Crítica de La Razón Tecnofeudal

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segunda época

marzo-junio 2022
evgeny morozov

CRÍTICA DE LA RAZÓN

TECNOFEUDAL

Primero, las buenas noticias. La moratoria para imaginar el fin del


capitalismo, señalada en la década de 1990 por Fredric Jameson, ha
expirado por fin. El declive de la imaginación progresista, que venía
durando décadas, ha terminado. Ahora que

se nos permite trabajar con opciones distópicas, la tarea de imaginar


alternativas sistémicas se antoja mucho más fácil, ya que, según parece,
el tan esperado fin del capitalismo podría ser simplemente el comienzo
de algo mucho peor. El capitalismo tardío es ciertamente nocivo, con su
cóctel explosivo de cambio climático, desigualdad, brutalidad policial y
pandemia mortal. Pero al haber hecho la distopía great again, algunos en
la izquierda han procedido con sigilo a revisar el adagio jamesiano: hoy
es más fácil imaginar el fin del mundo que la continuidad del capitalismo
tal y como lo conocemos.

Las noticias no tan buenas son que al emprender este ejercicio espe-
culativo de planificación de escenarios apocalípticos a la izquierda le
cuesta diferenciarse de la derecha. De hecho, los dos polos ideológicos
casi han coincidido en una descripción común de la nueva realidad. Para
muchas posiciones presentes en ambos campos, el fin del capitalismo
realmente existente ya no significa el advenimiento de un futuro mejor,
ya sea en forma de socialismo democrático, anarcosindicalismo o libe-
ralismo clásico «puro». Por el contrario, el consenso emergente es que
el nuevo régimen es nada menos que algo similar al feudalismo, un
-ismo que cuenta con muy pocos amigos respetables. Es cierto que el
neofeudalismo de hoy llega con eslóganes pegadizos, aplicaciones inge-
niosas para móviles y hasta la promesa de una eterna felicidad virtual en
los ilimitados dominios del metaverso de Zuckerberg. Sus vasallos han
cambiado su atuendo medieval por las elegantes camisetas de Brunello
Cucinelli y las zapatillas de Golden Goose. Muchos partidarios de la tesis
neofeudal sostienen que su auge va de la mano con el de Silicon Valley.
Así, términos como «tecnofeudalismo», «feudalismo digital» y «feuda-
lismo de la información» son ya moneda corriente1. «Smart feudalism»
aún no ha cuajado, pero no tardará en llegar.

En la derecha, el más abierto defensor de la tesis de la «vuelta al feuda-


lismo» ha sido el teórico urbano conservador Joel Kotkin, que en The
Coming of Neo-Feudalism (2020) denunciaba el poder de los tecnooligarcas
«woke». Si Kotkin se decanta por «neo», Glen Weyl y Eric Posner, pensa-
dores más jóvenes y de corte más neoliberal, optaron por el prefijo «tecno»
en su muy discutido Radical Markets (2018). El «tecnofeudalismo», escri-
ben, «frena el desarrollo personal, al igual que el feudalismo frenó la
adquisición de educación o la inversión en la mejora de la tierra»2. Para
los liberales clásicos, por supuesto, el capitalismo, corroído por la polí-
tica, siempre está a punto de volver al feudalismo. Sin embargo, desde la
derecha radical hay quien ve en el neofeudalismo un proyecto digno de
ser abrazado. Bajo etiquetas como «neorreacción» o «ilustración oscura»,
muchos se sitúan próximos al inversor multimillonario Peter Thiel. Entre
ellos se encuentra el tecnólogo e intelectual neorreaccionario Curtis
Yarvin, quien ya en 2010 planteó la hipótesis de un motor de búsqueda
neofeudal al que denominó sugestivamente Feudl3.

1
En aras de la información debo decir que en torno a 2016 yo también coqueteé
con estos conceptos, que utilicé en una columna periodística ocasional y en una
charla. Por aquel entonces, el término «feudalismo digital» incluso se coló en el
anuncio del subtítulo de mi libro aún no publicado (la edición final ciertamente
no lo incluiría); también apareció en el subtítulo de una colección de mis ensayos
publicada en España en 2018. Al darme cuenta de su debilidad analítica, abandoné
rápidamente estos conceptos.
2
Eric Posner y Glen Weyl, Radical Markets: Uprooting Capitalism and Democracy for a
Just Society, Princeton (nj), 2018, p. 232. Weyl se perfila como un hijo rebelde de la
economía neoliberal. Fanático de Ayn Rand desde la infancia, se ganó los elogios de
las principales estrellas de la profesión, incluidos, cuando tenía 13 años, los de Milton
Friedman. Recientemente Weyl ha declarado que ya no se identifica como economista,
debido a las imperfecciones de la profesión. Sus vínculos con la esfera tecnológica se
derivan de su puesto en Microsoft Research y de su colaboración con Vitalik Buterin,
cofundador de la blockchain Ethereum, principal competidor de Bitcoin.
3
Las ideas detrás de Feudl se describen en el blog de Yarvin, Unqualified Reservations.
Básicamente, se venía a decir que Google no era demasiado feudal, sino dema-
siado «woke», demasiado democrático. Al indexar y clasificar todas las páginas web
que encontraba en función del número de páginas ajenas que enlazaban con ella,
el motor de búsqueda ignoraba la aparición de jerarquías naturales que, según
En la izquierda, la lista de personas que han coqueteado con concep-
tos «feudales» es larga y va en aumento: Yanis Varoufakis, Mariana
Mazzucato, Jodi Dean, Robert Kuttner, Wolfgang Streeck, Michael
Hudson y, paradójicamente, incluso Robert Brenner, el epónimo del
«debate Brenner» sobre la transición del feudalismo al capitalismo4.
A su favor hay que decir que ninguno de ellos llega a afirmar que el
capitalismo esté completamente extinguido o que hayamos vuelto a la
Edad Media. Los más prudentes, como Brenner, sugieren que las carac-
terísticas del sistema capitalista actual (el estancamiento prolongado, la
redistribución de la riqueza hacia arriba impulsada por medios políticos,
el consumo ostentoso de las élites combinado con la creciente depau-
peración de las masas) recuerdan a aspectos de su predecesor feudal,
aunque el capitalismo siga imperando en gran medida. Sin embargo, a
pesar de todas estas cautelas, muchos en la izquierda no han resistido la
tentación de aplicar el apelativo «feudal» a Silicon Valley o a Wall Street,
así como muchos expertos no pueden evitar llamar «fascistas» a Trump
o a Orbán. La conexión real con el fascismo o el feudalismo históricos
puede ser tenue, pero la apuesta es que hay suficiente valor de choque en
la proclamación como para despertar a la somnolienta opinión pública
de su complacencia. Además, no deja de ser un buen meme. A las

Yarvin, son una característica benigna de todas las comunidades. Yarvin llevó a la
práctica algunas de sus ideas sobre las infraestructuras digitales neofeudales en su
proyecto Urbit, financiado en parte por Thiel. Para un resumen de su política, véase
Harrison Smith y Roger Burrows, «Software, Sovereignty and the Post-Neoliberal
Politics of Exit», Theory, Culture & Society, vol. 38, núm. 6, noviembre de 2021. Para
un perfil de Yarvin, véase Joshua Tait, «Mencius Moldbug and Neoreaction», Key
Thinkers of the Radical Right, Oxford, 2019, pp. 187-203.
4
De Yanis Varoufakis véase su breve artículo «Techno-Feudalism Is Taking Over»,
Project Syndicate, 28 de junio de 2021, así como mi entrevista con él, «Yanis
Varoufakis on Crypto, the Left and Techno-Feudalism», The Crypto Syllabus, 26
de enero de 2022; de Mariana Mazzucato, «Preventing Digital Feudalism», Project
Syndicate, 2 de octubre de 2019; de Jodi Dean, «Communism or Neo-Feudalism?»,
New Political Science, vol. 42, núm. 1, febrero de 2020; y de Robert Kuttner véase su
artículo en coautoría con Katherine Stone, «The Rise of Neo-Feudalism», American
Prospect, 8 de abril de 2020. Para el debate de Wolfgang Streeck sobre la «desigual-
dad oligárquica» –«también se podría hablar de neofeudalismo»–, véase How Will
Capitalism End? Essays on a Failing System, Londres y Nueva York, 2016, pp. 28-30,
35, 187 [ed. cast.: ¿Cómo acabará el capitalismo?, Madrid, Traficantes de Sueños,
2017]. Michael Hudson lleva casi una década escribiendo sobre el neofeudalismo;
véase, por ejemplo, «The Road to Debt Deflation, Debt Peonage and Neofeudalism»,
Levy Economics Institute of Bard College Working Paper no. 708, febrero de
2012. Para el uso del término por parte de Robert Brenner, véase su conferencia
«From Capitalism to Feudalism? Predation, Decline and the Transformation of us
Politics», University of Massachusetts Amherst Political Economy Workshop, 27
de abril de 2021, disponible en YouTube.
multitudes hambrientas de Reddit y Twitter les encanta: el debate sobre
tecnofeudalismo entre Varoufakis y Slavoj Žižek publicado en YouTube
obtuvo más de trescientas mil visualizaciones en solo tres semanas5.

En el caso de figuras conocidas como Varoufakis y Mazzucato, el hecho


de tentar a su público con invocaciones al glamour feudal puede ser
una forma mediática atractiva de reciclar argumentos que han expuesto
con anterioridad. En el caso de Varoufakis, el tecnofeudalismo parece
referirse sobre todo a los perversos efectos macroeconómicos de la fle-
xibilización cuantitativa. Para Mazzucato, el «feudalismo digital» hace
referencia a los ingresos no ganados generados por las plataformas tec-
nológicas. El neofeudalismo se propone a menudo como una forma de
aportar claridad conceptual a los sectores más avanzados de la economía
digital, donde las mentes más brillantes de la izquierda todavía se encuen-
tran muy a oscuras. ¿Son Google y Amazon capitalistas? ¿Son rentistas,
como sugiere el libro de Brett Christophers, Rentier Capitalism?6. ¿Y
Uber? ¿Es solo un intermediario, una plataforma de alquiler que se ha
interpuesto entre los conductores y los pasajeros? ¿O está produciendo y
vendiendo un servicio de transporte?7. Estas preguntas no dejan de tener
consecuencias sobre la manera en que pensamos el propio capitalismo
contemporáneo, fuertemente dominado por las empresas tecnológicas.

La idea de que el feudalismo está resurgiendo también es coherente con


las críticas de la izquierda que condenan el capitalismo como extracti-
vista. Si los capitalistas de nuestros días son meros rentistas holgazanes
que no contribuyen en nada al proceso de producción, ¿no merecen ser
degradados al estatus de terratenientes feudales? Esta adopción del ima-
ginario feudal por parte de las figuras de la intelectualidad de izquierda,
amigas de los medios de comunicación y de los memes, no muestra
signos de cesar. En última instancia, sin embargo, la popularidad del len-
guaje feudal es una muestra de debilidad intelectual, más que de astucia

5
La cultura digital ya estaba inundada desde principios de la década de 1990 del
imaginario medieval de los «cercados», los «comunes», los «barones ladrones»,
los «señores de la tecnología», la «aparcería digital» e incluso la «caza de brujas
digital», por no hablar de la comparación de Umberto Eco entre los usuarios de
dos y de Mac con protestantes y católicos. El diagnóstico tecnofeudal cae así en
terreno fértil.
6
Véase Brett Christophers, Rentier Capitalism: Who Owns the Economy, and Who
Pays for It?, Londres, 2020.
7
Julia Tomassetti, «Does Uber Redefine the Firm? The Postindustrial Corporation
and Advanced Information Technology», Indiana Legal Studies Research Paper
No. 345, abril de 2016.
mediática. Es como si el marco teórico de la izquierda ya no pudiera dar
sentido al capitalismo sin movilizar el lenguaje moral de la corrupción y
la perversión. En las páginas siguientes profundizo en algunos debates
sobre los rasgos específicos que diferencian al capitalismo de las formas
económicas anteriores (así como los que definen las operaciones políti-
co-económicas en la nueva economía digital) con la esperanza de que la
crítica de la razón tecnofeudal pueda arrojar nueva luz sobre el mundo
en el que nos encontramos.

lógica feudal

Aparte de los neorreaccionarios, prácticamente la totalidad de quienes


utilizan el término consideran que el neofeudalismo es deplorable, un
retroceso a un pasado opresivo. Pero, ¿qué tiene de malo exactamente?
Aquí, como en las familias infelices de Tolstoi, los descontentos con el
neofeudalismo lo están cada uno a su manera. Las diferencias se derivan
en parte de la naturaleza controvertida del propio término «feudalismo».
¿Se trata de un sistema económico, que debe evaluarse en función de
su productividad y apertura a la innovación? ¿O es, por el contrario, un
sistema sociopolítico, que debe evaluarse en función de quién ejerce el
poder en él, cómo y sobre quién? La discusión no es nueva –tanto los
medievalistas como los marxistas la conocen bien–, pero estas ambigüe-
dades en la definición del término se han trasladado a los incipientes
debates sobre el neofeudalismo y el tecnofeudalismo.

