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Colección Gramáticas Plebeyas

Julio Aibar Gaete


Coordinador
Quizá la figura del asedio exprese con justicia la trama La Colección Gramáticas Plebeyas forma
que conecta los textos aquí reunidos. Asedio de esa parte de las iniciativas encaradas por la
sombra terrible que hoy no podemos dejar de evocar. UNGS y la UNDAV, junto a la FLACSO
Las Brechas del Pueblo Sus temerosos adversarios lo han caracterizado como Sede México, para estudiar los procesos

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Reflexiones sobre identidades
populares y populismo el espectro maldito de la confusión y la discordia, como de democratización política y social en
Gerardo Aboy Carlés, el germen “dañino” del disparate y el desvío. En este curso en América Latina. Ese propósito
Sebastián Barros y Julián Melo
ISBN 978-987-630-156-5 tiempo preñado de pretéritos abiertos y de promesas nos exigirá abordar la cuestión de los
anticipatorias, su espíritu irredento se resiste como nunca Populismo y democracia derechos y el desafío de su universaliza-

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Este libro –el primero de la presente colección– constituye un rico
antes a la conjura. Sombra que inquieta a los adalides ción, el lugar del Estado en este cometi-
en Latinoamérica
aporte para construir mejor nuestras preguntas sobre un asunto cen-
tral de la discusión teórico-política contemporánea: el de la constitu-
ción del pueblo y de la política popular. Sabemos que el pueblo no es del republicanismo liberal bienpensante, y obsesiona a do y las viejas y nuevas discusiones sobre
una esencia, sino un sujeto que se constituye en la acción.
los dogmáticos exponentes de una ¿izquierda? siempre los modos de gestionarlo para los que la
incómoda y aturdida ante los temblores intempestivos de la Julio Aibar Gaete literatura ha reservado el calificativo de
horda plebeya. Su exceso incontrolable tampoco ha dejado Coordinador populistas. Se trata de poner en diálogo
de perturbar el sopor de los claustros académicos, los la agenda de nuestras ciencias sociales y
rigurosos devaneos clasificatorios, las rígidas cuadrículas de nuestra teoría política con los retos de
afiebrados cientistas. Y por estos laberintos del populismo una hora fascinante en toda la región.
–de él estamos hablando– se internan, con tanta pasión
como rigurosidad, Julio Aibar Gaete y los investigadores Jorge Calzoni
del Seminario de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Eduardo Rinesi
Justicia Social. Lejos de amedrentarse ante tamaño desafío,
se disponen a explorar ese escandaloso desacuerdo, esa
amenaza imposible de neutralizar, el asedio que aterroriza
a la pacatería “democrática” del procedimiento, el síntoma
que perturba la “paz” de las ruinas civilizatorias.

Claudio Véliz

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Colección
Gramáticas Plebeyas

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VOX POPULI
Populismo y democracia
en Latinoamérica

Julio Aibar Gaete


Coordinador

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Vox populi : populismo y democracia en Latinoamérica / Julio Aibar Gaete ...
[et.al.]. -
1a ed. - Avellaneda : UNDAV Ediciones-Universidad Nacional de Avellaneda;
Universidad Nacional General Sarmiento; Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales Sede México, 2013.

358 p. ; 21x15 cm.

ISBN 978-987-29292-0-6

1. Política. 2. Enseñanza Universitaria. I. Aibar Gaete, Julio


CDD 320.071 1

Fecha de catalogación: 05/04/2013

© 2007, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Sede México.


© 2013, UNDAV Ediciones, Universidad Nacional General Sarmiento; Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales Sede México.
España 350, Avellaneda CP 1870
Provincia de Buenos Aires, Argentina
Tel.: (54 11) 4229-2466/70
[email protected]

Diseño de colección: Julia Aibar (UNDAV Ediciones) - Andrés Espinosa (Departamen-


to de Publicaciones-UNGS).
Diagramación: Julia Aibar (UNDAV Ediciones).

ISBN 978-987-29292-0-6
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Prohibida su reproducción total o parcial
Todos los derechos reservados.

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Índice

7 Prólogo
Ariana Reano
21 Introducción
31 La miopía del procedimentalismo
y la presentación populista del daño
Julio Aibar Gaete
63 ¿Es el populismo la forma constitutiva
de la democracia en Latinoamérica?
Carlos de la Torre
89 Neopopulismo: la imposibilidad del nombre
Carlos Durán Migliardi
143 La demanda de la demanda: la mirada del espectro
Santiago Carassale
171 La razón populista o el exceso liberal
de la teoría de la hegemonía
Guillermo Pereyra
213 Confianza política, instituciones
y populismo en Bolivia y Venezuela
Rodrigo Salazar Elena
263 Las elecciones negadas. Las disposiciones
políticas de la democracia conservadora en Paraguay
Luis Ortiz
285 Populismo y crítica de la democracia
Ricardo Sáenz de Tejada
315 La democracia, el populismo y los recursos políticos
del mercado: déficits democráticos y neopopulismos
Luis Daniel Vázquez Valencia

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Prólogo

Ariana Reano1

Populismo. Una y otra vez se repite en el campo de las ciencias


sociales la pregunta por el nombre, o mejor, la pregunta por si ese
nombre designa alguna especificidad que pueda ser trasladable en
el tiempo y en el espacio a experiencias políticas que reúnan carac-
terísticas semejantes y que puedan ser reagrupadas bajo el rótulo
de populistas. Podría decirse que en Latinoamérica —que es el
espacio donde quisiéramos focalizarnos, entre otras cosas, porque
es allí donde se centran las reflexiones del libro que estamos pre-
sentando— el populismo fue asociado a un conjunto importan-
te de movimientos, partidos, discursos y gobiernos que tuvieron
lugar en las décadas centrales del siglo XX. Así, para la sociología
de esos años, de marcada característica germaniana, el emblema
del populismo en Argentina lo constituyó el primer peronismo
(1945-1955). No obstante, también cayeron bajo este rótulo otras
dos experiencias, presentadas como antecedentes del peronismo:
el cardenismo en México y el varguismo en Brasil. Cada una de
ellas, con sus especificidades y diferencias, compartieron, entre
otros elementos, una fuerte impronta del líder en la escena polí-
tica, la construcción de un Estado activo que buscaba garantizar
una serie de derechos a aquellos ciudadanos que no formaban parte
del pueblo y la reactivación de la economía sostenida sobre la base
del consumo, de la inversión pública, pero también favoreciendo
el proceso de industrialización nacional.

1
Licenciada en Ciencia Política por la UNVM (Córdoba), Doctora en Ciencias
Sociales por el programa de doctorado IDES-UNGS (Buenos Aires). Actualmente
se desempeña como investigadora docente de la Lic. en Estudios Políticos de la
Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).

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8 w Prólogo

Más acá en el tiempo, en la década del 90, el populismo vuelve


a emerger como concepto posible, esta vez, para pensar las expe-
riencias de lo que se denominó “modernización conservadora”
en Latinoamérica. El término específico que surgió para carac-
terizar y unificar, por ejemplo, a los gobiernos de Carlos Menem
en Argentina, de Alberto Fujimori en Perú y de Salinas de Gor-
tari en México fue el de neopopulismo. Una parte de la academia
los denominó de ese modo al ver que ellos compartían una serie
de particularidades tales como la emergencia de liderazgos fuertes
que permitieron representar a un conjunto de identidades disper-
sas en torno a otra homogénea. Esta cuestión suscitó no pocas
controversias haciendo que, desde otro lugar de la academia, se
considerara una suerte de error conceptual suponer que apenas
un conjunto de peculiaridades superficiales fuera suficiente como
para asimilar a estos “nuevos populismos” con aquellos de prin-
cipios y mediados del siglo XX. Así, según Carlos María Vilas, lo
propio del populismo no debía buscarse en estos “accidentes”, sino
en la dimensión estructural de las experiencias de modernización
económica, industrialización sustitutiva y regulación estatal de la
vida social con las que los rasgos característicamente populistas de
dominación política (tipo de liderazgo, de discurso, de ideología)
habían cambiado radicalmente la vida del pueblo. De aquella par-
te del pueblo a la que durante tanto tiempo le había sido negada
la participación política, los derechos laborales, la identidad como
trabajadores, etc. La no comprensión de estas transformaciones
era lo que conducía para Vilas a “estirar” impropiamente el con-
cepto de populismo, que ya no podía servir para ser aplicado a lo
que para él eran simplemente gobiernos neoliberales.2
Lo cierto es que a pesar de renegar del concepto, debido a su alto
grado de imprecisión, sin poder llegar a un acuerdo acerca de para
qué seguir recurriendo a él y de preguntarse si no valdría la pena
2
Un mayor desarrollo de esta tesis puede encontrarse en Vilas, Carlos, “¿Populismos
reciclados o neopopulismo a secas? El mito del neopopulismo latinoamericano”,
Estudios Sociales, núm. 26, UNL, Santa Fe, 1º semestre de 2004.

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Ariana Reano w 9

descartarlo y remplazarlo por otro, populismo es un término que ha


trascendido las fronteras de la academia y ha sido reapropiado por
los medios de comunicación y por los analistas políticos, a la vez que
por los propios actores políticos. Y es así como a la luz de las actuales
experiencias políticas en Latinoamérica, la palabra populismo vuel-
ve a emerger como una categoría posible para pensar nuestra con-
temporaneidad. Y así como vuelve la palabra, vuelve la controversia.
Se reabren debates vinculados, sobre todo, a los desafíos teóri-
co-metodológicos para calificar a estas nuevas experiencias guber-
namentales que se abren paso desde el año 2000 en Latinoaméri-
ca.3 Una parte importante de las reflexiones de las ciencias sociales
ha optado por denominarlas como nuevos gobiernos de izquierda4,
mientras que otras han optado por catalogarlas como gobiernos po-
pulistas. Esta última conceptualización generó un campo fructífero
para pensar la relación entre populismo y democracia y discutir con
[una] determinada concepción republicana [liberal] de la demo-
cracia. Esto porque, luego de ríos de tinta vertidos para salvar el
vacío de un concepto que per se aparece como indeterminado, el
populismo sigue siendo utilizado tanto por una parte de la academia
como de un cierto periodismo ilustrado con un tono peyorativo
y descalificatorio hacia aquellos gobiernos que, por alguna razón,
son sospechados de populistas. O, para decirlo en otros términos y
más claramente, porque desde algunos sectores se acusa a los nuevos
gobiernos latinoamericanos de populistas porque, entre otros ele-

3
Nos referimos concretamente a los gobiernos de Venezuela con Hugo Chávez, de
Brasil con Luiz Inácio Lula da Silva y su sucesora Dilma Rousseff, de Argentina con
Néstor Kirchner y con Cristina Fernández; de Uruguay, primero con Tabaré Vázquez
y luego con José Mujica, de Bolivia con Evo Morales y de Ecuador con Rafael Correa.
4
Al respecto sugerimos consultar el núm. 217 de la revista Nueva Sociedad, Septiem-
bre-octubre de 2008, en especial los artículos de Marco Aurélio García, “Nuevos go-
biernos en América del Sur. Del destino a la construcción de un futuro” (pp. 118-126)
y de Edgardo Mocca, “Las dos almas de la izquierda argentina” (pp. 127-144). Tam-
bién puede revisarse Sader, Emir, El nuevo topo: los caminos de la izquierda latinoame-
ricana, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009 y Arditi, Benjamín, “Argumentos acerca del giro
a la izquierda en América Latina. ¿Una política post-liberal?”, Latin American Research
Review, vol. 43, núm. 3, Latin American Studies Association, 2008, pp. 59-81.

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10 w Prólogo

mentos, se estructuran en torno a fuertes liderazgos personalistas.


Esto ha llevado a sostener que los regímenes presidencialistas en
Latinoamérica se convierten en una amenaza para la consolidación
de un sistema democrático basado en los partidos políticos y en la
representación parlamentaria de las distintas fuerzas políticas, en-
tendiendo que tales elementos son esenciales a un modelo de demo-
cracia institucional estable.
Entonces, y dicho de modo general, el debate al que ha reintro-
ducido la nueva realidad política latinoamericana a las ciencias so-
ciales ha discurrido por dos vertientes: por un lado nos encontramos
con aquellos que, manteniendo una visión negativa del populismo,
se dedican a discutir el carácter inherentemente autoritario de los
gobiernos populistas poniendo un fuerte énfasis en el lugar del Esta-
do como actor principal de la política, como también subrayando el
vínculo que une al aparato burocrático con el líder político, lo que
genera una especie de simbiosis que amenaza el funcionamiento de
las instituciones democráticas. Por otro lado, están quienes, en un
intento por pensar el populismo de otro modo, revisan las múltiples
formas posibles de abordar la articulación entre populismo y de-
mocracia, enfatizando en sus potencialidades y en sus dificultades,
pero de ningún modo asumiéndolos como experiencias políticas
necesariamente antagónicas. Este es el desafío por el que optan los
artículos que componen el presente libro, cada uno a su modo y con
distintos matices.
Un antecedente importante de esta última apuesta podemos en-
contrarlo en el libro del ya mencionado Carlos M. Vilas La demo-
cratización fundamental del populismo. La tesis fundamental que el
autor sostiene allí es que la frontera entre lo democrático y lo autori-
tario en el populismo no es clara ni rígida sino que ambas conviven
y se tensionan recíprocamente en cada experiencia concreta. Podría
decirse que el populismo articula ingredientes democráticos y au-
toritarios: ampliación de la ciudadanía, recursos a procedimientos
electorales, pluripartidismo, extensión de la participación social y
política, junto con cierto control vertical de las organizaciones so-

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ciales, reducción del espacio institucional para la oposición, promo-


ción de un sistema político ampliado y al mismo tiempo excluyente.
Sin embargo, lo cierto es que para el historiador, el sello distinti-
vo de los populismos latinoamericanos clásicos es que fueron ex-
periencias apoyadas en la democracia electoral, que contribuyeron
decisivamente a consolidarla, utilizando la vía de la universalización
efectiva del sufragio y eliminando las restricciones legales y buena
parte de las no legales que marginaban de la ciudadanía a sujetos
sociales como las mujeres, el campesinado y los indígenas. Es en
este sentido que los populismos del siglo XX fueron una fuerza de
“democratización fundamental” en Latinoamérica.5
Vilas también advertía que el abordar los vínculos posibles entre
populismo y democracia conduce a otro desafío mayor que es el de
explicitar la opción teórico-metodológica y el paradigma de la de-
mocracia que se adopte. Porque bien podríamos decir que así como
el populismo no es una categoría unívoca y transparente, la noción
de democracia, aunque parezca aún más controvertida, tampoco lo
es. Aun cuando exista un cierto sentido común acerca de qué es la
democracia, lo cierto es que ese sentido común está performado por
una matriz de pensamiento dominante que —como bien se advierte
en uno de los artículos del libro que aquí presentamos— la entiende
exclusivamente como un régimen de gobierno que debe sustentarse
en un [cierto] conjunto de reglas y de procedimientos. La pregunta
que surge entonces es: ¿existe otro modo de entender la democracia
que no sea aquella delineada por los parámetros de la poliarquía? Si
es así, ¿en qué consistirían ese o esos otros modos de pensarla y en
qué medida ese o esos otros modos nos ayudarían a comprender
mejor la relación con el populismo?
En estos interrogantes es quizá donde radica el mayor de los de-
safíos para pensar los procesos políticos contemporáneos, tal como
es la propuesta de los trabajos que componen Vox populi. Porque

5
Vilas, Carlos M., La democratización fundamental. El populismo en América Lati-
na, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1994, pp. 97-98.

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12 w Prólogo

es esta nueva época, sus actores sociales, sus líderes políticos y sus
procesos de desarrollo particulares los que nos instan a pensar de
otro modo las articulaciones posibles entre la dimensión institu-
cional-procedimental y la dimensión sustantiva de la política, de la
cual la relación entre populismo-democracia, y también la relación
entre populismo y república, son una parte sustancial. Se trata de
un desafío por pensar los procesos políticos poniendo a prueba las
asociaciones de sentido que establecen, por ejemplo, que gobiernos
populistas son, por definición, menos republicanos, o que los go-
biernos sostenidos en liderazgos presidenciales fuertes son necesa-
riamente menos democráticos. Tales diagnósticos, como decíamos
unas líneas más arriba, se organizan sobre un relato simplificador,
amparado en elaboraciones conceptuales previas, que da por su-
puesto que el populismo es sinónimo de autoritarismo, y el republi-
canismo de democracia, y, en verdad, hace poco por pensar la utili-
dad de los conceptos a la luz de las experiencias concretas. Cuando
en realidad son éstas las que nos indican, como sugiere un artículo
reciente de Gerardo Aboy Carlés, hasta qué punto las tensiones de
una experiencia populista particular se vuelven incompatibles o tan
sólo habitan problemáticamente en los marcos de las poliarquías.6
En este sentido parece pertinente promover una reflexión donde los
conceptos no sean tomados como modelos universales para ser apli-
cados linealmente al análisis de la realidad. Parece más promisorio
el esfuerzo que puedan hacer las ciencias sociales para permitirse
repensar las categorías a la luz de la evidencia empírica enmarcada,
como se sugiere en este libro, en tipos de participación política,
discursos, formas de representación, construcción de liderazgos, de
alianzas y de espacios de confrontación.
Un ejemplo de este ejercicio podemos encontrarlo en el trabajo
de Francisco Panizza, quien propone un eje de análisis interesante
para pensar la relación entre el discurso del populismo y aquellos
6
Aboy Carlés, Gerardo, “Las dos caras de Jano: acerca de la compleja relación entre
populismo e instituciones políticas”, Pensamento Plural [07], Pelotas, Julho-Dezem-
bro, 2010, pp. 21-40.

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discursos que él denomina como “la política desde abajo” —o de-


mocracia basista—, por un lado, y por el otro con el discurso liberal
republicano, ambos componentes fundamentales de la tradición
democrática. Para el autor, no es posible establecer de antemano si
las relaciones entre democracia, populismo y republicanismo son de
contradicción, reafirmación y/o complementación. Desde su pers-
pectiva, que entiende al populismo como una lógica política antes
que como una ideología sustantiva (volveremos sobre esta cuestión
más adelante), es dable pensar que dentro de un mismo gobierno
puedan convivir un discurso populista, que dicotomiza el espacio
social entre el pueblo y el status quo, con un discurso republicano de
respeto a las instituciones, junto a un discurso que reivindique una
democracia participativa “desde abajo”. Para el autor, ningún actor
político utiliza una única lógica discursiva en todas sus intervencio-
nes políticas, sino que más bien articula diferentes lógicas de acuer-
do con los contextos políticos en que opera.7 Estas premisas le per-
miten a Panizza pensar el paso de un movimiento populista, cuyo
eje está puesto en el efecto de ruptura que éste genera, al momento
de la institucionalización o, como dice el autor, de la construcción
de ese movimiento en un régimen oficial de gobierno. Así, en la
medida en que la lógica populista se mantenga en contrapeso con
la lógica liberal-republicana y la lógica de los movimientos de base,
el populismo puede convertirse en una fuerza democratizante. Ello
requerirá establecer, como decíamos junto a Vilas, en qué radica esa
democratización, porque de ello se deriva a qué concepción de la
democracia se está adhiriendo y qué tipo de articulación ella puede
mantener con el populismo.
En esta línea de autores, que están pensando los modos posibles
en que la democracia liberal contemporánea puede articularse con
el populismo, nos encontramos también con el planteo de Benja-
mín Arditi. El autor nos propone acudir a la dimensión espectral del

7
Panizza, Fracisco, “Fisuras entre Populismo y Democracia”, en Stockholm Review
of Latin American Sutidies, Issue No. 3, December, 2008, pp. 81-93.

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14 w Prólogo

populismo para mostrar no sólo su carácter indecidible, sino para


comprender que su relación con la democracia puede ser entendida
en términos de “acompañamiento” o de “acoso”. Tres serían, según
sus argumentos, los modos en que el populismo podría vincularse
con la política democrática. El primero concibe al populismo como
un modo particular de representación, compatible con la concep-
ción liberal-democrática de gobierno representativo (aunque no
idéntico) que se desarrolla en el contexto de lo que Bernard Manin
denominó la democracia de audiencia o “de lo público”.8 Lo que
ésta supone es la posibilidad de lograr una inmediatez virtual entre
electores y representantes (prescindiendo de los aparatos partida-
rios y burocráticos), lo que coincide con la pretensión populista de
apelar directamente al pueblo y su propensión a los liderazgos que
gozan de gran legitimidad al margen o por encima de las institucio-
nes. Bajo este modo, el populismo se convierte en un acompañante
espectral de la política liberal-democrática, por lo que ya no sería
ni una anomalía ni una excepción sino un “componente funcional
de la democracia de audiencia”.9 El segundo modo del populismo
se presenta como una reacción contra la política convencional y
elitista, perturbando los procesos políticos en la medida en que de-
nuncia ciertas injusticias y promueve el reconocimiento de sujetos
que no eran tenidos en cuenta por el orden existente, poniendo a
prueba el aparente normal funcionamiento de los procedimientos
de la democracia. O bien, como se sugiere en las páginas de este
libro, haciendo evidente la presencia de un daño, entendido éste
como la negación sistemática del acceso a un derecho por parte de
un sector que postula la universalidad de ese derecho. Aunque no
opera por fuera de la institucionalidad democrática, sino más bien
en sus bordes, el populismo se vuelve aquí una “presencia inquie-
tante” y genera cierta incomodidad en la clase política, la prensa y

8
Manin, Bernard, Los principios del gobierno representativo, Alianza, Madrid, 1998.
9
Arditi, Benjamín, “El populismo como espectro de la democracia: una respuesta a
Canovan”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, mayo/agosto de 2004,
año XLVII, núm. 191, UNAM, pp. 89-99.

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la intelectualidad. Por último, existe para Arditi, y esta es una tesis


que también podría ser compartida por algunos de los autores del
libro que presentamos, una modalidad del populismo que sí pone
en peligro la democracia. Se caracteriza por un desapego a todos
los procedimientos institucionales y una interpretación discrecional
de las normas del Estado de derecho. Se comprende entonces que,
en esta versión, el populismo y el autoritarismo pueden tornarse
fácilmente uno solo, convirtiéndose en un potencial “amenazante
reverso” de la política democrática. Según Arditi, el énfasis puesto
en la relación espectral entre el populismo y la democracia implica
dirigir la mirada a una lógica del populismo que, entre la visitación
y la presencia amenazante, abre una gama de posibilidades que es
difícil predecir, razón por la cual su apuesta es la de repensar la expe-
riencia populista como “periferia interna de la política democrático
liberal”.10
En el trabajo de Panizza que comentábamos, decíamos que el
autor se posicionaba desde una perspectiva que comprende al po-
pulismo no a partir de sus elementos constitutivos, sino como una
lógica política. La impronta de la obra de Ernesto Laclau, especial-
mente a partir de su libro La razón populista, es aquí indispensable
cuando se apuesta por pensar al populismo en términos de una con-
figuración que, por supuesto, tiene ciertas especificidades.11
Desde esta perspectiva, el trabajo de Sebastián Barros mues-
tra que la especificidad del populismo consiste en que se trata de
una dinámica política que amenaza constantemente a un orden,
pretendiendo incluir en la comunidad política a una identidad
que se construye como heterogeneidad —“los descamisados”, “los
grasitas” o “las mujeres” del peronismo, por ejemplo— y que es

10
Arditi, Benjamín: “El populismo como periferia interna de la política democrá-
tica”, en Panizza, F. [comp.] (2009), El populismo como espejo de la democracia,
Buenos Aires, FCE, pp. 97-132.
11
Sobre las precondiciones de la lógica populista sugerimos consultar Laclau,
Ernesto, La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005, en
especial pp. 97-102.

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16 w Prólogo

imposible de ser tenida en cuenta en los términos lógicos —“ins-


titucionales”— de ese orden. Barros recupera, para pensar el po-
pulismo, lo que Jacques Rancière denomina el efecto político de
la democracia cuando ella no es simplemente entendida como
régimen de gobierno sino como aquello que rompe con el orden
de lo establecido. Si para Rancière la política es el momento del
desacuerdo fundamental acerca de quién es “parte”, la comunidad
política aparece como tal cuando se introduce el litigio que hace
que “la parte de los sin parte” emerja en el orden de lo visible, de
lo sensible y de lo decible.12 La lógica política irrumpe así cuando
se devela el carácter contingente de la relación gobernantes-gober-
nados y cuando se verifica la igualdad de cualquiera con cualquie-
ra. Tal sería el momento propiamente democrático en la propuesta
del filósofo francés. Y es desde allí donde se apoya el argumento
de Barros para sostener que la ruptura que genera el populismo no
es una ruptura entre otras, sino aquella que desafía la inclusión de
una heterogeneidad social. Así, el populismo supone una articu-
lación de demandas insatisfechas que hasta el momento no eran
susceptibles de ser articuladas y con ello pone en duda el espacio
común de representación.13 Este momento de interrupción de la
normatividad es abordado también en las páginas del presente li-
bro, retomando el planteo de Laclau y poniendo en discusión el
lugar de la demanda en la articulación hegemónica que el autor
argentino propone como precondición del populismo.
Con todo, el efecto democratizador del populismo está asociado
en los trabajos que estamos revisitando, no ya con una visión de
la democracia como régimen de gobierno, sino con la lógica de la
inclusión de lo excluido, con la verificación de la igualdad y con
la puesta en escena del litigio que dicho proceso de inclusión y de
igualdad genera. Es, para decirlo en otras palabras, una concepción

12
Rancière, Jacques, El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996.
13
Barros, Sebastián: “Espectralidad e inestabilidad institucional. Acerca de la rup-
tura populista”, Revista Estudios Sociales, Año XVI, núm. 30, primer semestre de
2006, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, pp. 145-162.

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de la democracia que ha sido denominada sustantiva o social en


la medida en que pone el acento en la dimensión subjetiva y no
en la procedimental. Uno de los modos sugerentes en que algunos
autores de estas páginas nos proponen introducir esta discusión es
la de poner en duda en qué medida la democracia liberal-procedi-
mental —como modelo dominante y casi indiscutido— genera las
condiciones y contribuye efectivamente a resolver los problemas de
la miseria y la injusticia social en Latinoamérica. A partir de aquí se
abren las puertas para pensar otros modos de entender la democra-
cia, problematizando, por ejemplo, su vínculo con el mercado y su
compromiso con procesos de inclusión social y de redistribución.
Por lo dicho hasta aquí y de cara a un análisis más profundo y
criterioso de los “populismos realmente existentes” en nuestra Lati-
noamérica contemporánea es que consideramos relevantes las consi-
deraciones que el presente libro nos propone. Los cambios sociales,
políticos, económicos e ideológicos asociados con fenómenos como
la globalización y la emergencia de identidades más complejas, han
alterado las relaciones de representación y afectado la forma en la
que populismo y democracia pueden articularse en las experiencias
políticas de la región. Por ello reivindicamos la propuesta del semi-
nario de investigación Buen gobierno, populismo y justicia social de
abordar la relación entre populismo y democracia como una serie de
encuentros y desencuentros.
Es que el populismo y la democracia aluden a tradiciones
complejas, atravesadas por controversias teórico-ideológicas muy
profundas. Esto nos interpela a no tomarlas como arquetipos con
los que la realidad política debe necesariamente coincidir, sino
afrontar el desafío de pensarlas articuladamente, a veces como
complementarias, otras veces como contrapuestas y otras como
cohabitando en tensión. Los nuevos gobiernos en Latinoamérica
han incorporado elementos de estas tradiciones —y de otras tales
como el republicanismo y el liberalismo—, no en modo regular
ni equilibrado, con diferentes mixturas, dependiendo de sus lí-
neas ideológicas, de sus tradiciones partidarias y del propio con-

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18 w Prólogo

texto político en el que les ha tocado operar. Por eso hoy más que
nunca, la experiencia latinoamericana nos indica que abordar la
ambigüedad no es una salida elegante o una respuesta simple sino
un modo de acercarnos de la manera lo más sensata posible a ex-
periencias políticas extremadamente complejas. Experiencias que
están atravesando una redefinición de sus estrategias políticas y,
consecuentemente, la readaptación de sus mapas ideológicos. Ello
no sólo requiere poner en discusión los conceptos, revisar las teo-
rías y paradigmas considerados indiscutibles sino también, y este
es el desafío más importante, reconstruir un vocabulario que dé
cuenta de nuestra realidad, de sus avances y retrocesos, y también
de sus potencialidades.
Vox Populi contribuye especialmente a este desafío en al me-
nos un doble sentido. En primer lugar, porque reúne un conjunto
de artículos que enlazan la discusión del populismo con una más
general que abarca el campo de la teoría y la filosofía política con-
temporánea y de sus vínculos con el psicoanálisis, principalmente
en lo que respecta a las discusiones sobre la subjetividad, la identi-
ficación, el exceso, la falta y el “daño”. En segundo término, por-
que presenta otro conjunto de trabajos que, reapropiándose de las
herramientas analíticas propias de la ciencia política —como son
los análisis de resultados electorales, las condiciones para el forta-
lecimiento de las poliarquías y la construcción de mecanismos de
representación política—, reflexionan acerca de su productividad
y, al mismo tiempo, le aportan elementos analíticos que podrían
enriquecer el análisis de las experiencias concretas de cada país.
En relación con esto último, el libro contribuye también con in-
teresantes análisis de casos, reflexionando en torno a las dinámicas
políticas de algunos países del sur de Latinoamérica como Bolivia,
Venezuela y Paraguay. A partir de estos casos no sólo se ponen a
prueba la operatividad de ciertas categorías analíticas, demarcan-
do sus alcances y sus límites, sino que también se abren a futuro
nuevos interrogantes y espacios para la investigación. Pues, como
bien se señala en la introducción del libro, en sus páginas nos en-

VOX POPULI.indb 18 08/04/13 22:33


Ariana Reano w 19

contraremos con más preguntas y cuestionamientos que con con-


clusiones definitivas. Lejos de ser una deuda, quisiéramos agregar,
acaso ésta sea la gran apuesta por evidenciar que la relación entre
democracia y populismo sigue siendo un tema sobre el que las
ciencias sociales latinoamericanas tienen mucho por decir.w

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VOX POPULI.indb 20 08/04/13 22:33
Introducción

Julio Aibar Gaete

Este libro es un producto colectivo desarrollado en el marco del


Seminario de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Justicia So-
cial.1 Es consecuencia de más de un año de trabajo conjunto y del
intercambio entre alumnos, profesores-investigadores de la Flacso
e invitados de otras instituciones.2 Cada capítulo fue presentado,
debatido, enriquecido y reelaborado en ese espacio.
Ahora, ¿por qué publicar un libro sobre populismo, si es una pa-
labra que se emplea tanto en la barricada política como en los rinco-
nes más selectos de la academia, pasando por los escenarios de gru-
pos populares de música?3 ¿Por qué hacerlo si, debido a su dudoso
estatuto, numerosos autores y analistas políticos han propuesto des-
echar completamente ese término? ¿Se trata de una categoría ana-
lítica?, ¿es una descripción de ciertos fenómenos políticos?, ¿es sólo
un adjetivo que sirve para señalar peyorativamente a los adversarios
políticos?; éstas son algunas de las preguntas que, inevitablemente,
surgen cuando escuchamos esa “maldita” palabra.
Si trae consigo la discordia y la confusión, ¿por qué insistir ter-
camente en usarla, en seguir poblándola de imágenes, sensaciones y
significaciones? ¿Acaso, no sería mejor abandonarla para que muera
de inanición? una opción tentadora, sin duda, que nos evitaría in-
finidad de problemas. Hubiera sido mejor elegir otros términos a
1
Este seminario es parte del proyecto de investigación del mismo nombre que
financia Conacyt.
2
Se agradece la visita, a la sede académica de la Flacso-México y a nuestro Seminario,
de Ernesto Laclau y Carlos de la Torre.
3
La popular banda de música mexicana, Los Tigres del Norte, emplea el término en
la canción “La neta de las netas”.

VOX POPULI.indb 21 08/04/13 22:33


22 w Introducción

los que sí se les reconoce su capacidad demarcatoria, propia de una


categoría analítica consistentemente construida.
Sin embargo, decidimos seguir otro camino, asumiendo todos
los costos y riesgos que implica. Lo cual nos permitió, por ejemplo,
sumergirnos en las ricas y turbias polémicas que la sola pronuncia-
ción de populismo genera.
Desde un inicio, quienes participamos en este proyecto, sabía-
mos que analizar al populismo nos ubicaría en terreno movedizo,
en un campo en el que florece la desorientación, porque acordamos,
con Guillermo Olivera, que la noción de populismo, más que expli-
car procesos, parece indicar puntos ciegos o agujeros negros tanto
en las teorías de la cultura como en la reflexión política. Pero es pre-
cisamente eso lo que nos atrajo, lo que nos pareció más interesante,
ya que todas las dificultades a las que conduce el término populismo
pueden también ser entendidas como un síntoma, tanto de las so-
ciedades y la política contemporáneas, como del campo académico.
Pero, ¿qué implica entender al populismo como un síntoma?
En una acepción amplia —y popular, se podría decir—, un sín-
toma puede ser entendido como una serie de manifestaciones —y
también de ocultamientos— de algo que sucede en otro sitio. El
síntoma nos informa acerca de algo que anda mal en algún otro
lugar. Una asincronía y, al mismo tiempo, una desubicación que
se presenta, en tanto manifestación, como una especie de lenguaje
cifrado que está ahí para ser decodificado por el especialista.
Ahora bien, si hemos de considerar una noción como ésta, de-
bemos indagar para quiénes el populismo es la manifestación de
una patología; para quiénes se presenta como un lenguaje en clave,
cuál es su mensaje oculto, cuál es la enfermedad que indirectamente
manifiesta y cuál es la sede de esa enfermedad. Para una buena parte
de los académicos, de los organismos multilaterales de crédito, de
las élites políticas, de los medios de prensa y de los empresarios, el
populismo es un lenguaje distorsionado (asumiendo el supuesto de
que hay lenguajes libres de distorsiones), en clave, algo así como
una lengua privada, incompatible e inconmensurable con el “bien

VOX POPULI.indb 22 08/04/13 22:33


Julio Aibar Gaete w 23

decir”; un lenguaje propio de los seres primitivos y los niños. En


nombre de la modernidad, del desarrollo y de la democracia —todo
al mismo tiempo o por separado, según la época y las circunstan-
cias— denuncian a los populistas porque éstos hablan una lengua
muerta, perteneciente a un pasado que la civilización se empeña
en superar. Y ése es, precisamente, el mensaje oculto que supuesta-
mente anuncia la presencia residual de un pasado que está muerto,
pero que se resiste a ser enterrado. Pero hasta aquí llega el acuerdo.
En lo que hace a las causas o al “agente patógeno” y a la terapéutica
recomendada comienzan a manifestarse las diferencias. Las imputa-
ciones causales que se emplean para explicar la vigencia crónica del
populismo —especialmente en Latinoamérica— van desde las razo-
nes culturales hasta las religiosas, pasando por un desarrollo anóma-
lo de la modernidad. Recientemente, las explicaciones causalistas se
orientaron a señalar enfáticamente la falta de vigencia de un libre
mercado y la debilidad institucional. En elaboraciones más comple-
jas podemos encontrar distintas combinaciones en las que se im-
putan pesos diferenciales a los hipotéticos factores que intervienen.
Las terapéuticas que se recomiendan, frecuentemente tienen que
ver con las causalidades antes mencionadas. Nos encontramos así
con propuestas de reformas culturales y proyectos pedagógicos que
apuntan simultáneamente a fortalecer la noción de ciudadanía y a
debilitar las identidades populares; aperturas económicas que bus-
can implantar el libre mercado acompañadas de reformas del Esta-
do, fortalecimiento de las instituciones liberales, tecnocratización
de la política y procedimentalización de la democracia.
Pero el síntoma puede ser entendido, también, como una for-
mación de compromiso en la que concurren distintos factores, ideas,
sentimientos, muchos de ellos encontrados y contradictorios,
cuando no, excluyentes. ¿Una formación de compromiso de qué?
Para la izquierda marxista: de intereses, tendencias y fuerzas socia-
les naturalmente diversas y antagónicas. Para los primeros teóricos
del populismo: de tendencias e inercias históricas producto y pro-
ductoras de desajustes estructurales. Para la crítica más contempo-

VOX POPULI.indb 23 08/04/13 22:33


24 w Introducción

ránea, de imágenes, nociones, conceptos y normas que, dentro de


su narrativa sobre la democracia procedimental de cuño liberal, se
presentan como antinómicos. El populismo es, para estos últimos,
una extraña y turbia mezcolanza de proclamas republicanas, libera-
les y democráticas con Razón de Estado y decisionismo descarado.
Amasijo que escandaliza a los puristas defensores de la diafanidad
de los procedimientos.
En una tercera acepción, un síntoma es la forma en que se mani-
fiesta algo que se niega a ser eliminado, neutralizado o desactivado
por ciertos regímenes narrativos. Una rebelión que viene a alterar
un orden, una tranquilidad y que, siendo familiar, retorna como
extraño y siniestro.
¿Retorno de quién? De una cultura muerta, para los críticos más
benévolos; de una naturaleza primitiva que reactiva y actualiza el
mito hobbesiano de la ausencia de reglas y de la guerra de todos
contra todos, para los más severos. “Sombra”, “fantasma”, “espec-
tro” son algunos de los nombres que se le han dado al populismo
para destacar su carácter siniestro y ominoso.
Al estudiar el populismo se puede seguir alguno de esos caminos
trazados, tratando de agregar elementos para llegar a descripciones
más exhaustivas o intentando depurar los conceptos para construir
categorías más refinadas. Sin embargo, en el espíritu del Seminario
Buen Gobierno, Populismo y Justicia Social estuvo siempre presente la
idea de volver la mirada y preguntar, ¿será que el populismo no sólo
es un síntoma de la política y de lo social, sino también de la acade-
mia? En cada capítulo de este libro, de manera explícita o implícita
está presente esa sospecha.
¿A qué nos referimos con ello? Si realizamos un rápido repaso,
constataremos que, para la mayor parte de la producción acadé-
mica, el populismo ocupa un lugar intermedio e incómodo. Para
quienes lo piensan en referencia a un supuesto desarrollo teleoló-
gico de la historia, el populismo no es ni enteramente moderno ni
exclusivamente tradicional. Para la izquierda marxista, en cambio,
es una expresión política burguesa y capitalista que pregona la con-

VOX POPULI.indb 24 08/04/13 22:33


Julio Aibar Gaete w 25

ciliación de clases, por lo que en su esencia es reaccionario, aunque,


excepcionalmente, puede parecer progresista, si asume posiciones
de nacionalismo. Finalmente, para quienes centran su análisis en el
régimen político, el populismo se ubica en un espacio fronterizo.
No es autoritario, sin embargo, por su estilo, sus formas y su espíritu
tampoco es del todo democrático. Y, más bien, por ubicarse en un
espacio interno, puede ser más peligroso para la democracia.
Y es que, para estas expresiones de la academia, el populismo,
por su carácter indefinido (¿como concepto?, ¿como formación
política?, ¿como expresión social?) no encaja fácilmente entre las
categorías analíticas más depuradas. Tampoco sigue el modelo de
desarrollo histórico de Europa central ni parece cumplir con las
condiciones formales de una democracia ideal.
Nuestro desafío, en cambio, se orienta a pensar el populismo
asumiendo su doble registro: como hecho social y político y como
construcción discursiva de la academia. Es decir, proponemos pen-
sarlo y discutirlo considerando la producción académica, sin perder
de vista lo que pasa fuera, más allá y a pesar de ella.
Es por eso que recogemos el guante lanzado por los análisis cen-
trados en el régimen político y asumimos el compromiso de pensar
al populismo en relación con la democracia. Pero lo hacemos ubi-
cándonos en Latinoamérica y cuestionando la noción dominante de
democracia. Ésos son los ejes transversales que atraviesan los distin-
tos escritos y ésa es nuestra inquietud fundamental. Esperamos que
ése sea nuestro humilde aporte.

Vox populi. Populismo y democracia en Latinoamérica se compo-


ne de nueve capítulos. En “La miopía del procedimentalismo y la
presentación populista del daño” propongo abordar al populismo
en relación con la forma dominante de entender a la democracia y
la política en la academia; forma que denomino democracia liberal
procedimental. Postulo, además, que generalmente el populismo
realiza la presentación de un daño, entendido éste como la negación
sistemática del acceso a un derecho por parte de un sector que pos-

VOX POPULI.indb 25 08/04/13 22:33


26 w Introducción

tula la universalidad de ese mismo derecho. El daño es entendido


como un sentimiento o sensación que se experimenta, pero que no
puede ser representado. Se trata de una destitución subjetiva que
en algún punto es imposible de reparar o de ser procesada institu-
cionalmente, razón por la que su presentación por parte del popu-
lismo, resulta indigerible para la democracia liberal procedimental.
Carlos de la Torre en “¿Es el populismo la forma constitutiva
de la democracia en Latinoamérica?”, afirma que “el populismo
tiene significados ambiguos para la democracia” debido al doble
carácter del discurso populista: por un lado, se trata de una resis-
tencia a proyectos de modernización excluyentes, pero, por otro
y en tanto esa resistencia se realiza por medio de un líder que
reivindica las que supuestamente son las formas de vivir de los
pobres y excluidos de un “pueblo” que es postulado como esencia
de la Nación, en el discurso populista anidarían formas autori-
tarias y excluyentes. La amenaza de estas construcciones, es que
no dejan espacio para la articulación de las diferencias propias de
la sociedad moderna. No obstante, el populismo es vivido como
democratizador e incluyente. Pero, advierte el autor, la moviliza-
ción populista no siempre se realiza respetando las normativas de
la democracia liberal. ¿El populismo es, entonces, una aberración
o una desviación de patrones de democratización? La respuesta de
Carlos de la Torre es categórica: el populismo es parte constitutiva
de la democracia, porque se trata de una estrategia política que
puede ser exitosa, pero, además, porque el populismo considera
a las pasiones en la construcción de identidad y en la distinción
de un nosotros y un otro, componentes centrales de lo político.
Finalmente, el autor sostiene que para entender la persistencia del
populismo hay que estudiar los tipos de participación política,
los discursos, las formas de representación que privilegian la ocu-
pación de espacios públicos, la confrontación del pueblo con la
oligarquía, y la unidad de intereses que el líder dice tener con sus
seguidores. El grado de polarización social y política que se puede
dar, la ampliación de la participación o la instrumentalización de

VOX POPULI.indb 26 08/04/13 22:33


Julio Aibar Gaete w 27

la democracia en favor del líder son preguntas empírico-históricas


que varían y deben ser analizadas en cada caso.
En “Neopopulismo: la imposibilidad del nombre”, Carlos Du-
rán Migliardi interroga acerca de los alcances y límites de la reemer-
gencia, a partir de la década de 1990, del llamado “fantasma del
populismo”. Además de describir algunos de los rasgos constitutivos
de lo que se ha entendido como el “estilo populista”, el autor in-
daga los alcances que dichos rasgos manifiestan en relación con su
capacidad para constituir una categoría que logre anular los efectos
elusivos que el populismo ha manifestado recurrentemente. Por úl-
timo, sostiene que las nuevas conceptualizaciones, lejos de definir
de manera más contundente al “neopopulismo” quizá resulten más
útiles para aproximarse al conocimiento de los límites y paradojas
inherentes a nuestras actuales democracias liberal-representativas.
Santiago Carassale, en “La demanda de la demanda: la mirada
del espectro”, analiza los mecanismos de constitución de la deman-
da. Para ello, retoma la discusión de Laclau que concibe a la de-
manda como el elemento básico de análisis del populismo. Pero, a
diferencia del énfasis puesto por Laclau en el papel que la demanda
tiene para la constitución de una hegemonía, Carassale destaca el
lugar de la “demanda de la demanda” como momento de interrup-
ción, suspensión e inversión de la normatividad social. Para desarro-
llar este concepto, Carassale toma como “caso” un spot producido
en la campaña de la UNICEF a favor de la infancia. El análisis que
propone se fundamenta en el concepto de retórica desarrollado por
Paul de Man, cuyo punto de partida son los problemas de (des)
articulación entre persuasión y tropología. Se busca así comprender
los problemas de la constitución de la demanda a partir de esta (des)
articulación que el análisis retórico subraya.
En “La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la
hegemonía”, Guillermo Pereyra realiza una crítica a la teoría de la he-
gemonía (TH) de Laclau y Mouffe, tratando de dar cuenta de la pre-
sencia que tiene el discurso liberal dentro de su lógica interna. En
un nivel más general, el trabajo explora las relaciones entre la forma

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28 w Introducción

hegemónica de la política (democrático-popular) y el liberalismo.


Para ello, el argumento se concentra en dos tesis. La primera trata
de la ambigüedad que, según el autor, tienen Laclau y Mouffe para
reconocer o no al liberalismo como algo “específicamente político”.
Éste es, por un lado, un discurso cercano, en su doctrina y opera-
ciones, a la lógica institucional de la política, opuesta a la lógica
popular que resulta ser “específicamente política”; pero, por otro,
los liberales no dejan de incurrir en prácticas hegemónico-populares
cuando actúan en la “realidad política concreta”. Esto genera dos
preguntas: ¿es posible hacer política a través de formas no hegemó-
nicas de la política?, ¿qué tiene el liberalismo que, a diferencia del
populismo, resulta inclasificable en términos “políticos”? La segun-
da tesis trata de mostrar las fronteras difusas que existen entre los
planos ontológicos y óntico-normativos tal como son articulados en
el interior de la TH. La principal conclusión es que el liberalismo
no es sólo un contenido privilegiado del proyecto normativo de la
democracia radical y plural, sino un elemento necesario de la lógica
hegemónica tout court.
Rodrigo Salazar Elena en “Confianza política, instituciones y po-
pulismo en Bolivia y Venezuela” aborda la reforma de los sistemas
electorales emprendida en Venezuela y Bolivia, que condujo a la adop-
ción de sistemas del tipo proporcional personalizado para enfrentar
una situación de creciente desconfianza en las instituciones políticas.
Su principal argumento es que el diseño escogido no se distingue del
sistema anterior (representación proporcional con listas cerradas) en
lo que se refiere a los efectos sobre la confianza en las instituciones
políticas. Por este motivo, la situación de desconfianza se mantuvo y
esto configuró una estructura de oportunidades favorable a un buen
desempeño electoral por parte de candidatos populistas.
En “Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la de-
mocracia conservadora en Paraguay”, Luis Ortiz postula que la
reproducción del sistema político paraguayo se debe a la democra-
cia y su ambivalencia: el acento sobre lo político en desconexión
con lo social así como la superposición de la desigualdad social so-

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Julio Aibar Gaete w 29

bre los intereses sociales de los des-privilegiados. En este marco, las


prácticas políticas de los agentes subalternos son, para el autor, aco-
modaticias. Los grupos campesinos en particular participan de las
estructuras de poder de manera dual: a través del clientelismo y en
las luchas por la tierra, y las demandas campesinas por condiciones
de producción son prácticas políticas interpelatorias al statu quo que
atenaza su reproducción social, aunque la dirección y finalidades
políticas de las acciones colectivas campesinas no tienen necesaria-
mente una dirección predefinida.
Ricardo Sáenz de Tejada, en “Populismo y crítica a la democra-
cia” señala que “no es casual que para hacer referencia al neopopu-
lismo latinoamericano se evoque la figura del fantasma”, ya que esa
invocación a un fantasma da cuenta de una sensación de amenaza.
El término populismo conlleva, para el autor, un intento de des-
calificación de movimientos políticos contemporáneos que, dentro
del marco democrático cuestionan el statu quo. Puntualiza Sáenz
de Tejada, que la agitación de la “amenaza populista” es utilizada
frecuentemente por los grupos dominantes, algunas veces apoya-
dos por cierta retórica intelectual y académica, para deslegitimar
los cuestionamientos que se realizan a los sectores que produjeron
la desigualdad social y la pobreza en Latinoamérica. El autor reto-
ma las preguntas planteadas en el proyecto de investigación “Buen
gobierno, populismo y justicia social”, ¿todo proceso o propuesta
amplia de redistribución debe ser caracterizada como populista?, y
¿toda crítica radical al consenso dominante de la democracia liberal
procedimental debe necesariamente ser entendida como populista?,
para después discutir y cuestionar qué es lo que se entiende por
populismo en la actualidad y, en segunda instancia, revisar las rela-
ciones entre democracia y distribución.
En “La democracia, el populismo y los recursos políticos del mer-
cado: déficits democráticos y neopopulismos”, Luis Daniel Vázquez
Valencia estudia dos relaciones tensas: la relación democracia-popu-
lismo y la relación democracia-mercado. La primera se analiza desde
una lógica de encuentros y desencuentros a partir de los fallos de re-

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30 w Introducción

presentación democrática; la segunda, a partir de la existencia de, al


menos, dos mecanismos de control de las decisiones gubernamentales
(la democracia y el mercado) que funcionan de forma paralela, por
lo que pueden enarbolar peticiones no sólo distintas, sino incluso
contradictorias en un mismo momento y respecto de una misma
decisión pública. La hipótesis principal del autor es que los fallos de
representación y la existencia del control político-económico prove-
nientes del mercado son condiciones necesarias (mas no suficientes)
para la constitución de gobiernos neopopulistas. Postula finalmente
que el populismo y la democracia, más que dos conceptos contra-
puestos, son dos nociones entrelazadas, y que para comprender esa
unión es necesario analizar las expectativas sociales que la democra-
cia genera, pero no satisface.
En cada capítulo, el lector encontrará más preguntas y cuestio-
namientos que respuestas definitivas. Preguntas que, sin embargo,
lejos de representar un retroceso, pueden ayudar a replantear, desde
otras miradas, un tema recurrente en Latinoamérica.w

VOX POPULI.indb 30 08/04/13 22:33


La miopía del procedimentalismo
y la presentación populista del daño1

Julio Aibar Gaete


Votar por mí es como rayar
un Mercedes Benz.
Abdalá Bucaram.

Introducción

Un fantasma recorre Latinoamérica: el populismo. Ese fenómeno


político que tantos se empeñaron en sepultar, definitivamente, hace
temblar con su eterno retorno la tranquilidad del statu quo, soñada
pero nunca alcanzada.
Una palabra con una larga historia y una fuerte carga emocional,
populista, es nuevamente empleada en la lucha política actual. Su sola
mención despierta los más encontrados sentimientos. Sentimientos
que no se asocian con una serie de conceptos acotados sino que, por el
contrario, se parecen más a una nube amorfa e inaprensible, poblada
de borrosas imágenes. Y es que el término populista, parece invocar
una cantidad inabarcable de ideas y afectos, al mismo tiempo que no
designa nada en particular. Probablemente, su empleo desenfrenado
condujo a desdibujar las fronteras de sentido que en algún momento
pudo establecer. En el ámbito académico, por ejemplo, no hay un
mínimo acuerdo sobre qué se debe entender por populismo y casi
toda la literatura especializada sobre el tema comienza planteando la
vaguedad del término y las dificultades que se derivan de su empleo.2

1
Agradezco a Nora Rabotnikof la lectura atenta del primer borrador, sus valio-
sos comentarios y sugerencias. Agradezco también a los integrantes del Seminario
de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Justicia Social por las discusiones y
aportes. Las deficiencias que presente este trabajo, obviamente, son de mi entera
responsabilidad.
2
La noción de populismo ha sido ampliamente tratada desde diferentes perspectivas
y disciplinas: la Teoría y la Ciencia Política, la Sociología, la Economía, entre otras, se
han ocupado asiduamente del tema. Ese vasto tratamiento, sin embargo, no redundó

VOX POPULI.indb 31 08/04/13 22:33


32 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

Quizá el único rasgo común que se puede encontrar es que, para la


mayor parte de los especialistas, el populismo representa una amena-
za, estado que se expresa en la siguiente frase: “No sabemos qué es,
pero sí sabemos que nos asusta y que debemos combatirlo”.
Así, el populismo, más que un concepto demarcatorio o categoría
de análisis, cobra el carácter de un adjetivo con el cual algunos políticos,
comunicadores y especialistas intentan descalificar a sus adversarios.
Esta situación llevó a que no pocos trataran de sistematizar un
conjunto de ideas para precisar el término, pero estos intentos ac-
tuaron, por lo general, considerando al fenómeno político que que-
rían estudiar de manera aislada. Se buscaron características “propias”
del populismo, aquellas que supuestamente le eran inmanentes. La
dificultad insalvable a la que condujo este modo de proceder es que
se intentó dar estatus de categoría analítica e incluso de “tipo ideal”
a una serie de rasgos descriptivos del fenómeno que se pretendía
analizar. Es decir, se quiso encontrar las características propias de
un fenómeno, observando y estudiando sólo a ese fenómeno, pro-
ceder que generó una situación metodológica paradojal. Pero, al no
suceder esto, es decir, cuando sí se sometió a comparación a los de-
nominados populismos, se lo hizo con lo que los especialistas consi-
deraban debía ser la democracia y la política y no con la democracia
y la política realmente existentes.
Considerando el anterior contexto, aquí me propongo analizar el
espacio de (des)encuentro de las concepciones democráticas liberales
procedimentales con el populismo. Creo que este doble entrecruza-
miento permitirá salvar la discusión estéril acerca de las supuestas ca-
racterísticas “inmanentes” y “exclusivas” del populismo.
en una clarificación del término y del concepto. Por el contrario, condujo a que el
mismo se volviera más abarcativo y vago a la vez. Se convirtió en un significante
que, lejos de circunscribir y configurar una serie acotada de significaciones, ha
sido empleado para proveer de sentido a una cantidad casi inagotable de ideas,
valoraciones, sentimientos y prejuicios, muchos de ellos contradictorios. Tan es así
que casi todo texto que aborde la cuestión del populismo, comienza advirtiendo
acerca de las dificultades que el empleo del mismo conlleva, llegando muchos
autores a proponer el abandono de la palabra populismo debido a las confusiones a
las que invariablemente conduce.

VOX POPULI.indb 32 08/04/13 22:33


Julio Aibar Gaete w 33

Inscribir al populismo en este doble registro, implica aceptar el


supuesto de que no hay fuerza política que se constituya en soledad,
que no hay discurso político (ni ningún otro, según lo señala Bajtín,
1982) monológico, ya que éste siempre considera —al menos hipo-
téticamente—, la existencia de una contraparte. Si se tiene en cuenta
además que el populismo —desde sus inicios en la vieja Rusia—,
se constituyó como una respuesta radical y enérgica reacción ante el
orden establecido, el estudio de esa forma política en términos rela-
cionales se torna más pertinente.
A lo largo de este capítulo se presenta el siguiente orden de ideas:
1) una breve caracterización de lo que denomino democracia liberal
procedimental (DLP); 2) la impugnación de la DLP al populismo;
3) una caracterización del populismo como forma política que realiza
una presentación de un daño; 4) una caracterización del daño como
destitución subjetiva y como producción de un exceso; 5) una expli-
cación, por medio de la categoría de renegación, de los mecanismos
y dispositivos ideológicos que legitiman la producción del exceso;
6) una exploración de las consecuencias políticas de la renegación;
7) una propuesta para entender cómo se constituye un daño y la sub-
jetividad del dañado; 8) la relación del daño y el populismo; y 9) la
relación entre el populismo y la DLP.

El populismo como la presentación


del daño y su (des)encuentro con la DLP

1) Antes que nada, creo necesario establecer qué entiendo por DLP
y a qué o a quiénes aludo. No me refiero a quienes sostienen que la
democracia es la mejor forma de gobierno hasta ahora conocida ni a
los que, después de la dolorosa experiencia de las dictaduras sudame-
ricanas, reconsideraron el valor de ese régimen político.3 Tampoco
3
Recordemos que la consideración del régimen democrático como fin y valor
en sí mismo y no sólo como medio u horizonte a alcanzar es fundamentalmente
una elaboración de la izquierda democrática latinoamericana, la cual, después

VOX POPULI.indb 33 08/04/13 22:33


34 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

aludo al liberalismo tout court ni a la filosofía liberal que ha alcanza-


do importantes grados de desarrollo y refinamiento. Mucho menos
tengo en mente a quienes destacan el valor que las instituciones, las
reglas y los procedimientos claros tienen para el establecimiento y la
consolidación de regímenes democráticos. Sí aludiré, en cambio, al
sector de especialistas que intentan apropiarse de la democracia para
—desde una concepción enteramente tecnocrática y en nombre de
la democracia toda—, tratar de reducirla a una serie de mecanismos
diseñados por ingenieros institucionales. Me refiero a esa perspec-
tiva dominante hasta hace poco tiempo en la ciencia política que,
desde la óptica del individualismo metodológico —y consistente
con el supuesto de la inexistencia de la sociedad y con el postulado
de que sólo existen individuos racionales y egoístas—4 trató de “lim-
piar” a la política de todo contenido en nombre de una “asepsia” de
los procedimientos.
Procedimentalismo que, es justo aclarar, no niega que haya de-
cisiones no formales que deban ser tomadas, sino que afirma que,
en una democracia, sólo son relevantes las formas y los procedi-
mientos para la toma de decisiones. Formas y procedimientos que
por sí mismos alcanzarían para caracterizar un régimen democrá-
tico (Castoriadis, 1996). Pero, aun reconociendo que el régimen
debe entenderse como un conjunto de procedimientos, queda la
siguiente cuestión: los procedimientos deben ser aplicados por se-
res humanos y no por unidades jurídicas puras. Cito in extenso a
Castoriadis, quien lo plantea con meridiana claridad:

de la experiencia sudamericana de las últimas dictaduras, se sometió a una


fuerte autocrítica acerca de la valoración de la importancia del régimen. Entre los
intelectuales más destacados de esta corriente, podemos mencionar a Portantiero,
Aricó y De Ípola.
4
Colomer, por ejemplo, tanto en Lecturas de teoría política positiva (1991) como en
Instituciones políticas (2001), postula que la sociedad es sólo una entelequia y que lo
único que tiene una existencia empíricamente reconocible es el individuo racional y
egoísta, características que harían impensable un acuerdo entre ellos que fuera más
allá de lo enteramente formal-procedimental.

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Julio Aibar Gaete w 35

Para el punto de vista procedimental, los seres humanos deberían ser


puros entendimientos jurídicos. Pero los individuos efectivos son otra
cosa muy distinta (...) No puede haber sociedad democrática sin pai-
deia democrática.
La concepción procedimental, salvo caer en la incoherencia, está obligada a
introducir subrepticiamente al menos dos juicios de sustancia y de hecho:
– las instituciones efectivas, dadas, de la sociedad son, tal y como son,
compatibles con el funcionamiento de procedimientos “verdadera-
mente” democráticos;
– los individuos, tal como son construidos por esta sociedad, pueden
hacer funcionar los procedimientos establecidos en su “espíritu” y de-
fenderlos.
Estos juicios tienen múltiples presuposiciones y comportan numerosas
consecuencias. Mencionemos dos. La primera es que nos encontramos
nuevamente con la cuestión fundamental de la equidad, no en el sentido
sustantivo, sino ante todo en el sentido estrechamente lógico ya estableci-
do por Platón y Aristóteles. Hay siempre inadecuación entre la materia a
juzgar y la forma misma de la ley, pues la primera es necesariamente con-
creta y específica y la segunda es abstracta y universal. Esta inadecuación
no puede ser colmada más que con el trabajo creador del juez “que se pone
en el puesto del legislador”, lo que implica que tome en cuenta considera-
ciones sustantivas. Todo esto va mucho más allá del procedimentalismo.
La segunda es que, para que los individuos sean capaces de hacer
funcionar los procedimientos democráticos según su “espíritu”, es
necesario que una parte importante del trabajo de la sociedad y de
sus instituciones se dirija hacia la producción de individuos que se
correspondan con esta definición, esto es, mujeres y hombres de-
mocráticos también en el sentido estrechamente procedimental del
término. Pero entonces es preciso afrontar el dilema siguiente: o esta
educación de los individuos es dogmática, autoritaria, heterónoma
—y la pretensión democrática se convierte en el equivalente político
de un ritual religioso—; o bien, los individuos que deben “aplicar el
procedimiento” —votar, legislar, seguir las leyes, gobernar— han
sido educados de manera crítica. En tal caso, es necesario que este

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36 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

espíritu crítico sea valorizado, en cuanto tal, por la institución de


la sociedad, y entonces se abre la caja de Pandora de la puesta en
cuestión de las instituciones existentes, y la democracia vuelve a ser
movimiento de autoinstitución de la sociedad, esto es, un nuevo tipo
de régimen en el sentido pleno del término.
Los periodistas y también algunos filósofos políticos que parecen ig-
norar totalmente las largas disputas de la “filosofía del derecho” de los
dos últimos siglos, hablan constantemente del “Estado de derecho”.
Pero si el “Estado de derecho” (Rechtstaat) es una cosa distinta del “Es-
tado de la ley” (Gesetzstaat), no es sino porque aquél va más allá de
la simple conformidad con “procedimientos”, planteando la cuestión
de la justicia e implicando incluso a las reglas jurídicas ya existentes.
Pero la cuestión de la justicia es la cuestión de la política, de cuándo la
institución de la sociedad ha dejado de ser sagrada o tradicional. Desde
entonces, el “reino de la ley” no puede eludir la pregunta ¿qué ley, por
qué esta ley y no otra? (1996).

En el marco de lo antes señalado abordo ahora la relación entre


el populismo y la DLP. Trataré de esclarecer en qué consiste la
impugnación que la segunda le hace al populismo y cuáles son los
interrogantes que este último plantea a la primera. Sin embargo,
antes de ocuparme de la cuestión, cabe señalar que, históricamen-
te, el populismo fue impugnado desde diferentes perspectivas y
formas de pensar y hacer política. El denominado populismo ha
sido y es una obsesión no sólo para la academia y los especialis-
tas, sino también para los actores políticos y los comunicadores
sociales. El término populista fue y es usado asiduamente, la más
de las veces, como adjetivo para descalificar a adversarios o como
impugnación a muchas de aquellas corrientes que interpelan al
orden establecido.5

5
Cabe aclarar que la crítica populista al orden establecido, no siempre es “por
izquierda” o progresista. Sobran ejemplos de populismos de derecha que, no
obstante, son una interpelación a un orden establecido no con la intención de
generar un nuevo orden más incluyente, sino todo lo contrario.

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Julio Aibar Gaete w 37

A partir de una secuencia histórica, se puede categorizar a las


impugnaciones hechas al populismo6 —que no siempre tuvieron el
mismo carácter ni la misma intención—, como sigue:

—El populismo como obstáculo para la modernización (impug-


nación que puede denominarse “ilustrada modernizante”).
—El populismo como obstáculo para el desarrollo (impugnación
“tecnocrática desarrollista”).
—El populismo como generador de desorden social y político (im-
pugnación “autoritaria organicista”).
—El populismo como obstáculo para la implementación del li-
bre mercado (impugnación “liberal económica”).
—El populismo como amenaza para la democracia (impugna-
ción “liberal procedimental o institucionalista”).

Cada impugnación tiene sus particularidades, no obstante, po-


demos detectar algunas similitudes: a) todas provienen de consen-
sos dominantes en, al menos, la agenda política y académica del
momento, y b) reflejan el temor ante la activación política y las
dificultades de canalización institucional de las demandas que el
populismo puede producir. Relacionado con ambos incisos, las im-
pugnaciones en sus diversas versiones, siempre y en todos los casos,
se realizaron en nombre de una razón (o racionalidad) que pretende
limitar la barbarie que supuestamente representaría el populismo.7
Pero estas similitudes evidencian (por defecto) algunos de los
rasgos que —aunque no exclusivos—, parecen comportar regular-
mente los populismos: que se trata de una propuesta de cambio o
al menos de alteración del orden establecido y que, por ello, se cons-

6
No consideraré en esta ocasión la crítica dirigida al populismo desde un sector del
marxismo que hacía hincapié en el carácter reformista, de conciliación de clases y
nacionalista del primero, ubicándolo en las antípodas del proyecto revolucionario,
clasista e internacionalista.
7
Sobre el carácter pasional o racional de los populismos existe una amplia literatura
entre la que se destaca el aporte de Portantiero y Murmis (1969).

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38 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

tituye como crítica a ese orden.8 Vinculado a lo anterior y aunque


no se derive lógicamente de las impugnaciones mencionadas, los
populismos, por lo general, funcionan como catalizadores-activado-
res-reelaboradores de necesidades, malestares, resentimientos, humi-
llaciones y descontentos sociales, para luego ingresarlos en el campo
político, lo que cumplen presentando o intentando presentar (es
decir, recreando, constituyendo y poniendo en escena) un daño.
2) Abordaré ahora la impugnación contemporánea al po-
pulismo. Me refiero a la que proviene de la DLP, la cual insiste
tercamente en denunciar al populismo como un “peligro para la
democracia”, en tanto en su discurso político estaría implícita o
explícita la relativización —cuando no la negación y el repudio—
del papel de las instituciones y los procedimientos democráticos
(Aguilar, 1994; Aguinis, 2005).
Ahora bien, para que tal crítica opere sin que sea fácilmente
desactivada, el liberal-procedimentalismo realizó dos importantes
deslizamientos de sentido, que pueden entenderse como la versión
contemporánea de la vieja aspiración de separar política y moral.
Desplazamientos que le permitieron “apropiarse” de la noción de
democracia. Por un lado, intentó naturalizar —con un éxito con-
siderable— la idea de que la democracia consiste básicamente en una
serie de procedimientos (Schumpeter, 1976; Riker, 1982; Colomer,
1991 y 2001); y, por otro, instituyó la idea de que la lógica democrá-
tica —que sería básicamente la lógica de la política— se asimila a la
lógica del mercado (Schumpeter, 1976).9
El primer movimiento no se agota en el intento de hacer pa-
sar una forma particular (la democracia como procedimiento) por una
universal (la democracia como procedimiento, como forma de la
democracia por antonomasia), sino que se complementa con otra

8
Reitero: esa crítica y esa propuesta de cambio no necesariamente tiene un carácter
progresista.
9
No desconocemos que estas apreciaciones fueron matizadas, no obstante,
creemos que, en las críticas actuales al populismo, dichos supuestos conservan una
importancia fundamental.

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Julio Aibar Gaete w 39

con la que se relaciona íntimamente, esto es: que habría ciertos pro-
cedimientos propios de la democracia que tienen una relación de
inmanencia con ésta. Con pocas palabras, la democracia no sólo
implicaría procedimientos, también sería ciertos y determinados
procedimientos particulares y no otros. Así, quedan fuera de la
democracia, por “inoperantes” e “ineficaces”, mecanismos como
la “democracia directa”, al tiempo que se sospecha de las prácticas
“plebiscitarias” y de cualquier otro mecanismo consultivo.
El segundo dispositivo —la asimilación de la lógica política a la
del mercado— se presentó como una sugerente y fecunda analogía
con fines analíticos pero, a poco de andar, trascendió ampliamente
ese marco en al menos dos aspectos. Por un lado, se volvió uno (el
mercado), la condición de posibilidad fáctica de la otra (la demo-
cracia). Por otro, y a partir de ello, la relación establecida cobró un
carácter prescriptivo-normativo, derivándose como una necesidad
lógica el siguiente axioma: para tener democracia (y política) debe
imperar el libre mercado. La consecuencia fue que democracia y
política quedaron subsumidas y subordinadas a un programa eco-
nómico particular, por lo que no se puede siquiera imaginar a la
democracia (ni a la política misma) fuera del capitalismo de merca-
do. Se comprueba así, que detrás del ropaje procedimental, la DLP
es, ante todo, “sustancialista”.
Más breve aún, la forma de la crítica liberal procedimental al
populismo en la actualidad, sólo es posible en la medida en que la
primera redefinió la noción de democracia y estableció sus condi-
ciones de posibilidad. Es decir, no antes de haber producido dos
movimientos complementarios de (re)definición y apropiación.10
Estos dos movimientos complementarios y solidarios condujeron
al cierre parcial del campo de la política, a una clausura provisoria que
pretendía ser perpetuada. Con cierre o clausura quiero señalar que la
definición de democracia propuesta por la DLP, obtura la discusión y,
10
Recordemos que, tal como señala McPherson (1987), las relaciones entre
democracia y liberalismo no fueron demasiado amistosas hasta tiempos relativamente
recientes.

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40 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

por ende, la posibilidad de someter a consideración de la ciudadanía,


respecto de cuál debe ser el sistema económico que se debe adoptar, al
tiempo que acota el debate acerca de la distribución o redistribución
de la renta y de los bienes materiales y simbólicos, y de cuáles deben ser
los mecanismos de toma de decisiones y de elección de gobernantes.
En resumidas cuentas: una vez que la DLP se estableció como la
forma dominante de entender la política y la democracia, su mayor
empeño se orientó a reducir la política a la administración de las cosas
(policía, en términos de Rancière), y a la democracia a la aplicación de
mecanismos para la elección de tomadores de decisiones.11 Pero cabe
subrayar que este liberalismo sólo actúa así en donde el libre mercado
se ha establecido y se encuentra operando. En otras circunstancias, el
liberal-procedimentalismo puede ser altamente disruptivo y crítico,
llegando, si es que la situación lo amerita, a burlar los procedimientos
y las formas establecidas. En este sentido, un ejemplo son las pro-
fundas reformas orientadas al libre mercado aplicadas en Sudamérica
durante la década de 1990.12
Una vez que la DLP se constituyó como la forma hegemónica,
con capacidad para definir a democracia y política, su operación ideo-
lógica consistió en ocultar que todo tipo de organización política de
la sociedad (sea ésta democrática, autoritaria o totalitaria) es producto
de luchas en las que hay vencedores y vencidos y que, por ello, puede
ser legítimamente interpelada en cualquier momento y por cualquier
sujeto o grupo. También intenta ocultar que la lucha democrática
—y, siguiendo a Lechner (1984), se puede decir que la lucha política
toda— es básicamente una lucha por definir y delimitar qué se enten-
derá por democracia y qué por política.
Pero la crítica de la DLP al populismo no hace más que eviden-
ciar la miopía y los límites de su propia concepción de la democra-

11
Cuando afirmo que la DLP es la forma dominante de entender la política y la
democracia, me refiero fundamentalmente al espacio académico.
12
Przeworski (1995: 204), por ejemplo, reconoce que el establecimiento del libre
mercado y del andamiaje institucional democrático, requiere de un momento previo
decisionista.

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Julio Aibar Gaete w 41

cia y la política, generando así las condiciones de posibilidad de la


emergencia del discurso populista en tanto éste, por lo general, hace
de catalizador de las debilidades de ese modo acotado de entender
la política y la democracia (como anteriormente hacía de catalizador
de las debilidades de los otros consensos dominantes).
El populismo remueve la herida producida por las tensiones in-
salvables presentes en la DLP entre:

– Gobierno de élites y gobierno del pueblo.


– Legalidad y justicia.
– Legalidad y legitimidad.
– Gobierno de las mayorías y gobierno de las minorías.
– Eficacia y deliberación.

Tensiones que ni el más radical de los procedimentalistas puede


desconocer o negar abiertamente, sino por medio de una serie de
rodeos y artilugios. No puede negar, por ejemplo, que la democra-
cia, al menos, debe parecer o aparentar ser el gobierno del pueblo.
Tampoco puede negar que la legalidad (el apego a la ley) no es ne-
cesariamente justicia.
Por eso el populismo representa lo ominoso para la DLP. Omi-
noso no porque se trate de una alteridad radical, sino porque plantea
frecuentemente la disputa en y desde un territorio interno, explotan-
do contradicciones, removiendo fronteras. El populismo se vuelve
un habitante interno —o al menos no necesariamente externo—,
amenazante. Un espejo en el cual la DLP no quiere reflejarse, pero
en el que no puede dejar de verse.
El populismo pone en entredicho a la DLP, le toma la palabra y
“juega” en el espacio abierto por el imaginario y las ideas —lógica y
fácticamente contrapuestas— presentes en las tensiones de la DLP.
De ahí que la fuente de temor (aunque más apropiadamente debe-
ríamos decir espanto) que sienten los especialistas, tecnócratas y políti-
cos defensores de la DLP no debe buscarse tanto en las supuestas carac-
terísticas intrínsecas del populismo, sino en la interpelación a la que este

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42 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

último los somete. Interpelación que desnuda lo que la DLP no puede


procesar ni mucho menos resolver. Volveré más adelante sobre el tema.
3) Lo que más parece molestar a la DLP es la forma en que el
populismo interpela al orden establecido, en tanto su lugar (el del po-
pulismo) se constituye por medio de la presentación de una parte
que se siente objeto de un daño.13
En una primera aproximación, y siguiendo a Rancière, se puede
decir que un daño es una violación al principio general que supone
la igualdad entre todos los seres hablantes. Quien daña la igualdad
es la policía, es decir, la administración de la sociedad que preten-
de actuar como el yo de la comunidad convirtiendo las técnicas de
gobernar en leyes naturales del orden social (Rancière, 2000: 147).
“La policía tiene que ver con los nombres ‘correctos’, nombres que
anclan a la gente en su lugar y su trabajo” (Rancière, 2000: 150).
Con base en la propuesta de Rancière y a la luz de lo hecho por los
denominados populismos, se puede afirmar que éstos realizan de ma-
nera recurrente la presentación del daño: una respuesta que configura
retroactivamente un daño y asume (o intenta asumir) su presentación
o puesta en escena y también la de los dañados. Es por ello que, para
emplear una propuesta de Canovan (1999), el discurso populista se
vuelve un mensaje redentor y no una simple reivindicación o repre-
sentación de la demanda. Es por ello también que el populismo se
presenta regularmente como crítica a un estado de cosas existente,
crítica radical que no puede ser atendida (ni entendida) por los
medios y mecanismos con los que cuenta ese orden. Porque el daño,
a diferencia del perjuicio económico, nunca puede ser enteramente
reparado. Cualquier intento de hacerlo suele estar condenado al fra-
caso, a ser incompleto, pues el daño —por su implicancia subjetiva—
sin dificultades puede adquirir un carácter moral.14

13
En el campo del Derecho, el daño o agravio, dado su carácter subjetivo tiene un estatuto
sumamente polémico. Algunos juristas consideran que su figura debe ser eliminada
debido a la imposibilidad de cuantificarlo y, debido a ello, establecer una pena justa.
14
La connotación subjetiva no conduce necesariamente al contenido moral, no
obstante, la posibilidad de la moralización está siempre al acecho. El peligro que

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Julio Aibar Gaete w 43

Apartándonos ahora de Rancière, se puede entender al daño como


una destitución subjetiva que es imposible reparar o subsanar plena-
mente, porque en la elaboración del daño se entrelazan la igualdad
aritmética (la cuenta de los hombres) con la igualdad geométrica (la
igualdad de todos los seres hablantes, la cuenta que los hombres no
pueden hacer). El perjuicio económico, que depende de la cuenta de
los hombres, en cambio, puede ser resarcido restituyendo a la parte
afectada lo que el cálculo establece que le corresponde. El daño, en
cambio, no puede ser mensurado ni se repara plenamente por medio
de la indemnización.
No es casual entonces que los populismos —a diferencia de los dis-
cursos de la izquierda marxista que tratan de interpelar a la población en
términos de clase, la cual se define por un criterio económico, “externo”
y “ajeno” a la política—, salvo raras excepciones o coyunturas, no tomen
como destinatarios privilegiados de sus discursos a sectores definibles
exclusivamente en términos económicos, sin antes resignificar-redefinir
a esos sectores por medio de alguna dimensión moral y subjetiva.
Si recordamos cuáles fueron los términos que los llamados po-
pulistas en Latinoamérica emplearon para nominar-constituir a sus
seguidores, podemos constatar que en ningún caso se apeló a una
categoría económica pura, aunque con frecuencia ésta estaba implí-
cita. Para el peronismo de la década de 1940 eran los descamisados y
los cabecitas negras; para Fujimori eran los chinitos; para Palenque, los
compadres y los cholos. Es decir, independientemente de que, por
lo general, los cabecitas negras, los chinitos y los cholos eran, en efecto,
en su inmensa mayoría gente de ingresos bajos, en ningún caso se los
nombraba sólo por esa condición.
4) Además de lo ya dicho, propongo entender el daño como una
sensación, sentimiento o vivencia experimentados por alguien (sujeto o

siempre comporta la moralización de la política, es que, una vez que esto sucede, la
política fácilmente puede retraerse en beneficio de un discurso religioso y, al cobrar
ese carácter, se esencializa, polarizando el campo político en amigos y enemigos
absolutos a los cuales es incluso legítimo eliminarlos. Un claro ejemplo de moralización
de la política fue el que realizó George Bush después del 11 de septiembre de 2001.

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44 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

grupo) que considera que no es reconocido en su ser. No reconoci-


miento que no implica necesariamente no ser visualizado, sino, más
bien, ser percibido a partir de algo con lo cual no se desea ser identifi-
cado. Se trata de una clasificación primera que hace posible una ulte-
rior des-clasificación. Con ello estoy proponiendo que, por ejemplo,
la invisibilización de ciertos sujetos o grupos sociales, las más de las
veces, es factible cuando hay una percepción primera que la posibilita.
Así, los marginados, los parias o los excluidos, sólo pueden al-
canzar esa condición una vez que son categorizados como tales, acto
que los sustrae de la política, los paisajiza, los naturaliza. Es que, en
casi todo proceso de invisibilización, se juega este doble registro: una
negación que se sostiene en un reconocimiento primario “negativo”.
Se trata de un reconocimiento marcado desde un inicio simultánea-
mente por la falta y el exceso. Una carencia de atributos y cualidades
que conduce a un exceso de presencia que quiebra o transgrede las
normas y las “buenas costumbres”. Falta y exceso que no sólo demues-
tran la ausencia de medida justa, sino que condenan al “desubicado” a
ser siempre eso: un des-ubicado. Es más, la condición de marginado
o excluido, pasa a ser conatural con la des-ubicación. Es así como
cualquier persona que se des-ubique puede pasar a ser un marginal, y
estos últimos hagan lo que hagan siempre permanecerán desubicados.
Veamos cómo opera esta doble condición: si un marginal o ex-
cluido no denuncia su situación, se lo considera conformista, vago
e ignorante; un cordero que sólo sabe obedecer. Pero, si manifiesta
disconformidad, pasa a ser parte de una horda o banda descontrola-
da. En uno y en otro caso, cercano a la animalidad. Por una razón u
otra, incapaz de conducirse por sí mismo.
Un claro ejemplo de ello es la actitud que tenían los sectores
sociales medios y altos hacia los pobres que habían migrado desde el
interior hacia los centros urbanos en Argentina. Antes del peronis-
mo justificaban los sistemáticos fraudes electorales llevados a cabo
por los conservadores, con el pretexto de que esos pobres no habían
alcanzado la “mayoría de edad”, razón por la cual no podían hacerse
responsables de sus actos. Con la movilización peronista de esos

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sectores, pasaron a ser llamados “aluvión zoológico”. Masas ame-


nazantes y descontroladas capaces de ser moldeadas por cualquier
demagogo oportunista. Pero eso no sucedió solamente con los ca-
becitas negras y los descamisados en la época del primer peronismo.
Tampoco los cholos, en Bolivia, y los chinitos, en Perú, acreditaban
cualidades suficientes para ser confiables. También estaban marca-
dos por la falta y el exceso. Pero es precisamente ese doble registro
de falta y exceso lo que los pone en “su lugar” o, para ser más exacto,
en su no-lugar, es decir, en su condición de marginales o excluidos,
condición por la cual dejan de ser dignos de atención. Oscilando
entre la ausencia y el exceso, no son dignos de que se les “presten”
los sentidos: no se los ve o se los ve en todos lados; no se les oye o
se los considera demasiado ruidosos; no se tiene ningún contacto
con ellos o se los siente demasiado cerca. Ausencia y presencia que
los hace siempre amenazantes por esa misma razón: por haberlos
perdido de vista o por estar demasiado cerca. Pruebas de esa nega-
ción, acompañada con una demasiada presencia (y no de una simple
invisibilidad) son el conjunto de actitudes y discursos que la “gente
bien” dedica a estos sujetos o grupos.
5) Ahora bien, ¿por qué considerar a los excluidos como un ex-
ceso? Antes veamos cómo puede ser conceptualizado el exceso. Bill
Nichols (1997: 189), en La representación de la realidad, propone
entenderlo como “lo fortuito y lo inexplicable, lo que se mantiene
ingobernable dentro de un régimen textual presidido por la narra-
tiva [...], el exceso es lo que no entra en un esquema analítico de-
terminado; es el ruido que queda cuando acordamos los límites de
lo que pasará como información” (1997: 189). “El exceso es lo que
escapa al control de la narrativa y la exposición. Está fuera de la red
de significado lanzada para capturarlo” (1997: 191).
Pero si he de asumir estas aproximaciones, se impone dar cuenta
de al menos algunas narrativas ante las cuales los marginados se reve-
lan como un exceso. Para el propio Marx, el exceso lo constituían los
lúmpenes, las prostitutas y los marginales, los que no eran parte de los
explotadores ni del proletariado. Para las perspectivas modernizantes

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46 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

y desarrollistas, que concebían un desarrollo teleológico de la historia,


el exceso lo constituían las masas amorfas carentes de toda capacidad
para organizarse y exigir autónomamente sus derechos. Para el libe-
ralismo elitista, el exceso lo constituyen los sujetos (entendidos como
individuos) que no guían racionalmente sus actos. Para los procedi-
mentalistas, aquellos que no actúan como homo juridicus.
Cada régimen textual produce su exceso y éste adquiere su “es-
pecificidad” en función del régimen que lo produce, aunque serán
siempre similares en tanto sujetos incapaces de escrutar debidamen-
te lo que les conviene. Incapacidad que, supuestamente, los hace
maleables, objeto del engaño de los oportunistas, situación que lle-
va a que los ciudadanos plenos, racionales, “bien intencionados” y
libres se vean “obligados” a desplegar toda una pedagogía que les
advierta ante tamaña amenaza.
6) Pero, ¿cómo es que la segregación y la marginación, legalmente
prohibidas, son toleradas e incluso reivindicadas por aquellos que
las producen?, ¿se trata simplemente de cinismo que por un lado afir-
ma, por ejemplo, la igualdad, y que por otro, la niega?
Considero que la noción psicoanalítica de renegación nos puede
servir para explicar su mecanismo. La renegación es entendida por
el psicoanálisis no como una simple negación del alcance de la ley,
sino como la negación de la negación misma. Al negar la negación
se está, por un lado, afirmando, sobre-inscribiendo la negación,
pero por otro, se la invisibiliza por sobre-exposición (es decir, ex-
poniéndola a la vista de todos), socavando de antemano cualquier
cuestionamiento o crítica posible. La renegación opera, entonces,
como una especie de blindaje contra la crítica externa, pero también
contra cualquier posibilidad de emergencia de la culpa. Obturada
la emergencia de la culpa, el que transgrede la ley ataca a la crítica
acusándola de no comprender los “verdaderos” motivos de sus actos
o, precisamente, de la “necesidad” de sus actos que, en tanto “nece-
sarios”, pasan a ser ejemplares y legítimos en virtud de un bien su-
premo, inconmensurable. Es decir, la invocación del bien supremo,
permite que quien por lo general instaura la ley, se sustraiga de los

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Julio Aibar Gaete w 47

alcances de ésta. Así, el ejemplo antes mencionado del fraude elec-


toral —una clara violación a la ley perpetrada sistemáticamente por
los conservadores de principios del siglo XX en Argentina—, pudo
convertirse en “patriótico”.15
De la misma manera, en México la transferencia de fondos del
sector público hacia la banca privada fue llamada “salvataje”.16
Ahora bien, si la transgresión a la ley es compartida por un
grupo o sector, ésta puede tomar un carácter social, no sólo por
el número de las personas involucradas en el acto, sino, fundamen-
talmente, porque es la transgresión misma o, más puntualmente,
el modo particular de esa transgresión la que genera la cohesión del
grupo. Es la culpa renegada, en este caso, el cemento de lo social.
Es decir, antes que la solidaridad humanista y bien intencionada,
se puede pensar que, al igual que en las mafias, es la complicidad
lo que une al grupo. Me refiero aquí a los pactos no escritos, secre-
tos, pero evidentes a la vez, que operan sin que necesariamente las
partes se pongan de acuerdo.
Al plantear el mecanismo de la marginación y la exclusión en
términos de renegación y culpa, no pretendo remitir a una dimen-
sión psíquica una problemática social y política. Tampoco creo que
se deba considerar clínicamente perversos a quienes producen la
marginación. Lo que propongo es una aproximación que ayude a
comprender cómo una operación tan visible y evidente puede, para
muchos, pasar inadvertida y resistir con cierto éxito la crítica.
Cabe preguntarse ahora de qué reniegan o de qué renegaron
quienes han producido las exclusiones: reniegan del sistema de leyes
que ellos mismos instauraron. Reniegan, por ejemplo, de la procla-
mada igualdad ante esas mismas leyes, del alcance universal de éstas,

15
Los conservadores argentinos alcanzaron la presidencia imponiéndose al Partido
Radical reiteradamente en elecciones viciadas, llamando ellos mismos a la violación
de la reglamentación “fraude patriótico” en tanto se suponía, lo hacían por el bien
del país.
16
En 1995 el gobierno de Zedillo (PRI), con la aprobación de la bancada del PAN,
transfirió a la banca privada 552.000 millones de dólares. A la medida la llamaron
plan de salvataje de ahorros.

