Teoria Implicita de La Personalidad

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¿Quien nunca se ha generado una primera impresión equivocada sobre alguien?

Todo el
mundo, en mayor o menor medida, juzga a los demás en función de lo que primero se ve.

Es habitual que, si se ve una persona guapa, se asuma que es también carismática y cálida, o si
se ve a una persona que lleva gafas de pasta, se presupone que será inteligente y responsable.

Las teorías implícitas de la personalidad se relacionan con la forma en que se hacen


inferencias sobre otras personas en base a lo poco que se conoce de ellas. Son ampliamente
aplicadas en el día a día y tienen unas profundas repercusiones a nivel social.

Veamos con más detalle su definición, qué factores influyen en la formación de primeras
impresiones y cuales son las implicaciones en la sociedad.

Teorías implícitas de la personalidad: ¿qué son?

Las teorías implícitas de la personalidad son los sesgos que una persona puede cometer
cuando se forma impresiones de otras personas a las que no conoce, en base a una cantidad
de información limitada.

Ciertos factores influyen en la forma en cómo se generan las primeras impresiones sobre los
demás, como lo son el contexto, los prejuicios que tenga el propio individuo, además del
estado de humor o los rumores que se hayan extendido sobre la persona prejuzgada.

La primera definición sobre este tipo de teorías fue dada por Bruner y Tagiuri en 1954,
definiéndolas como el conocimiento que se tiene sobre una persona y la forma en que se
utiliza tal conocimiento para realizar inferencias de su personalidad. Sin embargo, entre los
primeros quienes abordaron este concepto está Solomon Ach, quien, a mediados de los 40’,
llevó a cabo investigaciones para especificar qué factores influían en la formación de estas
primeras impresiones.

Teorías generales sobre este concepto

Dos han sido las teorías que han tratado de explicar en más profundidad cómo y por qué las
personas, cuando vemos a otro individuo con unas características y rasgos
determinados, generamos inferencias sobre su personalidad, suponiendo su comportamiento
y forma de ser.

Teoría de la consistencia

Esta teoría hace referencia en la forma en cómo una nueva impresión generada se relaciona
con lo que ya se sabía sobre la persona a la que se juzga.

Si se han visto rasgos positivos en la persona juzgada, es probable que se presuponga que el
resto de sus rasgos también son deseables. En cambio, si lo observado era negativo, se
presupondrá que la persona tendrá mayormente características no deseables.

Teoría de la atribución

Esta teoría describe cómo las personas ven que los rasgos asumidos en otros individuos se
mantienen estables a lo largo del tiempo. Es decir, se ve como si las características atribuidas a
otra persona se mantuvieran constantes a lo largo de la vida del otro individuo.

Dentro de esta teoría hay dos posiciones:


Por un lado, la teoría de la entidad, que sostiene que los rasgos de personalidad son estables
a lo largo del tiempo y de las situaciones, y que se pueden hacer suposiciones del
comportamiento de la persona en términos generales partiendo de un reducido repertorio de
sus conductas.

Por el otro lado se encuentra la teoría incremental, que sostiene que los rasgos son algo más
dinámico, variable a lo largo del tiempo.

Factores que influyen en las teorías implícitas de la personalidad

Estos son los elementos que entran en juego en las teorías implícitas de la personalidad.

1. Rasgos centrales vs. rasgos periféricos

Al observarse por primera vez a una persona o recibir información previa sobre ella, los rasgos
vistos no son igualmente tenidos en cuenta. Hay rasgos que destacan por encima de otros.
Dentro de la investigación llevada a cabo por el propio Asch, esta idea fue fundamental.

Los rasgos centrales son aquello que ejercen un mayor protagonismo y fuerza en la
formación de la impresión, mientras que los periféricos son aquellos a los que no se les
atribuye tanta importancia, teniendo un menor peso en la formación de la impresión.

Asch pudo observar esto mediante su investigación. En uno de sus estudios, pidió a unos
participantes que se formaran una impresión de una persona descrita como ‘inteligente,
habilidosa, trabajadora, cálida, enérgica, práctica y precavida’, mientras que a otros les pidió
que la hicieran de una persona descrita como ‘inteligente, habilidosa, trabajadora, fría,
enérgica, práctica y precavida.

Vio que, pese a cambiarse únicamente un rasgo, las impresiones que se formaban los
participantes diferían significativamente. Además, cuando les preguntó que responderán qué
rasgos les parecían más destacables, ‘cálido’ y ‘frío’ destacaban sobre el resto.