Para los marxistas, el término «feudalismo» hace referencia, sobre todo,


a un modo de producción. El concepto define, por lo tanto, una lógica
económica a través de la cual el excedente producido por los campesi-
nos –el eje de la economía feudal– es apropiado por los terratenientes8.
Por supuesto, considerar el feudalismo como un modo de producción
no significa que los factores políticos y culturales no tengan impor-
tancia. No todos los campesinos, tierras y terratenientes eran iguales;
había jerarquías de todo tipo y de varios niveles, además de distinciones
intrincadas –arraigadas en la procedencia, la tradición, el estatus o la
fuerza– que daban forma a las interacciones no solo entre las clases, sino

8
La recapitulación reciente más accesible de la lectura marxista del feudalismo
como lógica económica es la de Chris Wickham, «How Did the Feudal Economy
Work? The Economic Logic of Medieval Societies», Past & Present, vol. 251, núm. 1,
mayo de 2021.
también en el seno de ellas. Las propias condiciones de posibilidad del
feudalismo eran tan complejas como las de los regímenes capitalistas
que le sucedieron. Por ejemplo, la naturaleza peculiar de la soberanía en
el feudalismo (que, como subrayó Perry Anderson, estaba «parcelada»
entre los terratenientes en lugar de estar concentrada en la cima) dejó
una impronta fundamental. Sin embargo, a pesar de todos estos mati-
ces, importantes corrientes de la tradición marxista han concentrado sus
esfuerzos en descifrar la lógica económica del feudalismo, como clave
para elucidar la de su régimen sucesor, el capitalismo.

En su versión más simple, la lógica económica feudal era algo similar


a lo siguiente. Los campesinos poseían sus propios medios de produc-
ción –herramientas y ganado, además de acceso a la tierra común– y,
por lo tanto, gozaban de cierta autonomía respecto a los terratenientes
para procurarse su subsistencia. Los señores feudales, al tener pocos
incentivos para aumentar la productividad de los campesinos, no inter-
venían mucho en el proceso de producción. El excedente producido por
estos les era arrebatado abiertamente por los primeros, la mayoría de las
veces apelando a la tradición o a la ley, impuesta por el señor mediante
la amenaza (y a menudo la aplicación) de la violencia. No había la menor
confusión en cuanto a la naturaleza de esta extracción de plusvalor: los
campesinos no albergaban ninguna ilusión sobre su libertad. Su auto-
nomía en materia de producción tal vez fuera considerable, pero su
autonomía en general estaba estrictamente circunscrita.

En consecuencia, muchos marxistas –podemos saltarnos las disputas


internas a estas alturas– sostenían que, bajo el feudalismo, los medios
de extracción del plusvalor son extraeconómicos, siendo en gran medida
de naturaleza política; los bienes se expropian bajo la amenaza de la
violencia. En el capitalismo, en cambio, los medios de extracción del
plusvalor son totalmente económicos: sujetos nominalmente libres se
ven obligados a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir en una eco-
nomía monetaria en la que ya no poseen los medios de subsistencia,
pero la naturaleza altamente explotadora de este contrato de trabajo
«voluntario» permanece en gran medida invisible. Así, cuando pasamos
del feudalismo al capitalismo, la expropiación política da paso a la explo-
tación económica. La distinción entre lo extraeconómico y lo económico
(una de las muchas dicotomías de este tipo) sugiere que, como catego-
ría dentro del pensamiento marxista, el «feudalismo» solo es inteligible
cuando se examina a través del prisma del capitalismo, por lo general
imaginado como su sucesor más progresista, racional y favorable a la
innovación. Y ciertamente es innovador: al basarse únicamente en los
medios económicos de extracción de plusvalor, no necesita ensuciarse
las manos más de lo estrictamente necesario; el «Leviatán invisible» del
sistema capitalista hace el resto9.

Para la mayoría de los historiadores no marxistas, en cambio, el feu-


dalismo no era un modo de producción atrasado sino un sistema
sociopolítico atrasado, marcado por episodios de violencia arbitraria y
por la proliferación de dependencias personales y vínculos de lealtad,
comúnmente justificados por los más endebles motivos religiosos y
culturales10. Era un sistema en el que los indómitos poderes privados
reinaban sin trabas ni cortapisas. Por ello, en esta tradición intelectual
tan diversa es habitual contraponer el feudalismo no al capitalismo, sino
al Estado burgués que respeta y hace cumplir la ley. Ser un súbdito feu-
dal es vivir una vida precaria repleta de miedo al poder arbitrario privado;
temblar ante unas normas en cuya creación no se ha participado y no
tener la posibilidad de apelar a su veredicto de culpabilidad. Para los
marxistas, lo opuesto al súbdito feudal, el campesino, es el trabajador
plenamente proletarizado de la empresa capitalista; para los no marxis-
tas, es el ciudadano del moderno Estado burgués, que disfruta de una
plétora de derechos democráticos garantizados.

Independientemente del paradigma, en teoría debería ser posible iden-


tificar los rasgos primordiales del sistema feudal y examinar si estos
podrían estar repitiéndose en la actualidad. Por ejemplo, si tratamos
el feudalismo como un sistema económico, una de esas características
podría ser la existencia parasitaria de la clase dominante, que disfruta
de un estilo de vida lujoso a costa de la miseria de la clase (o clases)
que domina. Si lo tratamos como un sistema sociopolítico, ese rasgo
podría ser la privatización del poder que antes recaía en el Estado y su
dispersión a través de instituciones opacas que no rinden cuentas ante
nadie11. En otras palabras, si conseguimos asociar el feudalismo con

9
Debo esta llamativa frase al título de la obra de Murray Smith, Invisible Leviathan:
Marx’s Law of Value in the Twilight of Capitalism, Leiden, 2020.
10
La obra de Marc Bloch, Feudal Society [1939], Londres, 2014 [ed. cast.: La sociedad
feudal, Madrid, 1986] es la perenne referencia en estos círculos.
11
Un ejemplo interesante en este sentido, procedente de la derecha política, es el
trabajo del teórico holandés Frank Ankersmit, quien lleva argumentando desde
1997 que el papel prominente desempeñado por las ong y otras organizaciones de
la sociedad civil en las democracias liberales ha producido un «archipiélago cuasi
feudal de islas de gestión egoísta», que nos lleva, a tenor del título de su libro de
2005, a una «Nueva Edad Media».
una determinada dinámica y si podemos observar la recurrencia de esa
dinámica en nuestro propio presente posfeudal, deberíamos al menos
poder hablar de la «refeudalización» de la sociedad con independencia
de que en el horizonte actual no se vislumbre un «neofeudalismo» en
toda regla. Se trata de una afirmación más débil, pero que conlleva una
mayor claridad analítica.

Precursores

Hace alrededor de sesenta años, Habermas realizó un trabajo pionero en


este campo en The Transformation of the Public Sphere (1962). Según su
relato, no exento de polémica, la esfera pública de la primera burguesía
podía apreciarse en los cafés londinenses, lugares importantes para el
desarrollo del discurso emancipador. Domesticada por los capitalistas,
los imperativos de aquella esfera quedaron ligados a los de la industria
cultural y su complejo publicitario. En consecuencia, las estructuras de
poder y las jerarquías privadas anteriores a la modernidad resurgieron
en lo que él denominó la «refeudalización de la esfera pública», dando a
entender por ella la dinámica zigzagueante de la modernidad. Aunque
Habermas acabó distanciándose del concepto de «refeudalización» para
optar en su lugar por el de «colonización del mundo de la vida», hay
quien en Alemania lo ha recuperado recientemente.

En la última década, el sociólogo radicado en Hamburgo Sighard Neckel


ha realizado un impresionante trabajo que documenta cómo el des-
pliegue del neoliberalismo –ese gran lubricante de la modernidad– ha
traído consigo el resurgimiento de formas sociales premodernas, como
son la precarización del trabajo, la distribución desigual de la riqueza
y la aparición de nuevos oligarcas12. Aunque Neckel cita con frecuen-
cia las advertencias de Thomas Piketty sobre el retorno del «capitalismo
patrimonial» –un concepto próximo al imaginario «neofeudal»–, es la
noción habermasiana de «refeudalización» la que le permite unir estas
diversas vertientes. Fusionando de forma creativa perspectivas marxistas

12
Véase Sighard Neckel, «“Refeudalisierung”: Systematik und Aktualität eines
Begriffs der Habermasschen Gesellschaftsanalyse», Leviathan, vol. 41, núm. 1,
2013; «Refeudalisierung der Ökonomie», en Soziologie der Finanzmärkte, Bielefeld,
2014, pp. 113-28; y «The refeudalization of modern capitalism», Journal of Sociology,
vol. 56, núm. 3, junio de 2020. A pesar de las frecuentes referencias al capita-
lismo, el análisis del feudalismo que informa el uso que Neckel hace del mismo
es inequívocamente no marxista, dado que contrasta la igualdad, la justicia y la
neutralización del poder privado fomentadas por el Estado burgués con su ausencia
en el modelo feudal.
y no marxistas, Neckel sostiene que podemos estar asistiendo a la apa-
rición de «un capitalismo moderno sin estructuras burguesas», y que la
ausencia de estas últimas podría ser «la condición cultural previa para
la marcha triunfal del capitalismo en el siglo xxi». La modernización
neoliberal no debe pues leerse en términos de progreso ni de involu-
ción, sino como paradójica. En opinión de Neckel, la refeudalización no
conduce al pasado, sino que hace referencia a «una dinámica social del
presente en la que la modernización toma la forma de un rechazo de las
máximas de un orden social burgués». En este sentido, Neckel se une a
otros destacados sociólogos alemanes –me vienen a la mente Wolfgang
Knöbl y Hans Joas– en el cuestionamiento de los relatos de inspiración
teleológica sobre la modernización13.

Un empleo curioso del término «refeudalización» puede verse en la obra


del jurista francés Alain Supiot. En su obra Homo Juridicus (2005) y La
gouvernance par les nombres (2015), Supiot presenta la neoliberalización y
la digitalización como dos de los principales impulsores de la «refeudali-
zación»14. La ambición en este caso no es escandalizar, sino complejizar
nuestros anodinos relatos habituales del cambio social. Aunque el mundo
no está volviendo a la Edad Media, escribe Supiot, «los conceptos jurídi-
cos del feudalismo proporcionan herramientas excelentes para analizar
las enormes alteraciones institucionales que están teniendo lugar bajo la
acrítica noción de “globalización”»15. La clave de la filosofía jurídica de
Supiot es la distinción entre el gobierno por los hombres –típico de la
época feudal, con sus lealtades personales y sus vínculos de dependen-
cia– y el gobierno por la ley, el logro del Estado burgués, que se establece
como tercero objetivo, garante de los derechos y ejecutor de las normas.
En la medida en que el Estado había declarado que ciertas áreas queda-
ban fuera de los límites del contrato privado, así como al margen de los

13
Esto es más visible en sus obras escritas conjuntamente: Hans Joas y Wolfgang
Knöbl, Social Theory: Twenty Introductory Lectures, Cambridge, 2009, y War in
Social Thought, Princeton (nj), 2012.
14
Un resumen accesible de la tesis de Supiot se encuentra en su artículo «The
Public-Private Relation in the Context of Today’s Refeudalization», International
Journal of Constitutional Law, vol. 11, núm. 1, enero de 2013, pp. 129-145.
15
Alain Supiot, La gouvernance par les nombres, París, 2015; ed. ing.: Governance by
Numbers, Londres, 2015, p. 225. Existe aquí una afinidad con la proliferación de
conceptos relacionados con el «neomedievalismo» en la teoría de las relaciones
internacionales a partir de la década de 1960. En ese campo, el «neomedievalismo»
también se aplicó tempranamente a la economía digital global: véase Stephen
Kobrin, «Back to the Future: Neomedievalism and the Postmodern Digital World
Economy», Journal of International Affairs, vol. 51, núm. 2, primavera de 1998.
cálculos de utilidad, todos los ciudadanos podían disfrutar de un mínimo
de dignidad en el lugar de trabajo y fuera de él, independientemente de sus
diferencias de poder y de riqueza. El neoliberalismo, al someter al Estado
a los imperativos de maximización de la utilidad y la eficiencia, lo abre de
nuevo, sin embargo, a la contratación privada.

Para Supiot, la digitalización también acelera el proceso de «refeudaliza-


ción» al vincular a las personas en redes en las que su poder y autonomía
dependen de sus posiciones frente a otros nodos. En principio, los
ciudadanos del Estado burgués son titulares de todos sus derechos, inde-
pendientemente de las comunidades a las que pertenezcan. Pero, ¿sigue
siendo este el caso de los ciudadanos de la sociedad en red, cuya reputa-
ción y puntuaciones digitales en línea configuran sus interacciones con
las instituciones de un modo que tal vez ni siquiera sospechan? En medio
de todo el bombo y platillo del neofeudalismo brillan con luz propia las
críticas anteriores de Neckel y Supiot, tan cuidadosamente argumenta-
das, aunque sigan siendo desconocidas por la mayoría de quienes se
suben hoy al carro neofeudal. Los debates actuales suelen ignorar los
puntos teóricos más sutiles que ambos autores plantean sobre la diná-
mica contradictoria de la modernización neoliberal. De vez en cuando se
cita al joven Habermas (si Habermas dice que es feudalismo, ¿quién se
atrevería a decir lo contrario?), pero sin demasiada convicción.

¿brenner o wallerstein?

Pero, ¿qué hipótesis intelectuales de fondo, en el rico cuerpo del pen-


samiento de la izquierda actual, hacen posible que algo como el
«neofeudalismo» sea siquiera pensable? Después de todo, plantear
el extraño argumento de que el capitalismo está yendo de alguna
manera marcha atrás requiere una comprensión muy particular no solo
de su dinámica, sino también de las actividades y procesos que son pro-
piamente «capitalistas», así como de los que definitivamente no lo son.
¿Cuáles son estas hipótesis?

