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HOJARASCA

He ojeado el libro de mi amigo Ricardo Fernández con el placer que


experimento a cada nueva producción de nuestra incipiente literatura; y
con la ruda franqueza con que suelo dar mi opinión cuando me la piden,
voy ahora, sin pedírmela, a declarar la impresión que su lectura me ha de-
jado.

No diré, como La Estrella de Panamá, que sólo algunos de los cuen-


tos son regulares, tampoco estoy por las hipérboles de Aquileo, quien afir-
ma que bien pudieran varios de ellos llevar la firma de Maupassant.

Los cuentos de Ricardo son buenos y prometen más; revelan un tem-


peramento de artista, como ahora se dice, pero adolecen de los defectos
inherentes a todo primer libro, resabios hijos de la inexperiencia y que de-
saparecen con la práctica. Me refiero en primer lugar a la elocución, a ve-
ces descuidada y no muy pura; en segundo, a la elección de asuntos, a mi
juicio poco acertada.

Achaque muy común en nuestras repúblicas es desdeñar los mil suje-


tos nacionales que pudieran dar motivo a otras obras literarias interesantí-
simas y llenas de novedad para los extranjeros; se recurre a argumentos
gastados, se pintan escenas yse trazan diálogos que lo mismo pueden veri-
ficarse aquí, en Madrid o en París; y mientras tanto nadie se ocupa de estu-
diar nuestro pueblo y sus costumbres desde el punto de vista artístico, na-
die piensa en desentrañar los tesoros de belleza encerrados en los dramas
de nuestras ciudades y en los idilios de las aldeas, en la vida patriarcal de
nuestros antepasados y en su. historia pública, en lo recóndito de las almas
y en la naturaleza exuberante que despliega ante nuestros ojos indiferentes
su grandiosa poesía.

292
No es esto un reproche para Ricardo: es una queja inspirada por la
lectura de infinidad de obras hispanoamericanas en las que advierto ese
desdén injustificado. ¡Ojalá que el autor de Hojarasca se dedicase a benefi-
ciar tan rica mina! El que ha pintado de mano maestra a Sevilla, ¿por qué
no ha de hacer otro tanto con lugares que conoce mejor y a los cuales pro-
fesa más cariño? Ya que ha entrado con tan buen pie en el campo de las le-
tras, debiera seguir la senda que he indicado, para mayor gloria suya y deli-
cia nuestra.

No es mi ánimo analizar uno por uno los cuentos de Hojarasca; sin


embargo no puedo menos de manifestar que yo en lugar de Ricardo supri-
miría El Manantial y la enojosa enumeración botánica de las tres primeras
páginas de El Derviche.

"Amer"

Revista Cuartüla& 28 de mayo de 1894


EL NACIONALISMO EN LITERATURA

Señor don Pío Víquez.

Mi querido poeta: Días pasados ya propósito de una crítica de mi li-


bro Hojarasca escrita por mi estimado amigo Carlos Gagini, charlamos bre-
vemente en la redacción de El Heraldo, acerca de lo que puede llamarse el
"nacionalismo en literatura". En esa conversación nació la promesa, que
ahora cumplo, de decir a usted en una carta lo que pienso sobre e¡;ta ahora
tan manoseada materia.

Si no tuviera usted tan exquisito temperamento de artista, capaz de


vibrar al U1iísono de cualquier otro por raro, genial y hasta extravagante
que sea, me abstendría de hacerle las confidencias que más adelante leerá;
pero como me consta que usted no es ni patriotero ni pertenece al clan de
los retóricos que son los eunucos de la literatura, sino que tiene el buen
gusto de contentarse con ser un. artista original, lleno de genialidades, que
hasta "cosas" tiene, y lo que mejor es, cosas muy suyas y graciosas, me ex-
playaré a mi sabor sin cuidarme del caramillo que mis ideas puedan levan-
tar en el consabido clan de los incompletos.

