La Crítica de Friedrich Nietzsche Al Cristianismo y La Autenticidad de Jesús de Nazaret

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INSTITUTO TECNOLOGICO Y DE ESTUDIOS

SUPERIORES DE OCCIDENTE

RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL, ACUERDO S.E.P. NO. 15018


PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA FEDERACION
EL 29 DE NOVIEMBRE DE 1976.

DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES


LICENCIATURA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS SOCIALES

LA CRÍTICA DE FRIEDRICH NIETZSCHE AL CRISTIANISMO Y LA


AUTENTICIDAD DE JESÚS DE NAZARET

ENSAYO QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE


LICENCIADO (A) EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
PRESENTA
ALONDRA DEL ROCIO MESA SÁNCHEZ

TLAQUEPAQUE, JALISCO 07 DE ENERO DEL 2022

1
A mi mamá (Guillermina), a mi hermano (Dionisio) y a mi
novio (Iván) por su apoyo y amor incondicional. Son ustedes
el motor y soporte de mi vida.
En memoria de mi papá (Dionisio), de Mamá Esther y de
Papá Héctor y Estrella -¡lo logramos!, gracias por la
“newtica”.
A todas las personas de mi familia y amigos por su cercanía y
motivación.

Agradezco al Profesor Alejandro Fuerte por todo su trabajo,


tutoría y paciencia a lo largo de esta investigación. Sin su
conocimiento y dedicación, este trabajo no hubiera sido
posible.
Al Maestro Carlos Sánchez por su acompañamiento cercano a
lo largo de los cuatro años de la licenciatura. Gracias infinitas
por creer en mí desde el primer día que decidí aventurarme a
estudiar Filosofía.

Me agradezco a mi misma por no rendirme pese a todas las


ausencias que he sufrido en los últimos años. Gracias por
nunca rendirte y por siempre superar tus miedos.

2
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN………………………………………………………………………….1

CAPITULO I: CRÍTICA AL ORIGEN DE LOS VALORES MORALES……………7


a) Psicología del cristianismo………………………………………………………...7
b) Psicología de la conciencia………………………………………………………..14
c) Ideal ascético………………………………………………………………….…..24

CAPÍTULO II: CRÍTICA AL CRISTIANISMO……………………………………….34


a) Orígenes del cristianismo………………………………………………………....34
b) Bendiciones del cristianismo……………………………………………………..43
c) Voluntad de mentira y destrucción en el cristianismo……………………………55

CAPÍTULO III: PABLO FRENTE A JESÚS………………………………………….64


a) Figura nietzscheana de Jesús de Nazaret…………………………………………64
b) Figura nietzscheana de los discípulos de Jesús…………………………………..71
c) ¿Seguimiento o desviación?...................................................................................80

CONCLUSIONES………………………………………………………………………..83

FUENTES DOCUMENTALES…………………………………………………………89

3
INTRODUCCIÓN

De acuerdo con la opinión popular, el cristianismo es una religión monoteísta basada en la


vida y doctrina de Jesús de Nazaret. Es decir, comúnmente se piensa que él es el fundador de
dicha religión. También, se piensa que sus discípulos fueron hombres escogidos cuyo
objetivo era aprender y propagar el mensaje (la doctrina) de su maestro.

Yo estudié la primaria y secundaria en escuelas católicas, por lo tanto, lo que a continuación


digo, lo digo desde mi cercanía con los sacerdotes y monjas de dicha religión, desde la
convivencia que yo establecí día con día con algunos de los miembros integrantes de la
Iglesia católica: los cuales, nos enseñaron, a mi y a mis compañeros, que para ser un buen
cristiano tenemos que hacer todo lo que la Iglesia dicta –y de no hacerlo, eres un mal
cristiano-. Por ejemplo: tienes que dar limosna, confesar tus pecados, comulgar, asistir todos
los domingos y días de precepto a misa y hacer ayunos los días que ellos indiquen.

La premisa aquí es que Jesús de Nazaret es el fundador de la Iglesia católica, o sea que, al
seguir a la Iglesia, estás siguiendo el ejemplo y la enseñanza de Jesús o de Dios (como se
quiera ver). Ahora bien, conforme a la interpretación nietzscheana, ¿se da una desviación de
la doctrina de Jesús en sus discípulos y secundariamente y por consecuencia en los
sacerdotes? ¿Se podría llamar cristiano a alguien que no esté de acuerdo con la Iglesia, pero
que siga el ejemplo de Jesús?

Además, ellas y ellos me enseñaron que somos pecadores, que nuestro cuerpo es impuro y
que la vida verdadera está en el cielo; me inculcaron el sentimiento de deuda con Dios y de
culpa: si tu realizas algún pecado, si transgredes los estatutos cristianos, eres un pecador y
debes sentir culpa.

Conforme fui creciendo, empecé a notar aspectos que no me gustaban de la religión en la


cual crecí (como que en la secundaria nos obligaban a confesarnos, como que en la primaria
nos obligaban a ir a misas, como que mi abuela y mi mamá, que son muy creyentes, se
enojaban si me atrevía a dudar de algo que los sacerdotes decían)

4
Notemos que todo ello se ve respaldado aparentemente por una autoridad divina: Jesús, el
Hijo de Dios, es quien instituyó la Iglesia con todas sus prácticas y procedimientos. ¿Qué
pasaría si esa noción fuera desmentida? ¿Y si la Iglesia lejos de ser un producto divino, no
fuera más que un producto humano? ¿Y si la verdadera enseñanza de Jesús es el amor, el
perdón y la compasión incondicional e ilimitada? Lo que se deja ver es que yo no estoy de
acuerdo con la noción de Dios y de Iglesia católica que me transmitieron, que la experiencia
de el Hijo de Dios leída desde mi experiencia me dice otra cosa, contraria a lo que recibí.

Tengo muy presente que una vez un sacerdote, en su sermón, en misa, mencionó que hay
muchos “cristianos doble cara”, que hay muchos que se hacen llamar cristianos y que sin
embargo no van a misa, no dan limosna, no ayudan económicamente al templo (como si para
ser cristiano tuvieras que comprar el título) y, desde entonces, mi inquietud empezó a crecer
–desembocando en este escrito, en un ejercicio de discernimiento sobre lo que es mi
experiencia de Jesús, de Dios, de la religión católica, y sobre la recuperación que Friedrich
Nietzsche hace sobre la experiencia de Jesús de Pablo y la suya propia.

Mi interés por desarrollar este ensayo se vio incrementado tras la lectura del libro El miedo
en occidente de Jean Delumeau: en el capítulo diez, titulado “Los agentes de Satán: la mujer”
él enuncia la diferencia entre la aceptación que Jesús, en y con su vida, manifestó hacia las
mujeres y el odio, miedo y repudio, con el que los hombres de la Iglesia se han manejado
hacia ellas. Este libro afianzó mis sospechas, y Friedrich Nietzsche aún más porque él, al
igual que yo, buscaba otra versión del cristianismo, muy distinta a la que había tenido acceso
hasta ese momento.

Aunque Friedrich Nietzsche vivió de niño en un ambiente muy religioso: su abuelo y padre
fueron pastores protestantes y por ende, gran parte de su crítica surge desde este acercamiento
y esta visión, (sin omitir que también centra su critica en el cristianismo) y yo, considero que
algunos aspectos y categorías del discurso nietzscheano me sirvieron de apoyo para dar
inteligibilidad a mi malestar sobre la noción de la religión católica que recibí.

