Lexxie Couper - Heart of Fame 0'5 - Tropical Sin
Lexxie Couper - Heart of Fame 0'5 - Tropical Sin
Lexxie Couper - Heart of Fame 0'5 - Tropical Sin
2
Satff
Traducción
Mir & nElshIA
Corrección
bibliotecaria70
clau
Francatemartu
3
Mokona
viriviri
Fatima85
Malu_12
1
Outback: es el interior remoto y semi-árido de Australia. Se consideran outback las
regiones más alejadas de los centros urbanos.
2
2R2-D2: es un personaje de ficción del universo de Star Wars. Es un droide astromecánico,
contraparte y amigo de C-3PO.
cuarto del resort llenó su mente. Su manos de largos dedos rasgaban las
ropas de su cuerpo antes de que, con facilidad líquida, hundiera lo que se
rumoreaba eran unos sólidos y muy impresionantes veinticinco centímetros
en su empapado y muy dispuesto coño.
Sus pezones se pusieron apretados y resopló su flequillo, siguiendo su
camino más allá de la recepción y de la vista.
—Nos tenemos que ir. —Enganchó sus dedos debajo del brazo de
Aidan y lo levantó para ponerlo de pie. Bueno, lo intentó. Desplazar un
bombero de un metro noventa no era fácil, sobre todo cuando, estaba
mirándola como si hubiera perdido la cabeza—. Rápido, rápido —rogó,
recurriendo a envolver dos manos alrededor de sus bíceps. Maldita sea,
¿cuándo se había puesto tan abultado Rogers?—. Tengo que ver a dónde
va.
Aidan permaneció obstinadamente en su lugar.
—¿Acechando ahora? ¿No me dijiste que querías salir del negocio de
los tabloides? ¿Que era hora de comenzar tu carrera de periodista en
10 serio?
McKenzie golpeó la parte trasera de su cabeza y luego atrapó su
brazo de nuevo, sus dedos apenas se habían rizado a medio camino de
todo su ancho musculoso.
—Cállate. Se está escapando.
Aidan hizo ademán de recoger el tenedor de nuevo.
—Bien por él.
Una oleada de caliente ira apuñaló el pecho de McKenzie y se tragó
una maldición. Aidan tenía razón. Ella le había dicho a él y a Mason en el
vuelo que iba a renunciar a su trabajo en Goss cuando regresara. Había
dicho que era hora de usar realmente su título en periodismo por un bien
mayor. Pero entonces Nick Blackthorne había pasado por su camino, y
realmente, ¿no era por el bien del mundo saber exactamente lo que
estaba haciendo aquí y dónde había estado? ¿Y si ese “dónde” tenía algo
que ver con las actividades secretas de veinticinco centímetros de carne?
Tiró del brazo de Aidan, una vez más, un empuje ineficaz del que
estaba casi avergonzada. Casi.
—¿Por favor, Aidan? —le rogó, dándole su mejor expresión de perrito
herido. Del tipo que siempre, siempre le compadecía ante una de sus
obstinadas confrontaciones—. ¿Por favor? ¿Por mí?
Levantó la vista hacia ella, con la mandíbula cuadrada, su expresión
ilegible. Había sido su mejor amigo desde antes que ella tuviera su primer
novio. Había sido su roca, su ancla. Su voz de la razón cuando su mente de
periodista se dejaba llevar. No quería ser molesta con él. Lo necesitaba
con ella en esto.
Él la estudió con esos ojos profundos, y directos suyos. Ojos que no se
perdían nada. Ojos que parecían no ver nada en el mundo, excepto a
ella.
Un aleteo suave contrajo el sexo de McKenzie, inesperado y tan
ansioso como su respuesta anterior a Blackthorne.
Inhaló una respiración silenciosa y soltó su brazo, con un bulto
formándose en su garganta.
18
Capítulo
eprimiendo un gemido —¡maldición, ¡dijo que iba a ser sutil!—
g
McKenzie esperó a que Aidan dijera algo. No lo hizo.
No de inmediato.
—Umm...
—Sé que estoy pidiendo mucho. —Puso sus manos sobre su pecho y le
dio una sonrisa torcida—. Pero es sólo una pequeña conversación con el
hombre en el bar.
26
Él la miró con una expresión que ella no tenía ninguna esperanza de
descifrar cubriendo su cara.
—Ummm...
Oh, Dios mío, Wood. ¿De verdad estás haciendo esto?
—¿Por favor?
Sí. Parecía que en realidad lo estaba haciendo.
Eres patética, ¿lo sabías?
No. Ella no era patética. Confundida. Eso es lo que estaba.
Confundida sobre la nueva y totalmente inesperada forma en que su
cuerpo estaba reaccionando a Aidan. Aidan. Su mejor amigo. El tipo que
había sostenido su mano después de cada ruptura que había tenido. El
hombre que la había ayudado a escoger lo que vestiría en casi todas las
primeras citas que había tenido. Aidan maldito Rogers. Ella no se ponía
cachonda por Aidan Rogers.
No lo hacía.
Sí, ese es él porque en el segundo que él pronunció la palabra “polla”
te preguntaste como luciría la suya. Y no vayas a ir fingiendo que no la
sentiste cuando te estaba sosteniendo contra su cuerpo antes. De hecho,
no vayas fingiendo que no estabas retorciéndote contra él más de lo que
necesitabas. ¿Te gustó la forma en que su polla se puso dura frotándose
contra tu culo? Te gustó mucho.
—Déjame poner esto en claro. —Su voz era tan indescifrable como su
expresión—. ¿Quieres que intente atrapar a la mayor estrella de rock del
mundo para que puedas obtener una historia?
El vientre de McKenzie hizo un giro de ciento ochenta grados. Quería
retirar lo dicho. Quería decir: No, era sólo una broma, lo que quiero que
hagas es que me beses.
El pensamiento inesperado la golpeó. Pillándola por sorpresa, de
hecho. Hizo a su coño contraerse y pulsar.
Ella asintió, sin atreverse a decir o hacer cualquier otra cosa.
La mandíbula de Aidan se apretó. Sus fosas nasales se dilataron.
—Si hago esto, ¿harás algo por mí?
McKenzie volvió a asentir. Un rápido y único asentimiento de su
cabeza.
—Renuncia a Goss.
27 La solicitud fue como una bofetada física. Y no porque él le hubiera
pedido renunciar a su trabajo, un trabajo que ya no quería. Sino porque él
no le había pedido...
¿Qué? ¿Besarlo? ¿Dormir con él? ¿Casarse con él?
Oh, por amor de Dios. ¿Qué demonios estaba pasando con ella?
Por tercera vez, ella asintió.
Las fosas nasales de Aidan brillaron de nuevo.
—¿Y cuando él me rechace?
Ella lo miró, su sexo estrechándose, su corazón desbocado.
—No lo hará.
Porque, ¿quién en su sano juicio lo haría?
Capítulo
ick estudió el cristal transpirando en su mano, su mirada siguió
g
McKenzie se mordía la uña del pulgar, con la mirada fija en la puerta
cerrada de su habitación de lujo. Era un hábito asqueroso en el que se
33 había prometido no volver a caer —morderse las uñas, no mirar las
puertas—, pero en ese momento, estaba tan condenadamente nerviosa
que no sabía qué más hacer.
Maldición, ¿qué pasaba si Aidan no regresaba?
¿Qué pasaba si Nick Blackthorne aceptaba su oferta de un trago?
¿Qué pasa si los dos estaban en este mismo minuto sacándose la ropa
el uno al otro en la habitación de Nick?
¿Por qué estás tan preocupada por esto, McKenzie? ¿Por qué ahora?
¿Qué está pasando en tu cabeza para que te preocupes sobre con quién
duerme Aidan Rogers?
No lo sabía. Pero había algo en la forma en que la había mirado
antes, como si fuera lo único que le importaba en el mundo... Dios, ¿y si
había cometido un error pidiéndole que…?
El sonido de una llave desbloqueando la cerradura rompió el
sofocante silencio y McKenzie saltó en su silla, con su pulso volando
cuando el pomo de cromo ultra-chic se giró.
La puerta se abrió hacia dentro, Aidan llenó el marco durante la
fracción de segundo que tardó en cruzar el umbral. El sol irradiando a
través de la ventana principal de la sala lo bañó en luz cálida, escogiendo
el cobre y oro en su cabello marrón claro y volviendo sus ojos verdes
brillantes de un color jade. La camiseta blanca que llevaba se aferraba a
su cuerpo, lo suficientemente ajustada como para enfatizar su
perfectamente esculpido físico, lo suficientemente floja como para
destacar la poca atención que le prestaba a su apariencia. Incluso sus
pantalones casi holgados —que colgaban de sus caderas delgadas y se
desvanecían a un pálido color oliva— estaban fuera de temporada, pero
sobre Aidan simplemente se veían…
Sexy.
El corazón de McKenzie se estrelló contra su garganta, una caliente
sensación de picazón que no quería analizar la recorría a la vista de su
imponente presencia.
Acéptalo, Wood. El hombre es sexo sobre dos piernas. ¿Por qué nunca
te habías dado cuenta?
Lanzando la llave de la suite en la mesa de al lado, él le dio una
mirada firme, caminando más profundamente dentro de la lujosa sala de
estar de su habitación, acercándose con lentos y constantes pasos.
—¿Yyyyyy? —preguntó alrededor de la uña de su pulgar.
—Dijo que no.
34 —¿No? —Se arrastró de su silla, su corazón golpeando más fuerte. Más
rápido—. ¿Cómo podría decir que no? ¿Cómo podría alguien con pulso
decirte que no?
El rostro de Aidan se quedó quieto, un pequeño músculo tenía
espasmos en su mandíbula.
—No lo sé, Mack. ¿Cómo puedes tú?
El corazón de McKenzie no se limitó a retumbar más fuerte en su
pecho. Trató de atravesar su camino fuera de su cavidad torácica. Miró
hacia él, perdida sobre qué decir.
—Ah, a la mierda. —Las palabras fueron casi un gruñido gutural. En
dos pasos destruyó el pequeño espacio que quedaba entre ellos,
presionado sus grandes manos a ambos lados de su cara y tomó sus labios
con los suyos.
Eran muy cálidos. Cálidos, suaves y confiados. No dudó. No se limitó a
probar las aguas. La besó. De la forma en que un amante besa. No había
nada casto o amistoso sobre la forma en que sus labios tomaron los de ella.
En primer lugar sólo con sus labios, sus manos enmarcando su rostro,
sosteniéndola inmóvil y luego con su lengua, hundiéndose en su boca con
una confianza decidida que a ella le gustaba mucho, mucho.
Aidan Rogers te está besando. Estás besando a Aidan Rogers.
El pensamiento debería haberla aterrorizado. Era su mejor amigo. ¿Y si
todo salía mal?
Su lengua acarició la de ella, un lento y minucioso apareamiento que
hizo que su coño se contrajera y la ridícula noción de que las cosas fueran
mal se fue por la ventana. Junto con la paralización temporal que por
alguna razón la reclamaba.
Con un gemido, deslizó sus brazos alrededor de su cuello, cerrando los
ojos mientras apretaba su cuerpo contra el suyo. Era duro. En todos lados.
Duro y grande. Su sexo se contrajo de nuevo con un latido exigente que la
hizo gemir.
—Jesús, no tienes idea de cuánto tiempo... —murmuró contra sus
labios, mordisqueándolos con suaves mordidas. No terminó la frase,
hundiendo en su lugar su lengua de nuevo en su boca, un gemido más
cerca de un gruñido sordo escapó de su pecho mientras sus manos
arañaban su espalda y agarraban su culo.
Medía un metro noventa y estaba construido como un guerrero. Ella
medía uno setenta y parecía una niña esquelética. No tuvo dificultad en
absoluto en levantarla del suelo, ni en darla vuelta y tomar los dos pasos
35 necesarios para presionar su espalda contra la puerta. Sus manos
ahuecaron su trasero, extendiendo sus piernas sólo lo suficiente para
equilibrar a ambos mientras sus labios y lengua continuaban adorando los
de ella.
La cabeza de McKenzie flotaba. Calientes dedos de sensaciones
primitivas se enhebraban a través de ella, retorciéndose y girando a través
del centro de su calor mientras Aidan le hacía el amor a su boca. Rodó sus
caderas, queriendo sentir el sólido espesor de su erección frotándose sobre
los labios abiertos de su coño. Incluso con la maldita barrera de la ropa, la
forma bulbosa de la cabeza de su polla que empujaba sus pliegues hacía
que su pulso se acelerara y sus pezones se fruncieran. Había tocado esa
polla una vez, hace dieciséis años. La había frotado y se había echado a
reír y nunca tuvo un segundo pensamiento sobre tocarla de nuevo.
Y sin embargo, allí estaba. Sufriendo no sólo por no poder tocarla, sino
por no poder empalarse en ella. Tenerla estirándola hasta sus límites,
llenándola completamente. Sin nada de risa involucrada.
¿Qué pasa si esto es un error?
La pregunta no formulada colgaba entre ellos y por eso se apartó de
su beso, con el corazón acelerado. No podía creer que esto realmente
estuviera pasando. ¿Cómo podría? Hace un minuto Aidan era su mejor
amigo, ahora... ¿estaban a punto de tener sexo?
Esperó, mirándola, pero sin decir una palabra, con los ojos ardientes
de deseo, y de alguna manera estaba contenta de ver su confusión.
¿Siempre había querido esto? ¿O era una cosa de la isla? Dios, no lo sabía.
¿Importaba?
Sí, importaba. Esto era enorme. Quería que le hiciera el amor, pero
infiernos, ¿estaba dejando que su cuerpo se encargara de los
pensamientos ahora? Su relación estaba en juego aquí. Lo que sucediera
a continuación podría destruirla. Irrevocablemente.
O llevarla a un nivel que nunca imaginaste.
O del que nunca te diste cuenta que deseabas.
—Aidan... —susurró, deseando poder ver dentro de su cabeza. ¿Esto
era sólo sexo para él? ¿O algo más? Algo...
—Realmente no tienes idea de cuánto tiempo he anhelado esto,
Mack.
Su proclamación, dicha con casi aturdida incredulidad, envió un
escalofrío a través de ella. No sólo a través de su sexo, sino a través de ella.
Toda ella.
36 —¿Qué? —Necesitaba saber—. ¿Qué has anhelado?
—A ti.
La respuesta era simple. Honesta.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque yo casi... porque la idea de que me rechazaras... —Dejó la
frase sin terminar, pero lo que no dijo hizo que su vientre diera una
voltereta.
Oh Dios. Esto no era sólo dos amigos tonteando. Esto era... enorme.
—Si quieres que pare... —continuó, arrastrando sus manos hacia arriba
de su cintura sólo para detenerlas en la curva de su caja torácica justo
debajo de sus pechos. Su rostro estaba apretado con tensión, con la
mandíbula apretada—. Lo haré. Pero tienes decírmelo ahora.
¿Parar? ¿Estaba bromeando?
Su reacción fue inmediata y cruda y le dijo lo que su estúpido cerebro
no podía. En el segundo en que pronunció la palabra “pare” supo que no
quería que lo hiciera.
Enterró los dedos en su cabello, que era un lío revuelto, para mirarlo
fijamente a los ojos.
—Si te detienes, me veré obligada a pegarte hasta dejarte sin sentido.
Una suave risa vibró a través de él, los hoyuelos en sus mejillas
aparecieron.
—Pensé en hacerte algo más hasta que estuvieras sin sentido hace
sólo un momento.
Arqueó una ceja hacia él, rodando sus caderas de nuevo en un
intento por acariciar su sexo contra la vara confinada en sus pantalones.
Maldición, quería sentir eso dentro. Lo deseaba tanto que realmente le
dolía.
—¿Y qué era eso, Rogers?
Sus ojos brillaron como un fuego verde.
—Esto.
La alejó de la puerta y tres pasos después, la arrojó sobre la cama
principal de la suite, una enorme tamaño King cubierta de seda y cojines.
Gritó con sorprendido deleite, pero el sonido fue capturado por su boca
cuando cayó encima de ella.
Sus manos recorrieron su torso, hasta su garganta y hacia abajo hasta
las caderas. Apretó sus nalgas antes de rastrillar una mano en la parte
37 posterior de su muslo y tirar de su pierna hacia arriba. Voluntariamente
obedeció a su tácita dirección, envolviendo su pierna alrededor de su
cadera para moler su coño arriba y abajo de su polla todavía limitada.
—Quiero hacerte el amor, Mack. —Su aliento era desigual, sus ojos
estaban en llamas—. Ahora mismo. —Deslizó una mano bajo el dobladillo
de su camisa, sus dedos rozando la carne desnuda que había debajo.
Contuvo un jadeo rápido, el contacto de alguna manera era más
eléctrico, más excitante que cualquier que hubiera sentido antes.
Por supuesto que lo es, McKenzie. No es cualquiera. Es Aidan. El chico
ha tenido tu corazón en el bolsillo desde que eran niños. Incluso si tú no lo
sabías.
Gimió, llevando su mano a la suya mientras arqueaba su espalda.
Quería que tocara sus pechos. No sólo tocarlos, sino ahuecarlos, apretarlos.
Quería sentir la callosa fuerza de sus manos moldear su suave carne,
manos expertas en extinguir fuego ahora al borde de encenderla en
llamas. Quería sentirlo poseerla.
—Entonces, ¿qué diablos estás esperando? —le preguntó, dirigiendo
su mano hasta su pecho. Sobre ella.
—Oh Dios, McKenzie —gimió, su cuerpo poniéndose rígido cuando sus
dedos encontraron su carne hinchada de placer.