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48 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

pero también de los imaginarios o utopías que esas leyes pretenden


instaurar. En casi todas las constituciones de casi todos los países
de Latinoamérica, podemos encontrar proclamaciones de derechos
sociales, civiles y políticos que, sistemáticamente, son negados en la
práctica por las mismas élites que tuvieron a su cargo la redacción
de las mencionadas constituciones. Reniegan inevitablemente, ade-
más, de sus orígenes y de su propia condición. La mayoría de los
sindicalistas son quizá la expresión emblemática de este caso.
Pero no hay que entender a la renegación como ocultamiento.
No se trata de esconder aquello que desmiente descaradamente sus
propios postulados: esto más bien es presentado desvergonzada-
mente, llegando incluso a ser motivo de orgullo y autoafirmación
identitaria. Militares que asesinaron en nombre de la paz; oligarquía
que pasea orgullosa sus gordas vacas cada año en la Sociedad Rural
de una Argentina empobrecida; políticos del PRI enriquecidos que,
sin pudor, muestran la opulencia en la que viven a la vez que se
vanaglorian de ser los herederos de la Revolución Mexicana; “es-
crupulosos” partidarios del PAN que, en nombre de la división de
poderes, la tolerancia, la democracia y el respeto a las instituciones,
no dudan en manipular a los poderes Judicial y Legislativo con el
objeto de eliminar a opositores de la competencia democrática; sin-
dicalistas que no tienen el menor cuidado en disimular su buen
pasar a costa de los trabajadores que dicen representar. Todos ellos,
categóricos ejemplos de ostentación, puesta en escena de la nega-
ción de la negación. Prueba palmaria de renegación.
Además de autoafirmación, la ostentación puede producir —lejos
de lo esperable—, una especie de fascinación. ¿Fascinación de quién?
De quienes transgreden la ley. El ladrón, el que intencionalmente no
se detiene ante un semáforo en rojo e incluso el asesino más despia-
dado pueden fascinarse con sus propios actos de audacia y con su
capacidad para eludir a la autoridad. Pero también pueden despertar
cierta admiración en quienes jamás se atreven a violar las normas.
Veamos un ejemplo ajeno a la política. Sabemos que en numerosos
países, tanto para el discurso jurídico como para el orden médico, in-

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Julio Aibar Gaete w 49

gerir estupefacientes constituye un acto delictivo. Acto que instituye


la figura del drogadicto. Se atribuye además, desde éstos y otros dis-
cursos, ciertas características al drogadicto que, por lo general, están
estrechamente asociadas con el cuadro clínico de la perversión. Ahora
bien, esas “descripciones” que los especialistas (jurídicos y médicos)
hacen del drogadicto son ampliamente difundidas y propagandizadas
con el objeto de evitar que nuevos sujetos consuman drogas. Epide-
miólogos difunden así una imagen demonizada del drogadicto con el
objeto de prevenir el consumo. Sin embargo, frecuentemente sucede
que, muchos de los receptores de esos discursos, lejos de alejarse de
las drogas, se inclinan hacia su consumo, en parte motivados, para-
dójicamente, por esos discursos de la prevención. Otros individuos,
sin llegar a consumir drogas, pública o privadamente, construyen una
imagen romántica del drogadicto, ya que éste representa a quienes se
animan a hacer algo que ellos no se atreven.
¿En dónde reside la fuente de admiración hacia el que trans-
grede la ley?, ¿por qué es tan fácil convertir al que delinque en un
héroe? Probablemente se deba a que, por el imaginario que sobre
ellos se construye, se los visualice como personas especiales. Rasgo
que se deriva del supuesto de que esas personas logran establecer
una relación particular, especial con el orden legal. Relación que no
es su simple negación, sino algo mucho más complejo. Se trata de
una negación que, por otro lado, revela un reconocimiento. Dicho
en términos psicoanalíticos, los que se atreven a hacer lo que no
muchos se animan, son rodeados de un aura que proviene de la si-
guiente fantasía: los que pueden sortear la ley, logran establecer una
relación más cercana —privilegiada se puede decir—, con la Cosa,
con lo Real, para poder arrancar, aunque sólo sea un poco de goce
de aquello que tanto abruma.17
Esto se reflejaba hasta hace poco en el ámbito político argentino
que se nutrió sistemáticamente de dos grupos de profesionales: los
17
Entiendo a lo Real como aquello que resiste y escapa de la simbolización, es decir,
a partir de la distinción lacaniana de los registros de lo Simbólico, lo Imaginario y
lo Real.

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50 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

abogados y los médicos. Independientemente de que el simple hecho


de tener estudios superiores implica un prestigio social que podía ser
capitalizado políticamente y de que, aparentemente, los abogados al
ocuparse del derecho pueden ser vistos como los destinatarios “natu-
rales” para los cargos políticos, hay otra cuestión que, me parece, se
tiene que considerar: que para la fantasía social, ambos —abogados
y médicos—, pueden establecer una relación privilegiada con cier-
tos órdenes legales. Relación que no necesariamente implica respetar
esos órdenes. Los abogados son para el imaginario popular los que
mejor conocen las leyes, por eso mismo, son los que, llegado el caso,
mejor pueden burlarlas. Se les adjudica una habilidad especial que en
cualquier momento puede ser “necesitada”. A los médicos, por otro
lado, se les adjudica una relación, también privilegiada, con otro or-
den legal: el de las leyes naturales. Los abogados en las ciudades, en
donde el orden civil es más importante; los médicos en el campo, en
donde posiblemente primaba la idea del orden natural, son los “ele-
gidos” para cumplir con una tarea que “naturalmente” les pertenece.
A partir del desencanto con la política, los que pasaron a ocupar
el lugar de los abogados y los médicos fueron otros especialistas —a
los que también se les adjudica una relación especial con los com-
plicados sistemas normativos—, los tecnócratas (economistas,
consultores, encuestólogos, politólogos, ingenieros institucionales,
etcétera).
Abogados y médicos antes, tecnócratas hasta hace muy poco,
parecían ser los únicos capacitados para lidiar con eso —insisto, no
sólo para someterse—, que la gente común parece ver cada vez más
distante.
7) Veamos ahora, cuáles son las consecuencias políticas que se
derivan de la renegación. En primer lugar, la renegación hace im-
posible que la denuncia del no cumplimiento de la promesa pueda
ingresar al interior de la narrativa que produce el exceso para ser
escuchada. Queda así obturado el procesamiento argumentativo del
exceso, pues la imposibilidad de escucha es parte constitutiva de la
renegación.

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Julio Aibar Gaete w 51

En segundo término, esa imposibilidad de ingresar en la economía


narrativa, hace que el exceso sea en algún punto inasible, incon-
mensurable, es decir, un imposible de representar. Imposibilidad
antepuesta por la renegación que cierra todo camino para que las
consecuencias de la marginación puedan ser representadas como de-
mandas al interior del régimen textual que las produce. “Obligan” a
que éstas sean presentadas en otro registro, el del daño, el cual sólo
puede ser mostrado, escenificado, en el mismo momento en que se
constituye. Por ser la renegación una sustracción del orden simbólico
que se instaura con la ley, el daño sólo puede ser presentado en los
registros de lo imaginario o de lo real.18 Presentación que no admite
argumentos ni re-presentación, pues nada ni nadie puede ocupar el
lugar del daño ni del dañado. El daño no entra en ninguna economía
de intercambio ya que no es equivalenciable. Aunque “contagioso”, el
daño es intransferible. Sólo se vive en “carne propia”. Su única forma es
la mostración, prueba vívida de la violación y de su negación por parte
del dañador. De ahí la radicalidad de toda presentación de un daño.
Por lo hasta aquí planteado, puede parecer que, para que un
daño se constituya, se debe llegar a la marginación o exclusión efec-
tivas. Dado que estas categorías han cobrado, en los últimos años,
una fuerte connotación económica, se torna necesaria la siguiente
aclaración: el daño se puede constituir también en sectores sociales
que no se encuentran en esas condiciones. Sectores que pueden estar
bien “ubicados” e incluso gozando de ciertos privilegios, pueden
vivenciarlo si sienten que su lugar fue lesionado, vulnerado, negado
o amenazado, o cuando en una nueva situación, no se les da el lugar
que ellos consideran que se merecen. Un caso ilustrativo al respecto
son los granjeros del sur de Estados Unidos, quienes, cuando per-
dieron su condición de privilegio se sintieron lesionados, dañados.
También se puede decir que la clase media argentina se sintió daña-
da por el gobierno de De la Rúa (1999-2001).
18
La sustracción del orden de la ley producido por la renegación nunca es total,
por lo que su estatuto siempre será paradójico: la renegación, al tiempo que es un
esfuerzo por negar la ley, es una denuncia de la vigencia y la eficacia de ésta.

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52 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

Este gobierno contaba en sus inicios con un amplísimo apoyo de


la clase media; sin embargo, a partir de la medida implementada por
el Ministerio de Economía que dispuso la retención de los ahorros
bancarios, se instaló el descontento en ese mismo sector. Descontento
que llegó al repudio a partir de la disposición por parte del mismo
gobierno de la implantación del estado de sitio a fines de 2001 y que
tuvo su máxima expresión cuando los habitantes de los principales
centros urbanos, en especial de la Ciudad de Buenos Aires ganaron
las calles. Estas movilizaciones terminaron forzando la renuncia del
presidente De la Rúa tres años antes de que se cumpliera su mandato.
Estos hechos fueron estudio de numerosos análisis, los cuales,
salvo contadas excepciones, los entendían a partir de dos líneas
fundamentales: a) que el descontento y la movilización podían ser
explicados fundamentalmente por el perjuicio económico que pro-
dujo la retención de ahorros de la clase media; y b) que las clases
medias, antes que por sus ahorros, se movilizaron porque el estado
de sitio decretado por el gobierno se había interpretado como un
atentado contra la democracia. Por un lado, por la suspensión de
derechos que ello implica, pero también porque esta medida fue
asociada con la última dictadura militar.
La primera de estas explicaciones, pese a ser en algún grado acer-
tada, no parece considerar la complejidad del problema en cuestión.
Como se verá más adelante, la movilización de los sectores medios
en Argentina surgió por la concurrencia de diversos factores, entre
ellos el estrictamente económico.
Respecto de la segunda de las explicaciones cabe preguntar, si la
movilización tuvo centralmente una inspiración democrática, dado
que se trató de una reacción de las “democráticas” clases medias
ante el estado de sitio, el cual, supuestamente, remitía a la época de
la dictadura, ¿cómo es que estas mismas clases medias no reaccio-
naron anteriormente con la misma virulencia cuando los gobiernos
de Menem y de De la Rúa reprimían, llegando incluso al asesinato
de trabajadores, desocupados y otros luchadores sociales?, ¿por qué
ante la suspensión de derechos laborales, tampoco tuvieron la mis-

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ma reacción?, ¿cómo es que ante el cercenamiento de los derechos


democráticos de los piqueteros por medio de la criminalización de
su protesta no ganaron las calles? Desde luego que no ser solidario
con otros sectores no le quita el carácter democrático de su propia
protesta. Lo que no está claro es que ésta haya tenido una motiva-
ción exclusivamente democrática.
Si las motivaciones no fueron exclusivamente económicas ni tam-
poco excluyentemente democráticas, ¿qué impulsó las luchas de las
clases medias argentinas? Creo que se dio una concurrencia de fac-
tores que en conjunto implicaron una lesión a su subjetividad. Pode-
mos preguntarnos ahora ¿qué es lo que, junto con sus ahorros, se les
expropió a estos sectores? Para responder podemos reconstruir breve
y groseramente cuáles fueron los discursos que más los interpelaron.
Invirtiendo el sentido histórico, la clase media fue particularmente
sensible al discurso de la transparencia y contra la corrupción que la
Alianza dirigía contra el gobierno de Menem. Pero antes había sido
ampliamente receptiva al discurso menemista de la estabilidad eco-
nómica perpetua y de la pertenencia al primer mundo que con la
paridad monetaria, les permitía ser los “ciudadanos del mundo” que
viajaban una o dos veces al año al exterior, tener sus casas atestadas
de electrodomésticos y un teléfono celular de última generación en
cada bolsillo. Eran los mismos que antes del menemismo celebraban
el ideal democrático alfonsinista, sintiéndose ciudadanos capaces de
ejercer plenamente sus derechos, seres gozantes de las más amplias
libertades, sin reparar siquiera que muchos de ellos poco tiempo antes
se habían sumado al imperativo de orden impuesto por la dictadura.19
Todas esas marcas inscritas por la dictadura primero, por el alfonsi-
nismo después, por el menemismo a continuación y por la Alianza al
final, constituyeron el andamiaje que sostenía la identidad de una clase

19
Reconozco que esta rápida pintura de la clase media peca de injusta con
muchos luchadores sociales que pertenecen a ese sector. Reconozco también que
las movilizaciones de fines de 2001 no estuvieron integradas exclusivamente por
esos sectores. Sé además que ahorrar, viajar y hablar por teléfono son derechos
democráticos inalienables.

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media que de pronto vio cómo, junto con sus ahorros, se desplomaba
su propia subjetividad. Hacía falta que se cayera ese horizonte de cer-
tezas para que las clases medias “descubrieran”, de pronto, su profundo
carácter popular, democrático, antiimperialista y latinoamericano, re-
miniscencias quizá de algún pasado combativo de la década de 1970.
Hecha esta aclaración respecto a que el daño no sólo se puede
constituir en los sectores más desfavorecidos de la población, cabe
señalar que la negación de un derecho no implica que necesaria y
automáticamente se produzca un daño; este sentimiento sólo sobre-
viene si esa negación no se encuentra naturalizada. Es decir, antes
de ser presentado, un daño debe ser deconstruido. Deconstrucción
previa a su propia emergencia, razón por la cual el daño se configu-
ra retroactivamente. Por eso mismo, este sentimiento es siempre un
re-sentimiento. Resentimiento que actualizará al daño y reafirmará la
condición del dañado. Denuncia que configura un espacio político
en tanto visibiliza una fractura que divide al campo social en amigos
y enemigos. Espacio “común” en el que se puede expresar la disputa.
Pero antes, debemos dar cuenta de varias paradojas: ¿quién re-
chaza la (des)ubicación si antes de tal hecho no hay subjetividad o
ser capaz de rechazarla? La rechaza un ser, una otra subjetividad que
surge en el acto mismo del rechazo. Efectivamente, antes de la im-
pugnación, pensando en términos estrictamente políticos, hay pura
negatividad, no hay otro (ser). Éste surge al mismo tiempo que el re-
chazo. El rechazo instituye al daño, y el daño instituye al ser dañado.
La pregunta obvia sería: ¿cómo es posible que el daño se constitu-
ya? El daño sólo se puede constituir si la negación del ser (o su lesión)
se inscribe en un universal postulado y negado por el dañador. Univer-
sal que es parte constitutiva y sostén del imaginario del dañador. Esto
es así porque no se puede plantear un daño si no hay algo o alguien
que, al menos formalmente, no plantee un plano de igualdad que está
siendo (o se está vivenciando) vulnerado. Por eso el daño tiene siempre
este doble carácter: niega y reconoce la vigencia de un universal postu-
lado. Se había propuesto pensar a los marginados como exceso; veamos
que dice Nichols al respecto: “Decir que algo es un ‘exceso’ es recono-

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cer su subordinación a otra cosa [...], el exceso hace que se pierda el


derecho a reivindicación de autonomía. Sin un sistema dominante,
el exceso no existiría” (1997: 190). Por eso, el dañado siempre toma la
palabra del dañador, haciendo que su presentación sea siempre interna
al imaginario que este último sostiene. Por eso mismo su rechazo no
es total. Al tomarle la palabra, dará cuenta de que en el imaginario del
dañador hay al menos un elemento que lo afirma y lo sostiene a la vez
que lo niega. Elemento que permite ser parte de la “argumentación” y
de la producción del imaginario del dañador, pero que, por otro lado,
no puede ser del todo procesado simbólicamente.
La potencia de la presentación del dañado reside exactamente en
donde se encuentra la vulnerabilidad del dañador: la presentación de
un daño no necesita del consenso del dañador para constituirse como
tal, ya que, se podría decir, lo tiene de antemano. Su sola presentación
puede dar cuenta de la inconsistencia del dañador y su no acepta-
ción, rechazo o negación por parte de este último, no hace más que
constatarlo. El daño no precisa de reciprocidad ni de reconocimiento
mutuo. Alcanza con que éste sea remitido a un universal postulado y
negado por el dañador.
Esto último explica por qué el otro sólo surge en el intersticio
que se abre entre la diferencia y la igualdad. La existencia de esa
igualdad hace posible la otredad, ésta sólo puede surgir de un plano
de supuesta igualdad. Si esta igualdad no es reconocida, la diferencia
no puede hacerse visible.
A ello se refiere Agamben (2000) con la doble acepción de la pa-
labra “pueblo”: entendido como universal, esto es, el pueblo de la
Nación; y la de pueblo como la parte del todo que es desfavorecida.
El pueblo como universal que instituye la semejanza, en el primer
caso, y el pueblo como parte, en el segundo, que da cuenta de la di-
ferencia. Es decir, el dañado presenta siempre una doble condición:
la de ser parte de un todo y la que le niega ser parte de ese todo.
Ahora bien, para Agamben, el pueblo como parte desfavorecida
es un dato inicial. Es un “hecho” que forma parte de la naturaleza
misma de la constitución de la Nación. En este trabajo, en cambio, al

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considerar al daño y a su constitución como sentimiento, se lo inscribe


plenamente en una dimensión subjetiva, descartando cualquier obje-
tividad inicial. La objetividad, en todo caso, es un producto más, que
se presenta como intento para describir la “situación” de los dañados,
construida de manera retroactiva y motorizada por el sentimiento.20
8) Retomo ahora la relación entre el daño y el populismo. Lo pe-
culiar de la producción imaginaria que el populismo hace del daño,
es que ésta no sucede negando las categorizaciones ni las nomina-
ciones que los otros hacen de los marginados, postergados o exclui-
dos (en términos de Rancière, de los que no son contados), ya que
ellas le permiten reafirmar esa condición. No se trata, por eso, de una
absoluta negación del lugar en el que la policía los ubica, ni de los
nombres con que los llama. Por el contrario, el populismo toma y
ocupa esos lugares, remarca esos nombres, hace de ellos una huella
y construye identidades, al mismo tiempo —y por eso mismo— que
hace una inversión valorativa y una exaltación. Eleva la descalificación
y la humillación al plano de la virtud, pero sostiene insistentemente
esos nombres manteniendo una herida abierta que inscribe memoria.21
Si para los que descalifican, el exceso y la falta eran motivos suficientes
para devaluar al otro, para el populismo eso mismo los vuelve valio-
sos. Los adjetivos que a unos sirven para descalificar, en el populismo
se transmutan en sustantivos, en calificaciones que se llevan al plano
del ser. Los olvidados pasan a ser re-nombrados y reubicados; un he-
cho que será, por un lado, la constatación misma del daño y, por otro,
la constitución-redención del dañado. Para que un daño se constitu-
ya, se debe presentar por medio de esta operación doble de rechazo
y aceptación, lo que implica subvertir por completo la economía del
reconocimiento, ya que la presentación del daño deriva en la cons-

20
Claro está que ello no implica negarle el carácter objetivo de la pobreza, de la
explotación o de la exclusión social, lo que trato de señalar es que su sola existencia
no implica que necesariamente se constituya un daño.
21
Las clases altas argentinas llamaban “grasas” a los sectores populares. Evita
Duarte de Perón, tomando ese término, llamaba a esos mismos sectores “mis
grasitas” en tono maternal.

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titución de una nueva subjetividad, la de los dañados. Constitución


que en sí misma desestabiliza a otra, la de aquellos que pretenden
ubicarse en el lugar de distribuidores exclusivos del reconocimiento.
A partir de ahí, el solo hecho de pertenecer y de asumirse como
dañado (identificarse con el daño), constituye un valor y una inves-
tidura de derechos. Por eso, la identificación dentro de los no conta-
dos, comienza a ser de por sí una nueva cuenta. El propio acto de la
re-creación del “sentimiento primigenio” del daño es un gesto de
constitución de un re-sentimiento y de un nuevo sujeto que se cons-
tituye adquiriendo su carácter apenas ingresa en ella.
Pero, como ese nuevo sujeto (individual o colectivo) emerge a partir
de una identificación con el daño, puede asumir el lugar del todo social.
Al ser la prueba viva que desmiente la igualdad primordial —la igual-
dad de todos por el sólo hecho de ser sujetos hablantes—, al ser —en
términos de Rancière— la no constatación empírica de la igualdad uni-
versal, los dañados pueden ocupar el lugar del universal y más específi-
camente, en el populismo, el lugar del Pueblo. Es decir, sólo los sujetos
para los cuales está negada la universalidad, pueden asumirla por medio
de una operación de inversión dialéctica. La DLP, por el contrario, sólo
puede nombrar individuos o agregaciones de individuos, negándose a
sí misma la posibilidad de configurar identidades colectivas.
El populismo le da un carácter social al daño al identificar a am-
plios sectores de la población con el mismo, pero también y por igual
causa le da un carácter político. Para emplear una expresión de Carlos
de la Torre, se puede decir que el populismo politiza la humillación.
Reafirma ese lugar en donde ningún intercambio institucionalmente
pautado se puede ofrecer.
9) Veamos, antes de concluir, por qué el populismo como pre-
sentador del daño resulta tan difícil de procesar para la DLP y por
qué es tan potente su discurso:
– Porque la denuncia del daño visibiliza siempre un estado de
emergencia, cuestión impostergable que hay que atender, po-
niendo en aprietos el orden que propone seguir el largo y rutina-
rio camino de los procedimientos.

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58 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

– Porque el orden (la policía), en tanto productor del daño, que-


da inhabilitado para desarrollar un argumento verosímil —en-
tendido éste como algo diferente de la mera descalificación—
con el cual se pueda responder a la interpelación populista.
– Porque los adversarios del populismo no cuentan con “meca-
nismos correctores” que puedan subsanar plenamente el daño
que éste pone en escena, pues, como ya se ha dicho, el daño no
es susceptible de ser reparado.
– Porque el discurso populista, al no tener un destinatario
privilegiado —definido a partir de variables económicas, por
ejemplo— puede configurar un espectro de interpelación muy
amplio. El populismo puede interpelar a cualquier grupo —o
grupo de grupos— en la medida en que pueda configurar y ayu-
dar a presentar un daño.
– Porque el populismo puede —aunque asiduamente lo niegue en
su discurso antipolítico— ampliar casi indefinidamente el espacio
de la política, en tanto la posibilidad del daño o de causar daño
carece de objeto definido (cualquiera puede ser dañado y reclamar
su reparación).

Considerando esta potencia interpelatoria, se entiende la crítica


liberal procedimental que acusa al populismo de apelar a los instintos
y a lo irracional, hecho que supuestamente impediría cualquier inter-
cambio argumentativo. Y esto es precisamente así: a un planteo de
daño, no hay argumento que pueda rebatirlo.

Conclusiones

En momentos en los cuales por lo menos media docena de países del


Cono Sur son gobernados por partidos o líderes a los que se llama popu-
listas, la reconceptualización de esta borrosa categoría se torna necesaria.
A lo largo de este capítulo propuse entender al populismo como
una forma política que presenta el daño del cual se siente objeto un

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sector de la sociedad. Sugerí, además, entender el daño como desti-


tución subjetiva e intenté dar cuenta de los mecanismos y disposi-
tivos que provocan que el andamiaje ideológico de los productores
del daño, a pesar de lo evidente y visible de sus acciones, no pueda
ser fácilmente desmontado.
Propuse, además, analizar al populismo en la relación de confron-
tación que frecuentemente se establece entre esta forma política y lo
que sostiene el establishment en cada época. En esa línea, retomo la im-
pugnación actual más enérgica y sostenida hecha al populismo: aquella
que proviene de lo que denomino democracia liberal procedimental.
Definí como DLP a aquella corriente que trata de reducir la
democracia y la política al empleo de ciertos procedimientos y meca-
nismos para la selección de las élites gobernantes y que considera que
el libre mercado es la condición previa imprescindible de la misma.
Advertí, además, que esta crítica a la DLP no implica que con-
sidere que se deba regresar a las antiguas distinciones aporéticas
entre democracias “verdaderas” y “ficticias” o entre democracias
“formales” y “sustantivas” (como si unas excluyeran a las otras), ya
que la democracia implica, entre otras cosas, procedimientos. Pro-
cedimientos que, si son claros, compartidos y respetados, probable-
mente conducirán al mejor desempeño y una mayor confianza de
los ciudadanos.
Pero también es necesario advertir que reconocer la importancia
que los procedimientos pueden tener para la democracia en tanto
encauzadores y facilitadores del planteamiento, debate y búsqueda
de soluciones a los problemas concretos de la población, no debe
llevarnos a soslayar que esos mecanismos han sido y son empleados
por la mayor parte de la élite política para postergar indefinidamen-
te la atención a esos problemas. Demandas que son repelidas cons-
tantemente de la arena política, reclamos que nunca encuentran
representación, malestares que ni siquiera son nombrados, violacio-
nes a los derechos que quedan en la impunidad, han sido y son una
constante en Latinoamérica, todo ello, en nombre de la democracia,
la ley y las buenas formas.

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Pero el problema no sólo está en quienes interesadamente usan las


instituciones y las normas con el objeto de sacar provecho de ellas.
También en los que, con las mejores intenciones, convierten las reglas
en un fin en sí mismo y terminan por convertirlas en cerrojos y can-
dados para la expresión de las interacciones sociales y del conflicto.
No se puede desconocer el estado precario de nuestras demo-
cracias. Tampoco se pretende que ellas procesen simultánea e inme-
diatamente toda la problemática social. Pero reconocer estas limi-
taciones no tiene por qué llevarnos a sostener el statu quo, porque
la postergación indefinida de las cuestiones urgentes de una buena
parte de la población puede llevar a puntos sin retorno que generan
las condiciones para que se constituya el daño y, tal como se ha
advertido, una vez que esto sucede, su procesamiento se transforma
en traumático.
A pesar de todo, aún podemos imaginar una democracia y una
política lo suficientemente abiertas como para que las demandas de
los sujetos y grupos francamente desfavorecidos puedan ser plan-
teadas, escuchadas y para que, a partir de ahí, se instrumenten las
medidas pertinentes para satisfacerlas. Pero no podemos esperar que
esto suceda por generación espontánea, por simple evolución de la
democracia, ni por obra de la buena voluntad de los poderosos. De-
penderá de la lucha política que, en buena medida, debe ser encami-
nada a desmantelar la ideología que una parte de la academia ayudó
a instaurar y que detrás del discurso legalista trata de perpetuar el
estado de cosas existentes. Para los casos en los que el daño está ya
constituido se pueden generar las condiciones, no de su reparación,
lo que considero imposible, sino al menos de su tramitación. Tra-
mitación que tranquiliza y que lo hace menos traumático e hiriente.
Una democracia popular debe, al menos, facilitar la presentación
en el espacio público de la situación de los dañados, reconociendo,
respetando y valorando esa condición.w

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62 w La miopía del procedimentalismo y la representación populista del daño

——, (1996). El desacuerdo, Buenos Aires, Nueva Visión.


Riker, William H. (1982). Liberalism Against Populism, Illinois, USA, Waveland.
Schedler, Andreas (1997). The End of Politics, London, Great Britain, Macmillan,
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Schumpeter, Joseph A. (1976). Capitalism, Socialism and Democracy, Nueva
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Vilas, Carlos M. [comp.] (1994). La democratización fundamental, Series en Cla-
ves de Latinoamérica, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

VOX POPULI.indb 62 08/04/13 22:33


¿Es el populismo la forma constitutiva
de la democracia en Latinoamérica?1

Carlos de la Torre

El análisis de las relaciones ambiguas entre populismo y demo-


cracia ha sido una preocupación constante de los estudiosos del
tema. Y no podía ser de otra manera pues, como lo señala Nadia
Urbinati (1998: 116), “el debate sobre los significados del populis-
mo es un debate sobre la interpretación de la democracia”. En este
trabajo se analiza la manera particular en que se vivió la incorpo-
ración a la política en varios países latinoamericanos. Se ha enten-
dido más la democracia como la ocupación de espacios públicos
donde los pobres y los no blancos estaban excluidos, que como
el respeto a las normas e instituciones de la democracia liberal.
La ocupación de espacios a través de marchas, mítines políticos y
asambleas se ha dado junto con discursos maniqueos a favor del
pueblo, construido éste como la encarnación de las virtudes y de
los valores “auténticos” de la nación, y en contra de la oligarquía
“corrupta y vende patria”. Se han privilegiado formas de repre-
sentación populista que asumen la identidad de intereses entre
el pueblo y su líder —autoerigido como el símbolo y la encarna-
ción de la nación— sobre formas de representación liberales vistas
como un impedimento para la verdadera expresión de la voluntad

1
Versiones de este trabajo fueron presentadas en el seminario Debate sobre la
Democracia en América, organizado por el Centro de Estudios de América de la
Universidad Central de Venezuela, Caracas, el 20 de mayo de 2005; en la Cátedra
Distribuendum del seminario Tiempos de Democracia en la Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales, México, el 25 de enero de 2006, y en la reunión del Latin
American Studies Association, San Juan, Puerto Rico, del 15 al 18 de marzo de 2006.
Agradezco a los organizadores y participantes de estas reuniones sus comentarios
y sugerencias.

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64 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

popular. Estas formas de participación, esta retórica y representa-


ción política han tenido efectos ambiguos y contradictorios para la
democracia. Por un lado, se han incluido a sectores antes excluidos
y se han rescatado los valores y la dignidad de los de abajo. Pero
por el otro, se han privilegiado formas de participación, discurso y
representación que no siempre respetan el derecho a la disensión y
que, debido a la gran polarización que producen en muchos casos,
se han resuelto a través de mecanismos autoritarios.

La participación litúrgico-populista

José Álvarez Junco se apoya en el análisis del historiador George


Mosse sobre el fascismo para diferenciar las formas de participación
que buscan “implementar un sistema basado en la institucionaliza-
ción de la participación popular y el imperio de la ley” (Álvarez Junco,
1994: 26) de las formas populistas. Éstas se basan en una incorpora-
ción estética o litúrgica más que institucional. “El líder difunde los
mitos y los símbolos que identifican al ‘pueblo’ como legítimo porta-
dor de los valores nacional-democráticos y convoca los ritos y festejos
en los que el sujeto colectivo emergente ratifica con su presencia la
nueva religión cívica” (Álvarez Junco, 1994: 25-26). Esta participa-
ción privilegia la forma en que se visualiza la democracia como la
ocupación de los espacios públicos a favor de un líder construido en
la personificación del ideal democrático. Por ejemplo, el 23 de sep-
tiembre de 1945 los seguidores de Jorge Eliécer Gaitán marcharon
desde cinco puntos estratégicos de Bogotá para reunirse en la plaza de
toros El Circo de Santa María donde concluiría la “semana de pasión”
de los gaitanistas. Sus eslóganes y la euforia después del mitin cuando
gritaron: “En El Circo de Santa María murió la oligarquía” y “Guste
o no le guste, cuadre o no le cuadre, Gaitán será su padre” no dejaron
dudas sobre el efecto de esta reunión en los participantes que lo vivie-
ron como un acto en que murió la oligarquía gracias a la palabra y la
figura de Gaitán, el líder del pueblo (Braun, 1985: 93-99).

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Carlos de la Torre w 65

En Ecuador, el populismo se inició con el velasquismo (1933-


1972) cuando quienes estaban excluidos de la política demandaron
no sólo ser escuchados en momentos excepcionales tales como las
rebeliones y revueltas, sino que también exigieron ser parte del jue-
go cotidiano por la lucha del poder. Exigieron el derecho al sufra-
gio, el fin del fraude electoral y que se eliminaran las restricciones
al voto. José María Velasco Ibarra inició un nuevo estilo político.
Fue el primer candidato que visitó gran parte del país en su campaña
electoral de 1933, y luego, como presidente electo, en 1934. Su
estilo electoral se caracterizó por realizar marchas y concentraciones
para ocupar plazas y calles, de las que estaban excluidas las personas
humildes. En estos ejercicios de democratización de los espacios pú-
blicos participaron tanto ciudadanos que cumplían con los difíciles
requisitos para votar, como los no votantes. Ya que a la democracia
se la vive en las calles, donde el pueblo tiene el derecho y la obliga-
ción de vitorear a su líder, no importa respetar el derecho a la libre
expresión de sus rivales construidos como enemigos. Velasco Ibarra
fue visto por algunos de sus partidarios como el redentor de la na-
ción. Él se convenció de que era la encarnación de los anhelos y los
valores democráticos del pueblo a tal punto que creyó ser el mesías
del que hablaban algunos de sus seguidores. Luego de las insurrec-
ciones populares de mayo de 1944 conocidas como “La Gloriosa”,
en las que soldados y ciudadanos comunes lucharon en contra del
régimen de Carlos Arroyo del Río, quien había perdido la guerra
contra Perú en 1941, y de quien se tenían sospechas de que come-
tería fraude electoral en contra de Velasco Ibarra, fue transformado
en el “Gran Ausente”, en el político exilado que regresaría al país
para redimirlo de todos sus males (De la Torre, 1993, 2000: 28-79).
La participación litúrgica populista —como lo demuestran los
trabajos de Daniel James (1995) y de Mariano Plotkin (1995) sobre
el 17 de octubre de 1945 en Argentina— no tuvo un sentido uní-
voco y no puede reducirse a la manipulación ni a la irracionalidad
de las masas. Estos actos, que los obreros usaron para demandar la
liberación de Perón, significaron la valorización de la cultura obrera

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66 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

y de su dignidad en una sociedad que los despreciaba y los excluía.


Es por esto que los blancos de su violencia fueron los símbolos de su
exclusión. Los obreros apedrearon los clubes, los salones y los cafés
de las élites; quemaron los periódicos que lideraban la oposición a
la dictadura y a Perón, y golpearon a los jóvenes engominados de
clase alta. La violencia colectiva respetó los símbolos estatales, mi-
litares y las fábricas. Los actos del 17 y 18 de octubre —que fueron
vividos como formas de participación democrática y que, a la vez,
reivindicaron la dignidad de los obreros— fueron de intolerancia
hacia los rivales, y de autoconstitución popular en nombre de un
militar autoritario.
En algunos países, estas formas de incorporación litúrgica a la
política todavía perduran. En Ecuador, por ejemplo, los mítines po-
líticos y el discurso maniqueo y movilizador con los que el líder
populista busca cimentar lazos afectivos respecto a sus seguidores,
no han sido reemplazados por los sondeos de opinión y por for-
mas mediáticas como lo sostienen Novaro y Palerm (1996) para la
Argentina de Menem. La visión de que la democracia está en las
calles, también se ha ilustrado en las caídas de los tres presidentes
que han sido electos desde 1996 en Ecuador. Manifestaciones en
Quito y otras ciudades de la Sierra, en enero y febrero de 1997,
fueron usadas como causa para que los militares retiraran su apoyo
a Abdalá Bucaram y para que el Congreso lo depusiera valiéndose de
la artimaña legal de su incapacidad mental para gobernar. En enero
de 2000, la toma del Congreso por parte de los líderes y miembros de
la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador y por
militares de rangos medios fue la razón o justificación para que los
militares retiraran su apoyo al presidente Jamil Mahuad, y para que
el Congreso nombrara al vicepresidente Noboa como su sucesor.
De igual manera, las manifestaciones en contra del presidente Lu-
cio Gutiérrez, en abril de 2005, fueron motivo para que las fuerzas
armadas le retiraran su apoyo y para que el Congreso lo cesara por
supuestamente haber abandonado el cargo, y entonces se nombró
como sucesor a su vicepresidente Alfredo Palacio. Los mitos de que

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la democracia está en manos del pueblo y que éste tiene la capacidad


para elegir y derribar presidentes, es decir, que tiene un gran poten-
cial movilizador —que ha podido funcionar por la negativa de los
militares a reprimir— tiene también consecuencias desestabilizado-
ras y antidemocráticas. Difícilmente se puede sostener que son más
democráticas las marchas de miles de ciudadanos, que los votos que
llevaron al poder a un mandatario.

La retórica populista

El populismo es un estilo político basado en un discurso maniqueo


que presenta la lucha del pueblo en contra de la oligarquía como
una lucha moral y ética entre el bien y el mal, la redención y la rui-
na. El líder es socialmente construido como el símbolo de la reden-
ción, mientras que sus enemigos son creados como la encarnación
de todos los problemas de la nación. El líder dice ser un hombre
común del pueblo que, debido a sus esfuerzos sobrehumanos, se
ha convertido en una persona extraordinaria. En lugar de desarro-
llar una ideología, el líder pide a sus seguidores que confíen en su
honestidad y en la dedicación que pone para cuidar los intereses de
la patria y del pueblo.
En la campaña electoral que lo llevó al poder en 1996, en Ecua-
dor, el populista Abdalá Bucaram —a diferencia de su rival Jaime
Nebot, candidato del derechista Partido Social Cristiano (PSC),
quien articuló un claro programa de gobierno neoliberal y que creó
para sí la imagen de político serio y estudiado— no articuló un pro-
grama de gobierno, pero ostentó un rechazo hacia los valores de las
élites (De la Torre, 1996, 2000: 80-111). Usando la maquinaria
clientelar de su Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE), la tarima, los
actos de masas, el humor, la música y el baile cuestionó los valores de
las clases altas. El tema más frecuente en sus discursos de barricada
y en sus propagandas electorales fue la postura del pueblo contra la
oligarquía. Ésta fue definida como “un estado del alma” y como una

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68 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

forma de ser que se basa en la humillación y en el desprecio a los po-


bres. Por ejemplo, cuando se conocieron los resultados de la primera
vuelta electoral de 1996, el ex presidente de la república y líder del
PSC, León Febres Cordero manifestó que quienes habían votado por
el PRE eran “pillos y prostitutas”. Bucaram invirtió el sentido de ese
insulto con las siguientes palabras: “sí, es verdad que en el Ecuador
hay una marihuanera, hay una ratera, una prostituta; esa prostituta,
esa ratera, esa marihuanera son las oligarquías nacionales”.
El cambio de dirección de los insultos que estaba recibiendo el
pueblo y la glorificación de las cualidades populares en su manera
de comer, vestir y de ser permitieron que Bucaram construyera un
mundo al revés. En ese universo simbólico, los oprimidos y los po-
bres se transformaron en la encarnación de los “verdaderos valores
morales”, mientras que sus patrones se convirtieron en la personi-
ficación de la maldad. Las señoras elegantes aparecieron como “un
poco de viejas vagas que nunca han cocinado ni planchado” y los
jefes y señores distinguidos en “aniñados amanerados”, personifica-
dos en el “niño” Nebot. Así, Abdalá Bucaram confrontó, maniquea-
mente, al “verdadero” Ecuador, el de “los pobres”, con el Ecuador
de “esa gente”, los oligarcas “vende patria”.
Como otros oradores populistas, Abdalá se presentó pública-
mente como una persona de origen humilde y popular, igual al
pueblo. Por ser hijo de inmigrantes libaneses, Abdalá Bucaram ha
sido marginado y discriminado por la gente de alta sociedad, que lo
consideró un “turco nuevo rico y de malas costumbres”. Abdalá es
tan pueblo que usa su mismo lenguaje, viste como el pueblo, con
guayaberas y vaqueros, juega fútbol y come con cuchara como el
pueblo, disfrutando de la comida popular, a diferencia de los ricos
y aniñados que disfrutan exquisitos y sofisticados bocaditos. Como
Bucaram es pueblo comparte la pureza de los humildes. A diferencia
de Jaime Nebot —experto en el uso del lenguaje de los economis-
tas—, Bucaram recurrió a las generalidades y a los lugares comunes;
proclamó que los problemas son simples porque están a la vista de
todos. Para él, la pobreza, el alto costo de la vida, la falta de vivien-

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da, la educación y la salud no requieren explicaciones científicas de


expertos con lenguajes extraños. Y como todos conocen cuáles son
los problemas, las soluciones son simples y parten de la voluntad polí-
tica del líder. Su virilidad, honestidad y compromiso con los pobres
garantizarán la anhelada redención.
Abdalá Bucaram dijo ser pueblo porque ha sufrido como los hu-
mildes. Se han levantado juicios en su contra y el pueblo conoce,
por su experiencia diaria, el sesgo clasista de la justicia. Las leyes y
las cárceles no son para los ricos. Gracias a su carácter superior y a
su gran hombría, Abdalá se ha sacrificado por los pobres y ha sido,
al igual que muchos de ellos, un mártir. Por lo que declamaba: “Yo
pagué mi conscripción política, yo me eché los exilios, carcelazos,
los juicios”. Es así como su pureza y dedicación a las necesidades del
pueblo lo convirtieron en el “líder de los pobres”. Estas dos cualida-
des, el haberse sacrificado y el ser parte del pueblo —pero mejor que
la mayoría del pueblo, pues se ha superado y progresado—, trans-
formaron al hombre de origen humilde en el merecido y necesitado
presidente de los ecuatorianos.
Si bien la confrontación discursiva del pueblo contra la oligar-
quía ha estado presente en la política ecuatoriana desde los años
treinta y cuarenta, los grupos asignados a estas categorías no han
permanecido inmutables. En la década de 1940, Velasco Ibarra, al
igual que muchos grupos de la sociedad civil, construyeron los tér-
minos pueblo y oligarquía con referentes eminentemente políticos.
La oligarquía era las “argollas” del partido liberal que se mantenía en
el poder gracias al fraude electoral, y el pueblo eran los ciudadanos
cuya voluntad electoral no se respetaba. Esta construcción política
del pueblo excluía a quienes no podían votar por ser analfabetos y a
los indígenas y afroecuatorianos que ni votaban ni eran vistos como
parte de la nación (De la Torre, 1993; 2000: 28-80).
Desde la creación de Concentración de Fuerzas Populares (CFP)
a finales de los años cuarenta, la categoría “el pueblo” adquirió sig-
nificados sociales (Guerrero, 1994). “El pueblo” fue definido como
el conjunto de pobres que se diferencian de la oligarquía y de los

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70 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

ricos en términos socioeconómicos, culturales, políticos y de estilo


de vida. Cuando se dio una dimensión étnica a la oposición del pue-
blo contra la oligarquía se sostuvo que la lucha es entre la “gente de
‘aristocracia’ y ‘los cholos’” (CFP, 1958: 19). Abdalá Bucaram abarcó
en esa definición de pueblo a las clases bajas mestizas.
A diferencia de Bucaram —que no incluyó en su definición de
pueblo a los indígenas como un grupo específico—, los líderes indí-
genas y los militares —encabezados por el coronel Lucio Gutiérrez
en el golpe de Estado que terminó con el gobierno del presidente
Jamil Mahuad, en el año 2000—, articularon una visión diferente de
quién es el pueblo. Para ellos, el verdadero pueblo fueron los in-
dígenas, quienes ocuparon los espacios públicos de los que estaban
marginados, como el Palacio de Justicia y el Congreso. Los indígenas
no sólo pasaron a encarnar al pueblo, sino que también fueron vistos
como la vanguardia en las luchas en contra de la corrupción, de las
políticas de ajuste estructural y de defensa de la soberanía nacional.
Varios argumentos se han expuesto para explicar la rebelión o
golpe de Estado de enero del año 2000. El más importante fue el de
la indignación provocada por las políticas económicas del gobierno
de Mahuad. La economía ecuatoriana entró en una crisis genera-
lizada. La inflación pasó del 36% en 1998, al 52% en 1999, y al
96% en el 2000. El desempleo se incrementó del 11% en 1998, al
14% en 1999. El producto interno bruto por habitante se redujo
del 0.6% en 1998, al -7.6% en 1999. Dentro de este contexto de
crisis generalizada y con niveles de hiperinflación que literalmente
se comían los salarios provocó gran indignación el uso de los fondos
del Estado para rescatar a la banca privada. El congelamiento de los
depósitos y las revelaciones de que Mahuad financió su campaña
electoral con las contribuciones de banqueros, a los cuales favorecie-
ron sus políticas de Estado, fueron interpretados por gran parte de
la población como actos de corrupción intolerables.
El coronel Lucio Gutiérrez, en su proclama del 21 de enero
—con la que desconoció la autoridad del presidente Mahuad, del
Congreso y de la Corte Suprema de Justicia— articuló una concep-

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ción populista para la democracia: “la soberanía radica en el pueblo


cuya voluntad es la base de la autoridad, y haciendo gala de ese
derecho, en forma soberana, democrática, mayoritaria y directa,
sin representantes, ha elegido a sus representantes” (Herrera, 2001:
62-64). Y más tarde, ese día, cuando respondió a las acusaciones
del presidente Mahuad de haber protagonizado un golpe de Estado
dijo: “Es una elección soberana, es una elección directa, es una elec-
ción mayoritaria” (Herrera, 2001: 96). De acuerdo con la visión de
Gutiérrez, ya que la democracia radica en el pueblo, no se necesitan
canales institucionales para hacerla valer. La verdadera democracia
es plebiscitaria y se la vive cuando se ocupan espacios públicos. Es por
esto que la toma del Congreso por los indígenas de la CONAIE,
por militares de rango medio y por sectores de izquierda de Quito
fue vivida como un momento en el que el pueblo se hacía dueño de
uno de los pilares del poder político del cual se sentían excluidos y
que no los representaba (Dieterich, 2000; Herrera, 2000).
Lucio Gutiérrez utilizó la retórica populista de confrontación del
pueblo, que él dijo encarnar, en contra de la oligarquía, representa-
da por los “políticos corruptos”. Se presentó como una persona de
origen popular que ha triunfado y se ha sacrificado por su patria.
No obstante su origen humilde —proviene de una familia de colo-
nos de la amazonia— y el color oscuro de su piel llegó a puestos de
prestigio en las fuerzas armadas, constató así las creencias de que
éstas son un mecanismo de movilización social. Cuando sintió el
“llamado” de su patria no dudó en liderar los actos del 21 de enero
de 2000, a los que interpretó como “una revolución nacida de las
entrañas mismas del pueblo ecuatoriano” por la que lo “podían ma-
tar, o podía ir preso, o podía perder la carrera militar” (Dieterich,
2000: 62-64).
Para participar en las elecciones de 2002, organizó Sociedad
Patriótica, un partido político formado por ex militares y ex po-
licías con una ideología nacionalista. El autoritarismo de Sociedad
Patriótica, como lo señala Bertha García (2005), tenía raíces en la
formación de sus integrantes. Apoyándose en la Doctrina de Segu-

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72 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

ridad Nacional que, tanto Gutiérrez como los ex militares, apren-


dieron durante su educación militar. Sociedad Patriótica sentía un
gran desdén, tanto por los políticos, como por la política entendida
como el debate innecesario sobre lo público. Durante la campaña
electoral de 2002, Gutiérrez apeló a la unidad de los indígenas, del
pueblo y de los militares, ejemplificada el 21 de enero, como la al-
ternativa a la “seudodemocracia” ecuatoriana. Su triunfo se explica,
en parte, por sus alianzas con la izquierda ecuatoriana y con el mo-
vimiento indígena. Pero también por la buena acogida de su retórica
sobre la antipolítica y por la imagen de los militares como gente del
pueblo que no se vende a intereses antinacionales.
En una entrevista, Gutiérrez manifestó que usaba el traje safari,
verde militar, “porque a la gente le gusta verme vestido así y no
como aniñado [niño bien]” (El Comercio, 9 de noviembre de 2002).
Gutiérrez obtuvo el 21% del total de los votos en la primera
vuelta electoral de octubre de 2002, y el 55% en la segunda vuel-
ta electoral, cuando derrotó al multimillonario Álvaro Noboa, otro
outsider de la política. El triunfo de Gutiérrez fue interpretado por
sectores de izquierda como la posibilidad de refundar el país. El
movimiento indígena, que fue clave para su triunfo, logró que dos
de sus líderes históricos fuesen nombrados ministros de Agricultura
y de Relaciones Exteriores, lo que parecía indicar un renacimiento
de la política ecuatoriana. Norman Whitten (2003), por ejemplo, ca-
lificó a estos hechos como “inversiones simbólicas”: momentos de
cambio que no necesariamente significan la alteración del orden so-
cial, pero que manifiestan grandes modificaciones de las relaciones
sociales establecidas por la herencia colonial en un país en que, por
primera vez, los indígenas y un presidente de la amazonia, de piel
oscura, ocupaban la presidencia.
Una de las peculiaridades del populismo, como lo señaló Er-
nesto Laclau (1977), es la construcción discursiva de la sociedad
como un campo antagónico y maniqueo en el que se enfrentan el
pueblo y la oligarquía. El grado de polarización política y social
ayuda a diferenciar los populismos. En algunos, como el peronismo

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y el chavismo se da una fuerte polarización y politización de los


conflictos sociales (Roberts, 2003). En otras experiencias populis-
tas, como las encarnadas por Velasco Ibarra, en los años cuarenta, o
por Fujimori, en los noventa, los términos “pueblo” y “oligarquía”
se construyeron políticamente y no llegaron a la polarización social.
Hay casos mixtos, como la elección y corta administración de Abda-
lá Bucaram (agosto de 1996-febrero de 1997). Pese a que Bucaram
siempre se manifestó partidario de la economía de mercado fue vis-
to por las élites económicas tradicionales como un intruso peligroso
y un nuevo rico cuya fortuna venía del contrabando. No aceptaron
su propuesta de convertibilidad monetaria con un nivel de inflación
de alrededor del 25%. Además, esas élites tuvieron recelo de ser ex-
cluidas del reparto del pastel estatal de las privatizaciones y temieron
que, exitoso, Bucaram podría ser reelecto como Fujimori y Menem.
Todas las acciones de Bucaram fueron leídas a través de imágenes de
clase en las que quien se decía el “líder de los pobres” fue visto como
la encarnación de la barbarie, la falta de cultura y civilización de los
marginales. El recelo y el odio a Bucaram llevaron a que las élites se
liberaran de él, usando la falacia legal de su supuesta “incapacidad
mental” para gobernar, sin tener pruebas médicas de su locura (De
la Torre, 2000: 98-112).
El populismo no puede reducirse a las palabras, las acciones y
las estrategias de los líderes. Las expectativas autónomas de los se-
guidores, sus culturas y discursos son igualmente importantes para
entender el lazo o nexo populista (Knight, 1998: 231). No se pue-
de asumir que los seguidores aceptan pasivamente los discursos de
los líderes, o que los discursos tengan un solo significado. Cuando
investigaba a Abdalá Bucaram constaté que existían varias lecturas
sobre sus discursos y espectáculos públicos. La mayoría de gente
común no lo veía como el “líder de los pobres” que decía ser. Para
la mayoría, Bucaram representaba el rechazo a sus patrones, y votar
por él fue una oportunidad para expresar su resentimiento u odio
de clase. Para muchos brokers su elección fue la oportunidad de es-
tar muy cerca de los centros del poder para tener acceso a recursos,

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74 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

servicios, información, empleos y prestigio. Otros sólo asistieron a


un espectáculo gratis en el que vieron “al loco” bailar y cantar con el
grupo musical Los Iracundos.

La representación populista

Ya que el pueblo no puede autorrepresentarse ni autoconstituirse,


pues no está ahí como un dato empírico, sino que es una relación
de posicionalidades construidas, no se puede negar que siempre ne-
cesitará de expertos o de élites que expresen, articulen, descubran
y glorifiquen lo que consideren como lo popular. Esta búsqueda y
necesidad del pueblo no sólo legitima a quienes se autoproclaman
como sus representantes, sino que verifica la exclusión de quienes
no son pensados dentro del campo de lo popular, y que, por lo tan-
to, son parte del bloque en el poder o no existen en el imaginario y
discurso político populista.
En sus reflexiones sobre el jacobinismo, François Furet señaló que
el principio de legitimidad revolucionaria se fundamentaba en el pue-
blo, una categoría “imposible de personificar” (1985: 49). El poder
residía en “las manos de quienes podían hablar por el pueblo” (Lefort,
1988: 109-110). La política sólo puede tener políticos que encarnen
los buenos valores populares, o enemigos del pueblo. Es así que los
políticos se convirtieron en los ventrílocuos que hablan en nombre del
pueblo, dicen personificarlo y lo constituyen. El pueblo se transformó
en un principio de legitimidad del poder bastante ambiguo. Por un
lado, los políticos tienen que personificarlo, constituirlo, mimarlo y
entenderlo, por lo que orquestan manifestaciones y mítines para de-
mostrar y escenificar la voluntad popular; los políticos también tienen
que distribuir recursos al pueblo. Pero, por otro lado, la voluntad po-
pular sólo es pensada como un dato moral-ético homogéneo que no
admite divergencias, contradicciones o variaciones.
A diferencia de la democracia liberal que se basa en el gobierno
de la mayoría, pero no en la unanimidad de opiniones e intereses,

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Carlos de la Torre w 75

en el populismo no existe un campo reconocido para expresar la


disensión, pues se basa en “la unión y la identidad total entre un re-
presentante y aquellos que buscan ser representados” (Plotke, 1997:
28). Quienes no son parte de los seguidores que aclaman al líder
son invisibles, no tienen voz, no son tomados en cuenta y pueden
ser reprimidos (Urbinati, 1998: 116-119). Además, como señala
Francisco Panizza (2005: 28) “el populismo puede representar la
negación de la política. El pueblo unitario, que es uno con su líder,
según expresa el imaginario populista, define el fin de la historia
de la misma manera que las ilusiones liberales del pluralismo sin
antagonismos, del orden social del Leviatán de Thomas Hobbes o la
sociedad sin clases de Marx”.
Las formas de representación populista tienden a no respetar
el marco normativo existente, que es visto como un impedimento
para que se exprese la voluntad popular encarnada en el líder. Esta
actitud instrumental ante las leyes “reduce los mecanismos consti-
tucionales a un medio que sirve al poder político, y el uso repetido
de medidas y prácticas extrainstitucionales debilita la autoridad del
Estado y del sistema legal” (Peruzzotti, 1997: 101).
Si bien Guillermo O’Donnell (1994) teorizó sobre una nueva
especie de democracia que se estaría implementando en la tercera
ola de democratización en algunos países de Asia, Latinoamérica y
Europa del Este, los rasgos de este tipo de democracia caracterizan
a las prácticas políticas que se dieron y que se están viviendo en la
región. Las democracias delegativas son diferentes de las democra-
cias representativas. Las democracias delegativas no respetan los de-
rechos civiles de los ciudadanos ni los procedimientos democráticos
y se basan en la idea de que quien gane la elección tiene el mandato
de gobernar de acuerdo con lo que crea que es el mejor interés de
la colectividad. El presidente dice personificar a la nación y, debido
a que se cree el redentor de la patria, sus políticas de gobierno no
necesariamente tienen relación con las promesas de campaña o con
los acuerdos logrados con los partidos políticos que lo ayudaron a
ser electo.

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76 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

Al igual que en el pasado, toda la responsabilidad de los destinos


de la nación caen sobre el líder, por esto es plebiscitado constante-
mente como la fuente de la redención o como el causante del desastre
nacional. La lógica es que el tiempo apremia y los intereses y cálculos,
a corto plazo, caracterizan la actuación del gobierno y de la oposi-
ción. La legalidad y el basar la acción en la normatividad democrática
cuentan menos que actuar directamente en beneficio de lo que los
delegados del mandato popular creen que son los mejores intereses
de la nación. La posibilidad de pactos y de diálogo es limitada. Al
verse como la encarnación de la voluntad nacional, el presidente tiene
pocos alicientes para concertar y dialogar con la oposición. Éstos no
tienen más opción que actuar de forma similar al gobierno y usan
mecanismos de dudosa legalidad para frenar al Presidente.

Los usos de la democracia por las élites

De manera similar a la noción de pueblo que se ha usado para ex-


cluir a quienes supuestamente se está representando, la categoría
democracia ha sido empleada para silenciar a quienes son construi-
dos fuera del reino de la razón y de la democracia. Estos usos de
la noción de democracia para descalificar a los líderes populistas
y a sus seguidores como la antítesis y la negación de los valores y
comportamientos que deben caracterizar a la democracia se basan
en la distinción entre un nosotros y los otros que caracteriza a la po-
lítica, pues como lo señala Chantal Mouffe (2005) la política no
puede existir sin una frontera y un exterior. Este otro que marca la
diferencia entre los buenos demócratas y los otros, en muchos casos
se ha constituido diferenciando a los demócratas racionales de la
irracionalidad de las masas populistas.
En Ecuador, por ejemplo, las élites políticas, los editorialistas
de los periódicos y algunos científicos sociales han construido a los
líderes populistas como Abdalá Bucaram o Lucio Gutiérrez como
la negación de los valores que deberían caracterizar a la política. En

VOX POPULI.indb 76 08/04/13 22:33


Carlos de la Torre w 77

muchos casos estas construcciones son abiertamente clasistas y ra-


cistas cuando se enfocan en los orígenes sociales de Bucaram como
“turco” o de Gutiérrez como “amazónico” o abiertamente racistas
como cuando se caracterizó a Gutiérrez como un “indio jíbaro de la
amazonia”. Por su origen étnico y por su clase social los seguidores
populistas se han visto como masas que están “fuera de las estruc-
turas universales de la razón y de la democracia y que por lo tanto
tienen que ser integradas a la fuerza” (Butler, 1995: 40). En su afán
de extirpar el populismo y de civilizar a las masas, las élites han recu-
rrido a prácticas poco democráticas como pedir a los militares que
les resuelvan sus problemas. Es así que la democracia es un dispo-
sitivo discursivo que se utiliza para racionalizar prácticas que son
poco democráticas, aun cuando se use la definición más restringida
de ésta como el respeto a los procedimientos.
Sin embargo, y pese a que en la práctica la democracia excluya
y silencie, el uso de la retórica democrática y la necesidad de tra-
tar de legitimar las acciones políticas dentro de una normatividad
hacen que este discurso no sea únicamente excluyente. A diferen-
cia de la apelación al pueblo y de tratar de representar su voluntad
directamente, la democracia como discurso y práctica tiene la po-
tencialidad de constituirse en un sistema para procesar demandas
respetando los derechos básicos y fundamentales de quienes tienen
el derecho a la disensión. Por lo tanto, es importante distinguir a la
democracia como práctica y discurso de la exclusión, de la democra-
cia como noción normativa que informa de una posible manera de
relacionarse políticamente.
Las visiones negativas sobre el populismo se basan en las ambi-
valencias de las élites sobre el pueblo. “El pueblo” no sólo ha tenido
visiones positivas. Las percepciones de las élites sobre “el pueblo”
han oscilado entre el paternalismo y la hostilidad. Al igual que mu-
chos populistas, Velasco Ibarra, por ejemplo, a la vez que admiraba
y alababa a su pueblo sentía hostilidad racista contra los cholos, y las
valoraciones racistas-paternalistas sobre los indígenas. En su texto
Conciencia o barbarie contrasta a indios y cholos en los siguientes

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78 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

términos: “el indio del campo no hace males. Alimenta al país con
trabajo. En cambio el indio de las ciudades es sumamente peligroso.
Ha leído libros. Ha subido sin etapas. Ha invadido toda la adminis-
tración [… ] Es indelicado con los fondos ajenos. Es ratero. Rara vez
alcanza a ladrón. Pero despilfarra y derrocha los dineros públicos”
(Velasco Ibarra, 1937: 156-7).
En Venezuela, la apreciación benévola y paternalista que se tiene
del pueblo como masa formada por virtuosos e ignorantes, que,
además, son la base de la democracia, cambió con la introducción
de reformas estructurales. Durante la segunda administración de
Carlos Andrés Pérez, “el pueblo” se transformó en “una masa no
gobernable y parásita que debía ser disciplinada por el Estado y el
mercado” (Coronil, 1977: 378). Coronil y Skurski (1991) analizan
cómo el Caracazo fue visto por las élites como la irrupción de las
masas desorganizadas e incivilizadas que invadían los centros de la
civilidad. Estas construcciones de los marginales como la antítesis
de la razón y de la civilización permitieron o justificaron la repre-
sión brutal. Fernando Coronil argumenta que los sectores populares
tenían interpretaciones diferentes. Vieron a las élites como “un co-
gollo corrupto que ha privatizado el Estado, saqueado la riqueza de
la nación y abusado del pueblo [...] El pueblo ha sido traicionado
por sus líderes y la democracia se ha vuelto una fachada que permite
a la elite usar el Estado para sus beneficios personales” (Coronil,
1997: 378). Dadas estas construcciones de las categorías pueblo y
oligarquía, Hugo Chávez se constituyó y fue construido por sus se-
guidores como la encarnación del caudillo popular antioligárquico.

El líder y las masas

Tal vez uno de los temas más discutidos en los debates sobre el
populismo ha girado en torno al comportamiento político de los
seguidores populistas y su relación o vínculo con los líderes. Los
estudios basados en las teorías de la sociedad de masas construye-

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Carlos de la Torre w 79

ron a los seguidores populistas como desorganizados y en estado de


anomia, esto es, en una situación en la que no existen reglas claras
para dirigir el comportamiento. Argumentaron que, al vivirse en
condiciones de aislamiento, desorganización y sin reglas claras, estos
sectores estaban disponibles para la movilización populista. Es así
que explican los lazos entre seguidores y líder por su carisma, por
su demagogia, en fin, por atributos subjetivos que supuestamente
explican el comportamiento político emotivo y no racional de sus
partidarios (Germani, 1971).
Estas visiones basadas en las ideas de irracionalidad y desorgani-
zación fueron cuestionadas por estudios que demostraron que los
seguidores populistas se movilizaron a través de estructuras políticas
clientelares, que su acción fue más bien racional e instrumental al
votar por políticos que fundamentaban su liderazgo en la capacidad
de distribuir bienes materiales y simbólicos (Menéndez Carrión,
1986). Es así que la idea de masas desorganizadas fue reemplazada
por la noción de actor racional instrumental integrado a estructuras
partidistas. Sin embargo, pese a las críticas, la noción de masas dis-
ponibles sigue informando los análisis sobre el neopopulismo. Por
ejemplo, Kurt Weyland (1996: 10) sostiene que “la gente pobre,
no organizada del sector informal” está disponible para la movi-
lización neopopulista. Kenneth Roberts (1995: 113) concluye su
trabajo sobre el neopopulismo peruano con la afirmación de que “la
fragmentación de la sociedad civil, la reestructuración de los lazos
institucionales y la erosión de las identidades colectivas han permiti-
do a líderes personalistas establecer relaciones verticales y sin media-
ciones con masas atomizadas”. ¿Por qué perduran estas visiones en
autores que conocen las críticas a las teorías de la sociedad de masas?
La persistencia de estas perspectivas, que surgieron con los pri-
meros estudios sobre el populismo, tal vez se explique porque mu-
chos investigadores lo analizan como un fenómeno excepcional. Si
bien la política normal está basada en organizaciones, las rupturas
provocadas por procesos de cambio social abrupto, que supuesta-
mente explican por qué emerge el populismo, deben causar desor-

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80 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

ganización. Sin negar que el populismo a veces surja en condiciones


de crisis, no hay que olvidar que éste también aparece en épocas
“normales” (Knight, 1998; Canovan, 1999) y que en algunas na-
ciones el populismo es un fenómeno recurrente de la vida política.
“Los movimientos populistas —para no mencionar a los regíme-
nes— son totalmente mundanos, hasta convencionales; no perte-
necen a un universo político extraordinario que requiere un tipo de
análisis o categorización excepcional” (Knight, 1998: 229).
Una segunda respuesta que explica la obstinada visión de quie-
nes ven a los seguidores populistas como masas desorganizadas tiene
que ver con la manera en la que se entiende a los partidos políticos.
La mayoría de los científicos sociales siguen la distinción weberia-
na entre burocracia y carisma, y al notar que los partidos políticos
populistas no se basan en la organización burocrática formal, in-
mediatamente asumen que hay desorganización. Es por esto que
Kurt Weyland (2001), en su influyente y excelente trabajo sobre el
concepto de populismo, analiza la relación entre líderes y seguidores
como “no institucionalizada y en flujo”.
El problema con el argumento de Weyland es que no da cuenta
de cómo funcionan los partidos políticos populistas. Javier Auyero
(2001) y Steve Levistky (2001) han demostrado que el partido pero-
nista se organiza a través de redes informales que distribuyen infor-
mación, recursos y trabajos. En condiciones de pobreza, estas redes
dan acceso a recursos vitales para la sobrevivencia; además, generan y
revitalizan identidades peronistas. Los significados del peronismo de-
penden de la localización de los pobres en estas redes. Quienes están
más cerca de los punteros tienden a aceptar la visión contemporánea
del peronismo como intercambios clientelares. Quienes están más le-
jos de los punteros y de sus círculos de íntimos siguen viendo al pe-
ronismo como un movimiento obrero o tienen visiones más cínicas e
instrumentales sobre el mismo. Para estos últimos las redes peronistas
ocasionalmente distribuyen recursos mas no identidades.
Los partidos populistas ecuatorianos, al menos desde la creación
de Concentración de Fuerzas Populares en Guayaquil a finales de la

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Carlos de la Torre w 81

década de 1940, han construido redes clientelares (Menéndez-Ca-


rrión, 1986). Estas redes se usaron para reclutar el voto para eleccio-
nes municipales en Guayaquil y elecciones nacionales que llevaron
a Velasco Ibarra con apoyo cefepista al poder. Pertenecer al CFP al
que se imaginó como una familia, creó identidades basadas en el in-
tercambio de recursos económicos y simbólicos. Luego de la muerte
de Asaad Bucaram y de Jaime Roldós a principios de los ochenta,
cuando se restablecía la democracia ecuatoriana, muchos de estos
brokers se convirtieron en seguidores de Abdalá Bucaram. Éste y su
hermana Elsa habían trabajado como intermediarios del CFP en
el suburbio de Guayaquil en la elección de 1978 que llevó a Jaime
Roldós al poder. El triunfo de Abdalá Bucaram en las elecciones de
1996 se debió en parte a las redes de su partido. Tal organización
también explica por qué luego de la caída de Bucaram en 1997 y
de la campaña de los medios masivos para desprestigiarlo, el Partido
Roldosista Ecuatoriano mantiene su fuerza en muchas ciudades del
país, en especial en la costa (Freidenberg, 2003).
Si en tiempos electorales la mayor parte de investigadores han
construido a los seguidores populistas con imágenes que se aseme-
jan a las visiones decimonónicas conservadoras de la desorganiza-
ción y peligrosidad del lumpen proletariado y de las masas, luego
de la elección se los ve como clientes instrumentales. Muchos con-
traponen al cliente con el ciudadano. Pese a que estas visiones de la
política popular basada en nociones de racionalidad instrumental y
estratégica corrigen las ideas de las masas no organizadas e irraciona-
les, no explican cómo la gente común entiende la política y por qué
apoyan a los líderes populistas. Los convocados y partícipes en los
movimientos populistas no deben ser vistos como un grupo que au-
tomáticamente responde con su voto cuando le dan recursos. Éstos
pueden abandonar una red clientelar votando de forma diferente
de lo que les propone el broker, o pueden sentirse en la obligación
de pagar un favor. La posición de los brokers es muy inestable y los
pobres no pueden verse como una base de votación cautiva y mani-
pulable (Burgwal, 1995; Cross, 1998; Auyero, 2001). Si los pobres

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82 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

pueden abandonar a un broker, éstos pueden cambiarse de partido


o favorecer a otro político. La incertidumbre del apoyo político da
ciertas ventajas a los pobres. Para que el sistema funcione, los políti-
cos tienen al menos que distribuir recursos e información.
Los trabajos etnográficos acerca de las estrategias de sobreviven-
cia y la política en sectores populares, demuestran sus altos nive-
les organizativos y su capacidad estratégica para negociar con los
partidos políticos y el Estado. Debido a que los pobres, ya sea que
ocupen terrenos para construir sus casas, vendan en las calles sin
permisos, o ambas cosas, viven en condiciones de marginalización
y al borde de la ilegalidad tienen que organizarse. En palabras de
John Cross: “la organización es necesaria para la regulación interna.
Los invasores de terrenos tienen que dividirse los lotes. Los vende-
dores ambulantes al menos deben reconocer el derecho de que otros
vendan en lugares específicos y deben cooperar para construir sus
mercados” (Cross, 1998: 35-36). La organización, además, permite,
en un primer momento, escapar de la regulación estatal y luego
negociar con los agentes estatales el proceso de regulación y legaliza-
ción (Cross, 1998: 36). Los agentes estatales, asimismo, promueven
e incentivan la organización porque no les conviene negociar con
un gran número de personas que dicen representar a un grupo. Pre-
fieren negociar con un líder que, amén de ser representativo de un
buen número de seguidores, sea reconocido por el Estado.

Conclusiones

El populismo tiene significados ambiguos para la democracia. Por


un lado, es una forma de protesta y resistencia a proyectos de mo-
dernización que, con base en argumentos supuestamente univer-
salistas y racionalistas, excluyen a grandes sectores de la población
vistos como la encarnación de la barbarie. Frente a estos proyectos
civilizatorios de las élites, el populismo reivindica lo que supuesta-
mente son las formas de ser y vivir de los pobres y de los excluidos

VOX POPULI.indb 82 08/04/13 22:33


Carlos de la Torre w 83

que, de ser considerados obstáculos para la modernidad y el progre-


so, pasan a ser la esencia de la nación. Pero debido a que el pueblo
no existe como dato objetivo que está ahí presente, sino que es una
construcción discursiva, hay que preguntarse quién lo construye y
qué características le son atribuidas.
El “pueblo” es construido por líderes que dicen encarnarlo. Es así
que para Bucaram, por ejemplo, ser pueblo es tener formas de vida
y costumbres diferentes de las de los ricos que proclaman las suyas
como universales y deseables. Esta apropiación autoritaria de lo que
debe ser el pueblo tiene un doble sentido. Si bien los populismos
han devuelto la dignidad a los de abajo, por ejemplo, cuando los in-
sultos como “chusma”, en un sentido de clases bajas y vulgares, fue-
ron resignificados como la esencia de la nación por Gaitán y Velasco
Ibarra, “el pueblo” es una categoría construida de manera autoritaria
y excluyente. El líder decide cuáles son sus valores y virtudes y qué
formas de ser deben caracterizar a lo popular.
La representación populista se basa en la identidad entre el pue-
blo, visto como un conglomerado que tiene una sola voz e intere-
ses, con el líder, encarnación de los valores populares, nacionales
y democráticos. En esta identificación del pueblo-unitario con el
ególatra que dice encarnarlo no hay espacio para que se articulen las
diferencias que caracterizan a la sociedad moderna. Quienes no es-
tán incluidos no existen o son parte de la anti-nación oligárquica, o
son borrados del imaginario autoritario de lo popular. El anti-pue-
blo y el no pueblo no tienen espacios dónde expresar su disensión.
Tampoco tienen derechos, pues al estar en contra del mandato del
líder atentan contra los intereses de la nación y del pueblo que no
son otros que los del líder.
Si bien la representación populista es excluyente y el discurso po-
pulista es autoritario, el populismo es vivido como profundamen-
te democratizante e incluyente. El populismo moviliza pasiones e
incorpora a personas que o bien han sido excluidas de la política
o no han tenido interés de participar, por lo que Margaret Cano-
van (1999) señala que constituye la fase redentiva de la democracia.

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84 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

Pero la movilización populista no siempre se da dentro de canales


que respeten las normativas de la democracia liberal. Es más, en
muchos casos, los procedimientos del estado de derecho son vistos
como trabas e impedimentos para que se exprese la voluntad única
y homogénea de las masas que no son otras que las que articula
el líder. La democratización populista de los llamados populismos
clásicos, que se dieron entre las décadas de 1930 y 1970, privilegió
la incorporación de los sectores organizados corporativamente, pero
excluyó a los que se desempeñaban en el sector informal. Esta incor-
poración, además, no respetó los derechos civiles, pues, en su lucha
contra la oligarquía, los líderes no tuvieron reparo en encarcelar,
desterrar y silenciar a sus enemigos. Los llamados neopopulismos
neoliberales, si bien a través de políticas clientelares dan beneficios
limitados a los informales y a los campesinos, no siempre han respe-
tado las instituciones del estado de derecho.
El populismo no es una aberración ni una desviación de patro-
nes de democratización, que es lo que entendieron, desde visiones
teleológicas, los teóricos de la modernización (Germani, 1971).
Más bien, como lo señalan trabajos recientes (Panizza, 2005; Mou-
ffe, 2005; Arditti, 2005), el populismo es parte constitutiva de la
democracia. Por un lado, como lo señala Kurt Weyland (2001) es
una estrategia política que puede ser utilizada y que a veces resulta
exitosa tanto para llegar al poder como para ejercerlo. El populismo,
debido al rol fundamental de las pasiones en la construcción de
las identidades colectivas y de la diferenciación entre un nosotros
y un otro, es parte central de lo político (Mouffe, 2005). Este tra-
bajo argumenta que para mejor entender la continua persistencia
del populismo en algunos países de la región hay que estudiar las
formas de participación política, los discursos y las formas de repre-
sentación política que privilegian la ocupación de espacios públicos,
la confrontación del pueblo en contra de la oligarquía y la unidad
de intereses que el líder dice tener con sus seguidores. El grado de
polarización social y política que se puede dar en las diferentes ex-
periencias populistas y la ampliación de la participación política de

VOX POPULI.indb 84 08/04/13 22:33


Carlos de la Torre w 85

los antes excluidos o la instrumentalización de la democracia para


los intereses del líder son preguntas empírico-históricas que varían y
deben ser analizadas en cada caso.
Por último, se deben dejar de lado las visiones de masas desorga-
nizadas y se tienen que estudiar los mecanismos concretos a través
de los cuales se relacionen los líderes con sus seguidores, prestando
siempre atención a las expectativas autónomas y a la racionalidad
de éstos.w

VOX POPULI.indb 85 08/04/13 22:33


86 w ¿Es el populismo la forma constitutiva de la democracia en Latinoamérica?

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VOX POPULI.indb 88 08/04/13 22:33


Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

Carlos Durán Migliardi

Notoriamente no hay clasificación del universo


que no sea arbitral y conjetural. La razón es muy simple:
no sabemos qué cosa es el universo.
Jorge Luis Borges.

En curiosa y sorprendente analogía con la fantasmagórica presencia


del comunismo anunciada por Marx en 1848, no son pocas las alu-
siones al populismo como un fantasma que, nunca presente del todo,
se resiste a desaparecer de escena. Ya en la década de 1960, Ionescu y
Gellner (1969: 7) presentaban una obra compilatoria sobre este tema
con las siguientes palabras:

Un fantasma se cierne sobre el mundo: el populismo. Una década


atrás, cuando nuevas naciones emergían a la vida independiente, el
interrogante que se planteaba era: ¿cuántas de ellas se volverán co-
munistas? Hoy esta cuestión, entonces tan plausible, suena un poco
anticuada. En la medida en que los dirigentes de los nuevos estados
abrazan una ideología, ésta tiende con mayor frecuencia a tener un
carácter populista. Y el populismo no es una actitud limitada a las
nuevas naciones. Dentro del mundo comunista existen fuertes co-
rrientes que se desplazan en dirección a él, y en el ansioso o agónico
reexamen al que diversas sociedades desarrolladas se han entregado
en los últimos tiempos, los temas vinculados con el populismo ocu-
pan un lugar de gran relevancia.

Casi cuarenta años después, en un contexto sustancialmente


distinto, esta analogía fantasmagórica vuelve a cobrar cuerpo, aho-
ra referida a la irrupción del fenómeno populista en la Latinoamé-
rica de la década de 1990. Nuevamente, una curiosa presentación
acerca de un tópico con un inasible objeto lo anunciaba: “El po-
pulismo pareciera ser un fantasma, una suerte de doble permanen-

VOX POPULI.indb 89 08/04/13 22:33


90 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

te, que persigue al análisis político de Latinoamérica” (Burbano de


Lara, 1998: 9).1
Un poco más visible, pero igualmente fantasmagórica es la pre-
sencia que Aguilar (1994: 6) denuncia a las mentes ingenuas de quie-
nes, presurosos, habían enterrado al fantasma que amenaza, cual
Lázaro, con resucitar:

En México sigue viva, seductora, una concepción populista de la po-


lítica y de las políticas del Estado y del gobierno, concepción que los
sectores modernos del país, ilustrados y pluralistas, consideran ya li-
quidada o en franca extinción [...] el populismo no ha muerto, puede
ser resucitado como Lázaro, está al acecho y su regreso será siempre
la amenaza más destructiva a los esfuerzos que muchos hacemos por
construir un gobierno de leyes y un régimen democrático, una ha-
cienda pública responsable y una administración pública eficiente,
una cultura de las responsabilidades y una economía expansiva, capaz
de producir empleo y bienestar duradero. De regreso, el populismo
pasará una vez más por encima de leyes, libertades políticas, raciona-
lidad económica, responsabilidad social.

