(2023) - Ciencia Política. Teorías y Enfoques Desde El Estado Moderno

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 360

CIENCIA POLÍTICA

TEORÍAS Y ENFOQUES
DESDE EL ESTADO MODERNO
DR © 2023 Los autores

DR © 2023 Instituto de Investigaciones Jurídicas y Docencia de


la Administración Pública del Estado de Nuevo León

DR © 2023 Fondo Editorial de Nuevo León

Impreso en México

ISBN 978-607-8913-22-0

Zuazua 105 Sur, Centro, C.P. 64000, Torre Administrativa, piso 7


Monterrey, N.L., México Washington 2000 Oriente
T. 81-8344-2970 Colonia Obrera, C.P. 64010
www.fondoeditorialnl.gob.mx Monterrey, Nuevo León
CIENCIA POLÍTICA
TEORÍAS Y ENFOQUES
DESDE EL ESTADO MODERNO

Coordinadores
rogelio lópez sánchez
carlos enrique guzmán mendoza
julián andrés cuellar argote
paulo césar lugo rincón
ÍNDICE

Presentación 9
Introducción 11

PRIMERA PARTE
Ciencia política: teorías y enfoques

Capítulo I.
Génesis de la ciencia política 25
Carlos Enrique Guzmán Mendoza y Julián Andrés Cuellar Argote

Capítulo II.
El conocimiento y la ciencia política 36
Carlos Enrique Guzmán Mendoza y Julián Andrés Cuellar Argote

Capítulo III.
Los cambios contemporáneos de la ciencia política 72
Carlos Enrique Guzmán Mendoza y Julián Andrés Cuellar Argote

Capítulo IV.
Las escuelas de la ciencia política 130
Carlos Enrique Guzmán Mendoza y Julián Andrés Cuellar Argote

Capítulo V.
La ciencia política en América Latina 138
Carlos Enrique Guzmán Mendoza y Julián Andrés Cuellar Argote
Capítulo VI.
La ciencia política en México 184
Paulo César Lugo Rincón

SEGUNDA PARTE
Sistemas políticos: elementos y características

Capítulo VII.
Correlación entre sistema electoral, sistema de gobierno
y sistema de partidos 261
Rogelio López Sánchez y Augusto Fabián Pérez Rivera

TERCERA PARTE
El Estado moderno: enfoques desde la biopolítica y la tecnología

Capítulo VIII.
Gobierno electrónico 321
Rogelio López Sánchez y Gabriel de Jesús Guzmán Leza

Capítulo IX.
Estado moderno, biopolítica y tecnología 341
Rogelio López Sánchez y Alejandro Acevedo Ávalos

Semblanzas de los autores 352


Presentación

Es muy satisfactorio presentar a los lectores y estudiosos de la sociedad


y los fenómenos políticos esta obra innovadora que los sumergirá en
el mundo de la ciencia política, explorando sus intrincados caminos
y desafíos. Los autores nos invitan a un viaje profundo y reflexivo,
abordando la disciplina como un estudio apasionante de la política, lo
político y las políticas.
En este libro, el dinamismo de la ciencia política cobra vida, es-
pecialmente en el contexto latinoamericano, donde se ha gestado un
nuevo campo: la Historia de la Ciencia Política. Desde el análisis de
instituciones formales hasta aquellas informales, los autores nos guían
a través de la evolución histórica y organizativa de esta disciplina en
constante transformación.
Además de la solidez en su abordaje técnico, es importante men-
cionar que esta obra es fruto de la colaboración entre reconocidos
estudiosos de Colombia y México, que ofrecen un marco teórico y
de referencia muy atractivo para entender los factores internos y ex-
ternos que han dejado su marca en esta disciplina, que es de la mayor
importancia para entender y descifrar la dinámica de la sociedad y
sus instituciones. Desde investigaciones exploratorias hasta un análisis
profundo de los trazos históricos y organizativos, este libro es una
herramienta esencial para aquellos que buscan comprender la ciencia
política en su complejidad.
Explorando las tendencias contemporáneas, desde el gobierno
electrónico hasta la nueva fenomenología de la biopolítica, los autores
nos llevan a través de la transición de la forma de gobierno tradicional

9
a lo electrónico, acentuada por la pandemia del SARS-CoV-2. Por tan-
to, este libro no solo es una reflexión sobre el presente, sino también
una proyección hacia el futuro de la ciencia política.
En última instancia, se destaca la necesidad de analizar y entender
la ciencia política como una práctica discursiva en constante evolu-
ción, pues como hemos dicho, su objeto de estudio es la sociedad y
sus instituciones en su dinámica constante. Los autores nos invitan a
reflexionar sobre su papel en la sociedad actual y nos desafían a con-
siderar cómo esta disciplina moldeará nuestro futuro. Invito al lector
a unirse a este viaje apasionante, donde la ciencia política se revela en
toda su complejidad y relevancia.

Dr. Pedro Quezada Bautista

10
Introducción

El politólogo no se considera como


el propietario de un dominio medido y limitado,
sino como un investigador a través de todo lo social.
(Prélot, 2002, p. 17)

Es posible definir la ciencia política como una ciencia que, dotada de


un objeto de estudio (la política, lo político y las políticas), se apropia
de uno o unos métodos para abordarlo. Sin embargo, realizar estudios
sobre la misma es una tarea ardua y compleja, precisamente porque el
supuesto de cientificidad y el debate sobre el objeto sigue siendo un
asunto sobre el que existen más desacuerdos que cualquier otra cosa.
De ahí surge la motivación del presente trabajo.
En ese sentido hay autores relevantes para la disciplina como es el
caso de Gabriel Almond (1999), quien expresa la dificultad existente
para abordar este problema tanto en lo que se refiere a su propio pro-
ceso de desarrollo histórico (su objeto y método) como en lo atinente
a la cercanía que tiene con otras disciplinas de las ciencias sociales.
En el mismo sentido de Almond (1999), otros autores como Pasqui-
no (1996) y Sartori (2006; 2011) han generado propuestas teóricas
para definir esta área de conocimiento, primando el objeto como
reflexión teórica.
Por su parte, autores como Easton (1953; 2006) Stoker y Marsh
(2006) reflexionan sobre sus herramientas de trabajo, es decir, sus mé-
todos y técnicas de investigación. No obstante, ambas posturas (aque-
lla en la que prima la reflexión teórica sobre el objeto y aquella en la
que se pondera la reflexión metodológica) consideran que, aún desde
diferentes enfoques, resulta difícil proponer una sistematización única

11
y puntual sobre la construcción de la disciplina, sus objetos y los mé-
todos de estudio de esta.
A este respecto vale la pena decir que recientemente la ciencia po-
lítica ha retomado la reflexión sobre su cambiante objeto de estudio1
(Sartori, 2004; Colomer, 2004; Laitin, 2004b; Cansino, 2008). Se ha
hecho también un intento por reconocer tanto las instituciones formales
como las informales, los perfiles intelectuales, las modas académicas, las
escuelas y las tradiciones que han servido para establecer los trazos his-
tóricos y organizativos de lo que es o no considerado como ciencia políti-
ca. Tales trabajos se han organizado e institucionalizado hasta configurar
un nuevo campo de estudio denominado historia de la ciencia política, el
cual se desarrolla en mayor medida en Latinoamérica.
En primera instancia se trató de trabajos muy básicos, de tipo explo-
ratorio-descriptivo, esfuerzos que procuraron fechar momentos relevan-
tes y algunos autores y publicaciones. Los casos de Argentina, México,
Chile y Colombia son los más estudiados (Barrientos, 2012; Bulcourf,
2007; Bulcourf, 2012; Bulcourf y Cardozo, 2014; Cuellar, 2007; Cuellar,
2012; Leyva et al., 2013; Duque, 2014; Cuellar et al., 2015). De tal forma,
poco a poco han ganado nuevos adeptos, muchos de ellos con el deseo
de ofrecer un marco que permita comprender los factores internos y
externos de la ciencia política. Esto ha sido compartido en el pasado
como una fuente de autoidentificación que sirve para el progreso teórico
y metodológico de la disciplina (Cuellar et al., 2015).
De acuerdo con lo anterior, autores como Sartori (2006) y Harto
(2005) señalan los esfuerzos con los que se ha pretendido examinar la
evolución de la disciplina, aunque esta reflexión se ha enfrentado al
menos a dos problemas. El primero alude a que la historia de la dis-
ciplina y la de sus cultivadores se entrelaza irremediablemente con el

1 El objeto de la disciplina ha cambiado constantemente según tiempo y contexto. Ejemplo de ello


es que el término política ha sido sinónimo de poder, pero también de Estado, de polis, de partido
político, etc. Es justamente por este carácter cambiante del objeto de estudio de la ciencia política
que existe una dificultad para definir la misma ciencia.

12
trabajo realizado en otras áreas del conocimiento como la filosofía, la
sociología, el derecho, la historia y, más recientemente, la economía y
la antropología (Prélot, 2002; Harto, 2005).
En parte, esta situación se explica por la antigüedad de los trabajos
existentes de filosofía y teoría política, pero también porque, en su
devenir, la ciencia política se ha nutrido de diversas áreas de cono-
cimiento. Ello exige una clasificación por encima de la capacidad de
cualquier estudio individual. A este escenario de disputa por el objeto
de estudio o por el aporte que otras áreas del conocimiento realizan
a la ciencia política se le ha reconocido como el “desmembramiento
de la ciencia política” (Prélot, 2002, p. 44), “la preciencia o artesanía
intelectual” (Harto, 2005, pp. 17, 40).
En segundo lugar, hay que prestar atención al hecho de que no
existe un acuerdo establecido frente a lo que debería ser la ciencia
política como disciplina, aunque lo anterior no niega la existencia de
obras que han intentado dar cuenta de esta. Este es el caso del libro The
New Science of Politics: an Introduction (Voegelin, 2006), el cual apareció
en 1952 patrocinado por la Universidad de Chicago. Posteriormente,
el propio Hans Kelsen (2006) escribió una obra intitulada A New Science
of Politics?, que no vio la luz sino hasta 2006 cuando Eckhart Arnold la
retoma para ser traducida al español bajo el título ¿Una nueva ciencia de
la política? Réplica a Eric Voegelin (Kelsen, 2006). En el mismo sentido,
el primer apartado del trabajo de Jean Meynaud pretende dar cuenta
de una historia de la ciencia política, discutiendo la lista tipo de la Uni-
ted Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNES-
CO) y con el mismo trabajo de Voegelin (Meynaud, 1959).
Todo indica que después de estas publicaciones el tema volvió a
tener relevancia luego de la segunda y la tercera ola democrática. Sobre
ello existen algunas obras parciales a manera de reconstrucción analí-
tica que, en su mayoría, se centran en tres dimensiones. En primera
instancia, aquellas que hacen referencia a la descripción de la disciplina
con perspectivas nacionales, como se muestra en el trabajo de James

13
Farr et al. (1999) sobre la ciencia política norteamericana, o de Stoker y
Marsh (2006), quienes hacen referencia a la experiencia británica.
En segundo lugar, los trabajos que hacen una reflexión más teórica
sobre el objeto abordado (las relaciones de poder, las instituciones y los
sistemas sociales, entre otros). Estos no necesariamente se consideran
como únicos de esta disciplina en tanto pertenecen más al orden gene-
ral de las ciencias sociales. En esta perspectiva, deben mencionarse los
textos de Carl Schmitt (2014), Max Weber (2002), Maurice Duverger
(2001), Sigmund Neumann (1965) y Dieter Noholen (2004), entre otros.
Ahora bien, en la tercera dimensión se incluyen los trabajos que
buscan identificar escuelas y corrientes en las ciencias políticas.2 En
este esfuerzo se resaltan los documentos elaborados por Almond
(1999), Sartori (2006; 2011), Stoker y Marsh (2006), Prélot (2002),
Voegelin (2006), Harto (2005), Del Águila et al. (2008) y Cansino
(2008).
Estos autores reconocen que en la discusión sobre la ciencia políti-
ca existen avances teóricos, perspectivas metodológicas e incluso una
nutrida reflexión sobre su propio desarrollo. Además, identifican que
este contrapunteo tiende a modificarse a lo largo del tiempo y con ello
también se transforma la definición tanto de la propia disciplina como
de su objeto de estudio. Esto es lo que finalmente está en disputa, no
solo con las demás ciencias sociales sino también, como se verá más
adelante, por la prevalencia de un paradigma u otro para su abordaje.
Es importante señalar que estos mismos autores reconocen los esfuer-
zos emprendidos para comprender el proceso de desarrollo de la cien-
cia política como un campo de estudio en permanente construcción.
El propio Pasquino (1996) menciona que en la elaboración de ma-
nuales sobre ciencia política se puede encontrar que, en al menos uno

2 A quien le interese la discusión al respecto se recomienda observar el trabajo de Marcel


Prélot (2002), para quien, según sus propios postulados, se puede diferenciar ciencia política
(en singular) de ciencias políticas (en plural). Ambas denominaciones suponen no solo una
organización diferente, sino también una carga epistemológica distinta.

14
de sus apartados, se procura dar cuenta del estado en que se encuentra
la disciplina. Sin embargo, este tipo de aportaciones son relativamente
nuevas y, aunque en Estados Unidos –lugar en el que ha tenido un
auge sin precedentes la ciencia política– se publicaron hasta después
de 1953,3 y en Francia después de la década de los años ochenta, lo
cierto es que en ninguna de estas latitudes se ha llevado a cabo un
análisis profundo de la ciencia política, su proceso de enseñanza e ins-
titucionalización.
Sumado a lo anterior, en Latinoamérica la ciencia política ha in-
crementado de forma significativa su presencia desde comienzos de la
década de 1990. Este crecimiento se puede constatar en que la oferta
de programas de formación universitaria en los tres niveles (pregrado,
posgrado y doctorado) aumentó su presencia en los países en la región.
Varias razones se pueden argüir para explicar este crecimiento.
La segunda y la tercera ola democratizadoras trajeron consigo el
proceso de modernización del Estado, de los partidos políticos y de las
organizaciones sociales, lo cual generó en la región latinoamericana la
necesidad de tratar temas como la administración, la gestión pública,
la sociedad civil, las terceras fuerzas y las minorías, aspectos que pare-
cían estar limitados para abordarlos desde disciplinas como el derecho
y la sociología. Ello obligó a analizar estos tópicos desde un campo más
especializado: la ciencia política. En segunda instancia, el relativo bajo
costo que significa la apertura de este tipo de programas –no pocas ve-
ces denominados carreras de pizarrón– para los Estados y para las ins-
tituciones de educación superior, sumado a la existencia de un sistema
desregulado de apertura de carreras de este tipo (Trindade et al., 2007).
Como consecuencia, es posible ubicar dentro de la ciencia política
un amplio abanico de formas para entender, estudiar y analizar los
fenómenos de lo político, de la política y las políticas, entre otras razo-
nes porque esas explicaciones han evolucionado a lo largo del tiempo

3 Por ejemplo, el Political Science And Institution Building (Goodin, 2012).

15
con los problemas políticos y sociales de cada época. Esto significa que
con el paso del tiempo y de sus propias investigaciones la ciencia de lo
político, de la política y de las políticas ha cruzado por diversas etapas
y periodos que la fortalecen y consolidan, hasta llegar a ser conocida
hacia finales del siglo XIX y principios del XX como una “verdadera
ciencia relativamente autónoma” (Alcántara, 1993, p. 16). Por supues-
to, esto obedece a que está dotada de un objeto de estudio propio, así
como de unas herramientas metodológicas originales que permiten
caracterizar el sentido y el alcance de sus estudios sobre los ámbitos ya
señalados (lo político, la política y las políticas).
En este contexto, en el capítulo siete se aborda la trilogía y corre-
lación entre sistema de gobierno, sistema de partidos y sistema electo-
ral. Se parte de las definiciones clásicas y tradicionales de sistemas de
gobierno y de su tipología, con el propósito de comprender las actuales
dinámicas de los sistemas de pluralismo moderado que se dan en Amé-
rica Latina. De igual manera, de forma práctica, se explica al lector la
configuración y asignación de votos en escaños, mediante la explicación
de las distintas formas de representación al interior del congreso.
En el libro también se plantean los nuevos enfoques y tendencias
que tiene la ciencia política contemporánea. Por este motivo se incluye
el tema del gobierno electrónico, el cual se refiere al uso de tecnolo-
gías de la información y comunicación (TIC) para mejorar la eficien-
cia, transparencia y accesibilidad de los servicios gubernamentales. En
la primera parte de ese capítulo se discuten los antecedentes de las TIC
y cómo han evolucionado. Se menciona cómo se utiliza la tecnología
para mejorar la eficiencia y la transparencia de los gobiernos y cómo
ha contribuido a la democratización de la información y al acceso a los
servicios gubernamentales.
En la segunda parte se presenta al lector una conceptualización
del gobierno electrónico y se discuten algunos de los principales desa-
fíos y oportunidades que presenta su implantación. Se mencionan los
objetivos del gobierno electrónico, por ejemplo mejorar la calidad de

16
los servicios gubernamentales, promover la participación ciudadana y
reducir la brecha digital. Finalmente, se exponen ejemplos de accio-
nes de gobierno electrónico en diferentes partes del mundo, como la
Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico y la Década Digital
Europea. Se discute cómo estas iniciativas han promovido el gobierno
electrónico y han contribuido a mejorar la eficiencia y la transparencia
de los gobiernos en estas regiones.
Bajo este orden de ideas resulta de suma importación comenzar a
visibilizar, estudiar y reflexionar sobre la nueva fenomenología de la
biopolítica, pues los nuevos retos que el Estado y su forma de gobierno
han desarrollado de manera vertiginosa a raíz de la consolidación tec-
nológica, propiciada por la mencionada pandemia se expresa a través
de la transición de la forma de gobierno tradicional a lo electrónico.
Solo es un primer atisbo, pues la propia transición de la vida social
de los individuos a los campos computacionales ha representado un sin-
fín de fenomenologías políticas, entre las que destacan la participación
política a través de estas tecnologías, pero además se consolidan pro-
fesiones como la del YouTuber, streamer o creadores de contenido digital
que, además de ser un producto de la transición social tecnológica, son
retos para el estado moderno. Estos retos van desde la implementación
de actos administrativos hasta políticas públicas en entornos digitales,
pues fenómenos aun no resueltos en el campo tradicional como el tra-
bajo sexual han tenido un nuevo desarrollo dentro de los entornos digi-
tales, con el desarrollo de las plataformas de entretenimiento.
Bajo estas nuevas concepciones de entretenimiento y de trabajo
en los entornos digitales los nuevos trabajos se sitúan en un hilo frágil
para la capacidad del estado de garantizar derechos fundamentales y
además le condicionan a una constante necesidad de creación y ac-
tualización de políticas públicas que garanticen los derechos humanos
dentro de la creación y consumo de contenidos digitales.
Es necesario identificar que vivimos en un estado en transición
donde la tecnología y la consagración de su presencia en la vida diaria

17
a raíz de la pandemia, nos ha posicionado en un paradigma donde el
estado tiene que modernizarse, de una manera ética y sin perder de
vista a los derechos humanos como eje fundamental de su instrumen-
tación, pues la llegada de la tecnología al contexto estatal representa
una transición peligrosa.
Dicho lo anterior, cabe anotar que es imperioso contar con es-
tudios que reflexionen en torno al proceso de larga duración que ha
permitido el desarrollo de la ciencia política como un campo de cono-
cimiento y formación universitaria en constante debate y disputa por
una definición y redefinición de su propio objeto de estudio, punto
fundamental y de reflexión de este trabajo. Estudiarla como un cam-
po brinda a la ciencia política la posibilidad de reflexionar y deliberar
sobre sí misma, algo que es justamente el ejercicio que proporciona a
cualquier actividad científica los elementos necesarios para entender,
comprender y analizar su progreso. Dentro de estos se destacan una
caracterización del estado del arte, mecanismos para que los integran-
tes de comunidades académicas discutan en torno a la pertinencia de
herramientas metodológicas, teorías y temas de interés, la identifi-
cación de nuevas fronteras y campos de conocimiento, e incluso las
posibilidades de futuro.
Sin embargo, un análisis del estado actual de la ciencia política
exige identificar y caracterizar con claridad el contexto económico,
cultural y político en el que se realiza dicho análisis. Ello conlleva a
trazar puentes con las experiencias políticas concretas, el nivel de de-
sarrollo socioeconómico y el clima intelectual vigente. Se parte aquí
de aceptar que la ciencia política actual posee los suficientes elementos
teóricos y metodológicos que no solo permiten (¡exigen!) enfrentarse
a un autoanálisis y a un ejercicio de introspección de lo que implica o
no la disciplina.
Siguiendo a Bourdieu (2008) y a Almond (1999), existe una em-
presa intelectual denominada ciencia política y abordarla implica par-
tir del supuesto según el cual en toda disciplina existe una lógica in-

18
terna que configura lo que es o no es. Comprender esta lógica permite
ofrecer una explicación, en parte, de cómo la disciplina evoluciona en
el tiempo, es decir; por qué y cómo cambian las teorías, enfoques y
prácticas de la ciencia política a lo largo de los años. Así, auscultar la
forma que permite que un tipo de discurso tenga sus propias asuncio-
nes y criterios para determinar lo que será aceptado o no como evi-
dencia o parte de la disciplina, pasa necesariamente por el examen de
la ubicación universitaria de la disciplina, que es donde estas operan.
En este sentido se enfatiza que cada campo de estudio tiene sus propias
reglas, suposiciones y criterios para aceptar o rechazar ideas, teorías
y métodos de investigación. Adicionalmente, sugiere que uno de los
factores cruciales para entender la evolución de la ciencia política es
el contexto académico en el que se desarrolla. Las universidades y sus
departamentos desempeñan un papel fundamental en la definición de
las normas y la dirección de la disciplina. La ubicación de la ciencia
política en el entorno universitario influirá en la formación de sus pa-
radigmas, enfoques y métodos.
Esto es así porque toda teoría parte de la necesidad de explicar,
justificar o procurar una solución de situaciones de la realidad social y,
al mismo tiempo, toda teoría implícitamente defiende un conjunto de
valores que son transmitidos y operados, ora a través de la educación,
ora mediante la definición y redefinición permanente del objeto de
estudio. Si bien hasta ahora los estudios que reflexionan sobre la disci-
plina se han enfocado de manera prioritaria hacia la síntesis de teorías
y la revisión de aspectos y procesos institucionales, un análisis sobre
la ciencia política en las instituciones educativas universitarias puede
ofrecer elementos interesantes (identificar autores, teorías y métodos
más recurrentes, líneas teóricas y de investigación, congruencia entre
las políticas estatales de investigación, entre otros aspectos).
Aunque hay un avance en la definición del objeto de conocimien-
to de la ciencia política, es una tarea pendiente reflexionar sobre el
papel del (de los) sujeto(s) encargado(s) del estudio de tales objetos.

19
Más aún, merece precisarse la relación entre el sujeto y el objeto de
investigación, con el fin realizar una aproximación sobre la manera
como se estudia la ciencia política en la universidad colombiana. Es de
esperarse que ello permita también establecer un estado del arte de
los marcos teóricos que han orientado la enseñanza y la investigación
en la disciplina, así como identificar los factores externos e internos
que han influido en el desarrollo de ella.
Se entiende en este trabajo a la ciencia política como una práctica
discursiva en evolución, por lo cual tanto sus conceptos particulares
como su estructuración en el campo disciplinar implican establecer
una doble relación. Por un lado, con las propias ciencias sociales; por
el otro, con las condiciones contextuales que sirven de catalizadoras
para contribuir a su establecimiento, consolidación, institucionaliza-
ción y profesionalización.
Por último, los coordinadores de esta obra agradecemos el apoyo
invaluable del Instituto de Investigaciones Jurídicas y Docencia de la
Administración Pública del Estado de Nuevo León, por conducto del
doctor Pedro Quezada Bautista, Director General de esa institución
de educación superior, quien concertó los esfuerzos entre el cuerpo
académico Gobernanza y Gestión Pública (UANL-CA-441) de la Uni-
versidad Autónoma de Nuevo León, de la Facultad de Ciencias Polí-
ticas y Relaciones Internacionales así como de la Facultad de Ciencias
Jurídicas de la Universidad del Atlántico de Colombia, para que esta
obra se viera cristalizada en un proyecto ambicioso, que tendrá impac-
to no solo en la academia mexicana, sino en América Latina.

Carlos Enrique Guzmán Mendoza


Julián Andrés Cuellar Argote
Paulo César Lugo Rincón
Rogelio López Sánchez
Coordinadores de la obra

20
PRIMERA PARTE
CIENCIA POLÍTICA:
TEORÍAS Y ENFOQUES
CAPÍTULO I.
Génesis de la ciencia política

Política es, desde tiempos inmemoriales, la actividad


que los hombres y, más recientemente, las mujeres desarrollan para mantener
junto un grupo, protegerlo, organizarlo y ampliarlo, para escoger
quién toma las decisiones y cómo, para distribuir recursos.
Ciencia política es el estudio de esta actividad
con método científico. Es decir, verificable.
(Pasquino, 2011, p. 19)

Carlos Enrique Guzmán Mendoza


Julián Andrés Cuellar Argote

SOBRE LOS ORÍGENES DE LA POLÍTICA


Y LA CIENCIA POLÍTICA

Realizar un recorrido sobre cómo la tradición académica ha creado


programas de ciencia política –sin olvidar que es este uno de los rasgos
y de las limitaciones de la misma tradición académica en lo que tiene
que ver con la ciencia política, sobre lo que se ahondará posteriormen-
te– resulta ser impensado. Sobre todo cuando ya se ha realizado una
amplia gama de ejercicios académicos al respecto (Caicedo et al., 2015;
Cuellar et al., 2015; Cuellar y Caicedo, 2015; Leyva y Ramírez, 2015;
Baquero y Barrero, 2014; Duque, 2014; León, 2013; Leyva et al, 2013;
Duque, 2013; Casas, 2013; Losada y Casas, 2011; Cardona y Suárez,
2009; Guzmán, 2008; Losada y Casas, 2008; Cuellar, 2007; Bejarano y
Wills, 2005; Losada, 2004; Murillo y Ungar, 1999b, Leal, 1988).

25
Según lo anterior, resulta más pertinente indicar algunos rasgos
generales que han marcado la disciplina. El primero tiene que ver con
las dificultades de delimitación del espacio teórico y metodológico.
Por un lado, se tiene una tradición académica que desde la década de
1970 viene trabajando alrededor de temas de estudios políticos como
la violencia o el Frente Nacional, entre otros. Sin embargo, los han
sido más bien estudios de corte interdisciplinario que, de una u otra
forma, han llevado a confundir o a suponer que la ciencia política es
un saber que solo es posible como producto de su relación con otras
disciplinas que comparten como campo y objeto de reflexión la socie-
dad y sus procesos.
Esto acontece “aun cuando la búsqueda creciente por una diferen-
ciación entre estudios políticos y la investigación disciplinar aparece
como algo difuso” (Alonso, 2002, p. 60). Como indica Alonso (2002),
“los estudios politológicos en Colombia se dieron en un contexto in-
terdisciplinario en el cual la pretensión de construir un objeto de re-
flexión propio estuvo siempre supeditado y sometido al desarrollo y
las dinámicas de las otras ciencias sociales” (p. 62).
Esto ha generado crisis de identidad, de identificación, de ubi-
cación del objeto de estudio y de sus formas. A lo anterior se suma
que la historia de la ciencia política y la de sus cultivadores se entre-
lazan con otras disciplinas como la filosofía política, la historia de
las doctrinas y del pensamiento político, el derecho constitucional
y, más recientemente, la sociología, sobre todo la sociología polí-
tica. Así, una historia exhaustiva es algo imposible, está por enci-
ma de la capacidad de cualquier estudioso individual. No es casual
que no exista una auténtica historia de la ciencia política (Pasquino,
1996, p. 11).
Por otra parte, en Colombia existe una tendencia de creación de
los programas de ciencia política bajo la tutela de los departamentos
de derecho público de las distintas universidades, o desde los depar-
tamentos de educación abierta o institutos de corte interdisciplinario.

26
Lo anterior ha llevado a una “profunda banalización de nuestro campo
disciplinar” (Alonso, 2002, p. 65). Siguiendo a Murillo

nuestra disciplina se caracteriza por la mezcla imprecisa entre la pro-


fusión de profesionales con base sólida de recursos teóricos y meto-
dológicos, y la aparición y dispersión de opiniones ligeras y proyectos
de investigación instrumentalizados por las necesidades circunstan-
ciales y cambiantes de tantos interlocutores que requieren de servi-
cios políticos profesionales. (Murillo y Ungar, 1999a, p. 18)

En el mismo sentido, sobre todo en los medios de comunicación, hoy


más que nunca se presentan reflexiones de personas que, sin serlo,
se suelen presentar como politólogos. De igual manera, se hallan po-
litólogos que en el afán de reconocimiento sacrifican la rigurosidad
académica. Parafraseando a Lechner (1995), la democracia y la política
se encuentran en crisis.

La preocupación prevaleciente por la transición democrática hace


perder de vista que la misma política se encuentra en transición. A
raíz de la antinomia autoritarismo-democracia, tan presente en toda
América Latina, la atención se centra en la transición hacia la demo-
cracia y en los obstáculos a dicha transición, se toma la democracia
como el punto de llegada, dando por sentado un destino fijo y uní-
voco. Una vez conquistados ciertos elementos mínimos del régimen
democrático, la teoría democrática se vuelve extrañamente inocua
para dar cuenta de los nuevos retos. (Lechner, 1995, p. 1)

Así las cosas, a concepción de la política como todo aquello que tiene
que ver con el Estado y sus instituciones, o como lo referido al origen,
la estructura, la función y los fundamentos del poder, o como aquello
conformado por los procesos sociales que de una manera u otra invo-
lucran decisiones colectivizadas, hace que el concepto de política que

27
subyace a la politología colombiana sea difuso y vaporoso. (Alonso,
2002, p. 65)
Pese a lo anterior, el nuevo impulso dado a las democracias y a
los procesos políticos plantean, más que un reto, una necesidad con-
ceptual y metodológica desde las universidades a la sociedad. Esto se
concreta para hacer más digerible aquello que se da en llamar política,
máxime cuando se vive un proceso de institucionalización o fortale-
cimiento de la más básica de sus instituciones: los partidos políticos.

De hecho, pareciera que se puede empezar a hablar de relocaliza-


ción de la política caracterizada por un conjunto de nuevos compor-
tamientos sociales. La creciente movilización electoral, el apoyo a
nuevas propuestas políticas o la conformación de una incipiente con-
ciencia política en los planos local y regional empiezan a dar cuenta
de tal cambio. (Murillo y Ungar, 1999b, p. 47)

LA POLÍTICA COMO OBJETO DE REFLEXIÓN4

La reflexión sobre la política se ha llevado a cabo desde antes de que se


pueda hacer referencia a la ciencia política y desde distintas disciplinas
como la filosofía política, la historia de las ideas y del pensamiento
político, el derecho o la economía política. En este orden, bien se po-
dría afirmar que la política es un fenómeno de difícil descripción o,
incluso, explicación. A lo anterior habría que añadirse la confusión
que encarna el término política dado el carácter polisémico y variable
de este. No obstante, la dificultad aludida respecto de la política no
supone su descalificación como objeto de estudio sobre una base sis-
temática y científica.

4 Este apartado se fundamenta en un trabajo previo que Carlos Enrique Guzmán Mendoza, uno de
los coautores, publicó en la revista de Derecho de la Universidad del Norte.

28
Con la pregunta inicial y aparentemente simple de qué se entiende
por política es oportuna una distinción entre política y pensamiento
o reflexión sobre la política. Esta distinción es pertinente si se estima
que la política es un fenómeno universal ligado a la misma existencia
humana y una construcción mental. Si se concibe la política como una
específica forma de relación o de actividad humana, en este caso polí-
tica, ella existió antes del pensamiento aristotélico o platónico, es de-
cir, previo a la Grecia clásica. Como construcción mental, el momen-
to histórico que explica la génesis de la política sería el de la Grecia
clásica. Aquí la política no sería un concepto objetivable. En el marco
de una reflexión sobre la misma, lo fundamental no es la política en sí
misma sino la consideración sobre ella o, siguiendo a Roiz (1982), una
atención acerca de la existencia o no de conciencia política.
Según la interpretación de Sartori (1984), hay que tener en cuenta
que para los clásicos, en concreto para Aristóteles, el animal político
era el equivalente al animal social, es decir, que el hombre se definía
por vivir asociado, de forma colectiva o en comunidad, por lo que
la política era algo consustancial a la misma esencia de la naturaleza
humana. Esto le lleva a Sartori (2006) a apuntar que no es Aristóteles
el descubridor de la política en tanto conciencia o reflexión política,
sino que sería Maquiavelo quien realmente autonomiza la política y la
equipara al pensamiento y a la reflexión sobre la misma.
De acuerdo con esta distinción, se ha establecido una diferencia
entre el pensamiento político clásico y el pensamiento político mo-
derno. Aristóteles (2011) identificaba la política con el ejercicio del
poder, sus modos de adquisición y utilización, su concentración y dis-
tribución, su origen y la legitimidad de su ejercicio. Esta definición en
cuanto poder ha constituido el centro de las reflexiones sobre la po-
lítica desde Aristóteles (2011) hasta Maquiavelo (1998). Las inquietu-
des en el pensamiento político de esta fase histórica oscilaron entre la
identificación de quién tiene poder, cómo se ejerce y el enjuiciamiento
de su ejercicio. Los análisis se centraron en una diversidad de asuntos

29
sobre quiénes deben tener el poder, qué medios son los adecuados para
su obtención y mantenimiento, o cuáles son los principios legítimos
para su ejercicio.
Mientras que en el pensamiento clásico el medio de la política es-
taba estrechamente ligado a los argumentos de tipo ético y a la búsque-
da del bien común, con Maquiavelo (1998) la política se distinguió de
la moral y de la religión, e inició un proceso de gradual atomización,
empezando a ser analizada desde las perspectivas fundamentalmente
técnicas. De esta forma, a partir de Maquiavelo (1998) la reflexión
sobre la política pivota no solo alrededor del concepto de poder, sino
sobre todo en torno a las instituciones de su ejercicio, en concreto del
concepto de Estado. El Leviatán de Hobbes (1980) es la máxima expre-
sión de este proceso y, alrededor del Estado como objeto central, se va
a articular el pensamiento político moderno. Por tanto, la ambivalen-
cia entre el poder y el Estado va a ser el meollo de las sucesivas oleadas
en la reflexión sobre la política.
Definir lo político como objeto genérico de la ciencia política
es una tarea compleja que presenta una paradoja referida a que “el
problema de la política es que el debate, la controversia y el des-
acuerdo son inherentes a la misma y que por tanto la definición de
la política no es una excepción” (Heywood, 1994, p. 16). Sin embar-
go, se pueden identificar dos grandes grupos de concepciones sobre
la política, las que Del Águila (2008) denomina como “política en
sentido cooperativo” y “política en sentido conflictivo” (p. 18) En el
primer caso, la política sería la actividad a través de la cual los gru-
pos humanos toman decisiones colectivas. La segunda está inspirada
en la concepción maquiaveliana según la cual se entiende la política
como una actividad de conflicto entre personas, grupos, intereses o
visiones del mundo.
Esta dualidad en la acepción de la política genera una distinción
importante entre los dos conceptos centrales en la reflexión políti-
ca: el poder, cercano a la última acepción política, y la legitimidad,

30
más acorde con una concepción de la política que resalta sus aspectos
consensuales. Es una forma distinta de aquella que define la política a
partir de su capacidad de inclusión, según la cual la política en sentido
estricto amplio se diferenciaría por el número de elementos, activi-
dades y asuntos de interés público. Según esta versión, de acuerdo
con Letftwich (2004), la política comprendía tanto las actividades de
cooperación como las de conflicto.
El poder como componente central de la política ha guiado la ma-
yoría de las reflexiones en torno a ella. El estudio de la relación que
se establece entre los hombres, según la cual unos obedecen y otros
mandan, sigue seduciendo a estudiosos e investigadores. Esa relación
no solo ni siempre se basa en la fuerza o la violencia, sino que está
vinculada con ideas, creencias y valores (Del Águila, 2008). De este
modo, de lo político resultará aquel ámbito de lo social en que se pro-
ducen relaciones de poder, esto es, relaciones de mando y obediencia,
o bien se puede tratar de aquel ámbito en el que se dirimen los conflic-
tos entre los grupos sociales por los bienes colectivos.
De acuerdo con Weber (2002), lo anterior se definió como la po-
sibilidad de que un actor en una relación esté en disposición de llevar
a cabo su propia voluntad, pese a la resistencia de los otros. Dicho
de otra forma, el poder sería la posibilidad de obtener obediencia,
incluso contra la resistencia de los demás. Los modos de adquisición y
utilización del poder, su concentración y distribución, su origen y la
legitimidad de su ejercicio, su misma definición en cuanto poder po-
lítico han constituido el centro del análisis político desde Aristóteles
(2011) hasta Maquiavelo (1998). Debe añadirse la idea de que el ejer-
cicio del poder ha de enjuiciarse moralmente, puesto que se trataría
de dar respuesta a las preguntas sobre quién debería tener el poder y
cómo debería ejercerlo.
En el pensamiento político moderno, desde Maquiavelo (1998)
hasta Marx (2011), se plantea como objeto central del análisis político
el Estado, vinculándose de alguna forma el origen de la ciencia política

31
con la aparición del Estado moderno a partir del siglo XV. De acuerdo
con Pasquino (1996) si Maquiavelo y Hobbes se mostraban preocupa-
dos por la necesidad de crear un orden político a través del control del
poder en el interior de unas fronteras bien definidas, en otro caso será
el de la creación de un Estado pluralista (Locke), democrático (Toc-
queville), fuerte (Hegel), como equilibrio de poder (Montesquieu),
instrumento de una clase social (Kant) o capaz de asegurar un com-
promiso entre las clases sociales (Kelsen).
A partir de una redefinición del concepto de política en términos
del Estado, los estudios giraron en torno a los problemas asociados
a la construcción de formas estatales y cuáles eran las característi-
cas que estas debían poseer. La preeminencia en el ámbito de Europa
continental de una equivalencia entre el estudio de la política y el del
Estado provocó que los Gobiernos y las leyes que deberían regir fueran
el predominio de los enfoques legales-formales y del desarrollo del
derecho político, concebido como teoría del Estado. De esta manera,
en los análisis políticos desarrollados en Europa continental primaron
los estudios en torno al poder institucionalizado, dando así origen a
un distanciamiento de la tradición anglosajona, más interesada en los
procesos políticos desde una perspectiva dinámica, en la que el Estado
no ocupa un espacio tan destacado.

LA CIENCIA DE LA POLÍTICA

Una pregunta distinta es la relativa al momento a partir del cual se


puede considerar la reflexión sobre la política como una ciencia, como
una disciplina científica. El nacimiento de la disciplina de la ciencia
política o la consideración de la política como objeto de conocimiento
científico es relativamente reciente. Además, se asocia a la especializa-
ción de los saberes que se producen a partir de la corriente filosófica
del positivismo, a lo largo del amplio proceso histórico que va desde la
Ilustración hasta fines del siglo XX.

32
En contraste con lo sucedido en otras disciplinas, la ciencia po-
lítica no tiene un referente, un hito, una obra fundacional o una
personalidad destacada a partir de cuyos escritos se pueda inferir la
fundación de la disciplina. En todo caso, muchos de los referentes
deben ser compartidos al menos con sociólogos como Tocqueville
(1996), Marx (2011), Pareto (1967) o Weber (2002). Por otra parte,
lo anterior puede ser asimilado al propio desarrollo de los estudios
relativos al funcionamiento de la administración pública, que fue el
origen de una rama importante de la disciplina en Estados Unidos.
El proceso de institucionalización de la disciplina va asociado a los
fenómenos de la autonomía del objeto con respecto a otras discipli-
nas y a la utilización de un método llamado científico. Expresado en
otros términos, esto refiere a “la autonomía del observador político
y la autonomía de la política que observa” (Sartori, 1984, p. 22).
En cuanto al primer elemento, se han producido grandes variacio-
nes en la amplitud del objeto de estudio. Por ello, se ha considerado al
mismo como un saber omnicomprensivo que podría englobar a otras
ciencias también llamadas políticas (la filosofía política, la sociología
política, la historia política o la ciencia del derecho) o a un afán sece-
sionista. Esto genera que se despegue de las disciplinas que le podían
estar negando la razón de ser, como el derecho público o la sociología.
Aún hoy en gran medida estas discusiones se soterran en un afán cor-
porativo de cada una de las disciplinas o en pretensiones multidiscipli-
nares más o menos fundadas.
En cuanto al segundo punto referido a la utilización de un método
científico de análisis, la ciencia política se consolida en la medida en
que se reafirma como ciencia política empírica. De allí que lo distin-
tivo en tanto ciencia es la utilización de un método científico. Este
proceso se enmarca en el contexto positivista toda vez que pretende
que las ciencias sociales emulen las líneas que caracterizan a los pro-
cesos de análisis de las ciencias naturales, asunto que será revisado
seguidamente.

33
Desde el Renacimiento se había venido intentando asentar el es-
tudio de la política sobre cimientos científicos. De este modo, por
ejemplo, en Maquiavelo (1998) el estudio de la política está subor-
dinado al desarrollo de una teoría autónoma sobre el poder. Esta
técnica rechaza los límites morales y favorece determinados tipos de
acción política a partir de su utilidad para el desarrollo del poder,
algo suficientemente conocido por quienes ejercen el poder pero que
hasta ese momento no habían sido objeto de reflexión al margen de
enjuiciamientos morales. A partir de Hobbes (1980), el pensamiento
político moderno intenta sustentarse sobre la metodología científi-
ca predominante en la época. Desde tal perspectiva, siguiendo el
modelo de la geometría y la mecánica, era necesario establecer la
conexión necesaria entre los hechos políticos. En este caso también
el estudio de la política debería conducir al establecimiento de una
ciencia de la política orientada a conseguir la estabilidad de las for-
mas de poder.
De acuerdo con la visión positivista o la influencia de las cien-
cias naturales en el origen de la ciencia de la política, el objetivo del
conocimiento consistirá en la búsqueda de regularidad a partir de
abstracciones seleccionadas que explican la existencia de relaciones
causales entre distintos factores. Estas generalizaciones se contrasta-
rían con la realidad empírica en el marco de un sistema lógico-edu-
cativo sin que, sin embargo, estas leyes exijan la realización de expe-
rimentos para ser consideradas científicas.
Esos cambios se reflejan en una serie de circunstancias a partir
de las cuales es razonable aceptar la existencia de la ciencia política
en tanto se institucionaliza y se crean las primeras asociaciones que
agrupan a los profesionales de esta nueva materia. Durante el último
tercio del siglo XIX surgen en Europa y Estados Unidos instituciones
relacionadas con el estudio de la ciencia política y, aunque las carac-
terísticas analíticas influidas por el positivismo habían estado pre-
sentes en distintos contextos históricos (Almond, 1990), las mismas

34
alcanzaron su definición en los estudios de la corriente behovarista,
desarrollada en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
La Revolución conductista se dirigía contra la forma previa de
investigar la realidad política en la que la descripción y la clasifica-
ción eran las herramientas metodológicas fundamentales. Frente a
esta manera de investigar, aquella revolución preconizaba el estudio
del comportamiento de los actores políticos. Si bien la concepción
positiva de la ciencia política no es incompatible con el estudio de las
instituciones políticas, el análisis conductivista posterior a la Segun-
da Guerra Mundial relegó, como reacción contra las características
de los estudios políticos previos, fenómenos como las instituciones
y las ideas políticas, eludiendo el análisis histórico (March y Olsen,
1984). Así, el tránsito de la fase precientífica a la científica en la
reflexión sobre la política se produce hacia la mitad de este siglo
con la corriente conductivista o behaviorista (Farr et al., 1999), cuya
evolución se abordará en las páginas siguientes.

35
CAPÍTULO II
El conocimiento y la ciencia política

Dominar la teoría y el método es convertirse


en un pensador consciente, un hombre que trabaja
sabiendo cuáles son los presupuestos y las implicaciones
de lo que hace. Ser dominado por la teoría y
por el método significa no empezar nunca a trabajar.
(Sartori, 2011, p. 12)

Carlos Enrique Guzmán Mendoza


Julián Andrés Cuellar Argote

SOBRE LA CIENCIA Y LA CIENCIA POLÍTICA

La ciencia política ha evolucionado a la par que ha definido y mol-


deado el método científico de conocimiento de la realidad objeto de
estudio. En cierta forma, la ciencia política se define por la utilización
del método científico en tanto que se une a temas e intereses de inves-
tigación aparentemente muy diversos. Este proceso está ligado a dos
momentos históricos que resultan cruciales en la institucionalización
y el desarrollo de la disciplina. Las raíces de la ciencia política pueden
hundirse en el desarrollo de la sociedad moderna, contexto histórico
determinado por el clima de intelectualidad de principios del siglo
XIX como respuesta al derrumbe del viejo régimen, caracterizado por
el proceso de industrialización en lo económico, por el desarrollo del
modelo democrático en lo político y por la corriente del positivismo
en lo filosófico.

36
El positivismo tenía entre sus fundamentos la utilización de los mé-
todos racionales-empíricos y su uso no solo en las ciencias naturales y fí-
sicas. De hecho, el segundo elemento crucial se refiere al impacto de las
guerras mundiales puesto que en este siglo se generó un efecto por la
emigración de intelectuales europeos, personas poseedoras de una gran
formación que habían aprendido toda la tradición de la filosofía política
alemana. Habían presenciado el gran debate sobre las ideologías que
venía definiendo la política europea desde la Revolución francesa, de-
bate completado a finales del siglo cuando se fortaleció el psicoanálisis
y las nuevas ideas filosóficas. Además, habían asistido al afianzamiento
de otras ciencias sociales como la economía y la sociología. Finalmente,
contaban con la experiencia del gran fracaso de la República de Weimar,
república de profesores que había abierto el paso a la hecatombe del
nazismo, de la República y de la Segunda Guerra Mundial.
Estas experiencias de violencia en países que se suponían la cum-
bre de la civilización moderna, como Alemania, tuvieron un efecto
claro sobre el cuestionamiento de las bases que sustentaban la cultura
occidental, lo que había impedido preceder y controlar el comporta-
miento humano y, sobre todo, su lado negativo. Con este ambiente
de fondo la emigración hacia Estados Unidos, donde las tradiciones
nuevas encontraban el mejor caldo de cultivo y donde se contaba con
enormes medios materiales, posibilitó el estudio del comportamiento
político como si se tratase de un objeto más de la ciencia experimen-
tal, donde los avances en biología o física marcaban el camino.
Por tanto, la ciencia política debía adaptarse al rigor de una ciencia
experimental más, el marco de una actitud nueva, ambiciosa, aunque
a la vez humilde con respecto a las grandes ciencias naturales o físicas,
las ciencias duras. En este caso, la ciencia política no siguió los pasos
de la filosofía como en otros momentos históricos, sino los de las cien-
cias experimentales, renunciando explícitamente a su consideración
como gran ciencia maestra. Por tanto, aunque ya antes habían despun-
tado algunos indicios, tras la Segunda Guerra Mundial se abrió paso

37
la ciencia política como una ciencia precisa, meticulosa, parcelable,
limitada y sometida a todos los rigores del método científico.
En cualquier caso, estos dos factores dan como resultado la es-
trecha vinculación entre política y conocimiento científico, situación
que se constituye en la marca de la ciencia política en tanto disciplina
científica. Lo anterior supone la simple aplicación de los principios y
las reglas del conocimiento científico para el estudio de los fenómenos
políticos. Aunque a estas alturas se da por supuesto que los fenómenos
políticos pueden ser analizados aplicando el método científico, esta
afirmación está lejos de ser asumida, incluso hoy, de forma unánime
e incuestionable. Este cuestionamiento ha dado lugar a numerosos de-
bates acerca de las posibilidades de aplicación del método científico o
positivista a la ciencia política.
Con todo y esto, tras la Segunda Guerra Mundial el método cien-
tífico ha pasado a ser considerado la única forma válida en el campo de
la ciencia política. Ahora bien, los análisis empíricos se caracterizan
por desarrollar y emplear un lenguaje común y objetivo para describir
la realidad política, de modo que son mayoritarios frente a los estudios
normativos en los que se trata de desarrollar y examinar fines, objeti-
vos, valores y reglas morales, aspectos característicos de las primeras
décadas de este siglo.
La investigación empírica basada en las observaciones reales y “ob-
jetivas” (Johnson y Joslyn, 1995, p. 1) de los fenómenos ha desterrado
otros tipos de investigaciones. Se pretendía huir del espiritualismo
con el que se suponía que la ciencia política había estado empantana-
da, buscando estudiar la política como se estudian otros objetos de la
ciencia moderna. Además, era conveniente evitar la tendencia a caer
en los preciosismos lingüísticos y literarios propios de los estudios an-
teriores, utilizando un lenguaje adecuado y preciso correspondiente a
su nuevo estatus de ciencia. En este sentido, de acuerdo con Panebian-
co (1994), no es fácil distinguir entre descripción y demostración o
identificar la naturaleza de la explicación razonable o científica.

38
La evolución de la ciencia política desde la Segunda Guerra Mun-
dial ha estado acompañada de un incremento sustancial de análisis
de fenómenos novedosos en relación con el período anterior. Dichos
exámenes se caracterizan por la utilización sistemática de técnicas de
observación de la realidad que dieron como resultado estudios con
abundancia de datos que no siempre han ido acompañados de las ne-
cesarias teorías explicativas en cuyo marco resultaran congruentes.
De hecho, una crítica sobre la evolución de la relación entre teoría e
investigación se encuentra en Sartori (2004).
Hay suficientes aportaciones que advierten justamente del divor-
cio entre análisis empírico y teoría. Así, parece que son minoritarias
las investigaciones que siguen de forma adecuada los principios del
método científico en tanto aplicación de una teoría, contrastándola
con datos empíricos (Eckstein y Apter, 1963; Sartori, 2011; Pane-
bianco, 1994; Zuckerman, 1997; Norris, 1997). En cualquier caso,
la ciencia política empírica, caracterizada por aplicar los principios
del método científico, es, desde entonces, la rama hegemónica en los
análisis sobre los fenómenos políticos. En este sentido, quizá con-
venga señalar cuáles son los principios que definen al método de
conocimiento científico.

LAS CARACTERÍSTICAS DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Es ilimitado el número de temas que pueden ser objeto de investiga-


ción en ciencia política. Estos pueden ir desde el análisis de los resulta-
dos de unas elecciones hasta la caracterización de un régimen político;
desde la revisión de los discursos presidenciales hasta la organización
de determinado partido político, pasando por la evaluación de una de-
cisión política específica, o desde las opiniones y actitudes de una élite
política hasta la relación entre resultados económicos y desempeño
político.Todos son asuntos susceptibles de ser investigados como parte
del conocimiento politológico.

39
Esta diversidad de temas se relaciona con la amplitud del objeto
de estudio en ciencia política que fue mencionada previamente. Como
consecuencia de los vastos límites en el objeto de estudio, los temas
que pueden formar parte del conocimiento politológico son práctica-
mente ilimitados, en tanto ilimitada es la aplicación práctica de lo que
constituye la política. Se podría señalar que es el método lo que une
a esta diversidad de temas que son tratados en el marco de la ciencia
política. Es fundamentalmente la forma determinada de proceder al
conocimiento de la parte de realidad que se denomina política lo que
distingue a la investigación politológica de la realizada en otras disci-
plinas como la historia o la filosofía.
El método científico no es el único modo de conocimiento. Exis-
ten además formas muy diversas de conocimiento de la realidad, más o
menos intuitivo, más o menos sistemático, o más o menos apoyado en
actos de fe. Asimismo, la intuición, la superstición, el conocimiento
místico o incluso el sentido común son maneras diversas de conocer y
explicar la realidad. La investigación científica es una forma de cono-
cer que se caracteriza por utilizar un método específico de proceder
para la aprehensión de la parcela de realidad que interese a quien la
conduce. Las características del conocimiento científico son muy pre-
cisas, por lo que resulta medianamente sencillo distinguir la investiga-
ción científica del resto de formas de conocimiento.
Una primera característica de la investigación científica en tanto
acumulación ordenada de información es la observación sistemática de
la realidad. Por tanto, la primera tarea será registrar de forma ordena-
da lo observado en forma de datos. A partir de esa tarea inicial, el co-
nocimiento científico se apoya en la característica esencial de inferir,
a partir de los datos, sobre la premisa de que solo se observa una parte
de la realidad y no la totalidad. La realidad es demasiado compleja y
extensa como para permitir su observación y conocimiento absoluto.
El conocimiento científico se sustenta en la parcelación del saber, en
la selección de datos y en la generalización, a partir de esa selección.

40
Precisamente, de una buena selección se pueden realizar inferencias
para la totalidad.
King et al. (2000) indican que el fin de inferir es la marca clave que
diferencia a una investigación científica de otro tipo de conocimiento,
de forma que en una investigación de este tipo se deben presentar
siempre inferencias descriptivas o causales que vayan más allá de los
datos específicos recogidos. Por tanto, la inferencia o generalización se
constituye en el elemento clave que define el método científico. Una
tercera característica del conocimiento científico se basa en la nece-
saria publicidad de este, de manera que los trabajos estén imbuidos en
una comunidad científica, debiendo ser todos públicos y transferibles.
Lo anterior significa que no solo deben ser públicas las conclusio-
nes, sino también los procedimientos. De hecho, los procedimientos
de observación e inferencia deben ser explícitos para que la comuni-
dad científica pueda juzgar la validez de lo realizado, así como para
aprender de esos métodos o para repetir el procedimiento. De esta
característica esencial se deriva otra que es la incertidumbre, la cual
debe marcar toda investigación científica dado que todo trabajo es
susceptible de revisión y rechazo por otros miembros de esa comu-
nidad científica. Por tanto, las conclusiones de una investigación son
esencialmente provisionales hasta que aparezcan nuevas investigacio-
nes que las rechacen. Como lo señalan Manheim y Rich (1988), la
investigación científica es un “modo de conocimiento autocorrector
y en continuo desarrollo” (p. 17). Puede suceder que una conclusión,
a pesar de ser revisada, nunca sea rechazada, en cuyo caso pasaría a
constituirse en una ley. Sin embargo, en ciencia política apenas existen
leyes universales como pueden darse en la física o la matemática.
A este respecto, Johnson y Joslyn (1995) añaden algunas otras
normas que debe cumplir una investigación científica. Estos autores
reducen la posibilidad del conocimiento científico al conocimiento
empírico, el cual está basado en la observación y la experiencia y, por
tanto, debe estar sujeto a verificación, de forma que la aceptación o

41
el rechazo de una premisa debe ser producto de la observación y no
resultado de otro tipo de ejercicios basados en juicios de valor o es-
peculaciones. Además de la necesidad de que los análisis de este tipo
sean transmisibles y generalizables, añaden como requisito que sea ex-
plicativo, de manera que no consideran como conocimiento científico
aquel cuyo fin es únicamente descriptivo.
Así, para poder definir una investigación como científica esta debe
cumplir al menos con los requisitos de sistematicidad, inferencia, pu-
blicidad, provisionalidad y verificación. Para resumirlo, bastan las
palabras de Manheim y Rich (1988), para quienes una investigación
científica debe ser “explícita, sistemática, y controlada” (p. 17). El co-
nocimiento científico es un proceso que se desarrolla en etapas suce-
sivas, cada una de las cuales posee sus propias características y reglas.

LAS FASES DE LA INVESTIGACIÓN EN CIENCIA POLÍTICA.


¿CÓMO SE HACE UNA INVESTIGACIÓN EN
CIENCIA POLÍTICA?

Toda investigación científica es sistematizable en términos de fases o


etapas, de manera que para realizar un trabajo empírico el método
implica seguir una serie de pasos o cubrir diversas etapas. Lo mencio-
nado permite llenar el espacio que va desde lo más abstracto hasta lo
más concreto para poder establecer de nuevo proporciones abstractas.
King et al. (2000) identifican cuatro componentes que moldearían el
proceso de investigación científica: la pregunta, la teoría, los datos y
el uso de los datos.
Siguiendo a Manheim y Rich (1988), este camino puede ser desa-
gregado en varias etapas: formulación de la teoría, operacionalización
de la teoría, selección de técnicas de investigación apropiadas, obser-
vación del comportamiento, análisis de los datos e interpretación de
los resultados. A esta propuesta se puede añadir una etapa inicial cons-
tituida por la selección del problema, de modo que las fases de la inves-

42
tigación empírica podrían quedar recogidas para efectos explicativos
en las siguientes: i) selección del problema, ii) formulación y operacio-
nalización de la teoría, iii) diseño de la estrategia de investigación y iv)
recogida y análisis de los datos.

La selección del problema


Resulta obvio señalar que una investigación comienza con la selec-
ción del problema, cuestión superflua si se plantea que nunca se
piensa en una investigación si no existe una pregunta, una duda o un
problema que resolver. Sin embargo, la cuestión adquiere sentido si
se tienen en cuenta los múltiples trabajos de investigación que, en el
peor de los casos, se vienen abajo por una inadecuada selección del
tema o de la pregunta a la cual dar respuesta; en el mejor resultan
fallidos por un mal planteamiento. En vista de estas cuestiones, se
podría señalar que el adecuado planteamiento de una pregunta es el
paso decisivo de una investigación, puesto que, en su defecto, el resto
de las tareas de investigación se desvanecen y dejan de tener sentido.
Esta es la fase de la investigación científica menos sujeta a reglas o
procedimientos. Popper (1968) es muy claro al señalar que no existe
un método para tener ideas: “there in not such thing as a logical me-
thod of having new ideas. Discovery containts an irrational element or
a creative intuition” (p. 32). De esta manera, esta fase es la más cerca-
na a la creatividad y a la imaginación. Sin embargo, hay algunas consi-
deraciones que tener en cuenta. Una primera se refiere a la distinción
apuntada por Eckstein y Apter (1963) entre misterios y enigmas. El
primer caso se refiere a aquellos planteamientos, preguntas o proble-
mas que son en sí mismos imposibles de deshacer, al margen de ofre-
cer respuestas o soluciones plausibles, pero de imposible verificación.
Por tanto, el misterio no desaparece. El ejemplo típico sería la
pregunta de si hay vida después de la vida. Por el contrario, cuando un
problema se plantea como enigma ofrece la ventaja de su rotundidad,
como dice Roiz (1997): “una solución candidata puede ser absoluta-

43
mente cierta o falsa y, en este último caso, significa que acertamos
con la clave y el enigma desaparece” (p. 41). Si bien en la investigación
científica es necesario plantear enigmas y no misterios, en ciencias
políticas existen pocos interrogantes que pueden ser desechados me-
diante la certificación o falsificación rotunda de los mismos.
A este respecto, Bartolini (1994) ha distinguido de una manera
muy clara la dualidad en las motivaciones para plantear problemas de
investigación en ciencia política, distinguiendo entre motivaciones
personales y motivaciones teóricas. Sin desconocer la importancia
práctica de las primeras, en la investigación politológica los problemas
deben ser seleccionados por su relevancia teórica. La razón es que la
respuesta a los interrogantes que plantea ha de mejorar el conocimien-
to teórico de cierto fenómeno, es decir, contribuir a la formulación
de teorías o al contraste o rechazo de las ya existentes. Por ello, en
esta primera fase de la investigación científica es básico imbuirse en
una comunidad científica para conocer los estudios de otros inves-
tigadores, acudiendo a la lógica. Sin desconocer la importancia que
atribuyen King et al. (2000) a las razones personales para la selección
de los problemas, estas no son justificaciones necesarias ni suficientes
para la elección de un tema.
En cualquier caso, muchas veces resulta excesivamente complejo
determinar la relevancia teórica de las preguntas, razón por la cual
King et al. (2000) apuntan algunas indicaciones que faciliten la tarea.
En concreto, ellos proponen las siguientes pistas para escoger adecua-
damente un problema de investigación: i) elegir una hipótesis gene-
ralmente aceptada por la literatura sobre el tema que interesa y de la
cual se sospecha que es falsa; ii) intentar resolver una controversia o
disputa que se encuentra dentro de la literatura; iii) discutir o evaluar
postulados implícitos o no cuestionados por otros autores; iv) buscar
algún elemento que no haya sido considerado en descripciones o ex-
plicaciones previas, y v) aplicar los hallazgos establecidos en un área a
otro tipo de problemas.

44
El planteamiento del problema está relacionado necesariamente
con los objetos que presenta el investigador para llevar a cabo su labor.
No se trata de abundar en las consideraciones acerca de los objeti-
vos extrínsecos de toda investigación, en la línea de lo que plantean
Manheim y Rich (1988) al distinguir entre análisis empíricos, cuyo fin
es conocer, describir y explicar, y análisis normativos, que plantean
cómo utilizar el conocimiento. Los primeros tratan de desarrollar y
emplear un lenguaje común y objetivo para describir la realidad polí-
tica; por su parte los análisis normativos intentan desarrollar y exami-
nar fines subjetivos, valores y reglas morales que guíen la aplicación de
ese conocimiento de la realidad.
A propósito de la observación de los análisis efectivamente rea-
lizados en las últimas décadas en ciencia política, Panebianco (1994)
establece una diferenciación distinta entre “análisis ideográficos” o
“análisis empíricos”, característicos de la actividad “descriptiva-inter-
pretativa de singulares fenómenos políticos delimitados en el espacio y
en el tiempo” (p. 82), y análisis teóricos, interesados en hacer progre-
sar las teorías sin someterlas al examen del mundo empírico, puesto
que se limitan a usar ejemplos empíricos que sirvan como ilustración
de la teoría. Este tipo propuesto por Panebianco (1994) es diferente
al modelo de estudio semántico apuntado por Bartolini (1994), quien
utiliza el criterio de los objetivos intrínsecos de la investigación para
distinguir entre análisis normativos, semánticos y empíricos.
Los primeros se centran en el deber ser de los problemas, en cómo
deberían ser las razones o el planteamiento de ideales. Aunque hay
autores que plantean que esto no es conocimiento científico (Johnson
y Joslyn, 1995), bastantes trabajos que se realizan en ciencia política
entrarían en esta categoría. Estos van desde los que analizan las vir-
tudes de determinado régimen político sobre el resto, hasta aquellos
relativos al deber ser. El segundo tipo planteado por Bartolini (1994),
el análisis semántico, se apoya en la necesidad de que dentro de la
comunidad científica de la ciencia política se clarifique el significado

45
de determinados términos. La intención es contribuir al intercambio
teórico sobre la base de un lenguaje comúnmente aceptado.
De hecho, existen muchos términos en ciencia política que ado-
lecen de ambigüedad y vaguedad, como es el caso de “democracia”,
“poder”, “interés” o “movimiento social”. Con lo anterior al menos
se sistematizan los referentes empíricos de cada uno de los usos que
se hacen de los términos. Por último, la mayoría de la investigación
politológica que se realiza en la actualidad se ubica en el tipo de empí-
rica. Ambas clasificaciones, la de Panebianco (1994) y la de Bartolini
(1994), comparten una gruesa idea común que es la distinción entre
análisis teóricos sin datos y análisis con datos pero sin teoría, lo que, a
juicio de Zuckerman (1997), desde una perspectiva un tanto pesimis-
ta, casi nunca se combinarían.
Dentro de los análisis empíricos es posible destacar dos tipos:
los análisis empíricos-descriptivos y los empíricos-explicativos.
Los primeros proporcionan información sobre un caso con alguna
profundidad o sobre modelos y tendencias sobre un número deter-
minado de casos. Por su parte, los análisis explicativos se diseñan
con el fin de determinar por qué ocurre un evento. Ha habido una
tendencia a equiparar los estudios explicativos con el conocimiento
científico, en tanto los primeros servirían como complemento a los
genuinos análisis científicos que buscan siempre las respuestas al
por qué y no al cómo.
Fundamentalmente, a partir de la revulsión conductista y de la
expansión de la política comparada se equipara la investigación poli-
tológica con la búsqueda de explicaciones y no de descripciones. Lo
anterior ha sido señalado por Zuckerman (1997) y cobra sentido con la
formulación de Hempel (1965):

a scientific explanation may be regarded as an answer to a why ques-


tion, such as ‘Why do the planets move in elliptical orbits with the
sun al one focus’? ‘Why does the moon look much larger when it

46
nears the horizon than when it is high in the sky?’ Why did Hitler go
to war against Russia? (p. 334)

De alguna manera, esta diferenciación se corresponde con la de los es-


tudios nomotéticos y los ideográficos. Los primeros son aquellos que
utilizan leyes que demuestran que lo que se está explicando (el evento
o proceso) tiene que ocurrir. La razón es que se trata de una manifes-
tación particular que sigue lógicamente la formulación de un principio
general de una teoría. Por el contrario, los análisis ideográficos tienen,
como fin esencial, describir fenómenos. En cualquier caso, la equipa-
ración de la explicación y el conocimiento científico está lejos de ser
asumida de forma unánime, puesto que, de acuerdo con Panebianco
(1994), no es fácil distinguir entre descripción y explicación o identifi-
car la naturaleza de la explicación razonable o científica.

La formulación y operacionalización de la teoría


En el proceso de construcción científica la formulación de la teoría cons-
tituye el elemento decisivo de la investigación. De acuerdo con Man-
heim y Rich (1988), las teorías ofrecen conjuntos de razones por las que
los hechos deben estar conectados de un modo determinado y hacen que
estos sean útiles al ofrecer una estructura para interpretarlos y ver las
relaciones entre ellos. De esta forma, un enfoque teórico es equiparable
a la perspectiva que se adopta al analizar un problema, puesto que es el
lente necesario para poder verlo. La función de la teoría es ordenar y
filtrar la información, especular, razonable y razonadamente, sobre las
posibles respuestas al problema que se investiga. En este sentido, sig-
nifica una selección entre posibles explicaciones del fenómeno en un
intento de simplificar la realidad de estudio. Constituye, por tanto, la
interpretación razonada de la realidad a través del descubrimiento de ge-
neralizaciones válidas que servirán para explicar fenómenos concretos.
La teoría es un conjunto de proposiciones, lógica o sistemática-
mente relacionadas, que pretende explicar un fenómeno y predecir

47
otros similares mediante la inferencia. En esta perspectiva, Manheim
y Rich (1988) definen las teorías como los conjuntos de conceptos ló-
gicamente relacionados que representan lo que se cree que sucede en
el mundo, mientras que King et al. (2000) equiparan la teoría con una
especulación precisa y razonada sobre la respuesta a una cuestión de
investigación, incluyendo la explicación de por qué la respuesta pro-
puesta es la correcta.
La construcción de teorías requiere mucho de imaginación y crea-
ción por parte del investigador, pero también debe realizarse en el
marco de la comunidad científica a partir de una revisión bibliográ-
fica sobre el fenómeno en cuestión. Las hipótesis, especulaciones o
respuestas al problema de investigación se construyen a partir de una
serie de pasos autónomos, aunque en el contexto de una comunidad
científica. Esto se materializa a través de dos formas que forman un
círculo: los procesos de inducción y deducción.
Debe añadirse que en la investigación científica se combina tanto
el proceso inductivo como el deductivo. En la inducción se parte de la
observación de unos hechos específicos para elaborar una teoría expli-
cativa general, de modo que se desarrollan las hipótesis sobre la base
de las propias observaciones o de los estudios desarrollados por otros,
como si fueran fuentes de inspiración, precediendo la observación a la
teoría. Por su parte, en lo deductivo se parte de una serie de supuestos
teóricos que establecen relaciones entre dos o más fenómenos, esta-
bleciendo predicciones sobre lo que se espera encontrar en la realidad.
En este caso, la teoría precede a la observación. Ejemplo claro de la
construcción de teorías son las de la elección racional. En este sentido,
es un proceso que permite utilizar la teoría para explicar los eventos
del mundo real.
Siguiendo a Eckstein y a Apter (1963), es posible identificar dos
tipos de posiciones en relación con la vinculación entre investigación y
teorías. Los autores distinguen una versión hard de una versión soft. En
la primera la teoría está conformada por una serie de premisas en las

48
que los conceptos están definidos, de manera que, de forma precisa,
se establecen conjuntos de proposiciones conectadas deductivamente
que, o bien son axiomas (asunciones), o bien son teoremas deducidos
de ellos. En este caso, el objeto de las proposiciones es tanto la consis-
tencia interna como la verificación empírica. La versión soft de teoría
es únicamente una construcción mental que ordena los fenómenos que
toman la forma de esquemas clasificatorios, de esquemas analíticos o
de cualquier modelo empírico de proceso de datos. Así, la mejor teo-
ría es la que está más cerca de la versión hard, pero la práctica pone de
manifiesto que el segundo tipo es más habitual.
Para construir una teoría en versión hard se deben cumplir con
una serie de requisitos que constituyen las características de la misma.
En general, sobre la base de las normas establecidas por autores como
Eckstein y Apter (1963), Manheim y Rich (1988), se pueden apuntar
como normas de las teorías la contrastabilidad, la consistencia interna,
la claridad, la generalidad y la parsimonia.
Con la primera, la contrastabilidad, toda teoría debe permitir es-
tablecer una relación entre esta y el mundo de manera sistemática,
de forma que no sea únicamente un conjunto de abstracciones que
no tenga aplicación directa sobre los fenómenos que analizar. Por su
parte, la consistencia interna debe ser correcta, en el sentido de que
todos sus supuestos sean compatibles. En tercer lugar, la claridad de
las teorías debe permitirle ser comunicable, de forma tal que personas
con formación adecuada puedan comprenderla, evitando complejida-
des cuya comprensión solo sea del alcance del investigador. La gene-
ralidad, característica esencial de las teorías, señala la posibilidad de
explicación de fenómenos similares en diferentes momentos y lugares,
es decir, deben contribuir a la inferencia a partir de sus postulados.
Finalmente, la parsimonia de una teoría denota su sencillez para poder
aplicarla y comprenderla fácilmente, evitando complejidades o pro-
fusión de condiciones y excepciones que conduzcan a una dificultad
insuperable. La intención es extraer de ella expectativas explícitas so-

49
bre los hechos del mundo real o, expresado de otra forma, significa
asumir que el mundo es simple.
Por tanto, para poder definir una construcción mental como una
teoría debe satisfacer un estándar mínimo que Eckstein y Apter (1963)
identifican con la regularidad en las observaciones, la susceptibilidad
de la verificación empírica y la posibilidad de la deducción de fenóme-
nos desconocidos. Además, las teorías deben poder ser falsas, puesto
que no deben ser enunciadas de forma tan general que por principio
no puedan ser falsas. Este es el principio de falsación de Popper (1968),
tema sobre el que existen diferentes posiciones en la filosofía de la
ciencia. Según lo planteó Popper (1968), las teorías no son verificables
sino solo falseables, de manera que los métodos para rechazar teorías
tienen más fuerza que los usados para confirmarlas.
Esto quiere decir que se parte de una situación de asimetría entre
la falseabilización y la verificación de teorías. Al respecto, King et al.
(2000) han cuestionado este principio argumentando que, si bien este
puede resultar fundamental para formular teorías, no lo es tanto para
comprobarlas. De un lado, se infiere que no podría haber falsabilidad de
una teoría previa a la aparición o emergencia de una mucho mejor que la
anterior; del otro, resultaría irrelevante la verificación o no de las teorías
a partir de una única observación. Lo relevante de una teoría, señalan
King et al. (2000), es más bien su poder explicativo, su aplicabilidad o
“how much of the world the theory can help us to explain” (p. 165).
Con el fin de vincular el proceso de lo ideal a lo concreto, una
teoría necesita convertir o redefinir las nociones abstractas que la
componen en términos concretos. Esto permite medir el objeto de
análisis. Dicha tarea requiere perfilar el cuerpo conceptual de la teoría
y establecer las variables que van a componer el trabajo. En cuanto al
primer caso, el tratamiento de los conceptos implica que ”deban ser
definidos de manera inequívoca y clara.
Sobre este asunto Sartori (1984) ha advertido precisamente que
gran parte de los problemas metodológicos en ciencia política se de-

50
rivan de un uso inadecuado de los conceptos o, expresado, en otros
términos, de una deficiente definición de estos. De acuerdo con Bar-
tolini (1994), un concepto es inequívoco cuando no permite que sea
confundido con otros conceptos que tengan diferentes referentes em-
píricos. En esta línea de sentido, un concepto es claro si no se con-
funde el referente empírico al que se refiere o, dicho de otra forma,
si solo se relaciona con un referente empírico. Hay que decir también
que la ciencia política está atiborrada de conceptos que presentan pro-
blemas de equivocación y confusión. Conceptos como los de “poder”
o “democracia” aportan enormes problemas porque poseen múltiples
referentes y se confunden con conceptos similares. Por lo tanto, es
especialmente necesario que la investigación politológica realice un
esfuerzo de definición y tratamiento de los conceptos que forman la
teoría.5
Para tratar de resolver los posibles problemas de ambigüedad y
vaguedad se acude a las definiciones, es decir, a las declaraciones para
resolver tanto la ambigüedad como la posible vaguedad de un con-
cepto. Una definición es un conjunto de indicadores que implica la
identificación de la evidencia usada para describir el referente, como
se ha expresado al señalar que las definiciones hacen referencia a las
operaciones que se van a usar para medir los conceptos. Asimismo,
King et al. (2000) señalan que sería conveniente formular o testar teo-
rías construidas a partir de conceptos fáciles de medir, o al menos
definidas de tal forma que puedan ser observadas y medidas.

We should choose observable, rather than unobservable, concepts


wherever possible. Abstract, unobserved concepts such as utility,
culture, intentions, motivations, identification, intelligence, or the
national interest are often used in social sciences theories. They can

5 Véase, por ejemplo, el análisis que realizan Collier y Levitsky (1998) sobre los múltiples
referentes del concepto de “democracia”.

51
play a useful role in theory formulation; but they can be a hindrance
to empirical evaluation of theories and hypothesis unless they can be
defined in a way such that they, or at least their implications, can be
observed and measured (King et al., 2000, p. 109).

Sin embargo, este planteamiento ha sido cuestionado puesto que con


un criterio tan restrictivo, múltiples temas –no solo en ciencia polí-
tica– no habrían podido ser analizados (Van Evera, 2002).6 En esta
línea, las definiciones de conceptos en ciencia política tienen que satis-
facer dos criterios muy específicos: el de validez y el de confiabilidad.
El primero se refiere al grado en el cual un indicador señala lo que se
quiere de un concepto o apunta a aspectos relevantes del mismo. Por
su lado, la confiabilidad muestra el grado en el cual una medida genera
los mismos resultados en todas las circunstancias.
Otro elemento de las teorías es el conjunto de las variables o las
características empíricamente observables de algún concepto que pue-
den tomar más de un valor. Las variables permiten pasar de la teoría,
que relaciona dos o más conceptos, a la observación empírica de los
datos con los que se espera contrastar la teoría. De alguna manera, las
variables constituyen el esqueleto de la investigación, de forma que
son los ejes en torno a los cuales esta se desarrolla.
De acuerdo con los niveles de medición se pueden identificar
diferentes tipos de variables: unas nominales o categóricas, otras di-
cotómicas y politómicas, algunas otras ordinales; también las hay de
intervalo y, finalmente, las hay continuas y discontinuas. Las prime-
ras son aquellas que ofrecen información sobre, por ejemplo, la re-
ligión o el género; las segundas lo harán en forma de rango limitado
de respuestas; las ordinales ofrecerán información que supone una
identificación en una escala como, por ejemplo, una identificación

6 Van Evera (2002) pone el ejemplo de la teoría de la relatividad formulada por Einstein, puesto que
de acuerdo con este criterio, nunca podría haber sido formulada.