También, pudo observar que cuando se colocaba un rasgo central visto como negativo, como
es el caso de ‘frío’, se imponía su signo, aunque el resto de rasgos periféricos fueran positivos.

2. Efecto de los rasgos del observador

Las personas nos autoatribuimos rasgos. Cuanta mayor importancia le atribuimos a un


determinado rasgo sobre nosotros mismos, más probable es que lo veamos en los demás.
Claro está, el rasgo en cuestión variará en función de la persona y el contexto ejerce un rol
importante.

Por ejemplo, si uno mismo se considera muy extravertido, al encontrar a otras personas
extravertidas, la impresión que se generará de ellas tenderá a ser más positiva. También, si
uno se ve a sí mismo como más reservado, al encontrarse con personas también poco
sociables las verá como más deseables.

Una de las explicaciones detrás de este fenómeno sería la percepción de ver a las personas
con características similares a las propias como miembros del endogrupo, al igual que sucede
cuando se ve a una persona de la misma etnia, cultura o religión.

Al considerarlas partes del mismo grupo en tanto a una característica de personalidad o rasgo,
se tiende a sesgar la primera impresión en términos positivos.
3. Rellenar huecos

A veces, y por muy simple que pueda parecer, las personas, cuando recibimos poca
información sobre los demás, procedemos a ‘rellenar los huecos’ que hayan sobre su
personalidad, atribuyéndole rasgos coherentes con lo que ya se ha visto.

4. Efecto de primacía

Se otorga un mayor peso a la información que ha sido primeramente recibida en comparación


con la que ha venido después.

Los primeros rasgos observados definirán la dirección en la que se vaya haciendo la


impresión, haciendo que se analicen en función de lo que ya se ha supuesto primeramente.

5. Estado de humor

El humor puede influir en la forma en la que se genere la primera impresión .

Estar de buen humor favorece que se analice de forma más integral y holística a la otra
persona, teniéndose en cuenta todos sus rasgos o tratando de tener la máxima información
sobre ella.

En cambio, si no se está teniendo un buen día, es más común optar por una estrategia en la
que se centra la atención sobre detalles y rasgos concretos.

Además, hay cierta congruencia con el estado de humor y la impresión que se ha realizado. Si
se está de mal humor hay más probabilidad de que la primera impresión que se haga de otra
persona sea negativa.

Implicaciones de este tipo de teorías psicológicas

Las teorías implícitas de la personalidad implican muchas consecuencias a nivel social,


especialmente cuando se juzga de forma equivocada a los demás. También, se ha sugerido que
este tipo de formas de generarse impresiones influyen sobre la memoria a la hora de recordar
a los demás, recordándose, especialmente, los rasgos y conductas vistas en la persona que
son acordes a cómo era la primera impresión generada.

Se las ha asociado con el grado en el que se evalúa una determinada acción de los empleados
por parte de los supervisores. Por ejemplo, si un trabajador presenta un rasgo destacable que
sea positivo para la organización, su jefe presupone que puede tener otros rasgos también
positivos y se genera la primera impresión en base a ello.

Todo esto se puede relacionar con dos fenómenos.

En primer lugar, tenemos el efecto halo, que es la tendencia de concluir que los rasgos de una
persona son todos positivos si muestra una pequeña cantidad de ellas, o, por el contrario, si
solo muestra unas pocas negativas, se asume que el resto también lo serán. Se podría
simplificar este hecho con categorizar a las personas como indudablemente buenas o
indudablemente malas en función de unas pocas conductas vistas.

En segundo lugar, el atractivo físico suele influir en la forma en la que se da la impresión. Si


una persona es guapa, se suele asumir que tendrá características socialmente deseables,
mientras que si una persona no es, más bien, agraciada, se presupondrá que presenta
características negativas. Esta idea es popularmente conocida, por ese motivo existe el dicho
de ‘no juzgues a un libro por su portada’.
Teoría Implícita de la Personalidad
Aunque una gran parte de la investigación sobre la personalidad se ha dedicado a determinar
la estructura jerárquica de los rasgos de personalidad (por ejemplo, la estructura de los Cinco
Grandes: neuroticismo, extraversión, amabilidad, conciencia y apertura a la experiencia),
parece probable que los profanos también posean cierto conocimiento intuitivo de la
estructura de la personalidad. De hecho, el concepto de rasgo central de Asch supone que los
profanos poseen algún conocimiento intuitivo sobre las relaciones entre los rasgos de
personalidad. Si no fuera así, todos los rasgos serían iguales, ninguno más central, o más
periférico, para la formación de impresiones que otro.