Vamos al asunto. Han dado muchas gentes ahora en la flor de que to-
dos los que movemos una pluma en Costa Rica, estamos obligados a escri-
bir pura y exclusivamente sobre asuntos nacionales. Para comenzar con-
vendrá usted conmigo en que semejante exigencia es absurda por mil moti-
vos, de los que sólo expondré algunos para no hacer demasiado larga esta
carta. El primero y quizá el mejor es el de que todo artista (y conste que
no pretendo serlo) tiene su temperamento especial, que lo lleva con fuerza
irresistible hacia determinados ideales. Sacarlo del camino que le trazan
sus gustos, su manera de ser, sus nervios, es llevarlo al despeñadero, a la
pérdida de su personalidad artística. Si a usted, pongo por caso, que mane-
ja con tanta destreza como gracia el estilo irónico y jocoso le hubieran
obligado a consagrarse a escribir necrologías, no sería usted ni con mucho
el Pío VÍquez que conocemos. ¿Por qué? Por la simple razón de que, da-
das las condiciones de su temperamento artístico y sus genialidades, un
elogio póstumo salido de su pluma vendría a ser de seguro una deliciosa
ironía contra el difunto. De lo cual se desprende que usted sería un pési-
mo necrologista.
El Goya de los poetas españoles, mi querido amigo Salvador Rueda,
al tratar en su último libro, El Ritmo, de estas estúpidas exigencias, dice:
"No ve ese miope de cerebro (el literato topo) que el temperamento de un
artista no es una enciclopedia de temperamentos, sino uno solo, el cual le
diferencia de los demás artistas y en eso está su fisonomía intelectual, su
modo de ser, su marca literaria o poética. Los literatos topos quieren, por
lo que se ve, un pisto, un poutpourri, en lugar de un carácter; y ensaladas
no produce la naturaleza. La ensalada se hace, y no nace. Más paladar... y
más lógica, señores". Esto dice Rueda y dice bien.

Hacerme a mí el cargo de que para mis cuente cilIo s elijo asuntos ex-
tranjeros, es tan sandio como decir a uno de nuestros pintores, al cual se le
ocurriera hacer mañana el retrato de una inglesa o una china: -Señor mío,
su cuadro es muy bonito, el dibujo es correctísimo, el colorido suave y de-
licado, pero su obra tiene un inmenso defecto: la linda mujer que le ha ser-
vido de modelo es extranjera y usted debió elegir a una costarricense, des-
cendiente de los héroes del 56. Y aunque el infeliz artista proteste y alegue

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que ~l toma la inspiración donde la encuentre y que sólo aquella mujer es
capaz de hacer vibrar sus fibras Íntimas, lo condenarán sin oírlo y le criti-
carán por no haberle dado preferencia a un asunto nacional. ¡Como si fue-
ra posible encauzar la inspiración, poner diques al arranque sublime del ar-
tista!

En literatura como en arte no sólo debe haber libertad sino libertina-


je. Estoy seguro de que si a Miguel Angel le hubiese ocurrido hacer una es-
tatua del arte encadenado, lo hubiera representado en figura de un viejo
decrépito y harapiento.

No sé que nadie haya censurado jamás en su patria a Víctor Hugo por


haber escrito tantas poesías y piezas dramáticas con asuntos extranjeros;
ni a Bizet, francés y autor de la página más hermosa de música española
que se conozca, ni tampoco a Merimée, creador del tipo de Carmen, en el
cual se inspiró el malogrado autor de Los Pescadores de Perlas. ¿Cree us-
ted que nuestro amigo Rubén DarÍo hubiera adquirido el envidiable re-
nombre que tiene, escribiendo cuentecitos y cuadros de costumbres nica-
ragüenses? ¿Dejará de ser el Sátiro Sordo una página sublime por haber
echado mano Darío de un asunto griego?

En estos paisecitos de América se dicen y escriben cosas verdadera-


mente abracadabrantes. Recuerdo que alguna vez, hallándome en París leí
en un remitido publicado en un diario de esta ciudad una de esas cosas que
se le quedan a uno grabadas en la memoria, como si fueran monumentos
indestructibles de la infinita e inagotable tontería humana. A vuelta de en-
salzar el adelanto de los músicos de nuestras bandas militares, decía el au-
tor del famoso remitido estas o parecidas frases.

"Es tiempo de que se dejen de tocar trozos de Bellini, Meyerbeer,


Verdi, Donizetti, etc. Seamos independientes; ya que tenemos músicos del
país, tengamos también música nacional". ¿No le parece a usted estar
oyendo a nuestros críticos patrioteros cuando exclaman: "Dejémonos de
imitaciones; ya que tenemos escritores nacionales, tengamos también lite-
ratura nacional?"

