Corso
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EN FLANDES Y EL CANTÁBRICO
Enrique OTERO LANA
Doctor en Filosofía y Letras
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biernos eran insuficientes para establecer un dominio del mar, aunque fuese so
mero, y se seguía necesitando el concurso de los armamentos particulares en
caso de guerra. A partir de esta necesidad los estados otorgarán licencias de
corso, recogidas en los documentos que conocemos como patentes, y con ello
se diferenciará claramente entre corsario y pirata desde el punto de vista legal.
* * *
El corsario (del latín cursus, carrera; de ahí, el que recorre el mar) necesita
una licencia de su Soberano para actuar, sólo puede atacar a los barcos enemi
gos o a los neutrales con contrabando de guerra y su presa debía ser legitimada
por un tribunal de su país (otra forma de controlar a los posibles transgresores).
Por ello, las cartas o letras de represalia, concedidas a un subdito para satisfa-
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cer una ofensa o daños recibidos de subditos de otro país, hubiese guerra o no,
tienden a desaparecer siendo sustituidas por el corso general, sólo posible en
tiempos de guerra. Se extenderán cartas de marca o permisos para atacar al
comercio enemigo, y cartas de contramarca, licencias para rechazar a los
corsarios contrarios. Sobre el papel, bajo los Austrias predominan las segundas
y la acción de los corsistas españoles se justifica por los ataques enemigos. Con
los Borbones el objetivo último del corso español queda al descubierto: la des
trucción del comercio contrario.
El pirata (del griegopeirates, el que se aventura) no tiene ningún permiso
oficial, ataca a todo barco que encuentra en su camino, sin importarle la nacio
nalidad, y su presa no queda justificada en ningún juicio posterior. Desde el
punto de vista legal, la captura de un mercante enemigo por un corsario es una
adquisición legítima, en tanto que la presa de un pirata es simplemente un robo.
El que alguna vez se halla comparando a los corsarios con los guerrilleros y a los
piratas con los bandidos es significativo.
Una situación intermedia entre corsario y pirata sería la de losfilibusteros
y bucaneros (los «Hermanos de la Costa»), ya que, aunque no tenían licencias
oficiales, únicamente atacaban a los navios y las ciudades de los españoles y,
además, estuvieron protegidos por el Gobierno francés en la Tortuga y por el
británico en Jamaica. Pero, en todo caso, desde el punto de vista legal su condi
ción es similar a los piratas.
Evidentemente, la realidad es siempre más compleja que la visión que nos
da el mundo legal. Las diferencias entre corsarios y piratas, en cuanto a su forma
de actuación, no siempre tenían límites tan claros y definidos como señala la
legislación. Ambos procuraban intimidar al enemigo con una exhibición de su
pretendida ferocidad (se intentó limitar esta intimidación, con la visita en bote de
los corsarios españoles a la posible presa) y ambos grupos llegaban a torturar a
los prisioneros, aunque con un objetivo distinto: el corsario pretendía obtener,
sobre todo de los neutrales, la confesión de que la carga era del enemigo. El
pirata lo hacía para intimidar a las futuras víctimas y también por puro sadismo
(el comportamiento del Olones fue un claro ejemplo de esto último, pero por
desgracia no el único).
El que cada país calificase de «piratas» a los corsarios enemigos, sin dete
nerse a razonar si tenían o no patente, complica más nuestra visión de la reali
dad. Pero no hay que olvidar que los piratas tenían un sistema interno más igua
litario, eligiendo o deponiendo a sus capitanes, teniendo un reparto del botín más
equitativo y con un cierto despilfarro de los botines (un reflejo de que no tenían
dónde venderlos en muchas ocasiones)1. Los historiadores J. y F. Gall2 han
comparado a los piratas con los anarquistas y el capitán Charles Johnson3 (o
Daniel Defoe) habla de la utopía igualitaria en Madagascar en su biografía sobre
el pirata Misson (aunque hay dudas acerca de la fíabilidad de algunos capítulos
del libro segundo). En el caso de los corsarios hay una clara dependencia de un
grupo de armadores (normalmente organizados en una compañía capitalista de
comandita simple) que subdelegan en un capitán. En el reparto los armadores,
es decir los inversores, se llevaban los % o cuando menos la V2 del botín4. Los
excesos de los tripulantes podían ser castigados por el Estado al volver a puerto
(la legislación impedía los castigos directos, para evitar los abusos de los capita
nes). La frase de Javier de Salas de que «el corso es una piratería legalizada» es,
posiblemente, demasiado taxativa.
Por lo anterior, sacamos la conclusión que el corso tuvo ante todo unas
motivaciones económicas. Aunque en algún momento los armadores corsarios
del Cantábrico justificasen su actividad por la defensa ante la piratería o el
corsarismo enemigo (el componente religioso en esta zona es sólo secundario5),
su verdadero interés estaba en los beneficios a obtener. En 1741 el armador
donostiarra Juan Ignacio de Otaegui lo expuso con cierta crudeza: «En fin, a los
armadores, en mi sentir, no les mueve el servicio del Rey, la gloria de la nación,
ni el mal que hacen a los enemigos, sino las utilidades que logran; si éstas se les
cortan, como faltó el móvil de sus operaciones, de sus riesgos y trabajos, faltó el
corso»6.