Arrastró su pulgar sobre su pezón duro como una piedra,
acariciándolo a través del fino encaje de su sostén. Esté se arrugó aún más
duro bajo su toque, como si él también dijera: —Sí, ¿por qué te has
tardado tanto tiempo en hacer esto?
Sus respiraciones se hicieron superficiales, y más rápidas con cada
caricia de su pulgar. Pero no era suficiente. Era una tortura.
—Por favor...
Al igual que siempre sabía cuándo quería palomitas de maíz en el
cine, como siempre sabía cuándo necesitaba chocolate, como siempre,
siempre sabía cuándo necesitaba oír su voz y la llamaba desde la estación
de bomberos, ahora parecía que sabía exactamente lo que quería que
hiciera con ella.
Dios, era maravilloso. Más que maravilloso. Era increíble. Sublime. Era...
Correcto. Tan condenadamente correcto.
Con su erección presionando la unión empapada de sus muslos,
Aidan enganchó el borde de su sujetador con los dedos, y con un rápido
movimiento de su brazo, sacó el encaje de su pecho y levantó su camisa
38 por encima de su torso.
Miró lo que había revelado por un corto y al mismo tiempo,
terriblemente largo segundo antes de que su mirada encontrara su rostro.
—¿Estás segura? —susurró, las palabras sonaban casi estranguladas.
¿Lo estaba? Esto no era sólo un polvo rápido. Ni siquiera una aventura
de una sola noche, bueno, una aventura de una mañana. No había vuelta
atrás. Sexo con Aidan. Todo cambiaba después de eso. Si era bueno o
terriblemente malo, cambiaba todo.
¿Terriblemente malo? ¿Hablas en serio? Nunca te has sentido tan
condenadamente excitada, tan consumida con... con... infiernos, tan
consumida con verdadero placer y lo único que ha hecho es besarte.
¿Estaba segura?
Asintió, tragándose el espesor de anticipación creciendo en su
garganta.
—Nunca he estado más segura.
Los músculos de su cuerpo se tensaron, sus fosas nasales se dilataron
de nuevo y entonces bajó la cabeza y tomó su pezón en la boca.
Exquisito placer se disparó a través de ella, y gritó, su coño no sólo
palpitaba, sino que se contraía con tanto deseo ansioso que empujó sus
caderas más duro contra su cuerpo. Le habían chupado los pechos antes,
pero lo que estaba haciendo Aidan...
Su lengua rodaba sobre su pezón, cortas caricias punzantes seguidas
por lamidas más cortas, más agudas, que enviaban fragmentos de placer
retorciéndose a través de ella. Gimió, haciendo puños con sus manos en el
cabello de él y empujando su sexo más cerca de su polla.
—Oh, Aidan... —Cerró los ojos, cerca de una sobrecarga sensorial—.
Eso se siente...
—Estoy en el infierno aquí, Mack —gruñó, sus labios y su aliento eran
calientes en su pecho—. Quiero que esto dure para siempre, por tanto
como lo he deseado, pero estoy tan cerca de llegar...
El tormento que escuchó en su voz, la cruda verdad, desolló el tenue
control de McKenzie. Dios, ¿por qué nunca había sabido que se sentía de
esta manera? ¿Por qué no se había dado cuenta que se sentía igual? Su
coño apretó una polla que no estaba allí. Abrió los ojos y lo miró, el dolor y
el deseo grabados en su cara hicieron que su sexo se inundara.
Siempre le habían gustado los juegos previos. Largas sesiones de juego
previo seguido por sesiones más prolongadas de sexo, pero Aidan, como
siempre, parecía saber exactamente lo que necesitaba. Lo necesitaba
dentro de ella. Ahora.
39 —Dieciséis años de juegos previos y ni siquiera lo sabía —murmuró.
La mandíbula de Aidan se frunció, su polla empujando su sexo tuvo
una sacudida.
—Yo malditamente lo sabía.
Se echó a reír, una explosión superficial de aliento asombrado, y él
aprovechó el momento para levantarse entre sus piernas, agarrar la
cintura de sus pantalones cortos y tirar de ellos fuera de su cuerpo,
tomando su ropa interior empapada con ellos.
—Te voy a follar con mi lengua más tarde —dijo con voz áspera,
arrojando su ropa a un lado, su voz no estaba del todo estable—. Te lo
prometo, pero en este momento...
Abrió la bragueta e inmediatamente su polla saltó libre de su
encarcelamiento. El aliento de McKenzie la dejó en un gemido sollozante.
Dios, era enorme.
El pre semen brillaba en la punta de su pene, una perla perfecta de
placer. Su boca se llenó de humedad ante el pensamiento de lamerlo con
su lengua.
Más tarde. Más tarde. Pero ahora... ahora...
—¿Condón? —La palabra pasó los labios de Aidan en una pregunta
baja, su respiración era entrecortada, los músculos de su tan impresionante
estómago subían.
McKenzie se echó a reír.
—Te conozco desde hace dieciséis años, Rogers. —Se incorporó en la
cama, lo suficiente para trazar su dedo encima de la longitud de su pene,
su calor satinado hacía que su coño se contrajera—. Confío en ti más de lo
que confío en ninguna otra alma viviente. Sé que siempre me protegerás y
sabes que nunca haría nada para hacerte daño, pero si piensas hay una
razón para usar un condón, entonces usa uno.
Sus fosas nasales se abrieron de nuevo y McKenzie podía ver su
garganta trabajando hacia arriba y abajo cuando tragaba.
—¿Bebés?
Su pregunta era apenas algo más que un gemido ahogado. Sabía
exactamente cómo se sentía, también estaba ardiendo.
—Píldora.
Fuego verde bailaba en sus ojos y se agachó hacia ella, sus manos
40 plantadas a cada lado de su caja torácica, sus labios rozando los suyos.
—Así que es aquí donde debería decir estoy entrando, ¿lista o no?
Sonrió, con el corazón caliente. Aidan, el hombre al que nunca había
visto antes, el hombre que la encendía tanto que apenas podía pensar,
era todavía su Aidan. El tipo que la hacía reír.
—Oh, estoy más que lista.
Aidan la miró a la cara.
—Yo también.
Y en un solo movimiento fluido, se enterró hasta las bolas dentro de
ella.
—¡Oh Dios, sí! —gritó, arqueándose ante el empuje abrasador. Estaba
dentro de ella. Completa y totalmente. Llenándola como nadie antes y por
un momento surrealista todo lo que podía pensar era en lo
condenadamente perfecto que encajaban juntos y cuán
condenadamente estúpida había sido al no ver eso antes de ahora.
Y entonces la embistió otra vez, una y otra vez, con el rostro hundido
en el costado de su cuello, sus manos agarrando el edredón de seda
debajo de ella, y todo pensamiento racional la abandonó.
No había nada tierno o suave o incluso romántico sobre la forma en
que la tomaba. Era duro y desesperado. Su aliento lo dejaba en gemidos
estrangulados, silbidos temblorosos a través de dientes apretados. Sus
penetraciones se volvieron más rápidas, más fuertes, y McKenzie montó
cada una, con la necesidad desesperada de una conexión negada, de
un lazo tanto tiempo ignorado, consumiéndola. Había un poder en sus
embistes, una fuerza apremiante que nunca había experimentado antes.
Era increíble. Alteraba todo, como sabía que lo haría, pero en una escala
tan monumental, que su mente estaba perdida en ello, abrumada por ello.
—Sí. —Se opuso a sus embistes, tirando de él en cada uno, dirigiendo
su gruesa longitud más profundo, más profundo en su centro—. Oh Dios,
Dios, sí, sí.
Su clímax la reclamó, su orgasmo era una exquisita erupción. Condujo
las uñas en la espalda de Aidan, la voz ronca de ella, al igual que el ritmo
salvaje de él se rompió y él se corrió en gruesos fajos de liberación líquida
que ella sintió que le llenaron el alma.
Aidan Rogers. Su mejor amigo.
Sus embistes se hicieron más salvajes, erráticos, y luego, con un último
empuje, dejó escapar un quejido, el sonido vibró a través de él,
convirtiéndose en un largo gemido cuando se desplomó encima de ella.
41 Ambos se quedaron así, la mente de McKenzie se tambaleaba, su
cuerpo todavía zumbaba por el placer que le había provocado. Dios,
ahora no había vuelta atrás, ¿no? No importaba lo que Aidan dijera a
continuación, acababa de darle el orgasmo más alucinante de su vida.
—Jesús, Mack —susurró finalmente, con el rostro todavía presionado
contra su cuello, y sus labios rozando su carne—. Lo siento. Lo siento
mucho.
Su corazón se quedó quieto, su sangre rugía en sus oídos. Yacía
inmóvil, sin saber si acababa de oírlo correctamente. ¿Lo sentía?
Se había dado cuenta de que esto era un error. Después de todos
estos años de desearte, ahora se daba cuenta que estaba equivocado.
Justo cuando por fin te has dado cuenta de lo adecuado que es él.
Su estómago dio un vuelco y apretó los dientes. Las lágrimas picaban
detrás de sus ojos, calientes y ardientes.
Oh, McKenzie, ¿qué harás ahora?
—Lo siento —dijo Aidan, su voz estaba ahogada—. Quería durar más
tiempo. Quería… —negó con la cabeza contra su cuello—, darte mucho
más.
Una risa breve y aguda salió de ella, el alivio no sólo la barrió, sino que
convirtió su sangre fría en caliente. Se retorció, moviéndose lo suficiente
como para poder ahuecar su mandíbula en sus manos. Con un empujón le
levantó la cabeza, dándole una mirada dura.
—No te atrevas a disculparte.
Le dedicó una sonrisa irónica.
—Así no era exactamente como había planeado que saliera esto.
McKenzie se rió entre dientes. La gravedad de su situación la golpeó
pero no dejó que la tomara. No cuando se sentía total y absolutamente
impresionante.
—Bueno, teniendo en cuenta que te imaginaba desnudo y en la
cama con Nick Blackthorne hace menos de treinta minutos, creo que esta
tarde ha salido bastante bien, no…
Un golpe en la puerta de la suite la detuvo. Ella y Aidan se miraron
entre sí, una pequeña sonrisa jugaba en las esquinas de la boca de Aidan.
—Ese debe ser Mason.
—Oh, déjame abrir la puerta. —McKenzie se alejó, casi cayéndose de
la cama mientras lo hacía. Estaba feliz, tan malditamente feliz que quería
gritarlo al mundo, no importa qué tan cliché fuera la noción—. Quiero ver
42 su cara cuando sepa lo que hemos estado haciendo.
—¡Mack! —estalló Aidan, lanzando una almohada mientras casi corría
hacia la puerta.
La esquivó, lanzándole una amplia sonrisa sobre su hombro mientras
se desordenaba aún más el cabello y alisaba su arrugada camiseta hasta
que el dobladillo caía justo debajo de su parte trasera. Envolvió sus dedos
alrededor de la perilla de la puerta y le dio a Aidan un último vistazo por
encima del hombro.
—¿Quieres apostar a que amenaza con decirle a mamá?
Antes que Aidan pudiera contestar, abrió la puerta.
Y encontró a Nick Blackthorne apoyado en el marco de la puerta,
con las gafas de sol en lo alto sobre su cabello negro como la tinta, sus
penetrantes ojos grises fijos por completo en ella.
—Hola, McKenzie Wood de Goss Weekly. ¿Hay alguna posibilidad de
que pueda unirme?
Capítulo
idan no se limitó a salir súbitamente de la cama; brincó fuera
A de ella.
Miró fijamente a la estrella de rock inclinada en el
umbral, su corazón golpeando rápido.
—¿Qué demonios estás…? —comenzó a decir, un segundo antes que
la mirada de Nick se deslizara hacia él y se diera cuenta de que estaba de
pie en medio de una habitación de hotel con su delantera todavía semi-
dura y probablemente brillando con los jugos McKenzie en exhibición.
Con la mandíbula cerrada apretadamente y su mirada bloqueada en
la cara sonriente de Nick, empujó su polla de nuevo en sus pantalones y
tiró de la bragueta hacia arriba. ¿Qué demonios estaba haciendo Nick
43 Blackthorne aquí? ¿Y qué diablos había querido decir con “unirse”?
—¿Nick? —La voz sobresaltada de McKenzie hizo añicos el silencio
sofocante, y por su rabillo del ojo Aidan la vio dar un paso atrás desde la
puerta abierta, sus cejas hundiéndose en un gesto aturdido—. Yo...
nosotros... tú... —balbuceó los pronombres personales, cada uno pasando
por sus labios en un corto hipo sin aliento, su aplomo habitual sin mostrarse.
La estrella de rock levantó las cejas, con una sonrisa que Aidan habría
jurado era descarada jugando en sus labios, si no fuera por la vacilación
en sus ojos. Y la incertidumbre.
El propio Nick, al parecer, no sabía por qué estaba allí. O lo que iba a
ocurrir a continuación.
—¿Cómo podemos ayudarte, Nick? —Aidan sostuvo la mirada del
hombre, un ruido sordo golpeando pesadamente en sus sienes y su
garganta. Si el cantante iba a sugerir lo que sospechaba Aidan...
Una imagen sin invitación brilló por su cabeza: McKenzie desnuda,
presionada entre los dos, con su cabeza echada hacia atrás mientras la
boca de Nick y la suya exploraban la perfección de su garganta, de sus
pechos.
Su pulso se aceleró y sus pelotas, tan recientemente exhaustas, se
endurecieron. Jesucristo, ¿en qué estaba pensando?
—Vine a preguntar... —Nick hizo una pausa, frotándose la boca con
una mano antes de rastrillarla a través de su pelo, el cual, Aidan no pudo
evitar notar, estaba mucho más desordenado que en el bar—. Yo quería...
—Él dejó escapar un suspiro áspero, sacudiendo la cabeza y
retrocediendo—. Mierda —murmuró, apartando la cara—, ¿dónde está la
jodida estrella de rock genial cuando la necesito?
El pulso de Aidan latió más rápido. Entrecerró los ojos, sabiendo que
debería hacer algo, decir algo. ¿Pero qué? ¿Qué era exactamente lo que
quería decir?
Antes que pudiera pensar en eso, sin embargo, Nick volvió su mirada
de nuevo a los dos, mirando primero a McKenzie y luego a Aidan, una
resolución tranquila cayendo sobre su cara. Una cara sobre la que cientos
de miles de mujeres, y probablemente unos cuantos hombres, habían
fantaseado una y otra vez. Una cara que cuando se combina con una voz
como ninguna en el mundo, elevaba a Nick Blackthorne más allá de las
fantasías.
—Quiero tener un trío —dijo, ese acento ambiguo casi todo
australiano ahora—. Lo quiero tan jodidamente que me duele todo el
44 cuerpo.
La boca de McKenzie cayó abierta, pero no antes de que Aidan
estuviera a su lado, su mirada centrada en Nick.
—Creo… —empezó a decir, pero Nick lo interrumpió, su mirada
sosteniendo la de Aidan con igual fuerza.
—No he escuchado la música, las letras, desde hace mucho tiempo.
Demasiado tiempo para recordar. —Dejó escapar un suspiro irregular—. No
me he sentido vivo desde hace mucho tiempo tampoco. He estado
muerto por dentro durante tanto tiempo me había olvidado lo que era
sentir cualquier cosa. Pero en el segundo en que oí a McKenzie reír… —Él
cerró los ojos por un momento, una expresión de puro éxtasis cruzando su
rostro—…en el segundo en que la vi en tus brazos... —Abrió los ojos y miró a
Aidan, ese tortuoso tormento vacilante estaba de vuelta en su cara—.
Quiero ser parte de su intimidad.
Algo pesado y caliente surgió a través de las venas de Aidan,
atravesando su cuerpo.
—Lo que estás diciendo —dijo, manteniendo su voz tranquila,
modulada—, ¿es que quieres hacer el amor con la mujer que sabes que yo
he deseado siempre?
McKenzie jadeó. Las ventanas de la nariz de Nick se extendieron.
—Sí. —Asintió—. Mientras tú se lo haces también.
—¿Quieres...? —La pregunta inconclusa de McKenzie, pronunciada
en una respiración temblorosa, debería haber arrancado la mirada de
Aidan de Nick. Pero no lo hizo.
—Quiero perderme en la magia del deseo del uno por el otro —
continuó Nick, las palabras bajas y suaves y, sin embargo, al mismo tiempo
ásperas y roncas—. Sólo de pie aquí ahora, mirándolos a los dos, mirando
la habitación detrás de ustedes... las sábanas revueltas, el cabello
despeinado... el olor de su placer entrando a raudales en mi cuerpo con
cada respiración que tomo... —Cerró los ojos de nuevo por una fracción
de segundo, moviendo la cabeza como si estuviera sacudido por algo que
Aidan no podía experimentar.
¿O tal vez ya lo había hecho?
—Excitado —gruñó Nick, y fue un gruñido. Gutural y apenas
controlado, era el sonido más cachondo que Aidan había oído alguna vez
hacer a un hombre—. Tan malditamente excitante. —Los miró de nuevo—.
Estoy siendo asaltado por imágenes de ustedes dos juntos. Desde que me
dejaste en el bar, Aidan, desde que supe que ibas a volver aquí para
reclamar a la mujer de tus sueños, no pude dejar de verlos juntos,
45 moviéndose juntos... joder, no puedo dejar de querer ser parte de eso.
La boca de Aidan se secó.
