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Ulises y Polifemos Larga

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INDICE

l'ágs.

Prólogo. VII
La vuelta de Ulises. 11
Ulises y los Cfclope 17
Ulises y Circe . 4¡
Ulises y las Sirenas . 65
Nuevos peligros. . 73
Ulises y Calipso. . 85
Minerva protectora. 95
Naúsica . . \03
Ulises entre los feacios . 113
La tela de Penélope. 123
Telémaco . 133
Ulises en su patria , 141

LISTA DE LAS ILUSTRACIONES


Ulises viendo a las Sirenas. Frontis
Págs .

... algo espantoso sucedió . 30


" .como si fuera a matarla . !)6
... a ligarle con mucha más fuerza 69
... vió como sus compañeros; hasta el último. 83
... volviéndose a hundir en el mar \01
- Es que yo soy el propio Ulises, 118
... y se sentó junto a Telémaco. 136
... pero él no tuvo piedad y, 156
H

ULISES y LOS CfCLOPES

Largo tiempo aguardó Ulises que sus hom-


bres volvieran; mas al ver que las horas pa-
saban sin que los navegantes regresaran, em-
pezó a inquietarse y temió que hubieran caí-
do en alguna emboscada de los naturales dd
país. Descendió de la nave y penetró a su
vez en la isla. No tardó en darse cuenta de
lo que ocurría al verlos dormidos y al obser-
var que no querían apartarse de aquellos lu-
gares por nada del mundo. Mas él, con los
remeros del barco que no habían bajado an-
tes, prohibiendo a éstos que comieran de la
flor fatal, arrancó a los otros navegantes de
aquellos lugares, los hizo llevar a las naves,
2
18 HOMERO

los at6 fuertemente a los bancos de los re-


meros y dió orden de partir inmediatamente
para impedir que ninguno volviera a comer
de la flor del loto, que hace olvidar penas,
deberes y amor. Y aquellos hombres, recor-
dando ahora sus sueños dichosos, iban llo-
rando por tener que abandonar aquel delicio-
so lugar.
Siguieron las naves de Ulises su ruta, cor-
tando con la afilada proa las encrespadas
olas. Largos días navegaron con buen viento
y al fin, alcanzaron a ver una hermosa isla,
en la que Ulises quiso detenerse.
Era aquella isla el pueblo de los cíclopes;
una tierra hermosísima, cubierta de fértiles
campos, de generosos viñedos y bosques
umbrosos. Había también en aquel país,
un hermosísimo puerto natural, y en el extre-
mo de la tierra que la formaba, una fuente
de agua purísima, rodeada de espesos árbo-
les que daban rica sombra. Aquel puerto na-
tural, refugio de las naves que por allí pa-
saban, inspiró a Ulises el vivo deseo de ha-
cer un alto en aquf'l país.
Mas, hay que saber que los cíclopes, 'o-"!ea
ULlSES y LOS CICLOPES 19 --