¿Dónde situar el fantasma del populismo? Difícil pregunta, si de


fantasmas se trata. Aventuremos dos posibles respuestas: en primer
lugar, fantasma como una realidad inaprensible, que no se deja ver
completamente, que se escapa a todo control por medio de la no-
minación sociológica o politológica (expresión epistemológica); en
segundo lugar, fantasma como amenaza, como crisis, como dislo-
cación del orden (expresión política). Tales han sido, creo, los usos
recurrentes de la metáfora del fantasma en los distintos contextos en
los cuales el populismo se ha presentado como tópico de la literatura
sociológica y politológica.
Ahora bien, cuando en Latinoamérica se alude al populismo,
son pocos los consensos posibles de encontrar que no sean preci-

1
Una recurrencia más reciente a esta misma alusión se encuentra en Loaeza (2001) .

VOX POPULI.indb 90 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 91

samente los de su comprensión en tanto fantasma objeto de una


nominación que se utiliza como mecanismo expiatorio, una suerte
de moderno acto de exorcismo por medio del cual la propia in-
vocación al fantasma permitiría su desaparición. Distintos son los
procedimientos, pero uno solo el objetivo: expulsar al fantasma de
escena. Y sin embargo, el fantasma y su terrible materialidad rea-
parecen. Es así como, en la década de 1970, la puesta en duda de
la propia sobrevivencia —material y simbólica— de unas ciencias
sociales acosadas por el terror militar en los países del Cono Sur y
Centroamérica suspendió la preocupación por los populismos; si
a comienzos de la década de 1980 las ciencias sociales colocaron
el acento en la búsqueda por consolidar las precarias condiciones
de reemergencia de las nuevas democracias, a principios de la de
los noventa, el fantasma —inicialmente visto en los años sesenta
del siglo XX — reaparecía con nuevos bríos, para esconderse, sólo
durante un tiempo, y retornar, con ropajes novedosos y de manera
inesperada, en este siglo XXI. ¿Cómo explicar esta omnipresencia?
¿Cómo se ha manifestado esta presencia fantasmal del populismo en
la gramática de las ciencias sociales latinoamericanas?
Para abordar estas interrogantes, creo pertinente aventurar una
tercera anatomía del fantasma, situándolo ya no en un afuera objeto
de la nominación y de la preocupación política, sino más bien en el
interior mismo de cada uno de los gestos nominativos que lo hacen visi-
ble. En concreto: a partir de la indagación relativa a la forma en que la
categoría de populismo ha retornado sistemática y periódicamente al
campo de las ciencias sociales latinoamericanas, buscaré sostener que
su carácter fantasmagórico hay que asumirlo más como un efecto “in-
terno” que “externo”. Y es que, a fin de cuentas, sabemos ya que todo
fantasma tiene mucho que ver con nuestros propios miedos y deseos:
nuestro miedo al exceso y nuestro deseo de plenitud.
Para explicitar el objetivo de este trabajo, un breve rodeo es nece-
sario. Concentrémonos entonces en una dicotomía ofrecida por Ri-
chard Rorty: la dicotomía entre “metáfora viva” y “metáfora muerta”.
Para Rorty (1996), quien habla desde un lugar advertido acerca del

VOX POPULI.indb 91 08/04/13 22:33


92 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

carácter performativo y no representativo del lenguaje, el campo de


las enunciaciones lingüísticas y de las disputas en torno a la verdad
debe ser entendido como eminentemente metafórico, compuesto por
figuras retóricas que pugnan por ocupar su contingente lugar. Sin em-
bargo, dicha contingencia no se presenta como infinita, puesto que
existen momentos de cristalización en los cuales algunas metáforas
logran imponerse respecto a otras que continúan haciendo ver su ori-
gen azaroso. A las primeras, Rorty las denomina metáforas muertas,
mientras que las segundas ocupan el nombre de metáforas vivas. Ori-
gen retórico de toda enunciación, entonces, es lo que ve Rorty tanto
en el lenguaje como en las disputas permanentes en torno a la verdad.
Sin embargo, y tal como el mismo Rorty advierte, la disputa en torno
a la verdad suele resolverse, contingentemente, al lograr algunas me-
táforas instalarse como fuentes depositarias de la verdad.
En el ámbito específico de las ciencias sociales, esta distinción
suele manifestarse permanentemente. Con claridad, en este campo
del saber suelen gestarse disputas categoriales que —por diversos
motivos— devienen en la consolidación de algunos conceptos y en
su conversión en verdades consensuadas por la comunidad, por una
parte, y en la exclusión de otras y su expulsión del campo, por otra.
Sin embargo, suele ocurrir que algunas categorías manifiesten
una anómala persistencia. El caso del populismo pareciera corres-
ponder a una de esas manifestaciones. Digo anómala persistencia en
atención al hecho de que, paradójicamente, la categoría de populis-
mo ha permanecido presente pese a su permanente imposibilidad
de producir un cierre categorial mínimamente consensuado por la
comunidad científica. Es decir, pese a su imposibilidad para crista-
lizarse en lo que Rorty denominaría como una metáfora muerta.2
Consideradas desde un punto de vista epistemológico, las pa-
radojas que permanentemente acosan a la categoría de populismo

2
Cabe señalar que aun cuando gran parte de los conceptos que suelen utilizarse en
el campo de las ciencias sociales y de la ciencia política en particular se encuentran
sujetos a permanente debate y recreación, pocos son los que de manera igualmente
recurrente corren peligro de desaparecer.

VOX POPULI.indb 92 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 93

debieran haber sido causa de su exclusión de la gramática de las


ciencias sociales. Ya sea considerando las múltiples “falsaciones” de
las cuales ha sido objeto (Popper, 1983), ya sea advirtiendo en la
imposibilidad de “anticipar eventos” y su consecuente conversión
en una categoría “regresiva” (Lakatos, 1983), lo cierto es que el
populismo no presenta el suficiente poder explicativo que amerite
su permanencia como categoría de comprensión de los fenómenos
políticos. No obstante, este concepto reemerge constantemente en
Latinoamérica. ¿Cuáles son las causas de tal recurrencia?; ¿a qué se
debe que la actual ciencia política liberal que domina el campo de
la reflexión política en Latinoamérica insista en la definición de un
fenómeno político tan difícil de aprehender como lo es el populis-
mo?; ¿por qué, a fin de cuentas, el fantasma del populismo insiste
en reaparecer en el campo de las ciencias sociales? En definitiva: ¿por
qué continuar lidiando con el fantasma?
Luhmann planteaba que cuando se percibe un desacuerdo sus-
tancial entre distintas formas de nominar a un objeto, lo más pro-
ductivo es dejar de “observar” a ese objeto y comenzar a “observar al
observador”. Pues bien, tal es la recomendación que aplicaré en este
texto. Y para ello, asumiré una estrategia doble: 1) me sustraeré de
la discusión en torno a la existencia-inexistencia del populismo; y
2) me concentraré en la lógica interna de producción del fantasma
populista, en el contexto del así llamado “neopopulismo”.
El presente trabajo, entonces, tendrá por objetivo buscar al fan-
tasma ya no en las afueras, sino en el interior mismo de la práctica
de las ciencias sociales latinoamericanas. Para ello, seguiré los si-
guientes pasos: en la primera parte, me concentraré en los aspectos
que a mi juicio resultan centrales en la redefinición del populismo,
atendiendo tanto a lo que específicamente lo caracteriza como a las
condiciones históricas que lo hacen posible de acuerdo con la gra-
mática de las ciencias sociales.
En la segunda parte abordaré, a partir de la concentración en al-
gunos de los rasgos previamente definidos como propios del popu-
lismo, la problemática a mi juicio “indecidible” de la delimitación

VOX POPULI.indb 93 08/04/13 22:33


94 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

de su especificidad en relación con la dinámica y con los rasgos que


caracterizan a la política propia de los contextos democrático-libera-
les. Intentaré sostener que en la producción de la categoría neopopu-
lismo subyace una implícita configuración de un contínuum dentro
del cual sus rasgos se diluyen en la imposibilidad de una traducción
categorial de su significado.

Populismo: la invocación del fantasma

El dilema central de las conceptualizaciones acerca del populismo


reside en la búsqueda para lograr elaborar un concepto que, a me-
dio camino entre su “contexto de emergencia” y la “categoría pura”,
logre aprehender la especificidad de dicho fenómeno político. Para
quienes pugnaban a partir de la década de 1990 por reinstalar la ca-
tegoría, la solución a este dilema pasaba entonces por “reconfigurar”
su sentido, excluyendo de su definición aquellos atributos que no le
eran esenciales y definiendo con precisión la dimensión particular
en la que éste se expresaría. En palabras de Weyland (2004: 29):

Parece aconsejable abandonar las nociones de dominio múltiple —tanto


las acumulativas como los conceptos radiales— y redefinir al popu-
lismo como un concepto clásico ubicado en un único dominio. Esta
reconceptualización mejora la claridad al identificar el dominio cen-
tral del populismo mientras descarta atributos de otras esferas que no
son esenciales. Mientras que los conceptos acumulativos y radiales
requieren que la extensión de una noción sea delimitada en diferentes
dominios y de esta manera creen múltiples conflictos limítrofes, los
conceptos clásicos enfatizan un dominio y por lo tanto facilitan la
delimitación de la extensión del populismo. Más allá, los conceptos
clásicos calzan en un sistema jerárquico de conceptos mientras que la
relación entre los diferentes conceptos acumulativos o radiales —que
crean una amplia zona gris de instancias imperfectas o subtipos dis-
minuidos— es menos clara.

VOX POPULI.indb 94 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 95

La propuesta de Weyland, como vemos, buscaba fundamentarse


en la necesidad de evitar el uso de categorías que adicionen atributos
pertenecientes a distintos ámbitos o dimensiones de la vida social o
que, en la búsqueda de su precisión, pierdan toda relación con sus
contextos deinscripción contextual específicos.
Para resolver los dilemas planteados, Weyland opta por la tercera
modalidad de definición enumerada más arriba, y restringe el con-
cepto de populismo a su dimensión específicamente política, asu-
miéndolo como una modalidad respecto de la cual el contexto opera
meramente como entorno:

Una definición política del populismo es entonces preferible. Ésta con-


ceptualiza al populismo como la forma específica de competencia y de
ejercicio del poder político. A la vez, sitúa al populismo en la esfera
de la dominación y no de la distribución. Primero y principalmente,
el populismo da forma a patrones de reglamentación política, y no a
la distribución de beneficios o pérdidas socioeconómicas. Esta redefi-
nición política captura de mejor forma el objetivo básico de los líderes
populistas, principalmente el ganar y ejercer el poder mientras utilizan
políticas económicas y sociales como un instrumento para este pro-
pósito. Por lo tanto, esta reconceptualización está más acorde con el
oportunismo de los líderes populistas y la carencia de un compromiso
firme con políticas sustantivas, ideas o ideologías (Weyland, 2004: 30).

Hasta aquí, creo que la intención de Weyland representa grue-


samente los objetivos y la lógica nominativa presente en gran parte
de las definiciones relativas al “neopopulismo”. Así, tenemos que
las nuevas estrategias nominativas 1) buscan liberar la categoría de
constricciones contextuales; 2) especifican un campo o dominio en
el cual ésta se expresa, y 3) identifican dicho dominio como exclu-
sivamente político.
Sin embargo, hasta aquí sólo he mencionado la lógica mediante
la cual se accede a la categorización, mas no al contenido específico

VOX POPULI.indb 95 08/04/13 22:33


96 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

de la misma. Debemos preguntarnos entonces: ¿qué es en concre-


to el neopopulismo? Frente a esta pregunta, la respuesta que más
frecuentemente se ofrece en la variada oferta del mercado nomina-
tivo es la comprensión de éste como un estilo particular de acción
política. Esta definición opera a partir de la detección de una serie
de rasgos que, siendo propios de una política y un escenario que de
modo general se puede denominar como democrático, o bien se
exacerban o bien se aminoran. Antes de definir estos rasgos en su
especificidad, observemos algunas de las definiciones dadas a este
“estilo populista”. Comenzaré con la enumeración “sintomática” de
los atributos que, a juicio de Novaro y Palermo (1996: 20) permiten
ver a Menem como un líder que ambiguamente hacía uso del tradi-
cional repertorio peronista:3

Menem movilizó en su provecho, para fundamentar ante la sociedad su


audaz plan de reformas, y lograr el acompañamiento de sus votantes y su
partido, no pocos de los recursos típicamente peronistas: la confianza en
el líder como conductor de la refundación de la nación y de la unidad del
pueblo ayudó a sortear los problemas de credibilidad iniciales; las invoca-
ciones contra la clase política y la política tradicional, que tanto provecho
le habían proporcionado a Perón en su momento, justificaron el recluta-
miento de figuras de otras corrientes políticas, incluso artistas y empre-
sarios, la descalificación de sus adversarios y el disciplinamiento de sus
legisladores al curso reformista; el tradicional pragmatismo peronista le
permitió absorber el discurso del libre mercado y el alineamiento con los
Estados Unidos sin demasiados problemas. En suma, de no haber sido
peronista, difícilmente Menem hubiera logrado convencer a sus seguido-
res y aliados de apoyarlo en el camino emprendido durante estos años.

Observemos ahora estas definiciones:

Veo al populismo como un estilo de movilización política basado en

3
En las citas que siguen, las cursivas son mías.

VOX POPULI.indb 96 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 97

una poderosa retórica de apelación al pueblo y a la acción de las masas


al servicio de un líder. La retórica populista radicaliza el componente
emocional común a todos los discursos políticos. Es una retórica que
construye a la política como una lucha moral y ética entre la oligar-
quía y el pueblo. El discurso populista convierte a la política en una
lucha por valores morales, sin aceptar el compromiso o el diálogo con
el oponente. La política populista está basada en la acción de las ma-
sas. Las masas ocupan directamente el espacio público para demandar
participación política e integración. A su vez, esas masas son usadas
por el líder para intimidar al adversario. Los actos masivos llegan a
ser dramas políticos en los cuales el pueblo se siente a sí mismo un
verdadero participante en la escena política. Las políticas populistas
incluyen todas esas características. Es una alianza interclasista basada
en un liderazgo político carismático; un discurso maniqueo y moralista
que divide a la sociedad entre el pueblo y la oligarquía; redes cliente-
listas que garantizan el acceso a recursos públicos; y formas de parti-
cipación política en las cuales las demostraciones públicas y masivas,
la aclamación de los líderes y la ocupación de los espacios públicos
en el nombre de un líder son más importantes que los derechos ciu-
dadanos y el respeto a los procedimientos liberal-democráticos (De
la Torre, 2000: 4).4

En términos muy amplios, el populismo puede ser definido como un


estilo de hacer política sustentado en la movilización de masas y un lide-
razgo carismático. Surge como parte de los procesos de modernización
social y política limitados. Éstos se caracterizan por un sistema partida-
rio frágil, debilidad institucional y amplios segmentos de la población
no incorporados o excluidos de la política (Ibarra, 2004: 130).

Se trata de una forma de liderazgo muy personalizada que emerge de una


crisis institucional de la democracia y del Estado, de un agotamiento

4
La traducción es mía. Un mayor desarrollo de estas ideas se halla en De la Torre
(1992).

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98 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

de las identidades conectadas con determinados regímenes de partidos


y ciertos movimientos sociales, de un desencanto general frente a la po-
lítica, y del empobrecimiento generalizado tras la crisis de la década
perdida (Burbano de Lara, 1998: 13).

[Características del populismo] son la presencia de: 1) un patrón perso-


nalista y paternalista, aunque no necesariamente carismático, de liderazgo
político; 2) una coalición política policlasista, heterogénea concentrada en
los sectores subalternos de la sociedad; 3) un proceso de movilización po-
lítica de arriba hacia abajo, que pasa por alto las formas institucionaliza-
das de mediación o las subordina a vínculos más directos entre el líder y las
masas; 4) una ideología amorfa o ecléctica, caracterizada por un discurso
que exalta los sectores subalternos o es antielitista y/o antiestablishment;
5) un proyecto económico que utiliza métodos redistributivos o clientelistas
ampliamente difundidos con el fin de crear una base material para el
apoyo del sector popular (Roberts, 1999: 381).

[Los neopopulismos] se sustentan en liderazgos cuyo vínculo con el


electorado está mediado por un prestigio social obtenido al margen de
la política, una labor asistencialista desplegada a través de medios no
convencionales, una precariedad ideológica sustituida por la imagen pú-
blica del caudillo y el claro predominio de la dimensión simbólica de la
representación política (carisma) respecto a la dimensión institucional
(partido) (Mayorga, 1998: 119).

Me detendré aquí, pues ya contamos con algunas de las caracte-


rísticas más mencionadas a la hora de definir el neopopulismo. Con
algunas diferencias (que para efectos de este análisis no son signi-
ficativas), el neopopulismo es definido en función de dos aspectos
clave: en primer lugar, su emergencia como resultado de un trasfon-
do histórico de crisis de la democracia, de ausencia de mecanismos
efectivos de integración de sectores que se encuentran frágilmente
integrados a la dinámica política y de debilidad institucional; en
segundo lugar, con base en su encarnación en una serie de rasgos

VOX POPULI.indb 98 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 99

tales como la movilización de masas sin mediación institucional, la


presencia de expresiones ideológicas amorfas, puramente retóricas
o simples interpelaciones emocionales o simbólicas, un fuerte lide-
razgo tendencialmente carismático, una relación de carácter clien-
telista con bases sociales de apoyo policlasista o, derechamente, sin
relación directa con la estructura social, y una tendencia a la divi-
sión maniquea de la sociedad, usualmente bajo la distinción entre el
pueblo y la oligarquía.
¿Cuál es la naturaleza de estos rasgos?; ¿de qué manera diferenciar-
los respecto a aquellos que constituyen tanto a las democracias libe-
ral-representativas como a los regímenes autoritarios? A continuación
intentaré contestar estas interrogantes, dando cuenta del contenido
específico de cada uno de los rasgos que definen el estilo populista.

Vaguedad ideológica:
el inaprehensible pragmatismo populista

Paradójicamente —y en relación con los referentes ideológicos


que definen al populismo— es usual que se asuma como un rasgo de
éste su carencia de “contenidos ideológicos precisos y claramente
delimitados” (Lazarte, 1999; Mackinnon y Petrone, 1999). En pa-
labras de Aguilar (1994: 10):

Verdadero Jano bifronte, atrapado e indeciso entre el futuro y el pasa-


do, el populismo es políticamente todo agenda y nada implantación,
todo un mundo de buenas intenciones y una congénita incapacidad
para realizarlas, gran pasión social y poco cerebro político, económico
y administrativo.

El populismo, de esta manera, puede encarnarse en formas ideo-


lógicas diversas, pero siempre trastocando sus contenidos rígidos en
función de la primacía de un “pragmatismo” que le permite un alto
grado de “volatilidad ideológica”. Obsérvese la siguiente definición
ofrecida por Martuccelli y Svampa (1992: 63):

VOX POPULI.indb 99 08/04/13 22:33


100 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

Antes que cualquier cosa, el populismo es ese estilo de enfrentamiento


con el mundo y a la vez de evasión; una pose tanto como una práctica;
un discurso y, a la vez, un discurso que hace cosas con las palabras; una
manera de movilizar al pueblo y, a la vez, de inculcarle prudencia; una
vía de redistribución tanto como un esfuerzo de desarrollo, o el llama-
do a un sobresalto nacional; una forma de enunciación de la domina-
ción tanto como una mistificación ideológica; un ataque a la oligarquía
y una defensa de esa misma oligarquía.

Este carácter aporético del populismo es el que impide asumirlo


como una ideología o, dicho en otros términos, es el que sólo per-
mite denotar, como su rasgo preciso a nivel ideológico, su vaguedad.
En palabras de Kennet Minogue: “En contraste con las consoli-
dadas ideologías europeas, estas creencias tienen la apariencia de
paraguas abiertos de acuerdo con las exigencias del momento, pero
desechables sin pena al cambiar las circunstancias [...] no pueden
permitirse ser doctrinarios; el pragmatismo debe ser el único hilo de
su comportamiento” (citado en Laclau, 2005: 25).
Fruto de esa vaguedad, el populismo no puede ser pensado como
una forma ideológica. Es precisamente ese rasgo lo que permite ver-
lo como antesala ya sea de formas fascistas o socialdemócratas de
integración social (Álvarez Junco, 1994); es decir, como expresión
parasitaria de contenidos ideológicos que, más temprano que tarde,
terminan por devorarlo. Lo particular de esta vaguedad ideológica
es que no sólo es reconocida por los liderazgos populistas sino que,
al mismo tiempo, es celebrada y ensalzada como expresión de un
“sano antiintelectualismo” y “antirracionalismo” que vuelve a esos
liderazgos más cercanos a sus fuentes de apoyo social.
¿Cómo dar cuenta de este rasgo específico de los populismos?
Evidentemente, el populismo no puede ser aprehendido a partir de
la determinación analítica de sus contenidos ideológicos ni doctri-
narios. El camino adecuado es más bien el de una sintomatología
de las “fallas” de las democracias representativas, o bien el de una
psicología social o una fenomenología que logre captar su sentido

VOX POPULI.indb 100 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 101

en un más allá de contenidos, objetivos y proyectos que claramente


carecen de adecuación a un marco referencial que lo homologue,
por ejemplo, con las expresiones ideológicas liberales:

Dada la reconocida pobreza teórica de los populismos, el más obvio


de los errores estratégicos es intentar estudiarlos como una ideología
o una corriente de pensamiento, al estilo del liberalismo, por ejemplo,
que puede explicarse a partir de la obra de grandes autores como Loc-
ke o Montesquieu [...] [los populismos] son fenómenos más prima-
rios, del estilo de las religiones o los lazos de parentesco, y por tanto
deben tratarse desde enfoques antropológicos o psicológicos más que
intelectuales (Álvarez Junco, 1994: 12).5

¿Qué hay de específico entonces en el populismo si no existe


ideología? La respuesta es clara. Lo que hay es “pura retórica”:
“En lo fundamental, lo que caracteriza al populismo es el exceso.
El exceso de palabras y el exceso de gasto [...] es una experien-
cia constituida enteramente en el espacio de un quehacer político
fundado en la retórica [...]” (Cousiño, 2001: 194). No es necesa-
rio detenerme, pues queda clara la comprensión del componente
retórico como un efectivo suplemento con el que los populismos
hacen frente a su constitutiva carencia ideológica.

El liderazgo: o la irrupción de falsos profetas

¿Por qué el populismo triunfa en determinadas situaciones?; ¿qué


ventajas tiene sobre las formas democrático-representativas de acción
política? De la Torre (1999: 326), haciendo referencia a las cualidades
que el liderazgo populista de Velasco Alvarado manifestó para insta-
5
Este último aspecto es el que explica, en gran parte, la creciente presencia en la
Ciencia Política y la Sociología de la visión “etnográfica” hacia fenómenos que,
claro está, no contienen la “claridad” que se halla en expresiones políticas dotadas
de contenido ideológico. Ejemplos prístinos de esta forma de aproximación al
populismo se pueden hallar en De la Torre (2000, 1999, 1996, 1992); Álvarez Junco
(1990), y Auyero (1998).

VOX POPULI.indb 101 08/04/13 22:33


102 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

larse centralmente en el espacio político ecuatoriano, señala que su


discurso “no sólo articuló las demandas, aspiraciones y críticas exis-
tentes; también les dio una nueva forma que fue percibida como vá-
lida y creíble para amplios sectores de la población”. Nos adentramos
entonces al segundo rasgo característico de los populismos: la centra-
lidad del liderazgo en la constitución de su identidad política.
Si el populismo, como ya vimos, no contiene rasgos ideológicos
que lo definan, hay que buscar la fuente de la cohesión que gene-
ra su unidad analítica en las cualidades que su líder manifiesta para
construir identidades. Sin embargo, ¿cuál es la especificidad de tal
liderazgo? A diferencia de los liderazgos contenidos en toda identidad
política, el liderazgo populista se constituye como un eje central sin
el cual difícilmente puede sobrevivir el estilo populista. Ejemplos de
ello sobran: Alberto Fujimori, en Perú; Abdalá Bucaram, en Ecuador;
Carlos Menem, en Argentina, junto a los liderazgos más recientes de
Evo Morales y Hugo Chávez en Bolivia y Venezuela, respectivamente.
Ahora bien, la consideración de este rasgo suele vincularse a un
síntoma de niveles considerables de déficit en la configuración de
los sistemas políticos de la región. Y ello, por cuanto la concen-
tración de una identidad política en una instancia personalista de
representación deviene en la activación de problemas tales como la
discrecionalidad del poder político una vez que el líder alcanza el
poder ejecutivo, la consecuente imprevisibilidad de las decisiones
y la erosión de la solidez de las instituciones político-democráticas.
Lo expuesto coincide meridianamente con la definición que
Guillermo O’Donnell (1997) ha desarrollado acerca de las así lla-
madas democracias delegativas. Considerando que dicha categoría
ofrece una perspectiva analítica que ofrece “algo más” que la mera
enunciación del rasgo en cuestión, plantearé una breve aproxima-
ción a su implicancia para la comprensión de lo que puede ser en-
tendido como la especificidad del liderazgo populista.6

6 Cabe una aclaración: el concepto que ofrece O’Donnell no es directamente


homologable con el populismo. El autor se cuida de explicitar la diferencia que
existiría entre ambos fenómenos políticos. Frente a esto, cabe preguntarse: ¿por

VOX POPULI.indb 102 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 103

Para O’Donnell, las transiciones democráticas inauguradas en


Latinoamérica desde mediados de la década de 1980, pronto se en-
frentaron a una serie de problemas ligados fundamentalmente con la
incapacidad de los Estados para generar reformas tendientes al desa-
rrollo de la ciudadanía y de las igualdades económica y social. Lo que
este problema evidencia es la necesidad de impulsar una “segunda
etapa de reformas democráticas” que ponga freno a la sedimentación
de formas “delegativas” que se manifestarían como síntoma del desa-
rrollo problemático de los regímenes políticos de Latinoamérica.
¿En qué consiste entonces el concepto de democracia delegativa?
Sintéticamente, una democracia delegativa se caracterizaría por la
presencia de un fuerte liderazgo situado en el poder ejecutivo; la
inexistencia de una dinámica de pesos y contrapesos institucionales
y formales que limiten la discrecionalidad presidencial; la atomiza-
ción del cuerpo político contrastada con una movilización funcio-
nal en tiempos de elecciones; una concepción predominantemente
tecnocrática de la política y, por último, una compleja relación de
armonía en la superficie con formas democráticas de expresión tan-
to de la opinión pública como de las instituciones políticas.
Esta expresión “anómala” —mas no contrapuesta con los princi-
pios básicos de un régimen político democrático poliárquico— devie-
ne en la generación de una serie de problemas para la consolidación
de regímenes democráticos capaces de producir condiciones institu-
cionales que aporten al cumplimiento de la agenda democrática en
Latinoamérica. Sin embargo, ¿qué criterio es el que permite determi-
nar analíticamente la especificidad de este fenómeno político?; ¿cuál
sería el contenido demarcatorio posible de establecer para distinguir
la democracia liberal-representativa de la democracia delegativa? El

qué explicar el liderazgo populista a partir de esta categoría? La respuesta a esta


cuestión es doble: 1) porque, en general, la atribución al populismo del rasgo
“liderazgo personalista” no suele ir acompañada de su enmarque en un esquema
analítico como el ofrecido por O’Donnell, y 2) porque el concepto de democracia
delegativa se sostiene en una gramática neoinstitucionalista a partir de la cual
—implícita más que explícitamente— se ha constituido gran parte de la ciencia
política latinoamericana actual.

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104 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

que las democracias delegativas se caractericen por el desempeño dis-


crecional del poder ejecutivo en relación con los electores o ciudada-
nos no constituye un aspecto específico de la democracia delegativa,
porque todo régimen democrático representativo se funda en el prin-
cipio de prohibición del mandato imperativo con que Norberto Bobbio
(1992) caracteriza a este tipo de democracias en oposición a las “de-
mocracias directas”. Ya sea concentrando el poder en la discreciona-
lidad del Ejecutivo, ya sea en mecanismos parlamentarios o aparatos
institucionales altamente formalizados, la democracia representativa
opera bajo el principio básico de separación entre gobernantes y go-
bernados, consecuentemente al cual opera el axioma de distinción
entre intereses generales e intereses particulares.
Visto así, el fenómeno político de las democracias delegativas no
se relaciona con un supuesto origen espurio del poder ejecutivo ni
menos con la ilegitimidad formal en el ejercicio del poder político.
Más bien, su especificidad se encontrará en la ausencia de mecanis-
mos de accountability horizontal que sí existirían en el caso de las
democracias liberales representativas, tal como el mismo O’Donnell
advierte. Dicho en otros términos: el problema que O’Donnell per-
cibe en la democracia delegativa no se vincula con los mecanismos
de accountability vertical —los que deberíamos entender como ho-
mologables a los de una democracia liberal-representativa—, sino
más bien con la inexistencia o inoperancia de un diseño institucio-
nal que permita la ya mencionada dinámica de los pesos y contra-
pesos existente ahí donde la “rendición de cuentas” se encuentra
institucionalizada.
¿Cuándo no se cumplen entonces los mecanismos de accountability
horizontal? Sumariamente, cuando una vez que se impone la discre-
cionalidad en el ejercicio del poder presidencial, la que se expresa
tanto en sus tendencias decretistas como en su incomodidad con
los mecanismos institucionales de control, supervisión y rendición
de cuentas. De aquí a lo enunciado anteriormente acerca de la es-
pecificidad del liderazgo populista hay un solo paso, que el lector
fácilmente podrá dar por sí mismo.

VOX POPULI.indb 104 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 105

En definitiva, la democracia delegativa constituye una expresión


anómala de regímenes democráticos que aún adolecen de una serie
de mecanismos institucionales que permiten un perfeccionamiento
que asegura su durabilidad e inmunidad frente a la “amenaza au-
toritaria” y la “erosión ciudadana”. En este sentido, la inflación de
liderazgos discrecionales y poco adeptos al “control institucional”
constituye, como he señalado, el aspecto central en la definición que
O’Donnell ofrece de este fenómeno.
Ejemplos prototípicos de democracias delegativas, a juicio de
O’Donnell, lo constituyeron aquellos liderazgos encabezados por
Menem, en Argentina; Fujimori en Perú y Collor de Melo en Bra-
sil.7 Todos ellos, por lo general, coinciden en ser nominados como
representantes igualmente prototípicos del “neopopulismo”. Pues
bien: he aquí un argumento consistente respecto de la especifici-
dad de esta forma de liderazgo: 1) a diferencia de los regímenes
autoritarios, se sostiene sobre la base de la legitimación electoral de-
mocrática (accountability vertical); 2) a diferencia de los regímenes
liberal-representativos, se sostiene en un ejercicio discrecional del
poder que no ofrece adecuación a los mecanismos institucionales
formales de control institucional (accountability horizontal).
¿En qué se sostiene este liderazgo?; ¿cómo comprender su poten-
cial acreditación democrática? Obsérvese la reflexión acerca de las
diferencias entre el liderazgo (no populista) del radicalismo argen-
tino y el liderazgo (populista) propio de la tradición peronista que
Novaro y Palermo (1996: 132) ofrecen:

En parte la dificultad radical provenía de su concepción de la represen-


tación política como un pacto entre gobernantes y gobernados. Con los
peronistas es muy diferente. Arquetípicamente, los peronistas gober-
nando no han firmado ningún pacto con el pueblo porque ellos —en
su concepción— son el pueblo. Ser el pueblo no supone ningún pacto:

7
Desde una perspectiva distinta, Arenas (2005) atribuye estos rasgos al liderazgo
de Hugo Chávez, adicionando un nuevo componente que haría aún más severa la
amenaza para la consolidación de las democracias representativas: el militarismo.

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106 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

puede implicar, a lo sumo, una delegación de la masa al líder, que es más


bien lo opuesto: en este caso la figura del líder tiende a encarnar el interés
general y la voluntad de la nación, sin sentirse obligada a consultar las
opiniones particulares o cuidar las formas para tomar decisiones.

Quedan claras entonces las condiciones que hacen posible al líder


populista: en primer lugar, él simplifica la escena política al pre-
sentarse como la expresión misma del pueblo; en segundo, y como
consecuencia de ello, logra potencialmente una identificación mu-
cho más fluida con sus seguidores; en tercero, supone la legitimidad
de una acción discrecional que en el corto o en el mediano plazo
—nunca en el largo plazo— permite una mayor eficiencia en el
ejercicio del poder político.8
En síntesis, por una forma u otra, mediando azarosos mecanis-
mos de legitimación frente a sus seguidores, el liderazgo populista
contiene una misteriosa capacidad para confundirse con el pueblo,
para “ser el pueblo en el poder”, para monopolizar el ejercicio del
poder político, tal como lo expresa Álvarez Junco (1994: 22):

Hay, pues, con el líder populista un cambio radical de actitud frente al


dirigente político clásico. Éste se consideraba élite, es decir, superior de

8
Refiriéndose al destino histórico del peronismo bajo el liderazgo de Menem, Novaro
(1998: 43) explicita claramente la ambigua relación entre liderazgo y democracia so-
bre la que el populismo se sostiene: “El populismo peronista [...] ha renunciado a su
pretensión de ofrecer una alternativa a las formas democrático-liberales de organiza-
ción política. Pero es evidente [...] que sigue pendiente una resolución de la tradicional
indiferencia peronista respecto de los frenos y contrapesos institucionales, el equili-
brio de poderes, y la transparencia y responsabilidad que deben animar a las autori-
dades en una democracia. Para los peronistas, aun para los que se han modernizado
y han incorporado los principios liberales, dicho simplificadamente, las instituciones
no son un marco que limita la acción de los gobernantes, sino un instrumento en sus
manos. Y cuando no son útiles como instrumentos, son consideradas formalidades
jurídicas huecas. Siendo así, cabe decir que, aun democratizado, el peronismo en el
gobierno mantiene una deuda pendiente con la legitimidad democrática. Deuda que
se evidencia, entre otros aspectos, en la tendencia a violentar la división de poderes,
en los intentos de manipular la administración de justicia y subordinar al parlamento,
y en un uso extraconstitucional de los poderes presidenciales” (Novaro, 1998: 43).
(Las cursivas son mías).

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Carlos Durán Migliardi w 107

alguna manera a sus seguidores, y no lo ocultaba. Desde los gobernantes


oligárquicos tradicionales del siglo pasado hasta la extrema derecha racis-
ta del actual, incluyendo, desde luego, a los pastores de la grey, inspira-
dos por un llamamiento sobrenatural, o a las vanguardias revolucionarias
que han creído poseer superior consciencia histórica, todos han aspirado
a enseñar, a orientar, a dirigir, en definitiva. El caudillo populista, en
cambio, aparenta no exhibir más credenciales que las de la vulgaridad: él
es solamente un hombre de la calle (Álvarez Junco, 1994: 22).

Hemos encontrado entonces nuevas preguntas: ¿cuáles son las


condiciones para que lo antes expuesto adquiera algún grado de
verosimilitud?; ¿cómo es posible, concretamente, estrechar la bre-
cha entre la voluntad del líder populista y las opciones políticas de
los ciudadanos? Para responder, será necesario avanzar un poco. Me
referiré entonces al vínculo entre populismo, masas y clientelismo
presente en las definiciones acerca de este fenómeno.

Erosión de la ciudadanía y activación de las masas

Definitivamente, la irrupción de fenómenos políticos de tipo popu-


lista no es homologable a la expresión de formas ciudadanas de parti-
cipación política. ¿Cómo explicar entonces el vínculo entre liderazgos
populistas y niveles de movilización en expansión sin pensarlo como
un indicador de fortalecimiento democrático? Sobre esto hay que
señalar que las condiciones de emergencia del neopopulismo suelen
identificarse con un contexto en el cual los regímenes democráticos
no han logrado consolidar mecanismos eficientes de integración so-
cial y simbólica. Pues bien, la aparente densidad en la participación
social generada por procesos políticos de tipo populista ha de ser leída
más bien como síntoma de una ciudadanía agónica que como expre-
sión del fortalecimiento de un “público racional y deliberante”:9
9
La alusión a Habermas es deliberada. Será de utilidad expresar aquí la tensión
entre la comprensión kantiana y roussoniana del espacio público que, a mi juicio,
bien puede ser leída en analogía con el subtexto liberal que acosa a la crítica al

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108 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

La situación de emergencia de lo popular no tiene un correlato organi-


zativo sino una debilidad en la integración de sus órdenes intermedios,
un débil sentimiento de pertenencia al grupo, una situación de cada
quien para sí mismo y de todos contra todos (Zermeño, 1999: 370).

Más que expresiones ciudadanas, el populismo activa a indi-


viduos atomizados, sin intereses ni identidades consistentes que,
inexorablemente, sólo pueden expresarse en forma de masas agrupa-
das por un liderazgo coyuntural. Más que movilizar ciudadanos, el
populismo aparece muchas veces como la única forma de movilizar
a una sociedad sin grupos intermedios: “La aparición de movimien-
tos informales parece estar directamente relacionada con una falla
de los partidos o del sistema de partidos en tanto estructuras de
mediación” (Lazarte, 1999: 410).
Una ilustración prototípica de esta situación se suele encontrar en
el caso de Alberto Fujimori, cuyo liderazgo se atribuye a un contexto
en el que la consolidación superficial del régimen político democrá-
tico no dejaba ver un proceso más profundo de erosión de la cultura
política y de decepción con los resultados producidos por ella. Frente
a esto, la ausencia de una ciudadanía activa y potencialmente partíci-
pe de espacios institucionales de expresión democrática generaba una

vínculo entre populismo y masas. Veamos lo que plantea Habermas (1982: 140):
“[Para Kant] la legislación misma cede a la voluntad popular procedente de la razón;
porque las leyes tienen su origen empírico en la coincidencia del público racional [...]
Una ley pública que determina para todos lo que debe y lo que no debe estar en
justicia permitido, es el acto de una voluntad pública, de la que emana todo derecho
y que con nadie debe poder proceder injustamente. Mas no es posible otra voluntad
que la del pueblo en su conjunto [...] En eso se está siguiendo la argumentación
roussoniana con una decisiva excepción: que el principio de soberanía popular sólo
bajo el presupuesto de un uso público de la razón puede ser realizado: tiene que
haber en cada materia común un espíritu de libertad, pues, en lo que concierne a
la obligación general de los hombres, a todos se exige que estén racionalmente
convencidos de que esta coacción es conforme a justicia para que no caigan en con-
tradicción consigo mismos”. (Las cursivas son referencias textuales a Kant realizadas
por el propio Habermas). Pues bien, y tal como se expresa aquí, la oposición entre un
“público raciocinante” y una “masa irracional” evidentemente no es un “invento”
de la literatura acerca del populismo. Por el contrario, forma parte del repertorio
mismo de una filosofía política liberal que subrepticiamente se actualiza aquí.

VOX POPULI.indb 108 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 109

ecuación cuyo dramático resultado no podía ser otro que la paradóji-


ca confianza en el contenido democrático del autogolpe realizado por
el mismo Fujimori. En palabras de Balbi (1992: 52):

Lo sucedido el 5 de abril expresa vastos y profundos procesos que venían


incubándose en la conciencia popular acerca del régimen democrático
representativo, todos los cuales estaban concurriendo a la erosión de
la cultura democrática que se gestaba en el país. Sin embargo [...] la
masiva adhesión popular al golpe de Fujimori, con el alto contenido
autoritario que porta, resultaría —paradójicamente— de la expectativa
de reconstruir una institucionalidad democrática que funcione.

¿Qué aspectos erosionan esta desilusión con las democracias li-


beral-representativas? Curiosamente, y pese a la consabida edifica-
ción del concepto de populismo dentro de marcos estrictamente
políticos, la situación de inseguridad y precariedad con que suele
caracterizarse a las economías de la región parece ser un aspecto cen-
tral al momento de hurgar en los contextos al interior de los cuales
se vuelve verosímil la sedimentación de situaciones populistas, tal
como lo plantea Hermes (2001: 33):

Francamente hay que admitir con mucha pena que la expansión del
populismo de los modernos en Latinoamérica se comprende a la luz de
esta falta de seguridad elemental en el desarrollo de la vida cotidiana.10

Obsérvese cómo también Vilas (1995: 32), aun cuando no iden-


tifica los “nuevos liderazgos” con situaciones de tipo populista, sin-
tomatiza de forma análoga sus condiciones de emergencia:

Los nuevos liderazgos de la política de algunos países de Latinoamérica ex-


presan la necesidad de reformular la integración política de las masas en el

10
Para profundizar en este tema se recomienda ver también a De la Torre (1992).
Para una crítica del vínculo entre causas económicas y efectos populistas, consultar
a Novaro (1994).

VOX POPULI.indb 109 08/04/13 22:33


110 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

contexto de una abierta tensión entre la democratización de los regímenes


políticos y el carácter marginador de las estrategias económicas adoptadas
por esos regímenes. Con esta tensión entre factores socioeconómicos y fac-
tores político institucionales como telón de fondo, los datos particulares a
la impronta política y cultural de cada país dan cuenta de la efectiva apari-
ción de estos liderazgos, o de su ausencia (Vilas, 1995: 32).

La vinculación entre populismo y masas manifiesta, por lo tanto,


condiciones de emergencia en situaciones de déficit tanto de los
sistemas políticos como de las economías de la región. El liderazgo
populista, entonces, y más allá de los atributos específicos mencio-
nados en el apartado anterior, requiere un contexto que lo vuelva
posible: la generación, tal como en el caso del populismo clásico, de
una situación de disponibilidad de masas a la espera de un liderazgo
que ofrezca cobertura tanto para la carencia de representatividad
como para los déficit en seguridad ontológica y económica.
Por último, ¿qué son las masas? Esta interrogante es material dis-
ponible para la imaginación y la intuición. En concordancia con esto,
sólo es posible decir que una situación de masas puede oponerse a una
situación ciudadana: irracionalidad antes que racionalidad, vínculos
afectivos antes que interés; ritualismo de la exposición masiva antes que
ratificación electoral (Mackinnon y Petrone, 1999); informalidad antes
que institucionalidad. En síntesis, una situación de masas constituye
un momento en el que la indeterminación propia de toda democracia
es asumida, antes que por medio de la institucionalización de reglas de
competencia, a través de la puesta en escena de las masas en momentos
que se asumen como ritualizaciones, como momentos míticos de ac-
tualización de una plenitud ausente (Martuccelli y Svampa, 1999). Es
por ello que el neopopulismo ha de ser concebido precisamente como
indisociable respecto de la presencia de las masas en el espacio público:

En relación con la movilización, no hay duda de que el término popu-


lismo evoca presencia de masas en la calle, ocupación de espacios pú-
blicos de manera multitudinaria, desbordamiento de los cauces legales

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Carlos Durán Migliardi w 111

o las prácticas políticas habituales, consideradas por los promotores del


movimiento como ineficaces o manipuladas; el más gráfico ejemplo de
lo que queremos decir sería la famosa consigna del gaitanismo: “Pue-
blo, a la carga” (Álvarez Junco, 1994: 24).11

Maniqueísmo y antiinstitucionalismo:
la centralidad del antagonismo

En un conocido estudio referido al significado político e históri-


co del gobierno del argentino Carlos Menem, Novaro y Palermo
(1996) sostienen la idea de que en la relación entre su gobierno y la
tradición peronista se imbrican continuidad y cambio. El estilo po-
pulista se mezclaba, así, con nuevas formas de acción política entre
las que, de manera central, es posible detectar la superación del an-
tagonismo bajo el cual se fundaba la tradición populista-peronista.
En sus palabras (Novaro y Palermo, 1996: 16): “Las tradicionales
oposiciones que habían configurado las relaciones políticas argen-
tinas durante décadas [...] aparentemente ya no operaban, o no lo
hacían con la misma fuerza y sentido que antaño”. Concretamente,
lo nuevo del menemismo en relación con la tradición peronista es la
producción de una capacidad de gobierno que no había sido logra-
da por décadas de peronismo en Argentina:

Un peronismo históricamente irreconciliable con el Estado y la so-


ciedad, a la vez mimetizado con ellos, y desde al menos tres lustros

11
Quizá el único rasgo en el cual el vínculo entre las masas y el liderazgo populista
manifiesta un grado consistente de racionalidad es el de la generación de relaciones
clientelares a partir de las cuales, en función de una relación de “intercambio de vo-
tos por favores” (De la Torre, 2004, 1992), el liderazgo populista construye lealtades
duraderas entre las masas de seguidores. En referencia al caso argentino, Levitsky
(2004) plantea la hipótesis de que el clientelismo emerge con fuerza a partir de 1990
en respuesta a la descomposición de la matriz sindical que ofrecía una activación no
clientelística de las lealtades políticas del populismo clásico. Cousiño (2001: 194),
por su parte, identifica el clientelismo como un vínculo necesario para la mantención
de la lealtad populista que necesariamente genera una “expansión del gasto públi-
co” y una fuerte “tendencia a la corrupción política”.

VOX POPULI.indb 111 08/04/13 22:33


112 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

estructuralmente colapsado como movimiento popular, que inicia un


ambicioso y a la vez desesperado proceso de reformas, afectando no
sólo al Estado y la economía, sino a sí mismo y al sistema de partidos
(Novaro y Palermo, 1996: 33).

Fundamentalmente, el cambio que genera Menem es la supera-


ción del antagonismo constitutivo de la política argentina estableci-
do por el populismo, presentando la opción justicialista como una
opción no sólo legítima sino además compatible con los principios
democráticos y con la doctrina liberal representativa:

Menem, bajo el impacto del terror hiperinflacionario, podrá completar


la desactivación de la alteridad populista, al redefinir la propia identi-
dad en una clave no antagónica con los sectores neoliberales, los inte-
reses de los empresarios y de los operadores financieros locales e inter-
nacionales, y traducir a la competencia electoral las oposiciones entre
peronistas y no peronistas (Palermo y Novaro, 1996: 382).

De acuerdo con Palermo y Novaro, lo que permite establecer una


relación de cambio entre el populismo peronista y el menemismo se
encontró precisamente en la alteración de la constitución conflictiva
del primero, la cual se traducía en una estructural incapacidad para
asumir la conducción del Estado y para poner freno a la primacía
del antagonismo como momento central de la producción de sen-
tido. Novaro (1998: 32) expresa claramente esta situación, dando
cuenta de los desafíos que enfrentó Menem al competir por la Pre-
sidencia de la República, en 1988:

El primer problema a resolver, por lo tanto, era el fuerte antagonismo


político-social que se había instalado en la raíz misma de la vida políti-
ca, y se expresaba en grandes dificultades de los partidos, en especial del
peronista, y del propio Estado, para integrar demandas particulares en
un interés general. El segundo, la concomitante muy escasa capacidad
para institucionalizar los conflictos, que derivaba en una permanente

VOX POPULI.indb 112 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 113

inestabilidad, la tendencia a excluir a algunas de las partes, y el recurso


a la violencia.

Analicemos este argumento: constitutivos del populismo se-


rían rasgos como la exacerbación del antagonismo político-social,
la incapacidad para producir un interés general, la incapacidad de
institucionalización de los conflictos, la tendencia permanente a la
exclusión y la permanente tentación a usar el recurso de la violencia.
He llegado al punto clave que deseo tratar. En las definiciones de
populismo, suele aparecer una identificación con formas que se en-
cuentran en la frontera misma de lo que es posible políticamente. Y es
que la construcción de identidades fundadas en la oposición radical
respecto a otro antagónico (De la Torre, 1992; Mackinnon y Petrone,
1998), en primer lugar, y en la relación conflictiva con el entorno po-
lítico-institucional (Burbano de Lara, 1998); por otro lado, generan
en el populismo un efecto dual y contradictorio: mientras por una
parte es esta operación de constitución identitaria la que permite su
éxito, al mismo tiempo es esta misma operación la que establece sus
propios límites y lo condena, indefectiblemente, al fracaso.
Si en una democracia liberal-representativa los conflictos políti-
cos y sociales son aceptados como condición primaria de la política,
y procesados a través de mecanismos institucionales, en el populis-
mo opera una reconstitución mítica de una unidad que, al no exis-
tir, sólo puede expresarse por medios maniqueos; si en la primera
el momento primordial de la acción política es de la negociación
parlamentaria, en el segundo la política se expresa paradigmática-
mente en la “presentación masiva” de una unidad —el Pueblo—
que antagoniza con sus oponentes en un escenario que subvierte las
fronteras institucionales:

Parece aceptable la inclusión, como uno de los elementos centrales del po-
pulismo, de una retórica específica, de fuerte coloración emotiva y reden-
torista, que gira obsesivamente alrededor de un enfrentamiento emotivo
y redentorista, de un enfrentamiento de tipo maniqueo entre un pueblo

VOX POPULI.indb 113 08/04/13 22:33


114 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

idealizado como depositario de las virtudes sociales, potencial generador de


relaciones justas y armónicas, y unos elementos antipopulares, origen y pa-
radigma de todos los males sociales, en general oligarquías o élites carentes
de legitimidad tradicional (Álvarez Junco, 1994: 21).

En definitiva: la ambigüedad ideológica, la centralidad del lide-


razgo, la apelación a las masas y el carácter antagónico y antiinstitu-
cionalista del populismo constituyen algunos de los rasgos centrales
al momento de determinar su especificidad. Junto a ello, subyace el
contexto de crisis o de imperfección de una democracia liberal-re-
presentativa que opera como activador al mismo tiempo que como
límite del propio populismo. Y es que, sin democracia liberal-repre-
sentativa no hay populismo, de la misma forma que (se argumenta),
sin instituciones democráticas sólidas y duraderas las condiciones
para su emergencia disminuyen severamente.
Tomaré brevemente el ejemplo de los debates en torno al neopo-
pulismo boliviano. Mayorga (1998), haciendo referencia a los lide-
razgos neopopulistas de dicho país,12 sostiene la idea de que éstos
no tenían mucho en común con el carácter refundacional del po-
pulismo clásico en la medida en que fueron capaces de articularse
eficientemente con los actores políticos y el escenario institucional
de la democracia boliviana, hasta llegar al punto de constituir un
sector funcional a su reproducción. Y es que, a fin de cuentas, el
neopopulismo cumple con incentivar la integración electoral de
sectores marginales y de nuevas identidades y discursividades que
se sienten excluidas del proceso político democrático, engrosando

12
Concretamente, Mayorga (1998) define a este tipo de liderazgos como condicio-
nados por la generación previa de un prestigio al margen de la política, un fuerte
carácter asistencialista, una tendencia autoritaria y la interpelación afectiva a un
“fragmentado pueblo” carente de la energía histórica encarnada en los populismos
clásicos. Una opinión distinta relativa a la irrupción reciente del populismo en Bolivia
y su carácter “desestabilizador” de la democracia se encuentra en Laserna (2003).
Esta vinculación, sin embargo, parece no presentarse en liderazgos neopopulistas
como los de Carlos Menem en Argentina y Carlos Salinas en México, líderes que
sólo fueron posibles de emerger gracias a su sólida adscripción a fuertes maquinarias
partidarias tales como las del justicialismo y el priísmo, respectivamente.

VOX POPULI.indb 114 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 115

de este modo la participación democrática y sirviendo de barrera de


contención para la expresión de proyectos antidemocráticos y sub-
versivos que pudieran poner en peligro la precaria estabilidad de la
democracia boliviana.13
Como vemos en este ejemplo, el populismo se encuentra en gran
medida condicionado a una crisis de los mecanismos de integración
de las democracias liberal-representativas, pero al mismo tiempo
cumple con convivir, en sus márgenes, en una relación de ambigüe-
dad en la cual la mayoría de las definiciones coinciden. Obsérvese la
siguiente afirmación de De la Torre (1994: 58):

La presencia política de sectores excluidos que se da con el populismo


tiene efectos ambiguos y contradictorios para las democracias de la re-
gión. Por un lado, al incorporarlas [...] el populismo es democratizante.
Pero a la vez esta incorporación y activación popular se da a través de
movimientos heterónomos que se identifican acríticamente con líderes
carismáticos que en muchos casos son autoritarios. Además, el discurso
populista, con características maniqueas, que divide a la sociedad en
dos campos antagónicos no permite el reconocimiento del otro, pues
la oligarquía encarna el mal y hay que acabar con ella.

Hermes (2001: 27) sostiene algo similar a lo que he venido


planteando al reconocer en el populismo una interpelación al ré-
gimen político democrático que, sin embargo, no cuestiona sus
fundamentos:

(El populismo actual) responde seguramente a una frustración cuyos


motores desconocen también la complejidad de la conducta de las po-

13
En relación al rol de contención que los populismos ofrecen, Palacios (2001) afir-
ma que la recurrencia del fenómeno populista en Venezuela (encarnado en Carlos
Andrés Pérez, primero, y en Hugo Chávez, después) explica en gran medida las dife-
rencias entre los procesos políticos venezolano y colombiano, en donde la temprana
exclusión de toda posibilidad de liderazgo populista (con posterioridad a Eliécer Gai-
tán) generó las condiciones para la emergencia de alternativas políticas radicalmente
opuestas, en el fondo y en la forma al régimen liberal democrático.

VOX POPULI.indb 115 08/04/13 22:33


116 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

líticas públicas de largo plazo. Pero, hoy en día, no impugna frontal-


mente la legitimidad de la democracia representativa y, sobre todo, ya
no se fundamenta en una dicotomía que opone a los pobres y a los
ricos, o a los grandes y a los pequeños.

Concluyendo: pese al énfasis en la distancia existente entre los


modelos liberal-democráticos y los populismos,14 estas concepcio-
nes reconocen el carácter democrático de los fenómenos populistas,
en la medida en que sólo es dentro de sus marcos, y no más allá de
sus límites, que dichos fenómenos se expresan.
Tales son algunos de los componentes del así llamado estilo
populista. Como puede verse expuesto, este ejercicio nominativo
adquiere mayor capacidad de inscripción en la medida en que, para-
dójicamente, restringe su densidad conceptual y su capacidad expli-
cativa. Y es que, en definitiva, la alusión a rasgos constitutivos de un
estilo político no permite: 1) establecer claras diferencias entre el es-
tilo populista y el estilo político propio de todo ámbito de competen-
cia democrático, 2) fundar una definición categórica del concepto,
3) definir la forma en que los rasgos se articulan (y el peso relativo
de cada uno de ellos) para constituir el concepto, y 4) dar cuenta
precisa de la relevancia de los contextos en los que este fenómeno
se inscribe. Obsérvese la reflexión de Prud’Homme acerca del costo
que tuvo que pagar la reemergencia del concepto de populismo:

Pareciera que, si se quiere mantener el uso del término populismo, hay


que limitarlo al campo de la política y aceptar que tiene una capacidad
de explicación modesta, y que sirve para poner en evidencia aspectos de
fenómenos relacionados de mayor amplitud como la modernización,
el desarrollo y eventualmente la democracia. Esto implica, desgracia-
damente quizás, un regreso a nociones blandas como las de estilo o de
estados de ánimo para explicar el fenómeno.

14
Junto con los análisis ya expuestos, criterios que acentúan la oposición entre
democracia liberalrepresentativa y populismo pueden verse claramente expresados
en Arenas (2005), y Álvarez Junco (1994).

VOX POPULI.indb 116 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 117

¿Qué hacer entonces?; ¿cómo evitar la modestia de estas defi-


niciones? Weyland (2004: 31), al criticar la centralidad del estilo
como herramienta para aprehender el fenómeno populista, plantea
que en este tipo de definiciones “se arroja una red conceptual que
es demasiado amplia y que no permite una clara delimitación de
los casos”. En consecuencia, plantea el reemplazo de las conceptua-
lizaciones que asumen al populismo como un estilo por una con-
ceptualización que lo defina como una “estrategia política”. ¿Qué
diferencias son posibles de encontrar entre una y otra definición?
De la misma manera que en las definiciones ya aludidas, la con-
cepción del populismo en tanto estrategia política supone la cen-
tralidad de un liderazgo fuerte, personalizado y con una fuerte vin-
culación con su base social de apoyo. Junto con ello, la estrategia
populista también se fundamentaría en la apelación a una situación
conflictiva en la cual el liderazgo populista se sitúa en el lado del anti
statu quo y la oposición a las elites: “Al juntar la retórica antiélite y
desafiar al statu quo, el populismo descansa en la distinción entre
amigo contra enemigo que es constitutiva de la política [...] Históri-
camente, surge como una promesa del líder para proteger a la gente
de un enemigo pernicioso” (Weyland, 2004: 31).
¿Cuáles son las diferencias entonces con la noción de estilo?
Creo posible sostener que si bien es cierto que los rasgos posibles
de detectar en la noción de estrategia populista resultan claramente
análogos a los rasgos presentes en la noción de estilo, la diferencia
entre ambas ofertas nominativas ha de encontrarse precisamente
en el hecho que, en primera instancia, los rasgos son traducidos
aquí a un denominador común: su comprensión en tanto estrategia
para la producción y mantención de legitimidad por parte de un
actor particular de la escena político-democrática. De esta manera
es que los rasgos compartidos entre las nociones de estilo y estrategia
operan en esta última como indicadores de algo que trasciende la
particularidad de dichos rasgos, mientras que en la primera operan
como unidades que, puestas en conjunto, definen la especificidad
del concepto en cuestión.

VOX POPULI.indb 117 08/04/13 22:33


118 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

A mi juicio, esta diferencia en la consideración de los rasgos


que definen al populismo de acuerdo con su nominación como es-
trategia queda claramente esbozada en la siguiente afirmación de
Weyland (2004: 33):

En situaciones de crisis, en las cuales los líderes populistas enfrentan


la amenaza de perder el poder, se vuelve más evidente que el respaldo
de un gran número de ciudadanos comunes es el fundamento esencial
del populismo. Cuando los líderes se sienten presionados, invocan la
ultima ratio del populismo: el apoyo masivo.

La estrategia populista constituye un mecanismo de legitimación


que, más allá de la especificidad de sus rasgos, contiene como fun-
damento la búsqueda por producir legitimidad a partir de la articu-
lación entre un liderazgo fuerte y una base social de apoyo, activa a
la vez que desorganizada en términos institucionales. Esto es lo que
permite distinguir claramente al populismo tanto de formas de lide-
razgo caudillista cuya base de poder es usualmente militar y consis-
tentemente opuesta a los principios de la competencia democrática,
como de bases sociales de tipo clientelar, en donde lo que se requiere
es la presencia de bases colectivas con niveles siquiera mínimos de
organización, aun cuando ésta sea de carácter informal. Además, esta
propuesta permite establecer, en principio, un criterio delimitatorio
respecto a estrategias típicamente democráticas, en donde operaría
supuestamente un vínculo institucional entre un liderazgo que ya no
es central y una ciudadanía que no se expresa masivamente sino más
bien a través de los cauces político electorales regulares.15
Por último, cabe señalar que la definición del populismo como
estrategia cumple con reducir su horizonte de acción a momentos

15
Evidentemente, esta distinción con las formas propiamente democráticas no
supone una incompatibilidad entre populismo y democracia. Por el contrario, y a
juicio de Weyland (2004), quizás la diferencia central entre el populismo clásico y el
neopopulismo sea precisamente la mayor compatibilidad que este último genera en
relación a las instituciones liberal-democráticas.

VOX POPULI.indb 118 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 119

puntuales de la vida política democrática, en la medida en que su


éxito genera las condiciones para su disolución, tal como plantea
Weyland (2004: 35): “El éxito político transforma al populismo en
un tipo diferente de gobierno que descansa en estrategias no popu-
listas. Por lo tanto, el liderazgo populista tiende a ser transitorio;
éste puede fallar o —si es exitoso— trascenderse a sí mismo”.
¿A qué se debe esta crisis del populismo que se produce a partir
de su propio éxito? Ésta se debe a que toda estrategia política de-
viene en la institucionalización de ciertos procedimientos y prác-
ticas de legitimación. Es por ello que, si el éxito de la estrategia
populista es su institucionalización, la estrategia como tal cumple
con diluirse al convertirse en rutina y en una práctica regular de
la competencia, que desemboca en la producción de legitimidad
democrática.
¿Resuelve esta última definición del populismo los problemas
ligados a la vaguedad y falta de consistencia conceptual posibles
de detectar en su definición como estilo?; ¿es posible establecer un
criterio de delimitación claro y preciso a partir de la comprensión
del populismo como una estrategia política?
Estas preguntas serán abordadas en el siguiente apartado. Por
ahora, concluyamos inicialmente con la siguiente afirmación de
Aboy Carlés (2004: 88) acerca del carácter que asumen las nuevas
definiciones del populismo, tanto aquellas que se centran en su
comprensión como estrategia, como las que lo definen en función
de la detección de un estilo político:

En un excesivo juego metonímico, aquella vieja totalidad de las prime-


ras teorizaciones ha sido reducida a sus elementos componentes y, hoy,
la identificación de algún aspecto particular que caracterizó a lo que
en algún momento fue calificado como populismo es tomada como
prueba suficiente para ingresar a la categoría.

¿Qué ha ocurrido en el lapso del desplazamiento desde las


definiciones clásicas a las definiciones contemporáneas del po-

VOX POPULI.indb 119 08/04/13 22:33


120 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

pulismo? Hasta ahora, es posible afirmar lo siguiente: desde las


primeras menciones al populismo generadas por Germani, hemos
asistido a la pugna por mantener la nominación de un objeto
elusivo e inespecífico. Hemos asistido a la porfiada búsqueda por
reponer la presencia de un fantasma que (en su condición de tal)
se coloca “en” y “contra” las democracias liberales representativas,
un fantasma que viola el principio axiomático de la no contra-
dicción pero que, al mismo tiempo, se resiste a su disolución y
permanece aún vivo en el léxico de la gramática política. Veamos
entonces de qué manera se manifiesta concretamente el carácter
elusivo de esta búsqueda.

La configuración de un contínuum:
la indecible delimitación del populismo

A lo largo de este trabajo, he querido plantear que el estallido de


las estructuras a partir de las que se definió al “populismo clásico”
devino en la activación de nuevas estrategias de conceptualiza-
ción del populismo fundadas básicamente en el interés por: 1)
desatar toda posibilidad de inscripción contextual fija del fenó-
meno, y 2) concentrarse en la especificidad política del mismo.
Ya sea como estrategia, ya sea como estilo, el populismo pasó a
ser asumido en función de la detección de una serie de rasgos
particulares que lo dotan de especificidad. Dichos rasgos ya no se
vinculan con un contexto sociohistórico que pasa a ser entendido
sólo en términos de entorno que vuelve mayor o menormente
plausible su emergencia.
El neopopulismo, más allá de los efectos que pueda generar, se
ubica al interior del marco de lo que se entiende por “democracias
liberales”. Esto es lo que permite entender que la alusión fantasma-
górica del populismo sea algo más que una mera alusión y, por el
contrario, constituya quizás el núcleo más firme de comprensión
de lo que constituye su expresión en el campo concreto de la vida

VOX POPULI.indb 120 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 121

política. Obsérvese la siguiente afirmación con la que Martuccelli y


Svampa (1992: 72) definen al populismo:

En el fondo, el populismo es un régimen de legitimación que resulta


de una suerte de “exceso” con respecto a la legitimidad propia de la
democracia y un “déficit” en relación a la imposición totalitaria. Pero es
sin duda desde la democracia como mejor se interpreta el populismo.
En efecto, el populismo es una tensión insoslayable entre la aceptación
de lo propio de la legitimidad democrática y la búsqueda de una fuente
de legitimación que la exceda; “exceso” que se halla, de alguna manera,
en el seno de todo proyecto democrático, pero que no logra nunca
sustituirse completamente a la democracia.

Dos aspectos son los que me interesa destacar de esta cita: en pri-
mer lugar, el populismo sólo puede ser pensado al interior de las de-
mocracias liberales; en segundo, y pese a ello, el populismo excede a
la propia democracia sin llegar a ser ni totalitarismo ni autoritarismo.
Esto lleva a interrogarse respecto a cuál es el criterio delimitatorio a
partir del que se extrae la especificidad del populismo. El problema es
el siguiente: si el populismo adquiere especificidad en tanto fenóme-
no que forma parte del conjunto de las democracias liberales: ¿cuál es
el nivel de intensidad o ausencia de sus rasgos al momento de distin-
guirlo del conjunto del cual, paradójicamente, son parte? A continua-
ción abordaré este problema, intentando dar cuenta de la forma en
que la conceptualización del populismo en contextos excedidos de su
emergencia originaria se sostiene en la definición de rasgos que difí-
cilmente pueden servir como fuentes plenas de categorización. Inten-
taré, por tanto, desatar algunos de los nudos críticos posibles de de-
tectar en estas nuevas definiciones relativas al populismo, sosteniendo
que, en última instancia, la línea demarcatoria entre los conceptos de
populismo y democracia liberal-representativa resulta indefinible o,
dicho en otros términos, sólo posible de establecer por medio de un
gesto eminentemente político de nominación.

VOX POPULI.indb 121 08/04/13 22:33


122 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

Discrecionalidad populista y mandato imperativo

Al abordar la centralidad que en las definiciones acerca de populis-


mo adquiere la alusión al tópico del liderazgo fuerte y personalizado
hice referencia a la cuestión de la prohibición del mandato, princi-
pio según el cual toda democracia representativa se sostiene sobre
la base de su distancia frente a cualquier forma de autogobierno o
delegación que niegue la existencia de la figura del representante. En
consecuencia, la especificidad del liderazgo populista no puede ser
simplemente su discrecionalidad, sino que un determinado grado
de la misma más allá del cual los mecanismos de pesos y contrapesos
institucionales, pierden efectividad.
Si la eficiencia de un régimen político se mide en parte por la
capacidad que tiene para tomar decisiones, ello significa que, por lo
menos en parte, los mecanismos de pesos y contrapesos deben abrir
paso a la acción, y no ser impedimento para la toma de decisiones
ni generar situaciones de inmovilidad política. Si ello es así, y si se
reconoce —como bien parecen hacerlo los críticos a la discreciona-
lidad populista— tanto el carácter conflictivo e indeterminado del
juego político como la imposibilidad lógica y fáctica del consenso
político pleno, todo liderazgo que busque la eficiencia y la efectivi-
dad en su desempeño debe proponerse superar, manejar o convivir
eficazmente con los contrapesos del accountability. En eso consiste
precisamente la dinámica de la real política, tal como lo expresa Vi-
las (2004: 143): “si algo es incompatible con una sociedad organiza-
da, es la ausencia de conducción”.
Liderazgos populistas y liderazgos democráticos persiguen en-
tonces el mismo objetivo. ¿La diferencia? Aparentemente los lide-
razgos populistas lo logran o parecen lograrlo de manera plena. Sin
embargo, este eventual criterio demarcatorio pierde consistencia al
momento en que el liderazgo populista se evalúa en relación con
otros factores. Por ejemplo, el carácter populista del liderazgo de
Collor de Melo en Brasil no impidió el fracaso de su programa de
reformas, de manera contraria a lo ocurrido con Carlos Menem en

VOX POPULI.indb 122 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 123

Argentina. Visto así, y de acuerdo con lo señalado por Panizza, no


basta con la existencia institucional (formal o informal) de niveles
altamente discrecionales de poder presidencial para que un lideraz-
go populista funcione eficazmente. La diferencia entre los casos de
Brasil y Argentina, referidos aquí, da cuenta del hecho de que “el
poder del presidente está arraigado en una densa red de institucio-
nes políticas formales e informales sin las cuales el presidente no
puede ejercer el gobierno efectivamente” (Panizza: 183).
¿Estas redes que generan las condiciones para un liderazgo político
efectivo son propias de instancias populistas? La respuesta debe ser
negativa, pues aun en el escenario de una democracia liberal-repre-
sentativa sus liderazgos deben ser capaces de generar prácticas que
permitan el objetivo básico de gobernar de acuerdo con sus propios
intereses políticos. Lo expuesto nos permite constatar que, incluso
desde la perspectiva de regímenes democráticos institucionalizados, la
presencia del liderazgo o de la discrecionalidad presidencial puede re-
sultar altamente recomendable para la generación de cambios institu-
cionales, sin que por ello dicho liderazgo pase a ser considerado nece-
sariamente como populista. La pregunta que surge es la siguiente: ¿en
qué momento una alteración institucional es atribuible a un liderazgo
populista, y en qué ocasiones a un liderazgo democrático? Nótese la
respuesta que ofrece Peters (2003: 61), aludiendo al rol del liderazgo
fuerte y personalizado en la generación de cambios institucionales de-
tectado por la perspectiva del “institucionalismo normativo”:

Otra vía para generar cambios dentro de una institución es la acción


del liderazgo de los individuos. En este caso nos referimos, o bien a la
capacidad de un individuo que desempeña un rol nominal de liderazgo
[...] o bien a un individuo dotado de una excepcional capacidad perso-
nal para producir un cambio institucional.

He llegado al núcleo del problema que, a mi juicio, se presen-


ta respecto de la consideración del liderazgo fuerte y personalizado
como un rasgo propio del populismo. Nun (1998: 72), en relación

VOX POPULI.indb 123 08/04/13 22:33


124 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

con el grado de independencia y discrecionalidad posible de detec-


tar en un determinado liderazgo, afirma lo siguiente:

El margen de independencia reconoce dos límites; por una parte, su


anulación a través del mandato imperativo y revocable, en cuyo caso
el gobierno representativo cede su lugar al autogobierno del pueblo y,
por el otro, una autonomización completa del representante, tal como
sucedía con la representación absoluta teorizada por Hobbes. Desde un
punto de vista lógico, dentro de estos límites todas las gradaciones son
posibles sin que el principio mismo sea violado.

Falta preguntar: ¿cómo determinar, dentro de la infinidad de


gradaciones que se presentan entre el mandato y la autonomización
del representante, la diferencia entre un liderazgo populista y un
adecuado liderazgo democrático?; ¿cómo establecer analíticamente
un óptimo paretiano del liderazgo más allá del cual la discreciona-
lidad se vuelve contraproducente con los objetivos de solidificación
democrática?
Una respuesta posible es la consideración del carisma. Y sin
embargo, retornamos al mismo problema: ¿qué nivel de carisma es
aceptable? Se podría responder que el límite es la no superposición
del carisma a los mecanismos formales de legitimación política. Y
sin embargo, como advierte Prud’Homme (2001: 51), ya para We-
ber “[...] una de las particularidades de la democracia de masas es
que funciona con base en una curiosa combinación de carisma y
racionalidad”.
Otra respuesta posible es la medición del liderazgo en su relación
con el entramado político-institucional. Frente a esto, una fórmula
posible podría ser la de establecer una definición del liderazgo po-
pulista ligada a la idea de ausencia o insuficiencia del “imperio de la
ley”. Y sin embargo, retorna el mismo problema: ¿cómo ponderar
la ecuación entre liderazgo e imperio de la ley? La respuesta, creo,
es indefinida.

VOX POPULI.indb 124 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 125

Vaguedad ideológica

La condición ambigua del populismo suele ser asociada con su


ausencia de claridad discursiva. Resulta difícil establecer los conte-
nidos ideológicos de los líderes populistas a partir de sus enuncia-
ciones discursivas. No obstante, ¿qué ocurre en las prácticas polí-
ticas de los liderazgos no populistas?; ¿de qué manera establecer un
indicador que permita evaluar el nivel de consistencia ideológica
de un discurso? La atribución al populismo de una producción de
contenidos ideológicos difusos, naturalmente, supone que en la
esfera política es posible percibir el despliegue de discursos con-
sistentes. Pero, una vez más, ¿cómo evaluar esa consistencia? Una
opción posible es la concentración en el espacio de la producción
misma del discurso populista. Pero ello supone la certeza tanto en
la presencia de una plenitud de sentido en la producción del discur-
so como en la capacidad del receptor para aprehender plenamente
dicho sentido.
Es así como, si se ubica a la vaguedad ideológica en el seno
mismo de sus condiciones de producción, debemos hacer frente al
doble problema de: 1) suponer la posibilidad de una producción
discursiva plenamente coherente, y 2) confiar en que el desplaza-
miento entre la producción y la recepción discursivas no será objeto
de opacidad alguna.
Así, nos quedamos sin un mecanismo capaz de establecer un
criterio de delimitación entre discursos opacos y discursos transpa-
rentes, situados en el campo de producciones discursivas de carácter
político que tienen, como objetivo constitutivo de su existencia, la
producción de “efectos de recepción”.16

16
Aludiré brevemente a un ejemplo: en el campo de la ciencia política y de los
discursos asociados al campo ideológico liberal, la categoría pueblo contiene una
relevancia fundamental en la medida en que condensa al objeto y sujeto políticos
de todo contexto democrático. Sin embargo, el uso discursivo de dicha categoría, al
igual que los debates en torno a su significado, nos dan cuenta de una ambigüedad
que sólo puede aclararse una vez que se sitúa en un contexto político determinado.
Sobre esta ambigüedad, puede consultarse a Dahl (1996).

VOX POPULI.indb 125 08/04/13 22:33


126 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

Una opción contraria a la enunciada hasta aquí podría ser la de


desplazar la vaguedad desde el lugar de la producción ideológica
al lugar de la recepción política, lo cual nos permitiría contar con
la capacidad interpelatoria como un indicador de la claridad o va-
guedad de una posición ideológica determinada. Puesto en estos
términos, el problema amenaza seriamente con revertirse. Observe-
mos la siguiente reflexión que Escárzaga ofrece como explicación a
la derrota del candidato “liberal” Vargas Llosa frente a su oponente
“populista” Alberto Fujimori:

Las deficiencias de la campaña y del candidato son expresión de un fe-


nómeno viejo: la incapacidad política e ideológica de la derecha peruana,
su debilidad e incapacidad para apelar a las masas étnicamente diferen-
tes de la élite e incorporar sus demandas históricas a su programa. Los
orígenes y la persistente tradición oligárquica de la derecha peruana
dan como resultado una gran distancia entre gobernantes y gobernados
que se refuerza por las diferencias étnicas, sociales y regionales entre
indios y mestizos, frente a los criollos; entre pobres y ricos, y entre la
sierra andina y la costa urbana.17

Se podrá objetar a esta observación el hecho de que existe una


distancia entre lo que constituye la ideología liberal como tal y
su traducción política y doctrinaria. Es posible. Pero si ello es así,
¿por qué habría que oponer analíticamente populismo e ideología
liberal?; ¿no será más adecuado oponerla al nivel de las prácticas
políticas propiamentales? Resulta un hecho, reconocido por to-
dos, que el fenómeno populista constituye más un fenómeno de
la realidad que un contenido ideológico. Por lo tanto, mal pudiera
constituir la doctrina filosófica liberal un criterio de medición de
la vaguedad ideológica populista. Mucho más pertinente, por su-
puesto, es la comparación con formas políticas equivalentes. En
concreto: ¿resulta la doctrina ideológica liberal en acto más consis-

17
Las cursivas son mías.

VOX POPULI.indb 126 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 127

tente que el populismo? Al parecer, la respuesta debería ser cate-


góricamente negativa.
Como observa Escárzaga en el ejemplo expuesto, la identificación
de la “derecha peruana” con un sector particular de la sociedad es tes-
timonio de una incapacidad para trasmitir adecuadamente los princi-
pios ideológicos de un liberalismo que supone su carácter universal.
Frente a dicha ambigüedad se presentaba una propuesta política que al
ser mayoritariamente apoyada por el electorado peruano mostró capa-
cidad de interpelación, es decir, de recepción adecuada de su discurso.
Creo posible sostener que la ambigüedad ideológica atribuida al
populismo sólo es posible de analizar si se sostiene la posibilidad de
atribuir al campo de la producción discursiva un carácter prístino, no
mediado por los contextos de su producción ni por los contextos de
recepción de los cuales es parte. Por otro lado, y si se evalúa la ambi-
güedad ideológica con lo que debiera ser una incapacidad para gene-
rar una adecuada recepción discursiva, resulta claro que el populismo
no manifestaría capacidad alguna para ser “acogido” discursivamente.
Por último, y si suponemos que precisamente es dicha ambigüedad la
que dota al populismo de una capacidad interpelatoria en ocasiones
mayor a discursos “no populistas”, se debería concluir entonces que
dicho atributo, lejos de ser una forma inadecuada o anómala de pro-
ducción de significantes políticos, se encuentra en el corazón mismo
de una política eficiente y con capacidad de interpelación.
Si la ambigüedad ideológica, por lo tanto, resulta sustancial al
momento de lograr una adecuada recepción, ¿cómo distinguir en-
tonces entre una ambigüedad propia del populismo y la ambigüe-
dad no populista? Pareciera ser que, si no se cuenta con un criterio
de delimitación externo a la detección misma de este rasgo, las posi-
bilidades de decidir resultan sumamente ambiguas.

Clientelismo

En Latinoamérica, la existencia de relaciones clientelares entre la


clase política y la ciudadanía ha sido una constante independiente

VOX POPULI.indb 127 08/04/13 22:33


128 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

de los fines, doctrinas o ideologías dentro de las que estas relacio-


nes se han desarrollado. Respecto de este hecho hay que indagar en
dónde está el vínculo clientelar específico a la política populista. La
pregunta será entonces la siguiente: ¿por qué situar al clientelismo
como un aspecto característico del populismo?
Para responder a esta pregunta, sólo contamos con la distinción
que Auyero (2001, 1998) establece entre la dimensión material y
la dimensión simbólica del intercambio clientelar. Atendiendo a esta
distinción es que, para el autor, la diferencia entre el clientelismo
populista y las formas clientelares no populistas debe buscarse ya no
en su significado material sino más bien en su dimensión simbólica:

Los patrones y los mediadores no intercambian explícitamente votos


por favores [...] Ellos se erigen a sí mismos como sinónimos de las
cosas y sinónimos de la gente: implícitamente se vinculan con la con-
tinuación de la distribución de favores o de un programa de asistencia
social específico [...] Para que este chantaje o clientelismo institucional
funcione y se reproduzca a través del tiempo, los beneficios deben ser
otorgados de cierta manera, con cierta representación adherida a ellos,
con cierto performance que públicamente presente a la cosa dada o al
favor otorgado no como chantaje sino como amor por el pueblo, como
lo que debemos hacer como referentes, o como lo que Evita hubiese hecho,
o como Peronismo. Es por esto que las prácticas clientelares deben ser
entendidas no simplemente como intercambios de bienes por votos,
sino como conteniendo cosas y palabras, acciones distributivas y per-
formances (Auyero, 1998: 91).

¿Qué conclusiones extraer de este argumento? Dos son las po-


sibilidades: o bien 1) el populismo vincula el clientelismo con me-
canismos de alta significación simbólica, de manera contraria al
clientelismo no populista, o bien 2) todo clientelismo contiene una
dimensión simbólica, por lo que sus expresiones populistas y no po-
pulistas sólo se diferencian en cuanto a la forma en que se genera la
relación clientelar. Como vemos, las alternativas no son tan claras, y

VOX POPULI.indb 128 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 129

resulta difícilmente determinable la diferencia entre el clientelismo


populista y el no populista.
Ahora bien, las diferencias que pudieran establecerse con el ob-
jetivo de indagar en la especificidad del clientelismo populista sólo
se encuentran en quienes adscriben a la estrategia histórica de nega-
ción del neopopulismo. En otras palabras: quizás si la única distin-
ción categórica entre el clientelismo populista y el clientelismo no
populista puede encontrarse en quienes, paradójicamente, se niegan
a denominar como populistas a las experiencias políticas desde las
cuales se constituye el contexto de debate que he reseñado.
Observemos brevemente. Vilas (2004: 143), por ejemplo, señala
que los populismos clásicos, lejos de inaugurar las formas clientelares
e instrumentales de relación política, constituyen un momento de
superación del clientelismo en la medida en que la relación patro-
no-cliente, propia de los contextos políticos oligárquicos, fue diluida
en función de la centralidad de las figuras del ciudadano y del pueblo:

El fuerte encuadramiento organizativo de un pueblo que adquiría


identidad política a partir del mundo del trabajo y de las políticas esta-
tales diferenció también al populismo de las variantes tradicionales del
clientelismo. La típica relación individualizada patrón-cliente de la so-
ciedad oligárquica [...] fue sustituida por una relación fuertemente me-
diada por esas organizaciones; la típica imagen populista del dirigente
hablando desde un balcón a una plaza saturada de simpatizantes era el
instante periódicamente reiterado de una relación construida ante todo
con las organizaciones categoriales y políticas [...] el populismo contri-
buyó así a la transformación de un pueblo de clientes o de súbditos en
pueblo de ciudadanos, a lo largo de un proceso de fuerte conflictividad
(Vilas, 2004: 143).

Como vemos, en esta lectura se enfatiza en la alteración de las


relaciones individuales entre “patrón político y elector” y la confi-
guración de un campo político colectivo en el cual la participación
activa de las masas pasaba a constituir el aspecto central en la rela-

VOX POPULI.indb 129 08/04/13 22:33


130 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

ción con el líder populista y, por consecuencia, el vínculo clientelar


se subordinaba a la generación de una identidad política que definía
el lazo populista.
Me interesa destacar, en relación con esta lectura ofrecida por
Vilas, que, de manera independiente a sus contenidos, su argumen-
to se encuentra fortalecido por la detección de un aspecto central en
el populismo (su carácter democratizador e integrador) respecto al
cual los rasgos que lo definen quedan subordinados analíticamente.
Esto queda claro en la siguiente afirmación de Lynch (1999: 73),
quien, en la línea trazada por Vilas, subordina el clientelismo popu-
lista a su rasgo constitutivo:

Ciertamente, en el populismo clásico existe el clientelismo como una


forma de relación mediada por prebendas, pero ésta no es la característica
que define al populismo, sino que está más bien subordinada a la partici-
pación vía la movilización social, donde también importa la creencia en
un discurso y un líder carismático que lo enarbola, que define el signifi-
cado del movimiento y su posible consecuencia democratizadora.