Los que tales tonterías dicen son los mismos que imaginan que un
país puede llegar a tener literatura y artes propias en quince días de térmi-
no, como si se tratara de hacer venir de Estados Unidos una casa de made-
ra. Pero en contra de esos delirios se alza la verdad inmensa, irrefutable, y
es que durante muchos años aún nuestras letras y nuestro arte tendrán que
set un reflejo de los brillantes soles europeos. El país que después de mu-

295
chos siglos de existencia y prosperidad logra tener arte y literatura nacio-
nales, ha llegado a la más alta cima de su civilización; y así se dice el arte
griego, el arte romano, la literatura francesa, las letras españolas. Y, ¿cuán-
do le parece a usted que podría decirse el arte o la literatura costarricen-
ses? Yo, Dios me lo perdone, me imagino que nunca.

Nada, a mi juicio, más odioso que esa tiranía que se quiere ejercer
contra el artista. A ninguno se le ocurre meterse por las puertas de una za-
patería y decirle al industrial: -Señor de Zapatero, usted hace admirable-
mente las zapatillas de señora, pero le aconsejo que se dedique a las botas
Federicas o a las alpargatas. Sin embargo, cualquier jovencito de esos que
se las dan de "críticos", se cree con derecho a soltarle esta o parecida re-
primenda: -Señor don Pío Víquez, usted ha escrito una poesía preciosa
que se titula El Apache; ha hecho usted muy mal en derrochar su talento
en ese asunto mejicano; debió usted escribir otra llamándole El Guatuso o
El Talamanquino porque esos son salvajes nacionales. Y bien puede usted
defenderse con el incontrastable argumento de que estos señores inciviliza-
dos, aunque ciudadanos costarricenses, no son capaces de inspirarle ni si-
quiera una mala gacetilla, que le contestarán imperturbables: -No impor-
ta; usted debe dedicarse a cantar nuestros indios nacionales.

Por lo que hace a mí, declaro ingenuamente que el tal nacionalismo


no me atrae poco ni mucho. Mi humilde opinión es que nuestro pueblo es
sandio, sin gracia alguna, desprovisto de toda poesía y originalidad que pue-
dan dar nacimiento siquiera a una pobre sensación artística. En cuanto a
los dramas más que vulgares de nuestras ciudades, me prometo estudiarlos
cuando se me ocurra la idea perversa de escribir novelas sangrientas por en-
tregas.

Para concluir" voy a citar un parrafito de la crítica del señor Gagini


publicada en Cuartillas. Dice así:

"El que ha pintado de mano maestra a Sevilla, ¿por qué no ha de ha-


cer otro tanto con lugares que conoce mejor y a los cuales profesa más ca-
.- ?"
rmo.

Con perdón de mi amigo Carlos Gagini, a quien quiero y cuyos méri-


tos respeto y admiro, me permito decir que esto es sencillamente un desa-
tino nacido sin duda del sentimiento patriótico llevado al extremo. Se
comprende sin esfuerzo que con una griega de la antigüedad, dotada de esa
hermosura espléndida y severa que ya no existe, se pudiera hacer una Ve-
nus de Milo. De una parisiense graciosa y delicada pudo nacer la Diana de

296
Houdon; pero, vive Dios que con una india de Pacaca sólo se puede hacer
otra india de Pacaca.

Recuerdo que );lace algunos años leímos una noche juntos, usted y
yo, algunos tiozos de Musset, y nos llenó de admiración este verso del gran
poeta acusado de plagio:

"Mon verre n'est pas grand,


maisje bois dans mon verre".

Es este un verso admirable ¿no es verdad? Pues bien, yo, insignifican-


te enamorado de las letras, me propongo aprovechar la enseñanza que en
él está encerrada, continuando impertérrito por el camino de mis aficio-
nes; y a pesar de todos los críticos que sobre mi humilde personalidad des-
carguen sus iras, seguiré bebiendo en mi copa.

Suyo siempre,

Ricardo Fernández Guardia

El Heraldo de Costa Rica. Nfo. 720. 24 de junio de 1894


EL NACIONALISMO EN LITERATURA

Señor don Ricardo Fernández Guardia

Mi estimado amigo: Con sobre para don Pío VÍquez me dirige usted
una carta larguÍsima en El Heraldo del domingo; y como fuera descortesía
dejarla sin contestación, desocupo gustoso un rato para dársela cumplida.
De fijo esta mía le parecerá deshilvanada: culpa de la prisa con que escribo
y del propósito de seguir punto por punto los conceptos de la suya.