los habitantes de aquella isla, eran un pueblo


salvaje de enormes gigantes que vivían en
cavernas sin reconocer ley ni jefe, ni confiar
en los dioses; que no se tomaban el trabajo
de cultivar las fértiles tierras, tan generosas
sin embargo, que les daban ricas cosechas
de trigo y de cebada, al mismo tiempo que
vides espléndidas les proporcionaban el más
exqui~ito de los vinos.
Cuando Ulises llegó con sus hombres al
país de los cíclopes, era d e noche y sin luna.
No obstante, pudo anclar en la orilla perfec-
tamente y dormir con tranquilidad hasta que
despuntó la aurora. Entonces, él y sus hom-
bres empezaron a explorar la isla, hallando
numerosos animales, habitantes únicos de los
bosques, a los que dieron muerte, preparán-
dose con su carne un gran festín. Mientras
comían, vieron que en el interior de aquella
tierra elevábanse al cielo multitud de colum-
nitas de hun¡tQ y ove,on voces de hombres y
balar de ovejas :f hlli$eSl. y sus hombres pasa-
·ron el día regalándose con 19s frutos del rico
país y al llegar la noche, de huevo durmieron
sobre la arena tranquilamente, sin que nadie
20 HOMERO
les molestara. Al despuntar otra vez la nue·
va aurora, Ulises dijo a sus hombres:
-Volved a las naves, mientras yo con al~
gunos de los nuestros me interno en esta tie~
rra para ver qué clase de gentes la habitan.
Así lo hicieron los navegantes, y Ulises,
en compañía de los doce héroes más valientes
que con él iban, se adentr6 en la tierra de los
cíclopes. No tardaron en ver una gran cueva
cuya entrada e~taba oculta por espeso rama~
je de laurel y qL\e, en conjunto, semejaba las
que hacen los pastores para guardar su ga~
nado. Rodeábala una alta cerca formada por
gruesos troncos y piedras inmensas.
Ulises, llevando un pellejo de cabra lleno
de vino riquísimo, tan dulce como la miel,
y un zurr6n bien repleto de la caza consegui~
da el día anterior, penetr6 en la cueva.
Era aquel recinto la habitación de un ho~
rrible gigante, tan espantoso como no puede
imaginarse; su estatura era colosal, su cor~
pulencia cual la de una mole de piedra y en
medio de la &ente tenía un solo ojo, cuya mi~
rada ponía espanto en el ánimo de quien le
veía. Era el hijo pred!Iecto de Neptuno, dios
ULISES y LOS CICLO PES Z1

del mar, se llamaba Polifemo y se ocupaba


en guardar sus rebaños y de hacer quesos
con la leche que sus cabras le daban.
Cuando Ulises y sus hombres penetraron
en la cueva de Polifemo, el gigante no estaba
allí. Tampoco estaba el rebaño, al cual había
ido a apacentar en sus fértiles campos. 5610
estaban los más tiernos cabritos. Las pare~
des aparecían llenas de estantes con quesos ri~
quísimos y veíanse por toda la cueva espar~
cidos multitud de tarros y ollas, en que el
gigante guardaba la leche.
Los compañeros de Ulises hablaron así a
su jefe:
-¿ Por qué no nos apoderamos de estas
cosas y las llevamos a la nave ? También al~
gunos de nosotros podríamos volver para lle~
vamos los cabritos, y así no saldríamos de este
país sin algún botín.
Pero Ulises era generoso y no gustaba de
portarse como un ladrón. El quería el rico
botín ganado en guerra y legítima lucha, pero
desdeñaba tales raterías. No hizo caso, pues,
de las insinuaciones de sus hombres, y les
dijo que su intento era aguardar que el gi.
22 HOMERO

gante volviera para proponerle que le tratara


como amigo, ofreciéndole el vino y las vian-
das que él y sus hombres llevaban, a cambio
de los bienes que el cíclope amistosamente
<')uisiera ofrecerle.
Los hombres, sumisos siempre a los man-
datos del héroe, callaron, y en espera de que
volviera el gigante, encendieron una hogue-
ra, sentáronse en torno y se entretuvieron co-
miendo queso y bebiendo vino.
Tardó el gigante en volver y hacia la caída
de la tarde le vieron llegar los navegantes
conduciendo sus numerosos rebaños; sus
hombros soportaban un enorme haz de leña,
tan grande, que dijérase que para formarlo
había destruído un bosque entero. Así que
hubo penetrado en la cueva, Polifemo cogió
con una sola mano su pesada carga y la arro-
jó al suelo, haciendo un ruido tan espantoso
que Ulises y sus hombres, sin poder conte-
ner su espanto, fueron a ocultarse en los
rincones más apartados de la cueva. Pene-
traron durante largo rato en la cueva las ca-
bras y ovejas. Después, Polifemo, sin esfuer-
zo alguno, levantó una piedra tan enorme
ULlSES y LOS CICLOPES 23