¿Cómo evaluar entonces a los nuevos liderazgos denominados


neopopulistas? Desde esta perspectiva, los nuevos liderazgos se
constituyen centralmente bajo la forma clientelar, pero precisamen-
te a causa del hecho de que ya no pueden ser denominados como
liderazgos populistas en la medida en que operan bajo una forma
de relación no participativa con la población. En palabras de Lynch
(1999: 77):

Una relación que busca destruir todas las formas de asociación y acción
colectivas [...] para privilegiar la ilusión o realidad del contacto indi-
vidual y la condición de espectador, las más de las veces a través de los
medios masivos de comunicación.

¿Cómo zanjar el desacuerdo entre quienes acentúan el rasgo clien-


telar como un aspecto característico de los nuevos liderazgos y quie-

VOX POPULI.indb 130 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 131

nes ven en dicho rasgo un argumento claro para dejar de pensar en


la actualidad del populismo? Creo que la respuesta es clara: precisa-
mente a partir de la evidenciación del lugar que dicho rasgo ocupa al
interior del concepto populismo. No obstante, no es posible descu-
brir dicha evidenciación en las definiciones descritas en el presente
trabajo. ¿Se podrá diferenciar entonces entre el clientelismo populista
y el clientelismo no populista?: difícilmente; lo cual nos ubica frente
al dilema entre:1) extender el concepto de populismo a la totalidad de
las dinámicas políticas en cuyo seno operen dinámicas clientelares, o
2) excluir este rasgo de la unidad descrita como populismo.
Luego de esta breve introducción en el significado de algunos de
los rasgos atribuidos al populismo, queda preguntarse: si el fantasma
del populismo es cuerpo y espíritu al mismo tiempo, ¿cómo distinguir
la corporeidad del fantasma?; ¿de qué manera establecer una línea
demarcatoria clara y precisa entre ambos componentes? Puesto en
los términos de nuestro debate: si el populismo deviene en fantasma
que adquiere cuerpo al interior de la materialidad democrática, ¿cómo
establecer lo que de fantasma tiene la democracia?; ¿cómo indicar
categóricamente dónde comienza el populismo y dónde termina la
democracia?
A partir de lo analizado en este apartado, creo posible sostener
que en la totalidad de las estrategias de conceptualización referidas
al fenómeno neopopulista existe una matriz común consistente en
su comprensión en tanto fenómeno político compuesto por uno o
más rasgos propios de la democracia liberal que, sin embargo, se
acrecentan o devalúan, según sea el caso.
Ahora bien, y para que este ejercicio de conceptualización se
vuelva operativo, la lógica de nominación ya no puede accionar en
función de una distinción categórica entre democracia liberal y po-
pulismo, puesto que los rasgos que componen a este último también
son posibles de detectar en las democracias liberales. El ejercicio
nominativo, más bien, debe hacerse efectivo en función de la cons-
trucción de una continua línea que nace en lo que podríamos deno-
minar el ideal regulativo de la democracia liberal-representativa para

VOX POPULI.indb 131 08/04/13 22:33


132 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

irse alejando hasta concluir en un otro categórico de la democracia


(ya sea totalitarismo, autoritarismo, democracia directa o cualquier
otra categoría, valga la redundancia, “categóricamente distanciada
de la democracia liberal-representativa”). Una vez construida esa
línea, será posible detectar un lugar intermedio para situar la espe-
cificidad del populismo.
Pero, ¿cómo decidir acerca de ese lugar?; ¿de qué manera estable-
cer certeramente una línea divisoria al interior del contínuum? Es
más, ¿cómo decidir cuando lo que se presenta es una combinación
de líneas paralelas? Lo que no se deja ver en la decisión nominativa,
creo, es precisamente esta decisión.

Conclusiones: el populismo y la “Nave de los locos”

En los albores de la modernidad occidental, un nuevo fenómeno


comenzaba lentamente a constituirse. Este fenómeno, objeto de un
paulatino proceso de depuración y delimitación por parte del saber
científico, llevará posteriormente el inequívoco nombre de locura.
La relevancia de este acontecimiento de la razón moderna quedará
plasmada en el célebre estudio con que Michel Foucault alcanza-
ría las credenciales de miembro del canon filosófico de la academia
francesa, curioso gesto que ratifica la indisoluble ligazón entre la
“razón moderna” y su reverso, la “locura”.

El libro de Foucault inicia con las siguientes palabras (1999: 13):

Al final de la Edad Media, la lepra desaparece del mundo occidental.


En las márgenes de la comunidad, en las puertas de las ciudades, se
abren terrenos, como grandes playas, en los cuales ya no acecha la en-
fermedad, la cual, sin embargo, los ha dejado estériles e inhabitables
por mucho tiempo. Durante siglos, estas extensiones pertenecerán a
lo inhumano. Del siglo XIV al XVII van a esperar y a solicitar por
medio de extraños encantamientos una nueva encarnación del mal,

VOX POPULI.indb 132 08/04/13 22:33


Carlos Durán Migliardi w 133

una mueca distinta del miedo, una magia renovada de purificación y


de exclusión.

¿Qué “extraños encantamientos” son aquellos que solicitan una


“nueva encarnación del mal”? Para Foucault, es la paulatina emer-
gencia de la razón occidental moderna la que comienza a requerir
nuevas formas de exclusión que, en última instancia, cumplen con
la función de pasar a ser la paradójica promesa de una plenitud hu-
mana. Y dicha función, muy lentamente, comenzará a encarnarse
en la Locura, mal que junto con su antagonista (la Razón) pasará a
constituir el núcleo mismo de nuestra modernidad occidental.
Ya en el siglo XV, esta operación comenzaba a hacerse efectiva
con el surgimiento de la simbólica figura de la Nave de los locos –
Nef des fous–, peculiar embarcación que cumplía con el objetivo de
“retener” a los “locos” en el lugar sin tiempo de la navegación, pero
haciéndolos visibles periódicamente en puertos en los que nuevos
“locos” esperaban abordar. Peculiar combinación de encierro y ex-
clusión es la que sometía a los “locos” de los siglos XV y XVI. Dice
Foucault (1999: 25) al respecto:

La navegación del loco es, a la vez, distribución rigurosa y tránsito ab-


soluto. En cierto sentido, no hace más que desplegar, a lo largo de una
geometría mitad real y mitad imaginaria, la situación liminar del loco en
el horizonte del cuidado del hombre medieval, situación simbolizada y
también realizada por el privilegio que se otorga al loco de estar encerrado
en las puertas de la ciudad; su exclusión debe recluirlo; si no puede ni
debe tener como prisión más que el mismo umbral, se le retiene en los
lugares de paso. Es puesto en el interior del exterior, e inversamente.

Cinco siglos más tarde, y en un escenario histórico rotundamente


distinto, la “nave de los locos” vuelve a navegar. De la misma forma
que los enajenados hombres del siglo XV, el populismo navega por
complejas aguas históricas; igual que antaño, hoy es el tiempo en el
cual “no se sabe en qué tierra desembarcará”, pues sus posibilidades

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134 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

están puestas tanto en contextos de modernización estatista como


neoliberal, en liderazgos movilizadores o desmovilizadores o en pro-
cesos políticos de cualquier signo ideológico. Así, el populismo no
alcanza nunca un lugar definitivo, no llega nunca a desembarcar en
las sólidas tierras del contexto histórico o de la aprehensión catego-
rial. Pero continúa acechando, cual fantasma, tanto a la gramática
política como a las concretas realidades históricas de las democra-
cias liberal-representativas. Y es que, en definitiva, y tal como en la
relación ambigua de los locos protomodernos con la tierra firme, el
fantasma del populismo se presenta como una entidad que vive tan-
to dentro como fuera de las tierras democráticas, excluida al mismo
tiempo que aprehendida por la gramática política.
¿Qué condiciones se han debido cumplir para que esto sea posi-
ble?; ¿cómo fue que las sólidas tierras históricas que vieron nacer las
concepciones clásicas del populismo fueran capaces de trasladarse a
escenarios tan heterogéneos? En este texto he querido sentar las bases
para una respuesta posible a estas interrogantes. En concreto, creo que
lo que es específico del populismo, tanto en su definición como es-
tilo, como en su definición como estrategia, no se deja apreciar clara-
mente. En todas las definiciones los rasgos constitutivos de la política
populista tienden a confundirse o bien con la política democrática,
o bien con la política autoritaria, en un lugar intermedio de indeter-
minación que plantea, a mi juicio, severos problemas para establecer
categóricamente la particularidad de este fenómeno político.
¿Será posible entonces escribir la historia del populismo?; ¿será
posible aprehender con certeza su especificidad? Jacques Derrida
(1989), evaluando la viabilidad del proyecto foucaultiano de relatar
la génesis de la locura, se interrogaba acerca de la posibilidad de
historiar la locura, entendiendo a la historia como un sentido sólo
pensable al interior de los parámetros de la razón. Difícil proyecto
el de Foucault, plantea Derrida. Difícil, precisamente a causa de la
necesidad de escribir la historia de la locura con los instrumentos
de su opuesto: la razón. Y es que, a juicio de Derrida (1989: 52), el
trabajo crítico debe asumirse como una labor que intente:

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Carlos Durán Migliardi w 135

Escapar a la trampa o a la ingenuidad objetivista que consistiría en


escribir, en el lenguaje de la razón clásica, utilizando los instrumentos
que han sido los instrumentos históricos de una captura de la locura,
en el lenguaje pulido y policiaco de la razón, una historia de la locura
salvaje misma, tal como ésta se mantiene y respira antes de ser cogida y
paralizada en las redes de esta misma razón clásica.

De la misma manera, podríamos preguntarnos en relación a


nuestro tema: ¿es posible pensar en una definición categorial esta-
ble acerca del populismo, si por éste se entiende todo aquello que
se opone, que altera, acosa y resiente la gramática política formal
de las democracias liberales?; ¿es posible categorizar aquello que
precisamente se caracteriza por ser algo al mismo tiempo que su
negación?
Dany-Robert Doufour (2002), en una sugestiva reflexión acerca
de la relación entre democracia y locura, plantea la existencia de una
recurrente tendencia autista en el saber moderno. Esta tendencia
se encontraría caracterizada por el rechazo y la desconfianza hacia
aquellas expresiones deícticas que desestabilizan la claridad de un
referente o significante. Ello, por cuanto los autistas:

No se dejan seducir por el señuelo espacial o la inversión temporal [...]


quieren un tiempo y un espacio no deícticos, y la salida más apropiada
para ellos es volverse hacia una temporalidad y una espacialidad que
existen independientemente de quien las utiliza, como por ejemplo,
el tiempo calendárico y el espacio cartográfico (Doufour, 2002: 124).

Pues bien, la empresa de nominación del populismo bien podría


corresponder a ese característico ejercicio autista de “delimitación”
de una categoría que pretende ser construida en un más allá de toda
inscripción específica en su aquí y ahora. Y es que, probablemente,
el populismo bien podría ser encarado como un aquí y ahora intra-
ducible a una categoría posible de endosarle una estabilidad capaz
de interrumpir sus circunstanciales y singulares manifestaciones.

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136 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

¿Es posible entonces categorizar al populismo, o sólo resta la re-


nuncia a intentar domeñar algo cuya especificidad es indistinguible
de la propia política democrática?; ¿existe el innombrable aquí y
ahora populista? Por último, ¿dónde ubicar al populismo?
El problema de la nominación populista, referida en este trabajo,
es que ocurre con ella algo análogo a lo que Martin Jay cuestionaba a
la obra de Adorno sobre el “tipo autoritario” y que Žižek (2003: 28)
sintetizaba con las siguientes palabras: “[en la personalidad autorita-
ria] emerge la verdad reprimida de la personalidad liberal manifiesta;
es decir, que la personalidad liberal es confrontada con su fundamen-
to totalitario”. De ahí que se vuelva posible suponer que, si algo hay
de específico en el populismo, esto sea su capacidad para poner de
manifiesto su reverso: las democracias liberales. En otras palabras: si
hay algo útil en el concepto de populismo, probablemente sea justa-
mente la posibilidad que nos otorga de conocer los miedos y fantas-
mas que habitan en el centro mismo del antipopulismo.
Si el populismo no existe entonces a no ser como antipopulis-
mo, ¿qué nos queda? Una respuesta posible es que sea su propia
producción, el gesto nominativo de constitución de un peligro fan-
tasmagórico que acosa la plenitud democrática, y que bien puede ser
homologado con la constitución del enemigo judío por parte de
la retórica hitleriana.18 Como en el caso del judío, objeto de la no-
minación nazi, el populismo bien puede ser comprendido como el
producto de un relato unificado acerca de los “males que acosan a la
democracia”, causa secreta de las desgracias de un régimen político
que permanentemente asiste a la revelación de sus límites.
¿Por qué este gesto de cierre narrativo?; ¿cuáles son sus efectos?
Desde una perspectiva deconstructiva, la respuesta creo que es clara:

18
Obsérvese en este sentido la siguiente reflexión de Žižek (2003: 33): “¿Qué hizo
Hitler en Mein Kampf para explicar a los alemanes las desdichas de la época, la crisis
económica, la desintegración social, la decadencia moral, etc.? Construyó un nuevo
sujeto aterrador, una única causa del Mal que ‘tira de los hilos’ detrás del escenario
y precipita toda la serie de males: el judío [...] el judío es el punto de almohadillo
de Hitler; la fascinante figura del judío es el producto de una inversión puramente
formal; se basa en una especie de ilusión óptica”.

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Carlos Durán Migliardi w 137

mediante este acto de nominación del otro que interrumpe la pleni-


tud de mi ser (mi ser alemán, mi ser democrático) es posible producir
un cierre ideológico, un acto de sutura. Desde esta perspectiva, el
populismo sería aquello que vuelve posible suturar la doctrina de-
mocrática liberal a partir de la invocación del Otro que impide su
propia realización. Los males de la democracia, entonces, son ubica-
dos en un lugar externo que paradojalmente convive en las entrañas
mismas de la forma democrática.
Y sin embargo, llegar a estas conclusiones nos conduciría ine-
vitablemente a pensar el populismo sólo a partir del antipopulis-
mo. Entonces, falta indagar nuevamente en la pregunta relativa a
la especificidad del populismo, desplazando la atención desde las
estrategias descriptivas abordadas en este texto hacia estrategias de
conceptualización de naturaleza teórica que probablemente puedan
producir algunas luces más potentes.w

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138 w Neopopulismo: la imposibilidad del nombre

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VOX POPULI.indb 142 08/04/13 22:33
La demanda de la demanda:
la mirada del espectro1

Santiago Carassale
No te engañes: no es que esta última lámpara dé más luz;
la oscuridad alrededor se ha abismado en sí misma.
Paul Celan, Contraluz

Origen y fin: la demanda

“¿Sabes para qué te limpia el vidrio? Para que lo puedas ver”. Con
estas frases se cierra un spot publicitario de la UNICEF2 a favor de
la educación escolar para la infancia en riesgo, donde vemos algo de
todos los días: un niño sobre un auto limpiando el parabrisas, esa su-
perficie invisible que media entre el adentro y el afuera, protegiendo
al conductor y dejándolo ver el horizonte, permitiéndole ver sin ser
tocado en una suerte de asimetría de estar expuesto sin realmente
estarlo.3 La imagen empieza directamente en un vidrio cubierto de
espuma, y mejorar la visibilidad del parabrisas depende de hacerlo
invisible para desaparecer su carácter de mediación, naturalizando así
la asimetría en la exposición e instaurando una asimetría cotidiana.
En el spot, los enunciados: “¿Sabes para qué te limpia el vidrio? Para
que lo puedas ver” se expresan en el momento en que el niño supues-
tamente ya terminó de hacer su trabajo y por un segundo observa con
intensidad al conductor (y al televidente), al tiempo que el escurridor
usado deja estelas de jabón en el parabrisas. Esta imagen del cristal
aún sucio contradice el segundo enunciado porque el niño no limpia

1
Mis agradecimientos a Teresa Carrillo por sus comentarios y la dedicada corrección
de este texto.
2
Con el mensaje “Una buena educación es su derecho. Derecho del niño, donde
empieza el mundo que siempre soñaste” —de la campaña Educación para todos de-
sarrollada por la UNICEF, Movimiento Mundial a favor de la Infancia y UNESCO, del
año 2006—, se enmarca el spot que tomaremos como ejemplo de nuestro análisis.
3
Autos y vitrinas comerciales, gracias a los cristales, comparten esta ambivalencia
de lo que está expuesto sin estarlo.

VOX POPULI.indb 143 08/04/13 22:33


144 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

bien el vidrio, porque no se le puede ver claramente y porque su mi-


rada puede significar varias cosas. ¿Se contradice el enunciado con su
referencia? En el spot se juega con esta interrupción del camino que va
del significado a su referente, del enunciado a la figura.
Los rastros de jabón sobre la superficie, en principio, pueden ser
impericia, imposibilidad física, impertinencia, u otra contingencia.
Esta incertidumbre trastoca la relación establecida, y demanda otra
explicación. La voz en off afirma que: “él limpia para que lo puedas
ver”; sin embargo, esto es tan arbitrario como los restos de jabón. La
interpretación podría tomar un giro repentino: es probable que el niño
limpie el vidrio no “para que lo puedas ver”, sino que lo medio ensucia:
“para que no lo puedas ver y tengas que verlo”. En ese caso, la superfi-
cie invisible se torna visible por acción e inclusión del que está inme-
diatamente afuera, exponiendo al que está adentro, y así desnaturali-
zando la asimetría: el conductor y el niño se colocan en el lugar de una
demanda. Si únicamente reconociéramos la pérdida de la asimetría,
bastaría con restablecer su orden, pero el acontecimiento comporta
una indecisión sobre el mensaje que no permite un desenlace simple.
Hay entonces una segunda dimensión, la mirada del niño como la
de un espectro: ¿cómo saber cuál es el gesto expresado?, ¿ironía o pi-
cardía, desafío o descuido, inocencia o desamparo? Es la mirada la que
subraya la diferencia en la asimetría sobre la cual reclama su presencia,
cuestionando sus límites, sus significados, sus nombres y transparencia.
Nos sentimos interpelados por mensajes no claros, con muchas aristas,
y dependientes de varias acciones a la vez ¿Es la confusión de mensajes
la que nos obliga a reconocer una demanda? Podemos suponer que el
spot nos exige sentir compasión, pues la interrupción (que producen
los rastros de jabón y la mirada del niño) nos interpela como sujetos
éticos. Pero, al mismo tiempo, la interrupción abre otras posibilidades
contradictorias; por ejemplo, rechazar al niño si la mirada pareciera un
gesto de descuido o de desafío a nosotros como conductores. La mira-
da a través de los restos de jabón interpela al conductor-televidente, lo
obliga a mirar al niño interpelándolo a su vez. Pero aquí aparece la voz
en off que nos alerta a suspender el rechazo.

VOX POPULI.indb 144 08/04/13 22:33


Santiago Carassale w 145

La tercera dimensión es la suspensión del intercambio de posi-


ciones del sujeto gracias a la voz. Hacemos una equivalencia entre
la pantalla de televisión y el parabrisas del auto, ya que ambos nos
otorgan un lugar similar en el adentro/afuera, e intercambiamos
posiciones con el conductor. Circulamos como entre un túnel, por
la aparente unidireccionalidad del sentido, de la visibilidad, de la
transparencia del eje visual del conductor-televidente.4 El intercam-
bio de lugar se acrecienta cuando el spot nos enfrenta a las huellas de
jabón, y nos llama a litigar con el niño, y pasamos de lo figurativo
a lo literal.
De inmediato la voz, (“¿Sabes para qué te limpia el vidrio?”), con
las letras sobre una pantalla negra sin imagen, al mismo tiempo que
nos ratifica nuestro intercambio de posiciones, nos aleja del efecto
de túnel, negando nuestra asunción como conductores, demandán-
donos pasar de lo literal a lo figurativo (volver a ser televidentes).
Pero no lo hace literalmente, al contrario, lo hace irónicamente,
haciéndonos dudar de nuestro sujeto. Así se convierte en decisión
nuestra aceptar la confusión de los sentidos literal y figurado y to-
mar distancia.
El efecto túnel nos coloca en una analogía metafórica compartida:
la identificación por uso y abuso de la metáfora visual (catacrético) nos
hace “víctimas” por contigüidad con el conductor. Pero el narrador
audiovisual, ahora como voz, a causa de un segundo acto arbitrario
performativo (catacrético), desarticula la identificación visual primera,
persuadiéndonos de sacrificar al conductor para salvarnos. El narra-
dor salta de una a otra posición mediante el juego de los dos medios,
implicándonos en la situación. Cada salto arbitrario es provocado con
violencia, que sucesivamente se subordina a la subsiguiente. Al final
terminamos identificados con la oscilación misma (la de la voz, la de
la posición, la del significado, la de la referencia, la del sujeto..., etc.),

4
No está de más recordar el efecto que como conductores tenemos al entrar en un
túnel. Nuestra visión se reduce a ver el camino, o a las líneas que marcan el camino,
y que nos conducen a la salida, quedando el resto en la completa oscuridad. Una
fijación adelantada del destino que nos conduce.

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146 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

como si estuviéramos en una puerta giratoria.5 Al hacernos victima-


rios, preferimos sacrificar al conductor, haciéndonos cómplices de la
voz, en aras de salvar al niño.
De manera sucesiva, la acción, el gesto y la voz, suspenden un
régimen de visibilidad, que deconstruye la asimetría, haciendo que
aquél que está protegido, se exponga por acción del que está ex-
puesto frente a él exigiendo su derecho a la demanda. Este acto
performativo exige ser reconocido y nombrado, así tenga que va-
gar entre inscripciones para ubicarse en algún sentido o lugar. Paul
De Man conceptualizó esta serie de giros como retórica, entendi-
da ésta como las transiciones, suspensiones e interrupciones de la
enunciación a la referencia, de una atribución de intencionalidad a
otra atribución de intencionalidad, de un significado a otro. Para el
caso de la teoría del populismo, no existe un concepto que se refiera
a este acto performativo. Ernesto Laclau redujo la demanda a esla-
bones de una cadena de equivalencia, que incluye progresivamente
a más demandantes, y finalmente los agrupa en un gran sujeto po-
pular. Pero el pueblo y el populismo no dejan rastro de estos actores
al desdibujar el acontecimiento de sus demandas.
Para nosotros la demanda, como la escena del spot, es un movi-
miento masivo de significados que, transformando la opacidad en
transparencia dominante, como oscuridad que se abisma, se sale
de lo conocido volviéndose demanda de nominación, demanda de
demanda. Es aquí donde se sitúa el juego de la subjetividad y la
política. La demanda de la demanda busca subrayar el reverso de
la hegemonía, sobre la cual está constantemente dibujándose y
desdibujándose. No es posible dar cuenta de los acontecimientos
políticos si no colocamos a la hegemonía en esta relación, de lo
contrario caeríamos en la tentación de reificar, fetichizar, la cons-
titución del pueblo, dejando en pago por los casos “fallidos”, las
derrotas y los procesos de constitución mismas de la demanda. Si

5
El efecto de puerta giratoria o torniquete infinito, ver “Autobiography as De-Face-
ment”, en De Man, 1984: 70.

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Santiago Carassale w 147

no se realiza este desplazamiento podemos caer en la tentación de


que las ejemplificaciones históricas terminen por convalidar una
explicación teleológica.

La demanda tachada: la hegemonía y el populismo

La demanda popular y el populismo en Laclau se arrogan la caracte-


rística de ser el espacio de nominación; es decir, de subjetividad y po-
lítica. Pero ¿el populismo cumple realmente con ser superficie de ins-
cripción donde la demanda es registrada, reconocida y articulada?, ¿o
el populismo sólo vehiculiza esta demanda de nombre e inscripción?
Efectivamente, al plantear la demanda como unidad mínima de
análisis (en su sentido de petición o reclamo), Laclau renueva el
estudio del populismo y de los procesos hegemónicos, pues la consti-
tución del sujeto populista pasa a través de un tipo particular de de-
manda (democrática) a otra (popular), para establecer el lugar de quién
demanda y qué demanda. En el modelo, la demanda democrática es
el significado previo, incipiente y aislado, mientras la populista, es el
posterior como su ampliación y potenciación significante:

Las peticiones se van convirtiendo en reclamos. A una demanda, que


satisfecha o no, permanece aislada, la llamamos demanda democrática.
A la pluralidad de demandas que, a través de su articulación equivalen-
cial, constituyen una subjetividad social más amplia, las denominare-
mos demandas populares (Laclau, 2005: 99).

Una demanda puede ser una petición, un requerir algo a alguien,


pero también se puede entender como reclamo, como una demanda
litigiosa. Laclau aclara esta distinción con un ejemplo, el caso de los
nuevos ocupantes de las tierras marginales de la ciudad, que llegan
a ella por migración interna.
En este caso los nuevos habitantes constatan una falta, una ca-
rencia habitacional y de infraestructuras. Plantean una demanda a

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148 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

las autoridades para dar cuenta de esta carencia, que en principio


es una “petición” y que puede ser satisfecha o no. En el caso de
que sea insatisfecha, puede que los vecinos sepan que otros veci-
nos comparten con ellos la “insatisfacción” de las demandas, ma-
nifestándose una equivalencia, la cual, en este caso, sólo tiene un
sentido negativo. Si esta situación continúa sólo podemos esperar
una acumulación de demandas insatisfechas y un acrecentamien-
to del abismo entre demandante y demandado. Esta insatisfacción
compartida, convertida en demanda litigiosa, es ya una demanda
popular, y tiene, de acuerdo con Laclau, tres características con las
que no cuenta la democrática que la antecede: es un acto de habla
performativo, es una pluralidad que se iguala por medio de un sig-
nificante particular (la identidad), y constituyen una subjetividad
social amplia (el pueblo).
El análisis parece extraviarse pues no es claro que estas caracte-
rísticas políticas y de significado de la demanda popular, no estén
ya en la demanda democrática (las peticiones originales de los ve-
cinos, o la mirada fija del niño). Además, la naturaleza de quién
y qué demanda se desfigura y parece no tener sitio, situación que
se hereda al sujeto popular. Esto ocurre porque el análisis no se
pregunta por los procesos de constitución de las demandas de-
mocráticas, los da por sentado, los despolitiza y vacía de sujeto,
desconociendo que las demandas son el espacio de contingencia
de lo social, de la heterogeneidad inherente a cualquier práctica
política. En resumen, las demandas democráticas son sólo una es-
calera para subir al podio de la política, escalera que después se tira
sin consecuencias, pues la demanda popular y su hegemonía —el
populismo y el pueblo—, niegan las raíces de sentido de su origen
“democrático”.
Las huellas de este extravío están en los desfases de Laclau con
la retórica generalizada de De Man. Para Laclau, la política es una
dimensión que sólo aparece al final del modelo teórico, cuando
fundamenta su politización del lenguaje (las demandas populares,
la hegemonía y el sujeto popular) con la retórica generalizada de

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Santiago Carassale w 149

De Man. Pero no aplica la retórica demaniana para todo el mode-


lo, desconociendo al lenguaje de lo político como origen y fin de
toda demanda.
El equívoco está en que lo político se equipara únicamente al
momento hegemónico (a la aparición del pueblo), que por ser “más
amplio”, supuestamente registra mejor cada una de las pequeñas fa-
cetas heterogéneas, cosa que no logra la aislada demanda democrá-
tica. Esta hipervaloración supone que el sujeto hegemónico popular
“conserva las huellas de su contingencia”. Pero Laclau desconoce
que es inherente a este sujeto no conservarlas más que a costa de su
propia negación, de exponer sus fisuras.
En este punto, el “conservar” que la hegemonía hace de su otro,
no puede ser sino en el sentido en que una cripta “conserva” a un
muerto. La hegemonía le sobrevive en su memoria, con los fan-
tasmas que la acosan y que por momentos le dan la vida de la que
carece, invirtiendo así el orden de la guarda.
Gobernar una demanda, así sea aislada, requiere que ésta sea
inscrita, suscrita, reconocida, escuchada como venida de alguien,
por algo, hacia alguien. Una demanda es un alegato —plea—, un
acto de habla, un performativo,6 un signo-acción que se dirige a
otro. ¿Acaso la demanda que no es popular es insituable, sin lu-
gar, ingobernable? ¿Es una demanda sin sujeto atribuible? ¿Es algo
inefable? Pero ¿cómo es que ello se significa? ¿Cómo es que ello
se inscribe? La demanda requiere, exige ser planteada y escuchada,
pero ¿por quién?, ¿desde qué sitio?, ¿quién es el sujeto de esta enun-
ciación?, ¿quién es el sujeto de esta escucha?

6
Estableciendo la originalidad de su análisis, Austin declara que los actos de habla
performativos eran comúnmente “disfrazados” bajo el carácter de un enunciado
fáctico, “constatativo”, por casi la totalidad de los filósofos y gramáticos. En una
nota, Austin demanda que “Los juristas debieran ser, entre todos, los más conscien-
tes del verdadero estado de cosas. Algunos, quizá, ya lo son. Sin embargo, están
dispuestos a entregarse a su medrosa ficción de que un enunciado de “derecho”
es un enunciado de hecho” (Austin, 1982: 45, nota 3) ¿Por qué es el ámbito del
derecho (¿la justicia?) donde debiera ser más evidente el carácter específico de los
actos de habla performativos? ¿Qué significa esta “medrosa ficción” que permite
“traducir” un enunciado de “derecho” en un enunciado de “hecho”?

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150 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

La demanda de la demanda, al señalar las contradicciones y he-


terogeneidades que conforman a cualquier tipo de demanda, es la
huella de la contingencia que no puede conservarse, porque desbor-
da al poder hegemónico. Busca expresar un vacío, una intraducibi-
lidad, una mala ejecución, un performativo infeliz, una ironía, que
por lo mismo disturba a la subjetividad popular que Laclau teoriza.
Pero, ¿de qué tipo de performativo hablamos cuando nos referimos
a una demanda de demanda, a una demanda de reconocimiento (de
derecho) a la demanda?
La demanda de la demanda, al poner en cuestión las formas de
trato social instituidas, suspende las condiciones de felicidad que
permiten su propia realización como performativos. Exige nuevos
procedimientos que sí reconozcan demandas no reconocidas en
cualquier momento del proceso populista, y no únicamente en una
etapa incipiente del modelo donde las agrupa Laclau. Aquellas que
no accedieron a ser demandas populares, porque fueron anuladas o
absorbidas en su pugna al interior del pueblo, ayudando así a darle
forma. Adquieren perfil político, explicando al proceso populista, y
no a la inversa. La demanda de la demanda es la delimitación teórica
de un performance o acontecimiento originario del conflicto, evi-
denciado y producido por el lenguaje, entendiendo por originario
las bifurcaciones irónicas de sentido que la hegemonía populista ha
tenido que ignorar, anular o absorber, para erigirse.
Para John L. Austin la realización de un performativo requiere
cumplir las reglas institucionales que sustentan su ejecución, a esto
lo llama las condiciones de felicidad del performativo. Es lo que
tradicionalmente se entiende como retórica: la persuasión de la ac-
ción, y la expresión que realiza esa acción. Los performativos que no
cumplen sus condiciones de felicidad, y que por lo mismo carecen
de una feliz realización, son aquellos que ponen en suspenso las pau-
tas de su ejecución, llegando al extremo de cuestionar las reglas que
los vehiculizan. Siguiendo a Austin (hasta un extremo al que él no
llega), las malas ejecuciones se constituyen en escenas de demandas
(la mirada del niño a través del vidrio sucio), pues de estos perfor-

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Santiago Carassale w 151

mativos surge una opacidad que se abisma en sí misma, la refracción


de una marginalidad aberrante que hace patente lo desconocido. De
aquí que la demanda de la demanda sea un performativo irónico7
que resistiría su recuperación metafórico-populista. Su base teórica
es la retórica de De Man, que analizaremos para fundamentar tres
aspectos: la referencia cambiante de los sentidos, la posición como
metáforas y metonimias; y, finalmente, la implicación de la voz.

Vertiginosa aberración referencial

Definir y diferenciar la gramatización de la retórica y la retorización


de la gramática es una labor difícil pues las dos están unidas, se con-
funden y nos confunden en un mismo acto, implicándonos. Por eso
usualmente viene en forma de pregunta. Podemos anticipar que la
gramatización de la retórica se da cuando, siguiendo las pautas de
la gramática, se expresan en una sola oración varios significados ilo-
cucionarios contradictorios, con lo que se demuestra la incapacidad
de las reglas para dar cuenta de un significado unívoco, y por eso
mismo las destruye. Los efectos dejan en suspensión la atribución de
intencionalidades. Y podemos decir que la retorización de la gramá-
tica es el juego de mutua implicación y deconstrucción de una voz
que oscila entre una metáfora que le da estatuto de subjetividad y
necesidad, y una metonimia8 que plantea la arbitrariedad y contin-
7
A la literatura usualmente se le exige exponerse a sus condiciones históricas-ideo-
lógicas o a sus condiciones subjetivas de producción. Pero en De Man esta exposi-
ción es un imperativo para referir la literatura a su “otro” (el mundo, su exterior).
Imperativo que él entiende dentro del contexto de la condición performativa y de la
ironía del performativo de la literatura.
8
Jakobson lleva a cabo una recuperación de estas dos figuras centrales de la retórica
a partir de la lingüística saussureana: “Toda forma de trastorno afásico consiste en
alguna alteración, más o menos grave, de la facultad de selección y sustitución o de
la combinación y contextura. La primera afección produce un deterioro de las opera-
ciones metalingüísticas, mientras que la segunda altera la capacidad de mantener la
jerarquía de las unidades lingüísticas. La primera suprime la relación de similaridad y
la segunda la de contigüidad. La metáfora resulta imposible en la alteración de la si-
milaridad y la metonimia en la alteración de la contigüidad.” (Jakobson, Roman: “Dos

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152 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

gencia del acto mismo de la voz, reduciéndola así a un efecto mecá-


nico, vaciando así la subjetividad que da vida a la voz.9 Se produce
entonces la suspensión del significado, pues las reglas de ejecución
gramatical ya no pueden dar cuenta de la referencia del signo. De
Man concluye que nos enfrentamos a una aporía, pues por un lado
el acontecimiento performativo constituye una excepción y una
aberración a las reglas; pero, por otro, las reglas se enfrentan al ca-
rácter excepcional del acontecimiento performativo y son incapaces
de dar cuenta de él.
Volvamos al spot y planteémonos una pregunta: ¿cual es la dife-
rencia entre televidente y conductor? Por un instante no la hay, por
causa de esta demanda que llama nuestra presencia, que nos hace
parte de una totalidad, nuestra pantalla se confunde con el parabri-
sas del auto. Esta confusión, por efecto de contigüidad (una meto-
nimia) nos permite una transición sin rispidez entre televidente y
conductor, entre adentro y afuera, que permite identificarnos con el
conductor. Pero luego aparece la pantalla en negro con el mensaje:
“¿Sabes para qué te limpia el vidrio?” ratifica nuestro intercambio
con el conductor, nos habla como si fuéramos él (“te limpia”), pero
extrañamente nos arranca de él al interrumpir la identificación vi-
sual, deconstruyendo la totalidad asumida. De esta manera la pre-
gunta sin imagen interrumpe la relación entre conductor —narra-

aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos”, citado en Le Guern, 1985:
12). Como se ve todo resulta de un par de oposiciones binarias y sus sucesivas traduc-
ciones a otras oposiciones: metáfora/metonimia, selección/sustitución, combinación/
contextura, operaciones metalingüísticas/operaciones lingüísticas, relación externa/
relación interna, similaridad/contigüidad, a las cuales se les puede agregar paradigmá-
tico/sintagmático, semántico/sintáctico.
9
“Die sprache verspricht, ‘Language promises’, but it does so in a violent, senseless,
mechanical way, without any consciousness of what it is doing. Language therefore
also verspricht sich, in one meaning of this verb as a reflexive: to make a slip of
the tongue, to say the wrong thing. Language makes a slip of the tongue. When I
make a slip of the tongue, I say what I did not mean to say. My tongue speaks for
me, senselessly, as, for De Man, language speaks on its own. Only in a secondary
unwarranted position do I ascribe meaning to language in an act that necessarily
forgets or erase the violence and senseless of the original performative positing.” (J.
Hillis Miller, 2001: 148).

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Santiago Carassale w 153

dor visual— televidente. Suspende la unidireccionalidad del sentido


y genera varios significados contradictorios: ¿estamos con la voz y
el niño o con el conductor? Sacrificamos nuestra identificación con
el conductor, y el vidrio vuelve a ser una pantalla de TV, no un
adentro que nos implicaba en un litigio con un afuera (el niño)
sino que nos coloca afuera. La respuesta del spot a la pregunta nos
deja atónitos: “Para que lo puedas ver”. Nos aleja aún más, hacemos
una distancia de la distancia respecto de la relación dentro/fuera,
de lo mismo y lo otro, y de lo que usualmente es visible o invisible.
¿Quién nos demanda sacrificar nuestra posición y la del conductor?,
¿qué nos compele a alejarnos de nosotros mismos para entender? Es
para contestar estas preguntas que De Man apela a la pareja gramá-
tica/retórica:

La pareja gramática/retórica, que, por cierto, no es una oposición bi-


naria, puesto que en ningún caso los términos se excluyen entre sí,
desarticula y confunde la nítida antítesis entre la pauta del adentro/
afuera (De Man, 1990: 26).

Éstas son las claves de la retorización de la gramática: el acon-


tecimiento de un insight y el insight de un acontecimiento,10 que
provocadoramente es indecidible entre varios significados, y que lla-
ma nuestra subjetividad, entre el vértigo del adentro y el afuera,
forzándola a desdibujarse, cambiando de lugar.

El modelo gramatical de la pregunta se convierte en “retórico” cuando


“empleando recursos gramaticales lingüísticos o de otro tipo, resulta
imposible decidir cuál de los dos significados (que pueden llegar a ser
totalmente incompatibles) prevalece. La retórica suspende de manera
radical la lógica y se abre a posibilidades vertiginosas de aberración
referencial (De Man, 1990: 23).

10
Ver sobre el insight, De Man, Paul, Blindness and Insight, University of Minnesota
Press, 1983, Estados Unidos.

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154 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

Para De Man, la retorización de la gramática es el conflicto entre


dos lecturas, no la yuxtaposición de dos significados. El conflicto les
permite existir, aferrándose la una a la otra. Por eso la estructura gra-
matical da lugar a un significado oscurecido “[...]por la duplicidad
de una figura que reclama a voz en grito la diferenciación que ella
misma oculta” (De Man, 1990: 26).
Encontramos un ejemplo de este performativo en el caso de Ar-
chie Bunker, jugador de bowling, al cual su mujer le pregunta si
desea que ate los cordones de sus zapatos por arriba o por debajo del
zapato. A lo que Archie, sin ninguna intención, interpela: “¿cuál es
la diferencia?” Entendido literalmente es una pregunta por la dife-
rencia, pero en su sentido figurado significa: “¡me importa un bledo
cuál puede ser la diferencia!”. Lo que Archie realiza es un acto de
posición, un lapsus lingüístico.

Cuando realizo un lapsus de lengua (slip of tongue), digo lo que no


quiero decir (mean to say). Mi lengua habla por mí, insensatamente
(senselessly), así como para De Man, el lenguaje habla por sí mismo.
Sólo en una posición secundaria sin garantías adscribo significado
(meaning) al lenguaje en un acto que necesariamente olvida o borra
la violencia e insensatez (senseless) del performativo original posicio-
nante (positing) (J. Hillis Miller, 2001:148).

Esta pregunta establece una bifurcación de sentidos que no es


posible resolver por la gramática, pues los dos se extraen de la misma
frase, se niegan entre sí, y sin embargo, se necesitan recíprocamente.
Lo paradójico es que se engendran dentro de un paradigma grama-
tical sintáctico que supuestamente es unívoco.

Ante la pregunta por la diferencia entre la gramática y la retórica, la


gramática nos permite plantearnos la pregunta, pero es posible que
la oración por medio de la cual la formulamos niegue la posibilidad
misma de preguntar (De Man, 1990a: 23).

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Santiago Carassale w 155

En casos como el del spot y el de Archie, la gramática no pue-


de distinguir el sentido figural del sentido literal, se interrumpe el
pasaje de uno a otro, es decir, estamos en el punto de la aporía, del
no pasaje. De este modo el acto de habla —como la demanda de la
demanda— ya no cumple los requisitos de felicidad, porque precisa-
mente funciona interrumpiéndolos, tal y como en Austin las malas
ejecuciones son las que se constituyen en escenas de demandas. Por
eso la advertencia de De Man de que la retórica no es la inversión
quiásmica de un significado literal por un significado figurativo ni la
transposición o transferencia de un sentido a otro. Al contrario, es
la imposibilidad del paso de uno a otro, la duplicidad que reclama
su propia diferencia.
Esta confusión del sentido literal y figurado no puede ser “re-
suelta” por la gramática, sino por la intervención de una intención
extratextual, por una voz y una redescripción metafórica que haga
posible una subjetividad. Para De Man, la resolución de esta nega-
ción exige la intención extratextual de Archie de aclarar las ideas a su
mujer. Pero Archie se irrita no sólo por la impaciencia que trae
su pregunta, sino por el desasosiego frente a la estructura del signi-
ficado lingüístico, que sólo promete más confusiones (aberraciones)
futuras.11 Archie sin quererlo y sin saberlo, abre una brecha en el
lenguaje, acontecimiento que promete más conflictos, más litigios
con su esposa, lo cual por supuesto va a demandar más explicaciones
(demand and explanation). El lenguaje sólo promete más lenguaje.
Así la intención, la voz, la subjetividad, se irritan por estar sujetas
constantemente al mismo problema que quieren aclarar, a la posi-
bilidad creciente de generar sentidos contradictorios. Este aconteci-
miento —performance—, es para De Man la retoricidad del lenguaje,
pues abre una posibilidad heterogénea al orden de la gramática de
los actos de habla, de su institucionalidad. La demanda es el lugar

11
“El habla (lenguaje) se promete (Die Sprache verspricht)“ es una cita “a me-
dias”, es decir, irónica, que De Man hace de Heidegger, “el habla habla (Die Sprache
spricht)“, o el habla se promete (Die Sprache verspricht) que introduce en el corazón
del habla (lenguaje) la promesa.

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156 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

de emergencia de la heterogeneidad, de la retoricidad de los perfor-


mativos, que suspende sus condiciones de felicidad, introduciendo
un momento de irritación por su propia equivocidad.
Para despejar la idea de que el modelo retórico sea simplemente
una inversión del modelo gramático, De Man recurre a otro ejem-
plo, en este caso de la literatura. Es un poema de Yeats, “Among
School Children”, el cual termina con un verso muy reconocido
“How can we know the dancer from the dance?” (“¿Cómo podemos
distinguir la bailarina de la danza?”) Las interpretaciones usuales del
texto son desde una lectura retórica, que acentuaría la unión entre
forma y experiencia, creador y creación, o signo y referente. Esta
lectura retórica se consolida si leemos los versos, en los cuales:

[...] encontraremos imágenes poderosas y consagradas de esa continui-


dad entre parte y todo que convierte la sinécdoque en la más seductora
de las metáforas: la belleza orgánica del árbol, afirmada en la sintaxis
paralela de una pregunta retórica semejante” (“Are you the leaf, the
blossom or the bole?”), “o la convergencia, en la danza, del deseo eró-
tico y la forma musical” (“O body swayed to music, O brightening
glance”) (De Man, 1990a: 24).

Inclusive haciendo una lectura figurada del poema, su gramática


y retórica parecen consistentes con la lectura figurada de la pregun-
ta. La hoja es a la primavera, lo que la bailarina es a la danza, lle-
vándonos al arrobamiento de la unidad, a la unificación del sujeto
y el universo. Incluso, como ya vimos en el caso de Archie, hay un
desasosiego frente a la pregunta sobre la diferencia, pero también
una ironía ante la imposibilidad de conocer la diferencia, pues Yeats
lo plantea hasta el final del poema. La versión figurativa totalizadora
tiene cierto pathos, una ironía, un nerviosismo de no llegar a cono-
cer, o resolver, el paso entre el signo y el referente: ¿puedo conocer
la diferencia? Nuevamente el modo retórico transforma el modo del
poema como si lo colocáramos al revés —¿la danza y la bailarina se
pueden diferenciar?—, dándole una totalidad a la figura como si

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Santiago Carassale w 157

fuera el adentro. Sin embargo, si la pregunta se lee literalmente, se


suspende el paso entre signo y referencia, y se interrumpe la metáfo-
ra de la unidad orgánica totalizadora: no hay más que una bailarina
y una hoja. Nuevamente, sin duda, tenemos dos lecturas posibles
por una misma estructura gramatical.
Este “enigma semiológico” que De Man llama retórica, expone
y enfrenta simultáneamente a lo literal, lo figurativo, y al sujeto,
haciendo imposible decidir entre sus referencias. Nos involucra en
el litigio, y nos desinvolucra de cualquier posición de sujeto. Ade-
más la cosa litigiosa no tiene una causa, pues sin sentido unívoco,
no se puede procesar. Al no haber un espacio de demanda legí-
tima, emerge un espacio de demanda sobre la demanda, el litigio
sobre el lugar y límite de lo litigable, de la polémica. El efecto de
la “vertiginosa aberración referencial” es el de una puerta giratoria,
o el huracán y su ojo.
La demanda de la demanda es este acontecimiento retórico que
extrae del vértigo su fuerza ejemplar, de allí su fuerza ejemplar (“lée-
me, serás capaz de ello”). No la extrae simplemente por no cumplir
las peticiones, sino por su condición de ejemplo extremo, de llegar
al límite. No es una instancia en una cadena (como la demanda
democrática y popular en Laclau), que apela a un modelo o a una
equivalencia que la convierta en un eslabón más. El ejemplo y su
fuerza se dan en la constitución de una cosa, en el sentido de una
cuestión que es cuestionamiento, que reclama ser litigable, justiciable,
en un momento de heterogeneidad que el sistema no reconoce. La
solución a este litigio puede terminar presa de aquello mismo que
quiere solucionar, requiere de una voz, como la voz en off, o la voz
del líder populista. Pero esta voz es un acto de habla, un acto de
posición totalmente arbitrario, no es el gran sujeto.

¿Cómo puede un acto de posición (tético-setzen), que no tiene relación


con algo que venga antes o después, quedar inscrito en una secuencia
narrativa? ¿Cómo se convierte un acto de habla en un tropo, en una ca-
tacresis que entonces a la vez engendra la secuencia narrativa de una

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158 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

alegoría? Esto sólo puede suceder porque imponemos, a su vez (in our
turn), la autoridad del sentido y el significado sobre el poder insensato
(sensless) del lenguaje posicional. Pero esto es radicalmente inconsis-
tente: el lenguaje pone (posición) y el lenguaje significa (puesto que ar-
ticula), pero el lenguaje no puede poner significados; solamente puede
reiterarlos (o reflejarlos) en su falsedad reconfirmada. Y el conocimiento
de esta imposibilidad tampoco lo hace menos imposible. Esta posición
imposible es precisamente la figura, el tropo, la metáfora como una
violenta —y no oscura— luz, como un Apolo mortífero (De Man,
1984: 117-118, las cursivas en paréntesis fueron agregadas por mí).

Acto de posición que requiere una segunda posición que le per-


mita adscribir un “sujeto”, una intencionalidad extratextual. La voz
del líder populista es sólo un ejemplo extremo de cómo se metafo-
riza esa demanda de voz, que Laclau asume como el fin del proceso,
pero que es tan arbitraria como la primera posición, de esta manera
la demanda no se cierra sino que se metamorfosea y se sigue proce-
sando. Para entender este acto de metaforización y su concomitante
deconstrucción es necesario pasar de la retórica de la persuasión (los
actos performativos) a una retórica de tropos. En la terminología de
De Man es el paso de la gramatización de la retórica, a la retorización
de la gramática.

El baile entre metáforas y metonimias

La retórica, además de ser entendida como persuasión, es el movi-


miento de los tropos; se define como la transferencia de lo literal a lo
figural, con la intención de producir nuevos sentidos, nominando el
proceso de figuración.12 Estas transferencias y desplazamientos de lo

12
Aristóteles veía el proceso metafórico como un proceso de traslación de un nom-
bre a otro, como un proceso de constitución de nuevas nominaciones. Aunque dis-
tingue nombre, verbo y enunciado: “De las tres unidades definidas, el nombre no
sólo es la más elemental, sino también la que, por así decir, fundamenta explícita

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Santiago Carassale w 159

retórico se han conceptualizado como un proceso de metaforización:


el traslado más allá, el desplazamiento de un sentido para constituir
otro sentido, para figurar algo que hasta ese momento carecía de figu-
ra (eidos, sentido). Pero la metáfora es sólo una entre varias figuras o
tropos que caracterizan los diferentes modos de traslación. De esta ca-
racterización surgen una serie de formas taxonómicas que distribuyen
los diferentes modos: metáfora, metonimia, sinécdoque, parabasis,
anacoluton, prosopopeya y la catacresis.13 La retórica para De Man (la
que llamará gramatización de la retórica), es este movimiento “tropo-
lógico generalizado”, en el cual:

el estudio de los tropos y de las figuras (que es como utilizo aquí el tér-
mino retórico, y no en el sentido derivado de comentario, de elocuen-
cia o de persuasión) se convierte en una mera extensión de los modelos
gramaticales, un subconjunto particular de relaciones sintácticas (De
Man, 1990: 19).

En el ejemplo de nuestro spot el descuido de los rastros de ja-


bón desbaratan la relación dentro/fuera, instituida por el lugar que
el automóvil garantiza al conductor. Las huellas desnaturalizan la
o implícitamente la caracterización del verbo y el enunciado. En el caso del rhêma,
Aristóteles precisa que pronunciados sólo y por sí mismos, los verbos son nombres
(autà mèn oûn kath´autà legómena tà remata onómata esti, 16b 19-20) […] Por
tanto, puede decirse que si el verbo es en general también nombre, el enunciado es
por su parte una suerte de ‘composición nominal’ un Nombre constituido por nom-
bres. La metáfora es algo que afecta al Nombre en la medida en que éste incluye
sinecdóquicamente las diversas magnitudes lingüísticas. Es una constante que las
teorías de la metáfora insisten en destacar” (Cuesta Abad, 2001: 76, nota 5).
13
Por lo general se caracteriza a la catacresis como uno de los tropos dentro del con-
junto general; sin embargo, es Fontanier quien se niega a dar a la catacresis el lugar
de un tropo entre otros. Para este autor, la catacresis es el abuso de los tropos: la
metáfora, la metonimia y la sinécdoque. “La catacresis, en general, consiste en que
un signo ya afectado a una primera idea, lo sea también a una nueva idea, la cual
no tiene, o ya no tiene otra [expresión literal] en la lengua. Ella es, en consecuen-
cia, todo tropo de uso forzado y necesario, todo tropo del que resulta un sentido
puramente extensivo; este sentido propio de origen segundo, intermediario entre el
sentido propio primitivo y el sentido figurado, pero que por su propia naturaleza se
acerca más al primero que al segundo, aunque él mismo haya podido ser figurado
al principio” (Fontanier, 1977: 213).

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160 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

forma usual de como nos proyectamos y exponemos al mundo. El


descuido es la “excusa” perfecta para exponer, suspender e invertir la
relación dentro/fuera y lograr una totalidad. Pero la voz en off nos
sugiere renunciar a la totalidad, y con ello recolocarnos a nosotros,
y al litigio que hay entre el conductor y el niño. ¿Cómo se opera este
efecto de recolocación, o de retotalización?14
Para comprender los procesos de suspensión, inversión y redes-
cripción de esta relación dentro/fuera en la que el spot nos coloca,
veremos como Marcel “puede” reinvertir la relación dentro/fuera
(lectura/mundo) a partir de una serie de transferencias e inversio-
nes metafóricas y metonímicas. De Man esclarece la literariedad
del lenguaje, al plantear la relación entre gramática y retórica, la
dramatización de la retórica, es decir, la gramatización de la re-
tórica. Éste es el caso de la metáfora de la lectura en Proust, una
metáfora que:

supone un mundo en el que puedan distinguirse los elementos intra


y extratextuales, las formas literal y figuradas del lenguaje; un mundo
en el cual lo figural y lo literal son propiedades que pueden ser aisladas
y, en consecuencia, intercambiadas y sustituidas las unas por las otras.
Esto es un error, aunque puede decirse que ningún lenguaje sería posi-
ble sin ese error (De Man, 1990: 177).

La suspensión, inversión y redescripción de esta relación dentro/


fuera a partir de una serie de transferencias e inversiones metafóricas
y metonímicas, se ejemplifica en una lectura de Proust.
En un pasaje de À la Recherche... Proust nos presenta al joven
Marcel cerca de Combray,15 leyendo encerrado en su habitación. Esta

14
En este punto estamos cercanos a lo que Laclau llama la sutura hegemónica: “la
sutura hegemónica tiene que producir un efecto re-totalizante, sin el cual ninguna
articulación hegemónica sería tampoco posible [...] tiene que mantener viva y visible
la heterogeneidad constitutiva y originaria de la cual la relación hegemónica partie-
ra” (Laclau, 2000: 61).
15
El pasaje de À la Recherche... citado por De Man es el siguiente: “[…] yo me
echaba en mi cama, un libro en la mano, en mi cuarto, que protegía, temblando, su

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Santiago Carassale w 161

representación del acto de lectura dramatiza la unión del exterior


y el interior, tanto entre el verano y la habitación, como entre el ex-
terior e interior de la lectura misma. Nuestra lectura dramatiza una
representación, tal como se representa en el acto de lectura de Marcel.
Por un lado tenemos una serie de metáforas seductoras que
usan un conjunto de objetos irresistibles (música de cámara, ma-
riposas, estrellas, libros, arroyos que fluyen, etc.), en el juego de la
figuración acuática. Pero a la vez se busca la mejor manera de jugar es-
cribiendo figuradamente sobre figuras con dos modos de evocar la
experiencia: uno necesario o metafórico, frente a otro contingente
o metonímico. El pasaje prefiere, o prioriza, uno de estos modos,
el necesario o metafórico: la música ejecutada por las moscas que
es como la música de cámara del estío que está unida al verano
por un lazo necesario, el nacimiento en el seno de los días buenos,
música que no sólo despierta la memoria de esos días, “sino que
atestigua su retorno”.

frescura transparente y frágil contra el sol de la tarde con la defensa de las persianas,
casi cerradas, y en las que, sin embargo, un reflejo de luz había hallado medio de
abrir paso a sus alas amarillas, y se había quedado inmóvil en un rincón entre la madera
y el cristal, como una mariposa en reposo. Apenas si se veía para leer, y la sensación
de la esplendidez de la luz sólo la sentía por los golpes que en la calle de la Cure
estaba dando Camus (ya advertido por Francisca de que mi tía no ‘descansaba’ y
de que se podía hacer ruido) en unos cajones polvorientos, y que al resonar en esa
atmósfera sonora, propia de las temperaturas calurosas, parecía que lanzaban a
lo lejos estrellitas escarlata; y también por las moscas, que estaban ejecutando en
mi presencia, y en su reducido concierto, una música que era como la música de
cámara del estío y que no evoca el verano a la manera de una melodía humana que
oímos una vez durante esa estación, y que nos la recuerda en seguida, sino que está
unida a él por un lazo más necesario: porque nacida del seno de los días buenos,
sin renacer más que con ellos, y guardando algo de su esencia, no sólo despierta en
nuestra memoria la imagen de esos días, sino que atestigua su retorno, su presencia
efectiva, ambiente e inmediatamente accesible.
”Aquel umbroso frescor de mi cuarto era al pleno sol de la calle lo que la sombra
es al rayo de Sol, es decir, tan luminosa como él, y brindaba a mi imaginación el
total espectáculo del verano, que mis sentidos, si hubiera ido a darme un paseo,
no hubieran podido gozar más que fragmentariamente; y así convenía muy bien
a mi reposo, que —gracias a las aventuras relatadas en los libros que venían a es-
tremecerle— aguantaba, como una mano muerta en medio de agua corriente, el
choque y la animación de un torrente de actividad.” Proust, Marcel: A la búsqueda
del tiempo perdido. Por el camino de Swann, citado en De Man (1990a: 95-96).

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162 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

La sinécdoque (las moscas) que sustituye la parte por el todo y el todo


por la parte es en realidad una metáfora lo suficientemente poderosa
como para transformar la contigüidad temporal en una duración infi-
nita” (De Man, 1990a: 79).

Mientras que la otra música, la tonada oída alguna vez por azar
durante esa estación, sólo tiene una relación contingente, azarosa, con
el verano y su evocación. Distinguir entre necesidad y azar, es una
forma legítima de distinguir entre la analogía y contigüidad, o lo que
es lo mismo, una forma de distinguir entre metáfora y metonimia.

La inferencia de identidad y totalidad que es constitutiva de la me-


táfora falta en el contacto puramente relacional de la metonimia: un
elemento de verdad interviene en el acto de confundir a Aquiles con
un león, pero no interviene en el acto de confundir al sr. Ford con un
auto (De Man, 1990a: 28).

De lo que el pasaje trata es acerca de la superioridad estética


de la metáfora sobre la metonimia,16 superioridad construida por la
categoría estética misma que, paradójicamente, fundamenta onto-
lógicamente el sistema metafísico que hace posible su superioridad.
Sin embargo, una lectura retórica del mismo pasaje demuestra que
su defensa de la metáfora de las moscas es por medios metonímicos.
Hay entonces una disparidad entre el lenguaje figurado y el meta-
figurado. La diferencia de la melodía humana y la melodía de las
moscas, es que esta última no sólo evoca la imagen de esos días, sino
que “atestigua su retorno, su presencia efectiva, ambiente e inme-
diatamente accesible”.
La sinécdoque (la parte por el todo, o el todo por la parte), un
efecto propio de la metonimia,17 es provocado por la figura de las

16
Precisamente esta “superioridad estética de la metáfora” fundamenta la “ideolo-
gía estética”, en su relación especular, necesaria y orgánica con la imagen.
17
Por ejemplo, entre otros, DuMarsais: “La sinécdoque es pues, una especie de
metonimia, por medio de la cual se da un significado particular a una palabra que, en

VOX POPULI.indb 162 08/04/13 22:33


Santiago Carassale w 163

moscas, que, irónicamente, también provoca un efecto de totaliza-


ción propio de la metáfora.18 Así las moscas expresan una totalidad
orgánica en donde la parte llama, evoca el todo, y conlleva la tran-
quilidad de los procesos totalizantes de los procesos metafóricos. No
ocurre lo mismo con la melodía humana que sólo puede provocar a
la memoria mediante artificios mecánicos.

[Si la] metonimia [...]es incapaz de crear vínculos genuinos [...] no se


puede dudar, gracias a las mariposas, la resonancia de las cajas, y espe-
cialmente “la música de cámara” de las moscas, de la presencia de la luz
y la calidez de la habitación. En el nivel de la sensación, la metáfora
puede reconciliar el día con la noche en un chiaroscuro totalmente
convincente (De Man, 1990: 79).

La preocupación de De Man hasta este punto ha sido cómo se


comunica la luz exterior con la oscuridad interior para generar una
nueva luz interior, gracias a la inversión y reapropiación de la dis-
tinción dentro/fuera, inversión y reapropiación que se vuelven una
“comprensión” de la lectura. Otra preocupación suya es la inversión
y reapropiación del reposo y la acción.

Porque [...] no basta que el sonido de las moscas lleve la luz exterior a
la habitación oscura; si ha de alcanzar la totalización, la interioridad del
lector recogido, debe adquirir también el poder de una acción concre-
ta. El proceso mental de la lectura extiende la función de la conciencia
más allá de la mera percepción pasiva; debe adquirir una dimensión
más amplia y convertirse en acción (De Man, 1990a: 79).

sentido propio, tiene un significado más general; o al contrario, se da un significado


más general a una palabra que, en sentido propio, sólo tiene un significado particular.
En una palabra: en la metonimia yo tomo un nombre por otro, mientras que en la
sinécdoque tomo el más por el menos o el menos por el más” (Le Guern, 1985: 12).
18
De Man afirma que un problema al momento de construir taxonomías de los tro-
pos es que la sinécdoque ha sido clasificada por la tradición como metonimia, y a
esto se suma que ella crea una zona ambivalente entre la metáfora y la metonimia,
generando la ilusión de una síntesis por totalización (De Man, 1990a: 79).

VOX POPULI.indb 163 08/04/13 22:33


164 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

Este paso de la conciencia a la acción pasa, de nuevo paradóji-


camente, por una figuración metonímica que suspende el proceso
metafórico: el cliché “torrente de actividad” de Proust. De esta ma-
nera la metonimia suspende el proceso metafórico de totalización
(la articulación dentro/fuera del acto de lectura). El “trabajo del
sujeto” queda suspendido, ya no puede volver sobre sí; el cliché es
una rasgadura en el espejo que no permite devolver la imagen, inte-
rrumpiendo la recuperación narcisista del sujeto.
Recordemos que la identificación es suspendida por un elemen-
to externo a la escena, el ojo del conductor, del camarógrafo y del
televidente dejan de ser uno, y se separan. Es la voz en off la que
permite, por un lado, romper esta totalidad, invertir la demanda, y
generar una retotalización. El realismo de la escena se ve sobrede-
terminado por la pretensión moral del “narrador” del spot, para esto
necesita la voz en off, para poder reinterpretar la escena misma. El
spot nos arrastra por una parte a una identificación primera, pero de
la que hay que desprenderse posteriormente para poder juzgar, pero
de nada sirve juzgar si no nos reintroduce nuevamente en la escena,
pero ahora de manera diferente. Ahora hay que juzgar siendo y no
siendo parte a la vez, jugamos como un tercero sin ser parte de la
misma escena. Sin explicar nada, la voz en off nos implica en la de-
manda como espectadores (como no-parte del litigio), y busca en
nosotros una respuesta. Se nos retira de la escena y se nos plantea
una pregunta que obliga a resituarnos ante la demanda, por un ele-
mento arbitrario, una pura decisión del narrador. Decisión que nos
“vuelve a la realidad” (tú eres un telespectador) y por esto mismo a
la vez podemos aceptarlo. La interrupción de la totalización intro-
duce nuevamente una zona de disputa en torno a la estabilidad de
significados, se expone la totalidad descrita en un primer momento
a un nuevo afuera (espectador) y plantea otra retotalización.
¿Por qué debemos dejar de ser el conductor? ¿Por qué no recla-
mar al niño la limpieza del vidrio? ¿Acaso podríamos olvidarnos que
cada vez que conducimos y paramos en una esquina buscamos por
todas las formas evitar que se acerque alguien a limpiar el vidrio?

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Santiago Carassale w 165

¿Cuál es la diferencia entre el conductor y el espectador? ¿Podría-


mos hacer el camino inverso, pasar nuevamente del lugar del te-
lespectador al lugar del conductor? ¿Es seguro que podamos oscilar
nuevamente hacia el lugar del conductor? ¿No es éste precisamente
el objetivo del narrador de la fábula? Para esto el narrador debería
dejar de ser simplemente una superposición arbitraria de efectos
(túnel, voz) para convertirse en alguien, una conciencia moral, lo
cual nos lleva nuevamente a preguntarnos, ¿quién está del otro lado
de la voz?; debemos trascender la ficción televisiva y preguntarnos
¿quién habla?, ¿pero por qué debemos hacerlo?

Una voz... como tantas otras

La voz en el spot resuelve la demanda, se establece un victimario y


una víctima invirtiendo a los personajes y nuestro rol en la escena.
Ya no demandamos al niño por el parabrisas sucio, sino que deman-
damos al conductor por su insensibilidad frente al niño; la pregunta
que la voz en off nos hace, se la hacemos al conductor, y éste se con-
vierte entonces en el demandado. En aras de salvar al niño, la voz
nos convierte en su cómplice, al tiempo que ejerce violencia sobre
nosotros mismos.
Esto nos deja con la inquietante pregunta ¿quién habla en esa
voz? Esto nos devuelve al problema de Archie, que no puede aclarar-
le a su esposa la diferencia de significados, más que suponiendo una
intención extratextual, a la que sólo puede referirse por medios tex-
tuales. Nuevamente es la contraposición entre persuasión (carácter
performativo) y tropos (carácter constatativo del lenguaje). La voz
en off se instala como un elemento contingente, sólo tiene una rela-
ción de contigüidad con la escena. En otras palabras, la estructura
paradigmática sustentada en la sustitución (la metáfora), desplaza a
una estructura sintagmática sustentada en la asociación contingente
(metonimia). Pero recordemos la advertencia de De Man sobre la
imposibilidad de reducir el texto de Proust a una afirmación mistifi-

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166 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

cada de la prioridad de la metáfora sobre la metonimia que la lectura


del crítico vendría a deconstruir (desmitificar). Menos considerar
que el retorno a la metonimia nos resuelva el problema, o darle a la
voz (narradora visual, oral u otra) la veracidad absoluta, pues ésta se
fundamenta en la incerteza primera.19 La deconstrucción del texto
es algo que el texto mismo hace, no es algo que la lectura decons-
tructiva vendría a añadir, como una nueva luz.
Para De Man lo estudiable es el lenguaje, que dice algo que no
dice, y que mete en problemas al sujeto al decirlo. Porque para des-
plazarse, el “yo” o “sujeto” debe desdibujarse, sorprendido por los
sentidos posibles de lo que ya dijo, o de lo que intuye de una voz
que lo compele, como la del poeta, y que hace suya. La poesía, en ese
sentido, sería la constante inexistencia de un autor, y el modo más
avanzado y refinado de deconstrucción. De lo que se trata es que, si
bien se suele pensar que las figuras son la creación de un genio indi-
vidual, de un sujeto, lo que se encuentra en realidad en el texto es la
pauta programada, semi-automática, de la gramática; pero el sujeto
sigue investido de una función retórica que no puede ser reducida a
una función gramatical.20 Esta función retórica se da porque el sujeto

19
De Man nos previene sobre esta lectura de la gramatización de la retórica, volverla
nuevamente en una suerte de lectura crítica develadora. No debemos caer rápida-
mente en el juicio crítico de la voz en off, pues no es una imposición arbitraria desde
el Gran Hermano (Otro). La expresión original en inglés permite jugar con los dos
significados en una misma palabra Big Brother, un gran otro. No debemos asimilar
rápidamente al filósofo crítico con el crítico literario, embarcados los dos en una nueva
cruzada en contra de la mistificación mítico-poética.
20
Simplemente para duplicar la afirmación, citemos: “El narrador que nos habla
acerca de la imposibilidad de la metáfora es él mismo, o en sí mismo, una metáfora,
la metáfora de un sintagma gramatical cuyo significado es la negación de la metáfora
afirmada, por antífrasis, como su prioridad. Y esta metáfora-sujeto está, a su vez,
abierta al tipo de deconstrucción de segundo grado, la deconstrucción retórica de la
psicolingüística, la deconstrucción a la que se dedican actualmente, haciendo frente
a considerable resistencia, las investigaciones más avanzadas son sobre literatura.”
(De Man, 1990a: 33.) Esta función retórica se da porque el sujeto presta su voz al
sintagma gramatical. El término voz es una metáfora que permite inferir por medio de
la analogía la intencionalidad del sujeto a partir de la estructura del predicado. Por lo
cual, la deconstrucción de la mistificación de la metáfora por medio de la metonimia,
depende de la metáfora de la voz, que “animaría” al sintagma gramatical que lleva
adelante la deconstrucción de la analogía metafórica.

VOX POPULI.indb 166 08/04/13 22:33


Santiago Carassale w 167

presta su voz al sintagma gramatical. El término voz es una metáfora


que permite inferir, por medio de la analogía, la intencionalidad del
sujeto a partir de la estructura del predicado. La deconstrucción de la
mistificación de la metáfora por medio de la metonimia, depende de
la metáfora-voz, que “animaría” al sintagma gramatical a llevar ade-
lante la deconstrucción de la analogía metafórica.
La analogía, la semejanza (del lector, del espectador, del televi-
dente), es realizada por las figuras que figuran “el trabajo del sujeto”.
Estas figuras —la metáfora, la mimesis, la paranomasia o la personi-
ficación—, se vuelven la voz, dándole a la posición “profundidad”,
la vuelven sujeto. Pero al mismo tiempo, se encuentran subvertidas
por una pauta mecánica, impersonal, la voz arbitraria que deshace
al sujeto. La voz en off del spot, la voz de Archie, la de Yeats y la de
Proust cubren estas dos características: presentan esa gramática ar-
bitraria (programada y semiautomática), que sólo pueden sobrevivir
borrando su carácter arbitrario, volviéndose nuestra voz por medio
de una metáfora. En otras palabras, para producir el necesario error,
deben volverse nosotros, y deshacernos. La constitución del sujeto
pasa por un momento contingente que lo deconstruye.

[...] aspecto mecánico, repetitivo, de las formas gramaticales, se mues-


tra tal como opera en un pasaje que a primera vista, parecería celebrar
la creación voluntaria y autónoma de un sujeto (De Man, 1990a: 29).

Por esto es tan delicado el viaje de la subjetividad, del yo-voz, pues


en un acto de violencia se identifica con el narrador, para luego, por
otro acto de violencia, aceptar que todo el posicionamiento está vi-
ciado de error. Pero sin el error no habría tenido lugar la narración.

La retórica es un texto en la medida en que permite dos puntos de vista


incompatibles, mutuamente autodestructivos, y, por lo tanto, plantea
un obstáculo insuperable para cualquier lectura o para cualquier com-
prensión. La aporía [...] genera retórica y la paraliza, dando así lugar a
la aparición de una historia (De Man, 1990: 155-156).

VOX POPULI.indb 167 08/04/13 22:33


168 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

El modo de lectura que De Man propone nos lleva a:

alcanzar una verdad, aunque no sea más que por la vía negativa de
exponer un error, una pretensión falsa [...] Parece como si acabásemos
en una especie de seguridad negativa muy productiva para el discurso
crítico [...] La verdad es el reconocimiento del carácter sistemático de
cierto tipo de error, la verdad es dependiente de la existencia previa de
ese error [...] Por consiguiente, en el caso de la gramatización retórica
de la semiología, exactamente igual que en el de la retorización gra-
mática de las frases ilocucionarias, acabamos en el mismo estado de
sostenida ignorancia (De Man, 1990a: 33).

En consecuencia se vuelve a plantear de nuevo la pregunta, ¿la


gramatización de la retórica acaba en una certeza negativa o con-
cluye en una incertidumbre? Para De Man toda pregunta sobre el
modo retórico de un texto es una pregunta retórica que no sabe
siquiera si está preguntando, el pathos que resulta de esta situación
es una angustia de la ignorancia —o un deleite, de acuerdo con el
humor momentáneo o al temperamento individual—, esta angustia
de la ignorancia, que no es una angustia de la referencia, es “una
reacción emocional a la imposibilidad misma de saber” lo que el
lenguaje “pudiera estar urdiendo” (De Man, 1990a: 33).
En tanto retórica, la demanda de la demanda es un movimien-
to aporético que produce una certeza negativa, una incertidumbre,
una angustia de la imposibilidad de saber, como único medio para
generar historias, alegorías que narran su propio error. Lo que nos
coloca a distancia de la constitución del pueblo, de su historia, ha-
ciendo de las voces que lo expresan otros actos de posición arbitra-
rios que se figuran y desfiguran en un proceso histórico. La lección
que hemos querido extraer de De Man es su advertencia sobre lo que
el lenguaje “podría estar urdiendo”, sin caer fácilmente de la desmi-
tificación a la mitificación, o en la certeza negativa.
¿En dónde se cruza este movimiento con la teoría de la hegemo-
nía? ¿Cómo se puede insertar esta demanda en la constitución de

VOX POPULI.indb 168 08/04/13 22:33


Santiago Carassale w 169

un sujeto popular? La retórica de la demanda de la demanda es el


reverso de la hegemonía, su espectro, su límite, que la razón popu-
lista pretende ocultar por medio de una luz cegadora —un Apolo
mortal—, con la que cubre su contingencia, su no razón, su arbitra-
riedad. La demanda de la demanda no es un concepto que preten-
da enmendar, subsanar o remedar una teoría del populismo —que
además se considera teoría de la política tout court— sino que es una
cuña que desestabiliza cualquier demanda recordando a su “otro”.
Recordar que la posición es arbitraria, es recordar las demandas no
canalizadas (democráticas o popularmente).
La historia la hacen los vencidos como espectros de los vence-
dores, o como dice una dedicatoria: “porque también somos lo que
hemos perdido”. Alegorías que permiten redescribir... tres puntos
que suspenden una voz, un ataque de tos, una afonía, la equivalen-
cia carraspea y alguien se demanda, ¿que dijo?, la voz enmudece y
el vacío se agiganta, ¿cuáles habrán sido sus últimas palabras?, ¿tu
también hijo mío? ¿Pero quién tiene el derecho a la sucesión? La
demanda se acrecienta y toda una progenie de hijos reconocidos,
semi-reconocidos y no reconocidos demandan su derecho a la de-
manda, la sucesión se abre y el intestado deja tras de sí una esquela
de pleitos, se busca una nueva voz, ¿quién podrá ser el zorzal que
encarne la voz?w

VOX POPULI.indb 169 08/04/13 22:33


170 w La demanda de la demanda: la mirada del espectro

Bibliografía

Cuesta Abad, José Manuel M. (2001). La escritura del instante, España,


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De Man, Paul (1990). “Roland Barthes and the Limits of Structuralism”,
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Negri, Toni (1999). “La sonrisa del espectro”, en Sprinker, Demarcaciones
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VOX POPULI.indb 170 08/04/13 22:33


La razón populista o el exceso
liberal de la teoría de la hegemonía1

Guillermo Pereyra

Introducción

En este trabajo exploraré las relaciones que existen entre lo políti-


co, el populismo y el liberalismo. Una de las formas de revelar esta
relación es analizando el lugar que tiene el liberalismo en una teoría
que afirma dar cuenta de la “especificidad de lo político”: la teoría de
la hegemonía (TH) de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. En otras
palabras, aquí se indagará el modo en que la TH concibe al libera-
lismo y su aceptación o no dentro de su estrategia teórico-política
y democrático-popular. Detrás de este objetivo se encuentra uno
de carácter más general que busca investigar la capacidad que tiene
el liberalismo de no ser rechazado muy fácilmente ya sea como
ideal normativo o como un modo de entender y configurar lo
político. Para ello, el argumento se estructura de la siguiente for-
ma. En la primera sección expongo las tesis principales referidas
a la centralidad de lo político en la TH. Para Laclau y Mouffe, la
categoría de “antagonismo”, y el correlato de una dislocación que
1
Este trabajo es una versión abreviada y corregida del capítulo segundo de mi tesis
de maestría El liberalismo y lo político. Teoría liberal, hegemonía y retórica, Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Sede México, de julio de 2006, y
se ha visto beneficiado por los comentarios precisos que le hicieron los integrantes
del Proyecto de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Justicia Social (SEP-Cona-
cyt, México), y por las sugerencias y críticas que Sebastián Barros y Jorge Ahumada
hicieron a una versión preliminar. El encuentro que tuve en agosto de 2006 con
Alejandro Groppo me ayudó a precisar algunas afirmaciones, aunque sin modificar
el argumento de fondo. Por último, sin las discusiones que he tenido en los últimos
dos años con Julio Aibar y Carlos Durán, este texto nunca podría haberse escrito.
Para todos ellos es mi agradecimiento.

VOX POPULI.indb 171 08/04/13 22:33


172 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

muestra la falla siempre presente de todo orden simbólico, se vuel-


ve la condición de (im)posibilidad de las identidades sociales, con
lo cual lo Real del antagonismo representa una ontología de lo so-
cial. Este primer apartado contiene los elementos fundamentales
para discutir la siguiente cadena de equivalencias que la TH ha ido
construyendo a lo largo de sus sucesivos trabajos: lo político + la
política = la hegemonía = la democracia = el populismo. En la se-
gunda parte abordo las posibilidades que hay o no de inclusión del
discurso liberal dentro de la lógica de dicha cadena. Mientras que
en dicha sección identifico los problemas que tanto Carl Schmitt
como Laclau y Mouffe tienen para definir al liberalismo como
algo político, las dos últimas partes se concentran específicamente
en una crítica interna a la TH. Si el liberalismo es, de acuerdo con
Laclau y Mouffe, aquel discurso que niega el papel del antagonis-
mo en la constitución de los marcos simbólicos, sostendré que el
mismo es un exceso que introduce en el interior de la TH un con-
junto de ambigüedades difíciles de controlar.

La teoría de la hegemonía:
política, democracia y populismo

Frente a la preponderancia de ciertas corrientes de la teoría política


contemporánea que privilegian la importancia de las instituciones
o el procesamiento del antagonismo por medio del seguimiento de
reglas que deben ser aceptadas por todos, uno de los grandes méri-
tos de la TH ha sido ofrecer las condiciones que permiten pensar la
centralidad de lo político. En pocas palabras, para Laclau y Mouffe
lo político es una ontología de lo social que no puede ser reducido a
un momento secundario de un proceso socioestructural inmanente.
Por ello, para dar cuenta de lo político es preciso oponerlo a la lógica
de la sociedad. Ahora bien, si esta última es para la TH la categoría
fundamental del esencialismo, “lo político” asume la contingencia y
la indecidibilidad de los vínculos sociales como su elemento consti-

VOX POPULI.indb 172 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 173

tutivo. En este sentido, Laclau y Mouffe entienden que la sociedad


es una totalidad irrepresentable porque se encuentra constantemen-
te amenazada por la función desarticuladora de los antagonismos
sociales, que introducen desplazamientos de sentido (Laclau y
Mouffe, 2004: 164-170; Laclau, 1993: 103-106). Laclau y Mouffe
resumen esto en la afirmación según la cual “la Sociedad no exis-
te”, que es una derivación de la sentencia lacaniana: “La mujer no
existe”.2 Como el antagonismo es el terreno ontológico primario
sobre el que toda identidad social se constituye, de ello se infiere
que la significación no surgirá naturalmente, sino que será preciso
fijar, de alguna manera, los desplazamientos de significación. Di-
cho de otro modo, la sociedad — lo simbólico o el mundo de las
relaciones diferenciales donde las identidades adquieren sentido, un
determinado valor, etcétera— es algo que se instituye por medio de
articulaciones políticas (Laclau, 2005: 194). En este contexto, la
noción de articulación es central para la TH, porque afirma que los
lazos sociales son el producto de una construcción política que ar-
ticula una serie de elementos dispersos. Al respecto, la sentencia de
Laclau es determinante: “‘Articulación’ [...] es el nivel ontológico
primario de constitución de lo real” (Laclau, 1993: 193). Esa opera-
ción de construcción se lleva a cabo por los significantes vacíos, que
tienen la función de establecerse como “puntos nodales” —o points de
capiton, en lenguaje lacaniano— que emanan sentido e impiden el
antagonismo y desorden absolutos. Ahora bien, el significante vacío
no es uno que no tenga significado, sino un significante que —en
un contexto determinado, como resultado de su imposición en una
lucha hegemónica— pasa a nombrar “la presencia de una ausencia”
o, como afirma Laclau, es un significante que designa “la plenitud
ausente de una comunidad” (2005: 123; 144). Es decir, es un sig-
nificante particular que nombra el trauma de la sociedad producido
por la dislocación que ejerce el antagonismo. La cara opuesta del

2
La presentación detallada del sentido de ambas expresiones se encuentra en Žižek
(1992: 173-174) y Copjec (2006).

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174 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

antagonismo es, entonces, la presencia de un significante vacío que


sutura parcial y momentáneamente esa falta por medio de una prác-
tica articulatoria. De ahí el dictum de la TH: “La política es posible
porque la imposibilidad constitutiva de la sociedad sólo puede re-
presentarse a sí misma a través de la producción de significantes va-
cíos” (Laclau, 1996: 84). El significante vacío es necesario para que
la realidad tenga una relativa estabilidad de sentido, pero la sutura
que proporciona será siempre frágil y momentánea.
Tenemos un nuevo componente de la hegemonía que hasta el
momento hemos omitido: la dimensión de orden que trae consigo
toda sutura política. La hegemonía debe ser entendida como una
operación que combina en una relación inestable dos momentos
diferentes: el de lo político —“ligado a la dimensión de antagonis-
mo y de hostilidad que existe en las relaciones humanas, antagonismo
que se manifiesta como diversidad de las relaciones sociales”— y el
de la política —“que apunta a establecer un orden, a organizar la
coexistencia humana en condiciones que son siempre conflictivas,
pues están atravesadas por ‘lo’ político” (Mouffe, 1999: 14). De esta
manera, una fuerza particular será hegemónica cuando, como resul-
tado de una lucha (dimensión de lo político), se imponga como el
principio de lectura que representa la manera legítima de organizar
o distribuir las cosas (dimensión de la política). Por esto, detrás de
las suturas hegemónicas se esconde una opacidad que se expresa en
una serie de divisiones y fracturas —entre lo particular y lo univer-
sal; entre las diferencias particulares y las equivalencias totalizantes;
entre la política y lo político; entre las fantasías ideológicas y el an-
tagonismo— que son imposibles de erradicar.
Ahora bien, si la fuerza hegemónica es aquella diferencia par-
ticular que asume la representación de una totalidad imposible y
enteramente inconmensurable con ella (Laclau, 2002: 69), enton-
ces la condición de posibilidad del vínculo hegemónico radica en
hacer visible la brecha constitutiva que existe entre lo particular y lo
universal. En otros términos, la viabilidad de una relación hegemó-
nica consiste en mostrar las relaciones de contaminación (tropoló-

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Guillermo Pereyra w 175

gicas) que tienen lugar entre lo diferencial-particular y lo equiva-


lencial-universal (Laclau, 2003a). Debido a esto, la hegemonía será
aquella universalidad que nunca podrá borrar las huellas contingen-
tes de su propio origen particular. Esta tesis opera sobre el trasfondo
de dos supuestos centrales. El primero es la lectura postestructura-
lista de la distinción heideggeriana entre lo óntico y lo ontológico.
Con lo primero, Laclau alude a los diversos contenidos particulares
que entran en juego en la facticidad de una lucha hegemónica histó-
ricamente dada. Lo ontológico alude al horizonte trascendental de
la política; al lugar universal del poder donde se aloja una plenitud
(ausente) que los contenidos ónticos siempre tratarán de represen-
tar de manera esencialmente inadecuada.3 Es decir, la hegemonía
implica una asimetría constitutiva entre la función ontológica de
expresar la división social (lo político) y la necesidad de imponer el
orden como tal (la política) (Laclau, 2005: 115-116). Pero ambas
“funciones ontológicas” son absolutamente “independientes” de los
contenidos ónticos que la encarnan contextualmente. El segundo
supuesto, derivado del anterior, es que la hegemonía se ubica en
la zona gris que existe entre la equivalencia total (una identidad so-
cial homogénea, una comunidad sin fisuras) y la diferencia pura (la
heterogeneidad individual dispersa, inarticulada, no subsumida a
ninguna clase de ordenamiento político). En otras palabras, la he-
gemonía no puede expresar un orden o un desorden absolutos. Las
condiciones de la extinción de la hegemonía están representadas por
estas dos situaciones:

La hegemonía está siempre suspendida entre dos polos imposibles: el


primero apunta a una situación en la que no habría desplazamiento,
en la que la contigüidad pasa a ser mera contigüidad y en la que todo
el movimiento tropológico cesa —éste sería el caso de lo que Gramsci
llamara “clase corporativa”—; el segundo, implicaría que la totalización

3
Sobre la deconstrucción de los límites entre lo ontológico y lo óntico, véase a Žižek
(2003c: 296).

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176 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

metafórica pasa a ser completa y que relaciones puramente analógicas


saturan integralmente el espacio social —en tal caso tendríamos la “cla-
se universal” del discurso emancipatorio clásico (Laclau, 2002: 78).