52
en la escala izquierda-derecha; las de intervalo ofrecen información
relativa a ingresos.
En ese sentido, en la investigación científica son de suma impor-
tancia las hipótesis o los enunciados declarativos que indican explícita-
mente las relaciones que se esperan encontrar entre las variables. Así,
estos enunciados están sujetos a ser comprobados mediante pruebas
empíricas, son el vínculo entre la teoría y los datos. Ahora bien, el
planteamiento de las hipótesis conduce a uno de los elementos centra-
les de la investigación científica que es el establecimiento de relaciones
entre variables o el principio de causalidad, el cual incide en la supues-
ta necesidad de vinculación entre conocimiento y explicación de la
ciencia. En este sentido, solo es considerado conocimiento científico
el proveniente de aquella investigación que pretende explicar algo, y
no únicamente la destinada a describir fenómenos.
Al plantear la necesidad de la explicación como fundamento del
conocimiento científico, se está haciendo referencia a la necesidad de
establecer relaciones de causalidad entre las variables. Este estableci-
miento de relaciones de causalidad, que indican causas y efectos entre
variables, debe ser tomado como una tarea que nunca es definitiva.
Por tanto, en un análisis empírico nunca podrá ser establecida por
sí misma y de manera definitiva la relación de causa-efecto entre dos
variables. Así, o se apunta la relación en esa investigación para ser re-
chazada en otras posteriores, o simplemente para acumular evidencias
positivas de la relación causal. Según el tipo de relación que se esta-
blezca las hipótesis serán de uno u otro tipo.
Serán hipótesis causales cuando se establece que una variable es
causa de otra y serán de covariación aquellas que establecen que dos
variables están asociadas en el sentido de que cuando una varía tam-
bién lo hace la otra. Para que pueda confirmarse una relación causal
deben darse una serie de condiciones que algunos autores (Manheim
y Rich, 1988) han definido como relación, plausibilidad, precedencia,
consistencia e inexistencia de otra causa. Relación significa que los

53
cambios en una variable van asociados a cambios en la otra. Ahora
bien, la plausibilidad implica que la relación entre causa y efecto
debe ser plausible, ser lógica, tener sentido. La precedencia significa
que la variable causal debe preceder a la otra en el tiempo, es decir,
que pueda ser tenida en cuenta como una condición previa. Asi-
mismo, la relación debe ser consistente con otras evidencias y, por
último, tiene que ser razonablemente cierto que ningún otro factor
es la causa real.
Al establecer el tipo de relación causal que se da entre dos o más
variables se están caracterizando las variables en términos de depen-
dientes o independientes. La variable dependiente es aquella cuya
variación se quiere medir, de manera que se piensa que está causada
por la variación en la o las variables independientes. Por tanto, estas
son la causa de la variación de la variable dependiente. Aunque esta
caracterización es la forma habitual de identificar las variables de
un estudio, pueden tomarse en consideración otro tipo de variables
caracterizadas como intervinientes, que son las que aportan al nexo
entre las variables independientes y las dependientes junto con las
variables antecedentes. Estas intervienen antes de la variable inde-
pendiente. El uso de variables intervinientes y antecedentes en las
teorías contribuye a clarificar las cadenas causales que intervienen
en la creación de los fenómenos que se intentan explicar.
Establecer relaciones causales implica toparse con algunos pro-
blemas, más aún cuando se trabaja en situación de multicausalidad,
es decir, con diversas variables independientes o cuando se establecen
cadenas causales. Los problemas pueden tomar distintas formas que
van desde la endogeneidad hasta las tautologías. También se pueden
generar problemas al establecer relaciones espurias entre variables, es
decir, establecer como hipótesis la relación directa de dos variables
cuando en realidad ambas son causa de una tercera variable. Asimis-
mo, conviene tener en cuenta los problemas derivados de las interac-
ciones, por no entrar de momento en aquellos derivados de la influen-

54
cia de los valores en la determinación de las relaciones causales y en
el desarrollo de teorías. Estas plantean indudablemente que el reto es
cómo operativizar metodológicamente esta circunstancia.

Las estrategias de investigación o cómo comprobar teorías


Una fase posterior es la relativa al establecimiento de la estrategia de
investigación. A partir de la definición de conceptos y la especificación
de proposiciones para ser testadas, en ella se enumeran los datos que
son necesarios y cómo conseguirlos, se describen los procedimientos
y se establece una secuencia de pasos para completar el proyecto de
investigación. En definitiva, supone plantear el proceso a través del
cual se van a conectar la teoría y los datos, es decir, cómo se van a
contrastar las hipótesis y a realizar las transferencias. Es lo que se de-
nomina también el método de verificación o control de las hipótesis.
Definir una estrategia de investigación para verificar o contrastar
las hipótesis implica seleccionar los casos y las variables que van a con-
formar la investigación, así como determinar cuáles son las unidades
de análisis de esta y en qué nivel de observación y análisis se desa-
rrollará. Merece añadirse que en las clasificaciones sobre estrategias
de investigación hay un cierto consenso en lo relativo a la distinción
entre estudios experimentales y no experimentales o de observación.
Dentro de estos últimos, se diferencian los métodos de control es-
tadístico, también considerados cuasi­experimentales (Yin, 1984), el
método comparado y estudio de caso, o el método histórico, según la
clasificación de Sartori (1984).
Otros autores (Lipjhart, 1977; Yin, 1984) plantean que en el es-
tudio de caso están comprendidos los estudios de caso múltiple (el
análisis comparado) y los estudios de caso simple. Además, se ha
producido una vinculación entre el método estadístico como méto-
do cuantitativo y los métodos cualitativos en los que estarían inclui-
dos tanto el método comparado como el estudio de caso. Por ello,
se considera que la diferencia entre cualitativo y cuantitativo hace

55
referencia al momento de la recogida de datos y no a la fase de la
elección de la forma de contrastar las hipótesis.
En cualquier caso, cualquiera que sea la estrategia, con la excep-
ción de los estudios experimentales, un elemento central en la inves-
tigación en ciencia política resulta del criterio para la selección de los
casos o, en otros términos, de la selección de la muestra. Teniendo
en cuenta que resulta prácticamente imposible realizar estudios sobre
la totalidad de los casos, es necesario acudir a la observación de una
muestra de la realidad objeto de estudio. Asimismo, la selección de
casos es un aspecto que da como resultado diferentes tipos de investi-
gación, puesto que el rango va desde uno hasta todos. El primer tipo
es el relativo a los estudios de un solo caso, mientras que la selección
de todos los casos implica considerar el universo del fenómeno que
se está analizando. Por tanto, seleccionar una muestra del objeto de
análisis es algo esencialmente asociado a la investigación politológica.
En este sentido, se puede recuperar la idea de Bartolini (1994)
que diferencia dos tipos posibles de estrategias de investigación, de
acuerdo con el modelo de selección de casos y variables. Una estra-
tegia intensiva supone tomar en consideración pocos casos (incluso
uno solo, lo que se denominaría estudio de caso) y muchas variables
en tanto propiedades de esas unidades, según su propia terminología.
La estrategia extensiva supone una selección amplia de casos sobre los
que se mide un número limitado de variables o propiedades. La cues-
tión relevante en este aspecto deriva del imperativo metodológico de
que las conclusiones de la muestra que se toma permitan generalizar
conclusiones para el total de la población. Este tránsito es posible sin
mayor dificultad con las muestras estadísticas, pese a que presente
problemas en el caso de otro tipo de métodos de control.
Las posibilidades que ofrece la estadística se consideraron en la dé-
cada de 1930 a partir de la idea revolucionaria de utilizar muestras para
representar a una población mucho mayor. El muestreo resultaba una
forma barata de realizar las investigaciones. No obstante, los análisis ba-

56
sados en este tipo de herramientas no generaban excesiva confianza has-
ta que Gallup, Crossley y Roper predijeron en 1936 los resultados de las
elecciones norteamericanas (Miller y Rose, 1990). A partir de entonces
el uso del muestreo estadístico ha ido progresivamente aumentando.
Este cambio se vio acentuado por las transformaciones en la forma
de realizar investigación politológica a partir de la década de 1950,
con lo que se ha denominado la revulsión conductista. Esta supuso
un abandono de los rasgos que caracterizaban a la ciencia política de
principios del siglo XX. En este proceso las posibilidades que ofrecía
el muestreo estadístico para los análisis de los nuevos temas de interés
eran mayúsculas. En ciencia política los estudios sobre opinión pública
o cultura política son ejemplos paradigmáticos del uso de este tipo
de muestreo, ejemplo de lo cual es el estudio clásico sobre la cultura
cívica de Almond y Verba (1963).
La selección de casos de acuerdo con criterios no estadísticos en
los que la muestra está constituida por un número limitado de casos
presenta aspectos diferentes que complican el proceso. Este tipo de
muestreo se corresponde con lo que se denomina el método compa-
rado, en el que el número de casos limitado es, sin embargo, mayor
a uno. Aplicando la lógica, este tipo de estudios pretende comparar
un número de casos y buscar similitudes y diferencias entre ellos. En
igual sentido, la selección de casos puede realizarse de acuerdo con
distintos criterios. Uno de ellos se genera a partir de la similitud en
la variable dependiente, en la estrategia denominada de la semejanza.
En este caso se eligen casos con características generales diferen-
tes y valores similares en la variable de estudio. Otros casos con ca-
racterísticas generales similares y valores diferentes en la variable de
estudio se denominan método de la diferencia. Para Ragin (1987), la
posibilidad de combinar ambas estrategias es lo que se denomina el
método indirecto de la diferencia, el cual puede ser considerado una
buena solución pese a que presenta una mayor utilidad para generar
hipótesis que para contrastarlas.

57
De momento se plantea un acercamiento obligadamente limitado
al método comparado, a pesar de haber sido resaltada por no pocos au-
tores la importancia de este método en la ciencia política (Alcántara,
1993) y en el resto de las ciencias sociales (Morlino y Sartori, 1999).
Este planteamiento, modesto en este punto, se apoya en el hecho de
que el término comparativo en sí mismo no identifica un cuerpo sus-
tantivo del saber, sino que remite a un método de análisis que aumenta
la capacidad descriptiva y las posibilidades de elaboración analítica.
Dicho sea de paso, lo anterior proporciona los criterios para someter
a verificación las hipótesis, contribuyendo al descubrimiento por vía
inductiva de nuevas hipótesis y a la construcción de teorías (Collier,
1994). En este sentido, en cuanto selección de un número limitado de
casos, el método comparado ha sido reclamado como alternativa a la
utilización de la estadística en la ciencia política (Ragin, 1987).
Incluso autores como Mackie y Marsh (1997) han justificado el mé-
todo comparado como forma de suplir al experimental de las ciencias
naturales como mejor vía para posibilitar la producción, comprobación
y reformulación de teorías acerca de la relación entre fenómenos po-
líticos. Proponer la conveniencia del método comparado exige obviar
determinadas aportaciones que plantean que el método científico es en
sí mismo comparativo y que el acto de comparar es inherente a cada
procedimiento científico (Lasswell, 1956; Almond y Powell, 1966). En
palabras de Nohlen (1988), “el método comparado contiene la compa-
ración explícita de una reelección lo más justificada posible de casos y
se transforma por regla general en un objetivo de generalización em-
pírica y en un examen de distintas hipótesis” (p. 615).
Además, la selección de un número limitado de casos, que es la
base de los estudios comparados, ha tenido que superar el contraste
con el marchamo de fiabilidad y precisión que supone el uso de la esta-
dística para la realización de investigación politológica. Sin embargo,
el método comparado puede solventar algunos de los problemas que
ha presentado la estadística en su aplicación en ciencia política. La

58
disposición generalmente de pocos casos y muchas variables (Lijphart,
1977, Bartolini, 1994), la imposibilidad de cuantificar de forma precisa
fenómenos de carácter político considerados relevantes o la dificultad
para establecer generalizaciones en el marco de contextos únicos para
cada caso (Ragin, 1987), son razones que dificultan enormemente la
utilización de las técnicas estadísticas.
Aun así, el método comparado ha sido también considerado dé-
bil puesto que en las ciencias sociales las características de casos pa-
reados casi nunca son idénticas, tal como lo requiere el método de la
semejanza para las características de las variables independientes. En
el caso del método de la diferencia tampoco la situación mejora, dado
que las diferencias son incluso mayores de lo requerido por el método.
Estas dificultades son plausibles explicaciones de una situación actual
caracterizada por Sartori (1984) y en la que abunda, según Zuckerman
(1997), por la escasa y deficiente utilización del método comparado, a
pesar de las enormes expectativas generadas en la década de los años
cincuenta. En este momento se llegó a equiparar la ciencia política con
la ciencia política comparada, a pesar de que las dos décadas de cambio
en el uso del método comparado ha permitido, en cierta medida, la su-
peración de problemas asociados al método comparado (Collier, 1994).
De alguna forma se ha producido una esencial vinculación entre
los métodos estadístico y comparado, y entre la construcción y verifi-
cación de teorías válidas. Por ello se concibe que solo a través de estos
tipos de métodos de control se puede contribuir a la construcción teó-
rica, relegando, por tanto, los estudios de caso a funciones meramente
descriptivas e intuitivas que, a lo sumo, podrían servir de apoyo a los
estudios comparativos. Esta aseveración fue cuestionada por Eckstein
y Apter (1963) mediante la identificación de diferentes tipos de estu-
dios de caso que se situarían en una escala que va desde el tipo de estu-
dio de caso ideográfico, básicamente interpretativo, individualizador.
Cabe asentar lo sistemático y descriptivo del estudio nomotético,
así como el hecho de que está basado en la utilización de leyes univer-

59
sales y es teóricamente acumulativo. Como plantean Eckstein y Apter
(1963), mientras que el primero no contribuye a la construcción de
teorías, el tipo de estudio de caso crucial o caso desviante es tan útil o
incluso más que los estudios comparativos para el control de las hipó-
tesis. El planteamiento de Eckstein y Apter (1963) es que los estudios
de caso cruciales y los comparativos son solo medios alternativos para
el fin de testar las teorías. Por tanto, la elección entre estos medios no
depende de consideraciones lógicas sino prácticas.
El tipo de estudio de caso crucial sería “implícitamente compara-
tivo” (p. 45), como lo ha afirmado Sartori (1984), aun cuando añade
que ello no significa que el estudio de un solo caso pertenezca al méto-
do comparado. Caber añadir que “un solo caso, aun tratándose de uno
crucial, no basta para confirmar una generalización (aunque aumente
su plausibilidad) y tampoco alcanza para refutarla (si bien la debilita)”
(Sartori, 1984, p. 46). De la misma forma, King et al. (2000) cuestio-
nan los argumentos de Eckstein y Apter (1963) a partir de la definición
de estudio de caso que hace y que ellos equiparan a estudios de una
única observación (single observation design).

We should choose observable, rather than unobservable, concepts


wherever possible. Abstract, unobserved concepts such as utility,
culture, intentions, motivations, identification, intelligence, or the
national interest are often used in social sciences theories. They can
play a useful role in theory formulation; but they can be a hindrance
to empirical evaluation of theories and hypothesis unless they can be
defined in a way such that they, or at least their implications, can be
observed and measured. (King et al., 2000, p. 109)

Este cuestionamiento se apoya en tres argumentos: uno, pocas expli-


caciones dependen solo de una sola variable causal; dos, es difícil que
las medidas sean perfectamente confiables, y tres, la realidad social no
puede ser tratada como producto de procesos deterministas. Sin em-

60
bargo, los mismos Eckstein y Apter (1963) reconocían que la mayoría
de los estudios de caso que se habían realizado en la ciencia política em-
pírica no tenían carácter nomotético o, expresado en otros términos,
que pocos estudios de caso se hacían sobre la consideración del mismo
como un caso crucial. La mayoría constituían ejercicios de apoyo a es-
tudios comparativos, sin mencionar todos aquellos de carácter ideográ-
fico que seguían siendo la mayoría de la producción politológica.
Esta situación no parece haber cambiado en exceso dos décadas
después a tenor de lo planteado por Panebianco (1994) o Zuckerman
(1997). Los estudios de caso han cargado con el estereotipo de méto-
do débil entre todos los métodos de las ciencias sociales, a pesar de lo
cual se han seguido usando de manera más amplia que el resto. Esta
paradoja se ha explicado a partir del argumento de que se usa este tipo
de método de control por desconocimiento de los otros, Yin (1984)
lo cuestiona con fuerza. La razón es que la supuesta falta de rigor o la
poca base para las generalizaciones de los estudios de caso está lejos de
ser demostrada.

De los datos y el análisis


Una fase posterior en el proceso de investigación es la aplicación de
la estrategia definida, de forma que se recolecten los datos de acuerdo
con los criterios previamente establecidos. Sobre ello Manheim y Rich
(1988) han apuntado dos factores que deben ser tenidos en considera-
ción en la fase de recogida de los datos: la posibilidad de generalización
y la posibilidad de reactividad o la sospecha de que la persona que
realiza el estudio o los métodos del propio estudio puedan influir en el
modo de comportarse o de pensar de los sujetos observados o modifi-
carlos en ausencia del investigador.
Conviene tener en cuenta las advertencias de Eckstein y Apter
(1963) a propósito de la falacia inductiva al estimar que existe una
creencia de que las teorías, estando contenidas en los fenómenos,
pueden derivarse completamente a partir de las observaciones por

61
inspección simple o por procesamiento sofisticado de los datos. Sin
embargo, añade, descubrir y testar teorías no son procesos diferentes
y, por tanto, no requieren datos distintos. Se podría argumentar que la
recogida de datos es, asimismo, una construcción teórica.
Recordando a Sanmartín (1990) al tratar la cuestión de la recogida
de datos en las ciencias sociales, estos no se recogen o recolectan (con-
sulta de documentos, etcétera) ni se producen (cuando se interroga a
personas), sino que se construyen a partir de conceptos conveniente-
mente operacionalizados. Esta visión resulta muy útil en la medida en
que supone avanzar sobre una concepción metodológica positivista ex-
tendida, que plantea una tajante separación entre datos y concepción
teórica. En este orden de ideas, los datos constituyen en sí mismos una
construcción teórica y, por tanto, el problema fundamental es cómo
se construyen y cómo se sitúan en el desarrollo de una sólida teoría de
la observación científica de la realidad.
De forma general se pueden establecer dos formas de recogida
de datos: la directa y la indirecta. En cuanto a las fuentes directas
de recogida de datos, se han distinguido tres tipos: la investigación
por encuesta, basada en muestras representativas estadísticamente;
el cuestionario, realizado a grupos pequeños que no constituyen una
muestra representativa y las técnicas cualitativas, que pretenden
compilar información sobre el significado y el contexto de los fenó-
menos. Esta diferenciación se correspondería con la que distingue
entre técnicas cuantitativas y cualitativas. Ahora bien, el desarrollo
y la aplicación de estas ha generado una escisión y división profunda
entre los investigadores de las ciencias sociales y ha dado lugar en la
práctica a investigaciones que se enmarcan exclusivamente en uno u
otro campo.
Debe añadirse que la investigación por encuestas, apoyada en el
muestreo estadístico, se realiza a grandes poblaciones con fines tan di-
versos como medir la opinión pública, predecir resultados electorales
o calibrar satisfacciones con políticas públicas. A través de preguntas

62
(cerradas o abiertas) se suele buscar información sobre aspectos tales
como el trasfondo personal o político del encuestado, las actitudes y
creencias, las opiniones acerca de diferentes asuntos o el conocimiento
de determinados eventos políticos. A este respecto, Manheim y Rich
(1988) desagregan estos apartados que denominan características bási-
cas, percepciones (enunciados que los individuos saben o creen saber
sobre el mundo), opiniones (enunciados de las preferencias o creencias
de la gente sobre determinados eventos), actitudes (evaluaciones rela-
tivamente estables de eventos, objetos, ideas y orientaciones) e infor-
mes del comportamiento (declaraciones en las que la gente expresa su
manera de actuar).
Los cuestionarios o las entrevistas personales sobre un cuestio-
nario establecido, muy utilizadas en ciencia política como fuente de
información esencial sobre distintos aspectos, plantean como incon-
veniente principal el hecho de constituirse en una situación pródiga en
oportunidades de reactividad. Por ello, el investigador o entrevistador
puede influir definitiva o relativamente en las respuestas del entrevis-
tado, lo que sin duda tendrá un efecto negativo sobre la fiabilidad de
los resultados del cuestionario. En cualquier caso, por la economía de
recursos que supone y por su adecuación a fenómenos políticos carac-
terizados por la existencia de un universo pequeño, la utilización de
este tipo de técnicas es muy amplia en la ciencia política.
Las técnicas cualitativas, a través de las cuales se busca informa-
ción que permita entender significados y contextos, se llevan a cabo
básicamente a través de las entrevistas en profundidad, los grupos de
discusión o el trabajo de campo. Con carácter general, este tipo de
técnica es útil para entender procesos políticos, puesto que proporcio-
na descripciones detalladas de un fenómeno social determinado para
evaluar políticas públicas o para el estudio de las organizaciones. Las
técnicas cualitativas se basan en el lenguaje y suponen una relación
entre sujeto y objeto, de modo que el objeto de investigación es a la vez
sujeto y, en consecuencia, define sus propios discursos.

63
Manheim y Rich (1988) han indicado su utilidad para formular
teorías antes que para contrastarlas. En general presentan una serie
de inconvenientes por la dificultad para analizar de forma sistemáti-
ca, fiable y no arbitraria la información que proporcionan. Por tanto,
el mayor problema de las técnicas cualitativas de recogida de infor-
mación deriva de la dificultad, casi imposibilidad, de generalizar las
conclusiones. Lo anterior implica que el requisito de la inferencia se
vea limitado con la utilización de este tipo de técnicas, a pesar del
esfuerzo reciente por superar el escollo de trabajos como el de King
et al. (2000).
Por esta razón, o por otras derivadas de ella, las posibilidades de
las técnicas cualitativas han sido subestimadas en la ciencia política,
quizá por su procedencia antropológica o sociológica, o por ser identi-
ficadas como técnicas que se alejan del ideal matemático que subyace
al método científico. Es probable que esta minusvaloración proceda de
su propia falta de explicitación como fuente de información en nume-
rosos análisis politológicos que las utilizan, pero que no hacen expresa
referencia de este uso.
La mayoría de los análisis politológicos utilizan algún tipo de téc-
nica cualitativa en alguna de las fases de la investigación, a través de
la información recogida de personas que forman parte del fenómeno,
o mediante la observación directa todas las veces que ello sea posible.
Adicionalmente, esta técnica es más apropiada cuando “el objetivo de la
investigación es la experiencia subjetiva y el significado que cada persona
le da” (Devine, 1997, p. 146). También son útiles en el análisis de proce-
sos, puesto que permiten más fácilmente la contextualización temporal
que de otra forma (con técnicas cuantitativas) se pierde. En este sentido,
resultan muy útiles para el análisis de las redes de políticas.
La fase correspondiente al análisis e interpretación de los datos
permite diferentes posibilidades, dependiendo de los datos de que se
disponga. De forma general en ciencia política no es posible la reali-
zación de experimentos toda vez que solo se pueden realizar señuelos

64
de experimento, como pueden ser las estrategias para medir el efecto
de una variable independiente aplicándola a un grupo de casos, pero
no a otros. De igual forma, en esta fase de la investigación es posible
distinguir entre técnicas cuantitativas y cualitativas, diferenciándose
por la utilización o no de la estadística para medir la relación entre las
variables.
De acuerdo con el abanico de posibilidades que ofrece la estadís-
tica para la investigación politológica, han sido utilizadas diferentes
medidas dependiendo de los objetivos de la investigación. Cuando
se persiguen únicamente objetivos de tipo descriptivo se acude a las
medidas de descripción de variables, desde frecuencias y porcentajes
hasta medidas de tendencia central (media, mediana, moda) o medidas
de dispersión (desviación típica, varianza, rango). Asimismo se pue-
den realizar análisis basados en las diferencias de porcentajes entre los
valores porcentuales de la variable dependiente para distintos grupos
de la variable independiente, o basados en la comparación de medias,
es decir, en las diferencias en la media de dos grupos de la variable
independiente.
Un paso más avanzado consiste en la medición de la asociación,
correlación y covariación de las variables. En este caso, se trata de
establecer si existe una relación entre dos variables de forma que los
cambios que ocurren en una van asociados a los cambios en la otra. Las
asociaciones pueden ser negativas o positivas. Sumado a lo anterior, en
los análisis de ciencia política es muy frecuente el uso del coeficiente
de correlación Pearson, el cual indica la fuerza de la relación en casos
de variables de intervalo. También es muy utilizada en ciencia política
la técnica de la regresión múltiple para relaciones multivariadas o con
múltiples variables independientes.
Aplicándolos a diferentes momentos en el tiempo, los análisis de
series temporales permiten observar si hay una tendencia en el tiem-
po y usarla para extrapolar datos para otros años. Además, existe
una batería de medidas para determinar la significación de los resul-

65
tados alcanzados. En ella se pueden identificar las que a continuación
se mencionan.

1. El intervalo de confianza refiere al rango numérico dentro del cual


un valor estimado es probable que caiga; este rango señala la medi-
da en la cual las características de un universo se ajustan a los de la
muestra de ese universo.
2. El nivel de significación da a conocer la probabilidad de que un pa-
rámetro del universo caiga dentro del nivel de significación que se
ha establecido. Por lo tanto, acoge la probabilidad con que se pue-
de generar una conclusión sobre el universo del que se ha sacado la
muestra.
3. La curva normal es una curva simétrica, con forma de campana,
en la cual la distribución de valores comporta una relación directa
y conocida con el tamaño de la desviación típica. Un determinado
porcentaje de casos entran dentro de uno, dos o tres desviaciones
típicas de la media.

Ahora bien, Chi-square es medida de significación estadística que indica


si una medida de fortaleza es también estadísticamente significativa.
Se usa con datos nominales y ordinales. Seguidamente, f-tests y t-tests
refieren a la medida de significación estadística, cada una con una dis-
tribución de muestra conocida (t-tests para muestras de tamaño infe-
rior a 30).
Por último, los más recientes estudios en ciencia política están
poniendo de manifiesto un uso creciente de técnicas más sofisticadas
como la elaboración de modelos causales utilizando ecuaciones es-
tructurales o el uso de modelos jerárquicos lineales. La relación entre
variables medida por técnicas no estadísticas puede realizarse aplican-
do la lógica en los estudios comparados o basados en un n pequeño.
También conviene tener en cuenta las posibilidades del álgebra boolea-
na para averiguar las interacciones entre variables con un n pequeño

66
a través de datos binarios. En cualquier caso, los procedimientos del
análisis de datos cualitativos presentan mayores dificultades para ser
sistematizados.

LAS LIMITACIONES DE LA APLICACIÓN DEL MÉTODO


CIENTÍFICO EN LA CIENCIA POLÍTICA

De manera general se pueden identificar distintos elementos carac-


terísticos de los fenómenos objeto de estudio en la ciencia política.
Aquellos limitan de forma sustancial las posibilidades de aplicación del
método de conocimiento científico, al margen de la propia evolución
epistemológica de las ciencias en general. Lo anterior ha movido los
cimientos positivistas en los que se sustenta este tipo de conocimiento.
En primer lugar, habría que considerar que el objeto de estudio
de la ciencia política, como ya ha sido apuntado, presenta demasiados
problemas para ser aprehendido científicamente. El problema inicial
es que la ciencia política implica el estudio de seres humanos y la bús-
queda de explicaciones para su comportamiento político, el descubri-
miento de regularidades y de modelos de comportamiento político.
Lo anterior requeriría, como lo han apuntado Johnson y Joslyn (1995),
que los seres humanos actuaran de forma consistente, no aleatoria, no
idiosincrática, visible y previsible.
En tanto los seres humanos no actúan de forma predecible, los
politólogos no pueden predecir su comportamiento político. Incluso,
aunque su comportamiento fuera predecible, en el proceso de investi-
gación siempre va a haber personas que reorienten su comportamien-
to por efecto de la misma investigación, o que no revelen cuál es su
pensamiento u opinión. Además, el investigador en ciencia política
tiene serios problemas para observar de forma precisa atributos, ac-
ciones y opiniones de los seres humanos, puesto que en este caso se
confunden el sujeto de investigación y el objeto investigado. Mientras
las ciencias naturales plantean relaciones objetivables de causa­efecto

67
entre objetos de investigación ajenos al investigador, las ciencias hu-
manas no pueden abstraerse de los elementos internos que caracteri-
zan a su objeto de estudio en tanto el investigador forma parte de ese
mismo objeto de investigación.
Esta particularidad de las ciencias sociales supone que objeto de
investigación y sujeto investigado están relacionados, puesto que el ser
humano forma parte de la sociedad. Este problema, planteado por los
sociólogos españoles en términos de interacción reflexiva, había sido
tema de poco interés en las teorías sociales clásicas. En palabras de
Lamo de Espinosa (1993), “el fenómeno de la reflexibilidad alejaba a las
ciencias sociales del metamodelo de las ciencias naturales aún predo-
minante y por ello era objeto de general desinterés o recelo” (p. 391).
Debe añadirse que los primeros antecedentes de esta preocupa-
ción por la reflexividad se encuentran en los escritos de la Escuela de
Fráncfort, especialmente en Adorno (1973), quien criticó “la metafí-
sica de la ranura” refiriéndose con ello a una teoría social en la que el
investigador se consideraba por fuera de la realidad investigadora, de
manera que la observa como quien mira por la rendija de una puerta.
Ahora bien, además de los aportes de Lamo de Espinosa (1993), en
España ha sido Ibáñez quien en mayor medida ha tratado este tema.
Por caminos distintos ambos llegaban a la misma conclusión: los
sistemas sociales son sistemas reflexivos (el observador incide sobre
lo observado), autorreflexivos (el objeto observado es al tiempo su-
jeto observador) e incluso hiperreflexivos (la sociedad es una agrega-
ción de sujetos-objetos autorreflexivos). Así, la investigación social
debe partir del a priori ontológico de la comunicación entre el sujeto
investigador (objetivador) y la realidad investigada (objetivada-objeti-
vadora) (Lamo de Espinosa, 1993). Esta cuestión tiene una serie de
implicaciones relacionadas con la imposibilidad de acercarse al objeto
de investigación sin prejuicios, libre de ideas preconcebidas, empan-
tanados en la pérdida de objetividad, en la ausencia de demarcación
clara entre sujeto y objeto.

68
Frente a una visión positivista tradicional del sujeto del conoci-
miento fuera y separado del objeto de su conocimiento, en este caso y
según lo desarrollado por las ciencias del conocimiento, en las ciencias
sociales no hay una subjetividad sino una intersubjetividad, una plu-
ralidad de puntos de vista que, además, lejos de ser transcendente al
objeto, le es inmanente (Lamo de Espinosa, 1993). Con todo y esto,
sujeto y objeto tienden a confundirse o cuando menos a implicarse
activamente en el proceso de investigación.
Estos aspectos han supuesto una diferenciación entre aquellos que
establecen que las ciencias sociales nunca alcanzarán el estatus de cien-
cia, precisamente como consecuencia de esta falta de delimitación cla-
ra, y los que perciben que en ningún campo científico el investigador
se acerca a su objeto de investigación libre de prejuicios. Planteado en
otros términos, se establecería una contraposición entre opciones po-
sitivistas y relativistas. De acuerdo con las primeras, el conocimiento
tiene un cierto carácter universal, por lo que es posible conocer el
mundo mediante su observación o experiencia, para lo cual el inves-
tigador está en una posición privilegiada. Frente a esta posición, las
opciones relativistas parten de la duda de que sea posible un conoci-
miento objetivo, universal e inmutable, puesto que los criterios para
valorar la verdad se relacionan con el tiempo, el lugar y la cultura, es
decir, con las circunstancias personales de la persona investigadora.
De alguna manera, este debate supone volver a aquel relativo a la neu-
tralidad valorativa de la ciencia, lo que Sartori (1984) desestimó tajan-
temente en tanto “una ciencia que valora es una contradicción en sus
términos” (p. 53). De ello se desprende que “ese algo de neutralidad
que se requiere para el conocimiento científico está ya incorporado en
la determinación y construcción lingüística de lo que la ciencia es o
bien de lo que no es” (Sartori, 1984, p. 54).7

7 Más contundentemente, Von Beyme (1994) indica que hasta los partidarios de la neutralidad
valorativa han terminado por admitir que no pueden eludirse elementos normativos en todas las
fases de la actividad científica.

69
La otra dificultad a la que se enfrenta la aplicación del método
científico a los fenómenos políticos radica en la posibilidad de medi-
ción de aspectos concretos de estos fenómenos. Los seres humanos
y sus comportamientos son complejos y los datos que los miden son
difíciles de conseguir. Ello puede considerarse un obstáculo puesto
que, como lo indican Stoker y Marsh (2006) es esencial el descubri-
miento de teorías generales que puedan explicar y predecir un rango
importante de comportamientos políticos. Esto incluye las identida-
des colectivas, las expectativas y esperanzas, las ideas de moralidad,
las percepciones de la realidad o los intereses particulares que parecen
difíciles de ser medidos de forma precisa y sistemática.
En cierto sentido, por esta razón gran parte de los análisis em-
píricos desarrollados desde hace varias décadas se centran en fenó-
menos cuantificables como puede ser el comportamiento electoral,
relegando aspectos más sutiles pero, sin duda, más estructurales y
determinantes para la estabilidad y el cambio de las sociedades. De
alguna manera, esta cuestión incide en las posibilidades del método
científico para construir teorías de amplio alcance, en tanto estas
últimas son difícilmente verificables con datos empíricos. Un ejem-
plo de ello puede ser la posibilidad de medir fenómenos como el de
la crisis del capitalismo.
Otro aspecto que se debe considerar es el problema derivado del
número ilimitado de fenómenos que son susceptibles de constituirse
en objeto de estudio en la ciencia política, así como la consiguiente
imposibilidad de observar todos los datos posibles para extraer de
ellos las generalizaciones pertinentes que dieran lugar a las teorías.
En palabras de Eckstein y Apter (1963), esta falacia inductiva
ha sido cuestionada de una manera más amplia por filósofos de la
ciencia como Hempel (1965) o Popper (1968), rechazando que el
conocimiento teórico pudiera lograrse a través de un proceso de in-
vestigación que comenzara observando, sin teoría alguna. Todo lo
acontecido hasta el momento permite inducir las regularidades em-

70
píricas observadas, es decir, las generalizaciones parecidas a leyes.
En ciencia política ni siquiera es posible pensar en descubrimientos
de teorías generalizables a partir de observaciones casuales, al estilo
del encuentro con la penicilina. Por ello, resulta incuestionable que
la observación de los datos implique la utilización de un determi-
nado enfoque teórico más o menos explicitado. Esto invalida toda
supuesta separación entre teoría y datos.
Este conjunto de limitaciones puede llevar a concluir, apresurada-
mente, una idea de imposibilidad de aplicación del método científico al
análisis de los fenómenos de la política, lo que está lejos de ser asumido
en estas páginas. Antes bien, el rigor metodológico que ofrece el mé-
todo científico debe ser tenido en cuenta como el fundamento esencial
de la ciencia política contemporánea. Sin embargo, el conocimiento
de estos límites debe llevar a superar aquellas visiones positivistas es-
trechas que pueden constreñir –hasta el punto de sofocar– cualquier
discurso sabio desprovisto de la suficiente base empírica.

71
CAPÍTULO III.
Los cambios contemporáneos de la ciencia política

¿A dónde va la ciencia política? No lo sé […]


Se me pide hacer de historiador de mi propio presente.
Probaré, pero no sin antes haber metido las manos al fuego.
Tengo un consuelo: se me ha pedido lo casi imposible.
(Sartori, 2004, p. 139)

Carlos Enrique Guzmán Mendoza


Julián Andrés Cuellar Argote

La consolidación de la ciencia política como disciplina autónoma res-


pecto del resto de las ciencias sociales (por ejemplo, la filosofía políti-
ca, el derecho constitucional o la sociología) ha sido un proceso difícil
y complejo que ha ocupado gran parte de los dos últimos siglos. El
proceso de continuo crecimiento de esta disciplina ha llevado a con-
tinuas definiciones y redefiniciones del objeto de análisis, así como a
revoluciones en los métodos propuestos para su estudio. Las revolu-
ciones científicas experimentadas por las ciencias sociales físicas entre
finales del siglo XIX y comienzos del XX van a influir también en la
pretendida cientificidad de las ciencias sociales, en especial de la cien-
cia política, como ya ha sido señalado. Buen ejemplo de este esfuerzo
son las pretendidas renovaciones metodológicas que suponen las obras
de Durkheim (1974) y Weber (1920). Para Durkheim (1974), la socio-
logía no puede basarse en la deducción a partir de leyes generales, sino
que debe descubrir relaciones y formular leyes concretas, es decir,
debe proceder inductivamente.

72
Por su parte, Weber (1984) postula la unidad positiva del método
empírico y significativo en el ámbito de las ciencias sociales. El método
científico que propone pasa por la elaboración de tipos ideales, lo que
permitiría conocer la realidad en todos sus aspectos. La institucionali-
zación de la ciencia política como disciplina científica se sustentaba en
los inicios sobre los estudios formales de las instituciones y, sobre todo
del Estado. El desarrollo de la ciencia política en las primeras décadas
de este siglo en Europa, fundamentalmente en Alemania, así como en
Estados Unidos, se apoyaba en los estudios de base filosófica acerca
de las normas y las formas políticas, espacio en el cual los politólogos
tenían un campo de análisis fecundo y una labor social innegable.
Sin embargo, ya en los primeros años veinte comenzaron a desa-
rrollarse estudios de otro tipo que, a partir de una fuerte influencia
positivista en lo que se refiere a la aplicación del método científico
de las ciencias naturales, se centran en fenómenos relativamente dis-
tintos a aquellos que se consideraban la esencia del análisis político.
De hecho, se orientaron hacia cuestiones como las diferentes facetas
del comportamiento político o diversos fenómenos anómicos como
las revoluciones. Se trataba de dar respuesta con ello a lo que estaba
sucediendo en Europa en estas primeras décadas del siglo, con el fin
de explicar por qué se producían revoluciones como la rusa u otros
fenómenos como el fascismo italiano.
Debe añadirse que en estas primeras décadas la hegemonía de los
estudios formales dominó el despegue de este tipo de trabajos. Así,
hasta la Segunda Guerra Mundial la ciencia política dedicó sus esfuer-
zos, de manera principal, al análisis de las constituciones y, desde esa
norma central, al estudio de las instituciones políticas que definían el
perfil político de los Estados. Es tal la exclusividad de la institución
estatal como objeto de estudio que Eckstein y Apter (1963) plantean
incluso que lo que se hacía en esas décadas no podría denominarse
ciencia política sino algo diferente, es decir, teoría del Estado. A este
respecto, Gunnell (1999) trata exhaustivamente las condiciones que

73
explican esta adopción del Estado como objeto de estudio por parte
de la ciencia política norteamericana a partir de las iniciales influen-
cias germánicas en la institucionalización de la disciplina en Estados
Unidos.
En cualquier caso, los acontecimientos acaecidos en Europa en la
década de 1930 con el colofón dramático de la Segunda Guerra Mun-
dial supusieron un tremendo revulsivo en el modelo de ciencia po-
lítica imperante. La desembocadura del régimen de la República de
Weimar, diseñado de forma precisa por los mejores politólogos del
momento, en una de las etapas más atroces de la historia occidental
como lo fue el nazismo, supuso una tremenda sacudida a la forma de
análisis político llevado a cabo hasta entonces. Este importante cues-
tionamiento, tanto interno como externo, dio inicio a un periodo de
reflexión acerca de la utilidad de la ciencia política para entender fe-
nómenos y, lo que era más importante, para prever situaciones como
las ocurridas.
A la vez, puso de manifiesto la debilidad de los estudios centrados
en las normas y las formas políticas toda vez que estas habían sido
desbordadas de manera absoluta en esas décadas. Todo ello implicó
que los estudios hegemónicos hasta ese momento, la llamada teoría
del Estado, quedara relegada de forma drástica a partir de la Segunda
Guerra Mundial. De este modo, la primacía alemana pasó a ser sus-
tituida por la hegemonía norteamericana, aunque como consecuencia
del exilio los investigadores seguían siendo los mismos (Kelsen, La-
zarsfield, Fríedrich).
En estas circunstancias, se disparó la atención hacia las posibilida-
des que ofrecía la ciencia para explicar fenómenos de este tipo, para
preverlos y evitarlos. Ello trajo como consecuencia la aplicación del
método científico, de la técnica al conocimiento de los procesos po-
líticos en un movimiento que se ha dado en denominar revolución
conductista. Sobre este terreno que dejaba aparte las instituciones es-
tatales se apoya una ciencia política nueva, con nuevas visiones y nue-

74
vos métodos. El conductismo es solo el punto de partida de un cambio
drástico que supone una compartimentalización de la ciencia política
en distintas subdisciplinas como la política comparada, la ciencia polí-
tica empírica y la teoría política.
Las relaciones internacionales, la metodología política o el estudio
de los diversos sistemas políticos nacionales, el área de análisis más
fecunda, fue constituida por la política comparada, produciéndose
una equiparación entre ciencia política empírica y política comparada.
Ello aconteció a pesar de que en buena medida se dio por terminada la
brecha que supuso el comienzo de esta nueva forma de realizar la cien-
cia política, la que separa al enfoque tradicional y al enfoque compara-
do, por lo que tuvo mayor sentido la duda de Sartori y Morlino (1994)
sobre si lo que se realiza hoy es tan diferente respecto del enfoque
tradicional. Las siguientes páginas pretenden revisar la naturaleza, la
evolución y el contenido de la política comparada, así como presentar
algunas pinceladas de la situación actual de la teoría política en tanto
las dos subdisciplinas fundamentales de la ciencia política actual.

LA POLÍTICA COMPARADA

La política comparada constituye una de las subdisciplinas de la cien-


cia política. Sin embargo, es el campo básico en cuanto a dedicación
investigadora, de forma que en cierta medida se identifica la ciencia
política empírica con la política comparada. Debe decirse que ello no
significa desconocer la importancia de otras subdisciplinas como el
estudio de las diversas políticas nacionales. Esta primera idea contiene
ya algún elemento de debate toda vez que se ha cuestionado la conside-
ración de la política comparada en tanto subdisciplinas, equiparándola
más bien, con el conjunto de la ciencia política. El cuestionamiento de
su equiparación como subdisciplinas ha venido acompañado no solo de
argumentos que enfatizan en la no exclusividad del método compara-
do para analizar los fenómenos que se consideran parte de la política

75
comparada, sino que también otras subdisciplinas pueden utilizar el
método comparado sin que por ello sean consideradas partes de la
política comparada (Lane y Ersson, 1994).
Por tanto, en la medida en que el uso del método comparado no es
suficiente para definir lo que constituye la política comparada, resulta
pertinente optar por la posición de Mair (1996). Según esta postura,
lo distintivo de la política comparada es precisamente la combinación
de método y temas, de modo que disociar estos dos elementos implica
disolver la política comparada en el conjunto de la ciencia política.
Partiendo de una concepción más amplia, Lane y Ersson (1994) equi-
paran la política comparada con las teorías sobre macropolítica que
están presentes en la disciplina en diferentes momentos de tiempo.
Al margen de este tipo de consideraciones conceptuales, lo cierto es
que en buena medida se ha producido una equiparación entre política
comparada y ciencia política empírica.
Por ejemplo, la American Political Science Review clasifica los estudios
en las siguientes áreas o subdisciplinas: teoría política, metodología,
política comparada y American government. Por el contenido de los ar-
tículos publicados en Comparative Politics, este se considera el espacio
reservado para todos los trabajos empíricos de la ciencia política, a
excepción de aquellos dedicados al análisis de la política y del Gobier-
no norteamericano. Esto último se inserta en el apartado de American
government, de donde se deriva una diferenciación entre esta subdis-
ciplina y otras como la teoría política. Siguiendo en este punto a Ap-
ter (1996), se puede concebir la política comparada como la faceta
empírica de la teoría política: “comparative politics can be said to be
the empirical side or political philosophy or political theory” (Apter,
1996, p. 373).
La aparición y el desarrollo de la política comparada podría si-
tuarse alrededor de la década de 1950 como parte del movimiento
conductista. Aunque sea insertable dentro de este y comparta la ma-
yoría de sus características, presenta, una serie de diversidades que lo

76
conforman y definen. Entre estas peculiaridades o elementos definito-
rios hay que mencionar la opción por el estudio de países extranjeros,
por la sistemática comparación entre países y por la utilización del
método comparado, con la intención de identificar y, eventualmente,
explicar las diferencias o semejanzas entre países con respecto a algún
fenómeno particular. Se podría identificar lo anterior como la pieza
inauguradora de la labor de Almond y sus colegas a través de la crea-
ción del American Social Science Research Councils Committee on
Comparative Politics, fundado en 1954.
Según la definición aportada por Eckstein y Apter (1963), la políti-
ca comparada podría ser caracterizada por el renovado interés por las
comparaciones a larga escala, en una concepción relativamente amplia
de qué es la política y lo que significa ella. Debe tenerse en cuenta
también el énfasis creciente por resolver problemas teóricos de medio
rango relativos a los factores determinantes de ciertos tipos de com-
portamientos políticos o a los requisitos que explican ciertos tipos de
instituciones políticas. Según sus propias palabras, la política compa-
rada se caracterizaría por

reawakened interest in large­scale comparisons, a relatively broad


conception of the nature of politics and what is relevant to politics,
and a growing emphasis upon solving middle-range theoretical pro-
blems concerning the determinants, certain kinds, political beha-
vior and the requisites for certain kinds, political institutions. (Ec-
kstein y Apter, 1963, p. 22)

Por tanto, esta definición aporta los dos elementos que van a caracte-
rizar el desarrollo de la política comparada: la importancia otorgada
a las comparaciones a larga escala y de sistemas políticos de cualquier
tipo, en cualquier parte del mundo. Ello implica una apertura del sen-
tido de la política, tanto en lo que se refiere a los temas que son objeto
de análisis como a las herramientas metodológicas utilizadas.

77
Así, en tanto reacción al enfoque legal-formal o tradicional, se va a
generar un interés no solo por las instituciones formales sino también
por los partidos políticos, los grupos de interés o la opinión pública.
Se persigue conocer lo práctico frente a lo legal-formal, lo real frente a
lo oficial. Esto implica que las investigaciones no puedan ser realizadas
más en laboratorios, es decir, en los despachos y las bibliotecas, sino
que se requiere un trabajo de campo que permita aprehender todos los
datos e informaciones necesarias para acometer esta empresa. Así, se
envían investigadores a todo lo ancho del globo con el fin de realizar
investigaciones sobre cualquier país, desde la consideración de que con
los mismos problemas teóricos y usando la misma metodología los paí-
ses podían servir como casos de estudio. A ello contribuye, además,
el proceso histórico de la descolonización que pone de manifiesto la
necesidad de conocer estas realidades, con el fin de prever situaciones
de anomia o prerrevolucionarias.
Esta apertura va acompañada de otros dos elementos, a saber: la
búsqueda de la aplicabilidad de la ciencia política y la opción por la ma-
cropolítica. En cuanto al primero, ya los primeros conductistas habían
mostrado un compromiso con el activismo político, de manera que
se apuntaba que realmente se podía intervenir y reformar la política
y que se podía orientar el cambio. Esta aplicabilidad para contribuir
a resolver los urgentes problemas sociales, económicos y políticos del
mundo es lo que, a juicio de Lane y Ersson (1994), hace de la política
comparada un tremendo recurso dentro de la disciplina. Debe añadir-
se que Lasswell y Lerner (1951) se constituye en dirigente intelectual
de la empresa dedicada a integrar conocimiento y acción, defendiendo
que la objetividad del analista académico podría ayudar a resolver con-
flictos entre grupos con intereses diversos.
En cuanto al otro elemento, la política comparada se ha carac-
terizado como una subdisciplina orientada hacia la macropolítica
(Almond et al., 1993), en donde las unidades de análisis son los di-
ferentes países objeto de estudio. Esta opción por la macropolítica

78
implica una cierta superación del conductismo como marco de aná-
lisis, a favor de enfoques teóricos con intereses más globales como
son el estructural-funcionalismo y las teorías del desarrollo a partir
de la década de 1960.
Asimismo, la utilización en la política comparada de los países
como unidades de análisis y, dentro de ellos, de diferentes institu-
ciones como variables de estudio, implica que la reacción legalista no
llega a los extremos de rechazo que caracteriza al conductismo. En
este sentido, se puede producir un perfecto acoplamiento entre las
herramientas de la comparación y los temas que recupera el neoinsti-
tucionalismo. Incluso, algunos autores como Apter (1996) han llegado
a plantear que esta recuperación no es tal, puesto que en la política
comparada siempre hubo una preocupación por los requisitos de apa-
rición y desarrollo de ciertas instituciones, así como por los impactos
de estas en el sistema político. En esta perspectiva, el institucionalis-
mo tradicional sería, asimismo, comparativo.

LOS TEMAS DE LA POLÍTICA COMPARADA

Las preguntas de investigación planteadas en política comparada están


determinadas por dos aspectos. En primer lugar, por la característica
básica que explica su origen como reacción a la naturaleza formalista y
legalista de la ciencia política tradicional, hegemónica hasta entonces.
Por otra parte, la revolución conductista va a iniciar la mudanza que
se plasma en el interés por todas las diferentes facetas del comporta-
miento político. En concreto, a partir de entonces se realizan estudios
centrados en aspectos tales como el comportamiento político de élites
o de masas, abarcando desde las facetas relativas al comportamiento
electoral hasta aquellas centradas en el comportamiento anímico.
La primacía del enfoque conductista y, en especial, la impor-
tancia que adquirió la teoría de sistemas relegó al Estado a un papel
secundario como objeto de análisis. Esto estuvo a favor de aquellos

79
estudios que enfatizaron el sistema político como unidad central del
análisis, que presentaba como ventaja la posibilidad de incorporar las
vinculaciones entre los procesos políticos y sociales. A pesar de esta
marginación en la preocupación por las instituciones, los trabajos
que se han centrado en el Estado han sido numerosos, existiendo
estudios ya clásicos que se ubican en esta perspectiva como los de
Duverger (1959), Lipset y Rokkan (1967). Además, posteriormente
ha habido una recuperación de la mano de las iniciales teorizaciones
neocorporatistas y, algo más tarde, de las aportaciones del neoinsti-
tucionalismo.
Por otra parte, la unidad metodológica de las ciencias sociales
posibilitaba una empresa intelectual común entre las diversas cien-
cias, gracias a los procedimientos conceptuales compartidos, co-
municables y complementarios. Tras la Segunda Guerra Mundial se
produjo una confluencia entre sociología y ciencia política que se
acentuó con la importancia adquirida como enfoque dominante de
la sociología política. Este aparece hacia 1950 y pone el énfasis en la
relación existente entre las estructuras socioeconómicas y el com-
portamiento de las colectividades políticas.
A esta corriente le sucede el predominio de la psicología política,
que se interesa no solo por el comportamiento anormal sino también
por las pautas colectivas de comportamiento, su aprendizaje y enraiza-
miento social, analizando las actitudes, su combinación y la existencia
de predisposiciones frente a la actividad política. Finalmente, se pro-
duce una combinación entre ciencia política y teorías del desarrollo
económico, dando lugar, en tanto temas de interés, a los procesos de
modernización, desarrollo económico y democratización, con todas
sus variantes.
Los comparativistas trataban de entender fenómenos de actuali-
dad más o menos críticos, de forma que la teoría se aplicara a cuestio-
nes concretas del mundo y no a abstracciones formales. Se buscaban,
por tanto, respuestas ante los nuevos problemas existentes tras la Se-

80
gunda Guerra Mundial, entre los que podrían destacarse las amenazas
comunistas, las revoluciones, los movimientos sociales, los golpes de
Estado, las rebeliones urbanas o las luchas de liberación. Ello supuso
una enorme ampliación del campo de visión, en tanto que cualquier
fenómeno, en cualquier lugar y en cualquier momento, podía ser re-
levante para la ciencia política. Este ambicioso proyecto implica que
todo fenómeno particular puede (y debe) ser vinculado a planteamien-
tos teóricos generales.
Así pues, los intereses se orientan hacia los temas relativos a la
estabilidad de los regímenes, hacia las mejores formas de gobierno
y, más recientemente, hacia las transiciones a la democracia o hacia
cuestiones relativas a la ingeniería constitucional y el diseño institu-
cional. En relación con lo anterior, Rogowski (1993) ha identificado
cinco grandes áreas de interés en política comparada: los aspectos
económicos de la política, el contexto internacional de la política in-
ternacional, los grupos de interés, el rendimiento del Estado y el na-
cionalismo, así como las cuestiones asociadas a cleavages étnicos. Por su
parte, Apter (1996) ha identificado como temas los relativos a análisis
de instituciones como el presidencialismo o el parlamentarismo, las
estructuras de poder unitarias o federales, los partidos y los modelos
de comportamiento electoral, así como las elecciones.
En todo caso, no existe un gran entusiasmo a la hora de calificar el
estado actual de la política comparada, el cual se ha caracterizado por
lo fragmentado, dividido, atomizado (Mair, 1996; Lichbach y Zucker-
man 1997). En este contexto, se aprecia quizá una menor ambición a
partir de la constatación de que las grandes expectativas no se cum-
plieron. Por tanto, se ha abandonado el afán universalista, optando
por pretensiones más limitadas de comparaciones a nivel intermedio,
es decir, de ciertas áreas como Europa o América Latina. Así, Mair
(1996) señala que ya no interesa tanto explicar las diferencias políticas
en distintos países, sino las diferencias que genera la política, es de-
cir, el impacto de las estructuras institucionales y los procesos políti-

81
cos. Un ejemplo de ello es la reorientación de los trabajos de Lijphart
(1996) que han pasado de un interés por las condiciones que explican
el surgimiento de ciertos tipos de democracia (1968) a las consecuen-
cias que producen estos tipos de democracia.

EL MÉTODO COMPARADO Y LA POLÍTICA COMPARADA

Como ha sido apuntado previamente,8 aunque el método comparado


es un rasgo que define al área de política comparada, no es el úni-
co. De hecho, es preciso combinarlo con una serie de características
ubicadas en el conjunto de temas objeto de análisis o en los mismos
objetivos de este tipo de análisis. Por tanto, no es lo mismo método
comparado y política comparada. De esta primera consideración deri-
va una concepción peculiar de método comparado en la forma como
ha sido utilizado en política comparada, que lo distingue de alguna
forma de la consideración de este como forma de construir y contras-
tar teorías. Es la opción adoptada por Liphjart (1977), quien concibe
el método comparado en un sentido amplio, como un enfoque para
descubrir relaciones empíricas entre variables, que se concreta en el
análisis de un número reducido de casos (de dos a menos de veinte) y
de un número amplio de variables.
Por tanto, constituye una estrategia de investigación más que una
forma específica de contrastar las hipótesis a partir de una determina-
da selección de casos. En este sentido, no resulta pertinente su equi-
paración como método alternativo a las técnicas estadísticas o a los
estudios de caso. La razón es que las primeras no son rechazadas como
forma de descubrir las relaciones entre variables, mientras que se pue-
de equiparar a los segundos en tanto estudio exhaustivo de numerosas
variables, con la única diferencia de no ceñirse a un solo caso sino

8 No se trata con más profundidad el método comparado porque ya fue abordado previamente en
la parte relativa a la aplicación del método científico a la ciencia política.

82
a más de uno (pero menos de veinte, según Lipjhart). Sin embargo,
esta opción refleja ya algunos cambios en el desarrollo de este tipo
de estrategia investigadora que ha supuesto algunas modificaciones
desde los estudios con amplia vocación comparativista, los cuales son
realizados sobre el mayor número posible de casos hacia un modelo
comparativo que opta por una mayor restricción.
En el primer caso la opción reflejaba una seria preocupación por el
n pequeño que caracteriza a los estudios comparados, teniendo como
unidad de análisis a los países (Lijphart, 1971). Sin embargo, los pro-
blemas derivados del alto nivel de abstracción en que se realiza este
tipo de trabajos provocaron una reorientación hacia comparaciones
más limitadas, realizadas en ámbitos regionales que permitieran, ade-
más, evaluar los contextos y superar problemas como los relativos al
viaje de los conceptos (Sartori, 1984). Así, en relación con las apor-
taciones neoinstitucionalistas, se realizaron comparaciones de menos
casos pero tratados en profundidad.
Además, ello hay que vincularlo con ciertos avances en la meto-
dología que significan una despreocupación por los n pequeños, como
lo ha explicado Collier (1994). De todo este panorama de cambios
ha resultado un tipo de estudio comparado centrado en un número
de casos limitados, normalmente de ámbito regional y con el Estado
como unidad de análisis, aunque alternativamente puedan ser ciertas
instituciones estatales las unidades. Un ejemplo de ello son los siste-
mas electorales (Lipjhart, 1994).

LOS ENFOQUES TEÓRICOS

Durante bastante tiempo el conductismo será el paradigma dominan-


te en la ciencia política. Sin embargo, con las primeras reacciones anti-
conductistas se comienza a percibir la ciencia política contemporánea
como una ciencia marcada por la pluralidad de enfoques teóricos que
se deriva de la coexistencia de múltiples estilos de análisis y variados

83
marcos teóricos, sin que ninguno de ellos pueda ser considerado en
estos momentos como paradigma dominante. Esta consideración ha
conducido a algunos autores al eclecticismo metodológico (Almond,
1990). Según este punto de vista, en las ciencias sociales se debe hacer
uso, con flexibilidad, de una mezcla de funcionalismo, de modo que se
trata de una teoría de la elección racional, de un método histórico, en-
tre otros. Sin embargo, como lo señala Panebianco (1994), todos estos
enfoques sostienen interpretaciones distintas de qué y cómo explicar
la política y los fenómenos políticos. Por tanto, no parece posible el
sincretismo como solución de compromiso.
La diversidad teórica hace referencia a distintas posiciones o a di-
ferentes explicaciones del fenómeno político que se toma como objeto
de análisis. Quizá los diferentes marcos teóricos enmarcan objetos de
análisis distintos, de donde resulta que cada aproximación teórica en-
foca a un objeto distinto. En esta línea de sentido, una de las dificul-
tades que conlleva a relatar la diversidad teórica en la ciencia política
reside en la consideración ya expresada de la política como objeto de
interés de la ciencia política y su característica como concepto que
engloba fenómenos diversos, cada uno de los cuales es susceptible, a su
vez, de ser considerado como un objeto de análisis en sí mismo.
De este presupuesto se deriva que la diversidad de marcos teóricos
existentes implica no solo un distinto cuerpo de explicaciones a un
fenómeno, sino también cambios en la identificación de los fenómenos
que son considerados objeto de interés científico. Esta premisa tiene
dos implicaciones inmediatas: la primera refiere a que la proliferación
de enfoques teóricos relata una sucesión de objetos de análisis, de ma-
nera que no solo cambian las explicaciones de algunos de ellos. Así,
por ejemplo, en el idioma inglés existe la palabra approach que recoge
bien ambos matices (el de enfoque y el de aproximación) como com-
ponente más dinámico del concepto de fenómenos políticos y, sobre
todo, de los mismos fenómenos políticos que se toman como objeto
de estudio.

84
La segunda implicación se refiere a la imposibilidad no solo mate-
rial sino también lógica de dar cuenta de los contrastes y las compa-
raciones entre diferentes aproximaciones teóricas en tanto cada una
de ellas enfoca un fenómeno distinto. Por tanto, no se trata de plan-
tear únicamente cuáles han sido los principales enfoques teóricos de
la disciplina, sino, sobre todo, plantear qué elementos han dado lugar
a algunos de los debates teóricos más ricos y extensos para contras-
tar las diferencias entre las distintas explicaciones relacionadas con
los mismos. Ello permite complementar la visión politológica con la
de otras disciplinas si, como lo apunta Dogan (1996), “different disci-
plines may proceed to examine the same phenomenon from different
foci” (p. 123).
Según estas consideraciones, se pueden identificar tres elementos
que son susceptibles de dar cuenta de buena parte de la evolución teó-
rica de la disciplina: las instituciones, el comportamiento político y el
Estado. Esta selección refleja la trayectoria teórica de la ciencia política
expresada a grandes rasgos en la clasificación de Chilcote (1994) de los
tres grandes enfoques que la han marcado: el tradicional (descripción
de las estructuras formales), el conductista (explicación de las estruc-
turas formales e informales y de las funciones) y el postconductista.
Identificar como elemento de discusión teórica a las instituciones tiene
como fin poner el acento en la relación entre el enfoque tradicional
en la ciencia política y una de las tendencias actuales más influyentes.
Esto se hace a partir de la reacción hacia el que durante tiempo fue
el enfoque hegemónico, centrado en las explicaciones del comporta-
miento político que, a pesar de su declive reciente, puede seguir sien-
do considerado como tal. Finalmente, incluir como elemento de dis-
cusión teórica al Estado significa desconocer que, en tanto institución,
se encuentra imbuido en el enfoque amplio del institucionalismo, en
el cual, sin embargo, no se resalta su entidad propia como generador
de algunos de los debates más interesantes de las últimas décadas en
la ciencia política.

85
EL CONDUCTISMO

El comportamiento político ha sido el objeto de interés predominan-


te en la ciencia política desde la década de 1950, muy especialmente
en la ciencia política norteamericana, en contraposición con las ins-
tituciones formales como centro de atención. Este proceso que se ha
denominado revolución conductista tiene su origen en los trabajos de
Lazarsfield et al. (1948) sobre las opciones políticas del votante nortea-
mericano, tratando de explicar lo observado en forma de datos cuan-
tificables. Que la explosión conductista se sitúe a partir de la finaliza-
ción de la Segunda Guerra Mundial no quiere decir que no hubieran
existido predecesores de estos estudios en las tres décadas anteriores
(Gosnell, Bentley, Merriam y Lasswell).
Frente al rechazo de la especulación valorativa, el movimiento
conductista comienza a tomar en consideración el comportamiento
concreto que integra las actividades consideradas como estructuras
legales, en sentido amplio. Lo mismo acontece con los grupos no ins-
titucionalizados, con el individuo, sus actitudes, motivaciones, valores
y cogniciones. Los procesos ocupan el espacio que hasta entonces ha-
bían desempeñado las instituciones.
Asimismo, los años del conductismo o behaviorismo están mar-
cados por los cambios que a nivel de la historia de la ciencia se van a
producir, con la hegemonía de las matemáticas como saber supremo.
Así, los conductistas deben intentar explicar algo y no solo descri-
bir, contrastando estas explicaciones con el mundo de la observación.
Además, se produce una confluencia entre sociología y ciencia polí-
tica, y entre esta y la psicología política. Durante mucho tiempo, el
conductismo ha sido el paradigma dominante en la ciencia política,
condición a partir de la cual sentarían las bases de lo que se considera-
ba científico y lo que no en el campo de la ciencia de la política.
Se pueden establecer diferentes cortes dentro de la corriente de
análisis conductista. En primer lugar, en lo relativo a la unidad de aná-

86
lisis, el comportamiento político puede interesar y puede ser analiza-
do a nivel individual y a nivel agregado. Un segundo corte se refiere a
determinados aspectos o facetas del comportamiento político. Según
ello, han sido temas de interés preferente los análisis referidos al com-
portamiento electoral y a la movilización y la participación política en
acciones colectivas. Asimismo, se han planteado análisis relativos al
comportamiento de las élites y cómo influyen sus valores y actitudes
en lo que hacen, o las conductas de determinados grupos como asocia-
ciones o partidos políticos. En todos los casos, la pregunta es siempre
la misma: ¿qué hacen realmente los actores que interesan y por qué
hacen lo que hacen? La terna de la participación en las diversas activi-
dades que definen la vida política se constituye en uno de los ejes que
orienta el enfoque conductista.
A pesar de esta variedad, el grueso del conductismo son los
análisis del comportamiento electoral. De hecho, la ciencia política
norteamericana tiene la más larga tradición en este tipo de análisis,
habiendo generado intensos debates para explicar las actitudes de los
votantes, identificando diferentes modelos explicativos del voto. Se
han planteado numerosos y muy diferentes factores para explicar el
voto. El libro The American Voter (Campbell et al., 1960) constituye
un hito de las investigaciones académicas sobre el comportamiento
electoral por dos razones. La primera tiene que ver con la influencia
que las técnicas utilizadas y las cuestiones planteadas han tenido para
los análisis posteriores; la segunda se relaciona con los resultados
sustantivos que han servido de modelos para contrastar las nuevas
investigaciones, concentrándose en aquellas variables que están cer-
ca de la decisión de votar.
Uno de estos modelos es el sociodemográfico, que otorga rele-
vancia a las variables sociológicas (ingresos, educación, profesión)
para explicar el voto. El también llamado Modelo Columbia, por de-
sarrollarse inicialmente en esta universidad a partir de los trabajos
de Lazarsfeld y otros, se orienta hacia el estudio de los contextos y

87
las redes sociales, en tanto estructura en la que se moldean las pre-
ferencias partidistas. Este modelo es en buena medida determinista,
en tanto el individuo apenas tiene espacio de selección a partir de sus
condicionamientos sociales, aunque esta determinación no traslade
directamente “los intereses, sino que constituya un marco de expo-
sición a determinada información y de localización específica de los
individuos” (Lazarsfield et al., 1948, p. 56).
Sin embargo, Key y Munger (1959) mostraron que la orientación
del voto no era un simple resultado de variables sociales en tanto no
existe una correspondencia entre preferencias políticas y característi-
cas sociales. Rompen con la idea previa de que las preferencias políti-
cas son consecuencia de unos intereses políticos definidos en términos
de características individuales, sino que las opciones individuales y las
circunstancias contextuales se combinan para dar paso a posiciones
más ambiguas dentro de esta tradición de análisis.
Como reacción a este modelo, se desarrolla otro tipo de expli-
cación del comportamiento electoral que se dio en llamar el Modelo
Michigan. Este sopesa la relevancia o importancia de cuatro variables
fundamentales para explicar el voto: sociológicas (ingresos, educa-
ción, profesión), identificación partidista, temas de campaña e ima-
gen del candidato, enfatizando la importancia de las tres últimas. La
relevancia otorgada por el modelo sociodemográfico a las fracturas
que cruzan las sociedades en el momento de extensión del sufragio
(centro-periferia, Iglesia-Estado, urbano-rural, clase social) derivan
de la influencia de este tipo de factores en el comportamiento electo-
ral mucho tiempo después.
Frente a este tipo de explicación, el Modelo Michigan pone el én-
fasis en las actitudes políticas y, en particular, en la identificación par-
tidista como variable relativamente independiente del voto. Aunque se
han generado numerosos desacuerdos acerca de la fuerza de cada uno
de estos modelos, existe en la actualidad una tendencia a primar los
factores de corto plazo como más determinantes del voto.

88
En cualquier caso, el análisis del comportamiento electoral ha pi-
voteado en gran parte en torno a las explicaciones racionalistas que in-
auguró en este campo el trabajo de Anthony Downs (1957), An Econo-
mic Theory of Democracy, poniendo el énfasis en la utilidad que el votante
obtendría de la acción de gobierno de un partido. Las preferencias de
los votantes son dadas y el modelo no especifica que dependan de una
posición social de un proceso de socialización específico. Así, se vota
por el partido que maximiza la renta (utilidad) y esta se halla compa-
rando qué ha hecho el partido en el poder con qué hubiera hecho el
partido de la oposición. Mientras que el Modelo Michigan representa
una concepción expresiva del voto, el Modelo de la elección racional
representa una concepción utilitarista.
Otra vertiente del enfoque está constituida por el interés en ex-
plicar la participación en acciones colectivas, entendidas en un sentido
amplio como aquellas que abarcan tanto diversas manifestaciones de
protesta como participación continuada en organizaciones sociales o
movimientos sociales, en un espacio analítico que roza y afecta a otras
disciplinas como la sociología. En La lógica de la acción colectiva Olson
(1965) brindó una oportunidad magnífica para el debate posterior en
torno a esta forma de comportamiento, la participación en acciones
colectivas. Sin ánimo de entrar en el debate suscitado desde entonces,
simplemente se pueden apuntar tres modelos explicativos generados,
dos de ellos inspirados por las teorías de la elección racional y el otro
basado en la crítica a las mismas. Estos son la teoría de la movilización
de recursos y la teoría de la estructura de la oportunidad política, entre
los primeros, y la teoría de la identidad como modelo crítico a aquellas.
Expresado de forma sintética, la teoría de la movilización de re-
cursos enfatiza en la evaluación de los recursos que los actores son ca-
paces de movilizar para explicar el resultado de una acción colectiva.
Este tipo de explicaciones, desarrolladas básicamente a partir de los
trabajos de McAdam et al. (1988) para explicar el comportamiento y
los resultados de determinados grupos sociales, inspiran también los

89
análisis que aclaran las acciones colectivas a partir de la descripción de
la estructura de oportunidad política, desarrollada básicamente por
Tarrow (1989; 1994). Según esta estructura, aquellas estarían defini-
das por las dimensiones del contexto político que proveen incentivos
para que los individuos tomen parte de una acción colectiva, afectando
sus expectativas de éxito o de fracaso.
Ahora bien, a partir del análisis que realiza fundamentalmente Pizzo-
mo (1989), la teoría de la identidad plantea sus dudas acerca de la validez
de las explicaciones racionalistas. Así, las orientaciones compartidas, la
identidad grupal y la necesidad de formar parte de un grupo pueden ex-
plicar comportamientos considerados irracionales. Estas críticas ponen
de manifiesto la profundidad de la reacción contraconductista que se
generó ya hace algunas décadas, resaltando las carencias de este mode-
lo empírico. Las críticas se apoyan en los argumentos en contra de la
posibilidad de aplicar el método científico al análisis de la política, lo
cual, como ya ha sido mencionado, es consecuencia de la fuerte apues-
ta del conductismo por esta forma de conocimiento.

LA TEORÍA GENERAL DE SISTEMAS

En tanto disciplina científica, en cierta medida la ciencia política


ha estado marcada por el impacto que ha tenido en ella la teoría
general de sistemas y la versión politológica de la misma propuesta
por Easton (1965). Esta aportación marcó un punto de inflexión en
la evolución de la disciplina, al trascender el estudio del Estado a
favor del análisis del sistema político. De hecho, el análisis sistémico
parte de la premisa de que la vida política se encuentra inmersa en
la totalidad de la vida social. No obstante, si se pretende la explica-
ción de los fenómenos políticos, es necesario separar la esfera de la
política del resto de los aspectos de la sociedad. De esta manera, se
distingue el sistema político de los otros sistemas sociales a partir de
la consideración de que aquel cumple la función de asignar valores a

90
una sociedad y que los miembros de esta aceptan los mismos como
legítimos. Desde esta opción, se propugna la autonomía de la esfera
política y la sustitución de la política como objeto de análisis de la
disciplina por el sistema político.
El sistema político de transformación recibe insumos (demandas
y apoyos) y emana productos (decisiones y acciones) que satisfacen
las demandas en diversa proporción. Los productos se caracterizan
por ser de carácter vinculante para la mayoría de la sociedad, al me-
nos por un periodo definido de tiempo. Ahora bien, a la vez que el
sistema político ejerce la función de la asignación imperativa de va-
lores para una sociedad, también tiene que asegurar su propia exis-
tencia. Esta se ve amenazada por distintas tensiones provenientes del
medio en que actúa el sistema.
Para lograr mantener su estabilidad, bien sea a través de restable-
cer el antiguo equilibrio o de encaminarse hacia uno nuevo, el sistema
político se dota del mecanismo de la retroalimentación. A través de
este las autoridades reciben información acerca de los resultados de
sus decisiones (de las posibles tensiones generadas por los productos
emanados), hecho que permite no solo que corrija el curso de sus fu-
turas acciones sino también adaptar su comportamiento a los insumos
recibidos. De esta forma, los sistemas políticos tienden a volver a una
situación de equilibrio con el medio, lo que no significa que esta sea
siempre idéntica (Easton, 1992).
El esquema de análisis político propuesto por el enfoque sistémico
se ha caracterizado por su carácter dinámico, puesto que en esta pro-
puesta los elementos constitutivos del sistema político admiten muta-
ciones en función de las interacciones e instituciones que se relacionan
con el proceso de formulación e implementación de las decisiones pú-
blicas. De esta manera, todos los sistemas, no solo el político, se con-
ciben como una red global y orgánica en la cual todas sus partes están
en relación y comunicación, donde todos los sistemas sociales se sitúan
de forma independiente. Dicho hecho afecta a la propia continuidad

91
o transformación del sistema político, si bien se ha visto afectada en
su desarrollo por el mismo formalismo que había caracterizado a los
estudios institucionalistas (Vallespín, 1994).