297
En los primeros párrafos dice Ud. que va a hacerle confidencia a VÍ-
quez porque él "tiene temperamento de artista, capaz de vibrar al unísono
de cualquiera otro por raro, genial y hasta extravagante" (en lo cual no veo
rareza, ni genialidad ni extravagancia), y porque "no es patriotero ni perte-
nece al clan de los retóricos": esto último no lo entiendo, si ya no es que
Ud. haga alusión irónica a la cátedra de retórica que desempeñó don Pío,
pues en Costa Rica no hay más clanes que los de Talamanca ni más retóri-
cos que los forjados por la imaginación calenturienta de los artistas libres.
Agrega Ud. que "muchas gentes han dado en la flor de que todos los
que movemos una pluma en Costa Rica estamos obligados a escribir pura y
exclusivamente sobre asuntos nacio~ales". No sé quién puede tener tan es-
túpida exigencia; por mi parte sólo he manifestado cuánto me duele el des-
dén con que se miran las cosas nacionales, sin pretender dictar leyes a
cuantos mueven plumas en Costa Rica, puesto que cada uno es dueño de
hacer de su capa un sayo. Retrate usted, si tal es su gusto, todas las chinas
que le dé la gana; no por eso dejaré de llamarle a Ud. artista, pero me de-
leitará más la contemplación de unos ojos negros de mi tierra, que las obli-
cuidades visuales del Celeste Imperio. "En literatura como en arte no sólo
debe haber libertad sino también libertinaje". Soy del mismo parecer que
Ud. que cada cual coja la pluma, el pincel o el cincel, y a emborronar pa-
pel, a pintorrear lienzos y desbastar piedras, a ver si resulta una obra maes-
tra. No tenía usted necesidad de citamos el magnífico trozo de su querido
amigo Salvador Rueda para convencernos de que es menester dejar que ca-
da uno dé rienda suelta a sus aficiones, a su temperamento; nadie se opone
a ello, como que eso es lo que han practicado los artistas desde que el
mundo es mundo. ¿Quién dice que Rubén DarÍo hizo mal escribiendo el
Sátiro Sordo en lugar de cuadros de costumbres nicaragüenses? ¿Que a él
le seducen los asuntos griegos y las cacerías del príncipe de Gales? Magní-
fico, aunque algunos le reprochan el conocer poco esas cosas tan lejanas y
el haber puesto tigres en Africa y canguros donde nunca los ha habido.

En cuanto a la afirmación de usted, de que nunca habrá una literatu-


ra costarricense, me parece algo aventurada: -¿acaso no la tienen muchos
pueblos tan pequeños e insignificantes como el nuestro? Claro está que esa
literatura no podrá ponerse en parangón con las que hoy llenan el mundo,
ni citarse al lado de la griega o la romana; pero llegaremos a tenerla, no lo
dude usted, cuando tengamos verdaderos artistas que interpreten el espíri-
tu nacional en las comarcas lejanas, en las cosas exóticas o en los tiempos
antiguos.

En lo que sí estamos de acuerdo es en que "en estos paisecitos de


América se dicen y escriben cosas verdaderamente abracadabrantes" (aun-

298
que no sé a ciencia cierta qué quiso usted decir con ese vocablo rubenda-
ríac'o o salvadorruelesco).

Verdadero monumento de la tontería humana es el famoso remitido


dd que pedía que las bandas no volviesen a tocar trozos de Verdi o de Be-
Ilini; pero la cita es impertinente por no ser idéntico el caso. ¿Cuándo he
pedido yo que no se vuelvan a leer novelas ni a reproducir en los periódi-
cos las obras de los maestros franceses, españoles o rusos? ¿No las he reco-
mendado constantemente a mis discípulos y analizado con ellos en clase?
¿Desconozco acaso que "nuestras letras y nuestro arte tendrán que ser du-
rante muchos años un reflejo de los brillantes soles europeos"?

Entre paréntesis, noto aquí una contradicción; como usted opina que
nunca habrá literatura costarricense, extraño que diga usted durante mu-
chos años, porque eso supone que al cabo dejaremos de imitar para ser ori-
ginales.

