FD.11.2.VTE.S. - Faithful Departed Spanish PDF
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Juan 6,37-40
El presente texto es una transcripción del video preparado por el P. Fernando Armellini
para este domingo.
Un saludo a todos.
Hoy recordamos a nuestros queridos difuntos. Le damos gracias al Señor por el regalo
que nos ha hecho colocándolos a nuestro lado, oramos por ellos y por todos los difuntos. Por
aquellos que tuvieron la alegría de conocer a Cristo y su Evangelio y por aquellos que no
estuvieron iluminados por la luz de la Pascua y, por tanto, han vivido sin esperanza. Deseamos
que nuestro amor llegue a todos los difuntos.
Estoy insistiendo sobre este término: ‘difuntos’ y evito, a propósito, la palabra ‘muerte’
porque como sabemos –lo ha dicho Jesús– el que cree en Él, el que se fía de su palabra, sabe
que no morirá. La conclusión de la vida biológica no es la muerte, llega al cumplimiento de la
gestación. Es la necesaria separación de este mundo material para entrar en el mundo de
Dios, para nacer a la vida definitiva, donde ya no hay ninguna forma de muerte, sino
solamente vida y plenitud de alegría. Por tanto, es más apropiado para un cristiano el término
‘difunto’, que viene del verbo latino ‘defunge’, que significa llegar a la meta, arribar a la
maduración.
Las palabras de Jesús que vienen propuestas en el texto evangélico de hoy, anuncian el
gran don que el Padre del cielo nos ha dado, su misma vida sobre la cual la muerte no tiene
ningún poder.
Escuchémosla: “En aquel tiempo, dice Jesús: Los que el Padre me ha confiado vendrán a
mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera; porque no bajé del cielo para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió, que no pierda a
ninguno de los que me confió, sino que los resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad
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de mi Padre, que todo el que contempla al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día”.
Al fondo he colocado una escena que es muy común sobre los sarcófagos y lo que ven se
encuentra en los museos capitolinos. Es una escena muy común. Recuerda el mito del Jabalí
de Calidón. Pueden ver al jabalí que está rodeado de los cazadores y de los perros que ven en
la esquina y está por sucumbir. ¿Qué representa esta escena que se reproduce tantas veces?
Sabemos que el jabalí se alimenta de bellotas, que brotan del roble y el roble es el árbol de
Júpiter. Y este es el significado: Júpiter que da al jabalí lo que le da la vida, pero la vida está
destinada a acabarse y por lo cual el jabalí que lucha para sobrevivir debe resignarse a
sucumbir.
Esta escena se encuentra frecuentemente en los sarcófagos para decir que, aunque el
hombre se empeñe y luche para sobrevivir, en un cierto momento, la vida biológica acaba.
Los primates que nos han precedido en la escala evolutiva, no se pudieron poner este
interrogante angustiante. Nuestra vida concluye cuando nosotros aspiramos a vivir para
siempre. ¿Qué solución encuentran los hombres—somos los únicos seres que sabemos y
somos autoconscientes y por tanto nos ponemos estos interrogantes? No hay muchas
opciones: O se tiene una respuesta o se quita este interrogante. Esto –lo sabemos muy bien–
es lo que sucede hoy.
El término ‘muerte’ se ha convertido en un tabú, como otrora era tabú el sexo. Un tiempo
atrás, los niños no sabían nada sobre el sexo, pero estaban habitualmente cercanos a sus
personas queridas, asistían a su muerte que era un hecho normal que pertenecía al ciclo vital.
No sabían nada sobre el sexo, pero sabían el destino del hombre y, por tanto, el comienzo de
la vida y su conclusión. Hoy sabemos que los niños están muy informados sobre el sexo, pero
a la muerte la ven solamente en las películas y piensan que son cosas que no le preocupan y
la quitan de en medio. Si queremos vivir una vida realmente humana debemos mirar a la cara
a nuestro destino.
Por tanto, tomar conciencia que nuestra vida tiene un comienzo y tiene una conclusión
cuando llega a su fin. De otra forma, toda nuestra vida es una continua e inútil huida de la
muerte. Intentando siempre aplazar esta cita. Lo vemos también en las oraciones de los
mismos cristianos. Para muchos cristianos las oraciones sirven para pedir ayuda a Dios o a
cualquier santo, cuando uno se encuentra frente al fin, para que intervenga y luche en nuestro
favor para que aplace la muerte.