EL ESTRUCTURAL-FUNCIONALISMO
Y LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO POLÍTICO

El intento posterior de explicar y comprender los elementos obviados


por el conductismo llevará a la formulación de otra corriente interpre-
tativa, el estructural-funcionalismo. En líneas generales, el estructu-
ral-funcionalismo parte de la idea de que toda realidad social consta de
dos elementos analíticamente diferenciables: la totalidad y las partes
que lo componen. De este modo, el conjunto se encuentra en constan-
te movimiento y la razón de ser de las partes reside en los cometidos
que realizan, esto es, en las funciones, en el conjunto de actividades
del sistema. Las funciones tienen sentido no solo en un contexto ma-
terial, como lo había indicado el conductismo, sino también en un
marco simbólico.
El funcionalismo tiene sus orígenes en la antropología, aunque
sería la sociología con Parsons (1999) la que le otorgó el estatus de
enfoque dominante durante alguna década. Posteriormente Almond
(1990) aplicará este modelo a la comparación en ciencia política, con-
cibiendo el sistema político como repleto de funciones en términos de
estructuras. De hecho, de la operación de las instituciones o modelos
de conducta resulta alguna de las funciones básicas (socialización po-
lítica y reclutamiento, articulación de intereses, agregación de intere-
ses, comunicación política, toma de decisiones, aplicación de la ley y
adjudicación de recursos).
En cierta forma, se ha planteado la esencial vinculación de este
modelo con la política comparada, aportando la necesaria apoyatu-
ra teórica que necesitaba la opción por la comparación. Ya Rustow
(1963) planteaba que “the challenge facing comparative politics was to

92
elaborate a conceptual apparatus in keeping with the vastly extended
global scale of its empirical investigations” (p. 65). De esta forma, el
estructural-funcionalismo aportaría elementos claves para generar un
esquema válido para el análisis político comparado. Posteriormente,
Almond y Powell (1966) combinaron el modelo funcionalista con la
teoría de sistemas derivada de Easton (1965). A partir de los cuatro
retos que identifican (construcción del Estado, construcción de la na-
ción, participación y distribución) añaden el concepto de desarrollo
político, referido al grado de especificidad en el cual las estructuras
realizan las funciones, así como la medida en la cual las estructuras
políticas difieren unas de otras (Almond y Powell, 1966).
Así surge la escuela del desarrollo político bajo el impulso de Al-
mond, Powell, Apter y Pye, todos estos autores se preocuparon en las
décadas de 1950 y 1960 sobre todo por los fenómenos de participación
política y modernización estructural, básicos para entender el pro-
ceso de desarrollo de una sociedad determinada. Este es el punto de
partida de una visión claramente comparativista del sistema político.
Su modelo apunta a que, cuanto más desarrollado esté un sistema,
más diferenciación estructural, mayor autonomía de los subsistemas y
mayor secularización en la cultura política (Almond y Powell, 1966).
Los intentos por desarrollar el concepto de desarrollo político
desembocaron en la necesaria vinculación entre desarrollo político y
desarrollo económico, en términos de requisitos sociales de las demo-
cracias (Lipset, 1992), del orden político propio de las sociedades in-
dustriales (Huntington, 1968) o de los factores sociales que intervienen
en la construcción de la democracia (Moore, 1966). La principal crítica
que ha recibido este enfoque es la consideración del modelo político y
social norteamericano como el patrón que ineludiblemente debían se-
guir las sociedades que se encontraran en otros estadios de desarrollo.
Además, el mismo concepto de desarrollo político fue objeto de
contención en tanto pasó a ser utilizado por otros modelos de apro-
ximación. En su lugar se desarrolló entre las décadas de 1960 y 1970

93
todo un cuerpo de teorías acerca de la noción de modernización, re-
emplazado posteriormente por revisiones procedentes de otros con-
textos como las teorías del subdesarrollo (Frank, 1967), del modelo
centro-periferia (Wallerstein, 1974) o de la denominada Teoría de la
dependencia (Cardoso y Faletto, 1977).
La teoría de la modernización se apoyó sobre los dos pilares bá-
sicos de los tipos ideales de tradición-modernidad de la organización
social y de los sistemas de valores de la sociología del siglo XIX. Ade-
más, se esperaba que una sociedad avanzara de la tradición a la moder-
nidad, puesto que la dicotomía típica ideal constituiría los dos polos
de un continuum evolutivo en el cual sucesivos cambios acumulativos
permitirían, llegado cierto nivel, el salto cualitativo hacia la moder-
nidad. La literatura modernizadora asumió que los valores, las insti-
tuciones y los modelos de acción de la sociedad tradicional resultaban
ser tanto una expresión como la causa del subdesarrollo y constituían,
por tanto, los principales obstáculos en el camino hacia la moderni-
zación. Para entrar a formar parte del mundo moderno estas socieda-
des subdesarrolladas tenían que sobrepasar esas normas y estructuras
tradicionales, abriendo el camino hacia las transformaciones sociales,
económicas y políticas.
Este modelo fue revisado y superado por las teorías del centro-pe-
riferia, las cuales para América Latina desarrollaron la Comisión Eco-
nómica para América Latina y el Caribe (CEPAL) con Prebisch como
principal mentor. En este caso, se concibe tanto el desarrollo como el
subdesarrollo como parte de un proceso originario de diferenciación
de la economía capitalista mundial. De esta forma, la economía pe-
riférica se caracterizaba por su desarticulación y dualización. Ahora
bien, la Teoría de la dependencia (Cardoso y Faletto, 1977) fue aún
más crítica con las visiones modernizadoras, dado que desde este mo-
delo de interpretación se rechazaba la afirmación de que la sociedad
nacional constituyera la unidad de análisis si se pretendía comprender
el desarrollo de una unidad nacional o regional.

94
Este solo podía entenderse en conexión con su inserción históri-
ca en un sistema político y económico internacional que surgió tras
la ola de colonizaciones europeas del mundo. Este sistema global se
caracterizaba desde entonces por la desigualdad, pero combinando el
desarrollo de sus diferentes componentes. La situación de dependen-
cia hizo que un cierto número de países se viera condicionado econó-
micamente por el desarrollo y la expansión de otros, situándose los
países dependientes en una situación de retraso y explotación frente a
los países dominantes.

LA CULTURA POLÍTICA

El enfoque de cultura política es fundamental en la subdisciplina de la


política comparada, en tanto condensa en el mismo todas las caracte-
rísticas de esta, así como el conjunto de elementos que contraponen
esta rama de la ciencia política frente a la tradición politológica pre-
via. Plantea no atribuirle interés al comportamiento político de forma
agregada, en los filtros que lo moldean y que lo explican. Toma pres-
tada de otras disciplinas científicas el concepto de cultura, fundamen-
talmente de la antropología.
A su vez, utiliza herramientas conceptuales que hunden sus raíces
en la psicología evolutiva de Erikson (1968-1974), de forma que pasa
a ser una suerte de enfoque multidimensional que usa conceptos de
diferentes disciplinas. Una tercera característica se refiere a la fuerte
vocación comparativista del enfoque, lo que hace que el interés por las
zonas ajenas a la política norteamericana sean consideradas de distin-
ción, como contrapunto al modelo norteamericano. De esta forma, se
realizan estudios en áreas o países diferentes, en un claro afán com-
parativista. Por último, el enfoque de cultura política tiene una clara
orientación hacia las técnicas de análisis cuantitativas.
El enfoque de cultura política está marcado por la aparición del
trabajo La cultura cívica de Almond y Verba (1963). Surge en un mo-

95
mento de gran confianza en las posibilidades de análisis de la ciencia
política, en un contexto de elevado pluralismo teórico, encontrando
acomodo entre planteamientos teóricos tan diversos como el funcio-
nalismo de Parsons (1999), la teoría de sistemas de Easton (1965) o el
pluralismo político de Dahl (1991). El propio Almond (1990) se declara
deudor de la tradición sociológica de Weber (1973, 1984, 2002), Dur-
kheim (1974) o Parsons (1999) de la psicología social de Lazarsfield et
al. (1948) y de la tradición psicoantropológica que inicia Freud (1978)
y que incluye a los teóricos de la Escuela de Fráncfort, la antropología
de Mead (2009) o del propio Lasswell (1956).
Con estos antecedentes, el enfoque de cultura política tuvo una
importante repercusión a comienzos de la década de 1960. Suponía un
intento de introducir en el ámbito de los estudios empíricos el mundo
de los valores, las percepciones y las ideas políticas básicas, las cuales
se operacionalizaban de un modo preciso.
Como se propuso por Almond y Verba (1963), el concepto de
cultura política designaba el conjunto de actitudes y pautas de com-
portamiento predominantes en el seno de una sociedad. Presentan la
noción de cultura política como una variable independiente que per-
mite explicar las características de diversas democracias y las pautas de
comportamiento de los ciudadanos en cada una de estas. Asimismo,
el concepto estaba ligado en principio a las teorías del desarrollo po-
lítico, aunque no necesariamente haya que vincular la cultura política
a un tipo específico de análisis desarrollista, estructural-funcionalista
o sistémico, sino que evoluciona con un marcado carácter ecléctico.
Se pueden identificar ideas claves en la conceptualización de la
cultura política. La primera se refiere a las bases específicas que confi-
guran y difunden una determinada cultura política, esto es, las agen-
cias de socialización. En esta línea de sentido, la escuela, los medios
de comunicación, las iglesias o los partidos políticos son agentes que
transmiten, reproducen y difunden entre los ciudadanos valores, ac-
titudes y pautas de comportamiento. El otro elemento relevante es

96
el referido a las transformaciones de la cultura política y los factores
explicativos de la misma. Así, los procesos de cambio y modernización
socioeconómica o los recambios generacionales son posibles candida-
tos por constituirse en agentes modificadores de las culturas políticas,
como lo ha puesto de manifiesto Inglehart (1991) más recientemente.
Incluso, la mera existencia y el funcionamiento continuado de los re-
gímenes democráticos puede llegar a ser un factor de modificación de
la cultura política.
El enfoque de la cultura política ha evolucionado de manera cam-
biante, de forma que a esa inicial difusión y expansión en la década de
1960 le siguió una etapa de relativo olvido que se vio compensada por
la reciente recuperación del enfoque de la mano de aportaciones como
la de Inglehart (1991). Por su repercusión, cabría mencionar el estu-
dio de Putnam (1993) al explicar el éxito de los gobiernos regionales
italianos en términos de las variaciones interregionales en la cultura
política italiana.
Por su parte, el análisis de Inglehart (1991) marca recientemente
una recuperación del enfoque de cultura política. De hecho, su estu-
dio de valores políticos en seis países trata de probar la hipótesis del
posmaterialismo, a partir de los cambios de valores, sobre todo en la
juventud, en el comportamiento político y en los apoyos de los parti-
dos políticos. Se fija en el declive de los alineamientos partidistas, en
la emergencia de nuevos patrones de representación política y en el
crecimiento de temas propios de los estilos de vida o de consumo en
la política actual. Sumado a lo anterior, evalúa en qué medida el cre-
cimiento económico y la estabilidad política se relacionan con nuevas
formas de expresión política y nuevos movimientos a través del desa-
rrollo de valores y actitudes posmaterialistas.
Asimismo, es interesante la contribución a la conceptualización
de la cultura en el aspecto político que realiza Pressman & Wildavs-
ky (1998), quien de manera genérica plantea que las culturas políticas
describen de forma amplia a gente que comparte valores, creencias y

97
preferencias, legitimando así determinados estilos de vida. En con-
traste con los estudios de cultura política de la década de 1960, en
esta nueva versión se enfatiza en la diversidad de culturas políticas que
pueden existir dentro de cada país. Así, el interés se traslada de las di-
ferencias en las culturas políticas de los países a las diferencias dentro
de los propios países.

LA TEORÍA DE GRUPOS

El concepto de grupo es la herramienta de análisis básica del enfoque


pluralista del análisis político, perspectiva que tiene sus referentes en
Bentley (1949) y Truman (1951). Según ellos, existen grupos con dis-
tintos valores e intereses que se definen en los conflictos y en la nego-
ciación de unos con otros. El balance entre las distintas presiones de los
grupos es el estado de la sociedad. Sobre ello, Truman (1951) planteaba
que, a medida que las sociedades se hacen más complejas, más asocia-
ciones se necesitan y más surgen. Los grupos organizan políticamente
a la sociedad cuando el orden existente es amenazado y con él deter-
minados intereses. La característica central de los análisis pluralistas es
concebir que el poder político está fragmentado y es difuso.
A partir de una visión de grupos se acepta que cada grupo accede a
una determinada cuota de poder. Así, las decisiones se perciben como
el resultado de un proceso complejo de negociación e interacción de
grupos. Las instituciones estatales están conformadas y moldeadas por
los valores e intereses de los grupos y las organizaciones sociales. En
esta perspectiva, las políticas públicas reflejan la representación de los
intereses organizados y de los valores más extendidos. Igualmente, los
estudios sobre la administración pública suponen un refuerzo en esta
línea argumental.
Desde esta perspectiva, los grupos y las organizaciones, las cuales
representan al mayor número de ciudadanos en tanto conectan con
sus intereses y demandas, y en tanto que consiguen el mayor apoyo

98
social, serán las que estén en condiciones de imponer sus intereses y
preferencias en la arena pública y en las instituciones estatales. Conse-
cuentemente, la función del Estado será, por una parte, mediar en los
conflictos que emanan de los partidos y grupos en competición, pero
también la de su propia autonomía que le confieren los burócratas a su
servicio. En cualquier caso, las instituciones estatales son percibidas
como reflejo de la sociedad. Inspirado por las ideas de Bentley (1949),
Truman (1951) es probablemente quien dé inicio a las visiones pluralis-
tas de la política que luego Dahl (1961) desarrolla con profusión.
En este modelo de explicación de la distribución del poder en la
sociedad aparecen por reacción tanto los análisis marxistas como los
elitistas, los cuales se apoyan en la idea de que el poder está concentra-
do en una élite o en una clase social, y que el Estado sirve a los inte-
reses y preferencias de este grupo. Desde la perspectiva elitista, toda
sociedad se divide en dos segmentos, los dirigentes y los dirigidos, de
manera que los intereses o deseos del grupo pequeño, la élite, gene-
ralmente prevalecen sobre los deseos de la mayoría (la ley de hierro
de la oligarquía de Michels). Esta dominación se extiende a todo el
sistema y es tal en la medida en que controlan las estructuras estatales
que pasan a ser solo una herramienta en su ejercicio de dominación.
Debe decirse que la diferencia básica entre el elitismo y el marxis-
mo se encuentra en la explicación de las bases del poder, puesto que
para el marxismo el poder reside en el control de los medios de pro-
ducción económica. Consecuentemente, se concibe al Estado como
un reflejo de realidades socioeconómicas subyacentes, es decir, del
desarrollo de las fuerzas productivas y de la lucha de clases vinculadas
a las misma. Por tanto, desde la perspectiva marxista el Estado tiene
dos roles centrales: el mecanismo coercitivo, para asegurar la posición
dominante, y el mecanismo integrador, de reconciliación entre las
partes de la lucha de clases.
A su vez, el enfoque pluralista fue revisado a partir de las aporta-
ciones de los neoinstitucionalistas, los neomarxistas y los neocorpo-

99
ratistas, revisiones que compartían la recuperación de la centralidad
del Estado. Las revisiones neoinstitucionalistas enfatizaban sobre la
capacidad del Estado para actuar de formar autónoma en ciertas cir-
cunstancias, así como en los efectos de su acción y en las estructuras
sobre los caracteres y las dinámicas de la vida política (Skocpol, 1984).
Desde esta perspectiva se ha intentado mostrar que las características
estructurales de los Estados y sus relaciones con los grupos sociales
han afectado intensamente las dinámicas de la vida política.
Desde este enfoque, el Estado no representa los intereses o las pre-
ferencias de diferentes grupos sociales con mayor o menor apoyo ciuda-
dano, sino que posee agendas e intereses específicos. Por otra parte, las
revisiones neomarxistas a partir de Poulantzas (1970), continuadas por
Jessop (1990) o Elster (1985), van en la línea de rescatar la importancia
del Estado y de mostrar las condiciones específicas en las que este se re-
laciona con grupos sociales y se articula internamente, desembocando
en la línea que propugna la autonomía relativa del Estado.
Como alternativa a esta crítica neomarxista del pluralismo, des-
de una óptica similar se sitúa el neocorporatismo que, a partir de los
análisis de Schmitter (1974), plantea que el Estado es el elemento cla-
ve que determina la inclusión en la elaboración de políticas públicas
de determinados intereses organizados, por lo que estos acaban por
dominar determinadas áreas de decisión política. El corporatismo
se conceptualiza como una forma de representación de intereses que
se articulan en organizaciones nacionales, especializadas, jerárquicas
y monopólicas (Lijphart y Crepaz, 1991). Estas son incorporadas al
proceso de formación e implementación de políticas, de modo que el
corporatismo constituye una forma específica de representación o de
intermediación de intereses. A este respecto, Lehmbruch (1977) lo
planteó como una forma institucionalizada, un modelo reconocible de
elaboración y de formación de políticas públicas.
A partir de estos cuestionamientos, el enfoque pluralista ha sido
replanteado recientemente. En efecto, el pluralismo reformado con-

100
cibe el Estado ya no como un escenario de la interacción de grupo o
como un actor con intereses propios, sino como un actor privilegiado
en los procesos de toma de decisiones. Se podría apuntar que todas
estas revisiones van en la línea de redimensionar la relación entre los
grupos sociales y el Estado, sopesando más bien la intensidad con que
los factores institucionales estatales inciden sobre la vida política y
social. En este terreno, el análisis de Nordlinger, Lowi, & Fabbrini,
(1988) es especialmente útil como forma de evaluar la intensidad de la
autonomía estatal a partir de las diferencias entre países.
En suma, al decir de Marsh (1997), se estaría produciendo una
convergencia de enfoques, algo que ya habían pronosticado una década
antes Dunleavy y O´Leary (1987) a partir del consenso en la necesi-
dad de tomar en cuenta al Estado, redimensionando su centralidad.
La existencia de neopluralistas (Richardson y Jordan), neomarxistas
(Elster, Jessop), pluralistas socialistas (Offe, O´Connor), neoelitistas
(Dornhoff) o nuevas visiones del neocorporatismo puede resultar un
indicio de una cierta convergencia en las teorías que tratan de explicar
las relaciones entre los procesos sociales y el Estado.

EL NEOINSTITUCIONALISMO

El enfoque legal-formal fue hegemónico en el análisis de la política


hasta la década de 1950, centrando la atención en las organizaciones
formales, compilando o describiendo el derecho público, las consti-
tuciones o las leyes se analizaron y explicaron las condiciones en que
funciona un Estado. Dentro de esta corriente se insertan tanto los
análisis descriptivos y las estructuras legal-formales de diferentes paí-
ses, en especial el constitucionalismo, como los estudios orientados
hacia la ingeniería política. Así, el interés por las instituciones pasó a
un segundo plano en el proceso que ya ha sido señalado.
A juicio de Rhodes (1997), no se ha escrito mucho sobre el primer
institucionalismo porque a los antecesores en la disciplina no les pre-

101
ocupaba la metodología ni las disquisiciones sobre cómo hacer ciencia
política. De acuerdo con Eckstein y Apter (1963), los seguidores del
institucionalismo guardaban casi un completo silencio sobre sus pre-
supuestos, lo cual moldea una especial relación entre el tema de estu-
dio y la forma de investigación del enfoque. A este respecto, Eckstein
y Apter (1963) señalaron el doble énfasis de los estudios legal-forma-
les, tanto en el aspecto relativo a las leyes como en relación con las
formas organizativas de gobierno.
Este doble interés confluye en el análisis de las constituciones,
sustentado en la idea de que la política puede ser entendida mejor
conociendo la organización formal del Estado, sin que ello implique
que los legalistas no perciban que existen otros fenómenos que tam-
bién pueden resultar de interés, aunque para ellos menor. Con todo
y esto, los temas de interés específicos en este enfoque oscilan entre
las leyes electorales, las formas de gobierno o las relaciones entre el
Ejecutivo y el Legislativo, por citar solo algunas. Incluso, aunque se
realizan estudios sobre los partidos políticos, la opinión pública o los
grupos de interés, las constituciones seguirán siendo el tema esen-
cial del enfoque y, consecuentemente, en ese contexto, ciencia polí-
tica significa ciencia del Estado, es decir, legalismo formal mitigado
por disquisiciones históricas y morales (Eckstein y Apter, 1963).
La recuperación de los estudios institucionalistas surge a partir
de una serie de artículos y textos publicados en la década de 1970.
Sobre la base del reconocimiento del papel de las instituciones,
March y Olsen (1984) plantearon en un trabajo ya seminal que las
instituciones políticas clásicas “han perdido la importancia que te-
nían en las primeras teorías de los politólogos” (p. 734). Esta recu-
peración se produce sobre la base de una reconsideración del papel
de las instituciones, reenfatizando su importancia en diversas áreas
de estudio, desde procesos de cambio social histórico (Skocpol,
1984) hasta comportamientos en las legislaturas (Shepsle y Wein-
gast, 1987), formas de articulación de intereses (Schmitter, 1974;

102
Lehmbruch, 1977) o la teoría de las organizaciones (March y Olsen,
1984).
Todas estas aportaciones surgen como reacción al conductismo,
el estilo predominante en la ciencia política en las décadas de los años
cincuenta y sesenta, cuyos ejemplos excepcionales pueden situarse en
Almond y Verba (1963), Lipset (1992) o Dahl (1964). Se parte de un
rechazo al sociocentrismo, dándosele una mayor importancia a las
instituciones políticas y al Estado. Se supera el énfasis en el compor-
tamiento observable, cuestionándose que el comportamiento revela
preferencias y la idea de la agregación espontánea de preferencias.
Posiblemente, este múltiple origen haya conducido a la diversidad de
versiones, pudiéndose plantear, incluso, la existencia de varios institu-
cionalismos (Peters, 1996).
Según ello, sería especialmente relevante un tipo de enfoque fun-
damentado en la recuperación del papel de Estado como elemento
central de análisis, que enfatiza en su autonomía como actor político
frente a los procesos sociales en los que se apoya. Indudablemente, el
libro Bringing the State Back In de Peter B. Evans (1985) no solo sirve de
ejemplo de esta nueva vía de análisis, sino que constituye uno de los
puntos de inflexión del nuevo enfoque.
Este enfoque no nace como marco teórico elaborado. Por el
contrario, emerge como énfasis en un terreno dejado aparte por la
tradición dominante en ciencia política, aunque presenta decisivas
diferencias respecto del viejo institucionalismo. De hecho, el neoins-
titucionalismo tiene un carácter más teórico, menos descriptivo y me-
nos formalista, además de que se sustenta en una concepción diferente
que constituye una institución.
Mientras que en la primera época era sinónimo de regla formal,
ahora se incluyen también las redes organizativas menos formales o los
“conjuntos de procedimientos operativos normalizados y de estructu-
ras que definen y defienden intereses” (March y Olsen, 1984, p. 737).
Además, se las despoja de su componente normativo inicial, pasando

103
a construirse una teoría institucionalista positiva (Rohstein, 1996). En
contraposición con su predecesora, la nueva versión institucionalista
se ha caracterizado por su implicación con las teorías del desarrollo y
con las técnicas cuantitativas, superando los aspectos descriptivos del
viejo institucionalismo.
Aportaciones más recientes sobre el neoinstitucionalismo han
establecido una diferenciación entre versiones historicistas y otras
basadas en la teoría de la elección racional de este enfoque (Immer-
gut,1998; Shepsle, 1995; Orren y Skowronek, 1999; Peters, 1996;
Weingast, 1996). Esta diferenciación puede concebirse como un in-
tento de atenuar la relativa asociación inicial del neoinstitucionalismo,
con las perspectivas racionales según las cuales las instituciones se-
rían marcos de constreñimiento de las acciones individuales. Aunque
ambas visiones comparten el énfasis en las instituciones, presentan
diferencias importantes en cuanto a la forma de entender las carac-
terísticas y el papel de las instituciones en el estilo de análisis, en la
forma de entender continuidad y cambio, así como en la posibilidad de
generalizar conclusiones.
La versión de la elección racional se fundamenta en las caracterís-
ticas asociadas a los rasgos centrales de aquella, a sus premisas funda-
mentales. Según estas, los individuos maximizan utilidades y eligen
calculando de manera racional y consistente sobre la base de que las
preferencias son estables y homogéneas, es decir, que no varían de un
contexto a otro ni de un momento a otro. En este sentido, se conciben
las instituciones como las reglas del juego en la sociedad. Siguiendo a
North (1990), las instituciones serían los límites construidos por los
hombres para moldear interacciones entre ellos. Sumado a lo anterior,
los cambios institucionales moldean la forma en que las sociedades
se desarrollan a lo largo del tiempo y, por tanto, son la clave para el
desarrollo humano.
Como lo señala Weingast (1996), aquellas moldean la acción so-
cial afectando las opciones asequibles a los actores, las secuencias de

104
interacción y la información asequible a los actores. En este sentido,
las instituciones afectan decisivamente los cálculos instrumentales que
los individuos realizan de forma cotidiana y, en especial, la vida polí-
tica. Además, condicionan el resultado final de la interacción, puesto
que un mismo conjunto de acciones llevará a resultados diferentes bajo
conjuntos alternativos de instituciones (régimen de gobierno, sistemas
electorales). Es una característica de este enfoque la importancia otor-
gada a la noción de equilibrio, situación en que ninguno de los actores
tiene incentivos para abandonar. Es, asimismo, una característica de
esta perspectiva su vocación de establecer inferencias generalizables.
La modalidad del institucionalismo histórico comparte el énfasis
en la importancia de las instituciones, aunque entendidas de mane-
ra diferente. Estas no son solo importantes como reglas decisorias,
sino también en la medida en que construyen los intereses y las pre-
ferencias de los actores. Así, las instituciones actúan como filtros que
seleccionan interpretaciones, ideas e intereses. Aunado a lo anterior,
el institucionalismo histórico provee marcos de análisis para evaluar
la forma en que las instituciones políticas afectan a aspectos como la
eficiencia económica, la interacción entre actores o la misma cons-
trucción de actores, identidades y preferencias.
Asimismo, ayudan a configurar las identidades de los actores so-
ciales y políticos. Por tanto, desde esta perspectiva las instituciones
construyen a los actores políticos, lo que constituye una diferencia
fundamental respecto de la modalidad de la elección racional en que
los actores disponen de intereses y preferencias dadas, y en la que las
unidades fundamentales son los individuos.
En palabras de Katznelson (1997), “las instituciones confieren
identidades al asignar propiedades a las categorías, al polarizar, excluir
y establecer gradaciones (pp. 104 -105). En concreto, el efecto de cons-
tituciones, estructuras, legados y memorias en la construcción de ac-
tores e intereses da lugar a configuraciones políticas específicas. Así lo
ponen de manifiesto, por ejemplo, los análisis compilados por Linz y

105
Valenzuela (1997) para el caso del presidencialismo. Finalmente, otro
rasgo distintivo del institucionalismo histórico viene definido por su
capacidad de generalizar, lo que lo hace más cercano al análisis compa-
rativo, iluminando las trayectorias especiales de los casos analizados.
Así, algunos análisis han enfatizado en la vinculación entre capi-
talismo y democracia (Rueschemeyer et al., 1992) o en el significado
de las protestas sociales (Tarrow, 1994). Incluso, en este capítulo po-
drían mencionarse los análisis sobre los procesos de transición a la
democracia entre este enfoque neoinstitucionalista y los desarrollistas
(Apter, 1996). Lo habitual es que estos estudios se desarrollen a partir
de amplias comparaciones de casos históricos, usando muchas veces
los factores relativos a la formación del Estado, como lo ponen de ma-
nifiesto los trabajos de Skocpol (1984), O'Donnell (1997), Schmitter
(1974) y Whitehead (1988).

LAS TEORÍAS DE LA ELECCIÓN RACIONAL

Las teorías de la elección racional comienzan a disponer de un hue-


co importante a finales de la década de 1950 con la publicación del
trabajo de Downs (1957) titulado An economyc theory of democracy, el
cual supone la aplicación de este tipo de teoría al comportamiento
electoral y a la competencia entre partidos. En términos generales,
los primeros trabajos de este enfoque teórico los realizaron los econo-
mistas, utilizando herramientas propias de esta disciplina. Sin duda, la
contribución procedimental más significativa del enfoque es la teoría
de juegos, en tanto simulación de interdependencia estratégica dado
que la elección de la estrategia óptima por parte de un individuo se
hace en función de lo que elijan los demás.
La teoría de juegos ha sido utilizada para explicar cuestiones muy
diversas, siendo especialmente usada en relaciones internacionales, en
procesos de negociación y transición, en explicaciones de la partici-
pación individual, en acciones colectivas o en los casos de coaliciones

106
parlamentarias. En este sentido, resulta bastante claro que la teoría de
la elección racional no constituye un enfoque teórico propiamente di-
cho, puesto que requiere de conceptualizaciones y definiciones objeto
de análisis de otras áreas.
Debe añadirse que el enfoque racionalista proporciona, fundamen-
talmente, un conjunto de técnicas de análisis que “pueden ser utilizadas
por otras teorías, ofreciendo una explicación causal de la acción políti-
ca, desde cómo se desarrolla el proceso racional de toma de decisiones
hasta la interpretación posterior de estas” (Przeworski, 1987, p. 92).
Asimismo, resulta relevante la aportación de Olson (1965) en The Lo-
gic of Colective Action, pues, además de suponer una fuerte crítica a las
teorías marxistas y pluralistas de la participación política, significó una
forma diferente de interpretar la movilización a partir de un interés
común. Su análisis parte del presupuesto de que no es suficiente este
interés compartido para explicar la participación individual en acciones
colectivas, sino que esta se explica por otros cálculos estratégicos.
El elemento nodal de las teorías de la elección racional es relati-
vamente simple. Sucintamente, el objetivo último de la teoría de la
elección racional consiste en proporcionar los microfundamentos de
los fenómenos políticos, es decir, como lo señala Przeworski (1987),
“basar las teorías de la sociedad en las acciones racionales de los indi-
viduos orientadas hacia un fin” (p. 98). El comportamiento político es
producto de una elección entre opciones con el objetivo de conseguir
determinados fines. Se parte del supuesto de que el individuo se guía
por el interés personal y, consecuentemente, las elecciones entre op-
ciones se van a realizar sobre la base del mejor resultado posible para
el individuo. De este supuesto parten dos premisas sobre las que se
asienta la teoría de la elección racional: el individualismo metodoló-
gico y la presunción de que todo individuo tiene la capacidad racional
para poder elegir entre las opciones aquella que mejor se ajusta a su
interés personal. Sobre estas dos premisas se han construido impor-
tantes críticas a esta teoría.

107
Con el individualismo metodológico se pretende explicar los he-
chos colectivos a partir de las acciones individuales, en vez de hacerlo
a la inversa. Sobre ello, Colomer (1995) ha planteado que así se consi-
gue evitar todo determinismo estructural, enfatizando en la capacidad
humana para tomar decisiones, aunque sea en condiciones limitadas
por las instituciones, las reglas o el comportamiento de los otros in-
dividuos. Por tanto, se descartan como explicaciones todas las agre-
gaciones de individuos como unidad de análisis o todas las categorías
colectivas como punto de partida, aunque sí puedan ser consideradas
marcos de interpretación.
El supuesto de la racionalidad se apoya en la idea de que los fines,
objetivos e intereses de los individuos son diversos y en la considera-
ción racional de la decisión de elegir los medios que cada uno evalúa
como los más adecuados para conseguirlos. Es una conjetura que hace
referencia únicamente a la capacidad de cálculo y decisión, supuesto
que, sin embargo, puede resultar relativamente exigente frente a los
modelos explicativos que, de manera implícita o explícita, dan rele-
vancia a la irracionalidad individual que hay detrás de las determina-
ciones estructurales que explican las conductas.
En cuanto a sus críticas, la más común hace notar que en un siste-
ma político los sujetos no tienen por qué actuar siempre racionalmente
y, aunque esta teoría admite el comportamiento irracional, no puede
explicarlo. En segundo lugar, la teoría racionalista tiende a obviar la
influencia del medio en el comportamiento de los actores, además de
mostrarse ineficaz en la explicación de los mecanismos subjetivos de
acción fuera de su ya mencionada concepción en extremo utilitarista.
En último lugar, esta teoría deja de lado las cuestiones ideológicas o de
militancia política.
La teoría de juegos constituye la aplicación formalista del racio-
nalismo, tal como lo ha señalado Cotarelo (1989). Además, supone
un intento de desentrañar la lógica de la acción colectiva, haciendo
patente la manera en que los intereses de los individuos, vistos en

108
interacción estratégica, orientan el modo y la intensidad de la par-
ticipación de dicha acción a partir de sus preferencias, expectativas,
recursos y opciones. En este marco, los sistemas políticos funcionan
como un campo de conflictos permanentes, que son reconsiderados
en términos de juegos en los que se identifica a los jugadores (las partes
en conflicto), las reglas del juego (las normas y pautas del comporta-
miento político) y el objeto de juego (el motivo del conflicto, que suele
identificarse con el poder en abstracto pero que puede concretarse en
una multiplicidad de fines y orientaciones a medio y corto plazo.9 El
enfoque de la elección racional está siendo usado en la actualidad con
más fuerza que nunca. Desde diversas perspectivas, su aplicabilidad y
las posibilidades que ofrece en cuanto a generación de modelos con-
ducen a señalarlo como uno de los enfoques dominantes en la actual
ciencia política.

EL ESTUDIO DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS

La forma en la cual se manifiesta la política es a través de la acción


de gobierno, la cual se hace operativa mediante la implementación de
políticas. Además, el análisis de las políticas públicas constituye un en-
foque de conocimiento específico, el policy approach, y el surgimiento
del enfoque sobre políticas públicas debe ser situado en el contexto
del cambio de dimensión del Estado y de consideración de la política
como una actividad de toma de decisiones públicas. Las dos premisas
en las que se sustenta son la idea de racionalidad y el proceso de cre-
cimiento de la intervención estatal. La idea de que el Estado podría
resolver la mayoría de estos problemas significó para las ciencias socia-
les el establecimiento de una nueva relación entre política, medio para
regular o gestionar –cuando no resolver– conflictos sociales, mien-

9 Merece destacarse el análisis que sobre la transición española y tomando como modelo explicativo
la teoría de juegos, lleva a cabo Colomer (1995).

109
tras que el gobierno se muestra como unidad estratégica o institución
competente para hacerlo.
El surgimiento y desarrollo del enfoque de políticas públicas se
produjo en la academia norteamericana en la etapa que va desde el pe-
riodo de entreguerras hasta la década de 1960. El trabajo de Lasswell
(1956) fue el que, fundamentalmente, dio inicio a una visión de la
ciencia política como proceso, como dinámica alternativa a la pers-
pectiva de la política, como entramado institucional, como análisis de
las constituciones, de los parlamentos o de la administración pública.
Desde esta nueva perspectiva, el policy approach enfatiza en la idea de la
producción política, de los resultados de la acción de gobierno y no en
las estructuras desde las que se desarrolla esta acción.
El cimiento en el que se apoyaba esta visión lo había aportado
Wilson (1898) al diferenciar entre doctrinas aplicables al ámbito po-
lítico y aquellas centradas en el burocrático-administrativo, lo que
supone una atención a los problemas de la administración pública. El
impulso definitivo del enfoque se produjo durante las presidencias de
Kennedy y Johnson, las cuales incorporaron a sus administraciones a
analistas y académicos con el fin de formular y controlar la eficacia de
las políticas sociales que desarrollaron durante sus mandatos.
La aportación de Easton (1953; 2006) fue básica en la medida en
que proporcionó el modelo sistémico que influyó de forma importan-
te en la manera como, a partir de entonces, se conceptualizaron las
relaciones entre el policy-making, los resultados políticos y el contexto
en el que se desarrollan. Habría que señalar la relevancia de su concep-
ción del proceso político en términos de receptor de inputs, en forma
de flujos desde el ambiente a través de canales como los partidos, los
medios de comunicación o los grupos de interés, de demandas proce-
dentes del interior del sistema (withinputs) y su posterior conversión
en productos, resultados o consecuencias políticas (outputs y outcomes).
Dentro de este esquema básico, el estudio de las políticas públicas se
ha desarrollado a partir de distintos enfoques interpretativos.

110
En concreto, el enfoque pluralista se mostró especialmente ade-
cuado a un análisis de este tipo en la medida en que las políticas pú-
blicas serían el resultado de la negociación, reflejando, por tanto, la
situación de equilibrio entre los grupos y los intereses de los grupos
dominantes. Otro modelo interpretativo que podría denominarse
Economía del bienestar derivaría de los estudios utilitaristas de Mill
(1892) y Bentham (1780). Por su parte, Simón (1962) proporcionó al
enfoque una de sus herramientas básicas: la consideración del análisis
de la toma de decisiones como un proceso a través de las sucesivas eta-
pas marcadas por la racionalidad. El trabajo de Jenkins-Smith (1990)
es un buen ejemplo de este enfoque, el cual trata de aplicar los plantea-
mientos racionales para mejorar la eficiencia de la toma de decisiones.
Con esta orientación se enfatiza sobre todo en la importancia del
conocimiento científico. Las técnicas de este rational policy analysis in-
cluiyen los análisis de coste-beneficio, la previsión económica, la pla-
nificación financiera, los indicadores sociales o la evaluación de los
impactos. Enmarcados en este enfoque habría que situar los estudios
de public policy, los cuales implican la aplicación de los principios eco-
nómicos a la ciencia política en tanto puede definirse como la econo-
mía de las decisiones no mercantiles. A partir del trabajo de Downs
(1957), se trata de aplicar la idea de la maximización de utilidades al
campo de la actividad pública.
A estos planteamientos dirigió Lindblom (1965) sus críticas en
lo que vendría a ser otro puntal básico del análisis. Propuso un mo-
delo que tiene en cuenta las relaciones de poder y la interacción
entre fases y actores como contrapunto a los principios racionales
que caracterizarían la toma de decisiones públicas, como lo planteó
Simón (1962). El incrementalismo que propone Lindblom (1965) se
sustenta en la idea de que la racionalidad no es relevante en la toma
de decisiones, sino que los actores actúan acuciados por problemas
de tiempo, información, recursos, en medio de conflictos, acuerdos
y negociaciones.

111
En este contexto, las decisiones se adoptan siguiendo un modelo
de acción de salir del paso (muddling through) y estableciendo compara-
ciones sucesivas con las políticas y decisiones previas. Con este pano-
rama, el estilo de gobierno incrementalista plantea que las decisiones
son modificaciones de decisiones previas presentadas como peque-
ños cambios incrementales. La aportación de Pressman y Wildavsky
(1998) dio la vuelta al esquema analítico existente hasta entonces al
plantear que la formulación de los problemas no es el primer paso
del análisis sino el último. No se trata de resolver problemas, sino de
crearlos, encontrar problemas sobre los que se pueda y deba hacer
algo, crear problemas que puedan ser resueltos.
Desde esta perspectiva, el análisis deja de ser una actividad exclu-
siva de cavilaciones intelectuales, realizada por un cierto círculo de
conocedores y expertos, de modo que pasa a colocarse en el centro
mismo de la vida pública como uno de los procesos claves del apren-
dizaje de una sociedad. Sin embargo, el análisis de etapas ha sido una
forma de sistematizar toda la complejidad que encierra el proceso de
toma de decisiones y gestión pública, el que se ha desarrollado de ma-
nera más importante. Son muchos los autores que han establecido las
fases o estadios de este proceso. De hecho, Meny y Thoenig (1992)
resumen estas fases en cuatro: 1) la aparición de los problemas públi-
cos, 2) la decisión pública, 3) la implementación y 4) la evaluación.
Ahora bien, se pueden tener presente críticas hechas a este esquema
como las planteadas por Lindblom y Woodhouse (1993) acerca de la
necesidad de considerar el análisis de las políticas públicas como un
análisis multiteórico.
Sin embargo, habría que indicar que el enfoque del análisis por
etapas dota de una estructura racional dentro de la cual se considera
esta multiplicidad teórica. Así, cada etapa puede proveer un contexto
en el cual es menester desarrollar diferentes esquemas interpretativos.
En este sentido constituye una herramienta metodológica básica que
permite sistematizar la complejidad del tema. En definitiva, la propor-

112
ción de un esquema de análisis sustentado en las distintas etapas por
las que camina el proceso de toma de decisiones públicas pasa a ser la
contribución básica del enfoque de políticas públicas, como una herra-
mienta de análisis más que como un modelo teórico de explicación de
los procesos políticos y de la producción política.
Otra aportación decisiva es el trabajo de Lowi (1996), quien in-
corpora la idea de las arenas políticas en tanto son las políticas las que
determinan la política, creando sus propios procesos decisionales, sus
propios centros de poder, estructuras, élites y relaciones de grupo.
Para Lowi (1996), las políticas públicas son de cuatro tipos, utilizando
como criterio diferenciador el contenido coercitivo de las mismas: re-
glamentarias, redistributivas, distributivas y constitutivas. Richardson
(1982) añade al enfoque el concepto de estilos de políticas, centrándo-
se en los distintos tipos de sistemas políticos según su forma de tomar
las decisiones. La clasificación se articula de acuerdo con dos dimen-
siones: la forma de aproximación de un gobierno a los problemas por
resolver y la relación del gobierno con otros actores.
Este concepto ha sido aplicado de forma muy sugerente por Subi-
rats (1992) para explicar el caso español.10 Asimismo, es interesante
constatar la aplicación reciente de la metodología de redes sociales al
análisis de políticas, identificando, con el fin de hacerlo operativo, di-
mensiones tales como el número de participantes de la red, el ámbito
de referencia, las funciones básicas, la estructura de las relaciones, el
grado de institucionalización de la red, las reglas de conducta, las es-
trategias de los actores o la distribución de poder al interior de la red
(Jordana, 2009). Con la aplicación de este análisis es posible identifi-
car las interacciones que se producen entre actores públicos y privados
que interactúan en ámbitos sectoriales o plurisectoriales, o en niveles
regionales, nacionales o internacionales.

10 Recientemente, junto con Ricard Gomá este autor ha coordinado un volumen en el que se aplica
también el concepto de estilo de políticas para analizar el caso español (Gomá y Subirats, 1998).

113
LA POLÍTICA COMPARADA EN LA ACTUALIDAD

A la vista de esta diversidad de enfoques resulta complejo identificar


cuáles son en la actualidad las líneas que definirían el enfoque domi-
nante en la ciencia política, el postconductista, según la expresión,
entre otros, de Chilcote (1994). En 1991 Lowi (citado en Farr et al.,
1999) expresó los tres proyectos hegemónicos que a su juicio mol-
dean la corriente postconductista: opinión pública, políticas públicas
y elección pública. Por su parte, Lane y Ersson (1994) coinciden en la
caracterización de la política comparada como subdisciplina marcada
en la actualidad por la pluralidad de enfoques e, incluso más, por el
eclecticismo, con una cierta primacía de los enfoques que se sitúan a
nivel micro, como el de la elección racional.
Sin embargo, ninguna de las perspectivas de interpretación tiene
una aceptación universal para poder ser interpretada como enfoque do-
minante. Por tanto, no solo existen múltiples enfoques de investigación
empírica sino que también hay múltiples agendas de la disciplina en su
conjunto. Farr et al. (1999) identifican tres grandes respuestas ante la
proliferación de enfoques de análisis y agendas de investigación. Una
primera que lamenta el declive del conductismo sin que de forma clara
se genere un enfoque que sustituya esta corriente dominante durante
las décadas de 1950 y 1960.
Esta respuesta la representa Almond (1990) con su metáfora “de las
mesas separadas en que se ha convertido la ciencia política cual cafetería
de una gran ciudad” (p. 39). Una segunda respuesta clama por la cien-
tificidad de los diversos enfoques, de manera que la teoría de la elec-
ción racional podría identificarse con la genuina ciencia política (Riker,
1990). Se celebra, no obstante, que la existencia de esa multiplicidad de
enfoques en tanto estos, junto con su hibridación disciplinar, son en sí
mismos elementos fructíferos para el desarrollo de la ciencia política.
Finalmente, Farr et al. (1999) identifican aún una cuarta respuesta en la
recuperación de la historia por parte de la ciencia política más reciente.

114
LA TEORÍA POLÍTICA

Resulta complejo plantear en estas páginas algunas ideas que siquiera


den cuenta de la evolución de la teoría política de las últimas décadas.
La primera razón que explica esta complejidad viene dada por la pro-
pia ausencia de consenso sobre cuál es el conjunto de aportaciones que
pueden ser englobadas en esta etiqueta. Además, la dispersión es una
característica medianamente asumida de la teoría política, diversidad
que se refleja en la variedad de temas y debates, así como en la insu-
ficiente relación entre quienes alimentan y enriquecen los mismos.
En cuanto al primer elemento, la teoría política es un campo de
reflexión con ancestros que se apoya en la necesidad de reflexionar
críticamente acerca de las prácticas del ser humano y de las institu-
ciones. Lo anterior involucra desde cuestiones relativas a la naturaleza
humana hasta aquellas que indagan en los tipos de instituciones idea-
les o, al menos, más adecuadas a las necesidades y a los intereses de
los seres humanos, pasando por aquellos otros temas relacionados con
la naturaleza del proceso de conocimiento en sí mismo. Nunca este
tipo de reflexiones o interpretaciones han sido tratadas por la misma
disciplina, sino que, a lo largo de la historia, la filosofía, la teología,
el derecho, la historia o, en la actualidad, las ciencias sociales, se han
ocupado de ellas.
A este respecto, Miller y Rose (1990) plantean que el impacto del
positivismo en el siglo XX ha dejado una secuela en la propia concep-
ción de lo que constituye la teoría política, concepto que se aplica a
tres referentes: teoría política empírica, teoría política positiva y teo-
ría política normativa. Aunque esta es una clasificación que puede ser
cuestionable, tiene la virtud de reflejar con claridad la dispersión en
los contenidos de lo que se concibe como teoría política. La teoría
política empírica estaría constituida por la parte teórica de la ciencia
política, es decir, por la construcción de teorías a las que contribuye la
ciencia política empírica.

115
Así, la teoría política positiva coincidiría con lo que se ha deno-
minado teoría de la elección racional. Por tanto, la teoría política
normativa se conectaría con la empresa tradicional mencionada, en la
medida en que contribuye a sentar las bases justificativas de las institu-
ciones políticas. Esta diferenciación ha sido apuntalada por Von Beyme
(1996), quien además insiste en la idea de la teoría política positiva o
formal como vínculo o eslabón entre la teoría política empírica y la
normativa, algo que en algún momento pareció que iba a ser función
del análisis de políticas públicas.
De alguna manera, lo mencionado es comparable con la distin-
ción que hizo Gunnell (1983) entre teoría política como subcampo
de la disciplina de la ciencia política y teoría política como conjunto
de aportaciones de una comunidad de intelectuales caracterizada, en
este caso, por la interdisciplinariedad. En cualquier caso, estos son
solo tres ejemplos del supuesto divorcio entre ciencia política y teoría
política que señaló Gunnell (1983) y que diez años después confirmó,
aunque matizándolo, Galston (1991). Además, da cuenta de la equipa-
ración entre la teoría política normativa y el cuerpo central de lo que
constituye el área de la teoría política. A partir de esta equiparación se
desarrollan las siguientes líneas.
No existe consenso en el relato de la evolución reciente de la teo-
ría política. De hecho, algunas aportaciones mayoritarias en las dos
últimas décadas constatan un resurgimiento y florecimiento de la teo-
ría política (Galston, 1991; Young, 1996; Barry, 1996). Consecuente-
mente, esta etapa estuvo precedida y marcada por un relativo vacío
productivo en teoría política que comprendió las décadas de 1950 y
1960, momento que, por cierto, fue de plena hegemonía behaviorista.
Su resurgimiento estaría asociado con una necesidad de reflexionar
e interpretar nuevos acontecimientos como las grandes movilizacio-
nes sociales contraculturales de la década de 1960, momento en que
se reviven los grandes temas filosóficos, la mayor parte de las veces
en forma ideológica. Además, existen factores intrínsecos asociados

116
a la propia evolución de la ciencia política marcada por las críticas al
behaviorismo, lo que significa una reorientación hacia grandes temas
olvidados que el behaviorismo había rechazado.
El hito que marca el inicio de este resurgimiento sería la publi-
cación del libro de Rawls (1971) titulado A theory of justice. En efecto,
existe un consenso generalizado acerca de la capacidad de este trabajo
para hacer renacer el campo de estudio de la teoría política normativa.
Desde el momento de su publicación se habrían generado una pléya-
de de aportaciones no solo de crítica de algunos de sus principios, lo
que habría dado lugar a algunos de los debates más interesantes de las
últimas décadas.
Por el contrario, autores como Parekh (1996) niegan la interpre-
tación de la década de 1980 como etapa de resurgimiento de la teoría
política, apoyándose en el argumento de que en las décadas de 1950
y 1960 aparecieron algunos de los trabajos de mayor impacto en este
terreno. Dentro de lo que él denomina “gurúes” se destacan creadores
de escuela relevantes como Karl Popper, Hannah Arendt, Eric Voege-
lin o Isaiah Berlin. Más bien, plantea Parekh (1996), habría que señalar
que la auténtica etapa de vacío es justamente la anterior a 1950, mo-
mento en que no se encuentra apenas ninguna aportación de interés.
Aun reconociendo la importancia de la obra de Rawls (1971), esta
no podría ser considerada el inicio de ningún resurgimiento, sino solo
una obra de primer orden y de indudable trascendencia. La lista de
Parekh (1996) presenta, además, limitaciones severas, puesto que deja
fuera a dos grandes figuras de las más influyentes de la teoría con-
temporánea. Se trata de Strauss (1959) y Wolin (1968). El primero
ha originado toda una manera de ver la disciplina y se ha institucio-
nalizado en una serie de continuadores y discípulos que mantienen su
influencia hasta hoy y que son conocidos dentro de la profesión como
los Strausssians. La aparición de la obra de Bloom (1988) titulada The
Closing of American Mind suscitó una agria polémica que enfrentaba a
los seguidores de Strauss (1959) con otras orientaciones teóricas. Por

117
su parte, Wolin (1970) se sitúa en el origen de toda una escuela de la
que surgieron Connolly, Strong y Euben, entre otros. Dicha escuela
ha hallado expresión a través de la revista Political Theory.
En cualquier caso, tengan el peso que tengan cada uno de los ar-
gumentos acerca de los antecedentes de la actual teoría política, debe
destacarse el consenso acerca de la salud de la teoría política que se
realiza a partir de la década de 1980 y de la decisiva influencia en ello
del trabajo de Rawls (1971) en tanto punto de inflexión. A partir de
entonces, el pensamiento político ha pivotado en torno a tres ejes:
el establecimiento de principios básicos a partir de reflexiones sobre
conceptos como el de autoridad, poder, justicia, libertad, neutralidad
u obligación; la revisión de figuras claves del pasado, adaptándolas a
propuestas de los días; en tercera instancia, la teorización acerca de
una serie de cuestiones o problemas actuales que dan lugar a algunos
debates sumamente ricos.
En gran medida estos debates pueden ir relatados a lo largo de la
retahíla de críticas que ha recibido el modelo liberal de democracia,
opción de Galston (1993) para describir el estado actual de la teoría
política. Por su parte Young (1996) sitúa los distintos debates y temas
de contraste a lo largo de la línea argumental que supone el intento de
politización de lo social, indicando la centralidad en la teoría política
contemporánea del tema de la participación activa en la vida pública.
Esta opción ha sido iluminada por el trabajo de Arendt (1951) que
concebía esta actividad como la más noble expresión de la vida hu-
mana. Ahora bien, a partir de una combinación de ambas se pueden
identificar los siguientes como debates centrales en la teoría política
de las dos últimas décadas: la justicia social y los derechos civiles; la
teoría de la democracia y la disyuntiva comunitarismo-liberalismo;
la teoría política feminista y la distinción público-privado; el posmo-
dernismo y la teoría de la identidad; los nuevos movimientos sociales
y la sociedad civil.

118
TEORÍAS DE LA JUSTICIA Y DERECHOS CIVILES

Recordando a Young (1996), la aparición de A Theory of Justice de Rawls


(1971) debe ser explicada como producto de la década precedente y la
demanda de justicia social de los grupos de desobediencia civil de ese
momento. A partir de esta aportación se genera una revisión de la rela-
ción entre igualdad y libertad y de las posibilidades de combinación en
la democracia liberal. A este respecto Rawls (1971) propone un doble
principio: igualdad en la libertad e igualdad de oportunidades. De esta
última se ha derivado una apuesta por el rol intervencionista del go-
bierno, no solo en promover libertades sino también en traer igualdad
social y económica.
El elemento novedoso está expresado en una nueva forma de vin-
culación entre liberalismo y justicia social, idea generalmente asociada
al socialismo. En este sentido en Anarchy, State and Utopía, Nozick (1974)
añade una apuesta por un tipo de justicia fuera de todo modelo, dan-
do primacía a la libertad sobre cualquier otro intento de distribuir la
desigualdad. Otros autores (Guttman 2021, Ackerman, 1980) tratan de
avanzar en esta línea de combinación de igualdad y libertad a partir de
ideas como la de la democracia participativa o la del diálogo. Sobre ello, a
la idea de justicia social Sen (1970) añade la necesidad de promover las ca-
pacidades personales para hacer efectivas las ideas de libertad e igualdad.
Recientemente, a partir de ciertas críticas a estas opciones por
parte de los comunitaristas, se está avanzando en una línea de dis-
cusión acerca de las posibilidades de reconocimiento de los derechos
civiles en la democracia liberal, del sujeto de estos derechos y, sobre
todo, de la posibilidad de que el liberalismo y, sobre todo, la demo-
cracia liberal, sea neutral. A esta opción le apuestan Rawls (1971),
Dworkin (2006) y Ackerman (1980), lo que implica que el derecho
está por encima de la política. Frente a esta concepción del Estado
neutral se alzan voces como la de Mouffe (1999), quien reclama por
una explicitación de los valores implícitos en las normas establecidas.

119
LA TEORÍA DEMOCRÁTICA Y EL DEBATE
ENTRE COMUNITARISMO Y LIBERALISMO

La proliferación de textos en teoría política en la década de 1980 se fo-


caliza, en buena medida, hacia la reflexión sobre la democracia liberal
actualmente, plasmando distintas posiciones tanto de defensa como de
crítica a diversos aspectos de esta. Uno de esos aspectos ha sido la ca-
pacidad representativa de las actuales democracias, que es cuestionada
a partir de diversos factores. Dentro de estos se destacan el excesivo
aislamiento de las élites políticas con respecto a los ciudadanos, el ex-
cesivo apoyo en determinadas instituciones a expensas de una política
más mayoritaria, el desproporcionado impacto de determinados inte-
reses, la manipulación del diálogo público por los modernos medios
de comunicación o, finalmente, la exclusión de los ciudadanos de la
mayor parte de las instituciones de autogobierno.
Frente al modelo de democracia pluralista se alzan las propues-
tas que reclaman modelos deliberativos de democracia (Mansbridge,
1990) o modelos sociales-igualitarios en oportunidades de autorrea-
lización y autodeterminación (Walzer, 1983 Walzer, 1996), o demo-
cracias fuertes (Barber, 1984) en cuanto a modelos participativos en
los que los ciudadanos modulan juntos un compromiso público con
un bien común, pero donde permanecen la pluralidad de intereses y
compromisos. A pesar de las profundas revisiones al modelo pluralista
de democracia, a juicio de Young (1996) el tema de la representación
política sigue sin ser objeto de una profunda reflexión.
Asimismo, a partir de una serie de reflexiones acerca de las po-
sibilidades de aplicación de los principios de justicia social de Rawls
(1971) en contextos culturales específicos, que estarían determinados
por las vinculaciones y los compromisos de cada comunidad, se ha
desarrollado el debate entre comunitarismo y liberalismo. Sobre este
asunto, en Liberalism and the Limits of Justice, Sandel (1982) demanda una
ampliación de valores políticos como la justicia, el derecho o la liber-

120
tad, a partir de contextos culturales y sociales particulares. Sumado a
lo anterior, en After Virtue MacIntyre (1981) incorpora el factor históri-
co a la crítica al liberalismo, tratando de integrar las normas políticas
y morales en sus contextos particulares.
Una de las ideas claves del comunitarismo radica en que la alie-
nación de las comunidades fragmenta al individuo y, por tanto, que la
modernidad representa un deterioro para el individuo. A partir de la
idea básica de unidad se pretende construir una unidad entre el yo y
la comunidad, al interior del mismo individuo y del individuo consigo
mismo a través del tiempo. A este respecto, Walzer (1996) señala que
el liberalismo está sustentado en la idea de un yo presocial, solitario,
que se enfrenta a la sociedad y que está constituido ya antes de que esta
confrontación comience.
Las críticas comunitaristas contradicen la posibilidad de que exis-
ta un yo de este tipo porque los individuos están socializados desde
que nacen y, por tanto, difícilmente podrían enfrentarse a la sociedad.
La razón de ello es que el individuo está, “desde el principio, atrapado
en ella, es una encarnación de valores sociales” (p. 63), como lo anota
Walzer (1996). La literatura más reciente continúa avanzando por esta
duda acerca de la unidad interna del individuo en tanto sujeto de la
democracia, de su capacidad de resistencia, así como de la capacidad
del pensamiento para aprehenderle, comprenderle y controlarle.
Según lo desarrollado por Roiz (1996), los espacios públicos inter-
nos no son absolutamente reconocibles ni controlables, por lo que la
democracia no puede asentarse sobre un control de todas las múltiples
facetas del yo, en tanto este es un sujeto fragmentado. Las críticas a
los comunitaristas se apoyan en el argumento de que aquella pretende
descender a las comunidades, a los contextos culturales específicos,
por concebir a las comunidades como los sujetos políticos del libera-
lismo. Lo anterior supone un inmanejable relativismo según el cual,
si la cultura moldea las normas, no es posible alcanzar la distancia
necesaria para evaluarlas.

121
Este debate se vio retado, además, por cuestiones relativas a cómo
hacer frente al reconocimiento de contextos culturales específicos y
de las diferencias culturales de los distintos grupos, es decir, cómo
manejar la diversidad cultural. Sobre ello Kymlicka (1989) en Libera-
lism, Community and Culture representa un hito en esta reflexión, plan-
teando la necesidad de reconocer el derecho individual a la participa-
ción cultural en un grupo y al mantenimiento de la cultura, de la cual
cada uno es miembro. Sin embargo, otros autores como Taylor (1999)
plantean serias dudas frente a la posibilidad de compatibilizar derechos
culturales y liberalismo, lo cual invita a reflexionar sobre la necesidad
de reconocer estos derechos otorgando tratamientos especiales.
Ante estas posiciones, argumentos desarrollados e por autores
como Rawls (1993) apuntan a que el multiculturalismo es posible en
sociedades liberales solo si se distingue claramente lo que es público y
lo que es privado. Así, el principio de la diferencia es importante pero
conviene enfatizar en mecanismos procedimentales para mantener un
consenso acerca de los derechos civiles y de las libertades. Desde una
posición más radical, Barry (1996) niega toda posibilidad de compati-
bilizar desviaciones a la regla y al liberalismo, puesto que la idea liberal
de igual tratamiento bajo las mismas leyes impide cualquier excep-
ción. En definitiva, este debate conduce al ya apenas apuntado relativo
a la defensa del principio de neutralidad del derecho y de la norma.

LA TEORÍA POLÍTICA FEMINISTA Y LA DISTINCIÓN


ENTRE LO PÚBLICO Y LO PRIVADO

Una de más interesantes contribuciones a la teoría política de las úl-


timas décadas es la teoría feminista, en la medida en que plantea rup-
turas en las bases mismas sobre las que se asienta el discurso teórico
dominante. Además de las aportaciones de los movimientos feministas
a las explicaciones de las desigualdades por razón de sexo, quizá la
contribución más interesante de este enfoque sea la crítica a la tradi-

122
cional diferencia entre lo público y lo privado. Esta diferenciación ad-
quiere un significado radicalmente nuevo para el feminismo en tanto
expresión estructural de los valores del género masculino que situaba
a las mujeres en la esfera privada, principalmente doméstica; por su
parte, prácticamente todas las actividades “nobles” quedaban para la
esfera pública, de la que las mujeres quedan excluidas. Esta distinción
era el fundamento de la política (masculina). El objeto del feminismo
que perseguía la igualdad de derechos había sido conseguir entrar en la
esfera pública en las mismas condiciones que los hombres, superando
la desigualdad hacia las mujeres.
Sin embargo, las nuevas propuestas avanzan en la línea de la su-
presión de la diferencia entre esfera pública y privada, en el sentido de
que “lo personal es político”. Con todo y esto, la esfera pública era un
producto del género masculino, reflejando sus valores competitivos y
no igualitarios, valores que habían calado en la cultura dominante. Por
tanto, la labor del feminismo es superar la diferencia entre esfera pú-
blica y privada, así como redefinir la sociedad, la cultura y la política
de nueva forma. Además, aquel cuestiona la posibilidad de reflexionar
acerca del individuo y la autonomía e independencia del ciudadano
racional (Pateman, 1988). Esa idea de individuo asume una indepen-
dencia de los aspectos del cuidado personal que implica que otra per-
sona lo realiza. Frente a la idea de un individuo que se autogenera sin
asumir sus dependencias, surge la concepción feminista de sociedad
como punto de partida, con individuos contactados e interdependien-
tes (Young, 1996).
El rechazo de la tradición patriarcal que las feministas detectan
como constitutiva de la sociedad liberal ha promovido una nueva pro-
ducción intelectual. Se trata de la tarea de escribir de nuevo la tradi-
ción de discurso en la historia de la teoría política, incorporando el
punto de vista femenino. Esta revisión no solo afecta a la perspecti-
va liberal, sino también a la marxista. El resultado han sido diversas
publicaciones en las que los grandes del pensamiento occidental son

123
reinterpretados desde fuera de esta tradición patriarcal. Un ejemplo
pionero es el trabajo de Jean Bethke Elshtain (1986), seguida por auto-
ras como Pateman (1988) o Benhabib (2002).

EL POSMODERNISMO

A partir de aportaciones básicamente francesas, se ha cuestionado la


forma de concebir las relaciones de poder en la sociedad y la concep-
ción de los actores políticos como productos no necesariamente cohe-
rentes de procesos sociales. El trabajo de Foucault (1968) es quizá el
más relevante en cuanto a la definición de esta contribución a la teoría
política, en lo que también se ha denominado teoría del discurso. Se
trata de examinar en qué modo las estructuras del significado hacen
posibles ciertas formas de conducta y comprender cómo se generan los
discursos que estructuran las actividades de los agentes sociales, cómo
funcionan y cómo se cambian. Debe añadirse que en la sociedad mo-
derna el sistema cultural es invadido por el político, de manera que un
número de aspectos políticos es llevado a la esfera de lo público, de los
discursos científicos y políticos. Una vez que los contenidos culturales
son establecidos, la capacidad de la cultura para su propia definición
se erosiona. Los contenidos culturales se hacen más escasos, mientras
que aumentan los valores consumibles.
A la vez, las normas son alteradas y los discursos teóricos y prác-
ticos son institucionalizados y controlados. Así, el posmodernismo se
apoya en el cuestionamiento de los discursos dominantes como me-
canismo de legitimación subyacente y totalizador, por lo que tiende a
eliminar otros posibles a través de prácticas uniformadoras y aparente-
mente consensuadas. Con todo y esto, la categoría de posmodernismo
se aplica a una gran cantidad de teóricos como Foucault (1968), Derri-
da (1975), Lacan (2005), Baudrillard (1970), Connolly (1988), Lyotard
(1987) y Rorty (2000). Uno de los conceptos centrales del enfoque
discursivo es el de identidad a partir de su carácter relacional en tanto

124
discurso compartido con otros, o en tanto expresión de alguna de las
múltiples facetas del yo y de las diversas reagrupaciones colectivas que
se producen desde esa multiplicidad de aspectos.
Esto supone que, bajo distintos tipos específicos de acciones co-
lectivas, subyace una dinámica social en cuya interacción se va crean-
do una identidad grupal que recrea el desarrollo de tal acción. Es, por
tanto, un proceso de retroalimentación en el que identidad y acción
se generan y regeneran mutuamente. Fijarse en el proceso de forma-
ción de identidades colectivas implica poner el énfasis en los elementos
discursivos. La relevancia de estas dimensiones solo se manifiesta si
se parte del presupuesto de que la realidad social debe ser analizada
como un proceso de articulación, estando definida por las relaciones
sociales (Laclau y Mouffe, 1985).
Las ideas posmodernistas han tenido una importante influencia
en contextos del tercer mundo, en especial en la reflexión social en
América Latina a través de una visión de la sociedad permeada por sis-
temas culturales propios de países avanzados. De allí se derivaría una
situación de proliferación de estrategias de lucha, en términos de lo
que Escobar (1985), parafraseando a Foucault (1968), ha denominado
“insurrección de conocimientos subyugados” (Escobar, 1985, p. 396).
Trabajos como los de Lechner (1995) o García Canclini (1995) beben
directamente de las fuentes de este enfoque, en especial de Foucault
(1968), Laclau y Mouffe (1999).

MOVIMIENTOS SOCIALES Y SOCIEDAD CIVIL

En los últimos veinte años han proliferado movimientos que se han


caracterizado como nuevos, adquiriendo una relevancia creciente no
solo a nivel político sino también teórico. Ahora bien, el estudio de los
movimientos sociales se ha convertido en un subcampo de carácter
interdisciplinar que adolece de una falta de definición clara de las fron-
teras con las disciplinas, desde las cuales se aborda su estudio y que son

125
la mayoría de las veces ignoradas o no explicitadas. En la literatura so-
bre el tema confluyen enfoques y perspectivas de análisis tan diversas
que hacen difícil el contraste entre ellas, puesto que, aun coincidiendo
en un mismo objeto de estudio, se pueden referir a fenómenos poco
comparables entre sí.
Sin pretender hacer un recorrido por los diferentes enfoques
de análisis de los movimientos sociales por cuanto ello superaría el
espacio de este ejercicio, habría que identificar, sin embargo, dos
grandes tendencias de análisis. Esto aplica en relación con el tipo
de preguntas que plantean y en relación con las respuestas de las
mismas. Mientras que la primera es la concepción de los nuevos mo-
vimientos sociales, la segunda se ubica en un nivel de micropolítica
y en una perspectiva pluralista que concibe los movimientos sociales
como grupos sociales que movilizan recursos para conseguir sus in-
tereses, estando definidos por acciones de respuesta a los agravios
que son universales. En este sentido, lo que caracteriza a los movi-
mientos son los recursos que son capaces de movilizar. Influidos por
las teorías de elección racional (Olson, 1965), se trata de analizar
la medida en que la acción colectiva depende de la capacidad de las
asociaciones para movilizar recursos y comportarse de acuerdo con
una acción racional y planificada.
En el primer caso, un movimiento social se define por ser la ex-
presión de la formación de redes de acción colectiva articuladas en
torno a una nueva identidad. La idea fundamental sería que las mo-
dernas y racionalizadas relaciones sociales habrían dejado de propor-
cionar puntos de referencia consistentes para construir la identidad
del individuo. En esta perspectiva, podrían interpretarse como una
búsqueda de valores solidarios, de relaciones primarias y de comu-
nidad. Al respecto, Melucci (1980) plantea que “lo que las personas
demandan de forma colectiva es el derecho a realizar su propia iden-
tidad: la posibilidad de disponer de su creatividad personal, su vida
afectiva y su existencia biológica e interpersonal” (p. 218).

126
También se pueden identificar dos vías de aproximación de acuer-
do con las interpretaciones de las razones que explican la emergencia
de los movimientos sociales y de los factores sociales, económicos,
culturales o políticos que explican la participación de individuos en
acciones de este tipo. La primera estaría basada en análisis globales del
desarrollo histórico, proceso en el que los movimientos sociales serían
los nuevos actores del cambio social. Por su lado, la otra vía explica
esta aparición desde perspectivas microestructurales tanto grupales
como individuales, en la que los nuevos movimientos sociales serían
la expresión de orientaciones compartidas. Mientras que en el primer
caso se dota a los movimientos sociales de una carga histórica como
el actor social de las sociedades poscapitalistas o posindustriales (Tou-
raine, 1994; Touraine, 2006), en el segundo son concebidos como ac-
ciones que reflejan diversos desajustes y recomposiciones sociales y
políticas (McAdam et al., 1988).
Sin embargo, prescindiendo de insistir en esta diferenciación, se
puede resaltar que mientras gran parte de los analistas que se encua-
dran en el primer enfoque dotan a los movimientos sociales de un
papel histórico como los nuevos actores del cambio social o expresio-
nes de resistencia frente a los discursos dominantes (Touraine, 1994,
Laclau y Mouffe, 1985), en el segundo, por el contrario, se enfatiza en
las condiciones sociopolíticas que permiten a los movimientos sociales
desarrollarse o tener un impacto político medido en términos de éxi-
to o fracaso, o conseguir determinados objetivos de carácter político
(Tilly, 1978; Tarrow, 1989).
En este sentido, Tarrow (1994) entiende que un movimiento social
se produce cuando los actores sociales conciertan sus acciones alrede-
dor de demandas comunes en secuencias de interacción con élites,
oponentes o autoridades. A fin de cuentas, en este enfoque es esencial
el análisis de la estructura de oportunidad política (Tilly, 1978; Ta-
rrow, 1989; Tarrow, 1994) que determina, además de su aparición,
el fracaso o éxito de un movimiento. Este es medido por la capacidad

127
tanto para ser reconocido como tal, como para ser satisfechas sus de-
mandas (Gamson, 1990).
Esta herramienta conceptual se ha demostrado especialmente útil
para incorporar la dimensión política al análisis de los movimientos
sociales, no solo en tanto variable independiente, sino también depen-
diente. En este sentido, además de analizar hasta qué punto el con-
texto político afecta el surgimiento y desarrollo de los movimientos
sociales, diferentes estudios se sitúan en una perspectiva que tiene en
cuenta los efectos que los movimientos sociales tienen en el sistema
político. Esto implica sopesar la representación de intereses y la in-
fluencia en la agenda pública, pudiendo ser considerados, por tanto,
actores políticos (Foweraker, 1995).
Se han publicado algunos trabajos en los que se han intentado su-
perar estas dicotomías, a partir de una tendencia de concebir los mo-
vimientos como actores políticos (Constain, 1992; Foweraker, 1995).
Dicho sea de paso, con esto se trata de balancear las teorías que enfa-
tizan cuestiones relativas a la identidad con los análisis de los efectos
de los movimientos sociales en las instituciones políticas. Si bien las
teorías de la identidad desempeñan un papel importante explicando
las redes y comunidades que reflejan estos movimientos, la expansión
de las demandas sociales y la presencia del Estado enfatizan la rele-
vancia de las relaciones de los movimientos sociales con su contexto
político y hacen esenciales para el análisis las cuestiones de la organiza-
ción, la estrategia y los recursos (Foweraker, 1995). En particular, los
estudios de caso detallan implicaciones políticas de los movimientos
sobre cambios institucionales como nuevas legislaciones o reformas
de sistemas electorales, por citar solo algunos. Además, esta línea va
acompañada de cierta tendencia a sobredimensionar la influencia po-
lítica de los movimientos.
Es interesante incorporar la concepción de movimiento social que
defienden Kuechler y Dalton (1992) en tanto “parte significativa de la
población que plantea y define intereses que son incompatibles con el

128
orden social y político existente” (p. 374). Además, no son pocos los
análisis que vinculan los nuevos movimientos sociales con la política
no institucional, en tanto suponen un modelo de participación y re-
presentación política que “complementa a las formulaciones clásicas
de representación territorial, partidos políticos y parlamentos al uso”
(Kuechler y Dalton, 1992, p. 380). Esta equiparación de los movi-
mientos sociales con la antipolítica, con la utilización de cauces no
tradicionales de participación política enfatizan, en suma, la vertiente
política de los mismos.
Esta teorización sobre los nuevos movimientos sociales se vincula
con la teoría de la sociedad civil, consistente en la orientación hacia las
actividades de asociaciones voluntarias. Lo relevante de aportaciones
como la de Arato y Cohen (1992) es la percepción de esta área de
actividad como área de profundización de la democracia, emergien-
do, además, como una forma de confrontación con el Estado liberal
individualista.

129
CAPÍTULO IV.
Las escuelas de la ciencia política

Mi preocupación es que nos enfrasquemos en estériles


controversias entre historicistas y ‘científicos sociales,
o entre investigadores cuantitativos y cualitativos.
Las fronteras étnicas pueden proveernos mucho material
para alimentar animados diálogos, pero para una verdadera
comprensión del sistema mundial es menester superar
esta clase de sectarismo metodológico.
(Chase-Dunn,1995, p. 123)

Carlos Enrique Guzmán Mendoza


Julián Andrés Cuellar Argote

Cuando se habla de la ciencia política como disciplina autónoma se


puede estar de acuerdo en que la misma ha estado signada por di-
versas escuelas y corrientes que desean adjudicarse las definiciones,
las funciones y la paternidad de la disciplina (Barrientos, 2009). Las
pretensiones van desde la autoría y el sustento teórico hasta la vasta
interpretación y el análisis de los fenómenos sociales (Almond, 1999).
Lo anterior produjo hacia comienzos de la década de los años sesenta
no pocas oleadas de confusión tanto de conceptos como de metodolo-
gías de la ciencia política (Alonso, 2002).
Hay un acuerdo más o menos aceptado según el cual la ciencia
política ha avanzado y se ha desarrollado como disciplina, a la par que
ha definido y moldeado la relación con el método científico de cono-
cimiento de la realidad objeto de estudio. En cierta forma, la ciencia

130
política se define por la utilización del método científico en tanto que
es lo que une temas e intereses de investigación aparentemente muy
diversos (Batlle, 1992).
Este proceso estuvo ligado a dos momentos históricos que resultan
cruciales en la institucionalización y en el desarrollo de la disciplina
(Barrientos, 2009). En primer lugar, las raíces de la ciencia política
pueden hundirse en el desarrollo de la sociedad moderna, caracteri-
zado por el contexto histórico determinado por el clima intelectual
de principios del siglo XIX que emergió como respuesta al derrumbe
del viejo régimen caracterizado por el proceso de industrialización en
lo económico, por el desarrollo del modelo democrático en lo político
y por la corriente del positivismo en lo filosófico. Este tenía entre sus
fundamentos la utilización de los métodos racional y empírico, y su uso
no solo en las ciencias naturales y en la física (Del Águila et al., 2008).
En segundo lugar, deben reconocerse las guerras mundiales, su
impacto y el efecto de la migración de intelectuales europeos hacia
Estados Unidos. Estos poseedores de una sólida formación habían
presenciado el gran debate sobre las ideologías que definía la política
europea desde la Revolución francesa y asistido al afianzamiento de
otras ciencias sociales como la economía y la sociología. Finalmente,
contaban con la experiencia del gran fracaso de la República de Wei-
mar (Kaplan, 1989). Con este ambiente de fondo, la emigración hacia
Estados Unidos, donde las tradiciones nuevas encontraban el mejor
escenario y donde, además, se contaba con los medios materiales, po-
sibilitó el estudio del comportamiento político como si se tratara de
un objeto más de la ciencia experimental (Vidal, 2006).
Por lo tanto, la ciencia política debió adaptarse al rigor de una
ciencia experimental, más en el marco de una nueva actitud. En este
caso, aquella no siguió los pasos de la filosofía como en otros momentos
históricos, sino los de las ciencias experimentales, renunciando explí-
citamente a su consideración como gran ciencia maestra. Fundamen-
talmente, fue tras la Segunda Guerra Mundial que la ciencia política se

131
abrió paso como ciencia meticulosa, parcelable, limitada y sometida a
todos los rigores del método científico (Losada y Casas, 2008).
Los anteriores factores dan como resultado la estrecha vinculación
entre política y conocimiento científico. Ello supone la aplicación de los
principios y las reglas del método científico al estudio de los fenómenos
políticos (Losada y Casas, 2008). Así primaron mayoritariamente los
análisis empíricos sobre los normativos, mediante los cuales se trata-
ron de desarrollar y examinar fines subjetivos. Dichos análisis norma-
tivos caracterizan la descripción de la realidad política (Losada y Casas,
2008). Asimismo, la investigación empírica basada en las observaciones
reales y objetivas de los fenómenos políticos ha desterrado otros tipos
de investigaciones (Almond, 1999; Easton, 1953).
La evolución de la ciencia política desde la Segunda Guerra Mun-
dial ha estado acompañada de un incremento sustancial de análisis de
fenómenos novedosos en relación con el período anterior. Dicho análi-
sis se caracteriza por la utilización sistemática de técnicas de observa-
ción de la realidad que dieron como resultado estudios con abundancia
de datos que no siempre han sido acompañados de las necesarias teorías
explicativas, en cuyo marco resultaran congruentes (Sartori, 2004).
Existen suficientes aportaciones teóricas (Easton, 2006; Sartori,
2006; Prélot, 2002; Rivas, 2001; Reza, 1997; Pasquino, 1996) que ad-
vierten, justamente, sobre el divorcio entre el análisis empírico y la
teoría. De hecho, pareciera que son minoritarias las investigaciones
que siguen de forma adecuada los principios del método científico en
tanto aplicación de una teoría, contrastándola con datos empíricos. En
cualquier caso, la ciencia política empírica, caracterizada por aplicar
los principios del método científico, es desde entonces la rama hege-
mónica de los análisis sobre los fenómenos políticos (Sartori, 2004).