Indudablemente la Monarquía hispana era remisa, por lo menos en el siglo
xvii, a aceptar esta realidad. Las patentes de corso de ese siglo eran, como ya
dijimos, cartas de contramarca, es decir concedidas con el pretexto de recha-
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zar a los corsarios enemigos que atacasen nuestras costas. A partir de la docu
mentación se pueden ver objetivos más concretos que perseguía el Gobierno de
Felipe IV: la defensa de las costas españolas, el ataque al comercio enemigo, la
colaboración con las Armadas Reales y la formación de marinería también para
la Armada. Se pretendía, en suma, el aumentar el poder naval de España sin
gasto para su Hacienda7.
Pero los intereses de los armadores de corso eran distintos, como ya diji
mos. Una demostración de ello es que en el siglo xvn, cuando abundan estas
licencias de corso justificadas por la lucha contra los corsarios enemigos, se
llegaron a hacer un mínimo de 658 presas, sin contar otras 21 hundidas en el
intento de capturarlas. Por la documentación sabemos que los corsarios espa
ñoles sólo apresaron o hundieron unos treinta corsarios enemigos a lo largo de
todo el siglo, es decir menos del 4,5 % de las presas mínimas8. Y es que los
corsarios enemigos no solían enfrentarse salvo caso de necesidad, pues era una
lucha costosa y que prometía poco botín.
Y si el enfrentamiento contra el corso enemigo no era prioritario para los
corsistas españoles, tampoco la motivación religiosa era fundamental. Aunque el
contrario pudiese ser un hereje (caso de los ingleses, holandeses o los hugonotes
galos), los corsarios de Flandes o del Cantábrico no se plantean su actuación
como una lucha religiosa como se da en el Mediterráneo frente al musulmán. En
la documentación la defensa de la Fe aparece muy ocasionalmente y a los mari
neros capturados se les solía liberar rápidamente para evitar gastos, salvo que
fuesen personajes importantes que mereciesen el pedir un rescate o fuesen ne
cesarios para un canje global de prisioneros (situación que se dio, por poner un
ejemplo, durante la guerra de la Oreja de Jenkins, 1739-48). En ningún momen
to se dio un tráfico de esclavos a partir del corso como fue típico en el Mare
Nostrum.
* *
Las visiones que tenemos de los apresamientos están en gran parte influidas
por los poetas románticos (lord Byron, Espronceda) y su reflejo posterior en el
cine «de piratas»: Dos grandes navios cañoneándose ferozmente antes de llegar
a un tremebundo abordaje. Pero ni a los corsarios ni a los piratas les interesaba
7 Otero Lana, Enrique: Los corsarios españoles durante la decadencia de los Austrias,
Madrid, Ministerio de Defensa, 1999 (2.a ed.), pp. 195-201.
8 Otero Lana, Enrique: op. cit., pp. 172-76 y 224 (cuadro).
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producir graves daños en la posible presa (lo último que deseaban era hundirla)
y, por otra parte, los barcos que tripulaban eran mucho más pequeños de lo que
nos presenta la imaginación cuando pensamos en un abordaje. Dejando aparte la
forma de buscar las presas, fuese merodeando en una zona más o menos amplia,
fuese acechando en algún paso concreto, la toma del mercante enemigo se intenta
ba por la intimidación y, si ésta fallaba, se resolvía por el abordaje, normalmente
aproximándose a la presa por la popa (uno de los «puntos ciegos» en el arma
mento de los veleros). En el diario del corsario gallego San Telmoy las Ánimas
se recoge una buena descripción de una de sus capturas:
«Y el día 3 [de octubre de 1742] fuimos corriendo hasta ponernos encima
de los Caballos de Fan, cinco leguas a la mar, adonde avistamos dos velas; les
fuimos dando caza y, reconociendo ser un yate y el otro bergantín, les fuimos
dando caza a éste con toda diligencia hasta llegar a tiro de cañón, a donde él nos
largó su bandera inglesa, principiando a tirarnos de cañonazos con bala; noso
tros al mismo tiempo le largamos nuestra bandera y gallardete, correspondién-
dole con dos cañonazos y cuatro pedreros; y él de continuo no cesaba de hacer
fuego y nosotros ejecutando lo mismo, durando dicho fuego como cosa de dos
horas y media, cerca de tres, [y entonces] arrió su bandera, adonde nuestro
capitán, dicho Francisco Barrera, mandó parásemos con el fuego; yendo [a]
abordarlo se vino un aguacero con mucho tiempo, donde se puso a huir; visto
esto, nuestro capitán, al instante, mandó diesen fuego a los cañones y fusilería,
donde le cortamos la escota de la randa y driza mayor9, alguna más [de] manio
bra, echándole abajo la vela mayor, le dimos abordaje con el mismo corsario
por la leta [sic, aleta] de popa y banda de estribor, saltando a bordo quince
hombres con el segundo capitán, haciéndonos al noroeste, que serían las once
del día, poco más o menos, cuando lo rendimos»10. A pesar del largo cañoneo
no hubo bajas en ninguno de los dos bandos. Al final, como la presa había
perdido parte de su velamen fue llevada a remolque, «cuando a vela, cuando a
remo», hasta el puerto de Bayona.
