Vox Populi
Vox Populi
Vox Populi
VOX POPULI
Reflexiones sobre identidades
populares y populismo el espectro maldito de la confusión y la discordia, como de democratización política y social en
Gerardo Aboy Carlés, el germen “dañino” del disparate y el desvío. En este curso en América Latina. Ese propósito
Sebastián Barros y Julián Melo
ISBN 978-987-630-156-5 tiempo preñado de pretéritos abiertos y de promesas nos exigirá abordar la cuestión de los
anticipatorias, su espíritu irredento se resiste como nunca Populismo y democracia derechos y el desafío de su universaliza-
VOX POPULI
Este libro –el primero de la presente colección– constituye un rico
antes a la conjura. Sombra que inquieta a los adalides ción, el lugar del Estado en este cometi-
en Latinoamérica
aporte para construir mejor nuestras preguntas sobre un asunto cen-
tral de la discusión teórico-política contemporánea: el de la constitu-
ción del pueblo y de la política popular. Sabemos que el pueblo no es del republicanismo liberal bienpensante, y obsesiona a do y las viejas y nuevas discusiones sobre
una esencia, sino un sujeto que se constituye en la acción.
los dogmáticos exponentes de una ¿izquierda? siempre los modos de gestionarlo para los que la
incómoda y aturdida ante los temblores intempestivos de la Julio Aibar Gaete literatura ha reservado el calificativo de
horda plebeya. Su exceso incontrolable tampoco ha dejado Coordinador populistas. Se trata de poner en diálogo
de perturbar el sopor de los claustros académicos, los la agenda de nuestras ciencias sociales y
rigurosos devaneos clasificatorios, las rígidas cuadrículas de nuestra teoría política con los retos de
afiebrados cientistas. Y por estos laberintos del populismo una hora fascinante en toda la región.
–de él estamos hablando– se internan, con tanta pasión
como rigurosidad, Julio Aibar Gaete y los investigadores Jorge Calzoni
del Seminario de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Eduardo Rinesi
Justicia Social. Lejos de amedrentarse ante tamaño desafío,
se disponen a explorar ese escandaloso desacuerdo, esa
amenaza imposible de neutralizar, el asedio que aterroriza
a la pacatería “democrática” del procedimiento, el síntoma
que perturba la “paz” de las ruinas civilizatorias.
Claudio Véliz
ISBN 978-987-29292-0-6
ISBN 978-987-29292-0-6
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Prohibida su reproducción total o parcial
Todos los derechos reservados.
7 Prólogo
Ariana Reano
21 Introducción
31 La miopía del procedimentalismo
y la presentación populista del daño
Julio Aibar Gaete
63 ¿Es el populismo la forma constitutiva
de la democracia en Latinoamérica?
Carlos de la Torre
89 Neopopulismo: la imposibilidad del nombre
Carlos Durán Migliardi
143 La demanda de la demanda: la mirada del espectro
Santiago Carassale
171 La razón populista o el exceso liberal
de la teoría de la hegemonía
Guillermo Pereyra
213 Confianza política, instituciones
y populismo en Bolivia y Venezuela
Rodrigo Salazar Elena
263 Las elecciones negadas. Las disposiciones
políticas de la democracia conservadora en Paraguay
Luis Ortiz
285 Populismo y crítica de la democracia
Ricardo Sáenz de Tejada
315 La democracia, el populismo y los recursos políticos
del mercado: déficits democráticos y neopopulismos
Luis Daniel Vázquez Valencia
Ariana Reano1
1
Licenciada en Ciencia Política por la UNVM (Córdoba), Doctora en Ciencias
Sociales por el programa de doctorado IDES-UNGS (Buenos Aires). Actualmente
se desempeña como investigadora docente de la Lic. en Estudios Políticos de la
Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).
3
Nos referimos concretamente a los gobiernos de Venezuela con Hugo Chávez, de
Brasil con Luiz Inácio Lula da Silva y su sucesora Dilma Rousseff, de Argentina con
Néstor Kirchner y con Cristina Fernández; de Uruguay, primero con Tabaré Vázquez
y luego con José Mujica, de Bolivia con Evo Morales y de Ecuador con Rafael Correa.
4
Al respecto sugerimos consultar el núm. 217 de la revista Nueva Sociedad, Septiem-
bre-octubre de 2008, en especial los artículos de Marco Aurélio García, “Nuevos go-
biernos en América del Sur. Del destino a la construcción de un futuro” (pp. 118-126)
y de Edgardo Mocca, “Las dos almas de la izquierda argentina” (pp. 127-144). Tam-
bién puede revisarse Sader, Emir, El nuevo topo: los caminos de la izquierda latinoame-
ricana, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009 y Arditi, Benjamín, “Argumentos acerca del giro
a la izquierda en América Latina. ¿Una política post-liberal?”, Latin American Research
Review, vol. 43, núm. 3, Latin American Studies Association, 2008, pp. 59-81.
5
Vilas, Carlos M., La democratización fundamental. El populismo en América Lati-
na, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1994, pp. 97-98.
es esta nueva época, sus actores sociales, sus líderes políticos y sus
procesos de desarrollo particulares los que nos instan a pensar de
otro modo las articulaciones posibles entre la dimensión institu-
cional-procedimental y la dimensión sustantiva de la política, de la
cual la relación entre populismo-democracia, y también la relación
entre populismo y república, son una parte sustancial. Se trata de
un desafío por pensar los procesos políticos poniendo a prueba las
asociaciones de sentido que establecen, por ejemplo, que gobiernos
populistas son, por definición, menos republicanos, o que los go-
biernos sostenidos en liderazgos presidenciales fuertes son necesa-
riamente menos democráticos. Tales diagnósticos, como decíamos
unas líneas más arriba, se organizan sobre un relato simplificador,
amparado en elaboraciones conceptuales previas, que da por su-
puesto que el populismo es sinónimo de autoritarismo, y el republi-
canismo de democracia, y, en verdad, hace poco por pensar la utili-
dad de los conceptos a la luz de las experiencias concretas. Cuando
en realidad son éstas las que nos indican, como sugiere un artículo
reciente de Gerardo Aboy Carlés, hasta qué punto las tensiones de
una experiencia populista particular se vuelven incompatibles o tan
sólo habitan problemáticamente en los marcos de las poliarquías.6
En este sentido parece pertinente promover una reflexión donde los
conceptos no sean tomados como modelos universales para ser apli-
cados linealmente al análisis de la realidad. Parece más promisorio
el esfuerzo que puedan hacer las ciencias sociales para permitirse
repensar las categorías a la luz de la evidencia empírica enmarcada,
como se sugiere en este libro, en tipos de participación política,
discursos, formas de representación, construcción de liderazgos, de
alianzas y de espacios de confrontación.
Un ejemplo de este ejercicio podemos encontrarlo en el trabajo
de Francisco Panizza, quien propone un eje de análisis interesante
para pensar la relación entre el discurso del populismo y aquellos
6
Aboy Carlés, Gerardo, “Las dos caras de Jano: acerca de la compleja relación entre
populismo e instituciones políticas”, Pensamento Plural [07], Pelotas, Julho-Dezem-
bro, 2010, pp. 21-40.
7
Panizza, Fracisco, “Fisuras entre Populismo y Democracia”, en Stockholm Review
of Latin American Sutidies, Issue No. 3, December, 2008, pp. 81-93.
8
Manin, Bernard, Los principios del gobierno representativo, Alianza, Madrid, 1998.
9
Arditi, Benjamín, “El populismo como espectro de la democracia: una respuesta a
Canovan”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, mayo/agosto de 2004,
año XLVII, núm. 191, UNAM, pp. 89-99.
10
Arditi, Benjamín: “El populismo como periferia interna de la política democrá-
tica”, en Panizza, F. [comp.] (2009), El populismo como espejo de la democracia,
Buenos Aires, FCE, pp. 97-132.
11
Sobre las precondiciones de la lógica populista sugerimos consultar Laclau,
Ernesto, La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005, en
especial pp. 97-102.
12
Rancière, Jacques, El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996.
13
Barros, Sebastián: “Espectralidad e inestabilidad institucional. Acerca de la rup-
tura populista”, Revista Estudios Sociales, Año XVI, núm. 30, primer semestre de
2006, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, pp. 145-162.
texto político en el que les ha tocado operar. Por eso hoy más que
nunca, la experiencia latinoamericana nos indica que abordar la
ambigüedad no es una salida elegante o una respuesta simple sino
un modo de acercarnos de la manera lo más sensata posible a ex-
periencias políticas extremadamente complejas. Experiencias que
están atravesando una redefinición de sus estrategias políticas y,
consecuentemente, la readaptación de sus mapas ideológicos. Ello
no sólo requiere poner en discusión los conceptos, revisar las teo-
rías y paradigmas considerados indiscutibles sino también, y este
es el desafío más importante, reconstruir un vocabulario que dé
cuenta de nuestra realidad, de sus avances y retrocesos, y también
de sus potencialidades.
Vox Populi contribuye especialmente a este desafío en al me-
nos un doble sentido. En primer lugar, porque reúne un conjunto
de artículos que enlazan la discusión del populismo con una más
general que abarca el campo de la teoría y la filosofía política con-
temporánea y de sus vínculos con el psicoanálisis, principalmente
en lo que respecta a las discusiones sobre la subjetividad, la identi-
ficación, el exceso, la falta y el “daño”. En segundo término, por-
que presenta otro conjunto de trabajos que, reapropiándose de las
herramientas analíticas propias de la ciencia política —como son
los análisis de resultados electorales, las condiciones para el forta-
lecimiento de las poliarquías y la construcción de mecanismos de
representación política—, reflexionan acerca de su productividad
y, al mismo tiempo, le aportan elementos analíticos que podrían
enriquecer el análisis de las experiencias concretas de cada país.
En relación con esto último, el libro contribuye también con in-
teresantes análisis de casos, reflexionando en torno a las dinámicas
políticas de algunos países del sur de Latinoamérica como Bolivia,
Venezuela y Paraguay. A partir de estos casos no sólo se ponen a
prueba la operatividad de ciertas categorías analíticas, demarcan-
do sus alcances y sus límites, sino que también se abren a futuro
nuevos interrogantes y espacios para la investigación. Pues, como
bien se señala en la introducción del libro, en sus páginas nos en-
Introducción
1
Agradezco a Nora Rabotnikof la lectura atenta del primer borrador, sus valio-
sos comentarios y sugerencias. Agradezco también a los integrantes del Seminario
de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Justicia Social por las discusiones y
aportes. Las deficiencias que presente este trabajo, obviamente, son de mi entera
responsabilidad.
