Iconografía de La Histra
Iconografía de La Histra
Iconografía de La Histra
Resumen
Revista Bellas Artes, 13; abril 2016, pp. 137-160; ISSN: 1645-761X
A) INTRODUCCIÓN. FUNDAMENTOS, OBJETIVOS
Y METODOLOGÍA: LA HISTERIA COMO SOSPECHA,
NEGATIVIDAD Y DECONSTRUCCIÓN
DEL ORDEN FÁLICO (1.o)
1
Héctor Pérez-Rincón, (2), El teatro de las histéricas. De cómo Charcot descubrió, entre
otras cosas, que también había histéricos (Biblioteca digital. México. 1998/2011). s/n.
espasmos musculares, irritabilidad, pérdida de apetito por la comida o por el sexo,
tendencia a «causar problemas» o un misticismo exagerado.
Thomas Laqueur (3), en su investigación La construcción del sexo. Cuerpo
y género desde los griegos hasta Freud (1994), señalaba que la psique muy específica
de la mujer era objeto de ataques o arrebatos emocionales incomprensibles para los
hombres; por ello, la histeria se ha ligado biológica y antropológicamente a lo feme-
nino de un modo peyorativo, formando parte de una construcción sociocultural
misógina y falocentrista del sistema patriarcal, refrendada por los poderes del Estado
jurídicos con la connivencia de los científicos, como indica Michel Foucault (4) en
su ensayo Historia de la Locura en la época clásica (2006).
Tanto Laqueur (3) como Foucault (4) inciden en que la diferencia sexual,
sea cultural o biológica, está construida por los discursos del poder que establecen
jerarquías entre los individuos y roles genéricos muy marcados, en los que lo feme-
nino está supeditado y en un rango inferior a lo masculino. Laqueur (3)2 señala que
el cuerpo masculino se entendía como el paradigma anatómico de la perfección
física y mental, por lo tanto la mujer era un hombre imperfecto, con los órganos
reproductivos internos de forma inversa que los órganos externos masculinos.
Basándonos en los estudios de Foucault (4), Laqueur (3) y en el tratado La
Histeria, de Sigmund Freud (5), escrito en 1895, observamos que debido a la represión
cultural, científica, religiosa y sexual que sufrieron prácticamente en todas las épocas
y civilizaciones, las mujeres fueron más propensas a desarrollar sus traumas de manera
psicosomática. Nos sustentamos igualmente en el ensayo de Gabriella Buzzatti y
Ana Salvo (6) El cuerpo-palabra de las mujeres. Los vínculos ocultos entre el cuerpo y
los afectos (1999), que incide en el hecho de que debido a esa represión sociocultural
el cuerpo femenino somatiza lo que el inconsciente no puede expresar verbalmente3.
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2
Thomas Laqueur. (3), La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta
Freud (Madrid: Cátedra. 1994).
3
Buzzatti y Salvo. (6), El cuerpo-palabra de las mujeres. Los vínculos ocultos entre el cuerpo
y los afectos (Valencia: Cátedra. 1999).
brujas listas para el exorcismo o la hoguera reflejadas por Goya, hasta las histéricas
místicas y extasiadas como la Santa Teresa de Bernini.
En 1778 Antón Mesmer pretendió hallar la cura a las endemoniadas his-
téricas con su método paracientífico llamado magnetismo o mesmerismo, ante-
cedente del hipnotismo y que en cierta forma fue el antecedente de las sesiones de
hipnotismo del doctor Charcot. Así pues, la superchería ilustrada del xviii dejó
paso a los no menos cuestionables métodos científicos del xix, con misóginos tan
«ilustres» como Cesare Lombroso (7) y sus tratados sobre criminología a través
de la biología y la fisonomía, diferenciando entre L’uomo delinquente (1876) y La
donna delinquente: la prostituta e la donna normale (1903). Los dos títulos ya es-
tablecen un rol de género muy marcado, el hombre puede ser delincuente aunque
esto no implique dejar de ser «normal»; sin embargo, para Lombroso la mujer se
diferencia de la noción de «mujer normal» en función de su criminalidad, locura
y sexualidad (prostituta).