que veinte caballos no hubieran podido arras-


trarla y cerró con ella la puerta de su habi-
tación (con ella quedaron también encerrados
el prudente Ulises y sus doce hombres).
Después empezó lentamente a ordeñar a
sus animales y colocó a los corderillos junto
a sus madres para que mamaran. Puso la
mitad de la leche ordeñ~da en unas ollas enor-
mes para hacer con ella sus quesos, y la res-
tante la dejó a un lado, en una vasija inmen-
sa, para bebérsela de postre de la cena. Des-
pués encendió una hoguera tan grande, que
en ella hubiera podido asar siete bueyes. Las
llamas llegaron al techo, iluminando con su
resplandor hasta los más recónditos rincones
de la cueva.
A la luz de la llama advirtió entonces el
gigante la presencia de Ulises y de sus na-
vegantes. Sorprendido, lanzó una gran voz
diciendo:
-¿De dónde sois, de dónde habéis veni-
do. extranjeros? ¿ Sois mercaderes, marinos
o piratas? ¿ Qué venís a hacer a mi casa?
La voz del gigante atronaba de tal modo
los ámbitos de la cueva que los hombres de
Z4 HOMERO
Ulises sintieron inmenso terror. Mas el héroe,
repuesto ya de la primera impresión que le
causara la espantosa catadura del gigante, le
contestó:
-Somos guerreros del rey Agamenón de
Grecia, y volviendo de Troya, donde hemos
luchado por nuestro rey, nos dirigíamos a
nuestra patria, cuando los vientos nos han
impelido hacia esta isla. A tus pies te roga-
mos quieras darnos la hospitalidad que nues-
tro dios omnipotente Júpiter ordena que se
conceda a los extranjeros.
Pero el gigante, cruel como todos los de su
raza, comprendiendo que nada tenía que te-
mer de aquellos guerreros minúsculos, son-
rió desdeñoso, y dijo asÍ.
-Los cíclopes no tememos a los dioses,
y por tanto no acatamos en nada sus órde-
nes. y ahora dime, extranjero. ¿ Qué os ha
obligado a salir de vuestra nave? ¿ Por qué
estáis aquí? ¿ Tenéis la nave que hasta aquí
os ha traído, anclada cerca de estos lugares
o al otro extremo de la isla?
Ulises, siempre y ante todo prudente, com-
prendió que el gigaJl.te le hacía tales pregun-
ULISES y LOS CICLOPES 25

tas con el ánimo de apoderarse de los hom-


bres que en la nave pudieran quedar. Y en-
tonces contestó :
-La tempestad ha destrozado nuestras na-
ves. Sólo estos hombres y yo hemos podido
escapar del naufragio.
Entonces Ulises y sus hombres vieron avan-
zar hacia ellos la enorme mole humana de
Polifemo. Cogió el gigante con una sola ma-
no a dos de los navegantes y les golpeó la ca-
beza contra el suelo hasta rompérsela. Des-
pués los abrió en canal, los asó a la lumbre
de la hoguera, y una vez estuvieron a punto,
los devoró sin dejar ni los huesos. Mientras
comía, regalábase con largos tragos de leche y
cuando estuvo satisfecho su apetito, se ten-
dió en el suelo de la cueva y se quedó pro-
fundamente dormido.
No hay que decir que Ulises y los diez
compañeros que quedaban vivos, permane-
cían paralizados por el espanto, verdadera-
mente porrorizados ante la cruel y bárbara
escena que acababan de presenciar y ante la
muerte espantosa de sus amigos y compañe-
ros de armas.
26 HOMERO
No obstante, al ver al gigante dormido,
UliEes llamó a su lado a sus hombres y jun-
tos empezaron a fraguar planes para salvarse
de la muerte que les aguardaba. Lo primero
que Uli.es propuso fué, naturalmente, lo más
breve: desenvainar la espada y clavarla en
el pecho de Polifemo. Una consideración les
detuvo, sin embargo. La enorme piedra que
cubría la entrada era tan pesada que ni cin-
cuenta hombres hubieran podido moverla,
de modo que aun cuando el gigante muriera,
ellos no se salvarían tampoco, pues quedarían
allí encerrados, como en una ratonera, )
terminadas las provisiones de queso, acaba-
rían por perecer de hambre. Así permane-
cieron toda la larga noche, lamentando su
triste suerte y formando planes para su sal-
vación, aunque sin acabar de hallar ninguno
que les satisfaciera. Apenas despuntó el día,
el gigante se despertó; encendió de nuevo
una inmensa hoguera, ordeñó a sus ovejas
y puso alIado de cada una su corderillo. Des-
pués, como hiciera la noche anterior, mató
a dos hombres, los abrió en canal, los asó a
la llama de la hoguera y se los almorzó honi-
ULISES y LOS CICLOPES 27