2
La noción de populismo ha sido ampliamente tratada desde diferentes perspectivas
y disciplinas: la Teoría y la Ciencia Política, la Sociología, la Economía, entre otras, se
han ocupado asiduamente del tema. Ese vasto tratamiento, sin embargo, no redundó
1) Antes que nada, creo necesario establecer qué entiendo por DLP
y a qué o a quiénes aludo. No me refiero a quienes sostienen que la
democracia es la mejor forma de gobierno hasta ahora conocida ni a
los que, después de la dolorosa experiencia de las dictaduras sudame-
ricanas, reconsideraron el valor de ese régimen político.3 Tampoco
3
Recordemos que la consideración del régimen democrático como fin y valor
en sí mismo y no sólo como medio u horizonte a alcanzar es fundamentalmente
una elaboración de la izquierda democrática latinoamericana, la cual, después
5
Cabe aclarar que la crítica populista al orden establecido, no siempre es “por
izquierda” o progresista. Sobran ejemplos de populismos de derecha que, no
obstante, son una interpelación a un orden establecido no con la intención de
generar un nuevo orden más incluyente, sino todo lo contrario.
6
No consideraré en esta ocasión la crítica dirigida al populismo desde un sector del
marxismo que hacía hincapié en el carácter reformista, de conciliación de clases y
nacionalista del primero, ubicándolo en las antípodas del proyecto revolucionario,
clasista e internacionalista.
7
Sobre el carácter pasional o racional de los populismos existe una amplia literatura
entre la que se destaca el aporte de Portantiero y Murmis (1969).
8
Reitero: esa crítica y esa propuesta de cambio no necesariamente tiene un carácter
progresista.
9
No desconocemos que estas apreciaciones fueron matizadas, no obstante,
creemos que, en las críticas actuales al populismo, dichos supuestos conservan una
importancia fundamental.
con la que se relaciona íntimamente, esto es: que habría ciertos pro-
cedimientos propios de la democracia que tienen una relación de
inmanencia con ésta. Con pocas palabras, la democracia no sólo
implicaría procedimientos, también sería ciertos y determinados
procedimientos particulares y no otros. Así, quedan fuera de la
democracia, por “inoperantes” e “ineficaces”, mecanismos como
la “democracia directa”, al tiempo que se sospecha de las prácticas
“plebiscitarias” y de cualquier otro mecanismo consultivo.
El segundo dispositivo —la asimilación de la lógica política a la
del mercado— se presentó como una sugerente y fecunda analogía
con fines analíticos pero, a poco de andar, trascendió ampliamente
ese marco en al menos dos aspectos. Por un lado, se volvió uno (el
mercado), la condición de posibilidad fáctica de la otra (la demo-
cracia). Por otro, y a partir de ello, la relación establecida cobró un
carácter prescriptivo-normativo, derivándose como una necesidad
lógica el siguiente axioma: para tener democracia (y política) debe
imperar el libre mercado. La consecuencia fue que democracia y
política quedaron subsumidas y subordinadas a un programa eco-
nómico particular, por lo que no se puede siquiera imaginar a la
democracia (ni a la política misma) fuera del capitalismo de merca-
do. Se comprueba así, que detrás del ropaje procedimental, la DLP
es, ante todo, “sustancialista”.
Más breve aún, la forma de la crítica liberal procedimental al
populismo en la actualidad, sólo es posible en la medida en que la
primera redefinió la noción de democracia y estableció sus condi-
ciones de posibilidad. Es decir, no antes de haber producido dos
movimientos complementarios de (re)definición y apropiación.10
Estos dos movimientos complementarios y solidarios condujeron
al cierre parcial del campo de la política, a una clausura provisoria que
pretendía ser perpetuada. Con cierre o clausura quiero señalar que la
definición de democracia propuesta por la DLP, obtura la discusión y,
10
Recordemos que, tal como señala McPherson (1987), las relaciones entre
democracia y liberalismo no fueron demasiado amistosas hasta tiempos relativamente
recientes.
11
Cuando afirmo que la DLP es la forma dominante de entender la política y la
democracia, me refiero fundamentalmente al espacio académico.
12
Przeworski (1995: 204), por ejemplo, reconoce que el establecimiento del libre
mercado y del andamiaje institucional democrático, requiere de un momento previo
decisionista.
13
En el campo del Derecho, el daño o agravio, dado su carácter subjetivo tiene un estatuto
sumamente polémico. Algunos juristas consideran que su figura debe ser eliminada
debido a la imposibilidad de cuantificarlo y, debido a ello, establecer una pena justa.
14
La connotación subjetiva no conduce necesariamente al contenido moral, no
obstante, la posibilidad de la moralización está siempre al acecho. El peligro que
siempre comporta la moralización de la política, es que, una vez que esto sucede, la
política fácilmente puede retraerse en beneficio de un discurso religioso y, al cobrar
ese carácter, se esencializa, polarizando el campo político en amigos y enemigos
absolutos a los cuales es incluso legítimo eliminarlos. Un claro ejemplo de moralización
de la política fue el que realizó George Bush después del 11 de septiembre de 2001.
15
Los conservadores argentinos alcanzaron la presidencia imponiéndose al Partido
Radical reiteradamente en elecciones viciadas, llamando ellos mismos a la violación
de la reglamentación “fraude patriótico” en tanto se suponía, lo hacían por el bien
del país.
16
En 1995 el gobierno de Zedillo (PRI), con la aprobación de la bancada del PAN,
transfirió a la banca privada 552.000 millones de dólares. A la medida la llamaron
plan de salvataje de ahorros.
19
Reconozco que esta rápida pintura de la clase media peca de injusta con
muchos luchadores sociales que pertenecen a ese sector. Reconozco también que
las movilizaciones de fines de 2001 no estuvieron integradas exclusivamente por
esos sectores. Sé además que ahorrar, viajar y hablar por teléfono son derechos
democráticos inalienables.
media que de pronto vio cómo, junto con sus ahorros, se desplomaba
su propia subjetividad. Hacía falta que se cayera ese horizonte de cer-
tezas para que las clases medias “descubrieran”, de pronto, su profundo
carácter popular, democrático, antiimperialista y latinoamericano, re-
miniscencias quizá de algún pasado combativo de la década de 1970.
Hecha esta aclaración respecto a que el daño no sólo se puede
constituir en los sectores más desfavorecidos de la población, cabe
señalar que la negación de un derecho no implica que necesaria y
automáticamente se produzca un daño; este sentimiento sólo sobre-
viene si esa negación no se encuentra naturalizada. Es decir, antes
de ser presentado, un daño debe ser deconstruido. Deconstrucción
previa a su propia emergencia, razón por la cual el daño se configu-
ra retroactivamente. Por eso mismo, este sentimiento es siempre un
re-sentimiento. Resentimiento que actualizará al daño y reafirmará la
condición del dañado. Denuncia que configura un espacio político
en tanto visibiliza una fractura que divide al campo social en amigos
y enemigos. Espacio “común” en el que se puede expresar la disputa.
Pero antes, debemos dar cuenta de varias paradojas: ¿quién re-
chaza la (des)ubicación si antes de tal hecho no hay subjetividad o
ser capaz de rechazarla? La rechaza un ser, una otra subjetividad que
surge en el acto mismo del rechazo. Efectivamente, antes de la im-
pugnación, pensando en términos estrictamente políticos, hay pura
negatividad, no hay otro (ser). Éste surge al mismo tiempo que el re-
chazo. El rechazo instituye al daño, y el daño instituye al ser dañado.
La pregunta obvia sería: ¿cómo es posible que el daño se constitu-
ya? El daño sólo se puede constituir si la negación del ser (o su lesión)
se inscribe en un universal postulado y negado por el dañador. Univer-
sal que es parte constitutiva y sostén del imaginario del dañador. Esto
es así porque no se puede plantear un daño si no hay algo o alguien
que, al menos formalmente, no plantee un plano de igualdad que está
siendo (o se está vivenciando) vulnerado. Por eso el daño tiene siempre
este doble carácter: niega y reconoce la vigencia de un universal postu-
lado. Se había propuesto pensar a los marginados como exceso; veamos
que dice Nichols al respecto: “Decir que algo es un ‘exceso’ es recono-
20
Claro está que ello no implica negarle el carácter objetivo de la pobreza, de la
explotación o de la exclusión social, lo que trato de señalar es que su sola existencia
no implica que necesariamente se constituya un daño.
21
Las clases altas argentinas llamaban “grasas” a los sectores populares. Evita
Duarte de Perón, tomando ese término, llamaba a esos mismos sectores “mis
grasitas” en tono maternal.
Conclusiones
Bibliografía
Carlos de la Torre
1
Versiones de este trabajo fueron presentadas en el seminario Debate sobre la
Democracia en América, organizado por el Centro de Estudios de América de la
Universidad Central de Venezuela, Caracas, el 20 de mayo de 2005; en la Cátedra
Distribuendum del seminario Tiempos de Democracia en la Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales, México, el 25 de enero de 2006, y en la reunión del Latin
American Studies Association, San Juan, Puerto Rico, del 15 al 18 de marzo de 2006.
Agradezco a los organizadores y participantes de estas reuniones sus comentarios
y sugerencias.
La participación litúrgico-populista
La retórica populista
La representación populista
términos: “el indio del campo no hace males. Alimenta al país con
trabajo. En cambio el indio de las ciudades es sumamente peligroso.
Ha leído libros. Ha subido sin etapas. Ha invadido toda la adminis-
tración [… ] Es indelicado con los fondos ajenos. Es ratero. Rara vez
alcanza a ladrón. Pero despilfarra y derrocha los dineros públicos”
(Velasco Ibarra, 1937: 156-7).
En Venezuela, la apreciación benévola y paternalista que se tiene
del pueblo como masa formada por virtuosos e ignorantes, que,
además, son la base de la democracia, cambió con la introducción
de reformas estructurales. Durante la segunda administración de
Carlos Andrés Pérez, “el pueblo” se transformó en “una masa no
gobernable y parásita que debía ser disciplinada por el Estado y el
mercado” (Coronil, 1977: 378). Coronil y Skurski (1991) analizan
cómo el Caracazo fue visto por las élites como la irrupción de las
masas desorganizadas e incivilizadas que invadían los centros de la
civilidad. Estas construcciones de los marginales como la antítesis
de la razón y de la civilización permitieron o justificaron la repre-
sión brutal. Fernando Coronil argumenta que los sectores populares
tenían interpretaciones diferentes. Vieron a las élites como “un co-
gollo corrupto que ha privatizado el Estado, saqueado la riqueza de
la nación y abusado del pueblo [...] El pueblo ha sido traicionado
por sus líderes y la democracia se ha vuelto una fachada que permite
a la elite usar el Estado para sus beneficios personales” (Coronil,
1997: 378). Dadas estas construcciones de las categorías pueblo y
oligarquía, Hugo Chávez se constituyó y fue construido por sus se-
guidores como la encarnación del caudillo popular antioligárquico.