Aquí podemos volver a las disputas antes mencionadas sobre la naturaleza


de la transición del feudalismo al capitalismo dentro de la tradición mar-
xista. Hay dos formas de pensar este asunto mutuamente excluyentes. Una
de ellas considera que lo que impulsa el sistema capitalista es únicamente
su dinámica interna de competencia y explotación y que la expropiación
política se encuentra firmemente fuera de sus límites. En virtud de esta
interpretación, la acumulación de capital se efectúa únicamente por los
medios económicos «limpios» de extracción de plusvalor. No se niega
la existencia de procesos extraños o ajenos que facilitan la expropiación
(violencia, racismo, desposesión, carbonización, etcétera), pero deben ser
excluidos del análisis en tanto que elementos extras no capitalistas; pueden
haber ayudado a determinados capitalistas en sus esfuerzos individuales
por apropiarse del plusvalor, pero están fuera del proceso de acumulación
capitalista como tal. No hay «leyes del movimiento» del capital que pue-
dan deducirse a partir de ellos. Desde este punto de vista, incluso si «la
fuerza coercitiva de la esfera “política” es necesaria en última instancia
para sostener la propiedad privada y el poder de apropiación, la necesidad
“económica” suministra la compulsión inmediata que obliga al trabajador
a transferir el trabajo excedente al capitalista»16.

La otra opción, analíticamente más confusa pero intuitivamente más con-


vincente, es reconocer que el capitalismo (al menos el capitalismo histórico
que conocemos, no el capitalismo purista de los modelos abstractos) es
impensable sin todos esos procesos extraños o ajenos. No hace falta negar la
centralidad de la explotación en el sistema capitalista para percibir cómo el
racismo o el patriarcado han contribuido a crear sus condiciones de posibi-
lidad. ¿Se habría desarrollado el sistema capitalista en el Norte global como
lo hizo, si no se hubieran expropiado metódicamente los recursos baratos
del Sur global? A diferencia de lo que sucede con la explotación del trabajo,
estas dinámicas históricas –y las contrapartidas presentes en ellas– no pue-
den reducirse a una fórmula clara, que, en los propios escritos de Marx,
describiría la decisión de una empresa de automatizar su fuerza de trabajo.
Pero este desorden no hace que tales dinámicas sean menos reales o menos
constitutivas del capitalismo histórico.

Las diferencias existentes entre estos planteamientos salieron a la luz


en dos debates históricos y, paradigmáticos sobre los orígenes del capi-
talismo y la naturaleza de la transición del feudalismo a este. El debate
Dobb-Sweezy de la década de 1950, primero, y el debate Brenner desple-
gado entre 1974 y 1982, después, enfrentaron a historiadores marxistas
y no marxistas en distintas combinaciones en torno a la importancia
relativa del sistema de comercio mundial en rápida expansión respecto
de las cambiantes relaciones de clase y de propiedad, inicialmente en

16
Ellen Meiksins Wood, «The Separation of the Economic and the Political in
Capitalism», nlr 1/127, mayo-junio de 1981, p. 80.
Inglaterra, como los principales factores responsables del surgimiento
del capitalismo17. Aquellos debates dieron lugar a líneas tangenciales
de discusión fascinantes. Una en particular es crucial para descifrar los
fundamentos teóricos de las formulaciones más serias de la tesis tec-
nofeudal: la centralidad de la «acumulación primitiva» en los orígenes,
así como en la evolución y comportamiento posterior del capitalismo.

En algunas interpretaciones marxianas, incluida la de Immanuel


Wallerstein, la «acumulación primitiva» se refiere al uso de medios
extraeconómicos y políticos para capturar y transferir el plusvalor, bajo
la etiqueta de «intercambio desigual», de los países más pobres a los
más ricos o, como dijo Wallerstein, de la periferia al centro de la eco-
nomía-mundo capitalista18. Los orígenes del capitalismo no podrían
entenderse sin tener en cuenta esta capacidad del centro para apropiarse
del plusvalor del conjunto de la economía global, lo cual explica por qué
el capitalismo surgió y floreció donde lo hizo. La explotación del trabajo
asalariado (nunca totalmente proletarizado) ciertamente impulsó las for-
tunas de los capitalistas del centro de la economía-mundo capitalista,
pero ello constituyó solo una parte de la historia. Por lo tanto, centrarse
exclusivamente en la explotación e ignorar el hecho de que la dinámica
centro-periferia de «intercambio desigual» y «acumulación primitiva»
sigue presente hoy en día es malinterpretar la naturaleza del capitalismo.

Brenner acusó al análisis de Wallerstein de tecnodeterminismo por no


otorgarle la importancia debida a las relaciones de clase y al papel del
«trabajo excedente relativo», es decir, a la productividad creciente, como
una característica sistémica del capitalismo. Brenner argumentó que
las interpretaciones wallersteinianas basadas en el intercambio eran un
elemento básico del marxismo neosmithiano e ignoraban lo que Marx
realmente quería decir con el concepto de «acumulación primitiva». De
acuerdo con la acepción de Marx, esta debía entenderse como el pro-
ceso de «divorcio entre el productor y los medios de producción», lo cual
abrió la puerta al trabajo asalariado y a la explotación y vino a ocupar el

17
La bibliografía al respecto es enorme, pero un punto de partida indispensa-
ble para el debate Brenner sobre la transición al capitalismo es Trevor Aston y
Charles Philpin (eds.), The Brenner Debate: Agrarian Class Structure and Economic
Development in Pre-Industrial Europe, Cambridge, 1987.
18
Immanuel Wallerstein, The Origins of the Modern World-System: Capitalist
Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the Sixteenth Century,
Nueva York, 1974, pp. 16-20; ed. cast.: El moderno sistema mundial. La agricultura
capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo xvi, Madrid, 2016.
lugar de la expropiación de los bienes ya elaborados por los campesinos
semiautónomos. El divorcio en cuestión se produjo como resultado de
la reconfiguración de las relaciones de clase y de los cambios acaeci-
dos en los derechos de propiedad; tuvo poco que ver con el intercambio
desigual o el comercio mundial19. Tal y como afirmaría Brenner en un
ensayo posterior, la etapa conocida como «acumulación primitiva» no
fue más que el proceso de «aparición de las relaciones sociales y de
propiedad constitutivas del capital». Esto trajo aparejado ciertamente
enormes dosis de fuerza y violencia, pero el papel de la acumulación
primitiva fue muy limitado, no debiendo confundirse su dinámica con
la de la acumulación capitalista propiamente dicha.

¿Cuál era ese papel limitado? En opinión de Brenner, la «acumulación pri-


mitiva» sirvió únicamente para romper la «fusión» políticamente instituida
de la tierra, el trabajo y la tecnología, que caracterizaba al sistema feudal y
que había impedido que estos tres factores esenciales de la producción se
utilizaran de forma más productiva (algo que podría corregirse una vez que
se insertaran en la lógica capitalista de la obtención de beneficios)20. Dicho
sin rodeos, el análisis de Brenner proponía la tesis de que el feudalismo
daba a todo el mundo incentivos para holgazanear. En ausencia de las pre-
siones competitivas del mercado, no había necesidad de preocuparse por la
racionalización del proceso de producción. La acumulación primitiva puso
fin a esa utopía de la holgazanería, dando paso a la «voluntad de mejora»
impulsada por la competencia, tan característica del capitalismo.

Sin embargo, una ojeada rápida a El capital, volumen i, revela un mayor


grado de ambigüedad sobre el tema de la acumulación primitiva de lo
que Brenner dejó entrever inicialmente. El capítulo 26, en el que Marx
critica la concepción realmente ingenua de Adam Smith sobre la «acumu-
lación previa», ciertamente respalda las afirmaciones de Brenner (quien
se hizo eco de ello, muy elocuentemente, para atacar a Wallerstein). Pero
luego, en el capítulo 31, Marx afirma en un célebre pasaje algo mucho
más congruente con la propia línea de análisis de Wallerstein:

El descubrimiento de oro y plata en América, el desarraigo, la esclavización


y el enterramiento en las minas de la población aborigen, el inicio de la
conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión de África en un

19
Robert Brenner, «The Origins of Capitalist Development: A Critique of Neo-
Smithian Marxism», nlr 1/104, julio-agosto de 1977.
20
Robert Brenner, «What Is, and What Is Not, Imperialism?», Historical Materialism,
vol. 14, núm. 4, enero de 2006, pp. 79-105.
vivero para la caza comercial de pieles negras, señalaron el halagüeño ama-
necer de la era de la producción capitalista. Estos procedimientos idílicos
son los principales momentos de la acumulación primitiva21.

El capítulo no deja lugar a dudas sobre la intrincada conexión entre la


violencia ejercida en nombre de la transferencia forzosa y los orígenes
del capitalismo. Marx no puede ser más explícito en este punto: «La escla-
vitud velada de los trabajadores asalariados en Europa necesitaba, como
pedestal, la esclavitud pura y simple en el nuevo mundo». Es difícil enca-
jar este relato de la «acumulación primitiva» en la historia brenneriana
del «divorcio» entre los productores y sus medios de producción en el
campo inglés. Existen ambigüedades similares en la reflexión de Marx
sobre si estas prácticas violentas de «conquista y saqueo» se detuvieron
en la etapa de la acumulación primitiva o si dichas prácticas (y, por lo
tanto, también la acumulación primitiva) continuaron junto con la acu-
mulación capitalista propiamente dicha basada en la explotación; o si, de
hecho, aunque la «acumulación primitiva» propiamente dicha sea cosa
del pasado, no hay a pesar de todo un proceso continuo de expropiación
o desposesión, que se verifica junto con la explotación. Incluso en cues-
tiones relativamente sencillas (¿deberían considerarse la «esclavitud» y
el «trabajo no libre» como parte del capitalismo?) hay en Marx zonas
brumosas que alimentan muchos de los debates actuales.

Para Brenner –y para la escuela de marxismo político que se formó en


torno a su figura y la de Ellen Meiksins Wood en años posteriores– no
había tal ambigüedad. El capitalismo surgió y se expandió a un ritmo
tan vertiginoso, porque una serie de procesos históricos convergieron
de tal manera que obligaron a los capitalistas a «acumular a través de
la innovación»22. El proyecto brenneriano de comprensión de la lógica
del capitalismo se convirtió así en la explicación de la dinámica (codi-
ficada en términos tales como «reglas de reproducción» y «leyes del
movimiento») a través de la cual las presiones sistémicas ejercidas sobre
los capitalistas condujeron a la acumulación a través de la innovación.
Era un modelo coherente y elegante, que postulaba que el aumento de
la productividad era consecuencia de la innovación, la cual, a su vez, era

Karl Marx, Capital, Volume One, Londres, 1990, p. 915; ed. cast.: El capital, Madrid, 2017.
21
22
Para una evaluación del estado actual del marxismo político, véase Historical
Materialism, vol. 29, núm. 3, noviembre de 2021, que está dedicado al tema. Cabe
destacar que la crítica fundamental de Brenner a Wallerstein, «The Origins of
Capitalist Development», menciona el término «innovación» cuarenta y tres veces,
probablemente una primicia para un ensayo publicado en la New Left Review.
consecuencia de que los capitalistas compitieran en el mercado, emplea-
ran trabajo asalariado libre y trataran por todos los medios de reducir sus
costes. En este modelo no era necesario hablar de violencia, expropia-
ción o desposesión; aunque no se negaba su existencia, estas variables
tenían poco que aportar al aumento de la productividad y no formaban
parte del proceso de acumulación capitalista.

3. ¿«acumulación por desposesión»?

Los argumentos de Brenner no convencieron a todo el mundo. En la


última década ha habido muchos intentos interesantes de promover la
tesis de que la explotación y la expropiación han sido y siguen siendo
mutuamente constitutivas. Destacan dos: la teorización del sociólogo
alemán Klaus Dörre sobre el «acaparamiento de tierras» capitalista,
basada en la Landnahme de Rosa Luxemburgo, y el trabajo de Nancy
Fraser sobre la arraigada conexión estructural entre la explotación y la
expropiación, ya que esta última crea y recrea constantemente las con-
diciones de viabilidad para la existencia de la primera23. Muchas de las
discusiones metodológicas que se desarrollan hoy en día en la izquierda
(sobre las mejores formas de narrar el capitalismo en relación con el
clima, la raza o el colonialismo) siguen reflejando las cuestiones no
resueltas del debate Brenner-Wallerstein.

Gran parte de este trabajo reciente se basa en el influyente concepto


de «acumulación por desposesión» elaborado por de David Harvey e
introducido en su libro The New Imperialism (2003). Harvey acuñó este
término, porque no estaba satisfecho con el calificativo «primitiva»;
como muchos otros antes que él, Harvey percibía la acumulación como
un proceso continuo. Resumiendo algunos de los estudios recientes
sobre la cuestión en The New Imperialism, Harvey señaló que «la acumu-
lación primitiva, en resumen, implica la expropiación y la cooptación de
los logros culturales y sociales preexistentes, así como la confrontación

23
Véase Klaus Dörre, «Capitalism, Landnahme and Social Time Regimes: An
Outline», Time & Society, vol. 20, núm. 1, abril de 2011; y «Finance Capitalism,
Landnahme and Discriminating Precariousness: Relevance for a New Social
Critique», Social Change Review, vol. 10, núm. 2, octubre de 2012. Para las contribu-
ciones de Fraser, véase Nancy Fraser y Rahel Jaeggi, Capitalism: A Conversation in
Critical Theory, Cambridge, 2018; y Nancy Fraser, «Expropriation and Exploitation
in Racialized Capitalism: A Reply to Michael Dawson», Critical Historical Studies,
vol. 3, núm. 1, primavera de 2016.
y la usurpación». Esto tenía poco que ver con el relato brenneriano de la
«acumulación primitiva» como proceso de ruptura de la «fusión» feudal
entre los factores de producción; los capitalistas de Brenner no estaban
«cooptando» nada, sino que se estaban deshaciendo, con cierta ayuda
sistémica, de prácticas y relaciones sociales improductivas.

