?? Lili St. Germain - Gypsy Brothers - 3 - Five Miles
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E S T R E L L A X S
H Y P A T I A A.
L A U R I T A!
P I L A R_G R
H A N N Y
S A N D R A
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L A P I S L Á Z U L I
Sinopsis Capitulo 10
Capitulo 1 Capitulo 11
Capitulo 2 Capitulo 12
Capitulo 3 Capitulo 13
Capitulo 4 Capitulo 14
Capitulo 5 Capitulo 15
Capitulo 6 Capitulo 16
Capitulo 9 Créditos
Traducido & Corregido por Lapislázuli
Mi padre me enseñó la importancia del ojo por ojo: una regla fundamental,
arraigada en cada miembro del club.
La gente podría preguntarse por qué estoy haciendo esto. Si esta venganza proviene
de alguna causa noble. Si estoy tratando de evitar que otros sufran a manos de
Dornan Ross y sus hijos.
Estoy haciendo esto porque solo quiero poder dormir por la noche sin ver sus caras.
La gente podría preguntarse por qué estoy haciendo esto. Si estoy tratando
de evitar que alguien más sea lastimado por la familia Ross. Si simplemente soy
una justiciera.
La verdad es que lo hago por mí. Lo hago porque me gusta. Lo hago porque
la mirada en la cara de Maxi y Chad cuando los maté, fue un bálsamo para mi alma.
Lo hago porque esto es lo que todos se merecen.
Se suponía que debía ser simple y directo. Matar a Maxi, inhalar un poco
para mí, lo suficiente para que me sangre la nariz y mis ojos se vean desorbitados y
luego ir a buscar a alguien para "tratar de despertar a Maxi".
Sólo que lo que había ordenado a través de mis contactos era increíblemente
letal, y tuve la suerte de estar viva, según los médicos.
Según Jase.
Rodeo una pila de vidrios rotos por lo que parece ser la décima vez desde
que salí del hospital. Normalmente, esta caminata de ocho kilómetros sólo me
llevaría una hora más o menos, pero casi muero hace unas horas.
En resumen, me siento como una mierda. Así que no es de extrañar que las
primeras palabras que salen de la boca de Elliot se hagan eco de ese sentimiento.
—Te ves como la mierda —me saluda. Le frunzo el ceño y entro en el estudio,
el oscuro, tranquilo y bienvenido refugio de las calles de fuera.
Están pasando tantas cosas que no sé dónde mirar. Un cráneo gigante que
ocupa la mayor parte del centro de su pecho; rodeado de imágenes y citas escritas
en diferentes idiomas. Cuando se gira para cerrar la puerta, veo que su espalda
también está cubierta, de hombro a hombro, con un gigantesco mapa antiguo del
mundo. Se vuelve hacia mí.
—No puedo esperar a oír esto —dice, haciendo un gesto a mi atuendo, que
todavía es visible debajo de la bata abierta que ha puesto sobre mis hombros—.
¿Perdiste tus bragas en un baile de disfraces? ¿O te las derritió un motociclista
sexy?
—Tengo tu nombre en mi pene —dice con fingida seriedad, con una mano en
la cintura de sus calzoncillos—. ¿Quieres ver?
Me rio. —Lo que sea, El. Creo que lo tienes grabado en tu corazón, más bien
—Intento ser graciosa, pero el humor se pierde en Elliot, que lanza la mirada al
suelo y frunce los labios torpemente.
Miro las paredes del salón, laminas blancas de pared a pared, brillantes e
impresas con todos los diseños de tatuajes imaginables. Dragones, letras
arremolinadas y calaveras. Símbolos y citas. Pájaros en vuelo.
Elliot McRae.
Vaya. Sabía que era bueno, ¿pero que haya dibujado la mayoría de estas
cosas él mismo? Me deja alucinada.
Me giro para ver a Elliot al final de las escaleras que llevan a su apartamento,
una niña pequeña metida en el espacio entre su hombro y su barbilla. Tiene un
montón de rizos marrones oscuros que le cubre la cara, enmascarándola.
No puedo evitarlo. Me ilumino, una sonrisa que se extiende por toda la cara.
El cuadro de Elliot como padre, su hija acurrucada contra él, agita algo viejo y
enterrado dentro de mí.
Elliot hace un gesto con la cabeza para que lo siga y comienza a subir las
escaleras. Lo sigo, cerrando la puerta que separa el espacio del estudio de tatuajes
de las escaleras detrás de mí.
Sin saber qué hacer conmigo misma, me adentro en la cocina, el corto tramo
de escaleras me quitó todo el aire de los pulmones, dejándome jadeante. El banco
está fresco bajo mis palmas, y me quedo allí mucho tiempo. Los únicos sonidos son
el lento goteo de un grifo en algún lugar, y los relajantes sonidos sssssssh de Elliot
que vienen del pasillo.
—Sabes —digo a la ligera—, era mucho más fácil abrazarte sin estas bazucas
entre nosotros.
Su tono es amargo y abro la boca con sorpresa. No tengo una respuesta para
eso, porque él tiene razón. Odio que tenga razón.
Siento que mis mejillas se enrojecen cuando miro a cualquier parte menos a
su cara. —¿A quién, a Jase? ¡No!
—Jesucristo, Juliette.
—¿Me estás diciendo —empieza en voz baja—, que tu única opción era
iniciar una relación sexual con el hombre que te violó en grupo y que casi te mata?
¿El hombre que mató a tu padre? ¿Quién probablemente mató a tu madre?
Hace un largo silencio y se pone las manos detrás de la cabeza, todos los
músculos de los brazos y los hombros tensos, bien enroscados. En cualquier otra
situación diría que se ven sexys. Pero aquí, ahora, se ve muy asustado.
—No puedes volver allí —dice, su metro ochenta sobre mi metro y medio.
Veo esa mirada en sus ojos, esa racha de determinación que le hizo
perseverar conmigo durante tres años, una chica con un deseo de muerte que
cualquiera en su sano juicio habría abandonado.
—Lo empeoré, ¿no? ¿Al estar contigo? Jesús, ni siquiera sabes lo que está
bien y lo que está mal. Eso es culpa mía —Ahora se está paseando—. Eso es cosa
mía. Tenías diecisiete años, por el amor de Dios. Debería haberlo sabido. —Ahora
está balbuceando, no me mira—. Esto es por mi culpa.
Elliot y Juliette.
Fue hermoso.
Por primera vez desde que "morí", me sentí completa de nuevo. Amada.
Protegida. Deseada.
—¿Significa eso que puedo tener mi propia cerveza ahora? —Le pedí
juguetonamente.
Elliot se paró y caminó hacia la puerta. —No —dijo por encima del hombro.
—¿Crees que no sé por qué nos sentamos en ese banco toda la maldita
tarde? —susurré, ahora de puntillas, limpiando una mancha de grasa de su
mejilla—. Sé lo que estás haciendo. No te permitirás estar solo en esta gran casa
vieja conmigo. ¿Por qué?
Todo excepto Jase, eso era. Pero Jase no estaba allí. Jase estaba con su
padre. Jase pensó que estaba muerta.
—Estaría mal que me aprovechara de ti —dijo, con sus dedos firmes sobre
mis hombros—. Nosotros. No. Podemos. Hacer. Esto.