Tal vez uno de los temas más discutidos en los debates sobre el
populismo ha girado en torno al comportamiento político de los
seguidores populistas y su relación o vínculo con los líderes. Los
estudios basados en las teorías de la sociedad de masas construye-
Conclusiones
Bibliografía
1
Una recurrencia más reciente a esta misma alusión se encuentra en Loaeza (2001) .
2
Cabe señalar que aun cuando gran parte de los conceptos que suelen utilizarse en
el campo de las ciencias sociales y de la ciencia política en particular se encuentran
sujetos a permanente debate y recreación, pocos son los que de manera igualmente
recurrente corren peligro de desaparecer.
3
En las citas que siguen, las cursivas son mías.
4
La traducción es mía. Un mayor desarrollo de estas ideas se halla en De la Torre
(1992).
Vaguedad ideológica:
el inaprehensible pragmatismo populista
7
Desde una perspectiva distinta, Arenas (2005) atribuye estos rasgos al liderazgo
de Hugo Chávez, adicionando un nuevo componente que haría aún más severa la
amenaza para la consolidación de las democracias representativas: el militarismo.
8
Refiriéndose al destino histórico del peronismo bajo el liderazgo de Menem, Novaro
(1998: 43) explicita claramente la ambigua relación entre liderazgo y democracia so-
bre la que el populismo se sostiene: “El populismo peronista [...] ha renunciado a su
pretensión de ofrecer una alternativa a las formas democrático-liberales de organiza-
ción política. Pero es evidente [...] que sigue pendiente una resolución de la tradicional
indiferencia peronista respecto de los frenos y contrapesos institucionales, el equili-
brio de poderes, y la transparencia y responsabilidad que deben animar a las autori-
dades en una democracia. Para los peronistas, aun para los que se han modernizado
y han incorporado los principios liberales, dicho simplificadamente, las instituciones
no son un marco que limita la acción de los gobernantes, sino un instrumento en sus
manos. Y cuando no son útiles como instrumentos, son consideradas formalidades
jurídicas huecas. Siendo así, cabe decir que, aun democratizado, el peronismo en el
gobierno mantiene una deuda pendiente con la legitimidad democrática. Deuda que
se evidencia, entre otros aspectos, en la tendencia a violentar la división de poderes,
en los intentos de manipular la administración de justicia y subordinar al parlamento,
y en un uso extraconstitucional de los poderes presidenciales” (Novaro, 1998: 43).
(Las cursivas son mías).
vínculo entre populismo y masas. Veamos lo que plantea Habermas (1982: 140):
“[Para Kant] la legislación misma cede a la voluntad popular procedente de la razón;
porque las leyes tienen su origen empírico en la coincidencia del público racional [...]
Una ley pública que determina para todos lo que debe y lo que no debe estar en
justicia permitido, es el acto de una voluntad pública, de la que emana todo derecho
y que con nadie debe poder proceder injustamente. Mas no es posible otra voluntad
que la del pueblo en su conjunto [...] En eso se está siguiendo la argumentación
roussoniana con una decisiva excepción: que el principio de soberanía popular sólo
bajo el presupuesto de un uso público de la razón puede ser realizado: tiene que
haber en cada materia común un espíritu de libertad, pues, en lo que concierne a
la obligación general de los hombres, a todos se exige que estén racionalmente
convencidos de que esta coacción es conforme a justicia para que no caigan en con-
tradicción consigo mismos”. (Las cursivas son referencias textuales a Kant realizadas
por el propio Habermas). Pues bien, y tal como se expresa aquí, la oposición entre un
“público raciocinante” y una “masa irracional” evidentemente no es un “invento”
de la literatura acerca del populismo. Por el contrario, forma parte del repertorio
mismo de una filosofía política liberal que subrepticiamente se actualiza aquí.
Francamente hay que admitir con mucha pena que la expansión del
populismo de los modernos en Latinoamérica se comprende a la luz de
esta falta de seguridad elemental en el desarrollo de la vida cotidiana.10
10
Para profundizar en este tema se recomienda ver también a De la Torre (1992).
Para una crítica del vínculo entre causas económicas y efectos populistas, consultar
a Novaro (1994).
Maniqueísmo y antiinstitucionalismo:
la centralidad del antagonismo
11
Quizá el único rasgo en el cual el vínculo entre las masas y el liderazgo populista
manifiesta un grado consistente de racionalidad es el de la generación de relaciones
clientelares a partir de las cuales, en función de una relación de “intercambio de vo-
tos por favores” (De la Torre, 2004, 1992), el liderazgo populista construye lealtades
duraderas entre las masas de seguidores. En referencia al caso argentino, Levitsky
(2004) plantea la hipótesis de que el clientelismo emerge con fuerza a partir de 1990
en respuesta a la descomposición de la matriz sindical que ofrecía una activación no
clientelística de las lealtades políticas del populismo clásico. Cousiño (2001: 194),
por su parte, identifica el clientelismo como un vínculo necesario para la mantención
de la lealtad populista que necesariamente genera una “expansión del gasto públi-
co” y una fuerte “tendencia a la corrupción política”.
Parece aceptable la inclusión, como uno de los elementos centrales del po-
pulismo, de una retórica específica, de fuerte coloración emotiva y reden-
torista, que gira obsesivamente alrededor de un enfrentamiento emotivo
y redentorista, de un enfrentamiento de tipo maniqueo entre un pueblo
12
Concretamente, Mayorga (1998) define a este tipo de liderazgos como condicio-
nados por la generación previa de un prestigio al margen de la política, un fuerte
carácter asistencialista, una tendencia autoritaria y la interpelación afectiva a un
“fragmentado pueblo” carente de la energía histórica encarnada en los populismos
clásicos. Una opinión distinta relativa a la irrupción reciente del populismo en Bolivia
y su carácter “desestabilizador” de la democracia se encuentra en Laserna (2003).
Esta vinculación, sin embargo, parece no presentarse en liderazgos neopopulistas
como los de Carlos Menem en Argentina y Carlos Salinas en México, líderes que
sólo fueron posibles de emerger gracias a su sólida adscripción a fuertes maquinarias
partidarias tales como las del justicialismo y el priísmo, respectivamente.
13
En relación al rol de contención que los populismos ofrecen, Palacios (2001) afir-
ma que la recurrencia del fenómeno populista en Venezuela (encarnado en Carlos
Andrés Pérez, primero, y en Hugo Chávez, después) explica en gran medida las dife-
rencias entre los procesos políticos venezolano y colombiano, en donde la temprana
exclusión de toda posibilidad de liderazgo populista (con posterioridad a Eliécer Gai-
tán) generó las condiciones para la emergencia de alternativas políticas radicalmente
opuestas, en el fondo y en la forma al régimen liberal democrático.
14
Junto con los análisis ya expuestos, criterios que acentúan la oposición entre
democracia liberalrepresentativa y populismo pueden verse claramente expresados
en Arenas (2005), y Álvarez Junco (1994).
15
Evidentemente, esta distinción con las formas propiamente democráticas no
supone una incompatibilidad entre populismo y democracia. Por el contrario, y a
juicio de Weyland (2004), quizás la diferencia central entre el populismo clásico y el
neopopulismo sea precisamente la mayor compatibilidad que este último genera en
relación a las instituciones liberal-democráticas.
La configuración de un contínuum:
la indecible delimitación del populismo
Dos aspectos son los que me interesa destacar de esta cita: en pri-
mer lugar, el populismo sólo puede ser pensado al interior de las de-
mocracias liberales; en segundo, y pese a ello, el populismo excede a
la propia democracia sin llegar a ser ni totalitarismo ni autoritarismo.
Esto lleva a interrogarse respecto a cuál es el criterio delimitatorio a
partir del que se extrae la especificidad del populismo. El problema es
el siguiente: si el populismo adquiere especificidad en tanto fenóme-
no que forma parte del conjunto de las democracias liberales: ¿cuál es
el nivel de intensidad o ausencia de sus rasgos al momento de distin-
guirlo del conjunto del cual, paradójicamente, son parte? A continua-
ción abordaré este problema, intentando dar cuenta de la forma en
que la conceptualización del populismo en contextos excedidos de su
emergencia originaria se sostiene en la definición de rasgos que difí-
cilmente pueden servir como fuentes plenas de categorización. Inten-
taré, por tanto, desatar algunos de los nudos críticos posibles de de-
tectar en estas nuevas definiciones relativas al populismo, sosteniendo
que, en última instancia, la línea demarcatoria entre los conceptos de
populismo y democracia liberal-representativa resulta indefinible o,
dicho en otros términos, sólo posible de establecer por medio de un
gesto eminentemente político de nominación.
Vaguedad ideológica
16
Aludiré brevemente a un ejemplo: en el campo de la ciencia política y de los
discursos asociados al campo ideológico liberal, la categoría pueblo contiene una
relevancia fundamental en la medida en que condensa al objeto y sujeto políticos
de todo contexto democrático. Sin embargo, el uso discursivo de dicha categoría, al
igual que los debates en torno a su significado, nos dan cuenta de una ambigüedad
que sólo puede aclararse una vez que se sitúa en un contexto político determinado.
Sobre esta ambigüedad, puede consultarse a Dahl (1996).
17
Las cursivas son mías.
Clientelismo
Una relación que busca destruir todas las formas de asociación y acción
colectivas [...] para privilegiar la ilusión o realidad del contacto indi-
vidual y la condición de espectador, las más de las veces a través de los
medios masivos de comunicación.
18
Obsérvese en este sentido la siguiente reflexión de Žižek (2003: 33): “¿Qué hizo
Hitler en Mein Kampf para explicar a los alemanes las desdichas de la época, la crisis
económica, la desintegración social, la decadencia moral, etc.? Construyó un nuevo
sujeto aterrador, una única causa del Mal que ‘tira de los hilos’ detrás del escenario
y precipita toda la serie de males: el judío [...] el judío es el punto de almohadillo
de Hitler; la fascinante figura del judío es el producto de una inversión puramente
formal; se basa en una especie de ilusión óptica”.