—No quiero entrometerme en su intimidad. —Nick sacudió la cabeza
de nuevo, incluso mientras movía su mirada a McKenzie, sus ojos
suplicando—. Sé que necesitan tiempo a solas, pero maldita sea, por una
vez, quiero ser parte de algo que tan pocas personas en el mundo tienen
la oportunidad de experimentar: verdadera felicidad. —Él devolvió su
mirada a Aidan—. McKenzie es tan jodidamente hermosa. —Los lados de
sus labios se torcieron un poco en una pequeña sonrisa—.Y Dios me ayude,
la idea de hacer el amor con ella... —Dejó el resto de la frase colgando
entre ellos, diciendo en su lugar—. Escucho música de nuevo. La siento en
mi alma, pero la canción no está terminada. —Se detuvo de nuevo, su
manzana de Adán rodando arriba y abajo en su garganta—. Sólo un día,
eso es todo lo que pido. Tan sólo un día, el resto de este día. Por favor.
Aidan se quedó inmóvil, el calor del cuerpo de McKenzie filtrándose
en su costado, su mirada centrada en la cara torturada de Nick
Blackthorne. Le zumbaban los oídos con un rugido bajo, su corazón latía
salvajemente. No sabía qué decir.
Pero, sin duda, ¿eso era suficiente respuesta? ¿Como lo era el silencio
de Mack?
Dejó escapar una respiración rápida. McKenzie no había dicho ni una
palabra tampoco. Ni una sola. Su nada característica falla al responderle a
la estrella de rock hizo que su garganta se apretara. Y no sólo su garganta.
Sus bolas se endurecieron, su polla sacudiéndose con interés. Él se
volvió de frente hacia ella, el delicado perfume de su liberación aún
permanecía en el aire inmóvil de la suite.
Nick estaba en lo correcto. Ella era jodidamente hermosa. Lo había
sabido que siempre. Cada noche, cuando había cerrado sus ojos la había
visto, imaginándola moviéndose sobre él, montándose su eje, su pelo
despeinado como lo estaba ahora, hermosa, sexy y suya, toda suya. Pero
ahora, ahora mismo, en este mismo momento en el tiempo, no era sólo a él
y a McKenzie a quienes vio en su cabeza.
Y, por la manera temblorosa en que ella tomó aire, por la forma en
que sus ojos estaban dilatados y la forma en que sus pezones estaban
erectos y duros bajo el fino algodón de su camisa, sospechaba que Nick
estaba en su cabeza también. Lo cual debería haberlo puesto celoso
como el infierno, pero en su lugar lo puso tan jodidamente excitado que su
pene era una varilla de acero en agonía.
46 Del mundo de las celebridades, el hombre descrito por la revista
Rolling Stone como “pecado, sexo y alma”, estaba inspirado por lo que él y
McKenzie tenían. ¿Cómo podría no estar excitado?
Aidan la miró, incapaz de encontrar las palabras para vocalizar sus
pensamientos.
Ella lo miró, con los ojos muy amplios y los labios entreabiertos, el
diminuto pulso en la base de su cuello latiendo tan rápido que se podía ver
revoloteando bajo su piel suave.
¿Le preguntaría a ella? ¿Se atrevería?
Él no tenía que hacerlo. Una pequeña sonrisa empezó a tirar de sus
labios, del tipo que reconocía tan bien, del tipo que decía que estaba con
él. No importa qué, ella estaría con él. La había visto tantas veces desde
que la había conocido que si fuera un artista, podría dibujarla con los ojos
cerrados. Pero no era un artista, era un bombero. Y un hombre. El maldito
hombre más afortunado del planeta.
Él arqueó una ceja hacia ella y dejó a su propia sonrisa estirar sus
labios.
Estoy contigo también.
Sin decir una palabra a él o Nick, McKenzie se volvió y cruzó el piso
alfombrado de la habitación, sus caderas balanceándose en esa manera
naturalmente sensual que él sabía no era practicada o artificial, su trasero
desnudo apenas oculto por el dobladillo de la camisa que llevaba.
Se detuvo de frente al costoso soporte para iPod, que formaba parte
de las inclusiones de lujo de la suite, inclinándose un poco en la cintura
hasta que sus dedos se arremolinaron sobre el iPod que había colocado allí
al registrarse.
Oyó a Nick respirar bruscamente ante la vista burlona de su perfecto
trasero asomándose hacia ellos por debajo del dobladillo de su camisa.
Escuchó los pies del hombre moviéndose un poco, y luego la habitación se
llenó de los sonidos bajos y apagados de Nick Blackthorne cantando la
balada de amor que lo catapultó al escenario de la música del mundo y le
dio su primer número uno en ventas, además de varios discos de platino:
“Night Whispers”.
Las letras ardientes flotaban desde los altavoces empotrados en las
paredes con la voz de Nick ronca y en carne viva, sus letras lamentando la
pérdida del amor, cuando le faltó el valor.
Aidan contuvo su propia respiración. Conocía esta canción tan bien.
La había bailado con McKenzie en su graduación de la escuela
47 secundaria, esta canción. El único baile lento que nunca habían
compartido.
“Y quiero rogar pero no puedo encontrar las palabras”, cantaba el
Nick de hace quince años, el sonido evocador de una guitarra acústica
como su único acompañamiento.
“Y quiero llorar pero no puedo encontrar las lágrimas.
Y todo lo que queda es la sombra de tu corazón y el fantasma de tu
sonrisa...
Y los susurros en la noche”.
La garganta de Aidan se apretó más. Más dura.
Como lo hizo su polla.
Pero no más que cuando McKenzie, con su espalda aún hacia él y
Nick, cruzó sus brazos delante de su cuerpo y poco a poco, sin girarse de
cara a ellos, levantó su camisa sobre su cabeza.
El corazón de Aidan perdió un latido.
Jesucristo.
Su espalda era hermosa. Devoró su sublime perfección con ojos
codiciosos, siguiendo la curva sutil de su columna vertebral desde el suave
pilar de su cuello hasta las igualmente suaves curvas de sus nalgas. Su
boca se hizo agua ante la visión de los hoyuelos que surcaban su carne
justo encima de cada una, su polla sacudiéndose con necesidad
insistente.
—Maldita sea —oyó a Nick murmullar detrás de él.
“Y todo lo que queda es la sombra de tu corazón y el fantasma de tu
sonrisa...”, cantó Nick desde el iPod con la voz quebrada, las cuerdas de la
guitarra haciendo eco de su tormento.
“Y los susurros en la noche”.
McKenzie se volvió hacia ellos.
Dos pares de ojos se movieron sobre su cuerpo desnudo. Dos hombres
la miraban con innegable y derretida necesidad.
McKenzie se detuvo. Erguida. El frío aire acondicionado de la suite se
deslizó sobre su piel expuesta, entre sus muslos, sobre los pliegues de su
sexo y sus pezones firmes. Una oleada de placer desenfrenado la reclamó,
haciendo que sus placenteros pechos hinchados se pusieran más
redondos, pellizcando sus pezones con más fuerza.
Ella levantó su barbilla, atrapando su labio inferior con los dientes.
Su iPod continuó tocando, los sonidos de Nick cantando “Night
48 Whispers” deslizándose sobre sus terminaciones nerviosas. Su corazón no
sólo golpeaba en su pecho, latía a un ritmo tan salvaje, tan frenético que
apenas podía respirar.
¿Estaba ella realmente haciendo esto?
Sí, lo estaba.
Estaba a punto de dejar que dos hombres hicieran el amor con ella al
mismo tiempo.
Su bombero y la estrella de rock más deseada del mundo.
Fue Aidan quien se movió primero.
Con un gruñido, él cruzó el suelo, sus fosas nasales dilatadas, con las
manos quitándose la camiseta mientras lo hacía.
McKenzie sólo tuvo un segundo para contemplarlo en aturdimiento,
extasiada por la pura fuerza de su torso desnudo, ancho y musculoso
marcado por el impresionante tatuaje de un corazón prendido fuego, con
llamas rojas profundas directamente encima de donde su verdadero
corazón estaba, antes que su boca estuviera aplastando la suya y sus
manos estuvieran en su cuerpo.
Su lengua se adentró más allá de sus labios, encontrando la suya y
luchando con ella. Sus manos recorrían su espalda, la línea de su cuello y
dentro de su cabello, empuñando las hebras en su nuca, sosteniendo su
cabeza inmóvil mientras su boca se volvía más hambrienta, más exigente.
Calor líquido se agrupó en el sexo de McKenzie por su posesión
dominante. Sus dientes mordisquearon su labio inferior, su lengua se
arremolinaba dentro de su boca. Él chupó, saqueó y folló su boca, todo el
tiempo con su erección masiva moliéndose contra su vientre, haciendo
girar su cabeza, su coño apretándose y su pulso palpitando.
Presionó sus manos contra su duro pecho, sus dedos descansando
sobre los guijarros de sus pezones. El contacto arrastró un gemido bajo de
Aidan, el sonido vibrando a través de su cuerpo. Era un sonido salvaje,
desesperado y agresivo a la vez. A ella le gustó. Mucho. Retorció sus dedos
sobre sus pezones, su coño aleteando mientras Aidan gemía de nuevo, su
polla sacudiéndose contra ella.
—Jesús, Mack —gruñó contra sus labios—, provócame de esa manera
y voy a perder el control.
La confesión envió fragmentos de tensión retorciéndose a la unión
entre sus muslos. Ella frotó sus piernas juntas, su clítoris palpitando entre sus
pliegues. Un simple beso y estaba casi loca de deseo. Un simple beso. Ella
49 jugueteó con sus pezones, capturando la lengua de él con sus labios y
chupándola fuerte, sin gentileza, mareada de creciente deseo. Y en el
mismo momento en que pensó que iba a desmayarse por el puro placer
que los labios y la lengua de Aidan provocaron en sus sentidos, otro par de
manos se movió sobre su cuerpo.
—Hueles justo como sabía que harías. —El profundo murmullo de Nick
acarició el costado de su garganta, sus labios viajando hacia su oreja
mientras sus dedos rozaban la longitud de sus brazos—. Igual que las flores
de la primavera y la brisa del verano. —Él atrapó sus muñecas,
presionando su cuerpo contra su espalda mientras movía sus manos hasta
el pecho de Aidan para enlazar los dedos de ella detrás del cuello de
Aidan.
Al fondo, la siguiente canción en su lista de reproducción comenzó, la
voz suave y ronca de Nick emanó de los altavoces, la letra de la canción,
llamada “Heartbreak”, una declaración de lujuria carnal por una mujer.
El corazón de McKenzie golpeó rápido, los labios de su coño
congestionados por el aumento de sangre. En algún momento desde que
Aidan había comenzado la violación de su boca, Nick se había quitado la
ropa. Su figura alta y magra la tocaba desde los omóplatos hasta los
muslos, el pelo suave de su pecho haciéndole cosquillas en la espalda, los
suaves rizos en su ingle besando las mejillas de su trasero. McKenzie gimió.
La vara rígida de su polla dio un empujón en la hendidura de su trasero,
separando con fuerza insistente mientras la polla de Aidan, todavía
atrapada en sus pantalones, empujaba con más fuerza hacia su vientre.
Oh Dios, pensó retorciéndose contra los dos, soy el relleno en un
sándwich de hombres.
Las manos de Nick acariciaron sus brazos y sobre sus hombros, sus
labios explorando la pendiente sensible debajo de su oreja mientras sus
dedos rozaban lo inflamado de sus pechos.
—Te sientes justo como sabía que harías, suave, cálida y celestial. —
Las yemas de sus dedos se movieron rápidamente sobre sus pechos y
hacia abajo, en su caja torácica, enviando una onda de placer
concentrada sobre su piel—. Y tan, tan jodidamente pecaminosa.
La proclamación gruñida hizo al coño de McKenzie constreñirse, su
ano apretándose con la misma presión. Separó sus labios de los de Aidan,
rodando su cabeza hasta apoyarla en el hombro de Nick.
—¿Puedo citar eso? —preguntó con un gemido.
Él se rió entre dientes, curvando los dedos sobre sus caderas y
presionando su polla gruesa más duro en su trasero.
50 “Una cara de ángel con la mente sucia...”, cantaba con voz ronca.
Los labios de Aidan se curvaron en una sonrisa torcida y lenta mientras
miraba hacia abajo a la cara de McKenzie.
—Estoy pensando que esta canción está en camino a ser mi favorita
de todos los tiempos. —Antes que pudiera responder, él se alejó de ella, sus
dedos deslizándose fuera de su pelo, sus fosas nasales dilatadas por su
suave grito de protesta—. Necesito sentir tu piel sobre la mía, Mack. —Su
pecho se hinchó y sus manos se trasladaron a la cinturilla de sus
pantalones—. En toda mi piel.
—¿Ves lo mucho que te desea, Aidan? —Las manos de Nick se
aprovecharon de la ausencia de Aidan contra su cuerpo. Recorrieron su
vientre, deslizándose sobre el hoyuelo de su ombligo, en los ángulos de sus
caderas. Ella contuvo la respiración cuando sus dedos rozaron los rizos
recortados de su vello púbico, su mirada trabada en los ojos de Aidan.
—Jesús, Nick —gimió él, frunciendo la mandíbula—. No creí que
pudiera estar tan excitado de ver a alguien más tocar a Mack de esa
manera.
Nick se rió detrás de ella, su cálido aliento haciéndole cosquillas en la
oreja.
—¿Qué pasa si la tocó así? —Sus dedos se sumergieron más bajo
sobre su montículo, separando sus pliegues para acariciar su clítoris con
una lenta caricia.
Cálida tensión se extendió en el núcleo de McKenzie y ella dejó salir
otro gemido.
Los ojos de Aidan ardían, sus músculos del estómago contrayéndose.
—Oh, sí.
Los dedos de Nick jugaron sobre el clítoris de McKenzie una vez más.
—Ella ya está húmeda para nosotros, amigo.
—Bien. —Esa simple palabra dejó a Aidan en un respiro bajo, sus
dedos jugando con el botón en su cintura. Con su coño apretándose con
codiciosa impaciencia, McKenzie observó mientras lo liberaba con un
movimiento rápido y luego bajaba la cremallera.
Oh, sí.
El corazón le latía más duro, más rápido, contra su esternón, su mirada
devorando la vista de su eje distendido saltando libre de su bragueta
abierta. Si es posible, estaba más grande, más grueso que antes. Su
51 cabeza coronaba la longitud venosa como una cúpula púrpura tensa,
diminutas gotas de pre-eyaculación brillando en su punta, aceitando su
carne.
La necesidad de probar esas perlas del placer de Aidan llenó la boca
de McKenzie con saliva y se retorció en los brazos de Nick.
—Por favor... —susurró.
—Dime lo que quieres hacer con él, McKenzie —murmuró Nick en su
oído, sus labios calientes sobre su piel.
Ella miró a Aidan donde estaba, inmóvil pero a un sólo metro de
distancia de ella. El tatuaje sobre su corazón parecía palpitar, su amplio
pecho y estómago esculpido destacando la auténtica perfección de su
cuerpo. Él no se movió, esperando por ella, con los puños apretados a su
lado, su polla levantándose directamente de la mata de rizos rubios
oscuros asomándose de su bragueta abierta.
Los dedos de Nick se deslizaron sobre su clítoris, sumergiéndose a su
calor empapado.
—Dime.
La cabeza de McKenzie flotó. Su respiración se volvió superficial.
Rápida. Ella miró a Aidan, cada fibra de su cuerpo dolorida por él.
Necesitándole. Necesitando esto.
—Quiero chupar su polla.
Aidan gruñó ante su confesión ronca, sus ojos cerrándose por un
breve momento, su eje rígido sacudiéndose contra su estómago.
—Jesús, Mack.
“Una cara de ángel con la mente sucia...”, cantaba Nick, su voz
gutural atormentando las terminaciones nerviosas de McKenzie.
Él deslizó sus dedos profundamente en su sexo, su otra mano
acariciando su estómago hasta arriba para capturar su pecho derecho.
—Por favor —rogó McKenzie, retorciéndose en su abrazo.
—Oh, por favor, Nick, déjame... dame...
Nick movió los dedos en su coño, enviando lazos de exquisitas
sensaciones a través de su esencia misma.
—Dile a Mack lo que quieres, Aidan.
Las fosas nasales de Aidan se dilataron y él tragó, chasqueando su
mirada verde humeante a la cara de la estrella de rock.
—Quiero sentir sus labios deslizarse sobre mi polla, Nick, mientras tú
52 entierras tu polla en ella.
Con esa declaración calmada, McKenzie llegó a su clímax. O tal vez
fueron los dedos exploradores de Nick, acariciando el lugar más dulce en
sus paredes femeninas una y otra vez. O tal vez fueron ambos. Fuera lo que
fuese, no puedo controlar el grito ahogado saliendo de sus labios, ni las
contracciones temblorosas apretando su sexo.
—Oh, Dios. —Ella se balanceó con las penetraciones de Nick, sus
manos moviéndose hacia él, ayudándole a ahuecar su pecho y enterrarse
en su hendidura goteante—. Oh, Dios, sí. —Se tocó a través de las manos
de Nick, su abrupto orgasmo rodando a través de ella, su mirada
sosteniendo la de Aidan.
—Ahora, Aidan. —Oyó el jadeo de Nick un segundo antes de que
Aidan arrancara sus pantalones de sus gruesas piernas musculosas y
destruyera la distancia entre ellos.
Él empuño con sus manos su pelo, el deseo hambriento ardiendo en
sus ojos. Su pene presionándose contra su estómago, pintando su piel
caliente con su pre-eyaculación.
La miró a la cara y aplastó su boca con sus labios, su beso ni suave ni
dulce sino una declaración; de qué, McKenzie no lo sabía. Ni le importaba.