5
Así, este ensayo es un trabajo filosófico de la interpretación de Friedrich Nietzsche del
cristianismo. Es un ensayo sobre la filosofía de Nietzsche. Delimitemos bien: no es un ensayo
teológico porque en el plan de estudios de la licenciatura nunca cursé tal materia. Nuestro
autor es conocido por la crítica que realiza frente a dicha religión: para él, la religión cristiana
es el producto del resentimiento contra el poder de los fuertes. Sin embargo, ¿la crítica de
Nietzsche alcanza la figura de Jesús? ¿Es Jesús de Nazaret el fundamento del cristianismo?
¿Es la Iglesia Católica la continuidad del ejemplo que en vida dio Jesús de Nazaret? ¿Los
discípulos y sacerdotes han seguido el ejemplo de Jesús o han distorsionado su doctrina?
¿Difiere el ejemplo vivencial de Jesús y lo que los discípulo y los sacerdotes han hecho de
ello?

La cuestión que pretendemos develar es la siguiente: ¿efectivamente el cristianismo, el


Catecismo de la Iglesia católica recibe su inspiración de las obras y ejemplos prácticos de
Jesús, el Hijo de Dios, o, por el contrario, éste ha sido falseado por sus discípulos y continuó
siéndolo por los sacerdotes? Me parece relevante reflexionar sobre ello porque ahí podría
encontrarse la llave para liberar al ser humano de las torturas psíquicas a las que algunos
sacerdotes y religiosas han sometido a lo largo de los años, tales como la noción de culpa,
arrepentimiento y deuda.

Este ensayo podría aportar lo siguiente: primero, si a lo largo del ensayo nos percatamos de
que Nietzsche, lejos de de preguntarse por la veracidad del Jesús histórico en Pablo ( es decir,
no nos importa si Pablo nos está engañando sobre lo que Jesús dijo o hizo) nos presenta dos
experiencias, dos apropiaciones diferentes –la de Pablo y la propia- nos servirá como lección
para aprender a no conformarse con lo dado, con lo que a uno le adoctrinaron. A mí, lo que
los sacerdotes y religiosas me dicen de la religión católica y de Dios, no me hace sentido, por
lo tanto, sigo buscando, haciendo un ejercicio de discernimiento. Se tiene que ser valiente
para aprender a no aceptar lo dado, para forjar un un pensamiento crítico y para dudar –pues
sólo a través de ella, la cual es contraria a la fe, se llega a las verdades. Si se acepta algo dado,
sin dudarlo, se cae en un dogmatismo. Por ende, deberíamos ser lo bastante valientes para

6
dudar incluso de las verdades santas –y al final, quizás resulte que no son ni tan verdaderas,
ni tan santas.

Así, este ensayo se presenta de la siguiente manera: en primer lugar, se expone la crítica al
origen de los valores morales. Como ya dijimos, Nietzsche critica al cristianismo por ser
expresión del resentimiento de los débiles frente a los fuertes, -o, lo que es lo mismo: lo
critica por la moral que promueve. Por ello, empezaremos hablando sobre ese tipo de moral:
esclareceremos el valor de la moral y el origen de los valores. En este primer capítulo
abordaremos la psicología del cristianismo, luego, la psicología de la conciencia y en última
instancia, revisaremos el ideal ascético.

En segundo lugar se encuentra la crítica al cristianismo: a través de la presentación del origen


de esta religión y de su noción de Dios, de los aspectos que nuestro filósofo detecta
censurables en el cristianismo, y de la voluntad de mentira y destrucción en el cristiano, se
intenta descubrir por qué motivo él llama al cristianismo “la gran maldición de la
humanidad”. O sea, se pretende explicar por qué, desde la perspectiva nietzscheana la
religión cristiana es el peor de los males habidos hasta hoy y qué lugar ocupa en ello la figura
del sacerdote.

Y por último, haremos un recorrido histórico que nos permita destacar la imagen
nietzscheana de Jesús de Nazaret y lo que de ella hicieron sus apóstoles, en especial, Pablo.
No es mi propósito, ni mi intención entrar en el debate del Jesús histórico. No tengo en
consideración si Pablo inventa a Jesús, si lo que él dice de Jesús no coincide con lo que en
realidad predicó o hizo. Yo quiero mostrar que lo relevante es la experiencia de cada persona
de la religión: ¿cómo Pablo vive el cristianismo?, ¿cómo Nietzsche vive el cristianismo?,
¿cómo lo vivo yo?, ¿cómo lo vives tú como lector?

La investigación documental está basada, principalmente, en El Anticristo, la Genealogía de


la moral, Aurora, Más allá del bien y del mal, Ecce Homo y Así habló Zaratustra de
Friedrich Nietzsche, y en las obras de Eugene Fink, Karl Jaspers y Eusebi Colomer, quienes
son reconocidos estudiosos del pensamiento del filósofo alemán.

7
CAPÍTULO I
PSICOLOGÍA DEL CRISTIANISMO

a) Psicología del cristianismo

El objetivo del primer capítulo es presentar la crítica al origen de los valores morales que
Friedrich Nietzsche plasma, principalmente, en su libro La genealogía de la moral. Se busca
esclarecer el problema del valor de la moral y el origen de los valores: ¿de dónde provienen
nuestros prejuicios morales? ¿cuál es la procedencia de nuestro bien y nuestro mal?

Asimismo, se pretende dar respuesta a las siguientes preguntas ¿qué tipo de vida es la que ha
dictado qué es lo bueno y qué lo malvado? ¿esas palabras han impedido o incitado el
desarrollo humano? y, por último, se tiene la esperanza de que el lector, al finalizar esta
sección, coincida con Nietzsche en que es momento de realizar una crítica de los valores
morales actuales, puesto que hasta ahora, se han tenido como algo dado.

Para ello, el trabajo se estructurará de la siguiente forma: primero se abordará la psicología


del cristianismo; en segundo lugar, la psicología de la conciencia y, por último, se tratará el
ideal ascético.

Nietzsche inicia su exposición, planteando que todos los psicólogos ingleses, tales como
Herbert Spencer, al carecer de espíritu histórico, se han equivocado desde el inicio: desde
que intentan averiguar la procedencia del concepto y del juicio “bueno” en la utilidad.
Sostienen que acciones no egoístas fueron consideradas, por aquellos a quienes les resultaban
útiles, como buenas. Posteriormente, se olvidó dicho origen, y por costumbre, como las
acciones no egoístas siempre habían sido consideradas como buenas, terminaron por sentirse
de tal manera.

No obstante, nuestro autor sostiene que este es un lugar de nacimiento falso para el concepto
“bueno”. No procede de aquellos a quienes se les concede “bondad”. A la inversa, fueron los
nobles, los hombres poderosos y superiores, de elevados sentimientos, los que se empezaron

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a valorar a sí mismos y a su actuar como buenos, y ello, en oposición a todo lo bajo, plebeyo,
vulgar y abyecto.

Teniendo como base el pathos de la distancia1, es como los nobles se apropian el derecho de
crear valores. Es este el origen de la antítesis bueno-malo.

Partiendo del pathos de la distancia, la palabra “bueno” no se encuentra necesariamente


vinculada a acciones “no egoístas”. Únicamente cuando los juicios aristocráticos de valor
declinan-, es cuando el instinto de rebaño hace surgir la siguiente antítesis como la antítesis
moral por excelencia: “egoísta” – “no egoísta”. En suma, el pathos social como engendrador
de la antítesis “bueno” – “malo”, que más tarde, degenera en “egoísmo” –“no egoísta”.