Bibliografía
Santiago Carassale
No te engañes: no es que esta última lámpara dé más luz;
la oscuridad alrededor se ha abismado en sí misma.
Paul Celan, Contraluz
“¿Sabes para qué te limpia el vidrio? Para que lo puedas ver”. Con
estas frases se cierra un spot publicitario de la UNICEF2 a favor de
la educación escolar para la infancia en riesgo, donde vemos algo de
todos los días: un niño sobre un auto limpiando el parabrisas, esa su-
perficie invisible que media entre el adentro y el afuera, protegiendo
al conductor y dejándolo ver el horizonte, permitiéndole ver sin ser
tocado en una suerte de asimetría de estar expuesto sin realmente
estarlo.3 La imagen empieza directamente en un vidrio cubierto de
espuma, y mejorar la visibilidad del parabrisas depende de hacerlo
invisible para desaparecer su carácter de mediación, naturalizando así
la asimetría en la exposición e instaurando una asimetría cotidiana.
En el spot, los enunciados: “¿Sabes para qué te limpia el vidrio? Para
que lo puedas ver” se expresan en el momento en que el niño supues-
tamente ya terminó de hacer su trabajo y por un segundo observa con
intensidad al conductor (y al televidente), al tiempo que el escurridor
usado deja estelas de jabón en el parabrisas. Esta imagen del cristal
aún sucio contradice el segundo enunciado porque el niño no limpia
1
Mis agradecimientos a Teresa Carrillo por sus comentarios y la dedicada corrección
de este texto.
2
Con el mensaje “Una buena educación es su derecho. Derecho del niño, donde
empieza el mundo que siempre soñaste” —de la campaña Educación para todos de-
sarrollada por la UNICEF, Movimiento Mundial a favor de la Infancia y UNESCO, del
año 2006—, se enmarca el spot que tomaremos como ejemplo de nuestro análisis.
3
Autos y vitrinas comerciales, gracias a los cristales, comparten esta ambivalencia
de lo que está expuesto sin estarlo.
4
No está de más recordar el efecto que como conductores tenemos al entrar en un
túnel. Nuestra visión se reduce a ver el camino, o a las líneas que marcan el camino,
y que nos conducen a la salida, quedando el resto en la completa oscuridad. Una
fijación adelantada del destino que nos conduce.
5
El efecto de puerta giratoria o torniquete infinito, ver “Autobiography as De-Face-
ment”, en De Man, 1984: 70.
6
Estableciendo la originalidad de su análisis, Austin declara que los actos de habla
performativos eran comúnmente “disfrazados” bajo el carácter de un enunciado
fáctico, “constatativo”, por casi la totalidad de los filósofos y gramáticos. En una
nota, Austin demanda que “Los juristas debieran ser, entre todos, los más conscien-
tes del verdadero estado de cosas. Algunos, quizá, ya lo son. Sin embargo, están
dispuestos a entregarse a su medrosa ficción de que un enunciado de “derecho”
es un enunciado de hecho” (Austin, 1982: 45, nota 3) ¿Por qué es el ámbito del
derecho (¿la justicia?) donde debiera ser más evidente el carácter específico de los
actos de habla performativos? ¿Qué significa esta “medrosa ficción” que permite
“traducir” un enunciado de “derecho” en un enunciado de “hecho”?
aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos”, citado en Le Guern, 1985:
12). Como se ve todo resulta de un par de oposiciones binarias y sus sucesivas traduc-
ciones a otras oposiciones: metáfora/metonimia, selección/sustitución, combinación/
contextura, operaciones metalingüísticas/operaciones lingüísticas, relación externa/
relación interna, similaridad/contigüidad, a las cuales se les puede agregar paradigmá-
tico/sintagmático, semántico/sintáctico.
9
“Die sprache verspricht, ‘Language promises’, but it does so in a violent, senseless,
mechanical way, without any consciousness of what it is doing. Language therefore
also verspricht sich, in one meaning of this verb as a reflexive: to make a slip of
the tongue, to say the wrong thing. Language makes a slip of the tongue. When I
make a slip of the tongue, I say what I did not mean to say. My tongue speaks for
me, senselessly, as, for De Man, language speaks on its own. Only in a secondary
unwarranted position do I ascribe meaning to language in an act that necessarily
forgets or erase the violence and senseless of the original performative positing.” (J.
Hillis Miller, 2001: 148).
10
Ver sobre el insight, De Man, Paul, Blindness and Insight, University of Minnesota
Press, 1983, Estados Unidos.
11
“El habla (lenguaje) se promete (Die Sprache verspricht)“ es una cita “a me-
dias”, es decir, irónica, que De Man hace de Heidegger, “el habla habla (Die Sprache
spricht)“, o el habla se promete (Die Sprache verspricht) que introduce en el corazón
del habla (lenguaje) la promesa.
alegoría? Esto sólo puede suceder porque imponemos, a su vez (in our
turn), la autoridad del sentido y el significado sobre el poder insensato
(sensless) del lenguaje posicional. Pero esto es radicalmente inconsis-
tente: el lenguaje pone (posición) y el lenguaje significa (puesto que ar-
ticula), pero el lenguaje no puede poner significados; solamente puede
reiterarlos (o reflejarlos) en su falsedad reconfirmada. Y el conocimiento
de esta imposibilidad tampoco lo hace menos imposible. Esta posición
imposible es precisamente la figura, el tropo, la metáfora como una
violenta —y no oscura— luz, como un Apolo mortífero (De Man,
1984: 117-118, las cursivas en paréntesis fueron agregadas por mí).
12
Aristóteles veía el proceso metafórico como un proceso de traslación de un nom-
bre a otro, como un proceso de constitución de nuevas nominaciones. Aunque dis-
tingue nombre, verbo y enunciado: “De las tres unidades definidas, el nombre no
sólo es la más elemental, sino también la que, por así decir, fundamenta explícita
el estudio de los tropos y de las figuras (que es como utilizo aquí el tér-
mino retórico, y no en el sentido derivado de comentario, de elocuen-
cia o de persuasión) se convierte en una mera extensión de los modelos
gramaticales, un subconjunto particular de relaciones sintácticas (De
Man, 1990: 19).
14
En este punto estamos cercanos a lo que Laclau llama la sutura hegemónica: “la
sutura hegemónica tiene que producir un efecto re-totalizante, sin el cual ninguna
articulación hegemónica sería tampoco posible [...] tiene que mantener viva y visible
la heterogeneidad constitutiva y originaria de la cual la relación hegemónica partie-
ra” (Laclau, 2000: 61).
15
El pasaje de À la Recherche... citado por De Man es el siguiente: “[…] yo me
echaba en mi cama, un libro en la mano, en mi cuarto, que protegía, temblando, su
frescura transparente y frágil contra el sol de la tarde con la defensa de las persianas,
casi cerradas, y en las que, sin embargo, un reflejo de luz había hallado medio de
abrir paso a sus alas amarillas, y se había quedado inmóvil en un rincón entre la madera
y el cristal, como una mariposa en reposo. Apenas si se veía para leer, y la sensación
de la esplendidez de la luz sólo la sentía por los golpes que en la calle de la Cure
estaba dando Camus (ya advertido por Francisca de que mi tía no ‘descansaba’ y
de que se podía hacer ruido) en unos cajones polvorientos, y que al resonar en esa
atmósfera sonora, propia de las temperaturas calurosas, parecía que lanzaban a
lo lejos estrellitas escarlata; y también por las moscas, que estaban ejecutando en
mi presencia, y en su reducido concierto, una música que era como la música de
cámara del estío y que no evoca el verano a la manera de una melodía humana que
oímos una vez durante esa estación, y que nos la recuerda en seguida, sino que está
unida a él por un lazo más necesario: porque nacida del seno de los días buenos,
sin renacer más que con ellos, y guardando algo de su esencia, no sólo despierta en
nuestra memoria la imagen de esos días, sino que atestigua su retorno, su presencia
efectiva, ambiente e inmediatamente accesible.
”Aquel umbroso frescor de mi cuarto era al pleno sol de la calle lo que la sombra
es al rayo de Sol, es decir, tan luminosa como él, y brindaba a mi imaginación el
total espectáculo del verano, que mis sentidos, si hubiera ido a darme un paseo,
no hubieran podido gozar más que fragmentariamente; y así convenía muy bien
a mi reposo, que —gracias a las aventuras relatadas en los libros que venían a es-
tremecerle— aguantaba, como una mano muerta en medio de agua corriente, el
choque y la animación de un torrente de actividad.” Proust, Marcel: A la búsqueda
del tiempo perdido. Por el camino de Swann, citado en De Man (1990a: 95-96).
Mientras que la otra música, la tonada oída alguna vez por azar
durante esa estación, sólo tiene una relación contingente, azarosa, con
el verano y su evocación. Distinguir entre necesidad y azar, es una
forma legítima de distinguir entre la analogía y contigüidad, o lo que
es lo mismo, una forma de distinguir entre metáfora y metonimia.
16
Precisamente esta “superioridad estética de la metáfora” fundamenta la “ideolo-
gía estética”, en su relación especular, necesaria y orgánica con la imagen.
17
Por ejemplo, entre otros, DuMarsais: “La sinécdoque es pues, una especie de
metonimia, por medio de la cual se da un significado particular a una palabra que, en
Porque [...] no basta que el sonido de las moscas lleve la luz exterior a
la habitación oscura; si ha de alcanzar la totalización, la interioridad del
lector recogido, debe adquirir también el poder de una acción concre-
ta. El proceso mental de la lectura extiende la función de la conciencia
más allá de la mera percepción pasiva; debe adquirir una dimensión
más amplia y convertirse en acción (De Man, 1990a: 79).
19
De Man nos previene sobre esta lectura de la gramatización de la retórica, volverla
nuevamente en una suerte de lectura crítica develadora. No debemos caer rápida-
mente en el juicio crítico de la voz en off, pues no es una imposición arbitraria desde
el Gran Hermano (Otro). La expresión original en inglés permite jugar con los dos
significados en una misma palabra Big Brother, un gran otro. No debemos asimilar
rápidamente al filósofo crítico con el crítico literario, embarcados los dos en una nueva
cruzada en contra de la mistificación mítico-poética.