Desafortunadamente, la tesis de Harvey sobre la «acumulación por des-


posesión», aunque prometía mucho, no aportó gran cosa: al final terminó
siendo incluso más ambigua que la tesis de Marx sobre la «acumulación
primitiva». Si hay que creer la formulación inicial de Harvey, los pobres
capitalistas de principios de la década de 2000 apenas podían ganar
dinero sin despojar a alguien de algo: los esquemas Ponzi, el colapso de
Enron, el asalto a los fondos de pensiones, el auge de la biopiratería, la
mercantilización de la naturaleza, la privatización de los activos estatales,
la destrucción del Estado del bienestar o la explotación de la creatividad
por parte de la industria musical eran solo algunos de los ejemplos uti-
lizados para ilustrar esta idea en The New Imperialism. Como la veía en
todas partes, Harvey llegó a la nada sorprendente conclusión de que la
«acumulación por desposesión» se había convertido en la forma «pre-
dominante» de acumulación en la nueva era. ¿Cómo podría ser de otra
manera, cuando toda actividad que no implicaba directamente la explo-
tación del trabajo –e incluso algunas que sí lo hacían– parecía incluirse
automáticamente en esta categoría?

En 2006, Brenner escribió una reseña ambivalente de The New Imperialism


en la que criticaba a Harvey por su «definición extraordinariamente
expansiva (y contraproducente) de la acumulación por desposesión», que
hipertrofiaba el concepto hasta el punto en el que ya no resultaba útil24.
Confesó que le parecía «incomprensible» la conclusión de Harvey sobre
el predominio de la desposesión sobre la acumulación capitalista. Pero,
¿lo era? En efecto, sería «incomprensible» si supusiéramos que seguimos
viviendo en el capitalismo, lo cual, al menos para el Brenner de 2006,
parecía incuestionable. Sin embargo, si el capitalismo se hubiera acabado
realmente y hubiera sido reemplazado por algún otro sistema similar al
feudalismo, esa afirmación tendría más sentido.

En trabajos posteriores Harvey enturbió un poco más las aguas al


convertir la «acumulación por desposesión» en el principal motor
del neoliberalismo al que definió como un proyecto político, más

24
R. Brenner, «What Is, and What Is Not, Imperialism?», cit.
redistributivo que generativo, cuyo objetivo era transferir la riqueza y
la renta de la totalidad de la población a las clases altas de los distintos
países o de los países pobres a los más ricos, si contemplamos el proceso
a escala internacional. Aquí no había espacio alguno para la interpre-
tación afín a Brenner de la «acumulación por desposesión» como algo
destinado a crear las condiciones para la innovación (y, por lo tanto,
para la producción y la generación). Sin decirlo explícitamente, Harvey
se unió silenciosamente al otro campo del debate, al tiempo que aña-
día una serie de mecanismos adicionales de transferencia de plusvalor
(como la extracción de rentas en torno a la propiedad intelectual, por
ejemplo) a los descritos inicialmente por Wallerstein. Cualquiera edu-
cado en la visión ortodoxa y brenneriana de la «acumulación primitiva»
discreparía inmediatamente de la cronología básica de los acontecimien-
tos presentada por Harvey; incluso para Wallerstein y sus seguidores, la
acumulación primitiva basada en el comercio precedió y acompañó a la
acumulación capitalista, pero no la sustituyó ni la superó25.

Desde su formulación inicial por parte de Harvey a principios de la


década de 2000, la tesis de la «acumulación por desposesión» ha sido
adoptada por muchos académicos, sobre todo del Sur global, que la utili-
zan para teorizar las nuevas formas de extractivismo rentista mediante el
cual las empresas flexionan sus músculos políticos para adquirir tierras
y recursos minerales26. Existe una cierta lógica en todo esto: primero,
la desposesión efectuada a través de medios extraeconómicos; luego, la
«rentarización», es decir, la extracción de rentas mediante la explotación
de los derechos de propiedad (incluidos los de los productos intelectua-
les), lo cual devuelve la operación al ámbito económico. Sin embargo,
volver a este ámbito no garantiza que volvamos a un capitalismo normal.
Salvo en el caso de la minería y la agricultura, donde sí es necesario
organizar determinadas actividades productivas o, al menos, extracti-
vas, la clase capitalista parece limitarse a cosechar rentas y a disfrutar

25
En la última década, el sociólogo brasileño Daniel Bin elaboró una descripción más
cuidadosa de las condiciones específicas bajo las cuales la desposesión conduciría a
la acumulación capitalista –una combinación de proletarización, mercantilización y
de lo que Bin llama «capitalización»–, para distinguirla de los casos en los que la des-
posesión tendría únicamente efectos redistributivos. Véase Daniel Bin, «So-Called
Accumulation by Dispossession», Critical Sociology, vol. 44, núm. 1, enero de 201,; y
«Dispossessions in Historical Capitalism: ¿Expansion or Exhaustion of the System?»,
International Critical Thought, vol. 9, núm. 2, mayo de 2019.
26
Para una visión general, véase Verónica Gago y Sandro Mezzadra, «A Critique of
the Extractive Operations of Capital: Toward an Expanded Concept of Extractivism»,
Rethinking Marxism, vol. 29, núm. 4, 2017, pp. 574-591.
de una vida de lujo, como los terratenientes de la época feudal. «Si todo
el mundo trata de vivir de las rentas y nadie invierte en la fabricación de
nada», escribió Harvey en 2014, «entonces, claramente, el capitalismo
se dirige hacia la crisis»27. Pero, ¿qué tipo de crisis? El propio Harvey no
coquetea con el imaginario neofeudal (al menos no lo ha hecho todavía),
pero su análisis del capitalismo contemporáneo invita a sacar la conclu-
sión obvia: este es un capitalismo solo de nombre, encontrándose su
lógica económica real mucho más cerca de la feudal. ¿Qué otra lección
se puede extraer de la afirmación efectuada por Harvey, en una fecha tan
temprana como 2003, de que la desposesión redistributiva había ocu-
pado el lugar de la explotación generativa?

Multitudes cognitivas

Un mensaje similar podía encontrarse en los trabajos de aquellos teó-


ricos italianos y franceses que profetizan la aparición del «capitalismo
cognitivo», que remite a otro capitalismo solo de nombre28. Inspirados
por la obra de Toni Negri y otros operaistas italianos, estos pensadores
–Carlo Vercellone y Yann Moulier-Boutang están entre los más conoci-
dos– insisten en que la multitud, sucesora de la clase obrera, armada con
las últimas tecnologías de la información, es finalmente capaz de una
existencia autónoma. De acuerdo con esta línea argumental, el capital no
puede ni quiere controlar la producción, gran parte de la cual se desarro-
lla ahora de forma altamente intelectualizada más allá de las puertas de
la fábrica taylorista, que ya no existe (al menos no en Italia y Francia)29.
Los capitalistas de hoy se limitan a establecer el control sobre los dere-
chos de propiedad intelectual, al tiempo que tratan de limitar lo que la
multitud rebelde puede hacer con sus nuevas libertades comunicativas.
Ya no se trata de aquellos capitalistas obsesionados por la innovación

27
David Harvey, Seventeen Contradictions and the End of Capitalism, Nueva York,
2014; ed. cast. Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, Quito y Madrid, iaen
& Traficantes de Sueños, 2014.
28
Véase Yann Moulier-Boutang, Cognitive Capitalism, Cambridge, 2011; Carlo
Vercellone, «From Formal Subsumption to General Intellect: Elements for a
Marxist Reading of the Thesis of Cognitive Capitalism», Historical Materialism, vol.
15, núm. 1, enero de 2007. El hecho de que el propio Harvey tenga sentimientos
encontrados sobre el «capitalismo cognitivo» no debería disuadirnos en este caso;
para su discusión del término, véase el capítulo 5 de Marx, Capital, and the Madness
of Economic Reason, Londres, 2017; ed. cast.: Marx, el capital y la locura de la razón
económica, Madrid, 2019.
29
La mirada de estos teóricos no suele extenderse más allá de Europa occidental,
con la excepción parcial de Moulier-Boutang, experto en historia económica colo-
nial y postcolonial africana.
de la era fordista: son rentistas perezosos, totalmente parasitarios de la
creatividad de las masas. Partiendo de estas premisas, es fácil pensar que
una especie de tecnofeudalismo se cierne ya sobre nosotros: si los miem-
bros de la multitud son realmente los que hacen todo el trabajo e incluso
utilizan sus propios medios de producción (ordenadores y software de
código abierto), entonces hablar de capitalismo parece una broma cruel.

Un aspecto de la perspectiva del «capitalismo cognitivo» tiene una


importancia especial en los debates contemporáneos sobre la lógica
(¿feudal o capitalista?) de la economía digital actual. Inspirándose en la
tradición operaista italiana, Vercellone y los pensadores de su órbita han
planteado la hipótesis de la obsolescencia de la clase gerencial, supues-
tamente derrotada por la creatividad de la multitud. Los jefes pudieron
haber jugado un papel bajo el fordismo, pero los trabajadores cognitivos
modernos ya no los necesitan. Esto se toma como una señal de que el
paso de la subsunción formal a la real (es decir, de la mera incorporación
del trabajo a las relaciones capitalistas a su transformación estructural
según los imperativos capitalistas) ahora se ha invertido y el capitalismo
está yendo hacia atrás. El feudalismo se vislumbra ya en el horizonte,
aunque estos teóricos esperan que el comunismo llegue primero.

Como ha señalado George Caffentzis en una crítica perspicaz, la posible


irrelevancia de los directivos en la organización del proceso productivo
no es en sí misma una prueba de que los ingresos contabilizados por
las empresas capitalistas se devenguen en forma de renta en lugar de
en concepto de beneficios30. Después de todo, hay muchas empresas
capitalistas que están casi totalmente automatizadas, sin directivos ni
trabajadores. ¿Deberían considerarse, por lo tanto, rentistas? La res-
puesta de los teóricos del capitalismo cognitivo parece ser «sí»: esas
empresas deben ser parásitas de algo, quizá estén exprimiendo una car-
tera de patentes, una propiedad inmobiliaria o el general intellect de la
humanidad como tal. Tomemos, por ejemplo, el caso de un negocio de
limpieza de coches automatizado31. ¿Hay alguna razón para creer que
no es capitalista simplemente porque no emplea a nadie y, por lo tanto,
no genera plusvalor? ¿O porque, para automatizar el lavado de coches,

30
Véase el capítulo 5 de George Caffentzis, In Letters of Blood and Fire: Work,
Machines, and the Crisis of Capitalism, Oakland (ca), 2012 [ed. cast.: En letras de
sangre y fuego, Buenos Aires, Tinta Limón, 2020].
31
Este ejemplo está extraído de Bryan Pankhurst, «Digital Information and Value:
A Response to Jakob Rigi», tripleC: Communication, Capitalism & Critique, vol. 17,
núm. 1, febrero de 2019, pp. 72-85.
se utilizaron algunos algoritmos, trabajo muerto y conocimientos con-
gelados de generaciones anteriores o tal vez incluso una o dos patentes?

Probablemente, no. En consonancia con los escritos del propio Marx


sobre la equiparación de los beneficios entre las distintas empresas e
industrias automatizadas, el túnel de lavado de coches simplemente
está absorbiendo el plusvalor generado en otras partes de la economía.
Presentar a estas empresas automatizadas como «rentistas» y no como
verdaderamente capitalistas es despojar de su esencia a la tesis de Marx
sobre la competencia capitalista; es precisamente el constante impulso
de la automatización (para reducir costes y aumentar la rentabilidad) lo
que explica el constante flujo de capital hacia las empresas más produc-
tivas. El operaismo, piedra angular intelectual de la teoría del capitalismo
cognitivo, sigue atrapado en la epistemología del trabajador humano: si
no hay trabajadores, los teóricos italianos asumen que no hay produc-
ción capitalista y que el rentismo manda. En virtud de estos análisis, el
«capitalismo» puede seguir existiendo como etiqueta, pero en realidad
estamos ya en la tierra de nadie entre el feudalismo y el putting-out system
(el propio Vercellone ha señalado la similitud).

fortunas digitales

Los teóricos del tecnofeudalismo comparten la hipótesis del capitalismo


cognitivo en virtud de la cual hay algo en la naturaleza de las redes de
información y datos que empuja a la economía digital en la dirección
de la lógica feudal de la renta y la desposesión en lugar de en la dirección
de la lógica capitalista del beneficio y la explotación. ¿De qué se trata?
Una explicación obvia apunta al tremendo crecimiento de los derechos
de propiedad intelectual y las peculiares relaciones de poder que estos
instituyen. Ya en 1995 Peter Drahos, un jurista australiano, advirtió
sobre el «feudalismo de la información» que se avecinaba. Tras imaginar
el mundo de 2015 en la primera mitad de su artículo (acertó práctica-
mente en todo), Drahos argumentaba en la segunda que la ampliación
de las patentes a objetos abstractos, como los algoritmos, daría lugar a
la proliferación de un poder privado y arbitrario32. (De forma análoga, la
crítica de Supiot a la feudalización afirma que los derechos de propiedad

32
Véase Peter Drahos, «Information Feudalism in the Information Society», The
Information Society, vol. 11, núm. 3, abril de 1995, y Peter Drahos y John Braithwaite,
Information Feudalism: Who Owns the Knowledge Economy?, Abingdon, 2002.
intelectual permitían separar formalmente la propiedad de los objetos de
su control, lo que suponía un retroceso al pasado).

Otro rasgo de la economía digital que parece adecuarse a los modelos


feudales –especialmente a la variedad marxista del modo de producción–
es la forma extraña, casi subrepticia, en que se obliga a los usuarios de
los servicios digitales a desprenderse de sus datos. Como todos sabemos,
el uso de los artefactos digitales produce rastros de datos, algunos de los
cuales se agregan, lo cual puede contribuir a perfeccionar los servicios
existentes, a afinar los modelos de aprendizaje automático y a entrenar
la inteligencia artificial, o bien pueden en realidad ser utilizados para
analizar y predecir nuestro comportamiento, alimentando así el mer-
cado en línea de la publicidad conductual. Los seres humanos somos la
clave para activar los procesos de recopilación de datos que envuelven
estos objetos digitales. Sin nosotros, muchos de los rastros de datos ini-
ciales nunca se producirían. Hoy en día los creamos constantemente,
no solo cuando abrimos nuestros navegadores, utilizamos aplicaciones
de juegos o buscamos en Internet, sino de múltiples maneras distintas
en nuestros lugares de trabajo, en nuestros coches, en nuestras casas o
incluso en nuestros inodoros inteligentes.