¿Cómo garantizar la apertura constante del espacio que separa


a lo universal de lo particular? Esta pregunta es importante porque
nos remite a un desplazamiento que está en la base del argumento
anterior. Laclau sostiene que la única forma de impedir la identidad
homogénea entre lo universal y lo particular es estando dentro de
los límites (simbólicos) de la democracia. Así lo expresa en el siguien-
te pasaje:

Sólo hay hegemonía si la dicotomía universalidad-particularidad es cons-


tantemente renegociada: la universalidad sólo existe encarnando —y sub-
virtiendo— la particularidad pero, a la inversa, ninguna particularidad
puede volverse política sin ser el locus de efectos universalizadores. La de-
mocracia, como resultado, como la institucionalización de este espacio de
renegociación, es el único régimen verdaderamente político (2001: 7; las
cursivas están en el original).

¿Por qué la democracia representa la forma de lo político por an-


tonomasia? Vinculando esta pregunta con lo que hemos presentado
hasta el momento, es posible afirmar que lo que la democracia tiene
de político es que no permite nunca que la política desvanezca el
momento del antagonismo. El capítulo final de Hegemonía y estrate-
gia socialista desarrolla esta tesis, pues sólo con el advenimiento de la
“revolución democrática moderna” —que supuso la generalización
cada vez mayor de las ideas de libertad e igualdad, en contra de
cualquier jerarquía o práctica repetitiva— la forma hegemónica
de la política se encontró en condiciones de generalizarse. Es decir,
la revolución democrática fue el terreno discursivo que hizo posible la
producción del vacío en el lugar del poder apoyada en un imagina-
rio igualitario (Laclau y Mouffe, 2004: 194-202). Por ello, “la opo-
sición pueblo-Antiguo Régimen fue el último momento en el que

VOX POPULI.indb 176 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 177

los límites antagónicos entre dos formas de sociedad se presentaron


[...] bajo la forma de líneas de demarcación claras y empíricamente
dadas. Desde entonces, la línea demarcatoria entre lo interno y lo
externo, la divisoria a partir de la cual el antagonismo se constituye
bajo la forma de dos sistemas opuestos de equivalencias, se tornó
crecientemente frágil y ambigua, y la construcción de la misma pasó
a ser el primero de los problemas políticos. Es decir, que de allí en
más ya no hubo política sin hegemonía” (Laclau y Mouffe, 2004: 193;
las cursivas son mías).
Esta afirmación contiene, in nuce, una tesis que Laclau expone
con detalle en La razón populista, su trabajo más reciente: la hege-
monía supone siempre la articulación de un determinado pueblo.
El “primer pueblo” de la era moderna —aquel que se opuso al An-
tiguo Régimen— sentó las bases para una lógica de la política en
la cual las identidades democrático-populares son centrales para la
construcción de las articulaciones equivalenciales. De ahí el nuevo
dictum de la TH, que hay que sumar al que vimos antes: “No hay
hegemonía sin la construcción de una identidad popular a partir de
una pluralidad de demandas democráticas” (Laclau, 2005: 124). La
construcción de un pueblo es el momento hegemónico por antono-
masia porque involucra los siguientes momentos estructurales: 1)
La emergencia de una “demanda democrática”4 (insatisfecha) que
no puede ser procesada por las instituciones existentes, y que se
transforma en el punto nodal a partir del cual se unifican una plu-
ralidad de luchas en una cadena equivalencial; 2) la constitución de
una frontera interna que divide el campo social en dos polos, y en el
cual cada uno de ellos representa el “exterior constitutivo” del otro
(el pueblo y el bloque de poder); y 3) la consolidación de la cadena
equivalencial mediante una identidad popular que es cualitativa-

4
Los rasgos que las demandas democráticas conservan de la “noción usual de de-
mocracia” son los siguientes: “a) que estas demandas son formuladas al sistema por
alguien que ha sido excluido del mismo —es decir, que hay una dimensión igualitaria
implícita en ellas; b) que su propia emergencia presupone cierto tipo de exclusión o
privación (lo que hemos llamado en este texto ‘ser deficiente’)” (Laclau, 2005: 158).

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178 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

mente algo más que la simple suma de los lazos equivalenciales (La-
clau, 2005: 105). La tercera precondición es la que surge cuando “la
movilización política ha alcanzado un nivel más alto”, yendo “más
allá de un vago sentimiento de solidaridad” hasta cristalizarse “en un
sistema estable de significación” (Laclau, 2005: 99). Pero todo esto
no es suficiente para construir un pueblo, dado que Laclau intro-
duce una serie de salvedades a estos tres supuestos simplificadores.
En primer lugar, pueden existir demandas particulares al interior
de la equivalencia popular que cuestionen el patrón de unificación,
desplazándose en otras direcciones de sentido. Ello ocurre cuando el
pueblo deja de ser un significante vacío y se convierte en un signifi-
cante flotante, esto es, un significante cuyo significado se enfrenta al
asedio de su propia iterabilidad. Esto implica que la frontera del an-
tagonismo comienza también a modificarse y a hacerse menos clara
y determinada. En segundo lugar, no toda demanda insatisfecha
puede ser integrada a la cadena equivalencial popular: siempre algo
“queda afuera”, y ese “resto” inaprensible —que guarda similitudes
con lo Real— es lo que Laclau llama la heterogeneidad social. Dicha
heterogeneidad hace imposible pensar en un pueblo unificado en
una suerte de síntesis dialéctica: si ello fuera posible —si la hetero-
geneidad y el desplazamiento fueran eliminados— la contingencia
del momento político de institución de lo social habría también
desaparecido, y lo social no sería más que la expresión de una esen-
cia universal.
Lo antes expuesto se puede entender también a partir de la dis-
tinción que Laclau realiza entre la lógica de la equivalencia (popular)
y la lógica de la diferencia (institucional). Mientras que la primera
asume las características estructurales antes mencionadas, la segun-
da concibe un espacio comunitario donde cada demanda puede ser
procesada institucionalmente. La lógica de la diferencia, como ve-
mos, se asemeja a lo que antes denominamos “la política”.

La diferencia entre una totalización populista y una institucionalista


debe buscarse en el nivel de estos significantes [vacíos] privilegiados,

VOX POPULI.indb 178 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 179

hegemónicos, que estructuran, como puntos nodales, el conjunto de


la formación discursiva. La diferencia y la equivalencia están presentes
en ambos, pero un discurso institucionalista es aquel que intenta hacer
coincidir los límites de la formación discursiva con los límites de la
comunidad. Por lo tanto, el principio universal de la “diferencialidad”
se convertiría en la equivalencia dominante dentro de un espacio co-
munitario homogéneo [...] En el caso del populismo ocurre lo contra-
rio: una frontera de exclusión divide a la sociedad en dos campos. [El
discurso institucionalista, entonces, es aquel en el cual] todas las dife-
rencias son consideradas igualmente válidas dentro de una totalidad
más amplia. En el caso del populismo, esta simetría se quiebra: hay una
parte que se identifica con el todo (Laclau, 2005: 107-108).

De esta manera, la lógica de la diferencia institucional es no polí-


tica porque no hace visible el hiato constitutivo que se abre entre su
propia particularidad y la universalidad que encarna. En otras pala-
bras, un discurso institucionalista borra toda frontera dicotómica de
exclusión, y se presenta como una universalidad a priori que intenta
absorber dentro de sí toda demanda diferencial —pero sin tener en
cuenta que ello es imposible, porque no hay totalidad sin exclusión,
esto es, sin un “exterior constitutivo” que afirma y simultáneamente
niega toda identidad.
Por lo visto hasta aquí, ya es claro que entre la forma hegemónica
de la política y el populismo hay una frontera bastante difusa que
hace que ambos se parezcan. Existe otra conclusión que también se
deduce de lo expuesto: el populismo es la única expresión posible de
la democracia. Así lo expresa Laclau:

Los significantes vacíos sólo pueden desempeñar su rol si significan


una cadena de equivalencias, y sólo si lo hacen constituyen un “pue-
blo”. En otras palabras: la democracia únicamente puede funcionar en
la existencia de un sujeto democrático, cuya emergencia depende de la
articulación vertical entre demandas equivalenciales. Un conjunto de
demandas equivalenciales articuladas por un significante vacío es lo

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180 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

que constituye un “pueblo”. Por lo tanto, la posibilidad misma de la


democracia depende de la constitución de un “pueblo” democrático
(Laclau, 2005: 215).

Si se entiende a la identidad democrática como aquella que


cuestiona cualquier fijación racional de sentido, entonces la iden-
tidad popular se asemeja a la primera. Tanto en la democracia
como en el populismo está presente “la necesidad de articular una
pluralidad de posiciones o demandas a través de la nominación,
dado que ninguna racionalidad a priori lleva a esas demandas a
unirse en torno a un centro; y el rol principal del afecto en la ce-
mentación de esta articulación”. Laclau extrae de esto una “conse-
cuencia inevitable”: “la construcción de un pueblo es la condición
sine qua non del funcionamiento democrático. Sin la producción
de vacuidad no hay pueblo, no hay populismo, pero tampoco
hay democracia” (Laclau, 2005: 213). Hemos dado con la unidad
(equivalencial) del argumento de la TH. El mismo puede ser resu-
mido de la siguiente manera:
1) Para Laclau y Mouffe la sociedad es un espacio imposible de
ser cerrado por una esencia natural, histórico-teleológica o trascen-
dental. En un contexto tal, lo político constituye una ontología de
lo social: las suturas hegemónico-discursivas —o el llenar los signi-
ficantes vacíos— otorgan sentido a ese orden social que per se está
dislocado por el antagonismo.
2) Una sociedad fracturada por el antagonismo es una sociedad
que no puede eliminar las relaciones de poder que la constituyen y
las fronteras de exclusión que determinan sus límites simbólicos. En
ella, las identidades sociales toman cuerpo gracias a su oposición
antagónica a un “exterior constitutivo”, esto es, a una heterogenei-
dad que resulta internamente improcesable para una determinada
identidad y que, por ello mismo, la afirma en su especificidad.
3) La democracia es el único régimen que institucionaliza esa “fun-
ción de llenado” propia de la política; de esta manera, garantiza que
nunca sea posible cerrar la brecha entre lo universal y lo particular.

VOX POPULI.indb 180 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 181

4) El populismo condensa todo lo dicho anteriormente, puesto


que reconoce que los valores universales encarnan siempre en una
particularidad que se opone a una alteridad. Ello se hace a través de
la inclusión equivalencial de un particular excluido que en un cierto
momento pasa a encarnar, por medio de su oposición al bloque de
poder, la plenitud ausente de la sociedad. Ese particular, no obstante,
nunca estará totalmente incluido en la red simbólica porque las cade-
nas de equivalencias son flexibles, y nada impide que lo incluido con
posterioridad se excluya, o que se incluya parte del exterior constitu-
tivo que antes fue excluido.

El liberalismo: ¿político o no político?

Ya hemos expuesto los lineamientos básicos de la TH, y por ello es-


tamos en condiciones de preguntarnos qué lugar ocupa, o qué papel
cumple el liberalismo en su lógica interna. Una forma de comenzar
a determinar dicha valoración es presentando la crítica de Mouffe a
las actuales corrientes democrático-liberales, las cuales gozan de una
hegemonía más o menos consolidada —al menos como una idea
normativa a seguir— tanto en los ámbitos académicos como en los
de decisión pública.5 En su opinión, éstas se ven:

llevadas a dejar en suspenso la naturaleza de la democracia moderna.


Ésta supone el reconocimiento de la dimensión antagónica de lo po-
lítico, razón por la cual sólo es posible protegerla y consolidarla si se
admite con lucidez que la política consiste siempre en “domesticar”
la hostilidad y en tratar de neutralizar el antagonismo potencial que
acompaña toda construcción de identidades colectivas. El objetivo de
una política democrática no reside en eliminar las pasiones ni en re-
legarlas a la vida privada, sino en movilizarlas y en ponerlas en escena

5
Más adelante presento las vertientes del liberalismo que son criticadas por Laclau
y Mouffe.

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182 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

de acuerdo con los dispositivos agonísticos que favorecen el respeto


del pluralismo (Mouffe, 1999: 14).

Esta crítica es vieja y conocida, y resulta similar a la que Carl


Schmitt detectó en las contracciones inherentes que existen entre el
parlamentarismo (o liberalismo) y la democracia.6 Para Schmitt, al
igual que para Mouffe, lo político está asociado al reconocimiento del
antagonismo entendido como elemento constitutivo de la democra-
cia. Por este motivo, el jurista alemán consideraba imposible la realiza-
ción de la moral humanitaria contenida en el principio de la igualdad
liberal, que obliga a tratar a todos los seres humanos con igual consi-
deración y respeto. Una igualdad así concebida no tenía sentido algu-
no en términos políticos, porque dos o más personas sólo pueden ser
iguales dentro “de una determinada área” (Schmitt, 2002: 15). Esto
quiere decir que la igualdad homogénea de un determinado pueblo
sólo es posible gracias a la exclusión de una heterogeneidad desigual.
De ello, Schmitt obtiene dos conclusiones. Primero, que “la igualdad
de todas las personas en su calidad de tales no es una democracia, sino
un determinado tipo de liberalismo; no es una forma de Estado, sino
una moral y una concepción del mundo individualista-humanitaria”
(Schmitt, 2002: 17). Al asociar lo político con la democracia, Schmitt
también concluye que no es posible extraer “una idea específicamente
política del concepto puro y consecuente del liberalismo individualista”
(Schmitt, 2004: 215; las cursivas son mías). Ello se debe a que la doc-
trina liberal se plantea como una crítica (racional, moral) de la política
(Schmitt, 2004: 215). Es decir, el liberalismo:

se refiere casi solamente a la lucha política interna contra el poder del


Estado y produce una serie de métodos para obstaculizar y controlar
este poder del Estado en defensa de la libertad individual y de la pro-
piedad privada, para reducir al Estado a un “compromiso” y a las ins-

6
Sobre la recepción de Mouffe a la crítica schmittiana del liberalismo, y los aspectos
en los cuales se distancia, véase Mouffe (1999: 143-181; 2003: 51-72).

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Guillermo Pereyra w 183

tituciones estatales a una “válvula de seguridad” y, además, para “equi-


librar” la monarquía con la democracia y esta última con la primera
(Schmitt, 2004: 215-216).

Esto hace que su discurso se mueva en una “polaridad típica” que


evade el papel central del enemigo en la lucha política: por un lado,
la ética (que transforma el combate en mera discusión) y, por otro, la
economía (que reduce el enfrentamiento a la competencia) (Schmitt,
2004: 216-217). En ninguno de los dos casos está presente la posi-
bilidad de la guerra en tanto presupuesto de lo político y, con ello, el
riesgo inminente del sacrificio:

En casos determinados la unidad política requiere el sacrificio de la


vida: esta pretensión no puede, de ningún modo, fundarse y sustentar-
se en el individualismo del pensamiento liberal. Un individualismo que
diera el poder de disponer de la vida física del individuo a algo diferente
al individuo mismo carecería de sentido, del mismo modo que una liber-
tad liberal acerca de la cual fuese otro, y no el propio titular de la libertad,
quien decidiera su contenido y su alcance (Schmitt, 2004: 216).

Pero en el mismo apartado donde Schmitt no deja dudas sobre


el carácter no político del liberalismo, hace una afirmación que os-
curece un tanto su argumento. Atendamos a lo siguiente:

Como realidad histórica, el liberalismo no pudo sustraerse a lo “político”


más que cualquier otro movimiento humano, y todas sus neutralizacio-
nes y despolitizaciones (de la educación, de la economía y de las demás
áreas) tienen un significado político. Respecto a los liberales de todos
los países no se puede decir que hayan hecho menos política que
otros hombres y celebraron las más diversas alianzas con elementos e
ideas no liberales, dando lugar a las variedades de los nacional-liberales,
social-liberales, liberales-conservadores, católicos-liberales y así sucesiva-
mente [...] La lista podría ser fácilmente prolongada (Schmitt, 2004:
215; la cursivas son mías).

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184 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

¿Cómo era posible entonces que los liberales fueran tan enemigos
de la política y, al mismo tiempo, excesivamente políticos? La respues-
ta, y la consiguiente manera de aclarar esta posible contradicción, se
encuentra en el examen de tres cuestiones que están implícitas en el
argumento de Schmitt. En primer lugar, el jurista alemán concibe
lo político, al igual que Laclau y Mouffe, como una ontología de lo
social, esto es, como el terreno en el cual toda identidad (pública)
adquiere sentido o se instituye como tal. Esto no quiere decir que los
conflictos morales, religiosos, estéticos o económicos en tanto ins-
tancias de lo social sean políticos per se, pero en la medida en que
la intensidad de las agrupaciones amigo-enemigo que involucran se
vuelve álgida o problemática pueden devenir políticos (Schmitt, 2004:
186-193). Lo político no tiene, en consecuencia, una localización es-
pecífica en el nivel de la estructura social y, precisamente por eso, está
presente como un presupuesto de toda relación social. Si lo político
es aquello que circula por todas las distinciones de la sociedad, sin
posibilidad alguna de ser controlado totalmente por instituciones o
procedimientos legales, entonces los liberales no pueden estar “más
allá” de esta ontología inevitable.
Esto se relaciona directamente con la segunda consideración a
tener en cuenta, es decir, con la distinción que explícitamente hace
Schmitt entre “dos liberalismos”: aquel que podemos identificar
como “concepto puro” y el que opera como “realidad histórica”.
Mientras que es propio de la naturaleza del primero evadir lo polí-
tico invocando los conceptos no políticos de “humanidad”, “dere-
cho”, “orden” y “paz”, el segundo —el “realmente existente”— trai-
ciona sus propios presupuestos incurriendo en acciones polémicas
que fracturan el espacio simbólico en términos de amigo y enemigo.
Es decir, si como “concepto puro” el liberalismo es lo opuesto de lo
político, como “realidad histórica” no puede sustraerse a su lógica.
Pero en el tercer momento de su argumento, Schmitt parece vol-
ver sobre sus propios pasos negándole, una vez más, al liberalismo
su condición de “político”. Lo curioso es que ahora Schmitt ya no
se refiere al liberalismo como “concepto puro”, sino a las prácticas

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Guillermo Pereyra w 185

liberales que operan en la “realidad concreta de la existencia políti-


ca”. En este marco, el jurista alemán se opone a la forma liberal de
la política que viene desplegándose sin resistencias desde el siglo
XIX, y que otorga a la economía y a la espiritualidad un valor po-
lítico-estratégico pero que, al final de cuentas, termina siendo no
(específicamente) político.
Atendamos al siguiente contraste. Por un lado, “ahora como antes,
el destino sigue estando representado por la política, pero, entre tan-
to, ha ocurrido solamente que la economía se ha convertido en algo
‘político’, y por ello también ella en ‘destino’” (Schmitt, 2004: 222).
Expresado en los términos de Laclau y Mouffe: la economía, en
tanto “destino” inevitable de nuestras sociedades, se ha vuelto un
valor hegemónico. Pero, por otro lado, la política que hegemoniza
la economía no es precisamente lo político.
En este contexto, cada vez con mayor intensidad las guerras efec-
tuadas “para el mantenimiento y la ampliación de posiciones eco-
nómicas de poder [han sido] transformada[s], con el recurso de la
propaganda, en la ‘cruzada’ y en la ‘última guerra de la humanidad’”
(Schmitt, 2004: 223).
La principal consecuencia de esta nueva modalidad que adopta la
guerra en el marco de las despolitizaciones liberales es que, al pretender:

supera[r] lo “político”, descalifican al enemigo inclusive bajo el per-


fil moral, así como todos los demás aspectos, y lo transforman en un
monstruo feroz que no puede ser sólo derrotado sino que debe ser de-
finitivamente destruido, es decir, que no debe ser ya solamente un enemigo
a encerrar en sus límites (Schmitt, 2004: 186).

Estamos frente a las dos caras de una misma moneda: si el “con-


cepto puro” del liberalismo niega lo político a través de su creencia
normativa en un mundo reconciliado consigo mismo, el “libera-
lismo como realidad histórica” aniquila igualmente lo político por
medio de un proceso inverso, esto es, convirtiendo al enemigo en
un “enemigo total” (Schmitt, 2004: 186n).

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186 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

El liberalismo concreto ha dejado de ser político porque su con-


sideración del enemigo total hace que los únicos que merecen ser
tenidos en cuenta como “humanos” son los que defienden la libre
economía y la individualidad de las personas. Pero en el fondo la
operación en la que se basan es en esencia la misma.
En el primer caso una identidad total —la humanidad— desco-
noce las fronteras populares de exclusión y, con ello, la especificidad
de la democracia y de lo político. En el segundo, una diferencia
particular que no admite la existencia de ninguna identidad exterior
más allá de sí misma termina negando lo político porque se concibe
también como la encarnación de la humanidad (el otro se mantie-
ne tan alejado de mí que ha dejado de ser mi enemigo para ser un
animal, un monstruo, etcétera).
Como puede observarse, estamos frente a las dos situaciones que
determinan el “fin de la política” según la TH, esto es, la equiva-
lencia y la diferencia totales. En ambos casos no hay política pero,
paradójicamente, estas estrategias concretas “sirven a los reagrupa-
mientos amigo-enemigo ya existentes o conducen a nuevos reagru-
pamientos de este tipo y tampoco logran escapar a la consecuencia
de lo ‘político’” (Schmitt, 2004: 223).
¿Es el liberalismo, al fin de todo, un discurso que opera o no
políticamente? ¿Es posible hacer política —en los términos de la
distinción popular de amigos y enemigos— a través de formas no
schmittianas (y no hegemónicas) de la política (la “guerra huma-
nitaria total”, la discusión pacífica o armónica sin enemigos, etc.)?
¿Qué tiene el liberalismo que, a diferencia del populismo, resulta
ser inclasificable en términos “políticos”? (Mientras el populismo es
indudablemente político, el liberalismo puede y no serlo a la vez;
es una domesticación de lo político tanto en el nivel de su defini-
ción “conceptual” como de su existencia “concreta” u “óntica”; es
la manifestación que adquiere lo político cuando éste hace política
por medio de su negación).7 Esta misma ambigüedad en el “cerca-

7
Téngase en cuenta que estoy planteando un problema totalmente distinto del que

VOX POPULI.indb 186 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 187

miento político” del liberalismo está igualmente presente en la TH.


Si lo político en su forma populista es una ontología, entonces los
liberales son, en el fondo, populistas encubiertos.
Pero si —del mismo modo que Schmitt— identificamos al libe-
ralismo con lo que Laclau llama la “lógica de la diferencia institucio-
nal”, entonces el liberalismo deja de ser político (por si quedan dudas,
la propia Mouffe identifica a esta lógica con el liberalismo cuando
distingue entre la “lógica liberal de la diferencia” y la “lógica demo-
crática de la equivalencia” [Mouffe, 2003: 61n]).
Retomemos los dos motivos fundamentales que hacen de una ob-
jetividad algo no político. El primero es que, dado que lo específico del
populismo es “privilegiar” el momento equivalencial8 entonces la polí-
tica se extingue cuando la frontera popular es negada por la existencia
de mecanismos administrativos que desactivan el antagonismo. El re-
sultado es que las demandas individuales pueden ser absorbidas “como
diferencialidad pura, dentro del sistema dominante” (Laclau, 2005:
120). El segundo motivo se identifica con el momento de la disolución
de las fronteras políticas en el desorden, esto es, con “el relajamiento de
los lazos equivalenciales y la disgregación de las demandas populares
en una pluralidad de demandas democráticas” (Laclau, 2005: 120).
Podemos observar que estamos frente a la misma situación
que detectó Schmitt respecto del liberalismo: en el primer caso, la

actualmente “desvela” a la ciencia política neoinstitucionalista latinoamericana. Este


tipo de saber no tiene dudas en cómo definir al liberalismo —el cual, en la mayoría
de los casos, es sinónimo de “poliarquía”— pero no logra, en contrapartida, dar con
un concepto “adecuado” de populismo (para un estudio minucioso véase: Durán,
2006). Esto muestra dos cosas: primero, que el liberalismo también representa un
“exceso” en términos de su definición conceptual. Segundo, que lo anterior no
constituye ninguna novedad para alguien familiarizado con la TH (o el postestruc-
turalismo en general), puesto que esta parte del supuesto de que el significado de
cualquier término es el resultado de un acto retórico de nominación. Ahora bien, lo
que este trabajo intenta mostrar es que el liberalismo no es simplemente una noción
aporética como cualquier otra (lo cual es cierto), sino que constituye también un
exceso para la propia TH.
8
Que el populismo “privilegie el momento equivalencial” quiere decir, según Laclau,
que su lógica consiste en que una diferencia particular asume una función (imposi-
ble) totalizadora (2005: 107).

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188 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

totalización de la comunidad se produce por la equivalenciación


de la individualidad que nos constituye como personas morales
o sujetos de derecho; en el segundo caso, tenemos una diferencia
desarticulada, sin enemigo a la vista.9

9
Habría, tal vez, una tercera explicación de la ausencia de política en la lógica insti-
tucional. El liberal institucionalista que entiende que “todos cuentan como uno” no
admite que esta sentencia, lejos de ser universal, es una particularidad; en definitiva,
no logra ver—o no quiere ver— que la universalidad de su afirmación sólo puede te-
ner sentido si alguna particularidad (popular) la encarna (debo esta afirmación a los
comentarios que Sebastián Barros le hiciera a una versión preliminar de este trabajo).
Creo que esta crítica sólo es válida en el caso de la deconstrucción del liberalismo
racionalista, siendo útil para mostrar que, lejos de ser algo ajeno a distorsiones par-
ticulares, es totalmente retórico. Pero en el caso de la crítica de Laclau (1996: 183-
214; 1998) y Mouffe (2003: 81) al liberalismo pragmático y nominalista de Rorty, ¿es
justo recriminarle que no ponga en duda la universalidad del liberalismo, asumida
por una lisa y llana decisión? Si para Rorty el liberalismo es ónticamente “todo lo que
hay”, ¿cuál es el problema? Es decir, si sólo a través de lo particular accedemos a lo
universal, ¿por qué exigirle a Rorty que renuncie a ver al liberalismo como el juego
de lenguaje más útil para el fortalecimiento democrático? ¿Por qué debería distan-
ciarse de su propia concepción particular del mundo y, por esto mismo, “universal”,
“única,” e “irremplazable”? En resumen, decirle a Rorty que es un problema que no
sea capaz de concebir al liberalismo como algo particular no es una deconstrucción
de sus afirmaciones, sino más bien una acusación que desconoce absolutamente la
lógica de lo político, en la cual nadie puede interpretarse como un momento (mera-
mente) particular del espacio simbólico. La paradoja final de todo esto es que, al pre-
tender cuestionar lo impolítico del liberalismo rortyano, la TH se enfrenta a su propio
exceso, esto es, al alejamiento de lo político. Laclau y Mouffe deberían saber que si
se reconoce que el liberalismo es un juego de lenguaje entre otros, el resultado que
se sigue de ello no es la indefinición y la ambigüedad, sino un aferramiento ciego
a sus ideales históricamente dados. Esta crítica de Laclau y Mouffe a Rorty ubica a
ambos, a mi juicio, en una suerte de “posición relativista-neutral popperiana”, muy
bien descrita por Žižek en el siguiente pasaje: “lo falso y pretencioso es precisamente
la ‘modesta’ perspectiva relativista a la manera de Karl Popper, que pretende tener
conciencia de sus propias limitaciones (‘a la verdad sólo es posible acercarse asintó-
ticamente, sólo tenemos acceso a fragmentos de conocimientos que en cualquier
momento es posible que se demuestre que son falsos’): la posición misma de la
enunciación de estas proposiciones desmiente su enunciado modesto, puesto que
asume un punto de vista neutro, exceptuado, desde el cual puede sustraerse a un
juicio sobre la limitación de su contenido [...] [N]o hay ninguna contradicción entre
nuestra absorción en el propio proceso histórico y el hecho de que no sólo podemos
hablar desde el punto de vista del ‘fin de la historia’ sino que estamos obligados a
hacerlo: precisamente porque estamos absorbidos en la historia sin ningún resto,
percibimos como absoluto nuestro punto de vista presente: no podemos introducir
ninguna distancia, ninguna externalidad respecto a él” (Žižek, 2003c: 283).

VOX POPULI.indb 188 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 189

Extraeré de lo anterior una conclusión y, posteriormente, un cues-


tionamiento; ambos servirán como puntapié inicial de la crítica que
desarrollaré en el siguiente apartado. Dentro de la lógica hegemónica
contamos, permítaseme expresarlo de la siguiente forma, con tres ló-
gicas de lo particular. La primera está asociada con aquello que per-
manece luego del debilitamiento de los lazos equivalenciales, esto es,
una pluralidad de demandas democráticas. Éste es el momento que
podría ser identificado con el interregno que separa la “muerte” y el
“nacimiento” de un pueblo, esto es, con aquel espacio en el cual no
tenemos una articulación estable de significación —ya sea porque aún
no se ha consolidado o porque se encuentra enteramente debilitado.
La segunda clase de diferencia se relaciona con el papel que cumple
la demanda democrática como elemento particular que siempre está
internamente dividida entre su especificidad y algo universal que la
trasciende. De hecho, esta “división interna” que define a lo particular
está directamente relacionada con el rol paradójico —fundamental y,
a la vez, secundario— que éste tiene en la articulación popular. Por
un lado, es fútil porque “el ‘pueblo’ (la cadena equivalencial) posee
sus propias leyes estratégicas de movimiento, y nada garantiza que
estas últimas no conduzcan a sacrificar, o al menos comprometer sus-
tancialmente, los contenidos implicados en algunas de las demandas
democráticas particulares” (Laclau, 2005: 117). Como puede verse,
éste es el costado “schmittiano” del pueblo laclauiano; la equivalencia
política requiere, en determinados momentos, sacrificar algunos de
los contenidos que anidan en su interior. Pero, por otro lado, no pue-
de decirse por ello que lo particular tiene un rol insignificante en la
configuración popular. Atendamos la siguiente afirmación:

Una cadena equivalencial puede debilitar el particularismo de sus esla-


bones, pero no puede deshacerse de él completamente. Es porque una
demanda particular está insatisfecha que se establece una solidaridad
con otras demandas insatisfechas, de manera que sin la presencia activa
del particularismo del eslabón no podría haber cadena equivalencial
(Laclau, 2005: 153).

VOX POPULI.indb 189 08/04/13 22:33


190 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

Por último, la tercera forma de la diferencia se identifica con


el proceso de totalización comunitaria que asume, en tanto prin-
cipio abstracto, que funciona como ligazón equivalencial (“como
todos somos diferentes, todos contamos como uno”). En función
de esta última característica podemos inferir que, tanto para Laclau
y Mouffe como para Schmitt, el liberalismo adquiere dos rasgos de-
finitorios.10 En primer lugar, es la doctrina de la “homogeneidad in-
dividual” o de la “humanidad”, esto es, de la metáfora pura que des-
conoce su origen popular.11 En segundo, representa el discurso del
desdibujamiento de las fronteras populares (busca dispersar la unidad
popular por considerarla una amenaza potencial para los derechos
individuales; aniquila la cristalización equivalencial y, una vez dis-
persada, pretende procesar los desacuerdos qua meras diferencias).
Esto es, si hay algo que define a los liberales es el “trabajo sucio”
de derribar el “castillo de naipes” popular, señalando sus supuestas
fallas y arbitrariedades.
Concentrémonos ahora en el cuestionamiento. Hemos dicho
que hay un “costado schmittiano” en la lógica popular de Laclau
por cuanto toda cadena de equivalencias tiene que, en algún punto,
hacer algún tipo de sacrificios en su interior. Pero aunque Schmitt
sabía, al igual que Laclau, que las particularidades internas tienen
que ser controladas, el jurista alemán entendía el sacrificio como la
potencial eliminación física de las expresiones contrarias al pueblo.
Para éste, el control de lo interno no requiere acción política sino
más bien policy (porque no hay nada que negociar con los disidentes
del pueblo). No quiero decir con esto que del núcleo interno de la
TH se desprenda, automáticamente, la afirmación de que las articu-
laciones hegemónicas rechazan de antemano la eliminación violenta
de sus particularismos. Si bien es cierto que el exterminio llevado
hasta sus últimas consecuencias termina siendo contradictorio con
la política schmittiana de un pueblo sin fisuras —si todo el pueblo
10
Lo cual implica aceptar el supuesto, postulado por Mouffe, de que el liberalismo
es el discurso que más se identifica con la lógica de la diferencia.
11
Debo esta observación a Alejandro Groppo.

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Guillermo Pereyra w 191

muere ya no hay pueblo—; la posibilidad de que lo particular sea


sacrificado pero nunca enteramente deshecho, supone la existencia
de un marco simbólico liberal que reconozca los derechos humanos
básicos de los ciudadanos. La propia Mouffe sostiene esto al recha-
zar la ilusión esencialista de Schmitt del “enemigo” para proponer
en su lugar una política de adversarios:

La lógica democrática de constituir el pueblo y de inscribir los derechos


y la igualdad en las prácticas, es necesaria para subvertir la tendencia al
universalismo abstracto inherente al discurso liberal. Sin embargo, la
articulación con la lógica liberal nos permite descifrar constantemente
—mediante la referencia a la “humanidad” y al polémico uso de los
“derechos humanos”— las formas de exclusión que se hallan necesaria-
mente inscritas en la práctica política de establecer esos derechos y de
definir el “pueblo que ha de gobernar” (Mouffe, 2003: 60-61).

Para Mouffe, la dimensión antagónica implícita en la categoría


de enemigo “nunca puede eliminarse por completo” pero, a su vez,
sólo es posible en la medida en que es “domesticada” o “sublimada”
“mediante el expediente de, por así decirlo, ejercerlo de forma ago-
nística” (Mouffe, 2003: 115). Y el agonismo se compromete con los
valores de la democracia liberal:

“[el adversario es] alguien cuyas ideas combatimos pero cuyo derecho
a defender dichas ideas no ponemos en duda. Éste es el verdadero sig-
nificado de la tolerancia liberal democrática, que no implica condonar
las ideas a las que nos oponemos [...] sino tratar a quienes las defienden
como a legítimos oponentes” (Mouffe, 2003: 114-115).

Para que lo particular sea “importante” en la estructuración con-


tingente de la dinámica popular debe descartarse a la policy como
forma de la política interna del pueblo hegemónico. Dicho en otros
términos, si hay represión permanente de las demandas particulares
no hay populismo pero, por las mismas razones, tampoco hay polí-

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192 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

tica sino una forma burocrática (y violenta) de procesar o desactivar


el antagonismo. Esta sentencia quiere significar que el liberalismo
es un presupuesto tácito de lo político en su forma hegemónica. Pero
ello no quiere decir que el liberalismo sea un elemento constitutivo
de lo político tout court, o que represente la forma misma de lo
político. Con esto quiero destacar que lo político, concebido como
una lógica de presentación de lo Real singular, no tiene por qué es-
tar expresado exclusivamente por la forma hegemónica. Aunque no
puedo desarrollar en profundidad todas las implicaciones que están
contenidas en esta tesis, algo tenemos que decir al respecto.
Si partimos del supuesto que lo político es análogo a la lógica del
objeto a, creo que esta última no encuentra su única expresión en la
lógica de las articulaciones hegemónicas. Con la expresión “lógica
del objeto a” entiendo, siguiendo el estudio de Joan Copjec (2006),
lo que Lacan identificó como la experiencia fundamental de nues-
tras vidas, esto es, la búsqueda de una plenitud imposible que sólo
puede ser encarnada por objetos o “señuelos” parciales. En otras
palabras, el objeto parcial es lo que surge a partir de la falta abierta
por la pérdida de la plenitud original. Hasta aquí, mi planteamiento
no se diferencia del de Laclau, puesto que la irrefrenable actitud
dislocatoria de lo particular sobre lo universal es algo que fácilmente
puede ser homologado con la lógica del objeto a. Sin embargo, no
creo que las posibilidades ontológicas (y políticas) de este último se
agoten en las expresiones de la hegemonía. Expliquemos un poco
esto. A mi juicio, el objeto a no implica necesariamente articula-
ciones equivalenciales en el seno de lo simbólico. Para ilustrar esto,
consideremos el análisis que hace Copjec de la identificación de una
serie de objetos libidinales parciales con el objeto a. Ella sostiene que
el pecho, o la placenta, constituyen objetos parciales en el sentido de
que son la encarnación fragmentaria del Uno materno perdido. En
lugar de la satisfacción mítica que se deriva de “ser uno con la Cosa
materna”, el sujeto experimenta la satisfacción con el pecho en tanto
objeto parcial. Pero el pecho sin la leche que satisface al infante no
es nada. Es decir, el “pecho no es otra cosa que la leche, algo que la

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Guillermo Pereyra w 193

leche representa o ‘simboliza’, es la otredad de la leche respecto de sí


misma”. Ahora bien, lo que el estudio de Copjec revela es que esta
encarnación está muy lejos de ser una representación que articula
una serie de particularismos dispersos en una totalidad diferencial.
Atendamos a lo siguiente:

En Lacan hay sólo un objeto de la pulsión; el objeto a [el pecho] y el


objeto externo [la leche] no son dos objetos diferentes sino, en tanto
objetos de pulsión, un objeto único que tiene el “rasgo” peculiar de no
coincidir consigo mismo. La elevación del objeto externo de la pulsión
—sigamos con el ejemplo de la leche— a la jerarquía de pecho (es de-
cir, a la jerarquía de un objeto capaz de satisfacer algo más que la boca y
el estómago) no depende de su valor cultural o social en relación con otros
objetos. Su “valor pecho” excedente, llamémosle así, depende exclusiva-
mente de que la pulsión lo haya elegido como objeto de satisfacción
(Copjec, 2006: 95; las cursivas son mías).

¿Qué relevancia tiene esto para lo que estamos diciendo? A mi


juicio, la sentencia de Copjec según la cual la constitución del ob-
jeto parcial como valor excesivo “no depende de su valor cultural o
social en relación con otros objetos” no tiene que ser interpretada
necesariamente como similar a la tesis de Laclau y Mouffe de “la
Sociedad no existe”. Antes bien, lo que se puede rescatar de ella es
que la institución del objeto a no depende de una condensación
equivalencial generada por lazos de solidaridad (precarios) entre di-
ferentes posiciones diferenciales. Algo tan simple como decir que
puede haber objeto a sin hegemonía.12 No obstante, Laclau cree que la
estructura del objeto a es “idéntica” a la “lógica hegemónica”:

“No existe ninguna plenitud social alcanzable excepto a través de la he-


gemonía; y la hegemonía no es otra cosa que la investidura, en un objeto

12
En Pereyra (2006: cap. 1) he explorado los alcances de un tipo de “política de la
singularidad” que no necesita de articulaciones, equivalencias precarias y fronteras
de exclusión en la politización que hace Rousseau de la soledad y la intimidad.

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194 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

parcial, de una plenitud que siempre nos va a evadir porque es puramen-


te mítica [...] La lógica del objeto a y la lógica hegemónica no son sólo
similares: son simplemente idénticas” (Laclau, 2005: 148-149).

Ésta es una afirmación que pone en evidencia el dogmatismo


de algunas afirmaciones de la TH, la cual no concibe la posibilidad
que puedan existir diferentes maneras en que la lógica del objeto a
se exprese. Es cierto que la adopción de toda posición conlleva ne-
cesariamente a una clausura arbitraria de alternativas. Pero existe un
salto argumentativo abismal e ilegítimo entre la constatación de este
hecho y sostener que la hegemonía es el único camino (posible) para
alcanzar toda plenitud social (imposible), o lo único que en política
es “idéntico” a la estructura del objeto a.
Pero volvamos a la relación problemática que existe entre el li-
beralismo y lo político. Llegado a este punto, ¿el liberalismo es algo
“político” o “no político”? Tal vez sea momento de precisar la pregun-
ta anterior haciéndola más particular en su alcance. Si el liberalismo
puede ser político, ¿cuáles son las formas concretas o conocidas de
concebirlo en términos no políticos? En sucesivos trabajos, Laclau y
Mouffe han deconstruido las premisas de las siguientes corrientes:
1) el neoconservadurismo de Nozick, Hayek y Friedman, porque
sustentan su programa en un “individualismo abstracto y posesivo”
que desconoce el papel de los contextos comunitarios instituidos
políticamente (Laclau y Mouffe, 2004: 216-221); 2) el liberalismo
racionalista de Rawls, Dworkin, Ackerman, Larmore, Nagel y otros,
porque si bien rechazan el individualismo posesivo, presuponen una
capacidad racional y neutral en todos los agentes que sólo los irra-
zonables (o los locos) pueden negar o cuestionar (Mouffe, 1999:
183-206; 2003: 33-50); 3) el “liberalismo burgués posmoderno”
de Rorty, porque “considera el progreso moral y político en térmi-
nos de la universalización del modelo liberal democrático”, lo que
no le permite cuestionar “la propia creencia en la superioridad del
modo de vida liberal” (Mouffe, 2003: 81; véase también Laclau,
1996: 183-214; 1998); y 4) la política de la Tercera Vía, por su clara

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Guillermo Pereyra w 195

intención de difuminar las fronteras políticas entre la derecha y la


izquierda en un falso “centro político” (Mouffe, 2003: 119-138).
Ahora bien, lo que desconcierta, en este contexto, es que Laclau
analice el tatcherismo como una irrupción política de características
populistas (2005: 104-105). Si Tatcher fue “populista”, ¿esto quiere
decir también que su programa político fue más “democrático” que
“liberal”? ¿Había en la política de Tatcher la apertura política sufi-
ciente para una renegociación constante (esto es, democrática) del
poder? Evidentemente, la respuesta es negativa. Nuevamente nos pre-
guntamos: ¿cómo es que esos liberalismos están “dentro” y simultá-
neamente “fuera” de lo político? Para resolver este impasse, este trabajo
asume dos posturas concretas, ambas fundamentadas en la crítica de
Schmitt al liberalismo. En primer lugar, la originalidad de su plan-
teamiento nos muestra, en términos deconstructivos, que la forma de
hacer política por medios no políticos (el liberalismo) es siempre política.
Pero la consecuencia paralela que extrae Schmitt es que toda forma de
la política que evade lo político —esto es, a través de la crítica a las de-
cisiones de una unidad política homogénea— es inconfundiblemente
liberal. Esta segunda conclusión conviene tenerla presente para la crí-
tica que presento a continuación. Pero antes, destacaré que la primera
de las conclusiones no está reñida con los supuestos de la TH. Esto
se justifica si nos atenemos a los siguientes pasajes. El primero es una
afirmación de Laclau que conviene citarla en su totalidad:

En Latinoamérica, durante los años setenta y ochenta [del siglo xx], por
ejemplo, la defensa de los derechos humanos formó parte de las deman-
das populares y, por lo tanto, parte de la identidad popular. Es un error
pensar que la tradición democrática, con su defensa de la soberanía del
“pueblo”, excluye como cuestión de principio las demandas liberales. Eso
sólo podría significar que la identidad del “pueblo” está definitivamente
fijada. Si, por el contrario, la identidad del pueblo sólo se establece a
través de cadenas equivalenciales cambiantes, no hay razón para pensar
que un populismo que incluye los derechos humanos como uno de sus
componentes es excluido a priori. En algunos momentos —como ocurre

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196 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

frecuentemente en la actualidad en la escena internacional—, la defensa


de los derechos humanos y de las libertades civiles pueden convertirse en
las demandas populares más apremiantes (2005: 215-216).

El segundo pasaje pertenece a Mouffe, y en él aboga —en un


plano más normativo que ontológico— por la identificación con un
tipo de liberalismo “verdaderamente político”:

[Schmitt] reprocha al liberalismo que trate de aniquilar lo político y


creo que en eso lleva razón. Por ello, en respuesta al proyecto de Schmitt
de afirmar lo político contra el liberalismo, es importante elaborar una
forma verdaderamente política de liberalismo que, sin dejar de postu-
lar la defensa de los derechos y el principio de la libertad individual,
no escamotee la cuestión del conflicto, el antagonismo y la decisión
(Mouffe, 1999: 13).

En conclusión, para Laclau y Mouffe, el componente liberal


de la política no puede ser excluido a priori de la ontología de la
hegemonía (el liberalismo es político: por un lado, es un valor que
siempre es expresado por medio de articulaciones populares y, por
otro, es un ideal normativo a no desechar). A continuación mostraré
que más que postular una paradójica exclusión (de algunos liberalis-
mos) e inclusión (de uno “verdaderamente” político), lo que Laclau
y Mouffe terminan sosteniendo es la necesidad e inevitabilidad del
liberalismo tout court como horizonte de las prácticas hegemónicas.

La teoría de la hegemonía y el espejo del liberalismo

Comencemos este apartado exponiendo el cruce de críticas entre La-


clau y Žižek referido al supuesto carácter “liberal-capitalista” de la TH.13

13
Un excelente estudio crítico del debate entre estos autores se encuentra en Palti
(2005: 108-130).

VOX POPULI.indb 196 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 197

En “Da Capo senza Fine”, Žižek le reclama a Laclau lo siguiente:

En la medida en que concebimos la resignificación político-ideológica


en términos de una lucha por la hegemonía, lo Real de hoy que fija un
límite a la resignificación es el capital: el funcionamiento ininterrum-
pido del capital es lo que se mantiene igual, lo que “siempre vuelve a
su lugar”, en la lucha irrestricta por la hegemonía [...] [Butler y Laclau]
nunca cuestionan los principios fundamentales de la economía capi-
talista de mercado ni el régimen político democrático-liberal; nunca
contemplan la posibilidad de un régimen político-económico comple-
tamente diferente” (Žižek, 2003a: 225).

La consecuencia de esto, según Žižek, es que al no cuestionar en


su totalidad la lógica interna del capitalismo, Laclau queda preso de
un “gradualismo” reformista antiutópico muy similar a la política de
la Tercera Vía —esto lleva al esloveno a descartar las luchas multi-
culturales, antisexistas, antirracistas, etcétera, por no ser directamente
anticapitalistas. La respuesta de Laclau a esta crítica se puede dividir
en dos partes; la primera está planteada en un nivel ontológico, mien-
tras que la segunda, en el plano normativo.
Sinteticemos la primera. Según Laclau, Žižek permanece dentro
del campo de la “inmanencia total” al concebir al capitalismo como
la lógica subyacente de todo el sistema social. Debido a esto, la “lu-
cha anticapitalista” deja de ser un significante vacío (y el propio
capitalismo una construcción hegemónica de esa lucha) para trans-
formarse en un efecto interno de la lógica misma del capitalismo
(Laclau, 2005: 297). Para llegar a esta conclusión, Laclau cree que lo
que está errado en el argumento de Žižek son sus propias premisas.
Éstas ignoran:

El conjunto de la lógica del objeto petit a que [...] es idéntica a la lógica


hegemónica. El hecho de que el objeto sea “elevado a la dignidad de
la Cosa” es lo que Žižek parece excluir como posibilidad política. La
alternativa que él presenta es: o bien tenemos acceso a la Cosa como

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198 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

tal, o bien tenemos parcialidades puras no vinculadas por ningún efecto


totalizador [las luchas sexistas, multiculturales, etcétera]. Un lacaniano
como Žižek debería haber evitado esta simplificación grosera (Laclau,
2005: 291).

Es decir, al no asumir con rigor la lógica del objeto a, Žižek debe:

Rechazar todas las luchas “parciales” por ser ellas mismas internas al “sis-
tema” (sea lo que fuere que esto signifique) y, puesto que la “Cosa” es
inalcanzable, no puede apuntar a ningún actor histórico concreto para
su lucha anticapitalista. En conclusión, Žižek no puede proveer ninguna
teoría del sujeto emancipatorio. Como, al mismo tiempo, su totalidad
sistémica, por ser un fundamento, está regulada exclusivamente por sus
leyes internas, sólo nos resta esperar a que estas leyes produzcan la totali-
dad de sus efectos. Ergo, nihilismo político (Laclau, 2005: 296).

La respuesta normativa de Laclau es una clara apología de las ins-


tituciones de la democracia liberal. Permítaseme citarla in extenso:

En su ensayo anterior, Žižek nos decía que quería derrocar al capita-


lismo; ahora nos comunica que también quiere deshacerse de los regí-
menes democrático-liberales —para reemplazarlos, es verdad, por un
régimen totalmente diferente del cual no tiene la cortesía de hacernos
saber nada—. Ahora bien, aparte de la sociedad capitalista y de los pa-
ralelogramos del señor Owen, Žižek realmente conoce un tercer tipo de
organización sociopolítica: los regímenes burócratas comunistas bajo
los cuales él vivió. ¿Es esto lo que tiene en mente? ¿Quiere reemplazar
la democracia liberal por un sistema político unipartidista, debilitar la
división de poderes, imponer la censura de prensa? Žižek pertenece a
un partido liberal de Eslovenia del cual fue candidato presidencial en
las primeras elecciones posteriores al fin del comunismo. ¿Les dijo a los
votantes eslovenos que su objetivo era abolir la democracia liberal [...]?
Y si lo que tiene en mente es algo totalmente diferente, tiene el elemen-
tal deber intelectual y político de hacernos saber en qué consiste. Hitler

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Guillermo Pereyra w 199

y Mussolini también abolieron regímenes políticos democráticos libe-


rales y los rechazaron por regímenes “totalmente diferentes”. Única-
mente si él nos lo explica, podremos comenzar a hablar de política y
abandonar el terreno teológico (Laclau, 2003c: 289).

Por último, en su respuesta final, Žižek califica a Laclau de


“chantajista liberal”:

Esto significa que la izquierda tiene hoy una opción: o acepta el hori-
zonte democrático liberal predominante (democracia, derechos huma-
nos y libertades...), y emprende una batalla hegemónica dentro de él,
o arriesga el gesto opuesto de rechazar sus términos mismos, de rechazar
directamente el chantaje liberal actual de que propiciar cualquier pers-
pectiva de cambio radical allana el camino al totalitarismo. Es mi firme
convicción, mi premisa político-existencial, que el viejo lema de 1968
“Soyons réalistes, demandons l’mpossible!’ sigue en pie: los defensores de
los cambios y las resignificaciones dentro del horizonte democrático
liberal son los verdaderos utópicos en su creencia de que sus esfuerzos
redundarán en algo más que la cirugía estética que nos dará un capita-
lismo con rostro humano” (Žižek, 2003b: 327).

En conclusión, Laclau sostiene dos afirmaciones. La primera


asevera que el liberalismo y el capitalismo son parcialidades ónticas
que pueden o no ser hegemónicas; la segunda alienta la idea de que
una democracia radical y plural —que es el proyecto normativo de la
TH—, debe esforzarse por articular de modo inestable la democra-
cia y el liberalismo. Ahora bien, hasta el momento sólo he presen-
tado la “crítica normativa” de Žižek a Laclau, pero es necesario que
también aludamos a su “crítica ontológica”. Según el autor esloveno,
la idea de “la imposibilidad de la sociedad” presente en la noción de
antagonismo involucra dos dimensiones. El “antagonismo” no sólo
alude al hecho de que es imposible representar adecuadamente la
totalidad de la Sociedad; “en un nivel más radical, es también imposi-
ble representar/articular adecuadamente este antagonismo/negatividad

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200 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

mismo que impide a la Sociedad alcanzar su plena realización ontoló-


gica” (Žižek, 2003d: 109). Es decir, no solamente es cierto que la
“Sociedad no existe”, sino que también es imposible la propia forma
hegemónica de la política que trata de “representar” o “articular”
esta imposibilidad. Este cuestionamiento, al cual Laclau no da una
respuesta, constituye el puntapié inicial para dar forma a lo que pre-
sentaré a continuación. La pregunta que aquí surge, y que ha sido
muchas veces formulada pero no enteramente zanjada, es la siguien-
te: ¿es posible mantener distantes el plano normativo, complaciente
con la democracia liberal, del ontológico?14 Esto se vincula directa-
mente con una pregunta similar: si la hegemonía es una ontología de
lo social, ¿cuáles son a su vez los contenidos ónticos por medio de los
cuales esta ontología es “representada” o “articulada” (incluso de modo
imposible)? ¿Puede la teoría tout court de Laclau y Mouffe verse
desprovista de contenidos parciales? Estas preguntas operan sobre el
trasfondo de dos tesis centrales que debo desarrollar.15

14
Para una discusión en torno al (cripto) normativismo de la TH, véase Crichtley (s/f).
15
No quisiera cerrar la discusión entre Laclau y Žižek sin una última anotación. En
La razón populista, Laclau presenta una serie de aseveraciones sobre la concepción
que Lefort tiene de la democracia y que son contradictorias respecto a su crítica a
Žižek. Recordemos lo que considera Laclau cuando le critica lo que (posiblemente)
tiene en mente Žižek cuando rechaza la democracia liberal: los regímenes autori-
tarios comunistas de la Europa del Este. Lefort sostiene que el tránsito de la de-
mocracia al totalitarismo tiene lugar cuando la sociedad se fragmenta al extremo
y los individuos se sienten inseguros por la existencia de graves conflictos que no
pueden ser resueltos simbólicamente dentro de la esfera política. En ese marco,
Lefort cree que puede surgir la fantasía “del Pueblo-Uno, los comienzos de la bús-
queda de una identidad sustancial”, “de un Estado libre de división”, etc. (citado
en Laclau, 2005: 209). Por el contrario, Laclau entiende que la identidad popular
“no es en sí misma totalitaria”, y el problema radica en que Lefort no logra ver que
“el espectro de articulaciones posibles es mucho más diverso de lo que la simple
oposición totalitarismo-democracia parece sugerir. La dificultad con el análisis que
hace Lefort de la democracia es que se concentra exclusivamente en los regímenes
democráticos liberales y no presta una atención adecuada a la construcción de los
sujetos democráticos populares [...] Entre la encarnación total y la vacuidad total
existe una gradación de situaciones que involucran encarnaciones parciales. Y estas
son, precisamente, las formas que toman las prácticas hegemónicas” (Laclau, 2005:
209-210). ¿Qué conclusión se puede sacar de todo esto? Pues que Laclau se ciega
demasiado en su crítica a Žižek, una “ceguera” que le impide “ver” que cae en lo
mismo que le reprocha a Lefort, a saber: que a él también le resulta difícil pensar

VOX POPULI.indb 200 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 201

1) Aunque la hegemonía es una ontología que pretende adscribir


una suerte de “neutralidad indecidible” (no hay contenidos a priori
en las articulaciones equivalenciales), en realidad está estructurada
alrededor del contenido parcial de la democracia liberal. En otras
palabras, para que la lógica de la hegemonía sea una ontología con
sentido, la democracia liberal articula los bordes simbólicos e imagi-
narios en la que ésta opera.
2) Por consiguiente, la democracia liberal no es algo accesorio o
secundario dentro de la lógica interna de la hegemonía sino que, en
tanto objeto a, constituye su propio exceso.
Esto impone la tarea de precisar qué entienden Laclau y Mouffe
por “democracia liberal”. Una forma de abordarla es determinar el
lugar del liberalismo en lo que Laclau y Mouffe llaman, por un lado,
la revolución democrática y, por otro, su proyecto de la democracia ra-
dical y plural. Este proyecto fue pensado en un contexto en el cual la
diversidad de posiciones que podían asumir los sujetos era negada
por la izquierda tradicional. El mundo al cual se estaban enfrentando
Laclau y Mouffe al escribir Hegemonía y estrategia socialista era uno en
el que los “nuevos movimientos sociales” hacían cada vez más visibles
la diversidad de los sujetos políticos, mostrando así la inefectividad de
la noción de clase como soporte unificador de todas las luchas eman-
cipatorias. La pluralidad e indeterminación de lo social era aquello a
lo que se le debía dar respuesta, en contra de una concepción de la
estrategia que concibe al espacio político unificado por alguna esencia
(la Clase, el Partido, la Historia, etc.). La noción de democracia radi-
cal, en este sentido, es importante no sólo como estrategia normativa;
como ya vimos, la democracia cumple un rol clave en la ontología
política: sin democracia no hay antagonismo. La distinción que Laclau
y Mouffe establecen entre las “relaciones de subordinación” y las “re-

una forma democrática que no sea la democracia liberal. En su cuestionamiento a


Žižek, Laclau también tiene una fijación exclusiva (e igualmente excesiva) en los re-
gímenes democráticos liberales que, por otra parte, son inatacables. En efecto, si las
articulaciones que existen entre el totalitarismo y la democracia liberal son infinitas,
¿por qué imputarle a Žižek que su ataque a la democracia liberal es una defensa
implícita del totalitarismo?

VOX POPULI.indb 201 08/04/13 22:33


202 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

laciones de opresión” encuentra su razón de ser (en términos discursi-


vos) en el marco simbólico de la democracia. En efecto, una relación
de subordinación —entre un hombre y una mujer, un obrero y su
empleador, un esclavo y su amo, etc.— no es en sí misma conflictiva.
Ella se transforma en la “sede de un antagonismo” cuando los suje-
tos políticos inscriben sus luchas en la superficie de inscripción del
discurso democrático (Laclau y Mouffe, 2004: 196-197) (podemos
observar que un sentido similar le otorga Laclau [2005: 161] a la
demanda democrática en tanto unidad mínima del pueblo; es decir,
si hay un pueblo que desactiva un antagonismo social, es porque hay
detrás una demanda democrática insatisfecha).
Pero, ¿a qué clase de democracia se refieren Laclau y Mouffe?
¿Cuál es aquélla que opera como horizonte de posibilidad de la de-
mocracia radical y plural? El capítulo final de Hegemonía y estrategia
socialista deja claro que el discurso de la “revolución democrática”,
cuyo acontecimiento inaugural fue la Revolución francesa, fue lo
que posibilitó, con el correr del tiempo, el desplazamiento de las
ideas de libertad e igualdad hacia diversas esferas de lo social (las
luchas de los obreros, de la mujer, de los homosexuales, etc.). La
democracia que resulta análoga en su lógica a la hegemonía es, claro
está, una democracia moderna. Mouffe se encarga de distinguirla de
la democracia antigua en los siguientes términos:

La diferencia entre la democracia antigua y la moderna no es una dife-


rencia de tamaño sino de naturaleza. La diferencia crucial reside en la
aceptación del pluralismo, que es constitutivo de la democracia liberal
moderna. Por “pluralismo”, entiendo el fin de la idea sustantiva de la
vida buena, lo que Claude Lefort llama ‘la disolución de los marcado-
res de certidumbre’. Ese reconocimiento del pluralismo implica una
profunda transformación del ordenamiento simbólico de las relaciones
sociales (Mouffe, 2003: 36).

Esta “profunda transformación del ordenamiento simbólico”


tuvo lugar cuando la democracia se encontró con los límites de la

VOX POPULI.indb 202 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 203

defensa liberal de los derechos humanos, algo totalmente nuevo en


relación con la democracia antigua. Esto queda expresado con ma-
yor claridad en el siguiente pasaje:

[E]s importante ante todo comprender la especificidad de la democra-


cia moderna y el papel central que desempeña el pluralismo. Entiendo
por tal cosa el reconocimiento de la libertad individual, esa libertad
que John Stuart Mill defiende en su ensayo titulado On Liberty como la
única libertad que merece tal nombre, y que define como la posibilidad
para todo individuo de perseguir la felicidad que le parezca adecuado,
de ponerse sus propias metas y de intentar alcanzarlas a su manera.
En consecuencia, el pluralismo está ligado al abandono de una visión
sustancial y única del bien común y de la eudaimonía, constitutiva de
la modernidad. Se halla en el centro de la visión del mundo que debiera
llamarse ‘liberal’ y ésta es la razón por la cual lo que caracteriza a la de-
mocracia moderna como forma política de sociedad es la articulación
entre liberalismo y democracia (Mouffe, 1999: 165).

Como puede observarse, si bien la democracia radical y plural


es un proyecto particular de la izquierda postestructuralista, ésta
encuentra su razón de ser en un horizonte democrático de carác-
ter moderno cuya “especificidad” consiste en el reconocimiento del
pluralismo. Según esto, la democracia radical como proyecto nor-
mativo es indistinguible del discurso de la democracia moderna tout
court. Esta identidad es importante porque nos permite mostrar la
“delgada línea roja” que separa a lo ontológico de lo normativo en la
TH: en cuanto lógica política, la democracia moderna es el reconoci-
miento del lugar tendencialmente vacío del poder y del pluralismo;
como proyecto normativo, significa el reconocimiento, asociado con
la tradición liberal, “de que todos acepten el carácter particular y
limitado de sus reivindicaciones” (Mouffe, 1999: 19). Si la demo-
cracia moderna es aquella que alberga en su seno el valor liberal del
“pluralismo”, ¿qué tipo de articulación se establece entre la tradición
democrática y la liberal? A pesar de la identificación que los pasajes

VOX POPULI.indb 203 08/04/13 22:33


204 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

anteriores realizan entre la democracia moderna y la democracia li-


beral, Laclau insiste en que se trata de una articulación no necesaria:

Una vez que la articulación entre liberalismo y democracia es consi-


derada como meramente contingente, se deducen necesariamente dos
conclusiones obvias: 1) otras articulaciones contingentes son también
posibles, por lo que existen formas de democracia fuera del marco sim-
bólico liberal —el problema de la democracia, visto en su verdadera
universalidad, se convierte en el de la pluralidad de marcos que hacen
posible la emergencia del “pueblo”—; 2) como esta emergencia del
pueblo ya no es más el efecto directo de algún marco determinado, la
cuestión de la constitución de una subjetividad popular se convierte en
una parte integral de la cuestión de la democracia (2005: 211; véase
también Laclau, 1980: 195; 199).

En otro lugar, Mouffe —al igual que la afirmación anterior de


Laclau— le resta al liberalismo la importancia crucial que antes le
dio en la constitución simbólica de la democracia moderna:

Con la democracia moderna, hemos de encarar una nueva forma polí-


tica de sociedad cuya especificidad emana de la articulación entre dos
tradiciones diferentes. Por un lado tenemos la tradición liberal consti-
tuida por el imperio de la ley, la defensa de los derechos humanos y el
respeto a la libertad individual; por otro, la tradición democrática cu-
yas ideas principales son las de igualdad, identidad entre gobernantes y
gobernados y soberanía popular. No existe una relación necesaria entre
estas dos tradiciones distintas, sólo una imbricación histórica contin-
gente (Mouffe, 2003: 20).

¿Es o no el liberalismo un componente irreductible de la de-


mocracia moderna y de las luchas por la hegemonía, que tienen a
la primera como su horizonte histórico privilegiado? Esta pregunta
exige que nos detengamos brevemente en la noción de “pluralismo”
que utiliza la TH. Como ya vimos, un poder democrático que active

VOX POPULI.indb 204 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 205

el antagonismo no puede ser uno que esté anclado en una posición


de sujeto única y homogénea. En palabras de Laclau y Mouffe:

[La] equivalencia total nunca existe; toda equivalencia está penetrada


por una precariedad constitutiva, derivada de los desniveles de lo so-
cial. En tal medida, la precariedad de toda equivalencia exige que ella sea
complementada/limitada por la lógica de la autonomía. Es por eso que
la demanda de igualdad no es suficiente, sino que debe ser balanceada
por la demanda de libertad, lo que nos conduce a hablar de democracia
radicalizada y plural. Una democracia radicalizada y no plural sería la
que constituiría un solo espacio de igualdad sobre la base de la vigencia
ilimitada de la lógica de la equivalencia, y no reconocería el momento
irreductible de la pluralidad de espacios. Este principio de la separación
de espacios es la base de la demanda de libertad. Es en él donde reside el
principio del pluralismo, y donde el proyecto de una democracia plural puede
enlazarse con la lógica del liberalismo (2004: 230; las cursivas son mías).

¿A qué se debe que la “equivalencia total nunca existe”? ¿Ésta es


una conclusión a la que llega la democracia radical y plural, o es más
bien un postulado ontológico que no depende del reconocimiento
de ningún discurso particular? ¿Qué sentido tiene que sea el libera-
lismo el discurso empeñado en buscar la autonomía de lo particular
sobre lo universal? La respuesta a estas preguntas se encuentra en el
siguiente y último apartado.

Conclusiones

El “exceso liberal” de la teoría de la hegemonía

Ya estamos en condiciones de extraer seis conclusiones referidas al


lugar del liberalismo en la lógica hegemónica.
1) Por un lado, Laclau y Mouffe sostienen que la articulación en-
tre el liberalismo y la democracia es contingente, y en virtud de esto

VOX POPULI.indb 205 08/04/13 22:33


206 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

es posible imaginar otras formas de articulación democrática no nece-


sariamente liberales. Pero, por otro, sostienen que el liberalismo es un
elemento constitutivo o fundamental del marco simbólico de la de-
mocracia moderna (más allá, por supuesto, de cualquier tipo de ma-
nifestación concreta o particular). Mouffe no deja dudas al respecto:

Quisiera subrayar [...] la distinción entre dos aspectos: por un lado,


la democracia como forma de gobierno, es decir, el principio de la
soberanía del pueblo; y por otro, el marco simbólico en el que se ejerce
esta regla democrática. La novedad de la democracia moderna, lo que la
convierte en propiamente “moderna” es que, tras el advenimiento de la
“revolución democrática”, el viejo principio democrático de que “el
poder debe ser ejercido por el pueblo” vuelve a emerger, pero esta vez
en un marco simbólico configurado por el discurso liberal, con su enérgico
énfasis en el valor de la libertad individual y los derechos humanos
(Mouffe, 2003: 20; las cursivas son mías).

2) La afirmación según la cual “la equivalencia total no existe”


se explica por el carácter “desnivelado de lo social”, esto es, por el
hecho de que lo equivalencial nunca puede domesticar completa-
mente los contenidos particulares que anidan en su interior. Esto
implica, siguiendo el argumento de Laclau y Mouffe, que la pureza
de la equivalencia está subvertida por la lógica de la autonomía o de la
libertad. Finalmente, los autores asocian la autonomía de lo particu-
lar sobre lo equivalencial con la “lógica del liberalismo”.
3) De los puntos anteriores se infieren una serie de consecuencias:
a) la democracia moderna se caracteriza por el reconocimiento del
pluralismo (o la imposibilidad de los “pueblos sin fisuras”) articulado
por el discurso liberal; b) este tipo de democracia, por consiguiente,
es fundamentalmente de orden liberal; c) en las sociedades moder-
nas instituidas políticamente por el imaginario democrático-liberal,
las equivalencias se vuelven frágiles porque lo particular no puede
ser totalmente eliminado de ellas (es “libre” y “autónomo”); d) las
sociedades contemporáneas no sólo están inscritas en el marco sim-

VOX POPULI.indb 206 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 207

bólico-imaginario de la democracia liberal moderna, sino que han


radicalizado sus posibilidades, mostrando de un modo más “visible”
la contingencia de las prácticas hegemónicas. En otras palabras: “[s]
ólo en las sociedades contemporáneas hay una generalización de la
política en forma hegemónica” (Laclau, 2003b: 202).
4) Lo anterior pone en evidencia el hecho de que las fronteras
que separan lo ontológico de lo óntico-normativo se vuelven total-
mente difusas. En el plano ontológico, la equivalencia popular no
puede ser una unidad política total porque se encuentra dislocada
por el espectro de un residuo de particularismo y pluralismo irre-
ductible. En el plano histórico-óntico, las sociedades actuales son
herederas del proyecto político de la democracia liberal moderna, y
en ellas la hegemonía se ha generalizado como la forma específica
de constitución de los lazos sociales. Esto quiere decir que en nues-
tras sociedades los pueblos que estructuran el campo simbólico son
siempre particularidades hegemónicamente universalizadas que no
pueden controlar el pluralismo que anida en su interior. En el plano
normativo, no es deseable que la democracia desprecie los valores
de la tradición liberal y, por ello, el pueblo siempre encuentra el
horizonte de su propia (im)posibilidad en los límites institucionales
de los derechos humanos, el imperio de la ley, etcétera.
5) Como es imposible mantener distantes esos ámbitos, esto
significa que la hegemonía es, y debe ser, una forma de la política
liberal-democrática. Si la autonomía y la multiplicación de los es-
pacios simbólicos (lo que impide la equivalencia total) están aso-
ciadas a la demanda de la libertad, y si ella ha sido representada
discursivamente por el liberalismo en tanto elemento constitutivo
de la democracia moderna, entonces el carácter desnivelado de lo
social (tesis ontológica) sólo se hace posible con la presencia del libe-
ralismo en las prácticas hegemónicas (tesis óntico-normativa). En
consecuencia, el liberalismo se caracteriza por reunir a la vez dos
dimensiones mutuamente excluyentes: es a la vez un contenido ón-
tico como cualquier otro discurso que pugna por su imposición en
las luchas políticas, y un valor que está presente como el horizonte

VOX POPULI.indb 207 08/04/13 22:33


208 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

de toda demanda democrática particular que busca la autonomía


del momento equivalencial. Como sabemos, esto último es lo que
precisamente define al liberalismo, esto es, el cuestionamiento de la
inclusión-exclusión popular hecha en nombre de la reivindicación
de la autonomía particular. Así lo expresa con claridad Mouffe:

[La condición para el ejercicio de los derechos democráticos es el tra-


zado de una línea divisoria entre “nosotros” y “ellos”]. Una condición
que crea necesariamente una tensión con el énfasis liberal en el respeto
de los “derechos humanos”, dado que no existe garantía de que una
decisión adoptada mediante procedimientos democráticos no termine
vulnerando derechos ya existentes. En una democracia liberal se ponen
siempre límites al ejercicio de la soberanía del pueblo [...] Lo que no
puede ser objeto de discusión en una democracia liberal es la idea de
que es legítimo establecer límites para la soberanía popular en nombre
de la libertad (Mouffe, 2003: 21-22).

6) Por todo lo dicho antes, es posible sostener que el punto en


el cual Laclau y Mouffe se distancian más del planteamiento de
Schmitt (“la equivalencia total es imposible porque está dislocada por
lo particular”) es paralelamente el momento en que más cerca está la
ontología hegemónica del discurso democrático-liberal. En este con-
texto, para diferenciar su propuesta de la de Schmitt, Mouffe detecta
un “falso dilema” en la teoría política del jurista alemán. Según esto,
“o bien hay unidad del pueblo, y eso requiere la expulsión de toda
división y antagonismo al exterior del demos [...]; o bien se consideran
legítimas algunas formas de división en el interior del demos, y esto
lleva inexorablemente a un tipo de pluralismo que niega la unidad
política y la propia existencia del pueblo” (Mouffe, 2003: 69). Este
falso dilema puede ser criticado porque si bien es cierto que no hay
articulación sin fronteras de exclusión, la lógica hegemónica muestra
también que las fronteras populares son difusas porque no pueden
borrar su origen particular. Pero curiosamente esto es lo que define a
la forma democrático-liberal de la política:

VOX POPULI.indb 208 08/04/13 22:33


Guillermo Pereyra w 209

No hay articulación hegemónica sin la determinación de una frontera,


sin la definición de un “ellos”. Pero en el caso de la política liberal-de-
mocrática esta frontera resulta ser una frontera interna, y el “ellos” no
es un elemento permanentemente externo. Sin una pluralidad de fuer-
zas que compitan en el esfuerzo de definir el bien común, que se pro-
pongan fijar la identidad de la comunidad, la articulación política del
demos no podría producirse (Mouffe, 2003: 71).

En este trabajo pretendí encontrar, por diferentes vías, las razo-


nes que fundamentan el anterior juego especular (sin fronteras) que
existe entre la democracia liberal (moderna) y la lógica hegemónica
de la política.w

VOX POPULI.indb 209 08/04/13 22:33


210 w La razón populista o el exceso liberal de la teoría de la hegemonía

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VOX POPULI.indb 211 08/04/13 22:33


VOX POPULI.indb 212 08/04/13 22:33
Confianza política, instituciones
y populismo en Bolivia y Venezuela

Rodrigo Salazar Elena1

Introducción

Los candidatos que siguen una estrategia populista impugnan la


capacidad y la disposición de los partidos políticos y de los políticos
particulares para representar los intereses o las preferencias de los
electores. Esta acusación puede encontrar terreno fértil donde bue-
na parte de los electores percibe que sus gobernantes se ocupan más
de disfrutar los beneficios del poder que de promover el bienestar
de sus representados. Una percepción de este tipo es distinta de una
evaluación negativa de un gobierno en particular. En el funciona-
miento “normal” de una democracia, un mal gobernante es susti-
tuido por otro. En determinadas circunstancias puede prevalecer la
impresión de que no importa por quién se vote ni qué partido esté
en el poder, ya que simplemente los gobernantes no atienden los
intereses ni preferencias de los ciudadanos. Ante estas situaciones, la
estrategia populista tiene mayores oportunidades de llegar al éxito.
Esta coincidencia entre el diagnóstico de los electores y el dis-
curso de candidatos de un perfil específico no ocurre de manera
casual. Viene precedida por percepciones subjetivas sobre el desem-
peño de las instituciones y el comportamiento de los políticos que

1
Profesor Investigador adjunto de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales,
Sede México. Este trabajo forma parte de un estudio más extenso sobre populismo
y representación política en Latinoamérica. Deseo agradecer los comentarios emiti-
dos por Julio Aibar, Luis Ortiz Sandoval y Luis Daniel Vázquez a borradores previos,
así como las observaciones de Judith Pérez Soria sobre el apartado metodológico.
Todo esto con el acostumbrado descargo de responsabilidad respecto a los errores y
omisiones que no detecté en el escrito.

VOX POPULI.indb 213 08/04/13 22:33


214 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

se reflejan en niveles decrecientes de confianza en las instituciones.


Más aún, las consecuencias de este tipo de desconfianza pueden ser
anticipadas por la clase política, y ésta dispone de alternativas para
incrementar la confianza y así evitar efectos adversos. A saber, las
élites políticas pueden incrementar el ingreso para la mayor can-
tidad de gente posible o pueden manipular el diseño institucional
para incentivar una relación más cercana entre los representantes y
los representados.
En este ensayo analizaré dos casos en los que las elites empren-
dieron la última de estas vías: Bolivia y Venezuela. Es notoria la si-
militud entre ambos tanto en la trayectoria como en su conclusión.
En los dos casos, la presentación de candidaturas populistas exitosas
(Evo Morales y Hugo Chávez) fue antecedida por un difundido
cuestionamiento a la representatividad del sistema de partidos vi-
gente; en ambos, también, las elites respondieron a la crisis trans-
formando sistemas electorales de representación proporcional con
listas cerradas en sistemas del tipo “proporcional-personalizado”.2
Ahora bien, el que los sistemas de partidos establecidos en cada
uno de estos países hayan sido literalmente barridos por las candida-
turas emergentes nos indica que algo falló en la estrategia reformis-
ta, en la medida en que ésta no bastó para evitar las consecuencias
previsibles de la desconfianza política.
En este trabajo confirmaré que la estrategia emprendida por las
elites políticas de reforma al sistema electoral fue, si bien acertada
en principio, inadecuada en sus medios. La idea central es que el
sistema proporcional personalizado no se distingue del sistema del
tipo de representación proporcional con listas cerradas en lo que se
refiere a los efectos sobre la confianza en las instituciones políticas.
Como el sistema electoral no produjo los efectos esperados (o anun-

2
Más adelante hay una descripción de ambos sistemas, cuya diferencia más
evidente es que en los de representación proporcional por listas únicamente se
utilizan circunscripciones plurinominales, mientras que los sistemas proporcionales
personalizados combinan las circunscripciones plurinominales con circunscripciones
uninominales.

VOX POPULI.indb 214 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 215

ciados) la situación de desconfianza se mantuvo y esto configuró


una estructura de oportunidades favorable a un buen desempeño
electoral por parte de candidatos populistas.