Me incliné más cerca, sus brazos se cayeron cuando dejó de sujetarme. Besé
un rastro húmedo en su cuello, riendo suavemente mientras temblaba bajo mi
toque.
Amada.
—Llévame a tu cama —susurré entre los besos. Se congeló por un momento,
girando la cabeza a un lado, sus suaves caricias se apaciguaron hasta aplastar
mis muñecas. Giré el cuello, tratando de atrapar su mirada de nuevo. A
regañadientes, me miró, jadeando conmigo.
No, no fue un cuento de hadas lo que me trajo a Elliot. Fue una maldita
pesadilla.
Pero a pesar de todo eso, hasta ese momento, hasta el mismo milisegundo
en que me susurró que me amaba, no había creído realmente que era digna de ser
amada.
Después de esa primera vez, no sentí nada excepto un alivio puro y sin
adulterar.
Aliviada de haber tenido la suerte de ser encontrada por alguien que podía
volver a unirme, pieza por pieza.
—Oh Dios mío, Elliot. ¿Cuántas veces tenemos que tener esta conversación?
No hiciste nada malo. Me acerqué a ti, ¿recuerdas? —Una lágrima se forma en el
rabillo del ojo y yo silenciosamente la aparto.
—Te amaba.
Una sonrisa triste toca sus labios, y me da esa pequeña sonrisa antes de
volver la mirada al suelo.
Elliot se frota los ojos llorosos. —Me fui porque después de tres años, seguías
llamándolo.
¡Jase! ¡Jason!
—Oh —digo.
—Sé que pensaste que era porque quería una vida normal. Niños y
matrimonio y todo eso.
—Creo que si nos hubiéramos conocido antes de todo esto, habríamos estado
bien. Habríamos sido felices.
Me trago una piedra en la garganta, una mano apoyada en su cabello corto,
la otra trazando sus labios.
***
Antes de irme, antes de que sea hora de enfrentar la música y llamar a Jase,
Elliot me vigila cansado, su pequeña niña aún duerme, el sol de la mañana entra
por la ventana de la cocina. Estamos en la cocina junto al banco, tomando café e
intercambiando charlas.
Asiento.
Sacudo la cabeza.
Me encojo de hombros.
—Podría —Hace una pausa—. Realmente les demostraste a esos tipos, ¿eh?
Asiento.
Sus ojos se abultan. —No puedo creer que los hayas matado.
—No lo sé. Es sólo... tú. La chica que rescataba gatitos perdidos y alimentaba
a los pájaros con sus migajas cada mañana después del desayuno.
Hacía mis rondas una tarde después de que los clientes del almuerzo
habían limpiado y el lugar estaba a punto de cerrar por el día. Elliot me esperaba
en el mostrador mientras recogía un plato de patatas fritas frías. Estaba cubierto
de grasa y aceite, ese olor embriagador que se le pegaba siempre y que me había
hecho sentir segura dondequiera que estuviera.
—Vaya, vaya —se había burlado, en cuclillas sobre sus caderas mientras
me extendía la mano—. Te ves muy bien para ser una chica muerta.
—Lo siento.
De vuelta a Dornan.
De vuelta a Jase.
Traducido por Hypatia A.
Corregido por Hanny
Unos minutos más tarde, estoy en un taxi, de camino al hospital. Elliot sólo
me dejó salir después de que le prometí que me reuniría con él en la tienda en unos
días, para discutir mi plan de juego. La idea hace que se me hunda el estómago. Sé
que intentará convencerme de que no continúe, y no quiero oír eso. Sólo quiero
matar a todos los putos hermanos Ross.
Debo estar completamente jodida, porque una parte de mí piensa que eso
podría ser apropiado, ¿sabes? Para cerrar el círculo. Que descubra lo loca que estoy
y me meta una bala en la cabeza.
Prefiero compartir mis últimos momentos con él que con Dornan, de todos
modos.
—Jase —digo, sonriendo con lo que espero que sea una indiferencia casual—.
Sólo fui a dar un paseo.
Jase se pone las gafas de sol en la nariz, mirándome por encima con esos
ojos oscuros que tan devastadoramente me recuerdan a los de su padre.
—Y aun así, parece que sigues poniéndote en situaciones en las que acabarás
en una cama de hospital, o en una puta camilla en la morgue. Es curioso.
Uno pensaría que sería una visión, de pie, descalza, con nada más que una
delgada bata de hospital y una bata raída por encima de la parte superior, pero Jase
es el que se destaca, vestido con una chaqueta de cuero negro liso y jeans de
mezclilla oscura, su casco negro bajo el brazo. Varios pacientes llevan trajes
similares a los míos, algunos con soportes intravenosos. La mayoría de ellos son
fumadores, ansiosos de conseguir su dosis de nicotina antes de volver a sus
habitaciones de hospital para mirar los techos y paredes de estuco beige.
Los miro con anhelo, deseando ser una fumadora para poder al menos usar
eso como una excusa para estar aquí.
—Sólo he estado aquí unos pocos minutos —miento, entrecerrando los ojos
contra el fuerte sol de la mañana.
—¡Cállate!
—Levántate —sisea.
—No —le digo—. No hasta que me digas adónde vamos.
Suspira con impaciencia. —Te llevaré a mi casa —dice con los dientes
apretados—. No es que realmente te quiera allí, pero las órdenes son órdenes.
—¿Vas a hacerme daño? —pregunto, en voz baja para que sólo él lo oiga.
No tienes ni idea.
—¿Qué?
Busco la moto con mis ojos. —¿Y tú qué? —pregunto, tomando el casco y
tirando de él sobre mi cabeza. No me muevo mientras Jase pone la correa de la
barbilla, sus dedos calientes rozando mi cuello frío.
Con eso, balancea su pierna sobre la motocicleta y patea el pedal con su bota
negra.
—¿Qué? —susurro.
Me quedo ahí, congelada, con los pies bien plantados en la acera. Por alguna
extraña razón, de repente me pregunto dónde está mi corsé. Mi corsé y mis tacones
negros de charol. Probablemente en el basurero del hospital. Oh, bueno.
Una parte de mí cree que está tratando de hacerme caer. Otra parte, más
pequeña, se preocupa febrilmente de que va a descubrir quién soy, y rápido.
Asiento.
—Rápido —añade.
—Recogí esto para ti anoche. Iba a volver para dártelas cuando decidiste ir a
ver a tu amigo.
Busco en sus ojos, tratando de descifrar cuánto sabe. Que tanto sospecha.
Salto cuando escucho su nombre. Oh, Dios. No respondo. ¿Qué puedo decir
yo?
—Estás callada hoy, Sammi —dice, rozando un nudillo contra mi mejilla, aún
mojado por la ducha—. ¿Se te acabaron las mentiras para decirme?
Sacudo la cabeza.
—¿Sí, Samantha?
***
Una hora más tarde, estoy sentada en una silla en el tejado del club, con el
sol golpeando mi ya dolorida cabeza. Miro el traje que Jase eligió para mí, una
camisa rosa con volantes en el frente, y una falda negra lisa. No tuve el corazón
para decirle que la camisa es un top de pijama. Puede que parezcan aleatorias y
elegidas al azar, pero cuanto más miro a las dos chicas sentadas a mi lado, más
segura estoy de que ha elegido este traje mío a propósito. Me hace parecer joven,
inocente y casual, en claro contraste con Betty y Verónica, con su maquillaje duro,
delineador exagerado, camisetas diminutas y pantalones negros ajustados.