Stefania Polo (8) remarca en su tesina La trasformazione del concetto di donna
delinquente da Lombroso ai giorni d’oggi (2005) cómo el patriarcado ha construido
jurídica y socialmente dos roles femeninos muy precisos y arquetípicos basados en la
sexualidad productiva y la improductiva: el de la mujer «normal», doncella virgen,
madre fecunda y esposa casta, versus la mujer «anormal», de sexualidad promiscua,
prostituta o lesbiana, enferma social o criminal en ambos casos. Paradójicamente,
la «criminalidad femenina» es la que adquiere cierta visibilidad y es por tanto objeto
de estudio por parte de los científicos patriarcales y misóginos por salirse del rol
femenino «normalizado», según nos indica Polo (8).
Sandra Gilbert y Susan Gubar (9), en su ensayo La loca del desván: la escri-
tora y la imaginación literaria del siglo xix (1998), muestran cómo las mujeres que
Con el siglo xviii, una gran libertad de costumbres obligó a la sociedad a responder.
La policía va a ser un gran proveedor de nuestros hospitales: burlarse del rey, de la
religión, contravenir al orden público, desobedecer a la autoridad paterna, faltar al
honor de la familia, deshacerse de sus hijos o de su esposo, ser hereje o protestante,
perturbar el orden público son a menudo los errores de las mujeres por los que
merecen el encarcelamiento en el Salpêtrière. Es más una prisión para mujeres con
trabajos forzados y severos castigos. [...] En cuanto a las locas, llegan a la Salpêtrière,
para acabar, a menudo encadenadas, el resto de sus vidas4.
4
Barret, Chistian. (10), D’aprés le libre de M. Maximilian Vessier: La Pitié-saltpêtrière:
quatre siècles d’ histoire et de histoires. Historie núm. 1. 2003 [05/04/2014].
5
Michel Foucault. (4), Historia de la Locura en la época clásica (Madrid: Fondo de cultura
económica de España. 2006).
Pérez-Rincón (2) analiza en su ensayo El teatro de las histéricas. De cómo
Charcot descubrió, entre otras cosas, que también había histéricos el trabajo de investi-
gación de Jean Martin Charcot (11) para sacar a la histeria de su asignación exclusiva
a la mujer y establecer la histeria masculina como una categoría nosográfica debido
a sus estudios sobre siete hombres histéricos llamado Parálisis histérico-traumática
masculina (1885-1891). Para Charcot la histeria masculina era de orden genético
o de un trauma asociado con la rivalidad paterna y declaraba que había hombres
histéricos testiculares y no testiculares; de forma paralela, dividía el ataque histero-
epiléptico en dos subtipos para las mujeres: histéricas ováricas (a las que se frena el
ataque por la compresión de los ovarios) y las no ováricas.
Las teorías de Charcot sobre neuropatología o nosografía dieron al histerismo
carta de enfermedad, ya que anteriormente se consideraba simplemente como una
manifestación de una constitución débil o de naturaleza corrupta, y los histéricos
eran considerados como una muestra de la degeneración humana.
Héctor Pérez-Rincón (2) remarca cómo la Salpêtrière se convirtió en la
meca de los neurólogos, un centro de peregrinación para los médicos aficionados a
los trastornos de la mente y del sistema nervioso, donde uno de sus discípulos fue
el joven Sigmund Freud, que admiraba profundamente a Charcot aunque tiempo
después cuestionará sus teorías, iniciando su propia línea de investigación a través
del psicoanálisis.
En 1885, Freud consiguió en Viena una beca postdoctoral para asistir en
París a las clases y demostraciones de Charcot en la Salpêtrière. Posteriormente
Freud conservó como recuerdo de su estancia la litografía de Brouillet basada en su
cuadro La lección clínica de Charcot en la Salpêtrière (1887), donde vemos al neuró-
logo impartiendo su lección clínica de los martes frente a un público de asistentes
6
Pérez-Rincón (2), s/n.
7
Ibídem.
1. Une leçon clinique de Charcot à La Salpêtrière, André Brouillet.
Facultad de Medicina París, 1887. Imagen de carácter documental, sin ©.
8
Ibíd.
2. Caricatura de Une leçon clinique de Charcot à La Salpêtrière, mostrando ante «Todo París»
a Charcot, Blanche Wittam, Babinksy y Gilles de la Tourette (sentado).
Autor anónimo. S.f. Imagen de carácter documental, sin ©.