tamente. Hecho esto levantó la enorme mole


de piedra que tapaba la entrada de la cueva,
hizo salir fuera al rebaño, salió él también y
volvió a colocar en la entrada la enorme
puerta.
Los pobres navegantes y el prudente Uli~
ses, quedaron de nuevo encerrados en aquel
antro obscuro, seguros ya de la triste suerte
que les tocaría sufrir en cuanto el gigante vol~
viera. En vano hacían mil planes, se consul~
taban, se torturaban, buscando el modo no
sólo de hallar la huída, sino también de ven-
gar a sus cuatro desgraciados compañeros.
Largo tiempo permanecieron en estas delibe~
raciones y, al fin, Ulises que hacía un buen
rato que se mostraba silencioso y pensativo,
comunicó a los navegantes su plan. Cerca de
la hoguera, hallábase un gran tronco de olivo
que cuando estuviera seco debía servir a Po-
lifemo de bastón. Este tronco era tan alto como
el mástil de una nave. Siguiendo siempre las
órdenes de Ulises, los navegantes cortaron
una parte del tronco, y el héroe, con gran
habilidad lo aguzó por uno de sus extremos
hasta formar una larga punta; despu6s en~
28 HOMERO

dureció ésta punta al fuego de la hoguera y


ocultó el tronco donde el gigante, a su lle-
gada, no pudiese verlo. Tratábase enton-
ces de saber cuales de los navegantes ayuda-
rían a Ulises a hundir la punta del palo can-
dente en el único ojo de Polifemo, cuando al
fin se rindiera al sueño. Se echaron suertes,
y he aquí que la suerte señaló, precisamente,
a los cuatro hombres que Ulises deseaba que
le ayudaran.
A la misma hora que el día anterior, al
atardecer ya, regresó el gigante seguido de
su rebaño, al que, como de costumbre, ence-
rró en la cueva. Levantó la gran piedra de
la entrada, ordeñó a sus ovejas y colocó junto
a ellas a los cabritos pequeños . Tras lo cual
cogió a dos hombres más y los asó para la
cena.
Cuando hubo terminado su horrible festín,
Ulises avanzó desde el obscuro rincón de la
cueva en que se hallaba y se acercó al gigante,
llevando en las manos una copa de rico vino.
-Algo te falta después de tu festín de car-
ne humana--dijo el héroe a Polifemo.-Prue-
ULISE S Y LOS CICLOPES 29