—Perra, ¿dije que podías moverte? —pregunta Jazz, parado detrás de mí.
Siento algo frío presionando contra mi cuello. El cañón de una pistola está justo
debajo de mi barbilla, forzando mi cabeza hacia arriba. Aprieto los dientes, sin
moverme ni un centímetro.
Jase, que está de pie delante de mí, mira a su hermano pero no dice nada. Es
estupendo.
No quiero que se derrame más sangre por mis estúpidos errores, y es en este
momento cuando decido que no importa qué, estas chicas no van a cargar con la
culpa de la muerte de Maxi. A pesar de que puse la coca en sus bolsas.
Dornan se acerca, su mirada viaja sobre mí, antes de mirar a las dos chicas.
La ira irradia de cada poro de su cuerpo, y solo puedo imaginar lo que me espera
después, suponiendo que salga de este techo sin una bala entre mis ojos.
Idiota.
Asustada como estoy, soy muy consciente de todo lo que me rodea. La mano
cavando en mi hombro; la forma en que Dornan está tan lleno de ira, casi brillando
como la luz del sol, pequeños temblores por todo su cuerpo. Una vena se hincha en
su cuello, latiendo furiosamente, y lucho contra el impulso de intentar correr.
No mostrar debilidad.
—¿Y tú, rubia? —gruñe Dornan—. ¿De dónde sacaste la coca que mató a mi
maldito hijo? ¿Eh?
Ella no responde, solo emite un sollozo que hace que la cara de Dornan se
ponga roja.
Ella comienza a llorar. —No sé —dice ella, señalándome—. Ella me dio una
píldora y no recuerdo nada más.
Asiento, poniendo mis mejores ojos. —Maxi tenía una bolsa llena de ellas.
¿No encontraste el resto?
—¿Por qué carajo mi hijo habría tenido coca de otro proveedor? Tratamos
directamente con una persona y nuestros envíos siempre han sido limpios.
Encojo mis hombros —Creo que tenía un problema. Creo que estaba
teniendo un gran problema. Siempre estaba tan acelerado, ¿no?
—¿Chicos?
—Él dijo que Ricardo se la dio como muestra. Dijo que si era realmente
buena, él te haría subir a bordo y cambiar tu proveedor continental.
—Mierda —dice Jazz en voz alta detrás de mí. Yo salto. Aunque susurré,
obviamente está lo suficientemente cerca como para escucharme.
—El nunca haría negocios con los colombianos —se burla Jazz—. Él conocía
la historia.
Dornan y Jase hablan unos momentos más, antes de que Dornan vuelva con
nosotros. —Libéralas —dice, señalando a las dos chicas.
Donny se burla, pero mete su arma en el bolsillo y agarra a cada chica por
un brazo, arrastrándolas a sus pies. Cuando pasan apresuradamente a Dornan, se
aclara la garganta deliberadamente, haciendo que Donny se detenga bruscamente.
Ella asiente frenéticamente, su largo cabello rubio cae sobre sus ojos.
—¿No te escuché? —dice Dornan, pasando sus dedos por su pelo y tirando.
Los hermanos empujan a las chicas hacia la puerta y luego bajan las
escaleras, donde desaparecen rápidamente.
Encantador.
—Sammi sabe lo que les pasa a las chicas que no se comportan —dice
oscuramente.
—¿Qué les sucede a las chicas que no se comportan? —le pregunta Jase a su
padre, sus ojos nunca dejan los míos.
La mandíbula de Jase se flexiona, sus puños apretados tan fuerte que puedo
ver que sus nudillos se vuelven blancos.
Traducido por Pilar_GR
Corregido por Sandra
Las chicas son tiradas sin ceremonias por el frente de la puerta y yo soy
llevada (más bien arrastrada) por el pasillo por Dornan. No está claro si mi propio
interrogatorio ha terminado o solo se trata de cambiar de lugar, pero al menos las
chicas están fuera del club y pueden correr muy, muy lejos.
—¿Qué diablos pasó anoche? —pregunta él—. Si descubro que tienes algo
que ver con Maxi... —Hace una pausa, la siguiente palabra reacia a formarse en sus
labios.
Exprimo una lágrima para su beneficio. —Te lo prometo, no tuve nada que
ver con eso. Maxi inhalaba tanto, incluso cuando su nariz comenzó a sangrar, no se
detenía.
—No sabía qué hacer —le suplico, abriendo mucho los ojos. Él deja escapar
un gruñido bajo cuando una mano caliente se envuelve alrededor de mi garganta,
apretando con una intensidad lenta que se vuelve más y más fuerte, hasta que no
puedo respirar y veo estrellas.
Algo cambia en su expresión. Tal vez sea el hecho de que puede ver que me
estoy desmayando, porque suelta su agarre sobre mí y se endereza, la frustración es
evidente en su rostro mientras camina por la pequeña habitación.
Su cara es aterradora.
No lo dudo, y recuerdo una vez más el peligroso juego que estoy jugando
aquí. Como la ruleta rusa, pero con más balas en el arma, y yo soy la chica que
sostiene el arma en mi cabeza, esperando desesperadamente escuchar un clic vacío
cada vez que aprieto el gatillo en lugar de que mi cerebro salpique en la pared
detrás de mí.
Todavía.
Miro sus ojos negros mientras las emociones baten dentro de mí. El orgullo
vengativo lucha con el miedo dentro de mí.
—Te ponen la mano sobre la boca y te hacen inhalar por la nariz —digo sin
comprender, recordando los pecados de mí misma haciendo exactamente eso
bailando en mi mente.
—Era tan fuerte —agrego, sabiendo que ahora debo verme débil y cansada—
. No tan fuerte como tú, Dornan. Pero aún era demasiado fuerte como para
detenerlo.
Miro los pedazos rotos del espejo y la sangre que gotea de sus nudillos
mientras le respondo: —¿Por qué empezarían algo?
—Aquí, bebé —le digo, tomando el cigarrillo y colocándolo entre sus labios.
Acepta el humo, sus ojos negros me miran con una mezcla de lo que parece
curiosidad y rabia apenas velada. Me quito la camisa para solo quedar en sostén,
presionando la camisa de algodón contra su nudillo sangrante.
Venga. Puedes hacerlo. ¿Qué es una pequeña mamada? Eres una asesina,
pequeña.
Ugh. El apodo de Dornan para mí, en mi propia mente, en una charla
animada que me estoy dando, está mal. No sé si debería reír o llorar, pero tampoco
estaría fuera de lugar como la puta fiel del club, así que los suprimo mientras
suprimo mi reflejo nauseoso, llevándolo a mi garganta.
—Jesucristo —se queja, bajo y áspero, grava y rocas—. Chupas la polla como
una estrella porno.
Agito mis pestañas hacia él, continuo trabajando mi boca y mi mano sobre
su dureza, dejando que mi mente divague.
Lo siento relajarse, poco a poco, sus rodillas caen un poco más anchas, su
tensión se suaviza, se encorva contra el respaldo de la silla mientras sus parpadeos
se hacen más largos y más placenteros.