De los maestros europeos aprenderemos el procedimiento, el buen


gusto, el arte, en una palabra; pero eso no quiere decir que debamos tomar
los mismos asuntos, ni crear tipos semejantes, ni reproducir las ideas y sen-
timientos de aquellos escritores. ¿Dónde hay nada más ridículo que ver a
Rubén Darío escribiendo cuentos rusos? Pero es la moda, y todos le rendi-
mos homenaje. Lo lejano, lo misterioso, lo nuevo, eso es lo que atrae a las
imaginaciones juveniles. ¿Cuál dirá usted que fue mi primer ensayo, escri-
Lo a los dieciséis años? Una historia que pasaba en la Edad Media, e.n un
castillo de España: tenía yo la cabeza llena de señores feudales, de pajes y
Lrovadores, de almenas y puentes levadizos, y aquello, sólo aquello me pa-
recía poético y capaz de despertar la fantasía.

Este recuerdo me vino a las mientes al leer este concepto de usted:


"Nuestro pueblo es sandio, sin gracia alguna, desprovisto de toda poesía
y originalidad que puedan dar nacimiento siquiera a una pobl"e sensación
artística". Precisamente lo contrario dicen los extranjeros que nos visitan,
pues le tienen por uno de los menos sandios de la tierra. Desengáñese us-
Led, amigo mío: la poesía, como la luz, se halla en todas partes; pero se re-
quieren ojos para verla y alma de artista para sentirla.

Para que vea usted cuán injusto es un desprecio para con nuestros sal-
vajes, le diré que en estos días recibí carta de un notable escritor' salvado-
reño, en la cual me pide datos acerca de los indios de Talamanca, porque
está escribiendo una leyenda talamanquina.

299
Pero no sólo salvajes hay en Costa Rica, ni a ellos me refiero cuando
hablo de asuntos nacionales.

"En cuanto a los dramas más que vulgares (dice usted) de nuestras
ciudades, me prometo estudiarlos cuando se me ocurra la idea perversa de
escribir novelas sangrientas y por entregas".

Ignoro lo que los artistas libres entienden por dramas: nosotros los
retóricos no damos ese nombre únicamente a los asesinatos.

A continuación me echa usted en cara un desatino que creo no haber


dicho; y si no, veámoslo.

Dije yo en Cuartillas: "El que ha pintado de mano maestra a Sevilla


¿por qué no ha de hacer otro tanto con lugares que conoce mejor ya los
cuales profesa más cariño?"

Verdad de Pero Grullo y no desatino me parece afirmar que uno debe


pintar mejor lo que mejor conoce; a no ser que usted tenga el raro privile-
gio de pintar magistralmente lo que no conoce. Para confirmar el desatino
agrega usted que de una griega de espléndida hermosura se pudo sacar la
Venus de Milo, de una parisiense graciosa la Diana de Houdon (muy seño-
ra mía); pero de una india de Pacaca sólo se puede sacar otra india de
Pacaca.
Antes vimos que usted tiene ideas originales acerca del drama; ahora
me voy recelando que usted no distingue la belleza natural de la artística
¿Conque una estatua que representase una india de Pacaca no puede ser
obra maestra? A creerle a usted, todos los sujetos de los cuadros y estatuas
deben ser Venus o Adonis, arquetipos que no se encuentran a cada vuelta
de esquina, ni aun en Grecia, pues es fama que el autor de la Venus de Mi-
lo reunió en ella las perfecciones de cien hermosas modelos.

A creerle a usted, los preciosos cuadros de Pereda no valen un comi-


no, porque representan un rincón de la montaña, o campesinos tan feos,
sandios y sm gracia como los nuestros, ni valdría mucho más la María de
Isaacs, ni otra porción de obras admIrables, aunque no hablan de las por-
tentosas ciudadades europeas.

Concluye usted su carta con un verso de Musset: Mon verre n'est pas
grand, mats je bois dans mon verre.

En buena hora; beba usted en su vaso, que no seré yo quien se lo im-

300
pida. Manifesté solamente un deseo, y usted lo ha tomado como una exi-
gencia; conste que no le censuro a usted porque se siente inclinado a lo ex-
tranjero, por lo contrario, y aunque nosotros perdamos con ello, me ale-
graré el día en que usted vaya a Europa en busca de nuevos asuntos para
sus obras, porque estoy seguro de que ellas darán nuevo lustre al nombre
de usted, a quien de veras aprecio.