La driza es la «cuerda con que se suspende o izan las velas para marearlas o disponerlas
al viento, [...] toma el título de la vela a que corresponde» (O'Scanlan, Timoteo: Diccionario
Marítimo Español, Madrid, Museo Naval, 1974). La randa, para el mismo O'Scanlan, es la forma
de tomar rizos en los faluchos; pero también puede ser la mayor cangreja de los bergantines, vela a
la que parece referirse en este caso (Enciclopedia General del Mar, dirigida por José M.a Martínez-
Hidalgo y Terán, Madrid-Barcelona, Ediciones Garriga, 1957).
"' Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría de Marina (SM), leg. 533, s.f, 23-
octubre-1742, carta del intendente D. Bernardino Freyre desde La Grana (El Ferrol) a D. José del
Campillo, Secretario de Marina, remitiendo dos diarios de los viajes del capitán Francisco Barrera.
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Sin embargo, como inversión de capital el corsarismo era un negocio muy
arriesgado. Dejando aparte los excesos de los tripulantes (pendolaje, barate
ría", presiones para volver a puerto e incluso motines), el principal problema a
que se enfrentaba un armador de corso eran los largos juicios que seguían a las
presas (especialmente a las neutrales, por ser siempre discutible su contrabando
de guerra). Por ello, no debe de extrañarnos que fuese una inversión típica de
zonas en crisis económica (Flandes, Mallorca o Guipúzcoa en el siglo xvii) o en
recuperación, pero sin buenas posibilidades de inversiones seguras (Galicia en el
siglo xviii).
Para algunas comunidades más aisladas, como demostró Goncal López
Nadal para Mallorca12, el corsarismo podía ser una cuestión casi de superviven
cia. Situación similar pudo ser la de Puerto Rico en el primer tercio del siglo xvn,
la época del armador mulato Miguel Enríquez13. La isla de Cuba es otro buen
ejemplo. En 1744 el gobernador de la isla, D. Juan Francisco de Guimes y
Horcaditas, envió un escrito en que se resumían las ventajas militares y económi
cas del corso: Al iniciarse la guerra había sido necesario el corso contra los
ingleses «para, en algún modo, proteger la navegación y limpiar los mares que
ocupaban impunemente; para tomar noticia de sus designios; incomodar el libre
convoy de víveres de que prosperaban almacenes en Jamaica; y para aprove
char lo que necesitaba esta plaza amenazada y sin esperanza de próximo com
petente socorro de este género; como también guardar las costas de la isla y dar
socorros que podían necesitarse». Gracias a la concesión del quinto real y del
octavo del Almirantazgo hubo éxito en los armamentos, se trajeron harinas cuando
la situación era crítica y se obtuvieron, en las presas, «papeles que muchas veces
dieron luces importantes a la defensa». Por ello el corso ha continuado, «no
obstante la vehemencia de los peligros y los muchos que han perecido en ellos»14.
No hay que olvidar la importancia que tenía el corso para el puerto de
Dunkerque, tanto en el período español como en la época francesa. Esta ciudad
" El pendolaje era el saqueo de los bienes particulares de los marineros de la presa. Legal-
mente sólo se podía hacer en los barcos que se hubiesen resistido, pero en la práctica se hacía en
todas las capturas (y a veces en los barcos simplemente visitados).
La baratería es el daño intencionado en los bienes del armador, sea el propio barco, municio
nes o alimentos.
l: López Nadal, Goncal: El corsarisme mallorquí a la Mediterránia Occidental 1652-
1698: Un comercforcat, Palma de Mallorca, 1986.
13 López Cantos, Ángel: Miguel Enríquez, San Juan de Puerto Rico, 1998.
14 AGS, SM, leg. 535, s.f, 24-septiembre-1744, informe desde La Habana.
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flamenca siempre ha sido el puerto corsario por antonomasia y vivía del posible
éxito de sus corsistas.
En otras zonas, como en el País Vasco del siglo xvn, por citar su peor
momento económico, el corso era un complemento a un comercio más impor
tante con neutrales e incluso con enemigos.
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tiene sentido el perseguir a barcos franceses en lugares donde su presencia sería
marginal y los barcos mayores son poco apropiados para hacer capturas por
abordaje dada su lentitud en la maniobra.
Otra característica es que no se cita que se trajesen a los capitanes y algu
nos tripulantes de las presas para testificar en los juicios. Todo indica una legis
lación poco desarrollada, más basada en el uso que en las ordenanzas.