—Será mejor que no estés mintiendo sobre la otra noche —dice, y no puedo
creer que todavía puede hablar a través de esto. Lo tomo como un desafío personal
y succiono más fuerte, aprieto más fuerte, me esfuerzo más para llevarlo al borde
de la liberación.
Pienso en Michael, el joven inocente que fue abatido a tiros por Dornan en
un ataque de celos y lujuria, mientras me trago la carga de semen que acaba de
lanzarme a la boca. —Lo sé —respondo, limpiando mi boca con el dorso de mi
mano mientras descanso sobre mis talones.
Tengo tantas ganas de hacer gárgaras con enjuague bucal, pero puedo
escuchar la ducha corriendo y sé que Dornan no estaría impresionado con eso.
Escaneo la habitación, buscando algo, cualquier cosa, para eliminar el sabor
inductor del semen en mi boca. Mi mirada cae sobre el armario, donde sé que
Dornan guarda un alijo de sus bebidas caras favoritos.
Está desnudo salvo por una toalla blanca alrededor de su cintura, el blanco
contra su piel es demasiado inocente para la sangre que ha derramado a lo largo de
los años. Debería ser negro o rojo carmesí, tal vez. Sus ojos brillan de ira cuando ve
la botella en mi mano.
Sacudo la cabeza.
Toma otro trago y esta vez golpea la botella en la mesita de noche con tanta
fuerza que me sorprende que no se rompa.
—Esa botella era especial —dice.
No digo nada.
—Bueno, eres muy especial para mí —le digo, deslizándome hasta el borde
de la cama y pasando los dedos por su brazo.
—Sabes que estás aquí para que te use, ¿verdad? —Él continúa deslizando
su dedo hacia adentro y hacia afuera, agregando dos y luego tres dedos para que yo
esté estirada y llena con él.
—¿Entiendes?
—S-sí —gimoteo, jadeando ante el repentino cambio del placer al dolor. Ya
debería estar acostumbrada, es el movimiento característico de Dornan, pero
todavía no estoy preparada para su nivel de depravación.
En mi cadera.
—Tal vez deberías follarme tan fuerte como puedas —le digo con los dientes
apretados—. Tal vez me sacará de tu sistema.
Puedo sentir una sonrisa amarga tirando de mi boca. —¿Estás seguro de que
puedes, Dornan?
Y literalmente.
Él desliza su polla completamente fuera de mí, pasando la punta de su eje
en mi entrada, bromeando. Burlándose.
Quiero que me haga sufrir para que pueda hacerlo sufrir al final.
Oh, Dios, no. Por favor. Me duele mucho el estómago y siento que estoy a
punto de desmayarme. Mis rodillas se doblan debajo de mí y caigo a un lado,
rodando como una pelota y agarrando mis brazos protectoramente alrededor de mi
estómago.
Hasta que muerde con fuerza, enviando espasmos de dolor a todo mi cuerpo
ya pulsante.
Estoy en llamas.
Quiero vomitar.
Y luego regresa, vestido esta vez, sonriendo mientras me estudia, sus brazos
cruzados descansan contra el colchón.
—¿Ves?
Me mete el dedo en la boca, solo lo retira después de que lamo mis propias
lágrimas de la punta. Él está equivocado. Es salado, pero a diferencia de sus
lágrimas, no hay dulzura aquí para mí.
Estúpido.
Traducido por Pilar_GR
Corregido por Sandra
Abro el agua y entro, dejando que el líquido tibio bañe mi cara. Me lavo los
dientes tres veces y uso media botella de gel de baño, enjabonando las piernas
varias veces hasta que la sangre deja de crear un río rojo en el interior de mis
muslos.
Jase sonríe, cruzando los brazos sobre su pecho mientras cierra la puerta
con la bota. —Nos vamos a un pequeño viaje mañana. Pop insiste en que vengas
por alguna razón.
Da un paso atrás y me examina más, esta vez sin una pizca de lujuria o
deseo en sus rasgos. Esta vez, es preocupación.
—¿Cómo sabes sobre eso? —lo corto, saco un vestido negro con volantes de
mi maleta y lo estiro sobre mi cabeza. Podría haberme ayudado después de que
Dornan me apuñaló, pero entró después de que me las arreglara para liberarme de
las ataduras de Dornan—. ¿Nos has estado espiando?
—Espera —le digo a media peinada—. ¿Para qué viniste aquí en primer
lugar?
—No crees que fueron esas chicas, ¿verdad? —pregunta Jase, el pánico
evidente en su rostro.
—No, hijo —dice Dornan, bajando de la cama, sus botas hacen un fuerte
ruido cuando golpean el piso de concreto pulido—. El jefe de policía y yo tenemos
un acuerdo, pero no quiso extender el proceso a algo así.
—¿Le pasó algo a esas chicas? —susurro, mirando entre Dorn y Jase.
—¿Qué, quieres decir, aparte de que casi les disparan? ¿O ellas estando
drogadas? ¿O ellas siendo menores de edad?
—Tengo una orden de arresto —espeto—. Tengo que salir de aquí antes de
que lleguen los policías.
—Por supuesto que sí —se burla Jase, sus ojos entrecerrándose—. Que
conveniente.
Por lo menos, solo me iré unas horas. Quiero decir, no es como si tuvieran
tiempo de mirar a través de mi maleta, ¿verdad? Pero no tengo lentes de contacto
de repuesto y mi estómago cae un poco, reacia a irme sin un par de respaldo.
—Julz —dice Elliot—. No está fuera del camino. No estás fuera del camino.
Sacudo la cabeza —Me gusta el frío. Se siente como una eternidad desde que
pude sentir un poco de frío.
—Me tomó un poco llegar aquí —dice Elliot—. Parece que estabas en coma,
de todos modos.
Me dijo que me quedara y me dejó sola. Debo haber tenido seis o siete años,
y todo lo que recuerdo es a la señora detrás del mostrador preguntando a quién
podría llamar para venir a buscarme.
—Me vendría bien una niñera —bromea—. ¿Eres buena jugando con
muñecas Barbie?
Hay un toc, toc en la puerta, y Elliot sale del balcón, regresando unos
momentos más tarde con una bandeja llena de cada comida reconfortante que
pueda imaginar. Papas fritas, un sándwich club tan grande como mi cabeza, un
batido, un vaso alto de cola, puré de papas, pollo frito y una jarra de vidrio con
caramelo.
Miro alrededor del balcón, que extrañamente carece de muebles. Tal vez es
la brumosa niebla persistente que recubre esta parte de la ciudad. De todos modos,
nadie querría estar aquí el tiempo suficiente para sentarse.
Extendemos la comida en la mesa de café y nos sentamos uno al lado del
otro en un sillón bajo gris frente a ella, ninguno de los dos habla hasta que hemos
agotado nuestras opciones culinarias. Parece tanta comida, pero hago todo lo
posible para probar todo. Después de que hemos terminado y estamos recostados,
lamiéndonos la grasa y la sal de nuestros dedos, Elliot es el primero en hablar.
Parece que han pasado años desde que me encontré con Jase en la parte
delantera de la sala de emergencias, y un recordatorio rudo me golpea en el
estómago.
—Elliot.
Respiro hondo. —Jase me vio salir del hospital la otra noche. Él sabe que fui
a verte.