IV.I. LA CIENCIA POLÍTICA NORTEAMERICANA

Tratar de hacer un repaso de la caracterización de la ciencia política

132
en Estados Unidos es una tarea que desborda las posibilidades y los
fines de este texto. Además, en cierta medida, puede resultar estéril
toda vez que la ciencia política tiene su mayor desarrollo, en calidad
y cantidad, en Estados Unidos. Por esta razón, la revisión de la cien-
cia política norteamericana es en cierta forma la reivindicación de la
ciencia política en su conjunto y viceversa. Fundamentalmente, este
hecho se debe a su institucionalización como disciplina universitaria a
finales del siglo XIX y a la importante vinculación que desarrolló con
los organismos oficiales y las fundaciones privadas de este país.
La corriente empírica tuvo su origen en la explosión conductista
que se sitúa a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial,
aunque existieron predecesores en estos estudios en las tres décadas
previas. Con todo y esto, el conductismo fue el paradigma dominante
durante varias décadas, de manera que resulta obligado referirse a la
ciencia política norteamericana como equivalente a la ciencia política
empírica.
Sin embargo, es posible identificar algunas otras posiciones en re-
ferencia a esta centralidad del conductismo. Esto se refiere tanto a su
énfasis en la empírica y el cuantitativismo, como a las preguntas que
definen la investigación y que pivotan alrededor de las razones por
las cuales los individuos se comportan en política de la forma en que
lo hacen. Una reacción contraconductista va a resaltar las carencias
de este enfoque en tanto modelo de análisis. Intentando no caer en
el reduccionismo empirista ni en el enfoque tradicional formalista,
durante la década de 1950 en la literatura norteamericana aparece una
corriente ecléctica que agrupa elementos del análisis estructural-fun-
cionalista para aplicarlos al análisis político comparado. Sin embargo,
el pluralismo teórico que caracteriza al conjunto de la ciencia política
se refleja de manera esencial en el caso norteamericano, de forma que,
a partir de la década de 1970, la pluralidad de enfoques va a consti-
tuirse en solo una muestra de la fragmentación en cuanto a temáticas,
métodos de análisis y ámbitos de referencia.

133
A partir de los análisis de Lipjhart (1996), Norris (1997), Goodin
y Klingeman (1996), se pueden conocer algunas características del de-
sarrollo reciente de la ciencia política en Estados Unidos. En primer
lugar, en cuanto a áreas de referencia, la ciencia política norteameri-
cana se caracteriza por ser acusadamente localista, con un importante
énfasis en la política y el gobierno de Estados Unidos. En la actuali-
dad los intereses por temas diferentes a la política norteamericana se
orientan a la política de países industrializados, en contraposición con
lo sucedido en las décadas de 1950 y 1960, época dorada del compa-
rativismo en que hubo una preocupación evidente por la política de
países de América Latina, África y Asia.
El entusiasmo comparativista ha decaído de manera importante
desde entonces, como lo ponen de manifiesto los datos presentados
por Norris (1997), para quien en el quinquenio entre 1954 y 1958 el
26% de los artículos publicados en la American Political Science Review
eran sobre la política de países extranjeros o sobre comparaciones en-
tre países, porcentaje que es de tan solo de 5% en el período que va
de 1979 a 1983.
En lo referente a las áreas o subdisciplinas hacia las que se orienta
la ciencia política norteamericana, se podría apuntar que la produc-
ción es mayoritariamente empírica, aunque la importancia de la teoría
política llega a cuotas significativas a juzgar por las cifras de publica-
ción en la American Political Science Review. Dentro de esta producción
empírica, el enfoque conductista conserva todavía, en cierta forma, el
estatus de ciencia normal en términos kuhnianos. Ahora bien, en los
últimos años ha habido una reorientación importante hacia el enfo-
que neoinstitucionalista y hacia las teorías de la elección racional. De
esta forma, los temas de estudio son ahora prioritariamente las insti-
tuciones y, en menor medida, las elecciones y la opinión pública. En
cuanto a las primeras, los estudios sobre el parlamento y la presidencia
son quizá mayoritarios, aunque debido a su orientación local no sue-
len trascender sus fronteras. En cualquier caso, hay que reiterar que

134
la ciencia política en Estados Unidos ha mantenido una importante
orientación hacia la teoría política.
Por último, en cuanto a los métodos, Rose y Hayward (1990) y
Norris (1997) señalan la profunda tradición de individualismo meto-
dológico que marea a la ciencia política en Estados Unidos. En efecto,
el individuo se sitúa en el centro del análisis, como lo pone de mani-
fiesto la relevancia de los estudios de opinión pública y de elección
racional. Por otra parte, el énfasis en las teorías de la elección racional
ha incrementado la sofisticación metodológica de los estudios polito-
lógicos. Ello no obsta para seguir considerando al método comparado
como la estrategia de investigación prioritaria en la ciencia política
norteamericana.

LA CIENCIA POLÍTICA EN EUROPA

La tradición humanística europea marca la nueva ciencia política eu-


ropea desde sus comienzos. De hecho, el carácter nacional de algunas
escuelas (por ejemplo, la alemana, la francesa o la italiana) es también
decisivo a la hora de hacer un balance general y es posible identificar
una corriente clásica partiendo de una fundamentación en la filosofía
política. La ciencia política clásica se orienta hacia una conceptualiza-
ción normativa de la política, presentándose como pensamiento polí-
tico o, en ocasiones, como una “historia de las ideas y de las formas
políticas” (Pasquino, 2011, p. 38). Esto ha influido decididamente en la
delimitación del objeto y del método en la disciplina. Frente al empi-
rismo norteamericano, la tradición normativa europea se refleja en los
estudios jurídico-institucionales del Estado, aunque la situación haya
variado recientemente de forma decisiva.
Del encuentro de la filosofía política con la tradición sociológica
de finales del siglo XIX (Durkheim, Weber, Tónnies) y de principios
de siglo XX (Michels, Ostrogorski) surge una interpretación socioló-
gica del mundo de la política con una gran trascendencia en el pen-

135
samiento europeo, lo cual provoca la ruptura epistemológica con la
filosofía política, especialmente en Francia e Inglaterra. Esta corriente
se manifiesta explícitamente a favor de vincular la ciencia política con
la sociología. En esta postura se encuentran numerosas influencias del
formalismo y del eclecticismo norteamericano, pero también se perci-
be la influencia de otras disciplinas como la psicología social.
Desde esta perspectiva, se abordan prácticamente todos los ele-
mentos que componen un sistema político: los problemas en la per-
sistencia y estabilidad de los regímenes democráticos, los partidos
políticos, los grupos de presión, la autoridad, la burocracia o las
ideologías políticas. La renovación de la sociología política será la
tarea de una generación posterior de politólogos y sociólogos, quie-
nes, desde una perspectiva crítica, rechazan la tendencia especula-
tiva, cargada del normativismo de la larga tradición filosófico-polí-
tica europea. En primer lugar, se pretende analizar críticamente las
estructuras del poder reactualizando los estudios sociológicos del
Estado. La importancia de esta corriente radica en su relevancia en
el proceso de consolidación de una nueva ciencia política, en la cual
predominan los aspectos críticos, estudiando las nuevas relaciones
de poder en el seno de las sociedades contemporáneas y los movi-
mientos sociales de nuevo cuño.
El proceso de institucionalización de la disciplina presenta impor-
tantes diferencias nacionales, aunque a nivel europeo hay que mencio-
nar, como primer paso, la fundación en 1959 del Comité de Sociología
Política, comité de investigación de la Asociación Internacional de
Sociología (Rose y Hayward, 1990). Sin embargo, el acontecimiento
fundamental en el proceso de institucionalización de la ciencia polí-
tica fue la creación en 1970 del European Consortium for Political
Research (ECPR), gracias a los esfuerzos pioneros de Stein Rokkan y
Jean Blondel. Debe añadirse que en 1989 el ECPR contaba ya con 140
instituciones miembros, desde las ocho iniciales (Rose y Hayward,
1990, p. 593).

136
En la actualidad, la ciencia política europea puede caracterizarse
como sumamente heterogénea, con importantes diferencias en cuanto
a la fortaleza mostrada por la ciencia política en los diferentes países.
Como se apuntaba para el caso norteamericano, también la ciencia
política europea adolece de un importante localismo en la producción
actual, con una prioridad por los temas europeos. Ahora bien, eso no
es óbice para que la vertiente comparativista entre países europeos sea
importante, lo que no acontece en otras zonas del planeta como Asia
o África, a pesar de la mayor vinculación histórica que la presentada
por su homónima norteamericana. En este marco, merece recordarse
a Lijphart y Waisman (1996), quienes señalan la paradoja de que no
haya europeos que se especialicen en sus antiguas colonias, al estilo de
lo sucedido en Estados Unidos.
En cuanto a los temas, el comportamiento electoral, los sistemas
de partidos y las políticas públicas han sido los más tratados, aunque
no hay que desconocer la importancia adquirida por la economía po-
lítica a partir de las revisiones neomarxistas. La irrupción de la teoría
de la elección racional en el debate de las ciencias sociales afectó de
forma importante las aportaciones marxistas, en tanto se intentaron
llevar a cabo algunos esfuerzos de síntesis entre ambas. Se diría que los
politólogos europeos se ubican igualmente en la ciencia política empí-
rica y en la vertiente de análisis descriptivo-institucional. Están mucho
menos representadas las relaciones internacionales y la teoría política.
Recientemente, se han señalado algunos cambios en cuanto a los
temas de interés en la ciencia política europea, relegando los tradi-
cionales (las formas de gobierno, los partidos y el comportamiento
electoral) por otros como la emergencia de minorías, las expresiones
de pluralismo, los mecanismos de reproducción de las élites y las ame-
nazas al medioambiente. Además, conviene enfatizar en la importan-
cia reciente adquirida por el proceso de integración como objeto de
análisis.

137
CAPÍTULO V.
La ciencia política en América Latina

La politología no es, al menos de manera directa,


el conocimiento de los hombres,
ni tampoco de las relaciones entre los hombres.
(Prélot, 2002, p. 76)

Carlos Enrique Guzmán Mendoza


Julián Andrés Cuellar Argote

LA CIENCIA POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA:


ALGUNOS APUNTES

La transformación de una ciencia en una disciplina pasa por la cons-


trucción de una comunidad que proporcione unos referentes comunes.
Por ejemplo, existe una idea común de qué es considerado un trabajo
de buena calidad y qué no en una disciplina (Goodin y Klingemann,
1996). Esto se refiere a unas reglas y a unos acuerdos en relación con
el conocimiento y el proceso de construcción de este por parte de una
ciencia particular. Las disciplinas tienen, además, otro componente,
“tienen una razón de ser intrínseca” (Sartori, 2006, p. 45). Así, el in-
terés por un objeto de estudio particular obedece a la necesidad de
“obrar sobre esta realidad” (Sartori, 2006, p. 45) y, en este sentido, el
conocimiento científico es un conocimiento para aplicar. De hecho,
para Sartori (2006) la ciencia política claramente tiende a ser un saber
de aplicación, un instrumento para intervenir sobre la realidad de que
trata. De esta forma, la pregunta por la finalidad práctica de la políti-
ca es pertinente, lo que supone plantearse la inquietud sobre cuál es

138
su capacidad aplicativa, el saber para qué. Bajo esta óptica, la ciencia
política es ciencia en cuanto al método, pero práctica en cuanto a los
fines (Sartori, 2006, p. 133).Con todo y esto, las disciplinas están ata-
das a la aplicación práctica del conocimiento de una ciencia particular
y son producto de la profesionalización de una ciencia, un proceso que
se hace evidente en la institucionalización de la misma a través de la
creación de programas profesionales. De este modo, una profesión se
caracteriza por el control de un sistema de conocimiento abstracto del
cual se derivan prácticas técnicas (Hawes, 2009), así como una disci-
plina académica se asume como un saber en cuyo nombre se expiden
títulos académicos (Losada, 2004).
Sumado a lo anterior, las disciplinas representan una tradición
normativa y un marco de referencia que moldea el quehacer científico.
Por otro lado, las profesiones hacen referencia a un nivel ocupacional
de alto estatus. En palabras de Goodin y Klingemann (1996), una pro-
fesión es una “comunidad autoorganizada orientada hacia ciertas tareas
o funciones bien definidas” (p. 25). Además, se caracteriza por tener
pautas y normas autoimpuestas que deben respetar a quienes entran
a la comunidad y a partir de las cuales son evaluados, no solo por
los demás miembros de la comunidad sino por ellos mismos. En este
sentido, se habla de la existencia de unas competencias profesionales
mínimas que define la misma comunidad profesional, así como de un
componente ético respecto de lo que se espera de dicho profesional.
Una vez mencionado lo anterior, vale la pena arriesgarse a unas ase-
veraciones que se desarrollarán con más profundidad en el progreso
mismo de estas líneas. Se parte aquí de aceptar que la ciencia política
es una disciplina estrechamente vinculada con la democracia. Dicho
de otra manera, el desarrollo de la ciencia política tiene que ver con el
desarrollo de la democracia, así como el desarrollo de la democracia
tiene que ver con el desarrollo de la ciencia política. La democracia
genera el ámbito de libertad –o de las libertades– para una discusión
libre y fructífera en torno a las cuestiones de la política en tanto objeto

139
de la disciplina. En situaciones donde esta libertad no se genera es muy
difícil discutir aspectos relativos a la propia política.
Lo anterior se plantea porque la democracia, como su nombre
indica, lo que hace es incrementar el papel del demos, de todos noso-
tros, de la sociedad, de la gente, lo cual trae consigo la necesidad de
instrumentos para satisfacer necesidades y demandas de ese demos en
la política. Efectivamente, el demos es el catalizador de esta y, en gran
medida, buena parte de los instrumentos van a proceder de la discipli-
na que se conoce como ciencia política (Alcántara, 1993).
En este sentido, debe señalarse que la academia responde con
programas de formación en ciencia política porque esta disciplina en
particular brinda un marco de análisis que abarca el estudio de todos
aquellos fenómenos que tienen que ver con el ejercicio de la política, lo
político, las políticas, el poder, entre otros aspectos. Esto lo hace tra-
bajando temas tales como el Estado, las bases sociales, la opinión pú-
blica, las instituciones, los procedimientos de gobierno y las relaciones
internacionales, erigiendo el análisis comparativo como método pri-
vilegiado para conocer mejor y buscar la calidad de ese conocimiento,
tanto diacrónico como sincrónico. Así, los requerimientos sociales
implican el compromiso de estudiar, investigar, analizar y confrontar
la realidad social en su dimensión política, para lo cual la participación
y la vinculación directa de la academia es un pedido que cada día exige
mayor rigurosidad y, al mismo tiempo, mayor claridad.

DE LA DISPUTA POR EL OBJETO DE ESTUDIO


EN AMÉRICA LATINA

Si se hace el ejercicio de observar la tabla de contenido de manuales


de la disciplina, se halla que la mayoría de ellos inician ofreciendo una
rica discusión respecto de conceptos como política, ciencia y ciencia
política. También es recurrente encontrar argumentos a favor o en
contra de la diferenciación weberiana del político y el científico. A

140
partir de lo anterior se puede decir que tanto el objeto como el mismo
campo disciplinario se encuentran permanentemente en formulación
y reformulación. En otras palabras, están sujetos a miradas críticas,
cambios y ajustes, lo cual –desde una perspectiva optimista– se tradu-
ce en el enriquecimiento del campo y objeto de la disciplina, de la vida
social, así como de las ciencias sociales. Desde una perspectiva menos
optimista, lo dicho se traduce en la muestra más clara de la debilidad
de la disciplina y, por lo tanto, de su falta de rigurosidad científica.
Sin embargo, ciñéndose a la definición clásica, la ciencia política es
una forma de conocimiento empírico que se ocupa de los fenómenos
políticos. Debe añadirse que, para unos, estos son problema del Esta-
do; no obstante, para otros, ella es un asunto vinculado con el poder,
la democracia. Incluso desde otras perspectivas la ciencia política se
asume como una forma de conocimiento relacionada con el sistema y
el gobierno, de modo que requiere ser abordada a través de un método
científico caracterizado por la comprobación empírica, la explicación
descriptiva, la no valoración, la particularidad, la acumulabilidad, la
operacionalidad y la aplicabilidad.
Aceptadas estas premisas, a la hora de presentar un panorama ge-
neral sobre la ciencia política en Colombia se tendría que afirmar que
el desarrollo de esta disciplina se ha dado por fuera de los marcos epis-
temológicos y metodológicos que dieron a los estudios de la política su
estatuto de cientificidad. En este sentido, en Colombia el desarrollo
de la ciencia política ha sido poco y sigue siendo débil.
Por supuesto, cuando se señala lo anterior no se está desconocien-
do la existencia de una importante tradición académica de estudios so-
bre la política en el país (Fortou et al., 2013), o el avanzado proceso de
consolidación en el cual la ciencia política en Colombia se ha ganado
un espacio dentro de las ciencias sociales en el ámbito de las universi-
dades, con independencia del carácter de las mismas (Cuellar, 2007).
De hecho, según los registros del Ministerio de Educación Nacional
de Colombia (MEN, 2013), en 2013 se cuentan 43 programas profesio-

141
nales de pregrado de ciencia política en ciudades importantes e inter-
medias. Por su parte, los programas de maestría y doctorado suman,
finalizando el año 2013, 37 para el caso del primer grado académico de
posgrado, y 4 para el segundo (MEN, 2013).
Ahora bien, para los fines de esta reflexión también interesa seña-
lar que la tradición académica colombiana de estudios sobre la política
se inscribe en el campo disciplinar de otras ciencias sociales. Entre
estas, cabe mencionar la sociología política, la historia política, la ad-
ministración pública y el derecho público o político, entre otras, y no
en un campo disciplinar autónomo y diferenciado de investigación que
ha sido denominado como ciencia política (Leal, 1988). Aquí conviene
detenerse un momento a fin de señalar que los estudios sobre la polí-
tica en Colombia se han estructurado por fuera de los marcos teóricos
y metodológicos que dieron forma a la ciencia política bajo el contexto
de la revolución behaviorista (1945-1960) y sus posteriores desarrollos
(Fortou et al., 2013; Cuellar, 2007; Sánchez, 1994).
En este sentido, la primera conclusión pertinente es que los es-
tudios colombianos sobre el objeto disciplinar (la política) han sido
cautelosos y han guardado muchas distancias con aquel paradigma
desarrollado principalmente en los países anglosajones. En estos se
define la ciencia política como el tipo de conocimiento generado en
microteorías elaboradas con el apoyo de un conocimiento científico.
En él se comprende la construcción de conceptos a partir de la obser-
vación empírica, la construcción de hipótesis, clasificaciones y taxo-
nomías (ordenamientos jerarquizados), la formulación de generaliza-
ciones y leyes tendenciales, de regularidad o probabilística, así como
la elaboración de una teoría. Ésta es entendida como un conjunto de
generalizaciones interconectadas, un esquema conceptual ordenador y
clasificado, es decir, en sentido estricto, no se ha hecho ciencia política
(Cárdenas y Suárez, 2009; Losada y Casas, 2011).
Dicho lo anterior, dos preguntas centrales –y casi de Perogrullo–
surgen para los fines de este texto. La primera es, si en Colombia no

142
se ha hecho ciencia política, entonces, ¿qué se ha hecho? La segunda,
también evidente, puede ser formulada más o menos así: en lo que
se ha hecho, ¿hay ventajas, problemas o qué es lo que ha implicado el
desarrollo de los estudios sobre los fenómenos políticos?
Antes de continuar es menester manifestar una claridad: como las
demás ciencias, la ciencia política se vale de un acervo metodológico,
teórico y –si se quiere– conceptual, desarrollado a lo largo de la histo-
ria del pensamiento occidental y de las demás ciencias sociales, como
se señaló arriba. Por ejemplo, usa el saber de la filosofía, del derecho,
de la economía, de la sociología, de la psicología, de la lingüística,
entre otras disciplinas, y lo usa de la misma manera que hace(n) la
ingeniería, las matemáticas, la física, la química, la biología. A propó-
sito de ello, en el caso de los ingenieros civiles estos usan ecuaciones
químicas para medir la fortaleza de los materiales y así poder elegir el
más adecuado para un proyecto.
En otras palabras, la ciencia política se apoya en y apoya lo funda-
mental de otras ciencias sociales. Lo anterior puede explicar por qué
esta suele verse como una ciencia de préstamos. Sin embargo, supo-
ner la existencia de un límite teórico exacto y bien delimitado entre
la ciencia política y las demás ciencias sociales no solo es un absurdo
intelectual, pues hoy se aboga de nuevo por la inter, la trans y la mul-
tidisciplinariedad, sino que, además, es un error estratégico para el
desarrollo de la misma disciplina. Esto es así si se tiene en cuenta, por
ejemplo, la relación entre historia y ciencia política, la cual ha sido tra-
bajada, entre otros, por Bolívar, Castaño y Hensel (Gonzáles, 2006).

LA ENCRUCIJADA EN AMÉRICA LATINA:


¿DISCIPLINA, CAMPOS O SUBCAMPOS?

Atendiendo a los anteriores interrogantes, debe señalarse que, en el


caso colombiano, el problema de la ciencia política está en los límites
que ella posee dado el carácter multívoco de la misma política. De

143
hecho, los desacuerdos son más amplios y radicales en el plano epis-
temológico que en el ámbito más concreto de la investigación, en la
medida en que el análisis político es cada vez más interdisciplinario.
De esta forma, la ciencia política como discurso está referido a reali-
dades empíricas, controlables, es decir, medibles pero intersubjetivas.
La razón de ello es que supera la posibilidad de estudio del derecho y
de la sociología, entre otras ciencias, pues si bien comparte con ellas
territorios de análisis la perspectiva es diferente.
Esto es así porque en la ciencia política operan unos subcampos
disciplinares (Losada y Casas, 2008; Marsh y Stoker, 1997) que no solo
se implementan metodológica y teóricamente, sino que desde ellos se
hace posible establecer la relación con las otras disciplinas. Ello posi-
bilita situar como objeto de estudio a los individuos, sus acciones, sus
organizaciones en el ámbito de lo público y del presente, es decir, en
el ámbito de la política, como se puede notar en los trabajos de Vidal
(2006), Tocancipá et al. (2000).
A propósito del primer interrogante, es menester señalar que en
Colombia lo que se ha denominado ciencia política no es una disciplina
sino, más bien, en términos de Bourdieu (2003), un campo disciplinar
en el sentido ya señalado. Ello sucede porque sobre su objeto concu-
rren un conjunto de estudios que, con algún nivel de arbitrariedad,
establecen como hilo conductor un mediano acuerdo sobre lo que es
la política, lo político y las políticas. Así por ejemplo, en el texto Homo
academicus, Pierre Bourdieu (2008) sostiene que, a diferencia de las
ciencias duras o ciencias de la naturaleza, en las ciencias sociales los
objetos de estudio abordados se construyen y reconstruyen perma-
nentemente. La razón de ello es que quien estudia y lo que se estudia
forman parte de su propio mundo, porque las percepciones que el
investigador tiene están condicionadas por la posición relacional que
ocupa y por las tomas de posición sobre el objeto en cuestión.
Por ello, objetivar las condiciones del conocimiento son postula-
dos fundamentales. En este sentido, Bourdieu (2009) sugiere que la

144
ciencia social debe aplicar un modelo de análisis en el que la sociedad
es observada como un conjunto de campos relacionados entre sí y, a la
vez, relativamente autónomos. De esta manera, cada campo se cons-
tituye en un espacio de conflicto entre los actores enfrentados por los
bienes que ofrece. Por ello, lo que se conoce como ciencia política es
un campo académico difuso e inacabado, marcado por discrepancias
y desacuerdos, en el cual se entrelazan y cooperan estudios sociológi-
cos, económicos, históricos y jurídicos sobre los fenómenos políticos.
Ahora bien, luego de cuarenta años de existencia de este campo
disciplinar en Colombia, y con más dificultades y fracasos que éxitos,
poco a poco este ha encontrado sus propios linderos epistemológicos.
Lo anterior ha sucedido principalmente en el campo de la formación
universitaria, en donde se encuentra su foco de desarrollo teórico e
investigativo más fuerte. Esto es lo que se puede observar en los traba-
jos de Fortou et al. (2013), Cuellar (2007), Gonzáles (2006), Sánchez
(1994), Losada y Casas (2008), entre otros. Sin embargo, debe seña-
larse que aún falta por evaluar cuál y cómo ha sido el aporte de centros
de pensamiento como el Centro de Investigación y Educación Popular
(CINEP), el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo
(CIDER), el Foro Nacional por Colombia y el Instituto de Ciencia Po-
lítica, entre otros.
Lo anterior significa que, a pesar del evidente aporte que estas
instituciones han realizado en términos de abordar investigaciones en
temas propios de la disciplina, poco o nada se conoce o se ha eva-
luado sobre ellos. Así, desde esos linderos se han logrado posicionar
la política, lo político, el poder, las políticas, el Estado, los sistemas
políticos, la democracia y la construcción de ciudadanía, aspectos que
se constituyen en el foco de abordaje disciplinar de la ciencia política.
En este sentido, es posible señalar que una de las variables del com-
portamiento de la ciencia política en Colombia es que, a medida que
esta ha desarrollado su dinámica fundante, también ha logrado tender
y extender puentes teórico-metodológicos que le permiten un enten-

145
dimiento y una comprensión de sus contextos originarios, y por esa
vía ir asumiendo retos interpretativos e investigativos de los mismos.
Lo anterior lleva a decir que parte de la identidad de la profesión,
por lo menos en Colombia, es la diversidad de planteamientos, posi-
ciones y propuestas en orillas ideológicas y metodológicas divergentes,
aunque no excluyentes (Losada y Casas, 2008). En otras palabras, por
tratarse de una disciplina relativamente nueva, su dinámica ha estado
marcada por los avatares propios de un proceso de fortalecimiento
gradual y accidentado. En este sobresalen la complejidad del proceso
político nacional, el desconocimiento y los cuestionamientos que a la
ciencia política le han realizado sus principales interlocutores (el Esta-
do, los políticos de carrera, los profesionales de las demás ciencias so-
ciales como el derecho, la sociología y la misma filosofía, entre otras),
así como sus propios practicantes y estudiosos (Sartori, 1991; Laitin,
2004a; Cansino, 2008).
A propósito de lo anterior, en 1991 uno de los mayores escultores
de la ciencia política a nivel mundial, Giovanni Sartori (2004), publicó
un polémico artículo titulado “¿Hacia dónde va la ciencia política?”,
texto en el que cuestiona el papel de la disciplina en Estados Unidos.
No faltaron respuestas coincidiendo o discrepando de los plantea-
mientos de Sartori como, por ejemplo, las de Cansino (2008) o Laitin
(2004b). Por otra parte, en el 7 º Congreso Latinoamericano de Cien-
cia Política el profesor André-Noël Roth Deubel señaló, a propósito
del perfil de los hacedores de políticas públicas tanto en el gobierno
central de la Presidencia de la República de Juan Manuel Santos como
de la Alcaldía Mayor del distrito de Bogotá, que, a pesar del evidente
aporte que la ciencia política ha realizado, no se encuentra en el staff
de mayor nivel a politólogos.
También deben sopesarse las dificultades inherentes a la delimita-
ción del espacio teórico y metodológico disciplinar (Murillo y Ungar,
1999; Cansino, 2008; Leal, 1988). En este sentido, Almond (1999) se-
ñala que

146
la historia de la ciencia política como disciplina contemporánea ha es-
tado signada por diversas escuelas y corrientes que desean adjudicarse
las definiciones, funciones y la paternidad de ese campo de estudio.
Las pretensiones parten desde la autoría y el sustento teórico hasta
la vasta interpretación y el análisis de los fenómenos sociales. De ahí
que, por exclusión, haya surgido en la década de los setenta una pro-
puesta que afirma que se han vivido etapas cíclicas de confusión de
conceptos y metodologías en el estudio de la ciencia política (p. 7).

Así, la ciencia política se asume como una práctica académica, intelec-


tual y discursiva en evolución, lo cual a su vez la obliga a entender que
sus conceptos y su estructuración en el campo disciplinar implican
establecer una doble relación. Por un lado, con las propias ciencias
sociales; por el otro, con las condiciones contextuales que sirven de
catalizadoras para contribuir a su establecimiento, a su consolidación,
o a su institucionalización y profesionalización. Precisamente, es esa
relación la que puede dar luces frente a la segunda pregunta, partiendo
del hecho de que la historia de los estudios politológicos en Colombia
es la historia de las relaciones de este campo con otras ciencias que
comparten un mismo objeto de reflexión: el de la sociedad y sus pro-
cesos de transformación en el ámbito de lo público y del presente, es
decir, en el de la política (Leal, 1988).

ACONTECER DE LA CIENCIA POLÍTICA


EN AMÉRICA LATINA: LOS CUATRO MOMENTOS

Por lo menos en Colombia, la interrelación entre la ciencia política y


las otras ciencias parece estar signada por tres grandes momentos en
el desarrollo del campo disciplinar, aunque se cree que hoy debiera
hablarse al menos de cuatro. Con diferencias en cuanto a los matices y
las maneras de abordaje, estos momentos muestran coincidencias in-
negables entre los estudiosos. A este respecto, deben mencionarse au-

147
tores que parecen estar de acuerdo en el tema en cuestión como, por
ejemplo, Leal (1988), Sánchez (1994), Murillo y Ungar (1999a 1999b),
Bejarano y Wills (2005), Murillo y Ungar (1999), Losada (2004), Cue-
llar (2007), Losada y Casas (2008; 2011), Cárdenas y Suárez (2009).
Un primer momento, el de los antecedentes o el de la preciencia,
está marcado por la creación en 1968 de un curso de introducción a
la ciencia política realizado en la Universidad de los Andes, desarro-
llado por el Departamento de Ciencia Política (Facultad de Artes y
Ciencias) de dicha institución, y el programa de Maestría en Estudios
Políticos ofertado por la Pontificia Universidad Javeriana. En este mo-
mento, la ciencia política y los politólogos eran seres extraños (por lo
menos así lo expresan pioneros de la disciplina como David Roll, Ru-
bén Sánchez y Gabriel Murillo), pues su actividad se confundía con la
– muchas veces cuestionable– actividad de los políticos o, en el mejor
de los casos, con las actividades de otras disciplinas.
Mencionado lo anterior, en el caso de Colombia el origen de la
ciencia política se dio en 1968, con la promoción del primer programa
de la disciplina que fue ofertado por la Universidad de los Andes en
Bogotá. En ello coinciden un gran número de autores que han reflexio-
nado sobre la evolución de la disciplina en Colombia. Dentro de estos
merecen mención los trabajos elaborados por Caicedo (2015), Cuellar
y Caicedo (2015), Duque (2014; 2013), Cuellar (2007), Bejarano y Wills
(2005), Losada (2004), Murillo y Ungar (1999), Leal (1988), entre otros.
El contexto que se vivía en Colombia al momento de la apari-
ción de la ciencia política era de conmoción social. Se caracterizó por
los acuerdos del Frente Nacional en 1958 y la movilización estudiantil
cuya voz crítica y cuyo debate sobre el sistema político de la época se
pusieron de manifiesto inspirados en sus marcadas tendencias marxis-
tas y revolucionarias, entre otros aspectos, a la clausura de programas
académicos de las ciencias sociales.
En este contexto, el Departamento de Ciencia Política de la
Universidad de los Andes logró sobrevivir y consolidarse, pese a

148
que las facultades de ciencias sociales –en instituciones tanto pú-
blicas como privadas– fueron víctimas de la polarización y de la es-
tigmatización social y política del momento, situación que propició
el cierre definitivo de muchas de ellas (Bejarano y Wills, 2005). Se
resalta que no ocurrió lo mismo en la Universidad de los Andes,
quizás por su carácter de universidad privada. El surgimiento de
este programa y su departamento marcó el primer momento clave
en la etapa de conformación de la ciencia política en Colombia y
se consolidó como el único programa de pregrado y departamen-
to por casi veinte años. Efectivamente, tanto en la investigación
como en la docencia, el Departamento de Ciencia Política de la
Universidad de los Andes se inclinó desde el comienzo por el mo-
delo norteamericano dado que muchos de sus profesores iniciales
fueron visitantes venidos de diversas instituciones norteamericanas
(Bejarano y Wills, 2005).
Desde sus inicios la disciplina tuvo un perfil politológico, en-
tendido este como resultado de la influencia de la escuela nortea-
mericana y producto del alejamiento de la ciencia política respecto
de las facultades de derecho, de ciencias sociales o humanas. Como
se observó, hubo algunos países de Latinoamérica en donde el naci-
miento de los programas de ciencia política se dio en facultades de
derecho, sociología y filosofía. Ello permitió que la ciencia política
colombiana desde sus comienzos consolidara parte de su autonomía.
Este primer momento estuvo marcado por el intento de “supe-
rar la brecha existente entre el análisis técnico, propio de la escuela
funcionalista de la sociología, y el conocimiento sistemático de los
fenómenos políticos” (Murillo y Ungar, 1999, p. 3). Su rasgo central
fue la definición de una estructura politológica formal que enfatiza-
ba en el análisis de las políticas públicas. Temáticamente, las investi-
gaciones se complementaban con estudios sobre historia política co-
lombiana, movimientos sociales, partidos políticos, teoría política,
metodología y estudios sobre la violencia (Leal, 1988).

149
El segundo momento que va desde mediados de los años setenta
hasta finales de la década de los ochenta estuvo marcado por la bifur-
cación analítica y práctica que se dio entre los estudios politológicos,
centrados en el tema de la administración pública, y los estudios polí-
ticos de corte interdisciplinario, adelantados por el CINEP, el IEPRI de
la Universidad Nacional y la Fundación Foro Nacional por Colombia.
Sin embargo, en este momento aún la disciplina no logra una acep-
tación plena y en algunos centros educativos se ve, más que como la
cenicienta de las ciencias sociales, como una práctica intelectual de la
que hay que desconfiar. La razón de lo anterior es que los enfoques,
las referencias y los desarrollos provienen del imperio, ergo es un dis-
curso que mantiene las relaciones jerárquicas del poder establecido.
Más adelante, específicamente en 1972, se ofertó la Maestría en
Estudios Políticos en la Pontificia Universidad Javeriana, la cual esta-
ba enfocada más hacia el ejercicio político que hacia la investigación.
Esto se puede explicar en razón a que sus profesores catedráticos eran
políticos de oficio y no necesariamente científicos sociales. Pocos años
después, en 1975, la Universidad de los Andes instauró la Maestría en
Ciencia Política (Caicedo, 2015; Cuellar, 2015a; Cuellar, 2015b; Muri-
llo y Ungar, 1999).
De la misma manera, se puede indicar que las décadas de los años
setenta y ochenta se caracterizaron por la aparición de dos tenden-
cias en el desarrollo de la ciencia política. Por un lado, el desarrollo
de estudios estrictamente politológicos adelantados por la Universi-
dad de los Andes; por otro, los estudios de corte interdisciplinario
como los encabezados por el Centro de Investigación y Educación
Popular (CINEP), y el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones
Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia
(Caicedo, 2015). A su vez, en este periodo se crearon nuevas revis-
tas que lograron mantener una relación con los estudios políticos y
que, poco a poco, aportaron para el fortalecimiento progresivo de
la disciplina. Dichas publicaciones fueron Revista Javeriana, Ciencia

150
Política, Revista Foro, Análisis Político, Revista Síntesis, Avance y Revista
Colombiana (Murillo y Ungar, 1999).
Particularmente, puede añadirse que el segundo momento estuvo
marcado por la preponderancia que adquieren los estudios sobre la
violencia y los procesos de paz. De forma complementaria, en este se
desarrollaron investigaciones sobre los derechos humanos, el desarro-
llo político regional, la historia política, los partidos políticos y los mo-
vimientos sociales, así como la sociedad civil (Murillo y Ungar,1999).
El tercer momento que comienza al inicio de la década de los años
noventa estuvo marcado por la proliferación de centros y programas
docentes orientados al estudio de la politología y, fundamentalmente,
por la consolidación de la disciplina en el ámbito institucional. Así, a la
sombra de las demás ciencias sociales, el estudio de la ciencia política
se arraiga con gran fuerza en las instituciones educativas. No debe
olvidarse que el auge de una profesión es el resultado de las trans-
formaciones de la vida colectiva. De esta manera, la ciencia política,
a propósito de un nuevo orden jurídico y político, emerge como la
ciencia llamada a procurar descripciones, explicaciones y propuestas
frente al nuevo acontecer temporal del ciudadano, el Estado, los par-
tidos políticos y el sistema político, entre otros, como parte del gran
cuerpo social que se reconoce como Colombia.
Con el desarrollo disciplinar descrito hasta el momento se obser-
va que en la década de los años noventa se llevó a cabo una moderada
proliferación de programas de pregrado que sirvieron como insumo
para la enseñanza de la ciencia política. Esto contribuyó para el for-
talecimiento del proceso de institucionalización de la ciencia política,
una disciplina que en 1996 contaba con cinco pregrados y siete maes-
trías en el área. Este periodo se caracteriza porque la centralidad de la
enseñanza de la ciencia política se situaba en la capital colombiana y en
su mayoría en universidades privadas. Teniendo en cuenta el contexto
político de la década, marcado por la Constitución de 1991 y los pro-
cesos de desmovilización del M-19, la ciencia política emergió como la

151
ciencia llamada a describir, explicar y proponerle nuevos aconteceres
al Estado, al ciudadano, a los partidos políticos y al sistema político
(Caicedo, 2015; Cuellar, 2015a; Cuellar, 2015b).
Con la apertura del siglo XXI la ciencia política avanzó en su pro-
ceso de fortalecimiento académico y de enseñanza, en tanto que fue-
ron abiertos 25 programas de pregrado en ciencia política, nueve de
ellos a partir de 2010. Sin embargo, siguiendo a Caicedo (2015), se
puede observar este hecho desde dos perspectivas antagónicas, ora
como fortaleza, ora como debilidad. Como fortaleza en tanto que se
nota el interés y la aceptación que la ciencia política está adquirien-
do en Colombia; como debilidad porque la enseñanza de la discipli-
na tomó diferentes orientaciones al no contar con la planta docente
especializada en el área, de manera que se constituyó en un híbrido
de muchas disciplinas como la historia, la sociología, el derecho y la
filosofía, entre otras.
Junto con la ampliación del ejercicio de la enseñanza en ciencia
política se encuentra la propagación de revistas especializadas en el
área. En la actualidad se hallan quince revistas que publican temas
acordes con la disciplina, lo cual se constituye en uno de los aspectos
por el cual algunos autores (Duque, 2015; Leyva y Ramírez, 2015;
Caicedo, 2015; Baquero y Barrero, 2014; Casas, 2013; Bulcourf, 2012)
consideran que, en el caso de Colombia, se puede hablar de una conso-
lidación disciplinar. Esta se logra toda vez que existen y se desarrollan
procesos investigativos y de fortalecimiento académico e institucional.
El tercer momento muestra el desarrollo y la consolidación de
cinco líneas de investigación: a) la línea centrada en el lema del cliente-
lismo y la estructura social que, como aspecto novedoso, introduce el
análisis de las élites regionales, sus relaciones sociales, vínculos y cos-
tumbres políticas; b) la línea de coyuntura política, la cual privilegia
el análisis histórico de los contextos políticos y, por tanto, una mirada
no coyuntural de la coyuntura; c) la línea sobre sociedad, política y
violencia, que se ocupa del análisis de las relaciones sociales y políticas

152
de los actores y las instituciones políticas, así como del estudio de los
referentes simbólicos que dan forma a nuestra configuración política;
d) la línea de historia política, y e) la línea de investigación que gira
en torno al estudio de la interacciones que se dan entre el Estado, la
sociedad civil y lo público, con un enfoque que enfatiza en el carácter
relacional y conflictivo de la política. No sobra señalar que estas cinco
líneas no agotan el campo temático de desarrollo de la disciplina pues,
en este tercer período, la lista de programas y centros de investigación
nuevos es bastante extensa.
Es posible pensar que a hoy día existe un cuarto momento que
inicia en 2006 con un evento que tuvo un bajo nivel de concurrencia,
dada la manera como se realizó la convocatoria, pero de gran enverga-
dura: el I Simposio Nacional de Ciencia Política realizado en Ibagué en
noviembre de ese mismo año. Dicho evento permitió que las distintas
universidades asumieran el compromiso real de crear la Asociación
Colombiana de Ciencia Política (ACCPOL). Es importante mencionar
este momento en razón a que es en la ACCPOL en donde se reaviva el
debate sobre la disciplina, la profesión, la enseñanza y el ejercicio de
la ciencia política.
Asimismo, el cuarto momento está conectado con el proceso de
consolidación institucional en las universidades y la creación de or-
ganizaciones gremiales de politólogos. En este recobran importancia
la historia disciplinar, la aplicación de enfoques propios del behavio-
rismo, la reflexión sobre la reforma política, los partidos políticos, el
sistema político y sus expresiones regionales –por aquello del país de
regiones–, así como la micropolítica y otros temas de reflexión teóri-
co-filosófica.
Pese a lo anterior, es pertinente recalcar lo siguiente: si bien a lo
largo de estos cuarenta años la discusión sobre estos temas no ha falta-
do, es claro que esta no ha dejado de ser un relato del proceso de ins-
titucionalización de la disciplina en las instituciones académicas. No
obstante, en estricto orden, lo que se tiene son una serie de reflexio-

153
nes inconexas que han procurado relatar los hechos y los nombres de
quienes han propiciado la apertura de determinado programa en una
u otra latitud. Sin embargo, se está en mora de realizar un relato ya
no solo histórico sino reflexivo del devenir de la disciplina antedicha.
En el desarrollo y la consolidación de la ciencia política en Colom-
bia es importante mencionar la creación de la ACCPOL en 2006. En
sus estatutos esta agrupación estableció que la afiliación no era abierta
a cualquier tipo de profesional, sino que, expresamente, estaba diri-
gida a politólogos (de pregrado o posgrado) y, en casos especiales, a
otros profesionales con tradición en investigación en algún subcampo
de la disciplina. De hecho, la ACCPOL ha tenido como objetivo reunir
a los politólogos del país por medio de los congresos nacionales de
ciencia política y los encuentros nacionales de facultades y programas
de ella, incentivando la crítica, el debate y la promoción de la ciencia
política en sus diversos temas y áreas de acción.
Ahora bien, hechas estas precisiones sobre el panorama de la con-
formación e institucionalización de la ciencia política, es necesario re-
tomar la discusión en torno a las áreas de estudio de la disciplina y la
tarea de investigación en la ciencia política.
Mencionada la evolución y el desarrollo que la ciencia política tuvo
en los países planteados en el apartado anterior, se hace necesario e
importante destacar la forma en que la disciplina acoge su lugar en
Colombia, pues no es un secreto hablar de la relevancia que tiene para
una disciplina reflexionar sobre su identidad y nacimiento. Así, lo pre-
sentado en estas líneas constituye, en cierta medida, un breve recuen-
to del nacimiento y fortalecimiento de la ciencia política en Colombia.
Se puede indicar que la ciencia política colombiana en estos mo-
mentos tiene un grado intermedio de institucionalización. De acuer-
do con ello, retomando las ideas de Altman (2005), la ciencia política
latinoamericana se puede agrupar en tres escenarios dependiendo del
grado de institucionalización que posee la disciplina en los diferen-
tes países. En el primer grupo de países entran los tres grandes que

154
son Argentina, Brasil y México; en el segundo se presentan los países
que presentan señales de mejoría, pero que todavía tienen camino por
recorrer: Chile, Colombia, Costa Rica, Uruguay y Venezuela; final-
mente, el tercer grupo de países lo constituyen aquellos en los que el
camino por recorrer de la disciplina es todavía largo: Ecuador, Boli-
via, Cuba, Guatemala, Honduras, Perú y Panamá, entre otros.

LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA CIENCIA POLÍTICA EN


AMÉRICA LATINA

El fortalecimiento de la comunidad académica de la ciencia política en


Colombia ha generalizado el interés de los académicos colombianos
por reconocer y reflexionar acerca de su desarrollo como disciplina.
Esto es importante mencionarlo en el caso particular de la historia
colombiana, pero también en relación con la de los vecinos y con la
de otros países. Este acápite pretende ofrecer un panorama general de
algunos aspectos importantes a tener en cuenta en la reflexión sobre el
fortalecimiento de la ciencia política como disciplina en Colombia, así
como plantea inquietudes prácticas a la comunidad académica sobre
los retos que enfrenta la disciplina en el país.
El propósito de este texto es, precisamente, hacer una aproxi-
mación, desde la perspectiva de la institucionalización, del desarrollo
disciplinar de la ciencia política en Colombia. La pregunta por el de-
sarrollo de la disciplina, como se verá, está atada al desarrollo profe-
sional, es decir, al proceso continuo y expansivo mediante el cual las
universidades titulan politólogos; esto, dicho en otras palabras, alude a
la profesionalización en Colombia. Para cumplir este objetivo se tuvie-
ron en cuenta los siguientes aspectos: en primer lugar, la contextuali-
zación del nacimiento de la disciplina en Colombia en el marco de la
región latinoamericana; en segundo lugar, el análisis de los programas
de pregrado y posgrado ofrecidos a la fecha en Colombia, haciendo
énfasis en el contexto político que los vio nacer y en su distribución

155
regional; en tercer lugar, se hará un breve análisis de las publicaciones
y de los grupos de investigación en ciencia política; finalmente, en
cuarto lugar, se hará una reflexión sobre la vinculación laboral de los
politólogos en Colombia.
Vale la pena decirse que la profesionalización de una ciencia se da
de forma diferente en cada país, como se verá más adelante. Dicho
proceso implica que una práctica obtenga un reconocimiento social y
requiera el establecimiento de sistemas de aprendizaje, por ejemplo,
a través de programas profesionales universitarios, convirtiéndose en
requisito para el ingreso al mercado laboral (Reyna, 2004). Así, el
establecimiento de programas universitarios es parte fundamental del
proceso de institucionalización de una disciplina.
La profesionalización de una actividad se materializa cuando esta
es recurrente, expansiva y está sujeta a unas normas. Es recurrente
porque no es aislada y expansiva en la medida en que es practicada
por diversos individuos en diferentes lugares. Asimismo, al insertarse
en un contexto social obtiene de él su reconocimiento. En este sen-
tido, la recurrencia de determinada práctica promueve la creación de
organizaciones especializadas que tienen como meta, frente a ese co-
nocimiento particular, generarlo, transmitirlo y difundirlo. Estas ins-
tituciones son las encargadas de la formación especializada de ciertos
individuos en una práctica específica que responde a las necesidades
del mercado laboral (Reyna, 2004). De esta forma, la aparición de
este tipo de organizaciones o instituciones es un claro indicador de la
profesionalización de una ciencia.
En América Latina el proceso de profesionalización de la ciencia
política se ha generado de forma desigual. Por ejemplo, en Venezuela
hacia 1969 se creó en la Universidad Central de Venezuela la primera
escuela de estudios políticos. En Brasil hacia 1965 empezó el primer
programa de posgrado en la Universidad Federal de Minas de Gerais
(Amorin y Santos, 2005). En México hacia 1951 se fundó la Escuela
Nacional de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma

156
de México (Reyna, 2004). Para 1969 en Chile se creó el instituto de
ciencia política en la Universidad Católica y la mayoría de los centros
que impulsaron la ciencia política en este país aparecieron entre 1964
y 1970, durante el gobierno de Eduardo Frei (Figueroa et al., 2005).
En el caso argentino, las primeras licenciaturas y los programas de
posgrado datan de los años cincuenta (Leiras et al., 2005).
En Uruguay el desarrollo de la ciencia política ocurrió con el re-
torno a la democracia, a finales de la década de los años ochenta, mo-
mento en el que se destaca la creación del Instituto de Ciencia Política
de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, entre
1985 y 1989 (Garcé, 2005). En Panamá son antiguos los títulos en
derecho y ciencias políticas cuya enseñanza englobaba un número de
materias concernientes a las ciencias sociales, pese a la inexistencia de
una licenciatura exclusivamente en ciencia política (Sánchez, 2005).
Finalmente, en Perú, luego de un intento fallido en la década de los
años sesenta en la Universidad Católica del Perú la ciencia política
tuvo un espacio institucional hacia 1988 en la Universidad Nacional
Federico Villarreal (UNFV) (Gómez, 2008).
Así, en la región latinoamericana la institucionalización de la cien-
cia política se inició en la segunda mitad del siglo XX, muchos años
después de que se diera el proceso en otras latitudes. En Estados Uni-
dos el desarrollo se inició en 1880 con la creación del primer depar-
tamento de ciencia política en la Universidad de Columbia (Munck,
2007). En la región sudamericana países como Argentina y Brasil li-
deraron ese proceso, situación que denota como algo innegable que
el contexto político de los países fue un factor determinante en el
desarrollo y la consolidación de la disciplina.
En el caso de Brasil, los primeros programas de posgrado se crea-
ron con un objetivo muy claro: contribuir a la democratización del
país en un momento de auge de la represión política militar. En este
escenario, la academia estuvo presente a través de foros de reflexión,
publicaciones y en la intervención en los debates del congreso nacional

157
(Amorin y Santos, 2005). En otros casos como en Chile la ciencia polí-
tica surgió como una disciplina ideologizada en la cual el politólogo se
convertía en el vocero de una ideología y en militante de un partido.
Luego sufrió su desaparición hasta la década de los años ochenta por el
régimen de Pinochet (Figueroa et al., 2005).
El intenso debate que despertó en el Perú el gobierno de Alberto
Fujimori dio un impulso y visibilidad sin precedentes al estudio acadé-
mico de la política, así como posibilitó que los politólogos jugaran un
destacado papel (Gómez, 2008). Por su parte, en Argentina el golpe de
1966 afectó directamente los centros de investigación públicos, a la vez
que aisló y censuró a los privados (Leiras et al., 2005). Mientras tanto,
en Uruguay solo fue posible la profesionalización de la ciencia política
después de la restauración de la democracia, a finales de la década de
los años ochenta. A propósito de los procesos de retorno a la democra-
cia de algunos países de América Latina, estos fueron un tema central
y un desafío para el análisis politológico latinoamericano de la época.

Los programas de pregrado


Como ya se indicó, en el caso colombiano las ciencias sociales em-
pezaron a aparecer en la década de los años cuarenta. Para finales de
los años cincuenta la sociología se ofrecía como carrera profesional
en unas pocas universidades del país. Durante la década siguiente se
hizo evidente la gran preocupación de la comunidad por problemas
sociales como el de la violencia. Precisamente, en esos años se crearon
dos centros de investigación adscritos a la Iglesia católica: el Centro de
Investigación y Acción Social, y el Centro de Investigaciones Sociales.
La preocupación por los temas políticos desde algunos sectores de la
academia obedecía a la evidente crisis de legitimidad del régimen políti-
co bipartidista provocada, en parte, por el Frente Nacional y el debilita-
miento de los partidos políticos tradicionales (Leal, 1988). En un sentido
más estricto, la profesionalización de la disciplina inició con la creación
del programa de Ciencia Política de la Universidad de los Andes en 1968,

158
y con los programas de posgrado de la Universidad Javeriana (que creó la
Maestría en Estudios Políticos en 1972) y de la Universidad de los Andes
(que en 1975 creó la Maestría en Ciencia Política).
Es interesante notar que, a diferencia de otros programas, el pro-
grama de ciencia política de la Universidad de los Andes no nació a
la sombra de la Facultad de Derecho, como otros programas en Co-
lombia, sino que desde su inicio tuvo una identidad politológica bien
definida. El programa tuvo una fuerte influencia de la escuela nor-
teamericana y la mayoría de sus investigaciones recogieron temas que
obedecían a la corriente principal de la ciencia política: comporta-
miento legislativo, partidos políticos y grupos de presión, elecciones
y participación electoral. El programa trató de mantenerse aislado de
la influencia partidista o ideológica y mantener una posición más “mo-
derna y racional” (Bejarano y Wills, 2005, p. 114).
Durante esta década la disciplina se caracterizó por dos tendencias
predominantes: por un lado, el desarrollo de estudios estrictamente
politológicos; por el otro, la tendencia de estudios de corte interdisci-
plinario (Murillo y Ungar, 1999a; Murillo y Ungar, 1999b) realizados
por el CINEP y el IEPRI. Sin embargo, los politólogos no ganaron un
mayor reconocimiento sino hasta el gobierno de Belisario Betancur
(1982-1986), durante el cual el interés político de la sociedad se dina-
mizó, en parte por los acercamientos entre el gobierno y las guerrillas
colombianas. La vinculación de politólogos en cargos públicos durante
este periodo evidenció el reconocimiento de la clase dirigente por la
profesión (Leal, 1988), por lo que esta involucró ya no exclusivamente
abogados sino también profesionales con estudios en administración
pública y ciencia política en la gestión pública. De hecho, de acuerdo
con Leal (1988), durante el periodo comprendido entre 1970 y 1987
los estudios políticos alcanzaron su auge.
Durante las décadas de los años setenta y ochenta, salvo las ex-
cepciones mencionadas, si bien es cierto que no se crearon programas
nuevos de ciencia política, sí aparecieron un grupo de publicaciones

159
que dieron cuenta de las investigaciones de tipo político en diferentes
universidades e institutos. Una de las publicaciones fue la revista Cien-
cia Política del Instituto de Ciencia Política de Bogotá, la Revista Foro de
la Fundación Foro Nacional por Colombia y la revista Análisis Político
del IEPRI, entre otras.
En la década de los años noventa despegó el proceso de institu-
cionalización en el sentido de que se crearon nuevos programas de
pregrado. Este inicio se logró con la creación del programa de Ciencia
Política de la Universidad Nacional de Colombia con sede en Bogotá
hacia 1994, y continuó en 1995 con la apertura de los programas de la
Universidad Nacional de Medellín, la Pontificia Universidad Javeriana
de Bogotá y la Universidad Externado de Colombia. Debe añadirse
que en 1996 se abrió el programa de la Universidad del Cauca y en
1998 el programa de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos de
la Universidad del Valle. Así, durante la década de los años noventa se
crearon seis nuevos programas de pregrado, dos décadas después de la
creación del primer programa de pregrado y los primeros posgrados.
Tras la aparición de estos nuevos programas de pregrado siguió un
periodo sumamente convulsionado en términos políticos. Apoyándo-
se en el proceso que inició en 1990 el gobierno de César Gaviria Tru-
jillo, en 1991 se llevó a cabo una Asamblea Nacional Constituyente.
Este proceso generó un amplio debate político que involucró actores
de los más diversos matices ideológicos de la vida política nacional,
propiciando incluso la desmovilización de dos grupos guerrilleros (el
Ejército Popular de Liberación Nacional o EPL, y el Quintín Lame).
Así, al fragor del intenso debate político sin precedentes, surgieron la
Fiscalía General de la Nación, la Corte Constitucional, la Defensoría
del Pueblo, la tutela, la libertad de cultos, entre otros derechos u otras
entidades. Es innegable que la dinamización de la vida política nacio-
nal focalizó la atención en aquellos expertos en el tema político y las
universidades reconocieron finalmente la necesidad social de formar
profesionales en ciencia política.

160
Los años noventa no fueron menos agitados puesto que aconte-
cieron el fortalecimiento del narcotráfico y de los grupos paramilita-
res (que se organizaron en las Autodefensas Unidas de Colombia en
1997), así como el proceso de paz fallido con las Fuerzas Armadas Re-
volucionarias de Colombia (FARC) en el gobierno de Andrés Pastrana
Arango. Este generó mucho interés y expectativa por la posibilidad de
acabar con décadas de violencia. Con ese panorama, es en los últimos
trece años en los que más programas de ciencia política se han creado.
Entre los años 2000 y 2013, veinticinco nuevos programas de pregrado
en ciencia política fueron ofrecidos, nueve de ellos a partir de 2010.
Igualmente, durante los últimos treinta años son numerosos los pro-
gramas de posgrado en ciencia política o afines que se han empezado
a ofrecer.
Esto indica que en este momento el proceso de profesionalización
de la ciencia política en Colombia está apenas en consolidación. Si bien
los primeros politólogos fueron escasos y los investigadores políticos
tenían formación en otras disciplinas como la sociología –lo que se
refleja en los múltiples estudios interdisciplinarios de la década de los
años setenta–, los politólogos formados en pregrado empezaron a cre-
cer en número solo a partir del año 2000 aproximadamente, cuando
comenzaron a egresar las primeras cohortes de los programas crea-
dos a partir de 1995. No obstante, en los años posteriores al 2000 el
número de politólogos aumentó considerablemente, dado el número
de nuevos programas abiertos en el siglo XXI. La Tabla 1 muestra en
orden cronológico las fechas de creación de los diferentes programas.

161
Tabla 1. Programas de Ciencia Política
NOMBRE DE LA NOMBRE DEL TÍTULO FECHA DE
INSTITUCIÓN PROGRAMA OTORGADO APERTURA
Universidad de los Andes Ciencia Política Politólogo 1968
Universidad Nacional de
Ciencia Política Politólogo 1994
Colombia
Pontificia Universidad
Ciencia Política Politólogo 1995
Javeriana
Universidad Nacional de
Ciencia Política Politólogo 1995
Colombia
Universidad del Cauca Ciencia Política Politólogo 1996
Politólogo -
Colegio Mayor de
Ciencia Política Profesional en
Nuestra Señora del 1996
y Gobierno Ciencia Política y
Rosario
Gobierno
Pontificia Universidad
Ciencia Política Politólogo 2001
Javeriana
Ciencia Política
Universidad Tecnológica
y Relaciones Politólogo 2001
de Bolívar
Internacionales
Politólogo
Ciencia Política,
con énfasis
Universidad Autónoma Gobierno y
en Gobierno 2003
de Manizales Relaciones
y Relaciones
Internacionales
Internacionales
Universidad de
Ciencia Política Politólogo 2003
Antioquia
Ciencias
Universidad Eafit Politólogo 2003
Políticas
Universidad Pontificia Ciencias
Politólogo 2003
Bolivariana Políticas
Universidad Icesi Ciencia Política Politólogo 2004
Universidad de Ibagué Ciencia Política Politólogo 2006
Universidad de Pamplona Ciencia Política Politólogo 2006
Universidad de San
Ciencia Política Politólogo 2007
Buenaventura

162
NOMBRE DE LA NOMBRE DEL TÍTULO FECHA DE
INSTITUCIÓN PROGRAMA OTORGADO APERTURA
Fundación Universidad
Ciencia Política
del Norte – Universidad Politólogo 2008
y Gobierno
del Norte
Universidad del Tolima Ciencia Política Politólogo 2009
Universidad Mariana -
Ciencia Política Polítólogo 2009
Unimar
Fundación Universitaria
Cervantina San Agustín
Ciencia Política Politólogo 2010
– Unicervantina San
Agustín
Fundación Universitaria Ciencias
Politólogo 2011
del área Andina Políticas
Politécnico
Ciencia Política Politólogo 2011
Grancolombiano
Universidad
Ciencia Política Politólogo 2011
Surcolombiana
Fundación Universidad
Ciencia Política
de Bogotá – Jorge Tadeo Politólogo 2012
y Gobierno
Lozano
Ciencias
Universidad de la Sabana Politólogo 2012
Políticas
Universidad Autónoma Ciencias
Politólogo 2012
del Caribe Políticas
Universidad Autónoma Ciencias
Politólogo 2012
del Caribe Políticas
Ciencias
Universidad de la Sabana Politólogo 2012
Políticas
Fuente: elaboración propia a partir de datos del MEN (2020).

La Tabla 1 muestra cómo, a partir de la creación del primer programa


de ciencia política en el país en la Universidad de los Andes, se han ve-
nido abriendo cada vez más programas de pregrado, alcanzando en la
actualidad el número de veintiocho programas. En este sentido, es co-

163
mún encontrar programas que ofrecen formación en ciencia política y
disciplinas afines (relaciones internacionales, gestión pública), pero no
todos expiden el título de politólogo. A propósito, no es extraño que
profesionales de diferentes disciplinas se hayan dedicado a los estudios
políticos. Claramente la comunidad académica reconoce la labor de
los profesionales que, sin ser politólogos de base, se han comprometi-
do con el análisis político y se dedican a ello permanentemente.
Es por esa razón que el ejercicio profesional del politólogo se en-
riquece de la participación de profesionales de otras disciplinas que
han profundizado sus conocimientos con estudios de posgrado, o que
simplemente se han dedicado al estudio político en su quehacer dia-
rio. Muchos de ellos forman parte de los cuerpos profesorales de las
diferentes universidades y otro tanto de los centros de investigación
y pensamiento político. La Tabla 2 muestra los programas que se han
abierto, que no son exclusivamente de ciencia política pero dentro de
cuyos planes de estudio es un componente dominante.
Paralelo a este proceso de crecimiento, es evidente también uno
de descentralización de la oferta de programas de ciencia política en el
país, ofreciéndose en Medellín, Popayán y Cali. Sin embargo, en los
últimos años se nota un estancamiento de ese proceso en la medida en
que la mayoría de programas nuevos se ofrecen en Bogotá.
Si bien es cierto que el Gráfico 1 muestra cómo los programas de
ciencia política son ofertados principalmente en los departamentos de
Cundinamarca, Antioquia, Atlántico, Valle del Cauca y Tolima, aún se
percibe un predominio evidente del centro del país. De los catorce
programas ofrecidos en el departamento de Cundinamarca, diez se
desarrollan en Bogotá y cuatro en municipios aledaños. De alguna ma-
nera, esto evidencia cómo la ciencia política nacional se ha desarrolla-
do más fuertemente alrededor de los centros de poder estatal y en las
ciudades más importantes en términos de desarrollo económico y del
crecimiento demográfico.

164
Tabla 2. Programas afines
NOMBRE DE LA NOMBRE DEL FECHA DE
TÍTULO OTORGADO
INSTITUCIÓN PROGRAMA APERTURA
Universidad Gobierno y Profesional en
Externado de Relaciones Gobierno y Relaciones 1995
Colombia Internacionales Internacionales
Estudios Políticos Profesional en Estudios
Universidad del
y Resolución de Políticos y Resolución 1998
Valle
Conflictos de Conflictos
Profesional
Universidad Relaciones
en Relaciones
Militar Nueva Internacionales y 2001
Internacionales y
Granada Estudios Políticos
Estudios Políticos
Escuela Naval Ciencias Políticas Profesional en Ciencias
de Cadetes y Relaciones Políticas y Relaciones 2004
Almirante Padilla Internacionales Internacionales
Política y Profesional en
Universidad
Relaciones Política y Relaciones 2004
Sergio Arboleda
Internacionales Internacionales
Gobierno y Profesional en
Universidad de
Relaciones Gobierno y Relaciones 2011
San Buenaventura
Internacionales Internacionales
Gobierno y Profesional en
Universidad Santo
Relaciones Gobierno y Relaciones 2011
Tomás
Internacionales Internacionales
Fuente: elaboración propia a partir de datos del MEN.

Gráfico 1. Número de programas de pregrado en Ciencia Política por departamento

Fuente: elaboración propia a partir de datos del MEN (2020).

165
Frente a todo este proceso, es importante aludir a la calidad de
los programas académicos, particularmente por el hecho de que se
han multiplicado los programas ofertados. En este sentido, cabe seña-
lar que, de los veintiocho programas mencionados anteriormente que
expiden el título de politólogo a sus estudiantes, tan solo seis tienen
acreditación de alta calidad reconocida por el MEN, independiente-
mente de si las instituciones que los acogen lo están o no. Esto indica
que, sin dejar de lado lo positivo del crecimiento de la disciplina en
términos institucionales, es necesario fortalecer la calidad de los pro-
gramas ofrecidos con el fin de consolidar la formación de los politólo-
gos colombianos.

Los programas de posgrados


Es igualmente importante notar que los politólogos y profesionales en
otras disciplinas han tendido a especializarse, continuando estudios de
posgrado en ciencia política o en campos específicos de la misma. Esto
denota un claro interés por una mayor cualificación y especialización
técnica.
Según el Observatorio Laboral para la Educación (OLE) del MEN
(2016), para el año 2011 se registraron 4,365 graduados en nivel de
pregrado de carreras de ciencia política, 1,343 egresados de especiali-
zaciones en ciencia política y afines, y 806 graduados de maestrías en
estos temas. Estas cifras de graduados (a nivel de pregrado y posgrado
en la disciplina) provenientes de universidades colombianas pueden
tener algunas modificaciones si se tienen en cuenta los graduados en
universidades extranjeras. Esto sumado habla de 6,514 egresados de
estos programas en total.
Este número crecerá considerablemente con los graduados de
los nuevos programas de pregrado abiertos en los últimos años.
Los datos del OLE que se presentan están disponibles a partir del
año 2001, fecha en la que empiezan a graduarse los primeros po-
litólogos de los programas de pregrado creados a mediados de la

166
década de los años noventa. A pesar de que los datos no cubren
un cien por ciento de la población, sí incluyen a los egresados de
programas de pregrado y posgrado graduados en el país a partir
de 2001.
De la misma manera, la profesionalización de la disciplina
también se ha manifestado en el aumento de los programas de pos-
grado. A la fecha existen al menos 62 programas de posgrado en
ciencia política en el país. Aunque es difícil establecerlos con exac-
titud dada la variedad de materias, se pueden identificar 27 maes-
trías y 32 especializaciones en ciencia política, estudios políticos y
materias sobre gestión pública, marketing político, participación
ciudadana, gobernabilidad, así como algunas referidas a estudios
regionales. Estos programas han venido apareciendo de forma uni-
forme en términos temporales a lo largo de las dos últimas déca-
das. Además del enfoque central en los estudios políticos, en ellos
se evidencia un interés en los temas de gerencia pública y local,
así como marketing político, como se ha mencionado y se puede
observar en la Tabla 3.

Tabla 3. Programas de posgrado en Ciencia Política


FECHA DE
NOMBRE DEL
NOMBRE DE LA INSTITUCIÓN REGISTRO
PROGRAMA
(SNIES)
Colegio Mayor de Nuestra Señora Maestría en Estudios
27/06/2008
del Rosario Políticos e Internacionales
Fundación Universidad del Norte Maestría en Ciencia
27/06/2013
– Universidad del Norte Política y Gobierno
Maestría en Estudios
Pontificia Universidad Javeriana 18/09/1998
Latinoamericanos
Maestría en Estudios
Pontificia Universidad Javeriana 21/03/1998
Políticos
Maestría en Estudios
Pontificia Universidad Javeriana 21/03/1998
Políticos

167
FECHA DE
NOMBRE DEL
NOMBRE DE LA INSTITUCIÓN REGISTRO
PROGRAMA
(SNIES)
Universidad Autónoma de Maestría en Ciencia
23/01/2012
Bucaramanga (Unab) Política
Maestría en Ciencia
Universidad Católica de Colombia 29/12/2009
Política
Maestría en Ciencias
Universidad de Antioquia 21/03/1998
Políticas
Maestría en Estudios
Universidad de Caldas 21/03/1998
Políticos
Maestría en Estudios
Universidad de Caldas 20/01/2012
Políticos
Maestría en Estudios
Universidad de Caldas 19/03/2012
Políticos
Maestría en Ciencia
Universidad de Los Andes 21/03/1998
Política
Universidad de Los Andes 03/09/2008 Maestría en Gobierno
Maestría en Políticas
Universidad de Los Andes 10/09/2010
Públicas
Maestría en Estudios
Regionales de los Países
Universidad del Cauca 21/03/1998
Andinos del Pacífico
Latinoamericano
Maestría en Estudios
Universidad del Cauca 21/03/1998 sobre Problemas Políticos
Latinoamericanos
Maestría en Gobierno y
Universidad Eafit 11/04/2013
Políticas Públicas
Maestría en Gobierno y
Universidad Eafit 11/04/2013
Políticas Públicas
Maestría en Análisis
de Problemas
Universidad Externado de
21/03/1998 Políticos, Económicos
Colombia
e Internacionales
Contemporáneos
Universidad Externado de Maestría en Gerencia para
04/02/2013
Colombia el Desarrollo

168
FECHA DE
NOMBRE DEL
NOMBRE DE LA INSTITUCIÓN REGISTRO
PROGRAMA
(SNIES)

Universidad Icesi 02/11/2012 Maestría en Gobierno


Universidad Militar Nueva Maestría en Relaciones y
29/09/2008
Granada Negocios Internacionales
Universidad Nacional de Maestría en Estudios
25/08/2003
Colombia Políticos
Maestría en
Universidad Nacional de
09/12/2009 Estudios Políticos
Colombia
Latinoamericanos
Universidad Nacional de Maestría en Estudios
04/07/2012
Colombia Políticos
Maestría en Estudios
Universidad Pontificia Bolivariana 21/03/1998
Políticos
Maestría en
Universidad Santo Tomás 12/03/2010 Gobernabilidad y
Democracia
Fundación Universidad del Norte Especialización en Ciencia
03/03/2011
– Universidad Del Norte Política
Especialización en
Pontificia Universidad Javeriana 14/09/2007 Gobierno y Gestión
Pública Territoriales
Especialización en
Pontificia Universidad Javeriana 21/03/1998 Opinión Pública y
Mercadeo Político
Especialización en Política
Pontificia Universidad Javeriana 21/03/1998
Social
Universidad Autónoma de Especialización en Ciencia
21/03/1998
Bucaramanga (Unab) Política
Universidad Autónoma de Especialización en Ciencia
17/06/1998
Bucaramanga (Unab) Política
Especialización en
Universidad Autónoma
21/03/1998 Análisis Político y del
Latinoamericana (Unaula)
Estado
Universidad Autónoma Especialización en Ciencia
08/02/2010
Latinoamericana (Unaula) Política Aplicada

169
FECHA DE
NOMBRE DEL
NOMBRE DE LA INSTITUCIÓN REGISTRO
PROGRAMA
(SNIES)
Especialización en
Universidad Autónoma
27/01/2011 Pensamiento Político
Latinoamericana (Unaula)
Contemporáneo
Especialización en Ciencia
Universidad Cooperativa de
21/03/1998 Política y Estudios
Colombia
Internacionales
Especialización en
Universidad de Antioquia 18/07/2000
Opinión Pública
Especialización en Ciencia
Universidad de Boyacá Uniboyacá 21/03/1998
Política
Especialización en Ciencia
Universidad de Ibagué 18/09/1998
Política
Especialización en Ciencia
Universidad de Ibagué 18/09/1998
Política
Especialización en Ciencia
Universidad de Ibagué 17/12/2001
Política
Especialización en Estado,
Universidad de los Andes 21/03/1998 Políticas Públicas y
Desarrollo
Especialización en
Universidad de Medellín 30/11/1999
Participación Ciudadana
Especialización
Universidad de Nariño 17/06/1998 en Estudios
Latinoamericanos
Especialización en
Universidad de Nariño 21/04/2006
Gobierno Local
Especialización en
Universidad Eafit 09/03/2001
Estudios Políticos
Especialización en Ciencia
Universidad Externado de
14/12/2000 Política y Problemática
Colombia
Colombiana
Especialización en Ciencia
Universidad Externado de
14/12/2000 Política y Problemática
Colombia
Colombiana

170
FECHA DE
NOMBRE DEL
NOMBRE DE LA INSTITUCIÓN REGISTRO
PROGRAMA
(SNIES)
Especialización en Geogra-
Universidad Externado de
02/10/2009 fía Política y Geopolítica
Colombia
del Mundo Actual
Especialización en
Universidad Externado de
21/03/1998 Gobierno, Gerencia y
Colombia
Asuntos Públicos
Especialización en
Universidad Externado de
14/06/2013 Marketing Político y
Colombia
Estrategias de Campaña
Universidad Militar Nueva Especialización en
21/03/1998
Granada Geopolítica
Universidad Nacional de Especialización en Ciencia
12/11/2002
Colombia Política
Universidad Nacional de Especialización en Ciencia
05/09/2003
Colombia Política
Especialización en
Universidad Pontificia Bolivariana 21/02/2000
Estudios Políticos
Especialización en
Universidad Sergio Arboleda 14/05/1999
Estudios Políticos
Especialización en
Universidad Sergio Arboleda 22/04/2002
Estudios Políticos
Doctorado en Ciencia
Universidad de los Andes 29/09/2008
Política
Doctorado en Estudios
Universidad Nacional de
05/12/2007 Políticos y Relaciones
Colombia
Internacionales
Universidad Externado de Doctorado en Estudios
26/08/2005
Colombia Políticos
Fuente: elaboración propia a partir de datos del MEN (2020).

Cabe destacar que a partir del año 2005 se están ofreciendo programas
de doctorado en ciencia política o estudios políticos en tres universi-
dades del país: la Universidad Nacional de Colombia, que ofrece el
doctorado en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales; la Uni-
versidad Externado de Colombia, que ofrece el doctorado en Estudios

171
Políticos; y la Universidad de los Andes, que ofrece el programa de
doctorado en Ciencia Política. Esto muestra cómo la profesionaliza-
ción de la ciencia política en Colombia en términos de su instituciona-
lización ha avanzado considerablemente.
Sin embargo, el crecimiento sigue siendo centralizado puesto que
los programas de posgrado aparecen predominantemente en Bogotá y
Antioquia. Aunque están presentes en varias regiones del país, también
en el centro del país predomina la oferta de los programas de pregrado
en ciencia política. Esto que se menciona de forma general en cuanto a
pregrados y posgrados es particularmente cierto para los programas de
doctorado, los cuales se ofrecen sobre todo en la ciudad de Bogotá.

Gráfico 2. Número de programas de posgrado en Ciencia Política por departamento

Fuente: elaboración propia a partir de datos del MEN (2016).

De las publicaciones e investigación


Desde la aparición de las primeras revistas y publicaciones especia-
lizadas en análisis político han permanecido y se han establecido va-
rias de ellas que son disciplinares e importantes. La Revista Controver-
sia del CINEP, Análisis Político del IEPRI y Foro de la Fundación Foro
Nacional por Colombia están entre las más antiguas y reconocidas.
En la década de los años noventa, más exactamente en 1992, apare-
ció la revista Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia. Luego

172
aparecen Papel Político y Colombia Internacional de los programas de
ciencia política de la Pontificia Universidad Javeriana y de la Univer-
sidad de los Andes, respectivamente, así como la revista Paradigma
de la Universidad Externado de Colombia (Murillo y Ungar, 1999a;
Murillo y Ungar, 1999b).
Estas publicaciones y otras más que han visto la luz han tenido que
enfrentar los cada vez más exigentes estándares internacionales de cali-
dad exigidos a las publicaciones científicas. La comunidad académica es
cada vez más rigurosa en este sentido. Así, una publicación debe demos-
trar su calidad a la comunidad académica cuidando una serie de exigen-
cias, en particular frente al proceso de evaluación de los artículos para
publicar. Para este efecto, tanto organizaciones nacionales como inter-
nacionales se dedican a evaluar esos aspectos de calidad en las publi-
caciones, ofreciendo criterios de clasificación y calificación para estas.
Para el caso que ocupa el presente trabajo se pueden acoger como
indicadores dos índices que representan los estándares de calidad in-
ternacional en la producción científica: el Índice de Citación de Cien-
cias Sociales (SSCI, por la sigla del inglés Social Science Citation Index)
que permite medir el impacto de un trabajo sobre la investigación
científica, y la Biblioteca Electrónica Científica en línea (SciELO, por
la siglas del inglés Scientific Electronic Library Online), una plataforma en
línea de divulgación científica. Por último, vale la pena tener en cuen-
ta la evaluación que hace el Departamento Administrativo de Ciencia,
Tecnología e Innovación (Colciencias) a propósito de las publicaciones
y su proceso de indexación.