¿Qué es lo que está ocurriendo aquí en lo que respecta al capitalismo?


Podríamos argumentar, con los teóricos del capitalismo cognitivo, que
los usuarios son en realidad trabajadores y que las plataformas tecno-
lógicas viven de nuestro «trabajo digital gratuito», ya que sin nuestra
interacción con todos estos objetos digitales no habría mucha publicidad
digital que vender y la fabricación de productos de inteligencia artificial
sería más cara33. Otro punto de vista, del que Shoshana Zuboff es la prin-
cipal exponente, compara la vida de los usuarios con las tierras prístinas
de un país lejano, no capitalista, amenazado por las operaciones extrac-
tivas de los gigantes digitales. Condenados a la «desposesión digital»,
como dice en The Age of Surveillance Capitalism (2018), «somos los pue-
blos nativos cuyas reivindicaciones tácitas de autodeterminación se han

33
La posición de «los usuarios son trabajadores» también ha sido promovida por
Glen Weyl, que es coautor de un documento muy discutido sobre el «trabajo de
datos» con el experto en tecnología Jaron Lanier y otros autores; véase Imanol
Arrieta Ibarra et al., «Should We Treat Data as Labour? Moving Beyond “Free”»,
American Economic Association Papers & Proceedings, vol. 108, mayo de 2018. Véase
también Carlo Vercellone, «Les plateformes de la gratuité marchande et la con-
troverse autour du Free Digital Labor: une nouvelle forme d’exploitation?», Open
Journal in Information Systems Engineering, vol. 1, núm. 2, 2020.
desvanecido de los mapas de nuestra propia experiencia»34. Para garanti-
zar una mayor nitidez expositiva, es preciso indicar que en este caso no
se trata exactamente de la fórmula M(ercancía)-D(inero)-M(ercancía) de
Marx, pero la idea está clara.

Zuboff se aleja de las teorías del «trabajo digital» (de hecho se aleja, pura
y simplemente, de toda consideración del trabajo). En consecuencia, no
tiene mucho que decir sobre la explotación; los capitalistas de la vigilancia,
al parecer, no la practican demasiado35. En su lugar, parte de la «acu-
mulación por desposesión» de Harvey, presentándola como un proceso
continuo. Zuboff analiza en profundidad los elaborados procedimientos
de Google para efectuar la extracción y expropiación de los datos de los
usuarios. El término «desposesión» aparece casi un centenar de veces en
el libro, a menudo en combinaciones originales con otros términos: «ciclo
de desposesión», «desposesión del comportamiento», «desposesión de la
experiencia humana», «industria de la desposesión» y «desposesión uni-
lateral de plusvalor». A pesar de todo su lenguaje altisonante sobre los
usuarios como «pueblos nativos», The Age of Surveillance Capitalism no
deja lugar a dudas de que la «desposesión» se lleva a cabo mediante la
tecnología moderna y a escala industrial, lo que supuestamente hace que
parezca capitalista. Para Zuboff, sin embargo, el «capitalismo» es algo que
las empresas «cometen», como un faux pas o un delito. Por extraña que
suene, esta formulación es la representación exacta de cómo entiende ella
este particular -ismo: en general, el «capitalismo» es lo que les ocurre a los
humanos cuando las empresas hacen cosas.

Al leer las vívidas descripciones de Zuboff sobre la violencia simbólica y


emocional, el engaño y la expropiación que mueven la economía digital
impulsada por Google, cabe preguntarse por qué la llama «capitalismo
de la vigilancia» en lugar de «feudalismo de la vigilancia». En la primera
página del libro escribe sobre «una lógica económica parasitaria», lo que
no dista mucho del famoso análisis de Lenin sobre los beneficios de
los rentistas que sustentan el «parasitismo imperialista»36. La era del

34
Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future
at the New Frontier of Power, Nueva York, 2019; ed. cast.: La era del capitalismo de
vigilancia, Barcelona, 2020.
35
Aunque Zuboff habla de que Google «explota la información» o «explota su
descubrimiento del plusvalor de la conducta», no se está refiriendo aquí a la explo-
tación capitalista.
36
«¡Los ingresos de los rentistas son cinco veces mayores que los ingresos obteni-
dos del comercio exterior del mayor país “comercial” del mundo! Esta es la esencia
capitalismo de la vigilancia coquetea aquí y allá con la formulación «feu-
dal» sin llegar tampoco a adoptarla por completo. Sin embargo, si se
examina más de cerca, el sistema económico que describe no es ni capi-
talista ni feudal. Es lo que podría llamarse, a falta de un término mejor,
usuarismo, en analogía directa con el operaismo italiano. Los italianos no
podían imaginar cómo las empresas capitalistas no rentistas y ligeras
de mano de obra podrían obtener beneficios capitalistas simplemente
atrayendo el plusvalor producido en otros lugares; en consecuencia, aca-
baron introduciendo conceptos forzados como «trabajo digital gratuito».
Zuboff, a su vez, no puede imaginar que la experiencia humana conge-
lada en datos del usuario, que son objeto de apropiación en el momento
mismo en que este interactúa con los artefactos digitales, no sea el prin-
cipal motor de los exorbitantes beneficios de Google.

El usuarismo postula que, de Google a Facebook, la parte fundamental


de los beneficios de estas empresas se deriva de su expropiación de los
datos de los usuarios. Pero, ¿es así? ¿Podría haber otras explicaciones?
Si existen, Zuboff no las tiene en cuenta, limitándose a presentar única-
mente las pruebas que confirman su tesis: los usuarios entregan datos a
Google, Google utiliza estos para personalizar la publicidad y para crear
servicios en la nube a partir del tratamiento de un inmenso volumen de
los mismos (una parte importante del negocio de Google sobre el que
Zuboff dice muy poco). Así pues, debe ser la conexión usuario-datos-pu-
blicidad lo que explica los astronómicos beneficios de Google. ¿Qué otra
cosa podría ser, dado que no considera ningún otro aspecto de las ope-
raciones de la empresa?

Google como empresa

Para entender mejor el modelo de negocio de Google, comparémoslo


con Spotify, el servicio de origen sueco de música en streaming. Los dos
modelos son de algún modo similares: aunque Spotify tiene usuarios
de pago que constituyen la mayor parte de sus ingresos, también tiene
muchos que no pagan. Estos últimos pueden escuchar música de forma
gratuita, pero cada pocas canciones tienen que escuchar anuncios. A
pesar del reciente comportamiento espectacular de sus acciones, Spotify

del imperialismo y del parasitismo imperialista»: Vladimir Ilich Lenin, Imperialism,


the Highest Stage of Capitalism [1916], Pekín, 1970, p. 121 [ed. cast.: El imperialismo,
fase superior del capitalismo, Madrid, 2012]. Paradójicamente, en 2004 Zuboff escri-
bió una columna que abrazaba el marco neofeudal: «From Subject to Citizen», Fast
Company, 1 de mayo de 2004.
no es rentable: en 2020 perdió 810 millones de dólares; en cambio,
los beneficios de Alphabet –la empresa matriz de Google–fueron de 41
millardos de dólares en 2020, en gran parte procedentes del negocio
publicitario de Google. De hecho, Spotify lleva perdiendo dinero desde
su creación: entre 2006 y 2018 –el último año en el que se dispone
de las cifras totales correspondientes– gastó 10 millardos de dólares en
acuerdos de licencia a tenor de los cuales paga a los sellos musicales y,
eventualmente, a los artistas, para poder transmitir sus catálogos.

Ahora bien, ¿qué tipo de negocio es Spotify? Podríamos decir que


vende un producto muy peculiar: una experiencia de usuario única y
personalizada que proporciona acceso en tiempo real a una colección
prácticamente infinita de música. Esta es la opinión de un perspicaz
analista: Spotify es «un productor de una nueva mercancía, la experien-
cia musical de marca», en la que «la música (comercializada en forma
de licencias) es simplemente uno de los varios insumos, si bien el más
importante»37. Sí, Spotify regala algunas de esas mercancías a su cuota
de usuarios de no pago, pero lo hace porque ha encontrado una forma
inteligente de vender a un tercero otra mercancía, basada en la publici-
dad, actividad que no existiría sin los usuarios que no pagan. Hay mucha
extracción de datos (Spotify elabora cada semana listas de reproducción
personalizadas para sus usuarios a partir de sus hábitos de escucha) y
tampoco debemos pasar por alto la importancia de los derechos de pro-
piedad intelectual para su modelo de negocio. Pero, ¿se explicaría este
si nos centrásemos únicamente en la extracción de datos, ignorando el
hecho de que Spotify opera como una empresa capitalista que produce
algo? Si lo hiciéramos, ello significaría pasar por alto que todos esos
datos no son más que un complemento del negocio principal de Spotify:
su mercancía única de música como conjunto de experiencias senso-
riales, cognitivas, intelectuales y conductuales ligadas a una marca. En
este modelo, los denostados rentistas son las compañías discográficas;
Spotify es tan capitalista de pura cepa como lo es Henry Ford.

Volvamos a Google. Esta plataforma también produce una mercancía


–acceso en tiempo real a enormes cantidades de conocimiento humano–
pero, a diferencia de Spotify, la mercancía de Google es mucho más

37
Rasmus Fleischer, «If the Song Has No Price, Is It Still a Commodity? Rethinking
the Commodification of Digital Music», Culture Unbound, vol. 9, núm. 2, octubre de
2017. Dado que la plataforma tiene que pagar tanto por las licencias, Fleischer señala
que «la devaluación de la música grabada redundaría en beneficio de Spotify».
barata de fabricar. ¿Por qué? Porque Google no paga a los editores y crea-
dores de contenidos, cuyas páginas indexa para producir esa mercancía
(o al menos, no del mismo modo en que Spotify paga a las discográficas).
Google, a diferencia de Spotify, no ofrece una experiencia de búsqueda
diferente y sin publicidad a sus usuarios de pago; pero su sitio hermano,
YouTube, sí lo hace a cambio de una cuota mensual. Al igual que hace
Spotify con sus usuarios que no pagan, Google ofrece su producto de
búsqueda de forma gratuita, lo que, a su vez, le permite vender a los
anunciantes otro producto muy rentable: la atención de sus usuarios,
mediante el acceso a sus pantallas. Hay mil maneras de lograr que los
datos personales, extraídos subrepticiamente de forma masiva, hagan
a la mercancía publicitaria más valiosa, pero nada de ello importaría si
Google realmente tuviera que pagar una tasa por indexar cada dato que
muestra en la primera página de los resultados de búsqueda al lado de
los anuncios que hacen a la compañía tan absurdamente rentable.

The Age of Surveillance Capitalism tiene 704 páginas, pero Zuboff solo
dedica dos frases, en pasajes discretos en los que trata otros temas, a
este pecado original presente en el corazón del modelo de negocio de
Google. Cuando escribe simplemente que «la información indexada que
el rastreador web de Google ya había tomado de otros sin pagar», Zuboff
parece estar aceptando este hecho de forma natural. Es fácil compren-
der por qué esta actividad no se ajusta a la definición de desposesión
de Zuboff: porque no hay usuarios involucrados. Las operaciones capi-
talistas reales de Google no son, por consiguiente, de interés para el
usuarismo. Sin embargo, centrarse en este caso en los usuarios y en sus
datos es como centrarse en las listas de reproducción personalizadas de
Spotify a expensas de los royalties pagados en concepto de derechos de
autor: las primeras no son del todo irrelevantes –hacen que los usuarios
vuelvan– pero, en el gran esquema de las cosas, su poder explicativo
palidece en comparación con los segundos.

Paradójicamente, el tremendo éxito del modelo de negocio de Google


sugiere que el entorno en el que opera no se define por el «feudalismo
de la información», sino por el «comunismo de la información». Así es
como su noble objetivo, cuasi socialista, de «organizar todo el conoci-
miento del mundo» podría justificar la indexación infinita y gratuita de
la información producida por otros, como si los derechos de propiedad –
incluidos los derechos relacionados con el acceso y el uso– no existieran.
El problema del análisis de Zuboff sobre el «capitalismo de la vigilancia»,
obsesionado con la desposesión, es que es inherentemente incapaz de
comprender cómo podría operar la economía digital no capitalista en
el futuro. En consecuencia, carece de una agenda política radical, salvo
algunas demandas vagamente libertaristas de cosas indefinibles, como
el «derecho al futuro».

Al patologizar el lado extractivista perennemente operativo del capitalismo


digital contemporáneo, la crítica de Zuboff normaliza completamente su
dimensión no extractivista. Su horizonte utópico no se extiende mucho
más allá de exigir un mundo en el que Google, habiendo abandonado la
publicidad y la extracción de datos asociada a ella, simplemente empe-
zara a cobrar por sus servicios de búsqueda; una opción, por cierto,
que de acuerdo con ciertas fuentes, Facebook ha estado considerando.
El hecho de que esto normalice inadvertidamente toda la «desposesión
digital» que se produce en la fase de indexación, consolidando el poder
de Google y su control sobre el imaginario institucional de la sociedad,
no preocupa demasiado a Zuboff. Al fin y al cabo, para el usuarismo, el
problema del «capitalismo de la vigilancia» no es el capitalismo como
tal, sino la vigilancia que ejerce sobre los usuarios-consumidores.

¿el capitalismo, todavía?