Pero nos preguntamos: ¿Somos acaso creyentes para esto—para aplazar lo más posible
este momento de la conclusión de nuestra vida biológica en este mundo? Si Cristo no
responde a este interrogante, no como nosotros queremos… De hecho, recordamos que
Marta (y también María) reprenden a Jesús porque no intercedió por Lázaro cuando estaba
frente a la muerte y lo dejó morir. Muchas veces nosotros reprochamos a Dios, a los santos,
porque no intervienen para proteger la vida biológica. ¿Acaso Cristo vino para perpetuar una
vida biológica o para vencer la muerte? Si no responde a este interrogante que, desde los
albores de la humanidad la gente se ha puesto sobre el sentido del morir, todo lo demás
interesa poco.
Sabemos que, aunque la muerte sea alejada por un momento, luego este monstruo
vuelve a tomar su presa. Y también diré que, si nosotros comprendemos el sentido de la
limitación de nuestra vida en este mundo, la viviremos mejor. ¿Cuál es la razón por la que
Dios creo al hombre? ¿Para abandonarlo a su propio destino? Este interrogante el hombre se
lo ha puesto desde siempre. Hubo muchísimas respuestas.
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Recordemos, por ejemplo, cómo en los mitos mesopotámicos, se acusaba a la divinidad,
a los dioses, de ser los que se quedaron con la vida y dieron a los hombres la muerte.
Recordamos también los argumentos de los filósofos para encontrar una respuesta diciendo:
el cuerpo se disuelve en el polvo, pero el alma es inmortal. Así, Sócrates en Fedón, busca de
convencer a sus discípulos los cuales tienen problemas en aceptar la fuerza de su
razonamiento cuando trataba de probar que el alma es inmortal. Son intentos débiles.
Si no tenemos la respuesta de Cristo permaneceremos aun en la oscuridad, en la niebla
de vivir en este mundo sin saber cuál es nuestro destino. No podemos comenzar a encontrar
una respuesta con estos razonamientos porque en Israel, especialmente en los profetas y,
luego, los salmistas, comenzaron a hacer otro tipo de razonamiento, basado sobre el amor.
Si Dios entra en un contacto de amor con el hombre, porque quiere dialogar con él,
decían (los profetas): no lo puede abandonar, porque esta es la ley del amor. El enamorado
no puede hacer menos de la persona amada. Y si le digo a Dios: Te amo. Y si Él me dice: Te
amo—este amor no puede acabar.
Este es un argumento más fuerte. No está basado en un razonamiento de la inmortalidad
del alma, sino de la relación de amor que se produce entre Dios y el hombre. Dios lo ha
repetido muchas veces en el Antiguo Testamento. Recordamos a Isaías, por ejemplo, cuando
dice a Israel: Tu eres precioso a mis ojos, tienes un valor inmenso y yo te amo. ¿Qué es lo que
Dios ha proyectado para esta criatura maravillosa que es el hombre?
En el texto evangélico de hoy se narra el plan de amor de Dios. El texto evangélico está
tomado del discurso del pan de vida, en Cafarnaúm, capítulo sexto de Juan. ¿Cuál es el diseño
de Dios? Esta presentado en este texto con esta expresión: la voluntad del Padre, su plan de
amor. Se repite cuatro veces esta expresión: ‘la voluntad del Padre’. ¿Qué es lo que ha
programado para el hombre a quien ama?
Jesús dice en su discurso: “Los que el Padre me ha confiado vendrán a mí, y al que venga
a mí no lo echaré afuera”. Comienza este proyecto de amor del Padre confiando a Jesús toda
la humanidad. Y la confía a Jesús sin condiciones. Por tanto, para obtener la salvación, es
necesario entrar en este proyecto de amor con Jesús. Es el destino de toda la humanidad:
seguir a Jesús… sin condiciones. No se dice que irán a él (en el proyecto de Dios) solamente
las personas buenas. NO.