Tabla 4. Indización e indexación de las publicaciones nacionales


en Ciencia Política
SSCI SciELO COLCIENCIAS
Número de revistas nacionales indizadas e
0 7 12
indexadas de Ciencia Política
Fuente: elaboración propia, a partir de los índices señalados.

173
Respecto al SSCI, de las diecinueve publicaciones que reporta Col-
ciencias (2014) en el área de conocimiento de ciencia política nin-
guna publicación colombiana figura en el índice, cuando sí lo hacen
publicaciones de México, Argentina, Chile y Venezuela. En el caso
de SciELO, es interesante señalar que la plataforma se ha venido am-
pliando en términos de su cobertura y que hoy en día está presente en
Argentina, Brasil, Chile, Cuba, España, Venezuela, Bolivia y Colom-
bia. Esta plataforma que busca desarrollar una metodología común
para la evaluación, el almacenamiento y la publicación de material
científico tiene dentro de su índice siete publicaciones colombianas.
Finalmente, Colciencias reporta la indexación de doce revistas de
las diecinueve mencionadas. Son publicaciones que han demostrado
rigurosidad en el proceso de selección y evaluación de los artículos a
publicar, de forma tal que en ellas se garantiza la calidad académica de
la información que allí se publica. En el caso de Publindex (Ministerio
de Ciencia Tecnología e Innovación, 2015), ninguna revista de ciencia
política está clasificada en A1, de las doce indexadas cinco están en A2,
dos en B y cinco en C. La Tabla 5 muestra cuáles son las revistas que
pertenecen a estos índices y a qué institución pertenecen.

Tabla 5. Indización o indexación de revistas de Ciencia Política


SciELO
REVISTA INSTITUCIÓN
Análisis Político Universidad Nacional de Colombia (IEPRI)
Universidad de los Andes -
Colombia Internacional
Centro de Estudios Internacionales (CEI)
Estudios Políticos Universidad de Antioquia
Papel Político Pontificia Universidad Javeriana
Revista de la Facultad de Relaciones
Universidad Militar Nueva Granada
Internacionales, Estrategia y Seguridad
Revista de la Facultad de Derecho y
Universidad Pontificia Bolivariana
Ciencias Políticas

174
COLCIENCIAS
REVISTA INSTITUCIÓN CATEGORÍA
Pontificia Universidad
Papel Político A2
Javeriana
Revista de la Facultad de Relaciones Universidad Militar
A2
Internacionales, Estrategia y Seguridad Nueva Granada
Análisis Político IEPRI A2
Universidad de An-
Estudios Políticos tioquia. Instituto de A2
Estudios Políticos
Universidad de los
Colombia Internacional A2
Andes (CEI)
Universidad del Rosa-
rio. Centro de Estudios
Desafíos B
Políticos e Internacio-
nales (CEPI)
Universidad Autóno-
ma de Bucaramanga
Reflexión Política B
(UNAB). Instituto de
Estudios Políticos (IEP)
Controversia CINEP C
Escuela Superior de
Nova et vetera Administración Pública C
(ESAP)
Pontificia Universidad
Perspectivas Internacionales C
Javeriana (Cali)
Universidad Nacional
de Colombia. Depar-
Ciencia Política C
tamento de Ciencia
Política
Universidad Pontificia
Analecta Política Bolivariana. Programa C
de Ciencias Políticas
Fuente: elaboración propia con base en datos de Ministerio de Ciencias (2020).

175
Sobre los grupos de investigación, existen 75 reconocidos por Col-
ciencias que están en proceso de reclasificación, estableciendo unos
criterios más rigurosos y orientados por estándares internacionales de
calidad. Los nuevos criterios de clasificación incluirán el impacto de
las publicaciones en la investigación a través de la medición de la cita-
ción de la producción, así como otros criterios.
Por otro lado, una dificultad importante que enfrentan los inves-
tigadores es la financiación de sus investigaciones. Siempre ha sido así.
Durante varios años la financiación de las investigaciones provenía
principalmente de fundaciones estadounidenses. Sin embargo, en los
últimos veinticinco años el panorama ha cambiado y otras fuentes de
recursos como las fundaciones u organizaciones europeas se han veni-
do incorporando. Entre estas nuevas fuentes se destaca la financiación
pública, en cabeza principalmente de Colciencias a partir de la década
de los años ochenta. También se releva que la empresa privada ha apor-
tado con instituciones como Fundación Corona o la Fundación Ideas
para la Paz (Bejarano y Wills, 2005).
Para ilustrar este punto cabe mencionar que el programa de na-
cional de ciencia y tecnología, a través de los programas de ciencias,
tecnologías e innovación de las áreas sociales y humanas, y a través del
programa de Ciencia, Tecnología e Innovación en Seguridad y Defen-
sa, ha apoyado a varios grupos dedicados a la investigación política en
diversos temas.

Sobre la vinculación laboral


La pregunta por cómo la ciencia política se ha constituido en una dis-
ciplina pasa, como se ha visto, por su proceso de profesionalización.
Este se relaciona directamente con su institucionalización, pero tam-
bién con el proceso de inserción laboral y de creación de un mercado
laboral para los politólogos en Colombia. Esto último se refiere al re-
conocimiento social de la necesidad técnica del profesional en ciencia
política para su desempeño en algunas funciones tanto en el sector

176
privado como en el público, lo que ha generado una mayor demanda
laboral de politólogos.
Como se mencionaba antes, el gobierno de Belisario Betancur re-
presentó una transformación del entorno laboral del politólogo, un
cambio en materia de aceptación y reconocimiento por parte de la so-
ciedad de la labor del politólogo como profesional. A partir de ese mo-
mento, en los gobiernos sucesivos de Virgilio Barco y César Gaviria
fue común encontrar la presencia de politólogos en las plantas públi-
cas. Al respecto, Bejarano y Wills (2005) encuentran en la ampliación
de la planta estatal la creación de departamentos u oficinas técnicas y
la descentralización, factores dinamizadores de este proceso.
Recientemente, Roth y Robayo (2013) adelantaron una caracteriza-
ción social y política de la alta función pública colombiana de nivel na-
cional y del distrito de Bogotá en el periodo 2013. En este estudio se re-
visaron las variables de edad, sexo, pertenencia étnica, departamento de
nacimiento, título de pregrado, título más alto de posgrado, universidad
del título de pregrado, universidad del título de posgrado y experiencia
profesional anterior a ocupar el cargo público actual. Se tomaron como
muestra los funcionarios de los dos primeros niveles de cada entidad
que conforman la administración pública general tanto para el gobierno
nacional como para el distrital. Estos cargos que son de libre nombra-
miento y remoción corresponden a empleos directivos en las entidades.
Dentro de los hallazgos de la caracterización de la variable referida al
título de pregrado, 10% de la alta función pública nacional se graduó en el
área de las ciencias administrativas o ciencias políticas. Igualmente, en la
variable de formación posgraduada, 40% de los casos han realizado un pos-
grado en estas mismas áreas (ciencias administrativas o ciencia políticas).
Estos datos claramente indican que los profesionales en ciencias
políticas y administración pública han ganado definitivamente un es-
pacio en las plazas burocráticas más importantes del país, lo que de-
muestra que el papel profesional del politólogo es reconocido dentro
de las funciones y necesidades técnicas del sector público.

177
Por ejemplo, según los datos del OLE (MEN, 2016), de los 6,514
egresados de pregrado y posgrado mencionados arriba e identifica-
dos a partir de 2001, aproximadamente 70% se encuentra vincu-
lado laboralmente en Colombia en el sector formal. No es posible
establecer qué ocurre con 30% restante dado que puede confor-
marse por personas que se encuentran en el exterior, cesantes o
que están vinculadas informalmente a la economía. Igualmente, es
importante aclarar que estos datos corresponden a los politólogos o
analistas políticos graduados de pregrado o posgrado de universida-
des colombianas. Con seguridad los politólogos con formación en
el exterior son numerosos.
Teniendo en cuenta los datos generados por el OLE (MEN,
2016), que contrasta la base de datos de egresados entregada por
las universidades del país a partir de 2001 con los datos oficiales del
Ministerio del Trabajo, se puede establecer una aproximación de
la ubicación geográfica laboral de los mismos. Según estos datos,
una gran mayoría, 76%, de los egresados de programas de ciencia
política en el país trabaja en Bogotá. Le sigue Antioquia con 11%, el
Pacífico con 4%, el Valle con 3% y la región Atlántica con 2%. Esto
también muestra cómo la representación profesional en otras regio-
nes (Central, Oriental, la Orinoquía y Amazonía) es muy reducida
o casi inexistente, como en el caso de San Andrés.
Esto en parte explica el porqué de la centralización de los pro-
gramas académicos que coincide, en su mayoría, con el sector ocu-
pacional. Los gráficos 4 y 5 muestran más claramente el predomi-
nio del centro en la ubicación laboral de los egresados.

178
Gráfico 3. Porcentaje de egresados de programas de Ciencia Política de
posgrado y pregrado vinculados laboralmente por región

Fuente: elaboración propia a partir de datos del MEN (2016).

Gráfico 4. Porcentaje de egresados de programas de Ciencia Política de


posgrado y pregrado vinculados laboralmente por región

Fuente: elaboración propia a partir de datos del MEN (2016).

179
Frente al sector de la economía al cual están vinculados los egresados,
es más difícil de establecer esto dado que los datos del OLE no son
completos; sin embargo, el Gráfico 5 permite ver alguna información
al respecto. Como se puede ver, el OLE no tiene la información de un
gran número de los egresados; no obstante, gracias a la información
que suministra es posible identificar algunas áreas importantes de des-
empeño laboral de los politólogos. Alrededor de 20% de los egresados
son clasificados dentro de la categoría de actividades inmobiliarias de
alquiler y empresariales de alquiler. La mayoría de los egresados en
este sector están ubicados en actividades empresariales del sector de
la ciencia política, desempeñándose, por ejemplo, como contratistas
independientes. Otro porcentaje menor se dedica al estudio de merca-
dos y a la realización de encuestas de opinión. Algunos otros están en
el sector de la arquitectura, la ingeniería u otras actividades técnicas,
y otros menos en publicidad.
El siguiente sector que le sigue en importancia es el de la edu-
cación, pues alrededor de 10% de los egresados de los programas
de ciencia política fue clasificado en esta categoría. En este sector la
mayoría de los egresados se desempeña en educación secundaria y le
siguen en número los que se desempeñan en educación superior, aun-
que el primer número duplica al segundo; finalmente están quienes se
dedican a la educación básica o a otros tipos de educación. Alrededor
de 4% se desempeña en cargos en los que se dedican a la administra-
ción del Estado. De paso, en esta categoría la mayoría de los egresados
se dedican a oficios relacionados con la administración pública y la
aplicación de la política económica y social de la comunidad; otros
menos dentro de esta categoría son catalogados como prestadores de
servicios a la comunidad en general.
Dentro de la categoría de otras funciones (servicios sociales, co-
munitarios y personales) que reúne a 3% de los egresados, se destaca
la participación de los mismos en las actividades de las asociaciones
relacionadas con el núcleo de ciencia política y aquellos que intervie-

180
nen en actividades de tipo cultural. Asimismo, dentro de la categoría
de servicios sociales y de salud, que incluye alrededor de 2% de los
egresados, estos participan en actividades relacionadas con la salud
humana y, en menor medida, en actividades catalogadas como servi-
cios sociales.

Gráfico 5. Porcentaje de egresados de programas de pregrado y posgrado


vinculados por sector

Fuente: elaboración propia a partir de datos del MEN (2016).

Lo anterior da a conocer las principales actividades, aunque también


se halla la participación en menor medida en actividades de interme-

181
diación financiera, transporte, almacenamiento y comunicaciones,
principalmente en telecomunicaciones e industria manufacturera.
Para concluir esta sección, vale la pena hacer una pequeña anota-
ción sobre el nivel de ingresos de los egresados de estos programas.
En general, se observa que el salario de estos profesionales no es muy
competitivo en comparación con el de otras disciplinas como la admi-
nistración o la medicina. En promedio, un egresado sin posgrado de
esta disciplina tiene un ingreso de dos millones de pesos y puede ganar
en promedio cuatro millones de pesos con posgrado. Los ingresos son
tomados de los datos de cotizantes egresados de programas de pre-
grado y posgrado nacionales de ciencia política obtenidos de las bases
del OLE (MEN, 2016). Estas cifras no difieren mucho de la realidad
de otras disciplinas de las ciencias sociales; sin embargo, se destacan
junto con las cifras de derecho y filosofía dentro de este grupo. Debe
decirse que es mayor el ingreso promedio de disciplinas como la me-
dicina (en el caso de las ciencias de la salud) o la economía.

La Asociación Colombiana de Ciencia Política


Vale la pena mencionar un avance muy importante en relación con
la consolidación de la ciencia política como disciplina y profesión en
Colombia: la creación de la ACCPOL en el año 2006. Esta asocia-
ción, aunque de reciente creación, ha adelantado hasta la fecha dos
congresos de ciencia política. El primer congreso de ciencia política
que se realizó en Colombia se llevó a cabo en la ciudad de Bogotá en
2008, el segundo se realizó en Barranquilla en 2010. Igualmente, en
noviembre de 2012 se adelantó en la ciudad de Medellín el Primer
Encuentro de Facultades y Programas de Ciencia Política convocado
por la ACCPOL. En este sentido, la creación y consolidación de dicha
asociación es fundamental, pues parte del objetivo de las asociaciones
profesionales nacionales y se relaciona con el mantenimiento o mejo-
ramiento de un estatus profesional, algo que incluso se puede reflejar
en el ingreso promedio del grupo.

182
La creación de la ACCPOL demuestra que la comunidad acadé-
mica nacional está en capacidad de reflexionar sobre su propio desa-
rrollo, identificar sus retos y plantearse objetivos comunes, de modo
que es un paso significativo para la consolidación de la disciplina en el
país. De hecho, los últimos esfuerzos desarrollados por la asociación
se han dado en esa dirección autorreflexiva. Es el caso del encuentro
en Medellín llevado a cabo en 2015, espacio en el que se hicieron va-
rios ejercicios de caracterización de los programas en Colombia, la
agenda investigativa y el estado de la disciplina.

183
CAPÍTULO VI.
La ciencia política en México

El saber politológico es un saber aplicable. Esto no significa de ningún


modo que su aplicación será siempre inmediata ni que estará siempre
coronada por el éxito. Significa -en cambio- que el cuerpo de conocimientos,
de generalizaciones, de teorías de alcance medio, construido y acumulado
por la ciencia política, puede ser utilizado en la práctica.
(Gianfranco Pasquino)

Paulo César Lugo Rincón

LA CIENCIA POLÍTICA EN MÉXICO:


SURGIMIENTO Y REFLEXIONES

Las tendencias de pensamiento y los cambios sociales del proceso glo-


balizador en el mundo causaron fuertes impactos en las formas en que
los aspectos político, económico y social debían de abordarse. De esta
manera, la ciencia política no puede ser desvinculada del desarrollo
político y democrático que ha tenido México en su historia. Esta ca-
racterística la hace contar con presencia en todo el país, sin embar-
go, su consolidación y reconocimiento continúa como una asignatura
pendiente. El mundo globalizado da pie a la cooperación internacional
y por ende, las exigencias por parte de los países más desarrollados
empiezan a dar fruto.
De esta forma, México empieza a ser testigo de lo que represen-
taría ser para de un contexto de cooperación internacional. Por tanto,
siguiendo las recomendaciones de la Organización de las Naciones Uni-

184
das (ONU) para "crear instancias encargadas de formar a los ciudadanos
que deberían representar a su país en foros internacionales y también a
quienes deberían crear y dirigir las nuevas instituciones que darían con-
sistencia y fortaleza a las Estados jóvenes o en proceso de desarrollo",
en 1951 se funda la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales en
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (Torres Mejía,
1990). Así empieza su enseñanza formal. En sus inicios, la disciplina
mantuvo una fuerte influencia jurídica ya que sus profesores procedían
de la Facultad de Derecho, centrando su enseñanza en cuatro especiali-
dades: Ciencia Política, Sociología, Periodismo y Diplomacia.
Por su andar en la historia y por la relevancia que ha tenido en
los procesos de desarrollo del país, la ciencia política sobresale en el
campo de las ciencias sociales. A pesar de la relevancia que la ciencia
política ha logrado cobrar en México, ha desarrollado vicios, al menos
por aquellos que no se pueden asumir como estudiosos de la discipli-
na. Cuando se trata de abordar el tema, en sentido crítico, incluso en
la academia en algunos contextos este vicio persiste y a la fecha suele
relacionarse y tratarse como una misma de manera equivoca con las
ciencias sociales en general. Otro de los grandes vicios en la época
contemporánea ha sido pretender seguir el modelo estadounidense,
justificado en gran medida por la cercanía que se tiene.
Con el pasar de los años, Pablo González Casanova, quien llega a
la dirección de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales en
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con forma-
ción como historiador y sociólogo y ante la carencia de sociólogos y
politólogos para la formación de la planta docente, la conformó por
historiadores y antropólogos, enfatizando el aprendizaje en la estadís-
tica. Este énfasis deja clara la influencia de la ciencia política estadou-
nidense. Una de las decisiones que se tomaron y que han marcado
el rumbo de la politología en México es la unificación de la ciencia
política y la administración pública, siendo esta línea de aprendizaje
la que prevalece a la fecha en gran parte de los programas educativos

185
en las diferentes universidades que la imparten. A la fecha el debate
se presenta en la disyuntiva sobre cuál disciplina (ciencia política o
administración pública) es la que mantiene subordinación ante la otra
(Suárez-Iñiguez, 2015).
De esta manera llega la década de los sesenta, la ciencia política
gana espacios, siendo reconocida como disciplina y empezando a inci-
dir en la dinámica del país. Surge la división de estudios de posgrado
y la escuela se transforma así en facultad. Es tiempo de contar con
una planta docente con perfiles idóneos, con egresados ya como po-
litólogos y con estudios de ciencia política cursados en el extranjero
(Suárez-Iñiguez, 2015). No obstante, continua el debate y la lucha por
ser considerada por el mundo académico y más aún de ser reconocida
como necesaria en el desarrollo de actividades y toma de decisiones de
un sector específico, en este caso el gubernamental.
Los años setenta son reconocidos por Bokser como la década del
auge de la ciencia política por la difusión de los nuevos estilos de la
investigación y análisis político, consolidando literatura especializada
y la creación de nuevos centros de investigación y docencia (Bokser,
1999). Por otro lado, las carreras de ciencia política y administración
pública se empiezan a masificar ya no solo en la UNAM, sino que co-
mienzan a surgir en otras universidades del país.
En la década de los ochenta, la ciencia política ya era diferencia-
dora, se encontraba en ascenso respecto al reconocimiento de acadé-
micos, intelectuales y de la clase política. A partir de este momento
puede decirse que la disciplina se conduce con tal independencia que
los estudios que desarrolla cuentan con especificidades científicas del
ámbito político y del poder, y se alejan de la estructura formal de las
ciencias jurídicas, la historia, la sociología y todas aquellas que en sus
inicios, pretendían ser la columna vertebral de una disciplina que por
su perfil, nunca lo hubiera permitido. Es en esta década, de acuerdo
con Barrientos del Monte (2013), que a pesar y tal vez por el refugio
que representó México para algunos politólogos latinoamericanos víc-

186
timas del autoritarismo de países como Cuba, Bolivia, Argentina y Bra-
sil, que la influencia de la ciencia política norteamericana logra cobrar
mayor fuerza. Esto da explicación a los estudios politológicos respecto
a procesos y transiciones democráticas en los estados latinoamericanos.
En la década de los noventa hay una total liberación de la sociología,
sin embargo sigue manteniéndose bajo la influencia de los estudios y
análisis de los historiadores. Asegura Bokser (1999) que es en ese mo-
mento cuando la ciencia política alcanza un perfil plural, permitiéndo-
se abordar las problemáticas sociales, políticas y económicas, desde una
perspectiva teórica y empírica. El objeto de la investigación en ciencia
política, llega con la modernidad y el desarrollo democrático de un
México agobiado por el autoritarismo del régimen gobernante.
En este primer cuarto de siglo que está por cumplir, la ciencia
política se encuentra en una etapa de madurez en la que enfrenta nue-
vos retos resultado de los cambios sociales, políticos y económicos.
Estos nuevos retos se manifiestan y se agravan con el acercamiento
de las fronteras, la presencia de un concepto de democracia cada vez
más arraigado, el incremento de la calidad y cantidad de participación
ciudadana y la especialización de las tecnologías de la información.
La ciencia política ya no es aquella disciplina que pretende interac-
tuar con otras para abrirse espacio. Derivado de que los procesos de
transición se vuelven cada vez más recurrentes, se lograron fortalecer
los partidos políticos opositores, nacieron nuevos partidos, los movi-
mientos sociales se fueron incrementando, así como la intensidad en la
que manifiestan la defensa de sus intereses y los grupos empresariales
abiertamente manifiestan interés en la participación política.

LA PERSPECTIVA MEXICANA DE LA CIENCIA POLÍTICA


Y SU OBJETO DE ESTUDIO

La ciencia política, vista como ciencia seria en México, es relativa-


mente reciente. Sus primeros grandes exponentes no son politólogos,

187
surgen de la economía, el derecho, la historia, la sociología e incluso la
literatura. No obstante, Zamitiz Gamboa (1999) señala que uno de los
problemas actuales que genera cierta confusión, es el que tiene que ver
con la ubicación de los ámbitos entre la filosofía, la teoría y la ciencia
política, así como sus relaciones y especificidades.
De esta forma, la influencia y la perspectiva mexicana de la ciencia
política cuenta con una visión que podríamos llamar “paraguas”, pues-
to que logra una cobertura tal que les permite a los ahora politólogos,
un alcance e influencia en cualquier sector que tenga que ver con el
comportamiento de una sociedad como conjunto, así como en lo in-
dividual, con respecto a quienes la integran. Desde la comprensión
e interpretación de las leyes, el comportamiento de las personas y la
estructura de la sociedad en la que interactúan, hasta el análisis de
hechos históricos que han marcado al estado mexicano; tales como la
Conquista, la Independencia, la Revolución o los movimientos estu-
diantiles, todos ellos, observados en su inicio desde una disciplina no
especializada en lo político.
Actualmente, considerando que los inicios de la ciencia política en
México datan de 1951, la disciplina, más allá del reconocimiento que
ha logrado hasta este primer cuarto de siglo, aún tiene un camino im-
portante por recorrer. Para lograr establecerse como una ciencia ne-
cesaria se ha fortalecido mediante la adaptación de teorías, conceptos
y metodologías de las disciplinas que inicialmente la abordaron, pero
que no la trataron como ciencia autónoma que requiere de un análisis
científico por sí mismo.
Al llegar la década de los sesenta, la ciencia política en México
se vio influenciada por el marxismo que predominaba en esos años,
principalmente en los sectores jóvenes de la sociedad. En este sentido,
Barrientos del Monte (2013) señala que “en México fueron sobre todo
las universidades públicas como El Colegio de México, la UNAM, la
FLACSO-México y la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)
que cobijaron a varios de los exiliados de la dictadura y su llegada sig-

188
nificó una bocanada de renovación para el desarrollo de la disciplina
en dicho país”. Esto representaba para la ciencia política la oportuni-
dad de ser reconocida no solo por quienes la estudiaban formalmente,
por fin tenía la oportunidad de salir y convivir con una sociedad no
necesariamente académica.
Lorenzo Meyer (1971), logró identificar en la década de los seten-
ta la confusión entre ciencia política y los estudios relacionados con
temas políticos. Para Meyer, la actividad política se analiza de manera
científica, de tal forma que reclama su espacio como área de estudio
independiente. No obstante, derivado de la ruta que había seguido la
disciplina, se observó una caída en la producción científica de los po-
litólogos de la época, influenciados por lo político y no por la ciencia.
Su deseo era incursionar en la actividad gubernamental dejando en
segundo plano la actividad académica y científica. Meyer hace alusión
a los temas políticos cuando estos hacen uso de los acontecimientos
históricos del Estado y la forma en que las estructuras sociales que lo
integran interactúan con el poder. Esto nada alejado de la referencia
que nos ofrece Carl Schmitt (1932), al señalar que el concepto de lo
político se puede observar desde la legitimación del estado, su identi-
dad, la unidad política que conserva y su funcionamiento.
Pese a lo anterior y a que la ciencia política daba los primeros es-
fuerzos por crear una identidad propia que en el futuro le representaría
reconocimiento e independencia de otras disciplinas, aún continuaba
la escasez de politólogos de formación. La economía, la sociología, el
derecho e incluso historiadores, continuaban ocupando espacios en
los análisis politológicos con un pensamiento alejado de la cultura e
idiosincrasia latinoamericanas. Se volvía una asignatura pendiente y
urgente de atender: contar con una disciplina que entendiera el con-
texto político de México.
La década de los ochenta representó cambios en la forma en cómo
los actores políticos exigían nuevos espacios de participación. Esta
época se vio empañada por la famosa caída del sistema en la elec-

189
ción presidencial. A partir de este evento surge el Instituto Federal
Electoral (IFE), hoy Instituto Nacional Electoral (INE). Estos hechos
también fueron los que provocaron el surgimiento de nuevas escue-
las y facultades, programas de licenciatura y posgrado, fundación de
revistas especializadas y los gremios de politólogos organizados (las
instituciones). Desde esta perspectiva Huntington (1992) señala que
el proceso de democratización que ha tenido México ha sido un factor
para el fortalecimiento de la ciencia política.
En cuanto a la década de los años ochenta, Pablo Bulcourf (2014)
destaca que empiezan procesos de crecimiento sostenido en las cien-
cias sociales, entre las cuales se destacó la ciencia política, sobre todo
bajo el paradigma de la transitología. México entonces se convierte
en unos de los países en donde cuantitativamente la ciencia política
más se desarrolla. En esta década, el poder y la continuidad del Par-
tido Revolucionario Institucional (PRI) permitían a los intelectua-
les insertarse en las actividades gubernamentales sin dejar el campo
académico. Es este periodo que Juan Roberto y Joel Flores-Mariscal
(2016), señalan como los años de maduración de la disciplina.
El país entra a los noventa con la crisis política de 1988, en donde
la llamada caída del sistema, exige a los actores políticos en el poder
pensar en un nuevo orden. Esto sirve al gremio de politólogos para ex-
pandir su campo de interés en los tema del Estado. El “deber ser” y el
“ser” de Maquiavelo empieza a tomar forma y coherencia en el estudio
de la Ciencia Política en México. De la misma forma, la visión de Carl
Schmitt respecto al concepto que tiene de la disciplina empieza a cen-
trarse en el comportamiento de las estructuras, su poder y la forma en
la que se constituyen. El régimen autoritario al cual estaba sometido el
país decae y se da paso al proceso de democratización y consolidación
del sistema como lo conocemos. La ciencia política se sustenta en estos
elementos para tomar presencia en los acontecimientos y por ende, el
trabajo de sus exponentes presume un objeto de estudio que represen-
taría cambios estructurales importantes para el país.

190
Para iniciar el siglo XXI, la democracia ha traído un desarrollo,
institucionalización y profesionalización mayor de la disciplina, no
obstante lo cual hay un largo camino por recorrer. Lo sucedido en
México con la ciencia política se alinea con la afirmación de Hunting-
ton (1992): "donde la democracia es fuerte la ciencia política también
lo es; donde la democracia es débil la ciencia política es débil".
Así es como debemos de comprender el desarrollo de la ciencia
política en México, puesto que ha quedado claro que conforme los
cambios se presentan en el sistema político y en la sociedad misma, es
como esta ciencia los percibe y adopta para que la disciplina encuentre
su así su madurez y autonomía. Es por esto que, de manera natural,
se pueden observar estudios politológicos sobre el presidencialismo,
las relaciones entre los Poderes de la Unión y entre la Federación y
los estados, el papel del Legislativo y la reforma del Poder Judicial,
así como de las instituciones que interactúan en este entorno en una
relación vertical con la sociedad. Posteriormente se avanza en la per-
cepción de gobierno y la forma en la que este es ejercido, surgiendo
campos de estudio como la cultura política, los partidos y el sistema
de partidos, sistemas y procesos electorales, opinión pública y medios
de comunicación.
En la actualidad, la ciencia política en México ha encontrado con-
ceptos como Estado, poder, gobierno, democracia, partidos políticos,
ciudadanía, gobernanza, gobernabilidad, procesos electorales, los sis-
temas, políticas públicas y más recientemente en género, inclusión,
derechos humanos y discriminación, un campo de estudio para la
praxis y la investigación. Sin embargo, este no debe de ser motivo
para no recordar que en sus inicios la ciencia política contaba con una
orientación sociológica que le permitió insertarse en todos los ámbitos
de la dinámica social. Asimismo es necesario recordar que ha sido in-
fluenciada por disciplinas como el derecho, la economía y las ciencias
sociales en general. Su pluralidad actual es prueba de ello.

191
LA DISYUNTIVA DE LOS CONCEPTOS EN MÉXICO:
¿PROFESIÓN O DISCIPLINA? POLÍTICO VS POLITÓLOGO

Si bien la ciencia política puede ser descrita como una disciplina que
nace a partir de fuentes de inspiración que traen consigo la formación
de conceptos que explican el comportamiento de las instituciones, de
quienes las conforman y la forma de relacionarse entre sí, considera-
mos la aparición en la historia de la ciencia política de personajes como
Aristóteles, Platón, Sócrates, Nicolás Maquiavelo, Tomas Moro, Gio-
vani Sartori y Norberto Bobbio, entre otros. Esta base de inspiración
filosófica fue la que, en un principio, provocó la crítica y en conse-
cuencia las dificultades para apreciarla como una ciencia de aporte real
al estudio y solución de problemas políticos, sociales y económicos.
No obstante, la persistencia de autores como Robert Dahl, David Eas-
ton, Maurice Duverger, Herbert A. Simon, Omar Guerrero y Luis
F. Aguilar Villanueva, sin olvidar a Moisés Ochoa Campos, primer
politólogo mexicano, ha hecho que se reconozca en la ciencia políti-
ca, el conocimiento empírico de la política, de su praxis cotidiana y
por ende el análisis y explicación de las ideologías políticas que con el
tiempo determinan la conducción de un Estado.
El gran reto de las universidades ha sido la diferenciación entre el
politólogo y el político. Por un lado, es posible presumir que la imagen
desvirtuada que ha tenido la politología ha sido a causa de la perdida
de la confianza de la sociedad hacia los políticos. Los altos índices de
corrupción han sido los grandes colaboradores para la construcción de
esta realidad.
Persiste en México la práctica de llamar politólogos a quienes
portan en la nomenclatura de sus estudios, la administración públi-
ca, políticas públicas y gobierno. El politólogo es un científico y sería
un error continuar alimentando la duda e incertidumbre de lo que la
ciencia política representa. En este sentido, bien lo afirma Maurice
Duverger, al señalar que la ciencia política tiene paradigmas que la de-

192
finen, que sigue el método científico para responder las preguntas que
se plantea, que utiliza conceptos y objetos de estudio propios, cuenta
personas que la desarrollan, se le reconocen a un conjunto de autores y
obras emblemáticas que son referentes de sus avances, existen estruc-
turas para su desarrollo, tiene programas de estudio para la formación
de científicos en la disciplina, se realizan congresos y cuenta con pu-
blicaciones especializadas, por tanto, no podemos negarle a la ciencia
política su carácter de ciencia.
Bien señala Soledad Loaeza (2005) que el gremio de los politólogos
está logrando cumplir la función que en el pasado tocaba a los abo-
gados, cuando se concebía la función de gobierno como un entorno
de instituciones de conducción formal mediante un estricto régimen
jurídico.
Hoy, en cambio, se piensa que la piedra filosofal del buen gobierno
no está en el deber ser, sino en el ser de la política: en los vaivenes de la
opinión pública, en la toma de decisiones, de la negociación y en todo
aquello que es materia de la politología. En muchos casos politólogos
profesionales ostentan una capacidad de influencia en el proceso de de-
cisiones gubernamentales semejante a la que en los ochenta tuvieron los
economistas, y no son pocos los que han formado consultorías privadas
o se han incorporado al poder legislativo y ejecutivo en el ámbito fede-
ral y local.
Es probable que a pesar de los avances y del reconocimiento tanto
en el campo de la investigación como de la praxis, la interrogante que
plantea Martín Retamozo (2009), seguirá en el debate de los politólogos
y los políticos: “¿constricción de la ciencia y aniquilamiento de lo polí-
tico?” Sería posible contar con un argumento de respuesta si se pudiera
comprobar que la ciencia se ha olvidado de lo político y por su parte,
que lo político hace notorio que no se sirve de la ciencia para encontrar
respuesta a los fenómenos que suceden en el medio. No obstante, tam-
bién debemos considerar que la comunidad científica de politólogos ha
puesto su experiencia al servicio del bien público a través de la política.

193
Es posible comprender esto cuando la inestabilidad del sistema
político provoca la vulnerabilidad del gobierno, sus instituciones y la
vida democrática del país pende de los conflictos internos. En este
momento el politólogo se impulsa para involucrarse y hacer sentir su
valor dentro de lo que es y será su objeto de estudio con la finalidad de,
a través de la ciencia, ser considerado esencial para la defensa de estos
valores. Es aquí cuando el científico de la política se dedica a explicar
lo acontecido a través de las teorías políticas, demostrando que los
académicos pueden ser excelentes formuladores e implementadores.
De esta manera, es posible señalar que el rol del politólogo en
México se ha convertido en un aporte al conocimiento de la vida social
y por tanto, a la forma de vivirla. Para lograrlo el politólogo analiza
desde el positivismo la interpretación, teniendo como fundamento de
argumentación las teorías políticas, para finalmente proponer la rela-
ción entre la teoría social y política con la vida práctica. El político se
convierte en el implementador de los planteamientos vertidos por los
politólogos. Bajo esta perspectiva, en México, la visión general se ha
convertido en que los científicos políticos (politólogos) desde la aca-
demia deben proporcionar información bajo una rigurosa objetividad
científica. Deben a la vez convertirse en actores relevantes en el con-
texto de los debates de las políticas que desean implementar las insti-
tuciones y obligar a los responsables políticos a enfrentarse a los datos
científicos para su toma de decisiones.
Es entonces que la responsabilidad de construir una ciencia de la
política capaz de aportar valor al mundo de los políticos, o generar
bienes públicos, recae sin duda en los politólogos.

LA PROFESIONALIZACIÓN DEL POLITÓLOGO


EN MÉXICO

La discusión sobre el tema de la profesionalización de los politólogos


formados en México cuenta con varios lustros. En este sentido, nos

194
es posible determinar que lo que se encuentra realmente en el debate
es la autonomía del politólogo respecto a las profesiones de las cuales
emerge. Podría decirse que el aspecto técnico y contenido, tiene que
quedar en un segundo plano del debate. Por otro lado, se reconoce
que esta profesionalización se observa desde las normas y valores que
predominan en el politólogo, de esta forma es como definiremos con
certeza lo que significa ser un politólogo o científico de la política.
De acuerdo con Tenti Fanfani (2007) los valores que adoptan las
profesiones son importantes porque afectan la probabilidad de que
el individuo alcance el éxito en su profesión. Es decir, si los valores
son ampliamente aceptados es probable que aquellos que se desvíen
sean sancionados por sus colegas, y es probable que las personas que
no mantengan los estándares mínimos de su profesión no obtengan
un avance profesional. Sin embargo, aquellos que se comportan de
acuerdo con los valores dominantes de su profesión, probablemente
obtengan el estatus de profesionales a los ojos de sus colegas y esa de-
signación contribuirá al éxito de sus carreras.
En esta misma dirección, para Gordon S. Black (1970), la profe-
sionalización se refiere a la asimilación de las normas y valores predo-
minantes de la profesión. En nuestro caso, a los politólogos. Añade
además que es probable que estos elementos normativos varíen de un
sistema político a otro dentro de un sistema político y, por tanto, den-
tro de la profesión del politólogo a lo largo del tiempo. En México,
las universidades más allá de su ideal educativo, han tendido a dar res-
puesta a estas variaciones, que pueden verse marcadas por los proble-
mas sociales, políticos y económicos del país. Atienden la realidad y
el contexto del tiempo en el que se sitúan, dejándolo plasmado en los
programas de estudio que formará y profesionalizará a los politólogos.
El gremio de los politólogos ostenta hoy la capacidad de influir en
los proceso de toma de decisiones en el sistema político de México.
Analizar su profesionalización no es tarea fácil. Bajo un método cuan-
titativo, podríamos medir a los politólogos, respecto a la cantidad que

195
egresa de las instituciones de educación superior y cuántos de ellos
ejercen su profesión. Por otro lado, si quisiéramos evaluarlos, respecto
al impacto que han tenido en el desarrollo democrático de México, se
volvería una tarea casi imposible. Estos son algunas de las razones que
hacen que la profesión se desarrolle bajo un entorno de incertidum-
bre. Su identidad y su relevancia serán siempre un reto para el gremio.
La historia de México no se encuentra alejada del nacimiento y de-
sarrollo de la ciencia política. La fundamentación del porqué la necesi-
dad de la ciencia política y de quienes la ejercen como científicos, acadé-
mico y profesionales de la disciplina, se sustenta en el contexto histórico
en los años cincuenta, en la forma en que las ciencias sociales requerían
especialización en temas específicos como el Estado, el poder, los par-
tidos políticos, los conflictos sociales o los sistemas electorales, entre
otros. De igual manera, por la influencia ideológica por el recibimiento
de exiliados latinoamericanos por los conflictos en América del Sur.
Ya no eran suficientes el derecho y la sociología. De esta manera,
fue en 1951 cuando la ciencia política como disciplina académica en
México, tiene la oportunidad de empezar a escribir su historia, en sus
inicios, en escuelas, institutos o facultades universitarias. La Escuela
Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (ENCPS) de la UNAM es la
responsable de su implementación como programa educativo de edu-
cación superior. En el devenir de las ideologías, las libertades de pen-
samiento y los cambios en la sociedad se verán reflejados en la forma
de gobierno, en que la ciencia política también tendrá su proceso de
transformación para contar con identidad propia.
Los formadores de politólogos en México han enfrentado los retos
de la complejidad que enmarcan esta ciencia; esto es posible expli-
carlo a través de los señalamientos que hace Maurice Duverger: en
una primera instancia es su implicación en eventos reales que sean
susceptibles de no poder ser falsables, y como segundo punto, la poca
posibilidad para delimitar con precisión los campos de observación y
estudio de la disciplina (Barrientos del Monte, 2013).

196
Si bien la profesionalización del politólogo ha cobrado fuerza gra-
cias a su participación en la historia política de México, también es
necesario señalar que se ha vuelto cada vez más incierta, respecto a la
personalidad y autonomía que tiene que alcanzar para ser reconocida
como una disciplina necesaria para el desarrollo del país. Alarcón Ol-
guín (2012) da cuenta de cinco problemáticas a las cuales se enfrentará
la ciencia política y por ende el politólogo: el primero, alude a la he-
gemonía geográfica que persiste, respecto a la ubicación de las IES que
imparten los programas.
Como en cualquier disciplina, la profesionalización de los politó-
logos en México se puede situar en tres principales dimensiones: los
planes de estudio, el perfil de egreso del estudiante y el campo labo-
ral en el que se ver inmerso el egresado. Es una carrera que, a nivel
cuantitativo, ha ganado presencia nacional y en el aspecto cualitativo
los politólogos son cada vez más demandados por el mercado laboral.
Por otro lado, no cabe duda de que la ciencia política cuenta con esa
dualidad de contar con un perfil de ciencia estricta en sus análisis y ha-
llazgos, pero también servirle al Estado como una empresa social re-
levante. En México, los politólogos, están siendo formados para que,
desde la academia ejerzan la investigación, mantengan la rigurosidad
que les demanda la ciencia y, para quienes ejercen desde el servicio
público, que puedan ser señalados como los grandes instrumentadores
de la política, la gestión y la política pública en México.

LA CIENCIA POLÍTICA EN LOS PROGRAMAS


DE PREGRADO

Es 1951 el año en el que formalmente se institucionalizo la enseñanza


de la ciencia política como disciplina de estudio. Es la UNAM, a través
de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales la precursora
con la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública. Tu-
vieron que pasar trece años para que apareciera el segundo programa,

197
en 1964 la Universidad Autónoma de Baja California apertura la licen-
ciatura en Administración Pública y Ciencias Políticas. Aunque esta
ciencia continúa siendo la disciplina que mandata la formación de los
politólogos en México; de las 32 instituciones de educación superior
(IES) que se presentan en treinta es predominante la ciencia política,
no obstante, se reconoce que el núcleo clásico sigue siendo el que la
vincula con la administración pública.
En 1976 se abre el programa de Gestión Pública y Políticas Glo-
bales en la Universidad Jesuita de Guadalajara. Conforme se expande
geográficamente se abre camino a la ciencia política para transitar ha-
cia otros campos de estudio y conocimiento. Esta separación permite
entrar a un mercado académico más amplio, compitiendo con progra-
mas vinculados al derecho, las relaciones internacionales, la economía
y, recientemente, a los medios de comunicación. Por su parte la la en-
señanza de la administración pública, disciplina con la que comparte
un espacio en las nomenclaturas de los programas, se ha trasladado a
denominaciones como las de gobierno, gestión pública, estudios pú-
blicos y políticas públicas, entre otras.
Tanto la ciencia política como la administración pública, surgie-
ron cuando México se mantenía bajo un régimen autoritario. Con el
pasar de los años las nuevas tendencias de pensamiento y formas de
gobierno se desarrollan, en un contexto democrático, en los terrenos
académico, en las aulas, en la investigación y ahora siendo parte im-
portante como fundamento teórico y empírico en la toma de decisio-
nes gubernamentales. Es decir, en el lado politológico impera el aná-
lisis científico de lo político, mientras que la administración pública,
asume el rol como la disciplina que transmite lo técnico y operacional.
Los planes de estudio se conjuntan como ya se ha expresado con
la administración pública. Por sus nomenclaturas y de acuerdo con los
criterios establecidos por la Asociación Nacional de Universidades e
Instituciones de Educación Superior (ANUIES) para realizar su Anua-
rio Estadístico, podemos encontrar que en 2021-2022 se impartieron

198
193 programas en el campo de formación de las ciencias políticas. El
Gráfico 1 muestra la distribución de los programas de pregrado; se
presentan los programas que cuentan con solo la nomenclatura de
Ciencia Política, 13% del total; cuando la ciencia política se acompaña
por nomenclaturas como ciencias políticas y administración pública,
relaciones internacionales, gestión pública, gobiernos locales, gober-
nanza y gestión social, el porcentaje es de 36%. Es decir, la presencia
de las ciencias políticas en los programas se sitúa en un 49% del total.

Gráfico 1. Distribución de los programas de pregrado en el campo


de formación de Ciencias Políticas
86 (45%)
70 (36%)

25 (13%)

4 (2%) 8 (4%)

Ciencia Ciencias Políticas y Relaciones Políticas Política, Estudios


Política Administración Pública, Internacionales Públicas Políticos, Estudios
Relaciones Internacio- Sociales, Derechos Hu-
nales, Gestión Pública, manos, Gobernabilidad,
Gobiernos Locales, Ciudadanía, Mediación,
Gobernanza y Gestión Construcción de Paz,
Social Gestión Social

Fuente: elaboración propia con información de los Anuarios Estadísticos de Educación


Superior de la ANUIES (2022).

Asimismo, se identifica en el Anuario Estadístico de Educación Su-


perior de la ANUIES para el periodo 2021-2022, que en todas las en-
tidades federativas, por lo menos hay una institución de educación
superior, pública o privada que imparte la carrera. La matrícula total
se integra por 42,531 estudiantes, 8,276 de nuevo ingreso, egresaron
5,949 estudiantes y se titularon 2,876 egresados. El Gráfico 2 mues-
tra el comportamiento de la población escolar en los programas de
pregrado del periodo 2016-2017 a 2021-2022. Se reflejan incrementos

199
importantes en tres de los cuatro rubros presentados: el crecimiento
en la matricula es de 12%; de 22% en los egresados y el rubro de los
titulados es el que muestra menor crecimiento con 1%. Por su parte,
el rubro de nuevo ingreso presenta una disminución del 16%.

Gráfico 2. Población escolar en programas de pregrado Ciencia Política

Fuente: elaboración propia con información de los Anuarios Estadísticos de Educación


Superior de la ANUIES (ANUIES, 2022).

En los programas de pregrado ha logrado abordarse con programas


afines con temáticas que son objeto de estudio de la ciencia política.
De esta forma, la ANUIES, desde el periodo 2016-2017 da cuenta de
crecimientos constantes en los rubros de matrícula, egresados y ti-
tulados; no así en las cifras que corresponden al nuevo ingreso. En el
Gráfico 3 se refleja un incremento de 22% en el periodo 2021-2022
respecto al 2016-2017. En lo que corresponde al egreso, el incremento
asciende 45%, mientras que los titulados manifiestan un incremento
del 27%. Los datos de nuevo ingreso son el rubro que sufre un des-
censo de 10%.

200
Gráfico 3. Población escolar en los programas de pregrado
afines a la Ciencia Política

Fuente: elaboración propia con información de los Anuarios Estadísticos de Educación


Superior de la ANUIES (ANUIES, 2022).

Para el periodo 2021-2022, la ANUIES cuenta con un registro de 95


programas específicos para la ciencia política, mientras que en los
programas afines se identificaron 99. La impartición de estos 194 pro-
gramas se imparten en 48 universidades públicas y privadas, así como
en las federales. La distribución geográfica de las universidades y los
programas se distribuyen en las 32 entidades federativas. El desarrollo
y posicionamiento de la disciplina se asocia al crecimiento de la oferta
que con el tiempo se va presentando en las universidades.
En México se cuenta con el Ranking de las 100 Mejores Univer-
sidades de México de Micaela Persuh, construido a partir del ranking
QS, el ranking 4CIU y el Webometrics. Persuh realizó una pondera-
ción de la posición de cada uno para democratizar y mejorar el listado
de universidades. También se ha incluido a las universidades públicas
federales. La Tabla 1 presenta en orden cronológico de su creación
los programas de pregrado en ciencia política, se considera también
la universidad en la que se imparte, zonas en donde se encuentra y su
posición en el ranking de las 100 Mejores Universidades de México.

201
Tabla 1. Programas de pregrado en Ciencia Política
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA TÍTULO ZONA
TURA KING
Licenciatura en
Universidad Nacio-
Ciencias Políticas Metro-
nal Autónoma de Politólogo 1951 1
y Administración politana
México
Pública
Licenciatura en Ad- Noroeste
Universidad Autóno-
ministración Pública Politólogo 1964 y Penín- 17
ma de Baja California
y Ciencias Políticas sula
Licenciatura en Ad-
Universidad Autóno- Norte-
ministración Pública Politólogo 1969 31
ma de Chihuahua Centro
y Ciencia Política
Licenciatura en
Universidad Autóno-
Ciencia Política y Ad- Politólogo 1974 Noreste 32
ma de Coahuila
ministración Pública
Licenciatura en
Universidad Autóno- Noroeste
Ciencias Políticas
ma de Baja California Politólogo 1975 y Penín- 56
y Administración
Sur sula
Pública
Noroeste
Universidad Autóno- Licenciatura en Cien-
Politólogo 1976 y Penín- 29
ma de Sinaloa cia Política
sula
Universidad Autóno- Licenciatura en Cien- Metro-
Politólogo 1978 6
ma Metropolitana cia Política politana
Universidad Autó- Licenciatura en
Oriente-
noma del Estado de Ciencia Política y Ad- Politólogo 1978 20
Centro
Hidalgo ministración Pública
Licenciatura en
Universidad Autóno- Ciencias Políticas
Politólogo 1982 Noreste 5
ma de Nuevo León y Administración
Pública
Licenciatura en
Universidad Autóno- Oriente-
Ciencia Política y Ad- Politólogo 1985 65
ma de Tlaxcala Centro
ministración Pública
Instituto Tecnoló-
Licenciatura en Cien- Metro-
gico Autónomo de Politólogo 1992 13
cia Política politana
México
Centro de Investi- Licenciatura en Cien-
Metro-
gación y Docencia cia Política y Relacio- Politólogo 1993 **
politana
Económicas nes Internacionales
Licenciatura en Cien-
Universidad Autóno-
cias Políticas y Admi- Politólogo 1997 Centro 25
ma de Querétaro
nistración Pública
202
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA TÍTULO ZONA
TURA KING
Licenciatura en
Universidad Tecno- Ciencias Políticas
Politólogo 1997 Centro 88
lógica de Querétaro y Administración
Pública
Benemérita
Licenciatura en Cien- Oriente-
Universidad Autóno- Politólogo 2000 7
cias Políticas Centro
ma de Puebla
Licenciatura en
Universidad de
Ciencia Política y Politólogo 2001 Noreste 27
Monterrey
Gobernanza
Licenciatura en
Universidad Autó-
Ciencias Políticas Metro-
noma del Estado de Politólogo 2004 10
y Administración politana
México
Pública
Licenciatura en
Universidad Ciencias Políticas Metro-
Politólogo 2004 19
Iberoamericana y Administración politana
Pública
Licenciatura en Cien-
Universidad Metro-
cia Política y Gestión Politólogo 2006 82
Internacional politana
Pública
Licenciatura en
Universidad Autóno- Ciencias Políticas
Politólogo 2011 Centro 26
ma de Aguascalientes y Administración
Pública
Universidad de las Licenciatura en Cien- Oriente-
Politólogo 2012 9
Américas Puebla cias Políticas Centro
Universidad Autó-
Licenciatura en Cien- Metro-
noma del Estado de Politólogo 2013 21
cias Políticas politana
Morelos
Licenciatura en
Universidad Autóno-
Ciencia Política y Ad- Politólogo 2013 Sureste 45
ma de Campeche
ministración Pública
Universidad de Ciencia Política y Ad-
Politólogo 2015 Centro 12
Guanajuato ministración Pública
Universidad de Licenciatura en Cien-
Politólogo 2016 Centro 12
Guanajuato cia Política
Licenciatura en
Universidad de Oriente-
Ciencia Política y Ad- Politólogo 2018 78
Xalapa Golfo
ministración Pública

203
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA TÍTULO ZONA
TURA KING
Universidad Popular
Licenciatura en Oriente-
Autónoma del Politólogo 2019 33
Ciencias Políticas Centro
Estado de Puebla
Licenciatura Ciencias
Universidad Oriente-
Políticas y Gestión Politólogo 2021 8
Veracruzana Golfo
Pública
Universidad de Cien- Licenciatura en
cias y Artes Ciencia Política y Ad- Politólogo 2021 Sur 50
de Chiapas ministración Pública
Universidad Juárez
Licenciatura en Norte-
del Estado de Politólogo * 42
Ciencia Política Centro
Durango
Universidad Autóno- Licenciatura en Occi-
Politólogo * 48
ma de Nayarit Ciencia Política dente
Universidad Licenciatura en
Norte-
Autónoma de Ciencia Política y Ad- Politólogo * 85
Centro
Durango ministración Pública
* La universidad no proporcionó la fecha de creación del programa.
** Universidad Pública Federal. Fuente: elaboración propia.

La Tabla 2 presenta los programas de pregrado afines a la disciplina.


Se enlistan de acuerdo a su año de creación. Se considera también la
universidad en la que se imparte, zonas en donde se encuentra y su
posición en el ranking de las 100 Mejores Universidades de México.

Tabla 2. Programas de pregrado afines a la Ciencia Política

APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA GRADO ZONA
TURA KING
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Jesuita de Gestión Pública y Gestión Pública y 1976 Occidente 23
Guadalajara Políticas Globales Políticas Globales
Licenciatura en Licenciado en
Universidad de Noroeste-
Administración Administración 1978 24
Sonora Península
Pública Pública
Licenciatura en Licenciado en
Universidad de Administración Administración
1979 Occidente 15
Colima Pública y Ciencia Pública y Ciencia
Política Política
204
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA GRADO ZONA
TURA KING
Licenciatura en Licenciado en Ad-
Universidad Metropo-
Administración ministración Pú- 1982 11
Anáhuac litana
Pública y Gobierno blica y Gobierno
Centro de Estu- Licenciatura en Licenciado en Po-
Metropo-
dios Internacio- Política y Adminis- lítica y Adminis- 1982 **
litana
nales tración Pública tración Pública
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Metropo-
Tecnológica de Administración Administración 1988 49
litana
México Pública Pública
Universidad Au- Licenciatura en Licenciado en
Metropo-
tónoma Metro- Política y Gestión Política y Gestión 1997 6
litana
politana Social Social
Benemérita Licenciatura en Licenciado en
Universidad Administración Administración Oriente-
2000 7
Autónoma de Pública y Gestión Pública y Gestión Centro
Puebla para el Desarrollo para el Desarrollo
Universidad
Licenciatura en Licenciado en Noroeste-
Autónoma de 2005 29
Políticas Públicas Políticas Públicas Península
Sinaloa
Licenciatura en Licenciado en Go-
Universidad de
Gobierno y Ges- bierno y Gestión 2005 Sureste 44
Quintana Roo
tión Pública Pública
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Autónoma de San Gestión y Políticas Gestión y Políticas 2007 Centro 16
Luis Potosí Públicas Públicas
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Autónoma Benito Ciencias Sociales y Ciencias Sociales y 2007 Sur 51
Juárez de Oaxaca Estudios Políticos Estudios Políticos
Centro de Inves-
Licenciatura en Licenciado en Metropo-
tigación y Docen- 2011 **
Políticas Públicas Políticas Públicas litana
cia Económicas
Universidad Au-
Licenciatura en Licenciado en Metropo-
tónoma Metro- 2011 6
Políticas Públicas Políticas Públicas litana
politana
Universidad Lic. en Ciencias Licenciado en
2015 Noreste 62
Regiomontana Jurídicas ciencias jurídicas
Universidad Licenciatura en Licenciado en Metropo-
2016 22
Panamericana Gobierno Gobierno litana

205
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA GRADO ZONA
TURA KING
Universidad Licenciatura en Se- Licenciado en Se-
Norte-
Autónoma de guridad y Políticas guridad y Políticas 2016 28
Centro
Ciudad Juárez Públicas Públicas
Licenciatura en Licenciado en
Universidad de
Administración Administración 2017 Centro 12
Guanajuato
Pública Pública
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Autónoma de Gestión Pública y Gestión Pública y 2017 Centro 25
Querétaro Gobierno Gobierno
Licenciatura en
Tecnológico de
Gobierno y Trans- Politólogo 2019 Noreste 2
Monterrey
formación Pública
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Popular Autóno- Administración, Administración, Oriente-
2019 33
ma del Estado de Gobierno y Políti- Gobierno y Políti- Centro
Puebla cas Públicas cas Públicas
Licenciatura en Licenciado en De-
Universidad de
Derecho y Función recho y Función 2021 Noreste 27
Monterrey
Pública Pública
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Autónoma de San Administración y Administración y * Centro 16
Luis Potosí Políticas Públicas Políticas Públicas
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Metropoli-
Autónoma del Es- Administración Administración * 21
tana
tado de Morelos Pública Pública
Licenciatura en Licenciado en
Universidad
Administración Administración
Autónoma Benito * Sur 51
Pública y Gestión Pública y gestión
Juárez de Oaxaca
Municipal municipal
Universidad Licenciatura en Licenciado en
Autónoma de Gobierno y Admi- Gobierno y Admi- * Occidente 64
Occidente nistración Pública nistración Pública
* La universidad no proporcionó la fecha de creación del programa.
** Universidad Pública Federal. Fuente: elaboración propia.

De acuerdo con el Ranking de las mejores 100 Universidades de Méxi-


co, se identificaron 58 programas a nivel Pregrado de Ciencia Política
y Afines, la Figura 1 explica su distribución geográfica, así como su
representación porcentual con respecto al total.

206
Figura 1. Distribución por zona geográfica de programas
de pregrado de Ciencia Política y afines

Fuente: elaboración propia.

LOS PROGRAMAS DE POSGRADOS


PARA LA ESPECIALIZACIÓN DE LA CIENCIA POLÍTICA

La educación de cuarto nivel en México empezó a ser relevante para


el crecimiento de los sectores productivos durante los últimos treinta
años. Fue la Universidad Autónoma de México en 1926, la primera
institución de educación superior en ofrecer programas de posgrado.
Al mismo tiempo diversificó y diferenció su oferta educativa en to-
das las disciplinas, la ciencia política no ha sido la excepción, más aún
cuando la necesidad de profesionalizar a los politólogos y hacer su par-
ticipación más activa y relevante en la vida política del país se volvió
fundamental en los procesos de toma de decisiones.

207
Derivado de la tendencia que se mostraba, se vio en la necesidad de
consolidar sus acciones y programas a nivel nacional. En 1970 se creó el
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), por medio del
cual se ha pretendido impulsar la creación y desarrollo de programas.
Dentro del CONACYT se crea el Programa Nacional de Posgrados de
Calidad (PNPC) que forma parte de la política pública de fomento a la
formación e investigación desde una perspectiva de pertinencia cientí-
fica y social de los posgrados desde 1991. La Tabla 3, muestra la distri-
bución temática de los 160 programas de acuerdo con su nomenclatura.

Tabla 3. Programas PNPC


PROGRA- % RESPECTO AL TOTAL
NOMENCLATURA (S)
MAS PNPC DE PROGRAMAS PNPC

Ciencia Política 18 4.0%


Gobierno / Administración Pública /
28 6.2%
Política Pública
Política(s) 15 3.3%
Desde la Ciencia Política son objeto
54 11.9%
de estudio
Ciencias Sociales 48 10.6%
Fuente: elaboración propia con información obtenida del Padrón del Programa Na-
cional de Posgrados de Calidad.

De acuerdo con el modelo del PNPC se reconocen la calidad y per-


tinencia social y científica de los programas en dos orientaciones:
orientación a la investigación, aquellos que se ofrecen en los niveles
de especialidad, maestría y doctorado en las diferentes áreas del cono-
cimiento, integrada por 128 programas, y de orientación profesional,
se ofrecen en los niveles de doctorado, maestría y especialidad, con la
finalidad de estimular la colaboración con los sectores de la sociedad;
son 32 programas los registrados.

208
El Padrón del PNPC para ambas orientaciones se conforma además
por cuatro niveles: competencia internacional, consolidado, en desa-
rrollo y de reciente creación. La Tabla 4, explica cada uno de estos
niveles y la cantidad de programas que la conforman.

Tablas 4. Registro de Programas en Niveles de Competencia PNPC


NIVEL DE PRO-
COMPETEN- DESCRIPCIÓN GRA-
CIA MAS
Programas con:
Productividad académica asociada a líneas de generación y apli-
cación del conocimiento con pertinencia social, científica y de
ciencia de frontera.
A nivel nacional e internacional, cumplir con:
Codirección de tesis nacionales o internacionales.
Movilidad de profesores y estudiantes
Competencia 22
Colaboración en proyectos de investigación, innovación y/o
internacional (14%)
desarrollo tecnológico.
Participación en comités tutoriales.
Participación como evaluadores de proyectos.
Participación en sociedades científicas o colegios de profesionistas.
Coautoría de artículos.
Premios y distinciones por tesis e investigaciones.
Al menos cinco generaciones con estudiantes egresados.
Con reconocimiento nacional por la pertinencia social y cientí-
fica e impacto en la formación de comunidad científica y tecno-
50
Consolidado lógica, en la productividad académica y en la colaboración con
(31%)
instituciones nacionales y con otros sectores de la sociedad y al
menos tres generaciones con estudiantes egresados.
Satisfacen criterios y estándares del marco de referencia PNPC,
En con prospección académica positiva sustentada en su plan de me- 65
desarrollo jora, desde una perspectiva de pertinencia social y científica y en (41%)
las metas factibles de alcanzar en el mediano plazo.
Atienden problemáticas sociales y científicas relevantes de su
contexto, que satisfacen el marco de referencia PNPC.
Reciente 23
Para doctorado, la antigüedad no debe exceder 4.5 años y hasta
creación (14%)
2.5 años para maestría y especialidad desde su creación y aún
no cuentan con egresados.
Fuente: elaboración propia a partir de CONACYT, 2020.
209
Por otra parte, uno de los principales desafíos que presenta la dis-
ciplina es la expansión geográfica, se advierte una concentración de
estos programas en la zona metropolitana del país, ya que de los 160
programas de licenciatura, maestría y doctorado, 51 se encuentran en
esta región, 32%, seguida de la región occidente con 24 programas,
lo cual corresponde a 15% del total de los programas. En la Figura 2
se representa la distribución geográfica de los programas con nomen-
clatura en ciencia política; gobierno, administración pública, política
pública; política (s); ciencias sociales y con objeto de estudio desde la
ciencia política y que cuentan con reconocimiento del PNPC.

Figura 2. Distribución geográfica de programas PNPC con nomenclatura en


ciencia política; gobierno, administración pública, política pública; política(s);
ciencias sociales y con objeto de estudio desde la Ciencia Política

Fuente: elaboración propia a partir de CONACYT, 2020.

El agrupamiento de los criterios permite simplificar ubicación geográ-


fica y ordenar los rasgos que describen cada programa y proporciona

210
una visión general del desarrollo de la disciplina, su cobertura en el
país, así como su influencia en otras disciplinas o campos de estudio.
De acuerdo con cifras de Anuario Estadístico de Educación Supe-
rior de la ANUIES, para el periodo 2021-2022 se tienen registrados 153
programas de Ciencia Política y con nomenclatura afín. Los progra-
mas se imparten en 28 entidades federativas en 97 IES.
El Gráfico 4 presenta la tendencia de la población escolar en los
programas de posgrado del periodo 2016-2017 a 2021-2022, que ma-
nifiesta modificaciones en sus registros. Se observan incrementos en
los rubros de matrícula total con 29%; en el nuevo ingreso con 88%;
para el sector de egresados, el incremento fue de 13%. El sector de
los titulados fue el único que manifestó una disminución con el -19%.

Gráfico 4. Población escolar en programas de posgrado de Ciencia Política

Fuente: elaboración propia con información de los Anuarios Estadísticos de Educación


Superior de la ANUIES (ANUIES, 2022).

La década de los noventa representa el inicio de la generación de con-


senso sobre lo que se entiende por ciencia política y fue cobrando fuer-
za no solo en el ámbito académico, sino también en el político. Si esto
es lo que ha llevado al desarrollo temático y cuantitativo respecto al

211
incremento de programas, estudiantes y egresados de la disciplina, es
ahora responsabilidad de quienes la ejercen lograr la consolidación de
la politología en México. En el Gráfico 5 se presentan las tendencias
que se presentan del periodo 2016-2017 al periodo 2021-2022, En estos
se observan reducciones en cada uno de los sectores que la ANUIES
considera fundamentales para el análisis estadístico de los programas
educativos. En la matrícula total, la reducción es del 15%; en lo que
corresponde a las cifras de nuevo ingreso, esta se reduce un 18%; en
los egresados se observa un 26% de reducción. Por su parte el sector
más afectado, es el de los titulados; la reducción alcanza el 40%.

Gráfico 5. Población escolar en programas de posgrado afines


a las ciencias políticas

Fuente: elaboración propia con información de los Anuarios Estadísticos de Educación


Superior de la ANUIES (ANUIES, 2022).

La Tabla 5 presenta los programas de posgrado y se consideraron como


muestra las universidades que se encuentran en el ranking de las 100
mejores universidades de México de Micaela Persuh. Se presentan en
la tabla de acuerdo a su fecha de apertura. Se observa también la IES en
la que se imparte, el lugar en el que se ubica en el ranking, así como la
zona en la que se ubica la IES.

212
Tabla 5. Programas de posgrado de Ciencia Política
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA GRADO ZONA
TURA KING
Universidad Autó- Maestría en Maestro en Cien- Norte-
2007 34
noma de Zacatecas Ciencias Políticas cias Políticas Centro
Centro de Estudios Maestría en Maestro en Cien- Metropoli-
2007 ___
Internacionales Ciencias Políticas cias Políticas tana
Universidad Au-
Maestría en Maestro en Cien-
tónoma de Nuevo 2010 Noreste 5
Ciencias Políticas cias Políticas
León
Doctorado en Doctor en Filoso-
Universidad Au-
Filosofía con fía con orienta-
tónoma de Nuevo 2010 Noreste 5
orientación en ción en Ciencias
León
Ciencias Políticas Políticas
Universidad Autó- Doctorado en Doctorado en Norte-
2011 34
noma de Zacatecas Ciencia Política Ciencia Política Centro
Benemérita Univer-
Maestría en Maestro en Cien- Oriente-
sidad Autónoma de 2012 7
Ciencia Política cias Políticas Centro
Puebla
Maestría en
Universidad Autó- Maestro en Cien-
Administración y 2012 Noreste 46
noma de Tamaulipas cias Políticas
Políticas Públicas
Maestría en Maestro en
Universidad de Oriente-
Política y Gestión Política y Gestión 2012 78
Xalapa Golfo
Pública Pública
Universidad de Maestría en Maestro en Cien-
2014 Occidente 4
Guadalajara Ciencia Política cias Políticas
Universidad Autó- Maestría en Maestro en Cien-
2015 Sur 43
noma de Guerrero Ciencias Políticas cias Políticas
Centro de Investi-
Maestría en Maestro en Cien- Metropoli-
gación y Docencia 2016 **
Ciencia Política cias Políticas tana
Económicas
Centro de Estudios Doctorado en Doctor en Cien- Metropoli-
2016 **
Internacionales Ciencia Política cia Política tana
Maestría en
Universidad Popular Maestría Cien-
Maestro en Cien- Oriente-
Autónoma del Esta- cia Política y 2019 33
cias Políticas Centro
do de Puebla Administración
Pública
Universidad Au-
Maestría en Maestro en Cien- Oriente-
tónoma De Baja 2022 17
Ciencias Políticas cias Políticas Centro
California
213
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA GRADO ZONA
TURA KING
Universidad Nacio- Doctorado en Doctor en Cien-
Metropoli-
nal Autónoma De Ciencias Políticas cias Políticas y * 1
tana
México y Sociales Sociales
El Colegio de Maestría en Maestro en Cien- Metropoli-
* **
México Ciencia Política cia Política tana
El Colegio de El Colegio de El Colegio de Metropoli-
* **
México México México tana
* La universidad no proporcionó la fecha de creación del programa.
** Universidad Pública Federal. Fuente: elaboración propia.

La Tabla 6 muestra los programas de posgrados afines a la ciencia polí-


tica que se imparten en las IES ubicadas dentro del ranking de las 100
mejores universidades de méxico de Micaela Persuh. En este sentido,
se observa el lugar en el que se ubica en dicho ranking. El orden de
aparición en la tabla es de acuerdo al año de apertura del programa.
También se identifica la zona geográfica en la que se encuentra la IES.

Tabla 6. Programas de posgrado afines a la Ciencia Política


APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA TÍTULO ZONA
TURA KING
Doctorado en
Universidad Ibe- Doctor en Ciencias Metro-
Ciencias Sociales y 1967 19
roamericana Sociales y Políticas politana
Políticas
Maestría en Admi-
Instituto Politécni- Maestro en Políti- Metro-
nistración y Políticas 1974 3
co Nacional cas Públicas politana
Públicas
Especialidad en Especialista en
Universidad Jesui- Integridad Pública y Integridad Pública Occi-
1976 23
ta de Guadalajara Estrategias Antico- y Estrategias Anti- dente
rrupción corrupción
Universidad Jesui- Maestría en Política Maestro en Política Occi-
1976 23
ta de Guadalajara y Analítica Publica y Analítica Publica dente
Centro de Investi- Maestría en Admi-
Maestro en Cien- Metro-
gación y Docencia nistración y Políticas 1976
cias Políticas politana
Económicas Públicas

214
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA TÍTULO ZONA
TURA KING
Universidad Autó- Maestría en Admi- Maestro en Admi-
Metro-
noma del Estado nistración Pública y nistración Pública 1978 10
politana
de México Gobierno y Gobierno
Universidad
Maestría en Admi- Maestro en Admi- Metro-
Tecnológica de 1988 49
nistración Pública nistración Pública politana
México
Universidad Maestro en
Maestría en Gestión Occi-
Autónoma de Gestión y Política 1999 64
y Política Pública dente
Occidente Pública
Maestría en Go- Maestro en Go-
Universidad Autó-
bierno y Políticas bierno y Políticas 2001 Sureste 14
noma de Yucatán
Públicas Públicas
Tecnológico de Doctorado en Políti- Doctor en Política
2002 Noreste 2
Monterrey ca Pública Pública
Universidad Nor-
Maestría en Admi- Maestro en Admi-
Autónoma de 2005 te-Cen- 31
nistración Pública nistración Pública
Chihuahua tro
Centro de Investi-
Doctorado en Políti- Doctor en Políticas Metro-
gación y Docencia 2006 ___
cas Públicas Públicas politana
Económicas
Universidad
Doctorado en Políti- Doctor en Políticas Occi-
Autónoma de 2009 ___
cas Públicas Públicas dente
Michoacán
Universidad del Maestría en Admi- Maestro en Admi- Metro-
2010 35
Valle de México nistración Pública nistración Pública politana
Universidad de Maestría en Análisis Maestro en Análi-
2012 Centro 12
Guanajuato Político sis Político
Doctorado en Estu- Doctor en Estudios
Universidad de
dios Jurídicos, Públi- Jurídicos, Públicos 2012 Centro 12
Guanajuato
co y de Gobierno y de Gobierno
Universidad Au- Maestría en Gobier- Maestro en Go-
tónoma de Nuevo no y Administración bierno y Adminis- 2013 Noreste 5
León Pública tración Pública
Universidad Doctorado en Doctor en Gobier-
Occi-
Autónoma de Gobiernos Locales y nos Locales y De- 2014 64
dente
Occidente Desarrollo Regional sarrollo Regional
Maestro en Estudios
Universidad Autó- Maestría en Estudios
sobre la Democra-
noma de San Luis sobre la Democracia y 2016 Centro 16
cia y los Procesos
Potosí los Procesos Electorales
Electorales

215
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA TÍTULO ZONA
TURA KING
Universidad Juárez Maestro en Ge-
Maestría en Gerencia Oriente-
Autónoma de rencia Pública y 2016 41
Pública y Gobierno Golfo
Tabasco Gobierno
Universidad Especialista en
Especialidad en Co-
Autónoma de Comunicación 2017 Centro 25
municación Política
Querétaro Política
Universidad Autó- Maestría en Género, Maestro en Gé-
Metro-
noma del Estado Sociedad y Políticas nero, Sociedad y 2018 10
politana
de México Públicas Políticas Públicas
Instituto Tecnoló-
Maestría en Políticas Maestro en Políti- Metro-
gico Autónomo de 2018 13
Públicas cas Públicas politana
México
Universidad Maestría en Gobier- Maestro en Go-
Norte-
Autónoma de no y Participación bierno y Participa- 2019 31
Centro
Chihuahua Ciudadana ción Ciudadana
Doctorado en
Universidad de Doctor en gestión Orien-
gestión o políticas 2019 78
Xalapa o políticas públicas te-Golfo
públicas
Centro de Investi- Maestría en Métodos Maestro en Métodos
Metro-
gación y Docencia para el Análisis de para el Análisis de 2019 **
politana
Económicas Políticas Públicas Políticas Públicas
Universidad Autó- Maestría en Go- Maestro en Go-
noma de San Luis bierno y Políticas bierno y Políticas 2020 Centro 16
Potosí Públicas Públicas
Universidad Doctorado en Doctor en Go- Noroes-
Autónoma de Baja Gobierno y Políticas bierno y Políticas 2021 te-Pe- 17
California Públicas Públicas nínsula
Universidad Noroes-
Maestría en Ciencia Maestro en Política
Autónoma de Baja 2022 te-Pe- 17
Política Pública
California nínsula
Centro de Investi-
Maestría en Gestión Maestro en Ges- Metro-
gación y Docencia 2021 **
Pública tión Pública politana
Económicas
Universidad Na- Doctorado en
Doctor en Ciencias Metro-
cional Autónoma Ciencias Políticas y * 1
Políticas y Sociales politana
de México Sociales
Universidad Na- Maestro en Es-
Maestría en Estudios Metro-
cional Autónoma tudios Políticos y * 1
Políticos y Sociales politana
de México Sociales
Universidad Na- Maestría en Go- Maestro en Go-
Metro-
cional Autónoma bierno y Asuntos bierno y Asuntos * 1
politana
de México Públicos Públicos
216
APER- RAN-
INSTITUCIÓN PROGRAMA TÍTULO ZONA
TURA KING
Universidad Na-
Maestría en Demo- Maestro en Demo- Metro-
cional Autónoma * 1
grafía Social grafía Social politana
de México
Universidad Maestría en Ciencias Maestro en Ciencias
Autónoma Benito Empresariales y Ad- Empresariales y Ad- * Sur 51
Juárez de Oaxaca ministración Pública ministración Pública
* La Universidad no proporcionó la fecha de creación del programa.
** Universidad Pública Federal. Fuente: elaboración propia.

De acuerdo con el de Micaela Persuh, en la Figura 3 se presenta la dis-


tribución geográfica de los programas de posgrados de ciencia política y
afines. Se observa que 67% corresponde a los programas afines y el 33%
a los programas específicos. En lo que respecta a la distribución, es la
zona metropolitana en donde se concentran la mayor parte.

Figura 3. Distribución por zona geográfica de programas de posgrado de Ciencia


Política y afines

Fuente: elaboración propia.

217
VIII. LA DIVULGACIÓN EN LA INVESTIGACIÓN
DE LA CIENCIA POLÍTICA

La generación y divulgación de conocimiento en México para los


politólogos se puede realizar a partir 1970 a través de CONACYT,
el organismo gubernamental de México dedicado al fomento a la in-
vestigación científica en todas sus ramas. En 1984 se crea el Sistema
Nacional de Investigadores (SNI), con la finalidad de favorecer el de-
sarrollo científico y fomentar la formación de investigadores. La Tabla
7 presente el total de investigadores vinculados al campo de la ciencia
política, así como la proporción que representan con respecto al total
de los investigadores del SNI.

Tabla 7. Total de investigadores en el campo de la Ciencia Política


INVESTIGADORES TOTAL % RESPECTO
AÑO
CIENCIAS POLÍTICAS INVESTIGADORES SNI AL TOTAL
2015 583 23,316 3%
2016 644 25,072 2.6%
2017 685 27,186 2.5%
2018 743 28,633 2.6%
2019 705 30,548 2.3%
2020 669 33,165 2.0%
2021 610 35,178 1.7%
Fuente: elaboración propia con datos del Archivo Histórico del Sistema Nacional
de Investigadores (SNI) (CONACYT, 2022).