A continuación, como buen filólogo, revisa el aspecto etimológico acuñado por diversas
lenguas de los dos términos que nos ocupan, “bueno” y “malo” y descubre en ello una regla:
conceptos de preeminencia política se diluyen siempre en conceptos de preeminencia
anímica. Ejemplificamos: “aristocrático”, “noble” tienen en aquí, y en primer lugar, un
sentido estamental y, luego, a partir de ellos se desarrolla el concepto “bueno”, entendido
como “anímicamente de clase prominente”, o sea, adquieren un sentido anímico. Sin
embargo, ese desarrollo va acompañado de su contraparte: al mismo tiempo que el “noble”
termina por ser el “bueno”, el “vulgar”, “el plebeyo” termina por ser el “malo”.

Los nobles se sentían hombres superiores y justamente la mayoría de las veces se apoyaban
en esa superioridad de poder para darse nombre, aunque, en igual modo, lo hacían con base
en su riqueza, haciéndose llamar “los ricos” o con base en su carácter se hacían llamar “los
veraces”. La palabra noble, etimológicamente hablando, significa que un individuo es, que
es real y verdadero. Por tanto, en la fase de conversión conceptual es cuando este concepto
se empareja con el de “aristocracia” y únicamente, tras el declive de la misma, el concepto
noble queda libre para designar únicamente la nobleza anímica.

1
Phatos de la distancia es un concepto que Nietzsche usa para exaltar el sentimiento de la diferencia de clase,
de jerarquía. Es, de ese modo, una réplica contra las reivindicaciones de igualdad universal.

9
Además, la palabra aristocracia, que recordemos, en este momento secundario se encuentra
equiparada con el bueno, el puro y el noble, significaba, originalmente, el cabeza rubia; en
contraste con el hombre mentiroso, el vulgar, el miedoso, el cobarde, el de piel oscura y
cabello negro.

Al conducir hasta sus últimas consecuencias la regla de la metamorfosis conceptual, nos


encontramos con que la casta suprema es, al mismo tiempo, la casta sacerdotal. Ya desde este
punto nuestro filósofo vislumbra que hay algo no sano en los hábitos de la aristocracia
sacerdotal: su tendencia a inventar conceptos con los cuales buscan dominar y volver
reprobables los sentidos y la vida misma, tiene como resultado una neurosis caracterizada
por una degeneración y empobrecimiento de la fuerza humana. Todos los sacerdotes de todas
las épocas la han sufrido y han tratado de inventar un remedio. En Nietzsche asoma la
sospecha ¿no ha resultado ser más peligroso el remedio que la misma enfermedad que debía
curar?

De lo anteriormente expuesto se sigue que el estilo sacerdotal de valorar puede variar, y de


hecho lo hace, de la manera caballeresco-aristocrática y pueden variar hasta tal punto que se
conviertan en antítesis.

El presupuesto de los juicios de valor caballeresco-aristocráticos es una constitución física


vigorosa; de igual importancia, todas las actividades que contribuyan a mantenerlo fuerte,
recio y corpulento, -pongamos por caso el combate, las riñas y la caza-. En cambio, el estilo
noble-sacerdotal, parte de otra premisa: los sacerdotes la pasan muy mal cuando hay guerra.
Los sacerdotes son los adversarios más malvados porque son los hombres más impotentes y
por tal motivo, el odio se apodera de ellos. Ellos encarnan el espíritu de venganza, de odio,
de resentimiento. Ellos son herederos de la transvaloración judía.

Son los judíos, un pueblo sacerdotal, los que han llevado a cabo la más espiritual venganza
contra “los poderosos”. Ella, ha consistido en una total transvaloración de los valores: se trata
de “cambiar” y “sustituir” los valores caballeresco-aristocráticos por los inventados por los

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resentidos (por los sacerdotes). Con los judíos se inaugura en la moral la rebelión de los
esclavos.

Han sido los judíos los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido
a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso =
bello = feliz = amado de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal
(el odio de la impotencia) esta inversión, a saber, “¡los miserables son los buenos;
los pobres los impotentes, los bajos, son los únicos buenos; los que sufren, los
indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos
benditos de Dios, únicamente para ellos existe bienaventuranza, -en cambio vosotros,
vosotros los nobles y violentos, vosotros sois por toda la eternidad, los malvados, los
crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos y vosotros seréis también eternamente
los desaventurados, los malditos y condenados!” 2

Ahora bien, ¿cuándo comienza la rebelión de los esclavos? La manera noble de valorar actúa
automáticamente y proviene de un sí dicho a sí mismo; por lo tanto, busca su opuesto con la
finalidad de volver a sí misma con mayor gratitud. Por el contrario, la moral de esclavos,
desde el inicio dice no a cualquier “otro” o “fuera”, a cualquier “no-yo” y, dicho no es lo que
funda su acción creadora. La rebelión del resentimiento surge cuando el resentimiento se
torna creador y origina valores morales. La manera vulgar de valorar necesita primero
imaginarse un mundo opuesto y únicamente después de ello, puede actuar o, mejor dicho,
reaccionar.

Los “bien nacidos” se percibían a sí mismos como hombres felices y su felicidad se


encontraba ligada con la actividad. Su lema reza de la siguiente forma: para ser feliz, hay que
obrar bien. Por su parte, los hombres del resentimiento, se tienen que mentar la felicidad, la
cual, entienden como sinónimo de quietud, paz y relajamiento. El hombre noble es franco e
ingenuo, confía plenamente en sus instintos inconscientes y sabe olvidar, -su naturaleza
moldeable le permite no tomar a pecho durante un largo tiempo los percances, problemas o
daños-; mientras que, el hombre resentido no es franco, no es ingenuo, confía más en su
inteligencia, tiende a humillarse y empequeñecerse y, no olvida.

2
Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral: un escrito polémico, Alianza, Madrid, 2005, p. 46.

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El hombre noble ama a sus enemigos; de hecho, para poder considerarlos como tal, deben
ser hombres en los que no encuentre nada de despreciable y si mucho para respetar. Por otro
lado, el hombre del resentimiento se considera a sí mismo como “el bueno” y a su enemigo,
lo percibe como “el enemigo malvado”.

La moral aristocrática se edifica sobre el concepto “bueno” (gut) y posteriormente, partiendo


de él, se forja el concepto de “malo” (schlecht). La moral del resentimiento se fundamenta
en el concepto “malvado”(bÖse) y luego, como imagen secundaria, aparece el concepto
“bueno” (gut).

¿Qué entienden los hombres del resentimiento por “malvado”? Contestando con todo rigor:
precisamente el “bueno” de la otra moral, precisamente el noble, el poderoso, el dominador,
sólo que ha cambiado de color, interpretado y visto del revés por el ojos venenoso del
resentimiento.3

A pesar de eso, Nietzsche concede que quienes han tenido de enemigos a los “buenos”, han
tenido enemigos malvados: las razas nobles, los cabezas rubias, se veían constreñidos por la
comunidad a la que pertenecían, a mantener reprimidos (entre ellos) sus impulsos salvajes.
Ese regulativo no aplicaba hacia el exterior, hacia el extranjero, hacia otros pueblos; ahí, no
eran más que animales rapaces libres de las sujeciones sociales. Eran aves de rapiña
desahogándose.

Dicho desahogo consistía en conquistar con crueldad y destrucciones el botín y la victoria,


por lo cual, para quienes lo padecían, los cabezas rubias se convirtieron en los “bárbaros”,
los “enemigos malvados”. A partir de este punto, lo peligroso, lo que incita temor en el
hombre del resentimiento, se equipara a malo, a malvado y, poco a poco, la mediocridad a
honor moral.