Mi voz tiembla un poco mientras le doy el golpe final. —Él sabe tu nombre.
Elliot arroja las papas fritas y se deslizan sobre el suelo alfombrado. Se pone
de pie y presiona sus manos contra su cabeza. —Mieeeerda —pronuncia.
Él levanta las cejas con incredulidad. —Oh, y que, ¿confías en este tipo?
—El… —protesto.
—No me digas El. Tengo una hija, maldita sea. Maldita seas tú y tu estúpido
plan de venganza.
—¿Cuántas personas más van a morir antes de que te des cuenta de que esto
no vale la pena? ¿Eh?
—¡Él sabe mi nombre, Juliette! ¡Está a un paso de saber que yo era policía!
—Comienza a marcar las cosas con los dedos—. A un paso de saber que estuve allí
la noche en que moriste, a un paso de encontrar todo este desastre y matarnos a los
dos.
—Ni siquiera sabe quién eres —dice Elliot con amargura—. ¿Qué te hace
pensar por un segundo que él hará lo correcto por ti?
No salgo del baño hasta que el agua se ha enfriado y mi piel está arrugada
como una ciruela. Envolviéndome en una bata de baño suave y esponjosa del hotel,
salgo a la habitación principal, esperando que Elliot esté de mejor humor. No es
que lo culpe por ser una mierda conmigo.
Miro más de cerca una de las bolsas, tirando de la esquina para llevarla al
borde de la mesa.
—¿Son estos…?
Ladea la cabeza hacia un lado y levanta las cejas. —¿Oh enserio? ¿Cuál es tu
plan de juego? ¿Quién es el siguiente?
—¿Quién?
—Sí —responde Elliot—. Mira. —Levanta una bolsa sellada, que no es más
grande que uno de los teléfonos celulares que se encuentran en la mesa.
Mi sangre se enfría.
—No hablas en serio, ¿verdad?
Lo deseo.
—El tipo sabe quién soy, Juliette. Él sabe dónde vivo y dónde trabajo.
Probablemente me esté mirando ahora mismo.
Miro al suelo, mi cabeza girando. No. ¡Nunca quise esto! Nunca he querido
lastimar a Jase. Todo se está volviendo demasiado confuso, demasiado turbio, y me
estoy ahogando bajo el peso de todo.
Pero si Jase lastima a Elliot, tampoco podría vivir con eso. Una imagen de
su hija aparece en mi mente y contengo las lágrimas frustradas.
—Me encargaré de él, ¿de acuerdo? —le digo—. No así. Pero te lo juro, si él
es una amenaza para cualquiera de nosotros, yo misma le pondré una bala en la
cabeza.
Pero apenas he sido justa con él durante los muchos años torturados que
nuestras vidas han estado entrelazadas, por lo que no discuto mi punto.
Pero por otro lado, la familia es sangre, y nada es más importante que eso.
Ese fue el lema número uno que se me inculcó mientras crecía, la cosa número uno
con la que le lavaron el cerebro a Jase desde el momento en que pisó el club.
—¿Cómo sabes cómo hacer esto? —pregunto mientras hago un gesto hacia
la pila de explosivos que tenemos delante, cambiando el tema a cosas más fáciles.
Él pone los ojos en blanco. —No son cócteles molotov a través de una
ventana, Julz. Están conectados a un temporizador. Tienes que activarlos si quieres
que exploten.
—Correcto —respondo—. ¿Y cómo los pongo en el club para que solo maten
a las personas que necesito que maten, y a nadie más?
Elliot sonríe. —No los estás poniendo en la casa club. Los estás poniendo en
sus motocicletas.
Arrugo la frente. —Algunos de ellos no tienen alforjas. ¿Qué quieres que
haga, pegarlos con cinta adhesiva a los asientos?
—Sí bebé. —Él muestra una sonrisa tortuosa—. Hay una aplicación para eso.
Hay una aplicación para todo.
Se pone serio otra vez, su rostro de repente años más viejo. Se ve tan
cansado como yo me siento, los dos cascos desgastados de las personas que
solíamos ser. Me mata que yo sea la razón por la que está tan estresado y cansado.
Él empuja una de las bolsas llenas de acero sobre la mesa y me mira con
determinación.
—Lo sé —susurro.
—Los policías finalmente se han ido, estaba de camino a casa. Gran día
mañana.
—Mi papá está convencido de que alguien en la casa club te la tiene jurada.
Creo que está lleno de mierda, pero después del incidente de la coca, no te va a
perder de vista.
Hay una breve pausa en el otro extremo del teléfono antes de que responda.
—Mi padre está ocupado peleando con alguna mierda —dice Jason
cansado—. Este soy yo, dándote una salida Samantha. Este soy yo dándote cinco
horas para que te largues de L.A.
Dejé a Elliot dormir hasta las seis y luego lo desperté. En dos horas, mientras
desayunamos huevos y tocino del servicio de habitaciones, él me enseña
exactamente lo que necesito hacer, haciendo una simulación con la aplicación que
encontró que me permitirá llamar a los cinco teléfonos simultáneamente.
Incluyendo a Dornan.
Después de que Elliot deja el hotel, antes de que Jase me llame, paso un
largo momento en el balcón, observando cómo la ciudad se despierta mientras los
autos taponan las concurridas calles de Los Ángeles.
Y entonces lloro, porque estoy sola, sin una sola posesión, salvo las seis
bombas que se encuentran inocentemente en la mesa de café. Lloro porque,
aunque no es la forma en que lo imaginé, aunque no pueda saborear cada muerte
individual todo está a punto de terminar.
Algo sobre eso me hace sentir tan vacía por dentro, un sentimiento que no
esperaba sentir. Siempre imaginé sentir nada más que alivio ante la perspectiva de
terminar con Dornan y el resto de sus hijos, aparte de Jase, por supuesto.
Una, que no hay forma de que vaya a dañar a Jase, no importan sus
amenazas, no importa cuán peligrosas parezcan. Nunca lo lastimaré. Incluso
después de todo este tiempo, incluso más allá de mi supuesta muerte, sigue siendo
el chico con el que quiero pasar el resto de mi vida.
Y dos, después de que todos estén muertos y solo estemos Jase y yo parados
entre las cenizas carbonizadas, si no puede perdonarme por lo que he hecho... Ya
no tendré nada por lo que vivir.
—¿Qué tal en la puerta? —su tono es burlón y mi sangre se enfría. Miro por
encima de la barandilla del balcón, adrenalina y miedo me golpean cuando veo su
moto estacionada en la acera de abajo.
—¿Cómo…? —digo.
—No importa cómo —declara—. Solo baja tu trasero aquí. Tenemos un día
ocupado.
Sus palabras son tan deliberadas, tan escalofriantes; que no dudo por un
segundo que él hará exactamente eso.
Me lleva un momento procesar que estoy hablando con Jase. Este es Jase
burlándose de mí y amenazándome. Me hace sentir enferma que me recuerde tanto
a Dornan en este mismo momento.
Me paro con piernas gelatinosas y miro por el balcón otra vez, solo para ver a
Jase parado allí, mirándome a través de sus gafas de sol espejadas.
Algo más brilla en sus ojos: ¿sospecha, tal vez? Mientras me arrastra a mi
habitación de hotel y cierra la puerta detrás de él.