La medición, ya sea cualitativa o cuantitativa del estado que guarda la


investigación y sus publicaciones, se vuelve una tarea difícil, puesto
que la disciplina cuenta con variaciones no solo temáticas sino lógicas
por lo que representa en el espectro político mexicano. No obstan-
te, es importante considerar los politólogos que dedican su trabajo al
campo de la investigación y que pertenecen al SNI del CONACYT. De

218
igual manera, el CONACYT creó el Índice de Revistas Mexicanas de
Divulgación Científica y Tecnológica, con el objetivo de fomentar la
divulgación de la ciencia y tecnología a través de los medios escritos,
así como dar un reconocimiento a la labor y calidad de las publicacio-
nes dedicadas a la divulgación.
Dentro del Índice de Revistas Mexicanas de Divulgación Cientí-
fica y Tecnológica los politólogos cuentan con 117 publicaciones, que
corresponden al área de ciencias sociales para publicar sus productos
de investigación, lo cual representa 54% del total de las publicacio-
nes del índice. La Red de Revistas Científicas de América Latina y el
Caribe, España y Portugal (Redalyc) tiene registradas un total de 913
revistas de ciencias sociales, de las cuales 69 son mexicanas; en estas,
México posee 6,982 artículos que pertenecen al campo de la ciencia
política y afines. Por su parte SciELO México, hemeroteca virtual
conformada por una colección de revistas mexicanas de todas las áreas
del conocimiento en el área de ciencias sociales aplicadas y humanida-
des, cuenta con un total de 95 revistas mexicanas.
Si bien la disciplina es la ciencia política, con la finalidad de lograr
una mayor comprensión sobre los trabajos de investigación, el CONA-
CYT determina subdisciplinas: opinión pública, sociología de la políti-
ca, políticas sectoriales, ideologías políticas, relaciones internacionales,
instituciones políticas, administración pública, vida política, política
teórica, sistemas políticos, biblioteconomía y archivonomía. Es de des-
tacar que 20% de los investigadores se dedique a temas de las relaciones
internacionales y 18.2% a la administración pública, y tan solo 3% a
política teórica y 1% a ideologías políticas siendo estas las que menos
investigadores concentran. Lo anterior, advierte que el énfasis de la
investigación politológica se centra en aspectos concernientes a las po-
líticas públicas y las relaciones de poder a nivel internacional.
La medición cuantitativa no es suficiente para conocer el impacto
que la investigación en el campo de la ciencia política aporta al de-
sarrollo económico, político y social del Estado. La influencia de la

219
investigación es una relación poco estudiada, las explicaciones a par-
tir de los resultados cuantitativos, respecto a investigadores, publica-
ciones y estudios han predominado y ganado lugar en la disciplina.
Debemos reconocer que el impacto cualitativo que pueden lograr los
resultados de la investigación en ciencia política puede ser capaz de
incidir en los procesos de toma de decisiones de quienes gobiernan en
México. Al día de hoy, se identifica que la investigación se ha abordado
principalmente desde lo conceptual.
Morales Vázquez (2010) señala que la relación entre investigación
y política ha sido sutil, y por tanto el uso de la investigación en la toma
de decisiones políticas y en la formulación y evaluación de iniciativas y
programas ha sido indirecto; además la relación está determinada por
las características de la investigación y el tipo de interacción, sea que
esta se haya generado desde los trabajos publicados o desde los víncu-
los promovidos por estudiosos y tomadores de decisiones políticas.
Finalmente, hay riesgo de utilizar la investigación solo cuando es
necesaria a terceros y es preciso señalar que la investigación en ciencia
política debe cruzar la línea de lo académico para lograr un uso del
trabajo de los investigadores aplicado a la solución de las problemáticas
que se presentan en el sistema político.

VINCULACIÓN LABORAL DE LOS PROFESIONALES


DE LA CIENCIA POLÍTICA

La construcción de puentes entre los mundos académico y político-la-


boral de los politólogos puede generar beneficios para ambas partes.
Politólogos, políticos, empresas privadas y las instituciones deben
aprender a coexistir en beneficio de los sistemas que conforman un
Estado. Para atender las necesidades de quienes podrían ser considera-
dos los empleadores de los empleadores, la disciplina se volvió más de-
mocrática en su organización interna y más pluralista en su definición
de los temas con la finalidad de responder a los contextos actuales. La

220
clave es concientizar a las partes sobre la relevancia que podría alcan-
zar la unión del mundo de los politólogos con la política. Los últimos
25 años vieron un cambio sin precedentes de interés académico en la
vida política mexicana, tal vez motivado por el proceso de alternancia
que se vivió en el proceso electoral del año 2000. El número de pro-
gramas de pregrado y posgrado, así como el ingreso de estudiantes a
estos, se incrementó de forma exponencial. La ciencia política tomaba
notoriedad en el mundo práctico de las instituciones de México.
El reconocimiento del análisis científico de la política en México
es el resultado de la profesionalización y la segmentación al interior de
las ciencias sociales, respecto al desarrollo de las disciplinas. Bajo esta
perspectiva, son las universidades las que se presentan como el centro
institucional que responderá a las demandas del mercado laboral, vul-
nerando de esta forma los perfiles de los politólogos, pero atendiendo
a los cambios que se producen en el sistema político mexicano. Esto
se observa cuando las investigaciones y estudios políticos en su mayo-
ría se orientan a las prioridades de los tomadores de decisiones y a la
agenda pública.
De acuerdo con el Observatorio Laboral, el campo en el que se
puede desempeñar un egresado de la carrera de Ciencias Políticas es el
gobierno y los principios y prácticas políticas; el desarrollo de análisis
de las teorías políticas para la toma de decisiones, procesos, operacio-
nes y funciones gubernamentales, así como el desarrollo y análisis de
políticas públicas. Asimismo, puede encontrar espacios en lo referente
a los sistemas y procesos políticos, su vinculación con las estructuras
políticas y el desarrollo económico y social.
Con respecto a 2021 y contabilizando únicamente a la población
remunerada, 77,123 es el número de personas ocupadas que estudia-
ron esta carrera; 55.1% es el porcentaje a nivel nacional de mujeres
profesionistas económicamente activas que tienen trabajo y 44.9% son
hombres. Considerando los niveles de pregrado y posgrado, $15,111
es el ingreso promedio de los egresados. Respecto a las 76 carreras

221
de profesional nacional, se encuentran en el lugar 16 entre los mejor
pagados.
En lo que respecta a la distribución geográfica, donde se encuen-
tran laborando los egresados, 61.5% trabajan en la región centro (Ciu-
dad de México, Hidalgo, México, Morelos, Puebla y Tlaxcala); 7.7%
en la región centro occidente (Aguascalientes, Colima, Guanajuato,
Jalisco, Michoacán, Nayarit, Querétaro, San Luís Potosí y Zacatecas);
16.3% en la región noreste (Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo
León y Tamaulipas); 6.4% en la región noroeste (Baja California, Baja
California Sur, Sinaloa y Sonora) y 8.1% trabaja en la región sures-
te (Campeche, Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco,
Veracruz y Yucatán).
Otro rasgo importante es que tan solo 30.5% de los egresados, la-
boran en el sector público, mientras que 69.5% se encuentran ocupados
en el sector privado. El compromiso laboral de los politólogos muestra
que 87.1% son trabajadores subordinados y remunerados; 9.2% son tra-
bajadores por cuenta propia y finalmente 3.7% son empleadores.
En lo que respecta a la ocupación; 18.2% de los egresados que es-
tudiaron esta carrera cuentan con un trabajo acorde con sus estudios,
desempeñándose como auxiliares en administración, contabilidad y
finanzas, profesores de nivel medio y superior, coordinadores y jefes
de área en servicios financieros y administrativos; 22.6% tienen un
trabajo de nivel técnico, desempeñándose como secretarias, taquígra-
fos, mecanógrafos, capturistas de datos y operadores de máquinas de
oficina, recepcionistas, trabajadores que brindan información y telefo-
nistas. Finalmente, 58.7% es el total de egresados de Ciencias Políticas
que manifestaron tener un trabajo no acorde con sus estudios.
Por su parte, el Instituto Mexicano para la Competitividad, A.C.
(IMCO), en su Estudio de Carreras en México, con base en una muestra
de 55 carreras universitarias, permite conocer cuántos estudiantes hay
por carrera, cuánto ganan, dónde trabajan y qué tan buena inversión
será en el futuro. En el rubro de las carreras con el mayor número de

222
profesionistas, la carrera de Ciencias Políticas en 2021 se encontraba en
el lugar 32 con 107,709, mientras que para el año 2022, tuvo una dismi-
nución de 3%, alcanzando 104,520 profesionistas, bajando al lugar 34.
El ranking de carreras con mayor nivel de desempleo del IMCO
arroja que en 2021 existe una tasa de desempleo de hasta 14.6% entre
los egresados de esta carrera, ocupando el primer lugar. Esta cifra
se encuentra diez puntos porcentuales arriba de la tasa de desempleo
nacional en el mismo año. Para 2022 se obtiene una mejora de manera
significativa al reducirse a 5%, ya a tan solo 1.6% con respecto a la tasa
de desempleo a nivel nacional en el mismo año (3.4%), colocándose
ahora en el lugar 25. En el Gráfico 6, se observa que la tasa de desem-
pleo de los egresados de la carrera se ha situado por encima de la tasa
de desempleo nacional en México.

Gráfico 6. Tasa de desempleo de la carrera de Ciencias Políticas

Lugar
25̊
Lugar

Lugar
Lugar 1̊
25̊

2018 2020 2021 2022

Fuente: elaboración propia a partir de (IMCO, 2022).

En México, 55% de los trabajadores se ocupan en alguna actividad


informal, la consecuencia de esto es un alto nivel de vulnerabilidad de
los trabajadores. La tasa de informalidad que se presenta en los poli-
tólogos es de 21.6% en 2018, ocupando el lugar 27. Para el año 2022,

223
esta cifra se incrementa en 2%, alcanzando un 23.6% de profesionistas
que se encuentran laborando en la informalidad, alcanzando de esta
forma el lugar 26. En el Gráfico 7 se observa que la tasa de desempleo
de los egresados de la carrera se ha situado por encima de la tasa de
desempleo nacional en México.

Gráfico 7. Informalidad de la carrera de Ciencias Políticas

Lugar
Lugar 26̊
27̊

Lugar
43̊ Lugar
45̊

2018 2020 2021 2022

Fuente: elaboración propia a partir de IMCO, 2022.

En lo que respecta a los ingresos promedio percibidos por los egresados


de las carreras en México, el IMCO genera la medición de salarios de
ingreso al mercado laboral. Los egresados de Ciencias Políticas cuentan
con un ingreso promedio en 2022 de 15,620 pesos, ocupando con esto
el cuarto lugar nacional. Con respecto al ingreso percibido en 2021 se
refleja un incremento de 16%, ocupando en ese año el lugar 14.
La tendencia que se observa en el sistema político respecto a la
necesidad de generar investigación en temas políticos, análisis de datos
para encuestas de opinión y financieros, desarrollo de teorías políticas,
diseño, implementación y evaluación de políticas públicas, análisis de
marcos normativos para el gobierno y el sector privado, metodologías
para la prospectiva para la toma de decisiones, diseño de escenarios y

224
tendencias políticas, económicas, sociales y electorales y sin olvidar la
generación de investigación para la publicación de productos editoria-
les llevara a incrementar la demanda de politólogos en México.

Gráfica 8. Salario promedio carrera de Ciencias Políticas

Lugar
Lugar 4̊
Lugar 14̊
14̊

2020 2021 2022


Fuente: elaboración propia a partir de IMCO, 2022.

En su mayoría los politólogos activos con actividades vinculadas a la


profesión laboran en el sector gubernamental. Conforme evolucione la
cultura de la profesionalización en el sector público, seguirán siendo ne-
cesarios para funciones como la evaluación del impacto de las políticas
públicas, la eficiencia de los servicios públicos, los efectos de los cambios
presupuestarios y las ventajas de la implementación de la nueva gestión
pública en las instituciones gubernamentales. Por otro lado, las organi-
zaciones de la sociedad civil (OSC), los partidos políticos, los grupos de
presión y de interés, los medios de comunicación y los sindicatos se han
visto en la necesidad de reclutar politólogos con la finalidad de lograr sus
objetivos, plasmando su filosofía en cada acción que lleven a cabo.

LA CIENCIA POLÍTICA ORGANIZADA EN MÉXICO

Como ya se ha observado, la ciencia política en México aún tiene un


largo camino por recorrer, no obstante, los esfuerzos que se han rea-

225
lizado son importantes para el para el desarrollo político del país. El
surgimiento de asociaciones, consejos o colegios dedicados a la ciencia
política son indicativas de la evolución de la disciplina en nuestro país.

La Asociación Mexicana de Ciencia Política (AMECIP)


Esta disciplina ha logrado un importante desarrollo y reconocimien-
to en México en los últimos años, prueba de ello es el nacimiento de
la Asociación Mexicana de Ciencia Política (AMECIP) en 2012. De
acuerdo con lo declarado por la misma AMECIP, es una asociación
con fines de promoción y desarrollo académico, que integra profesio-
nales e investigadores dedicados y especialistas que constituyen redes
de trabajo colaborativo a mediano y largo plazo en beneficio de la
investigación académica, la docencia y capacitación, la producción
de instrumentos que faciliten la toma de decisiones de funcionarios y
políticos y la generación de espacios de reflexión y diálogo para inci-
dir en la dinámica de gobierno. Para el desarrollo de sus actividades
se integra en una junta nacional, se le suma el trabajo de un vicepre-
sidente y quince secretarías, cuyos titulares son académicos-investi-
gadores reconocidos nacional e internacionalmente, provenientes de
distintas universidades y centros de investigación del país (AMECIP,
2021).
A pesar de que solo han transcurrido diez años desde su funda-
ción, cuenta con comités de representación en Aguascalientes, Baja
California, Baja California Sur, Ciudad de México, Chiapas, Coahui-
la, Durango, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Morelos,
Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, Quintana Roo, Sinaloa, Sonora, Tlax-
cala, Veracruz y Yucatán, y comités estudiantiles en Guerrero, Jalisco
y Tabasco (AMECIP, 2021). Su presencia tiene relevancia, ya que desde
el año 2013 realiza un congreso internacional en México, el cual tie-
ne como principal objetivo el de reunir a politólogos, investigadores,
docentes y estudiantes de ciencia política y disciplinas afines con el
fin de intercambiar reflexiones, investigaciones y posturas teóricas,

226
así como el de generar un espacio para la creación y consolidación de
redes de investigación a nivel local, nacional e internacional.
La Asociación, cuenta con la revista De Política, la cual hace su
primera publicación en el semestre julio–diciembre del año 2013. Es
una publicación semestral editada y distribuida por la AMECIP y tiene
un primer tiraje de 2000 ejemplares (AMECIP, 2021).
La AMECIP cuenta con seis convenios de colaboración celebrados
con instituciones de educación superior e institutos de investigación
(AMECIP, 2021):

4. Centro Universitario Euro-Americano/UNIEURO


5. Facultada de Filosofía, Ciências e Letras de Penápolis/FAFIPE
6. Instituto Electoral Ciudad de México/IECM
7. Universidad de Guadalajara
8. QuestionPro
9. Instituto de Estudios Legislativos del Estado de México

El Consejo Mexicano de Investigación en Ciencia Política (COMICIP)


El Consejo Mexicano de Investigación en Ciencia Política (COMICIP),
es una asociación civil que ha logrado articular a diversas instituciones
y académicos de la disciplina que, por sus diferencias generacionales,
presentan visiones y perspectivas distintas de la ciencia política. Los
académicos e instituciones que logran la fundación del COMICIP son
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universi-
dad Iberoamericana (UIA), la Universidad Autónoma Metropolitana
(UAM) y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).
De esta manera tres de las instituciones de educación superior pione-
ras en la promoción de la ciencia política mexicana logran fundar el
Consejo Mexicano de Investigación en Ciencia Política, A.C. (COMI-
CIP) en el mes de mayo de 2012 (COMICIP, 2021). El COMICIP busca
contribuir al desarrollo de la disciplina promoviendo la enseñanza,
difusión e investigación en las distintas vertientes.

227
La COMICIP se encuentra registrada como asociación internacio-
nal ante American Political Science Association (APSA). Asimismo,
tiene celebrados dos convenios de colaboración con el Centro de Es-
tudios Políticos y Constitucionales del Ministerio de la Presidencia de
España y la Sociedad Argentina de Análisis Político (COMICIP, 2021)
La trascendencia que tiene la institucionalización de esta ciencia va
más allá de la identificación de sus exponentes o la realización de eventos
como congresos o conferencias magistrales. La esencia de contar con un
gremio de politólogos organizados es el debate e intercambio de ideas
con sustento teórico, científico y metodológico que se puede alcanzar.
Asimismo, y derivado de que a la fecha no se encuentra fortalecido el ob-
jeto de estudio, la creación de líneas temáticas para su estudio y análisis
debe convertirse en una de las prioridades para la disciplina.

Asociación Nacional de Estudiantes de Ciencia Política y Administración Pública


La Asociación Nacional de Estudiantes de Ciencia Política y Adminis-
tración Pública se funda en 1994; es una asociación civil no lucrativa
conformada por estudiantes de las licenciaturas de Ciencia Política y
Administración Pública de 26 universidades del país. Es importante
señalar que existen otras organizaciones que pueden agrupar politólo-
gos en México, como la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales,
la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales y la Asociación
Mexicana de Estudios Parlam.

CONCLUSIONES
Para comprender la esencia de lo que es hoy día la ciencia política, es
necesario recordar los textos clásicos que han nutrido desde diver-
sos enfoques y miradas de dicho campo de estudio (Cuellar, 2007;
Guzmán, 2008; Cuellar, 2015), pues es este ejercicio el que permite
comprender la dimisión del debate y la disputa epistemológica por el
objeto de estudio. Como se sabe por parte de la comunidad académica
que se dedica o tiene afinidad con la enseñanza de la ciencia políti-

228
ca, cada uno de los autores clásicos, modernos y contemporáneos a
los cuales la disciplina se remite han aportado planteamientos sobre
el objeto de estudio, los campos temáticos, el quehacer de la ciencia
política, la identidad y autonomía de la misma, entre otros temas. Lo
anterior constituye todo un conglomerado de conocimientos que en la
actualidad no se puede ni se debe desconocer en lo que respecta a la
enseñanza de los politólogos.
Acorde con lo anterior, a pesar de lo joven que es esta ciencia en el
mundo de las ciencias sociales, se ha logrado apropiar, consolidar y de-
limitar –tanto en la teoría como en la práctica– un campo de estudio
propio, el cual se manifiesta en la construcción de campos, subcam-
pos y áreas presentadas en los apartados de este trabajo. Dicho campo
de estudio es producto de los diálogos generados entre cultores de la
disciplina cuyos acuerdos y desacuerdos han llegado a transformar y
generar asociaciones internacionales y nacionales en ciencia política.
Esto ha sucedido de acuerdo con la manera como individual y colec-
tivamente cada uno de los politólogos en el mundo ha lidiado con los
tres frentes de la institucionalización de la disciplina que se exponen
grosso modo en este trabajo.
Es importante señalar y aclarar que en todas las ciencias sociales el
conocimiento está en continuo movimiento. Por lo tanto, no se puede
considerar el saber producido en la disciplina como algo estático o
concluido, sino que a medida en que se desarrollan nuevos procesos
(sociales, políticos, culturales, económicos) se van generando nuevas
indagaciones e investigaciones en el campo o en las áreas de la discipli-
na que obedecen precisamente a los contextos11 en los que los investi-
gadores se desenvuelven.
Debe añadirse que todas estas proposiciones parten del supuesto
de que hay una plena armonía y relación entre los tres elementos tra-

11 Cuando se habla de contextos se hace referencia al entorno histórico, político, económico y social
en el que un investigador realiza sus pesquisas académicas. Así, cada saber en forma de nuevo
conocimiento obedece a un contexto determinado.

229
dicionales. Por otro lado, dichos trabajos en su mayoría han omitido
el hecho de que en Colombia aún no se ha logrado tener hegemo-
nía epistemológica o metodológica sobre su objeto de estudio. En el
mismo sentido, tampoco hay armonía o un diálogo entre las áreas de
formación y las de investigación, de modo que persisten, como se ha
indicado a lo largo del trabajo, más desacuerdos que acuerdos sobre lo
que es o no la ciencia política.
Este rasgo no es exclusivo de Colombia y la comunidad académica
no ha logrado establecer unos mínimos que den cuenta de qué se debe
enseñar, investigar o comprender como objeto de estudio de la ciencia
política. Como se señaló preliminarmente, el concepto de política que
subyace a la politología colombiana es difuso y vaporoso, por lo cual
el objeto y su definición epistemológica y metodológica aún están en
disputa respecto de otras ciencias sociales, desacuerdo al que le sub-
yacen un conjunto de tensiones de carácter endógeno y exógeno por
el prestigio, los recursos de investigación, la centralidad y el centralis-
mo, entre otros aspectos.
En este sentido, la institucionalización implica analizar no solo la
relación o los desarrollos en los tres elementos arriba descritos sino
también identificar cómo se han gestado dichos desarrollos en clave de
contexto, cómo se construyen y solucionan las tensiones con las otras
disciplinas de las ciencias sociales, cuáles son las disputas de carácter
epistemológico en la construcción del conocimiento ya sea social o
político como objeto de estudio de la ciencia política, y cómo se rela-
cionan los elementos de formación, investigación y comunidad. Este
trabajo ha pretendido hacer un aporte evidenciando que en el proceso
de institucionalización aún persiste un vacío relacional no abordado.
En la actualidad, la ciencia política circula en lo que se reconoce
como las dos caras de una misma moneda, expresión que tiene acogida
en gran parte del mundo. De hecho, la ciencia política dominante en
Estados Unidos, con perspectiva unívoca de cientificidad, ha tenido
una serie de contrarrespuestas por parte de aquellos que anhelan el

230
resurgir del pensamiento clásico, de la filosofía política materializa-
da en la teoría política. Asimismo, de los que transgreden el méto-
do científico y se piensan las ciencias sociales, dándole apertura a la
comprensión, a la interpretación, a lo histórico y, especialmente, a los
denominados saberes no científicos.
Desde diferentes perspectivas, el compromiso de los cultivadores
de la ciencia política es tratar de construir una visión compleja e in-
tegradora de la formación politológica. Se pretende que reconozca las
diferencias e intereses empíricos, los intereses prácticos y los intereses
crítico-emancipatorios, de manera que confluyan en una identidad di-
vergente pero consensuada del estudio de la ciencia política.
La apertura e integración de las disciplinas no puede ser un fenó-
meno apático para las vertientes y tendencias que se desenvuelven en
la ciencia política. De hecho, el proceso de integración no consiste en
la negación ontológica que constituye cada disciplina sino que, por el
contrario, es el reconocimiento de las ventajas y la superación de las
limitantes que se gestan en los procesos investigativos cuando se inte-
gran diferentes disciplinas y perspectivas que permiten abordajes mu-
cho más amplios del objeto de estudio. Por ende, la interdisciplinarie-
dad es el camino que se debe fortalecer para la formación politológica.
Hay que advertir que han sido diversos los avances de las disci-
plinas de las ciencias sociales en Colombia, las cuales han estado con-
dicionadas por la existencia de factores propios de los contextos que
propician dichas transformaciones. Sin embargo, en todas las épocas
las ciencias sociales han tenido una característica ineludible que tiene
que ver con su relación recíproca con la sociedad: transformar la rea-
lidad, partiendo del principio de comprenderla, explicarla. “Dichas
experiencias van a marcar profundamente los cambios que posterior-
mente se dieron en el sistema educativo colombiano y arrojaron im-
portantes aportes pedagógicos que, de una u otra manera, incidieron y
comenzaron a afectar la forma de enseñar las ciencias sociales” (MEN,
2001, p. 23).

231
Por supuesto, la ciencia política no es ajena a dichas transforma-
ciones al punto de que, después de su apertura en la década de 1970,
con sus modificaciones e incluso su primera ola de expansión, aque-
llas ocurren en concordancia con la venida de un nuevo ordenamien-
to político expresado en la Constitución Política de 1991. Igualmen-
te, las posteriores reformas y modificaciones en el régimen político
han tenido un impacto en la apertura o no de nuevos programas en el
proceso continuo de consolidación de la ciencia política colombiana,
como se ha procurado mostrar a lo largo del desarrollo del presente
trabajo.
En el caso específico de Colombia, si bien el esbozo hasta ahora
realizado y la presentación de las diferentes temáticas abordadas por
los estudios políticos o la politología colombiana no es exhaustiva,
por lo menos permite concluir tres ideas. La primera es que la dis-
ciplina se ha estructurado a partir de las variaciones epistemológicas
y metodológicas experimentadas por el conjunto de disciplinas de
las ciencias sociales, con las cuales se ha entrelazado históricamente.
Como correlato, la ciencia política está marcada por el peso que tie-
nen los enfoques pluralistas, genéricos, heterodoxos e híbridos en la
construcción de sus presupuestos epistemológicos. La segunda refie-
re a que un rasgo central de la disciplina en la actualidad es la extrema
diversificación temática, lo que se traduce en la incapacidad de esta
para definir sus fronteras a través del diseño de un enfoque particular
y dominante. En último término, debe señalarse que es una discipli-
na teórica y metodológicamente difusa.
Hay que añadir que, a pesar de lo anterior, la politología en el
país ha alcanzado un mediano grado de institucionalización y de reco-
nocimiento. Años atrás no ocupaba el mismo lugar que hoy tiene, al
que ha llegado de a poco, conquistando espacios gracias a su difusión
académica e investigativa. También se reconoce la aceptación de estu-
diantes, profesores e investigadores no solo nacionales sino también
foráneos que ven en el sistema político colombiano un campo fértil

232
para el desarrollo del conocimiento de los fenómenos políticos. Ha ga-
nado ascendencia y hoy se desarrolla en varias de las más prestigiosas
universidades del país. Esto, junto con el reconocimiento y el crédito
que ha alcanzado, materializado en el número de estudiantes y pro-
gramas existentes en el país, es un importante indicador no solo de la
relevancia de la disciplina sino del interés de una ciudadanía cada día
más comprometida e interesada en entender el quehacer y acontecer
político que suscitan los fenómenos político-sociales.
En términos de las ventajas, se destaca la independencia meto-
dológica respecto de los desarrollos de las escuelas anglosajonas que
subyace a la forma colombiana específica de estudiar los fenómenos
políticos. Este fue un factor determinante para que el campo de la
politología tuviera un crecimiento continuo e ininterrumpido durante
las últimas cuatro décadas. El distanciamiento del método científico
anglosajón posibilitó que, en el medio colombiano, se gestara una se-
paración frente a las reacciones generadas por la ciencia política con-
ductista (Sartori, 1991).
Lo que se intenta señalar es que, en el caso colombiano, la distan-
cia del ideal abstracto de rigor metodológico evitó que se cayera en la
tentación de expulsar del ámbito de la política la discusión sobre los
valores y los fines de esta. Por ello, permitió comprender fenómenos
políticos no cuantificables que vuelven legítimo o ilegítimo el ejercicio
del poder. Además, enseñó, de manera heterodoxa, a vincular el es-
tudio de la política con la dimensión histórica de las transformaciones
de la sociedad. Complementariamente, permitió evadir la crisis de
los paradigmas y todos los cuestionamientos que se hicieron acerca
de la incapacidad mostrada por el paradigma positivista de la ciencia
política. Esto permitió producir un efectivo conocimiento de los fe-
nómenos políticos, debido a su empeño por alcanzar un conocimiento
absolutamente preciso y cuantificable de la vida social.
En términos de los problemas, la forma de estudiar los fenómenos
políticos ha generado, en su mayoría, una crisis de identidad, identi-

233
ficación y ubicación del objeto de la disciplina como tal. En primer
lugar, porque el carácter polisémico del objeto de estudio en el con-
texto de la amplia diversidad temática que caracteriza a Colombia se
triza y se convierte en un campo fractal difícil de nombrar, como se ha
podido entrever a lo largo de este trabajo. La concepción de la política
como todo aquello que tiene que ver con el Estado y sus instituciones,
o como todo aquello referido al origen, la estructura, la función y los
fundamentos del poder, o como aquello conformado por los procesos
sociales que, de una manera u otra, involucran decisiones colectivi-
zadas, hace que el concepto de política que subyace a la politología
colombiana sea difuso y vaporoso.
En segundo lugar, porque también han existido desarrollos de es-
caso rigor metodológico que han conducido a una profunda banaliza-
ción del campo disciplinar de la ciencia política. Como lo afirma Mu-
rillo (2013), no cabe duda de que esta disciplina se caracteriza por la
mezcla imprecisa entre la profusión de profesionales con una base sóli-
da de recursos teóricos y metodológicos, y la aparición y dispersión de
opiniones ligeras y proyectos de investigación instrumentalizados por
las necesidades circunstanciales y cambiantes de tantos interlocutores
que requieren de servicios políticos profesionales.
Por último, una de las ventajas de esa distancia de la que se ha ha-
blado anteriormente en el caso colombiano, con esa definición clásica
de la ciencia política como aquella forma de conocimiento empírico
que se ocupa de los fenómenos políticos, ha permitido que algunos
sectores de la comunidad académica avancen en dirección a abordar
de manera distinta los fenómenos políticos. Lo anterior no significa
desde ningún punto de vista que el debate haya sido completamente
superado, sino que existen importantes aproximaciones al pluralismo
metodológico, teórico e ideológico que la complejidad del contexto le
exige a esta disciplina.
En todo caso, persisten algunos elementos problemáticos que,
si bien no son el objeto de este trabajo, al menos vale la pena enun-

234
ciarlos. Uno de ellos es el de definir la ciencia política como co-
nocimiento empírico, pues eso supone condenarla a la descripción
de lo que existe. ¿Y lo que aún no existe?, ¿y lo que está oculto
detrás de tramas discursivas mediadas por intereses y relaciones de
poder?, ¿eso que la pura observación empírica no alcanza a detectar
no existe?, ¿eso no le interesa a la ciencia política? De otro lado, la
validez de las teorías científicas no puede residir en la comprobación
empírica, pues, como se sabe desde Popper (1968), la ciencia nunca
puede llegar a demostraciones de verdad definitivas (comprobación),
tan solo a falsaciones de las teorías alternativas. A propósito de esto,
es muy conocida la siguiente afirmación suya: “Por muy numerosos
que sean los casos de cisnes blancos que podemos haber observado,
eso no justifica la conclusión de que todos los cisnes son blancos”
(Popper, 1968, p. 27).
De hecho, la afirmación solo es válida para el pasado, así como la
aseveración según la cual “todos los primeros ministros británicos son
varones”. Al no valer para el futuro en tanto que siempre es posible
encontrar un cisne negro o una primera ministra, ella no presenta el
carácter de universalidad exigido a la ley científica. Si se acepta este
punto de vista que es bastante compartido en la comunidad científica,
el término “comprobación” es desterrado del lenguaje científico, sus-
tituyéndolo por otros términos diferentes (verbigracia, control, test,
corroboración) que remiten solo a la operación de «someter a control
empírico» sin dar indicaciones sobre su resultado. En este sentido, la
comprobación empírica jamás podrá abarcar la totalidad de los casos
posibles de un objeto de estudio y los postulados científicos no serían
válidos si de comprobación empírica se tratara.
Si bien se entiende la no valoración como una condición histórica-
mente deseable, en el caso de las ciencias sociales en general y en el de
la ciencia política en particular también se comprende su imposibilidad
real en tanto que los politólogos y los científicos son seres humanos. En
tal sentido, todo juicio que se emite sobre la realidad supone una valo-

235
ración. A este respecto, merece recordarse a Feyerabend (1975) cuando
dice que, si “la mesa es marrón” (p. 89), juicio empírico por excelencia, se
está implícitamente afirmando que, si las condiciones de la luz permiten
apreciar el color del objeto, y si la visión se encuentra en buenas condi-
ciones, entonces la mesa es marrón. De esta manera, si fuera por dichos
criterios se tendría que descartar toda la filosofía, por lo menos desde
Platón hasta Marx, por inaplicable o, en el caso de la operacionalidad,
porque en la práctica las cosas no resultan como se esperaba en la teoría.
Luego de medio siglo de nacimiento, constitución y transforma-
ción, se observa una institucionalización de la ciencia política en Co-
lombia, se encuentra que los procesos investigativos no se resumen en
contabilizar datos y que la formación académica no redunda exclusi-
vamente en las instituciones de educación superior. Por el contrario,
también está presente en tanques de pensamiento, pues, como se ob-
servó preliminarmente, varios de ellos han aportado a la construcción
de procesos formativos, principalmente en posgrado. En el mismo
sentido, puede decirse que actualmente existen demarcadas unas lí-
neas de investigación y unas áreas de formación académica por las que
transita la ciencia política en el país, las cuales a veces parecen no tener
armonía o diálogo. A su vez, aunque existen unas revistas, muchas
de ellas indexadas, donde los grupos de investigación, concentrados
básicamente en el centro de Colombia, publican y están avalados o
patrocinados por Colciencias (2014), también hay regiones del país en
las que se están generando procesos investigativos no necesariamen-
te avalados por Colciencias. Solo por dicha razón esos grupos tienen
enormes dificultades para publicar sus avances y sus investigaciones.
Con todo esto, lo anterior busca indicar que, en el caso de la cien-
cia política en Colombia, cuando se habla de institucionalización se
señala que se sostiene sobre tres elementos: a) formación/docencia,
b) investigación/producción académica y c) profesionalización/comu-
nidad académica. Sin embargo, como se ha observado, quienes han
trabajo al respecto se han enfocado en abordar uno de estos tres ele-

236
mentos o una combinación de al menos dos de los mismos (Bulcourf
y Vázquez, 2004; Altman, 2005; Barrientos, 2009; Leyva et al., 2013;
Duque, 2015; Cuellar y Caicedo, 2015). Desde esa perspectiva, cuan-
do se indaga si hay o no un proceso de institucionalización de la ciencia
política en Colombia suele afirmarse que sí existe o que está en cami-
no de consolidación. Incluso, algunos consideran que dicho proceso ya
se concluyó; pese a ello, en este trabajo hemos procurado indicar que
tal afirmación debe ser reconsiderada.
Hay que reconocer acá la posibilidad de que la disciplina en Co-
lombia goce de una orientación politológica. Esto no significa que sea
propiamente disciplinar, sino que se pretende que, incluso, avance ha-
cia una transversalidad o transdisciplinariedad como parte del escena-
rio sobre el que se asientan los politólogos y las politólogas. He aquí el
porqué se pone en cuestión que la orientación de la disciplina en cada
uno de los programas de pregrado se deba únicamente a la formación
profesional de los profesores de planta, sin tenerse en cuenta múltiples
aspectos como los que se han planteado a lo largo del texto.
Más aún, es importante que no se conciba la posibilidad de que en
esas escalas de orientación disciplinar tanto politológica como trans-
versal existan niveles o grados intermedios que connoten diferentes
procesos de interdisciplinariedad. Incluso el análisis podría replicarse
de la misma manera en el variado corpus de las ciencias sociales. Por
ello, conviene preguntarse si la sociología, la historia, el derecho,
la economía, la comunicación social o el periodismo… no estarían
afectados por el mismo dilema.
Al respecto, el nivel de generalidad que implica dicho interro-
gante supone desconocer la posibilidad de particularidades relevantes
en el análisis, sin diferenciar, incluso sin intentar comparar, casos de
análisis en específico. De ahí que se deba (re)conocer tanto la exis-
tencia de elementos identitarios o cohesionadores como diferencia-
dores o distanciadores entre los programas de pregrado en ciencia
política de las universidades del país –o entre universidades públicas,

237
en caso de que resultase un impase hacerlo entre una pública y una
privada–. La pretensión es (re)pensar su orientación disciplinar en
términos politológicos o transversales.
De igual manera, las reflexiones adelantadas sobre las diferentes
categorías de análisis (disciplinariedad, interdisciplinariedad, trans-
disciplinariedad, modalidades o niveles de interdisciplinariedad, entre
otras) han constatado la importancia de subrayar el carácter de estas
como procesos, relaciones y actuaciones de cooperación, coordina-
ción y colaboración entre y con las distintas disciplinas que interven-
gan o integren el campo de las ciencias sociales. En este sentido, se
reitera que en la interdisciplinariedad yace implícito su carácter de
proceso y guía de acción para tratar cuestiones de gran envergadura
no susceptibles de ser respondidas en el marco de la disciplinariedad.
Antes que una imposición, estas resultan de un acuerdo entre la prác-
tica y las experiencias reales del trabajo en equipo. De ser así, no se
estaría hablando propiamente de una transdisciplinariedad en el caso
de la ciencia política colombiana, sino de una multidisciplinariedad o
pluridisciplinariedad.
En este sentido, se comprende que tanto la transdisciplinariedad
como la disciplinariedad no necesariamente están cruzadas o supe-
ditadas a la formación profesional de los encargados de formar a las
generaciones de politólogos y politólogas. Lo mismo acontece con
quienes ostentan el título académico de los profesores de planta de
los diferentes programas de pregrado en ciencia política.
En últimas, estas dinámicas son reflejo de los retos y desafíos
que tiene la comunidad académica por establecer redes de comuni-
cación y generar espacios sociales para la difusión, la divulgación,
el diálogo y la crítica sobre los procesos y resultados de la actividad
académica. Se pretende que la información fluya, que existan cana-
les de interacción estables y permanentes, de manera que se susciten
diálogos y debates orientados a validar e incrementar los conoci-
mientos expuestos.

238
A manera de colofón se dejan las anteriores líneas para que se
genere crítica, discusión y mejora tanto en la comunidad académica
como en los diferentes espacios en los que se teoriza sobre el devenir
de este campo académico, en pro de su consolidación y fortaleci-
miento. Con ello se aspira gestar una constante mejoría en la ciencia
política colombiana.

REFERENCIAS

Ackerman, B. (1980). Social Justice in the Liberal State. Yale University Press.
Adorno, T. (1973). Sobre la metacrítica de la teoría del conocimiento. Estudios sobre Husserl
y las antinomias fenomenológicas. Ediciones Planeta-Agostini.
Alarcón Olguín, V. (2012). La Ciencia Política Mexicana. Reflexiones sobre su pa-
sado, presente y porvenir. Revista de Ciencia Política, 50(1), 31-57.
Alcántara, M. (1993). Cuando hablamos de ciencia política, ¿de qué hablamos? Re-
vista mexicana de sociología, 55(4), 147-178.
Altman, D. (2005). La institucionalización de la ciencia política en Chile y América
Latina: una mirada desde el sur. Revista de Ciencia Política, V(25), 3-15.
Almond, G. (1999). Nubes, relojes y el estudio de la política. En G. Almond, Una
disciplina segmentada. Escuelas y corrientes en las ciencias políticas, FCE.
Almond, G., Powell, G. y Mundt, R. (1973). Crisis Choise and Change. Historical
Studies of Political Development. Little, Brown and Company.
Almond, G., Powell, G. y Mundt, R. (1993) Comparative Politics: a Theoretical Fra-
mework. HarperCollins College Publishers
Almond, G. y Powell, G. (1966). Política comparada, una concepción evolutiva. Paidós.
Almond, G., y Sidney V. (1963). The Civic Culture. Political Attitudes and Democracy in
Five Nations. Sage.
Alonso, M. (2002). Los avances, los retos y la crisis de nuestro campo de conocimien-
to: reflexiones oblicuas sobre el panorama de la ciencia política en Antioquia.
En A. Roth y L. Córdoba (comp.), La ciencia política en la Universidad del Cauca.
AMECIP. (2020). Asociación Mexicana de Ciencia Política. Obtenido de https://
www.amecip.com/

239
AMECIP. (2021). Asociación Mexicana de Ciencia Política. Obtenido de https://
www.amecip.com/
Amorin, O. y Santos, F. (2005). La ciencia política en Brasil: el desafío de la expan-
sión. Revista de Ciencia Política, 25(1), 101-110.
ANUIES. (2022). Anuarios Estadísticos de Educación Superior. Obtenido de: http://
www.anuies.mx/informacion-y-servicios/informacion-estadistica-de-edu-
cacion-superior/anuario-estadistico-de-educacion-superior
Apter, D. (1996). Comparative politics, old and new. En R. Goodin y H. Klingeman
(eds.), A New Handbook of Political Science (pp. 372-400). Oxford University Press.
Aristóteles. (2011). Política. Madrid: Espasa.
Arato, A. y Cohen J. (1992). Civil Society and Political Theory. Mit Press.
Arendt, H. (1951). Los orígenes del totalitarismo. Taurus.
Asociación Colombiana de Ciencia Política [ACCPOL]. (2014). Accpol.org. Http://
www.accpol.org/revistas-cientificas-ciencia-politica.htm
Barrientos del Monte, F. (enero-abril de 2013). La Ciencia Política en América La-
tina. Una breve introducción histórica. Convergencia, 20(61), 105-133.
Baquero, S. y Barrero, F. (2014). Los retos de la ciencia política en Colombia. Ibe-
roamericana, 191-195.
Barber, B. (1984). Strong democracy: participatory politics for a new age. University of
California Press.
Batlle, A. (1992). Diez textos básicos de ciencia política. Editorial Ariel.
Barrientos, F. (2009)La ciencia política en América Latina. Apuntes para una his-
toria (estructural e intelectual) de la disciplina en la región. Seminario de in-
vestigación del área de ciencia política y de la administración de la Universidad de
Salamanca [seminario]. Instituto Italiano di Scienze Umane, Universidad de
Florencia, Italia.
Barrientos, F. (2012). La institucionalización de la ciencia política en América Lati-
na. F. Revelez y U. Valdés (eds.), La ciencia política en México hoy. ¿Qué sabemos?
Plaza y Valdés.
Barry, B. (1996). Political theory, old and new. En R. Goodin y H. Klingeman
(eds.), A New Handbook of Political Science (pp. 531-549). Oxford University
Press.

240
Bartolini, S. (1994). Metodología de la investigación política. En G. Pasquino (comp.),
Manual de ciencia política (pp. 39-78). Editorial Alianza.
Baudrillard, J. (1970). La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras. Siglo XXI
Editores.
Benhabib, S. (2002). The Claims of Culture. Equality and Diversity in the Global Era.
Primceton University Press.
Bentham, J. (1780). An Introduction to the Principles of Morals and Legislation. Bentham
Project.
Bentley, A. (1949): The Process of Government. A Study of Social Pressures. Principia Press.
Bethke, E. (1986). Public Man, Private Woman: Women in Social and Political Thought.
Princeton University Press.
Bejarano, A. y Wills, M. (2005). La ciencia política en Colombia: de vocación a
disciplina. Revista de ciencia política, 25(1) 111-123.
Black, G. (1970). A Theory of Professionalization in Politics. American Political
Science Review, 64(3), 865-878.
Bokser, J. (1999). El estado actual de la Ciencia Política. En M. Merino, La Ciencia
Política en México. México: Fondo de Cultura Económica.
Bourdieu, P. (2003). Los usos sociales de la ciencia. Nueva Visión Argentina.
Bourdieu, P. (2009). Intelectuales, política y poder. Eudeba.
Bourdieu, P. (2008). Homo academicus. Siglo XXI Editores.
Bulcourf, P. y Vázquez, J. (2004). La ciencia política como profesión. Postdata,
V(25), 225-304.
Bulcourf, P. (2007). Las nieves del tempo plantearon mi sien. Reflexiones sobre la
historia de la ciencia política en la Argentina. Sociedad global. Revista de Rela-
ciones Internacionales y Ciencias Políticas, 1(1), 7-35.
Bulcourf, P. (2012). El desarrollo de la ciencia política en la Argentina. Ciencia Po-
lítica, 50(1), 59-92.
Bulcourf, P. (2014). El desarrollo de la ciencia política en Argentina, Brasil y Mé-
xico: construyendo una mirada comparada. Anuario Latinoamericano Ciencias
Políticas y Relaciones Internacionales, 1, 155-184.
Bulcourf, P. y Cardozo, N. (2014). El desarrollo de la ciencia política en Ar-
gentina, Brasil y México. Construyendo una mirada comparada. Anuario

241
Latinoamericano Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, 155 -184.
Caicedo, J. Baquero, S. y Cuellar, J. (2015). Una ciencia política transdisciplinar en
Colombia. Civilizar, (17), 109-124.
Caicedo, J. (2015). Hacia una ciencia política transversal en Colombia. En J. Cue-
llar y J. Caicedo, ¿Hacia dónde va la ciencia política? Reflexiones sobre la disciplina
en Colombia (pp. 39- 62). Sello Editorial Universidad del Tolima.
Campbell, A., Converse, P., Miller, W. y Stokes, D. (1960). The American Voter.
University of Chicago Press.
Cansino, C. (2008). La muerte de la ciencia política. Suramericana.
Cardona, F. y Suárez, L. (2009). La ciencia política, ciencia noética del orden.
Colombia Internacional, (72), 111-132.
Cardoso, F. y Faletto, E. (1977). Dependencia y desarrollo en América Latina. Siglo XXI Ed.
Casas, A. (2013). Una mirada comparada a la institucionalización y la construcción
de asociaciones de ciencia política. En S. Leyva, La ciencia política en Colombia:
¿una disciplina en institucionalización? Eafit.
Chase-Dunn, Ch. (1995) The Historical Evolution of the International Political Economy.
Edward Elgar Publishing.
Colciencias. (2014). Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e In-
novación. Modelo de medición de grupos de investigación, desarrollo tec-
nológico o de innovación y de reconocimiento de investigadores del Sistema
Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación. Colciencias. http://www.
Colciencias.Gov.Co/Sites/Default/Files/Ckeditor_Files/Files/Documen-
to% 20 medici%C3%93n% 20 grupos%20 -% 20 investigadores% 20 versi%-
C3%93n%20final%2015%2010%202014%20(1).pdf
Collier, D. (1994). El método comparativo: dos décadas de cambio. En G. Sartori
y L. Morlino (eds.), La comparación en las ciencias sociales (pp. 51-80). Editorial
Alianza.
Collier, D. y Levitsky, S. (1998). Democracia con adjetivos, innovación conceptual
en la investigación comparativa en la política. Revista de estudios sobre el Estado
y la sociedad, (4), 137-160.
Colomer, J. (1995). La política en Europa. Introducción a las instituciones de quince países.
Editorial Ariel.

242
Colomer, J. (2004). Political Science is Going Ahead (by Convoluted Ways). Ameri-
can Political Science Association, 37(4), 793-794.
COMICIP. (2021). Consejo Mexicano de Investigación en Ciencia Política. Obte-
nido de http://www.comicip.org.mx/
CONACYT. (2020). Marco de Referencia para la Renovación y Seguimiento de
Programas de Posgrado Presenciales. Ciudad de México: CONACYT.
CONACYT. (2022). Archivo Histórico del SNI. Obtenido de https://conacyt.mx/
sistema-nacional-de-investigadores/archivo-historico/
Connolly, W. (1988). Political theory and modernity. Cornell University Press.
Costain, A. (1992). Inviting Women’s Rebellion: A Political Process Interpretation of the
Women’s Movement. Johns Hopkins University Press.
Cotarelo, R. (1989). La transición democrática española. Editorial Sistema Madrid.
Cuellar, J. (2007). Un diagnóstico a la enseñanza de la ciencia política en Colombia.
Civilizar, 7(13), 265-294.
Cuellar, J. (2012). La enseñanza de la ciencia política en Colombia. En J. Ramon,
La enseñanza de la ciencia política en Iberoamérica. Universidad de La Patagonia.
Cuellar, J. y Caicedo, J. (2015). ¿Hacia dónde va la ciencia política? Reflexiones sobre la
disciplina en Colombia. Sello editorial Universidad del Tolima.
Cuellar, J. (2015a). La ciencia política en Colombia: ¿un desarrollo disciplinar?
Marco institucional, disciplinar y social. En J. Cuellar y J. Caicedo, ¿Hacia
dónde va la ciencia política? Reflexiones sobre la disciplina en Colombia. Sello Edito-
rial Universidad del Tolima.
Cuellar, J. (2015b). Ciencia política: ¿una cuestión disciplinar? Semillero de inves-
tigación. Capítulo anexo: II encuentro nacional de programas y facultades de
ciencia política. En J. Cuellar y J. Caicedo, ¿Hacia dónde va la ciencia política?
Reflexiones sobre la disciplina en Colombia (pp. 189-221). Sello Editorial Univer-
sidad del Tolima.
Cuellar, J. Caicedo, J. y Baquero, S. (2015). Una ciencia política transdisciplinar
en Colombia. Civilizar
Chilcote, R. (1994). Theories of Comparative Politics: the Search for a Paradigm Reconsi-
dered. Westview Press,
Dahl, R. (1964). El método conductista en la ciencia política (epitafio para un monumen-

243
to erigido a una protesta con éxito). Revista de Estudios Políticos, (134), 85-110.
Dahl, R. (1961). ¿Quién gobierna? Democracia y poder en una ciudad estadounidense. Yale
University Press.
Dahl, R. (1991). La democracia y sus críticos. Paidós.
Del Águila, R., De Gabriel, J., Vallespín, F., Taibo, C., Gallego, M., García, E. y
otros. (2008). Manual de Ciencia Política. Trotta.
Devine, F. (1997). Towards a Classless Society?. Manchester University Press.
Derrida, J. (1975). La diseminación. Editorial Fundamentos.
Dogan, M. (1996). Political Science and the Other Social Sciences. En R. Goodin y H.
Klingemann, A New Handbook of Political Science. Oxford University Press.
Downs, A. (1957). An Economic Theory of Democracy. Harper.
Dunleavy, P. y Leary, B. (1987). Theories of the State: The Politics of Liberal Democracy.
Macmillan Education.
Duque, J. (2013). Tres momentos de la institucionalización de la enseñanza de la
ciencia política en Colombia 1968-2012. Papel Político, (18), 15-55.
Duque, J. (2014). La ciencia política en Colombia. Análisis de los planes de estudio,
sus áreas y sus énfasis. Papel Político, 77- 411.
Duque, J. (2015). La ciencia política en Colombia. La construcción de una comunidad aca-
démica. Editorial Universidad del Valle.
Duverger, M. (1959). Instituciones políticas y derecho constitucional. FCE.
Duverger, M. (2001). Los partidos políticos. Fondo de Cultura Económica.
Dworkin, R. (2006) Is Democracy Possible Here? Principles for a New Political Debate.
Princeton University Press.
Easton, D. (1953). The Political Systems: an Inquiry into the State of Political Science.
Knopf.
Easton, D. (1965). A Systems Analysis of Political Life. John Wiley & Sons New York.
Easton, D. (1992). Categorías para el análisis sistémico de la política. En Diez textos
de Ciencia Política (pp. 221-230). Editorial Ariel.
Easton, D. (2006). Esquema para el análisis político. Amorrortu.
Eckstein, H. y Apter, D. (1963). A Perspective on Comparative Politics, Past and
Present. En H. Eckstein y D. Apter (eds.), Comparative Politics (pp. 3-32). Free
Press.

244
Elster, J. (1985). Una introducción a Karl Marx. Siglo XXI Editores.
Erikson, E. (1968, 1974). Identidad, juventud y crisis. Paidós.
Escobar, A. (1985). Discourse and Power in Development: Michel Foucault and
the Relevance of his Work to the Third World. Alternatives, 3(10), 377- 400.
Evans, P. (1985). Bringing the State back In. Harvard University Press.
Farr, J., Ball, T., Donnelly, J., Dryzek, J., Gunn, J., Gunnell, G. (1999). La ciencia
política en la historia. Programas de investigación y tradiciones políticas. Istmo.
Figueroa, P., Morales, M. y Navarrete, B. (2005). La ciencia política en Chile y el
estado de su docencia. Revista Estudios Sociales, (116), 25-52.
Foucault, M. (1968) Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas.
Siglo XXI Editores.
Fortou, J., Leyva, S., Preciado. A. y Ramírez, M. (2013). Ciencia política en Co-
lombia: una revisión de la literatura sobre el estado e historia de la disciplina
en el país. En S. Leyva (ed.), La ciencia política en Colombia, ¿una disciplina en
institucionalización?? Colciencias.
Foweraker, J. (1995). Theorizing Social Movements, Critical Studies on Latin America.
Pluto Press.
Frank, A. (1967). Capitalism and Underdevelopment in Latin America: Historical Studies
of Chile and Brazil. Monthly Review Press.
Freud, S. (1978). Obras completas. Amorrortu Editores.
Galston, W. (1991). Liberal Purposes: Goods, Virtues, and Diversity in the Liberal State.
Cambridge University Press.
Gamson, W. (1990). The Strategy of Social Protest. Dorsey Press.
Garcé, A. (2005). La ciencia política en Uruguay: un desarrollo tardío, intenso y
asimétrico. Revista de Ciencia Política, 25(1), 232-244.
García Canclini, N. (1995). Consumidores y Ciudadanos. Editorial Grijalbo.
Gomá, R. y Subirats, J. (1998). Políticas públicas en España : contenidos, redes de actores
y niveles de gobierno. Editorial Ariel.
Goodin, R. y Klingemann, H. (1996). A New Handbook of Political Science. Oxford
University Press.
Goodin, R. (2010). The Oxford Handbook of Political Science. Oxford University
Press.

245
Goodin, R. (2012). Political Science and Institution Building: Oxford in Comparative
Perspective.
Gómez, B. (2008). La ciencia política en el Perú: el inicio de su institucionaliza-
ción. Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, (24), 41-55.
Gonzales, L. (2006.). La pedagogía crítica de Henry A. Giroux. Revista Electrónica
Sinéctica, (29), 83-89.
Gunnell, J. (1983). Interpretation and the History of Political Theory: Apology and
Epistemology. The American Political Science Review, 76(2), 317-327.
Guttman, A. (2001). La educación democrática. Una teoría política de la educación. Paidós.
Gunnell, J. (1999). La declinación del Estado y los orígenes del pluralismo esta-
dounidense. En J. Farr, J. Dryzek y S. Leonard (eds.), La ciencia política en la
historia: programas de investigación y tradiciones políticas (pp. 35- 60). Itsmo.
Guzmán Mendoza, C.E. (2008). La política como objeto de reflexión. Revista de
derecho, V (30), 268-298.
Hawes, G. (2009, del 12 al 23 de noviembre). Las disciplinas, las profesiones y su
enseñanza. Programa de diplomado en docencia universitaria [seminario]. Univer-
sidad de Chile, Santiago de Chile, Chile.
Harto, F. (2005). Ciencia y teoría políticas contemporáneas: una relación problemática.
Trotta.
Hempel, J. (1965). Aspects of Scientific Explanation. Free Press New York.
Heywood, A. (1994). Political Ideas and Concepts: an introduction. Macmillan.
Hobbes, T. (1980). Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y
civil. FCE.
Immergut, E. (1998). The Theoretical Core of the New Institutionalism. Politics &
Society, 26(1), 5-34.
Huntington, S. (1968). El orden político en las sociedades en cambio. Paidós.
IMCO. (2022). Compara Carreras. Obtenido de https://imco.org.mx/compara-
carreras/
Inglehart, R. (1991). El cambio cultural en las sociedades industriales avanzadas. Siglo
XXI Editores.
Jessop, B. (1990). State Theory: Putting Marxist Theories and Methods. New York Uni-
versity Press.

246
Jenkins-Smith, H. (1990). Democratic Politics and Policy Analysis. Pacific Grove,
Brooks/Cole.
Johnson, J. y Joslyn, R. (1995). Political Science Research Methods. Congressional
Quarterly.
Jordana, J. (2009). Examinando las redes de actores en el análisis de las políticas
públicas: debate teórico y técnicas cuantitativas. Gestión y Análisis de Políticas
Públicas, (1), 9-15.
Kaplan, M. (1989). La investigación en ciencias humanas y sociales en la univer-
sidad latinoamericana. Boletín mexicano de derecho comparado, nueva serie, XXII
(65), 449- 496.
Katznelson, I. (1997). Structure and Configuration in Comparative Politics. En M.
Lichbach, y A. Zuckerman (eds.), Comparative Politics: Rationality, Culture and
Structure. Cambridge University Press.
Kelsen, H. (2006). ¿Una nueva ciencia de la política? Réplica a Eric Voegelin. Kats Ed.
Key, V. y Munger, F. (1959). Social Determinism and Electoral Decision: the Case
of Indiana. Readings in Political Parties and Pressure Groups (pp. 366 -384). Crowe-
ll Comp.
King, G., Keohane, R. y Verba, S. (2000). El diseño de la investigación social. La infe-
rencia científica en los estudios cualitativos. Editorial Alianza.
Kuechler, M. y Dalton, R. (1992). Los nuevos movimientos sociales. Revista bibliográ-
fica de geografía y de ciencias sociales.
Kymlicka, W. (1989). Liberalism, Community and Culture. Clarendon Press.
Lacan, J. (2005). El triunfo de la religión: precedido de discurso a los católicos. Paidós.
Laclau, E. y Mouffe, Ch. (1985). Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical
Democratic Politics. Verso.
Laitin, D. (2004a). The Political Science Discipline. En E. Mansfield y R. Sisson,
Democracy, Autonomy and Conflict in Comparative and International Politics (pp. 11-
40). Ohio State University Press.
Laitin, D. (2004b). Whither Political Science? Reflections on Professor Sar-
toris’ claim that American Type Political Science…is going nowhere. It
is an ever growing giant with feet of clay. Political Science & Politics, 37(4),
789 -791.

247
Lamo de Espinosa, E. (1993). El relativismo en sociología del conocimiento. En
Política y Sociedad, (14 -15), 21- 33.
Lane, J. y Ersson, S. (1994). Comparative Politics. An Introduction and New Approach.
Polity Press-Blackwell Publishers Ltda.
Lasswell, H. y Lerner, D. (1951). The Policy Sciences: Recent Developments in Scope and
Method. Stanford University Press.
Lasswell, H. (1956). The Decision Process: Seven Categories of Functional Analysis. Uni-
versity of Maryland Press.
Lazarsfeld, P., Berelson, B. y Gaudet, H. (1948) The People’s Choice How the Voter
Makes Up his Mind in a Presidential Campaign. Legacy Edition Columbia Uni-
versity Press.
Leal, F. (1988). La profesionalización de los estudios políticos en Colombia. Análi-
sis Político, (3), 49- 62. https://revistas.unal.edu.co/index.php/anpol/article/
view/73978
Lechner, N. (1995). Nexos, sociedad, ciencia y literatura S. A. http://www.nexos.com.
mx/?P=7638
Leiras, M., Medina, J. y D´Alessandro, M. (2005). La ciencia política en Argentina:
el camino de la institucionalización dentro y fuera de las aulas universitarias.
Revista de Ciencia Política, 25(1), 76 -91.
Leftwich, A. (2004). The Political Approach to Human Behaviour People, Resour-
ces and Power. En A. Leftwich, G. Peters, P. Nicholso, A. Callinicos, B.
Crick, A. Weale et al., What is a Politics? The Activity and Study. Basil Blackwell.
Lehmbruch, G. (1977). Liberal Corporatism and Party Government. Comparative
Political Studies, 10(1), 91-126.
León, A. (2013). La ciencia política en Colombia. Dinámica de cambio e institucionaliza-
ción profesional. Trabajo inédito.
Leyva, S., Fortou, J., Preciado, A., Ramírez, M., Muñoz, P., Duque, J. et al.
(2013). La ciencia política en Colombia: ¿una disciplina en institucionalización? Aso-
ciación Colombiana de Ciencia Política.
Leyva, S. y Ramírez, M. (2015). La ciencia política en Colombia: una disciplina en
continua expansión. Revista de Ciencia Política, (35) 71-94.
Lichbach, M., y Zuckerman, A. (1997). Comparative Politics: Rationality, Culture and

248
Structure. Cambridge University Press.
Lindblom, Ch. (1965). The Intelligence of Democracy. Free Press.
Lindblom, Ch. y Woodhouse, E. (1993). The Policy-making Process. Prentice Hall.
Linz, J. y Valenzuela, A. (1997). Las crisis del presidencialismo. Editorial Alianza.
Lijphart, A. (1977). Democracy in Plural Societies: A Comparative Exploration. Yale Uni-
versity Press.
Lijphart, A. (1971). Comparative Politics and the Comparative Method. American
Political Science Review, 65(3), 682-93.
Lijphart, A. y Crepaz, M. (1991). Corporatism and Consensus Democracy in Eigh-
teen Countries: Conceptual and Empirical Linkages. British Journal of Political
Science, 21(2), 235-246.
Lijphart, A. (1994). Electoral Systems and Party Systems: A Study of Twenty-seven Demo-
cracies. 1945-1990. Oxford University Press.
Lijphart, A. y Waisman, C. (1996). Institutional Design in New Democracies. Wes-
tview.
Lipset S. y Rokkan, S. (1967). Cleavage Structures, Party Systems and Voter Alig-
nments: An Introduction. En S. Lipset y S. Rokkan (eds.), Party Systems and
Voter alignments: cross-national perspectives. Free Press.
Lipset S. (1992). El hombre político: las bases sociales de la política. Eudeba.
Loaeza, S. (2005). La ciencia política: el pulso del cambio mexicano. Revista de
Ciencia Política, 25(1), 192-203.
Losada, R. (2004). Reflexiones sobre el estado actual de la ciencia política en Co-
lombia. Papel Político, 9-27.
Losada, R. y Casas, A. (2008). Enfoques para el análisis político. Historia, epistemología
y perspectivas de la ciencia política. Pontificia Universidad Javeriana.
Losada, R. y Casas, A. (2011). ¡Enhorabuena! Una breve aclaración a propósito de
la discusión sobre el objeto de estudio de la ciencia política. Colombia Interna-
cional, 145-159.
Lowi, Th. (1996). Políticas públicas, estudios de caso y teoría política. En L. Agui-
lar, La hechura de las políticas públicas (pp. 89-117). Miguel Ángel Porrúa.
Lyotard J. (1987). La posmodernidad explicada a los niños. Ed. Gedisa.
MacIntyre, A. (1981). After Virtue. University of Notre Dame Press.

249
Mackie, T. y Marsh, D. (1997). El método comparado. En D. Marsh, David y G.
Stoker (eds.), Teoría y métodos de la ciencia política. Editorial Alianza.
Maquiavelo, N. (1998). El Príncipe. Tecnos.
Mair, P. (1996). Comparative Politics: an Overview. En R. Goodin y H. Klinge-
mann (eds.), The New Handbook of Political Science (pp. 309-35). Oxford Uni-
versity Press.
Manheim, J. y Rich, R. (1988). Análisis político empírico. Editorial Alianza.
Mansbridge, J. (1990). Beyond Self-interest. University of Chicago Press.
March, J. y Olsen, J. (1984). New Institutionalism: Organizational factors in poli-
tical life. En American Political Science Review, (78), 734 -749.
Marsh, D. y Stoker, G. (1997). Teoría y métodos de la ciencia política. Editorial Alianza.
Marx, K. y Engels, F. (2011). Manifiesto del Partido Comunista. Centro de Estudios
Socialistas Carlos Marx. https://centromarx.org/images/stories/PDF/ma-
nifiesto%20comunista.pdf
McAdam, D., McCarthy, J. y Zald, M. (1988). Social movements. En N. Smelser
(ed.), Handbook of sociology. Sage.
Mead, G. (2009). Escritos políticos y filosóficos. Fondo de Cultura Económica.
Melucci, A. (1980). Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. Centro de Estudios
Sociológicos.
Meny, I. y Thoenig, J. (1992). Las políticas públicas. Editorial Ariel.
Meyer, L. (1971). La ciencia política y sus perspectivas en México. Historia Mexica-
na, 21(2), 285-309.
Meynaud, J. (1959). Introducción a la ciencia política. Tecnos.
Mill, J. (1892). A system of logic. G. Routledge ans Sons London.
Miller, P. y Rose, N. (1990). Political Rationalities and Technologies of Govern-
ment. En S. Hänninen y K. Palonen, Texts, Contexts, Concepts. Studies on Politics
and Power in Language. Finnish Political Science Association.
Ministerio de Educación Nacional [MEN]. (2001). Serie Lineamientos Curriculares
Ciencias Sociales. Ministerio de Educación Nacional.
Ministerio de Educación Nacional [MEN]. (2013). Sistema nacional de Información
de la Educación Superior. https://snies.mineducacion.gov.co/consultasnies/
programa/buscar.jsp?control=0.5092986879229057

250
Ministerio de Educación Nacional [MEN]. (2016). Caracterización de graduados
por departamento proporcionado por el sistema virtual del Observatorio La-
boral para la Educación. http://bi.mineducacion.gov.co:8380/eportal/web/
men-observatorio-laboral/ubicacion-geografica
Ministerio de Educación Nacional [MEN]. (2020). Sistema nacional de información
de la educación superior. Programas académicos. http://bi.mineducacion.
gov.co:8380/eportal/web/men-observatorio-laboral/programas-academicos
Moore, B. (1966). Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia: el señor y el campe-
sino en la formación del mundo moderno. Arial Editorial.
Mouffe, Ch. (1999). El retorno de lo político: comunidad, ciudadanía, pluralismo, demo-
cracia radical. Paidós.
Moreles Vázquez, J. (2010). El uso o influencia de la investigación en la política: el
caso de la evaluación de la educación superior en México. Revista mexicana de
investigación educativa, 15(46), 685-712.
Morlino, L. y Sartori, G. (1999). La comparación en las ciencias sociales. Ed. Alianza.
Munck, G. (2007). The Past and Present of Comparative Politics. En G. Munck
y R. Snyder, Passion, Craft, and Method in Comparative Politics (pp. 32-59). The
Johns Hopkins University Press.
Murrillo, G. y Ungar, E. (1999a). Ciencia política y estudios políticos en Colombia:
dos visiones para el estudio de lo político. Estudios Sociales. Discurso inaugural,
36 -53.
Murillo, G. y Ungar, E. (1999b). Evolución y desarrollo de la ciencia política co-
lombiana: un proceso en marcha. En F. Leal y G. Rey, Discurso y razón. ¿Cómos-
toria de las ciencias sociales en Colombia.Tercer Mundo Editores.
Murrillo, G. (2013). Algunas conclusiones sobre el I Encuentro de Facultades y
Programas de Ciencia Política. En S. Leyva, La ciencia política en Colombia: ¿una
disciplina en institucionalización? (pp. 311-323). Universidad EAFIT/ACCPOL.
Neumann, S. (1965). Partidos políticos modernos. Tecnos.
Nohlen, D. (1988). Método comparativo. En R. Reyes (edit.), Terminología científi-
co-social. Anthropos.
Noholen, D. (2004). Sistemas electorales y partidos políticos. Fondo de Cultura Eco-
nómica.

251
Nordlinger, E., Lowi, T. y Fabbrini, S. (1988). The Return to the State: Critiques.
American Political Science Review, 82(3), 875-901.
Norris, P. (1997). Towards a More Cosmopolitan Political Science? European Jour-
nal of Political Research, 31(1-2), 17-34.
North, D. (1990). Instituciones, cambio institucional y desempeño económico. Fondo de
Cultura Económica.
Nozick, R. (1974). Anarchy, State and Utopía. Basic Books Press New York.
O'Donnell, G. (1997). Contrapuntos: ensayos escogidos sobre autoritarismo y democrati-
zación. Paidós.
Olson, M. (1965). The Logic of Collective Action: Public Goods and the Theory of Groups.
Harvard University Press.
Orren, K. y Skowronek, S. (1999). Orden y tiempo en el estudio de las institucio-
nes: un alegato a favor del enfoque histórico. En La ciencia política en la historia:
programas de investigación y tradiciones políticas (pp. 378- 405). Istmo.
P. Huntington, S. (1992). Ciencia política y reforma política de alma en alma. Estu-
dios Políticos (12), 129-1400.
Panebianco, A. (1994). Comparación y explicación. En G. Sartori y L. Morlino
(eds.), La comparación en las ciencias sociales (pp. 81-104). Editorial Alianza.
Parekh, B. (1996). Political, Theory: Traditions in Political Philosophy. En R.
Goodin y H. Klingenmann (eds.), A New Handbook of Political Science. Oxford
University Press.
Parsons, T. (1999). El sistema social. Editorial Alianza.
Pasquino, G. (1996). Naturaleza y evolución de la disciplina. En G. Pasquino, S.
Bartolini, M. Cotta, L. Morlino y A. Panebianco, Manual de Ciencia Política
(pp. 15-35). Editorial Alianza.
Pasquino, G. (2011). Nuevo curso de Ciencia Política. Fondo de Cultura Económica.
Pareto, V. (1967). Compendio de Sociología. En Enciclopedia de pensamiento esencial
Centro Editorial de América Latina.
Pateman, C. (1988). The Sexual Contract. Polity Press.
Peters, G. (1996). Political Institucions: Old and New. En R. Goodin y H. Klin-
geman (eds.), A New Handbook of Political Science (pp. 372- 400). Oxford Uni-
versity Press.

252
Popper, K. (1968). La lógica de la investigación científica. Tecnos.
Poulantzas, N. (1970). Poder político y clases sociales en el Estado capitalista. Siglo XXI
Editores.
Prélot, M. (2002). La ciencia política. Editorial Universidad de Buenos Aires.
Pressman, J. y Wildavsky, A. (1998). Implementación. Cómo grandes expectativas conce-
bidas en Washington se frustran en Oakland. FCE.
Przeworski, A. (1987). Capitalismo y socialdemocracia. Editorial Alianza.
Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación. (2015). Publindex. http://Publin-
dex.Colciencias.Gov.Co:8084/Publindex/
Putnam, R. (1993). Making Democracy Work: Civic Traditions in Modern Italy. Princeton
University Press.
Ragin, Charles C. (1987). The Comparative Method: Moving Beyond Qualitative and
Quantitative Strategies University of California Press
Rawls, J. (1971) A Theory of Justice, Harvard University Press
Rawls, J. (1993) Liberalismo Político. México, Fondo de Cultura Económica.
Retamozo, M. (agosto de 2009). La Ciencia Política contemporánea: ¿constricción
de la ciencia y aniquilamiento de lo político? Apuntes críticos para los estu-
dios políticos en América Latina. Andamios, 6(11), 71-100.
Richardson, J. (ed), (1982), Policy Styles in Western Europe. Alien and Unwin, Londres.
Riker, W. (1990). Political Science and Rational Choice. En J. Alt y K. Shepsle
(eds.), Perspectives on Positive Political Economy Cambridge University Press.
Rivas, J. (2001). La politología: retos y desafios. Revista de ciencias sociales, VIII(1),
48- 61.
Reyna, J. (2004). La institucionalización y profesionalización de las ciencias socia-
les en América Latina. Estudios Sociológicos, XXII(2), 483- 493.
Reza, F. (1997). Ciencia, metodología e investigación. L. D. Editores.
Rhodes, R. (1997). Understanding Governance: Policy Networks, Governance, Reflexivity
and Accountability. Public Policy &amp.
Roberto, J., & Flores-Mariscal, J. (2016). Evolución de la literatura sobre el esta-
do de la ciencia política en México (1947-2015) Otra mirada del proceso de
desarrollo de la disciplina. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, LXI
(227), 55-102.

253
Rogowski, R. (1993). Comparative Politics. En A. Finifter (ed.), Political Science:
the State of the Discipline II (pp. 431-50). The American Political Science As-
sociation.
Rothstein, B. (1996). Political Institutions: an Overwiew. En R. Goodin y H. Klingen-
mann (eds.), A New Handbook of Political Science (pp. 133-166). Oxford Uni-
versity Press.
Roiz, J. (1982). Ciencia política hoy. Teide.
Roiz, J. (1996). El gen democrático. Editorial Trotta.
Roiz, J. (1997). Categorías y teorías de la ciencia política. En A. de Blas y J. Pastor
(coord.), Fundamentos de Ciencia Política (pp. 13- 69). Uned.
Rose, J. y Hayward, W. (1990). 'We'U meet again...': repeat attendance at group
discussions does it matter? Journal of the Market Research Society, 32(3), 377- 407.
Roth, A. y Robayo, A. (2013) Perfiles de la alta administración pública en Colombia: esta-
do central y alcaldía del distrito de Bogotá [ponencia]. Universidad de los Andes,
Bogotá, Colombia.
Rorty R. (2000). Philosophy and social hope. Penguin.
Rueschemeyer, D., Stephens, E. y Stephens, J. (1992). Capitalist Development and
Democracy. University of Chicago Press.
Rustow, A. (1963). Freedom and Domination. A Historical Critique of Civilization. Prin-
centon.
Sanmartín, J. (1991). La ciencia descubre. La industria aplica. El hombre se conforma. Im-
perativo tecnológico y diseño social. En M. Medina y J. Sanmartín (eds.), Ciencia,
Tecnología y Sociedad (pp. 168-180). Anthropos.
Sánchez, R. (1994). El estudio de la ciencia política en Colombia. Universidad de los
Andes.
Sánchez, S. (2005). La ciencia política en Panamá: un nuevo punto de partida. Re-
vista Ciencia Política, 25(1), 204 -221
Sandel, M. (1982). Liberalism and the Limits of Justice. Cambridge, UK New York.
Sartori, G. (1984). Dove va la scienza política?. En L. Graziano (ed.), La scienza
politica in Italia. Bilancio y prospettive (pp. 98-114). Franco Angeli.
Sartori, G. (1991). Comparing and Miscomparing. Journal of theoretical politics, 3(3),
243-257.

254
Sartori, G. y Morlino, L. (1994). La comparación en las ciencias sociales. Editorial
Alianza.
Sartori, G. (2006). La política: lógica y método en las ciencias sociales. FCE.
Sartori, G. (2004). Where is Political Science going? Political Science & Politics, 37(4),
785-789.
Sartori, G. (2011). Cómo hacer ciencia política. Santillana.
Schmitt, C. (1932). El concepto de lo político. Alianza Editoral.
Schmitt, C. (2014). El concepto de lo político. Editorial Alianza.
Schmitter, P. (1974). Still the Century of Corporatism? The Review of Politics, 36(1),
85-131.
Sen, A. (1970). Collective Choice and Social Welfare. Holden Day.
Shepsle, K. (1995). Statistical Political Philosophy and Positive Political Theory.
Critical Review: a Journal of Politics and Society, 1-2(9), 213-222.
Shepsle, K. y Weingast, B. (1987). The Institutional Foundations of Committee
Power. The American Political Science Review, 81(1), 85-104 http://www.jstor.
org/stable/1960780
Simón, H. (1962). El comportamiento administrativo. Editorial Aguilar.
Skocpol, T. (1984). Los Estados y las revoluciones: un análisis comparativo de Francia, Rusia
y China. Fondo de Cultura Económica.
Strauss, L. (1959). What is Political Philosophy? And Other Studies. Glencoe III, Free
press.
Stoker, G. y Marsh, D. (2006). Teoría y métodos de la ciencia política. Editorial Alianza.
Suárez-Iñiguez, E. (2015). La ciencia política académica mexicana. Revista Mexicana
de Ciencias Políticas y Sociales, 37(147), 213-220.
Subirats, J. (1992). Administración pública y mercado. Revista de economía. Informa-
ción Comercial Española, ICE, (712), 33- 42.
Tarrow, S. (1989). Struggle, Politics and Reform: Collective Action, Social Movements and
Cycles of Protest. Cornell University Press.
Tarrow, S. (1994). Power in Movement. Social Movements, Collective Action and Politics.
Cambridge University Press.
Taylor, C. (1999). La neutralidad en la ciencia política. En A. Velasco, El resurgi-
miento de la teoría política en el siglo XX. Filosofía, historia y tradición. UNAM.

