El Cerdo y Otros PELIGROS
El Cerdo y Otros PELIGROS
El Cerdo y Otros PELIGROS
PELIGROS
Joe Crews
El cerdo y Otros
PELIGROS
Por Joe Crews
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Contenido
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claras, diseminadas a través del Antiguo Testamento y el Nuevo
Testamento. Antes de avanzar, es importante mencionar el marco de
referencia provisto por Dios en los escritos de sus siervos.
Hay capítulos enteros, como Levítico 11 y Deuteronomio 14, que
enumeran en detalle las categorías de animales limpios e inmundos.
Puesto que la dieta original que Dios prescribió no incluía carne de
ningún tipo (Génesis 1:29), podemos tener absoluta certeza que la
dieta de quienes vivían antes del diluvio y obedecían la ley de Dios,
no incluía carne prohibida ni “inmunda”.
Después del diluvio, aunque se introdujo el consumo de ani-
males limpios en la dieta de los ocho sobrevivientes, como resultado
de la destrucción universal de toda la vegetación, no se permitió comer
ningún animal inmundo. Dios ordenó preservar siete animales limpios
en el arca y dos animales inmundos (Génesis 7:13). Obviamente, esto
permitía que se pudiera comer la categoría de los animales limpios,
mientras que el macho y la hembra de los animales inmundos, se
preservaron para perpetuar la especie.
Cabe señalar que este permiso postdiluviano de comer animales
limpios produjo un fenómeno interesante. Casi de inmediato, la expec-
tativa de vida de la raza humana se redujo de aproximadamente 800
años a 150 años.
La experiencia del diluvio refuta un argumento popular utilizado
por quienes insisten en comer animales limpios e inmundos. Estos
afirman que la ley de los alimentos inmundos, solo se aplicaba al
pueblo judío. Esto no es cierto, ya que no había judíos en los días de
Noé, cuando Dios impuso la restricción sobre la raza humana. Además,
la Biblia declara que la ley que prohíbe ciertas carnes tendrá vigencia
hasta la segunda venida de Jesús (Isaías 66:15-17).
DOS
No es lo que entra...
Ahora bien, veamos los cuatro argumentos populares, que se
utilizan para respaldar el consumo de carnes inmundas. En Mateo
15:11 encontramos un pasaje que, a primera vista, pareciera favorecer
dichos argumentos. Jesús dijo: “No lo que entra en la boca contamina
al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre”.
Sin un contexto, este versículo parece indicar que podemos
comer cualquier cosa sin contaminarnos ni ser condenados. Pero al
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analizar todo el capítulo, encontramos que este no tiene nada que ver
con la alimentación. En el versículo 2 descubrimos, que Jesús estaba
resolviendo una disputa con los fariseos, quienes insistían en que
los discípulos respetaran la ceremonia de lavarse las manos antes de
comer. El propósito de esta ceremonia era purificar la contaminación,
resultante de tocar a cualquier persona u objeto gentil. Cristo con-
denó esta tradición hipócrita en los versículos 3 al 10, y declaró que
adoraban a Dios en vano, al enseñar leyes hechas por el hombre. A
continuación, en el versículo 11, expresó que la contaminación sale
del hombre; no es que entra en él.
Después, Pedro le preguntó a Jesús: “Explícanos esta parábola”
(Mateo 15:15). Esta declaración demuestra, que las palabras de Cristo
no deben tomarse en forma literal, porque una parábola es simple-
mente una historia o declaración para ilustrar un tema. Observa de
qué manera explicó Jesús el significado de su enunciado figurativo:
“¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es
echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y
esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pens-
amientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos,
los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contam-
inan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina
al hombre” (versículos 17-20).
Ahora la situación comienza a aclararse. Jesús sabía que estos
dirigentes religiosos albergaban intenciones asesinas contra él, sin
embargo, lo que más les preocupaba a ellos, no era esa disposición
malvada, sino una tradición ridícula en función de sus prejuicios.
Cristo llamó a esos pecados internos por su nombre y luego declaró:
“No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la
boca, esto contamina al hombre”. Ese era el significado de la parábola.
No se refería a la ingesta de alimentos, sino al lavado ceremonial de
manos.