Hasta fechas recientes, la mayor parte de la literatura seria sobre el neo-


feudalismo y el tecnofeudalismo elaborada por la izquierda analizaba
estos –como Neckel y Supiot– en tanto que un sistema sociopolítico
más que económico. La publicación de Techno-féodalisme (2020), obra
del economista francés Cédric Durand, representa el intento más dura-
dero hasta la fecha de realizar un análisis serio de las lógicas económicas
implicadas38. Durand se ganó un nombre con Fictitious Capital (2014),
un perspicaz análisis de las finanzas modernas. Contrariamente a las
premisas de determinados autores situados en la izquierda, Durand
argumentó que las actividades financieras no tienen por qué ser «depre-
dadoras»: en un sistema que funcione bien, podrían ayudar a hacer
avanzar la producción capitalista facilitando su financiación anticipada,
por ejemplo. Sin embargo, a partir de la década de 1970, esta caracterís-
tica de las finanzas modernas pro acumulación (Durand la denomina

38
Cédric Durand, Techno-féodalisme: Critique de l’économie numérique, París, 2020;
ed. cast. Tecnofeudalismo, Buenos Aires, 2021. Todavía no existe una edición inglesa;
todas las traducciones del francés son mías.
simplemente «innovación») fue reemplazada por dos dinámicas más
siniestras. La primera, que hunde sus raíces en la lógica de la desposesión
teorizada por Harvey, involucra a poderosas instituciones financieras,
que aprovechan sus conexiones con el Estado para redirigir más dinero
público hacia sí mismas; aquí volvemos a los medios «extraeconómicos»
de extracción o, más exactamente, de redistribución de valor, respalda-
dos por los estrechos vínculos existentes entre Wall Street y Washington.
La segunda dinámica, enraizada en la lógica del parasitismo teorizada
por Lenin en su análisis del imperialismo, se refiere a los diversos pagos
–intereses, dividendos, comisiones de gestión– que las empresas no
financieras deben hacer a las empresas financieras y que se hallan situa-
dos completamente al margen del proceso de producción.

En opinión de Durand, las medidas de rescate que siguieron a la crisis


financiera de 2008 aceleraron las dinámicas de desposesión y para-
sitismo, suprimiendo las de innovación. En las últimas páginas de
Fictitious Capital se preguntaba: «¿Podemos seguir llamando a esto capi-
talismo? La agonía de este sistema ha sido anunciada una y mil veces,
pero ahora puede haber comenzado de verdad, casi por accidente». No
sería esta la primera transición «casi accidental» a un nuevo régimen eco-
nómico; Brenner describió en una ocasión la transición del feudalismo
al capitalismo en Inglaterra como «la consecuencia involuntaria de que
los actores feudales persiguieran objetivos feudales de forma feudal»39.
Así que la idea de que los financieros, al tomar el camino más fácil,
dedicándose únicamente a la redistribución ascendente políticamente
organizada y al parasitismo apoyado por las rentas, pudieran acelerar la
transición a un régimen poscapitalista no solo era muy sugerente, sino
también teóricamente plausible.

En su nuevo libro, Techno-féodalisme, Durand sigue centrándose en el


inminente fin del capitalismo, pero asigna a las empresas tecnológicas
la tarea de enterrarlo. Fictitious Capital ya había examinado el llamado
rompecabezas beneficio-inversión: cuando el capitalismo funciona bien,
el aumento de los beneficios debería significar un aumento de las inver-
siones; la razón de ser del capitalista es no quedarse nunca quieto. Sin
embargo, a partir de mediados de la década de 1990, ya no se observa esta
relación: los beneficios aumentaron en las economías capitalistas avanza-
das, si bien con altibajos, pero la inversión se estancó o disminuyó. Para

Véase Chris Harman y Robert Brenner, «The Origins of Capitalism», International


39

Socialism, núm. 111, verano de 2006.


aclarar este hecho se han aducido muchas explicaciones, como la vigencia
del modelo de maximización del valor para los accionistas, la creciente
monopolización o los efectos tóxicos de la aceleración de la financiariza-
ción. Durand no ha aportado nuevos factores causales, argumentando,
por el contrario, que «el enigma de los beneficios sin acumulación es,
al menos en parte, artificial», una ilusión estadística creada por nuestra
incapacidad para comprender los efectos de la globalización.

Por un lado, algunas empresas han encontrado formas de ganar más


dinero sin necesidad de inversiones adicionales. La globalización y la
digitalización permitieron a las principales empresas del Norte global
–pensemos en Walmart– aprovechar su posición en la cúspide de las
cadenas mundiales de productos básicos para obtener precios más bajos
por los productos finales o intermedios de los actores situados en la
parte inferior de las mismas. Por otro lado, cuando los capitalistas del
Norte global realizaban inversiones, estas se dirigían cada vez más al
Sur global. Así pues, observar la dinámica de los beneficios-inversión
a través del prisma de los países individuales del Norte global –Estados
Unidos, por ejemplo– no nos dice mucho. Hay que tener una visión glo-
bal y de conjunto para ver cómo se asignan exactamente los beneficios
a las inversiones.

Con Techno-féodalisme, Durand se une al creciente coro que explica el


rompecabezas de los beneficios-inversión haciendo hincapié en el papel
que desempeñan los derechos de propiedad intelectual y los activos
intangibles –incluyendo la posesión de datos–, los cuales permiten a
las gigantescas empresas estadounidenses extraer enormes beneficios
de sus cadenas de suministro, centrándose en aquellos aspectos que
tienen los márgenes más altos40. Hasta cierto punto, se trata de una
reelaboración del razonamiento construido por Durand en 2014, pero
prestando mucha más atención a las operaciones reales de las cadenas
de suministro mundiales y al papel que los derechos de propiedad inte-
lectual desempeñan en la distribución del poder dentro de ellas. Para
algunas de las empresas que examina, el enigma de los beneficios sin
inversión ya no es artificial, como lo era en Fictitious Capital: realmente
no invierten mucho, ni en casa ni en el extranjero, independientemente

40
Véase, por ejemplo, Özgür Orhangazi, «The Role of Intangible Assets in
Explaining the Investment–Profit Puzzle», Cambridge Journal of Economics, vol. 43,
núm. 5, marzo de 2019, pp. 1251-1286; Herman Mark Schwartz, «Global Secular
Stagnation and the Rise of Intellectual Property Monopoly», Review of International
Political Economy, 2021, pp. 1-26.
de sus niveles de beneficios. Devuelven sus beneficios a los accionistas
en forma de dividendos o bien recompran sus propias acciones; algunas,
como Apple, hacen ambas cosas.

Techno-féodalisme argumenta que el aumento de los activos intangibles,


generalmente concentrados en los puntos más rentables de la cadena de
valor global, condujo a la aparición de cuatro nuevos tipos de rentas41.
Dos de ellas –las rentas legales de la propiedad intelectual y las rentas
del monopolio natural– resultan familiares: las primeras se refieren a
las rentas derivadas de las patentes, los derechos de autor y las mar-
cas; las segundas, a las rentas derivadas de la capacidad de las empresas
similares a Walmart para integrar toda la cadena y proporcionar las
infraestructuras necesarias dentro de ella. Las otras dos –las rentas diná-
micas de la innovación y las rentas intangibles-diferenciales– se antojan
más complejas. Sin embargo, también ellas captan fenómenos relativa-
mente claros y específicos: las primeras se refieren a conjuntos de datos
valiosos que son propiedad exclusiva de estas empresas, mientras que
las segundas hacen referencia a la capacidad de las empresas dentro de
una misma cadena de valor para ampliar sus operaciones (las empresas
que poseen predominantemente activos intangibles pueden hacerlo más
rápido y a un menor coste).

La taxonomía de Durand es elegante. Armado con estas categorías,


empieza a ver rentistas por todas partes –de modo similar, por cierto, a
los teóricos del capitalismo cognitivo, a los que reprendió suavemente en
Fictitious Capital– pero ni a un solo capitalista. «El apogeo de lo digital
–concluye– alimenta una gigantesca economía de la renta», porque «el
control de la información y el conocimiento, es decir, la monopolización
intelectual, se ha convertido en el medio más poderoso para capturar
valor». Con un guiño a las recientes especulaciones de McKenzie Wark
sobre el tema42, Durand vuelve a la pregunta que él mismo se planteó
en 2014: ¿sigue siendo esto capitalismo? El imperativo de invertir para

41
Durand también analiza esta tipología en un artículo escrito conjuntamente
con William Milberg, «Intellectual Monopoly in Global Value Chains», Review of
International Political Economy, vol. 27, núm. 2, septiembre de 2020. Para un estu-
dio de caso esclarecedor, véase Céline Baud y Cédric Durand, «Making Profits by
Leading Retailers in the Digital Transition: A Comparative Analysis of Carrefour,
Amazon and WalMart (1996-2019)», Working Papers of the Department of
History, Economics and Society, Universidad de Ginebra, abril de 2021.
42
McKenzie Wark, Capital Is Dead: Is This Something Worse?, Londres y Nueva
York, 2021.
mejorar la productividad, recortar los costes y aumentar los beneficios
fue lo que garantizó el dinamismo del sistema capitalista. Este imperativo
obedecía a que los capitalistas operan bajo la presión de la competencia
del mercado, dada la intercambiabilidad de las materias primas, el tra-
bajo y la tecnología (el resultado, como argumentó Brenner, de romper
la «fusión» de estos tres factores bajo el feudalismo).

El auge de los activos intangibles, pero, sobre todo, de los datos, invierte la
ruptura capitalista de esa fusión, argumenta Durand: si los activos digitales
son indisociables de los usuarios que los producen y de las plataformas en
las que se fabrican, entonces podemos leer la economía digital como una
nueva «fusión» de los principales factores de producción, de modo que
se impide su movilidad. En términos más sencillos, estamos atrapados
en los jardines amurallados de las empresas tecnológicas, pues nuestros
datos, cuidadosamente extraídos, catalogados y monetizados, nos atan a
ellas para siempre, lo cual debilita los efectos incentivadores de la produc-
tividad derivados de la competencia mercantil, dando a quienes controlan
los activos intangibles una impresionante capacidad para apropiarse de
valor sin tener que dedicarse a la producción. «Bajo esta configuración
–escribe Durand– la inversión se orienta al desarrollo no ya de las fuerzas
productivas, sino de las fuerzas de depredación»43.

Puede que el parasitismo y la desposesión ya no formen parte del voca-


bulario de Durand en Techno-féodalisme, dado que son sustituidos por
la «depredación», mientras Harvey y Lenin son descartados en favor de
Thorstein Veblen y las finanzas dan paso a la industria tecnológica, pero
la lógica no es tan diferente de la empleada en Fictitious Capital. Lo que
otorga a la economía digital su peculiar sabor neofeudal y tecnofeudal es
que, si bien los trabajadores siguen siendo explotados de todas las anti-
guas maneras capitalistas, son los nuevos gigantes digitales, armados con
sofisticados medios de depredación, los que más se benefician. De forma
análoga a los señores feudales, consiguen apropiarse de enormes porcio-
nes de la masa global de plusvalor sin participar nunca directamente en

43
La economista argentina Cecilia Rikap, que fue coautora de Durand, expone argu-
mentos similares sobre la depredación, basándose también en Veblen, en su reciente
libro sobre lo que denomina «capitalismo de monopolio intelectual» (véase Cecilia
Rikap, Capitalism, Power and Innovation: Intellectual Monopoly Capitalism Uncovered,
Londres, 2021). No sigue a Durand en la detección de tendencias feudales en la econo-
mía global, sino que opta por el relato que, en la línea de Wallerstein, contempla a las
principales empresas tecnológicas como capitalistas que aprovechan tanto la explo-
tación como la expropiación, absorbiendo plusvalor dondequiera que lo encuentren.
la explotación del trabajo o en el proceso productivo. Durand se basa
en el trabajo de Zuboff para mostrar la dominación oculta que ejerce el
«gran Otro» del big data, argumentando como ella hace que el secreto
del éxito de Google radica en su capacidad para extraer, ensamblar y
beneficiarse de una variedad de conjuntos de datos. Disfruta de un eficaz
monopolio debido a los efectos de red y a las impresionantes economías
de escala: se beneficiará más de cualquier nuevo conjunto de datos de lo
que podría hacerlo una nueva empresa, lo que hace que la competencia
sea mucho más difícil.

Hay mucha sabiduría, así como sentido común básico, en estas con-
clusiones, pero el tenor general del razonamiento se inclina demasiado
hacia el usuarismo, ya que Durand, al igual que Zuboff, ignora el papel
crucial que desempeña la indexación en el funcionamiento general
de Google. Es más difícil invocar conceptos como el de «monopoliza-
ción intelectual» en este caso, ya que las páginas de terceros a las que
Google enlaza para generar su producto de búsqueda siguen siendo
propiedad de sus editores; Google no es dueño de los resultados que
indexa. En teoría, cualquier otra empresa bien capitalizada podría cons-
truir la tecnología de rastreo de la web para indexarlos. Podría resultar
extremadamente caro, pero no hay que confundir estas barreras con
una situación de rentismo: lo que es caro para una empresa emergente
de Berlín podría ser relativamente asequible para la empresa japonesa
SoftBank, con su fondo Vision de 100 millardos de dólares. Las extensas
posesiones de datos de Google son un asunto diferente; ahí sí viene al
caso un debate sobre la renta. Pero no se puede sostener que su negocio
se centre únicamente en estas tenencias de datos, como si Google fuera
un mero rentista y no, también, una empresa capitalista estándar.

6. ¿fuerzas de depredación?