Quiero preguntarle qué está pasando, saber qué está pasando en esa
tortuosa mente suya, pero sé que no me lo dirá. Solo tendré que esperar hasta que
revele sus sospechas en su propio tiempo.
—¿Qué te hace pensar que soy policía? —pregunto y casi vomito cuando
adivino por qué ha llegado a esta conclusión.
Elliot.
—Tu pequeño novio es policía o al menos lo era —responde Jase, con una
sonrisa maliciosa tirando de su hermosa boca—. Parece que desapareció casi al
mismo tiempo que comenzamos a tener problemas con los colombianos hace seis
años.
Está tan, tan cerca de la verdad y a la vez tan lejos. ¿Cuánto tiempo pasará
antes de que conecte los puntos?
Quiero sacudirlo por los hombros y gritarle. Pedirle que recuerde qué más
sucedió hace seis años. Decirle que me mire, que realmente me escuche y que lo
descubra por sí mismo.
—Así que hay una buena posibilidad de que todavía sea policía. Un policía
encubierto.
—Eso es ridículo —digo—. Fue dado de baja de la fuerza porque robó dinero
y drogas de una escena del crimen. Estaba sucio.
No por primera vez, soy consciente de que he colocado otra capa de mentiras
encima del montón que ya he creado, tengo que recordar catalogarlo mentalmente
y archivarlo. Así no lo olvido y no me contradigo más tarde.
—No volveré allí contigo hasta que me digas lo que está pasando —digo,
luchando contra su agarre. Él sonríe con una sonrisa torcida que hace que una
pequeña parte de mí muera, la parte que todavía creía que era completamente puro
y gentil. Él podría ser esas cosas, pero aquí y ahora, está enojado, sospechoso y listo
para explotar.
Aprieta la mandíbula con tanta fuerza que juro que todos sus dientes se van
a romper juntos y saldrán volando de su boca en pedazos rotos.
—¿Y qué pasa si nunca descubres lo que crees que voy a hacer?
Esboza una amplia sonrisa falsa y vuelve a deslizar sus gafas sobre su rostro.
Pero es casi como si Jase lo presintiera, me apretaba las muñecas cada vez
que nos deteníamos por completo.
—No —respondo en voz baja, pensando: Por favor, no me hagas daño hoy.
No puedo soportarlo hoy.
—No es gay. Acaba de cortar con una chica que solía salir.
Hace una pausa, una expresión de pena pasa por su rostro antes de que sea
reemplazada por una fría determinación. —Chad y Maxi, niña. ¿Por qué son
conocidos los colombianos?
Él entrecierra sus ojos hacia mí, apretando sus labios con desagrado. —
Drogas, Sammi —declara, sacudiendo su cabeza hacia mí—. Tal vez deberíamos
teñir ese jodido cabello tuyo a rubio.
Permanentemente.
Después de dar vueltas a esta idea en mi cabeza, decido olvidar la maleta por
completo. La abro y tomo algo de ropa interior limpia, un vestido de verano, un par
de jeans y un par de chanclas, los guardo en mi bolso encima de las armas de
destrucción masiva que llevo conmigo.
Dice con voz ronca, poniendo una mano sobre mi hombro y empujando
hacia abajo en una invitación no tan sutil para ponerme de rodillas. Lo miro sexy,
chupando mi labio mientras miro su libidinosa cara.
—Mm… suena tan tentador —respondo con fingida seriedad—. Pero tendré
que pasar.
Envuelve sus dedos alrededor de mi brazo, apretando con fuerza. —Tal vez
solo te follaré de todos modos. Un poco de sangre no me asusta.
Tal vez solo te follaré hasta que sangres. Es como si fuera una versión más
joven de su maldito padre.
Me río, sacudiendo mi cabeza. —¿Piensas en otra cosa que no sea follar? —le
pregunto seriamente, mirándolo a la cara. Recuerdo sus manos alrededor de mi
garganta, manchadas de sangre y el ardor de la coca envenenada en mis fosas
nasales, luego recuerdo su cara arrogante mirándome mientras luchaba contra su
agarre hace seis años y una nueva ola de odio golpea en mí.
Su otra mano agarra mi brazo libre y aprieta con fuerza. —Aún mejor —
respira, apretando mis brazos con tanta fuerza que me duelen—. Parece que serías
una gritona. Amo a las perras que gritan.
—Siempre puedes chupar mi polla —le digo mientras paso junto a él.
—Está bien —dice Dornan, alzando su mano—. Ella viene con nosotros.
—Tal vez, deberías conducir también —susurro a Jazz con simpatía burlona,
ya que él está de pie tan cerca que nuestros brazos se tocan—. Parece que apenas
puedes caminar. ¿De verdad crees que podrás sentarte en una moto durante horas?
—Parece que quiere golpearme en la cara y le sonrío dulcemente.
—Tal vez lo haga —murmura, para que solo yo pueda escucharlo—. Tal vez
voy a violarte por el culo en el asiento trasero mientras mi hermano pequeño
conduce.
La puerta abatible se abre y Dornan acelera con una ola de humo detrás de
él. Parece extraño, y observo cómo las otras motos salen casi sin humo surgiendo
de sus tubos de escape. Pronto, el zumbido enojado se desvanece y luego
desaparece por completo, dejándonos a Jase y a mí solos con nada más que su
moto de pie entre nosotros.
Se necesitan tres horas para llegar a nuestro destino. Tres horas de silencio,
salpicado de una charla incómoda ocasional que comenzaba yo y terminaba el. Está
muy lejos de los besos apasionados y las largas conversaciones que compartí con
Jase en los últimos meses, me duele el corazón.
—No tengo pasaporte —le recuerdo—. ¿Qué planeas hacer de todos modos?
Siento burbujas de pánico en mi pecho, siento que cada vez es más difícil
respirar. Ese estúpido zumbido en mis oídos y en mi estómago está de vuelta otra
vez, como un montón de avispas enojadas me están atacando desde adentro,
picaduras dolorosas mezcladas con veneno dentro de mí.
—Crecí en un lugar como este —digo suavemente, rozando mis dedos contra
la ventana. No puedo soportar el silencio tenso entre nosotros por un minuto más,
e incluso si me dice que me calle, al menos necesito llenar algunos de los momentos
intermedios con palabras y ruido.
—¿Oh sí? —Jase sonríe—. ¿Un club rival? Diría. A mi padre le encantaría
saber todo sobre eso.
—Mi papá estaba en un club así —le digo, sonriendo tristemente al recordar
los días más felices—. No es un club rival, no. No murió en un accidente
automovilístico. Él fue asesinado.
—¿Es por eso que estás con él? ¿Porque tienes problemas con papá? —su
pregunta casual e irónica es como una bofetada en la cara.
Está siendo amable conmigo otra vez y es peor que si fuera malo conmigo.
Ahora, siento que lo he manipulado para que deje sus sospechas, aunque sea
temporalmente, al tener un berrinche masivo en su automóvil.
Me lavo la cara y la seco con una toalla de papel, luego me vuelvo a aplicar el
maquillaje.
Emilio.
—¿Dónde estamos? —le pregunto a Jase, mirando a los dos hombres
mientras fuman cigarros y hablan animados.
—Esta es la casa del padre de Dornan —dice Jase, mirando a los hombres
con una expresión indescifrable.