El término teoría implícita de la personalidad (TIP) fue acuñado por Bruner y Tagiuri (1954 –
ese año estaban ocupados) para referirse a “las teorías ingenuas e implícitas de la
personalidad con las que la gente trabaja cuando se forma impresiones de los demás”. Bruner
y Tagiuri entendían que la percepción de la persona implicaba “ir más allá de la información
dada”, combinando la información extraída del estímulo con la suministrada por los
conocimientos preexistentes. En otras palabras, en el curso de la percepción de la persona,
ésta debe hacer uso de los conocimientos que posee sobre las relaciones entre los diversos
aspectos de la personalidad.

 La teoría implícita de la personalidad es “ingenua” en el sentido de que no es el


producto de una investigación formal, sino que se construye a partir de la experiencia
de la vida cotidiana.

 La teoría implícita de la personalidad es “implícita” en el sentido de que las personas


no son especialmente conscientes de los conocimientos que utilizan y de las
suposiciones que hacen al formarse impresiones sobre la personalidad.

Las teorías implícitas de la personalidad de las personas pueden ser muy diferentes de las
teorías formales de los investigadores de la personalidad. De hecho, comparadas con las
teorías formales resultantes de una investigación metodológicamente rigurosa, pueden ser
incluso erróneas. Pero, correctas o incorrectas, se utilizan en el curso de la percepción de la
persona.

Definición de la teoría implícita de la personalidad

El dominio de la TPI fue explicado con más detalle por L.J. Cronbach en su contribución a un
libro de 1954 sobre la percepción de la persona editado por Bruner y Tagiuri (fue un año muy
bueno para la percepción de la persona). Cronbach analizó la IPT en el contexto de las
valoraciones de la personalidad realizadas por los jueces en la investigación tradicional de la
personalidad orientada a los rasgos, y sugirió que, además de la información derivada de las
observaciones del juez sobre el objetivo, las valoraciones estarán influidas por la “descripción
del juez del Otro generalizado”, es decir, por las creencias del juez sobre cómo son las
personas en general. En opinión de Cronbach, la IPT consta de varios elementos:

 una lista de las dimensiones importantes de la personalidad;

 una estimación del valor medio de cada dimensión dentro de la población;

 una estimación de la varianza de cada dimensión dentro de la población;

 una estimación de las covarianzas o correlaciones entre las distintas dimensiones.


Por supuesto, estos son también los elementos de las teorías formales y científicas de la
estructura de la personalidad.
Cronbach creía que la TPI era ampliamente compartida dentro de una cultura, pero reconocía
que también podía haber diferencias individuales en la TPI. Por ejemplo, algunas personas
pueden suponer que la mayoría de la gente es amable y bienintencionada, y eso se convierte
en la “opción por defecto” cuando hacen juicios sobre alguna persona concreta; pero otras
personas pueden suponer que la mayoría de la gente es hostil y agresiva. Además, sugirió que
puede haber diferencias culturales en la TPI. Por ejemplo, dentro de la cultura occidental, la
TPI parece centrarse en grupos de rasgos, o en diferencias individuales estables en las
disposiciones de comportamiento; pero otras culturas podrían tener visiones más
“situacionistas” o “interaccionistas” de la personalidad.

Siguiendo a Cronbach, un concepto ampliado de la teoría implícita de la personalidad podría


un conjunto de supuestos altamente abstractos y generalizados sobre:

 La naturaleza humana

 Las causas del comportamiento en general

 Los orígenes de las diferencias individuales

 Los rasgos fundamentales de la personalidad

Y también podría ser, en el caso de culturas como la nuestra, otro conjunto de supuestos más
específicos relativos a estos rasgos, como:

 El número de rasgos básicos

 Sus nombres

 La posición media de la población en cada rasgo

 La varianza de la población para cada rasgo

 La forma de las distribuciones de las diferencias individuales en cada rasgo; y

 Las intercorrelaciones entre los rasgos.

Por ejemplo, la gente podría pensar que los rasgos de Rosenberg de “bueno-malo” social e
intelectual se distribuyen normalmente, con poblaciones justo en el punto medio.

El “Principio de Pollyanna” de Osgood refleja la suposición de que la distribución de los rasgos


positivos en la población está sesgada hacia el extremo positivo del continuo.

O bien, la gente puede creer que existe una distribución bimodal de la bondad social e
intelectual, en la que la mayoría de la gente tiende a ser “buena”, pero una minoría sustancial
tiende a ser “mala”.