El razonamiento de Durand también se basa en un importante trabajo


sobre las rentas de la información en la economía global del economista
Duncan Foley. En consonancia con la perspectiva de Marx, Foley sostiene
que el plusvalor no es objeto de apropiación únicamente en los lugares
donde se genera (estas son las páginas de la teoría marxista que aún no
han llegado a las manos de los operaistas italianos). Si tratamos los vas-
tos recursos intangibles obtenidos a través de los derechos de propiedad
intelectual como Marx y algunos de los economistas políticos clásicos
trataban a los rentistas de la tierra, veremos que las gigantescas platafor-
mas de la tecnología de la información no son en realidad capitalistas,
sino rentistas disfrazados. «Ni siquiera es necesario ser un capitalista
para competir por una parte de este fondo de plusvalor», escribe Foley:

Los derechos de propiedad ejecutables que permiten al propietario de los


recursos productivos (a menudo llamados «tierra» en la terminología de la
economía política clásica) excluir a los capitalistas del acceso a esos recur-
sos crean «rentas». Estas rentas forman parte del conjunto del plusvalor
generado en la producción capitalista, aunque en sí mismas no guardan
relación directa con la explotación del trabajo productivo. El propietario de
los recursos consistentes en tierra, como, por ejemplo, los campos fértiles,
los saltos de agua, las reservas de minerales e hidrocarburos y otros bie-
nes similares, no necesita mover un dedo ni contratar a nadie para que lo
mueva de modo productivo para participar en el plusvalor generado por el
trabajo asalariado productivo44.

Aquí, las analogías son bastante claras: tierra = datos; empresas tec-
nológicas = no capitalistas; sus ingresos = renta. Foley le saca mucho
jugo al ejemplo de la cascada, cuando argumenta que «una vez que una
persona o entidad concreta ha adquirido el derecho de propiedad sobre
una cascada, por ejemplo, surge una renta que constituye una parte del
conjunto global del plusvalor». Pero, continúa diciendo, hay cosas aún
mejores que poseer una cascada. Al fin y al cabo, el agua es escasa. Los
activos intangibles, en cambio, podrían ser infinitos: si uno es propieta-
rio de los derechos de autor de una canción popular, puede obtener casi
infinitas rentas de la misma.

Ahora bien, la gran pregunta que se nos plantea es si Google y otras


empresas similares son como ese propietario no capitalista de la cas-
cada, que «no necesita mover un dedo» para participar en el plusvalor
generado en otra parte. Foley dice que sí. Pero de ser así, si los gigantes
tecnológicos son realmente rentistas holgazanes que están estafando a
todo el mundo al explotar los derechos de propiedad intelectual y los
efectos de red, ¿por qué invierten tanto dinero en lo que solo puede
describirse como producción de algún tipo? ¿Qué tipo de rentistas se
comporta de este modo? El gasto en I+D de Alphabet en 2017, 2018,
2019 y 2020 fue respectivamente de 16,6, 21,4, 26 y 27,5 millardos de
dólares. ¿No se computa esto como «levantar un dedo»? Si no cuenta
como tal, ¿qué lo sería?

Duncan Foley, «Rethinking Financial Capitalism and the “Information” Economy»,


44

Review of Radical Political Economics, vol. 45, núm. 3, septiembre de 2013.


También Amazon gastó 42,7 millardos de dólares solo en 2020 en
investigación y desarrollo, al tiempo que empleaba a más de un millón
de personas en todo el mundo. En Estados Unidos, la empresa emplea
a más personas que la totalidad del sector de construcción de vivien-
das: uno de cada ciento cincuenta y tres estadounidenses empleados45.
Si estos son rentistas perezosos propietarios de cascadas, son peculiar-
mente masoquistas: ¿por qué no se duermen en los laureles, despiden
a todos sus empleados y dejan de gastar? ¿Y quién, viendo estas cifras,
podría creer realmente, como hacen los posoperaistas, que los capitalistas
son ahora externos a la producción? ¿En qué gastan entonces todo ese
dinero de I+D? Más revelador aún es el hecho de que un análisis minu-
cioso de los balances de Google, Amazon y Facebook muestra que tienen
menos activos intangibles que otras grandes empresas; de hecho, hoy
en día poseen relativamente menos activos intangibles que hace diez
o quince años46. Es fácil comprender por qué (toda esta información
requiere extensas redes físicas y vastos centros de datos), pero lo cierto
es que tales tendencias socavan sobremanera los argumentos que hacen
demasiado hincapié en los activos intangibles.

Durand debe conocer seguramente algunas de estas cifras. Su potencial


salida de este apuro analítico es el concepto de «depredación» –que toma
del análisis de Veblen sobre la burguesía de la belle époque estadouni-
dense en Teoría de la clase ociosa (1899)– y la tesis según la cual estas
inversiones masivas financian las fuerzas de depredación en lugar de las
fuerzas de producción. Hay, de hecho, muchas formas interesantes de
desplegar el marco analítico de Veblen (su distinción entre los sectores
orientados a la eficiencia y las empresas orientadas al dinero, por ejem-
plo) para argumentar que lo que realmente impulsa a los capitalistas no
es la búsqueda de beneficios, sino, en realidad, la capacidad de participar
en el sabotaje a fin de garantizar que los barones ladrones de hoy en día
reciban no solo los beneficios que esperan, sino mayores beneficios que
sus competidores.

En los últimos veinte años, ha surgido un nuevo planteamiento de la eco-


nomía política conocido como «el capital como poder», que introduce el
concepto de «acumulación diferencial» para describir dicha dinámica47.

45
Dominick Reuter, «1 out of Every 153 American Workers Is an Amazon Employee»,
Business Insider, 30 de julio de 2021.
46
Véase Kean Birch, D. T. Cochrane y Callum Ward, «Data as Asset? The
Measurement, Governance, and Valuation of Digital Personal Data by Big Tech»,
Big Data & Society, vol. 8, núm. 1, mayo de 2021.
47
El texto paradigmático es Jonathan Nitzan y Shimshon Bichler, Capital as Power:
A Study of Order and Creorder, Londres, 2009. Para una crítica marxista de este
Sus partidarios, concentrados principalmente en la Universidad de York
(Canadá), han criticado tanto a la economía marxista como a la neoclá-
sica, con algunos argumentos sólidos y convincentes, a las que acusan
de pasar por alto esta dinámica de «sabotaje» e ignorar el papel consti-
tutivo del poder en el capitalismo en su conjunto. Este planteamiento
ha servido fundamentalmente para propiciar durante los últimos años
algunas investigaciones interesantes sobre la industria de la tecnología,
incluyendo fecundos trabajos empíricos sobre la renta tecnocientífica y
su conversión en activos tangibles, que incorporan ideas procedentes de
los estudios sobre ciencia y tecnología48.

La dificultad para encajar a Marx y Veblen en un único marco analítico


–algo que Durand también intenta hacer en un ensayo reciente49– es
que Marx veía la depredación y el sabotaje como parte esencial del feu-
dalismo, no del capitalismo. Para Veblen, se trata de instintos presentes
en todos los capitalistas, aunque los que tienen el control de los activos
intangibles puedan estar mejor posicionados para dar rienda suelta a los
mismos. Marx, sin embargo, veía en última instancia a los capitalistas
como productivos; si se pudiera hablar de sabotaje, este solo se aplicaría
a escala sistémica del capitalismo en su conjunto y no a escala de los capi-
talistas individuales. Está claro que Durand quiere quedarse con Marx y
no con Veblen. Sin embargo, ello requeriría explicar exactamente cuáles
son esas «fuerzas de depredación» y cómo se relacionan con la acumu-
lación y todos los espinosos debates sobre la «acumulación primitiva»
(un reto teórico que Durand, que se ha ocupado de la «acumulación por
desposesión» en Fictitious Capital, conoce muy bien). Por otra parte, no
está claro por qué la teoría marxista habría de necesitar este caparazón
teórico marcadamente ambiguo de «depredación», cuando sus propias
categorías de beneficio y producción capitalista, así como de renta y ren-
tismo, bastan para explicar el éxito de Google.

plantemiento, véase Bue Rübner Hansen, «Review of Nitzan and Bichler’s Capital
as Power: A Study of Order and Creorder», Historical Materialism, vol. 19, núm. 2,
abril de 2011.
48
Véanse Kean Birch y Fabian Muniesa (eds.), Assetization: Turning Things into Assets
in Technoscientific Capitalism, Boston (ma), 2020; Kean Birch, «Technoscience
Rent: Toward a Theory of Rentiership for Technoscientific Capitalism», Science,
Technology, & Human Values, vol. 45, núm. 1, febrero de 2020; y Kean Birch y D.
T. Cochrane, «Big Tech: Four Emerging Forms of Digital Rentiership», Science as
Culture, mayo de 2021.
49
Véase Cedric Durand, «Predation in the Age of Algorithms: The Role of Intangible
Assets», en Marlène Benquet y Théo Bourgeron (eds.), Accumulating Capital Today:
Contemporary Strategies of Profit and Dispossessive Policies, Londres, 2021, pp. 149-162.
El propio Marx fue inequívoco sobre el hecho de que las empresas capita-
listas totalmente automatizadas no solo se apropian del plusvalor derivado
de otra parte –en este punto, tanto Foley como Durand están de acuerdo–,
sino que se lo apropian en concepto de beneficios, no de renta. Estas empre-
sas automatizadas son tan capitalistas como las empresas que explotan
directamente trabajo asalariado. Como escribe Marx en el volumen iii:

Un capitalista que no empleara ningún capital variable en su esfera de pro-


ducción y, por lo tanto, ni a un solo trabajador (de hecho, una suposición
exagerada), tendría tanto interés en la explotación de la clase obrera por
el capital y obtendría su beneficio del trabajo excedente no remunerado
exactamente igual que un capitalista que solo empleara capital variable (de
nuevo una suposición exagerada) y, por lo tanto, destinara todo su capital
al pago de salarios50.

La tesis tecnofeudal no es producto de los avances de la teoría marxista


contemporánea, sino de su aparente incapacidad para entender el sen-
tido de la economía digital, de lo que se produce exactamente en ella
y de cómo se produce. Si aceptamos que Google está en el negocio de
la producción de mercancías consistentes en resultados de búsqueda
(un proceso que requiere una inversión masiva de capital) no hay gran
dificultad en tratarla como una empresa capitalista más, dedicada a la
producción capitalista normal. Ello no quiere decir que los gigantes digi-
tales no practiquen otro tipo de tácticas con vistas a consolidar su poder,
apalancar sus carteras de patentes, mantener cautivos a sus usuarios y
obstruir cualquier posible competencia (a menudo mediante la compra
de empresas emergentes que puedan plantearles algún desafío) por no
hablar de las fortunas gastadas en ganarse el apoyo de los legisladores
en Capitol Hill. La competencia capitalista es un negocio desagradable y
puede ser aún más desagradable cuando se trata de productos digitales,
pero ello no es motivo para caer en las ciénagas analíticas del capitalismo
cognitivo, el usuarismo o el tecnofeudalismo. Tanto Veblen como Marx
pueden ser necesarios si queremos entender las tácticas de las empre-
sas individuales y las consecuencias sistémicas de sus acciones; en ese
sentido, los marxistas pueden aprender mucho de la escuela del «capital
como poder». Pero para que cualquiera de los dos planteamientos pueda
avanzar de verdad, hay que tener claro al menos los modelos de negocio
de las empresas en cuestión. Fijarse solo en algunos de sus aspectos
–simplemente porque se detectan excesos en materia de derechos de
propiedad intelectual, signos de financiarización o algún otro proceso
perturbador– no va a proporcionar una visión global de esos modelos.

50
Karl Marx, Capital, Volume Three, David Fernbach, trad., Londres, 1991, p. 300.
entra el estado

Además de la falta de claridad analítica, otro problema importante


del marco tecnofeudal es que corre el riesgo de sacar al Estado de la
ecuación. Techno-féodalisme, de Durand, apenas se detiene en el papel
impulsor que jugó el Estado estadounidense en el surgimiento de
Alphabet, Facebook o Amazon; y lo mismo ocurre con muchos otros
textos más breves sobre el tecnofeudalismo51. La crítica de Durand a lo
que él denomina la «ideología californiana» hace mucho hincapié en la
orientación ciberlibertaria de la «Carta Magna del ciberespacio», su texto
fundacional, pero olvida mencionar que uno de los cuatro autores de ese
documento, la prominente inversora Esther Dyson, también pasó años
en el consejo de dirección de la National Endowment for Democracy,
una de las entidades más prominentes de Estados Unidos en favor de la
doctrina del cambio de régimen. Salvo algunas excepciones –entre ellas,
el excelente libro de Linda Weiss America Inc. Innovation and Enterprise
in the National Security State (2014)–, el papel que ha jugado el Estado
en Estados Unidos en el ascenso de Silicon Valley como líder tecnoe-
conómico mundial ha sido muy subestimado. Leer estas dinámicas a
través del prisma del tecnofeudalismo (que asume que los Estados son
débiles y que su soberanía está «parcelada» entre muchos tecnoseñores)
solo contribuye a oscurecer aún más la cuestión. Toda la reciente his-
teria sobre el poder de las empresas tecnológicas (que son presentadas
como «gigantes» o «barones ladrones», cuando no como un mero blo-
que monolítico de «grandes corporaciones tecnológicas») ha afianzado
la noción de que el ascenso de las plataformas digitales se ha producido
a costa del desempoderamiento del Estado.