Nunca la habían besado con tanta brutal necesidad. Que las manos de
Nick trabajaran su coño y su pecho al mismo tiempo sólo acentuaba la
tensión elevada ya reconstruyéndose en su centro.
Su cabeza giraba. Ella se iba a venir otra vez. ¿Cómo podía ser eso?
¿Cómo podía venirse otra vez tan…?
Otro orgasmo la reclamó, tan abruptamente, tan violentamente
como el primero. Nick pellizcó su clítoris mientras lo hacía, rodando su
pezón entre sus dedos, torturando su cuerpo desgarrado por el placer con
nuevas oleadas de éxtasis. Y aun así, Aidan saqueó su boca, su lengua
azotando su interior, sus dientes mordiendo y pellizcando su labio inferior,
arrastrando gemido tras gemido de su pecho.
Los dos hombres fueron implacables. Imparables. Ella se sacudió, se
quejó y suplicó que se detuvieran, luego les rogó por más.
Justo cuando sus piernas comenzaron a temblar, justo cuando el
tercer orgasmo amenazaba con consumirla, justo cuando su coño parecía
fluir con ríos de su crema, Nick liberó su agarre y dio un paso hacia atrás.
—¡No! —gritó, pero la palabra fue amortiguada por el beso de Aidan.
Aidan separó sus labios de los de ella.
—Sube en la cama, Nick.
Era el turno de Aidan de gruñir órdenes. Él permaneció de pie frente a
53 McKenzie con la mandíbula apretada, su mano derecha bombeando
lentamente arriba y abajo su erección turgente.
Nick hizo lo que Aidan ordenó, y tomó todo de McKenzie el no gemir
ante la vista de él moviéndose hacia la parte superior del colchón tamaño
King.
En cambio, mantuvo su atención en su mejor amigo, asombrada y
más que un poco asustada de esta nueva faceta de él que nunca había
visto antes. No había nada jovial o sardónico sobre Aidan justo en ese
momento; era un hombre básico, queriendo una cosa de su mujer y
haciendo exactamente lo que necesitaba para conseguirlo.
Sus fosas nasales se ensancharon mientras tomaba una respiración
lenta.
—Ve y súbete a la cama, Mack. De rodillas con tu espalda hacia él.
Un escalofrío corrió por la columna vertebral de McKenzie por la orden
contundente. Sus pezones se apretaron con fuerza. Su clítoris palpitaba. Se
trasladó a la cama, su mirada conectada con la de Nick por un tentador
segundo mientras ella se subía al borde del colchón. Él la estudió, sus
impresionantes ojos grises medio entrecerrados, su mundialmente famosa
sonrisa lánguida sin mostrarse por ningún lado.
McKenzie tragó, su pulso acelerándose. La polla de Nick sobresalía de
la densa mata de rizos negros cubriendo su ingle larga, gruesa y arqueada
en un ligero arco. Como la de Aidan, su punta estaba ungida con
diminutas gotas de placer.
Como con la de Aidan, cada gota la puso más excitada.
Un movimiento por el rabillo de su ojo la hizo volverse de nuevo hacia
su mejor amigo, y su respiración se atascó en su garganta al verlo
recuperar su billetera del pantalón desechado y retirar un pequeño
cuadrado laminado y delgado de su interior.
Ella sabía lo que era. Sabía lo que significaba.
El cantante más deseado del mundo iba a follarla muy pronto.
Su boca se secó y frotó sus muslos juntos, su clítoris no sólo palpitando
sino punzando con necesidad renovada.
—Ponte esto. —Aidan tiró el envoltorio de un condón a Nick, su
mirada nunca dejando la cara de McKenzie.
Ante el débil sonido de lámina rasgándose, ella inhaló respiraciones
irregulares. Esto estaba realmente sucediendo. Iba a tener un trío con Nick
Blackthorne y Aidan Rogers. Esto estaba realmente, realmente sucediendo.
Una risa baja retumbó detrás de ella y apartó la mirada de Aidan
54 para arriesgar una mirada por encima de su hombro. Los dedos de Nick se
deslizaban lentamente por su longitud revestida con un condón color rojo
brillante.
—Debería haber sabido que un bombero elegiría el rojo. —Él sonrió, un
destello de su famosa sonrisa jugando en sus labios.
McKenzie se lamió los labios al ver su erección ajustada dentro del
látex rojo. Que iba a estar dentro de ella. Pronto. Oh, sí…
—Voy a follar tu boca ahora, Mack.
Las suaves palabras de Aidan sacudieron de golpe su atención fuera
de la polla de Nick y se volvió para encontrar a Aidan de pie ante ella. Se
alzaba sobre ella, como siempre lo hacía, su imponente altura haciendo a
su coño contraerse. Tenía un fetiche por los hombres altos, de construcción
grande, desde que era una adolescente y ahora sabía por qué; Aidan. Era
por Aidan. Durante años había estado tratando de hacer el amor con él,
sin siquiera saberlo. Levantó la mirada hacia él, queriendo que viera el
deseo elemental que había despertado en ella.
—Voy a llenar tu boca con mi polla mientras Nick entierra su polla en
tu coño.
El que usara esas palabras la hizo jadear. Ella nunca, nunca habría
sabido que él usara un lenguaje tan crudo. Nunca. Fue la cosa más
malditamente cachonda que había oído.
Él la estudió, cada músculo de su cuerpo contraído.
—¿Estás lista?
Ella soltó una respiración entrecortada, atrapando sus dedos entre los
suyos y presionando su mano contra su sexo empapado y palpitante.
—¿Tienes que preguntar?
Un espasmo hizo a su polla sacudirse y levantó la mirada hacia Nick.
—Tómala —dijo él.
Y con un movimiento fluido, Nick deslizó sus manos hacia arriba en la
espalda de McKenzie y se inclinó hacia adelante, la punta de su polla
separando sus pliegues empapados mientras las palmas de ella se
posaban en el extremo de la cama y su cabeza bajaba hacia la tensa
erección de Aidan.
Nick hundió su polla en el cielo. Un cielo húmedo, caliente, apretado.
Sintió los músculos vaginales de McKenzie apretarse alrededor de su
longitud, agarrándolo mientras lentamente empujaba profundamente en
su sexo.
55 Él era grande, lo sabía. Más de una “fuente anónima” en más de una
revista sensacionalista se había jactado de su “paquete impresionante” y
su “longitud de estrella porno”, y aunque el número de sus amantes era
mucho más pequeño que el que las revistillas chatarras querrían que el
mundo creyera, el tamaño de su pene no lo era. Había estado
preocupado de que McKenzie no fuera capaz de adaptarse a su longitud,
pero al oír su gemido, un bajo gnarr de innegable placer mientras se
enterraba hasta las bolas en su calor, todas las dudas y el miedo
desaparecieron. Reemplazados con una auténtica ráfaga de alegría
carnal un segundo antes de que él observara los labios de ella deslizarse
bajo la igualmente impresionante erección de Aidan.
—Joder, Mack —gruñó Aidan, sus ojos rodando hacia atrás en su
cabeza. Sus manos se acercaron a la cabeza de McKenzie, sus dedos
enredándose en la melena cobriza color fuego salvaje mientras un
estremecimiento sacudía su cuerpo.
Nick lo sintió a través de McKenzie y en su polla, la sensación más allá
de salvaje. Él había participado en algo más que su parte justa de tríos en
sus días, pero ninguno había llegado con la pasión y el deseo sin adulterar
de éste. Lo que Aidan y McKenzie sentían el uno por el otro... lo que le
estaban permitiendo compartir...
Eso calmó el dolor hueco en su corazón. Y lo puso tan jodidamente
duro que se preguntó si quedaba algo de sangre en su cerebro.
Retirándose lentamente de McKenzie, se detuvo justo cuando la
cabeza de su pene coronó los pliegues empapados de su apretado coño.
Ella gimió, empujando su trasero hacia él, sus dedos conduciéndose a las
caderas de Aidan.
—Cristo, eso se siente increíble —gruñó Aidan, su mirada cerrada en la
boca de McKenzie. Nick comprendió su atención absorta. Observar los
labios de ella estirados sobre la congestionada polla de Aidan, ver esos
labios brillar con la humedad de su boca... santa mierda, no había
palabras.
Dejó que su mirada vagara sobre la vista durante un largo momento
antes de dejar caer su atención a la no menos sorprendente visión de su
polla deslizándose dentro y fuera de su coño. Sus jugos recubrían su
longitud forrada de rojo, llenando el aire con el aroma almizclado de su
placer.
—Oh, Mack —gruñó Aidan, levantando la mirada hacia Nick—. Voy a
venirme pronto, nena. No puedo aguantar mucho más tiempo.
El corazón de Nick saltó rápido. Sabía exactamente lo que quería
decir el hombre. El coño de McKenzie lo envolvía como un guante. Con
56 cada golpe en su centro, sus bolas golpeaban contra su suave montículo.
Con cada retirada, ella se aferraba a él con más fuerza.
Su sangre corrió a través de sus venas, su aliento arrancado de su
garganta en jadeos superficiales. No sólo se iba a venir pronto, iba a entrar
en jodida erupción.
—Espero por Dios que tengas más de un condón en esa billetera tuya,
compañero —dijo con voz áspera, dándole a Aidan una mirada—, porque
estoy a punto de estallar yo también.
El coño de McKenzie revoloteaba alrededor de su pene. Ella gimió
alrededor de la polla de Aidan, su agarre en sus caderas cada vez más
fuerte, sus nudillos cada vez más blancos.
—Nena. —El gemido de Aidan envió una esquirla de tensión caliente
a la ingle de Nick—. Oh, mierda, nena, tienes que parar si no quieres que...
McKenzie no se detuvo. Nick pudo verlo en la forma en que Aidan
echó hacia atrás la cabeza, en la forma en que sus músculos sudorosos se
contrajeron.
Él se quedó mirando al hombre al borde de la implosión sexual y a un
simple latido de la destrucción misma, sintiendo el sexo de McKenzie
contraerse. No sólo una vez, sino dos veces, tres veces, cuatro.
—¡Oh, Jesús, sí! —soltó Aidan—. Sí.
Era suficiente. Era demasiado. Mientras el coño de McKenzie pulsaba
alrededor de su pene, mientras sus uñas se clavaban en las caderas
balanceándose de Aidan, mientras el grito de Aidan rasgaba a través del
aire, el orgasmo de Nick se estrelló contra él. Hirviendo a través de su alma,
quemando a través de sus venas y vertiéndose en el condón rojo fuego de
Aidan. Y mientras lo hacía, las palabras de su canción se vertieron a través
de él también.
57
Capítulo
cKenzie levantó lentamente la cabeza de la polla gastada
—A
hora, no sé si alguno de ustedes se ha dado cuenta
—dijo Nick detrás de McKenzie, a Aidan le tomó un
segundo darse cuenta que él había terminado de
atender la limpieza higiénica de ella—, pero nos
perdimos el almuerzo. ¿Puedo sugerir que pasemos un tiempo en mi
bungalow para una cena rápida antes de continuar esto donde lo
dejamos?
Con mucha más reticencia de lo que esperaba, Aidan interrumpió su
exploración de los labios de McKenzie. Quería probarlos de nuevo. No era
capaz de conseguir suficiente de su suave calor moviéndose bajo el suyo.
Él la miró a la cara y preguntándose lo que ella diría, lo que Nick diría
70 si anunciaba que estaba bastante satisfecho degustando los besos de
McKenzie.
¿Qué iban a decir ambos si les dijera que no quería ir a ningún lado?
¿Ni siquiera para la gran fiesta en el Bar Evoke esta noche? Que bastante
alegremente se quedaría aquí con McKenzie. ¿Sólo con McKenzie, para
siempre?
McKenzie se le quedó mirando. Como si estuviera esperando a que
dijera algo.
—Suena bien —farfulló.
Idiota.
Antes de que pudiera retirarlo, Nick asintió y recogió sus ropas
desechadas desde el suelo.
—Estoy presentándome esta noche en Evoke. —La estrella de rock
metió sus piernas largas en sus pantalones vaqueros—. Pero todavía hay
algo que tenemos que hacer antes de eso.
El corazón de Aidan golpeó un poco más fuerte.
Una quietud pareció reclamar a McKenzie mientras se volvió de frente
al cantante.
—¿Qué es eso?
Nick le dedicó una amplia sonrisa.
—¿Dónde estaría la diversión si te lo dijera?
Cogió las botas y se las echó al hombro, metiendo su camiseta en el
bolsillo trasero de sus vaqueros ajustados, dejando su torso desnudo. Para
Aidan, él nunca había parecido más la celebridad sexual.
Con otra sonrisa y un guiño a Aidan, se había ido, tarareando la
canción. Aidan sabía que se estaba desarrollando en su alma en voz baja
mientras se fue.
—Malditas celebridades —murmuró McKenzie, desenganchándose de
los brazos de Aidan. Caminó descalza hacia su propia ropa descansando
en un montón arrugado en el suelo—. Creen que el mundo se inclina ante
sus caprichos.
Recuperando su propia ropa de sus ubicaciones dispersas, Aidan forzó
una risa jovial de su pecho.
—Como que tengo la sensación que nosotros acabamos de hacerlo,
Mack.
Ella no le respondió. En cambio, ella tiró de su camiseta sobre su
cabeza y empujó sus piernas en sus pantalones cortos de mezclilla de corte
71 blanco, pantalones cortos, que Aidan no podía negar, siempre lo había
distraído.
—¿Aidan? —McKenzie levantó su atención de su bragueta, dándole
una mirada curiosa sobre su hombro.
Él sonrió, cerrando su bragueta.
—¿Sí?
—¿Por qué finalmente decidiste mostrarme cómo te sentías?
La pregunta no era la que él estaba esperando. Parpadeó, un
pesado nudo balanceándose en su estómago. ¿Cómo respondía esto?
Su vacilación debe haber sido suficiente para desencadenar la
perspicaz mente de periodista de McKenzie. Entrecerrando los ojos, ella se
volvió hacia él, cruzando los brazos sobre sus pechos, su expresión parte
expectante, parte impaciente.
—¿Y bien?
Aidan tragó, un tornado de colores y sonidos y olores asaltándolo,
grises y negros, el crujido y siseo de madera incinerándose, el hedor de la
carne quemada... Si no hubiera sido por su gran resistencia y un
compañero bombero...
Dejó escapar un suspiro, sabiendo exactamente cómo McKenzie iba
a reaccionar.
—Casi muero en el incendio que destruyó el Ayuntamiento de
Newcastle.
Su rostro palideció.
—¿Tú qué?
Las palabras brotaron de ella en un susurro ahogado, con los ojos
cada vez más amplios.
—No te lo dije porque no quería que…
—Si dices preocupar… —ella lo interrumpió, con los brazos cayendo
de su pecho, sus ojos tormentosos—… golpearé la mierda fuera de ti.
Aidan se rió, una risa irónica que sabía que la iba a enojar aún más.
—Está bien. —Cogió su camisa que colgaba precariamente del borde
del escritorio de la suite—. No quería que enloquecieras, ¿Qué tal eso?
McKenzie se dejó caer en los pies de la cama, como si su declaración
le hubiera robado la fuerza a su cuerpo. Ella sacudió la cabeza, su mirada
trabada en su cara, las cejas tirando juntas en un ceño profundo. ¿O era
una mueca?
72 —Detalles. Quiero detalles. Ahora.
Dejando escapar un suspiro, Aidan deslizó un brazo y luego el otro
dentro de su camisa, pasándola por encima de su cabeza y por su torso.
—No hay mucho que decir, Mack. —Él se acercó a ella, deteniéndose
una escasa pulgada antes de sus rodillas dobladas y arrodillándose en
cuclillas—. Una viga de soporte se derrumbó mientras yo estaba debajo de
ella. Durante un tiempo, estaba usando la segunda planta de sombrero.
Aplastó las vías respiratorias en mi equipo y yo no estaba respirando otra
cosa que el humo hasta que me desmayé. Beaso me encontró bajo los
escombros y me sacó. —Se encogió de hombros—. Tan lejos como los
accidentes en el sitio van, fue bastante tranquilo.
El trueno en sus ojos creció más enojada. “¿No pasó nada?”
Aidan soltó otro suspiro, alisando sus manos en la parte superior de sus
muslos. Sus músculos se tensaron bajo sus palmas y ella alejó las piernas de
su toque, mirándolo.
Uh-oh.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó ella, y su pecho se tensó ante
la ira controlada en su voz—. ¿Es por eso que no podía ponerme en
contacto contigo durante esos cuatro días? —Su mandíbula se apretó—.
¿Esos cuatro días en que me dijiste que estabas en un entrenamiento
llevándose a cabo en la costa?
Él no respondió.
Ella lo miró fijamente.
—¿Estabas en el hospital?
Jesús, Rogers. Probablemente deberías habérselo dicho antes.
La ira en sus ojos se volvió sísmica. Y helada. Ella se puso de pie, el
movimiento brusco lo envió tambaleándose hacia atrás. Aterrizó en su
trasero, con sus codos golpeando el suelo, un segundo antes de que ella
pisara sobre él y atravesara hecha una furia la habitación.
—¿Estuviste en el hospital, casi muerto, y no me lo dijiste? —Su voz se
quebró en la palabra me—. ¿Estuviste en un jodido hospital y no me lo
dijiste?
Él se puso de pie, observándola caminar de ida y vuelta en una línea
corta en frente de un gran televisor de pantalla plana de la suite. Sí,
probablemente debería habérselo dicho antes. Ella giró hacia él, con los
puños apretados, la furia grabada en su rostro.
—Tú imbécil egoísta —gruñó ella, caminando hacia él de nuevo—.