9
Ibíd.
ella una especie de excitación particular». Según Charcot, las zonas histerógenas
estaban situadas justo por debajo de los senos, por lo que tanto la exhibición de sus
ataques como su supuesta curación por masaje las hacía tremendamente sensuales
para la mirada voyeuristica del público masculino: «El desarrollo de la clínica será,
implícita o explícitamente una demostración espectacular frente a la mirada. El ojo
clínico sólo se alcanzaba gracias al ejercicio de una escoptofilia en la que los actores
eran el médico que descubría e interpretaba [...] y el paciente que se entregaba como
espectáculo en la desnudez de su cuerpo y de su alma»10.
Jacques Lacan, en su seminario de 1969-1979 sobre el Discurso del histérico,
considera que la histeria se inscribe en el orden del lenguaje siguiendo la estela ini-
ciada por Freud, ya que es un discurso universitario que toma su saber del cuerpo
dominado, en una relación de servidumbre amo/maestro versus esclavo/alumno.
Siguiendo el orden establecido por el discurso freudiano y lacanaino, Mari-
Charlotte Cadeau (12) en su texto «Hystérie» de 1991 declara: «La histérica interpreta
el consentimiento de la feminidad como un sacrificio, un don hecho a la voluntad
del Otro que de este modo ella consagrará [...]. Ella se inscribe dentro de un orden
que prescribe el tener que gustar y no desear».
El histerismo se convirtió a finales del siglo xix prácticamente en una
epidemia gracias a los tratamientos «privados» que algunos doctores aplicaban a
sus pacientes histéricas en sus consultorios, clínicas y balnearios: un masaje pélvico
hasta llegar al «paroxismo histérico» (eufemismo del orgasmo), es decir, practicar
una especie de «masturbación higienista», según nos narra Malele Penchansky (13)
en Historia universal de la histeria: Relatos de amor, pasión y erotismo (2012), ya que
el deseo sexual femenino era considerado una enfermedad. De ese modo, la ingrata
(o no) tarea de los médicos se resolvió gracias a la técnica: la historiadora Rachel P.
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Maines (14) nos cuenta en su libro de 2010 La tecnología del orgasmo. La «histeria»,
los vibradores y la satisfacción sexual de las mujeres cómo el médico J.M. Granville
inventó en 1880 el primer vibrador electromecánico con fines médicos, ya que los
motivos de su origen eran dos: la prohibición de la masturbación femenina y el
fracaso de la sexualidad androcentrista para producir orgasmos.
La tecnología del xix vino, pues, a destronar a los olisbos y consoladores
que se conocían desde la Antigüedad para atenuar el mal llamado «furor uterino».
La cultura de la histeria del siglo xix ha desaparecido en nuestra contemporanei-
dad en la medida en que ha sido objeto de una inversión de su diagnóstico, siendo
conocido actualmente como «trastorno límite de la personalidad». No obstante,
por lo que a esta investigación concierne, nos interesa más desarrollar la parte
artística que se genera a raíz de las imágenes surgidas alrededor de los síntomas de
los cuerpos histéricos.
10
Ibíd.
II. El histerismo considerado como una de las bellas artes
11
Bourneville, D.M. y Regnard, P. (16) (1878). Iconographie Photographique de la Salpê-
triere. Charcot, J.-M. y Richer, P. (15) Les Démoniaques dans l’art (París: Delahaye et Lecrosnier. 1887).
3. Ataque histero-epiléptico. Fotografías y grabado de Paul Richer del libro
Les demoniaques dans l’art (1887). Imagen de carácter documental, sin ©.
un hermoso vaciado de los más pequeños pliegues, ¡los pliegues mismos del ataque
histérico!12.
cuerpos de las histéricas. Sus cuerpos eran todos sus bienes y sus contracturas fueron
como una dación al más gran museo parisino de la patología»14.
Richer y Charcot procuraban encontrar y diseñar los elementos artísticos
necesarios para plasmar sus ideas clínicas; es decir, reproducir el síntoma fielmente,
aunque al mismo tiempo el síntoma acababa reinterpretando a la obra de arte. Una
operación paradójica en la que la imagen se alimenta de realidad y a su vez la realidad
(el síntoma) intenta parecerse a la imagen que el arte da de ella de una forma más
exagerada, reconstruida por así decirlo. La fotografía no se entendía como «obra de
arte» propiamente dicha, era más bien el material desde el cual partía e intervenía
Paul Richer de este modo:
12
Georges Didi-Huberman. (17), La invención de la histeria: Charcot y la iconografía
fotográfica de la Salpêtrière (Madrid: Cátedra. 2007).166-167.