Consecuencia de la moral de resentimientos es el considerar que el objetivo de la cultura es


extraer del hombre rapaz un hombre doméstico. No obstante, nuestro autor argumenta que

3
Ibidem, p. 54.

12
ello encarna el retroceso de la humanidad ¿por qué? Porque al domesticar al hombre ya no
hay nada que temer en él y al perderle el miedo, hemos perdido el amor, el respeto, la
esperanza y la voluntad en él . Éste, al empequeñecerse, al nivelarse, se ha malogrado: se ha
ejercitado en percibirse a sí mismo como la cima, el final, el sentido y la cúspide de la historia,
como hombre inmejorable y esa visión cansa. Cansa porque todos están conformes con lo
que son y ya nadie aspira a ser grande. Precisamente en ello estriba la fatalidad de Europa,
en ese cansancio, que Nietzsche denomina nihilismo.

La fuerza es pulsión, voluntad y actividad, subsiguientemente, no se puede no exteriorizarla;


ello es absurdo. La moral del rebaño ha hecho el intento de interpretar por separado y como
independientes una de otra, a la fortaleza y a sus exteriorizaciones; como si el hombre tuviera
la capacidad de controlarlas. En resumen, los oprimidos sostienen: el fuerte es libre de decidir
ser fuerte o ser débil.

Como los débiles son débiles y nunca estarán al nivel de los nobles, en cuanto a la fuerza,
han falsificado la debilidad: la han transformado, mentirosamente, en virtud. ¿Cómo se logra
tal cometido? Haciendo al sujeto libre. La debilidad se ha convertido, a partir de aquí, en una
elección. Se empieza a hacer creer que la debilidad propia del débil es un logro, es algo
querido, un mérito -cuando en realidad, la debilidad es la verdadera esencia y realidad del
débil.

Los sentimientos equitativos, modestos, sumisos, igualitaristas, la mediocridad de los


aspectos alcanzan ahora nombres y honores morales:4 se transforma la impotencia en
bondad, la temerosa bajeza en humildad, la sumisión en obediencia, lo inofensivo del débil
en paciencia, el no ser capaces de vengarse, lo llaman no querer vengarse o perdón. Son
miserables. Vivir esa miseria es un honor que Dios les ha dado. Él los ha elegido para ser
miserables y a los que más ama es a los que más castiga.

4
Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal: preludio de una filosofía del futuro, Alianza, Madrid,
2007, p. 143.

13
Mientras ese día prometido llega, en tanto llega el “reino de Dios”, ellos viven “en el amor”,
“en la fe” y “en la esperanza”. ¿Esperanza en qué? En que algún día ellos serán los fuertes,
en que algún día les va a ir mejor, quizás no en la vida terrena pero si en su reino. Es decir,
se necesitaron inventar el “reino de Dios”, el “más allá”, para poder compensar eternamente
todos los sufrimientos vividos en la tierra, en el “más acá”, para tener un consuelo frente a
todas las desgracias de la vida terrenal. No importa que nos les vaya bien en la tierra porque
toda esa desventura un día será resarcida: al fin llegará su tiempo de ser felices. Un día
alcanzarán “la bienaventuranza”.

Del odio judío, odio que es creador y transformador de ideales, surgió un amor nuevo: el
amor más sublime y profundo. Se cae en error si se piensa que ese amor nació como antítesis
del odio judío, ya que, es el mismo odio en su máxima expresión. Ese amor posee el mismo
objetivo y el mismo afán que aquel odio. Jesús de Nazaret, el evangelio viviente del amor,
ese salvador que anuncia la bienaventuranza a todo lo que anteriormente era considerado
bajo, esto es, a los pobres, pecadores y enfermos. Jesús de Nazaret representa la táctica más
grande de seducción y de descarrío hacia los valores judíos. Es, al mismo tiempo, el legítimo
instrumento de la venganza judía porque gracias a él, bajo el símbolo de “Dios en la cruz”,
ha tenido éxito la venganza de Israel y la transvaloración de todos los valores.

En suma, el proceso se ha iniciado; la intoxicación ha triunfado: todo se judaíza, se vuelve


cristiano. Los señores, han sido vencidos.

Los dos valores contrapuestos “bueno” y “malo”, “bueno” y “malvado”, encuentran su


máxima expresión y síntesis en “Judea contra Roma y Roma contra Judea”. Los romanos han
sido, hasta ahora, los hombres más fuertes y nobles que ha habido. Los judíos han sido, por
excelencia, el pueblo sacerdotal que promulga el resentimiento.

¿Quién ha triunfado, Judea o Roma? Nietzsche responde: basta con ver ante quien se han
inclinado y se siguen inclinando los hombres, vale decir, ante tres judíos -Jesús de Nazaret;
Pablo, el tejedor de alfombras y Pedro, el pescador. Y, una judía -María, la madre del
nazareno-. Sin lugar a dudas, Roma ha sido derrotada, ha sido judaizada.

14
b) Psicología de la conciencia

En el hombre, muestra de una salud vigorosa es la activa capacidad de olvido. Ella se encarga
de mantener el orden anímico y la tranquilidad. Hace borrón y cuenta nueva en la conciencia
con la finalidad de abrir espacio para lo nuevo. Sin ella, no existe ninguna jovialidad, ni
felicidad, ni esperanza, ni futuro.

Siendo así, ¿cómo puede hacer promesas este animal olvidadizo? Respuesta: dejando en
suspenso la conciencia inhibidora. No se trata de un pasivo no-poder-volver-a-librarse de la
palabra dada, sino que, se trata de un activo no-querer-volver-a-librarse, un seguir queriendo
lo querido una vez, una auténtica voluntad de memoria.5

El hombre que promete, para poder hacerlo, debe disponer anticipadamente del futuro. Debe
poder responder de sí mismo con orgullo y para lograrlo, antes tiene que haberse vuelto
uniforme, regular, calculable. Él se vuelve un ser calculable con la asistencia de la “eticidad
de la costumbre”.

Ella es un medio para un fin: su fruto maduro es el individuo soberano, aquel que es igual
únicamente a sí mismo; es el individuo liberado de la eticidad, el señor de la voluntad libre
al que le es lícito hacer promesas; es el hombre que posee dominio sobre sí mismo y que es
lo suficientemente fuerte como para mantener su palabra aún en los tiempos difíciles; es el
hombre responsable que honra a sus iguales con la misma fuerza que desprecia a los que
hacen promesas sin que les sea permitido hacerlo. “Autónomo” y “ético” se excluyen.6

Ante esta situación, el filósofo alemán se pregunta: ¿cómo forjar una memoria al animal que
tiende al olvido? ¿cómo lograr grabarle algo? Sólo lo que se inscribe con fuego resulta
perdurable para la memoria. Ella no se logró nunca, sin sacrificios, sangre y martirios. Sólo
lo que duele, permanece. Vale decir, el dolor como instrumento para lograr hacerse una
memoria.

5
Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral... , p. 76.
6
Ibidem, p. 78.

15
La finalidad de construir una memoria era someter los instintos brutales de los plebeyos a
través de las imágenes de penas cargadas de brutalidad. Por ejemplo, se hervía al criminal en
aceite, o se desollaba, o los caballos pisoteaban al malhechor hasta la muerte y todo ello, iba
quedando grabado en los hombres y con tal de no padecer lo mismo, se sometían a las
exigencias de la sociedad, renunciando a las exteriorizaciones de la bestialidad instintual y
ello dio pie a la razón y al dominio de los afectos; ejemplifiquemos: yo quiero matar a alguien
que no me agrada pero la sociedad me dice que no puedo ir matando a la gente que no me
cae bien y en caso de hacerlo, voy a ser castigada con muchos años de prisión, entonces,
sopeso, pienso y reflexiono sobre los pros y contras. Decido que no vale la pena pasar el resto
de mi vida en la cárcel por cometer tal delito, me guardo mi desagrado hacia esa persona y
suprimo mis ganas de matarla.