Jase no hace ningún movimiento para salir del auto, por lo que yo tampoco.
Catalogo mentalmente mi entorno, en caso de que necesite recurrir a la
información más adelante. Hay torres altas en cada esquina del terreno, cada una
con un guardia vestido de negro, portando una ametralladora.
Encantador.
Hace calor aquí en Tijuana, calor y smog. Y pensé que Los Ángeles tenía un
problema de contaminación. No tiene fresco el aire espeso y rancio que se adhiere a
mi piel y me hace sentir sucia en el momento en que salgo del auto. Supongo que
miles de autos pasando por un estrecho cruce fronterizo cada hora hacen esto.
Elimina la competencia.
Jase sube por un largo tramo de escaleras de piedra lisa que conducen a
puertas dobles de la entrada, esperando que lo alcance antes de tocar. Una joven,
vestida con un uniforme de sirvienta de blanco y negro, abre la puerta antes de que
su mano baje. Supongo que nos han estado esperando.
—Bueno —dice Dornan, y cada hijo está esperando sus palabras—. Nonno1
tiene algunas cosas que quiere decirles a todos.
1 Abuelo en Italiano.
en la habitación y tengo que luchar para no temblar. Recuerdo ese diente, esa
sonrisa malvada, tan malditamente bien.
—Padre, por favor —dice Dornan, alejándolo—. Sammi, baja las escaleras.
Emanuela te mostrará dónde esperarnos.
Dios, espero poder quedarme sola con esas motos durante cinco malditos
minutos.
—Parece que alguien te robó las motos —le digo, señalando la entrada vacía.
—Te he estado esperando —le digo, antes de que choque sus labios con los
míos. Sabe a cerveza y cigarro, no del todo desagradables, pero, por supuesto, es
desagradable, porque es él.
—¿Ah sí? —ronronea, todo meloso y raposo. No puedo creer que esta sea la
última vez que escuche su voz. La última vez que me pone las manos encima. La
última vez que me acaricie abiertamente en un balcón donde cualquiera podía
vernos.
—Mmm-hmm —respondo, girando mi lengua alrededor de la suya,
sintiéndome un poco jodida por lo mucho que su inminente muerte me está
afectando. Jesucristo, estoy tan desquiciada.
—Más ancho —dice, separando mis rodillas hasta que mis caderas gritan de
dolor. Me hunde la polla, duro y rápido. No pasa mucho tiempo antes de que se
estremezca y se quede quieto, con los ojos rodando hacia atrás en su cabeza
mientras dispara su carga dentro mío.
Me dirijo por la escalera y subo por el pasillo largo y curvo que se extiende a
lo largo del piso inferior, con los ojos en todas partes, escuchando cualquier ruido
que pueda indicar que alguien se acerca. Sé que varios de los hermanos
probablemente estén vigilando por turnos, pero tiene sentido que se concentren en
el perímetro de la propiedad en lugar de en el interior.
Cierro la puerta detrás de mí, girando la cerradura para que si alguien trata
de entrar, tenga tiempo para esconderme, es el momento de la verdad y la acción
cae repentinamente sobre mí. Ahora estoy aterrorizada, mi corazón se siente como
si estuviera a punto de latir fuera de mi pecho.
Después de hurgar durante lo que parecen horas en las dos primeras motos,
me las arreglo para llevar el resto de los explosivos a los tanques de combustible
restantes sin problemas. Miro a mi alrededor buscando un trapo para limpiar cada
una de las motocicletas. Habiendo caído pequeñas gotas de gasolina en cada moto,
pero, por supuesto, no hay nada fuera de lugar en la habitación impecablemente
limpia y ordenada, así que improviso. Uso el borde de mi camisón, agradecida de
haber elegido vestirme de negro, y limpio cualquier pequeño derrame.
—¿A dónde crees que vas? —pregunta Jase, su voz llena de ira.
—¿Por qué apestas como la gasolina? —pregunta Jase, sospecha viva y sana
en su rostro.
—Porque tengo mi período, imbécil —le digo—. ¿Prefieres que lleve esta
enorme caja de Tampax para que tus hermanos la vean? —Me acerco y saco la caja
de la bolsa, agitándola en su cara—. Solo puedo imaginar las bromas de buen gusto
que harían sobre eso.
***
Dornan se despierta en el momento en que el sol comienza a salir, el mundo
bañado en un espeluznante resplandor naranja, mitad oscuridad, mitad luz. Miro
desde mi lugar en el balcón mientras se viste, rápida y eficientemente. Incluso tiene
una funda de pistola adecuada que usa sobre su pecho encima una camiseta negra
lisa, con una pistola atada debajo de cada brazo. Una chaqueta de cuero en la parte
superior, sencilla, supongo porque buscan el elemento sorpresa, y está vestido para
matar.
—Buenos días, niña —dice, bajando la cabeza a mis labios y tomando lo que
él cree que es suyo.
Me pongo de puntillas y lo beso con fuego. Lo beso con rabia. Lo beso con
cada pizca de sentimiento que me queda en el cuerpo. Tengo que evitar morderle la
lengua y saborear su sangre.
Está respirando con dificultad cuando finalmente se aleja de mí, con una
sonrisa maliciosa en sus labios.
Escucho sus pasos retirarse, y de repente soy una bola de nervios. Me arde
el estómago y siento una náusea desagradable en la garganta, apenas llego al baño
antes de vaciar el contenido de mi estómago en la taza del inodoro. Jadeando,
escupo una bocanada de saliva ácida en la taza del inodoro, arrojé los restos de ayer
de la estación de servicio, el perrito caliente y las papas fritas.
Salgo dos pasos del baño antes de decidir que no he terminado, y vuelvo
corriendo a la taza del inodoro, atragantándome con el vómito restante que me está
quemando la garganta.
Jase está sentado en la cama sin hacer, vestido esta vez, con jeans y una
camiseta gris oscuro que muestra sus bíceps tatuados maravillosamente. Trago con
dificultad, buscando en la habitación un vaso de agua.
Él entrecierra sus ojos hacia mí. —No tengo motocicleta, ¿recuerdas? Estoy
atrapado contigo mientras todos los demás van al almacén.
Por supuesto que lo sé. Es la única forma en que funcionará este plan.
Porque me niego a lastimarlo.
Alzo las cejas. —No actúes como si quisieras ir con ellos en un viaje de
venganza. No eres como el resto de ellos.
—Por supuesto, quédate y mira —le digo, mis palabras llenas de sarcasmo.
Él sonríe, y me mata que no me haya dado una sonrisa real en lo que parece una
eternidad.
Porque en menos de dos minutos, Dornan y sus hijos, todos ellos, aparte de
Jase, se convertirán en pedazos.
Traducido por Estrellaxs
Corregido por Sandra
Es en ese momento cuando veo algo que podría arruinarlo todo. Una
motocicleta solitaria, estacionada en el camino de entrada directamente debajo del
balcón en el que estoy sentada. Una motocicleta que se parece sospechosamente a
la de Dornan.
Me apresuro a regresar al baño y solo abro la tapa del inodoro a tiempo para
vomitar, sin salir nada más que bilis transparente. Asqueroso.
Dios, estos han sido los dos minutos más largos de toda mi vida. ¿No
deberían haber explotado ya las bombas? Tal vez no funcionó, lo cual es bueno y
terriblemente malo.