El “efecto halo” de Thorndike refleja la suposición de que los rasgos socialmente deseables, ya
sean sociales o intelectuales, están positivamente correlacionados entre sí, como en la
estructura bidimensional descubierta por Rosenberg.

Dos modelos de IPT


Las teorías implícitas de la personalidad se han estudiado mediante la aplicación de métodos
estadísticos multivariantes, como el análisis factorial, el escalamiento multidimensional y el
análisis de conglomerados a varios tipos de datos:

 correlaciones entre valoraciones de rasgos recogidas mediante listas de comprobación


de adjetivos y escalas

 análisis de la probabilidad de co-ocurrencia de rasgos en producciones de respuesta


libre; y

 juicios de similitud entre rasgos.

Pero como estas técnicas requieren mucho tiempo, los desarrollos de la teoría implícita de la
personalidad tuvieron que esperar a contar con la tecnología adecuada, en particular la
disponibilidad de una potencia de cálculo barata y de alta velocidad. En la década de 1960,
cuando se generalizó la disponibilidad de instalaciones informáticas adecuadas, empezaron a
surgir dos modelos competidores de la teoría de la personalidad implícita.

El primero de ellos era un modelo diferencial semántico de la TPI basado en la teoría


tridimensional del significado de Charles Osgood (por ejemplo, The Measurement of Meaning
de Osgood, Suci y Tannenbaum, 1957). Según Osgood, el significado de cualquier palabra
puede representarse como un punto en un espacio multidimensional definido por tres
vectores:

 evaluación (por ejemplo, bueno-malo, optimista-pesimista, completo-incompleto)

 potencia (por ejemplo, fuerte-débil, duro-blando, severo-lenguaje); y

 actividad (por ejemplo, activo-pasivo, caliente-frío, excitable-tranquilo).

En este esquema de la EPA, las palabras estrechamente relacionadas se representan con


puntos muy cercanos entre sí en este espacio. El método de Osgood consistía en hacer que los
sujetos valoraran los objetos y las palabras en un conjunto de dimensiones adjetivas bipolares.
Cuando se analizaron estas calificaciones por factores, las tres dimensiones de evaluación,
potencia y actividad salieron a relucir independientemente del dominio del que se tomaran
muestras de los objetos y las palabras: personas, animales, objetos inanimados, incluso
conceptos abstractos. Si estas tres dimensiones son las dimensiones fundamentales del
significado, es probable que también sean candidatas para la teoría implícita de la
personalidad, el marco cognitivo para dar significado a las personas y sus comportamientos.

El principal problema del modelo diferencial semántico es que las mejores pruebas de los tres
factores proceden de estudios que emplean listas de comprobación de adjetivos, en las que los
adjetivos de la lista se eligieron deliberadamente para representar la evaluación, la potencia y
la actividad. En consecuencia, parece posible que la evaluación, la potencia y la actividad hayan
surgido de los análisis de las calificaciones de los adjetivos porque, aunque sea de forma no
intencionada, se incorporaron a estas calificaciones para empezar. Curiosamente, las tres
dimensiones de Osgood no se obtuvieron claramente de los datos de respuesta libre, que no
estaban limitados por las elecciones del experimentador. Si se les deja a su aire, sin las
limitaciones del experimentador, las estructuras cognitivas de los sujetos son algo diferentes
del esquema de Osgood.

Por ejemplo, Rosenberg y Sedlak (1972) pidieron a los sujetos que proporcionaran
descripciones libres de 10 personas cada uno. Estos investigadores seleccionaron entonces los
80 rasgos que aparecían con mayor frecuencia en estas descripciones, y luego sometieron la
matriz de 80×80 de co-ocurrencias de rasgos a una técnica de análisis multivariante llamada
escalamiento multidimensional (¿por qué sólo 80 rasgos? Una matriz de 80×80, que genera
más de 3.000 coeficientes de correlación únicos, agota la capacidad de cálculo disponible en
ese momento). Descubrieron que los factores de evaluación y potencia de Osgood estaban
muy correlacionados (r = 0,97): las personas que eran percibidas como buenas también eran
percibidas como fuertes. El factor de actividad de Osgood era bastante débil en los datos, pero
también estaba positivamente correlacionado con los factores de evaluación y potencia (r =
0,57). En consecuencia, Rosenberg y Sedlak concluyeron que la dimensión de evaluación
dominaba las teorías implícitas de la personalidad de las personas.