Toda la humanidad debe dirigirse a Jesús. Este es el proyecto del Padre. Se podría
preguntar después si este proyecto admite la posibilidad de alguna falla. Continua Jesús
diciendo: “Porque no bajé del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me
envió”. Y Jesús ha venido a este mundo precisamente para esto: para actualizar, para realizar
el proyecto de amor del Padre, esto es, para perpetuar este proyecto de amor, que nació
cuando Dios ha proyectado esta creatura estupenda que Él ama. Este es la respuesta de la
voluntad del Padre: “Y ésta es la voluntad del que me envió, que no pierda a ninguno de los
que me confió”.
Aquí tenemos la respuesta al interrogante al que me he referido anteriormente. En el
diseño de Dios no se contemplan las defecciones y los fallos. Su programa debe realizarse
infaliblemente porque es impensable que Cristo no sea capaz de hacerlo cumplir. Por tanto,
si alguno dice ‘el hombre es libre, puede no aceptar este proyecto de amor con Dios’.
Ciertamente, Dios no puede violentar la libertad del hombre porque en la dinámica del amor
está el respeto a la libertad. El amor no se impone, de lo contrario no es amor. Es conquistado.
Por tanto, la pregunta es: ¿Podrá Dios, por toda la eternidad, aceptar una derrota a su
amor? Sabemos lo mucho que sufren los enamorados cuando son rechazados en el amor… Si
es omnipotente, podrá conquistar a la persona amada. Alguien podrá pensar que el amor de
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Dios no sea algo invencible. Pero muchos, tal como están las cosas, debe llegar a la conclusión
que, al final, el amor de Dios acabará por realizar completamente y perfectamente su
proyecto que es el de conquistar a toda la humanidad. Se la ha encargado a Cristo porque con
Cristo todos entran en esta relación de amor eterno con Él.
Continua Jesús: “sino que los resucite en el último día”. ¿Qué es este ‘último día’? No es
el fin del mundo, esto es, hoy morimos, luego se recuperará nuestro cuerpo material hecho
de átomos… pero en el último día, quizás dentro de millones de años. Este no es el ‘último
día’ en el Evangelio de Juan.
En el Evangelio de Juan el ‘último día’ es sobre el Calvario, cuando Jesús, como último
gesto de amor, dona su espíritu (parédokme ton pneuma): ha donado su espíritu. Su ‘espíritu’
no es otra cosa que su misma vida divina, esa fuerza de amor que lo ha animado durante toda
su vida. Entonces, en su último día, donando su propia vida, que no es más la vida biológica
(la vida biológica tiene su curso), dona la ZOE, esto es, la vida del Eterno. Este es el proyecto
que el Padre tiene: que en el último día Jesús done su propio Espíritu, la vida divina, la vida
del Eterno, por la cual se entra en la relación de amor, de vida, con el Padre.
Y esta vida no puede ya ser interrumpida porque no está ligada a los procesos biológicos.
Esta es la voluntad del Padre. Es la cuarta vez que se cita esta voluntad del Padre, que es el
diseño de amor del Padre del cielo. Y se dice cómo se realizará: en tres momentos. Ante todo:
“que todo el que contempla al Hijo y cree en él tenga vida eterna”.
Lo primero es ver, contemplar, al Hijo. ¿Qué significa ver al Hijo? Es la primera condición
para luego recibir este proyecto de amor que se realiza en cada uno, y de reconocer en Jesús
el rostro del Padre. Hijo –en la concepción semítica– indica semejanza, más que generación
biológica y, especialmente, la semejanza con el Padre. La primera condición es, pues,
reconocer que Jesús reproduce perfectamente el rostro del Padre. Por tanto, es necesario
contemplarlo.
Aquí quiero citar el hermoso texto de la Primera Carta de Juan, cuando el hijo de
Zebedeo, repensando en la gran experiencia que tuvo, la de haber encontrado al Verbo de la
Vida hecho uno de nosotros, dice: “Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos
contemplado, lo que nuestras manos han tocado, el Verbo de la Vida. Pues la vida se hizo
visible y nosotros la hemos visto…” (1 Jn 1,1-2).
Notemos esta insistencia en el ‘ver’. Nosotros no podemos hacer esta experiencia que
han hecho los discípulos que estuvieron con Jesús de Nazaret, pero lo podemos y debemos
ver—esta es la primera condición— con los ojos que lo ven a través de su Palabra. Reconocer
en el Jesús que se nos presenta en el Evangelio, esta figura nítida en los textos evangélicos,
reconocer el rostro del Padre que se hizo visible en el mundo. Y, por tanto, disponernos a
aceptar su don.