¿Qué pensaste que haría? ¿Llorar en tu pecho y rogarle a Dios que no te
73 llevara? —Se detuvo directamente delante de él, con la barbilla inclinada
hacia arriba, mirándolo firmemente en su lugar—. Ir toda miedosa y llorona
y estallar en…
Ella se echó a llorar. Sólo así.
—¡Oye! —Aidan estaba impactado. No, más que impactado.
Aturdido.
No podía recordar la última vez que había visto llorar a Mack. ¿Tal vez
cuando Lachlan Wilson la llamó “puta frígida” porque ella no le dio nada
en el baile de la escuela? ¿Qué edad tenían cuando eso sucedió?
¿Dieciséis?
—Oye, oye, oye.
Dio un paso adelante, envolviendo sus brazos alrededor de su espalda
y tirando de ella en su cuerpo. Ella luchó contra él, tratando de zafarse de
su abrazo, aun quejándose de él siendo un imbécil, declarando con
bastante firmeza mientras hipaba alrededor de sus lágrimas que lo odiaba
y deseaba haber sabido que él estaba en el hospital para que ella pudiera
haber llegado a su habitación y cambiado su expediente que dijera
“castración requerida”. Y en entre todas las bravatas de pies y pisotones
repetía:
—Dios, te odio, Rogers, de verdad te odio. —Su lucha por escapar de
su agarre se convirtió en ella apretándose más cerca de su cuerpo, con la
mejilla apoyada en su pecho, sus brazos rodeando su cintura—. ¿Qué pasa
si te perdía antes de saberlo? —se escapó de ella en un suave suspiro.
—¿Saber qué? —preguntó él, sus labios contra la parte superior de su
cabeza, su pelo como la seda fresca en su cara caliente.
—¿Acerca de esto?
Cerró los ojos, queriendo simplemente preguntarle lo que esto
significaba.
Él la amaba. No tenía ninguna duda de eso. Sin condiciones ni
reservas. Pero ella todavía tenía que pronunciar la palabra con A y él no
quería presionarla, no después de la forma en que acababa reaccionar a
la revelación de que había estado a punto de perder la vida. Arriesgar su
vida todos los días venía con toda la descripción del trabajo de bombero,
pero ¿arriesgar a McKenzie...
Él exhaló una respiración lenta, absorbiendo el sutil aroma de su jabón
limpio, shampoo afrutado y perfume almizclado en su alma. ¿Fue lo que
acababan de hacer aquí, en la isla, más peligroso que lo que hacía cada
día de trabajo?
74 ¿Qué pasaría después de que Nick Blackthorne dejara sus vidas y sólo
fueran ellos dos de nuevo? ¿Aidan el bombero y Mack la periodista? ¿Qué
pasaba entonces?
¿Qué sucede si Nick no quiere irse, Rogers?
¿Qué pasa si él decide que quiere a McKenzie para sí mismo? ¿Qué
hacer entonces? ¿Cómo compites con la estrella de rock más grande del
mundo, con una polla del tamaño de un rinoceronte?
Un escalofrío lo desgarró. Un segundo antes que una fuerte palmada
lo golpeara en el hombro.
—¡Oye! —Él se apartó, mirando hacia abajo a la cara alzada de
McKenzie—. ¿Por qué fue eso esta vez?
—Por ser un idiota. —Ella frunció el ceño—. La próxima vez que
decidas probar y usar un edificio como sombrero, recuerda esa bofetada,
¿de acuerdo?
Él se echó a reír. No podía evitarlo.
—Voy a intentarlo.
Él sonrió, acurrucándose aún más cerca de su cuerpo, sus manos
ahuecando su trasero con un suave apretón. Su polla tembló en sus
pantalones cargo, más que feliz de seguir con las caricias.
Ella frunció el ceño un poco más fuerte.
—Hazlo.
Antes que pudiera detenerse, y ¿por qué iba a hacerlo? Él bajó la
cabeza y rozó sus labios sobre los de ella.
—¿Alguien le ha dicho que es un poco agresiva, Srta. Wood?, —
murmuró él, apretando su culo de nuevo mientras rodó sus caderas hacia
delante.
Ella lo miró, con las manos descansando sobre su pecho, sus labios
separados. El silencio se extendió entre ellos, pesado, espeso. Se tocó con
la punta de la lengua su labio inferior y sus ojos se abrieron, como si hubiera
dado cuenta de algo muy, muy importante.
—Yo…
El teléfono de la habitación sonó.
Tenía que estar malditamente bromeando.
Un gesto ambiguo revoloteó por la cara de McKenzie y, con un suave
empujón, se desenredó de los brazos de Aidan y cruzó la habitación.
Dejándolo de pie e inmóvil, su polla rígida y su corazón latiendo más fuerte
que nunca. Mordiéndose el labio inferior, McKenzie cogió la parte superior
75 del teléfono de la base y la apretó contra su oreja.
—Hol…
—¿Qué demonios estás haciendo?
Kylie gritó en el otro extremo de la línea, la voz normalmente suave y
cadenciosa estaba lejos de serlo ahora. McKenzie se estremeció, alejando
el teléfono un poco de su oído. Maldición, ella había olvidado cuán fuerte
su amiga podía chillar.
—¿Qué estoy haciendo?
Ella frunció el ceño, volviéndose a Aidan. Se quedó mirándolo, todo su
masivo y amplio pecho, esculpido sixpack y magras caderas. Demonios,
incluso el tatuaje debajo de su camisa hizo a su sexo contraerse, su cuerpo
ardiente era la metáfora perfecta de como la hacía sentir, en llamas.
Que es por lo que estabas a punto de…
—Me acaba de informar uno de mis personales —Kylie continuó,
asumiendo un tono muy tenso y mucho más serio que cualquiera que
McKenzie le había oído usar—, que un periodista de Goss Weekly ha
estado acosando a Nick Blackthorne.
McKenzie se echó a reír.
—Oh, eso.
—Sí, eso —Kylie espetó, y McKenzie se estremeció de nuevo—. Te
invité aquí como mi amiga, Mack, no como una maldita periodista por la
revista de mierda para la que trabajas. —Las palabras tropezaron unas
sobre otras, la ira de Kylie convirtió a cada una en un informe afilado—.
¿Tienes alguna idea de lo difícil que fue, incluso llegar a hablar con el
agente de Blackthorne? ¿Y tú vas a tirar este truco en mí?
—No, no es así, Ky —dijo McKenzie rápidamente, la ira de su amiga
creciendo como un golpe en el estómago—. Me acosté con él.
El silencio saludó a su declaración. Ni siquiera el sonido de la
respiración de Kylie se oía. McKenzie se lamió los labios, su mirada
moviéndose a Aidan, viéndolo observarla.
—No he estado acosándolo —continuó, la falta completa de
respuesta de Kylie desconcertándola—. Bueno, no desde la primera vez
me acerqué a él, y luego Aidan me detuvo de…
—Espera un minuto —Kylie la interrumpió, y McKenzie casi podía ver a
su amiga en el otro extremo de la línea, con los ojos entrecerrados como
siempre hacía cuando estaba procesando la información que no podía
creer posible, con la cabeza inclinada a un lado sólo un poco—. ¿Me estás
76 diciendo que tuviste sexo con Nick Blackthorne?
McKenzie asintió, una estupidez, dado Kylie no podía verla, pero un
reflejo de lo mismo.
—Sí.
Más silencio. Seguido por Kylie diciendo:
—¡Estúpida vaca!
Las cejas de McKenzie se dispararon hasta su frente.
—¿Perdón?
—No puedo creer que hayas hecho eso. —Su voz no era sólo enojada
esta vez; era decepcionada—. ¿Por qué mierda creíste que
específicamente te dije que trajeras Aidan a la isla? Maldita sea, Mack. Era
porque pensaba que el romance de la isla finalmente te haría ver... que
finalmente haría que te des cuenta de lo desesperadamente que él…
—Aidan estaba allí.
La declaración apresurada de McKenzie calló a Kylie. Volando.
—Tuve mi primer trío. —McKenzie sonrió, sosteniendo la mirada de
Aidan con la suya. Su coño se contrajo, su vientre se retorció con una
sensación apretada que reconoció demasiado bien, excitación. Excitación
por el hombre de pie observándola. Cristo, él la hacía cachonda.
—Espera, espera, espera. —La voz de Kylie no podía creerlo—. ¿Tuviste
relaciones sexuales con Aidan?
La sensación retorciéndose en el estómago de McKenzie se hizo más
insistente, hundiéndose en la cálida unión de sus muslos.
Sus pezones apretados tensos, la reacción momentánea llamando la
atención de Aidan por una fracción de segundo. Sus fosas nasales se
abrieron y él le devolvió su mirada a su rostro, el deseo hambriento
ardiendo en sus ojos.
McKenzie asintió de nuevo, su pulso latiendo más rápido.
—Sí.
—¿Aidan Rogers? —Kylie preguntó por la línea telefónica—. ¿Bombero
del año de Nueva Gales del Sur? Metro noventa, construido-como-un-
bloque-de-ladrillos-de-oficina Aidan Rogers?
El sexo de McKenzie se contrajo, el sentimiento de la excitación
serpenteando por su cuerpo convirtiéndolo en algo más. Algo mucho más
desenfrenado.
—Sí, Aidan. Y Nick Blackthorne.
77 —¿Aidan Rogers? —preguntó Kylie, haciendo caso omiso de la
inclusión del cantante—. ¿Tu mejor amigo? ¿El hombre que has conocido
prácticamente por siempre? ¿El hombre que una vez golpeo al capitán de
la escuela por decir que tenías un culo follable? ¿Ese Aidan Rogers?
McKenzie sonrió, su sexo revoloteando un poco más. Si Kylie iba a
decirle que era una idiota por hacer una cosa así, McKenzie iba a decirle a
su amiga que se lo metiera por el culo.
—Sí. Ese Aidan Rogers.
Una vez más, el silencio llenó la conexión.
Las cejas de McKenzie se unieron en un ceño ligeramente fruncido.
Ella miró a Aidan, su expresión desconcertada. Y sólo un poco
preocupada. En cualquier momento él iba a acercarse y tomar el teléfono
de ella, podía verlo en sus ojos y la forma en que sus músculos se
contrajeron debajo de la camisa.
—¿Estás jodidamente bromeando? —Kylie repente estalló—. ¡Oh, Dios
mío! —Ella se echó a reír, los repiques desenfrenados de júbilo forzando a
McKenzie a sacudir el teléfono lejos en un esfuerzo por preservar la
integridad de su delicado tímpano—. ¡Ya era malditamente hora!
Un pesado golpe aporreo la garganta de McKenzie. Maldita sea,
¿acaso todo el mundo sabe cómo Aidan se sentía por ella, excepto ella?
Jesús, ¿Cuan ignorante y ciega podría estar?
Colocó el teléfono de vuelta en su oreja, sus labios curvándose en
una amplia sonrisa.
—No estoy bromeando —dijo, mirando a Aidan caminar hacia ella. Lo
miró, con los labios entreabiertos mientras se detuvo directamente ante
ella, sus muslos acariciando los de ella, sus ojos no sólo ardiendo con
deseo, sino positivamente en llamas.
Deseo. Por ella. Poderoso, deseo innegable. Maldita sea, ¿cómo
podría haberlo pasado por alto?
—¿Fue bueno? —Kylie pregunto efusivamente, su emoción vibrando a
través de la conexión—. Dime que fue bueno. Dime que fue increíble. Oh,
Dios mío, dime que vas a hacerlo otra vez. Y otra vez. Y otra vez.
Con una pequeña sonrisa torcida, Aidan alargó la mano y tomó el
teléfono de los dedos de McKenzie, elevándolo a su oreja.
—Y otra vez —dijo él en el micrófono, su voz un estruendo profundo
que envió un fragmento de electricidad al húmedo núcleo de McKenzie—.
Ahora nos disculpas, ¿verdad Kylie? Hay un lugar al que tengo que llevar a
Mack. Y algo que tengo que hacerle. Otra vez.
78 Y mientras el chirrido de placer de Kylie explotó a través de la
conexión, Aidan tiró el teléfono por encima de su hombro y bajó su
cabeza, su aliento mezclándose con el de McKenzie mientras sus labios
rozaron la de ella.
—¿Lista?
Estaba lista. Más que lista. Cuando se trataba de Aidan, ¿cómo
podría alguna vez no estarlo? ¿Entonces por qué se anudaba su
estómago? ¿Por qué se estaba sintiendo... nerviosa?
Porque esto no es sólo un simple festival de folladas, Mack, y tú lo
sabes. Lo que significa que es otra cosa. Algo más. Pero con Nick
Blackthorne en la ecuación, con él esperándolos a ambos en su bungalow,
con ustedes dos dirigiéndose allí ahora... ¿en qué convierte ese “algo
más”? ¿En qué? ¿En qué?
Ella no lo sabía y ese no saber la asustaba. Ella debería saber. Infierno,
Aidan no era algo desconocido. Él era su mejor amigo. Él era su roca, su
mundo, su apoyo.
Él era lo que ponía una sonrisa en su cara y ahuyentaba las lágrimas
cuando la vida la ponía triste. Pero ese era el viejo Aidan, el pre-trío Aidan.
¿Y si ese Aidan se había ido? ¿Perdido para ella a causa de lo que habían
compartido?
Y si ese fuera el caso, ¿Quién era el Aidan con ella ahora? Ahora que
lo pensaba, ¿quién era ella ahora? ¿Podrían ellos alguna vez superar lo
que había sucedido en esta habitación? ¿Siquiera Aidan incluso quería?
¿Ella Incluso? ¿Quería ella ir al bungalow de Nick? Con el placer irrefutable
esperándola allí, ¿cómo no iba a hacerlo? ¿Pero era el placer de dos
hombres adorando su cuerpo, o simplemente el placer de Aidan, sólo
Aidan?
Su vientre se anudó de nuevo. Oh Dios. Demasiadas preguntas sin
respuesta. Odiaba preguntas sin respuesta. Las odiaba.
Entonces encuentra las respuestas.
Los labios de Aidan se movieron sobre los de ella, no un beso, sino una
caricia suave y dolorosamente dulce.
—¿Nos vamos?
Dile a Aidan que quieres quedarte aquí. Dile que quieres quedarte
aquí y hacerle el amor a él y sólo a él. Dile que lo am…
—Nick probablemente está esperándonos.
Una calma adormecida cayó sobre su cuerpo. Nunca se había
sentido tan confundida. Cuando debería sentirse tan condenadamente
maravillosa, ella nunca se había sentido tan jodidamente confundida. Se
79 estaba balanceando en el borde de un precipicio abierto envuelta en
preguntas sin respuesta y no tenía ni idea de si iba a caer...
Entonces retrocede del borde por un momento, Mack.
Retrocede.
El vientre de McKenzie dio un giro de ciento ochenta grados y ella
inhaló una respiración constante, cerrando los ojos y apoyándose en el
pecho de Aidan por un instante antes de empujarse de su cuerpo.
Necesitaba espacio. Necesitaba tiempo. Alguna manera de ganar un
poco de perspectiva, pero ¿cómo iba a conseguir ese espacio, tiempo y
perspectiva con Aidan a su lado? ¿Y con Nick esperando?
—Tienes razón, Aidan. —Ella le dio una sonrisa lenta—. Él
probablemente lo está. Pero tengo que ir a dar un paseo primero.
Un destello de preocupación se grabó entre las cejas de Aidan, un
pliegue profundo que rara vez vio en su rostro, pero reconoció de igual
manera. Él quería preguntarle más, ella podía decirlo por la forma en que
él la miraba. Pero no lo hizo. Él todavía era Aidan, después de todo. Ella
pudo haber descubierto que él era su fantasía sexual más profunda e
incluso la más profunda fantasía de su alma. Él pudo haber compartido la
experiencia sexual más increíble de su vida con ella, pero seguía siendo
Aidan. Incluso si este nuevo Aidan post-trío era diferente, Aidan, su mejor
amigo, sabía cuándo presionar y cuándo dejarle tener algo de cuerda, y
ahora mismo, ella necesitaba un poco de cuerda.
Sólo lo suficiente para caminar a través de los terrenos del complejo y
despejar su cabeza.
—Sólo dame unos minutos, ¿de acuerdo? —Ella apoyó sus manos en
su pecho. Su corazón latía bajo su palma derecha, un ritmo de tamborileo
que vibraba directamente en su propio cuerpo.
Él la estudió, su mirada firme, antes de dar un solo asentimiento de
cabeza.
—¿Dónde debo reunirme contigo?
Aquí.
Ella quería decirlo. Ella realmente lo quería. Quería decir, “Aquí, sólo tú
y yo”, pero no era lo suficientemente valiente. Porque ¿qué si solo “ella y
él” ya no funciona más después de lo que habían compartido con Nick?,
¿y si lo que ella y Aidan acababan de descubrir estaba ahora…
contaminado? ¿Qué haría ahora?
Y ahí lo tienes, aún más malditas preguntas, Mack. Tienes que ir a
pensar en lo que vas a hacer si las respuestas a todas estas preguntas no
son las que quieres que sean.
80 Con otra sonrisa, esta vez más pequeña y mucho más irónica, se
deslizó de su abrazo y caminó hacia la puerta.
—Te veré en el bungalow de Nick.
La manzana de Adán de Aidan sacudió de arriba abajo en la
garganta, pero no dijo una palabra. Ni una sola. Ni siquiera cuando dio la
vuelta al picaporte, abrió la puerta y lo dejó de pie solo.