Hay cinco palabras en el relato de Marcos sobre el mismo inci-
dente que desconciertan. Allí se cita a Jesús: “Él les dijo: ¿También
vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de
fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra
en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haci-
endo limpios todos los alimentos [Énfasis agregado]” (Marcos 7:18, 19).
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La expresión “haciendo limpios todos los alimentos”, ¿indica
que cualquier cosa que se introduzca en el cuerpo de alguna manera
se santifica y se vuelve saludable? ¡Claro que no! Nuevamente, Jesús
subraya el hecho que la verdadera contaminación deriva de albergar
impureza espiritual en la mente. La comida física atraviesa los procesos
digestivos de purga y se separa del cuerpo, pero el pecado perdura
como un veneno penetrante.
TRES
¿Santificado por la oración?
Pasamos a otro pasaje que ciertos lectores de la Biblia han malin-
terpretado increíblemente. Pablo le escribió al joven Timoteo: “Pero el
Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apos-
tatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada
la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos
que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos
los creyentes y los que han conocido la verdad. Porque todo lo que
Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de
gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado”
(1 Timoteo 4:1-5).
Analizando con detenimiento el contexto de estas palabras,
no encontramos nada que desentone con el resto de las Escrituras.
Aparentemente, es una descripción de cierto grupo en el tiempo del
fin que prohíbe el matrimonio, manifiesta gran hipocresía y está dom-
inado por demonios. Además, este grupo exige que sus seguidores se
abstengan de alimentos indudablemente limpios, “que Dios creó para
que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que
han conocido la verdad”.
Nuestro propósito no es ahondar en la identidad de esta gente
malvada que pervierte el evangelio, sino descartar la idea que el solo
hecho de orar por la comida, la hace apta para comer. Pablo afirma
que cualquier alimento preparado es aceptable, siempre que cumpla
con dos requisitos: la Biblia lo aprueba (o lo santifica), y se debe orar
por los alimentos con acción de gracias. Por favor, hay que tener en
cuenta que ambos requisitos deben cumplirse, para que la comida
forme parte de la alimentación cristiana. Cabe señalar que la palabra
“carnes” en el idioma original, no se limita a los alimentos hechos con
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“carne”, como traducen algunas versiones bíblicas en inglés. La palabra
griega brôma simplemente significa “alimento”.
Estos versículos, ¿sugieren que los topos, los murciélagos y las
serpientes de cascabel pueden ser santificados como alimento con
solo orar por ellos? ¡Al contrario! Nada es apto a menos que haya super-
ado la primera prueba de contar con la aprobación de la Palabra de
Dios. Si la Biblia dice que es limpio, solo entonces las oraciones de
acción de gracias pueden garantizar el sello de la aprobación de Dios.
CUATRO
Criaturas abominables
Quizá, el criterio más común que sustenta la supuesta purifi-
cación de las carnes inmundas sea la historia de Pedro y su visión
del lienzo que descendía del cielo. Sin embargo, un poco de contexto
permite entender claramente el verdadero significado de la extraña
visión de Pedro.
Como converso judío, Pedro consideraba que todos los gentiles
eran inmundos, por lo tanto, indignos de la salvación. No les predicaba
ni tenía ningún tipo de interacción social con ellos.
Pedro recibió la visión justo antes que los mensajeros de Cornelio,
un centurión gentil, llegaran a su casa en Jope. Dios le había encargado
a Cornelio que mandara a buscar a Pedro, y sus siervos estaban a punto
de llamar a la puerta, cuando el fiel apóstol cayó en trance en la azotea.
En esa visión, Pedro vio un gran lienzo que descendía del cielo,
repleto hasta rebosar con todo tipo de bestias, aves y reptiles. Tres
veces, Pedro recibió la invitación a comer de esa variedad de criaturas
repulsivas, y tres veces se negó. En cada ocasión, una voz declar-
aba: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hechos 10:15).
Finalmente, la sábana volvió a subir al cielo con su cargamento de
alimañas serpenteantes.
A estas alturas deberíamos hacer algunas observaciones claves.
La respuesta de Pedro a la invitación a comer establece una cuestión
muy importante. Él dijo: “Señor, no; porque ninguna cosa común o
inmunda he comido jamás” (Hechos 10:14). Esto prueba que, durante
los tres años y medio que había pasado con Jesús, Pedro nunca había
visto ni oído nada que lo hiciera aceptar carnes inmundas. En otras
palabras, Jesús no había cambiado la prohibición de comer animales
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inmundos, porque si así fuese, Pedro lo sabría y no hubiera respondido
como lo hizo.