Friedrich Nietzsche, contra todos los genealogistas de la moral, sostiene que la palabra
“culpa” (Schuld) proviene del concepto “tener deudas” (Schulden). En el pasado, durante un
tiempo muy largo de la historia, se imponían penas no porque al infractor se le
responsabilizara de su acción, sino por la rabia del daño sufrido, la cual, se desahogaba sobre
el causante. El presupuesto de esta idea es una equivalencia entre dolor y perjuicio: todo
perjuicio tiene su equivalencia y consecuentemente, tiene forma de ser compensado, -aunque
sea con el dolor del delincuente-. En épocas más tardías, aparece el sentimiento de justicia:
el reo merece la pena porque era libre para actuar de otro modo y no lo hizo. Se requiere de
un grado elevado de humanización para que el hombre empiece a percatarse de las
distinciones entre conceptos tales como “negligente”, “casual”, “intencionado” e
“imputable”.

La equivalencia entre perjuicio y dolor tiene su origen en la relación contractual entre deudor
y acreedor, la misma que, se atiene a los procedimientos esenciales de compra, venta,
comercio, tráfico y cambio.

El deudor, con el objetivo de inspirar confianza en su juramento de restitución del daño y al


mismo tiempo, con el fin de otorgar una garantía de ello, a través de un contrato, empeña al

16
acreedor, en caso de no cumplir con el pago, cualquier otra cosa que sea suya y sobre la cual
tenga poder; ejemplificando: su vida, su cuerpo, su esposa, o su libertad.

De este modo, el acreedor adquiría el derecho de causar cualquier tipo de daño y tortura al
cuerpo del deudor. El primero estaba en todo el derecho de cortarle la pierna al segundo,
tanto como le pareciese adecuado a la dimensión de la deuda. Muy pronto, hubo tasaciones
legales de cada una de las extremidades y partes del cuerpo. En síntesis: el sufrimiento como
compensador de deudas.

La lógica de esa estrategia de compensación se asienta en el derecho a la crueldad. La


equivalencia no procede del hecho de que el perjuicio se pague con una ventaja directamente
equilibrada (por ejemplo, que sea saldada con posesiones, tierras o dinero). Antes bien, lo
que se le otorga al acreedor como reparación del daño es un sentimiento de bienestar
proveniente del placer de causar daño y violentación: –el sentimiento de bienestar de un
hombre al que le es licito descargar su poder, sin ningún escrúpulo, sobre un impotente, la
voluptuosidad de faire le mal pour le plaisir de le faire [de hacer el mal por el placer de
hacerlo], el goce causado por la violentación.7

Dicho de otra manera, a través de la pena, el acreedor hace parte de un derecho de señores:
siente el excitante sentimiento de serle permitido maltratar y despreciar al deudor, de tratarlo
como a un ser inferior.

¿Por qué el sufrimiento como compensador de deudas? ¿Cómo puede ser una satisfacción el
hacer-sufrir? Nietzsche contesta: el acreedor cambia el daño y el displacer que el infractor le
ocasionó mediante un hacerlo-sufrir. Es un contra-goce: hacer-sufrir, una verdadera
celebración y más, en la medida en que contradecía el estatus social del perjudicado.

Aclaremos, de una vez, la tesis principal de Nietzsche en este segundo apartado: sin crueldad,
no hay alegría. La crueldad es la esencia del hombre: es constitutivo de él, el placer de ver y

7
Ibidem, p. 84.

17
sobre todo, el placer de hacer sufrir. En la antigüedad, la crueldad siempre estaba presente en
sus festividades y alegrías.

La vida era más feliz en la tierra cuando los hombres no se avergonzaban de su esencia cruel;
sin embargo, con la llegada de la moralización y su consecuente reblandecimiento enfermizo,
se acrecentó la vergüenza del hombre ante el hombre, y, como resultado, el animal “hombre”
ha aprendido a abochornarse de sus instintos; a ruborizarse ante ellos.

Los hombres contemporáneos de nuestro filósofo alemán postulan que el sufrimiento es el


primer motivo para estar en contra de la existencia, -pesimistas a los cuales les recuerda que
en tiempo anteriores se juzgaba de forma contraria-; les recuerda que ver y hacer sufrir
producía bienestar; que los hombres no podían abstenerse de hacer-sufrir.

Y añade: no es que en la actualidad el placer de la crueldad esté extinguido en el hombre, -


en todo caso se ha sublimado y sutilizado-. Se ha trasladado a lo anímico e imaginativo y se
ha revestido con nombres tan dulces que no levanta desconfianza en ningún hombre
reblandecido.

Por cierto, en ese intento de extinción, inventaron los dioses. Los hombres al inventar a los
dioses, abrían la posibilidad de justificar su mal. La lógica prehistórica (y quizás la europea)
rezaba del modo siguiente: todo mal que abone a la felicidad de los dioses, está acreditado.
Los griegos, con el objetivo de agradar y hacer felices a sus dioses, realizaban eventos
rebosantes de crueldad, como guerras y atrocidades trágicas similares. O sea, los dioses
antiguos como partidarios de las acciones crueles.

Medir valores, determinar costos y equivalentes para realizar intercambios; esas actividades
se han encontrado aún en los niveles más bajos y antiguos de la civilización. Representan el
principio del pensar y del sentimiento de superioridad del animal hombre frente al resto de
los animales. El hombre es el tasador en sí.

18
Compra, venta, deuda, derecho, intercambio, compensación, contrato, obligación, fueron
llevados desde el plano personal hasta los más embrionarios complejos comunitarios. El
pensamiento de los hombres más antiguos siguió su curso hasta llegar al primer canon moral
de justicia, a saber, todo tiene un precio y por lo tanto, todo puede ser pagado. Aquí, la justicia
se basa en la buena voluntad, entre los hombres poderosos, de entenderse, de comprometerse
entre sí, y, de forzar a los hombres inferiores al mismo compromiso.

La comunidad, igualmente, encuentra su fundamento en la relación acreedor-deudor. Uno, al


vivir en comunidad, goza de las ventajas y beneficios de la misma, a cambio, se ha endeudado
y obligado con la comunidad.

¿Qué pasa si alguien rompe el acuerdo y viola lo establecido? El delincuente se vuelve un


transgresor, alguien que ha violado el contrato y la palabra en lo que respecta a las ventajas
y facilidades de la vida en comunidad. El acreedor engañado, -la misma comunidad-, se hará
pagar el daño lo mejor que pueda: el enojo del acreedor dañado lo retornará al estado salvaje
en el que no hay ley alguna; dejará de protegerlo y en ese instante, podrá desquitarse
imponiendo todo tipo de penas. Resumiendo: el delincuente es un deudor que ha perdido todo
derecho y protección de la comunidad.

Toda disminución del poder de la comunidad, provoca que el derecho penal se vuelva más
severo, y viceversa, a mayor autoridad, el acreedor se vuelve más humano: cuando la
comunidad se hace más poderosa, ya no otorga tanta importancia a las infracciones del
individuo, sino que, trata de defender al infractor de la cólera del perjudicado.

La justicia que en su inicios sostenía que todo delito es pagable de algún modo, a medida que
se hace más poderosa, termina por no castigar a quien la ha dañado; deja libre al infractor y
de esa manera, la justicia acaba autosuprimiéndose.

En contraposición a la tendencia general, Friedrich Nietzsche sostiene que la justicia, lejos


de tener sus orígenes en un sentimiento reactivo, surge de los hombres activos. Estos, siempre
están más cerca de la justicia porque no tasan su objeto de forma errónea ni incompleta, como

19
sí lo hace el hombre reactivo. El hombre activo, al ser un hombre fuerte y valeroso, ha gozado
de una conciencia más buena. Consecuencia: la mala conciencia proviene del hombre del
resentimiento.