Aunque el corso guipuzcoano fuese en esta guerra el más activo, la activi
dad de los corsarios enemigos tampoco desapareció. Por poner un ejemplo, el
francés Pie de Palo hizo correrías por las islas Canarias en 1553 y en años
posteriores por Asturias.
* * *
Durante las guerras de Flandes los rebeldes fueron inferiores en las batallas
terrestres a los Tercios españoles, cuando menos hasta la aparición del gran
táctico que fue Mauricio de Nassau. Como solución trataron de limitar las co
municaciones por mar con España ocupando la costa de lo que actualmente es
Holanda (esencialmente la zona que era el núcleo de la rebelión). Los llamados
«mendigos del mar» adoptaron como insignia una bandera con la media luna con
la leyenda «Antes turco que papista». Al principio fueron protegidos por Ingla
terra, que les permitía utilizar sus puertos, pero su asalto indiscriminado a todo
barco que pasase por el canal les quitó el favor de Isabel I y llevó a su expulsión
de Gran Bretaña16. Mientras tanto ocuparon el puerto de Brill (1572) y, desde
allí iniciaron una lenta ocupación de la costa, a veces con batallas más fluviales
que navales. La caída de Middelburg (1574) les dio el control de la navegación
con España y atacaron sin descanso el comercio de Amberes con la Península
Ibérica. A pesar de que estos inicios eran pobres, el desarrollo naval neerlandés
era imparable. Muy pronto sus escuadras llegarían a la misma España y también
atacarían el comercio americano y oriental. Las dos compañías holandesas de
las Indias Occidentales y de las Orientales tenían sus propios barcos de guerra y
la victoria de Matanzas (1528) sobre la flota de Nueva España fue conseguida
por una escuadra de la primera compañía mandada por Meter Heyn, por lo que,
en cierta manera, era una escuadra corsaria.
Los famosos «perros de la Reina» ingleses (Drake, Hawkins, Raleigh) ac
tuaron primordialmente en el mar Caribe, por lo que caen fuera de nuestro tra-
16 Gosse, Philip: ¿05 corsarios berberiscos - Los piratas del Norte, Madrid, Espasa-Calpe
(Austral, 795), 1973 (4.a ed.), pp. 127-28.
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bajo. Pero no debe de olvidarse que mientras los ingleses permitían los ataques
a los españoles en América, sofocaban con mano de hierro a los piratas que
habían surgido al norte de las Islas Británicas. Durante el reinado del rey Jacobo
I, en 1614, una escuadra mandada por el almirante Monson recorrió los nidos
de piratas de las islas Oreadas y Hébridas, así como de la costa irlandesa, para
acabar con ellos. Parece que sus esfuerzos no fueron tan definitivos como sir
William Monson presumía17. Es interesante que el origen de las piraterías esco
cesa e irlandesa se atribuya a la extrema pobreza de aquellas gentes.
El «ciclo español» del corso europeo atlántico (primera mitad del siglo xvu)
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«estatal» aparecen numerosos barcos armados por particulares que se añadie
ron a los ataques al comercio y las pesquerías holandesas, a veces colaborando
con la Armada, otras actuando por su cuenta. Como los neerlandeses tenían
numerosos barcos de guerra en el canal de la Mancha para proteger sus tratos,
los corsarios solían actuar en grupos de dos o tres embarcaciones a fin de defen
derse mejor, aunque ello redujese los beneficios. También en el puerto de Ostende
se organizó una pequeña escuadra por asiento del armador Adriaan van der
Walle.
La acción de los dunkerqueses fue un verdadero azote para los holande
ses. En 1625, aprovechando que una tormenta había desbaratado las fuerzas de
bloqueo, la Armada de Flandes capturó una flota pesquera casi al completo.
Los particulares barrieron el canal apresando a todo barco que encontraban. En
quince días se capturaron más de 150 embarcaciones enemigas, algunas de ellas
de guerra. El golpe contra las pesquerías se repetiría en 1635, con el comple
mento de un ataque exitoso contra un convoy de la Compañía holandesa de la
Indias Occidentales. Entre 1627 y 1634 la Armada de Flandes y los corsarios
particulares hicieron 1.499 presas y hundieron 336 barcos. Por su parte, los
holandeses lograron recuperar 471 mercantes y pesqueros antes de que fuesen
llevados a puerto y hundieron 80 corsarios (de ellos 10 de la Armada de Flandes).
Las pérdidas españolas por embarrancamiento fueron de 5 buques de la Arma
da y 31 de particulares. La difícil entrada al puerto de Dunkerque, con grandes
bancos de arena paralelos a la costa eran una protección, pero también un peli
gro para los corsarios hispano-flamencos.
En gran parte el éxito de los dunkerqueses se debió a un nuevo tipo de
barco: lafragata dunkerquesa, una embarcación con cubierta (a diferencia de
la primitiva fragata mediterránea) y con el casco prácticamente raso, lo suficiente
pequeña para utilizar los remos en algunas maniobras (como en perseguir a una
presa si había poco viento y en las salidas o entradas en su difícil puerto base).