255
Tenti Fanfani, E. (2007). Consideraciones sociológicas sobre la profesionalización
docente. Educacióny Sociedad, 28(99), 335-353.
Tocancipá, J., Gnecco, C., Silva, R., Goméz, A., Barona, G. y Jimeno, M. (2000).
La formación del Estado/Nación y las disciplinas sociales en Colombia. Taller Edito-
rial Universidad del Cauca.
Tocqueville, A. (1996). La democracia en América. Fondo de Cultura Económica
Torres Mejía, D. (1990). La Ciencia Política en México. En F. J. Paoli Bolio, De-
sarrollo y Organización de las Ciencias Sociales en México. México: Miguel
Ángel Porrúa.
Touraine, A. (1994). Crítica de la modernidad. Fondo de Cultura Económica.
Touraine, A. (2006). ¿Podremos vivir juntos?: iguales y diferentes. FCE.
Trindade, H., De Sierra, G., Garretón, M., Murmis, M. y Reyna, J. (2007). Las
ciencias sociales en América Latina en perspectiva comparada. Siglo XXI Editores.
Truman, D. (1951). The governmental process. Political interest 'and public opinion.
Tilly, Ch. (1978). From mobilization to revolution. Reading Mass Addison-Wesley.
Vallespín, F. (1994). Viaje al interior de un gremio. De los politólogos y su proce-
loso objeto. Claves de razón práctica, (40), 28-37.
Van Evera, S. (2002). Guía para estudiantes de ciencia política (herramientas universita-
rias). Gedisa Editores.
Vidal, G. (2006). La ciencia política estadounidense. Trayectoria de una disciplina. Miguel
Ángel Porrúa.
Voegelin, E. (2006). La nueva ciencia de la política: una introducción. Kazt Editores.
Vergara, F. (1974). Nueva geografía de Colombia. Escrita por regiones naturales
(Tomo I). Banco de la República.
Von Beyme, K. (1994). Teoría política: de la modernidad a la posmodernidad
en ciencia política. Revista trimestral para América Latina y España, (37 ),
123 -138.
Von Beyme, K. (1996). Party Leadership and Change in Party Systems: Towards a
Postmodern Party State? Government and Opposition: An International Journal of
Comparative Politics, (2), 135-159.
Walzer, M. (1983). Esferas de justicia. Fondo de Cultura Económica.
Walzer, M. (1996). Moralidad en el ámbito local e internacional. Editorial Alianza.

256
Weingast, B. (1996). Political Institutions: Rational Choice Perspectives. En R.
Goodin y H. Klingemann, A New Handbook of Political Science. Oxford Uni-
versity Press.
Whitehead, L. (1988) La democratización frustrada de Bolivia 1977-1980. En G.
O'Donnell, P. Schmitter, y L. Whitehead, Transiciones desde un gobierno autori-
tario: América Latina, Paidós.
Wallerstein, I. (1974). The Modern World-System. University of California Press.
Weber, M. (1973). Ensayos sobre metodología social. Amorrortu.
Weber, M. (1984). La ética protestante y el espíritu capitalista. Carpe.
Weber, M. (2002). Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica.
Wilson, W. (1898) The State: Elements of Historical and Practical Politics. Heath.
Wolin, S. (1968). Paradigmas y teorías políticas. En A. Velasco, Resurgimiento de la
teoría política en el siglo XX. Filosofía, historia y tradición (pp. 153-191). Universi-
dad Nacional Autónoma de México.
Wolin, S. (1970). Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político
occidental. Amorrortu.
Yin, Robert K (1984). Investigación sobre estudios de casos: Diseño y Métodos SAGE Pu-
blicaciones.
Young, I. (1996). Political Theory an Overview. En R. Goodin y H. Klingemann,
A New Handbook of Political Science. Oxford University Press Inc.
Zamitiz Gamboa, H. (1999). Origen y desarrollo de la Ciencia Política: temas y
problemas. Convergencia(20), 1405-1435.
Zuckerman, A. (1997). Reformulating Explanatory Standards and Advancing Theory
in Comparative Politics. En M. Lichbach y A. Zuckerman (eds.), Comparative Po-
litics: Rationality, Culture and Structure (pp. 227-310). Cambrige University Press.

257
SEGUNDA PARTE
SISTEMAS POLÍTICOS:
ELEMENTOS Y
CARACTERÍSTICAS
CAPÍTULO VII.
Correlación entre sistema electoral, sistema de
gobierno y sistema de partidos

Rogelio López Sánchez


Augusto Fabián Pérez Rivera

Partiendo de la teoría clásica de las formas de gobierno podemos cla-


sificarlas en buenas, malas y mixtas. Los antiguos llevaron a cabo una
tipología que prevaleció durante largo tiempo. En el contexto del pen-
samiento político de los griegos, comenta el maestro Norberto Bob-
bio, “en su función descriptiva el estudio de las formas de gobierno se
resuelve en una tipología o en una clasificación de los diversos tipos de
Constitución Política” (Bobbio, 2001).
Coincidimos plenamente en la idea de que cada forma de gobierno
es adecuada para la situación histórica concreta que la ha producido.
De esta manera podemos sintetizar las formas de gobierno en el pre-
sente cuadro sinóptico. Por una parte, explica la forma de gobernar
(el cómo se gobierna, bien o mal), por otro lado, quienes gobiernan y
dentro del cuadro, tenemos las formas de gobierno.

Cuadro 1. Formas de gobierno en la Antigüedad (Bobbio, 2001)


¿Cómo?
BIEN MAL
Uno monarquía tiranía
Pocos aristocracia oligarquía
Muchos democracia oclocracia

261
De esta manera podemos distinguir, que, para los antiguos existían
formas de gobierno buenas y malas (Jaeger, 2000), dependiendo del
contexto y las circunstancias políticas de la época, ejemplo de ello fue
la polis griega, que después de haber tenido un periodo de gran parti-
cipación popular12 fue degenerando en oclocracia o demagogia.
Por otra parte, el historiador Polibio se encargará de sistematizar la
degeneración de las formas de gobierno, recuérdese la famosa anaciclo-
sis polibiana,13 la cual explica un ciclo muy peculiar: el reino degenera
en la tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en oclocracia.
Siguiendo con la secuencia histórica de las formas de gobierno, durante
el transcurso de la filosofía política medieval no se presentan verdade-
ras etapas fundamentales para el desarrollo de las teorías de las formas
de gobierno, como bien lo explica el politólogo Bobbio (2001).
Nos interesa saber quién va a tener la conducción del gobierno. Por
este motivo acudimos a la clasificación tradicional del estado en tres
poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. El criterio del poder director
nos sirve para matizar y el que debemos buscar debe ser normativo.
Tanto el presidencialismo como el parlamentarismo suponen una re-
lación interorgánica (separación de poderes). Los parlamentarismos
se caracterizan porque tienen un ejecutivo dualista (presidente o rey).
Mientras que en el presidencialismo, el ejecutivo va a ser monista (pre-
sidente).
Partiendo de la distinción clásica dentro de los sistemas políticos,
podemos señalar que existe una clasificación dentro del poder ejecuti-
vo entre jefe de Gobierno y jefe de Estado. Ya habíamos tocado el pun-
to en que el ejecutivo puede ser monista o dualista, dependiendo del
régimen político existente. Nuestro país tiene un sistema presidencial,

12 Cabe señalar que durante el siglo de oro ateniense “La enorme fuerza de la polis sobre la vida de
los individuos se fundaba en la idealidad del pensamiento de la polis. El estado se convirtió en un
ser propiamente espiritual que recogía en sí los más altos aspectos de la existencia humana…”..
13 Este término aparece ya en obras de Platón, pero quien sugiere una sistematización de las formas
de gobierno es el historiador Polibio.

262
es decir, el poder ejecutivo se deposita en un solo individuo que se
denomina presidente de la República, el cual lleva a cabo las funciones
de jefe de Estado y jefe de Gobierno. Existen otros sistemas políticos
como el parlamentario, donde estas funciones están separadas. Hare-
mos una introducción de estas funciones con el objeto de clarificar la
temática que abordaremos en los siguientes apartados.
Al jefe de Estado se le designa por un lapso prolongado, puede
ser un rey, como en Gran Bretaña, donde existe una monarquía par-
lamentaria (se denomina así porque la misma Constitución señala el
tiempo que durará dicha figura) o un presidente de la República, caso
de Francia, donde se cuenta con una república parlamentaria, es decir,
puede ser elegido directamente por sufragio universal.
La función del jefe de Estado es esencialmente honorífica y políti-
camente irresponsable. Puede ser elegido por el voto popular –ya sea
directa o indirectamente– para un periodo predeterminado en el car-
go. Según la doctrina clásica del derecho constitucional las funciones
principales del jefe de Estado son (Valdés D., 2000):

a. Representar al país en el exterior


b. Presidir actos protocolarios
c. Recibir agentes diplomáticos
d. Realizar consultas con las fuerzas políticas para la integración del
gobierno, en casos de crisis.
e. Realizar los nombramientos del personal que le esté directamente
adscrito.

Por otra parte, el jefe de Gobierno puede tener diversas denomina-


ciones como primer ministro, en Inglaterra, o canciller, en Alemania.
La distinción se realiza solo en el parlamento y en el semipresiden-
cialismo, ya que la jefatura de gobierno se encuentra separada. Con-
tinuando con la doctrina clásica, las principales funciones del jefe de
Gobierno son (Valdés D., 2000):

263
• Definir las políticas de Estado
• Aplicar y reglamentar las leyes en los términos que determine el
órgano legislativo.
• Ejercer las funciones coactivas del poder
• Organizar y dirigir la administración pública
• Prevenir, atenuar o solucionar conflictos de relación entre las fuer-
zas políticas.

En el régimen parlamentario el jefe de Gobierno tiene en sus manos el


poder político efectivo y la administración del país, siendo además jefe
del partido que cuenta con la mayoría de los escaños en el parlamen-
to. Decide la política a seguir y compromete la responsabilidad del
gobierno ante el parlamento, por eso puede eventualmente demandar
la disolución de la asamblea. En el sistema semipresidencialista el jefe
de Gobierno es elegido por la mayoría partidaria predominante es-
tablecida en el Congreso y le corresponden las funciones enunciadas
anteriormente14.
Podemos concluir este apartado señalando que:
- Existen sistemas políticos que pueden ser parlamentarios, presiden-
ciales o mixtos (caso del semipresidencialismo o semiparlamenta-
rio).15
- El poder ejecutivo estará divido en jefe de Gobierno y jefe de Estado.
- En el sistema parlamentario el jefe de Gobierno y el jefe de Estado lo
personificarán dos personas distintas.
- En el sistema presidencial el jefe de Gobierno y el jefe de Estado
recae en un solo individuo denominado presidente.

14 No profundizaremos en este momento en el sistema semipresidencial o semiparlamentario, sino


hasta llegar a su respectivo apartado, pues las condiciones de elegibilidad y las funciones efectivas
del primer ministro y el presidente en los países que lo han adoptado suelen distar en ocasiones de
lo que nos dicen la teoría de los regímenes políticos.
15 Estamos conscientes de que el sistema directorial es otro sistema político contemporáneo, pero
nuestro estudio solamente versará en los sistemas enunciados anteriormente.

264
- Las funciones del jefe de Estado no tienen repercusiones jurídicas
considerables (solo políticas en algunos casos).
- Las funciones del jefe de Gobierno son principalmente, la adminis-
tración pública.

SISTEMA DE GOBIERNO:
TIPOLOGÍA, CARACTERÍSTICAS Y ELEMENTOS

La Real Academia de la Lengua Española define gobierno como el


distrito o territorio en que tiene jurisdicción o autoridad el goberna-
dor (RAE, 2022). En esta definición podemos encontrar dos conceptos
que nos apoyarán en la definición del sistema de gobierno. Desde los
inicios de la historia de la humanidad, el ser humano ha intentado or-
ganizarse por medio de un sistema colectivo que administre los recur-
sos tanto materiales como de capital humano, para efectuar diferentes
acciones que satisfagan las necesidades de la colectividad.
En el estado moderno, este sistema colectivo se ha institucionali-
zado para atender las necesidades que fueron presentándose a medida
que las sociedades crecían y con esto, se fueron formando grupos que
deseaban el poder de controlar la administración de recursos. Pri-
mero, por gobernante podemos entender como aquella autoridad que
comparte o no el poder de decisión ejercido en determinado territo-
rio. Aquel, puede ser respaldado por la ciudadanía, ya sea mediante el
voto popular o de determinado órgano elector por el cual pudo haber
sido elegido, o bien puede encontrar este respaldo meramente en las
acciones que realiza, en el territorio que le es demarcado.
El elemento que debemos observar con detenimiento para poder
alcanzar una diferenciación justa entre estos sistemas de gobierno es
identificar en quién reside el poder. Pues ya sea si fue electo por los
ciudadanos o por algún otro órgano, el representante o actor del po-
der público deberá ser capaz de coordinarse con otros actores políticos
con el fin de ejercer de manera efectiva el poder.

265
El presente estudio analizará los sistemas de gobiernos parla-
mentarios y presidencialistas, distinguiendo sus características, sus
tipologías, así como sus rasgos fundamentales, esto con el objetivo
de alcanzar una formación integral de estos sistemas de gobierno ate-
rrizándolos al sistema de gobierno mexicano.

SISTEMA PARLAMENTARIO:
ORIGEN, CONCEPTO Y RASGOS FUNDAMENTALES

Origen
El origen del sistema parlamentario, según la mayoría de los trata-
distas, se encuentra en Inglaterra. A inicios del siglo XIII, durante el
reinado de Juan sin Tierra este fue obligado a otorgar la Carta Magna
Libertatum a sus barones y se considera que comenzó la limitación de
los poderes reales (Buscaretti, 1998).
Continuando con el referido autor, en el gobierno parlamentario
clásico se tiende a mantener una constante colaboración entre el poder
legislativo y el poder ejecutivo, tratando de equilibrar sus respectivas
autoridades a través del voto de censura formulable por el parlamento
y el poder de disolución anticipada de las asambleas que ejerce el jefe
de estado (Buscaretti, 1998).
Para hablar de esta forma de gobierno es preciso remontarse a
1600, cuando los monarcas ingleses adoptaron la costumbre de tener
altos funcionarios, calificados de modos diversos, que ejercían las más
delicadas funciones ejecutivas juntamente con el soberano, poniendo
sobre los actos oficiales el sello de la corona poco a poco todos los
actos regios acabaron por hacerse en colaboración con alguno de aque-
llos dignatarios (o ministros, conocidos en México como secretarios
de estado) (Buscaretti, 1998).
Para 1351 existía el bicameralismo en Inglaterra y, en ese enton-
ces, la Cámara de los Comunes sesionaba en un lugar distinto, divi-
diéndose en Cámara de los Comunes y Cámara de los Lores (en Mé-

266
xico estas dos cámaras u órganos de representación política equivalen
a las cámaras de diputados y senadores), a la par, las actividades del
primer órgano iban en aumento.
En el gobierno inglés las cartas de derechos aumentaban rápida-
mente, como ejemplos están la Petition of Rights de 1628, el Acta de
Habeas Corpus de 1679, la Bill of Rights de 1689, producto de la Revo-
lución Gloriosa que dio para Inglaterra “una libertad jurídicamente
ordenada, y una victoria de la moderación sobre el fanatismo político
y religioso” (Trevelyan, 1986, págs. 184 -185). Todos estos privilegios
antes ostentados por un solo poder ahora se moderaban y comenzaba a
observarse mayor equilibrio de poderes, la famosa técnica de Montes-
quieu, “el poder frena al poder.
Observamos que el parlamento en Inglaterra inició como un órga-
no de fiscalización para el rey, posteriormente se le adjudica la función
de creación de normas. También es importante destacar la creación de
la figura del impeachment o juicio político a finales del siglo XVII, cono-
cido ejemplo es el de Guillermo y María de Orange, donde se afirmó
claramente “el principio de que los dignatarios mismos pudiesen ser
acusados por la Cámara de los Comunes y juzgados por la de los Lores
por los actos realizados en el ejercicio de sus funciones, incluso si esos
actos hubiesen sido efectuados de pleno acuerdo con la voluntad regia”
(Buscaretti, 1998).
Algunos autores han considerado que este régimen político surge
en Inglaterra durante el siglo XVII, cuando el gobierno, denominado
gabinete, se disoció del rey y se convirtió en responsable político fren-
te a la Cámara de los Comunes (Hurtado, 1998). En el sistema parla-
mentario existe la separación entre el jefe de Gobierno y de Estado.
Para comenzar el presente apartado partiremos de una concepción
mínima de parlamento.

267
Cuadro 3. Evolución del parlamento británico (Hurtado, 1998)
EL PARLAMENTO BRITÁNICO EVOLUCIONÓ

Modelo
británico

Parlamento Rey

HC (WST) HL
Cámara de Cámara de Gabinete
los Comunes los Lores

Cuadro 4. El parlamento británico evolucionado


EL PARLAMENTO BRITÁNICO (1832-1867)
SISTEMA MAYORITARIO DE ELECCIÓN

Modelo británico
evolucionado

Rey
Parlamento NO SELECCIONA
Gabinete

HL HC

Concepto
En este régimen, el poder ejecutivo es dual o bicéfalo, se deposita en un
jefe de Gobierno y jefe de Estado. Su nombre se debe, como lo señala
Sartori, a su principio fundador, el parlamento es soberano. El primero
es designado por el Parlamento, llamado primer ministro, en Inglate-
rra o Italia y canciller, en Alemania, y el segundo, puede ser el rey,
caso de España, o un presidente de la República, como sucede en Italia.
Los miembros de las cámaras que eligen al jefe de Gobierno sur-
gen del voto popular, excepto en Inglaterra, en la Cámara Alta (que
en México equivale a la Cámara de Senadores), se encuentran miem-
bros de la realeza. El jefe de Gobierno está facultado para disolver al
Congreso en caso de un conflicto grave y convocar nuevas elecciones,

268
pero, a su vez, puede ser destituido a través de la moción de censura.
También puede plantear la Cuestión de Confianza para obtener el apo-
yo de su mayoría, pero si no lo logra debe renunciar. El jefe de Estado
va a desempeñar un papel simbólico dentro de este régimen, y el jefe
de Gobierno va a estar controlado políticamente por el Poder Legisla-
tivo a través de la interpelación, información, facultades de investiga-
ción o requerimiento de comparecencia. Los partidos con mayoría en
el parlamento ayudan en la coordinación y preparación de la política
del gobierno, además enlazan al Ejecutivo con el Legislativo.
La labor del parlamento no es solo ser un contrapeso en relación
con los otros poderes, esencialmente representa al pueblo. Respec-
to al parlamento, Duverger señala como elementos imprescindibles
para que este órgano pueda servir como un contrapeso al gobierno de
manera eficaz así como el equilibrio, los siguientes: (Duverger, 2009)

- Independencia de los miembros del parlamento, forma de recluta-


miento y en estatuto de sus miembros.
- Reclutamiento de los parlamentarios, los parlamentos no fueron
creados solamente para hacer contrapeso al gobierno, sino también
para representar a los ciudadanos, siendo también el órgano esencial
de representación. El hecho de que los parlamentarios sean elegidos
les atribuye gran independencia frente al gobierno.
- Estatuto personal de los parlamentarios, asegura su independencia
frente al gobierno. Gracias al sistema de inmunidades parlamenta-
rias, conocidas en México como fueros, los protegen contra perse-
cuciones judiciales que el gobierno pudiera ejercer contra ellos.16

16 En nuestro país aparece en el artículo 61. “Los diputados y senadores son inviolables por las
opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos, y jamás podrán ser reconvenidos
por ellas. El presidente de cada Cámara velará por el respeto al fuero constitucional de los
miembros de la misma y por la inviolabilidad del recinto donde se reúnan a sesionar”. El fuero es
una institución destinada a proteger la investidura de estos servidores públicos con el objeto de
proteger la libertad de expresión. Cabe señalar que esta figura ha sido distorsionada por muchos
de nuestros servidores públicos, entre los más destacados se encuentran los representantes

269
A lo anterior agrega el politólogo francés (Duverger, 1962), la impor-
tancia de los poderes del parlamento, ya que si no los tiene, es solo
una fachada, como los pseudoparlamentos de regímenes autoritarios.
Algunos partidarios de este régimen han señalado como princi-
pales ventajas: permitir la discusión, confrontación pacífica, nego-
ciación, compromiso y la repartición del poder, por lo tanto, es más
flexible para gobernar sociedades afectadas por conflictos étnicos,
culturales, religiosos, lingüísticos o ideológicos (Espinoza,1998).

Cuadro 5. El parlamento británico germen del sistema presidencial (único)


Modelo
británico

Parlamento Rey
británico

Cámara de Cámara de Consejo


Privado de Su
los Comunes los Lores Majestad

J/Gabinete

Anteriormente hemos hablado de las funciones del jefe de Gobierno


y el jefe de Estado. Todas las referidas en aquel apartado son las mis-
mas que desempeña el primer ministro (o canciller, dependiendo el
país) y el rey (o presidente). En el sistema de gobierno parlamenta-
rio, el parlamento ejerce una doble función, pues en él reside el do-
minio del Estado y el poder político es dirigido por sus integrantes
quienes comparten y negocian el poder público con los diferentes
actores políticos elegidos democráticamente. El régimen parlamen-
tario o parlamentarismo es aquel en el que el Parlamento es el cen-
tro de gravedad político y administrativo, debido, principalmente, a
la forma de ordenación de las magistraturas públicas, la distribución

populares (diputados) que han deteriorado la confianza de los ciudadanos, de acuerdo con un
análisis metodológico llevado a cabo en la UNAM se ubican en la penúltima posición dentro del
cuadro de las instituciones en que menos confían los mexicanos.

270
de poderes entre ellas y el tipo de relaciones que mantienen entre sí
(Espinoza, 2016).

Rasgos fundamentales
El sistema de gobierno parlamentario ha tomado diferentes formas a
lo largo de los años, pues se ha presentado de manera compuesta con
otros sistemas, buscando un equilibrio de poderes desde diferentes for-
mas de gobierno. Según afirma el Ricardo Espinoza (2016), el parla-
mentarismo se ubica entre los regímenes de colaboración de poderes.
Entre estas combinaciones podemos encontrar la democracia par-
lamentaria, la monarquía parlamentaria, así como sus variantes como
el semiparlamentarismo. En cada uno de estos se han conformado con
el apoyo de instituciones o de órganos en los cuales se regulan las ac-
tividades que el poder realice. Asimismo, se debe mencionar que, si
bien el poder es depositado en el parlamento, este no funge como
autoridad suprema, pues los Estados han diseñado mecanismos regu-
latorios o compensatorios del poder para normar su funcionamiento.
El sistema parlamentario se caracteriza por entablar una relación
entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, pues participan dos actores
que funcionan como un mecanismo para equilibrar el poder y ejer-
cer un control mutuo. Esta división de funciones tuvo su origen en la
composición política que existía en Inglaterra, pues la separación del
Ejecutivo en dos elementos –jefe de Estado, jefe de gobierno– tiene
como objeto principal confinar al rey a un papel puramente honorífico
y transferir el poder real a alguien emanado del parlamento y apoyán-
dose en él (Espinoza, 2016).
Retomando lo anterior, el jefe de Estado es el representante en
la arena internacional, en él se encuentran los valores culturales del
Estado. Las funciones de esta figura en los diferentes países cam-
bian sustancialmente, pues en algunos estados la mayor relevancia
de este actor es que personifica al Estado. En este sistema el jefe
de Estado es inamovible y no es designado de manera democrática,

271
pues en su título no está contempladas las funciones administrati-
vas, por lo que en su mayoría son representados por un monarca
designado de manera hereditaria o con un título nobiliario como
en el caso de Japón.
Por otro lado, el jefe de Gobierno es el encargado de condu-
cir el poder político y el poder público, por lo que, a diferencia
del jefe de Estado, este sí está sujeto a responsabilidades políticas
administrativas y su designación está a cargo del Parlamento. La
diferenciación efectuada por el sistema parlamentario al separar al
jefe de Estado del jefe de Gobierno ha recibido, en lo general, bue-
nas críticas.
El sistema parlamentario es el régimen característico de colabo-
ración de poderes, toda vez que existe compatibilidad entre mandato
parlamentario y función ejecutiva, que hace aparente la íntima rela-
ción entre el parlamento y el gobierno, que puede ser de apoyo, de
confianza o de tolerancia (en caso de gobiernos de minoría) entre el
parlamento y el gobierno. (1991, pág. 25)

SISTEMA PRESIDENCIAL:
ORIGEN, CONCEPTO Y RASGOS FUNDAMENTALES

En 1607 el Imperio británico estableció una colonia en Jamestown,


Virginia; pronto, los colonos sentaron las ideas de lo que serían las
bases del gobierno norteamericano como parte de una colonia britá-
nica en principio y, más tarde, como independientes. Dos tradiciones
fueron un gobierno limitado y un gobierno representativo.
Lo que inspiró a los colonos fue la organización política de los an-
tiguos griegos y romanos. En cuanto a la democracia, algunos filósofos
ingleses, como John Locke y su idea de un contrato social (evidente
en la Declaración de independencia, de Thomas Jefferson), la Carta
Magna (1215) inglesa, limitando el poder del monarca británico, el
parlamento inglés, la Petición de derechos (1628), que extendió las pro-

272
tecciones de derechos incluidas en la Carta Magna, Declaración de dere-
chos (1689), acuerdo entre el rey William y la reina María que prevenía
de futuros abusos de poder por parte de los monarcas.
De 1607 a 1776, las colonias americanas estuvieron en un continuo
estado de autodesarrollo político. Esto se debió a varios factores, entre
ellos, la distancia con Inglaterra, la indiferencia de los colonizadores
ante la autoridad del rey y la autoridad política disputada en Inglaterra.
Mientras las colonias se desarrollaban conservaron rasgos ingleses, sin
embargo, crearon un estilo único de gobierno fundado en los princi-
pios de igualdad, libertad y gobierno limitado.
La declaración de independencia se debe en gran medida al trabajo
de Thomas Jefferson, sus principios se basaron en los trabajos de John
Locke, que pueden dividirse en tres partes: una teoría de gobierno
basada en un contrato social y derechos naturales, una lista de agravios
contra el rey y otros ("others", Parlamento), y la declaración de unidad
colonial y separación del Imperio británico.
Los artículos de la confederación fueron escritos por el Segundo
Congreso Continental en noviembre de 1777 y fue la primera Cons-
titución que gobernó los estados norteamericanos. Sus artículos crea-
ron una confederación y se componía de un gobierno de relativa debi-
lidad nacional con una legislatura unicameral.
El Congreso tendría poderes limitados tal como el préstamo de
dinero, la creación de una armada nacional, declaración de guerra,
creación de oficinas postales, tratados con otros gobiernos, a excep-
ción de cobrar impuestos ni llamar soldados para servicio militar o
regular el comercio. Bajo los artículos de la confederación no había
una rama del ejecutivo nacional o judicial. Cada estado era igual, con
un voto, independientemente de la población o tamaño. Se requerían
los votos de nueve de los trece estados para pasar a la legislación del
Congreso de la confederación además de la unanimidad de los votos.
Posteriormente, la Convención constitucional fue convenida en
Filadelfia, en mayo de 1787, con el propósito de revisar los artículos

273
de la confederación. Hubo representación de todos los estados, ex-
cepto Rhode Island. Aunque los delegados en la convención firmaron
la Constitución el 17 de septiembre de 1787, esta aún tenía que ratifi-
carse por nueve de los trece antes de que pudiera tener algún efecto.
El debate de la ratificación dividió a los ciudadanos entre federalistas
y antifederalistas. Los federalistas exaltaban las debilidades de los ar-
tículos de la confederación y el gobierno creado. Proponían un go-
bierno central más fuerte con poderes legislativos extensos. La causa
federalista fue auspiciada por James Madison, Alexander Hamilton y
John Jay en una colección de 85 ensayos publicados por los diarios
neoyorquinos, bajo el nombre de Publius. Hamilton escribió 51, Ma-
dison 26, Jay escribió 5 y Hamilton y Madison fueron coautores de tres
de esos ensayos. En ellos se defendía el nuevo gobierno creado por la
Constitución. Algunos razonamientos fueron sostenidos por Alexan-
der Hamilton de esta manera:
Al definir un buen gobierno, uno de los elementos salientes debe ser
la energía por parte del ejecutivo (…) un ejecutivo débil significa una
ejecución débil del gobierno (…) Los ingredientes que dan por resul-
tado la energía del poder ejecutivo son: la unidad, la permanencia,
el proveer adecuadamente su sostenimiento y los poderes suficientes
(Hamilton, Madison, & Jay, 2001)

Los antifederalistas creían que la nueva Constitución otorgaba dema-


siado poder al gobierno nacional a expensas de los estados y también
objetaban la declaración de derechos o Bill of Rights. El artículo II de
la referida Constitución se refiere al poder Ejecutivo y establece tres
elementos de su naturaleza:

a) El Poder Ejecutivo es unipersonal


b) El presidente es comandante en jefe de las fuerzas armadas, y
c) El ejecutivo tiene a su cuidado la fiel ejecución de sus leyes.

274
Durante la primera mitad del siglo XIX, cuando se verificó el proceso
emancipador de América Latina, nuestros países denominaron al sis-
tema político estadounidense como régimen representativo, hasta que
Walter Bagehot en su obra The English Constitution utilizó y difundió el
término de régimen presidencial. Por otra parte, tan reciente como
la Segunda Guerra Mundial, se empieza a designar con el término de
sistema presidencial al mismo (González, 1983).
Todo el poderío que ha tomado la institución presidencial se des-
prende de la interpretación constitucional que la Suprema Corte de
Estados Unidos ha realizado a favor del presidente a través de distintas
decisiones, ejemplo de esto son los conceptos de seguridad nacional,
privilegio del ejecutivo, dirigencia de la política exterior y coordina-
ción de los asuntos públicos.

Concepto
El sistema presidencial es el sistema de gobierno conformado por tres
poderes: el Ejecutivo funge como jefe de Estado y jefe de gobierno du-
rante un tiempo determinado, el Poder Legislativo está conformado
por dos cámaras dónde se sitúa el poder político y el Poder Judicial
es el que vigila y sanciona el cumplimiento de las leyes y ninguno de
estos cuenta con la protestad de disolver a otro poder.

Cuadro 6. Modelo presidencial norteamericano


Modelo de los
Estados Unidos

Congreso Presidente

Cámara de Senado Poder


Representantes (Estados) Ejecutivo

Poder
Legislativo

275
Definitivamente el poder ejecutivo en los sistemas presidenciales recae
en un solo individuo. La morfología del poder ejecutivo, recordemos,
es la rápida ejecutividad con la que se van a tomar las decisiones. Las
mismas funciones establecidas en el primer apartado de este estudio
relativas al jefe de gobierno y jefe de estado van a ser trasplantadas a
este apartado.
Los diferentes matices que puede tener un presidente varían con-
forme a cada país. Mientras que en México y Brasil contamos con un
sistema presidencial. En Perú, por ejemplo, cuentan con un sistema
presidencial con tintes parlamentarios. Argentina cuenta con un pre-
sidencialismo con algunos rasgos del semipresidencialismo. En cada
Estado, la dirección de la administración pública estará encargada al
jefe de Gobierno electo por la mayoría de la población. Cabe señalar
que en algunos casos, como Venezuela se podrá tener normativamente
una forma de gobierno, sin embargo, en los hechos se demuestra lo
contrario al no existir contrapesos ni mecanismos eficaces para con-
trolar el poder del ejecutivo.

Rasgos fundamentales
Para Maurice Duverger (1962), el presidencialismo como sistema de
gobierno se caracteriza principalmente por el principio de la división
de poderes en donde el presidente es designado por sufragio universal,
nombra y remueve a sus ministros y estos no son responsables ante el
parlamento (pág. 139). Este sistema utiliza un mecanismo de mutua re-
gulación, estableciendo funciones exclusivas y compartidas entre cada
uno de los poderes.
Es preciso mencionar que, en el sistema presidencialista, el poder
legislativo no tiene control de la existencia o del puesto que ocupa el pre-
sidente por su periodo, tampoco puede alterar este último. Asimismo,
el presidente no tiene poder en las decisiones legislativas de sus cámaras,
tanto es así que no tiene injerencia desde la aprobación de cierta inicia-
tiva de ley, como tampoco de alguna erogación a una ley determinada.

276
Este sistema de gobierno toma gran parte del federalismo, con-
templando la conformación de la república como diferentes territorios
que unidos forman uno, y estos territorios después se convierten en
distritos electorales que sirven para formar el Poder Legislativo dónde
cada distrito tendrá su representante, y ya formado este conjunto de
estados, el pueblo decidirá de manera democrática por quien fungirá
en el Poder Ejecutivo. El presidente cuenta con un cuerpo colegiado
elegido por él mismo, en el caso de México este cuerpo colegiado es
denominado gabinete de gobierno, el propio presidente es el único
facultado para nombrar o destituir a funcionarios que formen parte
del gabinete. El parlamento no tiene mandato ni en la elección de los
miembros, ni en el tiempo en que funjan dentro del gabinete.
El mecanismo de poder más importante entre los poderes que in-
tegran un gobierno en el sistema presidencialista, es que la legitimidad
democrática se encuentra concentrada tanto en el Legislativo, como en el
Ejecutivo. Haciendo así un traslado efectivo del poder de decisión hacia el
pueblo, pues en este radica la soberanía del estado cuando ejerce su voto.

Sistema de gobierno mixto


Los sistemas de gobiernos han evolucionado con el paso del tiempo,
pues se han presentado sistemas híbridos o mixtos, los cuales con-
sisten en sistemas deformados de su presentación pura y a estos le
agregan elementos propios de otros sistemas. Un referente importan-
te para observar las transformaciones que ha adoptado un país sobre
su sistema de gobierno es Francia, pues durante su agitada historia po-
lítica ha experimentado todo tipo de regímenes: monarquía, imperio,
parlamentarismo puro y ahora semipresidencialismo, que ha sido el
más importantes a partir de la Revolución Francesa. (Aguirre, 2001)
Nos avocaremos a estudiar dos sistemas de gobiernos mixtos o hí-
bridos, que por su naturaleza no pueden clasificarse meramente como
un sistema puro, como los anteriores. Por esto analizaremos los con-
ceptos de semipresidencialismo y el sistema semiparlamentario.

277
SISTEMA DE GOBIERNO SEMIPRESIDENCIALISTA

El origen se encuentra en la República de Weimar y se debe a la quinta


república francesa el haber innovado esta forma de gobierno, motiva-
dos por resolver el problema de la falta de acuerdos y evitar la polari-
zación social. El General Charles de Gaulle tuvo un papel fundamental
criticando a la cuarta república debido al predominio de partidos po-
líticos (partidocracia) que desde el Congreso arriesgaban la goberna-
bilidad del país.
Algunos señalan que el semipresidencialismo es una estructura
mixta o de alternativa entre las fases presidencial y parlamentaria (Li-
jphart, 1994), otros como Sartori, refutan este argumento diciendo
que “concebir el semipresidencialismo como una alternancia entre
otros dos especímenes, sencillamente equivale a eliminar la naturaleza
mixta del sistema, y, de hecho, es afirmar que, en él, no tenemos un
verdadero sistema” (Sartori, 1994). Se incluye esta forma de represen-
tación porque actualmente los encargados de la reforma de Estado en
México consideran factible transitar hacia esta forma de gobierno, la
cual es bicéfala ya que el poder ejecutivo va a estar compartido por un
ministro y un presidente.
El sistema semipresidencial es un sistema mixto de gobierno en
el que (en teoría) el poder lo comparte el presidente con un primer
ministro designado por el parlamento a propuesta del presidente, el
cual es elegido por el voto de la mayoría de la población, de tal mane-
ra que la responsabilidad del gobierno es compartida entre el primer
ministro y el presidente.
En el sistema semipresidencial el jefe de Gobierno estará perso-
nificado en el primer ministro, mientras que el jefe de Estado lo será
el presidente. Existen diversas teorías sobre quién tiene el control
efectivo de la administración ya que según la experiencia política de
algunos países con este sistema el poder efectivo del gobierno lo puede
tener tanto el presidente como el primer ministro. Ahondaremos en

278
el próximo apartado al respecto, cuando tengamos bien delineadas
cada una de las características de las funciones del jefe de Estado y de
Gobierno en este sistema. Pero advertimos, lo que presentamos es lo
que señala la teoría de los sistemas políticos, sin embargo, muchas de
estas funciones pudieran variar en momentos y circunstancias históri-
cas según se trate de la circunstancia específica.
El sistema de gobierno semipresidencialista es complejo, se cons-
truye desde la naturaleza de un gobierno parlamentario, añadiendo
la figura del jefe de estado, el cual es elegido democráticamente. Sin
embargo, esta figura no es vitalicia, ni tampoco está designada por
un sistema hereditario, depositándole a la población la soberanía de
estado. Sin embargo, se mantiene la figura del primer ministro, si bien
este es nombrado propiamente por el presidente de la República, es
elegido por el parlamento.
De igual forma el presidente cuenta con autonomía, pero com-
parte el poder con un primer ministro; a su vez, el primer ministro
procede del Parlamento y debe conseguir su apoyo continuamente
(Sartori, 1994, pág. 136). Al compartir estas dos figuras, el sistema se-
mipresidencial mantiene una lucha de poderes constantes, pues si bien
se mantiene una independencia entre el presidente de la República y
el primer ministro, se implementan mecanismos de control en dónde
políticamente se mantienen regulados uno al otro.
Toledo (2016) nos explica de manera sencilla sobre la disolución
del parlamento en el sistema semipresidencial, menciona que es un
arma en manos del presidente porque se busca que este disponga, en
la medida de lo posible, de una mayoría parlamentaria afín (pág. 63).
Pues al componerse el parlamento del voto popular, el jefe de Estado
no tiene forma de destinar una organización favorable a su mandato.
El que se deposite el poder en estos dos funcionarios crea un
poder cooperativo, en el cual se coordinan fuerzas políticas entre el
primer ministro y el presidente, pues este también puede utilizar el
voto de censura en contra del ejecutivo. Se propicia un ambiente no

279
conflictivo, pues ante este poder compartido y ante las medidas que
los dos poderes pueden usar, se busca que el sistema funcione a partir
de un balance de poderes.
Tras dar a conocer los motivos por los que se incluye esta forma
de representación es necesario conocer sus principales características
(Hurtado, 1998):

Un presidente electo directamente por sufragio universal para un


periodo predeterminado en el cargo, que comparte el poder ejecu-
tivo con un primer ministro, que nombra con la aprobación de la
asamblea.
El gobierno es responsable ante la asamblea nacional: su permanen-
cia depende del voto de confianza o de la moción aprobatoria que
esta emita.
El presidente es independiente del parlamento y puede disolverlo,
tomando el parecer del primer ministro y de los líderes de la asam-
blea legislativa.
El primer ministro y los demás miembros de su gobierno dependen
de la confianza del presidente y del parlamento. El presidente nom-
bra al primer ministro y a los demás miembros de su gobierno, a
propuesta de este último.
El gobierno no emana del parlamento; solo es responsable ante este.
Esto es, el parlamento puede hacer caer a los gobiernos, mas no in-
vestirlos (el presidente designa, y al hacerlo, otorga la investidura, y
el parlamento solo ratifica).
El poder ejecutivo oscila entre el presidente y el primer ministro:
pasa del primero al segundo y viceversa, adaptándose al cambio de
las mayorías parlamentarias.
Existe el poder mayoritario, que “es la fuerza derivada de que el jefe
del partido o de una coalición forma una mayoría parlamentaria es-
table (durante toda la legislatura) y disciplinada (que vota en bloque
todos los escrutinios importantes siguiendo las instrucciones que re-

280
ciben). Este poder mayoritario es una autoridad de facto, y no una
autoridad de derecho que define un poder verdadero.

Algunos ejemplos que han adoptado el semipresidencialismo son la


República de Weimar (1919-1920), Austria (1929), Irlanda (1937), Is-
landia (1944), Francia (1962) y Portugal (1976).
Los argumentos utilizados para refutar la naturaleza de este sis-
tema se basan en diversas experiencias, una de ellas ocurrió en 1986,
cuando el primer ministro Jacques Chirac se convirtió en jefe de Go-
bierno y el presidente François Mitterrand se vio reducido a un simple
jefe de Estado, de manera que la Constitución Francesa de 1958, que
estableció el sistema semipresidencial funciona como un sistema casi
parlamentario, cuando el partido político y los afines al presidente de la
República no cuentan con la mayoría de los legisladores en la Asamblea
Nacional (Congreso) o no puede configurar una coalición, entonces
el presidente tendrá que designar como primer ministro al líder del
partido que tiene esa mayoría o al líder que pueda formar un gobierno
y en este caso es el primer ministro quien gobierna (Carpizo, 1999).
El presidente cuenta con las facultades establecidas en la Consti-
tución, pero se vuelven virtuales ya que el encargado de formular y
controlar el presupuesto es el jefe de gobierno (el primer ministro) y
no el presidente, de manera que sin recursos económicos para ejercer
sus facultades, entonces su papel es de un jefe de Estado.
Por último, Sartori (1994) clasifica, un sistema semipresidencial
desde los siguientes aspectos:

El jefe de Estado (el presidente) es electo por el voto popular –ya


sea directa o indirectamente– para un periodo predeterminado en
el cargo;
El jefe de Estado comparte el Poder Ejecutivo con un primer minis-
tro, con lo que se establece una estructura de autoridad dual cuyos
tres criterios definitorios son:

281
1) El presidente es independiente del parlamento, pero no se le per-
mite gobernar solo o directamente, y en consecuencia su voluntad
debe ser canalizada y procesada por medio de su gobierno;
2) De la otra parte, el primer ministro y su gabinete son indepen-
dientes del presidente porque dependen del parlamento; están su-
jetos al voto de confianza y/o al voto de censura, y en ambos casos
requieren del apoyo de una mayoría parlamentaria, y
3) La estructura de autoridad dual del semipresidencialismo per-
mite diferentes balances de poder, así como predominios de poder
variables dentro del Ejecutivo, bajo la rigurosa condición de que el
potencial de autonomía de cada unidad componente del Ejecutivo
subsista”. (149)

SISTEMA DE GOBIERNO EN MÉXICO:


SISTEMA PRESIDENCIAL

Como ya hemos advertido nuestro análisis es deductivo, por lo que


antes de abordar el sistema presidencial en México haremos un parén-
tesis para señalar las características que tuvo este sistema en Latinoa-
mérica. Durante el siglo XIX el sistema político latinoamericano se
caracterizó por un surrealismo jurídico, junto a una continua y preo-
cupante inestabilidad de las leyes fundamentales y una obstinada fe en
la Constitución escrita, sentimiento que ha mantenido durante mucho
tiempo la creencia de que tal documento por sí solo resolvería la ado-
lescencia política (Valencia, 1978).
Durante el siglo XIX las principales características que distinguie-
ron a los regímenes políticos latinoamericanos fueron (Valdés, 1982):

1. Tradición indígena;
2. Afirmación del poder nacional; (traducida en que los caudillos mi-
litares se convierten en titulares del poder ejecutivo)
3. Tendencias federalista y centralista;

282
4. Poder de la iglesia;
5. Sistemas electorales (era de carácter indirecto y censal)
6. Organización social, la tendencia disociativa en América Latina;
7. Responsabilidad política del ejecutivo; la presidencia era el centro
de atracción más importante;
8. Presiones externas (de las potencias mundiales como Gran Breta-
ña, Estados Unidos y España)
9. Inestabilidad institucional;
10. Incultura política.

Durante los primeros años de vida independiente, en muchos países


de Latinoamérica se presentaron grandes fenómenos de inestabilidad
política. Nuestro país no fue la excepción ante aquellas recurrentes
crisis sociales y políticas. Definitivamente el texto de la ley en mate-
ria de sistemas políticos no ha sido verdaderamente coherente con la
praxis política. Ante las características señaladas para los países de La-
tinoamérica, y que se pueden aterrizar al caso mexicano, podemos de-
cir que México experimentó un gran cambio después de la transición
democrática vivida a finales de los años ochenta y continuada durante
los noventa. A continuación, presentaremos un análisis crítico del sis-
tema presidencial mexicano, procuramos para este apartado seguir la
cronología de nuestro sistema, apoyándonos de autores expertos en la
materia y diversos materiales gráficos que permitirán ejemplificar el
desarrollo del presidencialismo mexicano.

Antecedentes
Fix Zamudio señala que el estudio del régimen presidencial mexica-
no y su vinculación con el llamado modelo de división de poderes es
sumamente complejo y para su debida comprensión se requiere del
análisis de diversos ángulos de las disciplinas sociales en sus aspectos
jurídicos, políticos, sociológicos, económicos e incluso antropológicos
y psicológicos (Fix-Zamudio, 1980).

283
En México, la Constitución de Estados Unidos llegó traducida en
1823 y la de Cádiz llegó en 1812, las dos aportaron elementos para la
configuración del régimen político en el país. De la Constitución ga-
ditana comenta González Oropeza, que
(…) pueden considerarse algunos aspectos como el refrendo ministe-
rial y las relaciones entre el Congreso y los secretarios de despacho,
que tenemos en nuestro texto constitucional vigente (…) sin embar-
go, el hecho de establecer una monarquía constitucional aleja a esa
constitución del sistema presidencial conocido dentro de la república
(González, 2004).

Miguel Ramos Arizpe fue un promotor del federalismo en México,


así como del régimen político presidencialista de la recién fundada
república vecina, ya que consideraba que el Poder Ejecutivo unitario
debía contar con la energía suficiente para afrontar las emergencias a
las que el país enfrentaba. Por otro lado, se presentó la propuesta de
Demetrio del Castillo, en la que el ejecutivo estuviera en manos de
tres personas: el presidente, el vicepresidente y el presidente desig-
nado, que entraría en funciones de presidente al concluir el periodo
del primero. El motivo era que con ello se garantizaría la energía y, a
la vez, la concurrencia de varias inteligencias en la toma de decisiones
evitaría la precipitación de las mismas.
La fórmula defendida por Ramos Arizpe prevaleció sobre las de-
más y fue aprobada el 14 de julio de 1824, aunque el poder ejecutivo
unitario fue asesorado y supervisado por un consejo de gobierno que
funcionó de 1825 hasta 1853.

Las peculiaridades del régimen político mexicano y norteamericano


son (González, 2004):
Mexicano:

284
- Nombrar y remover libremente a los secretarios de Estado.
- Reelección limitada
Norteamericano:
- Ratificación de los colaboradores del presidente por parte del senado, y
- No determinó explícitamente la facultad de remoción, reconocida
hasta la interpretación que la Suprema Corte hizo en 1926.

El Congreso Constituyente de 1856-1857 tendió a limitar al poder eje-


cutivo, inspirados claramente por Manuel Crescencio Rejón y Manuel
Otero, quienes crearon las garantías individuales con el objeto de con-
trolar las atribuciones constitucionales de la federación y las entidades
federativas, ya que los congresistas no deseaban que se repitieran los
largos periodos presidenciales como los de Antonio López de Santa
Ana y Benito Juárez.
La segunda etapa en el desarrollo del presidencialismo inicia el 13
de noviembre de 1874, cuando se promulgaron las reformas constitu-
cionales las cuales reforzaron la posición del poder ejecutivo federal al
restablecerse el senado de la república, así como el veto suspensivo en
beneficio del propio ejecutivo (Fix-Zamudio, 1980).
De 1877 hasta 1911 se vivió en México el porfiriato17, en este pe-
riodo hubo un retroceso en dos sentidos (Fix-Zamudio, 1980):

En el texto de la Carta Fundamental y en la introducción de costum-


bres y prácticas políticas que menoscabaron el principio de división
de las funciones de los órganos de poder, por ejemplo, las reformas
constitucionales para admitir la reelección, la supresión de los artí-
culos 91 y 96 constitucionales y, por consiguiente, la eliminación de
la Suprema Corte de Justicia sustituida por los funcionarios del mi-
nisterio público y el procurador, designados y sustituidos libremen-

17 Este término fue creado por Daniel Cosío Villegas, debido a la que la figura del presidente
Porfirio Díaz estuvo siempre presente.

285
te por el poder ejecutivo así como la práctica de otorgar facultades
legislativas delegadas al ejecutivo federal por parte del Congreso de
la Unión.

Finalmente, el poder constituyente de 1917, junto con Venustiano Ca-


rranza, apoyó el poder ejecutivo unitario y fuerte por el presidente de
la República, por los siguientes motivos:

Los constituyentes de 1857 concibieron bien el poder ejecutivo: libre


en su esfera de acción para desarrollar su política, sin más limitación
que respetar la ley; pero no completaron el pensamiento, porque
restaron al poder ejecutivo prestigio, haciendo mediata la elección
del presidente, y su elección fue, no la obra de la voluntad del pue-
blo, sino el producto de las combinaciones fraudulentas de los cole-
gios electorales (…) Si se designa al presidente directamente por el
pueblo, y en contacto constante con él por medio del respeto a sus
libertades, por la participación amplia y efectiva de este en los ne-
gocios públicos, por la consideración prudente de las diversas clases
sociales y por el desarrollo de los intereses legítimos, el presidente
tendrá indispensablemente su sostén en el mismo pueblo. ¿Qué es lo
que se pretende con la tesis del gobierno parlamentario? Se quiere nada menos
que quitar al presidente sus facultades gubernamentales para que las ejerza el
Congreso, mediante una comisión denominada gabinete. En otros términos
se trata de que el presidente personal desaparezca, quedando de él
una figura colectiva. ¿En dónde estaría entonces la fuerza del gobierno? En
el parlamento. Y como este, en su calidad deliberante, es de ordinario inepto
para la administración, el gobierno caminaría siempre a tientas, te-
meroso a cada instante de ser censurado.18

18 “Mensaje de Venustiano Carranza al Congreso Constituyente en la entrega de su proyecto de


Constitución” en Revista Mexicana de Derecho Penal, Órgano oficial de la Procuraduría General
de Justicia del Distrito y Territorio Federales, núm. 13, 3ª época, Publicación bimestral, enero-
febrero de 1967, pp. 27- 28.

286
En este mensaje, el jefe del ejército constitucionalista aducía que en
el régimen parlamentario se necesita un sistema de partidos perfec-
tamente organizado y hombres en los cuales se pudieran distribuir
las funciones fundamentales, de lo cual carecía México por lo que, a
consideración de Carranza, se estaría expuesto a crisis ministeriales.
A su vez argumentó que en los países latinoamericanos donde se había
instalado el parlamentarismo como forma de gobierno había tenido
poco éxito.
De manera que la mejor forma de gobierno para Venustiano Ca-
rranza era la república presidencialista respetando los principios de li-
bertad, igualdad y seguridad de los derechos de los ciudadanos. En esta
misma reforma proponía la abolición de la vicepresidencia y un nuevo
mecanismo de sustitución de las faltas temporales y definitivas de presi-
dente de la república. Los instrumentos aprobados por el constituyente
de 1917 para obtener el nuevo reforzamiento constitucional del presi-
dente de la república fueron los siguientes (Fix-Zamudio, 1980):

- Elección directa del presidente de la república (a diferencia de la


Constitución de 1857, que era indirecta);
- Se modificó el sistema de responsabilidad oficial en donde el pre-
sidente ahora solo podía ser enjuiciado por delitos graves de orden
común y por traición a la patria;
- Se limitó el funcionamiento del poder legislativo, de tal manera
que los periodos ordinarios se redujeron a uno solo y se restringió la
facultad de la comisión permanente para convocar oficiosamente a
sesiones extraordinarias.

Características del sistema presidencial mexicano durante la fase de sistema de


partido hegemónico
Como menciona el maestro Carpizo (1978) hablando del sistema pre-
sidencial mexicano, el presidente es la pieza clave del sistema político
y tiene un enorme predominio sobre los otros elementos políticos que

287
configuran al propio sistema (pág. 21). El artículo 49 de nuestra Carta
Magna menciona que el “Supremo Poder de la Federación se divide
para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial” (Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, 1917, Artículo 49).
México adopta un sistema presidencia al depositar el poder ejecutivo
en un presidente de la república, el cual es renovado periódicamente a
través del voto ciudadano. El poder legislativo está compuesto por dos
cámaras, la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores, cada una de
ellas con facultades específicas, ambas están integradas por miembros de
un grupo parlamentario o partido político, sin embargo, también existe
la posibilidad de que existan legisladores electos de forma independiente.
Jorge Carpizo ha llamado a las atribuciones particulares y únicas
del sistema presidencial mexicano “facultades metaconstitucionales”
(Carpizo, 1978) (es decir, que van más allá de la Constitución), son
aquellas que no están plasmadas en ningún texto legal constitucional
ni inferior, pero que implícitamente, por cuestiones del sistema le per-
tenecían, eran inherentes al jefe máximo personificado en el presiden-
te de la República. Algunas de estas facultades fueron las siguientes:

- Jefatura real del PRI (Partido Revolucionario Institucional);


- Designación de su sucesor19;
- Designación de los gobernadores;
- Remoción de los gobernadores20.
- Atribución de palomear21 candidaturas a diputados y senadores de
su partido;

19 Para este tema recomendamos la detallada exposición del historiador Daniel Cosío Villegas que
explica este fenómeno, muy peculiar en nuestro país en los sexenios priístas: “¿Cómo se fabrica
este ser extraordinario que durante seis años rige los destinos de un pueblo (…)? En principio, los
dieciocho miembros del gabinete son tapados; pero al final uno solo resulta el verdadero tapado”.
en su obra: La sucesión presidencial, Cuadernos de Joaquín Mortiz, México, 1975.
20 Las primeras facultades que hemos expuesto son las señaladas por el maestro Carpizo.
21 La anterior definición se refiere a la selección directa de los candidatos por parte del presidente,
conocida también como “dedazo”.

288
- Definir algunas presidencias de los municipios más grandes del país;
- La injerencia para determinar los liderazgos de las cámaras del Co-
mité Ejecutivo Nacional de su partido;
- Facultad que tenía de destituir a los ministros de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación, la cual fue derogada a raíz de la reforma al
Poder Judicial del año 1994.22

Podemos observar el amplio abanico de facultades atribuidas al presi-


dente de la república. Esto muestra los síntomas de deterioro del sis-
tema político mexicano desde los años sesenta, ya con sus más severas
crisis hasta finales de los años ochenta, recurriendo cada vez más a un
sinnúmero de artificios extralegales para conservar el poder.
El nuevo contexto político mexicano (Prado, 2001) comienza a
partir de progresivas etapas que van debilitando el régimen político,
primero en el año de 1988 donde el presidente no obtuvo la mayoría
calificada en el Congreso para emprender las reformas constituciona-
les que necesitaba y, en el año de 1997, con la pérdida de la mayoría
en la Cámara de Diputados, propiciando de esta forma el pluralismo
manifestado en un sistema de partidos.
Pero el fin del presidencialismo del partido hegemónico consti-
tuye la principal ventaja del contexto, ya que el Ejecutivo ha tenido la
oportunidad de practicar su capacidad de negociación, aunque muchas
veces en el sexenio del presidente Fox se haya fracasado en los acuer-
dos.23 Un ejemplo de ello fue el Acuerdo Político Nacional convocado
por el presidente Vicente Fox, que contenía tres puntos esenciales: lo
político-institucional, lo social y el federalismo, que según expertos
debió incluir la reforma de las instituciones políticas, proyectando una
reforma constitucional de fondo, adaptándolas al nuevo contexto po-
lítico de pluralidad y de contestación hacia la política gubernamental

22 Estas facultades son las reconocidas por el doctor Javier Hurtado, El sistema presidencial mexicano.
23 Ejemplo de esto son las reformas estructurales ampliamente debatidas por todos los círculos
políticos del país pero que todavía no han sido aprobadas.

289
(Prado , 2001), sin embargo la falta de una cultura política democráti-
ca entre las distintas fracciones dentro del Congreso y su parálisis le-
gislativa que caracterizó este sexenio impidió cualquier pacto nacional
que representara legítimamente los intereses de todos los ciudadanos.
Otro elemento dentro de este contexto es la creciente apertura de los
medios masivos de comunicación que ha permitido la discusión abier-
ta de las distintas ideas y manifestaciones políticas sobre los asuntos de
mayor relevancia en el país.24
De tal manera, para el año 1991, los principales factores que han
contribuido al cambio vertiginoso del presidencialismo mexicano son
(Carpizo J., 1991):

a. Las transformaciones profundas que ha tenido la sociedad mexica-


na;
b. Las crisis económicas de los últimos años;
c. Un factor psicológico: la ruptura del tabú de que no se debía criticar
al presidente de la República;
d. Fortalecimiento de los poderes Legislativo y Judicial federales;
e. La influencia más intensa de los grupos de presión;
f. El paso de un sistema de partido predominante a un pluripartidista;
g. Las frecuentes e intensas manifestaciones de malestar popular;
h. Las reformas políticas promovidas desde la cúpula política;
i. Una serie de factores internacionales.25

De tal manera que, al cambio político logrado en 2000, contribuyen


diversos elementos, los más importantes son:

24 En 2006 fue muy discutida la aprobación por la mayoría de los congresistas de la Ley Federal de
Radio y Televisión que, en opinión de muchos líderes de opinión favorecía a las dos televisoras
más fuertes en el país, Televisa y TV Azteca, lo que provocó especulaciones sobre el tráfico de
intereses entre estos medios y el poder político en turno.
25 Entre ellas podemos señalar la presión de organismos internacionales como la Unión Europea que
puso como condición al Gobierno mexicano la democratización para poder facilitar las relaciones
multilaterales.

290
a. Las recurrentes crisis económicas acontecidas en los últimos 25 años
que disminuyeron notablemente el nivel de vida de los trabajadores
y de un alto porcentaje de la clase media, aumentando el número de
mexicanos en el estrato de pobreza extrema.
b. El crecimiento de la corrupción, la impunidad, y, en los últimos
años, la inseguridad, aunados a escándalos públicos.
c. La respuesta de los Gobiernos federales a la crisis y cuestiones men-
cionadas y a la presión social que aumentaba derivó en la apertura
paulatina del sistema político.
d. Un sentimiento social de cansancio respecto al sistema político y el
anhelo de su cambio, el cual pudiera comenzar a resolver los pro-
blemas señalados.
e. El rechazo a la concentración del poder y el deseo del funcionamien-
to de un régimen democrático sin matices.
f. El entorno internacional a partir de la caída del muro de Berlín y el
énfasis mundial en la existencia de gobiernos democráticos.
g. Un sistema sociopolítico que se agotó.

SISTEMAS DE PARTIDO:
CONCEPTO, TIPOLOGÍAS Y CARACTERÍSTICAS
Concepto
El sistema de partidos es definido como la competencia democrática en-
tre partidos políticos los cuales se relacionan e interactúan entre ellos
y el Estado para alcanzar el poder. El sistema de partidos contempla la
capacidad de que los partidos obtengan cargos de representación, consi-
derando su alternancia y la pluralidad de las ideologías que representan.
Easton (1992), comenta que “se puede definir un sistema político
como aquellas interacciones por medio de las cuales se asignan auto-
ritariamente valores en una sociedad; esto es lo que lo distingue de
otros sistemas de su medio” (pág. 221).
Los sistemas de partidos determinan la posibilidad de que varias o
una sola fuerza política alcance el poder para gobernar, contemplando

291
la arena en la que participan y las reglas del juego político que se esta-
blecen en los procesos electorales.
De acuerdo con Nohlen (2004), los elementos principales que se
observan en un sistema de partidos son los siguientes:

- Competencia e interacción entre partidos.


- Número de partidos.
- Tamaño de los partidos.
- Distancia ideológica entre ellos.
- Su relación con la sociedad o con grupos sociales.
- Su actitud frente al sistema político.

Los sistemas de partidos en un régimen democrático fungen como el


puente que une a los gobernados y los gobernantes, en otras palabras,
el sistema de partidos debe establecer un canal de comunicación efec-
tivo entre el gobierno en turno y la ciudadanía, donde se expongan los
intereses de diversos grupos de la sociedad.
Sartori realiza la siguiente clasificación de los sistemas de partidos
señala una distinción entre sus llamadas clases (1976) de sistemas de
partidos, de los cuales se encuentran los siguientes:

1. De partido único
2. De partido hegemónico
3. De partido predominante
4. Bipartidista
5. De pluralismo extremo
6. De atomización

SISTEMA DE PARTIDO POR CALIDAD


Sistema de partido no competitivo
Las condiciones que genera un sistema de partidos no competitivo no
deben confundirse con las situaciones en que un partido no encuentre

292
oposición real entre los demás competidores de un proceso electoral.
Hacer esta diferenciación me resulta de suma importancia, pues debe-
mos distinguir los conceptos de competencia y competitividad. En otras
palabras, en un sistema de partido predominante existe la competencia
en tanto las reglas del juego permiten la disputa por el cargo de elección.
Sin embargo, en este sistema la competitividad es poca o nula, pues la
posibilidad de triunfar de un partido es mayor a la de sus opositores.
Sartori señala que “la competitividad es una de las propiedades, o uno
de los atributos de la competencia.” (Sartori, 1976, pág. 265) Entender
estas diferencias, nos permite definir de manera más exacta este sistema
de partidos en el cual se encuentra limitada la pluralidad partidista, re-
duciendo así desde la participación de partidos políticos en igualdad de
oportunidades, la facultad del pueblo de votar y afiliarse a un partido de
su preferencia, hasta la alternancia de los partidos que llegan al poder.

Sistema con partido único


El sistema no competitivo de partido único limita la participación po-
lítica de partidos políticos más allá del que pertenece el gobernante,
eliminando por completo las posibilidades de alternancia política, pues
se prohíbe la existencia (y con esto la participación) de un partido po-
lítico diferente al que ocupa el poder. No puede existir competitividad
porque simplemente no existen competidores, si bien la competencia
se queda a salvo porque se realizan ejercicios comiciales, estos quedan
reducidos a un nivel meramente testimonial. Los sistemas de partidos
únicos son caracterizados por una intolerancia, de mayor o menor me-
dida, partidista e ideológica, ejercen un alto control en sus gobernan-
tes y en la elección que ejerzan en su sufragio.
En estos sistemas el poder se encuentra en una sola unidad, mo-
nopolizado por el gobernante y el partido existente, el cual direcciona
la voluntad política desde la representación del ejecutivo y en el par-
lamento. El sistema puede comportarse más o menos omnipresente
en las decisiones que tome el gobernante, Sartori (1976) diseñó la si-

293
guiente subclasificación para medir el nivel de intensidad en que el
partido único limita el poder:

1. Unipartidista totalitaria
2. Unipartidista autoritaria
3. Unipartidista pragmática

Iniciaremos describiendo el unipartidismo totalitario, una de las frases


que describen de mejor manera un sistema totalitario es extraída de
una cita de Samuel Finer (1970) quien menciona que en este sistema “si
sobreviven esferas íntimas de la vida, es únicamente por autorización”
(Finer, 1970, pág. 74) Se considera que esta cita describe de manera
precisa los elementos de un partido totalitario, pues restringe a sus
ciudadanos el tener una preferencia política y con esto también reduce
su libertad de organización y su resultante libertad de sufragio.
Sartori (1976) reúne una serie de características del partido único
totalitario en la que señala que este se distingue “por su tentativa de
alcance total, de penetración y politizaciones totales… en un régimen
totalitario se impone con tanta más facilidad cuando no se valoran
mucho al individuo ni la intimidad”. (Sartori, 1976, pág. 275). Con-
tinuando con el análisis de las subdivisiones en las cuales se presenta
el Partido Único, como clasificación de los sistemas no competitivos,
damos inicio al estudio del unipartidismo autoritario. El autoritaris-
mo es definido por Linz (1975) como “un régimen político, un con-
junto de reglas formales y/o informales con las cuales se determina
la elección de los gobernantes y el acceso al gobierno”. (Linz, 1975,
pág. 128) Esta definición no se aparta del concepto de unipartidismo
autoritario, pues este busca controlar ideológicamente a los votantes,
recurriendo a limitar las actividades políticas fuera de las que el parti-
do gobernante disponga.
Ahora bien, el unipartidismo pragmático es la subdivisión de esta
categoría de sistema de partidos más débil, pues en esta se permite la

294
existencia de grupos, los cuales gozan de tolerancia por el sistema.
Se considera importante que se permite la existencia de grupos, que
no hay que confundir con un grupo político formado, pues como lo
comentamos desde un inicio, existe una prohibición explícita de la
existencia de otros partidos políticos.

Partido hegemónico
El partido hegemónico cuenta con una serie de características simila-
res al sistema de partido único, en él también la relevancia mayoritaria
la tiene el partido gobernante, sin embargo, en este sistema se permite
el registro de partidos diferentes al que ocupa el poder, pero funciona
más como una fachada en un ejercicio democrático que quiere hacer
notar pluralidad, pero las posibilidades reales de triunfo son nulas por-
que el partido limita su participación.
La competencia funciona más como una ilusión, interna para sus
votantes, externa para la comunidad internacional, con una plurali-
dad material inexistente. A primera vista podríamos considerar que
el partido hegemónico comparte características vistas con el partido
predominante, sin embargo, la gran diferencia es que no existen com-
petencia real entre partidos, no por que el electorado así lo desee, sino
porque el Estado no permite la alternancia.
Sartori (1976) describió el partido hegemónico como una subca-
tegoría perteneciente al tipo de sistema de partidos no competitivos.
Sus características distintivas son:

1) exhibir una periferia de pequeños partidos secundarios estimula-


dos por el mismo partido hegemónico para simular una competencia
y crear una fachada ficticia de pluripartidismo;
2) aun así el partido hegemónico no permite una competencia real en
pie de igualdad por el poder, pero tolera cierta oposición, y
3) tampoco contempla la alternancia en el gobierno, por lo que no
está expuesto a una rendición de cuentas real (Sartori, 1976).

295
Podemos ver como el Estado termina siendo parte de la arena políti-
ca, pues construye estructuralmente condiciones desiguales para los
partidos políticos que compiten. Estos Estados optan por organizar
elecciones y declarar los triunfos de las elecciones en turno.
Consideramos que es relevante retomar lo mencionado por Dia-
mond (2016) quien señala que hay regímenes políticos nacionales en
donde la realización periódica de elecciones y la presencia de partidos
políticos que compiten por el voto del pueblo no pueden identificarse
con la democracia. Las elecciones pueden ser fraudulentas o mani-
puladas en un proceso aparentemente competitivo, incluso ante un
sistema de doble conteo o con la presencia de veedores internacionales
(Diamond & Plattner, 2016).

El estado que cuente con un partido hegemónico jamás permitirá,


mientras tenga poder y legitimidad este estado, que los partidos de
periferia entren al régimen, pues su función se termina cuando se hace
público como ganador al partido que ya se encontraba en el gobierno.

Sistema de partido. Sistema de partido hegemónico: el caso mexicano


Una vez observadas las características de los sistemas de partidos y en
especial el no competitivo con su subclasificación de partido hegemó-
nico, es hora de observar el análisis desde un caso real. El caso real
que veremos será el caso mexicano, que durante décadas contó con un
partido hegemónico, el cual dominaba la arena política y limitaba la
participación de los opositores a este.
En el Estado mexicano existía un ambiente político que cumplía
con las características de un partido hegemónico, pues por más de
cincuenta años un solo partido gobernaba y contaba con la mayoría
absoluta en las dos cámaras. Según Sánchez y Martínez (2014) el siste-
ma de partidos políticos que existe en México ha evolucionado desde
uno de partido hegemónico con nula competencia electoral, que duró
desde 1929 hasta 1988.

296
Algo importante de señalar es que el partido hegemónico mexica-
no ha modificado su nombre en tres ocasiones, sin embargo, la perma-
nencia de este no sufrió cambio a diferencia de su nombre. En 1929 se
llamó Partido Nacional Revolucionario, en 1938 cambió a Partido de
la Revolución Mexicana y en 1946, Partido Revolucionario Institucio-
nal. En el transcurso de estos años se fueron registrando más partidos,
sin embargo, no existía una alternancia ni en el poder legislativo ni en
las cámaras. Este partido fue tan fuerte que tuvo catorce presidentes
del mismo partido (recordemos que es la misma fuerza política con
nombres diferentes), por lo que con solo este dato podemos observar
lo monopolizado que se encontraba el poder en México.
Los partidos políticos que existían funcionaban como una fachada
del Estado para dar legitimidad a los comicios, luego de los sucesos
que marcaron la vida política del país, como fue ocurrió en el movi-
miento estudiantil de 1968.
El término de partidos de “fachada” que usamos anteriormente se
basa en la necesidad gubernamental de legitimar los procesos electora-
les que ocurrían, mostrando a sus ciudadanos una falsa opción política
opositora, la cual por formas legales y por medidas más allá de las que
contemplaba la ley, obstaculizaba ya no solo el triunfo, si no una com-
petencia real de los demás partidos.

Fase actual del sistema de partidos en México: sistema de pluralismo moderado


Las elecciones de 2018 fueron protagonizadas por tres fuerzas polí-
ticas, además participó por primera vez un candidato independiente
en estas elecciones. El primero de ellos, el encabezado por el C. José
Antonio Meade Kuribreña postulado por la coalición Todos por Mé-
xico integrada por los partidos PRI, Verde y Nueva Alianza obtuvo el
16.4099% de la votación. El segundo de ellos fue el C. Ricardo Anaya
Cortés postulado por la coalición Por México al Frente integrado por
los partidos PAN, PRD y Movimiento Ciudadano con un 22.2750% de
la votación y el tercero, el C. Andrés Manuel López Obrador postula-

297
do por la coalición Juntos Haremos Historia integrada por los partidos
políticos PT, MORENA y Encuentro Social, obteniendo 53.1936%, del
cual resultó ganador.

22.2750%

16.4099%

53.1936%
Tabla de elaboración propia.

Este resultado fue demoledor para los partidos que venían predominan-
do en el poder en México, pues significó un número grande de electores
que mostraban su rechazo en las elecciones presidenciales, iniciando una
época de pluralidad y apertura política nunca presenciada en el país.
Este triunfo no solo fue determinante en las elecciones del eje-
cutivo, pues los resultados obtenidos en las votaciones para elegir las
diputaciones federales, se obtuvieron por coalición los siguientes re-
sultados por circunscripción.

63

13

210

Tabla de elaboración propia.

Ante este antecedente, los partidos políticos perdedores en 2018, en


las elecciones de 2021 formularon una nueva estrategia para reunir
fuerzas políticas y electores y obtener un resultado más favorable fren-
te al nuevo partido dominante en México.

298
El período electoral 2020 -2021 en México es uno de los más im-
portantes en la historia democrática del Estado mexicano, pues en
toda la república se realizaron elecciones de gobernador, ayuntamien-
tos, diputaciones locales y federales respectivamente.
Esta elección resultó más competitiva para los partidos, pues los
partidos menores se reunieron en una coalición denominada Va por
México integrada por los partidos PRI, PAN y PRD, quienes no ob-
tuvieron un resultado favorable en las pasadas elecciones, por lo cual
optaron los presidentes de cada partido unirse en coalición y formar
esta nueva fuerza política que tendría relevancia en 2021.
En estas elecciones se observó un verdadero contrapeso, pues en
el caso de las diputaciones federales la coalición Va por México obtuvo
un 25.7312% de la elección (más las que se obtuvieron por los parti-
dos individualmente), mientras la coalición Juntos Hacemos Historia
obtuvo 26.1946 por ciento de la votación válida emitida en la elección.

25.7312%

26.1946%
Tabla de elaboración propia.

La clasificación de sistema polarizado moderado podría considerarse


como pronta, pues aún no ocurren los ejercicios electorales para que
el sistema de partidos se asiente como tal en esta manera, sin embargo,
en la actualidad cumple con las características básicas, pues existe una
competencia entre dos coaliciones importantes, las cuales generan una
competitividad en el estado mexicano, sin dejar de observar las carac-
terísticas propias que los teóricos han señalado sobre este sistema de
partidos, pues el enfrentamiento se encuentra entre dos fuerzas políticas
dominantes, la distancia ideológica interna de ellos es centro izquierda
y centro derecha y estas mismas entre sí, son mutuamente excluyentes.

299
SISTEMAS ELECTORALES:
TIPOLOGÍA, CARACTERÍSTICAS Y ELEMENTOS
Concepto
El sistema electoral puede definirse como el conjunto de normas ju-
rídicas que regulan la relación entre la voluntad política de los ciuda-
danos expresada en votos, y los puestos de representación política que
conformarán los poderes políticos del Estado. Nohlen (2015) define
a los sistemas electorales como los que determinan las reglas a través
de las cuales los electores pueden expresar sus preferencias políticas y
mediante las cuales es posible convertir los votos en escaños. (Nohlen,
2015, pág. 19)

Características
Para analizar los sistemas electorales debemos observar las caracte-
rísticas con las que cuentan en general, con el fin de entender en ma-
yor medida los conceptos que anunciaremos a continuación. Según
Nohlen (2015) los sistemas electorales se componen de los siguientes
cuatro elementos.

Circunscripciones electorales.
Formas de votación y de candidatura.
Formas de conversión de los votos en escaños.
Barreras legales o umbrales.

La circunscripción electoral es el número de escaños o puestos de


elección popular por lo que se competirá en el distrito. No debe de
confundirse la circunscripción electoral con la división territorial, así
como el tamaño de esta, pues la dimensión de la circunscripción elec-
toral es conformada por el número de escaños que hay que repartir.
El Diccionario panhispánico del español jurídico (2009) define la cir-
cunscripción electoral como la demarcación que se toma como crite-
rio para distribuir los escaños, tomando en consideración el conjunto

300
de votos emitidos en la misma. En las uninominales se elige un solo
candidato y en las plurinominales, varios candidatos.
Otro aspecto que debemos considerar son las formas de votación,
las cuales pueden ser personal y por lista. Las formas de candidatura y
de votación se componen de los siguientes elementos:

FORMAS DE CANDIDATURAS FORMAS DE VOTACIÓN


Relación entre elector y candidato. Es-
Lista cerrada y bloqueada: Le permite al
tos se han tornado más atractivos. En
votante dar su voto a una lista en bloque
los sistemas electorales uninominales se
(o en plancha). El orden establecido por
combina la representación proporcional
la lista no puede ser alterado.
con el principio de representación.
Lista cerrada y no bloqueada: Le permite Relación entre candidato y partido. En
al elector alterar la lista, es decir, el vo- estas el elector ejerce una mayor o me-
tante puede tomar la decisión de quién nor influencia sobre la selección de can-
debe representar el partido. didatos dentro del partido.
Posibilidad de los partidos de estructu-
Lista abierta: Las listas de los partidos rar la composición de los grupos políti-
solo constituyen aquí una propuesta, cos en el parlamento. Esta estructura-
además los electores pueden escoger can- ción de la representación política es más
didatos de listas diferentes. difícil observar en el caso de candidatu-
ras individuales y de las formas de lista.
Fuente: Nohlen, 2015, pág. 25-26.

Sobre las formas de conversión de votos en escaños, estos pueden ad-


judicarse de dos formas principales: mayoritaria y proporcional. La
manera más sencilla, aunque superficial, de comprender las reglas
decisorias las describe el Centro de Capacitación Judicial Electoral
(1988), mencionando en su Manual de sistemas electorales que, en la deci-
sión mayoritaria gana escaños el partido que obtiene el mayor número
de votos. En la decisión proporcional obtiene escaños el partido que
alcanza un determinado porcentaje de los votos.