20
Simplemente para duplicar la afirmación, citemos: “El narrador que nos habla
acerca de la imposibilidad de la metáfora es él mismo, o en sí mismo, una metáfora,
la metáfora de un sintagma gramatical cuyo significado es la negación de la metáfora
afirmada, por antífrasis, como su prioridad. Y esta metáfora-sujeto está, a su vez,
abierta al tipo de deconstrucción de segundo grado, la deconstrucción retórica de la
psicolingüística, la deconstrucción a la que se dedican actualmente, haciendo frente
a considerable resistencia, las investigaciones más avanzadas son sobre literatura.”
(De Man, 1990a: 33.) Esta función retórica se da porque el sujeto presta su voz al
sintagma gramatical. El término voz es una metáfora que permite inferir por medio de
la analogía la intencionalidad del sujeto a partir de la estructura del predicado. Por lo
cual, la deconstrucción de la mistificación de la metáfora por medio de la metonimia,
depende de la metáfora de la voz, que “animaría” al sintagma gramatical que lleva
adelante la deconstrucción de la analogía metafórica.
alcanzar una verdad, aunque no sea más que por la vía negativa de
exponer un error, una pretensión falsa [...] Parece como si acabásemos
en una especie de seguridad negativa muy productiva para el discurso
crítico [...] La verdad es el reconocimiento del carácter sistemático de
cierto tipo de error, la verdad es dependiente de la existencia previa de
ese error [...] Por consiguiente, en el caso de la gramatización retórica
de la semiología, exactamente igual que en el de la retorización gra-
mática de las frases ilocucionarias, acabamos en el mismo estado de
sostenida ignorancia (De Man, 1990a: 33).
Bibliografía
Guillermo Pereyra
Introducción
La teoría de la hegemonía:
política, democracia y populismo
2
La presentación detallada del sentido de ambas expresiones se encuentra en Žižek
(1992: 173-174) y Copjec (2006).
3
Sobre la deconstrucción de los límites entre lo ontológico y lo óntico, véase a Žižek
(2003c: 296).
4
Los rasgos que las demandas democráticas conservan de la “noción usual de de-
mocracia” son los siguientes: “a) que estas demandas son formuladas al sistema por
alguien que ha sido excluido del mismo —es decir, que hay una dimensión igualitaria
implícita en ellas; b) que su propia emergencia presupone cierto tipo de exclusión o
privación (lo que hemos llamado en este texto ‘ser deficiente’)” (Laclau, 2005: 158).
mente algo más que la simple suma de los lazos equivalenciales (La-
clau, 2005: 105). La tercera precondición es la que surge cuando “la
movilización política ha alcanzado un nivel más alto”, yendo “más
allá de un vago sentimiento de solidaridad” hasta cristalizarse “en un
sistema estable de significación” (Laclau, 2005: 99). Pero todo esto
no es suficiente para construir un pueblo, dado que Laclau intro-
duce una serie de salvedades a estos tres supuestos simplificadores.
En primer lugar, pueden existir demandas particulares al interior
de la equivalencia popular que cuestionen el patrón de unificación,
desplazándose en otras direcciones de sentido. Ello ocurre cuando el
pueblo deja de ser un significante vacío y se convierte en un signifi-
cante flotante, esto es, un significante cuyo significado se enfrenta al
asedio de su propia iterabilidad. Esto implica que la frontera del an-
tagonismo comienza también a modificarse y a hacerse menos clara
y determinada. En segundo lugar, no toda demanda insatisfecha
puede ser integrada a la cadena equivalencial popular: siempre algo
“queda afuera”, y ese “resto” inaprensible —que guarda similitudes
con lo Real— es lo que Laclau llama la heterogeneidad social. Dicha
heterogeneidad hace imposible pensar en un pueblo unificado en
una suerte de síntesis dialéctica: si ello fuera posible —si la hetero-
geneidad y el desplazamiento fueran eliminados— la contingencia
del momento político de institución de lo social habría también
desaparecido, y lo social no sería más que la expresión de una esen-
cia universal.
Lo antes expuesto se puede entender también a partir de la dis-
tinción que Laclau realiza entre la lógica de la equivalencia (popular)
y la lógica de la diferencia (institucional). Mientras que la primera
asume las características estructurales antes mencionadas, la segun-
da concibe un espacio comunitario donde cada demanda puede ser
procesada institucionalmente. La lógica de la diferencia, como ve-
mos, se asemeja a lo que antes denominamos “la política”.
5
Más adelante presento las vertientes del liberalismo que son criticadas por Laclau
y Mouffe.
6
Sobre la recepción de Mouffe a la crítica schmittiana del liberalismo, y los aspectos
en los cuales se distancia, véase Mouffe (1999: 143-181; 2003: 51-72).
¿Cómo era posible entonces que los liberales fueran tan enemigos
de la política y, al mismo tiempo, excesivamente políticos? La respues-
ta, y la consiguiente manera de aclarar esta posible contradicción, se
encuentra en el examen de tres cuestiones que están implícitas en el
argumento de Schmitt. En primer lugar, el jurista alemán concibe
lo político, al igual que Laclau y Mouffe, como una ontología de lo
social, esto es, como el terreno en el cual toda identidad (pública)
adquiere sentido o se instituye como tal. Esto no quiere decir que los
conflictos morales, religiosos, estéticos o económicos en tanto ins-
tancias de lo social sean políticos per se, pero en la medida en que
la intensidad de las agrupaciones amigo-enemigo que involucran se
vuelve álgida o problemática pueden devenir políticos (Schmitt, 2004:
186-193). Lo político no tiene, en consecuencia, una localización es-
pecífica en el nivel de la estructura social y, precisamente por eso, está
presente como un presupuesto de toda relación social. Si lo político
es aquello que circula por todas las distinciones de la sociedad, sin
posibilidad alguna de ser controlado totalmente por instituciones o
procedimientos legales, entonces los liberales no pueden estar “más
allá” de esta ontología inevitable.
Esto se relaciona directamente con la segunda consideración a
tener en cuenta, es decir, con la distinción que explícitamente hace
Schmitt entre “dos liberalismos”: aquel que podemos identificar
como “concepto puro” y el que opera como “realidad histórica”.
Mientras que es propio de la naturaleza del primero evadir lo polí-
tico invocando los conceptos no políticos de “humanidad”, “dere-
cho”, “orden” y “paz”, el segundo —el “realmente existente”— trai-
ciona sus propios presupuestos incurriendo en acciones polémicas
que fracturan el espacio simbólico en términos de amigo y enemigo.
Es decir, si como “concepto puro” el liberalismo es lo opuesto de lo
político, como “realidad histórica” no puede sustraerse a su lógica.
Pero en el tercer momento de su argumento, Schmitt parece vol-
ver sobre sus propios pasos negándole, una vez más, al liberalismo
su condición de “político”. Lo curioso es que ahora Schmitt ya no
se refiere al liberalismo como “concepto puro”, sino a las prácticas
7
Téngase en cuenta que estoy planteando un problema totalmente distinto del que
9
Habría, tal vez, una tercera explicación de la ausencia de política en la lógica insti-
tucional. El liberal institucionalista que entiende que “todos cuentan como uno” no
admite que esta sentencia, lejos de ser universal, es una particularidad; en definitiva,
no logra ver—o no quiere ver— que la universalidad de su afirmación sólo puede te-
ner sentido si alguna particularidad (popular) la encarna (debo esta afirmación a los
comentarios que Sebastián Barros le hiciera a una versión preliminar de este trabajo).
Creo que esta crítica sólo es válida en el caso de la deconstrucción del liberalismo
racionalista, siendo útil para mostrar que, lejos de ser algo ajeno a distorsiones par-
ticulares, es totalmente retórico. Pero en el caso de la crítica de Laclau (1996: 183-
214; 1998) y Mouffe (2003: 81) al liberalismo pragmático y nominalista de Rorty, ¿es
justo recriminarle que no ponga en duda la universalidad del liberalismo, asumida
por una lisa y llana decisión? Si para Rorty el liberalismo es ónticamente “todo lo que
hay”, ¿cuál es el problema? Es decir, si sólo a través de lo particular accedemos a lo
universal, ¿por qué exigirle a Rorty que renuncie a ver al liberalismo como el juego
de lenguaje más útil para el fortalecimiento democrático? ¿Por qué debería distan-
ciarse de su propia concepción particular del mundo y, por esto mismo, “universal”,
“única,” e “irremplazable”? En resumen, decirle a Rorty que es un problema que no
sea capaz de concebir al liberalismo como algo particular no es una deconstrucción
de sus afirmaciones, sino más bien una acusación que desconoce absolutamente la
lógica de lo político, en la cual nadie puede interpretarse como un momento (mera-
mente) particular del espacio simbólico. La paradoja final de todo esto es que, al pre-
tender cuestionar lo impolítico del liberalismo rortyano, la TH se enfrenta a su propio
exceso, esto es, al alejamiento de lo político. Laclau y Mouffe deberían saber que si
se reconoce que el liberalismo es un juego de lenguaje entre otros, el resultado que
se sigue de ello no es la indefinición y la ambigüedad, sino un aferramiento ciego
a sus ideales históricamente dados. Esta crítica de Laclau y Mouffe a Rorty ubica a
ambos, a mi juicio, en una suerte de “posición relativista-neutral popperiana”, muy
bien descrita por Žižek en el siguiente pasaje: “lo falso y pretencioso es precisamente
la ‘modesta’ perspectiva relativista a la manera de Karl Popper, que pretende tener
conciencia de sus propias limitaciones (‘a la verdad sólo es posible acercarse asintó-
ticamente, sólo tenemos acceso a fragmentos de conocimientos que en cualquier
momento es posible que se demuestre que son falsos’): la posición misma de la
enunciación de estas proposiciones desmiente su enunciado modesto, puesto que
asume un punto de vista neutro, exceptuado, desde el cual puede sustraerse a un
juicio sobre la limitación de su contenido [...] [N]o hay ninguna contradicción entre
nuestra absorción en el propio proceso histórico y el hecho de que no sólo podemos
hablar desde el punto de vista del ‘fin de la historia’ sino que estamos obligados a
hacerlo: precisamente porque estamos absorbidos en la historia sin ningún resto,
percibimos como absoluto nuestro punto de vista presente: no podemos introducir
ninguna distancia, ninguna externalidad respecto a él” (Žižek, 2003c: 283).
“[el adversario es] alguien cuyas ideas combatimos pero cuyo derecho
a defender dichas ideas no ponemos en duda. Éste es el verdadero sig-
nificado de la tolerancia liberal democrática, que no implica condonar
las ideas a las que nos oponemos [...] sino tratar a quienes las defienden
como a legítimos oponentes” (Mouffe, 2003: 114-115).