El inicio de la guerra con Francia en 1635 complicó la situación del corso
flamenco. Aunque ahora había más presas potenciales, también eran más los
barcos de guerra que los perseguían. Además, tras las derrotas de Guetaria
(1638) y Las Dunas (1639) la Armada de Flandes fue llamada una y otra vez a
la Península ibérica para colaborar con la debilitada Armada del Mar Océano.
Para completar el cuadro las rebeliones de Portugal y Cataluña en 1640 hicieron
traducción española (Madrid, 1992); pero el traductor convierte en «piratas» a los «privateers» del
texto original, haciendo un dudoso favor al autor.
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perder importancia al frente holandés. La reconquista de las Siete Provincias
pasó a ser algo secundario y se iniciaron los contactos que llevarían a la firma de
la paz de Münster-Wesrfalia. La caída temporal del puerto dunkerqués en 1646
y la definitiva en 1658 fueron el final del Dunkerque español, pero no de su
tradición corsaria. Sin embargo, no desapareció del todo el corso en los Países
Bajos españoles. Los armadores que siguieron fieles a la Corona Hispana se
desplazaron a Ostende y desde allí continuaron su actividad, aunque sin la po
tencia y energía que seguía mostrando el corso dunkerqués, ahora al servicio de
Francia.
Sin llegar a la terrible efectividad de los dunkerqueses, los corsarios vas
cos, especialmente los guipuzcoanos, iban a tener un importante papel en las
guerras de la Monarquía Hispánica. El arranque del corsarismo peninsular estu
vo en la Ordenanza de Corso de 24 de diciembre de 1621, completada con
nuevos artículos en 1623 y 1624. Animados por las ventajas que ofrecía esta
legislación los armamentos corsarios fueron muy numerosos: entre 1622 y 1626
se prepararon 86 embarcaciones en Guipúzcoa, 23 en Vizcaya, 7 en las Cuatro
Villas, 2 en Asturias y otras 10 en puertos sin localizar2'. Sin embargo, las presas
no estuvieron en proporción a este alto número (conocemos 63 para los mismos
años, aunque tenemos claras referencias de que su número fue mayor). Los
corsarios actuaban aislados, de forma desorganizada y eso reducía su efectivi
dad. Los guardacostas franceses y los piratas rocheleses eran otro obstáculo en
su actividad.
En 1633 se decidió organizar el corso vasco, en parte inspirándose en el
flamenco. Se creó la Escuadra del Norte que intentaba coordinar la actividad de
los barcos corsarios del Cantábrico (aunque, en la práctica, se centró en
Guipúzcoa), se otorgaron ayudas económicas a los armadores y se nombró un
superintendente, don Alonso de Idiáquez. La mejor época de la Escuadra del
Norte estuvo entre 1633 y 1640, llevándose a San Sebastián 353 presas, según
un acta notarial.
En esta misma época (1637) el irlandés Richard Pronovil se asentó en
Ribadesella, por un motivo romántico: encontró allí a su futura esposa. Armó
diez o doce navios y capturó 28, aparte de otros siete hundidos. En 1639 la
suerte le abandonó: fue capturado por los franceses y, según su hija, murió enve
nenado cuando ya se había pagado el rescate.
:l Otero Lana, Enrique: op. cií.,p. 119. Los datos siguientes también están sacados de este
libro.
En Galicia don Francisco de Zárraga Beográn, un armador donostiarra que
buscaba nuevos horizontes, intentó crear la que llamó Escuadra del Rosario. La
suerte le fue adversa: los argelinos le hundieron dos barcos corsarios, un tempo
ral destrozó otro en el puerto de La Coruña y una riquísima presa portuguesa se
perdió en los bajos de Aveiro. Su esperanza de obtener a través del corso un
nombramiento de caballero de Santiago, como lo había conseguido Idiáquez, se
vio frustrada y le llevó a la ruina.
Suerte bien distinta fue la de don Agustín de Diústegui que se enriqueció
gracias al corsarismo y otros tratos marítimos y pudo obtener, tras prestar 50.000
ducados a la Corona, el título de capitán general o gobernador de la Escuadra
de Barlovento que actuaba en el Caribe.
Otro momento brillante del corso español fue la guerra contra la Inglaterra
de Cromwell (1555-1559). Los corsistas flamencos y vascos unidos a los
legitimistas británicos, especialmente los irlandeses, fueron un azote para el co
mercio inglés, aunque la famosa cifra de 1.500 capturas parece un poco exage
rada.
En los años sesenta del siglo xvn los corsarios españoles (predominante
flamencos, vascos y gallegos) actuando desde Galicia intentaron derrotar eco
nómicamente al Portugal rebelde. Los considerados «neutrales» (ingleses, fran
ceses y holandeses) ayudaban a los lusos, despreciando los decretos de Felipe
IV que ordenó un bloqueo, como si todo el país vecino fuese una plaza sitiada.