301
SISTEMAS DE REPRESENTACIÓN PROPORCIONAL:
PURO E IMPURO

Los sistemas electorales están divididos en mayoritario, de represen-


tación proporcional y mixtos, teniendo sus subdivisiones cada uno,
con sus características pertinentes. Los tipos de sistemas electorales
son los siguientes:

Sistemas mayoritarios
En el sistema de mayoría, el elector tiene más conocimiento sobre qué
sucede con su voto, pues triunfa el candidato con mayor número de
electores, sin embargo, los distintos sistemas electorales determinan
distintas normas de adjudicación, pues existe la mayoría relativa y la
absoluta (o de segunda vuelta). En el principio de mayoría, el triun-
fador obtiene mayor cantidad de votos que sus contrincantes. En este
sistema la regla decisoria es simple, pues no se determina un número
de votos mínimos, si no que solo un mayor número de electores hayan
expresado su preferencia a través del voto, en comparación con los
demás candidatos.
A diferencia del principio del sistema de mayoría relativa, la ma-
yoría absoluta, necesita 50% más uno de los votos para poder designar
a un ganador. En el caso de que no se obtenga la cantidad de votos
solicitada, se organiza una segunda ronda de elecciones, en donde par-
ticipan únicamente los dos candidatos con mayor número de votos,
reduciendo así la participación de los grupos políticos minoritarios.

Sistema de representación proporcional


En cuanto al sistema de representación proporcional, la regla deci-
soria se basa en el porcentaje de la votación obtenida por el partido
postulante, es decir a diferencia del sistema de mayoría, los partidos
pequeños cobran relevancia y pueden lograr un número mínimo de
escaños en el parlamento. Nohlen (2015) menciona sobre esto que,

302
“para los candidatos y simpatizantes de los partidos políticos vale la
pena luchar por cada voto, lo cual puede significar además una mayor
vitalidad en la competencia partidaria y en la participación electoral”
(Nohlen, 2015, pág. 28).
Las conversiones pueden realizarse a través de fórmulas matemáti-
cas, las cuales se han establecido mediante características particulares;
se tratan de las siguientes:

Fórmulas con divisores


D’Hondt
Lijphart (1994), señala sobre esta fórmula, “que la votación obtenida
por cada partido se debe dividir entre números enteros sucesivos hasta
cubrir el número de escaños a distribuir. La serie de divisores comien-
za en el uno (1) y termina cuando están repartidos todos los escaños”
(1994, pág. 23).

PARTIDOS VOTOS 1 2 3
A 500 500 250 166.6666
B 1200 1200 600 400
C 700 700 350 233.3333
D
400 200 133.333
400
Tabla de elaboración propia.

En el caso del anterior ejercicio se asignó un total de diez escaños, em-


pezando a partir del primer divisor y continuando con la asignación de
manera decreciente, distribuyendo los escaños hasta que terminemos
con el total de escaños permitidos.
La siguiente asignación muestra de forma decreciente los resulta-
dos obtenidos de las divisiones de votación de todos los partidos.

303
Orden de resultados
VOTOS PARTIDO
1 1200 B
2 700 C
3 600 B
4 500 A
5 400 D
6 400 D
7 350 C
8 250 A
9 233.333 C
10 200 D

PARTIDOS ASIGNACIÓN FINAL DE CURULES


A 2
B 2
C 3
D 3
Tablas de elaboración propia.

Sainte-Laguë
Lijphart (1994), distingue los pasos para la asignación de escaños en
esta fórmula señalando que, “la votación de los partidos políticos se
divide entre una serie de divisores que comienzan en 1.4, seguido de
los números impares sucesivos (3, 5, 7…) hasta cubrir el número de
escaños por repartir” (1994, pág. 23).

PARTIDOS VOTOS 1.4 5 7 9


A 500 357.1428 100 71.4285 55.5555
B 1200 857.1428 240 171.4285 133.3333
C 700 500 140 100 77.7777

D 400 285.7142 80 57 44.4444

304
En el caso del anterior ejercicio se asignó un total de 10 escaños, em-
pezando a partir del primer divisor y continuando con la asignación
de manera decreciente, distribuyendo los escaños hasta terminar de
asignar el total de escaños.
En la siguiente asignación se muestra de forma decreciente los re-
sultados obtenidos de las divisiones de votación de todos los partidos.

Orden de resultados
VOTOS PARTIDO
1 857.1428 B
2 500 C
3 357.1428 A
4 285.7142 D
5 240 B
6 171.4285 B
7 133.3333 C
8 140 B
9 100 A
10 100 C

PARTIDOS ASIGNACIÓN FINAL DE CURULES


A 2
B 4
C 3
D 1
Tablas de elaboración propia.

Fórmulas con cocientes o cuotas


Hare
En el caso de la fórmula Hare, la regla decisoria de asignación es a
través de la división de los votos recibidos por cada partido entre el
cociente de distribución.

305
Lijphart (1994) menciona que este procedimiento regularmente
se complementa con el método de restos mayores, que consiste en
obtener los remanentes o restos de votación de cada partido político
una vez aplicado el cociente de distribución. Los restos se ordenan de
mayor a menor y es en este orden que se asignan los escaños faltantes
(1994, pág. 23).

PARTIDOS VOTOS

A 500
B 1200
C 700
D 400

Suma de la votación de todos los partidos competidores


PARTIDOS VOTOS

A 500
B 1200
C 700
D 400
TOTAL 2,800

Obtención de cociente. Dividir el total de votos entre el número de


escaños a repartir, a fin de obtener el cociente.

Tabla 3. Obtención de cociente


PARTIDO VOTOS
Total de votos 2800
Escaños a repartir 10
Cociente de 10 escaños 280

306
Asignación por cociente. Dividir la votación de cada partido entre el
cociente obtenido en la tabla 3 y asignar las curules conforme al nú-
mero entero obtenido.

Tabla 4. Asignación por cociente


RESULTADO
PARTIDO VOTOS COCIENTE ESCAÑOS
DE DIVISIÓN
A 500 280 1.78 1
B 1200 280 4.2 4
C 700 280 2.5 2
D 400 280 1.428 1
TOTAL 142,000

Obtención de restos mayores de votación. En caso de que falten cu-


rules por repartir, para determinar el resto mayor de cada una de las
votaciones de los partidos, hay que multiplicar el número de escaños
obtenidos por cociente (tabla 4) y el resultado será restado a la vota-
ción de cada partido.

Tabla 5. Obtención de restos de votación


VOTOS
PARTIDO VOTOS ESCAÑOS COCIENTE RESTOS
UTILIZADOS
A 500 1 280 280 280
B 1200 4 280 280 1120
C 700 2 280 280 560
D 400 1 280 280 280
TOTAL 142,000 TOTAL

Asignación de curules por resto mayor. Asignar las curules faltantes


conforme a los restos mayores.

307
Tabla 6. Asignación de curules por resto
PARTIDO VOTOS RESTOS RESTO MAYOR
A 500 280 0
B 1200 1120 1
C 700 560 1
D 400 280 0
TOTAL 142,000

Asignación final de curules. Sumar los escaños asignados por cociente


y los asignados por resto mayor.

Tabla 7. Asignación final de curules


RESTO ESCAÑOS
PARTIDO VOTOS ESCAÑOS
MAYOR FINALES
A 500 1 0 1
B 1200 4 1 5
C 700 2 1 3
D 400 1 0 1
TOTAL 142,000 10

Droop
La fórmula Droop utiliza un cociente de distribución que se obtiene
dividiendo la votación total de los partidos políticos entre el número
de escaños que se deben repartir, sumando uno más.
Este procedimiento es semejante al que se realiza en la fórmula
Hare, pues la asignación de escaños se basa en el número de veces que
el cociente de distribución cabe en la votación de cada partido. Así
resultando los escaños que a cada partido se asignarán. Es importante
mencionar que los números decimales no se redondean.

308
PARTIDOS VOTOS
A 500
B 1200
C 700
D 400

Suma de la votación de todos los partidos competidores


PARTIDOS VOTOS

A 500
B 1200
C 700
D 400
TOTAL 2,800

Obtención de cociente. Dividir el total de votos entre el número de


escaños a repartir, a fin de obtener el cociente.

Tabla 3. Obtención de cociente


PARTIDO VOTOS

Total de votos 2800

Escaños a repartir + (más) 1 10+1

Cociente de 10 escaños 254.5454

309
Tabla 4. División de votación entre cociente
RESULTADO DE
PARTIDO VOTOS COCIENTE ESCAÑOS
DIVISIÓN
A 500 254.5454 1.9642 1
B 1200 254.5454 4.7142 4
C 700 254.5454 2.7500 2
D 400 254.5454 1.5714 1
TOTAL 2,800 8

Tabla 5. Obtención de restos de votación


VOTOS
PARTIDO VOTOS ESCAÑOS COCIENTE RESTOS ESCAÑOS
UTILIZADOS
A 500 1 254.5454 254.5454 245.4546 1
B 1200 4 254.5454 1018.1816 181.8184 0
C 700 2 254.5454 509.0908 190.9092 0
D 400 1 254.5454 254.5454 336.3638 1
TOTAL 2,800 8 2

Tabla 6. Asignación final de curules


RESTO ESCAÑOS
PARTIDO VOTOS ESCAÑOS
MAYOR FINALES
A 500 1 1 2
B 1200 4 0 4
C 700 2 0 2
D 400 1 1 2
TOTAL 2,800 8 2 10

Comparación entre fórmulas


ESCAÑOS ASIGNADOS
D´HONT SANITE-LAGUË HARE DROOP
DE CADA PARTIDO
A 2 2 1 2
B 2 4 5 4
C 3 3 3 2
D 3 1 1 2
TOTAL 10 10 10 10
310
Sea cual sea la fórmula que se use en un Estado, en los sistemas de
representación proporcional un número determinado de votos se con-
vertirán en curules que dará a lugar a la representación política de
diversos grupos. Según Carreras y Valles, (1977) “los escaños parla-
mentarios se distribuyen entre los contendientes en una elección, en
proporción al número de los votos obtenidos por cada una de sus can-
didaturas o partidos” (1977, pág. 63).

FASE ACTUAL DEL SISTEMA ELECTORAL PARA


LA ELECCIÓN DEL PODER LEGISLATIVO EN MÉXICO

Breve estudio de reformas electorales en México:

Tabla de elaboración propia con información de Sirvent (2022).

La actualidad del sistema electoral mexicano


En la actualidad, el sistema electoral mexicano se compone de un sis-
tema mixto, como lo describirían los teóricos, pues los cargos de re-
presentación política son elegidos por el principio de mayoría relativa
y representación proporcional, sin embargo, en México el Senado de
la República es conformado por una tercera forma de elección.

311
La Cámara de Diputados está integrado por 300 diputados y di-
putadas, electas por el principio de votación mayoritaria relativa, me-
diante el sistema de distritos electorales uninominales, así como por
200 diputadas y diputados que serán electos según el principio de re-
presentación proporcional, mediante el Sistema de Listas Regionales,
votadas en circunscripciones plurinominales. (Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos, 1917, Artículo 53).
Para las elecciones de las diputaciones por el principio de RP, el
territorio nacional se divide en cinco circunscripciones plurinomi-
nales y en cada una se eligen 40 diputaciones por este principio. En
el ámbito federal en México se usa la fórmula electoral Hare para la
asignación de escaños. Las cinco circunscripciones son las siguientes:

ENTIDADES FEDERATIVAS QUE CONFORMAN


CIRCUNSCRIPCIÓN
LAS CIRCUNSCRIPCIONES
Baja California. Baja California Sur. Chihuahua. Duran-
1 Guadalajara
go. Jalisco. Nayarit. Sinaloa. Sonora.
Aguascalientes. Coahuila. Guanajuato. Nuevo León.
2 Monterrey
Querétaro. San Luis Potosí. Tamaulipas. Zacatecas.
Campeche. Chiapas. Oaxaca. Quintana Roo. Tabasco.
3 Xalapa
Veracruz. Yucatán.
4 Ciudad de México Ciudad de México. Guerrero. Morelos. Puebla. Tlaxcala.

5 Toluca Colima. Hidalgo. Estado de México. Michoacán.

En el caso del Congreso mexicano desde la Constitución se establece


un mecanismo de control, de tal suerte que existen dos límites de
sobrerrepresentación política en la Cámara de Diputados (CPEUM,
artículo 54), las cuales son:

• Ningún partido puede tener más de 300 diputados por ambos princi-
pios.

312
• Ningún diputado y bajo ningún principio de elección, puede contar
un porcentaje mayor del 8% de la votación nacional emitida a su favor.

La Cámara de Senadores está integrada por 128 senadores designados por


el principio de mayoría relativa, el principio de representación propor-
cional y una tercera forma de designación denominada primera minoría.
Los elegidos por el principio de mayoría relativa son 64. Los partidos po-
líticos deben conformar una lista con dos fórmulas de candidaturas en los
32 estados de la república. Para el caso de la elección por representación
proporcional, estos son ocupados por listas de una sola circunscripción
plurinominal. De igual forma, solo tienen acceso los partidos que cuen-
ten con 3% de la votación válida emitida, sin embargo, en la asignación
de senadores, la Constitución no señala límites a la sobrerrepresentación.
En cuanto a la designación de la primera minoría, en esta las o los can-
didatos que hayan obtenido el segundo lugar en número de votos en la
entidad tienen la oportunidad de acceder a un escaño.

RELACIÓN ENTRE SISTEMA DE GOBIERNO,


SISTEMA DE PARTIDOS Y SISTEMA ELECTORAL

Ahora bien, una vez estudiados de forma individual los sistemas de go-
bierno, partido y sistemas electorales es tiempo de tocar el tema cen-
tral de este capítulo, el de la trilogía entre sistemas. Le denominamos
trilogía a la relación de interdependencia que existe entre sistemas y el
efecto conjunto e individual que genera dentro de un territorio.
De forma sencilla y como resumen, podemos mencionar que el
sistema electoral de un país va a determinar el tratamiento de los
votos depositados por la población hacia uno o varios partidos que
participan en una elección y que pueden tener o no posibilidades rea-
les de triunfo.
Recordemos que el sistema de partidos de un país va a permitir
desde el número de partidos participantes, el porcentaje o rango de

313
participación, la posibilidad de triunfo de uno o más partidos y la for-
ma de postulación del candidato o candidatos.
Para que posteriormente, cuando se declare el candidato ganador, el
poder sea depositado de la forma en que el país así lo determine, el go-
bernador y los partidos ganadores de escaño utilicen el poder. Mediante
la siguiente ilustración será más sencillo comprender lo explicado.

Tabla de elaboración propia.

La necesidad de que estos tres sistemas se estudien de forma relacionada


y no de forma individual es el tema central de este capítulo, pues descar-
tar un sistema provoca que la ecuación formulada denominada trilogía
resulte incompleta, causando que el estudio sea parcial. Por medio de
esta dinámica se puede comprender la consolidación de los gobiernos,
haciendo de conocimiento de los electores la forma de participación
de los partidos políticos en una elección, del tratamiento de votos el
día después y de cómo se legitimará el ganador. Los valores de esta tri-
logía deben ser amplios, pues con esta misma fórmula explicamos un
sistema democrático, además de ser aplicable para cualquier gobierno:
presidencial, semipresidencial o alguna variación de los mismos.
Por lo que consideramos que esta trilogía es aplicable para cual-
quier estado que una persona desee estudiar, considerando asimismo
los conceptos estudiados en el presente capítulo.

314
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Aguirre, P. (2001). Francia. Sistemas políticos y electorales contemporáneos. Ciudad de


México: Insittuto Federal Electoral.
Allard, E., & Littunen, Y. (2013). Cleavages, Ideologies and Party Systems: Contributions
to Comparative Political Sociology. Cambridge University: Cambridge.
Cámara de Diputados. (2 de diciembre de 1988). Cámara de Diputados H. Congreso
de la Unión. Obtenido de Nuestro Siglo- Los años de la apertura democrática:
https://www.diputados.gob.mx/museo/s_nues10.htm
Carpizo, J. (1978). El presidencialismo mexicano. D.F.: Siglo veintiuno editores.
Carreras, F., & Valles, J. (1977). Las elecciones. Barcelona: Blúmer.
Diamond, L., & Plattner, M. (2016). Authoritarianism goes global. The challenge to de-
mocracy. Baltimore: Jhons Hopkins and National Endowment for Democracy.
Diccionario panhispánico del español jurídico. (21 de febrero de 2009). Obtenido de
Circunscripción Electoral: https://dpej.rae.es/lema/circunscripción-elec-
toral
Duverger, M. (1962). Instituciones políticas y derecho constitucional. Barcelona: Ariel.
Duverger, M., & Sartori, G. (1988). Los sistemas electorales. San José: CAPEL.
Easton, D. (1992). Categorías para el análisis sistémico de la política. En G. Al-
mond, Diez textos básicos de ciencia política. (págs. 221-230). Madird: Ariel.
Espinoza, R. (2016). Sistemas parlamentario, presidencial y semipresidencial (20 ed.).
Ciudad de México: INE.
Finer, S. (1970). Comparative Government. London: Allen Lane.
Hernández Avendaño, L. (2004). El papel de la oposición política en la transición
mexicana a la democracia. Transiciones a la democracia: Visiones críticas. , 22-34.
Lijphart, A. (1994). Electoral Systems and Party Systems. A Study of Twenty-Seven Demo-
cracies. New York: Oxford Univeristy.
Linz, J. (1975). Totalitarian an Authoritarian Regimes. En F. Greenstein, & N.
Polsby, Handobook of Political Science. Macropolitical Theory (págs. 128-131).
New York: Addison-Wesley.
Nohlen, D. (2004). Sistemas electorales y de partidos. Ciudad de México: Fondo de
Cultura Económica.

315
Nohlen, D. (2015). Gramática de los sistemas electorales. Una introducción a la ingeniería
de la representación. Madrid: Tecnos.
Nohlen, D., & Fernández, M. (1991). Presidencialismo versus parlamentarismo América
Latina. Caracas: Nueva Sociedad.
RAE. (9 de mayo de 2022). Real Academia de la Lengua Española. Obtenido de Real
Academia de la Lengua Española: https://dle.rae.es/gobierno
Sánchez, F., & Martínez Villarreal, J. (2014). Los incentivos electorales para la
conformación del sistema de partidos en México. En K. Saénz López, & G.
Tamez, Sistema electoral y político mexicano (págs. 77-98). Monterrey: Universi-
dad Autónoma de Nuevo León.
Sartori, G. (1976). Partidos y sistemas de partidos. Marco para un análisis. Alianza Edi-
torial: Madrid.
Sartori, G. (1994). Ingeniería constitucional comparada. Nueva York: Fondo de Cul-
tura Económica.
Tovar Tapia, J. (2006). El señor magistrado. Ciudad de México: Porrúa.
Valdés, L. (2016). Sistemas electorales y de partidos. Ciudad de México: Instituto Na-
cional Electoral.
Virgala, E. (1995). La forma de gobierno semiparlamentaria como alternativa a
la presidencial y a la parlamentaria. Revista de Estudios Políticos (Nueva Época),
149-165.

316
TERCERA PARTE
EL ESTADO MODERNO:
DESDE LA BIOPOLÍTICA
Y LA TECNOLOGÍA
CAPÍTULO VIII.
Gobierno electrónico

Rogelio López Sánchez


Gabriel de Jesús Guzmán Leza

ACCESO A LAS TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN

El acceso a Internet es muy común en las sociedades desarrolladas y


sus usos son muy diversos y extendidos: todo el tiempo las personas
realizan compras por Internet, envían mensajes, realizan reuniones
virtuales y juegan videojuegos en línea. La administración pública
también ha sabido aprovechar el Internet para digitalizar algunos
de sus servicios, tener contacto más veloz y eficaz con la ciudadanía
y mejorar la calidad de vida de sus habitantes, entre otros. Sin em-
bargo, esto no siempre fue así y aún no es una realidad en todas las
partes del mundo.
En este apartado se explica el origen, desarrollo y estado del In-
ternet en el mundo y en México, así como el concepto de brecha di-
gital que resulta fundamental para entender el tema central de este
capítulo: el gobierno electrónico.
La World Wide Web o red informática mundial fue creada en 1990,
y es un sistema que funciona a través de Internet mediante el cual se
pueden transmitir diversos datos a través de hipertextos o hipermedia
(Sevilla, s.f.), es el antecedente de lo que hoy se conoce como la red
de Internet.
En 1990 el acceso a la misma era demasiado limitado, al grado que
no llegaba siquiera a 1% de la población. Sin embargo, con el paso de

321
los años se ha llegado a cifras que rebasan 50% de la población mundial
(Banco Mundial, 2020).
Como se aprecia en la siguiente gráfica del Banco Mundial, que
mide el porcentaje de personas que usan Internet en alguna parte del
mundo, las últimas cifras publicadas en el 2020 reflejan un aumento
del 60% desde el año 1990.

Personas que usan Internet (% de la población)

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de Banco Mundial, 2020.

Estos avances en materia de conectividad pueden traer muchos bene-


ficios en materia de desarrollo social, pues tal como menciona Lucena
(2014), “Internet es una plataforma tecnológica que potencia el valor
de la información y promueve un nuevo paradigma cosmopolita, don-
de cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede expresarse
ante el mundo entero” (pág. 384).
Sin embargo dicho aumento ha sido de manera desigual en los di-
ferentes países del mundo. Mientras que en Estados Unidos de Amé-
rica, Canadá, España y Australia se alcanzan porcentajes por encima
de 79% de usuarios de Internet, aún hay países como Congo, Uganda,
India y Afganistán que no alcanzan siquiera la mitad de su respectiva
población (Banco Mundial, 2020); permaneciendo en un estado de
desigualdad en lo que respecta al acceso a Internet.

322
Así como las nuevas tecnologías han traído cambios drásticos posi-
tivos en la economía y en la sociedad, también han acentuado la sepa-
ración entre los sectores sociales de acuerdo a los ingresos. El hecho de
que solo un bajo porcentaje de personas se beneficie de la tecnología es lo
que se conoce como brecha digital (Serrano & Martínez, 2003, pág. 12).
Por definición, brecha digital es la distancia social que separa a quie-
nes tienen acceso a las tecnologías de la información de aquellos que no
lo tienen (Cortés, 2008, pág. 129). De manera opuesta, si en una socie-
dad no existiera esta separación o brecha digital, se estaría hablando de
inclusión digital, es decir una sociedad en la que todos sus individuos se
benefician y disfrutan de los avances tecnológicos (Iberdrola, s.f.).
Para Serrano y Martínez (2003, pág. 13), esta brecha digital se vi-
sualiza de manera material en diversos factores relacionados con los
avances tecnológicos de los países. Algunos de estos factores son la den-
sidad telefónica, el número de usuarios de Internet y en computadora.
En México, la Encuesta nacional sobre disponibilidad y uso de tecno-
logías de la información en los hogares 2021 muestra datos acerca de la
disponibilidad y uso de las tecnologías de la información en los hogares
del país, dando un total de 88,562,249 usuarios totales de Internet, es
decir, 75.1% de la población total en dicho año (INEGI, 2021).

Usuarios de Internet en México

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de (INEGI, 2021).


323
Sin embargo, a pesar de que el porcentaje de usuarios totales de In-
ternet en el país alcanza tres cuartas partes de la población y aumenta
cada año, sucede algo similar a lo que pasa en el mundo. Existe una
brecha digital muy marcada en cuanto a las diferencias entre entidades
federativas; mientras Ciudad de México encabeza el primer lugar en
conectividad con 88.3% de usuarios de Internet, Chiapas se encuentra
en el último lugar con tan solo 46.1% (INEGI, 2021).
Con el paso de los años, diversos autores han señalado el potencial
de la inclusión digital y los posibles daños de su contraparte, la brecha
digital. La inclusión digital puede impulsar el desarrollo socioeconó-
mico y social de las naciones; en su parte opuesta, los países incapaces
de conectar digitalmente a sus habitantes sufrirán severas diferencias
y desigualdades por no poder aprovechar todos los beneficios de las
tecnologías de la información.
Entre los estudiosos de este tema se encuentran Rey, Salazar y
Peña (2011) quienes señalan que “la situación de brecha digital que pa-
decen las tres cuartas partes de la población mundial supone una nueva
brecha de desarrollo en la era de la Sociedad de la Información” (pág.
5). Serrano y Martínez (2003) mencionan que “tanto las tecnologías de
acceso y aplicaciones a Internet, así como las comunicaciones inalám-
bricas, jugarán un papel importante en el desarrollo socioeconómi-
co” (pág. 108). En este contexto, Cañón, Grande de Prado y Cantón
(2016), consideran que “cualquier estado que pretenda desarrollarse a
medio y largo plazo debe invertir en tecnologías de la información y
comunicación y en educación; y que las inversiones y cambios educati-
vos se deben de realizar desde una perspectiva no temporal” (pág. 118).
Organismos internacionales también han planteado que el uso
de las nuevas tecnologías contribuyen al crecimiento económico de
los países, tal es el caso de la Organización para el Desarrollo y la
Cooperación Económica (OCDE), que expone que desde finales de
1990, las TIC fueron objeto de una gran parte de inversión en países
desarrollados como Estados Unidos, Australia y Finlandia trayendo

324
consigo incrementos en la productividad y el rendimiento económico
(OCDE, 2002).
Los esfuerzos por garantizar el acceso a las tecnologías de la in-
formación, en especial a Internet, han sido considerables y a pesar de
la literatura existente y las recomendaciones para los países, el acceso
a las mismas está lejos de ser una realidad. Por ello organismos inter-
nacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la
Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), entre otros, han
establecido criterios comunes que deben establecer los países para ga-
rantizar este acceso que en los últimos años se ha convertido en un
derecho en distintos ordenamientos jurídicos de los estados.
Uno de los más importantes es el celebrado por Naciones Unidas
el 27 de junio de 2016 en el Consejo de Derechos Humanos del 32º
período de sesiones; el Acuerdo de Promoción, Protección y Disfrute
de los Derechos Humanos en Internet con clave A/HRC/32/L.20 en
el que por una parte se reafirman la protección de los derechos huma-
nos en Internet tales como la privacidad, la libertad de expresión y el
acceso a la información, entre otros. Y, por otra parte se incluyen una
serie de nuevos criterios basados en afirmaciones, exhortos y reco-
mendaciones en Internet para los gobiernos.
A continuación se presenta un cuadro con los puntos más impor-
tantes pertinentes al desarrollo del tema de este estudio.

A/HRC/32/L.20
ACUERDO PARA PROMOCIÓN, PROTECCIÓN Y DISFRUTE DE LOS DERECHOS
HUMANOS EN INTERNET POR EL CONSEJO DE DERECHOS HUMANOS
CRITERIO DEL ACUERDO PALABRAS CLAVE
Reconocer la naturaleza mundial y abierta de In-
ternet como fuerza impulsora de la aceleración de
Internet, fuerza impulsora, pro-
los progresos hacia el desarrollo en sus distintas
greso, desarrollo sostenible.
formas, incluido el logro de los Objetivos de De-
sarrollo Sostenible;

325
A/HRC/32/L.20
ACUERDO PARA PROMOCIÓN, PROTECCIÓN Y DISFRUTE DE LOS DERECHOS
HUMANOS EN INTERNET POR EL CONSEJO DE DERECHOS HUMANOS
CRITERIO DEL ACUERDO PALABRAS CLAVE
Exhortar a todos los Estados a que promuevan y
faciliten la cooperación internacional encaminada Cooperación internacional, de-
al desarrollo de los medios de comunicación y los sarrollo de las tecnologías de la
servicios y tecnologías de la información y las co- información y comunicación.
municaciones en todos los países;
Afirmar la importancia de que se aplique un enfo-
que basado en los derechos humanos para facilitar
Derechos humanos, acceso a
y ampliar el acceso a Internet y solicita a todos los
Internet, cerrar brecha digital.
Estados que hagan lo posible por cerrar las múlti-
ples formas de la brecha digital.

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de (Asamblea General de las


Naciones Unidas, 2016).

Lo anterior demuestra el hecho de que las tecnologías de la informa-


ción y el acceso a Internet deben ser considerados como un elemento
primordial para el desarrollo de un estado, pues tal como lo indican
los organismos internacionales, el desarrollo de tecnología fomenta y
acelera el desarrollo y el progreso de la sociedad.
Los gobiernos deben comenzar a tomar medidas para reducir la bre-
cha digital y asegurar este derecho humano a Internet para todos sus
habitantes con el objetivo de alcanzar el desarrollo de la sociedad en to-
dos los aspectos como el económico, social y por supuesto tecnológico.

GOBIERNO ELECTRÓNICO.
CONCEPTUALIZACIÓN, USOS Y APLICACIONES

En la actualidad, la relevancia que tienen las tecnologías de la informa-


ción para la actividad gubernamental crece a un ritmo acelerado y los
gobiernos han avanzado en la adopción de políticas públicas con tecno-
logía aplicada. Por ello resulta pertinente elaborar un apartado de aná-

326
lisis del concepto de gobierno electrónico como una nueva tendencia
de la administración pública, así como ejemplificar algunos de los prin-
cipales usos y aplicaciones que han hecho algunos países del mundo.
La implementación de las nuevas tecnologías de la información en
el gobierno ha venido tomando fuerza con el paso de los años y con
los avances tecnológicos; como ejemplo de esto, existen plataformas
gubernamentales en las que los ciudadanos pueden acceder al pago de
sus servicios, de transparencia para consultar información relevante
del actuar público, líneas digitales de atención ciudadana, entre mu-
chas otras aplicaciones.
Actualmente existen una variedad de criterios y recomendaciones
por parte de organismos internacionales para que los gobiernos intro-
duzcan las tecnologías de la información en el desarrollo de sus políti-
cas, y existe un concepto que ha venido tomando fuerza desde el sur-
gimiento de Internet y sus posibles aplicaciones para la administración
pública que se conoce como gobierno electrónico o e-government por
su abreviatura en inglés, el cual pretende contribuir al desarrollo tec-
nológico, social y económico de los países.
La Organización de los Estados Americanos (OEA) define el go-
bierno electrónico como:
El uso de las tecnologías de información y comunicación TIC, por parte
de las instituciones de gobierno, para mejorar cualitativamente los servi-
cios e información que se ofrecen a los ciudadanos; aumentar la eficiencia
y eficacia de la gestión pública e incrementar sustantivamente la transpa-
rencia del sector público y la participación ciudadana” (OEA, s.f.).

La Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico establece que el


gobierno electrónico se refiere “el uso de las tecnologías de la infor-
mación para mejorar la información y los servicios ofrecidos a los
ciudadanos, orientar la eficacia y eficiencia de la gestión pública e
incrementar sustantivamente la transparencia del sector público y la
participación de los ciudadanos” (CLAD, 2007).

327
De acuerdo con Izaguirre (2008), “el gobierno electrónico es aquel
en que se aplican las tecnologías de la información y el conocimiento
derivado de las mismas a la administración pública, esto por medio de
servicios, aplicaciones, equipos, programas, herramientas como tele-
fonía, computadoras e Internet (pág. 21).
Orgánicamente, el concepto de gobierno electrónico está com-
puesto por dos factores inseparables: gobierno, referido este al actuar
de la administración pública; y electrónico como la aplicación de las
tecnologías de la información. Por lo que sería impensable decir que
un gobierno es electrónico sin asegurar previamente ciertas condicio-
nes como el acceso a estas tecnologías.

Fuente: elaboración propia.

La justificación para que un gobierno adopte el factor electrónico en


sus políticas es vasto, ya que los beneficios del uso de tecnologías de
la información traen consigo extensas posibilidades para potencializar
conocimiento, comunicación y desarrollo para la sociedad, así como
reducir la brecha digital.
Un gobierno que usa adecuadamente las TIC mantiene una so-
ciedad informada e informatizada, con lo que puede obtener mejo-
res niveles de desarrollo y progreso regional en la calidad de vida de
sus habitantes mediante la aplicación de herramientas virtuales (Issa,

328
2010, pág. 103). Los gobiernos deben desempeñar el papel de brindar,
posibilitar y ofrecer la creación de servicios electrónicos accesibles y
comprensibles para todas las personas, ya que con una correcta ade-
cuación de estos servicios es posible reducir la brecha digital e impul-
sar el desarrollo social (Stoiciu, s.f.).
Para demostrar lo anterior, a continuación, se citan algunos ejem-
plos de cómo las tecnologías de la información pueden ser aplicadas y
usadas para el desarrollo social y para mejorar la calidad de vida de las
personas en diversos rubros:

GOBIERNO ELECTRÓNICO PARA EL DESARROLLO DE LA SOCIEDAD


TECNOLOGÍA DE
RUBRO EJEMPLOS
LA INFORMACIÓN
a) Productos, sistemas y servicios sani-
tarios digitalizados in situ o a distancia.
Salud Cibersalud
b) Gestión de datos electrónicamente
en los sistemas de salud.
Aprendizaje a) Dispositivos electrónicos de bajo costo
Educación
electrónico para facilitar el aprendizaje a distancia.
a) Intercambio y distribución en tiem-
po real de información meteorológica y
Medio Ambiente Ciberecología medio ambiental, alertas sobre el tiem-
po, el clima y el agua a nivel mundial y
regional.
a) Universidades virtuales con conoci-
Desarrollo
Ciberciencia miento libre y sin restricciones en cual-
científico
quier parte del mundo.

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de Asamblea General de las Na-
ciones Unidas, 2010.

En materia de cibersalud, se pueden gestionar bases de datos gigantes


para los archivos y expedientes de los usuarios de estos servicios, lo
cual haría mucho más ágiles los trámites, además de reducir el uso de
papel para contribuir con un medio ambiente sostenible.

329
En el rubro medio ambiental, la información en tiempo real de da-
tos relevantes como la calidad del aire, el clima, disponibilidad de agua
a nivel mundial y regional y en general la información meteorológica,
es capaz de predecir acontecimientos y desastres naturales con el fin
de evitar daños con impactos mayores.
Quizás uno de los más actuales avances de gobierno electrónico
debido a los esfuerzos de universidades privadas y públicas derivados
de la pandemia de coronavirus, es el aprendizaje a distancia diseñado
con plataformas amigables y asequibles para la mayoría de sistemas de
software y dispositivos móviles, que ha demostrado tener múltiples
ventajas y beneficios posibilitando la oportunidad de estudiar de mu-
chas personas que no cuentan con tiempo y facilidad para trasladarse
en grandes distancias de manera presencial.
Las tecnologías de la información pueden tener múltiples usos en
diferentes ramas de la vida humana, tales como la salud y la educación,
no obstante, esto es de manera no limitativa, ya que, en el presente,
las innovaciones en materia tecnológica y sus posibles aplicaciones cre-
cen a pasos agigantados.
Con el fin de lograr una sociedad más sostenible, los gobiernos
deberían concentrar esfuerzos en garantizar la igualdad de oportu-
nidades accesibles y comprensibles en el uso de las tecnologías de la
información, siempre apuntando hacia el uso del gobierno electrónico
como factor impulsor del desarrollo.

ESFUERZOS INTERNACIONALES PARA IMPLEMENTAR


EL GOBIERNO ELECTRÓNICO

Actualmente existen una variedad de esfuerzos realizados en materia


internacional respecto a la implementación del gobierno electrónico,
estos están encaminados por organismos o consejos de administración
pública y gobierno, y tienen el fin de que los países miembros adopten
de manera gradual políticas de gobierno electrónico.

330
Algunos de estos esfuerzos son contrastantes en cuanto a su nivel
de desarrollo y objetivos alcanzados. Uno de los más adelantados es la
Década Digital Europea llevado a cabo por la Comisión Europea, en
el cual se establecen de manera específica los principios, los objetivos
y una serie de acciones que se tomaron de manera multilateral para
alcanzar el propósito principal.
En lo que respecta a los países iberoamericanos, se encuentra la
Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico, un documento doc-
trinario firmado por los países miembros del Centro Latinoamericano
de Administración para el Desarrollo, entre ellos México, en el que
se establecen una serie de principios para la adopción del gobierno
electrónico.
A partir de estos dos ejemplos, ser realiza un análisis para brindar
una visión internacional acerca del desarrollo del gobierno electrónico.

Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico:


La Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico es un documen-
to oficial doctrinario aprobado por la IX Conferencia Iberoamericana
de Ministros de Administración Pública y Reforma del Estado, en la
cual se establecen los principios rectores por los cuales se regirán las
administraciones públicas de los países miembros en materia de mo-
dernización de los aparatos administrativos gubernamentales. A pesar
de que esta carta no representa un acto concreto regional de acción
en materia de gobierno electrónico, sí cumple con la función de ser
una guía para los gobiernos de los países miembros en la adopción de
mejores prácticas de este modelo.
La carta contiene un objetivo general que tiene como base
establecer el derecho de acceso electrónico a las administraciones pú-
blicas, del cual se desprenden dos objetivos específicos:

331
OBJETIVOS DE LA CARTA IBEROAMERICANA DE GOBIERNO ELECTRÓNICO
1) Un objetivo final y directo: 2) Un objetivo estratégico e indirecto:
Consiste en reconocer a los ciudadanos Promover la construcción de una so-
una serie de derechos que faciliten su par- ciedad de información y conocimien-
ticipación y relación en la gestión pública to centrada en las personas y orienta-
con la finalidad de hacerlas más transpa- da al desarrollo por medio del uso de
rentes, eficaces y eficientes. las TIC.

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de (CLAD, 2007).

Para efectos de contar con una representación más clara de los objeti-
vos anteriores; el siguiente diagrama muestra la relación medular exis-
tente de la Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico, los cuales
son: 1) La creación de nuevo marco jurídico en torno a los nuevos
derechos y digitales y 2) la elaboración de políticas públicas efectivas
que promuevan la sociedad de la información mediante el uso de las
tecnologías de la información y comunicación:

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de (CLAD, 2007).

Asimismo, la carta persigue que estos objetivos se lleven a cabo con


apego a cinco principios establecidos para cumplir mediante una pers-
pectiva enfocada en el ciudadano y sus derechos, es decir, que las ac-
ciones llevadas a cabo se elaboren mediante una filosofía doctrinaria
administrativa y humana. Dichos principios son:

RENDICIÓN DE CUENTAS
Conocer, con la facilidad que implican los medios electrónicos, lo
que están haciendo las administraciones públicas.
332
TRANSPARENCIA
Hacer administraciones públicas más transparentes y, por ello mis-
mo, más controlables contribuyendo a luchar contra la corrupción y
generando la confianza de los ciudadanos.
EFICIENCIA
Eliminar las barreras que el espacio y el tiempo ponen entre los ciu-
dadanos y sus administraciones y que alejan al ciudadano del interés
por la cosa pública.
ACCESO UNIVERSAL A LA INFORMACIÓN
Promover la inclusión y la igualdad de oportunidades de forma que to-
dos los ciudadanos puedan acceder, cualquiera que sea su situación terri-
torial o social a los beneficios que procura la sociedad del conocimiento.
PARTICIPACIÓN
Participar activamente emitiendo opiniones, sugerencias y en gene-
ral en el seguimiento de toma de decisiones, así como sobre el tipo
de servicios que el Estado provee y el modo de suministrarlo.
(CLAD, 2007, pág. 4)

Principios de la Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de (CLAD, 2007).

333
La perspectiva que tiene la carta, busca promover el gobierno electró-
nico en los países miembros, por una parte, mediante la elaboración de
un marco normativo acorde al acceso de las nuevas tecnologías de la in-
formación, y por otra parte, brindar una serie de recomendaciones para
la adopción de políticas públicas de gobierno electrónico. Sin embargo,
a pesar de ser un esfuerzo notable, carece de procedimientos específicos
bajo el contexto político y normativo de cada país, lo que complica que
los objetivos se cumplan entre todos los estados miembros.

Década Digital Europea: Una lección para la implementación del gobierno electrónico
La Década Digital Europea, es quizás el esfuerzo más completo en
todos los sentidos para adoptar el gobierno electrónico en su nivel óp-
timo ya que conforma una visión y misión clara acerca de qué, cómo y
por qué optar por estas nuevas tendencias de administración pública,
así como un camino de acciones que ya han sido llevadas a cabo por la
Comisión Europea.
El 9 de marzo de 2021, la Comisión Europea presentó su visión y
la vía para transformar Europa para el año de 2030 en materia digital.
Para esto, planteó la denominada Brújula Digital para la Década Di-
gital de la Unión Europea que consiste en cuatro objetivos generales
representados en cuatro puntos cardinales. Cada uno de los puntos
cardinales de la brújula plantea una serie de objetivos concretos a lo-
grar para el año 2030, los cuales se detallan a continuación:

OBJETIVOS DE LA BRÚJULA DIGITAL PARA LA DÉCADA DIGITAL DE LA UNIÓN EUROPEA


INFRASTRUCTURES (Infraestructuras digitales segu-
ras y sostenibles):
SKILLS (Capacidades):
CONECTIVIDAD: Gigabit para todos, 5G en todas
ESPECIALISTAS EN TIC: 20
partes.
millones + convergencia de
SEMICONDUCTORES DE VANGUARDIA: duplicar la
género.
cuota de la UE en la producción mundial.
CAPACIDADES DIGITALES
DATOS. Computación en el borde y la nube: 10,000
BÁSICAS: mínimo el 80 %
nodos de proximidad con alto grado de seguridad y
de la población.
neutros desde el punto de vista climático.
INFORMÁTICA: primer ordenador con aceleración
cuántica.
334
GOVERNMENT
(Digitalización de los
BUSINESS (Transformación digital para las empresas):
servicios públicos):
SERVICIOS PÚBLICOS Asimilación de la tecnología: utilización de la nube, la IA
CLAVE: 100% en línea. y los macrodatos por el 75 % de las empresas de la UE.
SALUD ELECTRÓNICA: el INNOVADORES: aumento de las empresas emergentes
100% de los ciudadanos en expansión y la financiación para duplicar los
tienen acceso a los unicornios en la UE.
historiales médicos. USUARIOS TARDÍOS: más del 90% de las pymes
IDENTIDAD alcanzan al menos un nivel básico de intensidad
DIGITAL: utilización de la digital.
identificación digital por el
80% de los ciudadanos.
Fuente: elaboración propia con datos obtenidos de Comisión Europea, s.f.

Asimismo, la Comisión Europea (s.f.), plantea una serie de seis prin-


cipios enfocados en los derechos que tendrán los europeos para esta
década digital, con el objetivo de que cualquier acción emprendida
para digitalizar las administraciones públicas no pierda de vista este
aspecto esencial. Dichos principios son:

• Prioridad a las personas. Las tecnologías digitales deben proteger los


derechos de las personas, sustentar la democracia y garantizar que
todos los actores del sector digital actúen con responsabilidad y se-
guridad. La UE promueve estos valores en todo el mundo.
• Libertad de elección. Las personas deberían poder desenvolverse en
un entorno en línea justo, verse protegidas del contenido ilegal y
pernicioso y estar capacitadas para interactuar con las tecnologías
nuevas y evolutivas, como la inteligencia artificial.
• Seguridad y protección. El entorno digital debe ser seguro y ofrecer
protección. Todos los usuarios, desde los más pequeños hasta los más
ancianos, deben estar capacitados y protegidos.
• Solidaridad e inclusión. La tecnología debe unir a las personas, no separar-
las. Todo el mundo debe tener acceso a Internet, a las capacidades digita-
les, a los servicios públicos digitales y a unas condiciones de trabajo justas.

335
• Participación. Los ciudadanos deben poder participar en el proceso
democrático a todos los niveles y tener control sobre sus propios datos.
• Sostenibilidad. Los dispositivos digitales deben favorecer la sosteni-
bilidad y la transición ecológica. Los usuarios deben conocer el im-
pacto medioambiental y el consumo de energía de sus dispositivos.
(Comisión Europea, s.f.)

Estos principios son los ejes rectores en la digitalización de la Unión


Europea (UE) para cumplir los objetivos de la Brújula Digital ante-
riormente mencionada, ya que la visión contempla que en el proceso
de digitalizar a la UE, no se deben perder de vista aspectos clave sobre
los derechos de los ciudadanos europeos.

Derechos y principios de la Década Digital Europea

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de Comisión Europea, s.f.

La Comisión Europea, para cumplir estos objetivos, diseñó un camino


libre para actuar en ciertos aspectos que faciliten la elaboración de las

336
políticas digitales. Es por ello por lo que otro elemento importante fue
la elaboración de acciones generales en concordancia con los objetivos
de la Década Digital, dichas acciones se detallan en el siguiente esquema:

Fuente: Elaboración propia con datos obtenidos de Comisión Europea, s.f.

Estos esfuerzos en conjunto representan acciones para alcanzar los ob-


jetivos cumpliendo los principios, cabe recalcar que cada una de ellas
establece un estricto apego al respeto de los derechos de los ciudadanos
europeos, así como a principios de sostenibilidad y seguridad. Es de
suma importancia para los gobiernos del mundo que intentan estable-
cer el gobierno electrónico, mirar hacia un enfoque holístico humano
centrado en las tecnologías de la información como un instrumento
más para establecer mejores prácticas en beneficio de la ciudadanía.
Sin lugar a duda, la visión de la Década Digital Europea pone de
manifiesto un esfuerzo conjunto para alcanzar objetivos digitales muy
elevados encaminados por una serie de acciones que posibilitan a los
gobiernos miembros de la UE a cumplirlos de manera eficaz. A pe-
sar de ser un proyecto muy ambicioso en temas de digitalización, un
factor importante para que los miembros alcancen los objetivos, es
el factor de cooperación y coordinación internacional, por lo que los

337
países que aspiren a alcanzar una visión similar deben de mirar hacia
la cooperación, sobre todo con un enfoque holístico centrado en el
humano y en sus derechos.

ANÁLISIS Y CONCLUSIONES

El gobierno electrónico debe ser un pilar insustituible para cualquier


estado nación que pretenda alcanzar niveles de desarrollo altos con
bienestar y calidad de vida para sus ciudadanos; está demostrado que
el gobierno electrónico tiene múltiples ventajas y beneficios direc-
tos que se traducen en eficacia y eficiencia gubernamental, en mayor
coordinación con la industria privada y con actores internacionales,
así como en mayor bienestar ciudadano.
El presente siglo se caracterizó por un acelerado desarrollo de las
tecnologías de la información que revolucionaron la forma de ver y de
hacer las cosas en el mundo. Los gobiernos ya no deberían discutir si
optar por el uso de las tecnologías de la información en su administra-
ción, sino sobre qué usos se le dará a la tecnología y sobre cómo se van
a implementar en un marco de eficacia y eficiencia. La situación actual
demanda enormemente que los procesos gubernamentales transiten
hacia la digitalización, por lo que es necesario que los esfuerzos de los
países que se encuentran más atrás en el tema de gobierno electrónico
se concentren en pilares importantes para el mismo, como:

1. Armonización de marcos normativos en el uso de las tecnologías de


la información,
2. políticas diseñadas para la digitalización de procesos gubernamentales, y
3. un enfoque de estricto apego a los derechos humanos en toda la
parte del proceso.

El gobierno que se encuentre con la responsabilidad de adoptar polí-


ticas de digitalización debe implementar y ajustar las medidas necesa-

338
rias para que todos los sectores de la población, el mismo gobierno,
la industria privada y la ciudadanía, disfruten de un espacio digital sin
barreras que les permita desarrollarse libremente en su actividad.

BIBLIOGRAFÍA

Asamblea General de las Naciones Unidas. (2009). Progresos realizados en la aplicación


y el seguimiento de las decisiones de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Infor-
mación a nivel regional e internacional. Nueva York: Consejo Económico y Social
de las Naciones Unidas.
Asamblea General de las Naciones Unidas. (2016). A/HRC/32/L.20. Nueva York:
ONU.
Banco Mundial. (2020). Personas que usan Internet (% de la población). Obtenido de Ban-
co Mundial: https://datos.bancomundial.org/indicador/IT.NET.USER.ZS
Cañon, R., Grande de Prado, M., & Cantón, I. (2016). Brecha digital: impacto en
el desarrollo social. Tendencias Pedagógicas núm. 28, 118.
Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo. (2007). Carta Ibe-
roamericana de Gobierno Electrónico. Santiago de Chile: Documentos CLAD.
Comisión Europea. (s.f.). La Década Digital de Europa: metas digitales para 2030. Ob-
tenido de Sitio Web de la Comisión Europea: https://commission.europa.
eu/strategy-and-policy/priorities-2019 -2024/europe-fit-digital-age/euro-
pes-digital-decade-digital-targets-2030_es#the-path-to-the-digital-decade
Cortés, J. (2008). ¿Qué es la brecha digital?: una introducción al nuevo rostro de la
desigualdad. Investigación Bibliotecológica: archivonomía, bibliotecología e informa-
ción, Vol. 37, No. 94, 129.
Iberdrola. (s.f.). Inclusión digital, clave para un futuro en igualdad. Obtenido de: https://
www.iberdrola.com/compromiso-social/inclusion-digital#:~:text=La%20
inclusión%20digital%20busca%20que,a%20Internet%20en%20el%20mundo.
INEGI. (2021). Encuesta nacional sobre disponibilidad y uso de tecnologías de la informa-
ción en los hogares (ENDUTIH) 2021. Obtenido de INEGI: https://www.inegi.
org.mx/programas/dutih/2021/
Issa, S. (2010). Gobierno electrónico para la reducción de la brecha digital. Revista
Ingeniería Solidaria, 102-106.

339
Izaguirre, G. (2008). El Gobierno electrónico en México. Ciencia UAT, vol. 3, 20 -23.
Lucena, I. (2014). El derecho de acceso a Internet y el fortalecimiento de la demo-
cracia. Revista Internacional de Pensamiento Político - Vol. 9, 384.
OCDE. (2002). Perspectivas de la OCDE.
OEA. (s.f.). Gobierno Electrónico. Más derechos para más gente: https://www.oas.
org/es/sap/dgpe/guia_egov.asp
Rey, C., Salazar, A., y Peña, I. (2011). Causas y consecuencias de la brecha digital. Es-
paña: BURJC Digitalun.
Serrano, S., & Martínez, E. (2003). La brecha digital: mitos y realidades. Mexicali,
México: UABC.
Sevilla, M. (s.f.). Resumen sobre Internet. Obtenido de UDG Virtual:
http://148.202.167.116:8080/xmlui/bitstream/handle/123456789/3088/Resu-
men%20del%20Contenido%20de%20la%20Unidad.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Stoiciu, A. (s.f.). El papel de la gobernanza electrónica en la reducción de la brecha di-
gital. Obtenido de Naciones Unidas Crónica ONU: https://www.un.org/
es/chronicle/article/el-papel-de-la-gobernanza-electronica-en-la-reduc-
cion-de-la-brecha-digital

CRÉDITOS
Las imágenes de los gráficos siguientes son cortesía de Canva Inc.:

a. Concepto Brecha Digital / Inclusión Digital: Person Icon by Ralfschmit-


zer; 1873373.svg by dkiessling; Clean pressured curved arrow by Jenson
Lopez de sparklestore.
b. Objetivos de la Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico: Jigsaw
puzzle piece by thanhloc123.
c. Principios de la Carta Iberoamericana de Gobierno Electrónico: Political
by Creative piyanka de codenamerahul; Magnifying Glass Icon by Adri-
creative; Equal Icon by Susinez´s Images; Participation by Smashing Stoc-
ks de Vectors Markets; Sandglass timer Icon by bombsymbols.
d. Principios y derechos de la Década Digital Europea: People Glyph Icon
by pixabay; Variety Choice by linear_design Images; Inclusion social
equity icon by linear_design Images; Planet gradient icon by Eucalyp de
amethyststudio; Participated man icon by codenameerahul; Digital secu-
rity icon by Delwar Hossain.
340
CAPÍTULO IX.
Estado moderno, biopolítica y tecnología

Rogelio López Sánchez


Alejandro Acevedo Ávalos

¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

Si bien suena a concepto de ciencia ficción la biopolítica es un concepto


relativamente antiguo sobre la actuación del Estado respecto a políticas
sociales que regularían el comportamiento de los individuos, predicción
que llegó, pero de un modo diferente. Resulta interesante que tanto en
el campo académico como en el intelectual escribir, debatir o traer a
mención el cuestionamiento de la forma en que el estado moderno ejer-
ce sus facultades, ya sea desde la instrumentación de las políticas públicas
hasta la gris labor de la ejecución de actos administrativos, ha sido defi-
nido como un proceso o fenómeno político administrativo repetitivo, el
cual lejos de estudiarse ante la modificación de su dinámica se le repite
de manera indefinida, de modo que su estudio ha pasado de moda.
Sin embargo, es necesario que entendamos el gran hito que ha sig-
nificado para la humanidad, ya que ha modificado la dinámica descrita
en el párrafo anterior, la pandemia por COVID-19 que ha traído a la
mesa del debate intelectual temas que, más que superados, se habían
almacenado en el armario de lo incómodo para los discursos hegemó-
nicos. Esta dinámica pandémica no solo desafío el estilo de vida que
se había llevado, sino también puso en entredicho concepciones que
hasta el momento entendíamos como obviedades.
Obviedades que resultaron desmitificadas y trajeron al campo de
la discusión una que se ha puesto en cuestionamiento: el concepto del

341
contrato social, un contrato que para la estructura del Estado, socie-
dad y económica de la época de Jean Jacques Rousseau parecía ser la
pieza faltante de la filosofía política de anglosajona de Thomas Hobbes,
John Locke y David Hume. La desmitificación o la perdida de la con-
sideración de un concepto casi divino para la filosofía política como el
contrato social se suscitó ante el rebase de las posibilidades del Estado
para garantizar de manera crucial los derechos fundamentales de las
personas así como los actos administrativos, operacionales y geren-
ciales y que ante esta incapacidad fuera visible la suma influencia del
capital privado.
Es entonces parte de la crítica para la estructuración de las polí-
ticas públicas a través de tecnologías no incluyentes y se presenta el
cuestionamiento de si las políticas públicas se realizan en razón del
bienestar del individuo o en razón de los intereses capitalistas pues,
retomando el concepto de Poder Disciplinario solo los individuos dis-
ciplinados son capaces de garantizar la productividad, la aceptación de
las normas y el pensamiento metódico requerido por lo que Ayn Rand
define como “Capitalismo Laissez faire”.
Así, nuevamente surgen en el horizonte de la filosofía política
los conceptos de biopolítica y biopoder, entendidos como unas de las
grandes aportaciones de Michel Foucault al campo de la filosofía polí-
tica y que, además para la ya lejana década de los setenta, estos concep-
tos parecían ser el elefante en la habitación. Si bien para inicios de la
década de los ochenta Foucault era el intelectual más citado y famoso
del mundo, sus ideas y conceptualizaciones padecían de ser la antíte-
sis del todo poderoso neoliberalismo implementado en las naciones
hegemónicas anglosajonas, pues tanto el Reino Unido como Estados
Unidos instauraban en sus países y en los países en los que influían el
neoliberalismo, concepto que para Foucault era la máxima represen-
tación del autocontrol y el biopoder.
Si bien Foucault falleció antes de poder ver el poder acumulado
por los grandes capitales privados frente al Estado, resulta valioso

342
reflexionar sobre cómo este define la biopolítica, que se ha descrito
como la transformación del gobierno clásico al gobierno moderno,
este último caracterizado por el despliegue e instrumentación de un
conjunto de tecnologías tanto prácticas como estratégicas para el con-
trol de la vida de los individuos pertenecientes a determinado Estado.
Resulta indudable que Foucault define el Estado por su capacidad
de acción política, como una construcción social en la cual, según su
propia idea de red de poder, las cupulas políticas y empresariales os-
tentan el poder sino que el propio individuo sea partícipe de este, pero
ante esta reflexión y ante los acontecimientos vivenciados a raíz de la
pandemia, esta última idea parece quedar obsoleta pues ante el papel
protagónico desplegado por las grandes industrias farmacéuticas ha
quedado demostrado que el biopoder reside en unos cuantos.

¿CÓMO SE PUEDE OBSERVAR LA BIOPOLÍTICA?

Para comprender un concepto tan complejo como el de biopolítica


tenemos el siguiente ejemplo; imaginar la relación entre el gobernante
y el gobernado la cual podría recordarnos a la dialéctica hegeliana del
amo y el esclavo, la cual pretende explicar que el poder lo ostenta el
amo siempre y cuando el esclavo lo acepte.
Este ejemplo viene a ser fácil de relacionar en nuestra actualidad
pues ante la pérdida de libertades y derechos durante el tiempo critico
de la pandemia, resultó evidente que el Estado no solo monopoliza el
uso exclusivo de la violencia, sino que lo comparte con los capitales
privados a través de lo que Pierre Bourdieu define como “violencia
simbólica”, pues la capacidad de las empresas privadas para regular la
vida alcanzó un hito sin precedentes.
El tiempo de la pandemia agudizó la dependencia de las redes so-
ciales, los servicios de streaming y los servicios de comida y enseres a
domicilio de tal manera que, en palabras sencillas, Bourdieu nos explica
que hay un dominio indirecto y no físico de las personas, en este caso

343
obligándolas a consumir de una manera indirecta los servicios digitales
ofertados, perdiendo así la capacidad de elegir como emplear nuestro
tiempo de ocio, nuestra alimentación y nuestro consumo de productos.
Esto último no solo envuelve a los sectores de capitales privados
tradicionales, también les da el control, legitimidad y poder a las gran-
des empresas tecnológicas, las cuales han permitido al Estado la posi-
bilidad de desplegar una posición gerencial de la pandemia a través de
la instrumentación de políticas públicas ejecutadas a través de tecno-
logía de capitales tanto privados como públicos. Si bien en países occi-
dentales el Estado aún se valió de métodos de control ya tradicionales
según la reflexión de Theodor Adorno como la televisión y la radio.
Adorno no llego a vivir en el auge del Internet y mucho menos de
las redes sociales, pero lo que propone respecto al entretenimiento de
masas y su influencia en el comportamiento de los individuos puede
ejemplificarse de manera sencilla para el fenómeno de las redes socia-
les y cómo estas han sido el medio en que la biopolítica se instrumenta
de una forma sofisticada y sutil, no teniendo así la necesidad de ejercer
un poder físico directo en las personas.
El mayor ejemplo de biopolítica lo podemos ver en el contexto
chino, pues la convergencia entra las grandes empresas de tecnología
de origen privado y la ejecución de las políticas públicas del estado
chino se vieron unidas en una sola aplicación llamada WeChat. Esta
red social desarrollada por la empresa Tencent Holdings Limited ya
representaba un método de control para el estado chino, pero durante
los confinamientos forzados representó el instrumento de comunica-
ción que ejecutaría la forma de gobierno tecnificado.
Insistiendo sobre las ideas de Foucault, es también valioso mencio-
nar que para Theodor Adorno la instrumentación de las políticas pú-
blicas a través de métodos racionales, pero no éticos resulta en lo que
él define como “razón instrumental”, centrada en los mejores medios
para cumplir los fines del estado sin que estos métodos consideren los
derechos fundamentales o la dignidad humana.

344
Tanto las ideas de Adorno como las de Foucault convergen en lo que
el primero define como la industria de la cultura. Así, es posible explicar
que un acto de biopolítica por parte del Estado es el control ejercido a tra-
vés de la industria de la cultura, la cual es perpetrada por las tecnologías
de redes sociales, como la propia WeChat mencionada, es entonces evi-
dente que el paradigma moderno para la filosofía política es cómo el Esta-
do instrumenta las políticas públicas a través de estas nuevas tecnologías.

¿CÓMO SE DEFINE ENTONCES LA BIOPOLÍTICA?

Resulta útil entender la biopolítica como el presente de la fenomenolo-


gía política moderna, puesto que si bien se ha expresado la relación es-
trecha entre el fenómeno de la pandemia y el rápido avance del actuar
administrativo por parte del Estado a través de tecnologías sofistica-
das, no puede considerarse como la única cuestión crítica visibilizada a
raíz de la pandemia, pues si bien del concepto de servicio burocrático
se pasó a un servicio digital, las implicaciones son más extensas.
Ahora, siguiendo las ideas de Foucault, es posible retomar otra
concepción de su aportación intelectual, la cual define como “poder
disciplinario” concepto que viene a dar solidez argumentativa a la
biopolítica, pues este concepto puede entenderse como la capacidad
de autorregulación de la sociedad para intereses no sociales. A tra-
vés de este concepto puede cuestionarse el severo confinamiento aun
cuando las etapas críticas de la pandemia ya habían sido superadas.
Es entonces, como hace ya cuarenta años cuando definió Foucault
la biopolítica, el instrumento más sofisticado del aparato del estado
para la instrumentación de las políticas públicas, con un fin alejado al
estado de bienestar y plenamente cerca de la aceptación del individuo
como una mercancía ponderable a la volatibilidad del mercado, dejan-
do así entrever que, como se ha mencionado en líneas anteriores, los
grandes cuestionamientos que tradicionalmente se habían invisibiliza-
do ahora adoptan una versión modernizada.

345
LA TECNOLOGÍA Y EL COMPORTAMIENTO SOCIAL

Los estados occidentales modernos entienden que lo que importa ante


todo es lo biopolítico, pues no solo permanece en el campo de lo polí-
tico sino pasa al campo cultural y especialmente al campo sociológico,
pues la fenomenología política también tiene un destino digital, lo cual
representa un gran paradigma para nuestra modernidad.
Y es que desde el espectro sociológico, es posible analizar cómo
es que de manera legitima los individuos hemos ido adoptando y acep-
tando el uso de diferentes tecnologías para la ejecución tanto de tareas
relacionadas con el trabajo, la educación y la propia convivencia y de-
sarrollo social, el cual pasa de entornos familiares y laborales hasta
a entornos políticos. De tal manera que el concepto en que merece
estudiar es el de la sociopolítica, que gracias a las nuevas tecnologías
ha evolucionado.
Bajo las consideraciones anteriores es útil mencionar la reflexión
que la escuela de Frankfurt propone, especialmente a través del pen-
samiento de Herbert Marcuse quien explica que la relación que se
desarrolla entre el hombre y la máquina es una relación técnica, la
cual no permite que exista una consideración o un desarrollo empáti-
co tanto por el fin por el cual se emplea una máquina como la forma
en que esta se emplea, de tal manera que lo peligroso se encuentra en
esta idea.
Esta reflexión, si bien se dio en un contexto pasado resulta de
suma importancia, pues de manera directa nos permite explicar cómo
es que la relación que surge de la interacción del individuo y la tecno-
logía pasó a ser del científico a la del individuo común. Esto, además
da sustento a las consideraciones mencionadas sobre la instrumenta-
ción de la biopolítica a través de tecnología, que en el caso específico
mencionado, se refiere a la tecnología empleada en redes sociales. Si
bien Marcuse murió mucho antes de la primera red social, aportó el
primer atisbo al concepto de red social.

346
El propio Marcuse proponía como seria la interacción de los hu-
manos a través de las máquinas y en particular de la tecnología, una
interacción carente de empatía, pues resulta deshumanizante la no in-
teracción con la persona incluso sin la voz, lo cual posiciona una lista
de dificultades para las relaciones humanas a través de la tecnología.
Resulta entonces entendible que el traslado de aspectos de la vida
humana al campo tecnológico y, en especial al informático, es un para-
digma que ha llegado de manera temprana, pues es el cuestionamiento
sobre el actuar de Estado y su capacidad ética para la implementación
de políticas públicas a través de tecnologías, acto que refiere más a la
biopolítica que a la política o la forma de gobierno tradicional.
Bajo este orden de ideas resulta de suma importación comenzar a
visibilizar, estudiar y reflexionar sobre la nueva fenomenología de la
biopolítica, pues como se expresado ya, los nuevos retos que el estado
y su forma de gobierno han sido desarrollados de manera vertiginosa
a raíz de la consolidación tecnológica, la cual ha sido acelerada por la
pandemia y se expresa a través de la transición de la forma de gobierno
tradicional al electrónico.
Solo es un primer atisbo, pues la propia transición de la vida social
de los individuos a los campos computacionales ha representado un
sinfín de fenomenologías políticas, entre las que destacan la participa-
ción política a través de estas tecnologías, pero además al consolidar
profesiones tales como la del youtuber o streamer, o simplemente crea-
dores de contenido digital; profesiones que además de ser un producto
de la transición social tecnológica, son retos para el estado moderno.
Estos retos van desde la implementación de actos administrativos
a políticas públicas en entornos digitales, pues ante esta nueva dimen-
sión, fenómenos aún no resueltos en el campo tradicional, como el
trabajo sexual, han tenido un nuevo desarrollo.
Bajo estas nuevas concepciones de entretenimiento y de trabajo en
entornos digitales resulta innegable que estos nuevos trabajos se sitúan
en un hilo frágil para la capacidad del estado para garantizar derechos

347
fundamentales y además le condicionan a una constante necesidad de
creación y actualización de políticas públicas que garanticen los dere-
chos humanos dentro de la creación y consumo de contenidos digitales.
Como fundamento teórico de la complejidad que representa, no
solo para el estado sino para el propio individuo, esta transición tan
agresiva a los entornos digitales y el riesgo que esta representa, es ne-
cesario retomar el pensamiento de Guy Debord, filósofo y cineasta
francés que propone que en la modernidad el espectáculo somos los
individuos y no las ficciones, posicionando así una idea dura de asimilar.
Relacionando las reflexiones de Debord con las presentes líneas
tenemos que considerar que el individuo moderno ya ha regulado de
manera personal su propio comportamiento, alejándose de lo que en
el campo literario ficciones como Un mundo feliz o 1984 proponían.
Estas ficciones definían un control social a través de una intervención
fisicoquímica por parte del Estado, resulta entonces la conjunción de
la dominación cultural de los entornos digitales y el alto apego al con-
sumo de estos sin intervención alguna del Estado el claro ejemplo del
éxito de las biopolíticas.
En ese mismo orden de ideas es posible posicionar que el trabajo
sexual como paradigma o tabú del campo social y político se ha so-
fisticado a través de plataformas, que han abierto la posibilidad de la
creación de contenido digital de índole sexual, lo que como representa
la pérdida total y voluntaria de derechos como la privacidad y, según
sea el espectro, a la dignidad, pues normaliza la posibilidad de ver los
cuerpos como mercancías de consumo.
Este fenómeno sitúa de tal manera al trabajo sexual tanto físico
como en entornos digitales a un preocupante estado de vulnerabilidad
para las mujeres que ejercen este tipo de actividad económica, pues es
crucial exponer que si el Estado mexicano moderno no cuenta con las
políticas públicas o legislaciones necesarias para garantizar los dere-
chos fundamentales de las mujeres trabajadoras sexuales tradicionales,
tampoco lo tiene para quienes despliegan su trabajo a través de plata-

348
formas digitales. Es necesario exponer que la necesidad de políticas
públicas que garanticen los derechos de las trabajadoras sexuales son
una necesidad imperante, puesto que tanto las mujeres que trabajan de
manera física como en entornos digitales, aun ejerciendo por voluntad
propia esta labor, parten de una desigualdad estructural, pues estas
no son reconocidas. Ante esto Marta Lamas explica que desde que
observo el trabajo sexual desde un plano más cercano, su perspectiva
cambió, ya que a pesar de los prejuicios que pueda tener, la compleji-
dad que la define es aún más profunda.
Esto derivado de que los procesos culturales y económicos nor-
malizan y desarrollan un imaginario de lo que representa el trabajo
sexual a partir de la televisión, las películas y en particular de las redes
sociales; pues dentro de estas no existe ninguna regulación que limite
la proliferación tanto del trabajo sexual directo como el que se ejerce a
través de medios audiovisuales, los cuales son más difíciles de regular,
y por lo tanto de garantizar los derechos de quienes eligen realizar este
trabajo.
Resulta entonces posible hacer la conexión entre el pensamiento
de Marta Lamas con el de autores como Foucault o Debord, donde el
nuevo paradigma de los entornos digitales a través de las hegemonías
económicas y de consumo ha traído a estos entornos el trabajo sexual,
pues a través de la hegemonía económica y cultural el comercio sexual
se ha ido normalizando dentro de estas nuevas tecnologías, ante la ino-
perancia del estado moderno, a falta de creación de políticas públicas
que protejan a quienes desarrollan este trabajo.
Si bien estados europeos o asiáticos han desarrollado una legis-
lación y políticas públicas que definen de manera clara los límites y
además tutelan el ejercicio de esta labor, estados como el mexicano
no reconocen la necesidad de desarrollar políticas públicas para estos
sectores plenamente vulnerables, puesto que si bien desde el femi-
nismo ilustrado hasta el feminismo radical se define al trabajo sexual
como una labor de alta vulnerabilidad para las mujeres, los entornos

349
digitales lo han llevado al extremo, al masificar y cosificar el cuerpo
de las mujeres.
Ante esto es necesario expresar que las políticas públicas en entor-
nos digitales tienen que estar lejos de las concepciones de biopolítica
y más cercanas de la garantía de quienes desarrollan el trabajo sexual
tanto a la manera tradicional como a las mujeres que realizan conte-
nido para plataformas digitales, pues la necesidad de salvaguardar su
derecho a la intimidad y dignidad tiene que garantizarse sin importar
el tipo de trabajo que desempeñen.
Ante esta reflexión, vale la pena cuestionarse sobre el papel del es-
tado y la regulación de plataformas digitales de creación de contenido
sexual, pues por ejemplo Only Fans o Just for Fans despliegan su servicio
en una línea muy delgada dentro de lo que se considera un sitio de
pornografía y un sitio de creación de contenido digital, teniendo esta-
tutos que lejos de considerar el bienestar y el desarrollo de la creación
de contenido digital de una manera digna, lo convierten a un objeto
de consumo más.

EL ESTADO Y LA MODERNIDAD

Resulta preocupante que en lo referente a lo legislativo, administrati-


vo y políticas públicas no exista una innovación que tenga por objeto
proteger, orientar y explicar las consecuencias de lo que este tipo de
trabajo puede significar, pues el Estado mexicano en su precariedad
operativa histórica no solo no ha solventado problemas sociales anti-
guos, si no que permite que problemas modernos no se solucionen de
manera temprana.
Este desinterés por parte del Estado es concluyente, y notorio
que ante la falta de las políticas públicas, no solo dentro del ejercicio
de la creación de contenido sexual, si no en el de contenido digital
en general, será sumamente difícil garantizar los derechos humanos
más básicos de las personas que creen, consuman o se relacionen de

350
manera indirecta con estas actividades, toda vez que las empresas de
tecnología ya han ido desarrollando un terreno histórico dentro de la
judicialización de sus actos.
Es entonces necesario identificar que vivimos en un estado en
transición, pues la tecnología y la consagración de su presencia en
nuestra vida diaria a raíz de la pandemia nos ha posicionado en un
paradigma donde el Estado tiene que modernizarse, de una manera
ética y sin perder los derechos humanos como eje fundamental de su
instrumentación, pues la llegada de la tecnología al contexto estatal
representa una transición peligrosa.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Adorno, T. (2009). Critica de la cultura y la sociedad. Madrid: Akal.


Bourdieu, P. (2001). Poder, derecho y clases sociales. Desclee de Brouwer.
Debord, G. (2014). La sociedad del espectaculo. Madrid: GEGNER.
Foucault, M. (2012). Nacimiento de la biopolítica. Madrid: Akal.
Homs, R. (2015). Liderazgo de masas en la era de las redes sociales. Madrid: Indicios.
Lamas, M. (2014). Cuerpo, sexo y política. Ciudad de México. Ciudad de México: Oceano.
López Sánchez, R.,Aguilera Portales, R. (2018). Historia del pensamiento político. Res
Pública.
Marcuse , H. (2021). El hombre unidimensional. Ciudad de México: Austral México.
Rand, A. (2022). Capitalismo: El ideal desconocido. Deusto.

351
SEMBLANZAS DE LOS AUTORES

ROGELIO LÓPEZ SÁNCHEZ


Profesor investigador en la Facultad de Ciencias Políticas y Relacio-
nes Internacionales de la UANL. Pertenece al SNI (CONAHCyT), ni-
vel I. Líder del Cuerpo Académico en consolidación: Gobernanza y
Gestión Pública. Especialista en derechos humanos. Autor de doce
libros publicados en editoriales como Dykinson, Thomson Reuters
y Tirant lo Blanch. Ganador del Premio Iberoamericano de Ética Ju-
dicial en 2015. Ha sido becario de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación en 2010 y 2016, y en la Escuela Judicial del Poder Judicial de
España en 2016.

CARLOS ENRIQUE GUZMÁN MENDOZA


Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Salamanca (España).
Actualmente es profesor de tiempo completo de la Universidad del
Atlántico-Facultad de Ciencias Jurídicas. Cofundador y presidente
de la Asociación Colombiana de Ciencia Política ACCPOL, y del pro-
grama de Ciencia Política de la Universidad de Ibagué, Tolima. Con-
sultor y asesor en asuntos de gobierno, políticas públicas y política
electoral. Sus investigaciones se centran en el análisis del compor-
tamiento electoral, los partidos políticos, el gobierno y las políticas
públicas y la disciplina politológica. Autor de libros y artículos en
revistas nacionales e internacionales.

JULIÁN ANDRÉS CUELLAR ARGOTE


Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Belgrano. Actualmen-
te es profesor asociado en la Universidad del Tolima y cofundador de
los programas de Ciencia Política de las universidades de Ibagué y el
Tolima, donde también fue director, así como director de la especia-

352
lización en Derechos Humanos y Competencias Ciudadanas. Coautor
de los libros El neocesarismo en Colombia: algunos apuntes sobre el uribismo
y las causas perdidas 2014 y ¿Hacia dónde va la ciencia política? Reflexiones
sobre la disciplina en Colombia. Sus líneas de investigación son historia
disciplinar de la Ciencia Política, sistemas políticos, análisis de políti-
cas públicas, gobernabilidad y poder y teoría y filosofía política.

PAULO CÉSAR LUGO RINCÓN


Profesor investigador en la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones
Internacionales de la UANL. Pertenece al SNI (CONAHCyT), nivel
I, Candidato. Forma parte del Cuerpo Académico en consolidación:
Gobernanza y Gestión Pública. Integrante del Comité Asesor del Sis-
tema para la Evaluación y Acreditación de la Educación Superior de
la SEP. También pertenece a la RED BARÍ, Red de Educación para la
Adaptación al Cambio Climático de la Universidad de Santander en
Colombia. Se encuentra dentro del Registro Nacional de Personas con
Competencias Certificada del CONOCER de la SEP. Desde 2017 es
verificador en el Programa Guía Consultiva de Desempeño Municipal
del INAFED de la SEGOB.

AUGUSTO FABIÁN PÉREZ RIVERA


Profesor adjunto de la Facultad de Derecho y Criminología en la Uni-
versidad Autónoma de Nuevo León. Especialista en sistemas electora-
les y representación proporcional. Ha publicado diversos capítulos de
libro acerca del pluralismo político y de los sistemas electorales.

ALEJANDRO ACEVEDO ÁVALOS


Profesor de la Facultad de Derecho y Criminología en la Universidad
Autónoma de Nuevo León. Maestro en Ciencias Políticas y Gobierno
por la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la
UANL. En el área de la investigación ha publicado diversos capítulos
de libro sobre filosofía jurídica y derecho.

353
GABRIEL DE JESÚS GUZMÁN LEZA
Profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Interna-
cionales en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Maestro en
Ciencias Políticas y Gobierno por la Facultad de Ciencias Políticas y
Relaciones Internacionales de la UANL. Ha impartido conferencias
acerca de gobierno electrónico y gobierno abierto, además ha pu-
blicado distintos capítulos acerca de gobierno digital y gobernanza.

Cuerpos académicos participantes

UANL-CA-441 - Gobernanza y Gestión Pública


Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma
de Nuevo León

354
Ciencia Política. Teorías y enfoques desde el Estado moderno se terminó
de imprimir en diciembre de 2023 en los talleres de
Grupo Espinosa, Centeno 195, Valle del Sur, C.P. 09819,
Iztapalapa, Ciudad de México.
El cuidado editorial estuvo a cargo del
Fondo Editorial de Nuevo León.

También podría gustarte