9). Años
después, Salomón, su sucesor en el trono, construyó allí el templo siguiendo las
instrucciones que su padre había recibido de Dios. Desde entonces, Sion fue conocida
como “la ciudad del gran Rey” (Sal 48:2), y allí habría de estar la sede del gobierno
teocrático de Dios en esta tierra:
(Sal 132:13-14) “Porque Jehová ha elegido a Sion; la quiso por habitación para sí.
Este es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré, porque la he querido.”
Por lo tanto, era ahí donde el Mesías, cuando viniera, habría de establecer su reino
universal. Eso era lo que Dios mismo había decretado, tal como confirman numerosas
Escrituras del Antiguo Testamento:
(Sal 2:6-9) “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el
decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré
por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los
quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.”
(Sal 110:1-3) “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies. Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder;
domina en medio de tus enemigos. Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el
día de tu poder, en la hermosura de la santidad. Desde el seno de la aurora tienes tú
el rocío de tu juventud.”
(Is 2:2-4) “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte
de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los
collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán:
Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará
sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de
Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a

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muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces;
no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.”
(Is 24:23) “La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Jehová de los
ejércitos reine en el monte de Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea
glorioso.”
Nos encontramos entonces ante un momento largamente esperado. ¡El Rey de Dios se
encuentra por fin sobre el monte de Sion!
Pero en segundo lugar hay otro detalle que no debemos olvidar. Cristo volverá a la misma
ciudad que una vez le rechazó y donde fue crucificado como un vulgar impostor. Es cierto
que Dios lo vindicó cuando lo resucitó de entre los muertos, pero esto apenas había sido
visto por un reducido grupo de sus discípulos. El mundo todavía tiene que contemplarle
en toda su gloria y majestad. Por esa razón, él volverá al mismo lugar en donde fue
coronado de espinas para ser declarado allí mismo como “Rey de reyes y Señor de
señores”.
2. “Y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre
escrito en la frente”
El Cordero no está solo, con él hay ciento cuarenta y cuatro mil. Ahora bien, ¿quiénes son
estos?
Lo más probable es que se trate de los mismos ciento cuarenta y cuatro mil que ya
encontramos en (Ap 7:1-8). Allí vimos que antes de que tuvieran lugar los juicios que
desencadenaría la apertura del séptimo sello, este grupo de personas formado por
creyentes de las doce tribus de Israel fueron sellados por Dios con el fin de protegerles de
la ira del Cordero que iba a ser derramada sobre este mundo. Ahora, estos mismos, los
encontramos a salvo en el monte de Sion junto al Cordero.
No sabemos si habrán sido protegidos de los juicios que vinieron sobre este mundo
cuando las trompetas fueron tocadas, y tampoco podemos estar seguros de que no
sufrieran la terrible persecución que tanto el dragón (Ap 12:17), como la bestia y el falso
profeta llevaron a cabo contra los santos de Dios (Ap 13:7), pero en todo caso, ahora los
encontramos nuevamente aquí felices y triunfantes junto al Cordero.
Después de la guerra sin cuartel emprendida por los poderes satánicos con toda clase de
medios contra los santos de Dios, podríamos preguntarnos si todavía quedará algún
creyente en la tierra. ¿Quién podrá enfrentar tal clase de odio infernal y salir victorioso?
Pues aquí tenemos la respuesta: ciento cuarenta y cuatro mil que no recibieron el sello de
la bestia, sino que tenían el nombre del Cordero y de su Padre escrito en sus frentes. Y
parece que no eran los únicos, sino que como más adelante se nos dice, “estos fueron
redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero” (Ap 14:4).
Parece que se trataba de un grupo especial dentro de una comunidad más amplia.
Al igual que aquellos que portaban el sello de la bestia daban a entender con ello que le
pertenecían, del mismo modo, los ciento cuarenta y cuatro mil que tenían el sello con el
nombre del Cordero y del Padre, expresaban que eran propiedad de Dios. Y como tal,
Dios cuida de aquellos que son suyos, los preserva en medio de las tribulaciones y los
lleva a la victoria final con él. Y este pasaje viene a corroborar esta verdad. Los mismos
que fueron sellados antes de que la bestia entrara en acción son los mismos que ahora
aparecen triunfantes junto al Cordero en el monte Sion. Ni uno sólo de ellos se perdió (Jn
18:9), el número seguía siendo el mismo.