Estrategia de investigación

El lector orientado metodológicamente cuestionará la utilidad de pre-


sentar dos trayectos paralelos. Por un lado, los dos casos analizados
no pueden ser prueba de un efecto causal, pues no hay cambios en
ninguna de las variables dependientes. Por ejemplo, que a la crisis
del sistema de partidos haya sucedido en los dos casos una reforma
a las reglas de elección del Congreso, no prueba que la crisis cause la
reforma. Tampoco basta para probar el efecto causal de la crisis sobre
el éxito electoral del populismo (efecto que aquí se tomará sólo como
supuesto). Por otro, si pretendiera hacer un análisis de trayectoria para
comprender un proceso, al estilo “narrativa analítica” (Bates et al.,
1998), el análisis de un caso particular es más que suficiente, y la
inclusión del restante sólo tendría fines confirmatorios.
Sin embargo, ninguno de éstos es mi objetivo. Las elites políticas
tradicionales de Bolivia y Venezuela se comportaron como si dieran
por probada la hipótesis de que los sistemas electorales, del tipo pro-
porcional-personalizado, produjesen sistemáticamente una mayor
vinculación entre los representantes individuales y sus respectivos
electorados. Aquí argumento en favor de la hipótesis nula corres-
pondiente: que el efecto de este diseño específico sobre la relación
entre representantes y representados no es distinto del que genera el
sistema electoral de representación proporcional por listas cerradas.
Este objetivo se justifica por la naturaleza de los casos de estu-
dio. Veamos. En el análisis comparado, el diseño necesario para dar
cuenta de un efecto causal “cero” es distinto de aquél para presentar
evidencia en favor de un efecto causal. En el segundo caso, la posi-
bilidad de que dos o más causas distintas conduzcan al mismo resul-
tado obliga a elegir casos en los que todas las variables independien-

VOX POPULI.indb 215 08/04/13 22:33


216 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

tes relevantes mantengan un valor relativamente homogéneo, salvo


aquella que queremos destacar en nuestra hipótesis. Al mantener
constantes los valores de todos los factores que esperamos tengan
una influencia y permitir cambio en la variable de interés, podemos
imputar a esa modificación los cambios que, en su caso, se presenten
en la variable dependiente (King, Kehoane y Verba, 2000).
Cuando se controla por los factores causales relevantes, verificar
el efecto positivo de un cambio en el sistema electoral sobre el ni-
vel de representatividad, implicaría comparar un caso en el que el
cambio fue emprendido con otro en el que no se hubiese procedido
al rediseño. Ahora bien, invirtiendo la cuestión, cuando en casos
similares, como son Bolivia y Venezuela, se procede a un mismo
rediseño institucional y la variable dependiente —la representati-
vidad, entendida como confianza en las instituciones— no cambia,
podemos decir con un alto grado de certeza que el diseño institucio-
nal específico que fue adoptado no es diferente, en términos de sus
efectos, con respecto al diseño anterior. Para el caso que me ocupa,
sostendré que, dado el valor de los factores que efectivamente inter-
vienen en la relación entre representantes y representados, los resul-
tados habrían sido exactamente los mismos si la reforma al sistema
electoral no se hubiese emprendido en absoluto.
Sin duda resulta poco convencional una investigación argumen-
tando en favor de la ausencia de un efecto causal. Otro tanto se
podría decir del procedimiento de imputar a actores políticos reales
una acción conducida bajo una hipótesis determinada, para des-
pués, desde el análisis académico, proponer que estaban errados en
la hipótesis que guió sus acciones. Sin embargo, el planteamiento
que desarrollo aquí no sólo es que el cambio institucional se re-
veló empíricamente inefectivo, sino que existían razones teóricas
suficientes como para predecir que no se daría el efecto esperado.
En todas las decisiones políticas subyace una hipótesis causal, y no
parece ocioso confrontarlas con los conocimientos acumulados en
la academia. En este sentido, lo que presento aquí es una suerte
de diagnóstico del impacto de una medida determinada, similar al

VOX POPULI.indb 216 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 217

procedimiento del policy analysis. Creo que un diagnóstico de este


tipo habría sido útil antes de emprender la reforma en estos países,
si no para tomar una mejor decisión, al menos para no llevar a cabo
una enorme inversión en el cambio institucional en cuanto a que
representó un costo de oportunidad en países con muchos proble-
mas que atender.
Por otro lado, el hallazgo de efectos nulos no es común en la in-
vestigación cualitativa debido a limitaciones propias de este tipo de
estrategia. En el análisis estadístico, es posible incorporar un número
amplio de variables independientes y evaluar el impacto de cada una
sobre la variable dependiente. Si el objetivo del análisis se reduce a
éste, al revisar el nivel de significancia para cada coeficiente podemos,
en una sola operación, confirmar si existe evidencia en apoyo del im-
pacto causal de unas y de la ausencia de dicho impacto en otras.
En la comparación cualitativa esto no es verdad. La exigencia de
homogeneidad de las unidades dificulta contrastar, simultáneamen-
te, hipótesis sobre más de una variable. Debido a esto, la norma es
que las investigaciones privilegien la búsqueda de efectos causales
verificados efectivamente, en detrimento del rechazo de hipótesis
empíricamente fundamentado (por lo general se realiza en el nivel
teórico). Sin llegar al absurdo de proponer un cambio radical de esta
norma, me parece que la estrategia elegida es una forma de integrar
la falsación en la investigación cualitativa.
En el primer apartado expongo la relación entre la calidad de
la representación, el desempeño de las instituciones y la confian-
za en sus reglas y procedimientos, destacando el papel que a estos
efectos juega el diseño de las reglas de elección para integrar los
cuerpos legislativos (sistema electoral). En el segundo describiré las
características de los procesos vividos en Bolivia y Venezuela desde
la perspectiva del desempeño institucional y los resultados electo-
rales. Aportaré evidencia en el sentido de que el comportamiento
electoral era, a grandes rasgos, consistente con los resultados eco-
nómicos, y cómo este mecanismo no necesariamente los mejoraba
en su calidad. Después mostraré que ambas comunidades políticas

VOX POPULI.indb 217 08/04/13 22:33


218 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

exhiben esencialmente las mismas condiciones en lo que se refiere


a la evaluación de los resultados y del comportamiento. A conti-
nuación expondré la reforma institucional emprendida en Bolivia
y Venezuela para, después, confrontar estos datos con la evolución
de la confianza en las instituciones, en donde a mi juicio quedará
claro que el impacto fue nulo. Presento una explicación de por qué
el cambio en el sistema electoral no trajo los efectos deseados, para
después especular sobre los motivos que llevaron a las elites a esco-
ger un diseño inadecuado,3 existiendo otras alternativas conocidas.
Termino con un sumario de los resultados obtenidos.
Antes de comenzar, debo advertir que en el siguiente análisis
recurro a los supuestos actitudinales comunes en la teoría de la elec-
ción racional, particularmente en lo que se refiere a asumir, tanto en
políticos como en electores, una motivación basada en la maximi-
zación de utilidad y el ordenamiento transitivo de las preferencias.
Sin embargo, reduzco el uso de la jerga y la modelización al mínimo
indispensable. Desde las observaciones de Germani sobre el tipo de
relación entre las masas y el líder para el caso de Perón, las pasiones
han sido incorporadas en forma reiterativa en el estudio del populis-
mo, en algunos casos demostrando que su capacidad explicativa es
considerable (De la Torre, 1996; Canovan, 1999; Weyland, 2003a).
Aquí pretendo evaluar qué tan lejos puedo llegar sin ellas.

Representación, desempeño y confianza

La representación política es una relación que vincula las acciones de


los gobernantes con los deseos de los gobernados. Se supone que las
instituciones de la democracia representativa, asumiendo que existen
3
El término adecuación será muy utilizado para referirme a los problemas de diseño
institucional enfrentados en los países de este estudio. Me apresuro a aclarar que
no me refiero a criterios normativos sobre lo que yo considero una representación
adecuada, o para el caso, los mismos actores involucrados. El sentido de la expresión
es absolutamente técnico: un diseño es adecuado o inadecuado si sus características
conducen o no a los objetivos que explícitamente se perseguían con él.

VOX POPULI.indb 218 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 219

elecciones competitivas, garantizan que este vínculo al menos sea po-


sible. De acuerdo con el tratamiento clásico del tema realizado por
Pitkin (1985) y después por Sartori (1992), cuando hay elecciones
competitivas, los electores votan en función de los resultados en tér-
minos de desempeño gubernamental, evaluando si sus intereses fue-
ron bien atendidos. El político en cuestión tiene en todo momento
la oportunidad de defraudar a sus electores sirviendo a sus propios
intereses, pero como sabe que será juzgado por sus acciones, y que
de ese juicio depende su permanencia en el cargo, intentará que
su desempeño sea evaluado positivamente, por lo que toma decisiones
que sean favorables a los intereses de los electores. Si efectivamente se
comporta de esa forma, los electores lo reelegirán.
Esto demuestra lo que suponemos único en las instituciones re-
presentativas, aquello que lleva a los gobiernos a tomar sistemática-
mente en cuenta los deseos de los gobernados. Sin embargo, en las
democracias reales las desviaciones del comportamiento representa-
tivo son muchas, casi hasta hacernos dudar sobre qué es exactamen-
te lo sistemático.
Un camino fértil para ubicar los problemas que pueden impe-
dir que la función representativa se cumpla, consiste en plantear los
términos de la relación entre el representado y el representante por
analogía con el modelo principal-agente,4 en el que reconozco que el
elector (el principal) otorga su voto a un representante (el agente) “en-
comendándole” la tarea de maximizar su bienestar. Siguiendo con la
lógica del modelo, el representante tiene intereses distintos del elector,
y en cuanto tenga la ocasión maximizará su propio bienestar a costa
del de su principal. El elector tiene la oportunidad de evaluar, en la si-
guiente ronda electoral, si sus intereses fueron bien servidos y renovar
el contrato (otorgando su voto al mismo político) o bien contratar a
un mejor agente (votando por otro). Así el elector enfrenta los pro-
blemas típicos del principal: la selección adversa (queriendo escoger
el mejor agente, usa criterios que lo llevan a escoger entre los peores)

4
Para el uso de los términos de la relación principal-agente, me baso en Moe (1984).

VOX POPULI.indb 219 08/04/13 22:33


220 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

y el riesgo moral (como el agente no es observado, hace menos de lo


que debería o podría en favor de su principal).
Como puede apreciarse, los problemas en la relación provienen
de que el elector (el principal) se encuentra en una situación de
relativa incertidumbre sobre las acciones de su agente (el político),
pero al mismo tiempo debe crear un criterio de selección bajo estas
condiciones de incertidumbre. Veamos:

— Incertidumbre del elector. En el momento de hacer cuentas, el elector


puede equivocarse en la evaluación. Si no está muy seguro de cómo son
las condiciones que rodean a las decisiones políticas, puede, creyendo
que son buenas, castigar a un gobierno que hizo lo mejor que pudo
en condiciones adversas, o, creyendo que son malas, premiar a un go-
bierno que en realidad no promovió sus intereses tan bien como pudo
haberlo hecho. Además, cuando se le pide un sacrificio en el presente
para obtener beneficios futuros, si estos últimos no se materializan para
el momento de las elecciones, no puede saber con certeza si debe man-
tener la política o cambiarla por inviable (Manin, Przeworski y Stokes,
1999: 40-44).

— Soberanía del electorado. El electorado es absolutamente libre en


cuanto al criterio que utiliza para orientar su voto. Puede ser “qué tan
bien gobernó, en función de mis intereses”, pero también puede ser
cualquier otro, más relacionado con las dotes naturales propias de cada
candidato (Manin, 1998: 168-185). Esto significa que la libertad re-
querida en el electorado para que juzgue en última instancia conduce a
darle la oportunidad de juzgar con cualquier otra base.

Entonces, la relación principal-agente y sus dos situaciones pro-


blemáticas se traducen, en el terreno de la representación, en los
siguientes términos:

— Selección adversa. Para los electores, reunir información sobre la ca-


pacidad relativa de cada candidato es costoso. Por ello, utilizan como

VOX POPULI.indb 220 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 221

parámetro sus propias ideas sobre la relación entre políticas públicas y su


bienestar (i. e., ideologías), escogen al partido que más se acerca a estas
ideas y votan siempre por el candidato que presenta dicho partido.5 El
resultado es que los políticos no necesitan demostrar su capacidad real.
Al presentarse con una etiqueta determinada, obtienen los votos corres-
pondientes a un político eficaz aun si son incompetentes o inmorales.

— Riesgo Moral. Los electores juzgan el desempeño pasado del repre-


sentante y, en función de cómo afectó su bienestar, dadas las condicio-
nes, emiten un voto favorable o desfavorable al representante en fun-
ciones. Para juzgar adecuadamente el desempeño real del gobernante,
deben considerar los resultados de las decisiones a la luz de las condi-
ciones imperantes. Su incertidumbre sobre éstas hace posible tanto un
voto en contra de un gobernante que en los hechos hizo lo mejor que
pudo, como el refrendo de uno que le proporcionó una utilidad menor
a la asequible (Manin, Przeworski y Stokes, 1999: 40-44).

¿Cómo influyen los problemas de la relación agente-principal


en la calidad de la representación? Comencemos por el comporta-
miento de los electores. Tomando en cuenta que algunos de ellos
se basan más en la selección, apoyándose en criterios valorativos e
ideológicos, mientras que otros serán más propensos a la evaluación
retrospectiva, retomo el modelo de Albert Hirschman (1977) para
distinguir entre los electores “leales” (con adscripción partidista) y
los “retrospectivos”. Las diferentes reacciones de estos electores a
distintos desempeños de políticas públicas están expresadas en la
gráfica 1. Sobre el eje horizontal se presenta la proporción de electo-
res por el partido en el gobierno. El eje vertical representa el “conte-
nido representativo” de las políticas públicas actuales o calidad de la
representación (Q). Esta calidad de la representación es una función
de dos variables: el desempeño o resultados de la gestión, operacio-

5
Este razonamiento del elector es el expresado por Anthony Downs (1973) en su
modelo.

VOX POPULI.indb 221 08/04/13 22:33


222 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

nalizado como un nivel determinado en el ingreso de los electores


(y), y del comportamiento del gobernante efectivamente orientado
hacia el bienestar del representado (c).
La curva de “decisiones” representa la función de utilidad de los
políticos. Se acepta que todo esfuerzo por representar “bien” cons-
tituye un costo (en términos de dinero que no roban, ocio perdido,
esfuerzos de negociación para producir políticas de calidad e incluso
de sacrificio de ideales cuando éstos son abiertamente antieconómi-
cos). Así, otorgarán el nivel de representación mínimo que maximi-
ce la probabildad de ser reelegidos.

Gráfica 1.
Representación obtenida bajo criterios prospectivos y retrospectivos de voto.

Q=f(y,c)

Decisiones Retrospectivos

A
QA

C B Leales
QB

% vota por gobernante


EA EB

Fuente: elaboración propia.

Lo determinante es qué tanto peso otorgan los electores al desem-


peño. Las curvas correspondientes a los electores “leales” y a los
“retrospectivos” muestran que la sensibilidad de los primeros al
desempeño es mucho menor que la de los segundos. Los leales otor-
gan mayores niveles de aprobación electoral con menores niveles de
atención a sus intereses que los retrospectivos.

VOX POPULI.indb 222 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 223

Esto nos da dos resultados de equilibrio: si todos los electores fue-


ran retrospectivos, el nivel de representación obtenido sería el punto
A, mientras que el punto B corresponde a una situación en la que to-
dos los electores tienen una identidad partidista y, desde la perspectiva
del político, el nivel de representación que otorga es menor a cambio
de un apoyo electoral más elevado. Dependiendo de las proporciones
en que se distribuyan ambos grupos de electores, existe una curva de
electores agregados que pasará por en medio de las señaladas, resul-
tando en un equilibrio C, en el que habrá un nivel de representación
Qc, tal que Qa≥ Qc ≥ Qb.
Dados los problemas de selección adversa y riesgo moral, el elec-
tor desconoce hasta qué punto su bienestar pudo o no ser mayor
del que observa. Me centro en el caso de aquellos electores que se
encuentran a la derecha del punto de equilibrio. Ellos observan di-
cho punto y estiman la distancia entre él y el valor del bienestar que
requerían para reelegir al gobernante. Al juzgar el desempeño de
éste, la calidad de la representación que recibió únicamente conoce
el valor del ingreso, pero no sabe realmente si hizo todo lo que es-
taba en sus manos para maximizarlo (i. e., desconoce el valor de c).
En cualquier caso no lo reelegirá, pero la conclusión sobre el com-
portamiento de sus representantes tendrá consecuencias sobre la cues-
tión que nos ocupa. Aquí entra en juego el papel de la confianza.
La función de la confianza ha sido explorada en términos de sus
efectos sobre las posibilidades de cooperación en situaciones que
asemejan a dilemas del prisionero (Hardin, 1982) y dilemas de ac-
ción colectiva (Olson, 1992). Muchas veces los términos del debate
son confusos y no queda claro si el término es un sustituto para
capital social (Putnam et al., 1996) ni en quién o en qué se confía al
entablar relaciones cooperativas (Durston, 2000), si bien el trabajo
de Crawford y Ostrom (1995) resulta enormemente esclarecedor.
Para los efectos de las relaciones entre representante y represen-
tado la confianza es un estado subjetivo del principal que tiene inva-
riablemente como objeto a la persona del agente. Sin embargo, ese
estado subjetivo varía en función de la fuente de donde proviene;

VOX POPULI.indb 223 08/04/13 22:33


224 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

dicha fuente puede presentarse como las acciones observadas en la


persona, los valores compartidos en la subcultura a la que pertenece
la persona, y las reglas que norman el comportamiento de esa per-
sona. Así, tenemos:

— Confianza personal. Este tipo de confianza proviene de la observa-


ción que se hace de la conducta pasada de una persona y que constituye
su reputación (Hardin, 1982; Ostrom y Ahn, 2003; Nahmad et al.,
2004). La reputación de una persona nos indica la probabilidad de
que ésta sea honesta (Dasgupta, 2000) y de que cumpla sus promesas
y amenazas, aún si es en su interés hacer lo contrario (Elster, 1997).

— Confianza valorativa. Las personas que pertenecen a la misma sub-


cultura son propensas a compartir los mismos valores. De esta forma,
si A y B pertenecen a la misma subcultura, A puede confiar en B, aun-
que no lo conozca, pues estima que comparten las mismas preferencias
(Dunleavy, 1988) o bien porque B sufriría un costo por la exclusión
del subgrupo si obrara en contra de las normas compartidas (Hardin,
1995). En las relaciones entre representante y representado, los miem-
bros y simpatizantes de un mismo partido pueden ser vistos como per-
tenecientes a una misma subcultura. La mera etiqueta partidista suele
reducir información compleja para los electores, que sólo necesitan
algunas proclamas generales para orientarse.6

— Confianza en las instituciones. A puede confiar en B, aunque no sepa


nada de él ni comparta sus preferencias partidistas porque B actúa bajo
reglas tales que le impondrán un costo si no promueve los intereses
de A. La operación de las instituciones se traduce en confianza en un
extraño en la medida en que se confíe en que los agentes de monito-
reo y sanción realizarán su trabajo (Crawford y Ostrom, 1995). Ahora
bien, en el caso de las relaciones políticas que tratamos, el principal es
la instancia de supervisión y sanción. La supervisión puede limitarse a

6
Véanse Mainwaring y Scully (1995) y Jones y Hudson (1998).

VOX POPULI.indb 224 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 225

evaluar la diferencia en su bienestar durante el periodo en funciones,


que en sí es una supervisión sin costo. Pero si quiere que la amenaza de
sanción sea eficaz, tendrá que hacerse de mayor información y más pre-
cisa, lo que implica costos crecientes con beneficios marginales decre-
cientes. A la vez, la eficacia del mecanismo depende de que otras perso-
nas (los otros principales) se comporten como él, lo que, en conjunto
con los costos, ya conforma un problema de acción colectiva. Como
puede apreciarse, la confianza en las instituciones políticas depende de
la eficacia del voto retrospectivo y es, a la vez, la más difícil de lograr.

Así, el elector que obtiene calidad de representación inferior a


la que desea puede atribuir el diferencial, por ejemplo, a las malas
condiciones generales que enfrentó la gestión. Es decir, que confía
en que el representante hizo su mejor esfuerzo. En ese caso, su única
decisión será votar por la oposición. Por el contrario, otro elector
que ha votado por distintos partidos y siempre obtiene menos de lo
que espera, u obtiene menos de lo que anticipaba obtener, o bien
está convencido de que nunca obtendrá lo que espera; en todos es-
tos casos, el elector desconfía de las instituciones: el cambio de re-
presentante no garantiza una calidad de la representación conforme
a sus expectativas porque el comportamiento de los políticos siem-
pre es inferior al requerido.
En este sentido, cuando el desempeño es subóptimo (desde la
perspectiva del elector), todas las señales públicas que emiten los
políticos sobre su comportamiento pueden ser determinantes en la
idea que la población se forma sobre el esfuerzo con que emprenden
sus tareas. En los extremos: un elector que ve señales de que los polí-
ticos son honestos, interesados en su bienestar y sinceros reaccionará
dando confianza a las instituciones; el que se convence de que los
políticos son corruptos, desinteresados y cínicos tenderá a descon-
fiar de todos ellos. En este último caso, puede mostrarse atento al
lenguaje moralizante de los candidatos populistas.
Cabe precisar que aquí distingo dos niveles de análisis, el obje-
tivo y el de las percepciones. En cada momento determinado, los

VOX POPULI.indb 225 08/04/13 22:33


226 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

ciudadanos observan un nivel de riqueza o ingreso que es superior


o inferior al que esperaban para reelegir al gobernante en turno.
Entienden que el nivel de ingreso es al menos parcialmente una fun-
ción del grado en que los gobernantes tengan un comportamiento
representativo en el sentido de que estarán dispuestos o motivados a
encargarse de los intereses de los electores como si fueran los suyos
propios. La calidad de la representación depende entonces del ingre-
so y el comportamiento objetivos.
Lo que los electores suponen es lo siguiente: “si los políticos
consiguen ingresos altos, están haciendo bien su trabajo”; “si los
políticos roban, están viendo por sus intereses y no por los míos”.
Sin embargo, las dificultades de monitoreo dejan a los electores en
una situación de incertidumbre respecto a este comportamiento ob-
jetivo. Ante esto, tienen la opción de confiar o no en que su com-
portamiento será el adecuado. Para fundamentar esta confianza,
recurrirán a la percepción que tienen del ingreso y a la percepción
que tienen del comportamiento, recurriendo a cualquier fuente de
información que tengan a la mano para hacerse una idea de lo que
“realmente” ocurre. Entonces, si la calidad de la representación es
una función de datos objetivos, la confianza en que el nivel de ca-
lidad obtenido corresponde a un comportamiento representativo
sistemáticamente difundido es una función de las percepciones so-
bre el desempeño institucional (en términos de riqueza) y sobre el
comportamiento de los políticos.
Hasta ahora mantuve fija la recta correspondiente a las decisio-
nes de los representantes. Sin embargo, los diseños de las reglas de
elección para elegir a los representantes pueden hacer una diferencia
en cuanto a la probabilidad de que un elector cualquiera se vea en la
necesidad de llenar con su confianza el vacío entre sus expectativas
y el desempeño observado. En particular, los mismos políticos (al
margen de sus preferencias personales) pueden ser más o menos sen-
sibles a las variaciones en el apoyo electoral. Esto es una función de
las reglas que definen la integración de los espacios representativos.
En particular: ¿de quién es principal el político en funciones? La

VOX POPULI.indb 226 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 227

gráfica 2 muestra las posibles variaciones de sensibilidad, para una


hipotética curva de electores agregados.

Gráfica 2.
Incentivos a la representación de sistemas electorales.

Voto personal
(mandato)

Voto partidista Elector


(independencia)
QA’ A’

QA A

Decisiones’

% vota por gobernante


EA EA’ Decisiones

Fuente: elaboración propia.

El político electo depende, para llegar al puesto, del liderazgo


partidista o de los electores que votan por su desempeño como re-
presentante. Cuando el sistema electoral da mayores ganancias a los
candidatos que cultivan una reputación personal (v. gr., en sistemas
first-pass-the-post con elecciones primarias), éste termina convirtiéndo-
se en un reproductor sin criterio propio del mandato de sus electores.
Cuando el liderazgo partidista domina la selección de candidaturas
y determina la probabilidad de cada candidato de obtener el escaño
(v. gr., sistemas de representación proporcional con listas cerradas), el
diputado sigue sus instrucciones e ignora los deseos de sus electores.7
7
Véanse Moreno, Crisp y Shugart (2003); Shugart (2001); y Shugart y Haggard
(2001). A los sistemas ya mencionados, se debe añadir el más personalizado de
todos: el voto único no transferible.

VOX POPULI.indb 227 08/04/13 22:33


228 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

La revisión teórica destaca, entonces, los siguientes componen-


tes: 1) la calidad de la representación que obtienen los electores por
parte de sus políticos es parcialmente una función de su sensibilidad
al desempeño económico de los gobernantes; 2) para un nivel dado
de calidad de la representación, los electores confiarán en que el sis-
tema representativo está atendiendo sus intereses de la mejor forma
posible, dadas las circunstancias, en la medida en que perciban que
la riqueza está difundida y los políticos no anteponen sus propios
intereses; 3) el diseño de los sistemas electorales puede influir en el
nivel que adquiere la calidad de la representación y, por lo tanto,
favorecer mayores niveles de confianza. En los siguientes apartados
expondré la situación de los casos estudiados respecto a estas varia-
bles. Comienzo por la relación entre el desempeño económico y el
comportamiento electoral.

Desempeño económico y resultados electorales

Los dos países de nuestro estudio atravesaron por crisis severas y


programas de estabilización identificados con las políticas neolibe-
rales. Estos programas de “píldora amarga” prescriben medidas que
en el corto plazo producirán reducciones considerables en el consu-
mo. Se acepta que, pasado un periodo de sacrificio, la recuperación
traerá beneficios que superarán los resultados de una hipotética con-
tinuidad de las políticas anteriores al ajuste (Przeworski, 1995). En
ambos casos, las políticas de estabilización se aplicaron después de
caídas en el ingreso ocurridas durante gestiones que seguían mode-
los de intervención estatal en la economía, si bien la respuesta fue
ligeramente más tardía en Venezuela que en Bolivia.8

8
En los dos países aquí tratados, el éxito electoral del populismo prosiguió a
la aplicación de políticas de ajuste estructural. Esto, por un lado, refuerza la
estandarización de los casos de análisis. Sin embargo, no quiero que se entienda con
esto que planteo una relación de necesidad entre neoliberalismo y populismo. Si se
atiende a las variables teóricas que vengo manejando, el tipo de política económica

VOX POPULI.indb 228 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 229

Cuadro 1. Indicadores de desempleo económico.


Venezuela (1969-1999).
pib per cápita
Variación del pib per
real en último
Presidente Partido Periodo cápita real
año de gestión.
entre gestiones (%)*
1997=100

Rafael Caldera COPEI 1969-1974 0.92 95.79


Carlos Andrés Pérez AD 1974-1979 3.15 98.81
Luis Herrera COPEI 1979-1984 -21.65 77.42
Jaime Lusinchi AD 1984-1989 5.29 81.52
Carlos Andrés Pérez/
AD 1989-1994 0.05 81.56
Ramón J. Velázquez
Rafael Caldera Convergencia 1994-1999 -2.85 79.23

Fuente: cáculos propios con base en datos de WB (2004b).


*Diferencial del último año de la gestión en curso respecto del último año de la gestión
anterior.

Venezuela

El cuadro 1 presenta dos indicadores para la evaluación del des-


empeño de la gestión presidencial. Ambos reproducen dos posi-
bles perspectivas que puede adoptar un elector retrospectivo. La
primera consiste en comparar el valor de su ingreso real al finalizar
la gestión presidencial con el valor del ingreso que tenía cuando
culminaba la gestión inmediatamente anterior. La segunda medi-
da pretende captar el avance de la promesa neoliberal. Para ésta,
las ganancias en eficiencia en la asignación de los recursos que se
obtienen con la desregularización de la economía son tales que
superan lo que es capaz de realizar la estrategia de intervención es-
tatal. Por lo tanto, nuestro elector tiene buenas razones para com-
parar, al suceder las elecciones, su ingreso real con el valor máximo
registrado durante el periodo de intervención. Estaría justificado

no es valorado aquí como un factor causal importante. Lo que considero importante


son los resultados de dicha política, cualquiera que sea su signo, el grado en que los
resultados son incorporados en la decisión electoral, y la medida en que el elector
piensa que éstos pudieron haber sido mejores, si los políticos a cargo hubiesen
tenido otra actitud.

VOX POPULI.indb 229 08/04/13 22:33


230 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

al suponer que, en algún momento, esa marca se tiene que superar.


En Venezuela, ese año fue 1977.
Ambos indicadores de corte de caja muestran un desempeño in-
capaz de dar marcha atrás al deterioro. Durante la primera gestión
de Carlos Andrés Pérez ocurre el boom petrolero que lleva al país a
registrar el nivel más alto del PIB per cápita. Luis Herrera, en pri-
mera instancia, quiso capitalizar el flujo de recursos incurriendo en
sobregasto. La crisis de los precios del petróleo y una devaluación
consecuente llevaron a que ésta sea la gestión con peores resultados
en el periodo considerado. Al concluir su mandato, el ingreso había
perdido cerca del 23% de su valor con respecto a 1977. Lusinchi
consiguió detener la caída y, desde 1987, logró cierta recuperación.
Sus medidas no se salieron de los parámetros de la política interven-
cionista, compartida por los actores políticos relevantes. Fue Carlos
Andrés Pérez quien se encargó de llevar a cabo su política de ajuste,
pomposamente bautizada “El Gran Viraje”. El efecto inmediato de
la política de shock fue una caída del PIB per cápita real de once
puntos. En los años siguientes, hubo una recuperación sostenida,
pero apenas suficiente para que, al momento de las elecciones, los
votantes se encontraran exactamente donde estaban cuando Pérez
inició su gestión. Caldera inicia su presidencia con medidas erráti-
cas, alternando entre la reversión del programa neoliberal y su pos-
terior aplicación renuente. Durante su periodo, el PIB per cápita
tiene un comportamiento cíclico, pero al finalizar éste los electo-
res se encuentran con que están peor que al concluir la desastrosa
gestión anterior. Cuando Caldera entrega el poder, los venezolanos
estaban apenas mejor que cuando finalizó la presidencia de Herrera
(es decir, como si acabaran de pasar una gran crisis económica) y su
ingreso había perdido más de una cuarta parte del valor respecto del
mejor año de la economía venezolana.
Vale la pena revisar algunas otras medidas de gestión. Por ejemplo,
si un programa de ajuste debe ser exitoso en algo, esto es en el control
inflacionario. Resulta curioso que en Venezuela el problema de precios
no era particularmente agudo. Entre 1980 y 1988, la inflación pro-

VOX POPULI.indb 230 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 231

medio fue de 16.2%. En los dos últimos años completos de la gestión


de Lusinchi los precios subieron en más de 20 puntos, pero esto no se
acerca a la experiencia de otros países. Podría decirse que las medidas
de Pérez tuvieron un carácter preventivo en este sentido. Si esa fue la
intención, el desempeño en este rubro también es fatal: entre 1989 y
1998 la inflación promedio fue de 53% anual (WB, 2004b).

Cuadro 2. Desempeño social. Venezuela


(1981-1999).

Año Pobreza extrema* Desempleo**

1981 7.52 6.3


1984 7.06 13
1987 6.6 9.2
1990 2.97 10.4
1993 2.66 6.7
1996 14.69 11.8
1999 15.37 14.9

* % de habitantes que percibe 1.08 dólares diarios, PPC, 1993 (WB: 2004a).
** % de fuerza de trabajo (WB: 2004b).

El cuadro 2 presenta cifras relativas a la pobreza y el empleo.


Puede apreciarse que los venezolanos pasaron por tres grandes
impactos en estos indicadores. El primero es el impresionante in-
cremento en la pobreza extrema que se registra durante la segunda
gestión de Caldera. Los otros dos corresponden al desempleo. Con
Herrera, el desempleo se duplica. Después, tras una recuperación
del empleo hasta volver prácticamente a los mismos niveles que en
1981, el desempleo repunta para registrar (al concluir la gestión de
Caldera) el nivel más alto del periodo considerado.

Bolivia

A continuación reproduzco la evolución de los mismos indicadores


en Bolivia. De este país se puede decir que, a diferencia de lo que
sucedió en Venezuela, la política de ajuste fue antecedida por una

VOX POPULI.indb 231 08/04/13 22:33


232 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

crisis inflacionaria severa, por lo que había un ambiente más recep-


tivo a los argumentos en favor de su indispensabilidad. Asimismo,
la aplicación del ajuste fue más disciplinada y consistente en el tiem-
po, lo que se refleja en mejores niveles de desempeño en algunos de
los indicadores. El cuadro 3 muestra los indicadores de desempeño
económico. El benchmark también es el PIB per cápita real de 1977.
Cabe señalar que este nivel, a diferencia de Venezuela, no se registró
en condiciones democráticas, sino durante la dictadura de Hugo
Banzer (1971-1978).

Cuadro 3. Indicadores de desempleo económico.


Bolivia (1982-2002).
pib per cápita
Variación del pib per
real en último
Presidente Partido Periodo cápita real
año de gestión.
entre gestiones (%)*
1997=100

Hernán Siles UDP 1982-1985 -11.08 77.53


Víctor Paz MNR 1985-1989 -2.036 75.95
Jaime Paz MIR 1989-1993 5.75 80.32
Gonzalo Sánchez MNR 1993-1997 7.98 86.72
Hugo Banzer / ADN 1997-2002 0.64 87.28
Jorge Quiroga

Fuente: cáculos propios con base en datos de WB (2004b).


*Diferencial del último año de la gestión en curso respecto del último año de la gestión
anterior.

La economía boliviana había comenzado a declinar desde 1979


a la vez que mostraban tendencias inflacionarias. Hernán Siles fue
electo cuando ofrece un programa de recuperación económica con
intervención estatal. Sin embargo, su gestión se caracterizó por el
deterioro ininterrumpido del PIB per cápita y la hiperinflación.
Víctor Paz aplicó de inmediato una política de shock que detuvo la
inflación a partir de 1986, mientras que la recuperación comenzó
un año después, pero a un ritmo tan lento (menos de 1% anual, en
promedio), que dejó el ingreso en términos peores que a su arri-
bo. Los dos gobiernos siguientes se mantuvieron en la línea de las
políticas neoliberales, y ambos consiguieron incrementos conside-

VOX POPULI.indb 232 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 233

rables del ingreso. En el rubro de abatimiento de la inflación, el


desempeño no podría ser mejor. Entre 1980 y 1985 el promedio
anual de crecimiento en los precios fue de 2,251.5%; en 1986 fue
de 276.3%, y entre 1987 y 2002 se registra un promedio anual de
9.8 por ciento.
Este patrón se detiene en la gestión de Banzer, predominante-
mente recesiva. Para el año 2000, el nivel de ingreso de los bolivia-
nos era superior al que había tras la crisis de la década de 1980, pero
aún representaba el 87.3% con respecto al nivel de 1977. Con todo,
no es posible hablar de un completo fracaso del desempeño econó-
mico como lo fue en Venezuela. El problema, como puede verse
en el cuadro 4, consiste en los resultados desiguales del desempeño
económico.

Cuadro 4. Desempeño social. Bolivia (1990-2001).

Año Pobreza extrema* Desempleo**

1990 5.68 7.3


1993 5.02 6.0
1996 21.06 3.8
1999 14.38 7.2
2001 14.52 5.2
2002 n.d 8.7

* % de habitantes que percibe 1.08 dólares diarios, PPC, 1993 (WB: 2004a).
** % de fuerza de trabajo. WB (2004b), para 1990-2001; ine (2005).

Una vez más vemos que el incremento en la pobreza extrema


entre 1993 y 1996 es considerable. Llama la atención que esto ocu-
rre precisamente durante la gestión más exitosa en términos de in-
cremento del PIB. Si en algún lugar se puede hablar del carácter
excluyente del modelo neoliberal, parece que ese lugar es Bolivia.
Aunque en 1999 se registra una reducción de la pobreza, ésta seguía
siendo casi tres veces mayor que la de 1993. En lo que se refiere al
desempleo, tenemos que el carácter recesivo del gobierno de Banzer
revirtió los importantes avances que se habían logrado en este rubro.

VOX POPULI.indb 233 08/04/13 22:33


234 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

Para los dos países, entonces, tenemos una incapacidad de la ges-


tión económica para llevar el PIB a los niveles anteriores a la crisis.
Esto no necesariamente es un problema cuando existen signos de
recuperación sostenida, como lo fue durante un tiempo en Bolivia.
Pero, con recuperación o sin ella, el deterioro de los indicadores so-
ciales tiende a ajustar a la baja la utilidad obtenida por el incremen-
to. Cuando, después de una crisis severa, la pobreza y el desempleo
se difunden, es de esperarse que se reduzca el horizonte temporal de
quienes vieron empeorar su situación; en una palabra, que se vuel-
van impacientes y menos dispuestos a esperar el momentoen que se
cumpla la promesa neoliberal.

La reacción electoral al desempeño económico

Los sistemas de partidos de Venezuela y Bolivia presentaban un alto


grado de consolidación, al menos en lo que se refiere a la genera-
ción de organizaciones permanentes, identificables y orientadas a la
gestión gubernamental. En Venezuela, desde 1963 Acción Demo-
crática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral Inde-
pendiente (COPEI) predominaron en las preferencias electorales,
alternándose en la presidencia y relegando al resto de los partidos a
un papel muy secundario, con el Movimiento al Socialismo (MAS)
en un tercer lugar lejano (Kornblith y Levine, 1995). En Bolivia,
por su parte, se desarrolló un patrón de competencia alrededor de
tres partidos que han venido sucediéndose en el gobierno: por un
lado, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y, por el
otro, la coalición formada por Acción Democrática y Nacionalista
(ADN) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) (Ga-
marra, 1997). Estos tres partidos conviven con una multitud de
partidos pequeños con fortuna y duración muy diversas.
En ambos casos, se presentaron dos características generales en
los patrones de votación. La primera de ellas fue una reiterada desa-
probación de la gestión presidencial en turno, como queda mostra-
do por el hecho de que en cada elección el candidato del partido

VOX POPULI.indb 234 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 235

en el gobierno reducía la proporción de votos en comparación con


la recibida por el gobierno en funciones. La segunda característica
consiste en que la reducción de la votación conjunta de los partidos
tradicionales vino asociada con ganancias en favor de candidatos
populistas.

Gráfica 3.
Venezuela. Variación electoral de los partidos respecto de su votación
anterior.

50 46
40

30 25
20
10 12
variación %

10 7

0
-1 0 -2
-10 -6 -5
-9
-12
-20 -17
-30
-31 -29
-40
1973 1978 1983 1988 1993

Gobierno Oposición principal Otros

Fuente: con datos de Salazar Elena (2004).

La gráfica 3 muestra los respectivos swings de votación para el


partido en el gobierno y para el partido de la oposición en Vene-
zuela. En 1973, AD se benefició no sólo de la caída en la votación
del gobernante COPEI, sino del declive, debido a motivos internos,
de la Unión Republicana Democrática, capturando el voto liberado
por este partido. En las elecciones de 1978 y 1983 los intercam-
bios entre el partido en el gobierno y el partido de la oposición son
simétricos, y en magnitud suficiente para producir la alternancia.
En las elecciones de 1988, cuando Carlos Andrés Pérez fue electo
por segunda ocasión, los datos de volatilidad pueden resultar un
tanto engañosos. En primer lugar, si bien es cierto que AD pierde

VOX POPULI.indb 235 08/04/13 22:33


236 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

dos puntos, se debe tomar en cuenta que Lusinchi, el presidente en


funciones, había sido electo con 55%. Por otro lado, está claro que
los votos ganados por COPEI fueron a costa de la votación de los
partidos más pequeños. Lusinchi había logrado revertir la crisis ocu-
rrida durante el periodo de Herrera y la primera gestión de Pérez era
entonces valorada como una época de prosperidad (McCoy, 1999;
Coppedge, 2005), por lo que debemos interpretar esta elección
como una reiteración, por parte del electorado, de dar la mayoría a
AD con la expectativa de recuperar el buen rumbo.
El fracaso de la administración de Pérez dio lugar a que su parti-
do registrara una caída sin precedentes. Sin embargo, en esta ocasión
COPEI no se benefició de ella, sino que también su votación cayó.
Parece ser que Herrera y Pérez se encargaron de demostrar que era
el bipartidismo lo que no funcionaba como tal, y no sus integrantes
en lo particular. Esto favoreció en primer lugar al candidato popu-
lista de 1993, Rafael Caldera, si bien varios electores aún buscaron
alternativas dentro del sistema de partidos existente, especialmente
Causa Radical, partido de izquierda que pasó de la irrelevancia a
una votación de 22%, igual a la de COPEI (Crisp, 1997).
Los malos resultados de Caldera pudieron haber confirmado
aun más la mala impresión que ya generaba el bipartidismo. No
sólo porque sus antecedentes lo convertían en un miembro práctica-
mente emblemático de la clase política. Su partido, Convergencia,
creado al vapor, únicamente alcanzó 12% de los escaños en la cáma-
ra baja, mientras que los dos partidos tradicionales sumaban 53%
(Kulisheck y Crisp, 2001). Durante su tránsito de la heterodoxia a
la ortodoxia, Caldera requirió y obtuvo el apoyo en el Congreso de
los partidos a los que había repudiado en campaña (Crisp, 1997),
arrastrándolos en su descrédito. Comenta Roberts (2003: 65): “Su
gobierno personalista no resucitó a los partidos tradicionales ni
construyó uno nuevo viable para llenar el vacío político dejado por
su desaparición”. Convergencia ni siquiera presentó candidato pre-
sidencial en la elección de 1998.

VOX POPULI.indb 236 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 237

Gráfica 4.
Bolivia. Variación electoral de los partidos respecto de su votación
anterior.

30
26.2

20 17.5
14.9 15.1
11.6 10.6
10
4.3
2.3
variación %

0.5
0
-8

-10
-12.4
-20 -18 -19.3

-25.5
-30 -28.5

1985 1989 1993 1997 2002


-40

Coalición de gobierno Oposición principal Otros

Fuente: con datos de Salazar Elena (2004).

En Bolivia, el consenso en la clase política acerca de la economía


de mercado hizo que las políticas públicas fuesen insensibles a los
cambios en la votación y a la alternancia de gobierno. En anticipación
al descontento social que las medidas habrían de provocar, cada go-
bierno entre 1985 y 2002 acompañó su paquete económico de la pro-
mulgación del estado de sitio (Gamarra, 1997). La gráfica 4 muestra
los swings de votación para los partidos que en su momento encabeza-
ban la coalición de gobierno de los tres partidos dominantes, los par-
tidos predominantes que se hallaban en la oposición, y el resto de los
partidos. El patrón aquí es incluso más marcado que el observado en
Venezuela. En promedio, los partidos que integraban la coalición de
gobierno reducían su votación en 21 puntos en la siguiente elección,
mientras que la volatilidad electoral era, en promedio, de 25 puntos.
En síntesis, los dos países considerados para este estudio comparten,
en cuanto al comportamiento del electorado, una alta sensibilidad al
desempeño de las instituciones. Por una parte, las cuentas entrega-

VOX POPULI.indb 237 08/04/13 22:33


238 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

das por las respectivas gestiones presidenciales mostraban resultados


bastante pobres, de acuerdo con indicadores objetivos de desempeño
económico y social. Por la otra, los resultados electorales agregados
muestran que los electores no fueron indiferentes a la evolución de
estos indicadores, imprimiendo el castigo electoral correspondiente al
partido o coalición gobernante y responsable de los resultados.

Evaluación de los resultados y del comportamiento

Una vez establecido que la respuesta de los electores al desempeño


presenta condiciones similares en Bolivia y Venezuela, el paso que
sigue es determinar hasta qué grado la población de ambos países
presentaba similitud en las variables que determinan la confianza en
las instituciones; esto es, en lo referente a la evaluación subjetiva de
los resultados y del comportamiento de los políticos. Para ello, utili-
zo como indicadores las respuestas a las preguntas sobre la situación
económica actual del país y la medida en que la corrupción ha au-
mentado o disminuido, según son reportadas por Latinobarómetro
entre 1996 y 2003.9
Para saber cuándo las condiciones son homogéneas en los países
de estudio, recurro a un criterio de comparación relativamente sen-
cillo. Para cada pregunta calculo, en cada año, los porcentajes para
cada uno de los 17 países de Latinoamérica con datos, y obtengo, en
cada caso, el valor del residuo estandarizado. Tal estadística es una
medida de la desviación del valor observado en la frecuencia corres-
pondiente a un subgrupo (en este caso, el país) con respecto al valor
esperado que tendría si la distribución fuese igual a la del conjunto
de los datos (el total para los 17 países), expresado en unidades de
desviación estándar con respecto a la media.

9
Tuve acceso a las encuestas de Latinobarómetro gracias a la intervención de
la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México, en su calidad de
organismo perteneciente a la red CLACSO. Véanse detalles del tamaño de la
muestra y el margen de error en el Anexo.

VOX POPULI.indb 238 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 239

Así, cuando para la respuesta “buena/muy buena” a la pregunta


sobre la situación económica actual del país, el residuo estandari-
zado es igual o menor a -1, considero que el país en cuestión tiene
las condiciones especialmente conducentes a niveles altos de des-
confianza en las instituciones políticas. Aplico el mismo criterio de
interpretación cuando el residuo estandarizado es igual o mayor a 1
en la respuesta “ha aumentado poco/mucho” a la pregunta sobre la
corrupción. Una vez demostrada la similitud en cuanto a la sensibi-
lidad de los electores al desempeño, constante en ambos casos para
todo el periodo, considero que las condiciones son homogéneas si
los indicadores relativos a la evaluación del desempeño y del com-
portamiento de los políticos se encuentran, simultáneamente, en
niveles bajos. Bolivia cumple ambas condiciones en los años 1997,
2000, 2001, 2002 y 2003; Venezuela en 1996, 1997 y 1998.
De todas estas unidades, únicamente para Bolivia en 1997 esta-
ba vigente el sistema de representación proporcional por listas cerra-
das. En el resto de los años el sistema electoral fue el proporcional
personalizado. Para Venezuela, la totalidad de los datos disponibles
corresponde a años en los que se encontraba en vigor el sistema
proporcional personalizado cuyas reglas comenzaron a operar a par-
tir de las elecciones de 1993. Así, si el sistema electoral produjo
alguna diferencia, los niveles de confianza en Bolivia tendrían que
ser, como promedio, mayores en los del periodo 2000-2003 que en
1997; en correspondencia, los niveles de confianza en Venezuela
tendrían que ser similares a los de Bolivia en este periodo. Antes
de verificar si esta expectativa se cumple, expondré brevemente las
características de las reformas emprendidas en ambos países.

Reforma de los sistemas electorales

Bolivia y Venezuela compartían un sistema electoral de represen-


tación proporcional en el que los electores votaban por listas de
candidaturas, sin posibilidad de manifestarse por candidatos parti-

VOX POPULI.indb 239 08/04/13 22:33


240 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

culares. Se entiende que este sistema es el más propenso a que los


diputados, con el fin de obtener en el futuro un lugar favorable en la
lista, atiendan más a las instrucciones del liderazgo partidista que a
las necesidades de los electores (Shugart, 2001). En los dos países de
estudio, las elites de los partidos tradicionales advirtieron de manera
temprana los signos de desconfianza en las instituciones y buscaron
resolverla con la reforma institucional.
En Venezuela, los críticos acusaban a los partidos tradicionales
de monopolizar a su favor funciones que correspondían a la socie-
dad civil (Crisp y Rey, 2001: 180). En Bolivia, diversas encuestas
señalaban que buena parte de la población, aunque consciente del
papel central de los partidos políticos en la democracia, sentía que a
éstos no les preocupaban los problemas de la gente y les generaban
desconfianza. Adicionalmente, las manipulaciones fraudulentas en
la Corte Nacional Electoral con las que el MIR y ADN incremen-
taron sus respectivas votaciones en las elecciones de 1989 produje-
ron una demanda de cambio aunque vaga, generalizada (Mayorga,
2001a: 197, 200).
En ambos países se escogió para la cámara de diputados un sis-
tema electoral conocido como “proporcional personalizado”. En el
nivel más superficial éste consiste en una composición mixta del
cuerpo colegiado: alrededor de la mitad de sus miembros son elec-
tos por mayoría relativa en circunscripciones uninominales (CUN),
mientras que el resto es electo por representación proporcional a lis-
tas de partidos en circunscripciones plurinominales (CPN). Se espe-
raba que la parte originada en las CUN haría más representativo el
sistema con diputados directamente responsables ante sus electores.
En Bolivia, los partidos retomaron la preocupación manifestada
en la sociedad civil y la llevaron a una discusión amplia en el Con-
greso, en donde, tras debatir la posibilidad de usar un sistema elec-
toral constituido exclusivamente por CUN con mayoría relativa, se
terminó aprobando con el consenso de todos los partidos el sistema
proporcional personalizado como el más adecuado para, en los tér-
minos del comité encargado del proyecto, “fortalecer la representa-

VOX POPULI.indb 240 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 241

tividad del sistema y la legitimidad del parlamento al hacer posible


la responsividad y la rendición de cuentas de los diputados hacia
sus electores” (Mayorga, 2001a: 204-5). En Venezuela, para 1989
los partidos no habían alcanzado un consenso sobre el tema, pero
entre intelectuales, asociaciones de vecinos, medios de comunica-
ción y sector privado se tenía por descontado que las elecciones por
mayoría relativa en CUN acercaban al elector con su representante.
Ante la popularidad del tema, el presidente Pérez y AD modificaron
su posición anterior, adversa a cualquier reforma, y se sumaron a
COPEI en su propuesta favorable a un sistema proporcional per-
sonalizado, aprobándolo contra la oposición de todos los partidos
pequeños (Crisp y Rey, 2001: 185-6).

Resultados de la reforma
sobre la confianza en las instituciones

Los resultados no podían ser más contrarios a lo esperado. En el terre-


no de las actitudes de los diputados, es muy notable que los políticos
electos en CUN, bolivianos y venezolanos, sintieron que debían ser
más cercanos a los electores que los eligieron y sensibles a sus deman-
das, pero su comportamiento legislativo no se distinguió gran cosa del
comportamiento de los diputados electos por listas, especialmente en
términos de disciplina parlamentaria. De igual forma, las dirigencias
de los partidos mantuvieron el mismo control sobre las candidatu-
ras de antes de las respectivas reformas, tanto las nominales como las
de lista (Kulisheck y Crisp, 2001; Mayorga, 2001b).
Para dar mayor sustento a esta impresión, construí un índice de
desconfianza en las instituciones políticas, a partir de las respuestas a las
preguntas sobre grado de confianza en el congreso, los partidos políticos
y el poder ejecutivo. Las respuestas posibles son mucha confianza (con
valor de 1), algo de confianza (2), poca confianza (3) o ninguna (4). Uti-
lizo la totalidad de los datos de las encuestas realizadas en 17 países de
Latinoamérica entre 1996 y 2003. El índice consiste en la puntuación

VOX POPULI.indb 241 08/04/13 22:33


242 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

obtenida por análisis de componentes principales y cada puntuación es


comparable con el resto. La gráfica 5 presenta el promedio del índice de
desconfianza en las instituciones políticas de cada país.

Gráfica 5.
Bolivia y Venezuela. Índice de desconfianza en las instituciones políticas
(1996-2003).

0.6
0.54
n
0.40 0.42 0.44
0.4 n n n

0.28
n n n
0.2 0.21 0.10 0.27
n

0 n
-0.14 -0.08
n
n n
-0.17 -0.13
-0.2

n
-0.4 -0.39
n
-0.43
-0.6 1996 1997 1998 2000 2001 2002 2003

Bolivia Venezuela

Fuente: calculado con base en datos de Latinobarómetro.

Al observar los valores comparables para Bolivia, tenemos el re-


sultado paradójico de que la desconfianza en el periodo 2000-2003
(con sistema proporcional personalizado) no sólo no es menor a la
de 1997 (sistema de representación proporcional con listas cerra-
das), sino que es mayor y en forma creciente.
Por otro lado, en lo que respecta a los años comparables de Vene-
zuela (1996-1998), vemos que en ninguno de ellos la desconfianza
es menor que en Bolivia en 1997. Sólo observamos niveles menores
de desconfianza cuando las condiciones cambian; es decir, cuando
la evaluación del desempeño y/o del comportamiento adquieren va-
lores conducentes a elevar la confianza en las instituciones. Estos
datos parecen indicar que, descontando el impacto de las evalua-

VOX POPULI.indb 242 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 243

ciones subjetivas del desempeño y del comportamiento, el sistema


electoral de tipo proporcional personalizado no tiene efectos sobre
la confianza en las instituciones que se distingan de los del sistema
de representación proporcional con listas cerradas.10

Consecuencias en el sistema de partidos.


El triunfo electoral del populismo

Hasta ahora hemos visto que en Bolivia y Venezuela existieron con-


diciones que en buena medida propiciaban niveles bajos de confian-
za en las instituciones políticas. De acuerdo con el modelo teórico
expuesto anteriormente, las elites pueden elevar el nivel de confianza
en las instituciones incrementando los niveles de ingreso del mayor
número posible de personas. Sin embargo, las condiciones parecen
no haber sido propicias para emprender este camino. Mientras que
en Venezuela el ajuste estructural había producido precisamente lo
contrario, en Bolivia, a la política económica se suma el hecho de
que se trata de un país en condiciones tales de pobreza que las po-

10
Queda por explicar, no obstante, los valores en el índice para Bolivia en 1996 y
para Venezuela en 2003. Aquí me limito a aventurar caminos posibles. En el primer
caso, me parece que el conjunto de reformas en el diseño institucional (que también
abarcaron el método de elección para el presidente, la integración del Senado y el
fortalecimiento de los gobiernos regionales) pudieron haber producido una confianza
prospectiva en las instituciones políticas. El caso venezolano es muy complejo. Entre
2000 y 2002, el desempeño económico de Chávez fue desastroso, con caídas anuales
de hasta 10.5 puntos del PIB per cápita (2002). Sin embargo, como vimos, se las
ingenió para mantener el nivel de aprobación de la situación económica en niveles
altos desde una perspectiva comparada. En 2003, la evaluación del comportamiento
registra niveles comparativamente altos (r.e. = 4.9), pero la evaluación económica no
se distingue estadísticamente de la del resto de América Latina (r.e. = 1), y es esta
última consideración la que excluye a Venezuela en 2003 del grupo de unidades en las
que existe homogeneidad de condiciones. Podría ser que la confianza haya caído por
un factor que potencia el efecto del indicador del comportamiento, y no considerado
por mi modelo inicial. Un candidato es la “necesidad de creer” en el líder que, de
acuerdo con Weyland (2003a), surge cuando los tiempos son malos y ayudó a Chávez
en su primera elección y durante los primeros años de su gobierno. Es posible que la
mayor percepción de que los representantes eran malos agentes (corrupción) haya
minado esta necesidad de creer, produciendo mayores niveles de desconfianza.

VOX POPULI.indb 243 08/04/13 22:33


244 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

sibilidades de incrementos en el ingreso rápidos y perceptibles son


muy restringidas. Cerrada esta vía, las elites optaron por reformar
los sistemas electorales, con la expectativa de incrementar los niveles
de representatividad de las instituciones. En la medida en que la
representatividad sea equivalente a (o se exprese en) altos niveles de
confianza en las instituciones, la evidencia sugiere que este objetivo
no fue logrado. En esta sección abordo las consecuencias que tuvo
sobre el sistema de partidos la persistencia de los altos niveles de
desconfianza en los instituciones políticas, específicamente, el éxito
de candidaturas populistas.
Considero que un candidato es populista cuando su discurso
tiene las siguientes características:11 1) Presenta una relación anta-
gónica entre el pueblo y la elite; al mismo tiempo que 1.1) existe
una identidad de intereses y valores al interior de cada uno de estos
grupos; y 2) el emisor del discurso se presenta como integrante del
pueblo en su relación antagónica con la elite.
En principio, esta estrategia discursiva está disponible para cual-
quier candidato. Sin embargo, el discurso será tanto más creíble en
la medida en que: 1) la organización partidista a la que pertenece el
candidato sea nueva o, de no serlo, sea pequeña o marginal (Schedler,
1996: 8); o 2) su trayectoria previa se haya realizado por fuera del
sistema de partidos tradicionales —es decir, es capaz de afirmar de
forma verosímil que no es un político (Panizza, 2005: 20-1), lo que
alude a la socorrida figura del outsider. Dados estos criterios de selec-
ción, los siguientes candidatos utilizaron un discurso populista en los
países que aquí reviso: Rafael Caldera y Hugo Chávez, en Venezue-
la; Carlos Palenque, Max Fernández, Manfred Reyes y Evo Morales,
en Bolivia. De ellos, Rafael Caldera tenía los mayores problemas de
credibilidad, si se piensa que fue uno de los principales artífices del
régimen político venezolano, presidente del país y cacique de uno de
los dos partidos predominantes, con el que rompió por no haber con-
seguido la nominación en 1993 (McCoy, 1999; Coppedge, 2005).

11
Esta definición es deudora del trabajo de Schedler (1996).

VOX POPULI.indb 244 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 245

Manfred Reyes había iniciado su carrera política como figura me-


nor del Movimiento Bolivia Libre y de ADN, pero rompió con ellos
antes de darse a conocer por su trabajo como alcalde. Por su parte,
Max Fernández y Carlos Palenque llegaron como genuinos outsiders,
habiéndose desempeñado previamente como empresario cervecero y
locutor de radio, respectivamente (Lazarte, 1998).
Sin embargo, la participación de sus partidos en los gobiernos de
Sánchez de Lozada y Hugo Banzer redujo después la posibilidad de
percibirlos como actores ajenos a la politics as usual. Tanto Evo Mora-
les como Hugo Chávez presentan credenciales populistas impecables.
Nada en su historial puede dar a entender que hayan sido, ni de lejos,
parte de la dinámica política que criticaron en sus discursos. Hugo
Chávez encabezaba desde la década de 1980 a un grupo de oficiales de
rango medio que, indignados moralmente por el comportamiento de
los políticos y el trato que éstos daban al ejército, pretendieron en 1992
regenerar la vida nacional con un golpe de Estado que resultó fallido
(Trinkunas, 2002). Tras una amnistía decretada por Rafael Caldera en
1994, se dispuso a capitalizar la simpatía popular que despertó su retó-
rica conformando el Movimiento V República. Al presentar su candi-
datura presidencial, su partido conformó el Polo Patriótico con Patria
Para Todos, creado en 1997, y el Movimiento al Socialismo, fundado
en 1971, pero siempre ocupando un lugar marginal.
Por su parte, Evo Morales surge como dirigente de los campe-
sinos cultivadores de hoja de coca en la región del Chapare. Desde
1987, esta actividad era considerada ilegal, por lo que la dirección
de Morales tuvo una estrategia de confrontación con el Estado que
en 1997 se complementó con el acceso al Congreso en calidad de
diputado, tomando prestadas las siglas del partido Izquierda Uni-
da (Van Cott, 2003; Healy, 1988). En enero de 2002 fue incluso
expulsado de la legislatura por su participación en las protestas en
contra de la erradicación de la hoja de coca. Para las elecciones de
2002, él y su grupo habían desplazado íntegramente a la dirigencia
del Movimiento al Socialismo (MAS), partido hasta entonces sin
ninguna relevancia en la arena electoral (Bigio, 2002).

VOX POPULI.indb 245 08/04/13 22:33


246 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

Venezuela

La gráfica 6 muestra cómo el populismo fue el beneficiario del decli-


ve electoral del sistema de partidos venezolano. Puede apreciarse que
hasta 1988, los venezolanos resolvieron el descontento con el desem-
peño dentro del formato partidista predominante. En 1993 ese com-
portamiento se acabó cuando la votación conjunta de AD y COPEI
se redujo, de golpe, a la mitad. En la siguiente ronda electoral, ambos
partidos continuaron su declive, con el añadido de que el candidato
populista, por sí solo, obtuvo más de la mitad de los votos.

Gráfica 6.
Evolución electoral de bloques de partido en Venezuela.

100 93
88 88
87 w
w w w
80
% de la votación

60 56
47 n

w 40
40 w
30 n
s
20 13 12 12 23
s s s
s 7
s4
0
1973 1978 1983 1988 1993 1998

AD+COPEI Populistas s Otros

Fuente: con datos de Crisp (V997) y pdba ( vuuv ).

De hecho, la elección de 1998 fue una contienda entre candidatos


independientes. El descrédito de los partidos tradicionales era tal que,
en sus intentos por apoyar a alguno de estos candidatos, fueron refor-
zando el carácter de excluido del ex golpista Chávez, incrementando
la intención de voto a su favor.12 Las investigaciones empíricas realiza-
12
Irene Sáez comenzó la carrera como puntera, pero al aceptar la nominación de

VOX POPULI.indb 246 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 247

das sobre esta elección muestran que se trató de una contienda entre
ganadores y perdedores de la gestión económica (Roberts, 2003), am-
pliamente mediada por las actitudes respecto de la satisfacción con el
desempeño general de la democracia (Weyland, 2003a).

Bolivia

Gráfica 7.
Evolución electoral de bloques de partido en Bolivia.

80 73.4 72.6
w w
57.7 57.2
60
w w
% de la votación

47.7
n
40
33.3
w
42.2
28.6 n
26.6
n
n
20 15.1
n
n n
n n
12.3 13.7
0 9.5 10.1
0 n

1985 1989 1993 1997 2002

MNR+ADN+MIR Populistas Otros

Fuente: con datos de Salazar Elena (2004).

La gráfica 7 muestra cómo los partidos predominantes fueron per-


diendo, como grupo, la capacidad de representar una alternativa para
expresar el descontento, lo que favoreció a los partidos populistas.
El primer salto se presenta en 1993, cuando los partidos tradicio-
nales enfrentan la competencia conjunta de CONDEPA (que había
competido en 1989) y UCS. Estos partidos, no obstante el carácter
confrontativo de su discurso, desarrollaron un estilo pragmático y se

COPEI, la intención de voto a su favor cayó a 18% (de un 40% inicial). En un último
intento por detener el avance de Chávez, AD y COPEI abandonaron a sus respectivos
candidatos para apoyar al ex gobernador y educado en Yale, Henrique Salas Röemer.
Con esto no consiguieron más que convertir a un candidato independiente (pero no
populista) en el candidato del establishment (McCoy, 1999).

VOX POPULI.indb 247 08/04/13 22:33


248 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

mostraron dispuestos a cooperar con los partidos tradicionales a cam-


bio de mejoras para sus bases. El resultado de sus acciones parece
haber sido el integrar en el sistema político, sin modificarlo en sus
fundamentos, a sectores antes excluidos (Mayorga, 2001).
Sin embargo, el gobierno de Hugo Banzer mostró una enorme
incapacidad para el manejo del conflicto social, así como escasa vo-
luntad para respetar acuerdos a los que había llegado con una socie-
dad civil crecientemente demandante (Mayorga, 2005).
En las elecciones presidenciales de 2002, el debate alrededor de
la política económica y la corrupción de la clase política tradicional
fue el tema central. Aunque, a diferencia de la elección de 1998 en
Venezuela, y aunque en esta ocasión el populismo no fue llevado a
la presidencia, los efectos disruptivos en el sistema de partidos son
similares. Como votación agregada, las opciones populistas alcanza-
ron un nivel sin precedentes, similares a los obtenidos por Chávez
en Venezuela en 1998. Los candidatos Evo Morales y Manfred Re-
yes, en segundo y tercer lugares, obtuvieron respectivamente 20.94
y 20.91% de la votación, separados por 721 votos, mientras que el
primer lugar, Gonzalo Sánchez de Lozada, aventajó a Morales por
sólo 1.5 puntos.
Así que la diferencia de resultados entre Bolivia y Venezuela no
se debe a que el sistema de partidos tradicional del primero haya
estado menos desacreditado que en Venezuela, sino más bien a la
dispersión del voto adverso a este sistema de partidos. Tal situación,
a su vez, tiene un condicionante institucional. De acuerdo con la in-
vestigación de Gary Cox (1997), cuando las elecciones por un sólo
puesto se realizan bajo la regla de mayoría relativa, la competencia
real se decide entre los dos candidatos más viables, en quienes con-
centrarán su votación los electores interesados en que su decisión
electoral influya en el resultado. En Venezuela tanto los electores
como la clase política se tornaron hacia dos competidores entre los
que se decidió la contienda pro y anti sistema. En cambio, sigue el
mismo investigador, en las elecciones de dos vueltas los candidatos
viables son el que encabeza las encuestas y los dos que tienen mayo-

VOX POPULI.indb 248 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 249

res oportunidades de obtener el segundo puesto y, así, competir en


la segunda vuelta.
En Bolivia, cuando ningún candidato obtiene la mayoría abso-
luta de los votos, el Congreso electo decide entre los dos candida-
tos más votados, de tal forma que para el electorado la decisión es
exactamente la misma que para los sistemas en los que se decide
por votación popular; en particular, en Bolivia el dilema para el
electorado de protesta consistía en decidir a quién, de los cuatro
candidatos populistas en pugna, llevar a la segunda votación en
el Congreso. Singer y Morrison (2004) presentan evidencia que
indica que Reyes y Morales siempre se disputaron el mismo electo-
rado. Como Reyes comenzó apareciendo en primer lugar, el MNR
desató una campaña en su contra cuestionando su honestidad,
cuyo “éxito” consistió en que las deserciones fortalecieron la posi-
ción de Morales.
En la selección por parte del Congreso, Morales se negó a negociar
con otros partidos posiciones en el gobierno a cambio de su voto, de
tal forma que, tras varias semanas de conversaciones, Sánchez de Lo-
zada fue electo con el voto de los tres partidos tradicionales más el de
UCS (Salazar Elena, 2004). Sin tomar en cuenta los acontecimientos
ulteriores, para las siguientes elecciones de 2005, este hecho tuvo que
fortalecer la imagen de outsider del líder cocalero.

Por qué la reforma no afectó la confianza política

Este seguimiento muestra que el sistema proporcional personaliza-


do no induce a mayor cercanía de los representantes con los elec-
tores, respecto del sistema de representación proporcional por listas
cerradas (mi “hipótesis nula”). Esta verificación no estaría completa
sin una explicación que atendiese las propiedades del sistema adop-
tado. El sistema electoral proporcional personalizado, contra lo que
dice su nombre, no “personaliza” la política ni la actividad represen-
tativa. En un sistema de este tipo, el país se divide en CPN, que a

VOX POPULI.indb 249 08/04/13 22:33


250 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

su vez contienen un número determinado de CUN. Se determina


cuántos escaños en total corresponden a cada CPN y, de ellos, cuán-
tos serán electos por mayoría relativa, de tal forma que el resto es
distribuido entre listas de candidaturas. Los electores depositan un
voto a favor de un candidato nominal y otro a favor de una lista. La
población vota y se procede a asignar escaños. Para esto, se cuentan
los votos que recibieron las listas de cada partido. Después se aplica
una fórmula electoral proporcional cualquiera13 que determina el
total de escaños que recibe cada partido en esa CPN. Acto seguido,
se cuenta el número de escaños que cada partido se adjudicó por
la vía de las CUN. Los escaños que recibe la lista de cada partido
se calcula restando los obtenidos por sus candidatos nominales del
total que le corresponden por la aplicación de la fórmula electoral.
Supóngase una CPN en la que se distribuirán en total 31 esca-
ños. Dieciséis de ellos se asignan en CUN y 15 a listas de partido.
Supóngase ahora que el partido x obtuvo 40% de la votación y
siete de sus candidatos nominales obtuvieron la mayoría relativa.
Al aplicar la fórmula electoral a la votación de este partido resulta
que le corresponden 12 escaños en total. Entonces su lista obtiene
12 - 7 = 5 escaños. Destaca que para efectos de la fuerza de los
partidos en la asamblea este sistema arroja los mismos resultados
que si no existieran en absoluto candidaturas nominales.
Las características del sistema proporcional personalizado son más
claras si se lo compara con otra variación de sistema electoral de com-
posición mixta: el sistema “segmentado”. Como en el caso anterior,
una parte de los diputados es electo en CUN por mayoría, mientras
que el resto es asignado en forma proporcional a listas de partidos. La
diferencia en este caso es que los escaños por lista son adjudicados en
forma independiente de los escaños que se obtienen en el nivel de las
CUN. Los efectos de cada sistema son distintos. Volvamos con el par-

13
Bolivia y Venezuela hacen de cada unidad administrativa del país (departamentos y
estados, respectivamente) una CPN. Ambos utilizan la fórmula d’Hont. En los ejemplos
que siguen, por conveniencia, utilizo como fórmula el cociente natural, lo que no
afecta al argumento.

VOX POPULI.indb 250 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 251

tido x obteniendo el mismo número de escaños en el nivel nominal y


la misma votación. La fórmula electoral distribuye ya no 31 sino 15
escaños, de los cuales 6 le corresponden al partido de nuestro ejemplo.
Así, el total de escaños que recibe es 7 + 6 = 13. Por eso, a pesar de sus
similitudes, el sistema personalizado es de tipo proporcional, mientras
que el segmentado es mayoritario.14
Se puede decir que la proporcionalidad del sistema elegido com-
pete a la dimensión interpartidista, mientras que el objetivo de las
reformas se dirigía a la dimensión intrapartidista, de tal forma que
los diputados electos en el nivel nominal bien podrían haber res-
pondido a los incentivos y cultivar una reputación personal. Sin
embargo, la proporcionalidad del sistema elimina dichos incentivos.
Supongamos ahora que el partido x no gana siete sino seis escaños
en el nivel nominal, con la misma votación. Como la fórmula elec-
toral le asigna doce escaños, entonces su lista recibirá seis escaños
en vez de cinco. A la dirigencia le importa poco si uno o más de sus
candidatos nominales pierden en las elecciones por no haberse re-
lacionado lo suficiente con su electorado. En consecuencia resistirá
los esfuerzos de éstos por ser más independientes, pues toda inde-
pendencia es a costa de su propio liderazgo.
Los diputados electos en el nivel nominal responderán acatando
las directivas del partido, pues de lo contrario pueden ser dejados
solos en la siguiente campaña. Incluso tienen incentivos para quedar
bien con la dirigencia esperando que en las siguientes elecciones
su candidatura ya no sea nominal, sino tener un buen lugar en la
lista o, mejor aún, obtener la doble candidatura. No hay forma en
que estos políticos aseguren al mismo tiempo su independencia y
el éxito en sus carreras, que es la forma en que las disposiciones
que personalizan el voto operan como incentivos. Esto explica la
contradicción entre las preferencias normativas y las actitudes que
sostienen los diputados provenientes del nivel nominal.
14
Para una descripción de ambos tipos de sistemas electorales de composición mixta
véase Shugart y Wattenberg (2001). Los términos “proporcional personalizado” y
“segmentado” son de Nohlen (1998).

VOX POPULI.indb 251 08/04/13 22:33


252 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

En el sistema segmentado, cada escaño que determinado par-


tido pierde en el nivel nominal es insustituible y se refleja en la
disminución del tamaño de su bancada. De haberse optado por un
sistema así, manteniendo constante la posibilidad de reelección, el
liderazgo de los partidos no habría tenido más remedio que dejar a
sus diputados que se comporten de manera independiente, pues su
mayor popularidad personal incidirá en la fuerza relativa del parti-
do. Existen otras alternativas para conseguir la personalización de la
política, como el voto único no transferible y las listas abiertas,15 por
ejemplo. En ambas disposiciones, pero especialmente en la primera,
el elector tiene la oportunidad de manifestar una preferencia perso-
nal al interior del partido que representa sus preferencias políticas.
Los candidatos, por su parte, tienen incentivos para destacar sus
cualidades individuales no sólo frente a los miembros de otros par-
tidos, sino también frente a sus propios compañeros.
Es decir que, para el propósito declarado, existían alternativas
más adecuadas. En Bolivia, una vez descartado el sistema mayoritario
puro, no se discutió ninguna otra opción (Mayorga, 2001a: 204). En
Venezuela se discutió el voto único no transferible, pero sin conside-
rarlo con seriedad, mientras que el MAS, durante todo el proceso,
luchó por las listas abiertas que finalmente se adoptaron para la in-
tegración de los consejos municipales (Crisp y Rey, 2001: 183-185).
De hecho, en las elecciones municipales de 1989 este sistema produ-
jo, efectivamente, aunque no de manera radical, una mayor cercanía
entre representantes y electores, apoyando el surgimiento de una clase
política local (Kornblith y Levine, 1995: 65-67).

15
El voto único no transferible se aplica, por lo general, en circunscripciones
con cinco o menos. Los partidos presentan tantos candidatos como escaños
disponibles hay, y el elector deposita un voto para su candidato preferido. Ganan
los candidatos que obtengan más votos, independientemente del partido al que
pertenezcan. En las listas abiertas, cada partido presenta una lista de candidaturas.
El elector tiene la opción de depositar su voto por la lista o por un candidato en
específico. Los votos que cada partido recibe suman ambas variables y recibirán
escaños en proporción, pero encabezan la lista los candidatos que hayan recibido
el mayor número de votos individuales.

VOX POPULI.indb 252 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 253

Existe evidencia adicional sobra la falta de adecuación entre


este diseño y los objetivos específicos en otros casos con sistemas
electorales iguales. Los otros dos países cuyas cámaras se integran
mediante el mismo método son Alemania y Nueva Zelanda. En
ambos casos, las condiciones de partida y las intenciones fueron
muy distintas a las de sus pares latinoamericanos. En Alemania,
donde se inventó el sistema proporcional personalizado, el diseño
se dio bajo la ocupación de las tropas aliadas, en parte tomando
en cuenta la preferencia de los países anglosajones por las circuns-
cripciones uninominales, y se esperaba que sólo fuese válido para
las elecciones de 1949 (Scarrow, 2001). Desde entonces no se ha
notado una especial cercanía entre los electores y los representan-
tes (Krennerich, 1997: 85). En Nueva Zelanda, donde se pasó
de un sistema electoral de mayoría relativa en circunscripciones
uninominales a uno proporcional personalizado en 1993, la in-
tención de mantener el elemento uninominal no fue hacer más
representativo al sistema, sino conservar cierta continuidad que
hiciera menos brusco el cambio para los electores. Ahí se quería
corregir la desproporcionalidad entre los votos recibidos y la pro-
porción de escaños que le correspondían a cada partido (Roperts,
1997). A mi juicio, las elites partidistas de Bolivia y Venezuela
no sólo reconocieron con tiempo la necesidad de un cambio en
la forma de la conducción política, sino que vieron en su propio
interés proceder en esa dirección. Tanto los tres partidos tradi-
cionales bolivianos, incapaces de modificar el modelo económico
frente a la probabilidad de un desplome en las escasas inversiones,
como el presidente Pérez, principal promotor de los cambios ins-
titucionales, sabiendo que no estaría en condiciones de repetir el
dispendio de su anterior periodo, estaban claramente conscientes
del descontento popular.
Junto con esta realidad percibida, no obstante, entraron conside-
raciones políticas. En Bolivia, por ejemplo, dados los impresionan-
tes swings de votación, la proporcionalidad ofrece una protección
mínima contra caídas bruscas en las votaciones de los partidos gran-

VOX POPULI.indb 253 08/04/13 22:33


254 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

des y los pequeños, por lo que opciones menos proporcionales como


el voto único no transferible o el sistema segmentado quedaron sin
considerar. En Venezuela, Pérez bien pudo anticipar al menos un
desquite electoral, pero el que las listas abiertas no fueran llevadas
al nivel nacional indica que las dirigencias partidistas tampoco que-
rían renunciar a la disciplina de sus respectivas diputaciones.16 Esto
último se relaciona con la incompatibilidad entre la representación
por mandato y los imperativos de una reestructuración económica
radical: las elites reformistas correrían el riesgo de que los diputados
rechazaran o modificaran las políticas de ajuste, respondiendo a las
preferencias de sus electores.
Entre las que se consideró necesidades de largo alcance de la re-
presentación política y las necesidades inmediatas de las organiza-
ciones partidistas, se optó por proteger las segundas con un sistema
electoral que, aparentando personalizar la rendición de cuentas, en
realidad no lo hacía. El comentario de Crisp y Rey (2001: 174,
192) sobre Venezuela vale también para Bolivia: los partidos tra-
dicionales apoyaron, entre las alternativas, al sistema electoral más
parecido al vigente.

Conclusiones

En este estudio mostré la evolución del desempeño de las institu-


ciones representativas en dos países donde el populismo terminó
sustituyendo a los partidos que habían predominado por décadas
en la escena electoral. Los datos expuestos sobre el desempeño indi-
can que éste fue subóptimo en dos sentidos: 1) Porque gestión tras
gestión todos estaban peor que antes; o bien 2) porque en casos de
crecimiento, algunos empeoraron su situación.

16
Los partidos venezolanos llegaron a rechazar las regulaciones a la vida partidista
interna sugeridas por una comisión presidencial para la reforma del Estado (Crisp y Rey,
2001). En Bolivia se llegó a legislar la democratización interna de los partidos, pero los
liderazgos partidistas se encargaron de dejar esta ley sin efectos (Mayorga, 2005).

VOX POPULI.indb 254 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 255

En ambos países, el castigo electoral al mal desempeño no fue


suficiente para elevar la calidad de la representación, lo que produjo
una reducción considerable de la confianza en las instituciones po-
líticas y, por lo tanto, mayor propensión a coincidir con los rasgos
antipolíticos del discurso populista.
Uno de los hechos más interesantes de estos dos procesos es que
las elites políticas advirtieron pronto tanto los aspectos visibles del
fenómeno como, entre las causas, la esfera de factores que pedían
modificar. Aunque se emprendió el rediseño institucional, el resulta-
do fue un sistema electoral inadecuado a los objetivos de la reforma.
Las propiedades de los casos elegidos (homogeneidad en todas las
variables), permitieron además confirmar que los sistemas proporcio-
nal personalizados no producen una mayor cercanía entre los electores
y sus representantes que los sistemas de representación proporcional
por listas cerradas. Por lo tanto, las consecuencias de la baja calidad de
la representación en términos subjetivos (confianza) como objetivos
(desempeño electoral del populismo) ocurrieron como si la reforma
al sistema electoral no se hubiese realizado jamás.w

VOX POPULI.indb 255 08/04/13 22:33


256 w Confianza política, instituciones y populismo en Bolivia y Venezuela

Anexo

Latinobarómetro

Latinobarómetro es una encuesta de opinión pública que se realiza


cada año desde 1995. Ella refleja las opiniones, actitudes, compor-
tamientos y valores de 17 países de Latinoamérica, representando
aproximadamente a 400 millones de habitantes desde el Río Bravo
(Grande) hasta la Antártida.

Año Casos Margen de error


1996 18,719 2.8% - 5%
1997 17,767 2.8% - 5%
1998 17,901 2.8% - 5%
1999-2000 18,038 2.8% - 5%
2001 18,135 2.8% - 5%
2002 18,522 2.8% - 4.16%
2003 18,658 2.8% - 4.16%

Esta encuesta es realizada por la Corporación Latinobarómetro,


corporación de derecho privado sin fines de lucro, con sede en San-
tiago de Chile; puede consultarse en www.latinobarometro.org

VOX POPULI.indb 256 08/04/13 22:33


Rodrigo Salazar Elena w 257

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Las elecciones negadas. Las disposiciones
políticas de la democracia conservadora en Paraguay1

Luis Ortiz

Introducción

Paraguay, país mediterráneo de América del Sur —con poco más


de seis millones de habitantes—, está marcado por una historia po-
lítica plagada de tiranías y revueltas. A partir de su constitución
como república, a inicios del siglo XIX (1811), vivió dictaduras,
una guerra genocida y un periodo de democracia liberal oligárquica,
hasta desembocar, a mediados del siglo XX, en uno de los regímenes
autoritarios más largos y crueles en la historia americana.
Tras el retorno a una incipiente democracia formal en 1989, la
Asociación Nacional Republicana (Partido Colorado), que sirvió de
sustento político a la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989),
ha vencido en cuatro contiendas electorales: en 1989, 1993, 1998
y 2003; de modo que ese partido continuará en el poder del Esta-
do, por lo menos hasta 2008. En más de 50 años, Paraguay no ha
emprendido un proceso de reformas orientadas al desarrollo eco-
nómico y el crecimiento sostenido, basados en una economía com-
petitiva y de participación de la mayoría de la población, sino que,
sustentados en una modernización conservadora, ha prevalecido la
estructura de extremada desigualdad en la tenencia de la tierra, la ri-
queza y el ingreso. En este contexto histórico, el desafío para esta
1
Agradezco los valiosos comentarios para la elaboración de este ensayo de Ben-
jamín Arditi, así como los de Rodrigo Salazar, Santiago Carassale y Julio Aibar del
Seminario de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Justicia Social en Latinoa-
mérica, de la FLACSO-México. El acento de mi gratitud lo pongo en la persona
de Julio Aibar, quien a pesar de mis francas limitaciones en ciencia política, me ha
invitado a formar parte de este distinguido grupo.

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264 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

república es la reformulación de un proyecto de nación que resuelva


estas contradicciones.
Dicha problemática no es tangencial al desempeño del partido
oficialista. Por el contrario, su consolidación y continuidad en el
poder guardan relación con el mencionado proceso y hay que dilu-
cidar de qué modo y bajo qué mecanismos sucede. Las afinidades
electivas entre la continuidad republicana del gobierno del Estado
paraguayo y la reproducción social, cobran matices basados en las
disposiciones políticas, las relaciones de poder y las representaciones
simbólicas acerca de la relación entre el sistema político y la situa-
ción socioeconómica del país.
En este trabajo plantearemos la hipótesis sobre la continuidad
del sistema político a partir de los elementos ya señalados: la repro-
ducción del sistema político paraguayo se sustenta en la ambigüe-
dad de la democracia: la política es obsecuente con las condicio-
nes económicas y ejerce una función de legitimación de la extrema
desigualdad, al mismo tiempo que postula el principio de repre-
sentación ciudadana. Como efecto, las disposiciones políticas de
los sectores subalternos se construyen pragmáticamente de modo
ambiguo: como adecuación selectiva a las relaciones de poder y al
mismo tiempo como prácticas de impugnación del statu quo que los
amenaza en su reproducción social.

La formación del orden “republicano”

Según Arditi, en el transcurso del siglo XX en Paraguay no se dio un


cambio de partidos en el gobierno de forma pacífica y por vía institu-
cional. Tanto en 1904, cuando los liberales desplazan a los colorados
por un golpe de Estado, como en 1947, cuando se instaura un gobierno
colorado tras una cruenta guerra civil entre paraguayos, la violencia ha
sido la protagonista principal en el cambio político (Arditi, 1993: 161).
Los intereses en pugna entre facciones oligárquicas, tenían al Es-
tado anterior a 1954 como un árbitro en decadencia y con serios pro-

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Luis Ortiz w 265

blemas de legitimidad. El conflicto en torno al control del Estado


entre grupos dominantes y clases dominantes y subalternas se resolvió
con la guerra civil de 1947, tras la cual el Estado requirió nuevos en-
tramados ideológicos para su sustentación y legitimidad. El corolario
fue la dictadura de Alfredo Stroessner. Hay tres dimensiones cruciales
en el análisis de este proceso político: 1) conflicto en torno a la de-
cadencia de los modos de acumulación antiguos y el problema de la
pugna entre facciones oligárquicas para hacerse del gobierno del Es-
tado; 2) una salida de consenso coactivo entre los sectores dominantes
allende su contraposición partidaria; y 3) la ideología del orden, que
cristalizó el statu quo en el régimen autoritario.
Mientras las clases campesinas iban en aumento, sus demandas
eran más amenazantes y sus reivindicaciones apuntaban a una reforma
agraria integral, cuestión que implicó la posibilidad de que la oligar-
quía, nucleada en los dos partidos tradicionales, perdiera sus privile-
gios. Como muestra Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte,
a la clase dominante no le viene ex nihilo tomar conciencia de clase
sino hasta la confrontación directa con las clases subalternas (Marx,
1978). La dictadura stronista conservó el pacto político entre liberales
y colorados, emergente de la guerra civil, dada la amenaza campesina
contra la oligarquía. El consenso entre los partidos oligárquicos para-
guayos fue, empero, de subordinación, a saber: del liberal con respecto
al colorado, consenso coactivo que consolidó el orden republicano.2
Las relaciones entre el Estado paraguayo y los agentes sociales
tuvieron una inflexión fundamental en la incorporación de las clases
populares al sistema político a través de los mecanismos clientelistas
del Estado que administró el partido colorado. Fue una mutación
de la República, entendida como cosa pública:

[...] desde el momento en que la burocracia y los aparatos estatales se


convirtieron en terreno privativo del coloradismo [...] La simbiosis con

2
Por tener como artífice político al Partido Colorado cuya denominación de inicio
fue el de “Partido Nacional Republicano”.