ba de este licor que nuestra nave conteIÚé1


en gran abundancia.
Cuando Polifemo hubo probado el rico
vino de los griegos, chasqueó la lengua con
delicia y se confesó asimismo, que jamás
había catado bebida tan deliciosa. Con voz
atronadora, que en vano intentaba dulcificar
la deliciosa sensación experimentada, :gritó
así a Ulises :
-Me gusta vuestro vino, extranjero. Da-
me más y dime cómo te llamas. Quiero re-
compensarte. Aunque los viñedos de esta tie-
rra producen enorme cantidad de vino, he
de confesarte que jamás había probado néc-
tar como el tuyo.
Ulises, que nada deseaba tanto como que el
gigante se embriagara, escanció del rico vino
una y otra, y otra vez, hasta que Polifemo se
tendió en el suelo completamente ebrio. :En~
tonces, Ulises le dijo:
)-Puesto que eres tan generoso que quieres
recompensarme, te diré mi nombre. Me llamo
«Nadie» y así me conocen mi familia y los
hombr~s que están a mis órdenes.
30 HOMERO
El gigante se echó a reir y contestó con
crueldad:
-Pue3 bien, amigo Nadie, quiero recom-
pensarte como te he dicho: primero me co-
meré a todos tus compañeros y te dejaré a ti
para el último.
Lanzó una gran carcajada y, habiendo he-
cho el vino su completo efecto, se tendió cuan
largo era, quedando profundamente dormi·
do. Al ver Ulises a Polifemo tendido en tie-
rra, embriagado, rendido, se apresuró a lla-
mar a sus hombres, reanimándoles con sus
palabras y despertando en ellos el valor per.
dido. Juntos corrieron entonces todos a bus-
car el palo que habían escondido e introdu-
ciendo su punta aguda en el fuego la pusie-
ron al rojo. Después lo retiraron, hundiéndolo
Ulises y cuatro hombres más con toda su
fuerza en el horrible ojo de Polifemo. Algo
espantoso .sucedió entonces. Recordando la
crueldad del gigante y la muerte hor~ible de
sus navegantes más queridos, Ulises, 'tenien-
do clavada l~ estaca ,en el ojo del cíclope, le
dió vueltas hasta lograr q~e la sangr~ "salie.
... algo espantoso sucedió...
, ' .:'

.,

, If. ;J',,",." ~.'


ULISES y LOS CICLOPES 3J

ra a borbotones del ojo y que éste se vaCIa-


ra.
Púsose Polifemo en pie, lanzando gritos
roncos como el trueno, gemidos estridentes,
que hicieron retroceder a Ulises y a sus cc;n-
pañeros hasta los rincones más apartados Je
la cueva. De verdad imponía pavor el aspecto
del gigante con el ojo vacío, del que colgaba
todavía la estaca roja encendida y cubierta de
sangre. Sin dejar de dar voces, Polifemo lo
gró arrancarse el palo candente del ojo; lo
arrojó a gran distancia y llamó con formida-
bles gritos a sus hermanos, los otros cíclo-
pes que habitaban en las cercanías, en cue-
vas semejantes a la de Polifemo.
Acudieron los cíclopes y preguntaron a Po-
lifemo;
-¿ Qué te sucede hermano? ¿ Por qué nos
despiertas' con esos gritos? ¿ Es que te han he-
rido o que algún ladrón se ha apoderado de
tus rebaños.
'1:ntonces Polifemo, ciego, desconsolado,
-gritó con voz tonante, ansioso de veng'lnza .:
-¡ Nadie me ha 'herido a traición 1 ' -
; '" ~' Ioi cíclopes le contestaron ; . .
32 HOMERO
~- -
-Pues si tu mismo dices que nadie te ha
herido, no sabemos por qué gritas así y en
nada podemos ayudarte.
y dicho esto, como todos 108 cíclopes eran
hombres crueles, no muy compasivos del do-
lor ajeno, se marcharon tranquilamente a sus
cuevas y dejaron allí a Polifemo, rugiendo de
dolor y de ira.
El gigante buscó entonces en vano a los que
le habían herido. Como estaba ciego, los
astutos griegos podían perfectamente es-
quivar su persecución. El gigante entonces,
comprendió que era en vano que les buscara,
y decidió que por lo menos no se le escaparan
de la cueva. A tientas siempre, halló la gran
piedra que cerraba la entrada y la apartó con
su fuerza hercúlea. Después se sentó él mismo
en el lugar de la piedra, atravesado en la en-
trada con los brazos abiertos para coger a los
navegantes cuando pretendieran escaparse.
Pero transcurrieron largas horas y el sueño le
sorprendió así. Entonces nuevamente Ulises
y sus 'companeros
$... •
se reumeron para tratar del
modo de recobrar su libertad.
y he aquí qu~ Ulises, con su ~ngenio de
ULlSES y LOS C1CLOPES 33