13
Didi-Huberman. (17). 201.
14
Ibídem. 168.
4. Paul Regnard. Estudios Iconográficos de la Salpêtrière (c. 1895).
Imagen de carácter documental, sin ©.
15
Ibíd. 168.
16
Ibíd. 163.
5. Felicien Rops. Una cena de ateos (1882). Imagen de carácter documental, sin ©.
con las que el cuerpo esconde, transfigura y/o verbaliza sus deseos, sus miedos y su
dolor; son todas las emociones censuradas y bloqueadas que terminan revelándose a
través de lo que Buzzatti y Salvo (6) denominan «el cuerpo-palabra», que transmite
lo que el inconsciente es incapaz de verbalizar.
Esa incapacidad de verbalizar a través de las cuerdas vocales, y al mismo
tiempo de hacer hablar al cuerpo de forma tan convulsa, es lo que el mismo Freud
calificaría de emergencia de «lo siniestro». Freud (18) desarrolló el concepto de «lo
siniestro» en 1919 a partir del cuento de E.T. Hoffman El hombre de la arena (1817),
y para él «lo siniestro» o Unheimlich se refiere a aquello que se opone a lo íntimo y
familiar y enraizó el trauma en la historia psicosexual del sujeto: «Lo siniestro sería
algo que, debiendo haber quedado oculto, se ha manifestado».
De ese modo, «lo siniestro» confluye en el cuerpo histérico, ya que el trauma
reprimido es el que emerge funestamente en pesadillas angustiosas: «Freud llegó
incluso a la percepción de que, respecto a la histeria, era ahí donde yacía toda la
especificidad de la causa: en una experiencia precoz y cruel del atentado sexual»17.
Freud (2012) elaboraría el concepto del inconsciente inspirándose, como punto de
17
Didi-Huberman. (17). 216.
6. Alexander Cabanel. El nacimiento de Venus (1863).
Imagen de carácter documental, sin ©.
18
Sigmund Freud en Histeria, citado por Didi-Huberman (17). 171.
19
Sigmund Freud. (20), Tres ensayos sobre teoría sexual y otros escritos. (1905) (Madrid:
Alianza Editorial. 2006).
7. Pierre Marie, discípulo de Charcot, observando una crisis de histeria masculina.
Imagen de carácter documental, sin ©.
20
Buzzatti y Salvo. (6). 45.
opistótonos de la histeria»21. El opistótonos es una palabra usada por los patólogos
del siglo xix para designar «un espasmo de los músculos del cuello, la espalda y las
piernas, durante el cual el cuerpo se curva hacia atrás»22. Se utilizaba para describir
las contracciones de un cuerpo agarrotado por el tétanos o contraído por la histeria
ya que «la histeria se comporta en sus parálisis como si no existiese la anatomía»23.
Estas mujeres de anatomías imposibles son las «ninfas con la espalda
quebrada»24 que reflejan las fantasías de agresión latente del varón finisecular: «Estas
pinturas debían sugerir una perversa combinación de intensa necesidad sexual y
abyecto desamparo en las mujeres representadas de tal guisa»25.
Pero ¿qué sucede con el cuerpo masculino histérico? ¿Tienen acaso el mismo
significado ambos cuerpos según su sexo? Dejemos que Louise Bourgeois nos dé
su versión.
21
Bram Dijkstra. (21), Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de
siglo (Madrid: Debate. 1994). 101.
22
Ibídem. 101.
23
Didi-Huberman. (17). 171.
24
Dijkstra. (21). 83.
25
Ibídem. 100.
26
Marie Laure Bernadac. (22), Louise Bourgeois. Sculpting Emotion (París: Flammarion.
2006). 142.
A Bourgeois le interesaba mostrar la fragilidad que se esconde bajo un capa-
razón de virilidad y testosterona, desenmascarar los temores que también perturban
la mente masculina, por ello la inversión de roles femenino-masculinos era una de las
constantes de la obra de Bourgeois. Para su padre, el cuerpo-paradigma es el fálico;
el cuerpo/sexo femenino es algo irrelevante, un accidente sin la menor importancia.