Incluso los mejores planes pueden salir mal. De eso se trata la aleatoriedad y
el destino.
Puedes mentirle al chico que has amado desde que tenías quince años, pero
eso no significa que te creerá.
Puedes intentar matar a todos los que te han hecho mal, pero eso no
significa que morirán.
Uno de los muchachos, un tipo robusto con una larga barba gris, se acerca a
Jase. —Necesitas volver al club y restablecer el orden —le dice—. Con todos los
demás fuera de acción, eres el miembro del club de más alto rango.
Jase niega con la cabeza. —No, Slim. No voy a dejar a mi familia aquí.
Necesito saber qué está pasando.
Slim, que en realidad no es tan delgado, se acerca. —Te conozco desde que
eras un mocoso —dice, su mano sobre el hombro de Jase—, y chico, si digo que
tienes que volver al club, devuelves el trasero al maldito club.
Abro la boca para responder que prefiero quedarme aquí, cuando Jase me
agarra de la muñeca y comienza a arrastrarme junto a él. —Hey —protesto,
sacudiéndolo—. Quiero estar aquí cuando Dornan se despierte.
Voy a abrir la boca y exclamar sorprendida por el hecho de que está armado,
cuando veo que es el arma de Dornan. Mi corazón se hunde. Debe haberla
conseguido de alguna manera junto con los bienes personales de su padre.
Personalmente, todavía estoy desconcertada sobre cómo Dornan o su arma
sobrevivieron a la explosión. Estoy aún más enojada porque Mickey y Donny
todavía están aguantando en sus propias camas de hospital. Quién sabe si alguno
de ellos sobrevivirá, pero en este punto, me pregunto si algo matará a los tercos
hijos de puta.
Me estremezco mientras muevo los ojos hacia arriba, el frío acero del capó
del auto a mi espalda, esforzándome por ver el cañón del arma que se presiona
entre mis ojos.
Jase está enojado, una espiral apretada de nervios e ira lista para explotar.
Lo veo en su apretada mandíbula, su profundo ceño fruncido, la forma en que
sostiene el arma con firmeza en mi frente.
—No sabía que eras una impostora —dice empujando peligrosamente mis
lentes de contacto con el dedo para que se deslicen por el capó del automóvil.
¡Mierda!
Él me mira fijamente. —No son para mejorar la visión —escupe—. Son para
cambiar el color de tus ojos. ¿De qué color son realmente? —Él está sobre mí antes
de que pueda reaccionar. Me agarra la muñeca con una mano y mete la pistola en
mi garganta con la otra, golpeándome de nuevo contra el capó del coche.
Oh Dios. Está claro que él sabe que tuve algo que ver con las bombas. ¿Pero
él sabe de mí?
—Te vi con él en ese local. Pensé que debería saber con quién más te estaba
compartiendo. Investigué un poco.
Cava el cañón de la pistola con más fuerza. —¿Quién es él? ¿Tu chico
juguete?
—Es solo un amigo —le digo, tosiendo—. Me estás haciendo daño, Jase. —
Intento alejar el arma de mi garganta, pero él suelta mi muñeca para alejar mis
manos.
—Bien —dice—. Entonces sabrás que hablo en serio. ¿Por qué te has estado
reuniendo con él?
—Él me amó, una vez —le digo con sinceridad—. Hasta que me dejó.
Algo vibra contra mi muslo cuando un timbre agudo sale del bolsillo de
Jase.
—Joder —murmura, dando un paso atrás. Sostiene el arma frente a él, sus
ojos nunca dejan los míos—. No. Quieta —pronuncia, presionando un botón y
acercándose el teléfono a la oreja.
En ese instante, sospecha la verdad. Lo sé. Está allí, en la forma en que sus
ojos deambulan por mi cadera cubierta y vuelven a mis ojos. Prácticamente puedo
verlo haciendo cálculos en su cabeza y viendo las pistas acumuladas. Pero al mismo
tiempo, sé que está pensando que es delirante. Que no puedo ser ella. Que ella
nunca haría las cosas que yo he hecho. Que ella y yo no nos parecemos nada.
—Es mi turno de hablar —dice con gravedad, sus ojos vagando por mi
cuerpo, febril, aterrorizado, y no importa dónde mire, su mirada siempre vuelve a
descansar en mi cadera.
Trago saliva, cerrando los ojos brevemente, porque sé lo que viene después,
mi alma se agobia por la absoluta inutilidad de todo.
Jase abre la boca para decir algo, pero la cierra de nuevo, como un pez
dorado que accidentalmente ha sido sacado de su cuenco. Esa mirada aturdida y
salvaje se vuelve más desesperada por el momento, y de repente estoy muy triste.
Mis ojos me traicionan. Yo, la niña que no llora, tiene lágrimas del tamaño
de ríos corriendo por su cara. Debo parecer un desastre.
—Dime —dice, con los ojos muy abiertos y conmocionados, con las manos
temblorosas—. Dime la verdad.
—Pensé que estabas muerta —me dice con incredulidad, y de repente vuelve
a ser un adolescente asustado.
No puedo hablar, tan aterrorizada que, si hablo, una vez que confirme sus
sospechas, me matará.
Me suelta los hombros y pone sus manos a cada lado de mi cara, guiándome
hacia arriba desde la posición en la que me presionó, boca arriba en el suelo.
Y si dijera que quiero que este momento sea de otra manera, estaría
mintiendo. Porque, siempre iba a terminar así; en un resplandor de gloria. Él
siempre iba a descubrir que yo soy ella. Que estoy viva y frente a él, causando mi
venganza. No había contado con que fuera así de pronto, pero es inteligente y lo
subestimé.
—Cristo —susurra entre besos hambrientos—. Julz. Estás aquí. Estás aquí.
—Sus palmas están calientes mientras se deslizan contra mi estómago desnudo, mi
camisa colgando abierta gracias a que la destrozó violentamente hace solo unos
momentos, tocando cada parte expuesta de mi carne. No es tanto un acto sexual
como uno desesperado; Un toque que plantea la pregunta: ¿Es esto real?
—Creo que eres el hijo de Dornan —le digo con tristeza—. Y acabas de besar
a la chica que lo va a matar.
Él mira desde mis ojos, hacia mi boca, y cae de nuevo, devorándome con su
boca. Estoy confundida, pero no lucho. Estaba tan enojado hace solo unos minutos.
¿No quiere matarme por lo que he hecho?
Sus labios dejan mi boca y siguen besos calientes y húmedos por mi cuello.
—Me detendré —jadea entre besos—. Dices que pare y yo pararé, te lo juro.
Paso mis dedos por su cabello corto, cada punta como una emoción en mis
nervios hipersensibles.
—No te detengas —digo, con lágrimas goteando de mis ojos—. Por favor,
nunca te detengas.
Erase una vez, Jason Ross me amaba. Y ahora que sabe lo que he hecho, veo
el amor y el odio en guerra dentro de él.
La forma en que se pregunta cómo podía hacer las cosas que hemos hecho.
Lo escucho en la forma en que me ruega que pare, que abandone esta vida y
huya con él.
Pero sólo hay una manera en que este dejando Los Ángeles.
Y que será cuando Dornan y el resto de sus hijos estén muertos y enterrados.