La historia nos enseña que el derecho encarna la lucha de los hombres activos, ejerciendo sus
poderes, contra los sentimientos reactivos. Ellos eran capaces de someter dichos sentimientos
y obligarlos, mediante el uso de la fuerza, a un acuerdo.

Cuando los hombres activos son lo suficientemente fuertes, establecen la ley y solamente a
partir de ella, existe lo “justo”, lo que es permitido y lo “injusto”, lo prohibido. A partir de
este momento, cualquier delito es un delito contra la ley. Por mejor decir: se busca que cada
vez la acción se vuelva más impersonal -en oposición a lo que pretende toda venganza, esto
es, exclusivamente considerar la perspectiva del dañado-.

Para nuestro filósofo, que considera que la voluntad de poder es la esencia de la vida, las
situaciones de derecho son situaciones de excepción de la ya mencionada esencia.

A lo largo de los años, se ha pensado que la pena fue inventada con la finalidad de castigar.
Empero, Nietzsche postula que todas las finalidades, de cualquier cosa, dejan ver que una
voluntad de poder ha subyugado algo menos poderoso y se ha apropiado del sentido y de la
historia de esa cosa. Entonces, la utilidad de la pena siempre está re-interpretándose de
acuerdo a propósitos completamente diferentes.

Por ejemplo, respecto a la pena, hay que distinguir dos aspectos: primero, lo perdurable en la
pena -su empleo, su ceremonia, su marcha; en segundo lugar, lo momentáneo -el significado,
el objetivo y la lectura de los procedimientos de la pena. Se sigue que el procedimiento no
fue inventado para la finalidad de la pena; que el procedimiento fue lo inicial y
posteriormente adquirió el sentido de pena.

20
La más esencial utilidad de la pena se creía encontrar en el sentimiento de culpa. Con la pena
se buscaba detonar la reacción anímica conocida como remordimiento de conciencia o mala
conciencia.

A pesar de ello, Nietzsche asevera que es muy extraño que un delincuente o infractor
experimente o sienta remordimiento de conciencia. Más bien, la pena insensibiliza, fortalece
la resistencia, vuelve frío, seco y serio al hombre. Recopilando, el sentimiento de culpa fue
obstaculizando justamente por lo que se supone que debía propiciarlo: la pena.

La mala conciencia nunca estuvo presente en la conciencia de los sentenciadores; ellos


condenaban al autor de daños, no al culpable. Los condenados, por su parte, no sentían algo
similar a culpa o aflicción interna. Con la pena se consigue el incremento del temor y de la
inteligencia (si ya me descubrieron esta vez en el delito, entonces para la otra debo actuar
más hábil, más sigilosamente). De ahí que la pena domestique y vuelva malo al hombre. La
pena no lo hace “mejor”.

El origen de la mala conciencia es la sociedad: yo considero que la mala conciencia es la


profunda dolencia a la que tenía que sucumbir el hombre bajo la presión de aquella
modificación, la más radical de todas las experimentadas por él, de aquella ocurrida cuando
el hombre se encontró definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y de la paz.8

De pronto, todos los instintos del hombre guerrero, salvaje y libre quedaron desestimados.
De pronto, se veían obligados a pensar, a calcular y a razonar. Aún así, los viejos instintos
guías seguían reclamando sus exigencias y como ya no se podían desahogar hacia fuera,
como fue inhibido ese desahogo, se volvieron hacia dentro. En rigor, con ayuda de la pena
se logró que todos los instintos salvajes se volviesen contra el hombre mismo e
implícitamente se introdujo la dolencia más grande: el sufrimiento del hombre por el hombre,
por sí mismo.

8
Ibidem, p. 108.

21
Y fue, precisamente, ese prisionero nostálgico, el creador de la mala conciencia. Ella es el
desenlace de una guerra contra los viejos instintos reguladores en los que hasta ese momento
residía el orgullo y fortaleza de los hombres.

Vale señalar dos aspectos sobre el origen de la mala conciencia. Por un lado, no fue un
cambio paulatino e intencional, fue un rompimiento espontáneo; por otro lado, el “Estado”
(hombres rubios, una raza de conquistadores) lleva a cabo la impresión de una forma a la
población que hasta entonces había sido absolutamente libre ¿cómo lo logra? Mediante actos
de violencia.

La horda de cabezas rubias no conoce lo que es consideración, culpa o responsabilidad. No


en ellos, pero sí gracias a ellos nace la mala conciencia al reprimir violentamente un quantum
de libertad. Ese instinto de libertad reprimido, vuelto latente, termina por desquitarse contra
sí mismo y ello es la mala conciencia.

El instinto de libertad o la voluntad de poder -en expresión de Nietzsche- empequeñecida, es


la creadora de la mala conciencia y de los ideales negativos. Esa fuerza es la misma que la
de los señores, sólo en cantidad menor, disminuida: lo que varía es el quantum y el objeto de
descarga de esa fuerza. Los señores calman esa fuerza violentadora en otros hombres; en los
hombres de mala conciencia la fuerza se desahoga sobre el mismo hombre, sobre su viejo
yo. La mala conciencia es una secreta autoviolentación, es la voluntad de maltratarse a sí
mismo: se hacen sufrir por el placer de sufrir.

Esta autoviolentación sienta las bases para poder entender el placer que experimenta el
abnegado, el desinteresado, el que se sacrifica a sí mismo. En otras palabras, sienta las bases
para entender lo “no-egoísta”.

La estirpe viviente, invariablemente, reconoce en sus antepasados, una obligación jurídica:


ella está convencida de que su supervivencia es gracias a los sacrificios y obras de la
generación anterior, y ello, hay que pagarlo con sacrificios y obras. A partir de aquí, se forja

22
y se reconoce una deuda (pues aquellas épocas “pobres de alma” no podían concebir la
gratitud).

El miedo a los antepasados y a su poder, la conciencia de deuda hacia ellos, incrementa en la


misma medida que incrementa el poder y fuerza del linaje mismo. Mientras más triunfante,
honrada y temible, mayor conciencia de deuda.

Guiando este planteamiento hasta sus últimas consecuencias, nos topamos con que la
conciencia de deuda hacia los antepasados se transforma en conciencia de deuda hacia la
divinidad, o, lo que es lo mismo, el origen de los dioses por temor. Debido al temor creciente,
los ancestros forzosamente terminan por alcanzar escalas enormes, retirarse y refugiarse en
las tinieblas de una inimaginable divinidad; en resumen, los predecesores de la estirpe son
convertidos, por fuerza, en dioses.

Continuando la exposición de la tesis, descubrimos que con la llegada del Dios cristiano (que
es el Dios máximo que los hombres han alcanzado), a su vez, llega a la tierra el máximo
sentimiento de culpa. El Dios cristiano se vuelve el acreedor. Consecuencia: la conciencia de
tener deudas con la divinidad nunca fue extinta, antes bien, ha sido heredada y llevada hasta
las alturas.

Se supondría que, por consiguiente, el ateísmo es equivalente a un estado en el que ya no se


tienen deudas; si la fe disminuye, disminuye la conciencia de culpa humana. Sin embargo,
ello no sucede porque la moralización de conceptos como culpa y deber y su vinculación con
la mala conciencia, detiene e invierte el desarrollo que veníamos presentando.

En su lugar, se habla de la impagabilidad de la culpa, de la imposibilidad de la expiación y


de la “pena eterna”. ¿Quién puede redimir a esta martirizada humanidad? Dios. Dios (el
acreedor) se sacrifica a causa del hombre (el deudor) para redimirlo de aquello que él mismo
no puede. ¿Por qué lo hace? Por amor.