12
En Pereyra (2006: cap. 1) he explorado los alcances de un tipo de “política de la
singularidad” que no necesita de articulaciones, equivalencias precarias y fronteras
de exclusión en la politización que hace Rousseau de la soledad y la intimidad.
En Latinoamérica, durante los años setenta y ochenta [del siglo xx], por
ejemplo, la defensa de los derechos humanos formó parte de las deman-
das populares y, por lo tanto, parte de la identidad popular. Es un error
pensar que la tradición democrática, con su defensa de la soberanía del
“pueblo”, excluye como cuestión de principio las demandas liberales. Eso
sólo podría significar que la identidad del “pueblo” está definitivamente
fijada. Si, por el contrario, la identidad del pueblo sólo se establece a
través de cadenas equivalenciales cambiantes, no hay razón para pensar
que un populismo que incluye los derechos humanos como uno de sus
componentes es excluido a priori. En algunos momentos —como ocurre
13
Un excelente estudio crítico del debate entre estos autores se encuentra en Palti
(2005: 108-130).
Rechazar todas las luchas “parciales” por ser ellas mismas internas al “sis-
tema” (sea lo que fuere que esto signifique) y, puesto que la “Cosa” es
inalcanzable, no puede apuntar a ningún actor histórico concreto para
su lucha anticapitalista. En conclusión, Žižek no puede proveer ninguna
teoría del sujeto emancipatorio. Como, al mismo tiempo, su totalidad
sistémica, por ser un fundamento, está regulada exclusivamente por sus
leyes internas, sólo nos resta esperar a que estas leyes produzcan la totali-
dad de sus efectos. Ergo, nihilismo político (Laclau, 2005: 296).
Esto significa que la izquierda tiene hoy una opción: o acepta el hori-
zonte democrático liberal predominante (democracia, derechos huma-
nos y libertades...), y emprende una batalla hegemónica dentro de él,
o arriesga el gesto opuesto de rechazar sus términos mismos, de rechazar
directamente el chantaje liberal actual de que propiciar cualquier pers-
pectiva de cambio radical allana el camino al totalitarismo. Es mi firme
convicción, mi premisa político-existencial, que el viejo lema de 1968
“Soyons réalistes, demandons l’mpossible!’ sigue en pie: los defensores de
los cambios y las resignificaciones dentro del horizonte democrático
liberal son los verdaderos utópicos en su creencia de que sus esfuerzos
redundarán en algo más que la cirugía estética que nos dará un capita-
lismo con rostro humano” (Žižek, 2003b: 327).
14
Para una discusión en torno al (cripto) normativismo de la TH, véase Crichtley (s/f).
15
No quisiera cerrar la discusión entre Laclau y Žižek sin una última anotación. En
La razón populista, Laclau presenta una serie de aseveraciones sobre la concepción
que Lefort tiene de la democracia y que son contradictorias respecto a su crítica a
Žižek. Recordemos lo que considera Laclau cuando le critica lo que (posiblemente)
tiene en mente Žižek cuando rechaza la democracia liberal: los regímenes autori-
tarios comunistas de la Europa del Este. Lefort sostiene que el tránsito de la de-
mocracia al totalitarismo tiene lugar cuando la sociedad se fragmenta al extremo
y los individuos se sienten inseguros por la existencia de graves conflictos que no
pueden ser resueltos simbólicamente dentro de la esfera política. En ese marco,
Lefort cree que puede surgir la fantasía “del Pueblo-Uno, los comienzos de la bús-
queda de una identidad sustancial”, “de un Estado libre de división”, etc. (citado
en Laclau, 2005: 209). Por el contrario, Laclau entiende que la identidad popular
“no es en sí misma totalitaria”, y el problema radica en que Lefort no logra ver que
“el espectro de articulaciones posibles es mucho más diverso de lo que la simple
oposición totalitarismo-democracia parece sugerir. La dificultad con el análisis que
hace Lefort de la democracia es que se concentra exclusivamente en los regímenes
democráticos liberales y no presta una atención adecuada a la construcción de los
sujetos democráticos populares [...] Entre la encarnación total y la vacuidad total
existe una gradación de situaciones que involucran encarnaciones parciales. Y estas
son, precisamente, las formas que toman las prácticas hegemónicas” (Laclau, 2005:
209-210). ¿Qué conclusión se puede sacar de todo esto? Pues que Laclau se ciega
demasiado en su crítica a Žižek, una “ceguera” que le impide “ver” que cae en lo
mismo que le reprocha a Lefort, a saber: que a él también le resulta difícil pensar
Conclusiones
Bibliografía
Introducción
1
Profesor Investigador adjunto de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales,
Sede México. Este trabajo forma parte de un estudio más extenso sobre populismo
y representación política en Latinoamérica. Deseo agradecer los comentarios emiti-
dos por Julio Aibar, Luis Ortiz Sandoval y Luis Daniel Vázquez a borradores previos,
así como las observaciones de Judith Pérez Soria sobre el apartado metodológico.
Todo esto con el acostumbrado descargo de responsabilidad respecto a los errores y
omisiones que no detecté en el escrito.
2
Más adelante hay una descripción de ambos sistemas, cuya diferencia más
evidente es que en los de representación proporcional por listas únicamente se
utilizan circunscripciones plurinominales, mientras que los sistemas proporcionales
personalizados combinan las circunscripciones plurinominales con circunscripciones
uninominales.
Estrategia de investigación
4
Para el uso de los términos de la relación principal-agente, me baso en Moe (1984).
5
Este razonamiento del elector es el expresado por Anthony Downs (1973) en su
modelo.
Gráfica 1.
Representación obtenida bajo criterios prospectivos y retrospectivos de voto.
Q=f(y,c)
Decisiones Retrospectivos
A
QA
C B Leales
QB
6
Véanse Mainwaring y Scully (1995) y Jones y Hudson (1998).
Gráfica 2.
Incentivos a la representación de sistemas electorales.
Voto personal
(mandato)
QA A
Decisiones’
8
En los dos países aquí tratados, el éxito electoral del populismo prosiguió a
la aplicación de políticas de ajuste estructural. Esto, por un lado, refuerza la
estandarización de los casos de análisis. Sin embargo, no quiero que se entienda con
esto que planteo una relación de necesidad entre neoliberalismo y populismo. Si se
atiende a las variables teóricas que vengo manejando, el tipo de política económica
Venezuela
* % de habitantes que percibe 1.08 dólares diarios, PPC, 1993 (WB: 2004a).
** % de fuerza de trabajo (WB: 2004b).
Bolivia
* % de habitantes que percibe 1.08 dólares diarios, PPC, 1993 (WB: 2004a).
** % de fuerza de trabajo. WB (2004b), para 1990-2001; ine (2005).
Gráfica 3.
Venezuela. Variación electoral de los partidos respecto de su votación
anterior.
50 46
40
30 25
20
10 12
variación %
10 7
0
-1 0 -2
-10 -6 -5
-9
-12
-20 -17
-30
-31 -29
-40
1973 1978 1983 1988 1993
Gráfica 4.
Bolivia. Variación electoral de los partidos respecto de su votación
anterior.
30
26.2
20 17.5
14.9 15.1
11.6 10.6
10
4.3
2.3
variación %
0.5
0
-8
-10
-12.4
-20 -18 -19.3
-25.5
-30 -28.5
9
Tuve acceso a las encuestas de Latinobarómetro gracias a la intervención de
la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México, en su calidad de
organismo perteneciente a la red CLACSO. Véanse detalles del tamaño de la
muestra y el margen de error en el Anexo.
Resultados de la reforma
sobre la confianza en las instituciones
Gráfica 5.
Bolivia y Venezuela. Índice de desconfianza en las instituciones políticas
(1996-2003).
0.6
0.54
n
0.40 0.42 0.44
0.4 n n n
0.28
n n n
0.2 0.21 0.10 0.27
n
0 n
-0.14 -0.08
n
n n
-0.17 -0.13
-0.2
n
-0.4 -0.39
n
-0.43
-0.6 1996 1997 1998 2000 2001 2002 2003
Bolivia Venezuela
10
Queda por explicar, no obstante, los valores en el índice para Bolivia en 1996 y
para Venezuela en 2003. Aquí me limito a aventurar caminos posibles. En el primer
caso, me parece que el conjunto de reformas en el diseño institucional (que también
abarcaron el método de elección para el presidente, la integración del Senado y el
fortalecimiento de los gobiernos regionales) pudieron haber producido una confianza
prospectiva en las instituciones políticas. El caso venezolano es muy complejo. Entre
2000 y 2002, el desempeño económico de Chávez fue desastroso, con caídas anuales
de hasta 10.5 puntos del PIB per cápita (2002). Sin embargo, como vimos, se las
ingenió para mantener el nivel de aprobación de la situación económica en niveles
altos desde una perspectiva comparada. En 2003, la evaluación del comportamiento
registra niveles comparativamente altos (r.e. = 4.9), pero la evaluación económica no
se distingue estadísticamente de la del resto de América Latina (r.e. = 1), y es esta
última consideración la que excluye a Venezuela en 2003 del grupo de unidades en las
que existe homogeneidad de condiciones. Podría ser que la confianza haya caído por
un factor que potencia el efecto del indicador del comportamiento, y no considerado
por mi modelo inicial. Un candidato es la “necesidad de creer” en el líder que, de
acuerdo con Weyland (2003a), surge cuando los tiempos son malos y ayudó a Chávez
en su primera elección y durante los primeros años de su gobierno. Es posible que la
mayor percepción de que los representantes eran malos agentes (corrupción) haya
minado esta necesidad de creer, produciendo mayores niveles de desconfianza.
11
Esta definición es deudora del trabajo de Schedler (1996).
Venezuela
Gráfica 6.
Evolución electoral de bloques de partido en Venezuela.
100 93
88 88
87 w
w w w
80
% de la votación
60 56
47 n
w 40
40 w
30 n
s
20 13 12 12 23
s s s
s 7
s4
0
1973 1978 1983 1988 1993 1998
das sobre esta elección muestran que se trató de una contienda entre
ganadores y perdedores de la gestión económica (Roberts, 2003), am-
pliamente mediada por las actitudes respecto de la satisfacción con el
desempeño general de la democracia (Weyland, 2003a).
Bolivia
Gráfica 7.
Evolución electoral de bloques de partido en Bolivia.