siempre, creyó hallar un medio de fuga. En


los rebaños del gigante había carneros muy
grandes y fuertes, de espeso vellón negro. Uli-
ses, haciendo con varios mimbres que por la
cueva encontrara una fuerte trenza, sujetó de
tres en tres varios grupos de carneros después,
también con los mimbres, ató a cada uno de
sus hombres debajo del vientre del carnero que
quedaba en el centro del grupo.
El mismo se colgó en la misma forma que
sus compañeros debajo del carnero más alto
y más fuerte. Y así, en tan incómoda posición,
aguardaron con paciencia los navegantes a que
el alba rompiera. Apenas despuntó la aurora,
las ovejas empezaron a balar y los carnerillos
a impacientarse, deseosos de salir a pacer en
los verdes campos.
Entonces Polifemo se despertó, disponién-
dose a salir con sus rebaños. Según pasaban
por la puerta los animales, Polifemo les pasa-
ba la mano por encima del lomo, sin sospe-
char que era debajo de ellos, donde los hom-
bres de Ulises se ocultaban.
y sucedió que el carnero que llevaba a Uli-
ses, fué el último en pasar a causa de que la
3
34 HOMERO

carga que llevaba era muy pesada. Como ha-


bía hecho con los otros, Polifemo pasó la mano
por encima del lomo de este carnero, que era
su predilecto, y le dijo:
-Tú que siempre eras el primero er salir
de la cueva, en guiar a tus compañeros, en
buscar para ellos y para ti los pastos más ver-
des y las aguas más cristalinas, ¿ c6mo es que
ahora eres el último? Sin duda te entristece
el ver que Nadie se ha burlado de mí hiriéndo-
me a traición y vaciándome mi único ojo. Si
pudieras hablar, carnero mío, sin duda me di-
rías el lugar en que mi enemigo se oculta para
que yo pudiera aplastarlo con mis manos.
-+ Mientras el gi~ante pronunciaba esta terri-
bles palabras, Ulises le escuchaba y permane-
cía muy quieto, riéndose para sus adentros.
Lentamente fueron saliendo todos los animales
de Polifemo y dirigiéndose a los verdes pra-
dos, camino del mar. Cuando ya estuvieron
bien lejos de la cueva, cuando Polifemo se
hubo quedado lejos, bien lejos de ellos, Uli-
ses sacó su cuchillo de monte del pecho, y se
desató de su extraña cabalgadura. Inmediata-
mente corrió a qesat~r tal!).bi~n ~ s~s hQmbr~$
ULISES y LOS CICLOPES 35

y tOdOS se apresuraron a llevar el rebaño hacia


la playa, donde estaba su nave anclada.
Temieron en algunos momentos que el gigan-
te llamara a su rebaño y pudiera darse cuenta
de su huída, pero como Polifemo les creía to-
davía dentro de la cueva y bien encerrados en
ella merced a la piedra enorme, no sucedió así
y pudieron llegar sanos y salvos a la nave don-
ae sus compañeros, inquietos ya por su suer-
te, se mostraron jubilosos al verles llegar. No
obstante, al relatar Ulises lo que les había
acontecido en la isla y al saber los que en la
nave habían quedado la triste suerte de sus
seis compañeros, prorrumpieron en amargos
lamentos y derramaron tristísimas lágrimas.
Ulises, sin embargo, les dijo:
-No es ésta hora de llorar. JXpresurémo-
nos a embarcar llevando con nosotros el reba-
ño del gigante.
Cuando todos estuvieron en la nave, cuando
los remos agitaron el agua y el bajel empren-
dió la ruta que debía alejarle de la terrible tie-
rra de los cíclopes, Ulises, antes de perder de
vista aquellos lugares espantosos, gritó con
toda la fuer=l:a de su voz:
36 HOMERO