El rechazo a la pequeña Louise por su condición de niña fue el trauma que cimentó
su obra: convertida en un método para exorcizar las heridas emocionales, la con-
fusión y el miedo. Louise Bourgeois (23) señala este aspecto refiriéndose a una de
sus obras: «La finalidad de La destrucción del padre era exorcizar el miedo. Una vez
que se hubo presentado al público, me sentí diferente. No quiero utilizar el término
thérapeutique pero de hecho exorcizar es una empresa terapéutica. La razón de esta
obra era la catarsis o la purificación»27.
Ese sentimiento de exorcizar el miedo, de revalorizarse como mujer y de
reconstruirse como sujeto, hace que la díscola hija trate de confundir y/o anular las
diferencias entre hombre y mujer, como una forma simbólica de rechazar y negar
el rol al que su padre (el superego represor freudiano) la había condenado. Por ello,
muchas de sus esculturas son morfologías hermafroditas, estructuras sexuadas y
ambiguas, donde no se distingue con precisión la forma de los órganos sexuales,
como si fuera una especie de castración simbólica de la figura paterna.
En la década de los 60 Bourgeois introduce en su trabajo la reflexión sobre
la diferenciación de los géneros masculinos y femeninos y crea «mujeres fálicas»
que deconstruyen la figura del falo freudiano y enfatizan la condición femenina
sin dejar de lado las alusiones al deseo. También aluden a la posibilidad de que el
sujeto adopte en determinado momento una posición femenina o masculina, sea
cual sea su sexo biológico.
REVISTA BELLAS ARTES, 13; 2015, PP. 137-160 154
27
Louise Bourgeois. (23). Destrucción del padre/reconstrucción del padre: escritos y entrevistas
(Madrid: Síntesis. 2002). 56.
28
Bernadac. (22). 133.
8. Celda (Arco de histeria), 1992/93. Louise Bourgeois. Técnicas mixtas.
Imagen de carácter documental, sin ©.
29
Bal, M., et al., (24), Louise Bourgeois. Memoria y arquitectura (Madrid: Museo Nacional
Arte Reina Sofía. 1999). 78.
9. Hombre con tétanos en pleno opistónos. Grabado de autor anónimo.
Siglo xviii. Imagen de carácter documental, sin ©.
el propio cuerpo fuera un volcán que expeliese su lava ardiente sin llegar nunca a la
erupción liberadora del magma/deseo enfurecido. Este cuerpo histérico, apoyado
precariamente en su cabeza, vive sin un lugar propio, en un vacío insoportable,
supeditado al supuesto deseo de otra persona. Los pacientes con histeria presentan
en sus propios cuerpos un enigma que ha de desvelarse y que dota de sentido y/o
condiciona su existencia.
Estos cuerpos masculinos no tienen nada del sensual abandono de otros
cuerpos femeninos histéricos. Sin embargo, en la obra Arco de Histeria (1992/93),
de Bourgeois, el cuerpo masculino que está convulso por el arco de la histeria es
más indefinido, menos virilizado, diríamos que andrógino, porque en ese cuerpo se
condensa una fusión entre los dos sexos/géneros/deseos. La forma indefinida alude a
la ambigüedad sobre la que se sostiene la siempre frágil identidad sexual. Arqueado
en una postura de exagerada tensión, vemos cómo la figura masculina no presenta
ni brazos ni cabeza ya que han sido mutilados. Posiblemente se nos muestre el deseo
sexual como un deseo vedado, vergonzoso; así lo testimonia la presencia de la sierra
mecánica, un instrumento de castración que cercena los miembros y órganos del
30
Didi-Huberman. (17). 201.
cuerpo arqueado; la sábana está bordada en rojo con la letanía a modo de enmienda
«je t’aime».
Para Bourgeois el rojo significa sangre, dolor, celos, vergüenza, culpa, por
eso da la impresión de que la tortura que ha recibido este personaje tiene todos esos
matices. Louise Bourgeois nos da su interpretación: «Este es el arco de la histeria,
donde el placer y el dolor se mezclan en un estado de felicidad. El arco es sexual. Es
un sustituto en alguien que no tiene acceso al sexo»31.
Los materiales empleados en esta instalación, acero, bronce, hierro fundido,
acentúan la gélida escena en la que la sensación de agobio, de violencia y sufrimiento
queda manifiesta por toda esa serie de inquietantes elementos discordantes y unidos
por una estrecha complicidad que la propia artista les confiere.