El aire de la tarde caía sobre su cuerpo, curvándose alrededor de sus
piernas y brazos desnudos en una caricia cálida y húmeda. Ella lo arrastró
a sus pulmones en un suspiro largo y lento, contando hasta diez mientras lo
hacía.
¿Cuándo se había vuelto tan cobarde? Maldita sea, se suponía que
debía ser una periodista valiente, por amor de Dios. Ella había acosado a
actores que consumen drogas, políticos que engañan a sus esposas y
autores adictos a las bailarinas en su tiempo en Goss. Infiernos, sólo que
esta mañana se había acercado a la más famosa estrella de rock del
mundo para preguntarle acerca de su sexualidad. ¿Por qué no podía mirar
a su mejor amigo a los ojos, decirle exactamente lo que sentía por él y
preguntarle cómo se sentía acerca de ella? ¿Cómo, realmente se sentía
acerca de ella? Ella sabía que él la deseaba sexualmente, ¿pero era solo
eso? ¿Eran amigos con beneficios ahora?
Dios, Mack, ¿enserio? ¿Es eso lo que te preocupa? ¿El sexo? ¿Sólo el
sexo?
No, no lo era. Era más. Era una vida que se desarrollaba frente a ella
con el lugar de Aidan sin estar claro. Eso era un futuro que no había nunca,
nunca vislumbrado antes y que la asustaba mortalmente.
Se alejó de la suite, en dirección a la playa.
Los sonidos del complejo flotaban a su alrededor, el murmullo de la
gente disfrutando del lujo enlazado a través del susurro de la brisa costeras
en los exuberantes jardines y el silbido suave de las olas cerca de la arena.
Ella dejó escapar otra respiración entrecortada, sus pies descalzos
llevándola más lejos de su habitación y el hombre dentro de ella. Kylie
había querido que este lugar fuera algo mágico para ella y Aidan, y lo era.
Realmente lo era. Pero, ¿qué pasaba si esa magia no seguía de vuelta a
tierra firme? ¿Sería capaz de volver con ellos a Newcastle y su vida normal
cuando la memoria de la participación de Nick en esa magia los
ensombreciera?
¿Quién dice que lo haría?
Hizo una mueca. Ella lo hacía. Cada vez que una de las canciones de
Nick sonara por la radio ella sería arrastrada al momento en que ambos
hombres poseían su cuerpo, y no dudó que Aidan también lo sería.
81 ¿Sobrevivirían a eso? ¿O todo, todo se derrumbaría? ¿Qué haría ella si eso
sucedía? ¿Cómo iba a vivir cada día sin Aidan en su mundo, incluso “sólo
su amigo” Aidan? Él había estado allí durante tanto tiempo, no podía
imaginar una vida sin él. Ella sabía que quería más de lo que habían tenido
antes, su corazón lo sabía, su alma lo sabía y su cuerpo lo sabía, pero ¿qué
demonios iba a hacer si ni siquiera eso estaba allí para ella por más
tiempo?
El beso de seda fresca de la arena a través de sus dedos envió un
escalofrío por su columna y ella se detuvo, contemplando la belleza
absoluta del Océano Pacífico frente a ella. El agua estaba en calma, el sol
poniente convirtiendo las olas en un profundo índigo púrpura, la espuma
rompiendo en cada una de color rosa dorado.
Las parejas paseaban por la arena blanca, de la mano o con los
brazos envueltos alrededor de las cinturas, las caderas acariciando las
caderas mientras se abrían camino deambulando a lo que la felicidad les
deparaba.
McKenzie cerró los ojos a la vista de toda esa paz y belleza,
sintiéndose aún más inestable. ¿Qué estaba mal con ella?
—¿Debo recordarte, que no se puede navegar para salvarte tú
misma?
La voz de Mason detrás de ella hizo a McKenzie saltar y se giró para
mirar a su gemelo, su corazón latía demasiado rápido en su garganta.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —le espetó ella, dándole una
mirada con los ojos entrecerrados—. ¿No estabas destinado a estar fuera
en ese cubo de óxido que tú y Trent llaman un barco?
Las mejillas de Mason parecían llenarse con un cálido tinte rosa, o tal
vez eran los rayos del sol hundiéndose los que proyectan en su tal luz
ruborizada. De cualquier manera, él le lanzó una sonrisa un tanto tímida, la
acción toda contraria a Manson.
—Sí, bueno, con seis meses de estar en el Pleasure por delante de
nosotros, estoy en cierta forma dejando mis piernas en tierra la mayor parte
mientras pueda.
McKenzie arqueó una ceja, la respuesta pasiva de su hermano era
aún menos característica de Mason que su sonrisa.
—¿Por qué siento que no me estás diciendo algo? —Ella entrecerró los
ojos en los de él de nuevo—. ¿Estás haciendo algo por lo que mamá
tendrá que enloquecer?
82 Mason resopló, sus manos encontrando su pelo y estirando las gruesas
ondas rubias oscuras.
—Probablemente se podría decir eso.
—Oh, genial. —McKenzie se retorció—. ¿Puedo decirle?
Como respuesta, Mason le dio su propia mirada intensa.
—¿Quieres decirme por qué estás aquí de pie boquiabierta hacia las
olas sola? ¿Dónde está Rogers?
Con el nombre de Aidan, el vientre de McKenzie hizo otro pequeño
giro. Y su coño dio un ligero aleteo apretado. Ella dejó escapar un suspiro,
girándose de nuevo a la impresionante belleza de la playa.
Detrás de ella, el complejo parecía asentarse en la noche
acercándose, el sonido lejano de alguien diciendo “uno-dos-uno-dos” en
un micrófono salpicando los sonidos más reconocibles de aves exóticas
llamando a sus parejas ausentes.
—¿Alguna vez has hecho algo completamente imprudente y loco y
francamente surrealista, y luego pensaste, mierda santa, ¿qué hago
ahora?
Su hermano volvió a resoplar.
—Cada maldito día de mi vida en los últimos tiempos.
McKenzie le lanzó una mirada de reojo. Tenía la mandíbula apretada,
su mirada fija en las olas. Ella reprimió una risita irónica. Típico. El día que
ella va y consigue joderse ella sola, Mason lo decidió también. No es
extraño que sus otros hermanos siempre se quejaran de “su mierda de
miedo de gemelos”.
Ella le dio un codazo a su hombro con el de ella.
—¿Estás bien?
Mason hizo una mueca.
—Nope. ¿Tú?
Ella se echó a reír, sacudiendo la cabeza.
—Nope. ¿Quieres decirme sobre ello?
Se echó a reír, a cambio, empujando su hombro de vuelta con una
fracción más de fuerza.
—Todavía no. ¿Tú?
—De ninguna manera. Eso sería demasiado raro.
Ella sonrió, la presencia de Mason se filtraba en la aprehensión sin
83 resolver royendo sus huesos. Si había otra persona en este planeta en que
podía confiar aparte de Aidan era Mason.
Su gemelo, sin embargo, no la hizo pensar en cosas sucias. O cálidos
pensamientos de felices para siempre.
—¿Crees que es posible que los mejores amigos puedan compartir
todo, Mase? ¿Cómo, todo?
—¿Estás leyendo mi mente otra vez, girly-girl? —El uso de su apodo
especial de la infancia de McKenzie hizo a su garganta apretarse. Él no la
había llamado girly-girl desde que tenían doce, desde que lo había
paralizado para que dejara de hacerlo. ¿Por qué había hecho eso? Ella no
podía recordarlo ahora—. Creo que los mejores amigos deben saber lo
que puede compartirse y lo que no puede, no importa lo que el resto del
mundo piensa.
McKenzie apretó los dientes y arrugó la cara.
—No me estás ayudando aquí, hermano.
Él le levantó una mirada.
—¿Tú y Rogers tienen problemas?
La pregunta de Mason estrujó un suspiro irregular de su pecho.
—Depende de tu definición de “problemas”.
—¿Lo amas?
Su boca cayó abierta.
—¿Amor?
Mason puso los ojos.
—Oh, hermanita vamos. He visto la forma en que te mira. Todos lo
hacemos. Ha estado enamorado de ti por malditamente siempre. Y,
honestamente, he visto la manera en que lo miras también. No era tan
obvio, pero estaba allí, una forma de afecto más allá de un simple amigo.
Así que te pregunto de nuevo, ¿lo amas?
McKenzie tragó. No esperaba eso de su hermano, pero entonces, no
había esperado nada de lo que había sucedido hasta ahora desde que
puso un pie en esta isla.
—Yo... yo... —El resto de su respuesta quedó atrapado en su garganta,
las consecuencias de su respuesta demasiado alarmantes a considerar.
Él le dirigió una mirada mordaz.
—Aidan es tu mejor amigo por una razón, hermanita. Infiernos, él es el
único que conozco al que le permites presionarte alrededor, y para ser
honesto, él es el único que conozco que te dejaría presionarlo alrededor. Él
84 ha estado viendo por tu corazón desde el día en que te conoció,
manteniéndolo en esas malditas enormes manos suyas y asegurándose
que nadie le haga daño. Él haría cualquier cosa por ti, lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé. Pero ¿qué pasa si no sé lo que “cualquier cosa” es en este
momento?
Mason se volvió hacia las olas, su mirada se centró en las suaves olas
como si la respuesta a su pregunta estuviera montándolas.
—Creo que, cuando todo se reduce a eso, un mejor amigo sabe más
sobre lo que es correcto para ti que tú. —Volvió su atención a ella,
realmente mirándola—. Es por eso que es tu mejor amigo, ¿no?
McKenzie lo miró de regreso, a la cara tan parecida a la de ella y sin
embargo tan diferente.
—Sí. Ese es exactamente el por qué.
Un ritmo pesado golpeó en la sien. Aidan era su mejor amigo, pero
igual de importante, ella era la de él. Él pudo haber sostenido su corazón
en sus manos, pero ella había estado malditamente sosteniendo el de él
en las suyas durante todo el tiempo que podía recordar, también. Y seguro
como la mierda, no iba a dejarlo ir ahora. No cuando ella finalmente se
había dado cuenta de lo malditamente bien que se sentía allí. ¿Y en
cuanto a la “cualquier cosa”? Ella sabía exactamente lo que quería que
“cualquier cosa” sea, Aidan en su vida. No sólo como su amigo, sino como
su amante, y si Nick Blackthorne era el juguete sexual de moda, mientras
estaban en la isla, ella estaba bien con eso. Cuando ella y Aidan volvieran
a casa a Newcastle, ellos simplemente irían a comprar uno diferente,
¿quizás algunas esposas? ¿O un consolador de vidrio? ¿O uno de esos
vibradores en forma de U de moda dirigidos a parejas? ¿Tal vez las tres
cosas? Tal vez nada en absoluto.
No importaría porque se tendrían entre sí.
—Tu mejor amigo nunca jamás hará cualquier cosa mal para ti, Mack.
—Mason le dio un empujón a su hombro con el suyo otra vez—. Aidan
moriría antes de hacerlo.
Con un grito ahogado, McKenzie se lanzó hacia él, envolviendo sus
brazos alrededor de su cuello, y le dio un agarrón apretado.
—Gracias, hermano —le susurró al oído, una cálida presión
sosteniendo su pecho una fracción de segundo antes de que ella estrellará
un sonoro beso en su mejilla.
—Ascoooo —gimió, luchando por sus muñecas con sus manos—.
¡Gérmenes de chica!
85 Ella se echó a reír, saltó hacia atrás lejos de él, la arena como satén
fresco entre sus dedos.
—Friki.
Él le sonrió, sus dientes blancos destellando a la luz malva del
anochecer.
—Lunática.
Bailó un paso hacia atrás, su pulso golpeando en su cuello, su coño
pesado con un apretón de deseo.
—Me tengo que ir.
La sonrisa de Mason se extendió más amplia.
—¿Vas a hacer algo imprudente y loco?
Ella le devolvió la sonrisa.
—Y totalmente surrealista. ¿Tú?
Él se echó a reír.
—Oh, es mejor que lo creas.
Capítulo
—U
na cara de un ángel con la mente sucia —cantaba
Nick en voz baja, estudiando del suave líquido
ámbar en el vaso de cristal en su mano—. Ruego
arder en su fuego, ruego morir en sus brazos.
Las palabras cargaron a través de él, al igual que la energía eléctrica
de una tormenta de verano, chisporroteando a través del nebuloso aire
bañado de eucalipto, haciendo que se le acelerara el pulso y el aliento se
convirtiera en jadeos superficiales. Era embriagador. Potente.
Sostuvo su vaso más cerca de su rostro, mirando las olas balancearse
besando la arena blanca más allá del balcón este, de su bungaló privado
a través del whisky quieto.
86 —Sin embargo, los brazos de su amante se estiran por más —siguió
cantando en un murmullo, cerrando los ojos, la polla ya medio erecta,
tenía espasmos en sus pantalones vaqueros—. Como un pecador voy a
arder en el fuego de él. Moriré en el fuego de él mientras ella suplica por…
—No creo que venga.
La voz baja de Aidan, hablada desde la puerta del balcón, abrió los
ojos de Nick y él levantó la copa a sus labios, tragando el whisky, el primero
desde Alemania, de un solo trago. El licor quemó su camino a través de su
garganta, un río de calor que no hizo nada para aliviar los nervios
inestables revoloteando en su estómago. Mucho más en su canción por
encontrar, por sentir... Mucho más de esta aún oculta en la niebla.
Dejando escapar una respiración suave, se volvió hacia el enorme
hombre ahora de pie junto a él, dándole una lenta sonrisa.
—Ella va a venir.
Aidan no parecía muy convencido. Los músculos en su considerable
cuerpo se tensaron y se volvió para mirar a la puerta principal.
—Ella estará aquí, Aidan —dijo Nick, asimilando la enrollada fuerza del
hombre y la taciturna aprehensión.
Los taciturnos ojos verdes se volvieron hacia él.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque te ama.
Ante la simple declaración de Nick, Aidan dejó escapar un suspiro
irregular.
—Ella no me ha dicho eso.
Nick se rió entre dientes, desplegándose de su asiento y colocando su
mano en el ancho hombro de Aidan. Había visto al tipo en pelotas, él
había sido testigo de su increíble fuerza y poder, pero al sentir los músculos
de Aidan bajo su palma, como mármol cincelado, otra ola de
impresionante apreciación rodó a través de él. La forma masculina nunca
lo había encendido antes, pero era imposible no quedar impresionado con
la pura masculinidad de Aidan.
—Sus ojos te lo han dicho, amigo. —Fijó Aidan con una mirada firme—.
Confía en mí, ella estará aquí. Te ama.
Aidan lo estudió, líneas de duda se grabaron a ambos lados de sus
ojos.
—Maldición, la cagué. —Se pasó las manos por el cabello mientras se
volvía hacia la puerta—. Debería haberle dicho…
87 Un suave golpe en la puerta de entrada lo silenció.
El corazón de Nick saltó a su garganta. Su pulso se duplicó. Se puso de
pie y miró la puerta cerrada de la cabaña, el nudo en su estómago se
retorció con más fuerza. Había dos posibilidades a lo que le esperaba en el
otro lado y tan egoísta como era, anhelaba por sólo una de ellas:
McKenzie Wood cruzaría el umbral y él encontraría el final de su canción.
La otra era demasiado sombría para considerar: le diría a Nick que no
quería tener nada que ver con él de nuevo.
El golpe vino de nuevo, más suave esta vez.
Le disparó a Aidan un vistazo rápido y encontró al hombre de pie
inmóvil.
—¿Quieres responder, o lo hago yo?
Con un sobresalto, Aidan se movió, sus músculos aglutinados se
enrollaban y flexionaban mientras caminaba hacia la puerta. Nick lo miró
envolver sus largos dedos callosos alrededor del pomo de la puerta, lo
observó girar la muñeca, observó su hombro moviéndose cuando abría la
puerta.
Un tembloroso suspiro escapó de Nick cuando McKenzie dio un paso
por el umbral, cerró la puerta detrás de ella con su planta y deslizó el suave
vestido recto y negro que llevaba puesto, fuera de sus hombros.
Cayó en un charco de tinta de material a sus pies, pero Nick en
realidad no se dio cuenta. No cuando ella estaba de pie delante de Aidan
usando nada más que una pequeña tanga de encaje negro y delicados
stilettos de charol negro. No cuando sus pechos se elevaban y caían con
tal perfección sublime, sus pezones rosados fruncidos en puntas duras, su
forma cremosa hinchada con placer anticipado.
No cuando ella miró a Aidan y le dijo:
—Y quiero rogar, pero no puedo encontrar las palabras.
La letra de la primera canción de amor de Nick, una canción que
escribió para la diosa que hace tiempo era dueña de su corazón, arponeó
su alma. La canción que McKenzie había seleccionado cuando había
llegado a ellos y les había pedido ser parte de su rapto.
Caminó hacia los dos amantes, recogiendo la bufanda de seda roja
que había puesto sobre la mesa del comedor de la cabaña antes mientras
lo hacía. El tejido fresco se deslizó sobre sus dedos de una caricia suave
que envió malvadas lamidas de deseo caliente en su ingle. Su garganta se
espesó. Oh, lo que quería hacer esta noche...
Se detuvo junto a Aidan, dándole al hombre, quien todavía miraba a
88 McKenzie con amor silencioso, una mirada firme. Su corazón latía con más
fuerza. ¿Cómo podrían no saber cuánto se amaban el uno al otro? ¿Cómo
podrían no verlo? Era tan potente, tan innegable que apenas podía
respirar. Alimentaba su excitación como nada que hubiera experimentado
antes. Lo movía, lo inspiraba. Joder, lo sacudía hasta el mismo centro de su
alma.