Su afmo. amigo,

Alajuela, 27 de junio de 1894 Carlos Gaginz·

La República. NfO. 2.337. 29 dr junio de 1894


EL NACIONALISMO EN LITERATURA

Señor Director de El Heraldo:

El distinguido joven literato don Ricardo Fernández Guardia, ha pu-


blicado recientemente, en su diario, un interesante y sugestivo artículo so-
bre el Nacionalismo en Literatura, que merece ser discutido, no sólo por lo
riesgoso de sus opiniones, sino también por el gracioso desenfado como
trata los intereses artísticos y sociales de su patria costarricense.

El señor Fernández profesa la doctrina, y así lo declara en su artícu-


lo, de "que en literatura como en arte, no sólo debe haber libertad sino li-
bertinaje". Esta divertida manera de concebir el arte, no es una idea origi-
nal del señor Fernández; ya el notable crítico Wyzewa contestaba irónica-
mente al literato inglés Oscar Wilde, que la empleaba, diciéndole, que 10
hacía pour épater les bourgeois. Conocidas y confesadas por él mismo, las
intenciones literarias del novel escritor, no es extraño que se explaye a su

301
sabor y la emprenda con saña furiosa contra el tema y su propio país en
esta forma:

"Por lo que hace a mí, declaro ingenuamente que el tal nacionalismo


(como quien dice, las tales papas) no me atrae poco ni mucho. Mi humilde
opinión es que nuestro pueblo es sandio, sin gracia alguna ( ¡olé, viva Sevi-
lla!) desprovisto de toda poesía y originalidad que puedan dar nacimiento
siquiera a una pobre sensación artística." Esta injusta opinión del costarri-
cense por su país natal no tendría valor alguno, si no viniera a ser como el
resumen o síntesis de las opiniones del señor Fernández, acerca del Nacio-
nalismo en Literatura, que él confunde lastimosamente con la vana y gá-
rrula patriotería... El sentimiento artístico de la nacionalidad, no es más
que un fenómeno natural de adaptación mental, al medio viviente, a las
costumbres, intereses religiosos, político-sociales, del artista o escritor.
Sean cualesquiera el temperamento, los gustos, los nervios del señor Fer-
nández, no podrá nunca arrancar de sus carnes, de sus gustos y de sus ner-
vios, eso que para él pudiera ser una túnica de Neso, y que es la lenta, pero
segura impregnación en todo su ser, de los elementos vitales de la naciona-
lidad: la herencia, la raza, el lenguaje, las costumbres, las tradiciones, etc.
Para despegarse de esa sombra, sería preciso ser cómplice de Dios en la
obra milagrosa El verdadero artista, según Pablo Bourget, no es el que re-
produce más o menos exactamente tal o cual detalle o cuadro de la vida
real, es el que al expresar sus ideas, sus ensueños, sus emociones, se en-
cuentra con que ha expresado las ideas, los ensueños y las emociones de
un gran número de hombres parecidos a él mismo, pero inferiores mental-
mente a él. Me podrán contestar que Bourget es precisamente un exótico y
cosmopolita en literatura; pero Bourget puede serlo. ¡Ya lo creo!

Es un genio en la novela psicológica contemporánea, mientras que el


señor Fernández no pasa de ser un buen escritor en medio de un pueblo
que él considera atrasado.

El señor Fernández cree que no podrá haber arte ni literatura costa-


rricense por la carencia de asuntos bellos en un país esencialmente infeliz
y prosaico. Quisiera yo conocer la gracia, el talento, la belleza, la poesía
del pueblo ruso, desaseado, soez, supersticioso, servil, brutal y ebrio; y sin
embargo, hay allí hombres superiores al medio vergonzoso popular, que se
han inspirado con felicísimo arte realista en las desgracias de su nación, es-
critores de la talla de Herzen, Ogaref, Tourgueneff, Schtchedryne, Dos-
toievski, Gogol, Tolstoi y otros que han hecho sacar al sol, toda esa podre-
dumbre, purificada por medio del arte.