23
La voluntad de autotortura, la mala conciencia, se ha adueñado del presupuesto religioso con
la intención de conducir su propio automartirio hasta su más espantosa dureza: hasta una
deuda eterna con Dios. Es una voluntad de crueldad anímica; es la voluntad de hallarse
condenable y reprobable a sí mismo; es la voluntad de imaginarse culpable y sin posibilidad
de resarcir la deuda. En resumidas cuentas, es la voluntad de disponer un ideal –el de “Dios
santo”- para de esa manera, poder sentirse a sí mismo, en presencia de él, totalmente
despreciable .

Contrario al “Dios santo” se ubican los dioses griegos. Los griegos se valieron de sus dioses
para apartar de sí la mala conciencia, para poder seguir felices de la libertad absoluta de su
alma. Estos dioses decían: -¡qué locos están los hombres! Quizá están un poco perturbados
de la cabeza, pero, al final de cuentas, son locos, no pecadores.

Los griegos se preguntaban a sí mismos: ¿cómo es posible que se puedan cometer crímenes
horribles? ¿será acaso porque el infractor está un poco perturbado de la cabeza? Y se
respondían: -de seguro, los dioses han sido los culpables-. Para ser breve: los dioses griegos
se responsabilizan del mal de los hombres. No los condenaban por ese motivo.

Para finalizar el apartado segundo del presente trabajo, diremos que Nietzsche asegura que
todos los ideales existentes hasta hoy en día, han ido en contra de la vida, han sido
difamadores de la tierra y hostiles a la vida. Han enseñado que la naturaleza del hombre es
mala y han emparejado todos los instintos naturales del mismo con la mala conciencia.

Aún así, mantiene la esperanza en que llegará alguien que de un sentido opuesto a todo ello.
Será el superhombre.
el hombre redentor; el hombre del gran amor y del gran desprecio, el espíritu
creador, al que su fuerza impulsiva lo aleja una y otra vez de todo apartamiento y de
todo más allá, cuya soledad es malentendida por el pueblo como si fuera una huida
de la realidad (…) ese hombre del futuro, que nos liberará del ideal existente hasta
ahora (…) que de nuevo libera la voluntad que devuelve a la tierra su meta y al

24
hombre su esperanza, ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada
–alguna vez tiene que llegar…9

c) Ideal ascético

El filósofo de la sospecha (llamado así por Paul Ricoeur) empieza la tercera sección
postulando que el ideal ascético ha tenido múltiples significaciones para el hombre, lo cual,
pone de manifiesto que la voluntad humana tiene miedo al vacío: esa voluntad necesita una
meta –y prefiere querer la nada a no querer. -¿Se me entiende?... ¿Se me ha entendido?...
“¡De ninguna manera, señor!” –Comencemos, pues, desde el principio.10

A continuación se pregunta (y esta será la pregunta guía del capítulo) ¿Qué significan los
ideales ascéticos? Y más en concreto, ¿qué significa el ideal ascético para el artista y para el
filósofo?

Richard Wagner, en un principio, predicó la “sana sensualidad”; para ser más precisos, estuvo
de acuerdo con la concepción de la fuerza y la sensualidad como fuerzas vitales. Sin embargo,
al envejecer, se declaró en contra de todo ello y eligió rendir homenaje a la castidad. El
Parsifal de Wagner es el más nítido arquetipo. En él hay un odio contra la sensualidad, el
conocimiento y el espíritu; una maldición contra los sentidos. Una exaltación de los ideales
cristianos.

Nietzsche, por su parte, piensa que la castidad y la sensualidad en los hombres superiores no
es necesariamente una antítesis y menos trágica. Precisamente son esas “contradicciones” las
que incitan cautivadoramente a existir.

Los ideales ascéticos, en el caso de los artistas, no significan absolutamente nada. No son
excesivamente independientes –respecto de y contra el mundo- como para que sus

9
Ibidem, p. 123-124.
10
Ibidem, p. 128.

25
valoraciones merezcan interés en sí mismas. Antes bien, siempre necesitan de una defensa,
de un apoyo, de una autoridad que los proteja.

El espíritu del artista nunca está asentado en sí mismo (caso antitético el de los filósofos,
como Schopenhauer).Schopenhauer propone que el efecto de la contemplación estética es la
liberación de la voluntad. O sea, en el momento en que nos sumergimos en la representación,
estamos apartados del ruin acoso de la voluntad; no obstante, Nietzsche enfatiza que ese es
sólo un efecto de lo bello e igualmente, como Schopenhauer descubrió ese, Stendhal
descubrió otro: lo bello es una promesa de felicidad.

Asimismo, Nietzsche aprovecha para ir en contra de la noción kantiana de lo bello. Kant


considera que lo bello es lo que agrada desinteresadamente. Nietzsche indica que lo bello
agrada por el interés de ser liberado de una tortura. Repitamos la pregunta: ¿qué significa el
ideal ascético para un filósofo? De momento, querer huir de una tortura.

Es indiscutible que, desde que hay filósofos en la tierra, y en todos los lugares en los que ha
habido (desde la India hasta Inglaterra, para tomar los dos polos opuestos de la capacidad
para la filosofía) existen una auténtica irritación y un autentico rencor de aquéllos contra la
sensualidad.11 En cambio, se han promulgado como partidarios del ideal ascético. El ideal
ascético en un filósofo significa buscar un óptimo de condiciones, significa buscar el máximo
poder. Al contemplar el ideal ascético, el filósofo, sonríe a un optimum de condiciones de la
más alta y osada espiritualidad, -con ello no niega “la existencia”, antes bien, en ello afirma
su existencia y sólo su existencia.12

Su objetivo es llegar a un estado de no perturbación y en consecuencia, eliminarán los


impedimentos que obstruyan este camino. Los filósofos encuentran sugerido, en el ideal
ascético, puentes que conducen hacia la independencia. Los filósofos piensan en sí mismos
y en lo que les resulta más imprescindible, a saber, estar libres. Ellos no quieren estar sujetos
a preocupaciones y para conseguirlo, se alejan solitarios al desierto. Humildad, pobreza y

11
Ibidem, p. 138.
12
Ibidem, p. 140.

26
castidad –las tres palabras clave del ideal ascético- son más asequibles al filósofo que la fama,
las mujeres y los príncipes. Ellos anhelan la calma de las novedades, del “hoy”.

La actitud filosófica proviene del ideal ascético. La filosofía, al principio, no tenía el valor
suficiente para afirmarse a sí misma. Por tal motivo, el filósofo tuvo que disfrazarse de
sacerdote, de hombre contemplativo. Existió una antigua estirpe de hombres contemplativos,
los cuales eran despreciados porque la contemplación no era temida; esa actitud no-guerrera
inspiraba desconfianza y poco a poco, se aprendió a temerlos.

Los filósofos han mantenido una actitud distante que enseña a despreciar la vida, los sentidos
y la sensualidad. Esta actitud ha sido muchas veces considerada como la actitud filosófica
propia, pero, es secuela de la investidura y camuflaje ascético del que se valió durante muchos
años la vida que filosofa.

El derecho a existir de los sacerdotes ascéticos y su fortaleza radica en el ideal ascético. El


problema principal que Nietzsche encuentra en ellos es la valoración que hacen de esta vida.
El “más allá”, una manera completamente distinta de existencia, es la meta. El “más allá” es
antagónico del “más acá” -a no ser que la vida misma reniegue contra sí, caso en el cual, el
aquí y ahora serían entendidos como un puente hacia...