—Aidan… —mantuvo la voz firme—, ata las muñecas de McKenzie
detrás de su espalda.
La súbita ingesta de aliento de McKenzie, un jadeo entrecortado,
envió otra oleada caliente de hambre a la ingle de Nick. Como lo hizo la
forma en la que las fosas nasales de Aidan brillaron cuando el hombre se
volvió para mirarlo.
Levantó la mano, sosteniendo la palma hacia arriba, con los dedos
extendidos. La bufanda de seda de color rojo adornaba su palma,
vibrante y evocadora, como si estuviera viva con el futuro de aquellos en
la habitación.
Aidan lo estudió durante lo que pareció una eternidad, con la
mandíbula cerrada, y los ojos sin parpadear. Levantó la mirada al rostro de
McKenzie.
—¿Mack?
La pregunta, sólo su nombre pero lleno de esperanza tácita, fue
suficiente para hacer que la polla de Nick se inundara con sangre caliente.
Cuando McKenzie le dio a Aidan un solo movimiento de cabeza,
moviendo sus manos detrás de su espalda, empujando sus pechos hacia
adelante, Nick casi se corrió allí mismo.
La confianza, la fe que estas dos personas tenían el uno por el otro...
Dios, era exquisita.
Y tan jodidamente excitante.
Sin decir una palabra, Aidan quitó el pañuelo de la mano de Nick,
dando un paso detrás de McKenzie, elevándose sobre ella.
Nick tomó su lugar frente a ella, su mirada sostenía la suya mientras
Aidan deslizaba sus manos sobre sus hombros y hacia abajo sobre sus
brazos, la bufanda caía holgadamente entre sus dedos, acariciando su
piel cuando él llegó a sus muñecas.
—Confías en él, ¿verdad? —Las bolas de Nick se elevaron ante el
concentrado deseo en los directos ojos azules de McKenzie.
Vio a Aidan quedarse quieto, con la cabeza inclinada, su cuerpo
89 presionado cerca de la espalda de McKenzie, como si él necesitara oír una
respuesta que ya sabía. Tal vez, con Nick ahí, lo hacía.
Una pequeña sonrisa tiró de las comisuras de la boca de McKenzie.
—Confío en él.
Las bolas de Nick palpitaban y dio un paso más cerca, dejando los
muslos vestidos de mezclilla acariciar los muslos desnudos de ella.
—¿Confías en mí?
—Sí. —Ella tomó una respiración profunda, la acción causó que sus
pezones rozaran el frente de su camisa y sus bolas no sólo palpitaban, sino
que dolían—. Lo hago. Además, sé que Aidan te partirá en dos si haces
algo para hacerme daño.
Nick se rio entre dientes.
—Es cierto.
La mirada de Aidan se movió hacia él.
—Es cierto —dijo en voz baja justo cuando el grito de McKenzie llenó
la habitación y su cuerpo se puso rígido.
El pulso de Nick golpeó más fuerte en su pecho, su reacción le dijo
exactamente lo que Aidan había hecho: atado el pañuelo alrededor de
sus muñecas. Uniéndolas. Dejándola vulnerable.
Joder, sí.
El impulso de besarla, de capturar los labios y saquear su boca casi lo
abrumó, pero se mantuvo bajo control. Apenas. Girando sobre sus talones,
cruzó la habitación hasta la mesa, recogiendo otro pañuelo de seda suave
que esperaba allí. Oyó las pesadas respiraciones de Aidan detrás de él, el
sonido le afirmaba que el hombre estaba tan cerca del punto de ruptura
como él mismo. Cuándo se volvió hacia los dos, se encontró con dos pares
de ojos observándolo, ambos en llamas con un deseo tan crudo que su
pene se sacudió en sus pantalones. Pre semen escapó de su hendidura, su
calor puso resbaladiza su carne tensa.
Volvió, parándose justo delante de McKenzie, con el pañuelo
colgando de sus dedos.
—Una cara de ángel con la mente sucia. —La letra vino de él en un
ronroneo bajo—. Ruego arder en su fuego, ruego morir en sus brazos.
Alzó la mano y colocó el pañuelo con suavidad en su frente,
sosteniendo su mirada por un momento.
—Sin embargo, los brazos de su amante se estiran por más.
—Como un pecador voy a arder en el fuego de él,
90 —Voy a morir en el fuego de él mientras ella suplica por...
McKenzie levantó la barbilla.
—Más —susurró.
El gemido de Aidan retumbó en su pecho, urgente y tenso, y era
demasiado para Nick. Demasiado.
Colocó el pañuelo sobre los ojos de McKenzie, anudándolo detrás de
su cabeza y aplastó su boca con la suya.
En el mismo segundo que los labios de Nick encontraron los de
McKenzie, lo labios de Aidan encontraron su garganta. Él probó su perfume
en su piel, respiró su aroma limpio, y delicado. Por la forma en que
McKenzie se movió contra él, sabía que ya estaba luchando por controlar
el placer en su cuerpo. Sus manos estaban enrolladas en puños en la parte
baja de su espalda, y sus nudillos presionaban la superficie plana de su
vientre, justo por encima de su ingle. Su polla se sacudió en sus pantalones,
presionándose instantánea e irrefutablemente por su carne, su calor.
Acarició su cuerpo con sus manos en su lugar, sobre la curva de su
caja torácica a la curva de sus pechos. Sus pulgares encontraron sus
pezones, su pulso se aceleró ante el gemido entrecortado que la oyó
hacer a través del beso de Nick.
El cantante se separó de ella, con la boca haciendo su camino por su
garganta, hacia sus pechos hasta que capturó uno de sus pezones. Aidan
sintió los cálidos labios de Nick sobre sus dedos, sintió su lengua acariciar la
carne de McKenzie. Él sostuvo su pecho para que Nick lo succionara, los
suaves gemidos creciendo en el pecho de ella era toda la evidencia que
necesitaba para demostrar que estaba sucumbiendo a las sensaciones
que la boca del hombre provocaba en su cuerpo.
Su polla se sacudió con un aumento de necesidad. Y algo más. Algo
así como...
¿Celos?
La idea lo desconcertó. ¿Celoso? ¿Ahora? ¿Por qué ahora? Después
de todo...
Debido a que la amas, Rogers. La amas con cada fibra de tu ser.
Siempre lo has hecho y siempre lo harás.
Un gruñido bajo retumbó en su pecho y apretó los dientes. La idea de
Nick haciendo el amor con McKenzie, de tocarla...
El estómago de Aidan se llenó de nudos. Ya no más. Ya no más.
Como si sintiera la repentina tensión de Aidan, Nick levantó la cabeza
de los pechos de McKenzie, deslizando su mirada hacia la cara de Aidan.
91 Se miraron el uno al otro por un momento ininterrumpido, una pregunta en
los ojos grises de Nick.
Aidan inspiró una respiración lenta, tomando el olor de McKenzie
dentro de su ser, sintiendo su suave cuerpo contra él. Ella estaba inmóvil,
con los ojos vendados y atados entre ellos, y sin embargo, no había ni un
ápice de temor en ella. Su confianza en él estaba implícita. Indiscutible.
Oh, Cristo, la amaba. Tan condenadamente mucho.
Miró a Nick.
Nick lo miró. Él no dijo nada, ni una palabra, pero Aidan sabía lo que
iba a hacer. Con una sonrisa que Aidan sólo alguna vez podría llamar
alegre, la estrella de rock más famosa y deseada del mundo levantó la
mano a la cara de McKenzie, ahuecó su mandíbula en su palma, y luego
dio un paso hacia atrás.
Aidan tomó su lugar inmediatamente. En silencio. Se puso de rodillas,
presionando sus labios contra el vientre plano de McKenzie, explorando su
ombligo con una serie de pequeños pellizcos y mordiscos.
Ella soltó un jadeo, y otro cuando él arrastró sus labios hacia abajo
más lejos, chasqueando la lengua una vez para tocar sus pliegues suaves y
húmedos.
—Oh —susurró ella.
¿Sabía quién la estaba tocando ahora? A Aidan no le importaba.
Todo lo que quería hacer en ese momento era llenarla con el placer más
puro que podía. Darle su corazón, su alma, en un simple toque.
Le acarició los pliegues de nuevo con la lengua, y de nuevo ella
pronunció esa palabra susurrada.
—Oh.
Con manos suaves, le separó los muslos, abriendo su coño en su boca.
Él lamió su hendidura, pasando su lengua sobre su clítoris. Otra vez. Otra
vez.
La oyó gemir, un llanto débil que apenas dejaba su garganta.
Saboreó su coño con su lengua y sus labios, chupando su dulzura con
una presión suave antes de lamer su clítoris una vez más.
—Oh, sí.
Su gemido envió una oleada de sangre caliente a su ingle. Sus bolas
se levantaron. Metió su lengua en su sexo otra vez, deleitándose en el calor
húmedo de su hendidura femenina. Sabía... a divinidad.
Y él quería más.
92
Sus dedos rozaron sus caderas, apretando fuerte las mejillas de su culo
por un breve instante mientras soplaba una suave corriente de aire fresco
en sus pliegues sonrojados e hinchados.
—Por favor... —suplicó en una respiración temblorosa, rodando sus
caderas hacia delante.
Él le acarició su clítoris con la lengua, con un toque más fuerte esta
vez.
Un ligero estremecimiento la sacudió, vibrando a través de sus manos,
por sus brazos hacia su pecho.
—Por favor... —le rogó de nuevo, con voz ronca—. Oh, por favor, por
favor, necesito...
Él metió su lengua profundamente en su sexo, lamiendo sus jugos.
—Necesito...
Las palabras salían de ella en un gemido entrecortado.
Él rodó su lengua sobre su clítoris, girándolo rápidamente,
chupándolo.
—Oh, oh.
Él metió la protuberancia sensible en su boca, capturándola con los
dientes una fracción de segundo antes de chuparlo una vez más.
—Oh Dios, por favor...
Chupó con más fuerza. Chasqueó la lengua sobre él. Ahondado
profundamente en su calor cremoso y luego chupó su clítoris de nuevo.
—Oh, por favor, por favor.
Sus caderas se curvaban hacia adelante. Sus nalgas se enrollaban. Él
oyó su aliento volviéndose jadeos rápidos y superficiales que convirtieron
sus bolas en globos atroces de necesidad urgente.
Él acarició sus dedos sobre sus caderas, hasta su vientre, como si las
puntas de sus dedos fueran plumas sobre la curva de sus pechos,
acariciando sus pezones erectos y luego regresando sus manos a sus
caderas. Pasó la lengua sobre su clítoris, luego alrededor de la punta y lo
chupó dentro de su boca.
—Oh, por favor. —La súplica gemida fue apenas más que un suspiro—
. Por favor.
Él pasó sus manos de nuevo sobre los muslos de ella, extendiendo más
ampliamente sus piernas, concediéndole a sus dedos, y a su boca, mayor
acceso, hasta el mismo centro de su calor, y chasqueó la lengua una y
93 otra vez sobre su clítoris. Deslizó sus dedos en su empapado canal y
acarició el lugar más dulce de sus paredes internas.
Ella se corrió. Con un grito de lamento y un sacudón de
estremecimiento.
Aidan cerró los ojos, apretando su cara en su centro, bebiendo su
liberación, mientras supuraba de ella.
Él nunca se cansaría de ello, de darle este placer incondicional. Él
nunca...
—Te amo, Aidan.
La voz de McKenzie acarició su corazón. Él abrió sus ojos, casi sin
atreverse a respirar.
Ella inclinó la cabeza hacia él, el pañuelo ocultando sus hermosos ojos
frescos y expresivos de él.
Él no se movió. ¿Escuchó correctamente? ¿Lo hizo?
—¿Me has oído, Rogers? —murmuró, sus labios se acurrucaron en una
lenta sonrisa—. Te amo. Te amo tanto que no te golpearé por tomarte
tanto tiempo en decirme que también me amas.
Antes de que pudiera detenerse, Aidan se levantó de un salto, un grito
de alegría, o algo así, salió de él cuando levantó a McKenzie en sus brazos
y reclamó sus labios con los suyos.
Ella le devolvió el beso, su lengua se apareó con la de él, feroz,
exigente y demandante. Toda McKenzie. Y todo McKenzie era todo lo que
amaba.
La besó hasta que su cabeza le daba vueltas y su ingle palpitaba, y
cuando él temía dejarla caer, la puso de pie y deslizó el pañuelo fuera de
su cara.
—Yo también te amo, Mack, por si acaso no has captado eso aún.
Ella puso los ojos en blanco.
—Una chica tendría que ser bastante estúpida para no hacerlo.
Él se rio, acercándola más.
—Sí, estúpida es una buena palabra.
Ella golpeó su puño contra su pecho, dándole una mirada burlona.
—¡Oye!
—¿Cómo sabías que era yo? —preguntó, mirando sus ojos.
Ella sonrió.
—¿Quién más podría hacerme sentir así?
94
Él arqueó una ceja.
—¿Así cómo?
Su sonrisa se extendió más amplia.
—¿Como si nada más importara en el mundo excepto yo?
Una tos suave a la izquierda de Aidan les hizo sobresaltarse y él se dio
la vuelta, más que un poco de avergonzado al descubrir que se había
olvidado por completo de la presencia de Nick en la habitación.
La estrella de rock estaba sentada en una de las sillas de cuero bajas
de la cabaña, con su tobillo descansando sobre la rodilla doblada, y un
brazo colgado casualmente sobre el respaldo de la silla. Su cuerpo estaba
relajado y calmado, sus labios se curvaron en una sonrisa fácil. Sobre su
regazo yacía el vestido de McKenzie, sus dedos bailan sobre su tela suave
como si se tratara de las cuerdas de una guitarra.
—Ahora eso fue algo bello.
McKenzie se rio y apoyó la mejilla contra el pecho de Aidan. Su
frecuencia cardíaca se perdió un latido ante la simple intimidad y se
preguntó si alguna vez se acostumbraría a la maravillosa sensación de ser
tocado por ella. Probablemente no. Infiernos, no quería hacerlo. Nunca.
Inclinó la cabeza y le besó la parte superior de la de ella, no por otra
razón sino porque podía.
Su frecuencia cardíaca se tropezó de nuevo. Cristo, se sentía increíble.
Nick parecía reconocer su alegría. La sonrisa del hombre tembló, sus
ojos brillaban felicidad gris.
—¿Creo que estoy autorizado a decir que te lo dije en ese momento,
Aidan?
Aidan le pasó las manos por los brazos a McKenzie y, con un rápido
tanteo de la bufanda en sus muñecas, la liberó de sus ataduras de seda,
mirando a su cara vuelta hacia arriba.
—Sí, supongo que puedes.
Un segundo de silencio pasó antes de que Nick se aclarara la
garganta de nuevo.
—Tengo que actuar en Evoque en unos pocos minutos. —Él descruzó
su pierna y se movió en la silla hasta que parecía tan alejado de irse que
Aidan se preguntó si había lo escuchado mal—. Pero antes de irme, tengo
la exclusiva de McKenzie que contar.
McKenzie se tensó contra Aidan, sus manos llegando a descansar
sobre el estómago de él mientras le daba a su cabeza una fuerte sacudida
95 de desacuerdo.
—No, no la quiero. El mundo no necesita saber por qué estabas…
Antes de que la mandíbula de Aidan se pudiera caer, Nick la
interrumpió con una risa, levantando la palma.
—Está bien, Srta. Wood de Goss Weekly. Quiero contarte.
McKenzie se quedó muy quieta en brazos de Aidan. Su corazón
aporreaba el pecho de él, rápido, rápido. Ella capturó su labio inferior con
los dientes, royéndolo mientras consideraba la oferta de Nick. La vista de
esta incertidumbre envió una irracional oleada de orgullo a través de
Aidan. Aquí estaba la mujer que hacía menos de doce horas atrás había
querido soltar la sopa sobre lo oscuro secreto que Nick Blackthorne
albergaba. Pero ahora...
—En verdad, Mack —dijo Nick desde su silla, el uso de su apodo le
envió una inexplicable cantidad de felicidad a través de Aidan.
McKenzie volvió su mirada a Aidan por un momento, lo
suficientemente largo para que él la viera esperando por su reacción. Un
ligero ceño fruncido tiró de las cejas de ella.
Él se encogió de hombros.
—Eres periodista, Mack. —Él le dio un codazo y un ligero empujón,
haciéndole saber exactamente lo pensaba de la situación—. ¿Podría dar
un paso atrás y ver una casa quemándose?
Con un asentimiento, ella se acercó a Nick, recuperando su vestido
de sus dedos mientras se lo ofrecía. Ella se contoneó dentro de él, la tela
caía sobre su cuerpo delgado como líquido negro. Aidan dejó salir una
respiración lenta. Sí, no había esperanza en el infierno de que se
acostumbrara a estar enamorado de ella. Ni una esperanza en el infierno.
—Está bien —dijo ella, y él tuvo que reírse del repentino tono brusco
de su voz, toda negocios, sin sentido y seria—. Dame mi exclusiva.
96
Capítulo
—H
ace dos años me enteré que era adoptado.
La calmada declaración de Nick hizo a
McKenzie parpadear. Eso no era lo que ella había
estado esperando en absoluto. Había esperado... ¿qué? En realidad, ella
no tenía ni idea. Después del último día, nada sobre Nick Blackthorne era lo
que ella había pensado que era.
—¿Dos años? —dijo Aidan detrás de ella, y ella miró por encima del
hombro, dándose cuenta que se había apoyado contra el borde de la
mesa con los tobillos cruzados. El fondo de su vientre se tensó y luchó
contra el impulso de sonreír. Maldita sea, se veía caliente. Caliente y
follable—. ¿En el tiempo que tus padres murieron en ese accidente de
97 coche?