El contexto del capítulo 10 de Hechos revela, que Pedro al prin-
cipio no entendió el significado de esta visión desconcertante. El
versículo 17 dice que “Pedro estaba perplejo dentro de sí” acerca de
lo que esta implicaba. Y otra vez, el versículo 19 dice: “Pedro pensaba
en la visión”.
Mientras intentaba descifrarla, los tres siervos enviados por
Cornelio llamaron a la puerta de Pedro. Él escuchó el relato de la visión
de Cornelio y luego hospedó a los hombres. Al día siguiente, Pedro los
acompañó de regreso a Cesarea, donde Cornelio reunió a su familia y
amigos para darle la bienvenida al apóstol.
El meollo de todo el relato se encuentra en el versículo 28, donde
el pescador-discípulo, que previamente había estado cegado, relata
la explicación que había recibido de la visión. Se dirigió al grupo de
gentiles con estas palabras: “Vosotros sabéis cuán abominable es
para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí
me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo”
(Hechos 10:28, énfasis agregado).
Aquí vemos claramente cómo Dios utilizó la visión del lienzo,
para enseñarle al prejuiciado Pedro que ya no debía evitar a los gen-
tiles. La visión no tenía ninguna relación con la comida ni la bebida. Se
refería a la actitud de Pedro hacia la gente, no hacia la comida.
¡Qué lección impresionante para esa iglesia primitiva! Y es una
lección que todos deberíamos aprender. Desde hoy, no dudes en
corregir a los que intentan vincular esta visión con algún tipo de purifi-
cación de animales inmundos. En realidad, demuestra lo contrario, y
enfatiza una de las mayores lecciones para los cristianos: considerar
a cada persona de igual valor ante Dios, y no escatimar esfuerzos para
ganarla para Cristo.
CINCO
“Tropezadero para los débiles”
El último pasaje que es preciso estudiar en su contexto, se
encuentra en Romanos 14. Puesto que, muchos lectores han sacado
palabras y frases de su contexto lógico en este capítulo, se han creado
algunas interpretaciones forzadas.
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Hay un tema común importante a través de todo el capítulo. Casi
todos los versículos se relacionan con el peligro de juzgar a los demás,
un problema que era sumamente dañino en la iglesia cristiana primi-
tiva, así como lo es en la iglesia actual. Para entender el consejo que dio
Pablo en Romanos 14, primeramente debemos identificar a las partes
involucradas y las cuestiones que eran blanco de críticas.
Había dos grupos principales en la iglesia primitiva: los cristianos
judíos, conversos del judaísmo, y los cristianos gentiles, ganados del
paganismo. Estos dos grupos no se llevaban bien. Todo el tiempo se
criticaban entre sí. Veamos cuál era el motivo de la división. Los cristia-
nos gentiles juzgaban a los cristianos judíos, porque comían carne que
había sido sacrificada a los ídolos. Para el converso gentil, ese alimento
no era apto para el consumo. Aunque ahora era cristiano, no podía
olvidar que anteriormente ofrecía comida a los ídolos y, en su mente,
ingerir esa comida lo conectaba a la adoración de ídolos. Por otra
parte, el converso judío no tenía esos reparos, porque siempre había
servido a un solo Dios y no sentía culpa por comer carne sacrificada a
los ídolos. Se vendía en el mercado a un precio económico y muchos
consideraban que era una oferta tentadora.
Leamos los primeros versículos de Romanos 14, sobre el her-
mano que era débil en la fe. “Recibid al débil en la fe, pero no para
contender sobre opiniones. Porque uno cree que se ha de comer de
todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie
al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque
Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para
su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso
es el Señor para hacerle estar firme” (Romanos 14:1-4).
¿Podemos identificar al hermano débil si comparamos este pasaje
con otros? ¿Podemos también identificar el problema que ocasionó el
acto de “juzgar”? Sí. Pablo tuvo que abordarlo con detenimiento en 1
Corintios 10 y en 1 Corintios 8. Fíjate en la descripción: “Acerca, pues,
de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo
nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. [...] Pero no en
todos hay este conocimiento; porque algunos, habituados hasta aquí
a los ídolos, comen como sacrificado a ídolos, y su conciencia, siendo
débil, se contamina. [...] Pero mirad que esta libertad vuestra no venga
a ser tropezadero para los débiles” (1 Corintios 8:4-9, énfasis agregado).