Basándose en datos de descripción libre como estos, Rosenberg propuso un modelo


alternativo de evaluación de la TPI. Argumentó que la evaluación era la única dimensión
perceptiva común a todos los individuos, y que cualquier dimensionalidad adicional procedía
de áreas de contenido correlacionadas, como la evaluación social e intelectual. La figura
representa gráficamente las cargas en las dos dimensiones de un conjunto representativo de
adjetivos de rasgo. Obsérvese que los rasgos centrales de Asch, cálido-frío e inteligente-no
inteligente, se encuentran bastante cerca de los ejes que definen el espacio bidimensional.

Kim y Rosenberg (1980) ofrecieron una prueba directa de los dos modelos. En el estudio de
Rosenberg y Sedlak (1972), y en otros estudios de la teoría implícita de la personalidad, los
sujetos individuales calificaban a una sola persona, y luego se agregaban las respuestas de los
sujetos, de modo que la estructura de la IPT resultante reflejaba el promedio de la
“descripción del juez del Otro generalizado”. Pero el promedio puede ocultar las estructuras
que existen en las mentes de los jueces individuales. Es totalmente posible que los jueces
individuales tengan algo parecido a la estructura de Osgood en sus cabezas, pero cuando se
agregan sus respuestas, sólo queda la evaluación. En consecuencia, Kim y Rosenberg
decidieron comparar la idoneidad de los dos modelos a nivel individual (de nuevo, este es el
tipo de análisis que sólo puede hacerse cuando los recursos informáticos son baratos). Como el
análisis multivariante requiere respuestas múltiples, hicieron que los sujetos se describieran a
sí mismos y a otras 35 personas que conocían bien; y recogieron tanto las descripciones libres
como las valoraciones en una lista de verificación de adjetivos. El escalado multidimensional de
los datos de los sujetos individuales reveló que sólo aparecía algo parecido a la estructura
tridimensional de EPA de Osgood en 8 de los 20 sujetos estudiados, y en 3 de estos 8, las
dimensiones de potencia y actividad no eran independientes de la evaluación. Y lo que es más
importante, la dimensión de evaluación surgió de cada conjunto de datos de los sujetos
individuales.

Kim y Rosenberg concluyeron que la estructura EPA de Osgood era un artefacto de la


agregación entre sujetos. Todos los sujetos utilizan la evaluación como dimensión para la
percepción de la persona; algunos utilizan la potencia, otros la actividad y otros ambas, y estas
dimensiones son lo suficientemente fuertes como para crear la apariencia de una dimensión
principal cuando se agregan los datos entre los sujetos. La potencia y la actividad están
correlacionadas positivamente para algunos sujetos y negativamente para otros; estas
tendencias se equilibran y dan la apariencia de que la potencia y la actividad son
independientes entre sí y de la evaluación. Pero esto es una ilusión producida por la
agregación de datos. En su opinión, sólo la dimensión de la evaluación es genuina; las
dimensiones de potencia y actividad son en gran medida artefactos del método.

Fiske et al. (Trends in Cognitive Sciences, 2007) ha llamado la atención sobre el trabajo de
Rosenberg al afirmar que la calidez y la competencia son universales en la cognición social, que
ejercen una poderosa influencia en la forma en que interactuamos con otras personas. En
particular, ha argumentado que varias combinaciones de calidez y juicio caracterizan varios
estereotipos de grupos externos. Esto es cierto tanto en sociedades “individualistas” como
“colectivistas” (o “independientes” e “interdependientes”) (se puede examinar algunos de
estos asuntos en la presente plataforma online de ciencias sociales y humanidades). Fiske ha
llegado a afirmar que existe un módulo específico en el cerebro, situado en el córtex prefrontal
medial (MPFC), que constituye un “área de evaluación social”. En cualquier caso, ella y sus
colegas han argumentado que las evaluaciones de calidez y competencia se realizan de forma
automática e inconsciente, aunque no sean necesariamente precisas.

Los “Cinco Grandes” como teoría implícita de la personalidad


Las teorías implícitas de la personalidad son como las teorías científicas formales, salvo que
son “ingenuas” e “implícitas”. Recientemente, la investigación científica sobre la personalidad
se ha centrado en un modelo de cinco factores de la estructura de la personalidad propuesto
originalmente por Norman (1963). En su investigación, Norman examinó las valoraciones que
los sujetos hacían de otras personas en un conjunto representativo de adjetivos de rasgo. El
análisis factorial reveló de forma fiable cinco dimensiones de la personalidad:

 Extraversión (hablador frente a silencioso, franco frente a reservado, aventurero


frente a precavido y sociable frente a recluso);

 Agradabilidad (buen carácter frente a irritable, no celoso frente a celoso, amable


frente a testarudo y cooperativo frente a negativista);

 Conciencia (ordenado vs. descuidado, responsable vs. poco fiable, escrupuloso vs. sin
escrúpulos, y perseverante vs. rendido);

 Estabilidad emocional (sereno frente a nervioso, tranquilo frente a ansioso, sereno


frente a excitable y no hipocondríaco frente a hipocondríaco); y

 Cultura (artísticamente sensible frente a insensible, intelectual frente a irreflexivo,


refinado frente a tosco, e imaginativo frente a simple).