-¡ Polifemo, cruel monstruo, óyeme ~ 'Ju-


piter y los dioses en que no crees, te han cas-
tigado cruelmente por tus crímenes. ¡ Tú que
devoras a los extranjeros que te piden hospita-
lidad, bien mereces quedarte ahí ciego y bur-
lado!
Polifemo que se hallaba todavía sentado a
la puerta de su cueva, se levantó furioso al oir
estas palabras, comprendió que el falso Nadie
se había, de nuevo, burlado de él y arrancó de
cuajo una inmensa roca que formaba la cima
de una colina, arrojándola al mar, con tal fuer-
za, que fué a caer muy cerca del bajel de Uli-
ses. Tan cerca cayó, tan violento fué el golpe
recibido por las aguas, que el oleaje hizo vol-
ver a la nave hasta cerca de la orilla. Pero UIi-
ses dió órdenes a sus hombres de que volvie-
ran a empujar con los remos la nave mar aden-
tro, con la ligereza necesaria para que el gi-
gante no pudiera lastimarles con otra roca.
Cuando estuvieron a alguna distancia, Ulises
quiso gastar él Polifemo una nueva burla,~' sin
que bastaran a convencerle las súplicas de sus
hombres, que le rogaban no se expusiera a
la cólera del monstruo, que aun ciego y des-
ULISES y LOs CICLOPES . 37

válido, podía aplastar la nave, aplastarles a


ellos, sólo de una pedrada.
Ulises no quiso escucharles y gritó t
- j Cruel Polifemo! Si alguien te pregunta
que ha sido de tu ojo, dile que te lo vació Uli-
ses, rey de haca!
Entonces dejóse oir un gemido más lúgubre
y espantoso que todos los que hasta aquel mo-
mento el gigante había lanzado. Gritó así Po-
lifemo:
-Ha tiempo me predijo un oráculo que
Ulises de Itaca me dejaría ciego. Mas yo,
aguardaba ver llegar a un héroe poderoso, a
un guerrero lleno de fuerza y no a un pobre
enano que ha tenido que emborracharme no
atreviéndose a luchar frente a frente conmigo.
Pero de todos modos, tu astucia me agrada,
Ulises de Itaca. Vuelve a tierra y te trataré
corno mereces. De otro modo, Neptuno, mi
padre, Dios del mar, me vengará devolvién-
dome mi ojo perdido.
Ulises no hizo caso de las promesas del
gigante, cuya crueldad conocía. Pero la burla
le agradaba.
38 HOMERO

-1 Tu padre no -(e devolverá tu línico ojo


perdido! i Nunca más volverás a ver el sol!
De nuevo el gigante se desesperó, gritó, se
arrancó los cabellos. se retorció las manos,
alzó la cabeza y levantó los brazos llamando a
Neptuno, dios del mar, y pidiéndole que cas-
tigara a Ulises. Así gritaba con voz atrona-
dora:
-1 Haz, Neptuno, padre mío, que si el
rey de Itaca logra volver a su patria, ello sea
tarde y mal; que pierda antes a sus compañe-
ros, que no conserve sus naves y que no halle
en su hogar la paz que desea I
No contestó Neptuno, pero escuchó el ruego
de Polifemo, su hijo. Al acabar de decir tales
palabras, el gigante, con redoblada fuerza,
arrancó otra roca y la arrojó contra la n~ve de
los griegos. Esta cayó tan cerca del bajel de
Ulises, que tocó el extremo del gobernalle,
pero las olas que levantó empujaron a la nave
hacia delante, y pronto Ulises y sus ho~bres
se hallaron junto a las otras naves en alt~ mar.
Los remos de los héroes de Troya se hun-
dían en las aguas tranquilas cada vez más lejos
ULISES y LOS CICLOPES 39

de la horrible tierra de los cíclopes. Pero Ulises


y sus navegantes, aunque a salvo ya, no es-
taban contentos. En sus corazones reinaba la
tristeza de haber perdido a seis de sus com-
o ~

pañeros mejore~.

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