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Aquí reconocemos al hermano débil de Romanos 14:1 al 3. El
cristiano gentil que pensaba que era pecado comer carne ofrecida a
los ídolos. Pablo coincidía con los conversos judíos, en que la comida
no tenía nada de malo, ya que, en definitiva, solo hay un Dios. Pero
recomendó que no consumieran esa comida en presencia de los crey-
entes gentiles, para que no fuera una piedra de tropiezo para ellos.
Compara este lenguaje con el consejo de Pablo en Romanos 14:13: “Ya
no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no
poner tropiezo u ocasión de caer al hermano”.
En 1 Corintios 8:11 y 12, Pablo argumenta: “Y por el conocimiento
tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta
manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil con-
ciencia, contra Cristo pecáis”. Compara esa declaración con esta de
Romanos 14:15: “No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por
quien Cristo murió”. Observa también Romanos 14:21: “Bueno es no
comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se
ofenda, o se debilite”.
Obviamente, los relatos de Romanos 14 y 1 Corintios 8 se refieren
al mismo problema. Se utiliza un lenguaje idéntico en ambas descrip-
ciones, y existían las mismas críticas recíprocas en alusión al problema.
Es necesario aclarar un punto más. La carne en cuestión no era
“carne inmunda” en el sentido bíblico. La controversia solo giraba en
torno a los alimentos que los cristianos gentiles “suponían” inmun-
dos porque se ofrecían a los ídolos. Para ser exactos, los paganos no
ofrecían cerdos ni otros animales inmundos en sus sacrificios, como
demuestra Hechos 14:13. Por ende, cuando los cristianos judíos com-
praban alimentos ofrecidos a los ídolos, no era que esto estuviese mal
en sí, como mencionó Pablo. Era indebido solo cuando ofendían al
“hermano débil”, o al cristiano gentil, quien consideraba que estos
alimentos eran inmundos por su conexión con el ídolo. La resistencia
de algunos creyentes gentiles era tan fuerte, que se abstenían de comer
carne y solo comían hierbas por temor a comer algo de carne que se
hubiese ofrecido a los ídolos. En Romanos 14:1 al 3, Pablo insta a la
iglesia romana a honrar la conciencia de esas personas y a recibirlas.
No era un dilema moral y no podían permitir que este dividiera a la
iglesia.
Al examinar estas aparentes contradicciones en la Biblia relacio-
nadas con la alimentación, descubrimos la raíz de gran parte de la
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confusión teológica en el mundo religioso actual. Entender las circun-
stancias detrás del pasaje, nos permite captar las palabras y las frases
en su presentación original y reconocer la hermosa armonía y unidad
de las Escrituras.
SEIS
Carnes no aptas para consumo humano
Reflexiona en este hecho notable. Si ciertos animales se identific-
aron como inmundos antes del diluvio; si se los consideraba inmundos
cuando Pedro los rechazó en su visión; si se los llama inmundos en
Apocalipsis 18:2, donde se habla de aves “inmundas”; y si Isaías declara
que todos los que coman carne de cerdo y otras cosas abominables al
momento de la segunda venida serán consumidos (Isaías 66:15-17),
¿cómo podemos creer que ahora estas carnes son aptas para comer?
¿Cuándo se volvieron limpias?
¿Tenía Dios alguna razón para prohibir el uso de determinados
animales como alimento? Él nunca actúa de manera arbitraria. No ten-
emos indicio que la prohibición se basara en cuestiones ceremoniales
ni enigmáticas. Por lo que sabemos, todas las categorías prohibidas
entran dentro de esta clasificación, porque Dios quiere que su pueblo
sea saludable y feliz. Sencillamente no eran aptas para consumo
humano, y Dios le dijo a su pueblo que no comieran de ellas.