Por último, la mención del “nombre del Cordero” es interesante por varias razones. La
primera es porque estos ciento cuarenta y cuatro mil son israelitas y auténticos creyentes

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en el mismo Señor Jesucristo al que sus antepasados rechazaron. Esto evidencia un
cambio importante que ya anunció el apóstol Pablo en cuanto a la conversión futura de
Israel (Ro 11:26-27). En segundo lugar, recordamos que sólo la fe en Cristo es lo único
que nos puede llevar al triunfo final sobre el diablo (1 Jn 5.5). Y en tercer lugar, llevar el
nombre del Padre y del Hijo implica pertenencia a la familia de Dios, y por lo tanto,
compartimos un mismo hogar (Jn 14:1-3).
3. “Y cantaban un cántico nuevo delante del trono”
Al mismo tiempo que esto ocurría en la tierra, Juan escuchó “una voz del cielo como
estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como
de arpistas que tocaban sus arpas” (Ap 14:2). Parece que esta voz provenía de un gran
coro celestial, aunque no se nos dice quiénes lo componen. Juan describe esta voz como
potente al mismo tiempo que armoniosa y dulce.
El propósito de todo esto es mostrarnos el gozo que hay en el cielo por la victoriosa
venida del Cordero nuevamente a la tierra para establecer su reino. Sin duda que esto
hizo palpitar con fuerza el corazón de Juan.
Entonces, mientras todavía sonaba la música, se escucharon unas voces que “cantaban
un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los
ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que
fueron redimidos de entre los de la tierra” (Ap 14:3).
Como no puede ser de otra manera, estas huestes celestiales siguen de cerca todo lo que
ocurre en la tierra y se alegran viendo cómo el conflicto con el dragón, la bestia y el falso
profeta llega a su fin por la entrada triunfante de Cristo. Además, contemplan con gozo la
redención de hombres pecadores que antes habían sido enemigos, pero que ahora han
sido conquistados por la maravillosa gracia de Dios. Este conjunto de cosas les lleva a
componer “un cántico nuevo” que entonan “delante del trono” como una expresión de
adoración a Dios. Por cierto, éste no es el primer cántico nuevo en el libro de Apocalipsis,
puesto que anteriormente también los veinticuatro ancianos habían cantado el suyo
cuando el Cordero tomó el libro de la mano del que estaba sentado en el trono y se
dispuso a abrir sus sellos, demostrando así que era digno de ejecutar los juicios de Dios
sobre la humanidad con el fin de establecer su reino de justicia en este mundo (Ap 5:8-9).
En cada nueva etapa del desarrollo del programa divino hay nuevas razones para adorar
a Dios, y los seres angelicales no pierden ninguna de estas oportunidades. Ahora el
momento tiene que ver con su venida a este mundo para reinar en Sion y se reconoce su
dignidad y autoridad como Rey Soberano del universo.
Otro detalle interesante es que sólo los ciento cuarenta y cuatro mil podían aprender este
cántico nuevo. A algunos, lo que quizá les sorprenda es que después de la dura
tribulación por la que habían pasado todavía tuvieran ganas de cantar, pero vamos a ver
que sí. Ellos tienen un profundo gozo en su corazón por la protección divina y el triunfo
final otorgado, así que adoran a Dios por ello.
Pero, ¿por qué nadie más podía aprender este cántico? La razón es que sólo aquellos
que han tenido una experiencia real de salvación pueden cantarlo. En esas
circunstancias, sólo un auténtico creyente podría entonar un cántico al Cordero, mientras
que a los falsos profesantes, las aflicciones por el nombre de Cristo sólo pueden
producirles resentimiento y amargura. En contraste, para un verdadero creyente, las
amargas experiencias de la prueba le capacitan para aprender nuevas lecciones en la
escuela del Maestro, que aquí llevan a los redimidos a adorar a Dios con nuevas razones.

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Claro está que la limitación para aprender el cántico se refiere a los hombres. Los
ángeles, aunque no han experimentado lo que significa la redención, sin embargo sí que
pueden regocijarse a causa de ella (Lc 15:10).