Lo primero, pues, es ‘verlo’. Luego –la segunda condición– creer. Creer quiere decir dar
la adhesión personal. Creer en Jesús no es solo creer que vino a este mundo, que hizo
milagros. Creer en Jesús quiere decir darle la adhesión, esto es, reconocer que ser hijo
significa vivir como vivió Él. Un tercer paso: el de acoger. El que ha visto en Jesús el rostro del
Padre, el que le dio la adhesión, ahora viene el tercer momento: “yo lo resucitaré en el último
día”.
La vida eterna, el espíritu que no es dado al término de la vida… ¡Esto nos lo debemos
quitar de la cabeza! No se nos da la vida eterna cuando morimos y así comienza una vida
eterna. NO. La vida del Eterno viene dada en el último día, o sea, ya ha sido dada por Jesús y
la recibimos todos, nos convertimos en hijos de Dios, porque el germen divino se da a toda
creatura capaz de entrar en este diálogo de amor con el Padre. Para disponernos a acoger
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este don, están esas dos condiciones que Jesús ha mencionado en su discurso: ver en Él el
Hijo de Dios, el rostro del Padre y, segunda condición, darle la adhesión, reconocer que ser
hijo de Dios es vivir como hijo de Dios, porque si se recibe este don es necesario dejarlo
desarrollar, dejarlo emerger en nuestra vida y, por tanto, vivir como Él ha vivido.
Estamos en el 2 de noviembre. Muchos de nosotros nos preguntamos qué relación
podemos tener con las personas que han entrado en la segunda parte de la vida, fueron a la
vida que la muerte no puede tocar. Nosotros debemos aun nacer a este mundo, por tanto,
está este momento y todos parten –lo sabemos– y muchas veces acompañado del dolor.
Nos preguntamos: ¿Aquellos que nos han precedido a la casa del Padre… los que ya han
‘nacido’… todos han adherido a este proyecto de amor, o sea, han reconocido al Hijo de Dios
y le dieron la adhesión, lo han contemplado, se adhirieron a la fe, a esta propuesta de hombre
que Él hizo… han recibido esta vida divina?
Creo que la respuesta que podemos dar es un ‘si’ aunque hayan hecho muchas maldades
como pasa con cada uno de nosotros. Nos preguntamos: “qué clase de relación podemos
tener con estas personas? Sabemos que muchos de ellos se han equivocado, no han visto en
Jesús al Hijo de Dios, no han creído en Él… Algunos le han dado su adhesión solamente en el
último momento mientras que habían estado alejados de Dios durante toda su vida. ¿Cuál
será su destino y cómo podemos estar cerca de estas personas y mostrarles todo nuestro
amor?
Lo primero es no hablar más de ‘sufragio’—esto es, a rogar al Padre del cielo para que
trate bien a estas personas a quienes queremos. No debemos hacer estas recomendaciones
al Padre del cielo que los ama inmensamente, infinitamente más que todos nosotros. ¿Qué
podemos hacer por estas personas? Sus vidas, ciertamente, no fue perfecta. Estas personas
permanecen en una relación de diálogo, de amor con nosotros porque están vivos. La muerte
no existe. No los podemos ver porque nosotros estamos en este mundo material y con los
ojos materiales no se puede ver el cuerpo de los resucitados.
Pero nuestra oración, nuestro amor e, incluso, nuestro perdón, les ayudan a ser feliz, a
completar ese camino que ellos no terminaron de hacer en esta vida. Tendrían que haber
hecho tantas otras cosas y evitado otras… han dejado deudas, han hecho mal a alguien… ¿qué
podemos hacer por estas personas? Podemos dar continuidad al bien que ellos han hecho y
reparar los errores que ellos han cometido.
Esto es lo que tiene de bello y de amor que podemos manifestar a estas hermanas y estos
hermanos que nos han precedido a la casa del Padre… esa casa a donde estamos llamados y
que, ciertamente, todos entraremos… no por nuestros méritos sino porque el Padre, en su
diseño der amor, así lo ha querido.