El espacio de tiempo hizo a McKenzie parpadear de nuevo. Su mente
de periodista se apresuró a conectar los puntos.
—Sí —respondió Nick, su voz extrañamente carente de emoción—. Mi
estado adoptado me fue revelado durante la lectura de su testamento.
Junto con el hecho que tenía un hermano tres años menor que yo.
El aliento de McKenzie quedó atrapado en su garganta. Treinta y
cinco años de no saber. ¿Treinta y cinco años de pensar que eras una
persona sólo para descubrir que no lo eras? Y luego ¿descubrir que tenías
un hermano del que no sabías nada? La tensión en su vientre se convirtió
en una sacudida agitada. Pensó en su hermanos, los seis de ellos. Claro,
ella había querido matar a más de uno de ellos al crecer, Mason en su
mayor parte, pero ¿no tenerlos en su vida? ¿No saber acerca de ellos...?
No.
Ni siquiera podía comenzar a comprenderlo.
—Por Dios. —El murmullo apenas audible de Aidan susurrado detrás de
ella, pero ella no podía apartar su mirada de Nick.
Él le dedicó una sonrisa irónica.
—Decir que fue un shock es un poco un eufemismo.
Aidan soltó un bufido.
—Al parecer, mis padres… —Nick hizo una pausa, un frustrado ceño
fruncido tirando de sus cejas—, mis padres no biológicos intentaron
adoptarlo también, pero se les negó la solicitud. No sé por qué. No fue
mencionado en el testamento y nunca pude averiguarlo.
McKenzie fue hasta el asiento junto a Nick y se sentó en él, que se
encaramada en el borde acolchado.
—¿Pero descubriste todo lo demás?
Él dejó escapar un suspiro.
—Me tomó dieciocho meses de luchar contra los trámites
burocráticos, pero lo hice. Mi nombre de nacimiento es Nicolas Schulze, mi
madre biológica era una joven alemana que vive ilegalmente en Australia
y el nombre de mi hermano… —dejó escapar otro suspiro, el aliento un
chorro desgarrador de aire—… era, Derek.
—¿Era?
La sola palabra pregunta se sintió como polvo en la lengua de
McKenzie. Esta no era la exclusiva que ella imaginó. Que Nick estaba
compartiéndolo con ella, en el expediente, hizo su garganta sofocarse.
98 Dios, ¿cómo no había conocido esto el mundo?
—¿Dieciocho meses para encontrarlo? —preguntó Aidan
suavemente—. Así que, ¿hace seis meses al de hoy? Por esos tiempos
cancelaste tu gira mundial.
Nick asintió, dando a Aidan una sonrisa irónica.
—¿Tienes una línea de tiempo de Nick Blackthorne en la cabeza,
amigo?
Aidan se rió entre dientes.
—Compré boletos. Iba a sorprender a Mack con ellos.
Nick hizo una mueca.
—Bueno mierda. ¿Espero que hayas conseguido tu dinero de regreso?
Aidan le dio una sonrisa.
—Sí. Compre dos boletos para U2 con él.
La risa de Nick brotaba de su pecho.
—Bueno, Bono a podría servirle el dinero extra. —Se rio de nuevo, y sin
embargo, McKenzie no podía dejar de notar que la alegría no alcanzó sus
ojos. Todavía estaban... perseguidos.
—¿Qué le pasó a Derek, Nick?
El pecho de Nick dejó escapar un suspiro silencioso. Él apartó la
mirada, su atención se centró en las aparentemente amplias vistas
exteriores de las puertas de cubierta abiertas de su bungalow. McKenzie
dudaba que viera el Océano Pacífico—. Finalmente sí encontré a Derek en
Alemania. Tomó varias semanas establecer cualquier tipo de relación con
él en absoluto. Al parecer, nuestra madre, muerta hace mucho tiempo por
una sobredosis de drogas en ese momento, no había sido la más amorosa
de los padres. Ni el mejor modelo a seguir. Derek creció siendo arrastrado
de una comuna a otra. Para cuando tenía dieciséis años, había sido
agredido sexualmente por más de uno de los compañeros de nuestra
madre.
El aire abandonó los pulmones de McKenzie en un jadeo afilado. Ella
no sabía qué decir. Tampoco, al parecer, tenía Aidan, quien estudió al
cantante con una mandíbula apretada y la nariz aleteando, con los brazos
cruzados sobre su ancho pecho, tenso y duro.
Nick movió su mirada de la puerta abierta y del calmante océano al
atardecer pintado más allá.
—Él estaba trabajando en las calles de Berlín. Era adicto a casi todas
99 las jodidas drogas que un traficante puede vender y follaba todo lo que le
ofrecía un golpe.
Su voz era plana. Él se detuvo. Tragó.
—Lo siento, Nick. —McKenzie atrapó su labio inferior con los dientes—.
No tienes que decirme más. No soy…
Él negó con la cabeza.
—Shhh, Mack. Hay un final feliz para esta historia, lo prometo.
A McKenzie le resultaba difícil creerle. ¿Feliz? No es de extrañar que los
dos últimos años hubieran estado llenos de informes de Nick Blackthorne
actuando maleducado y agresivo. No es de extrañar que haya cancelado
todas las actuaciones en vivo. Mierda, ¿con esto de tratar?
Ella frunció el ceño.
—Hice todo lo que pude para ayudar —Nick continuó, sosteniendo su
mirada. Su fuerza la hizo tambalearse—. Él se limpió de todo lo que pudo,
pateó tantas adicciones como pudo, excepto... —Él limpió la boca con su
mano—. Derek era bisexual, pero uno de sus llamados “padres” intentó
quitárselo a golpes a la edad de dieciocho años. Un mes después de
encontrar a Derek tuve que regresar a Estados Unidos por obligaciones
contractuales con mi sello discográfico. En el momento en que regresé a
Alemania, Derek se había admitido en la clínica del sexo Vergnügen.
Estaba convencido que era un enfermo, un pervertido sexual adicto que
necesita ser curado. Nada de lo que yo ni los médicos dijeron iba a
cambiar su mente. Me pasé los días y las noches con él en la clínica,
haciendo todo lo posible para ayudar al hermano que nunca había
conocido y que había visto que no había nada malo con sus opciones
sexuales.
Se detuvo y miró por la ventana.
—Él cometió suicidó hace dos semanas. Lo encontré en un charco de
su propia sangre en el suelo de su habitación después de regresar de una
reunión con sus médicos.
—Por Dios —Aidan murmuró, haciendo a McKenzie saltar. Ella
parpadeó, sus ojos escociendo, la boca seca—. ¿Hay un final feliz a esto?
—Lo hay. —Nick se apartó de la ventana—. Ustedes dos.
—¿Perdón?
Ella había hecho la pregunta antes de darse cuenta. ¿Ella y Aidan?
¿Cómo podían ella y Aidan ser el felices para siempre de esta historia?
Nick sonrió, la primera acción verdaderamente relajada que había
visto de él desde que comenzó su “exclusiva”.
100 —Ustedes dos. Yo había perdido todo sentido de la vida, de la
felicidad, verán. Joder, no podía ver ningún color en el mundo, no podía
oír cualquier música en los días hasta que los vi juntos esta mañana. Yo
estaba roto. Dudaba que amor real, la verdadera alegría existía.
Él dejó escapar un suspiro y una sonrisa suave.
—Su evidente amor me ha sanado y por eso, nunca podré
agradecerles lo suficiente.
—Wow. —A McKenzie no se le ocurrió nada más que decir. Ni una sola
cosa. Por suerte, Aidan podía.
—No te preocupes, amigo. Recuérdame que te envíe la factura más
tarde.
La ocurrencia inesperada hizo a Nick reír. Realmente reír. Él negó con
la cabeza, sonriendo a Aidan.
—Trato, aunque estoy bastante seguro que puedo pensar algo mejor.
—Él se volvió hacia McKenzie, desplegándose desde su asiento con una
ágil facilidad directamente hacia ella—. Y ahí tienes tu exclusiva, Sra.
Wood. Todo en el expediente. ¿Sólo hazme un favor?
Ella asintió, todavía incapaz de encontrar su voz. Que Nick hubiera
compartido eso con ella y Aidan. Que ella y Aidan pudieran haberlo
afectado mucho. Que su amor el uno por el otro...
—No lo escribas para Goss. —Él le dio una mirada que sólo podría
describir como de conocimiento—. Hice una rápida búsqueda en Google
de tus cosas antes de venir a tu suite esta mañana. Escribe para la revista
Time o Rolling Stone. Es el lugar donde mereces estar.
La boca de McKenzie se abrió. Ella lo miró fijamente, por tercera vez
en veinticuatro horas perdió las palabras.
Junto a ella, Aidan se rio, el sonido de un bajo y ligero estruendo de
satisfacción.
—Lo hará. Confía…
Sonó el teléfono.
—Mierda. —Nick le disparó al reloj en su muñeca un vistazo rápido—.
Debería estar en el Bar Evoke. —Volvió a mirar a Aidan, dándole una
amplia sonrisa—. Conozco la urgencia de quedarte aquí y hacer
largamente el amor apasionado y loco a esta mujer es, jodidamente
irresistible, pero ¿prométeme que te controlarás sólo por una hora o un
poco más? Ambos necesitan estar en esta fiesta de apertura, ¿de
acuerdo?
101 Ignorando el teléfono aún sonando, le extendió la mano a Aidan, que
tomó los dedos largos y delgados con sus propios fuertes y callosos en una
sacudida firme.
—Trato. —Aidan asintió, y esos ojos verdes de él se deslizaron a
McKenzie, su mirada tan caliente que su coño se contrajo con un latido
ansioso—. Pero sólo por una hora. Después de eso, voy a llevarla de vuelta
a nuestra suite y hacer el amor con ella hasta que salga el sol.
Nick se echó a reír, y con un suave beso en los labios de McKenzie, se
volvió y paseó por la habitación, recogiendo el maltratado estuche de
guitarra desde el sofá de cuero de lujo del bungalow mientras se dirigía a
la puerta.
McKenzie lo vio girar la puerta cerrada detrás de él, el débil sonido de
su zumbido cosquilleando en sus oídos antes de que la habitación
estuviera en silencio una vez más.
—Bueno. —Las manos de Aidan acariciaron su cintura, los brazos
tirando de ella ligeramente hacia atrás hasta que se acurrucó contra su
cuerpo grande y duro—. Me prometiste el viaje de una vida, Wood
McKenzie —murmuró en su oído, sus labios rozando su piel—, y seguro
como el infierno lo entregaste. Recuérdame nunca dudar de ti otra vez.
Cerró los ojos y se apoyó en su firme abrazo.
—¿Puedo tener eso por escrito?
Él se echó a reír, un saludable resoplido de satisfacción.
—Nunca en tu maldita vida.
Ella se retorció en sus brazos, mirándolo con una ceja levantada.
—¿Perdón?
En respuesta, sus labios rozaron los de ella, sus manos encontrando su
camino a su trasero para acunarlo en una caricia no tan suave.
—Vamos —gruñó, levantando la cabeza lo suficiente para mirarla a la
cara—, le prometí a la estrella de rock más famosa del mundo que no te
haría el amor por una hora y si no nos vamos de esta misma sala ahora me
veré obligado a romper esa promesa.
Y, mientras el coño de McKenzie comenzó a latir de nuevo con
hambre en su declaración, él la hizo girar sobre sus talones y la empujó
lejos de él.
g
Nick Blackthorne se acercó al pequeño nivel elevado que Kylie
102
Sullivan había proporcionado para actuar como un escenario, sus dedos
se curvaron cerrándose sin apretar la manija de la caja de la guitarra. A su
alrededor, la discoteca vibraba con los sonidos de la gente disfrutando de
las ofrendas de apertura, finos alimentos, buen vino y la más impresionante
vista de la isla.
El Bar Evoke era, nada menos que, evocador. La discoteca principal
del complejo estaba iluminada con luces cálidas y tenues que hicieron las
superficies de madera y de acero pulido verse como oro líquido.
Una pared completa era de vidrio, proporcionando a la multitud ya
reunida en el club una vista ininterrumpida del Pacífico en calma y del
cielo profundo de color púrpura más allá.
Nick no estaba ni remotamente interesado en nada de eso.
Se acercó al banquillo solitario esperando por él en el centro del
pequeño escenario, poniendo la caja de la guitarra en el suelo al lado de
él. Habían pasado casi dos años desde que había sostenido cualquier tipo
de instrumento musical, por no hablar de la vieja guitarra acústica de doce
cuerdas descansando dentro de las paredes maltratadas del estuche. Dos
largos años. Él puso sus manos sobre la tapa cerrada, la oscuridad del
hasta ahora, escenario no iluminada proporcionándole el ocultamiento
para estudiar a los invitados dispersados a su alrededor, que actualmente
no se percataban de su presencia.
Él no estaba interesado en ellos tampoco. Bueno, no todos ellos.
Una ovación estalló a su derecha, seguida de un fuerte:
—Ya era maldita hora Rogers —y un igualmente fuerte— Bien por ti,
pareja —Nick sonrió, viendo mientras dos hombres, uno que
surrealistamente se parecía mucho a una versión masculina de McKenzie,
golpear a Aidan Rogers en la espalda, la copia al carbón de McKenzie
extendiéndose para restregar el pelo de Aidan.
Nick dejó escapar una risa suave.
—Mis sentimientos, exactamente —murmuró, su corazón volviéndose
más pesado cuando los labios de Aidan se extendieron en una amplia
sonrisa. El gran bombero bajó la cabeza, y Nick no podía dejar de notar
que Aidan nunca apartó la mirada de McKenzie.
Él se rio entre dientes, abriendo de un tirón los cerrojos del estuche de
su guitarra.
Amor. Tan ineludible, cruda e ingobernable emoción. Complicada y
llena de grandes momentos de terror absoluto, el amor era el único regalo
más maravilloso que una persona puede experimentar. Y para alguien
103 como él, la musa más elemental. ¿Quién hubiera pensado que su musa
tomaría la forma de dos almas gemelas que nacieron para ser mucho
más? De amigos a amantes. Una canción esperando ser cantada.
Él observo mientras McKenzie levantó su cara hacia Aidan.
Observó mientras la periodista con su vida en sus manos talentosas se
extendió y tiró de Aidan hacia abajo en un beso que era a la vez atrevido
y lleno de promesas.
—Una cara de un ángel con la mente sucia —susurró, las palabras
deslizándose en un ritmo que se encuentra en lo profundo de su alma.
Levantó la tapa de su estuche, tocó los dedos a las cuerdas de acero
de su vieja guitarra, trazando la línea de una hacia abajo por el cuello
hasta llegar a la boca de la guitarra. La fricción casi imperceptible de la
piel en el acero estirado lo llenó de una calidez profunda, sus bolas
levantándose, su ritmo cardíaco acelerándose antes, con una confianza
constante, cerró sus dedos alrededor del cuello de la guitarra y la retiró de
su lecho de terciopelo gastado.
Un bajo estremecimiento lo recorrió.
Él se puso de pie y se encaramó en el borde del banquillo, disfrutando
del anonimato que las sombras oscuras le proporcionaron.
Sosteniendo su guitarra en su regazo, él permaneció inmóvil,
observando a los invitados moverse alrededor del club, escuchando los
sonidos de ellos disfrutando de sus comidas mientras se relajaban en la
compañía de otros. Una y otra vez, su atención volvió a Aidan y McKenzie
donde se sentaron con un pequeño grupo de personas, arrastrando algo
parecido a la comodidad de su presencia distante. Su tiempo con ellos
había terminado, pero él nunca, nunca los olvidará. Le habían dado la
música de nuevo. Dado esperanzas después de pensar que la esperanza
ya no sabía su nombre.
Cerró los ojos y dejó que el ambiente de noche rodara sobre él,
escuchando las canciones en las conversaciones de los invitados, oyendo
el ritmo de sus risas y la música en sus movimientos.
Diez, quince minutos más tarde, no estaba muy seguro, abrió los ojos
y asintió a un hombre silencioso esperando a la izquierda del escenario.
Con la gracia apresurada, el hombre subió al escenario, colocó un
micrófono a unos cuantos pies de distancia de Nick y luego se escabulló
fuera del escenario.
El corazón de Nick golpeó una vez. Duro en su garganta.
Él tocó sus dedos a las cuerdas de su guitarra, una vez más, las
acarició y luego, con un claro bajo de su aun tensa garganta, tomo el
104 familiar del instrumento musical de madera bajo su brazo derecho.
Un solo rayo de luz reveló su presencia en el escenario, un silencio
cayendo sobre esos seleccionados por Kylie Sullivan para experimentar la
apertura preliminar del complejo, mientras se dieron cuenta que él estaba
sentado en el escenario.
Oyó su nombre susurrado por una docena de voces o más.
Oyó su sangre rugir en sus oídos.
Oyó a su corazón latir en su pecho.
Oyó la voz de un fantasma de hace una eternidad murmurar su
nombre con placer, oyó a la diosa pedirle cantar, cantar para mí, amante.
Acarició las cuerdas una vez más antes de levantar la cabeza y mirar
a la multitud en silencio.
—Para McKenzie y Aidan. —Le sonrió a las dos personas que lo habían
cambiado para siempre—. Quiénes me mostraron el amor y me dieron
vida. Esto, señoras y señores, es “Tropical Sin”.
Sus dedos encontraron las notas en su guitarra, una melodía sencilla y
aun así compleja, y luego las palabras encontraron su lengua.
105
Fin
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Love's Rhythm (Heart of Fame # 1)