Los hallazgos de los nutricionistas modernos, que han deter-
minado que muchas de las carnes “inmundas” son perjudiciales por
contener grasas nocivas o elementos patógenos, corroboran esta
conclusión. En la antigüedad, Dios acusó a su pueblo de autodestru-
irse por falta de conocimiento (Oseas 4:6) y le prometió librarlo de
enfermedades si seguían sus leyes (Éxodo 15:26). ¿Por qué nosotros
deberíamos prolongar la rebelión destructiva que marcó el rumbo del
Israel de antaño?
Quien hizo nuestro cuerpo, también nos proveyó de un manual
de instrucciones para el mantenimiento adecuado de este delicado
organismo. Así como las recurrentes apostasías de Israel se relacio-
naban con “comer” y “beber” (Éxodo 32:6), el Israel moderno de Dios
se extravía de la misma manera indulgente. Hay razones de peso para
creer que, para Dios, esas leyes de salud para preservar el templo del
cuerpo, son de igual importancia que los principios morales de la ley
escrita.
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SIETE
Dos mil cerdos desperdiciados
Comprobamos, que Jesús nunca comunicó ningún cambio en las
leyes alimentarias a Pedro ni a los discípulos. Analizaremos un episo-
dio en la vida del Maestro, que expondrá claramente si él consideraba
apropiado o no el consumo de animales inmundos como alimento.
En primer lugar, repasemos un principio que aflora a menudo en
el ministerio de nuestro Señor. Él nunca fue derrochador. Coincidimos
con el autor que describió a Jesús como el “Dios de la Economía”.
Recordemos que pidió que se recogieran todos los restos de comida,
después de alimentar a las multitudes. En dos ocasiones, Cristo ordenó
que no se tirara nada. Las Escrituras detallan la cantidad exacta de
canastas de comida que se recuperaron de las dos alimentaciones
milagrosas en el monte: doce y siete (Lucas 9:17; Marcos 8:20).
Con este principio sólido en mente en cuanto a la disposición de
nuestro Señor, de recoger cada pedacito de alimento comestible, por
favor reflexiona, sobre su experiencia con los habitantes de Gadara.
Junto a los discípulos, Jesús se embarcó en un viaje bastante trágico,
al atravesar un mar violento y tumultuoso. En su desesperación, los
discípulos despertaron a Jesús de un pacífico sueño, en el piso de la
barca azotada por la tormenta. De pie en medio de ellos, Cristo ordenó
a los elementos que frenaran su furor, e inmediatamente hubo calma.
Cuando la barca llegó a la otra orilla, el grupito se enfrentó a una
amenaza más grande aún. Un loco desnudo y endemoniado salió
corriendo de entre las tumbas como para atacarlos. Lo que ocurrió a
continuación, es uno de los encuentros más insólitos en el registro de
los evangelios. Jesús tuvo un breve diálogo, el único registrado en las
Escrituras, con los demonios que controlaban a la víctima desenfre-
nada. Cuando la legión de espíritus malignos solicitó que se los enviara
a una manada de cerdos en las cercanías, Jesús accedió. Cuando el
desconocido se sentó a los pies de Jesús, ahora plenamente restaurado
y debidamente vestido, el hato de dos mil cerdos corrió precipitada-
mente al mar y se ahogó.
Muchos se maravillan de este extraordinario giro de los aconte-
cimientos. ¿Por qué Jesús provocó la destrucción total de esa valiosa
manada? ¿Estaba al tanto de las circunstancias vinculadas a los pro-
pietarios y de su actividad antijudía como apacentadores de cerdos?
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Parece que sí. Pero evidentemente hay algo irrefutable: Jesús no con-
sideraba que los cerdos fueran aptos como alimento. Quien ordenó que
se recogieran las sobras de comida, ¿destruiría una cantidad de cerdos
suficientes como para alimentar a un pequeño ejército? Es imposible
creer que nuestro Salvador compasivo, permitiría ese desperdicio
innecesario de recursos, cuando en todas partes había hambrientos y
necesitados. La conclusión lógica es, que Jesús no consideraba acept-
ables como alimento, a estos animales que su Padre había declarado
abominables.
A medida que se publican investigaciones nutricionales recientes,
junto con recomendaciones de las autoridades sanitarias guberna-
mentales, cada vez más gente deja de comer productos animales.
Publicaciones recientes confirman que los estadounidenses consumen
demasiada grasa y pocas frutas y verduras. Es muy alentador ver un
cambio gradual en los hábitos alimentarios de millones de personas,
que han sido influenciadas ya sea por los consejos bíblicos sobre una
alimentación adecuada o por las estipulaciones de las comisiones de
salud gubernamentales.