Para mantener el libre comercio, los neutrales hicieron amagos de intervención;
pero sólo los neerlandeses llevaron a la práctica su amenaza. En 1663 una es
cuadra de los Países Bajos recorrió la costa portuguesa capturando a todo cor
sario español que encontraba. Diez barcos corsistas cayeron en sus manos antes
de que los hispanos fuesen conscientes de esta agresión. La inoperancia de la
Armada de Mar Océano en defender a los subditos del Rey de España inició un
cierto distanciamiento entre la Corona española y sus corsarios.
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su defecto, ir a corsear en la zona del cabo Finisterre y la costa portuguesa,
en competencia con el cada vez más fuerte corsarismo gallego (ahora reali
zado por armadores y marinos naturales de la zona). En los períodos en que
España y Francia eran aliadas había que contar con la competencia de la
acción simultánea de los corsaires galos. Por otra parte, frente a las guerras
casi continuas del siglo xvii en la centuria siguiente alternaron las contiendas con
largos períodos de paz y este hecho tendía a dificultar la profesionalización en el
corso.
22 Ocaña Torres, Mario L.: El corso marítimo español en el Estrecho de Gibraltar (1700-
1782), Algeciras, 1993. Los corsarios mallorquines y catalanes también estuvieron presentes oca
sionalmente, pero en escaso número.
23 Para un estudio más detallado, ver mi libro La Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-
1748) y el corso español, Madrid, 2004. Me remito a él para evitar un exceso de notas, salvo en la
mención de fuentes de especial interés para nuestro tema.
51
particulares, por lo que también podríamos calificarlos de corsarios). El hecho
de que el capitán Jenkins perdiese su oreja (según algunas versiones, mientras se
envolvía con la bandera británica) fue algo anecdótico y, desde luego, un motivo
bastante pobre para que los ingleses iniciasen una larga guerra. El marqués de la
Ensenada, secretario del almirante general D. Felipe, vio en el corso una forma
de apoyar a la naciente Armada española, ya reconstruida pero demasiado débil
para enfrentarse en plan de igualdad con la Royal Navy británica. Esta vez los
armamentos fueron generales en toda la Peninsula e incluso en América. El País
Vasco (que seguía siendo la zona corsaria más importante de España), Galicia,
el Estrecho de Gibraltar, Cuba y Santo Domingo serían las zonas de mayores
armamentos.
52
En Galicia los armamentos fueron muy numerosos en el puerto de Vigo.
Eran embarcaciones más pequeñas, que se movían a vela y remo (normalmente
en los momentos de calma o para acelerar la persecución de alguna presa),
bajando por la costa portuguesa hasta las inmediaciones de Oporto y, a veces,
de Lisboa. Por su escaso tamaño no solían alejarse mucho de la costa e incluso
algunos capitanes preferían refugiarse durante la noche en algún punto de la
costa de Portugal. Como sus tripulaciones eran escasas, las embarcaciones
corsarias solían volver a su puerto cada vez que obtenían una presa. Según
nuestros datos hicieron 229 presas (226 inglesas y 3 neutrales). Muchos de
estos mercantes capturados llevaban bacalao al país luso y las autoridades
portuguesas iniciaron una verdadera persecución de los corsarios españo
les. Alguno de éstos, como el capitán José Suárez, terminó en la cárcel por
no poder pagar la fianza excesiva que pedía el corregidor de Setúbal por
una presa que en el juicio se demostró que era un barco inglés con cambio
más que dudoso de propietario (el comerciante portugués que reclamaba
antes parecía un mero testaferro que el verdadero propietario). Suárez nos
dejó una colorista descripción de su captura en 173925: se le acercaron seis o
siete hombres en calle y le pidieron la presa de bacalao que había llevado a
Cádiz, a lo que respondió que esa presa dependía del juicio de los tribunales
españoles y él no podía darla, «luego que me oyeron esto, me agarraron entre
todos y me echaron un cordel a la mano derecha y me llevaron, como si fuera
algún negro, a la casa del dicho corregidor» -se quejaba del maltrato en una
identificación, muy de la época, entre negro y esclavo-. Por lo que sabemos, en
1743 todavía estaba en una cárcel lisboeta.
La intervención española en la fase final de la guerra de los Siete Años
(1756-1762) fue otro momento de numerosos armamentos de corso. En parte
se hicieron con la intención de vengarse de los ingleses26. El comercio hispano se
vio molestado por las detenciones de los corsaires franceses y de losprivateers
británicos, que buscaban contrabando de guerra o simplemente mercancías para
el bando contrario. Los «insultos» de los británicos fueron constantes. El capitán
Nicolás Marroquín fue asesinado en una de estas detenciones. En 1758 los
ingleses apresaron doce navios vizcaínos y tres donostiarras que iban a Terranova
a cambiar víveres y pertrechos por bacalao; eso sí, con los pescadores galos
25 AGS, SM, leg. 534, s.f, carta de José Suárez de 22-diciembre-1739 describiendo su
apresamiento, en el expediente de su caso (17-octubre-1739 a 27-agosto-1743).