4. La dedicación de los ciento cuarenta y cuatro mil a Dios
En los próximos versículos nos encontramos con un claro reconocimiento de la plena
consagración a Dios de estos ciento cuarenta y cuatro mil. De ellos se nos dice que
mantuvieron un estilo de vida totalmente apartado de la corrupción social y espiritual que
había a su alrededor.
(Ap 14:3-5) “fueron redimidos de entre los de la tierra. Estos son los que no se
contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero
por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como
primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues
son sin mancha delante del trono de Dios.”
La primera cosa que se nos dice de ellos es “que fueron redimidos de entre los de la
tierra”. Esto quiere decir literalmente que habían sido “comprados”. Al final del capítulo
anterior vimos que la bestia había prohibido comprar y vender a cualquiera que no
tuvieran su marca, pero aun así, Cristo había comprado a estas personas aquí en la tierra.
Y aunque en esta ocasión no se nos dice, sabemos por otras partes de la Escritura que el
precio pagado fue la sangre de Cristo (1 P 1:18-19). Esta es una verdad sobrecogedora.
Como alguien ha dicho, “nunca se ha pagado un precio tan alto por algo que valía tan
poco”.
Luego añade: “estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes”.
Entender esto de forma literal presenta ciertas dificultades porque toda la Biblia enseña
que las relaciones sexuales dentro del matrimonio no producen ningún tipo de
contaminación. Quizá por esa razón sea más apropiado entenderlo en el sentido de
nuestra unión con Cristo. El apóstol Pablo se refirió de ese modo a la relación de los
creyentes con Cristo:
(2 Co 11:2) “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo
esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo.”
Más adelante, en el mismo libro de Apocalipsis, veremos que Juan contrasta a la iglesia,
“la desposada, la esposa del Cordero” (Ap 21:9), con “la gran ramera... con la cual han
fornicado los reyes de la tierra” (Ap 17:1-2). Por lo tanto, es muy probable que la
virginidad de estos ciento cuarenta y cuatro mil se refiera principalmente a su fidelidad
espiritual al Señor en medio de las difíciles condiciones impuestas por la bestia. A pesar
de tener todo en su contra, ellos no adoraron a su imagen ni se encontró en ellos ningún
indicio de apostasía espiritual. A propósito de esto, recordemos también que el adulterio y
la fornicación fueron usados frecuentemente por los profetas del Antiguo Testamento para
ilustrar el pecado de idolatría en Israel (Ex 34:15) (Dt 31:16) (Jue 8:33) (Os 9:1).
Pero después de haber dicho todo esto, todavía debemos admitir que el pasaje puede
referirse también al hecho de que estos ciento cuarenta y cuatro mil eran realmente
vírgenes en el sentido literal del término. Recordemos que aunque la Biblia no exalta
nunca el celibato por encima del matrimonio, no obstante, en determinadas
circunstancias, puede ser aconsejable quedarse soltero. Este fue el consejo que Pablo dio
a los corintios. Ellos atravesaban una situación especial y el apóstol les dijo: “Tengo, pues,
esto por bueno a causa de la necesidad que apremia; que hará bien el hombre en
quedarse como está. ¿Estás ligado a mujer? No procures soltarte. ¿Estás libre de mujer?
No procures casarte” (1 Co 7:26-27). Más adelante explica las ventajas lógicas que
tendría en una situación complicada el que una persona estuviera libre de las

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responsabilidades del matrimonio y del cuidado de una familia. También al profeta
Jeremías se le ordenó lo mismo por razones similares: “Vino a mí palabra de Jehová,
diciendo: No tomarás para ti mujer, ni tendrás hijos ni hijas en este lugar. Porque así ha
dicho Jehová acerca de los hijos y de las hijas que nazcan en este lugar, de sus madres
que los den a luz y de los padres que los engendren en esta tierra: De dolorosas
enfermedades morirán; no serán plañidos ni enterrados; serán como estiércol sobre la faz
de la tierra; con espada y con hambre serán consumidos, y sus cuerpos servirán de
comida a las aves del cielo y a las bestias de la tierra” (Jer 16:1-4). Y, por supuesto, el
período de tribulación impuesto por la bestia podría ser también una situación que
aconsejara algo similar.