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266 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

el Estado hizo posible el enriquecimiento de los socios del poder y, al


mismo tiempo, brindó canales para la movilidad social de cuadros de
extracción popular y permitió financiar la actividad política de dirigen-
tes de base —o sea en cargos rentados en la administración política del
país, las empresas estatales o la burocracia. El coloradismo operó como
un “partido de patronazgo”, esto es, un instrumento de selección y
colocación de sus propios cuadros en los puestos de la burocracia. Tan
es así que su crecimiento fue paralelo a la expansión del empleo estatal
(Arditi, 1993: 163).

El proceso político de democratización (1989-2006) estuvo


marcado, a pesar de la continuidad de la Asociación Nacional Re-
publicana en el gobierno, por diferentes matices en la organización
de las instituciones democráticas tales como la elección, en dos oca-
siones (1993 y 2003), de un parlamento de mayoría opositora, así
como la distribución, entre distintos partidos, de las gobernaciones
de los departamentos que conforman la división político-adminis-
trativa del país. El poder judicial, a diferencia del heredero de la
dictadura —cuyos mecanismos de elección de jueces y designación
de los ministros de la Corte Suprema de Justicia estuvieron subordi-
nados al presidente de la República— ha iniciado en 1993 un pro-
ceso de institucionalización con un Consejo de la Magistratura que
funge, al menos formalmente, como instancia de elección de jueces
y magistrados; con una Corte Suprema cuyos ministros provienen
de diferentes filiaciones y, finalmente, con la creación del Tribunal
Superior de Justicia Electoral (TSJE), cuya conformación también
interpartidista, hizo posible cierta transparencia del sistema electo-
ral. En efecto, con el transcurso de los años, las elecciones están cada
vez más vigiladas, a fin de evitar el fraude; incluso las elecciones de
2003 fueron avaladas —por distintos sectores de la sociedad civil y
organismos internacionales—, como las de mayor legitimidad en la
era democrática.
La participación de los sectores políticos de oposición al Partido
Colorado, en la transición democrática, fue subordinada:

VOX POPULI.indb 266 08/04/13 22:33


Luis Ortiz w 267

Resulta pertinente —dice Fogel— recordar la existencia de relaciones


asimétricas entre un partido “armado”, el colorado, y los partidos desarma-
dos, constituidos por el resto; en cuanto a los riesgos de la militarización
del Estado debe tenerse en cuenta que, si bien la oposición civil contri-
buyó en medida importante al debilitamiento del régimen autoritario,
en su terminación fue decisiva la intervención de los militares como
institución (Fogel, 1990: 65-66).

La inserción social de los partidos de oposición es uno de los as-


pectos a tomar en cuenta en dicha condición, pero también lo es su
diferenciación del esquema político colorado con vistas a alcanzar
el poder con apoyo popular y renovar las estructuras del Estado pa-
raguayo. La historia reciente de la oposición política ha sido de una
inserción social ambigua. Por una parte, el Partido Liberal Radical
Auténtico (PLRA), principal opositor, ha mostrado interacciones
con bases liberales populares herederas del liberalismo de la primera
mitad de siglo XX y, por otro lado, recurre a ganarse el favor de la
burguesía nacional. Sus similitudes con el esquema político colora-
do (basado en prácticas de clientelismo rural) en la pretensión de
alzarse con el aparato del Estado para reproducir el nepotismo y
el prebendarismo, y las formas jerarquizadas de organización parti-
daria hacen que la población reconozca, en estos grupos, prácticas
atávicas que erosionan la democracia.
El ejemplo más palmario de esta afirmación se halla en la distri-
bución de cargos entre partidos de oposición en los poderes legis-
lativo y judicial, así como, en menor proporción, en el ejecutivo,
como fruto del Pacto de Gobernabilidad de 1993 entre los partidos
Colorado, Liberal y el Encuentro Nacional (EN), tercera fuerza po-
lítica de entonces. Ese pacto, que tenía por objeto la institucionali-
zación de varias instancias públicas y órganos constitucionales, tuvo
también la finalidad de abrir espacio a la oposición en el Estado
prebendario, lo cual le significó un alto costo político que se tradujo
en el no crecimiento electoral previsto para disputar, con sabor a
victoria, las elecciones de 1998. En efecto, la Alianza Democrática,

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268 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

conformada por los dos últimos partidos referidos, alcanzó en di-


cha contienda 46.5% de los votos para presidente, porcentaje que no
correspondía con las previsiones resultantes de la suma simple de
intenciones de votos de cada partido por separado en 1993 (34.8%
para el PLRA y 17.3% para el EN) (Flecha et al., 1998: 540).
La pregunta que surge es ¿qué consiguieron los partidos de opo-
sición a cambio de su participación en el proceso? o, lo que es lo
mismo, ¿qué otras funciones desempeñan los partidos de oposición
además de ser legitimadores?

Desde este punto de vista —dice Esteban Caballero— convendría des-


tacar el marco básico dentro del cual los partidos de oposición han
aceptado participar. En este sentido, cabría apuntar dos exigencias bá-
sicas que tienen los partidos políticos de oposición respecto a su parti-
cipación en el proceso. En primer lugar, la liberalización, y en segundo
lugar, la explicitación y el cumplimiento de un cronograma de transi-
ción (Caballero, 1993:180).

Sin embargo, a pesar de los avances institucionales en la “tran-


sición democrática”, ésta sigue sin operar como un proceso que re-
dunde en beneficios socioeconómicos al nivel del imaginario social.
El caso paraguayo presenta una peculiaridad desde su inicio: sus
procesos de reformas se han distinguido de otras por adecuar prácti-
cas autoritarias con disposiciones clientelares de las clases populares.
El denominado proceso de transición a la democracia en Paraguay
es más que una realidad, un mito. El cumplimiento de reglas de
juego en abstracto fue priorizado por encima de la participación
ciudadana, e impuso un calendario que se ha cumplido en sus for-
mas, pero que dista mucho de denominarse un proceso sustantivo.
Los resabios de la dictadura stronista en Paraguay todavía inci-
den en las disposiciones de los agentes sociales (Bourdieu, 1997) y
en sus prácticas ataviadas de formas democráticas. Las relaciones
sociales de la cotidianeidad hacen posible la reproducción del statu
quo, que se hace palpable en la administración de la cosa pública, en

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Luis Ortiz w 269

las relaciones políticas y en las conductas del voto. En la transición


democrática, muchas de las instituciones y sus procedimientos no
se adoptaron porque eran las medidas más efectivas que se tenían a
la mano, sino que quizá se conformaron porque venían de prácticas
culturales tradicionales. Por ello, aquí, es clave describir el desempe-
ño de los agentes a partir de las instituciones oligárquicas, en lugar
de evaluar la eficiencia o la racionalidad desde el deber ser democrá-
tico. El proceso de reproducción social en condiciones económicas
conservadoras revela el sistema político neoautoritario que halla su
legitimidad en relaciones sociales de clientelismo y a pesar de luchas
sociales sin finalidades políticas.

Las condiciones sociales de las disposiciones políticas

En Paraguay, la ausencia de un modelo industrial, así como del


carácter no populista de la participación política de las clases po-
pulares, invitan a buscar otras aristas explicativas al problema de
la inclusión social.3 La particularidad de ese país en el contexto de
Latinoamérica, no es sólo en la esfera política, sino también en la
económica.

En contraste con los demás países de la región, esta nación no se ha


caracterizado por poseer una economía protegida a causa de la im-
plementación del modelo de industrialización por sustitución de im-
portaciones. Tampoco había tenido una economía dirigida por una
poderosa burocracia ni había sido sometida a las angustias de las hiper-
inflaciones tan recurrentes en la región. Por el contrario, su comporta-
miento económico, más agroexportador que industrialista, había sido

3
No existe una correspondencia necesaria entre el tipo de economía y procesos
políticos. En países como Ecuador, por ejemplo, la ausencia de una economía desa-
rrollista industrial no dificultó la constitución de disposiciones populistas en las clases
subalternas, disposiciones que más bien tuvieron su distintivo en la reivindicación de
la inclusión simbólica de esas clases (De la Torre, 1994: 229).

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270 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

alentado por las economías protegidas y “estados empresarios” de los


países vecinos (Borda, 1998: 2).

El mercado laboral se configuró, fundamentalmente, en el em-


pleo del sector primario hasta la década de 1980, para pasar a una
fuerte predominancia del sector terciario en la década de 1990,
como efecto de los procesos regionales de liberalización, así como de
aperturas económicas en el país tras la caída del régimen stronista.
El agotamiento del modelo de desarrollo “hacia fuera”, tribu-
tario de la exportación agraria pone en discusión la viabilidad, no
sólo de ese modelo, sino también la institucionalización democrá-
tica en Paraguay. Ese país se debate de un modo crucial, el Estado
se vuelve el centro de la polémica, no así en las naciones de esa
región de América, donde las reformas políticas han estado pro-
pugnadas por la reconversión del Estado desarrollista hacia uno
neoliberal. En Paraguay, es el Estado autoritario el que requiere ser
reconfigurado, dado que la traba a la consolidación democrática es
al mismo tiempo al crecimiento económico. Según Borda y Masi,
“la reforma del Estado y las reformas económicas constituyen nú-
cleos centrales para la recuperación económica y la profundización
de la democracia. La postergación de estas reformas se convierte
en el límite más serio de la transición a la democracia en el Para-
guay” (Borda, 1998:10).
En el espacio rural, la estructura social se constituye con base
en el monopolio de la tierra, la ocupación irregular extranjera en la
frontera y la pauperización minifundista campesina, todos factores
resultantes de la modernización conservadora efectuada por la dicta-
dura cuyo efecto principal es una configuración dual del desarrollo.

Aun cuando la modernización sea parcial y afecte más a algunos pro-


ductos, regiones y tipos de unidades productivas, sus efectos se hacen
sentir en las distintas categorías sociales del mundo rural, esto es, en el
tipo de crecimiento polarizado que se da. La expansión de algunas uni-
dades productivas comporta el deterioro de otras. En efecto, las condi-

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Luis Ortiz w 271

ciones de vida de los asalariados y semiasalariados no guardan relación


con la rentabilidad de las empresas en las cuales trabajan. Incluso puede
afirmarse que en las regiones más afectadas por la modernización, las
condiciones de vida de los cultivadores son más primitivas. En estas re-
giones surgen y se consolidan grandes empresas ocupando los mejores
suelos y obteniendo los mejores rendimientos. Su expansión horizon-
tal, por compra de tierras de los campesinos, implica necesariamente
empobrecimiento de la agricultura campesina (Fogel, 1990: 72).

Las situaciones de desigualdad en términos de tenencia de tierra


e ingresos no son elementos espectrales sin relación alguna con las
prácticas políticas y el desenvolvimiento de la democracia. Las con-
diciones económicas y sociales en las cuales se desarrolla el mercado
rural, propician la reproducción de patrones institucionalizados de
clientelismo político.4

A menudo —señala Barrington Moore— no existe una auténtica


oportunidad de mercado. Para gente que vive cerca del margen de la
existencia física, la modernización resulta, sin duda, demasiado arries-
gada, sobre todo si es de presumir que, con las instituciones sociales en
vigor, los beneficios arrasarían con otros. Lo único que tiene sentido,
en esas circunstancias, es adaptarse a un nivel de vida abismalmente
bajo y reducir las esperanzas al mínimo. Localmente, cuando las cir-
cunstancias son distintas, se producen a veces cambios dramáticos en
corto espacio de tiempo (Moore, 1999: 343).

Un interrogante central a propósito de la participación política


campesina en el proceso de democratización es el que plantea Fogel:
¿qué formas de participación podrían demandar grupos subalter-
nos cuya posición está reforzada a través de diversos mecanismos, y

4
Según datos estadísticos agrícolas, en Paraguay el 10% de la población con ma-
yor posesión terrateniente tiene el 68% de las tierras, mientras el 10% con menos
tierras, posee el 6% del total. Ver Ministerio de Agricultura y Ganadería Paraguay,
Región Oriental: Tamaño de explotaciones agropecuarias (2002).

VOX POPULI.indb 271 08/04/13 22:33


272 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

necesariamente integrados a relaciones de clientela en una sociedad


con larga tradición de regímenes autoritarios? (Fogel, 1990: 64).
La necesidad de asegurar la reproducción social en circunstancias
económicamente desventajosas, constituye la orientación primor-
dial de la acción de los campesinos paraguayos. Así, su participación
en política se establece por doble vía: a modo de aquiescencias y de
adecuación a las relaciones de poder de las que su vigencia está bajo
el control y monopolio de los agentes políticos legítimos —caudillos
partidarios a nivel nacional y local que operan como patrones— y
a través de luchas, vía movilizaciones, por acceder a la tierra y a las
buenas condiciones de producción. Desde un modelo típico-ideal, la
primera vía está más sedimentada en los espacios rurales en que las
comunidades campesinas tienen asegurado su arraigo. La segunda
es recurrente en sectores campesinos que no han sido beneficiarios
íntegros de políticas de colonización agrícola.
Las disposiciones democráticas, basadas en la construcción de ciu-
dadanía como premisa de inclusión social y política, todavía están en
suspenso en países como Paraguay. Carlos de la Torre refiere que:

[...]a diferencia de la experiencia occidental, donde hubo una progresiva


inclusión de los sectores populares a través del reconocimiento de sus de-
rechos civiles, políticos y sociales en Latinoamérica estos derechos fueron
usados selectivamente para excluir a muchos. Al contrario de los países
occidentales, donde los ciudadanos individuales tienen derechos, en La-
tinoamérica la mayoría de la gente tiene acceso a los recursos del Estado
no como derechos sino como privilegios, como miembros de instancias
corporativas o redes clientelares. A raíz de las relaciones personalizadas de
dominación, los sectores subalternos han sido incorporados a través del
clientelismo y el populismo (De la Torre, 1998: 93).

La débil institucionalización de la participación democrática es


terreno fértil para las relaciones clientelares. Pero no sólo eso. La
coartada a dicha participación, por parte de las elites políticas, sien-
ta las condiciones de posibilidad del habitus clientelar en los sujetos.

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Luis Ortiz w 273

En suma, la desigualdad social, la asimetría económica y el sistema


político operan de modo que puedan articular esas disposiciones en
los agentes sociales, atados a sus necesidades y a las estrategias de
supervivencia que, en afinidad con el discurso caudillista propio del
populismo agrario, hacen posible la continuidad de una estructura
social conservadora.
La institucionalización del clientelismo se correlaciona estrecha-
mente con la institucionalización del sistema de necesidades insatis-
fechas que, tras los mecanismos de lealtades, siempre desembocará
en cuotas de dádivas insuficientes, pero simbólicamente legítimas.
Frente a lo poco que los campesinos poseen materialmente, sacrifi-
car su seguridad económica bajo el riesgo de elegir nuevos patrones
les haría vivir la incertidumbre de un alto costo simbólico. En este
proceso, las clases campesinas votan, pero no eligen. Las reglas de
juego, que son aceptadas tácitamente por los campesinos, se tradu-
cen en la necesidad de insertar sus demandas sociales —fundamen-
talmente de supervivencia— en un contexto marcado por el mono-
polio de la tierra, en el que los recursos materiales de existencia son
escasos. El estado de cosas basado en la subordinación campesina y la
coartada a su participación política, se constituye en cosa de Estado
definiendo de facto, desde el poder oligárquico institucionalizado, la
naturaleza política o no-política de los agentes.5
En este marco, se constatan dos modalidades de procesos polí-
ticos campesinos. La primera es aquella en que la participación en
las estructuras locales de poder se hace posible a través de sistemas
morales —solidaridades y reciprocidades— que distribuyen los bie-
nes en el presente y orientan las prácticas de la experiencia cotidiana
para maximizar la seguridad económica y la reproducción cultural a
futuro. Para ello, los campesinos establecen “alianzas selectivas” con
las instituciones oligárquicas, por ejemplo a través del cambio clien-

5
Este sistema entiende como agentes políticos legítimos a quienes pertenecen a
la nobleza de las estructuras oligárquicas, mientras que no políticos son las clases
populares, que si bien pugnan por su participación en la cosa pública y el Estado,
dicha participación les es saboteada.

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274 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

telar de votos por dádivas que se contrapone a las prescripciones


institucionalistas que evalúan con criterios meramente instrumen-
tales lo que es adecuado para el juego político. La garantía de conser-
var recursos simbólicos como la dignidad, constituye la razón de las
clases campesinas para moldear el constreñimiento de la estructura
social a su favor ante la escasez de recursos materiales, pero eso no
es exclusivo de prácticas concesivas como las que se ejercen en las
relaciones clientelares. La segunda modalidad de prácticas políticas
campesinas también apunta a la disputa de las relaciones de poder
existentes, lo que se constata en la recurrente lucha por la tierra. Los
campesinos sin tierra son síntoma de que los mecanismos cliente-
lares benefician sólo un sector del espacio rural. En cambio, existe
otro que no halla respuesta en la actual estructura social basada en la
asimétrica y desigual distribución de los recursos productivos.

El proceso democrático iniciado con la ruptura del régimen autorita-


rio no significó para la gran mayoría de la población y, específicamente
para los campesinos, un avance en el mejoramiento de sus condiciones
de vida [...] Los campesinos siguen obligados a realizar ocupaciones, a
changar —realizar trabajos extraprediales— y a migrar. Esa permanente
búsqueda de su bienestar, sin respuesta alguna por parte de un estado
que cada vez lo conduce hacia una mayor marginalidad, lo ha degradado
y lo ha marginado del avance tecnológico de la sociedad. La ilusión de
la tierra propia nacida con la desaparición del régimen stronista se vio
frustrada y numerosos campesinos sin tierra siguen deambulando en la
búsqueda de una parcela donde asentarse y desarrollar la actividad que
saben hacer, la agricultura (Riquelme, 2003: 189).

La paradoja sobresaliente de los procesos políticos en que se


inscriben las luchas campesinas, radica en que las demandas para
acceder a la tierra, por parte de los minifundistas, implican un con-
flicto social, mientras que en sus conductas de voto los problemas
de inclusión social (acceso a la tierra, a la tecnología y al mercado)
están escindidos del imaginario de lo político. El proceso político

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Luis Ortiz w 275

no lo representan vinculado al proceso social, y sus luchas, no las


representan como luchas políticas.

Reproducción social y democratización conservadora

La pregunta por la continuidad del sistema político apuntalado por


la ANR, no puede llevar a respuestas que aluden al caudal cuan-
titativo de las bases sociales de dicho partido, sino a mostrar por
qué dicho caudal se mantiene a pesar de la reproducción de condi-
ciones sociales conservadoras y de una economía desventajosa para
los campesinos paraguayos. No es tangencial señalar que la validez
subjetiva de las conductas de voto entre los campesinos obedece,
antes que a lógicas de acción estratégica y cálculo racional —que su-
pondría la evaluación de candidaturas desconocidas y de programas
de gobierno abstractos—, a la proximidad simbólica de los políticos
locales, tanto para la obtención de reconocimiento simbólico como
de favores. Como aduce Auyero:

[...] para quienes están ubicados dentro del círculo íntimo, la dominación
se presenta como una paradójica antinomia: si se resisten —lo cual está
fuera de consideración— pueden perder el acceso a bienes vitales, viendo
así profundizada su condición de privación; si se asimilan al “mundo de
verdad” del mediador (o patrón) son cooptados por las prácticas institu-
cionalizadas del clientelismo, participando así en la reproducción de las
relaciones jerárquicas dentro del campo de la política local y dentro del
espacio de vida (Auyero, 2001: 180).

Las acciones colectivas campesinas se orientan al mismo tiempo a


problemas estructurales y de corto plazo. Antes que avizorar sus luchas
como “visión de largo plazo”, los campesinos asumen su problemática
como una “deuda de larga data” para con ellos, que los lleva a mo-
vilizarse en pos de acceder a la propiedad y mejores condiciones de
producción. Esta lógica de las cosas no corresponde con las cosas de la

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276 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

lógica, que algunas visiones “bien educadas” de la política esperarían de


los campesinos a modo de conductas racionales. Como sugiere Pierson:

Con frecuencia hay complejas cadenas causales que conectan las acciones
políticas a los resultados de las medidas que se toman. La complejidad
de las metas en política y lo difuso de los vínculos entre acciones y resul-
tados hacen que la política sea inherentemente ambigua. Incluso si los
errores cometidos son relativamente aparentes y la culpabilidad de los
“agentes” puede ser atribuida, los esfuerzos de los “principales” para san-
cionar o castigar a sus agentes son difíciles. Sus herramientas de acción
son muy rudimentarias, tales como el voto (Pierson, 2000: 475-499).

En suma, la racionalidad campesina en un sistema político en


que su participación electoral no es percibida como portadora de
cambio, no es otra que la orientación de las prácticas según una
“experiencia dóxica” (Bourdieu, 1997: 161) en dicho sistema; expe-
riencia que halla su fundamento en el condicionamiento de la no
elección del modo de vida, de la no libertad como sujetos.

No es una observación nueva sostener que la política partidaria es per-


cibida como una actividad extremadamente alejada de las preocupacio-
nes cotidianas de la gente. Es vista como actividad “sucia”, que aparece
cuando se acercan los tiempos electorales y desaparece rápidamente en el
oscuro reino de las promesas incumplidas (Auyero, 2001: 190).

Mientras las dádivas oligárquicas aseguren a los campesinos la


seguridad de subsistir materialmente, las votaciones que aseguran
la continuidad del Partido Colorado parecerán no racionales, pero
serán sin duda razonables.6

6
Toda una visión política pequeño burguesa arremete contra la conducta campesina
de voto, aludiendo que en el fondo se debe a su “ignorancia” y su “cretinismo”.
Es de suponer que estas perspectivas apuestan por la alternancia política traducida
en el gobierno de fuerzas de oposición. Lo que no terminan de admitir es que la
oposición no constituye, hasta la fecha, una alternativa política de crédito colectivo.

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Luis Ortiz w 277

Aquí podríamos afirmar que las “conductas de voto” de los gru-


pos rurales responden más a una adecuación de la acción respecto a
valores —según el tipo planteado por Weber— que a una “raciona-
lidad democrática”.
Si de lo que se trata es de comprender lo socialmente atingente,
es decir, lo razonable —en contraposición a lo racional—, para sobre-
vivir en circunstancias adversas en la vida cotidiana (Powel, 1999),
no puede desconocerse que en condiciones de escasez, el clientelismo
campesino de afiliación colorada hace posible el apoyo incondicional
al partido de gobierno, aun cuando la promesa de representación ciu-
dadana no satisfizo las expectativas anteladas en la transición: no hay
desaprobación partidaria en términos electorales, sino que se da una
continuidad en el voto partidario ex ante sus ofertas electorales o ex
post su desempeño político (lo que es también conocido como voto
cautivo). Así pues, no es verdad que las instituciones políticas vivan
en un ambiente denso de competencia. En muchos países, incluso del
primer mundo, hay estructuras anquilosadas y retrógradas.
Por otro lado, son difíciles de identificar los incentivos y los re-
sultados, si se observa el pobre desempeño de las mismas institucio-
nes políticas (Piersons, 2000). En este sentido, es clave la perspectiva
histórica que atiende que las bases de las relaciones institucionales
correspondan a los marcos condicionantes que deja el pasado en la
sociedad y en la política. Las reglas heredadas de algún modo desde
el régimen autoritario, se reproducen sin más como rutinas redefi-
nidas por las oligarquías tradicionales, como es el caso de Paraguay:
“el grupo que juega a dos caras es particularmente importante en lo
que parece un caso único de derrocamiento de una dictadura, en la
cual, los mismos equipos que apuntalaron al régimen depuesto, se
presentan hoy en el nuevo gobierno, como campeones de la demo-
cracia” (Fogel, 1990: 64).
El orden político republicano se reproduce mutatis mutandis a
partir de relaciones sociales que pretenden conservar la estructura
social, la fuerte jerarquización de las decisiones políticas y un me-
canismo clientelista-prebendario de dominación, que coexiste con

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278 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

luchas sociales campesinas por acceder a condiciones de producción


pero cuyas reivindicaciones no van más allá de asegurar la apropia-
ción individual de la tierra. Ésta es la constelación de relaciones
que configuran y constituyen en Paraguay el sistema político neoau-
toritario, a todas luces aggiornado a la transición democrática. Un
Estado como el paraguayo, que se reproduce bajo una estructura
del sometimiento (Arditi, 1987), tiene su base en el sistema stronista
republicano: la verticalidad de las decisiones preñadas de intoleran-
cia, la debilidad de la sociedad civil para sostener demandas a largo
plazo, la desmovilización de las clases subalternas vía represión o
clientelismo y la corrupción generalizada de la burocracia pública
(Flecha, Martini y Silvero, 1993: 550-552).

Conclusiones

Democracia y contradicciones de legitimación

La principal contradicción de legitimidad de la democracia real-


mente existente en Paraguay se halla en lo que se podría denomi-
nar su exclusividad política. Mientras las políticas económicas se
orientan al libre mercado, la desatención de las demandas popu-
lares agrava las desigualdades sociales, cuestión que no halla en la
política y el sistema político un campo de solución. Las tensiones
sociales así, operan como señalan Fogel y Riquelme, a manera de
mecanismos de orientación defensiva ante la crisis (Fogel, 1990;
Riquelme, 2003), entretejiéndose con la producción social de apa-
riencias hegemónicas.
Los campesinos paraguayos se defienden de la adversidad con
parsimonia, aunque no con docilidad: se involucran en mecanismos
clientelares o disputan conflictivamente nuevas condiciones de produc-
ción bajo la apariencia hegemónica de la reivindicación de la pro-
piedad. Para Scott, la hegemonía como proceso de incorporación
de la ideología dominante por parte de las clases subalternas, no se

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Luis Ortiz w 279

contradice con la realidad de la experiencia política de estas clases


en la vida cotidiana.

En circunstancias normales, los subordinados tienen interés en evitar


cualquier manifestación explícita de insubordinación. Ellos también, por
supuesto, tienen siempre un interés práctico en la resistencia: en minimi-
zar las exacciones, el trabajo y las humillaciones que reciben. La recon-
ciliación de estos dos objetivos, que parecen ir en sentido contrario, se
logra en general insistiendo justamente en aquellas formas de resistencia
que evitan una confrontación abierta con las estructuras de autoridad.
De esa manera, el campesinado, en beneficio de la seguridad y el éxito,
ha preferido históricamente ocultar su resistencia (Scott, 2000: 113).

En efecto, las prácticas campesinas entretejidas de relaciones clien-


telares presentan una ambigüedad de efecto: por una parte reproducen
la estructura social en el mundo de la vida cotidiana, pero, por la otra,
funcionan como dispositivos de retención y control de los exabruptos
de las clases dominantes. No está claro que las relaciones de poder
sean relaciones hegemónicas, sino que la agencia histórica de los gru-
pos subordinados toman en cuenta la reproducción de las apariencias
de hegemonía, en el entendido de que pueden estar divididos geográfi-
ca y culturalmente, que la resistencia abierta es un ejercicio temerario
inadecuado ante la severidad de la represión, la lucha cotidiana de
subsistencia y su estado de vigilancia conduce a desplazar toda posi-
bilidad de oposición directa, así como podrían estar desencantados a
partir de fracasos anteriores (Scott, 2000: 112).
La reproducción social es dialécticamente la posibilidad objetiva
de supervivencia de los productores minifundistas y sus familias. Los
elementos simbólicos de su constitución como sujetos no desconocen
sus adecuaciones selectivas a las estructuras de dominación local, que
despunta en una dominación por constelación de intereses a lo Weber.
Se trata así de mesurar los constreñimientos propios de las relaciones
objetivas de dominación política en que participan los sectores sub-
alternos, con los beneficios relativos que les redundan el uso creativo

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280 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

de dichas relaciones en el marco de sus prácticas cotidianas y acciones


colectivas de resistencia oculta. “Desde el punto de vista del cliente,
el elemento central en la evaluación de la legitimidad de la relación es
la relación entre los servicios que recibe y los que presta. Cuanto más
grande sea el valor de lo que recibe del patrón [...] en relación con lo
que debe contraprestar, será más probable que el cliente vea el lazo
como un vínculo legítimo” (Auyero, 2001: 193).
Es aquí donde la hipótesis de Fogel, de que “para los campesinos
el régimen democrático debería prestar atención a las demandas de
la mayoría y no defender los privilegios de una minoría” (Fogel,
1990: 64) es más bien débil. Para este sociólogo, con la intensifi-
cación de la invasión de tierras luego de la caída de la dictadura,
los campesinos movilizados expresan lo que más esperan del nuevo
sistema de gobierno (Fogel, 1990: 65). Sin embargo, se constata
más bien que, tras una evaluación más pragmática que teórica, para
los campesinos el régimen democrático es ambiguo. Antes que re-
presentar promesas, para los campesinos la democracia redefinió los
árbitros de juego pero con las mismas reglas. Contra la ambigüedad
de un régimen que tout court se proclama de las mayorías pero que
ennoblece minorías privilegiadas, las prácticas políticas campesinas
también se configuran como ambiguas: se confabulan con los gru-
pos de poder y al mismo tiempo, reivindican en contraposición a
ellos, sus derechos de acceso a condiciones de producción y mejores
niveles de vida.
En suma, las conductas clientelares de voto de los campesinos
se entrecruzan con demandas al Estado a través de movilizaciones
y ocupaciones, dada la ambigüedad de la transición democrática.

El desinterés, la falta de voluntad política o la viabilidad política para


afectar los grandes latifundios son factores que obligan a los campesinos a
recurrir a las ocupaciones de propiedades privadas y no cultivadas como
el mecanismo de presión más importante para el logro de sus objetivos,
que es conseguir una parcela propia donde asentarse y desarrollar sus
actividades productivas. Si el Estado sigue con su política de ignorar la

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Luis Ortiz w 281

asimetría en la distribución de la tierra, de mostrar su falta de voluntad


para desafectar la tierra a los políticos, a los militares y a los ganaderos, y
los empresarios insisten en tratar el problema de la exclusión de la tierra
como un simple problema de desocupación [...], el conflicto podría ad-
quirir un cariz cada vez más violento, y las consecuencias más dramáticas
recaerían sobre la población campesina (Riquelme, 2003: 190).

La reproducción del sistema político se debe a la democracia y


su ambivalencia: acentuar lo político en desconexión con lo social,
y superponer la desigualdad social sobre los intereses sociales de los
desprivilegiados. En este marco, las prácticas políticas de los agen-
tes comunes y corrientes son acomodaticias. A partir del análisis
realizado en este trabajo y enfocado sobre los grupos campesinos,
son dos las modalidades —a modo de tipos ideales— de partici-
pación política de los agentes sociales en la estructura de poder: el
clientelismo y las luchas por la tierra. En la realidad fáctica, empe-
ro, predominan los claroscuros de dichas modalidades, aunque el
elemento común son los intentos de articulaciones discursivas de
las demandas campesinas, tal como lo planteara el primer Laclau
(Laclau, 1977). Estos intentos constituyen prácticas políticas inter-
pelatorias al statu quo que atenaza su reproducción social, aunque la
dirección y las finalidades de las acciones colectivas campesinas no
tienen una dirección predefinida: he allí la posibilidad de una de-
mocracia sustantiva basada en la construcción de ciudadanía —con
derechos económicos y sociales— o de lo contrario, la continuidad
del sistema republicano que no es otro que el neoautoritarismo de
la democracia conservadora.w

VOX POPULI.indb 281 08/04/13 22:33


282 w Las elecciones negadas. Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay

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VOX POPULI.indb 284 08/04/13 22:33
Populismo y crítica a la democracia

Ricardo Sáenz de Tejada

Introducción

No es casual que para hacer referencia al neopopulismo latinoa-


mericano se evoque la figura del fantasma que en el siglo XIX re-
corría Europa; un fantasma que finalmente se materializó y definió
—para bien y para mal— la historia del siglo XX. Sin embargo,
el fantasma1 —al que se invoca actualmente para advertir de los
peligros del populismo— se describe como una amenaza informe
que no tiene un basamento ideológico definido; no constituye una
expresión político partidaria; no cuenta con un discurso coherente
ni compartido de manera homogénea por sus “representantes”; y,
finalmente, los liderazgos carismático-populistas (los populistas)
aparecen en todos los países y en todas las posiciones políticas e
ideológicas.
¿Qué es entonces en Latinoamérica esa amenaza populista en
el siglo XXI? No es algo claramente definible —en el campo de las
ciencias sociales casi todo autor que aborda el tema desarrolla su
propia concepción—, sino que hace referencia a distintos fenóme-
nos: una clase de retórica típica de la práctica política; un estilo de
1
En su compilación sobre el populismo, Ionescu y Gellner (1969) inician con: “Un
fantasma se cierne sobre el mundo: el populismo”; en la introducción a la serie
de trabajos sobre populismo latinoamericano Burbano (1996) señala “El populismo
pareciera ser un fantasma, una suerte de doble permanente que persigue al análisis
político de Latinoamérica”; más recientemente, un editorialista de La Jornada,
parafraseando a los autores del Manifiesto escribió “Un fantasma recorre América
Latina: el fantasma del populismo. Todas las fuerzas de la vieja América Latina se han
unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma” (Gustavo Gordillo, La Jornada,
15 de octubre de 2005).

VOX POPULI.indb 285 08/04/13 22:33


286 w Populismo y crítica a la democracia

liderazgo que no es excepcional en las viejas y nuevas democracias


y que está presente en todos o en la mayoría de los regímenes po-
líticos; un concepto radial de las ciencias sociales para denominar
dinámicas políticas complejas propias de procesos de cambio, y un
término a la larga vacío que ha sido llenado con una carga negativa
para calificar y descalificar —en Latinoamérica en el siglo XXI— a
movimientos políticos que, dentro del marco democrático, y a tra-
vés de procedimientos democráticos —partidos, elecciones, referén-
dum— cuestionan el statu quo.
Éste es un aspecto clave del uso que se hace del concepto “po-
pulismo”: independientemente del caos terminológico generado en
torno al mismo, el “populista” no se asume como tal, es entre ad-
versarios políticos que se califican y descalifican como populistas.
Con excepción de los populismos ruso y estadounidense de finales
del siglo XIX y principios del XX, ningún movimiento político se
ha autodenominado populista; y desde la derecha, el centro y la
izquierda del espectro ideológico han surgido señalamientos de este
tipo para deslegitimar al adversario.
A partir de la revisión de algunos trabajos sobre el tema en Lati-
noamérica, de manera general pueden identificarse tres periodos o
generaciones de populismos en los que sus representantes coinciden
en el tiempo y comparten cierto estilo, aunque no impulsaron las
mismas políticas económicas y sociales; no fueron respaldados por
las mismas coaliciones de clase, y el contenido de su discurso era
distinto. Desde esta perspectiva se encuentran los populismos clási-
cos o de primera generación, que tienen una serie de características más
o menos presentes en el primer peronismo y que se han estudiado
en el marco de la modernización. La genealogía del populismo trata
de integrar en este grupo a algunos de los gobernantes —civiles y
militares— que ejercieron el poder en el periodo que va de la crisis
de 1929 a 1930 y hasta mediados de la década de 1950.
La caracterización de la segunda generación de gobernantes
populistas resulta más problemática no sólo por la dificultad para
establecer límites temporales (desde finales de la década de 1970

VOX POPULI.indb 286 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 287

hasta mediados de la de 1990), sino porque en la misma se incluye


tanto a presidentes que se hicieron del poder a través de discursos
populistas y lo ejercieron de manera errática (Alan García en Perú y
Abdalá Bucaram en Ecuador) como a aquellos que implementaron
de manera consistente políticas neoliberales (Carlos Menem en Ar-
gentina, Alberto Fujimori en Perú, Carlos Salinas en México).
La tercera generación abarca a los movimientos políticos que
desde finales del siglo XX desafían en el discurso y la práctica al statu
quo; que se identifican y expresan un discurso socialista, revolucio-
nario, o ambos, y que en la prensa internacional son presentados
como el retorno de la izquierda en Latinoamérica (Hugo Chávez
en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Néstor Kirchner en Ar-
gentina, especialmente). Como se indicó, no son estos quienes se
denominan populistas, sino que son señalados de esta manera por
sus detractores.
En los países en los que este tipo de movimientos no han al-
canzado el control de los ejecutivos, se apela a la latente “amenaza
populista” que se cierne sobre la región y que es utilizada para des-
calificar al adversario, al grado de presentarlo como un “peligro para
el país” a partir de alinearlo con el presunto eje populista. Recien-
temente este tipo de ataques se presentaron durante las campañas
electorales de Perú y México, y tienden a convertirse en una práctica
común en Latinoamérica.
El recurso de la “amenaza populista” parece ser utilizado por los
grupos dominantes (políticos, empresariales y transnacionales), al-
gunas veces apoyados por cierta retórica intelectual y académica,
para denominar a los desafíos al statu quo en muchas de estas de-
mocracias, caracterizadas, en términos sociales, por una profunda
desigualdad y por la condición de pobreza y procesos de empobre-
cimiento de millones de personas. ¿Qué otra cosa tienen en común
los discursos de los señalados como populistas, sino el denunciar la
injusticia social que prevalece en el continente? ¿Por qué son califi-
cados como populistas estos cuestionamientos no a la democracia,
sino a las democracias anómalas que son productoras de pobreza?

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288 w Populismo y crítica a la democracia

Este ensayo se inscribe en el marco del Seminario de Investiga-


ción Buen Gobierno, Populismo y Justicia Social desarrollado en la
Flacso México, y busca aproximarse al tema a partir de insertarse en
dos de las interrogantes propuestas en dicho proyecto: ¿todo proceso
o propuesta amplia (generosa) de redistribución debe ser caracteri-
zada como populista? Y ¿toda crítica radical al consenso dominante
de la democracia liberal procedimental (DLP) debe necesariamente
ser entendida como populista?
La estrategia para abordar estos problemas consiste, por una par-
te, en discutir y cuestionar qué se está entendiendo por populismo
en la actualidad y, por otra, en revisar las relaciones entre democra-
cia y distribución y la capacidad de este tipo de regímenes políticos
para reducir las desigualdades.
Se persigue, en primer lugar, discutir la validez y la utilidad de
denominar como “populistas” a los procesos políticos latinoameri-
canos que se pretende incluir en esta categorización y que son el re-
sultado de la utilización del juego democrático por parte de sujetos
sociales históricamente excluidos. En segundo, se pretende mostrar
que muchas de las críticas a los sistemas políticos que se atribuyen
sólo a los “populistas”, pueden enmarcarse en la denominada “crí-
tica a las democracias realmente existentes” en las que se postula no
un rechazo a la democracia, sino a las anomalías y perversiones que
ésta presenta en varios países latinoamericanos.
Para el primer punto se considerarán tres formas de abordar y
caracterizar al populismo y la discusión de las interrogantes se reali-
zará a partir de señalar el carácter distributivo de la democracia y la
validez de la crítica a las democracias realmente existentes.

Tres retratos del populismo

Como se discutió en el Seminario Buen Gobierno, Populismo y Justicia


Social —y en otros ensayos de esta compilación—, una definición
de “populismo” enfrenta un conjunto de problemas; el primero, que

VOX POPULI.indb 288 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 289

resulta un lugar común, consiste en reafirmar que se trata de una


noción vaga que hace referencia a estilos, discursos y prácticas políti-
cas que resultan difíciles de categorizar; segundo, que se trata de un
concepto que se atribuye a otros, en tanto que, en la actualidad, nadie
o casi nadie se asume y reivindica como populista o neopopulista. En
Latinoamérica el concepto ha sido utilizado recientemente por políti-
cos, académicos, empresarios, gobernantes y periodistas para referirse
a demandas y movimientos políticos que resultan incómodos para
una democracia que, aunque reconoce la existencia de desigualdad
social, se encuentra incapacitada para solucionarla, y que, ante la de-
nuncia y la exigencia de los grupos sociales excluidos, invoca viejos
conceptos para descalificar y estigmatizar al demandante.
Así, proyectos políticos como los de Hugo Chávez, Evo Mo-
rales y Andrés Manuel López Obrador son colocados en la misma
tradición que la de Juan Perón, Alberto Fujimori, Carlos Menem,
Alan García, Carlos Salinas de Gortari y otros políticos populistas
y neopopulistas.
Sin embargo, la amenaza populista no es exclusiva de estas la-
titudes, en Europa y Estados Unidos se elevan voces que advierten
la existencia de movimientos populistas, y en algunos casos se su-
man a la denuncia de los supuestos riesgos que estos implican para
la democracia.
El análisis de estos populismos permitirá contrastarlos y discutir
no sólo la capacidad explicativa del concepto sino la existencia del
o los fenómenos abordados. Para esto se decidió analizar tres apro-
ximaciones al populismo. La primera corresponde a una caracteri-
zación que se ubica tanto en el campo del debate político cotidiano
como en el de la filosofía política y que hace referencia a los alcances
de la democracia y, sobre todo, de la soberanía popular. El popu-
lismo es entendido desde esta visión como un exceso de soberanía
popular, como una democracia desbordada por el demos.
La segunda aproximación es más concisa y precisa al caracterizar
la existencia de la familia de partidos populistas de extrema derecha
europeos, que surgen en un contexto marcado por la crisis econó-

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290 w Populismo y crítica a la democracia

mica, pero definido por la centralidad de las contradicciones socio-


culturales que permiten que, después de la relativa marginalidad en
la que cayeron después de la derrota del fascismo y el nazismo, estos
movimientos resurjan.
Finalmente, lo que se denomina populismo latinoamericano —en
el que se tiende a incluir a dirigentes políticos y mandatarios de
diversas épocas— y que, para algunos, amenaza a las democracias y
sociedades de estos países.

Los excesos de la soberanía popular

Para abordar el populismo como exceso de soberanía popular, se


analizarán algunas ideas presentadas en el libro de Lukacs (2005) en
el que señala y denuncia la deformación de los regímenes democrá-
ticos. Historiador, especialista en temas de la Segunda Guerra Mun-
dial (Cinco días en Londres; Hitler en la historia), en su Democracia
y populismo asume una posición liberal paradójicamente influida
por ciertas ideas conservadoras para denunciar la decadencia de la
democracia, marcada, en su opinión, por la eliminación de límites
para la soberanía popular y la manipulación de la opinión pública,
lo que hace que la misma tienda a convertirse en populismo.
Este argumento se construye a partir de hacer un recorrido por
la historia de la democracia contemporánea y analizar las ideologías
políticas surgidas desde la Revolución Inglesa. El aspecto que resulta
central — de acuerdo con este autor—, para entender el declive de las
democracias, corresponde a los límites de la soberanía popular. Desde
su fundación, la democracia estadounidense —a lo largo del texto,
Lukacs se desplaza entre Europa y Estados Unidos— estableció un
conjunto de instituciones destinadas a limitar las decisiones de la ma-
yoría y a proteger no sólo a las minorías sino, ante todo, a los indivi-
duos. En esto jugó un papel central el liberalismo que, como ideología
política, se convirtió en garante de estos principios (Lukacs, 2005: 5).
Los límites a la soberanía popular operaron a partir del esta-
blecimiento de lo que el autor denomina “gobiernos mixtos”. En

VOX POPULI.indb 290 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 291

su origen, la democracia estadounidense preservó elementos de las


formas de gobierno anteriores: la Presidencia mantuvo algunos ele-
mentos de la monarquía; el Senado y la Corte Suprema de Justicia
se convirtieron en ámbitos aristocráticos —en tanto que el proceso
de selección de sus miembros tenía peculiaridades— mientras que
el Congreso se convirtió en el espacio de representación reservado
al “pueblo”. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX estas formas de
gobierno mixto “decayeron” a favor de un presidencialismo fuer-
te cuya fortaleza dependió fundamentalmente de su popularidad,
construida sobre la base de la acumulación de opiniones.
Desde esa perspectiva, el problema que afrontan las democracias
en general, y la estadounidense en particular, es el de la irrupción sin
límites de la soberanía popular y de la dictadura de la llamada “opi-
nión pública” que puede ser —en el mejor de los casos— moldeada
y —en el peor— manipulada por los medios de comunicación:

En la era democrática nos confrontamos con otra enorme dimensión de


esta realidad: porque la acumulación de opiniones puede ser fabricada e
incluso falseada a través de la maquinaria de la publicidad, en ocasiones
incluso contrario a las apariencias [...] las opiniones pueden ser moldeadas,
formadas, falsificadas, infladas. Pero es esta acumulación de opiniones la
que gobierna la historia de los estados y naciones y de las democracias
como las dictaduras en la era de la soberanía popular. Éste es el ingrediente
central de los nacionalismos, la causa de guerras, y del apoyo mayoritario a
habladores fanáticos como Hitler, o del menos entusiasta pero mayoritario
apoyo a menos que mediocres presidentes (Lukacs, 2005: 46).

Históricamente, la derecha y la izquierda se diferenciaron res-


pecto al tema de la soberanía popular. Mientras la primera trataba
de establecer límites, la segunda luchó y se movilizó por ampliar la
democracia. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, la derecha —en
su vertiente liberal y conservadora— abandonó la reivindicación de
limitar la soberanía popular y terminó aceptando y —de acuerdo
con Lukacs— convirtiéndose en populista.

VOX POPULI.indb 291 08/04/13 22:33


292 w Populismo y crítica a la democracia

Sin embargo, liberalismo y conservadurismo tienen diferencias


importantes entre las que destaca que el segundo se alió y, en al-
gunos casos, adoptó el nacionalismo. El conservadurismo es, en
el marco europeo, una reacción contra 1789 y tiene un conteni-
do antiliberal y antisocialista. Esto explicará, para el caso alemán,
por qué el nacionalismo alemán conservador realizó alianzas con el
populismo nacional socialista que era igualmente anticomunista y
antiliberal. Para Lukacs éste fue el gran error de los conservadores:
el miedo al liberalismo y el odio al socialismo los llevó a asumir un
discurso y una práctica nacionalista que condujo a dos guerras
mundiales y terminó barriendo el viejo orden, estableciendo la ac-
tual democracia populista.
Para Lukacs la esencia del populismo corresponde a una idea de
soberanía popular “desbordada”, la temida “tiranía de la mayoría”
—mayoría formada sobre la base de la construcción y manipulación
de la “opinión pública”—, que ha desplazado al ideal democrático y
derrotado al liberalismo, prueba de ello señala, es que hoy son pocos
los partidos que se definen como liberales. La popularidad guía la
acción de los políticos y, en el caso estadounidense, subordina al res-
to de poderes a la voluntad presidencial. El populismo es resultado
de la degeneración de la democracia.
Retomando la discusión respecto a la utilización reciente del tér-
mino “populismo” en Latinoamérica, pueden identificarse algunos
elementos de la argumentación de Lukacs que tal vez sean útiles
para pensar de qué se habla cuando se habla de populismo. En su
exposición, la esencia del “problema populista” —que es conside-
rado claramente como una desviación de la democracia— corres-
ponde al ejercicio sin límites de la soberanía popular; no se trata en
sentido estricto —ni etimológico— de una carencia de democracia;
al contrario, es un exceso de democracia, demasiado gobierno del
pueblo. Ahora bien, ¿en qué ámbito se definen los alcances y los
límites de la soberanía popular?, ¿quiénes son los llamados a es-
tablecer esto? Aunque Lukacs no desarrolla de manera particular
estos temas, de su propuesta puede inferirse que estos límites han

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Ricardo Sáenz de Tejada w 293

sido abordados en el terreno de la filosofía política. En este ámbito,


la posición del liberalismo (o los liberalismos) no resulta uniforme;
mientras que para algunos los límites están dados por el respeto
absoluto de los derechos individuales; para otros, en ciertas circuns-
tancias —evitar un mal mayor—, las libertades individuales pueden
ser “atropelladas”.
Sin embargo, los límites de la soberanía popular no se dirimen
exclusivamente en las discusiones de la filosofía política, sino en la
práctica política concreta que, en las democracias contemporáneas,
se fijan en el entramado institucional que las rige y que es expre-
sión de correlaciones de fuerzas entre sujetos políticos (Jack Knight,
1989). Por lo tanto, dentro del campo democrático, estos límites
pueden modificarse.
Desde esta perspectiva, las democracias pueden conducir a regí-
menes antidemocráticos y opresivos como el nazismo; o a presiden-
cialismos fuertes como el estadounidense. Ahora bien, el nazismo
como resultado extremo, ¿debe considerarse una regla o una excep-
ción? Y, ¿no se presenta la democracia estadounidense como “la de-
mocracia”? (Aunque se reconoce igualmente su excepcionalidad).
Lukacs no esboza una solución a estas interrogantes, sino que ex-
presa cierta nostalgia por los gobiernos mixtos, una vuelta a la pre-
sencia de la aristocracia gubernamental que mediante una renuncia
—los aristócratas no se eligen— proteja la democracia de sí misma. El
discurso antipopulista latinoamericano reciente parece evocar algunas
de las ideas sobre el populismo expresadas por este autor; el miedo al
pueblo, que entre algunas elites está acompañado de desprecio a las
masas; la resignación a aceptar el juego democrático a condición de
que no trascienda ciertos límites, y la aspiración a un gobierno de no-
tables, en tanto que no existe una aristocracia a la cual recurrir.

Los partidos populistas europeos de extrema derecha

La derrota militar del nazismo y del fascismo en 1945 llevó a la mar-


ginalidad política, en Europa, a aquellas fuerzas políticas ultrana-

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294 w Populismo y crítica a la democracia

cionalistas que apelaban a discursos de carácter racista. Después de


que se dieron a conocer los crímenes cometidos por el nacionalso-
cialismo alemán, pasaron muchas décadas antes de que este tipo de
planteamientos fueran votados por los electores. Sin embargo, desde
la década de 1970, y particularmente a partir de la irrupción del
Frente Nacional Francés, se ha desarrollado una familia de partidos
denominados por Rydgren como populistas de extrema derecha que,
aunque originados en el cambio económico, se apoyan más bien en
tensiones socioculturales para ganar electores y sacudir los sistemas
políticos de las maduras democracias europeas (2003; 2004; 2005).
De acuerdo con el autor citado, estos partidos son una mezcla entre
extremismo de derecha y fascismo, por un lado, y populismo tradi-
cional, por el otro (2005: 29).
Esta familia de partidos políticos asume y pone en vigencia tres
elementos centrales e interrelacionados del populismo tradicional eu-
ropeo, así como de la extrema derecha: la apelación al pueblo, el racis-
mo, y la crítica al establishment político. El primer aspecto, la apelación
al pueblo, está asociada con el nacionalismo y con la defensa retórica
de la identidad nacional; no se apela en estos partidos al pueblo a secas,
sino que se apela al pueblo francés, al pueblo danés, etcétera. Este
discurso nacionalista encuentra espacios en el marco de los procesos
de integración regional y de globalización económica.
De la mano del resurgimiento del nacionalismo, estos partidos
desarrollan un discurso racista y xenófobo —respondiendo a la cada
vez mayor importancia que los electores asignan al tema de la migra-
ción— que apela no a la retórica biológica que generaría rechazo y
aislamiento, sino que, apropiándose de algunos postulados del debate
multicultural, propugnan por el etnopluralismo que, defendiendo el
derecho de las culturas a existir como entidades con una identidad
propia que corre el riesgo de ser vulnerada por la irrupción de otras
manifestaciones culturales —particularmente el islamismo—, postu-
la que ésta debe ser asumida y defendida por los Estados. Este dis-
curso les permite movilizar las actitudes xenófobas, antiinmigrantes,
o ambas, sin ser estigmatizados como racistas (Rydgren, 2004: 475).

VOX POPULI.indb 294 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 295

El tercer elemento común de esta familia de partidos políticos,


es la crítica al establishment político que se desarrolla con el cuidado
de no aparecer como partidos antidemocráticos pero manteniendo
la imagen de outsiders y defensores del ciudadano común frente a los
abusos y errores de los políticos tradicionales. De esa manera logran
fomentar la protesta política, criticando los sistemas democráticos
contemporáneos sin ser señalados de antidemocráticos (Rydgren,
2004: 475). Este posicionamiento entra en crisis cuando estos parti-
dos empiezan a tener importancia parlamentaria y desde el gobierno
pasan a ser parte de esa clase política que criticaban.
Existe cierto consenso en torno al contexto económico, político
y cultural que ha condicionado el resurgimiento de estos partidos
(Rydgren; Betz, 1994 y Kitscelt, 1995). El entorno económico está
definido por el desarrollo de una economía postindustrial que pro-
vocó, sobre todo en el ámbito laboral, el surgimiento de ganadores
y perdedores. Los ganadores se insertan en una suerte de sociedad
global, mientras los perdedores caen en una nueva clase baja, con-
virtiéndose en superfluos e inútiles para la sociedad. Políticamente,
esto se traduce en una nueva distribución de votos en el espacio
político, y ha creado un nicho electoral que ha sido aprovechado y
explotado por estos partidos. Durante las campañas electorales han
capitalizado dicha situación para denunciar la incapacidad de los
políticos para enfrentar el creciente problema del desempleo y la
crisis económica y responsabilizar a los migrantes, con lo que han
logrado crear un marco explicativo aceptable de la situación y cons-
tituirse en una alternativa a la misma.
En el campo cultural se ha señalado la emergencia o creciente
importancia de la dimensión sociocultural de los clivajes sociales.
Los estudios sobre el surgimiento de los partidos de extrema de-
recha coinciden en señalar que, aunque el cambio económico es
definitorio en su expansión —el paso a la sociedad posindustrial—,
la movilización de los electores no se ha dado alrededor del con-
flicto capital —como tradicionalmente había sido—, sino que la
respuesta política se ha logrado a partir de poner en agenda nuevos

VOX POPULI.indb 295 08/04/13 22:33


296 w Populismo y crítica a la democracia

temas políticos —fundamentalmente la migración— y exacerbar


diferencias culturales y religiosas.
Estos partidos además han logrado que tales asuntos se coloquen
en el centro de la agenda, logrando construir un espacio electoral
multiclasista que se adapta a la existencia de un sentimiento popular
racista y xenófobo que tiende a resurgir en determinadas coyunturas,
pero que no podía ser expresado en términos de racismo biológico
o antisemitismo. Fue a partir de su adopción por parte de la nueva
derecha francesa que la doctrina etnopluralista le dio cierta legiti-
midad al nuevo racismo. De acuerdo con Rydgren (2004: 478): “la
doctrina del etnopluralismo establece que en orden de preservar el
carácter nacional único de diferentes pueblos éstos tienen que man-
tenerse separados. Mezclar a diferentes etnicidades sólo conduce a la
extinción cultural”. Este planteamiento, asumido inicialmente por
el Frente Nacional, es compartido por la generalidad de partidos
populistas de extrema derecha que rechazan y denuncian la erosión
de las “identidades tradicionales” y la consecuente individualización
para presentarse como los defensores de los valores tradicionales.
En el terreno electoral los partidos populistas han aprovechado
el desencanto y descontento políticos respecto de los tradicionales,
y del populismo retoman la crítica a los políticos mediante una retó-
rica que acusa y señala a “ellos” —los políticos— contraponiéndolos
a “nosotros” —el pueblo.
Asociado con lo anterior, la tendencia de los partidos tradicio-
nales a ubicarse en el centro político y —dentro de este proceso ge-
neral, la confusión de los partidos socialdemócratas que, en la per-
cepción de muchos electores, se han derechizado— ha contribuido
a crear el efecto paradójico de que sean los partidos de ultraderecha
los que se signifiquen y cosechen muchos de sus votos entre las bases
tradicionales de los partidos de izquierda: obreros y desempleados.
Los sistemas de votación proporcional han permitido el desarrollo
y posicionamiento paulatino de estos partidos que —a partir de un
limitado número de cargos de elección— han podido proyectarse y
lograr cierta implantación en los sistemas políticos continentales.

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Ricardo Sáenz de Tejada w 297

En su conjunto, estos procesos han permitido que los partidos


populistas se conviertan en ciertas circunstancias y ciertos países
—recientemente Francia y Austria— en actores políticos relevan-
tes. El populismo de estos partidos está claramente definido por
tres elementos constitutivos que permiten identificarlos en diferentes
contextos nacionales: nacionalismo, nuevo racismo y crítica a los
partidos tradicionales.
De manera complementaria a lo presentado hasta aquí sobre los
partidos populistas de extrema derecha, Mouffe introduce dos con-
sideraciones que explican el surgimiento de estas fuerzas políticas
y que pueden resultar provocadoras para entender la amenaza po-
pulista de tercera generación. La primera, insinuada en el apartado
anterior corresponde a la tensión entre democracia y liberalismo.
Se trata, de acuerdo con esta autora, de dos tradiciones distintas
que, aliadas temporalmente, divergen en el acento que ponen en
las libertades individuales y la soberanía popular. La segunda es el
“vaciamiento de la política” que se manifiesta en el corrimiento de
los partidos hacia el “centro político” en términos de ser casi indife-
renciables y, sobre todo, en la remoción —a partir de la hegemonía
de cierto pensamiento liberal— del ámbito político de la mayoría de
decisiones sociales y económicas importantes.
De acuerdo con esta argumentación, la solución liberal —o de
cierto liberalismo— para el problema de la (excesiva) soberanía po-
pular consistió en eliminar la capacidad de decisión sobre ciertos
temas, reduciendo en la práctica las posibilidades de elección. De
esa cuenta, en el caso europeo, la izquierda socialdemócrata terminó
perdiendo identidad, pues al renunciar a su programa dejó de signi-
ficarse e indirectamente abrió el paso a la extrema derecha.
Considerando las profundas diferencias existentes entre el con-
texto europeo y el latinoamericano, resulta sugerente considerar el
“vaciamiento de la política” como elemento medular que afecta a las
democracias latinoamericanas. Este vaciamiento se ha dado a partir de
ciclos de reforma; ha tendido —en varios de estos países— a des-
mantelar a los Estados y despojarlos de herramientas e instrumentos

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298 w Populismo y crítica a la democracia

para enfrentar la pobreza y la desigualdad. A través de estos proce-


sos, el “juego democrático” dejó de ser peligroso para los grupos do-
minantes en tanto que, aunque partidos o grupos radicales lograran
ganar las elecciones, desde el gobierno no era posible modificar el
orden establecido. Sin embargo, la amenaza populista —o populis-
mo de tercera generación— desafía estos límites.

El populismo latinoamericano

Mientras que en los países europeos los partidos populistas son fá-
cilmente identificables por las características y rasgos citados arriba,
el populismo latinoamericano ha sido caracterizado y definido de
distintas maneras en diferentes momentos. El populismo clásico
—o de primera generación— se reflexionó, sobre todo, desde una
perspectiva sociológica en la que se señaló que era el resultado de
desfases en el proceso de modernización y de la existencia de “masas
políticamente disponibles”.2
Desde la óptica económica, el populismo ha sido identificado
con la aplicación de “programas económicos que recurren en gran
medida al uso de políticas fiscales y crediticias expansivas y a la so-
brevaluación de la moneda para acelerar el crecimiento y redistri-

2
Este tipo de aproximaciones fueron desarrolladas por Germani, Di Tella y Weffort.
De acuerdo con Vilas, este último considera al populismo como “expresión del pe-
riodo de crisis de la oligarquía, del liberalismo y el proceso de democratización del
Estado en regiones de América Latina, alcanzadas por la intensificación del proceso
de urbanización y en transformación por impacto de la industrialización. Sobre todo
es expresión de la emergencia de las clases populares en el centro del desenvolvi-
miento urbano e industrial, verificado en las primeras décadas de este siglo, y de la
necesidad sentida por algunos de los nuevos grupos dominantes de la incorporación
de las masas al juego político. De esta necesidad de incorporar a las masas y de su
aceptación por éstas, emerge la doble paradoja del populismo latinoamericano: sec-
tores de los grupos dominantes que promueven la participación de los dominados y
masas que sirven de soporte a un régimen en el cual son dominadas las clases popu-
lares en ascenso sirven a la legitimación del régimen en la medida en que presionan
a través de los políticos populistas, por su incorporación política y económica al sis-
tema, pero en este mismo proceso de incorporación ellas traen al escenario político
sus insatisfacciones presentes y tienden a convertirlas en permanente amenaza de
superación del statu quo” (1995: 109).

VOX POPULI.indb 298 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 299

buir el ingreso” (Dornbush y Edwards, 1992:15). Para estos autores


los gobiernos de Salvador Allende, en Chile o el sandinismo, en
Nicaragua, resultan ser equivalentes al de Alan García en Perú, o al
de José López Portillo, en México.
Finalmente, en el terreno político el populismo ha sido pensado
como un estilo de hacer política caracterizada por el establecimiento
de una relación peculiar del líder populista con las masas; de un dis-
curso que en apariencia logra una síntesis de las aspiraciones del pue-
blo —independientemente de lo que esto signifique— y una crítica al
estado de cosas. Este “estilo populista” es el que la mayoría de políticos
usa en campaña electoral, por lo que resulta difícil separar al populista
del no populista.
A pesar de estas indefiniciones, el recurso de la “amenaza populis-
ta” es recurrente en Latinoamérica, y al populismo señalado se le in-
troduce en esta clasificación sorteando contradicciones y paradojas. El
texto de Álvaro Vargas Llosa “El renacimiento del populismo” (2005)
es un ejemplo de esto; un trabajo militante que desde la nueva dere-
cha latinoamericana intenta utilizar la producción académica sobre el
tema para presentar a sus adversarios como rémoras del pasado.
Vargas Llosa define al populista como una variante latinoameri-
cana del demagogo:

[...] como aquel que despilfarra dineros que sabe ajenos en nombre de
aquellos a quienes se los expropia —si nos circunscribimos a la dimen-
sión económica— o, si preferimos una fórmula más cabal, aquel que se
empeña en abolir el derecho en nombre de todos los derechos, sabiendo
que todos son lo mismo que ninguno porque los beneficios están siempre
concentrados y los costos dispersos, de modo que nadie se dé cuenta de
que le paga la factura al vecino (Vargas Llosa, 2005: 22).

Sin embargo, en lugar de describir y explicar el presunto resur-


gimiento del populismo en Latinoamérica, hace un recorrido, muy
sesgado por su versión de la historia latinoamericana del siglo XX,
en el que atribuye a este fenómeno político todos los males de la

VOX POPULI.indb 299 08/04/13 22:33


300 w Populismo y crítica a la democracia

región. Su punto de partida es señalar —al igual que la mayoría de


autores que trabajan este tema— que una característica fundamen-
tal del populismo es su “imprecisión ideológica”; y que se distingue
por no poder definirse política e ideológicamente, lo que permite
incluir en esta denominación fenómenos y procesos heterogéneos.
El rasgo presente en todos los populismos es el “voluntarismo del
caudillo”; sea acompañado de un partido, por el ejército o por las ma-
sas desorganizadas, los “líderes fuertes” del siglo XX fueron popu-
listas: Perón, Vargas y Cárdenas caben por igual en esta definición.
El populismo latinoamericano es un fenómeno político del si-
glo XX que respondía a los conflictos del siglo XIX; de ahí que su
carácter antioligárquico y su interés en promover “la participación
del pueblo en los asuntos reservados a la elite”. En este punto se
encuentra una coincidencia con lo postulado por Lukacs, y es el
de la irrupción de la “soberanía del pueblo”. Efectivamente, las
“luchas antioligárquicas” debieron corresponder al siglo XIX; sin
embargo, el establecimiento de ciudadanías restringidas y las li-
mitaciones a la participación política hicieron actual este tipo de
movilizaciones.
Otro rasgo del populismo latinoamericano es el de la “denun-
cia del imperialismo” (2005: 23); en el discurso populista resultó
útil y fácil responsabilizar al imperio —fundamentalmente a Es-
tados Unidos— de los males de la región. En esto asumió algunos
elementos del discurso marxista teniendo el cuidado de mante-
nerse ajenos al comunismo y frecuentemente posicionarse como
fuerzas anticomunistas.
En lo económico, el populismo latinoamericano se caracterizó
por la “idolatría del Estado” y por ejercer el “nacionalismo económi-
co” y el proteccionismo. Para Vargas Llosa, las propuestas de la CEPAL,
desde la sustitución de importaciones hasta la teoría de la depen-
dencia, son populistas, y en su conjunto son los responsables de la
pobreza de cientos de millones de personas en la región.
Así, el populismo resulta ser la “no ideología” responsable de
la crisis y buena parte de la historia reciente latinoamericana.

VOX POPULI.indb 300 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 301

Hoy, según este autor, existen algunos “síntomas” del retorno


del populismo: Hugo Chávez es el ejemplo que reúne todas las
características del líder populista, aunque Néstor Kirchner (por
su “fe en la obra pública”), Lula da Silva (por su política exterior)
y Andrés Manuel López Obrador (por sus programas sociales) no
se quedan atrás.
Esta argumentación, que en buena medida es ejemplo de la
denuncia de la “amenaza populista”, posee algunos elementos
que la ubican en el plano del conflicto político: no es capaz de
definir el populismo o neopopulismo, sino que señala a los ad-
versarios de acuerdo con diversos rasgos; reconoce que la res-
puesta al populismo emerge de un contexto marcado por la po-
breza y la desigualdad, aunque desde esta perspectiva esto es, a
su vez, resultado de prácticas populistas y socialistas del pasado;
finalmente, esta visión se muestra heredera de la concepción del
populismo como un rasgo de premodernidad o minoría de edad po-
lítica de estas sociedades que fácilmente pueden ser embaucadas
por el demagogo.

Los populismos

Aunque en las tres aproximaciones al populismo revisadas existen


algunos rasgos comunes, en términos generales puede afirmarse que
se hace referencia a cosas diferentes. Para Lukacs el populismo es
resultado de una evolución perversa de la democracia sustentada en
la ausencia de límites a la soberanía popular y en la conducción de la
acción de los políticos a partir de su popularidad o aprobación por
parte de la “opinión pública”.
Desde esta perspectiva, todas las democracias y particularmen-
te las euronorteamericanas son populistas al igual que los políticos
(¿qué dirigente partidario no busca popularidad y aceptación?).
Así, la consecuencia normal de los procesos de democratización
son los de la constitución de regímenes populistas; igualmente, el
establecimiento de competencia electoral obliga a los políticos a

VOX POPULI.indb 301 08/04/13 22:33


302 w Populismo y crítica a la democracia

buscar popularidad y a asumir un discurso populista.3 En el caso


de los partidos populistas de extrema derecha europeos, se trata de
una familia plenamente identificable a partir de las tres caracterís-
ticas arriba señaladas: nacionalismo, racismo y crítica al sistema
político. Hasta donde se sabe, en Latinoamérica no existen parti-
dos relevantes que asuman este discurso en su conjunto.
Finalmente, respecto del populismo latinoamericano, como se
parte de la imprecisión ideológica se pretende colocar en la misma
canasta a Chávez, Lula, Morales, Kirchner y López Obrador con
los representantes del o los viejos populismos: Cárdenas, Echeve-
rría, Salinas, Perón, Menem, Vargas, etcétera.4
Se trata de utilizar viejos conceptos para tratar de explicar nue-
vos fenómenos que enfrentan las democracias latinoamericanas:
el surgimiento de movimientos políticos que dentro del campo
democrático desafían un statu quo marcado por la desigualdad y
la pobreza.5
A partir de estas consideraciones, puede pensarse que la utili-
zación del concepto populista para referirse a estos movimientos
no sólo es equívoca —dada su imprecisión— y anacrónica, sino
que tiende a evadir a partir de la descalificación a priori la discusión
de las condiciones sociales y económicas que dan lugar a este tipo
de demandas, así como la necesidad de evaluar los sistemas demo-
cráticos más allá de la visión procedimental.

3
Probablemente una excepción a esta norma haya sido la campaña de Mario Var-
gas Llosa a la presidencia de Perú.
4
El listado de líderes populistas se basa en Knight (1998: 234), quien también in-
cluye a Hitler y a Thatcher.
5
Una discusión parecida se desarrolla en Centroamérica en torno a la utilización de
los conceptos oligarquía y oligarcas, se cuestiona la utilidad de estos términos para
referirse a las nuevas élites empresariales de la región que no son más los “señores
de la tierra” de finales del siglo XIX y principios del XX.

VOX POPULI.indb 302 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 303

Democracia, distribución
y crítica a las democracias existentes

Democracia y redistribución

Si se postula que la utilización de la “amenaza populista” es un re-


curso para descalificar cuestionamientos legítimos del statu quo y
se reconoce que estos desafíos han tenido un respaldo ciudadano
importante, resulta pertinente retomar las interrogantes señaladas al
inicio de este capítulo para diferenciar estos procesos de los supues-
tos populismos.
La primera interrogante corresponde a la asociación entre popu-
lismo y distribución. ¿Puede considerarse toda propuesta distributiva
como populista? Si se asume una definición del populismo que se
sostenga en la implementación de políticas redistributivas, la respues-
ta puede ser afirmativa, aunque esta interpretación podría llevar a
calificar de populistas a todos los regímenes democráticos en tanto
que la distribución y la redistribución son una parte sustantiva de
todos los procesos de democratización y de construcción de órdenes
democráticos.
Una revisión de la historia permite constatar que el proceso de
construcción de las democracias occidentales implicó una amplia-
ción sucesiva de los derechos políticos que en la práctica significó una
mayor distribución de poder. El paso de las monarquías absolutistas
a monarquías constitucionales, o a regímenes democráticos se dio a
partir de la redistribución del poder. Ya no es sólo un individuo el que
decide, sino que se ha ampliado el número de personas que participan
en las decisiones.
Desde esta perspectiva, la universalización del derecho ciudadano
a elegir y ser electo constituye en sí mismo un amplio proceso de dis-
tribución de recursos políticos que es indispensable para poder catalo-
gar como democrático a un régimen político. El ejercicio real de estos
derechos —la participación como electores y la postulación como
candidatos— permite incluso medir la calidad de estas democracias.

VOX POPULI.indb 303 08/04/13 22:33


304 w Populismo y crítica a la democracia

En el tema de los recursos económicos, la relación entre democra-


cia y redistribución ha sido igualmente fuerte. Independientemen-
te de la validez de las críticas que se han emitido en torno al relato
de Marshall sobre el desarrollo de la ciudadanía y sus dimensiones,
éste muestra cómo a partir del principio de igualdad política —que
se contrapone a las desigualdades creadas por y en el mercado— se
avanzó a la ciudadanía social que tendería a través de políticas so-
ciales universales —y eminentemente redistributivas— a construir
condiciones de igualdad. Desde esta perspectiva, la construcción del
orden democrático occidental se realizó de manera paralela a procesos
amplios de redistribución. Lo mismo sostiene Boix en Democracia y
redistribución (2003). De acuerdo con este autor, la continuidad y la
consolidación de los regímenes democráticos están asociadas con los
niveles de desigualdad y las posibilidades de movilidad del capital.
Sobre el primer aspecto, se encuentra una correlación positiva en-
tre igualdad y democracia, por lo que se postula que el desarrollo de
sistemas democráticos requiere el impulso consistente y continuado
de políticas distributivas que en el mediano plazo produzcan con-
diciones de igualdad social. Las condiciones de extrema desigualdad
conducen, de acuerdo con este autor, a regímenes autoritarios o a
revoluciones, por lo que la consolidación de los sistemas políticos de-
mocráticos requiere esfuerzos sostenidos de redistribución. Para este
autor, la posibilidad de la movilidad de los capitales puede definir el
resultado del conflicto político: si el capital es fácilmente movilizable
las presiones redistributivas pueden neutralizarse fácilmente; en la si-
tuación contraria, los resultados pueden conducir a procesos de dis-
tribución en el marco democrático; respuesta represiva y autoritaria
a las demandas sociales, o triunfo revolucionario. En las democracias
consolidadas —por lo menos hasta antes de la intensificación de los
procesos de globalización económica y el predominio del capital fi-
nanciero— la ruta seguida fue la de las democracias redistributivas.6

6
La teoría de los recursos de poder coincide con estas conclusiones. Véase Bradley
et al. (2003).

VOX POPULI.indb 304 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 305

Las democracias occidentales consolidadas se han orientado a la


redistribución. Esta tendencia que se inició en el siglo XIX continúa
hasta nuestros días a través de regímenes de bienestar social que
siguen orientándose al cumplimiento de derechos sociales univer-
sales en el que los Estados, a través de la política fiscal, cumplen un
papel importante. La redistribución, por lo tanto, es la norma de
las democracias, no es la excepción, por lo que asociar populismo
con redistribución sería equipararlo con los regímenes democráti-
cos, por lo que el populismo sería un fenómeno no diferenciable y
consecuencia natural de estos procesos.
Sin embargo, en las nuevas democracias, en general, y en las
latinoamericanas, en particular, no se han impulsado estos procesos
redistributivos, coexistiendo con altos niveles de desigualdad. Ésta
es la causa del “malestar democrático” y el origen de las críticas a las
democracias realmente existentes.

Crítica a la democracia

En esta sección se busca analizar y discutir algunas críticas al para-


digma de la democracia liberal procedimental (DLP) que no tienen
un carácter populista y que llevan implícitas propuestas de redistri-
bución amplia. Como lo señala Srasser “para comenzar, seamos tan
claros como categóricos respecto de lo más básico. Si democracias,
lo que ordinariamente se llama democracias, hay de muchos tipos,
cualquiera de ellos, sin embargo, hace una vida colectiva y política
mejor que la de cualquier dictadura o régimen autoritario” (Srasser,
2004: 23). Al respecto, se rechaza la condena estalinista a la “demo-
cracia burguesa” y se postula la discusión de los límites y capacida-
des de la democracia, tanto desde la institucionalidad actualmente
existente, como a partir de instituciones y acuerdos que puedan
construirse en el futuro.
La crítica a la DLP puede dividirse analíticamente en dos ver-
tientes: la llamada “crítica democrática a la democracia” y la “crí-
tica a las democracias realmente existentes”; no se trata de que la

VOX POPULI.indb 305 08/04/13 22:33


306 w Populismo y crítica a la democracia

segunda sea “antidemocrática”, sino que una enfatiza el desarrollo


de las instituciones del actual régimen político mientras que la otra
postularía un cambio más o menos radical de la institucionalidad
democrática actual.
Asimismo, es importante recordar lo señalado por Bobbio
(1996: 239-253) respecto a que la idea de democracia ha cam-
biado a lo largo del tiempo, y responde a contextos y realidades
distintas: la democracia ateniense no tiene mucho de parecido con
la democracia estadounidense, y aún esta democracia de finales
del siglo XVIII es profundamente distinta de la de principios del
siglo XXI. La noción de democracia ha cambiado junto con sus
límites y alcances.
O’Donell —uno de los representantes de la crítica democrática
a las democracias— postula que la democracia no se restringe exclu-
sivamente al régimen político, sino que es una forma de “organiza-
ción de la sociedad, en cuyo centro se sitúa la necesidad de expandir
la ciudadanía como condición fundamental para la gobernabilidad
de los países y la paz y la seguridad de las regiones y el continente”
(O´Donell, 2004: 9). Esto implica que la democracia se analiza con-
siderando el régimen político, la propia democraticidad del Estado,
y las posibilidades de los individuos para desenvolverse plenamente
como ciudadanos. Se trata de uno de los aspectos determinantes
para explicar las carencias y las falencias de estas democracias: no
basta que los derechos políticos sean reconocidos legal y formal-
mente, éstos deben ser ejercidos por los ciudadanos en igualdad de
condiciones, por lo que el ejercicio pleno de la ciudadanía requiere
condiciones sociales mínimas.
En este tema O´Donell retoma parcialmente las propuestas de
Marshall en el sentido de señalar que, aunque la ciudadanía polí-
tica en términos formales y legales iguala a los miembros de una
comunidad política, ésta resulta insuficiente si los individuos no
cuentan con satisfactores económicos y sociales mínimos que les per-
mitan constituirse efectivamente en un ciudadano integral: “debería
de haber al menos un conjunto básico de derechos civiles y sociales,

VOX POPULI.indb 306 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 307

así como también de capacidades, relacionados con la efectiva reali-


zación de la ciudadanía política” (O´Donell, 2004: 35).
Las posibilidades de desarrollo y consolidación de la democracia
están relacionadas con el agente ciudadano que puede comportarse
plenamente como tal cuando —siguiendo el modelo marshallia-
no— tiene satisfecho un conjunto de necesidades básicas que le
permiten actuar como parte activa en la sociedad política.
En estas áreas sociales las democracias latinoamericanas tienen
tareas pendientes. No se trata en ningún caso de responsabilizar a
los regímenes democráticos de las condiciones de pobreza y des-
igualdad (en muchos casos estos rasgos tienen un carácter histórico)
sino de señalar los retos que estas democracias deben encarar para
nombrarse y mantenerse como tales.
Respecto de las condiciones sociales necesarias para el ejercicio
pleno de la ciudadanía, Doyal y Gough señalan que existe un con-
junto de necesidades básicas que deben ser satisfechas para que las
personas puedan realizarse como seres humanos. Aunque las necesi-
dades son universales, los satisfactores de las mismas pueden variar
de acuerdo con contextos culturales o temporales específicos. Un
aspecto fundamental de la condición humana es la participación en
la vida social, por lo que las necesidades básicas las conforman las
precondiciones universales que permiten esta participación.
Estos prerrequisitos son la salud y la autonomía: sobrevivir y,
más allá de eso, gozar de una mínima salud física es esencial para
actuar y participar. Pero esto no es suficiente, los humanos, a dife-
rencia de otras especies, también necesitan autonomía de agencia,
la capacidad para realizar elecciones informadas de lo que se debe
hacer y cómo realizarlo. Esto no es posible si falta la salud mental,
si se tienen pobres actividades cognitivas, si hay un bloqueo de las
oportunidades para involucrarse en la participación social. En un
segundo nivel, podemos hablar de participación crítica: la capaci-
dad para situar la forma de vida en la que se ha crecido, criticarla
y actuar para cambiarla. Este tipo de participación más dinámica
requiere un segundo orden de autonomía crítica que es la que ha

VOX POPULI.indb 307 08/04/13 22:33


308 w Populismo y crítica a la democracia

permitido el cambio en las sociedades. De las necesidades básicas


pueden derivarse las intermedias: la buena nutrición, la adecuada
habitación, un entorno físico seguro, el cuidado de la salud, la
seguridad para la niñez, las relaciones primarias significativas, la se-
guridad para la integridad física, la seguridad económica, el control
del embarazo, el cuidado de los niños y la educación básica. La no
satisfacción de estas necesidades implica una condición de pobreza
que a su vez limita la autonomía de agencia y la autonomía crítica
(Gough, 2002: 4-5).
En ese sentido, las sociedades y sus formas de gobierno pueden
ser evaluadas según la capacidad que tengan para lograr el bienestar
social, condición que no se reduce al PIB per cápita o al porcentaje
de población bajo la línea de pobreza sino a la posibilidad que una
sociedad tiene de desarrollar una ciudadanía con autonomía crítica.
Tanto en O´Donell como en Doyal y Gough, de la evaluación
de las democracias se desprende —o no, según sea el caso— la ne-
cesidad de impulsar procesos redistributivos —no exclusivamente
de recursos económicos, sino también políticos y culturales— que
permitan el pleno desarrollo de la democracia como forma de orga-
nización social que genere bienestar entre sus ciudadanos.
El estudio de las democracias existentes en Latinoamérica se ha
abordado desde diversos ángulos, y pueden detectarse algunos as-
pectos comunes, como la definición; pero los alcances de las demo-
cracias no son ni han sido unívocos, han variado en el tiempo y en
las distintas sociedades. Desde finales del siglo XX se ha pretendido
reducir la democracia en Latinoamérica a lo estrictamente procedi-
mental o a un tipo particular de régimen político, pero la “promesa
democrática” abarca otras dimensiones de la vida social. Desde una
perspectiva analítica, las democracias realmente existentes no pue-
den entenderse sino en el marco del contexto más amplio en el que
éstas se desarrollan, para Strasser son tres: “los grandes círculos” que
envuelven y penetran las posibilidades de desarrollo democrático
“los círculos de la sociedad, la cultura y el Estado” además del inter-
nacional (Strasser, 2004: 26), y para Nún debe incluir el “régimen

VOX POPULI.indb 308 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 309

social de acumulación” entendido como “el conjunto complejo de


las instituciones y de las prácticas que inciden en el proceso de acu-
mulación de capital, concibiendo a este último como una actividad
microeconómica de generación de ganancias y de toma de deci-
siones”; éste es heterogéneo y “está recorrido por contradicciones
permanentes que se expresan en niveles variables de conflictividad y
ponen de relieve el decisivo papel articulador que juegan la política
y la ideología” (Nún, 2004: 166).
Igualmente se afirma que el tipo de democracias que se constitu-
yeron en Latinoamérica a partir de las transiciones son democracias
incompletas y restringidas que enfrentan un panorama de pobreza
y desigualdad sin los instrumentos necesarios para enfrentarlos. La
separación de la economía de la política, y las respuestas técnicas “ya
dadas” a los problemas sociales limitan los alcances de las mismas.
Finalmente, esta perspectiva incorpora una visión crítica y ética
al análisis de lo político, crítica en el sentido de señalar los límites
y los alcances de estas democracias, y ética desde el señalamiento y la
denuncia de los resultados sociales —en términos de pobreza y des-
igualdad— que éstas permiten.
En cuanto a los cambios que estas sociedades y estas democra-
cias requieren, Moulián plantea un proceso de transformación de
mediano plazo de la economía de mercado —que no implique la
estatización de la misma— y la ampliación y profundización de la de-
mocracia que vaya mucho más allá del marco de la institucionalidad
democrática actual.
Se postula el paso de una democracia representativa a una partici-
pativa a partir de la politización del cuerpo social y de una “delegación
crítica y temporal” de la representación política. En términos insti-
tucionales, esta forma de democracia implicaría: “a) fragmentación
y esparcimiento del poder político para crear espacios de participa-
ción activa, b) iniciativa popular en materia legislativa, c) democracia
interna en los partidos y la politización de sus debates, d) espacio
público abierto y plural, compatible con una sociedad deliberativa,
e) funcionamiento de asociaciones autónomas de resguardo de los

VOX POPULI.indb 309 08/04/13 22:33


310 w Populismo y crítica a la democracia

derechos humanos de tipo político, f ) reforzamiento de la libertad


personal de decisión sobre materias morales” (2001: 123).
Lo anterior está asociado con una amplia reforma económica
orientada a la satisfacción de las necesidades básicas.
Para finalizar este apartado pueden proponerse dos conclusio-
nes. La primera, el desarrollo de los sistemas democráticos no puede
reducirse exclusivamente a la evaluación del entramado de institu-
ciones que rigen la elección de funcionarios; la democracia requiere
condiciones sociales y económicas que permitan a los ciudadanos
participar de manera activa y relativamente igualitaria en la vida po-
lítica. La igualdad política formal requiere el desarrollo de capacida-
des que trascienden a los procedimientos electorales y que implican
acuerdos y pactos sociales de mayor alcance. Segunda, la democracia
liberal procedimental no es “la democracia”, es una forma histórica
de régimen político que puede perfeccionarse y desarrollarse hacia
otras formas. No es el punto de llegada, sino que puede considerarse
un punto de partida.
Dentro de ese marco, puede considerarse que esa “amenaza po-
pulista” (o populismos de tercera generación) no sólo se ha desarro-
llado y mantenido dentro del marco democrático procedimental,
sino que su actuar, en los casos en que ha llegado a gobernar, se
inscribe dentro de las coordenadas arriba señaladas.