La dimensión de cultura de Norman se caracterizó como intelecto en estudios anteriores (por


ejemplo, Tupes y Christal, 1947);
posteriormente, pasó a denominarse apertura a la experiencia.

Goldberg (1981) propuso que los Cinco Grandes constituían una estructura de personalidad
universalmente aplicable. Por universalmente aplicable Goldberg quería decir que podía
utilizarse para evaluar las diferencias individuales de personalidad en cualquier circunstancia:

 entre culturas (por ejemplo, adultos en Estados Unidos y en China)

 entre generaciones (por ejemplo, los adultos estadounidenses que vivieron en el siglo
XIX y los que viven en el XXI); y

 a través de épocas de desarrollo (por ejemplo, niños en edad preescolar, adolescentes


y adultos que viven en Estados Unidos).

En línea con la doctrina de los rasgos, Norman (y muchos otros defensores de los Cinco
Grandes) asumió que estos cinco rasgos tenían una existencia real, al igual que los rasgos
físicos, como disposiciones de comportamiento.
Goldberg observó que los Cinco Grandes son tan omnipresentes que han sido codificados en el
lenguaje, como adjetivos de rasgos familiares como extravertido y culto. Por supuesto, si los
“profanos” de a pie (no sólo los científicos formados) se fijan en estas dimensiones lo
suficiente como para desarrollar palabras para designarlas, la estructura de los Cinco Grandes
puede existir tanto en la mente de las personas como en su comportamiento. Es decir, los
Cinco Grandes pueden servir de base estructural para las teorías implícitas de la personalidad
de las personas, así como para una teoría formal de la estructura de la personalidad.

Y, de hecho, hay algunas pruebas empíricas de que Los Cinco Grandes -independientemente
de su estatus como teoría científica de la personalidad- sirven también como teoría implícita
de la personalidad.

Las pruebas provienen de un provocador estudio realizado por Passini y Norman (1966),
quienes pidieron a los sujetos que utilizaran las escalas de valoración de adjetivos de Norman
para calificar a completos desconocidos, personas a las que nunca habían conocido y con las
que no se les permitía interactuar durante la sesión de valoración. Simplemente se pidió a los
sujetos que calificaran a los demás tal y como se los “imaginaban”. No obstante, el análisis
factorial dio como resultado Los Cinco Grandes, al igual que los análisis factoriales anteriores
de las valoraciones de personas que los sujetos conocían bien. Obsérvese que el estudio de
Passini y Norman viola el supuesto tradicional de la evaluación de la personalidad: que existe
cierto grado de isomorfismo entre las calificaciones de la personalidad y el comportamiento
real de los objetivos. En este caso, los jueces no conocían el comportamiento de los objetivos.
La estructura de los Cinco Grandes que surgió de sus calificaciones no estaba en el
comportamiento de sus objetivos, simplemente porque no tenían conocimiento del
comportamiento de sus objetivos; pero ciertamente existía en la cabeza de los jueces, como
una “descripción del Otro generalizado”.

Basándonos en esta evidencia, puede ser que los Cinco Grandes proporcionen una teoría
implícita de la personalidad algo más diferenciada que el modelo de evaluación bidimensional
promovido por Rosenberg y Sedlak. De ser así, tendríamos otra respuesta a la pregunta de qué
hace que un rasgo central sea central. Al igual que R&S argumentó que los rasgos centrales
tenían una alta carga en las dos dimensiones de la evaluación, tal vez los rasgos centrales
tengan una alta carga en una u otra de las cinco grandes dimensiones de la personalidad.
Ciertamente, eso es lo que ocurre con cálido-frío, que tiene una alta carga de extraversión, e
inteligente-no inteligente, que tiene una alta carga de apertura.