26 Véase Otero Lana, Enrique: «La intervención de Carlos III en la Guerra de los Siete Años.
La acción de los corsarios españoles», en Revista de Historia Naval, n.° 65 (1999), pp. 79-91.
53
enemigos de los británicos27. Meses antes un barco inglés de 16 cañones, un
privateer claramente, apresó dos pingues de Pasajes y los llevó a Bristol. En el
viaje encontraron un mercante guipuzcoano y uno de los capitanes apresados
pidió «en español y vascongado» que avisasen al armador de ambos buques,
don Vicente Zabaleta28. Si algún corsario inglés era capturado bajo la acusación
de piratería, su armador y el cónsul británico le negaban su apoyo (y eludían
responsabilidades) bajo la acusación de que había delinquido29, un subterfugio
inadmisible en la legislación española, en la que se obligaba a entregar fianzas de
buena guerra para obtener la patente. En un privateer inglés, apresado por
haber atacado a un mercante español, los tripulantes eran de muchas nacionali
dades como en otros muchos corsarios ingleses. Estaba compuesta de nueve
venecianos (entre ellos, el capitán), tres genoveses, tres malteses, dos griegos,
un negro de «Ginea», que era esclavo del capitán, y un único inglés. El barco
había sido armado en Gibraltar y fue llevado a Barcelona una vez capturado.
La situación era cada vez más difícil para el comercio hispano, como reco
nocía el cónsul español en Amsterdam: «Los ingleses prosiguen, con la mayor
insolencia, sus desacatos contra nuestros navios de comercio, robándolos según
su antojo [...]. Varias personas dicen aquí que, si no es protegida con navios del
Rey nuestra navegación, los españoles mismos rehusarán hacer tráfico con ban
dera propia, pues no hallarán quien así quiera asegurarles sus mercancías, o
subirán para ellos tanto los seguros que no puedan aguantarlos»30.
No es de extrañar que la paciencia de los armadores de comercio españo
les estuviese agotada. Los bilbaínos Ignacio de Ibarra y Juan de Goytia3' pedían
patentes de corso para estar preparados en el momento de la ruptura de la paz
-situación que se veía próxima- y así poder vengarse. Algunos comerciantes
perjudicados, especialmente los donostiarras, prepararon ahora buques corsarios.
Los abusos constantes de los ingleses estaban originando una reacción en su
contra.
La intervención de España en la guerra fue muy corta (desde febrero a
diciembre de 1762, fecha en que se acordó la tregua) y desgraciada para las
armas hispanas. Los ingleses tomaron La Habana y Manila. Algo se progresó en
la colonia portuguesa de Sacramento y en el mismo Portugal, pero lo decisivo
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fueron las victorias británicas. Se firmó la paz con la recuperación de las plazas
tomadas a cambio de la entrega de la Florida (aunque España fue compensada
por Francia con la cesión de la Luisiana).
Hubo, según nuestros datos, 77 armamentos de corso en España, desta
cando ahora, en cuanto al número la zona del estrecho de Gibraltar, si seguimos
a Ocaña Torres en su libro ya citado. El País Vasco se encontraría con la com
petencia de los corsarios de Bayona, que llevaban varios años atacando al co
mercio inglés; pero, incluso así, se llegaron a armar 15 embarcaciones en San
Sebastián y 9 en Bilbao. Como en la guerra anterior, merodeaban por amplias
zonas del Atlántico en embarcaciones aisladas para hacer más rentable su bo
tín32. Eso exigía portes mayores que en otras zonas, como ya hemos comentado:
si la media de la Península Ibérica fue de 73 toneladas, en Vascongadas ascendía
a 133 para veinte corsarios de los que conocemos el porte.
* * *
32 Puede verse un ejemplo de estos viajes en mi artículo «El curioso viaje de navegación
del corsario Juan Pedro Cruz de Belefonte (1762)», en Revista de Historia Naval, n.° 83
(2003), pp. 7-21.
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también lo fuera33. Había un claro temor a que estos corsistas fuesen incontrola
bles. En Bilbao sí que hubo un armamento corsario, tal vez para vengar el apre
samiento de algunos mercantes vizcaínos.
Como se puede ver el corso vasco había desaparecido, pero no por pre
sión del enemigo o por la menor combatividad de los marineros guipuzcoanos o
vizcaínos, sino por simple evolución económica. El comercio con América se
abría ahora como una posibilidad más rentable y productiva, dando salida a los
productos vascos o a los comprados al resto de España. Carlos III, al romper el
monopolio de Cádiz y permitir el libre comercio, daba una oportunidad de desa
rrollo comercial hasta ahora inexistente. No hay que olvidar que el comercio con
el resto de Europa era muy competitivo y que el mercado americano continuaba
reservado, por lo menos en teoría, a los españoles. Los armadores guipuzcoanos
y vizcaínos no iban a dejar pasar la ocasión... Había otras opciones económi
cas: el régimen foral favorecía ahora la inversión de los propietarios de tierras
frente a los beneficios de los comerciantes34 (lo que explica la oposición que
plantearon a la permanencia de esta legislación los puertos de Bilbao y San
Sebastián, ya en el Señorío de Vizcaya, ya en la Provincia de Guipúzcoa). Todo
esto significaba, en la práctica, el fin del corsarismo vasco. Ahora sería el mo
mento del corso gallego.