La intensidad y dualidad del deseo se condensa en este cuerpo masculino
que, no obstante, nos muestra un nuevo modelo de subjetividad cuyo planteamiento
está basado no ya en la oposición (yo/otro, masculino/femenino...) sino en su mutua
coexistencia, como un ser andrógino cuya misma indefinición sexual provoca la
identificación con la materia corporal.
La propia artista nos remarca su identificación con su obra: «Dado que los
temores del pasado se hallaban relacionados con las funciones del cuerpo, reaparecen
a través del cuerpo. Para mí, la escultura es el cuerpo. Mi cuerpo es mi escultura»32.
Bourgeois proyecta sobre sus esculturas, ya sean masculinas o femeninas, los temores
y traumas siempre latentes de su infancia, los cuerpos de bronce son también los
alter ego del cuerpo traumatizado de la artista.
Por ello insiste en el mismo tema en otra obra titulada Arco de la histeria
(bronce con pátina dorada, 1993) aunque con diferente concepción y materializa-
ción. Este cuerpo aparece suspendido en el aire, ingrávido, como una exaltación
31
Bourgeois, L. et al., (25), Louise Bourgeois (London: Phaidon. 2003). 37.
32
Ibídem. (25). 45.
de experiencias concretas y que ahora dan forma y significado al sufrimiento y la
frustración a través de la producción artística como terapia para exorcizar el dolor.
Bourgeois no pone remedios ni excusas para hablar de sus traumas, se atreve
a mirarlos y a representarlos simbólicamente ya que sabe que no puede hacer nada
para hacerlos desparecer: «Estoy en el negocio del dolor. Para dar sentido y forma
a la frustración y el sufrimiento [...]. La existencia del dolor no se puede negar»33.
Volvemos al primer Arco de Histeria de la Celda (1992/93). Han sido el
material, la ambigüedad de la figura, la instalación de esta pieza y su inspiración los
factores clave que nos han interesado especialmente. A pesar de saber que el modelo
era un joven ayudante de la escultora, el cuerpo sigue siendo un modelo de inde-
terminación sexual, que acentúa la vulnerabilidad del cuerpo mutilado y sufriente,
arqueado por un deseo indecible.
Así que Bourgeois sintetiza el deseo de un cuerpo que se consume por algo
que no puede verbalizar sobre un colchón desvencijado, sucio y húmedo donde se
halla bordada hasta la saciedad (y aún no es suficiente) una expresión, tal vez un
grito inaudible, repetido como una letanía, como un mantra...
«je t’aime» «je t’aime» «je t’aime» «je t’aime» «je t’aime»
33
Ibídem. (25). 34.
Entendemos que el pensamiento freudiano verifica que la sexualidad trans-
ciende la función biológica de preservación de la especie y comprende todo el circuito
de placer y displacer que involucra al deseo y la experiencia humana, investigando
por ello los comportamientos histéricos traumáticos como base de su investigación
sobre la psique y la sexualidad humana.
Michel Foucault nos ha señalado cómo los diferentes discursos ortodoxos
han sido utilizados por el Poder para ejercer las políticas represoras sobre los cuerpos,
bajo la coartada científica, higienista y moral. Los Estudios Culturales y de Género
retoman el pensamiento foucaltiano para socavar aún más dichos discursos dogmá-
ticos y desvelar la carga de misoginia latente desde la Antigüedad y sus efectos en la
contemporaneidad.
Consideramos las fotografías de Paul Richer en el Hospital de la Salpêtrière
no sólo como una documentación fundamental de las construcciones sociocultu-
rales sobre la histeria sino también como una fuente iconográfica excepcional de
inspiración plástica, tanto de los artistas finiseculares como de los contemporáneos.
La obra de Louise Bourgeois Celda. Arco de Histeria, no sólo es un cuestiona-
miento y disección de los roles de género, sino que demuestra cómo el arte establece
discursos complementarios y relacionados con diversas humanidades (psicoanálisis,
filosofía, medicina, antropología, mitología, sexología, literatura, teoría queer, discur-
sos culturales, etc.). Los artistas que se han adentrado en este territorio estigmatizado
han creado nuevas miradas y espacios de conocimiento de la sexualidad, de sus temores
y tabúes fuertemente enraizados desde la Antigüedad, de las represiones y los límites
en cuanto al cuerpo, el exceso, el dolor y la muerte.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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