¿Es razonable analizar con detenimiento las etiquetas de todos
los alimentos antes de ingerirlos? En realidad, sería temerario no anal-
izar la lista de ingredientes de los productos que llegan hasta nuestro
estómago. Con frecuencia descubrimos que, en la producción de
alimentos básicos para el hogar, se utilizan algunos de los animales
prohibidos en la Biblia. Permítanme compartir con ustedes, lo que
aprendí sobre el componente principal de un producto popular.
OCHO
De la grasa de cerdo y orgullo
Hace algún tiempo, leí una apasionante historia de aventuras
misioneras entre las feroces tribus de la Edad de Piedra de Nueva
Guinea. Una alusión recurrente en todo el relato causó una profunda
impresión en mi mente, y era la práctica aborigen de untar grasa de
cerdo y hollín en la cara como tratamiento de belleza. Los orgullosos
miembros de las tribus del Pacífico Sur se autodenominaban “Señores
de la Tierra”, y el uso de esa mezcla cosmética, era una tradición afian-
zada en su cultura pagana.
Pero debo decirles por qué esa costumbre peculiar, causó tanto
impacto en mi mente. Justo antes de leer el libro, había dirigido una
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campaña de evangelización en Nueva Orleans, Luisiana. Uno de los
jóvenes que se bautizó en esa campaña, había trabajado durante varios
años en una planta de procesamiento local. Él me compartió algunos
datos interesantes sobre sus funciones en la planta y cómo se comer-
cializaba ese producto posteriormente. Después que les explique el
proceso en cuestión, seguramente comprenderán el alivio que sintió
este hombre, al haber encontrado otro trabajo justo antes que comen-
zara la campaña.
Al conversar con él, supe por primera vez, de qué se trata real-
mente una planta de procesamiento. Es un centro de acopio de todo
tipo de cadáveres de animales. Cadáveres de toda clase se transportan
a la planta a diario. Algunas son criaturas salvajes muertas en la carret-
era, como zorrillos, zarigüeyas y otras. Grandes cantidades de animales
en descomposición provienen de granjas donde las enfermedades
han diezmado los hatos de cerdos, ganado vacuno y otros animales
domésticos.
Una vez en la planta, estos animales muertos se volcaban todos
juntos en una olla enorme que generaba un calor intenso. Al termi-
nar el tiempo de cocción, esos cuerpos se sometían a un proceso de
presión extrema, para extraer la grasa de huesos, pieles y demás. Es la
grasa extraída, lo que compone el producto final de la planta.
Según el relato de mi amigo, es insoportable el hedor espan-
toso de la cocción de este conglomerado de cadáveres enfermos y en
descomposición. Pero lo que más me interesó, fue la forma en que se
utiliza la grasa extraída. En su gran mayoría, se vendía a los fabricantes
de lápices labiales y maquillaje para ojos. Mencionó dos de las empre-
sas de cosméticos más prestigiosas del país, como principales clientes
de la planta de procesamiento. Cualquiera que vea los elegantes anun-
cios que muestran a mujeres glamorosas con la colorida “grasa” en
su rostro, nunca sospecharía del verdadero origen de ese maquillaje.
¿Existe alguna diferencia entre la rutina de belleza de esas tribus
del Pacífico Sur y la gente moderna y “civilizada”? Ambas prácticas,
¿no se basan en el mismo principio del orgullo humano? En un caso,
la grasa de cerdo se refina, se pigmenta y se perfuma debidamente; el
otro conserva sus cualidades naturales y se utiliza sin refinar.
Pero el aspecto que quiero enfatizar es que millones de bellas
damas cristianas consumen esa abominable mezcla, sin darse cuenta
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de lo que contiene. Este es solo un ejemplo de invenciones similares,
que van a parar al hogar y el cuerpo de millones de personas.
No obstante, debemos oponernos a la complacencia con alimen-
tos prohibidos, no porque sean desagradables o nocivos, sino porque
Dios dice que no deben introducirse en el templo del cuerpo. Ojalá
que los principios bíblicos revelados en este libro formen la base de
nuestro estilo de vida cristiano. “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra
cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).
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