Este puede ser el caso de los países europeos o latinoamericanos más


débiles, que han sido prácticamente colonizados por las empresas estadou-
nidenses en los últimos años. Pero, ¿puede decirse lo mismo de los propios
Estados Unidos? ¿Qué hay de los vínculos de larga data entre Silicon Valley
y Washington, cuando tenemos al antiguo ceo de Google, Eric Schmidt,
dirigiendo el Defense Innovation Board, un órgano asesor del mismísimo
Pentágono? ¿Y qué decir de Palantir, la empresa cofundada por Peter Thiel,
que proporciona nexos esenciales entre las políticas de vigilancia de Estados
Unidos y la tecnología estadounidense? ¿O del argumento de Zuckerberg

51
Sobre la ausencia del Estado estadounidense en la obra magna de Zuboff, véase la
reseña de Rob Lucas, «El negocio de la vigilancia», nlr 121, marzo-abril de 2020.
–aparentemente eficaz hasta ahora– en virtud del cual la ruptura o frag-
mentación de Facebook envalentonaría a los gigantes tecnológicos chinos
y debilitaría la posición de Estados Unidos en el mundo? Dentro de la pers-
pectiva tecnofeudal, la geopolítica apenas es visible: las pocas menciones
que Durand hace de China son sobre todo para criticar su sistema de crédito
social, un instrumento de gubernamentalidad algorítmica.

Esta falta de atención al papel constitutivo del Estado en la consolida-


ción de la industria tecnológica estadounidense, ¿podría ser resultado
de los marcos analíticos y brennerianos del capitalismo, que pretenden
deducir sus «leyes de movimiento» observándolo en acción? Es imposi-
ble comprender el ascenso de la industria tecnológica estadounidense,
si se excluyen la Guerra Fría y la guerra contra el terrorismo (con su
gasto militar y sus tecnologías de vigilancia, así como la red mundial de
bases militares estadounidenses) como si fueran factores ajenos al capi-
talismo, de poca importancia para entender lo que el «capital» quiere y
lo que hace. ¿Podría cometerse el mismo error hoy, cuando el «ascenso
de China» y la catástrofe climática vienen a ocupar el papel orientador
del sistema que antes desempeñaba la Guerra Fría? Si es así, también
podemos olvidarnos de llegar a comprender el auge de lo que algunos
han denominado el «capitalismo de gestores de activos», que pretende
delegar la tarea del Estado en la lucha contra el cambio climático en
empresas como Blackrock, Vanguard y State Street.

Desde el punto de vista brenneriano, cualquier intervención sistémica por


parte del Estado en las operaciones en curso del capital podría parecer
un ejemplo de «capitalismo político»52 frente al capitalismo «económico»,
que es el que funcionaría correctamente, impulsado por sus propias leyes
de movimiento. Para el propio Brenner, el estancamiento a largo plazo
de la economía estadounidense en las actuales condiciones de sobrecapa-
cidad manufacturera global ha llevado a elementos poderosos de la clase
dominante estadounidense a abandonar su interés por la inversión pro-
ductiva y a optar por la redistribución ascendente de la riqueza por medios
políticos53. Después de todo, revelar los efectos corrosivos del «capitalismo
político» en todas partes es mucho más típico de la economía liberal y

52
El término «capitalismo político», acuñado por Weber en Economía y sociedad
para describir –aunque de forma inapropiada– la economía política de la Antigua
Roma, fue reutilizado por Gabriel Kolko para caracterizar la autodenominada
«era progresista» en The Triumph of American Conservatism: A Reinterpretation of
American History, 1900-1916, Nueva York, 1963.
53
Robert Brenner, «Saqueo pantagruélico», nlr 123, julio-agosto de 2020, p. 7.
neoliberal, disciplinas a las que preocupa la detección de funcionarios
públicos en busca de rentas y el resurgimiento de redes personalistas que
intervienen en las operaciones del capital. Fue este tipo de preocupación
por el capitalismo «político», más que por el «económico», lo que dio
lugar a la teoría de la elección pública [public choice] y a la fetichización de
la anticorrupción por parte de economistas de la Escuela de Chicago como
Luigi Zingales. El propio Durand dialoga repetidamente con Mehrdad
Vahabi, un estudioso de la public choice, al que cita favorablemente cuando
trata el tema de la depredación54.

Tal vez sea ahora el momento de preguntarse si el debate Brenner-


Wallerstein no estará a punto de resolverse definitivamente. Podría
decirse que las ambigüedades no resueltas de aquel debate han creado
las aperturas analíticas e intelectuales a través de las cuales la tesis
tecnofeudal se antoja ahora plausible a ojos de jóvenes economistas
marxianos creativos como Durand. Después de todo, si se necesita echar
mano de conceptos extraños como la «acumulación por desposesión» de
Harvey, la «depredación» de Veblen, la «renta cognitiva» de Vercellone
o, incluso, la «extracción del plusvalor de la conducta» de Zuboff es
únicamente porque la expropiación en curso, y el poder político que pre-
supone, no pueden reconciliarse fácilmente con el relato del desarrollo
capitalista basado en la explotación.

océanos más amplios

Actualmente, la única manera de encajar la explotación y la expropiación


en un único modelo es argumentar que necesitamos una concepción
más amplia del propio capitalismo, tal y como ha hecho con cierto éxito
Nancy Fraser. Queda por ver si el análisis de Fraser, que aún está en
proceso de elaboración, logrará dar cuenta de consideraciones geopolíti-
cas y militares más amplias, pero la idea general del argumento parece
correcta. Si bien es cierto que en la década de 1970 era posible analizar
el trabajo no libre, la dominación racial y de género y el uso de la ener-
gía sin precio (así como la desigualdad de los términos del intercambio
comercial en razón de la absorción de mercancías baratas procedentes
de la periferia por parte del centro de la economía-mundo capitalista)

Véase Mehrdad Vahabi, The Political Economy of Predation: Manhunting and the
54

Economics of Escape, Cambridge, 2016.


como algo externo al sistema capitalista impulsado por la explotación,
hoy en día ello no resulta fácil. Estos argumentos han sido cada vez más
cuestionados por algunos de los excelentes trabajos empíricos realizados
por los historiadores del género, el clima, el colonialismo, el consumo
y la esclavitud. La expropiación recibió la atención debida, complicando
significativamente la pureza analítica con la que podían formularse las
leyes del movimiento del capital. Es posible que Jason Moore –alumno
de Wallerstein y Giovanni Arrighi– anticipara el nuevo consenso cuando
escribió que «el capitalismo prospera cuando las islas de producción e
intercambio de mercancías pueden apropiarse de océanos de naturale-
zas potencialmente baratas situadas al margen del circuito del capital,
pero esenciales para su funcionamiento»55. Esto es válido, por supuesto,
no solo para los bienes naturales baratos (hay muchas otras actividades
y procesos de los que apropiarse), por lo que estos «océanos» son en
realidad más amplios de lo que sugiere Moore.

Una concesión importante que el marxismo político probablemente ten-


dría que hacer es abandonar su concepción del capitalismo como un
sistema marcado por la separación funcional entre lo económico y lo
político (la idea de que «la necesidad económica suministra la compul-
sión inmediata que obliga al trabajador a transferir el trabajo excedente al
capitalista»), como algo opuesto a la fusión de ambas esferas bajo el feu-
dalismo. Ciertamente, había buenas razones para señalar que el avance
de la democracia se detenía a las puertas de la fábrica y que los dere-
chos concedidos en el ámbito político no eliminaban necesariamente
el despotismo en la esfera económica. Por supuesto, gran parte de esta
presunta separación era ficticia: tal y como argumentó Ellen Meiksins
Wood en su trascendental artículo sobre la cuestión, fue la teoría eco-
nómica burguesa la culpable de haber abstraído «la economía» de su
contenido social y político y fue el propio capitalismo el que separó pau-
latinamente lo que eran cuestiones esencialmente políticas –tales como
el poder «de controlar la producción y la apropiación o la asignación
del trabajo social»– del ámbito político, desplazándolas a la esfera de
lo económico. La verdadera emancipación socialista requeriría la plena
conciencia de que la separación entre ambas esferas era artificial56.

55
Jason Moore, «The Capitalocene Part II: Accumulation by Appropriation and the
Centrality of Unpaid Work/Energy», The Journal of Peasant Studies, vol. 45, núm. 2,
mayo de 2018, pp. 237-279.
56
Ellen Meiksins Wood, «The Separation of the Economic and Political in
Capitalism», cit., pp. 66-67.
El relato general de Wood presentaba, no obstante, una imagen demasiado
simplista de la coerción en el capitalismo. «La integración de la produc-
ción y la apropiación [bajo el capitalismo] –escribió– representa la última
y definitiva “privatización” de la política, en la medida en que las funcio-
nes anteriormente asociadas con un poder político coercitivo, centralizado
o “parcelado”, están ahora firmemente alojadas en la esfera [económica]
privada, como funciones de una clase apropiadora privada liberada de las
obligaciones de cumplir con fines sociales más amplios». Desde este punto
de vista, el alcance de lo «puramente político» con respecto a lo puramente
económico era bastante limitado: consistía, principalmente, en salvaguar-
dar los derechos de propiedad. El hecho de que lo político también sirviera
para asegurar un suministro barato de energía y alimentos, de trabajo no
libre y de minerales, de conocimiento y, tal vez, eventualmente, de datos
–las condiciones de posibilidad mismas que hacen posible la concepción
(ampliada) de lo «económico»– se quedó en el tintero por una razón obvia:
ninguna de esas cosas tenía una relación directa con la explotación.

Sin embargo, si lo «político» fue tan decisivo para la constitución de lo


«económico», cabe preguntarse qué se gana presentando el capitalismo
como un sistema que mantiene separados lo «político» y lo «econó-
mico». Una cosa es que los capitalistas y sus ideólogos hablen así; hasta
qué punto esto sea una descripción exacta de lo que realmente ocurre
bajo el capitalismo (la tesis del artículo de Woods), es otra muy distinta.
Esta constatación recuerda la punzante observación de Bruno Latour de
que la modernidad habla con una lengua bífida: dice que la ciencia y la
sociedad son polos separados, pero esta confusión estratégica es precisa-
mente lo que le permite hibridarlas tan productivamente. Puede que la
historia de lo político y lo económico bajo el capitalismo sea muy similar.

Retrospectivamente, es fácil comprender por qué a Brenner nunca le


impresionó la teoría de Harvey de la «acumulación por desposesión».
En la medida en que el concepto se refería a la redistribución (realizada
tanto por los mercados como por la violencia) en lugar de a la produc-
ción, no podía pasar de la acumulación «primitiva» a la acumulación
capitalista ordinaria, al menos no en la forma en que Brenner entiende
el término. Sin embargo, a la luz de toda la evidencia histórica acumu-
lada en los últimos cuarenta años –especialmente durante la crisis de
2008 y la pandemia de la covid-19–, se ha vuelto más difícil, incluso
para Brenner, poner entre paréntesis la redistribución, como si fuera
algo ajeno al capitalismo realmente existente. Las cantidades de las que
estamos hablando –muchos billones de dólares– son demasiado porten-
tosas. De modo que en «Saqueo pantagruélico», su texto de 2020 sobre
los rescates de la covid, llegó a escribir lo siguiente: «Lo que hemos
visto durante un largo periodo de tiempo es un empeoramiento del
declive económico acompañado de una intensificación de la depreda-
ción política»57. La palabra «política» (un indicio de que, para Brenner, el
proceso «normal» de acumulación de capital está fallando) aparece con
frecuencia en ese trabajo.

Al carecer del marco para unir las nociones de redistribución y explota-


ción dentro de una explicación más amplia de la acumulación capitalista,
a Brenner solo le queda un recurso: plantear que la dependencia de los
capitalistas de la redistribución hacia arriba de la riqueza impulsada por
el Estado está alejando al capitalismo de sí mismo y llevándolo hacia una
forma económica que aparentemente comparte una característica cen-
tral con el feudalismo. Esto mantendría la pureza del modelo original (el
título honorífico de «capitalismo» podría reservarse para ese admirable
régimen en el que la acumulación se produce a través de la innovación
en lugar de la depredación o la desposesión), pero solo al precio de
desencadenar todo tipo de problemas analíticos y políticos secunda-
rios. Las debilidades del argumento de Durand son, en cierta medida,
producto de las tensiones no resueltas en el debate Brenner-Wallerstein.

La paradoja final aquí es que la mejor prueba de que la «acumulación vía


innovación» está –como el propio capitalismo– todavía viva y coleando
puede encontrarse en ese mismo sector tecnológico que Durand tacha
de feudal y rentista. Podemos comprobarlo cuando abandonamos las
macronarrativas sobredeterminadas de estos marcos analíticos, ya sea
el «neoliberalismo» como proyecto político en el caso de Harvey o el
«capitalismo cognitivo» de Vercellone. Pensar las empresas tecnológicas
de la forma en que Marx probablemente las habría pensado –es decir,
como productores capitalistas– seguramente arroje mejores resultados.

Mientras tanto, los marxistas haríamos bien en reconocer que la despose-


sión y la expropiación han sido constitutivas de la acumulación a lo largo
de la historia. Tal vez el lujo de emplear solo los medios económicos de
extracción de valor en el centro de la economía-mundo «propiamente»
capitalista se debió siempre al uso generalizado de medios extraeconó-
micos de extracción de valor en la periferia no capitalista de la misma.

57
R. Brenner, «Saqueo pantagruélico», cit.
Una vez que damos ese salto analítico, ya no necesitamos enredarnos
con invocaciones al feudalismo. El capitalismo se mueve en la misma
dirección de siempre, aprovechando cualquier recurso que pueda movi-
lizar, cuanto más barato, mejor. En este sentido, la descripción que hizo
Braudel en una ocasión del capitalismo como «infinitamente adaptable»
no es la peor perspectiva que podemos adoptar. Pero el capitalismo no
se adapta continuamente y, cuando lo hace, no está garantizado que las
tendencias redistributivas hacia arriba ganen sobre las productivas. Es
muy posible que sea precisamente así como funcione gran parte de la
economía digital actual. Esto, por supuesto, no es razón para creer que
el tecnocapitalismo sea de alguna manera un régimen más amable, aco-
gedor y avanzado que el tecnofeudalismo; pero al invocar vanamente el
segundo, nos arriesgamos a blanquear la reputación del primero.

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