Conclusiones

A continuación enumero algunos cuestionamientos que quedan abier-


tos para la discusión y que han orientado las reflexiones aquí expues-
tas. En primer lugar, ¿es válido y analíticamente útil denominar como
populistas a los movimientos que en Latinoamérica en el siglo XXI
desafían al statu quo? ¿Puede aceptarse una genealogía política que de
Perón conduzca a Chávez, pasando por Fujimori o Salinas de Gortari?
La respuesta a estas interrogantes no es definitiva, sino que está
sometida, en parte, a condicionantes académicos, pero, sobre todo,

VOX POPULI.indb 310 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 311

a interpretaciones y posicionamientos políticos pues mientras para


unos existe el riesgo de una vuelta al “populismo irresponsable”,
para otros, Latinoamérica asiste a un nuevo ciclo revolucionario,
a un viraje hacia la izquierda definida por la decisión soberana y
democrática de las y los ciudadanos electores. Desde esta perspec-
tiva es que se propone revisar las genealogías, pero sobre todo los
posicionamientos políticos e ideológicos que, contrario a lo que se
afirma en ciertos ámbitos, tienen plena vigencia y actualidad, pues
marcan no sólo alineamientos al interior de las sociedades sino tam-
bién entre países.
Sobre esto, se subraya que el concepto “populista”, en el contex-
to latinoamericano, tiene mayor importancia en el campo político
como instrumento de descalificación de las opciones desafiantes al
statu quo que la capacidad explicativa que pueda tener desde la aca-
demia. En ese sentido, lo populista no es caracterizable de manera
precisa sino que es delineado en el conflicto político y entre adver-
sarios que construyen identidades negativas (no populistas) frente a
propuestas de transformación y redistribución.
El segundo conjunto de interrogantes está relacionado con el
tema de la democracia y parte de retomar un debate que se ha pre-
tendido cerrar pero que cotidianamente regresa a la discusión y es el
siguiente: ¿la democracia debe reducirse a su carácter procedimental
o tiene dimensiones y alcances sociales más amplios? Desde la pers-
pectiva latinoamericana la respuesta es compleja; partiendo de que
provenimos de experiencias traumáticas de autoritarismo y dictadu-
ra, la democracia en su mínima expresión es un avance importante
y sumamente valorado. Sin embargo, no debe perderse de vista que
en la región existen muchos pendientes en las tareas democráticas
mínimas. Si se retoman los criterios de Dahl se encuentran fallas en
la mayoría de los países de la región que incluyen desde la pluralidad
de información, hasta las condiciones de participación, representa-
ción y competencia pasando por la situación de pobreza y extrema
pobreza de millones de personas que limitan sus posibilidades de
ejercer la ciudadanía.

VOX POPULI.indb 311 08/04/13 22:33


312 w Populismo y crítica a la democracia

Es en este contexto en el que han surgido estos movimientos


calificados de populistas y que en su discurso pretenden no destruir
ni atentar contra las democracias sino avanzar en la construcción de
estas democracias, disminuyendo las asimetrías y las exclusiones que
las han caracterizado. ¿Estos movimientos tienen rasgos comunes?
¿Cuáles son esos rasgos y estas características? Son las ciencias socia-
les latinoamericanas las que tienen el reto de cerrar la discusión so-
bre el populismo y construir, desde nuevas perspectivas, una agenda
de discusión sobre estos temas.w

VOX POPULI.indb 312 08/04/13 22:33


Ricardo Sáenz de Tejada w 313

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VOX POPULI.indb 314 08/04/13 22:33
La democracia, el populismo
y los recursos políticos del mercado:
déficits democráticos y neopopulismos1

Luis Daniel Vázquez Valencia

El populismo y su relación con la democracia

La relación entre la democracia y el populismo es multívoca. Se-


guramente se debe a que ni la democracia ni el populismo tienen
una conceptualización específica. De los conceptos democracia y po-
pulismo este último es el más cuestionado en las ciencias sociales.
El populismo tiene una menor construcción teórica —comparado
con la democracia— y una mayor fuente de análisis empírica que
le ha atribuido múltiples características, pero no hay un consenso
respecto de cuáles son accidentales y cuáles, de manera específica,
lo constituyen.2
Por su parte, si bien la democracia tiene un mayor desarrollo teó-
rico y se ha generado cierto “consenso” en los elementos mínimos
de una democracia lo cierto es que aún hay voces discordantes fren-
te a la igualación y limitación de la democracia al modelo liberal,
procedimental y representativo. De hecho existen dos controversias
en torno a la conceptualización de la democracia de donde se des-
prenden distintos modelos:3
1
Es preciso agradecer la lectura de este trabajo y los valiosos comentarios de José
Luis Velasco, Socorro Jacales, Juan Carlos Torre, Julio Aibar, Dante Avaro, Santia-
go Carassale, Ricardo Sáenz, Valeria Falleti, Carlos Durán, Guillermo Pereyra, Luis
Ortiz y Rodrigo Salazar. Por supuesto, el resultado final y sus fallas son responsa-
bilidad del suscrito.
2
Para analizar las distintas estrategias de conceptualización del populismo son úti-
les: Álvarez, 1994; Torre, 1994; Knight, 1998; Lynch, 1999; Weyland, 2001; Santiso,
2001, y Panizza, 2005.
3
Entiendo por modelo una construcción teórica destinada a exhibir y explicar las
relaciones reales que subyacen a las apariencias existentes entre los fenómenos que se

VOX POPULI.indb 315 08/04/13 22:33


316 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

1) Representativa o elitista contra Participativa.


2) Procedimental contra Sustantiva.

Las controversias de la teoría democrática

En la primera controversia (Representativa o elitista contra Parti-


cipativa), el modelo representativo o elitista tiene como principal
autor a Joseph Schumpeter. En Capitalismo, socialismo y democracia,
Schumpeter afirma que la postura clásica de la democracia tiene dos
momentos: a) El pueblo tiene una opinión definida y racional sobre
toda cuestión singular; y b) lleva a efecto esta opinión eligiendo
representantes que cuidarán que esa opinión sea puesta en práctica.
Sin embargo, haciendo una crítica tanto a Rousseau como a los
liberales utilitarios, y a partir de la imposibilidad de determinar la
voluntad general e incluso el bien público, no nos queda más que
invertir el orden de los elementos de la postura clásica de la demo-
cracia. La letra b) pasa a primer plano y la función principal de la
democracia será la de formar gobierno: “la democracia no significa
ni puede significar que el pueblo gobierna efectivamente, en ningu-
no de los sentidos evidentes de las expresiones pueblo y gobernar.
La democracia significa tan sólo que el pueblo tiene la oportunidad
de aceptar o rechazar los hombres que han de gobernarle” (Schum-
peter, 1950: 362). La democracia se vuelve un método: “Método
democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las decisio-
nes políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir
por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo”
(Schumpeter, 1950: 343). Este modelo apuesta a un método de
selección de una elite política cualificada e imaginativa capaz de
adoptar las decisiones legislativas y administrativas necesarias por
lo que tiene como premisas: 1) competencia entre elites y partidos
políticos rivales; 2) dominio del parlamento por los partidos polí-

estudian. Para hablar de modelos de democracia son útiles: Macpherson (1977), Held
(1987) y Lijphart (1999).

VOX POPULI.indb 316 08/04/13 22:33


Luis Daniel Vázquez Valencia w 317

ticos; 3) carácter central del liderazgo político; y 4) una burocracia


independiente y bien formada. Además de Joseph Schumpeter son
representantes de esta corriente: Anthony Downs (1957), Robert
Dahl (1971), y Giovanni Sartori (1987, 1994).
Por otro lado, tenemos el modelo participativo a partir del cual
“la participación en la vida política es necesaria no sólo para la pro-
tección de los intereses individuales sino también para la creación
de una ciudadanía informada, comprometida y en desarrollo: la
participación política es esencial para la expansión más alta y armo-
niosa de las capacidades individuales (Held, 1987: 129). Este modelo
de democracia se puede desarrollar de dos formas: 1) a partir de la
democracia directa, por medio de individuos relacionados y copar-
ticipantes cara a cara (clásica griega y propuesta de Rousseau), o 2)
por referéndum, donde se deciden directamente los problemas sin
reunirse, sino caso por caso, a través de votaciones (Sartori, 1987:
151) con individuos aislados no interrelacionados. Aquí las figuras
representativas son Jean Jacques Rousseau, David Held, Carole Pa-
teman y C. B. Macpherson.
En la segunda controversia el modelo procedimental supone la
ausencia de contenido en la democracia: la democracia es única-
mente un método de votación que no tiene objetivos específicos.
Incluso, del hecho de que las democracias no tengan objetivos es-
pecíficos se sigue que las instituciones políticas tampoco los tengan.
Como observa Giovanni Sartori (1994: 212-217), una constitución
sin declaración de derechos sociales sigue siendo una constitución
mientras conserve la estructura del gobierno que es su parte funda-
mental y cuya finalidad es ser un instrumento de gobierno que limi-
te, restrinja y permita el control del ejercicio del poder político; las
Constituciones sólo son vías que estructuran y disciplinan los proce-
sos de la toma de decisiones de los Estados sin que decidan o deban
decidir qué debe ser establecido o en qué sentido se debe tomar tal
o cual decisión. En este mismo sentido, las poliarquías analizadas
por Robert Dahl (1971) se caracterizan por dos elementos: a) ser
sistemas políticos sustancialmente liberalizados; es decir, abiertos a

VOX POPULI.indb 317 08/04/13 22:33


318 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

debate público, y b) muy representativos, lo que significa que per-


miten la participación ciudadana de forma masiva en las elecciones
y en el propio gobierno. Pero éstas no tienen objetivos específicos,
contenidos específicos.4
Por otro lado tenemos al modelo de democracia substancial que ob-
serva a la democracia no sólo como un método sino como un procedi-
miento que tiene objetivos sociales predeterminados, aunque la prede-
terminación y la relación de los contenidos varían de acuerdo con cada
autor. Por ejemplo, para Rousseau (1762: 17) lo que caracteriza a la
voluntad general no es tanto el número de votos sino el interés común
que los une. Este interés común está determinado por la libertad civil,
enfrentada a la libertad natural, que implica una actuación acorde con
la ley y la igualdad en dos planos: política y económica.5 En esta misma
lógica, Alain Touraine (1994) explica la necesidad de que la democracia
contemple desde su conceptualización objetivos sociales específicos
a fin de evitar su autodestrucción. Touraine analiza que aquellos re-
gímenes democráticos que no satisfacen las necesidades básicas de su
población tienden a la autodestrucción por dos vías: desde arriba por la

4
Hay que hacer algunas aclaraciones: 1) esto es un modelo que representa lo
que la teoría expone como caso puro o extremo; 2) que el modelo procedimental
tenga como premisa que la democracia no tiene sustancia o contenido quiere
decir que no tiene fines específicos (sociales, culturales o de cualquier otro tipo)
independientemente de que los procedimientos o las garantías que validan
esos procedimientos sean en sí mismos un tipo de contenido; 3) que el modelo
de democracia sea procedimental quiere decir que los contenidos o fines de un
gobierno son puestos a debate y a votación cada determinado tiempo y pueden ser
modificados o totalmente cambiados. Sin embargo, es posible que la democracia
realmente existente tenga contenidos o fines predeterminados y estructuralmente
establecidos (por ejemplo, la democracia procedimental y representativa actual tiene
como contenido económico al modelo neoliberal); 4) así, el aspecto procedimental
presenta a la democracia como un sistema abierto, hecho que se pondrá en duda
en el presente trabajo a partir de la existencia de una estructura de poder paralela
al sistema democrático.
5
Explica Rousseau (1762: 28): “En cuanto a la igualdad, no debe entenderse por tal
el que los grados de poder y de riqueza sean absolutamente los mismos, sino que el
primero esté al abrigo de toda violencia y que no se ejerza jamás, sino en virtud del
rango y de acuerdo con las leyes, y en cuanto a la riqueza, que ningún ciudadano
sea suficientemente opulento para poder comprar a otro ni ninguno bastante pobre
para ser obligado a venderse”.

VOX POPULI.indb 318 08/04/13 22:33


Luis Daniel Vázquez Valencia w 319

necesidad de crear regímenes autoritarios, o desde abajo, por revolucio-


nes populares. Otra expresión más de la necesidad de contenido es dada
desde el constitucionalismo italiano por Luigi Ferrajoli (1977, 2001 y
2001a), quien afirma que las obligaciones estatales y los derechos socia-
les establecidos en las constituciones son obligaciones constitucionales
que deben ser observados en la toma de decisiones gubernamentales su-
jetas a sanción en caso de su violación. Finalmente, otra formulación
de la democracia substancial la podemos observar en los últimos tex-
tos de Guillermo O’Donnell (2001 y 2003), donde el autor intenta
pasar de un régimen democrático a un Estado democrático que ofrezca
las condiciones sociales y de crítica tales que permitan la realización de
la libertad individual: perfeccionar la capacidad de agencia.
Tenemos que hay dos controversias que se entrecruzan para for-
mar una matriz que se presenta en el cuadro 1.6

Cuadro 1. Teorías de la democracia.

Representativa o elitista Participativa o directa

Joseph Schumpeter Carole Pateman


Antony Downs C. B. Macpherson
Procedimental
Robert Dahl David Held
Giovani Sartori

Guillermo O´Donell Jean Jacques Rousseau


Substancial
Alain Touraine
Luigi Ferrajoli

De los elementos anteriores, el modelo dominante o imperante es el


modelo procedimental y elitista de democracia. A él me referiré como
la democracia liberal procedimental (DLP). Sin embargo, y pese a sus
características procedimentales, por sí solo el modelo genera expecta-
tivas sociales que lo rebasan como veremos en las siguientes páginas.

6
El cuadro 1 es solamente ilustrativo. Incluyo algunos ejemplos, pero de ninguna
manera pretendo sintetizar el debate entre los diversos modelos de democracia.

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320 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

La relación democracia-populismo

Regresemos al punto de inicio, a la relación populismo y demo-


cracia. Lo primero que debe referirse es la frase común de que
no hay acuerdo en torno a la conceptualización del populismo.
Sin embargo, mi interés es analizar los fenómenos que ahora se
presentan como neopopulismo en Latinoamérica y sólo un seg-
mento de ellos. Luego de la vuelta a la democracia, en lo que fue
conocido como la tercera ola democratizadora en Latinoamérica
de la década de 1980, llegaron al poder una serie de gobiernos
que realizaron reformas neoliberales en la estructura económica
con expectativas intertemporales de crecimiento y distribución
económica a través del mercado. Después de varios años, la in-
tertemporalidad no ha llegado a Latinoamérica, donde se man-
tienen altos índices de pobreza, y aún es la región más desigual
del mundo. Como consecuencia, se han erigido nuevos gobiernos
críticos y reformistas del neoliberalismo, que han sido tildados de
neopopulistas, es el caso del de Hugo Chávez en Venezuela, Néstor
Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Andrés Manuel
López Obrador para el caso de la Ciudad de México y, en menor
medida, Lula da Silva en Brasil.7 Cuando menciono al populismo,
al neopopulismo o a gobiernos populistas en el cuerpo de este tra-
bajo, me refiero a este tipo de gobiernos que mantienen una fuerte
presencia personalista, un tipo de discurso que confronta al statu
quo identificando actores que serán el establishment y apelando al

7
Debo mencionar que existe otro tipo de neopopulismo que fundamentalmente
está de acuerdo con los procesos de estructuración y distribución producidos por
el mercado. Algunos ejemplos son: Carlos Menem en Argentina, Carlos Salinas de
Gortari en México, Collor de Mello en Brasil, Hugo Banzer en Bolivia o Alberto Fujimori
en Perú. Estos tipos de neopopulismo se presentaban como críticos al mercado en
las campañas electorales, pero al ganar las elecciones, viran en torno a la lógica del
mercado aprobando reformas de corte neoliberal (Prud’Homme, 2001; Hermet, 2001
y Santiso, 2001). Estos gobiernos son denominados neopopulistas principalmente por
su estilo político que elevó el poder del Ejecutivo (constituyendo lo que Guillermo
O’Donnell denominó democracia delegativa), adoptando lógicas personalistas y
arbitrarias y generando políticas sociales clientelares (Knight, 1998: 244-245).

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 321

bienestar social o popular y al pueblo en general, pero que tam-


bién tienen tendencias reformistas para llevar a cabo una política
económica que intenta diferenciarse de la neoliberal.
Ahora bien, aquellos autores que caracterizan al populismo
como proceso democratizador lo observan desde los modelos par-
ticipativos y substanciales de la democracia y no sólo desde la DLP.
De hecho, la conformación de una democracia procedimental no
parece estar entre las principales preocupaciones del movimiento
populista clásico ni de los intelectuales de ese momento. Como ex-
plica Octavio Ianni (1972: 116-117), sólo una parte muy restringi-
da de las masas populistas se preocupó por la democracia, mientras
que para la mayoría lo que estaba en juego era la ascensión econó-
mica y social que conformaban el desarrollismo nacional junto con
la remodelación de las estructuras de poder.8 En cambio, el tema
de la democracia recobra gran importancia durante y después de los
regímenes burocrático autoritarios o dictaduras que tuvo Latinoa-
mérica durante las décadas de 1960, 1970 y 1980, y se confronta
con los actuales gobiernos con tintes neopopulistas. En un sentido
semejante Herbert Braun (2001: 215) explica que la democracia y
el mercado se convirtieron en los dos nuevos referentes del discurso
latinoamericano sustituyendo a revolución y Estado.
Quienes afirman que el populismo es profundamente democrá-
tico lo presentan como la primera forma de integración de las masas
en tres campos: el simbólico, el político y el económico (Lynch,
1999; Braun, 2001: 252; y Panizza, 2005: 11). Por ejemplo, para
Gino Germani (1965) —quien realiza un análisis de los populis-
mos clásicos desde un marco teórico construido sobre la moderniza-
ción— los países iberoamericanos han pasado por seis estadios suce-
sivos (independencia, anarquía, autocracia unificante, democracias
limitadas, democracias extensas y democracias totales o revolucio-
nes nacional-populares). En los primeros dos estadios no hubo casi
ningún cambio en la estructura social y ahora se está presentando

8
Véase también Prud’Homme (2001: 43-49).

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322 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

“de golpe” la instauración de democracias limitadas, extensas e in-


cluso totales cuya principal característica es la participación activa
de amplios sectores de la población que se habían mantenido al
margen de la vida política. Con esto se logra una integración en
dos sentidos: la que se efectúa dentro de los medios institucionales
y del régimen político dominante, y la que es comprendida y vivida
como legítima por los grupos movilizados (Germani, 1965: 21).9
No obstante, hay quienes consideran que en realidad este proceso
democratizador se ha exagerado, que la redistribución económica
fue muy limitada y la participación política de las masas siempre fue
restringida por el líder.
En el campo simbólico parece haber consenso en torno a la acep-
tación del populismo como proceso integrador de las masas. Bajo
la lógica de la democracia participativa, Germani (1965: 33-35)
afirma que la libertad e integración de las masas en el populismo
se realizó a nivel de experiencia personal. Se trata de consecuen-
cias concretas en la vida cotidiana de los individuos que pasan de
la acción tradicional a una posibilidad de toma de decisiones en
distintos espacios que se constituyen como públicos: el taller, en las
juntas sindicales; la fábrica, en las negociaciones laborales con el
patrón; las asambleas barriales; los actos masivos, etcétera.10 Para
Germani, el principal motor del apoyo popular es esta experiencia
de participación. En este mismo sentido explica Carlos de la Torre
(1994: 53, 58 y 1996: 68) que las estructuras organizativas populis-
tas otorgaban un sentido de pertenencia a un movimiento, lo que
generaba una identidad basada en aportes simbólicos: el principal
9
El gran problema —que posteriormente retomará Huntington— es que las
instituciones no están preparadas para este tipo de actividad política, aunque, a
diferencia de Huntington, la solución no puede basarse en la disminución de los
procesos de integración. El único régimen político capaz de enfrentar este problema
es precisamente el populismo (Germani, 1965: 25-26 y 29).
10
Una consecuencia inmediata de este fenómeno es el ensanchamiento de la esfera
pública a aspectos de la vida que antes se consideraban dentro de la esfera privada.
También es interesante analizar las experiencias populistas observadas no desde la
elite sino desde la masa, algunos intentos de este tipo los han hecho Auyero (2001)
y Torre (1996).

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 323

efecto del populismo fue el acceso a la dignidad simbólica de ser


alguien, de ser seres humanos en sociedades excluyentes y racistas.
Incluso los líderes populistas adoptan elementos considerados como
inferiores por la cultura dominante y los transforman en símbolos
de dignidad, lo que es visto como una inversión de valores (Panizza,
2005: 26-27).
En el campo político, muy cerca del espacio simbólico y bajo la
lógica tanto de la democracia participativa como de la DLP, se afirma
que el populismo había permitido la conquista de algunos derechos
cívicos como la expansión del voto (Prud’Homme, 2001: 46 y Ger-
mani, 1965: 35). Incluso, afirma Álvarez Junco (1994: 19-20) que los
objetivos que guían al populismo son abiertamente políticos y esta
protección política es mucho más clara que la económica o asisten-
cial: lo que guía al populismo es la bandera de la revolución demo-
crática, de la apropiación del poder por el pueblo.11 Así, a través de la
expansión del voto o de su presencia en el ámbito público, en las pla-
zas, el populismo es democratizante (Torre, 1994: 58). Un elemento
paradójico es que, si bien por un lado, “las masas tienen que poder
adquirir, por medio de los movimientos políticos y de los regímenes
que establecen, un cierto grado de participación efectiva” (Germani,
1965: 32) por otro lado, la participación política de las masas en rea-
lidad se encuentra limitada por los intereses de los líderes (Germani,
1965: 31; Vilas, 1994: 98; Torre, 1996: 68 y Panizza, 2005: 24).
En lo que toca a la redistribución de la riqueza como parte del
proceso de integración y democratización en Latinoamérica, y aho-
ra desde la lógica de la democracia substancial, hay quien afirma
que los populismos jugaron un papel importante pues permitieron
la autonomía nacional, el crecimiento y la redistribución del ingreso
mejorando el poder adquisitivo de los salarios, las reformas agra-

11
De hecho para José Álvarez Junco (1994) el populismo se caracteriza por la
movilización y la organización de las masas además de sus peculiaridades retóricas
y no por los elementos económicos que pueden o no existir a diferencia de Lynch
(1999) para quien el proceso democratizador e integrador económico y político es un
elemento definitorio del populismo.

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324 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

rias y distribución de tierras en algunos casos, el establecimiento de


alquileres congelados, las inversiones en salud pública, educación
y otros aspectos que contribuyeron a mejorar el nivel de vida (Wi-
nocur, 1983: 32; Lynch, 1999; Braun, 2001: 260 y Prud’Homme,
2001: 46). En este sentido, afirma Carlos Vilas (1994: 54-55), se
puede observar la ampliación del espacio de maniobra del dirigente
político populista y un papel de árbitro que conllevan una noto-
ria ampliación del ámbito de intervención estatal en la economía y
en el conjunto de la sociedad. En cambio, para José Álvarez Junco
(1994: 17-18) si bien los dirigentes populistas amplían la oferta de
la protección social, lo cierto es que las reformas “suelen ser muy
moderadas, cuando no completamente etéreas” (en este mismo sen-
tido véase Weyland, 2003).12
Por otra parte, quienes afirman que el populismo es profunda-
mente antidemocrático lo hacen comparándolo con el ideal de la
DLP. Al respecto aducen las siguientes razones: 1) la participación
y los lazos que se generan en el populismo son personalizados y de
carácter clientelar entre el líder y las masas por lo que sus principios
de representación son contrarios a la lógica de la DLP, ya que no
se producen por medio de derechos individuales de expresión, de
organización o del mero ejercicio del voto (Germani, 1965: 33; Ál-
varez, 1994: 26-27; Torre, 1994: 58; y Panizza, 2005: 18).13 Incluso
los actos públicos y masivos —así como la aclamación del líder y la
ocupación de espacios públicos en su nombre— son más impor-
12
El aspecto de la integración económica se encuentra cuestionado de forma tal
que incluso, para analizar el fenómeno del populismo clásico y el neopopulismo, se
propone una definición que deje fuera a la política económica y analice únicamente
al populismo como estilo político que implica un lazo cercano, entre los líderes y los
dirigidos, asociado con una rápida movilización y un periodo de crisis. Parte de este
debate se encuentra en Knight (1998), Lynch (1999) y Weyland (2003).
13
Para quienes consideran las movilizaciones de las masas más cerca de la
irracionalidad y el apasionamiento, el principal hecho que les explica el populismo es
el carisma y la acción discursiva del líder, como observa Gino Germani o Kurt Weyland.
En cambio, quien cree que las masas actúan con racionalidad pone mayor atención
en el fenómeno del clientelismo y en el aparato que sostiene las movilizaciones,
como observa Carlos de la Torre (1994: 52). En ambos casos se trata de formas de
representación ajenas a las propuestas por la DLP.

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 325

tantes que los derechos de ciudadanía inherentes a la DLP (Torre,


1998: 87); además de que en el populismo se generan relaciones
clientelares a partir de un fenómeno de ciudadanía abigarrada y no
de derechos sociales ciudadanos (Prud’Homme, 2001: 58-59 y To-
rre, 1998: 93). 2) Su retórica discursiva implica una constitución
del pueblo como totalidad por lo que quienes no lo constituyen se
convierten en el enemigo y el enfrentamiento será total sin posi-
bilidades de compromiso o de diálogo. Incluso se extrapola el po-
pulismo como una forma más de totalitarismo. Así, el populismo
rompe con uno de los principios de la DLP: el reconocimiento e
inclusión del otro (Torre, 1994: 44-48, 58; 1996: 67-68; 1998: 90;
y Panizza, 2005: 28-30). 3) Porque el liderazgo personalizado y el
tipo de movilización de masas puede generar lógicas de acción auto-
ritaria (Álvarez, 1994: 28), el populismo lo mismo puede significar
un asambleísmo tendiente a disolver todas las instituciones estatales
en organismos populares de máxima transparencia y participación
que la instauración de la dictadura de un hombre o una minoría
con el objetivo de realizar una revolución igualitaria (Álvarez, 1994:
14).14 Además, los movimientos populistas se han caracterizado por
tener tendencias autoritarias que limitan los derechos individuales
—como la libertad de expresión (Germani, 1965: 35)— y ponen
en riesgo el Estado de derecho (Panizza, 2005: 29). 4) O simple-
mente porque “los verdaderos populistas [...] los más agresivos [...]
ambicionan minar del todo a la democracia representativa con el fin
de sustituirla por una democracia plebiscitaria o por una dictadura
franca y abierta” (Hermet, 2001: 20).

14
Si bien el populismo puede conducir al fascismo, como sucedió en España, esto
no necesariamente debe ser así en otros casos. Cuando lo que se impone es el
reforzamiento del Estado existe la posibilidad de un radicalismo pequeño-burgués de
derecha que conduzca a un fascismo pero cuando lo fundamental es la integración
del pueblo en el cuerpo político a través de la igualdad social estaremos frente a la
construcción de un estado de bienestar a partir de un radicalismo pequeño-burgués
de izquierda (Álvarez, 1994: 36) que puede desembocar en lo que Winocur (1983)
denomina régimen de nuevo tipo (democrático, antiimperialista y con reforma agraria).

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326 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

Una propuesta para entender


la relación democracia-populismo

Cuando se compara el populismo con la democracia para determi-


nar su contenido democrático o autoritario, se utiliza el modelo de
democracia liberal procedimental representativo. Más aún, cuando
se compara el populismo con la DLP se le confronta realmente con
un modelo ideal de DLP y no con la DLP existente. En efecto, el
ideal de la DLP dista de la realmente existente, particularmente en
un punto: la posibilidad de inclusión. El supuesto de inclusión de
todos los sectores sociales está lejos de ser verdad en la DLP exis-
tente, que presenta diversas formas de exclusión (simbólica, política
o económica) que generan la crisis de representación que, a su vez,
abre la puerta al populismo.
Así, la diferencia ubicada a nivel discursivo y simbólico de la
construcción del pueblo y el otro en el populismo que se presenta
como profundamente antidemocrática, cuando se le confronta con
la DLP realmente existente, comienza a diluirse. En este sentido,
explica Panizza, en la sociedad moderna global, el populismo gene-
ra preguntas no sólo a quienes se quieren apropiar de la totalidad
del espacio político del poder, sino también a los que pretenden
subordinar dicho espacio a razones tecnocráticas y a los dictados del
mercado (Panizza, 2005: 30).
Una posible solución para entender la relación populismo-de-
mocracia proviene de la comparación del populismo realmente exis-
tente con la democracia realmente existente, abriendo el concepto de
democracia al resto de los modelos propuestos y viendo al populis-
mo y a la democracia no como dos polos de un continuo, sino como
dos fronteras borrosas debidas a tres conceptos borrosos: populismo,
democracia y soberanía popular. Con base en estos elementos, Car-
los Vilas (1994: 97-99) observa que la frontera entre lo democrático
y el populismo no es clara ni rígida. “El populismo articula ingre-
dientes democráticos y autoritarios: ampliación de la ciudadanía,
recurso a procedimientos electorales, pluripartidismo, extensión de

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 327

la participación social y política, junto con: control vertical de las


organizaciones sociales, reducción del espacio institucional para la
oposición, promoción de un sistema político ampliado y al mismo
tiempo excluyente”.
En sentido semejante, Carlos de la Torre (1994: 58; 1996: 63;
y 1998: 87) explica que la incorporación de los sectores excluidos,
ya mediante la expansión del voto o a través de la integración
simbólica y política, era un rasgo democratizante del populismo,
aunque esta incorporación se dio a través de movimientos heteró-
nomos que se identifican acríticamente con líderes carismáticos
muchas veces autoritarios. En la medida que el régimen oligárqui-
co era ideológicamente liberal y excluyente, el populismo era anti-
liberal, pero también era una fuerza integradora y democratizado-
ra fundamental al ampliar las fronteras y formas de participación.
Así, la relación populismo-democracia puede ser vista como
una serie de encuentros y desencuentros.15 El populismo se con-
vierte en la contraparte de la DLP a partir de la negación siste-
mática de los derechos sociales básicos de la población y, en con-
secuencia, los problemas de redistribución,16 que si bien la DLP
por sí sola no está institucionalizada para solucionar, sí genera la
expectativa de solución a partir de los principios de soberanía po-
pular y decisión mayoritaria. Como observa Diego Reynoso, se
vislumbra en Latinoamérica un “desencanto con la democracia”:
la satisfacción con la democracia llegó a caer por abajo del 10% en
Argentina, del 20% en México, y en Brasil llegó a estar por abajo
del 30%. Esto presumiblemente se debe a que desde el inicio de
las diversas transiciones a la democracia, la situación económi-
ca de los ciudadanos latinoamericanos no ha mejorado tras dos

15
Ésta es la propuesta dada en el Seminario de Investigación Buen Gobierno,
Populismo y Justicia Social, desarrollado a lo largo de un año en FLACSO-México y
apoyado financieramente por el Conacyt y del cual este texto es consecuencia.
16
Este problema fue analizado por Torcuato di Tella (1965: 39-45) bajo la aparición de
varios síndromes: el efecto demostración, la revolución de aspiraciones, la generación
de grupos incongruentes y la formación de coaliciones populistas.

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328 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

importantes procesos recesivos.17 Por ello, en México al 67% de


la población encuestada no le importaría tener un gobierno no
democrático si éste pudiera resolver los problemas económicos,
mientras que en Argentina el 46%; en Brasil, el 54%, y en Chile,
el 45% de la población opinan igual (Reynoso: 11-13).
De esta forma, el populismo hace de catalizador de ciertas ne-
cesidades, malestares y descontentos sociales ingresándolos en el
campo político cuando los constituye en demandas. Explica Guy
Hermet (2001: 31) que: “El público de los populistas modernos
reúne a todos aquellos que han perdido esta creencia en la que se
basa la cláusula central del contrato político; es decir, la que obliga
a cualquier régimen a preservar la continuidad de la comunidad
colocada bajo su protección, así como el destino personal de cada
uno de sus miembros y de sus descendientes”;18 a la par, Javier San-
tiso (2001: 237) explica que el principal problema de la DLP y del
modelo económico neoliberal es que se encuentra bajo un fuego
cruzado de dos temporalidades: la de un pasado —populista y pa-
ternalista— que se presenta como imposible, pero la de un futuro
todavía improbable. En este sentido, el populismo es la reacción
esperable y espejo permanente de una DLP que no realiza proce-
sos de redistribución económica en medio de tensiones constantes
entre la política y el mercado.19

17
La crisis de la deuda en la década de 1980 y los efectos samba y tequila en la
de 1990, junto con la crisis argentina del 2001 a partir de los diversos cambios de
sentido de los flujos de capital. Al respecto son útiles Boyer (1999); Dos Santos
(2004); Griffith-Jones (2000); Moguillansky y Bielschovsky (2000); Solomon (2000);
y Stallings y Pérez (2000).
18
La idea del rompimiento social como fuente primigenia del populismo a partir de
la desigualdad y la incertidumbre en la vida cotidiana aparece en: Hermet (2001);
Prud’Homme (2001); Santiso (2001) y Panizza (2005).
19
Otra forma de relación DLP-populismo se deriva de los formatos que han tomado
las campañas electorales, de las ya conocidas promesas de campaña, el papel que
juegan los medios de comunicación, especialmente la televisión (aunque el uso de
medios masivos de comunicación —como la radio— ya eran parte de una estrategia
del populismo clásico), la personificación de los líderes en las elecciones, extrañamente
tanto en las democracias presidenciales como en las parlamentarias, a partir de la
conformación de los partidos “cacha todo” (Kirchheimer, 1966; Weber, 1991 y

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 329

Las expectativas sociales creadas por la DLP:


el control poliárquico electoral

En la DLP existente tenemos varias formas de control político y


económico de la toma de decisiones gubernamentales de las cuales
aquí se analizan dos: los presupuestos de la responsabilidad política,
accountability, control poliárquico-electoral o control proveniente
del voto (cuadro 2 BIII); y los recursos político-económicos prove-
nientes de mercado (cuadro 2 C-II).

Cuadro 2. Tipo de control de las decisiones


gubernamentales.
A. Político institucional formal I. Estado de derecho
(pesos y contrapesos) s II. Organización institucional
u horizontal s

Formas de control B. Responsabilidad política, I. Análisis del votante


y responsabilidad poliárquico-electoral, II. Cultura política
s
s

s
s

gubernamental accountability o vertical III. Presupuestos de la


responsabilidad política

C. controles político-económicos, I. Control político
provenientes de los proveniente de la acción
s
s

poderes fácticos colectiva


II. Control político-económico
proveniente del mercado

Considero que los recursos político-económicos procedentes del mer-


cado y otorgados a los principales actores de éste, así como las pautas de
distribución económica generadas por el propio mercado, constituyen
parte importante de las fallas de representación de la DLP que abren las
puertas al populismo. En esta sección me ocuparé de los presupues-
tos de la responsabilidad política que se desprende del voto, y en la
siguiente estudiaré los controles político-económicos provenientes

Hermet, 2001: 28-29) y de la consiguiente disminución ideológica de los propios


partidos en busca del votante mediano. Sin embargo, esta segunda relación no será
parte de mi reflexión.

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330 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

del mercado con el objetivo de analizar las restricciones económicas


a las expectativas generadas por la democracia liberal procedimental.

El andamiaje del control poliárquico-electoral,


responsabilidad política o control político proveniente del voto

El control poliárquico-electoral genera grandes expectativas sociales


pese a tratarse de un modelo de democracia sólo procedimental. La
elección de un gobierno por el voto mayoritario, aunado a la posibi-
lidad de sancionarlo o premiarlo en una segunda elección, simboliza
la esperanza de que dicho gobierno tome decisiones públicas que be-
neficien al mayor número a fin de conseguir el voto en la siguiente
elección. El mayor bien para el mayor número es la expectativa que
se formaliza como el control poliárquico-electoral de la democracia.
El éxito del control poliárquico-electoral tiene una importante con-
secuencia: la primacía de la democracia representativa sobre la demo-
cracia directa no degenera en nada el principio de gobierno popular
cuyo elemento principal es la actuación a favor de los votantes. Sin
embargo, el éxito del control poliárquico-electoral depende del cum-
plimiento de sus presupuestos, hecho que puede fallar.
El principal modelo con el que se ha analizado el control poliár-
quico-electoral es el del mercado donde los votantes son los consu-
midores y los políticos son los productores. Uno de los principales
representantes de la teoría económica de la democracia es Anthony
Downs, quien basa su modelo en dos hipótesis principales: 1) los
partidos aspiran a maximizar sus votos, y 2) los ciudadanos se com-
portan racionalmente en política (Downs, 1957: 324). Hay cuatro
actores principales con fines específicos en el modelo: 1) el gobierno
que trata de maximizar su base de apoyo político para conseguir la
reelección, ya del individuo, ya del partido; 2) la oposición cuyo ob-
jetivo es conseguir el poder político en la siguiente elección;20 3) el
20
La principal motivación, tanto del partido en el gobierno como de la oposición,
para buscar los puestos gubernamentales se encuentra en la renta, la celebridad y
el poder que se desprenden de dichas posiciones y, por ende, los partidos buscan

VOX POPULI.indb 330 08/04/13 22:33


Luis Daniel Vázquez Valencia w 331

votante que busca maximizar su bienestar a través del voto; y 4) los


grupos de intereses que son líderes empeñados en que el gobierno
adopte alguna medida concreta que le beneficia haciendo ver que
representan a los votantes.
Ahora bien, se han planteado dos modelos del control poliárqui-
co-electoral: el retrospectivo, control o accountability, y el prospec-
tivo, mandato o responsiveness. El primero supone que las elecciones
sirven para hacer responsables a los gobiernos de sus acciones pa-
sadas y funciona como medio de evaluación y control (Key, 1966;
Fiorina, 1981; Dunn, 1999; Ferejohn, 1999; Laver y Shepsle, 1999;
Przeworski, Manin y Stokes, 1999; Manzano, 2002; y Fearon,
1999). En el segundo, las elecciones sirven para escoger buenas po-
líticas o políticos asociados con las mismas (Stimson, 1999; Fearon,
1999; Przeworski, Manin y Stokes, 1999; y Manzano, 2002). In-
dependientemente de cualquiera de los dos mecanismos de control
poliárquico-electoral ambos requieren —para su éxito— el cumpli-
miento de tres premisas: la existencia de dos o más opciones distin-
tas para elegir (no se puede premiar y castigar si todos los partidos
políticos ofrecen lo mismo); un votante racional bien informado, y
la existencia de elecciones libres. Los primeros dos supuestos son “el
talón de Aquiles” de la responsabilidad política.

El primer fallo del modelo:


la existencia de dos o más opciones programáticas

El primer gran problema que enfrenta la responsabilidad política es


la existencia de dos o más opciones programáticas a fin de que el vo-
tante racional e informado se encuentre en posibilidad de comparar
y sancionar al partido que no haya cumplido con sus expectativas.

exclusivamente la maximización de sus votos para arribar al poder. “El principal


motivo impulsor de los miembros de los partidos es el deseo de obtener las ventajas
derivadas del poder; su política constituye, pues, un medio de asegurarse el poder en
lugar de ser éste un medio para llevar a cabo programas previos a su consecución”
(Downs, 1957: 319).

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332 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

En materia de política económica, se observa que los partidos políti-


cos, al unificar sus ideologías, en un claro desplazamiento histórico
hacia la derecha, lo que pone en crisis la existencia de dos o más
opciones. Cuando me refiero a un desplazamiento histórico hacia la
derecha pienso no en la posibilidad de reforma de un modelo, sino
en la existencia de dos o más modelos económicos compitiendo:

Cuadro 3. Contínuo ideológico.

Capitalismo Socialismo Anarquismo

Neoliberalismo Keynesianismo Social democracia Socialismo revolucionario

Tercera vía

Equilibrio óptimo de pareto Sociedad socialista Comunidad anarquista

Lejos de tener dos o más opciones programáticas, el actual de-


bate ideológico se encuentra entre la tercera vía y el neoliberalismo,
dejando fuera hasta al keynesianismo dentro del modelo de política
económica capitalista. Así: 1) los gobiernos han realizado reformas
neoliberales, aun cuando en campaña proponen o generan expec-
tativas de políticas económicas alternativas; 2) se ha observado un
desplazamiento hacia la derecha del espectro izquierda-derecha en
los modelos económicos que ha dejado fuera, incluso del debate, al
socialismo y al anarquismo y ha desplazado casi completamente al
keynesianismo; y 3) se observa una constante unificación ideológica
en las opciones partidistas.
La tendencia a la unificación ideológica y programática de los
partidos políticos tiene varias explicaciones; por ejemplo, para
Otto Kirchheimer (1966) después de la Segunda Guerra Mundial
los partidos políticos se convirtieron en partidos “cacha todo”; es
decir, comenzaron a caracterizarse por abandonar la formación de
cuadros intelectuales, el enfocarse a la escena electoral y por ende

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prefirieron la efectividad en la audiencia y en el éxito electoral,


aunque el autor no explica cuáles serían las causas de este cambio
en los partidos políticos.21 En este mismo sentido Max Weber, en
La política como vocación, observó el mismo proceso de desideo-
logización provocado, de acuerdo con él, por la universalidad del
voto. Explica Weber que la competencia electoral ha desembocado
en la formación de funcionarios públicos y funcionarios políticos.
Estos últimos conforman a los políticos profesionales que “tratan de
conseguir el poder mediante el vulgar y ‘pacífico’ reclutamiento
del partido en el tráfico electoral”. Se desarrollan los partidos y
los sistemas de partidos que conllevan el caucus-system; es decir,
la formación de inmensos aparatos en apariencia democráticos
que establecen una agrupación en varios suburbios, de manera
burocrática, manteniendo el derecho de cooptación a la vez que
mantienen un instrumento de mediación y promoción política del
partido. Las explicaciones de Kirchheimer y Weber van de la mano
del fenómeno del votante mediano analizado desde la teoría de la
elección social. Finalmente, una tercera explicación es de Adam
Przeworski, para quien el movimiento socialista tuvo que decidir
entre perseguir el avance del socialismo dentro o fuera de las insti-
tuciones existentes en la sociedad capitalista, buscar al agente de la
transformación socialista exclusivamente en la clase trabajadora o
confiar en el apoyo de las diversas clases y buscar reformas, mejo-
ras parciales, o dedicar todos los esfuerzos y energías a la total abo-
lición del capitalismo (1980: 14). En este proceso de decisiones,
los partidos socialistas se vieron obligados a minar la organización
de los obreros como clase, los compromisos en materia económica
se hicieron posibles bajo el capitalismo, estos compromisos bajo

21
Este cambio tuvo importantes repercusiones: una drástica reducción del bagaje
ideológico; la consolidación de nuevos líderes que eran juzgados a partir de su eficacia
en las elecciones más que en su identificación con las metas de la organización; la
degradación del papel de los miembros individuales del partido; minimizar el anterior
énfasis en los conflictos de clase buscando ampliar su clientela política, y, finalmente,
asegurarse acceso a una variedad de grupos de interés para lograr su financiamiento
en campaña y su inversión una vez en el gobierno.

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334 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

el capitalismo redujeron la capacidad reformista del movimiento


socialdemócrata y las reformas logradas no fueron irreversibles ni
acumulativas.
El punto destacado es la inexistencia de dos o más opciones
programáticas en política económica para elegir. Al respecto, Nor-
bert Lechner (1996: 71) opina que “los partidos políticos se han
quedado sin discurso en tanto interpretación global que permita
ordenar la realidad en un panorama inteligible y estructurar la
diversidad de intereses y opciones en torno a algunos ejes básicos.
Carecen no sólo de discurso ideológico sino igualmente de dis-
curso programático en tanto propuesta de futuro” provocando un
vaciamiento de la política que ya no escenifica las grandes alterna-
tivas acerca del desarrollo nacional; ahora, las divergencias se des-
migajan en múltiples microdecisiones tomadas ad hoc (Lechner,
1995, 1996 y 1996a; y Mouffe, 1993 y 1995). En este sentido, te-
nemos que el modelo de mercado político no es libre-competitivo
sino oligopólico, y “cuando hay tan pocos vendedores no necesitan
responder, y no responden, a las demandas de los compradores
igual que debe hacerlo un sistema plenamente competitivo. Pue-
den fijar los precios y establecer la gama de mercaderías que se van
a ofrecer” (Macpherson, 1977: 108).

El segundo fallo del modelo:


la información imperfecta

En general se han propuesto tres niveles de responsabilidad políti-


ca: la individualizada de cada representante, la del partido basada
en sus propias acciones, la del partido basada en las condiciones
económicas del votante: ¿qué necesitan saber los votantes para
actuar informadamente y lograr responsabilizar políticamente a
los partidos?

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 335

Cuadro 4. Nivel de información necesaria para que


funcione el control poliárquico-electoral

Responsabilidad individual Responsabilidad por partido Responsabilidad por partido


basado en acciones basado en condiciones
económicas

1 Conocer el nombre de los 1 Conocer el partido que 1 Saber si actualmente está


representantes (diputado gobierna y cuáles son las mejor o peor que en el
local, diputado federal, sena- acciones que ha tomado. gobierno anterior.
dor, presidente, integrantes 2 Que existan y distinguir las 2 Que existan y distinguir
del municipio, etc.) a partir distintas opciones las distintas opciones
del sistema de gobierno en programáticas. programáticas.
específico. 3 Conocer cómo le afectan 3 Conocer el programa o
2 Conocer el partido al que o le benefician las decisiones plataforma electoral de los
pertenecen. tomadas. partidos que compiten.
3 Que existan y distinguir 4 Recordar el comportamiento 4 Poder discernir cuál de
las distintas opciones de los partidos opositores en las plataformas electorales
programáticas. los periodos en que fueron le beneficiará más y cuál
4 Conocer las diversas gobierno o saber cómo se menos.
decisiones que se tomaron en comportan en las entidades
el órgano en que participó su locales donde sean gobierno
representante. en ese momento.
5 Conocer el sentido del voto 5 Conocer el programa o pla-
de su representante en cada taforma electoral del partido
decisión. de gobierno y de los partidos
6 Saber cómo le perjudica y de oposición.
cómo le beneficia cada deci-
sión tomada en particular.
7 Conocer el nombre de sus
opciones en la elección por
venir.
8 Conocer las plataformas
partidistas de cada una de las
opciones mencionadas.

Como se observa a primera vista, difícilmente puede lograrse


con éxito el control poliárquico-electoral cuando se necesita que
cada votante tenga estos niveles de información. Anthony Downs
lo sabía y construyó toda una tipología de votantes a partir de su
contexto informativo, de tal tipología vale la pena subrayar dos cate-
gorías: los votantes susceptibles de influencia que no tienen opinión
—han llegado a decisiones inseguras favorables a algún partido, o

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336 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

han llegado a la conclusión insegura de que no existe diferencia


notable entre los partidos actuales o entre el gobierno actual y sus
predecesores—, y los votantes no susceptibles de influencia que han
llegado a definir su preferencia de voto —son indiferentes respecto
a todos los partidos, siempre votan por el mismo partido, o siempre
se abstienen de votar por creer que las diferencias entre los partidos
son nulas. El hecho de que existan votantes susceptibles de influen-
cia implica que tanto el gobierno como los partidos de oposición
buscarán el cambio de umbral de un tipo de votante a otro. Esto
se logra a través de la creación del ambiente contextual que de en-
trada es incierto: los partidos presentan medios para arribar a un
fin más amplio pero el votante no sabe, a ciencia cierta, cuál de los
medios que le presentan llegará al fin que él pretende. Se posibilita
el liderazgo entendido como “la capacidad de mover a los votantes a
adoptar ciertas opiniones como propias” (Downs, 1957: 93).
Un problema al que se enfrenta el éxito del control-poliárquico
electoral es la existencia de información incompleta. Downs obser-
va que muchos de los ciudadanos que votan carecen de suficiente
información, ya que los sujetos racionales, por falta de incentivos,
adquieren únicamente una cantidad limitada de ella antes de efec-
tuar sus elecciones y que preferentemente la información es gratuita
y sesgada. Tenemos, entonces, una importante contradicción: “los
ciudadanos racionales desean que la democracia funcione bien para
conseguir sus beneficios, y funciona de manera óptima cuando todos
están bien informados, pero a nivel individual es irracional estar bien
informado y lo más probable es que utilice únicamente el flujo de
información gratuita que se recibe con motivo de actividades no polí-
ticas” (Downs, 1957: 264-265). Como observa José Maravall (1999:
159) la información incompleta produce distorsiones en información
y monitoreo que dificulta el establecimiento de conexiones causales
entre las acciones de los políticos y los cambios en su entorno.
Otro problema al que se enfrenta el éxito del control poliár-
quico-electoral es la información manipulada. Esto sucede de dos
formas. En la primera, la existencia de información asimétrica pro-

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 337

duce distorsiones en información y monitoreo que permiten a los


políticos manipular sus ventajas informativas a partir de los accesos
privilegiados a vastas áreas de políticas sobre los votantes: los polí-
ticos pueden influenciar la opinión pública y no sólo responder a
ella. Los políticos pueden manipular las preferencias ciudadanas y
obtener un margen de autonomía en la administración pública, lo
cual logra construirse a partir de las mediaciones entre la formación
del poder público y la implementación de la toma de decisiones.
En este mismo sentido, explica Chantal Mouffe: “El poder [...] no
debería ser concebido como una relación externa que tiene lugar
entre dos identidades preconstituidas, sino que es el poder el que
constituye esas mismas identidades” (Mouffe, 1993: 191).22
La segunda forma de manipulación se debe a que, frente a los
costos de adquirir información, los sujetos racionales compran sólo
una cantidad limitada de información antes de efectuar sus eleccio-
nes y la información obtenida toda es sesgada, ya que el informador
selecciona para sus clientes sólo algunos datos disponibles (Downs,
1957: 223). Incluso, debe destacarse que “los medios de comunica-
ción se hallan en muchas democracias en manos o dominados más
por los intereses de los grupos de renta elevada que por los grupos
de renta baja, los ciudadanos pertenecientes a éstos son los que con

22
La autonomía gubernamental respecto de sus votantes se logra mediante
diversas estrategias para generar los discursos legitimadores que permitan manipular
la opinión pública y actuar en contravención de sus plataformas electorales, sus
promesas de campaña o de las directrices constitucionales: 1) una estrategia es
conciliar políticas públicas determinando los contenidos de la agenda y opacando
temas a través de acciones o no-acciones, 2) otra es transformar políticas impopulares
en políticas aceptables mediante: la presentación de la política impopular, no como
una trasgresión, sino como una regla de excepción a los mandatos electorales, la
cual se debe al cambio en las condiciones; tratar de aparecer como responsable al
aplicar políticas que conllevan riesgos electorales; o contrarrestar la impopularidad
con justificaciones y políticas de compensación (Maravall, 1999: 177), 3) otra
estrategia consiste en generar la idea de que la ejecución gubernamental no es
únicamente atribuible al gobierno, que éste lo hizo lo mejor que pudo y que otros
cursos alternativos de acción hubieran tenido un peor desenlace (v. g. “la herencia
recibida” o la “promesa de la luz al final del túnel”), 4) y una más es la popularidad
del gobierno elegido frente a la impopularidad de la oposición donde el descrédito
incrementa la autonomía del gobierno.

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338 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

mayor probabilidad recibirán datos seleccionados de acuerdo con


principios discrepantes de los suyos” (Downs, 1957: 253). Así, en
principio, los medios de comunicación están dentro de la lógica
del capitalismo a la vez que las empresas no comprarán espacios
publicitarios en un medio que se muestre renuente o directamente
contrario al capitalismo o a los factores reales de poder dominantes
en un contexto nacional determinado. Una conclusión importante
de la manipulación de la información es que no se puede tomar a las
preferencias y a los votantes como variables exógenas para analizar
el cumplimiento con éxito del control poliárquico-electoral, nece-
sariamente deben analizarse como variables endógenas al modelo
(Maravall, 1999).
Un punto a subrayar es que estos problemas de información
impactan de forma desigual en distintos sectores poblacionales.
Al efecto, observa Downs, los ciudadanos mejor informados “son
aquellos cuya renta es afectada directamente por ella, es decir, aque-
llos que obtienen su renta del sector al que afecta la política en
cuestión” (Downs, 1957: 322). Los grupos de renta más elevada
tendrán mayores incentivos y recursos para informarse y actuar de
conformidad con sus propios intereses, mejor acceso a los flujos in-
formativos y buscarán influir en más decisiones políticas porque su
actividad o maximización de la utilidad depende de la toma de de-
cisiones. Hay, pues, una desigualdad en la división social del trabajo
que conlleva una desigualdad en la información, que implica una
desigualdad en la capacidad de influencia y, finalmente, se concreta
en una desigualdad del poder político.
De esta guisa tenemos que, por un lado, se da por hecho que
tanto el partido en el gobierno como los partidos de oposición bus-
can el voto de los electores de manera directa, por lo que buscarán el
bien máximo para el mayor número. Sin embargo, y a partir de los
conflictos de la información imperfecta, sabemos que pueden bus-
car el apoyo electoral de forma indirecta a partir de la función que se
da a los poderes fácticos. En efecto, Downs explica que “el gobierno
sabe que quizá perderá el voto de A si favorece a B, pero también

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sabe que la colaboración de B maximizará su oportunidad de conse-


guir el apoyo de los perplejos C y D. En consecuencia está dispuesto
a tirar a A por la borda, si con ello puede contar con el apoyo de
B” (Downs, 1957: 100), donde A puede ser un elector cualquiera
o un movimiento social, B un grupo empresarial y C y D dos elec-
tores influenciables. En otras palabras, el mercado político lo que
hace es registrar y responder únicamente a la demanda efectiva; es
decir, a aquella que cuenta con capacidad adquisitiva suficiente para
respaldarla. Si, como vemos, la capacidad adquisitiva se encuentra
en el manejo de medios, financiamiento de campañas y estabilidad
económica y no en el voto, difícilmente el proceso democrático será
igualitario tan pronto como haya una importante desigualdad de
riquezas y de oportunidades.23

La irresponsabilidad política

Al fallar dos de los presupuestos del control poliárquico-electoral


—las dos o más opciones programáticas y la información del votan-
te— se hace improbable el funcionamiento exitoso de dicha forma
de control. La responsabilidad política es un argumento con pro-
posiciones copulativas. Veamos estas premisas: 1) hay individuos
racionales que tienen la información suficiente para someter a res-
ponsabilidad política a los gobernantes, 2) hay más de dos opciones
para elegir, 3) hay un sistema de elección por medio del voto que
da una distribución igualitaria a los ciudadanos. La conclusión es
que hay responsabilidad política (mayor beneficio para el mayor
número). Para que la conclusión sea verdadera las tres proposiciones

23
A diferencia de este planteamiento, Douglas Arnold (1993) concluye que si bien
el control poliárquico-electoral exige un nivel de información que el grueso de los
votantes no tiene, por lo que su funcionamiento con éxito se vuelve improbable,
el hecho de que existan informadores y socializadores de la información permite
ajustar las imperfecciones de la información. En cambio, yo planteo que estas
deficiencias de información y la existencia de los cuerpos que Douglas menciona
lejos de perfeccionar el control poliárquico-electoral, lo que hacen es trasladar dicho
recurso político de los ciudadanos a los factores reales de poder.

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340 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

deben ser verdaderas, al fallar dos de los presupuestos se complica el


funcionamiento con éxito del control poliárquico-electoral.
Hasta aquí nada nuevo, ya varios autores antes habían conclui-
do que las elecciones no garantizan el control poliárquico-electoral
—prospectivo o retrospectivo— por su propia lógica interna
(Przeworski, Manin y Stokes, 1999), porque no se analiza al votan-
te como variable endógena del modelo (Maravall, 1999), porque
los datos empíricos en los análisis retrospectivos muestran fallas del
control (Warren y Stokes, 1963; Bernstein, 1989) y en este mismo
tipo de análisis los estudios de votantes con perfil económico mues-
tran irregularidades o no son concluyentes (Przeworski, Stokes y
Buendía, 1996; y Przeworski y Cheibub, 1999) o porque los datos
empíricos de los análisis prospectivos indican que los gobiernos no
siempre se ciñen al mandato (Stokes, 2001). El elemento novedoso
que propongo es analizar como problemática de la representación
y del éxito del control poliárquico-electoral la existencia de otras
formas de control de las decisiones gubernamentales que escapan a
los estudios que enfocan —con lupa— la democracia en las eleccio-
nes. Particularmente poner atención al control político-económico
proveniente del mercado como fuente de irregularidad en la repre-
sentación de la democracia liberal procedimental.

Los límites establecidos por el control


político-económico proveniente del mercado

El andamiaje institucional del control proveniente del mercado

De las diversas formas de control sobre las decisiones guberna-


mentales, que quedaron antes mencionadas, el control políti-
co-económico proveniente del mercado es uno más que afecta
el cumplimiento de las expectativas económicas generadas por
la DLP provocando una crisis de representación y abriendo las
puertas a gobiernos populistas. Como observa Kevin Farnsworth

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 341

(2000), los actores capitalistas juegan un papel importante en la


toma de decisiones, influenciando así a quienes deciden pública-
mente y participan directamente dentro de las instituciones esta-
tales. La forma en que los poderes fácticos24 contribuyen a la toma
de decisiones es mediante el ejercicio, o amenaza del ejercicio, de
sus recursos políticos.25 En principio, el cabildeo se ha establecido
como una forma cotidiana de hacer llegar las demandas a quienes
deciden y de expresar, explicitar y clarificar las posturas de los po-
deres fácticos. Sin embargo, las capacidades de realizar un cabildeo
fructífero dependen de los recursos políticos que el poder fáctico
en cuestión tenga para amagar la negociación.
Este tipo de expresión del poder coloca en primer plano la ca-
pacidad de agencia a partir de los recursos políticos que el poder
fáctico tenga y de la realización del cabildeo necesario, pero esto no
implica una determinación estructural del ejercicio de poder. La ha-
bilidad estructural aparece cuando el capital puede ejercer influen-
cia en la toma de decisiones también a partir del uso o de la amenaza
del uso de sus recursos políticos, incluso sin ejercer presión de forma
directa a través del cabildeo. Este segundo es el poder estructural
conceptuado por Farnsworth (2000) como “la posibilidad y habili-
dad del capital para conseguir sus metas sin necesitar recursos de ac-
ción directos por sus agentes” (Farnsworth, traducción libre: 101).
Uno de los elementos que diferencia a los poderes fácticos son
los distintos tipos de recursos políticos que ostentan. Por ejemplo,
los ciudadanos cuentan con el voto como recurso político; los mo-
vimientos sociales, con la acción colectiva. En este estudio nos inte-
24
Identifico a los poderes fácticos o factores reales de poder como aquellas fuerzas
sociales organizadas que tienen la capacidad de influir en la toma de decisiones
públicas (Vázquez, 2004: 69).
25
Los recursos políticos son los mecanismos para influir en la toma de decisiones
gubernamentales que implican una coacción al Estado (Vázquez, 2004: 69).
Siguiendo a Robert Dahl, los recursos políticos son “un medio mediante el cual una
persona puede influir en el comportamiento de otras personas; los recursos políticos
incluyen, por lo tanto, el dinero, la información, los alimentos, la amenaza de aplicar
la fuerza, los trabajos, la amistad, la categoría social, el derecho de legislar, de votar
y una gran multitud de otras cosas” (Dahl, 1963: 23).

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342 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

resa analizar los recursos políticos con que cuenta el mercado, este
tipo que proviene de la capacidad económica con la que se persuade
a los gobiernos a través de la inversión y la omisión de la inversión
en determinados territorios nacionales; por ende, los principales
poseedores de este recurso político son los grupos empresariales y,
en especial, los grandes inversionistas transnacionales sobre la me-
diana, pequeña y microindustria. Las decisiones de producción y
distribución en un sistema de mercado de inversión privada son
tomadas por los hombres de negocios por lo que ellos deciden la
tecnología industrial nacional, los patrones de organización, la loca-
lización industrial, la estructura del mercado, la asignación de recur-
sos y compensaciones del estatus ejecutivo (Lindblom, 1977: 171).
Un elemento del capitalismo, que se exacerba en el esquema neoli-
beral, es la actividad del Estado para llevar a cabo las modificaciones
necesarias que generen un “mayor atractivo” a la inversión, espe-
cialmente extranjera, pero también nacional. El atractivo consiste
en mantener seguras y mejorar al máximo las tasas de utilidad de
los inversionistas creando una serie de garantías que constituyen la
competitividad.26 De esta forma, los Estados compiten por el acceso
a los capitales de inversión, cuya entrada y salida son constituidas
como recursos políticos a partir de tres pautas:

Posibilidad de acción del capital

Entrada No entrada Salida

26
Como son: el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica, la estabilidad
financiera del Estado a través de sus ingresos fiscales y su manejo de deuda, el
establecimiento de medidas fiscales preferentes para los inversionistas, la flexibilización
de la relación laboral, la desregulación administrativa, el establecimiento de un
régimen de propiedad intelectual, el mejoramiento constante de la infraestructura,
la apertura a nuevas áreas de inversión que implican tasas de utilidad seguras y
posibles monopolios u oligopolios naturales como son la electricidad, la industria
petrolera, el sistema bancario, los medios de comunicación y vías satelitales, la
industria carretera, etcétera.

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 343

El capital puede determinar ciertas medidas para decidirse a in-


vertir, puede establecer ciertos requisitos para mantener el nivel de
inversión, puede amagar con reducirla a cero y, finalmente, los em-
presarios pueden utilizar como recurso político la salida de capitales
productivos y financieros.27 De esta forma, en un régimen capitalis-
ta-neoliberal los empresarios tienen un recurso político que afecta al
Estado y a la sociedad en cuatro rubros: 1) desde un ámbito simbólico
en la construcción de una buena o una mala política económica bajo
la competitividad como valor calificador, 2) la entrada y salida de
capitales —que es el recurso político inmediato, 3) la dependencia
que el Estado establece con el capital a partir de sus niveles de deuda
y de su recaudación fiscal, y 4) la dependencia social que se genera
con el capital en forma de estabilidad económica medida como índi-
ces de empleo, salario, inflación y crecimiento económico. Según las
facultades que, en un régimen capitalista, quedan dispuestas para los
inversores privados, y por el peso que las mismas tienen en la conduc-
ción y desarrollo social, todo gobierno, independientemente del par-
tido de procedencia, necesita contar con el apoyo y confianza de los
grupos de industriales, de comerciantes y de inversionistas extranjeros
y nacionales para lograr cierta inversión y crecimiento económico en
sus Estados, lo que hace que esta posición privilegiada de los hombres
de negocios no sea compartida por ningún otro grupo.28 Incluso en la

27
La quiebra de un país por salida masiva de capitales o por una negativa sistemática
a la inversión y al préstamo no es un acto merecedor de un apercibimiento
administrativo y mucho menos un acto criminal. Por el contrario, una de las actuales
tendencias que forman parte de la competitividad es la desregulación para dar
mayor velocidad y poner menos obstáculos a este tipo de recursos políticos.
28
Suponiendo que algunas de las metas de los hombres de negocios no hayan
sido cumplidas, los grupos empresariales tienen de su parte una serie de factores
que facilita la formación de la acción, el mantenimiento de la misma a lo largo
del tiempo y, por ende, la presentación en segundas o terceras oportunidades de
las demandas enarboladas como son: a) el financiamiento, b) una organización
previa de tipo empresarial, c) un mayor acceso a los medios tanto por su poder de
convocatoria como por la contratación de publicidad, d) un tamaño más accesible
para llegar a acuerdos entre diversos grupos empresariales, e) intereses comunes
en lo fundamental (cuando lo fundamental es el mantenimiento del orden
capitalista), y f) un acceso especial al sistema estatal desde distintas esferas.

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344 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

DLP, la posibilidad de que los grupos empresariales tengan capacida-


des de control sobre la toma de decisiones públicas es vista como una
conveniente forma de control político sobre el Estado: el control pro-
veniente del mercado se presenta como una situación deseable para
evitar los excesos de un Estado autoritario.

Los controles democrático y del mercado: dos caminos paralelos

El hecho de que el régimen democrático genere expectativas de re-


presentación —mayor bien para el mayor número— bajo un régi-
men económico capitalista y particularmente neoliberal implica una
constante tensión entre los regímenes político y económico: los in-
dividuos son a la vez ciudadanos y agentes del mercado (Przeworski,
1991: 192). Estas tensiones han sido analizadas tanto en los procesos
de transición a la democracia de Latinoamérica, como en los proce-
sos de reformas neoliberales dados durante la década de 1990. En la
transición, esta tensión se estudiaba a partir de la necesidad de que
los primeros gobiernos democráticos provinieran de una coalición de
centro derecha que no pusiera en peligro a la propia transición, dejan-
do en segundo plano cualquier proceso redistributivo (O´Donnell,
1979; Kaufman, 1986, y Przeworski, 1986). Y en los análisis de la
relación democracia-reformas neoliberales la tensión se analizó desde
el institucionalismo a partir de las posibilidades de apoyo y crisis de
los gobiernos democráticos que impulsaran dichas reformas por sus
consecuencias de distribución regresiva en el corto plazo, y, al parecer,
también a largo plazo (Hirschmann, 1973; Boudon, 1986; Przewors-
ki, 1991; Przeworski, Bresser y Maravall, 1993; Acuña y Smith, 1994;
Navarro, 1995, y Przeworski, Stokes y Buendía, 1996).
Peor aún, bajo la forma de capitalismo neoliberal, explica Pablo
González Casanova (1995: 588), se tiende a debilitar el carácter cor-
porativo del Estado, creando nuevas formas de mediación política,
dando privilegio a las electorales frente a las gremiales y sindicales
por lo que casi todas las esperanzas de mejoramiento de la calidad de
vida descansan en la responsabilidad política proveniente del voto.

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 345

Esto genera un problema en torno a la asignación de recursos, ya


que la asignación preferida por el ciudadano y la ocurrida por el
mercado suelen no coincidir y esta no coincidencia es, en parte, la
puerta que se abre a los gobiernos neopopulistas. En palabras de
Carlos de la Torre (1996: 64): “El éxito de estos caudillos electorales
es [...] el resultado de la tensión entre una economía que margina
y una política que necesita integrar”. En efecto, las instituciones
de la DLP muestran poca habilidad para generar el sentido de
participación y pertenencia de la comunidad política, en contraste
con la participación política y simbólica de las prácticas populistas.
Más aún, la erosión de las identidades colectivas como resultado de
la política neoliberal ha generado masas excluidas que necesitan ser
integradas al sistema político (Torre, 1998: 89).
De forma más específica, en la democracia los ciudadanos expre-
san preferencias acerca de asignaciones de recursos que no poseen
a partir de un derecho de voto distribuido equitativamente, la de-
mocracia ofrece a las personas con más desventajas económicas la
oportunidad de enmendar esta situación a través del Estado: activar
la acción gubernamental para remendar las fallas del mercado
(Przeworski, 1990). Por otro lado, tenemos las reglas de distribu-
ción generadas en el mercado donde los agentes individuales depo-
sitan “recursos” para determinar asignaciones a partir de los activos
que poseen a la par que estos recursos son siempre distribuidos des-
igualmente. En la democracia capitalista existe una diferenciación
institucional entre la propiedad y la autoridad y, por ende, existen
también dos mecanismos de asignación: el mercado y el Estado. El
mercado asigna recursos productivos por medio de los propietarios
y la distribución a los consumidores resulta de interacciones des-
centralizadas; mientras que el Estado también distribuye recursos
productivos no sólo mediante impuestos y transferencias, sino in-
cluso regulando los costos relativos y los beneficios asociados con las
decisiones privadas (Przeworski, 1990: 1). Esto genera una tensión
permanente entre la democracia y el capitalismo, entre el mercado
y el Estado.

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346 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

Cuadro 5. Confrontación entre los controles


poliárquico-electoral y del mercado

Mercado Política

Agentes Ciudadanos

Propiedad Autoridad

Distintas pautas de distribución

Esta misma tensión puede analizarse en los términos de una con-


frontación entre dos formas de control político sobre las decisiones
públicas tomadas por el gobierno: el control poliárquico-electoral y
el control político-económico inherente al mercado. El punto so-
bresaliente es que se crean dos grupos de conductores de la sociedad:
los líderes políticos y los empresariales. Respecto de los primeros,
existe la democracia electoral como mecanismo de control ciudada-
no, el cual, como vimos, es imperfecto. Pero en cuanto a los segun-
dos, no hay ningún mecanismo de control social institucionalizado.
Incluso se generan dos canales de comunicación hacia el Estado:
uno proveniente de la responsabilidad política, a través de las elec-
ciones, y otro proveniente del mercado, a través de la entrada, no
entrada y salida de capitales. Estos dos mecanismos, al ser paralelos,
pueden conducir propuestas no sólo distintas sino incluso contra-
dictorias y presentarlas al mismo tiempo al Estado.

Los límites del control político-económico


proveniente del mercado

De la argumentación anterior podría desprenderse que los gobiernos


no tienen ninguna capacidad de acción autónoma y que los empre-
sarios tienen “todos los hilos sujetos”. No es así. La posibilidad de
acción autónoma, o la capacidad de autonomía relativa del Estado,
dependerá de varios elementos. En principio, hay distintos tipos de

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 347

capitalismos y hay factores específicos como un mercado interno am-


plio, un bajo nivel de endeudamiento, un importante poder de recau-
dación, el mantenimiento de sectores estratégicos nacionalizados y la
existencia de una sociedad civil fuerte y organizada que harán variar la
capacidad de control de los recursos político-económicos del mercado
y la autonomía del Estado con respecto a ellos.

Cuadro 6. distintos patrones capitalistas.

Keynesianismo Tercera vía Neoliberalismo

Desarrollo Noruega, Suecia, Estados Unidos Estados Unidos


Alemania, (Clinton); (Reagan y Bush)
Inglaterra (pre Inglaterra (Blair) Inglaterra (Thatcher)
Thatcher).

Subdesarrollo Populismo en Planes de ajuste en


América Latina América Latina
(1930-1970) (1970 en adelante)

Particularmente, tenemos tres distintos patrones capitalistas: el


neoliberalismo, la tercera vía y el keynesianismo, que junto al capi-
tal desarrollado o subdesarrollado nos permiten hacer la siguiente
matriz:
Hay claras diferencias y posibilidades de acción estatal tanto en-
tre cada casilla como dentro de cada una de ellas; por ejemplo, entre
las posibilidades de Estados Unidos y Haití, por poner los extremos
en un primer plano. Hay diferencias de bienestar entre los Estados
alemán, noruego o sueco, entre Venezuela, que mantiene altos in-
gresos públicos provenientes del petróleo, entre Chile, que tiene un
fuerte apoyo del FMI y mantiene nacionalizada la explotación del
estaño y el cobre, o entre Argentina, que no cuenta con industrias
estratégicas nacionales.

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348 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

Conclusiones

A) El modelo de la DLP genera expectativas de beneficio mayori-


tario a partir de sus mecanismos de institucionalización y de dos
principios importantes inherentes a él: la soberanía popular y la
participación mayoritaria. Sin embargo, el control poliárquico-elec-
toral supone tres presupuestos de los cuales dos no se encuentran
debidamente institucionalizados: las diversas opciones programáti-
cas de elección y la información perfecta. Estas dos fallas tienen una
doble consecuencia: 1) generan problemas de representación que
constituyen la simbiosis de la DLP con el populismo, y 2) permiten
la existencia y accionamiento de otras formas de control a las deci-
siones gubernamentales, como el control político-económico pro-
veniente del mercado, presentando las decisiones provenientes de
estas otras formas de control como parte del bien público mediante
discursos legitimadores.
B) Además de las fallas institucionales propias del control poliár-
quico-electoral no se puede pasar por alto que existen otras formas
de control de las decisiones gubernamentales que generan o pueden
generar conflictos de representación de la DLP, tal es el caso del
control político-económico proveniente del mercado. Esta forma
de control cuenta con un andamiaje institucional mejor elabora-
do para condicionar las decisiones gubernamentales que la respon-
sabilidad política. Este andamiaje proviene de cuatro fuentes: 1) la
simbólica que determina cuál es una buena política y cuál no, 2) la
inversión, no inversión y salida de capitales, 3) la dependencia del
Estado al capital, 4) y la dependencia social al capital.
C) El surgimiento de los neopopulismos se debe, en parte, a las
fallas de representación de la DLP y a la tensión entre las dos formas
de control de las decisiones gubernamentales: el control democrático
y el de mercado.29 Por un lado, la responsabilidad política proveniente
29
Las fallas de representación de la democracia liberal-procedimental-representativa
y la tensión entre la democracia y el mercado son condiciones necesarias más no
suficientes para la aparición de gobiernos populistas. No debemos pasar por alto

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Luis Daniel Vázquez Valencia w 349

del voto genera importantes expectativas sociales de mejoramiento


de la calidad de vida; por otro, el control político-económico prove-
niente del mercado restringe la posibilidad de cumplir con las expec-
tativas generadas. Esta tensión abre las puertas a formas, discursos y
propuestas de gobierno neopopulistas que retoman y reelaboran las
expectativas incumplidas por la DLP. De aquí otra interesante línea
de análisis: ¿qué posibilidades de acción tendrán los neopopulismos?
Gobiernos como los de Morales en Bolivia, Chávez en Venezuela y
Kirchner en Argentina han recuperado muchos de los elementos que
caracterizaron a los populismos clásicos, particularmente su forma de
confrontación con el statu quo cuya corporización varía: el imperia-
lismo estadounidense para Hugo Chávez y Evo Morales; las compa-
ñías transnacionales que explotan energéticos para Evo Morales, o los
organismos financieros internacionales encabezados por el FMI y en
general las compañías privatizadas para Néstor Kirchner. El punto es
qué tan restrictivo es el control proveniente del mercado y qué tanto
pueden los gobiernos mencionados pasar de la disputa discursiva a la
lesión de intereses económicos y redistribución de la riqueza.
D) Cuando se compara al populismo con la democracia se le com-
para con el modelo liberal-procedimental-representativo y, particular-
mente, se confronta al populismo existente con un modelo ideal de
DLP y no con la DLP existente. Frente a esta tendencia, propongo
confrontar el populismo realmente existente con la democracia realmen-
te existente, ampliar el concepto de democracia del modelo procedi-
mental representativo a los modelos sustanciales y participativos
de democracia, observar los niveles de inclusión y exclusión tanto de
la democracia existente como del populismo, entender sus fronteras
como confines borrosos y comprender su relación a partir de una serie
de encuentros y desencuentros en sus caminos.
E) Finalmente, enfatizaré dos puntos: 1) la DLP lejos de ser un siste-
ma abierto donde cualquier propuesta política-económica puede ganar

que existen condiciones históricas específicas que pueden llevar a la generación de


gobiernos populistas, socialistas o fascistas.

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350 w La democracia, el populismo y los recursos políticos del mercado

las elecciones y aplicarse en el Estado en cuestión es, en realidad, un


sistema cerrado donde las divergencias en política económica son estre-
chas, y 2) es importante analizar —y lo dejo como pregunta abierta—
si la democracia ciudadana sólo podrá realizarse ahí donde los actores
del mercado no conserven los recursos político-económicos con los que
actualmente cuentan para restringir las decisiones gubernamentales.w

VOX POPULI.indb 350 08/04/13 22:33


Luis Daniel Vázquez Valencia w 351

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Este libro se terminó de imprimir en abril de 2013
en los talleres gráficos de EMEDE,
Madame Curie 1101 (B1879GTS) - Quilmes - Buenos Aires - Argentina
Tel.: (54 11) 4200-7114 - [email protected]

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Colección Gramáticas Plebeyas

Julio Aibar Gaete


Coordinador
Quizá la figura del asedio exprese con justicia la trama La Colección Gramáticas Plebeyas forma
que conecta los textos aquí reunidos. Asedio de esa parte de las iniciativas encaradas por la
sombra terrible que hoy no podemos dejar de evocar. UNGS y la UNDAV, junto a la FLACSO
Las Brechas del Pueblo Sus temerosos adversarios lo han caracterizado como Sede México, para estudiar los procesos

VOX POPULI
Reflexiones sobre identidades
populares y populismo el espectro maldito de la confusión y la discordia, como de democratización política y social en
Gerardo Aboy Carlés, el germen “dañino” del disparate y el desvío. En este curso en América Latina. Ese propósito
Sebastián Barros y Julián Melo
ISBN 978-987-630-156-5 tiempo preñado de pretéritos abiertos y de promesas nos exigirá abordar la cuestión de los
anticipatorias, su espíritu irredento se resiste como nunca Populismo y democracia derechos y el desafío de su universaliza-

VOX POPULI
Este libro –el primero de la presente colección– constituye un rico
antes a la conjura. Sombra que inquieta a los adalides ción, el lugar del Estado en este cometi-
en Latinoamérica
aporte para construir mejor nuestras preguntas sobre un asunto cen-
tral de la discusión teórico-política contemporánea: el de la constitu-
ción del pueblo y de la política popular. Sabemos que el pueblo no es del republicanismo liberal bienpensante, y obsesiona a do y las viejas y nuevas discusiones sobre
una esencia, sino un sujeto que se constituye en la acción.
los dogmáticos exponentes de una ¿izquierda? siempre los modos de gestionarlo para los que la
incómoda y aturdida ante los temblores intempestivos de la Julio Aibar Gaete literatura ha reservado el calificativo de
horda plebeya. Su exceso incontrolable tampoco ha dejado Coordinador populistas. Se trata de poner en diálogo
de perturbar el sopor de los claustros académicos, los la agenda de nuestras ciencias sociales y
rigurosos devaneos clasificatorios, las rígidas cuadrículas de nuestra teoría política con los retos de
afiebrados cientistas. Y por estos laberintos del populismo una hora fascinante en toda la región.
–de él estamos hablando– se internan, con tanta pasión
como rigurosidad, Julio Aibar Gaete y los investigadores Jorge Calzoni
del Seminario de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Eduardo Rinesi
Justicia Social. Lejos de amedrentarse ante tamaño desafío,
se disponen a explorar ese escandaloso desacuerdo, esa
amenaza imposible de neutralizar, el asedio que aterroriza
a la pacatería “democrática” del procedimiento, el síntoma
que perturba la “paz” de las ruinas civilizatorias.

Claudio Véliz

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