La ilusión de la coherencia

Hasta ahora ha habido muchos estudios similares al de Passini y Norman, todos con resultados
similares: cada estructura factorial derivada de observaciones empíricas ha sido replicada por
juicios de similitud conceptual. Así pues, parece que llevamos en la cabeza una noción intuitiva
sobre la estructura de la personalidad: las co-ocurrencias entre ciertos comportamientos, las
covarianzas entre ciertos rasgos, la noción de que ciertas cosas van juntas y otras se
contradicen. Esta estructura conceptual, esta teoría implícita de la personalidad, está
disponible cognitivamente para influir en la experiencia, el pensamiento y la acción de las
personas en el mundo social.

La existencia de la teoría implícita de la personalidad es interesante, pero en cierto sentido


también es problemática, ya que plantea una cuestión difícil que lleva mucho tiempo acosando
a los teóricos de la percepción en general: la cuestión del realismo frente al idealismo:
 ¿Refleja la teoría de la personalidad implícita con exactitud la estructura del mundo
fuera de la mente (el punto de vista realista)?, o

 ¿Representa la teoría implícita de la personalidad una conceptualización a priori del


mundo social, impuesta en lugar de derivada de la experiencia sensorial (el punto de
vista idealista)?

Recordemos que uno de los principales supuestos en los que se basan los enfoques
psicométricos tradicionales de la personalidad es la coherencia:

 los comportamientos topográficamente diferentes tienden a coincidir de forma fiable,


como manifestaciones separadas de una única disposición de rasgo subordinada; y

 los rasgos semánticamente diferentes tienden a coincidir de forma fiable, como


facetas separadas de una única disposición de rasgo superordinado.

La coherencia da lugar a una estructura jerárquica de la personalidad:

 en el nivel más bajo, episodios específicos de comportamiento;

 la repetición de comportamientos específicos en diferentes contextos produce


comportamientos habituales;

 los hábitos concurrentes dan lugar a rasgos primarios; y

 los rasgos primarios correlacionados dan lugar a los rasgos superordinados.

El supuesto de coherencia se confirma aparentemente en los estudios de análisis factorial de la


personalidad, porque los factores que surgen del análisis estadístico resumen los patrones de
co-ocurrencias y correlaciones, y representan rasgos primarios y superordinados de la
personalidad. El hecho de que ciertas estructuras factoriales, como los Cinco Grandes,
parezcan ser extremadamente estables, da lugar a la noción de que el análisis factorial (o
métodos multivariantes similares) arroja la estructura de la personalidad.

Pero este tipo de pruebas es problemático. En principio, el análisis factorial debería aplicarse a
las observaciones objetivas. Pero por razones pragmáticas, esto es generalmente imposible en
el ámbito de la investigación de la personalidad, simplemente porque es muy difícil realizar las
observaciones sistemáticas del comportamiento que se requieren para este propósito. Dado
que no disponemos de mediciones directas de los rasgos de personalidad, el análisis factorial
se aplica generalmente a los datos de calificación, es decir, a las impresiones subjetivas de la
conducta y los rasgos; juicios que dependen en gran medida de la memoria.

El problema es la naturaleza reconstructiva de la recuperación de la memoria. La memoria del


pasado está contaminada por expectativas e inferencias. Por tanto, cuando se aplica el análisis
factorial a las valoraciones basadas en la memoria, no podemos estar seguros de qué
representa la matriz factorial: la estructura que reside en las personalidades de los objetivos o
la estructura que reside en las mentes de los calificadores.

El hecho es que sabemos, gracias a estudios como el de Passini y Norman, que la estructura de
la personalidad -y, en concreto, la estructura de los Cinco Grandes que es tan popular- reside
en la mente de los calificadores. Por lo tanto, es posible que la estructura de la personalidad
sea hasta cierto punto ilusoria, de una manera que se asemeja a la ilusión de la Luna que
conocen los investigadores de la percepción. La luna parece más grande en el horizonte que en
el cenit, aunque no lo sea, debido a las “inferencias inconscientes” realizadas por los
perceptores que tienen en cuenta las señales de distancia para estimar el tamaño. Quizá los
evaluadores de la personalidad hagan inferencias inconscientes similares al calificar la
personalidad de otras personas (o la suya propia). Obsérvese que la existencia de una ilusión
de luna no implica que no haya luna. Simplemente significa que la luna no es tan grande como
parece.

Del mismo modo, en el ámbito de la percepción de la persona, nuestras expectativas y


creencias pueden distorsionar nuestras percepciones de la persona y, por tanto, nuestros
recuerdos de la persona; en particular, nuestras expectativas y creencias sobre la coherencia
de la personalidad pueden magnificar nuestra percepción de esa coherencia.

¿De dónde procede la teoría de la personalidad implícita?