80 73.4 72.6
w w
57.7 57.2
60
w w
% de la votación
47.7
n
40
33.3
w
42.2
28.6 n
26.6
n
n
20 15.1
n
n n
n n
12.3 13.7
0 9.5 10.1
0 n
COPEI, la intención de voto a su favor cayó a 18% (de un 40% inicial). En un último
intento por detener el avance de Chávez, AD y COPEI abandonaron a sus respectivos
candidatos para apoyar al ex gobernador y educado en Yale, Henrique Salas Röemer.
Con esto no consiguieron más que convertir a un candidato independiente (pero no
populista) en el candidato del establishment (McCoy, 1999).
13
Bolivia y Venezuela hacen de cada unidad administrativa del país (departamentos y
estados, respectivamente) una CPN. Ambos utilizan la fórmula d’Hont. En los ejemplos
que siguen, por conveniencia, utilizo como fórmula el cociente natural, lo que no
afecta al argumento.
15
El voto único no transferible se aplica, por lo general, en circunscripciones
con cinco o menos. Los partidos presentan tantos candidatos como escaños
disponibles hay, y el elector deposita un voto para su candidato preferido. Ganan
los candidatos que obtengan más votos, independientemente del partido al que
pertenezcan. En las listas abiertas, cada partido presenta una lista de candidaturas.
El elector tiene la opción de depositar su voto por la lista o por un candidato en
específico. Los votos que cada partido recibe suman ambas variables y recibirán
escaños en proporción, pero encabezan la lista los candidatos que hayan recibido
el mayor número de votos individuales.
Conclusiones
16
Los partidos venezolanos llegaron a rechazar las regulaciones a la vida partidista
interna sugeridas por una comisión presidencial para la reforma del Estado (Crisp y Rey,
2001). En Bolivia se llegó a legislar la democratización interna de los partidos, pero los
liderazgos partidistas se encargaron de dejar esta ley sin efectos (Mayorga, 2005).
Anexo
Latinobarómetro
Bibliografía
Luis Ortiz
Introducción
2
Por tener como artífice político al Partido Colorado cuya denominación de inicio
fue el de “Partido Nacional Republicano”.
3
No existe una correspondencia necesaria entre el tipo de economía y procesos
políticos. En países como Ecuador, por ejemplo, la ausencia de una economía desa-
rrollista industrial no dificultó la constitución de disposiciones populistas en las clases
subalternas, disposiciones que más bien tuvieron su distintivo en la reivindicación de
la inclusión simbólica de esas clases (De la Torre, 1994: 229).
4
Según datos estadísticos agrícolas, en Paraguay el 10% de la población con ma-
yor posesión terrateniente tiene el 68% de las tierras, mientras el 10% con menos
tierras, posee el 6% del total. Ver Ministerio de Agricultura y Ganadería Paraguay,
Región Oriental: Tamaño de explotaciones agropecuarias (2002).
5
Este sistema entiende como agentes políticos legítimos a quienes pertenecen a
la nobleza de las estructuras oligárquicas, mientras que no políticos son las clases
populares, que si bien pugnan por su participación en la cosa pública y el Estado,
dicha participación les es saboteada.
[...] para quienes están ubicados dentro del círculo íntimo, la dominación
se presenta como una paradójica antinomia: si se resisten —lo cual está
fuera de consideración— pueden perder el acceso a bienes vitales, viendo
así profundizada su condición de privación; si se asimilan al “mundo de
verdad” del mediador (o patrón) son cooptados por las prácticas institu-
cionalizadas del clientelismo, participando así en la reproducción de las
relaciones jerárquicas dentro del campo de la política local y dentro del
espacio de vida (Auyero, 2001: 180).
Con frecuencia hay complejas cadenas causales que conectan las acciones
políticas a los resultados de las medidas que se toman. La complejidad
de las metas en política y lo difuso de los vínculos entre acciones y resul-
tados hacen que la política sea inherentemente ambigua. Incluso si los
errores cometidos son relativamente aparentes y la culpabilidad de los
“agentes” puede ser atribuida, los esfuerzos de los “principales” para san-
cionar o castigar a sus agentes son difíciles. Sus herramientas de acción
son muy rudimentarias, tales como el voto (Pierson, 2000: 475-499).
6
Toda una visión política pequeño burguesa arremete contra la conducta campesina
de voto, aludiendo que en el fondo se debe a su “ignorancia” y su “cretinismo”.
Es de suponer que estas perspectivas apuestan por la alternancia política traducida
en el gobierno de fuerzas de oposición. Lo que no terminan de admitir es que la
oposición no constituye, hasta la fecha, una alternativa política de crédito colectivo.
Conclusiones
Bibliografía
Introducción
El populismo latinoamericano
Mientras que en los países europeos los partidos populistas son fá-
cilmente identificables por las características y rasgos citados arriba,
el populismo latinoamericano ha sido caracterizado y definido de
distintas maneras en diferentes momentos. El populismo clásico
—o de primera generación— se reflexionó, sobre todo, desde una
perspectiva sociológica en la que se señaló que era el resultado de
desfases en el proceso de modernización y de la existencia de “masas
políticamente disponibles”.2
Desde la óptica económica, el populismo ha sido identificado
con la aplicación de “programas económicos que recurren en gran
medida al uso de políticas fiscales y crediticias expansivas y a la so-
brevaluación de la moneda para acelerar el crecimiento y redistri-
2
Este tipo de aproximaciones fueron desarrolladas por Germani, Di Tella y Weffort.
De acuerdo con Vilas, este último considera al populismo como “expresión del pe-
riodo de crisis de la oligarquía, del liberalismo y el proceso de democratización del
Estado en regiones de América Latina, alcanzadas por la intensificación del proceso
de urbanización y en transformación por impacto de la industrialización. Sobre todo
es expresión de la emergencia de las clases populares en el centro del desenvolvi-
miento urbano e industrial, verificado en las primeras décadas de este siglo, y de la
necesidad sentida por algunos de los nuevos grupos dominantes de la incorporación
de las masas al juego político. De esta necesidad de incorporar a las masas y de su
aceptación por éstas, emerge la doble paradoja del populismo latinoamericano: sec-
tores de los grupos dominantes que promueven la participación de los dominados y
masas que sirven de soporte a un régimen en el cual son dominadas las clases popu-
lares en ascenso sirven a la legitimación del régimen en la medida en que presionan
a través de los políticos populistas, por su incorporación política y económica al sis-
tema, pero en este mismo proceso de incorporación ellas traen al escenario político
sus insatisfacciones presentes y tienden a convertirlas en permanente amenaza de
superación del statu quo” (1995: 109).
[...] como aquel que despilfarra dineros que sabe ajenos en nombre de
aquellos a quienes se los expropia —si nos circunscribimos a la dimen-
sión económica— o, si preferimos una fórmula más cabal, aquel que se
empeña en abolir el derecho en nombre de todos los derechos, sabiendo
que todos son lo mismo que ninguno porque los beneficios están siempre
concentrados y los costos dispersos, de modo que nadie se dé cuenta de
que le paga la factura al vecino (Vargas Llosa, 2005: 22).
Los populismos
3
Probablemente una excepción a esta norma haya sido la campaña de Mario Var-
gas Llosa a la presidencia de Perú.
4
El listado de líderes populistas se basa en Knight (1998: 234), quien también in-
cluye a Hitler y a Thatcher.
5
Una discusión parecida se desarrolla en Centroamérica en torno a la utilización de
los conceptos oligarquía y oligarcas, se cuestiona la utilidad de estos términos para
referirse a las nuevas élites empresariales de la región que no son más los “señores
de la tierra” de finales del siglo XIX y principios del XX.
Democracia, distribución
y crítica a las democracias existentes
Democracia y redistribución
6
La teoría de los recursos de poder coincide con estas conclusiones. Véase Bradley
et al. (2003).
Crítica a la democracia
Conclusiones
Bibliografía
estudian. Para hablar de modelos de democracia son útiles: Macpherson (1977), Held
(1987) y Lijphart (1999).
4
Hay que hacer algunas aclaraciones: 1) esto es un modelo que representa lo
que la teoría expone como caso puro o extremo; 2) que el modelo procedimental
tenga como premisa que la democracia no tiene sustancia o contenido quiere
decir que no tiene fines específicos (sociales, culturales o de cualquier otro tipo)
independientemente de que los procedimientos o las garantías que validan
esos procedimientos sean en sí mismos un tipo de contenido; 3) que el modelo
de democracia sea procedimental quiere decir que los contenidos o fines de un
gobierno son puestos a debate y a votación cada determinado tiempo y pueden ser
modificados o totalmente cambiados. Sin embargo, es posible que la democracia
realmente existente tenga contenidos o fines predeterminados y estructuralmente
establecidos (por ejemplo, la democracia procedimental y representativa actual tiene
como contenido económico al modelo neoliberal); 4) así, el aspecto procedimental
presenta a la democracia como un sistema abierto, hecho que se pondrá en duda
en el presente trabajo a partir de la existencia de una estructura de poder paralela
al sistema democrático.
5
Explica Rousseau (1762: 28): “En cuanto a la igualdad, no debe entenderse por tal
el que los grados de poder y de riqueza sean absolutamente los mismos, sino que el
primero esté al abrigo de toda violencia y que no se ejerza jamás, sino en virtud del
rango y de acuerdo con las leyes, y en cuanto a la riqueza, que ningún ciudadano
sea suficientemente opulento para poder comprar a otro ni ninguno bastante pobre
para ser obligado a venderse”.
6
El cuadro 1 es solamente ilustrativo. Incluyo algunos ejemplos, pero de ninguna
manera pretendo sintetizar el debate entre los diversos modelos de democracia.
La relación democracia-populismo
7
Debo mencionar que existe otro tipo de neopopulismo que fundamentalmente
está de acuerdo con los procesos de estructuración y distribución producidos por
el mercado. Algunos ejemplos son: Carlos Menem en Argentina, Carlos Salinas de
Gortari en México, Collor de Mello en Brasil, Hugo Banzer en Bolivia o Alberto Fujimori
en Perú. Estos tipos de neopopulismo se presentaban como críticos al mercado en
las campañas electorales, pero al ganar las elecciones, viran en torno a la lógica del
mercado aprobando reformas de corte neoliberal (Prud’Homme, 2001; Hermet, 2001
y Santiso, 2001). Estos gobiernos son denominados neopopulistas principalmente por
su estilo político que elevó el poder del Ejecutivo (constituyendo lo que Guillermo
O’Donnell denominó democracia delegativa), adoptando lógicas personalistas y
arbitrarias y generando políticas sociales clientelares (Knight, 1998: 244-245).