Esta dedicación plena al Señor se observa también en la siguiente frase con la que son
descritos: “Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va”. Ellos no eligen
su propio camino, sino que van detrás del Señor Jesucristo. Y todo creyente sabe que ese
camino conduce finalmente a la cruz (Mt 16:24). Al obedecer de esta forma incondicional,
ellos demuestran la plena confianza que tienen en Cristo, pero también su amor y
devoción por él.
No cabe duda de que la fidelidad a Cristo siempre es costosa. En el caso de estos ciento
cuarenta y cuatro mil, implicaba negarse a someterse a los dictámenes de la bestia, y por
lo tanto, enfrentarse también con la mayoría de las personas que sí que se someterán a
ella. Esta sensación de soledad, de estar siempre nadando contra la corriente, puede
resultar agotadora y muy dolorosa, pero el Señor da fuerza a sus hijos. Además, servir al
Señor es un gran privilegio. La otra opción sería ceder a la presión y hacer lo que todo el
mundo hace, lo que implicaría necesariamente adorar a la imagen de la bestia. La
fidelidad a Cristo siempre tiene un coste muy alto, pero él nunca se lo ocultó a sus
discípulos (Mt 24:9).
Pero seguir a Cristo con fidelidad es algo que debe caracterizar a cada verdadero
creyente, no sólo a estos ciento cuarenta y cuatro mil. Al fin y al cabo, seguir a Jesús y
obedecer su voluntad es el llamamiento que Dios hace a todos los hombres. El Señor le
dijo a Felipe: “Sígueme” (Jn 1:43), y lo mismo le dijo a Mateo (Mr 2:14), al joven rico (Mr
10:21), a un discípulo anónimo (Lc 9:59).
En muchos sentidos, estos ciento cuarenta y cuatro mil son un ejemplo de lo que debería
ser cada verdadero cristiano. Por esa razón se aclara lo siguiente: “Estos fueron
redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero”. No son los
únicos, y tampoco deberíamos considerarlos como una élite. El texto nos dice que son
“primicias”, es decir, los primeros frutos de una cosecha mucho mayor. En este sentido
aparece otras veces en las Escrituras: (Ro 16:5) (1 Co 16:15).
Una idea complementaria a la anterior, y que también aparece con frecuencia en la Biblia,
es que las primicias del campo o del ganado eran entregadas a Dios como una ofrenda
(Ex 23:19) (Lv 23:9-10). Cuando los israelitas presentaban sus primicias, estaban
expresando su dedicación simbólica a Dios de toda la cosecha. En este sentido
podríamos decir que estos ciento cuarenta y cuatro mil serán los primeros en ser
entregados como una ofrenda al Señor.
Luego continúa su descripción diciendo: “Y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son
sin mancha delante del trono de Dios”. Aquí el contraste se establece entre los redimidos
y Satanás. Frente al diablo que “es mentiroso, y padre de mentira” (Jn 8:44), en las bocas
de estos ciento cuarenta y cuatro mil no fue hallada mentira. ¡Qué difícil es hablar sólo la
verdad en un mundo lleno de engaño e infidelidad! ¡Qué desagradable resulta para las
personas que no les dejen vivir tranquilos con sus mentiras! Por eso, estamos seguros de
que cuando estos ciento cuarenta y cuatro mil intenten desenmascarar a la bestia y sus

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mentiras lo pagarán con sus propias vidas. Como decíamos, el Señor no ocultó el alto
precio que un verdadero siervo de Dios debe pagar por su fidelidad en este mundo (Lc
11:47-49).
Quizá la razón por la que añade la expresión “son sin mancha delante del trono de Dios”,
es pensando precisamente en que su valiente testimonio los llevará a la muerte.
Recordemos que esto formaba parte del lenguaje levítico. Los animales que eran
ofrecidos en sacrificio a Dios debían ser examinados previamente para comprobar que no
tenían ninguna tacha o defecto, sólo así eran actos para el sacrificio. Por eso se nos dice
de Cristo que fue ofrecido “como de un cordero sin mancha” (1 P 1:19). Pero ahora serán
los propios creyentes, limpios de toda inmundicia, los que se ofrecerán a Dios como un
holocausto u ofrenda del todo quemada por medio de su testimonio fiel.
Cada uno de nosotros debemos pedir al Señor que nos permita pasar por este mundo
perverso y malvado sin ser manchados por su pecado. Que como estos ciento cuarenta y
cuatro mil podamos ser presentados finalmente sin mancha ante su trono.

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