302
En España misma, ya la literatura desbordándose del amplio conteni-
do de la Nacionalidad, aspira a ser más localista, constituyendo esa litera-
tura regionalista que tan altos vuelos ha tomado en la costa cantábrica,
con Pereda, Palacio Valdés, Curros, Pardo Bazán y Alas. ¿y cree, acaso, el
señor Fernández, que el pueblo gallego, montañés, asturiano y vasco están
mucho más adelantados que el pueblo costarricense? A mi modo de ver es-
tán mucho más atrasados que nosotros, sin la feliz circunstancia dd bie-
nestar relativo que aquí se goza en la vida económica. Un ejemplo más cu-
rioso todavía nos ofrece la influencia de los escritores realistas, en el esta-
do social de los pueblos. Noruega no es más que un país pobre, de leñeros
y pescadores; sus habitantes viven sumergidos en la mayor obscuridad po-
lar y mental, y, sin embargo, desde el año de 1870, esa fuerza bruta cam-
pesina ha sido explotada, por literatos leídos en todo el mundo, como Ib-
sen, Bjorson, Kielland y Lie.

Esta contradicción que notamos entre el genio literario de la naciona-


lidad, y el estado de atraso en los países, lo observamos en la Grecia de las
primeras edades, que si no tuvo un Pericles, tuvo un Homero; en Inglaterra
donde Macaulay se extraña que en medio del atraso intelectual en que ya-
cía sumido el pueblo, hubiera podido surgir un Shakespeare; en Alemania
con Goethe y Schíller, y en España, durante el vergonzoso reinado de los
Felipes y Carlos*. Si estos genios sobrevivieron en la historia literaria, se
debe, más que todo, al carácter eminentemente nacional de sus obras, cu-
yas aspiraciones y empresas trataban ellos de encarnar en sus personajes y
descripciones. Por eso el escritor no es el producto del medio social, ni una
resultante de la civilización de un pueblo, es algo más, es una genial apari-
ción, un profeta, un heraldo, en las avanzadas del progreso nacional.

Sobre este punto estoy conforme con Carlyle, que considera como
obra providencial el advenimiento de los grandes genios artísticos en me-
dio de los pueblos atrasados o decadentes.

Esa pobreza de sensación artística que el señor Fernández achaca a su


país, es más bien un fenómeno de subjetivismo enfermizo, que una reali-
dad.

Ese terrible mal de la impotencia literaria, es un mal del siglo, y una


afección crónica en los indolentes escritores hispanoamericanos. La pobre-
..:a de sensación artística donde reside, no es en el pueblo, sino en la imagi-

• Obsérvese que el pensamiento está incompleto. Así en El Heraldo de Costa Rica.

303
nación enervada de tantos noveles literatos, que en vez de dedicarse a la
observación y al estudio, prefieren trasvestir asuntos tratados ya por emi-
nentes escritores, con el ropaje chillón del colorido y de la prosa muy un-
tada de perfumería francesa.

El señor Fernández, aludiendo a la imposibilidad insuperable de ha-


llar impresiones artísticas en su patria, dice que con una india de Pacaca,
sólo se puede hacer otra india de Pacaca, y sin embargo, Chateaubriand
con indios e indias parecidos a los de Pacaca, hizo Atala y los N atchez; Lo-
ti nos describe deliciosos amores entre las tribus salvajes de Polinesia, Bret
Harte y Fenimore Cooper entre indios americanos, Jacoltiot; entre las tri-
bus asiáticas, Zola en los pantanos de la Beaud~ y en los suburbios de Pa-
rís.

¿Esto qué significa?

Que el escritor, como el pescador de perlas, al sumergirse en lo desco-


nocido y misterioso de los males, busca, lucha, remueve el légamo, logra
romper el banco calizo de madréporas, sube al fin a la superficie con la co-
diciada presa; unos encuentran entre las valvas la hermosa perla, otros...
son los desgraciados, que sólo pescan la ostra huera, los ratés de la literatu-
ra, que no hallan sino perlas de vidrio de patente francesa o española.

Yo deseo despedirme del señor Fernández, recordándole los versos


que él cita de Musset, mi Dios-Poeta:

Mon verre n'est pas grand,


mais je bois dans mon verre.
Buvons, alors ensemble,
sans lie et sans rancune.

Benjamín de Céspedes

El Heraldo de Costa Rica. Nro. 726. 1 de julio de 1894

304

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