* *
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más armamentos en Cataluña y Mallorca, en parte para defenderse del corso
menorquín todavía británico, pero ésto cae fuera de nuestro trabajo. Todo el
potencial naval español (incluyendo el flete de los corsarios del Estrecho y otras
zonas) parecía concentrado en la recuperación de Gibraltar. Por el contrario los
privateers británicos fueron numerosos y atacaron el comercio español y fran
cés de forma continua.
Algunos corsarios de las 13 colonias rebeldes llegaron a Europa. Dejando
aparte las correrías de Jean Paúl Jones por las costas inglesas, se presentó algún
barco estadounidense en Bilbao y Cádiz, donde fueron contratados para prote
ger nuestro comercio (curiosamente, en Cádiz la Casa de Contratación había
organizado una escuadra corsaria para proteger el comercio hispanoamericano,
pero todos sus navios estaban sirviendo en las colonias españolas y hubo que
contratar a un corsario norteamericano para proteger la llegada de los mercan
tes a la ciudad).
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mar. También los donostiarras armaron siete lanchas que actuaron desde los
puertos gallegos.
Con las dificultades de la guerra de Independencia y los problemas crea
dos después por los corsarios independentistas (antes extranjeros, sobre todo
anglosajones, que criollos argentinos o colombianos) sólo hay patentes mixtas.
Ni una ni otra contienda ofrecían buenas posibilidades de botín a los corsarios
gallegos. Y el corso era, no lo olvidemos, una inversión capitalista para los
armadores y una forma de vivir con poco esfuerzo para los marineros. Son los
corsarios independentistas (primero los titulados «argentinos» y después los «co
lombianos») los que recorren sin descanso las costas españolas destrozando
nuestro comercio. En realidad, la mayoría de estos corsarios era anglosajones
(ingleses y, sobre todo, norteamericanos), que terminadas las guerras
napoleónicas y la anglo-estadounidense de 1812 atacaban a España para hacer
rentables sus armamentos, justificándose en su defensa de la libertad de los crio
llos (aunque en algún caso el pretexto pudo ser sincero). Reconocida la inde
pendencia de nuestras antiguas colonias y durante un tiempo las inversiones de
los armadores gallegos se dirigirían a un negocio más execrable: la trata de es
clavos; pero ese ya no es nuestro tema.
En el País Vasco la primera Guerra Carlista llevó a una débil reactivación
del corso36. Los carlistas carecían de Marina (aunque, sobre el papel, organiza
ron un Ministerio). El bloqueo de la Armada Real sólo permitía las acciones
ofensivas de pequeños corsarios armados por los particulares. En 1836 una
trincadura de Lequeitio hizo varias presas y en 1838 el general Zabala organizó
en Mundaca una flotilla de tres trincaduras, más pensada para rechazar a los
barcos enemigos que para corsear. Según datos de Guillen Tato37, en el bando
isabelino la Real Junta de Comercio de Bilbao (que era una ciudad liberal) y el
capitán del barco correo entre Bilbao y San Sebastián pidieron patentes para
detener a los mercantes, sobre todo franceses, sospechosos de introducir mate
rial bélico en los puertos carlistas. Fuera de las Provincias Vascongadas, Ramón
Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, (mejor sería decir su padrastro Felipe Caldero)
organizó en 1637 una flotilla corsaria en Amporta, consiguiendo algunos éxitos
16 Pardo San Gil, Juan: «La Marina en la Primera Guerra Carlista», en Ristre, n.° 8 (mayo-
junio, 2003), pp. 44-48.
37 Guillen Tato, Julio: índice de papeles de la Sección de Corso y Presas, Madrid, 1953
(referido a los fondos del Archivo General de Marina «Alvaro de Bazán», El Viso del Marqués
-Ciudad Real-).
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pero no decisivos38. La Guerra Carlista se libró por tierra y en el mar sólo tuvo
importancia el bloqueo, más o menos efectivo, que la Armada Real hizo en las
zonas dominadas por los legitimistas.
Aunque España no firmó la Convención de París de 1856, en la que se
renunciaba al corso de los particulares, ya no se volvió a armar en nuestro país
ninguna embarcación corsaria. Potencialmente, durante la guerra de Cuba, tanto
España como Estados Unidos podían haber armado corsarios particulares, ya
que ninguna de las dos naciones había reconocido la citada Convención. Incluso
hubo en España (no tengo noticias sobre los proyectos norteamericanos) algu
nas voces defendiendo estos armamentos39, pero juiciosamente no se permitió
una guerra particular ya desfasada. En 1908,20 de enero, nuestro país se adhi
rió a la Convención de París.
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Bilbao | Fuenterrabía
San Sebastián
O 100 S00K.
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