La investigación ya ha establecido que la estructura de la personalidad existe en la mente del


observador. La cuestión importante es si también tiene una existencia independiente en el
mundo fuera de la mente. Al igual que en la ilusión de la luna, solemos adoptar una visión
realista modificada de la percepción: que nuestras percepciones son bastante isomorfas con el
mundo. En consecuencia, podemos suponer que nuestras creencias sobre la personalidad son
hasta cierto punto isomórficas con la estructura real de la personalidad. Pero, ¿lo son
realmente?

La controversia sobre la naturaleza de la teoría implícita de la personalidad se refleja en dos


hipótesis contrapuestas:

 La hipótesis del reflejo exacto está de acuerdo, en principio, en que las valoraciones
basadas en la memoria pueden estar influidas por expectativas e inferencias
generalizadas. Sin embargo, sostiene que estas estructuras mentales se derivan a su
vez de la observación empírica. Así, la organización de las estructuras mentales
conserva la organización de los datos sensoriales de los que se derivan. La implicación
es que la teoría implícita de la personalidad es empíricamente válida. De hecho, no
sesga la memoria. De ello se deduce que las estructuras factoriales derivadas de las
valoraciones basadas en la memoria también son válidas, porque el efecto de
distorsión de la teoría implícita de la personalidad es mínimo.

 Por el contrario, la hipótesis de la distorsión sistemática sostiene que nuestras


expectativas y creencias se forman independientemente de los datos sensoriales, y
que se derivan en gran parte de las convenciones lingüísticas. Estas nociones
preconcebidas sesgan la memoria, en particular porque fomentan una confusión de la
semejanza con la probabilidad, es decir, una confusión entre la similitud semántica y la
co-ocurrencia o correlación. La implicación es que la estructura de las valoraciones
basadas en la memoria no es fiel a la realidad, porque están distorsionadas por las
creencias a priori.

Obviamente, el hecho de que la estructura de las valoraciones basadas en la memoria se


parezca a la de las valoraciones de similitud conceptual no puede resolver este conflicto,
porque ambas hipótesis predicen que estas dos estructuras serán muy similares. Pero las dos
hipótesis hacen predicciones diferentes sobre la estructura de las valoraciones de la conducta
por parte de los observadores. Las valoraciones de los observadores, realizadas “en línea” por
así decirlo, no tienen la oportunidad de ser distorsionadas por las estructuras mentales. En las
valoraciones de los observadores, el comportamiento se registra en el momento en que se
produce, y los rasgos se miden directamente, con un recurso mínimo a la inferencia.
Por lo tanto, podemos poner a prueba la hipótesis del reflejo exacto frente a la hipótesis de la
distorsión sistemática comparando las estructuras derivadas de tres tipos de datos:

 grabaciones estrictamente objetivas del comportamiento;

 valoraciones de la conducta basadas en la memoria; y

 juicios sobre la similitud conceptual de las conductas.

Las dos hipótesis hacen predicciones que compiten entre sí:

 La hipótesis del reflejo exacto predice que surgirá la misma estructura,


independientemente de la base de datos;

 La hipótesis de la distorsión sistemática predice que la estructura de las valoraciones


de los observadores diferirá de las valoraciones basadas en la memoria o en la
similitud conceptual.

Desgraciadamente, por las razones aludidas anteriormente, las valoraciones de la conducta


por parte de los observadores son extremadamente difíciles de obtener, especialmente de las
conductas que son relevantes para los Cinco Grandes. Sin embargo, es posible realizar un
experimento de este tipo a menor escala.

Referencias bibliográficas:

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Studia Psychologica, 40, 255-260.

 Chiu, C. Y., Dweck, C. S., Tong, J. Y. Y. & Fu, J. H. Y. (1997). Implicit theories and
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 Chiu, C. Y., Hong, Y. Y. & Dweck, C. S. (1997). Lay dispositionism and implicit theories of
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 Dweck, C. S., Chiu, C. Y. & Hong, Y. Y. (1995). Implicit theories. Elaboration and
extension of the model. Psychological Inquiry, 6, 322-333.

 Dweck, C. S., Hong, Y. Y. & Chiu, C. Y. (1993). Implicit theories. Individual differences in
the likelihood and meaning of dispositional inference. Personality and Social
Psychology Bulletin, 19, 644-656.

 Heider, F. (1958). The psychology of interpersonal relations. New York: Wiley

 Hollander, J. A. & Howard, J. A. (2000). Social psychological theories on social


inequalities. Social Psychology Quarterly, 63, 338-351.

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