8
Véase también Prud’Homme (2001: 43-49).
11
De hecho para José Álvarez Junco (1994) el populismo se caracteriza por la
movilización y la organización de las masas además de sus peculiaridades retóricas
y no por los elementos económicos que pueden o no existir a diferencia de Lynch
(1999) para quien el proceso democratizador e integrador económico y político es un
elemento definitorio del populismo.
14
Si bien el populismo puede conducir al fascismo, como sucedió en España, esto
no necesariamente debe ser así en otros casos. Cuando lo que se impone es el
reforzamiento del Estado existe la posibilidad de un radicalismo pequeño-burgués de
derecha que conduzca a un fascismo pero cuando lo fundamental es la integración
del pueblo en el cuerpo político a través de la igualdad social estaremos frente a la
construcción de un estado de bienestar a partir de un radicalismo pequeño-burgués
de izquierda (Álvarez, 1994: 36) que puede desembocar en lo que Winocur (1983)
denomina régimen de nuevo tipo (democrático, antiimperialista y con reforma agraria).
15
Ésta es la propuesta dada en el Seminario de Investigación Buen Gobierno,
Populismo y Justicia Social, desarrollado a lo largo de un año en FLACSO-México y
apoyado financieramente por el Conacyt y del cual este texto es consecuencia.
16
Este problema fue analizado por Torcuato di Tella (1965: 39-45) bajo la aparición de
varios síndromes: el efecto demostración, la revolución de aspiraciones, la generación
de grupos incongruentes y la formación de coaliciones populistas.
17
La crisis de la deuda en la década de 1980 y los efectos samba y tequila en la
de 1990, junto con la crisis argentina del 2001 a partir de los diversos cambios de
sentido de los flujos de capital. Al respecto son útiles Boyer (1999); Dos Santos
(2004); Griffith-Jones (2000); Moguillansky y Bielschovsky (2000); Solomon (2000);
y Stallings y Pérez (2000).
18
La idea del rompimiento social como fuente primigenia del populismo a partir de
la desigualdad y la incertidumbre en la vida cotidiana aparece en: Hermet (2001);
Prud’Homme (2001); Santiso (2001) y Panizza (2005).
19
Otra forma de relación DLP-populismo se deriva de los formatos que han tomado
las campañas electorales, de las ya conocidas promesas de campaña, el papel que
juegan los medios de comunicación, especialmente la televisión (aunque el uso de
medios masivos de comunicación —como la radio— ya eran parte de una estrategia
del populismo clásico), la personificación de los líderes en las elecciones, extrañamente
tanto en las democracias presidenciales como en las parlamentarias, a partir de la
conformación de los partidos “cacha todo” (Kirchheimer, 1966; Weber, 1991 y
s
s
Tercera vía
21
Este cambio tuvo importantes repercusiones: una drástica reducción del bagaje
ideológico; la consolidación de nuevos líderes que eran juzgados a partir de su eficacia
en las elecciones más que en su identificación con las metas de la organización; la
degradación del papel de los miembros individuales del partido; minimizar el anterior
énfasis en los conflictos de clase buscando ampliar su clientela política, y, finalmente,
asegurarse acceso a una variedad de grupos de interés para lograr su financiamiento
en campaña y su inversión una vez en el gobierno.
22
La autonomía gubernamental respecto de sus votantes se logra mediante
diversas estrategias para generar los discursos legitimadores que permitan manipular
la opinión pública y actuar en contravención de sus plataformas electorales, sus
promesas de campaña o de las directrices constitucionales: 1) una estrategia es
conciliar políticas públicas determinando los contenidos de la agenda y opacando
temas a través de acciones o no-acciones, 2) otra es transformar políticas impopulares
en políticas aceptables mediante: la presentación de la política impopular, no como
una trasgresión, sino como una regla de excepción a los mandatos electorales, la
cual se debe al cambio en las condiciones; tratar de aparecer como responsable al
aplicar políticas que conllevan riesgos electorales; o contrarrestar la impopularidad
con justificaciones y políticas de compensación (Maravall, 1999: 177), 3) otra
estrategia consiste en generar la idea de que la ejecución gubernamental no es
únicamente atribuible al gobierno, que éste lo hizo lo mejor que pudo y que otros
cursos alternativos de acción hubieran tenido un peor desenlace (v. g. “la herencia
recibida” o la “promesa de la luz al final del túnel”), 4) y una más es la popularidad
del gobierno elegido frente a la impopularidad de la oposición donde el descrédito
incrementa la autonomía del gobierno.
La irresponsabilidad política
23
A diferencia de este planteamiento, Douglas Arnold (1993) concluye que si bien
el control poliárquico-electoral exige un nivel de información que el grueso de los
votantes no tiene, por lo que su funcionamiento con éxito se vuelve improbable,
el hecho de que existan informadores y socializadores de la información permite
ajustar las imperfecciones de la información. En cambio, yo planteo que estas
deficiencias de información y la existencia de los cuerpos que Douglas menciona
lejos de perfeccionar el control poliárquico-electoral, lo que hacen es trasladar dicho
recurso político de los ciudadanos a los factores reales de poder.
resa analizar los recursos políticos con que cuenta el mercado, este
tipo que proviene de la capacidad económica con la que se persuade
a los gobiernos a través de la inversión y la omisión de la inversión
en determinados territorios nacionales; por ende, los principales
poseedores de este recurso político son los grupos empresariales y,
en especial, los grandes inversionistas transnacionales sobre la me-
diana, pequeña y microindustria. Las decisiones de producción y
distribución en un sistema de mercado de inversión privada son
tomadas por los hombres de negocios por lo que ellos deciden la
tecnología industrial nacional, los patrones de organización, la loca-
lización industrial, la estructura del mercado, la asignación de recur-
sos y compensaciones del estatus ejecutivo (Lindblom, 1977: 171).
Un elemento del capitalismo, que se exacerba en el esquema neoli-
beral, es la actividad del Estado para llevar a cabo las modificaciones
necesarias que generen un “mayor atractivo” a la inversión, espe-
cialmente extranjera, pero también nacional. El atractivo consiste
en mantener seguras y mejorar al máximo las tasas de utilidad de
los inversionistas creando una serie de garantías que constituyen la
competitividad.26 De esta forma, los Estados compiten por el acceso
a los capitales de inversión, cuya entrada y salida son constituidas
como recursos políticos a partir de tres pautas:
26
Como son: el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica, la estabilidad
financiera del Estado a través de sus ingresos fiscales y su manejo de deuda, el
establecimiento de medidas fiscales preferentes para los inversionistas, la flexibilización
de la relación laboral, la desregulación administrativa, el establecimiento de un
régimen de propiedad intelectual, el mejoramiento constante de la infraestructura,
la apertura a nuevas áreas de inversión que implican tasas de utilidad seguras y
posibles monopolios u oligopolios naturales como son la electricidad, la industria
petrolera, el sistema bancario, los medios de comunicación y vías satelitales, la
industria carretera, etcétera.
27
La quiebra de un país por salida masiva de capitales o por una negativa sistemática
a la inversión y al préstamo no es un acto merecedor de un apercibimiento
administrativo y mucho menos un acto criminal. Por el contrario, una de las actuales
tendencias que forman parte de la competitividad es la desregulación para dar
mayor velocidad y poner menos obstáculos a este tipo de recursos políticos.
28
Suponiendo que algunas de las metas de los hombres de negocios no hayan
sido cumplidas, los grupos empresariales tienen de su parte una serie de factores
que facilita la formación de la acción, el mantenimiento de la misma a lo largo
del tiempo y, por ende, la presentación en segundas o terceras oportunidades de
las demandas enarboladas como son: a) el financiamiento, b) una organización
previa de tipo empresarial, c) un mayor acceso a los medios tanto por su poder de
convocatoria como por la contratación de publicidad, d) un tamaño más accesible
para llegar a acuerdos entre diversos grupos empresariales, e) intereses comunes
en lo fundamental (cuando lo fundamental es el mantenimiento del orden
capitalista), y f) un acceso especial al sistema estatal desde distintas esferas.
Mercado Política
Agentes Ciudadanos
Propiedad Autoridad
Conclusiones
Bibliografía
VOX POPULI
Reflexiones sobre identidades
populares y populismo el espectro maldito de la confusión y la discordia, como de democratización política y social en
Gerardo Aboy Carlés, el germen “dañino” del disparate y el desvío. En este curso en América Latina. Ese propósito
Sebastián Barros y Julián Melo
ISBN 978-987-630-156-5 tiempo preñado de pretéritos abiertos y de promesas nos exigirá abordar la cuestión de los
anticipatorias, su espíritu irredento se resiste como nunca Populismo y democracia derechos y el desafío de su universaliza-
VOX POPULI
Este libro –el primero de la presente colección– constituye un rico
antes a la conjura. Sombra que inquieta a los adalides ción, el lugar del Estado en este cometi-
en Latinoamérica
aporte para construir mejor nuestras preguntas sobre un asunto cen-
tral de la discusión teórico-política contemporánea: el de la constitu-
ción del pueblo y de la política popular. Sabemos que el pueblo no es del republicanismo liberal bienpensante, y obsesiona a do y las viejas y nuevas discusiones sobre
una esencia, sino un sujeto que se constituye en la acción.
los dogmáticos exponentes de una ¿izquierda? siempre los modos de gestionarlo para los que la
incómoda y aturdida ante los temblores intempestivos de la Julio Aibar Gaete literatura ha reservado el calificativo de
horda plebeya. Su exceso incontrolable tampoco ha dejado Coordinador populistas. Se trata de poner en diálogo
de perturbar el sopor de los claustros académicos, los la agenda de nuestras ciencias sociales y
rigurosos devaneos clasificatorios, las rígidas cuadrículas de nuestra teoría política con los retos de
afiebrados cientistas. Y por estos laberintos del populismo una hora fascinante en toda la región.
–de él estamos hablando– se internan, con tanta pasión
como rigurosidad, Julio Aibar Gaete y los investigadores Jorge Calzoni
del Seminario de Investigación Buen Gobierno, Populismo y Eduardo Rinesi
Justicia Social. Lejos de amedrentarse ante tamaño desafío,
se disponen a explorar ese escandaloso desacuerdo, esa
amenaza imposible de neutralizar, el asedio que aterroriza
a la pacatería “democrática” del procedimiento, el síntoma
que perturba la “paz” de las ruinas civilizatorias.
Claudio Véliz