Los sacerdotes ascéticos son, por excelencia, la especie hostil a la vida. En ellos reina la
voluntad de contradicción y de antinaturaleza. La vida ascética es la vida del resentimiento.
El resentimiento brota de una voraz voluntad de poder que anhela apropiarse de la vida
misma, que busca, con su fuerza, dominar las fuentes de fuerza. Esta vida se proclama a favor
de la décadence fisiológica, en particular, contra la felicidad y la belleza. En cambio,
experimenta bienestar en su antítesis: en lo feo, en el dolor, en el autosacrificio, en la
desventura, en el fracaso y en la atrofia.

Nietzsche declara que el ideal ascético florece del instinto de protección y salud de una vida
que va en decadencia. En el ideal ascético, la vida lucha con y contra la muerte; tiene como
finalidad conservar la vida.

27
El sacerdote ascético al desear ser y estar de otro modo y en otro lugar, intenta crear un
mundo mejor para el hombre, por ello, siempre dirige como pastor. Para que se entienda
mejor: el sacerdote ascético es el pastor que dirige al rebaño de los frustrados, de los
enfermos, de los mal constituidos. Él encarna una de las grandes posibilidades continuadoras
y creadoras de síes a la vida. No es, como de ordinario se piensa, un enemigo de ella.

El hombre es un animal enfermo; su condición esencial es ser enfermizo. Como resultado,


los casos afortunados del hombre son excepciones y se debería tratar de conservarlos lejos
de los enfermos. Los hombres sanos no deben dedicarse a cuidar o curar a los enfermos
porque tienen una misión más importante: son los forjadores del futuro. El pathos de la
distancia tiene que perseverar.

Los mal constituidos son los hombres más peligrosos porque son quienes más minan la vida;
son, asimismo, quienes más intoxican y ponen en cuestión la confianza en la vida y en el
hombre mismo. -¡Estoy hastiado, cansado de mi! ¡Desearía ser otro!- Tal cual hablan los
destrozados y los débiles. Ellos son presos de sí mismos y ese autodesprecio es la cuna de
los sentimientos de venganza y rencor; es el lugar donde nace el odio a los victoriosos y bien
constituidos.

Los mal constituidos, al no tener más, intentan apropiarse de la justicia, el amor, la


superioridad y la sabiduría, y, para alcanzarlo, se valen de la virtud: a partir de ese momento,
los enfermos son los virtuosos, buenos y justos; mientras que, la buena constitución, la
fortaleza, el orgullo y el sentimiento de poder son cosas viciosas, de tal suerte que, deberían
avergonzarse de esto.

La voluntad de los enfermos es la voluntad de enfermar a los sanos. Los primeros anhelan
vengarse de los segundos. La venganza triunfará cuando consigan introducir su propia
miseria en la conciencia de los bien logrados -cuando eso pase, éstos últimos se sonrojarán
por su felicidad-. En otros términos, los mal constituidos vencerán cuando los bien
constituidos empiecen a dudar de su derecho a la felicidad.

28
Si ya establecimos que los sanos no pueden dedicarse a curar a los enfermos, la duda es
¿quién? Respuesta nietzscheana: los sacerdotes ascéticos. Ellos como curadores, padecen la
misma enfermedad que los enfermos para poder entenderlos y entenderse. Además, son más
fuertes que el resto porque tienen la capacidad de sostener íntegra su voluntad de poder;
gracias a ello, se ganan el miedo y confianza de los que sufren y son, simultáneamente el
apoyo, sostén y tirano de los mismos.

Su misión es defender al rebaño. ¿De quién? De los hombres sanos y bien constituidos; es
decir, tiene que ser el antagonista de aquellos por naturaleza; el despreciador por excelencia.
El sacerdote ascético enferma lo sano y amansa lo enfermo: para ser curador tiene, primero,
que herir. Posteriormente, al mismo tiempo que alivia el malestar producido por la herida, la
envenena.

Tiene, también, la habilidad (y en eso radica su utilidad) de quitar la carga explosiva del
resentimiento, presente en todos los integrantes del rebaño. ¿Cómo lo hace? Cambia la
dirección del resentimiento: el enfermo piensa: “alguien tiene que ser el culpable de mi
sufrimiento”. El pastor le dice: “¡Está bien, oveja mía!, alguien tiene que ser el culpable de
esto: pero tu misma eres ese alguien, tú misma eres la culpable de esto, -¡tú eres la única
culpable de ti!...”13 En resumidas cuentas, vuelve el resentimiento contra sí mismo y no
contra los otros miembros del rebaño, pues ello daría pie a la disolución del mismo. Para ese
fin, el sacerdote le oculta al enfermo la causa verdadera de su malestar: la causa fisiológica.

El sacerdote se queda en lo afectivo y no va a lo fisiológico, por lo tanto, no es un médico


verdadero. Los sacerdotes ascéticos hacen pasar la enfermedad fisiológica como enfermedad
del alma. Esto es: el dolor anímico muy probablemente sea un dolor fisiológico interpretado
a la luz de la religión cristiana. Para apoyar dicha interpretación, inventaron los conceptos de
culpa, corrupción, pecado y “pecaminosidad”. La “pecaminosidad” es, simplemente, una
interpretación religiosa-moral de un hecho real, de un malestar fisiológico, -no es un hecho
real en sí mismo-.

13
Ibidem, p. 165.

29
El sacerdote ascético tiene la pretensión de mitigar, a través de la vía afectiva, el sufrimiento,
el displacer y el dolor que ello produce. El sacerdote es el consolador por excelencia; procura
la mitigación del sufrimiento, procura consolar al enfermo. El cristianismo ha buscado
medios de consuelo, o sea, narcotizantes para predecir con qué tipo de afectos estimulantes
se puede derrotar, al menos momentáneamente, el cansancio, la depresión y la tristeza de los
mal constituidos.

¿Cómo han intentado el sacerdote ascético y el cristianismo erradicar el sentimiento de


displacer? A continuación presentamos los cuatro medios no-culpables. Opción uno: el
displacer se combate con medios que degradan el sentimiento de vida. Se debe evitar todo
aquello que pueda producir afectos en el hombre y, en lugar de ello, se debe dejar al hombre
en su mínimo de energía; ningún deseo, no amar, no querer, no odiar, no trabajar, no hacerse
de dinero, no venganza, no mujeres.

Aquí, el bien supremo, el valor de todos los valores es la ausencia del sufrimiento, el estado
de total reposo, el sentimiento de la nada –la nada entendida como Dios en el cristianismo y
en el budismo.

La opción dos para aliviar una existencia sufriente es la actividad maquinal o la “bendición
del trabajo”. El alivio consiste en que la conciencia, al ocuparse en un hacer, deja muy poco
espacio para el sufrimiento. Ligado se encuentra una educación para la obediencia absoluta,
para la impersonalidad, para distraerse y desatenderse a sí mismo.

La alternativa tres es la pequeña alegría y la cuatro es la alegría de la mutua beneficencia. La


forma más frecuente en que la alegría es prescrita como medio curativo es la alegría del
causar-alegría; se trata del amor al prójimo como receta. La voluntad de reciprocidad allí
presente, conduce a la formación del rebaño y él representa una manera nueva de alivio. La
comunidad es un nuevo interés para el individuo, interés que lo lleva más allá de su aversión
contra sí mismo. Para hacer viable dicha organización, el sacerdote ascético ha presagiado y
acrecentado el instinto gregario de obediencia y de debilidad

30
Al mismo tiempo, ha desarrollado un medio de curación culpable: el desenfreno de los
sentimientos, el cual, consiste en sacar de quicio al alma humana para luego cobrarle cuentas.
El sacerdote ascético tiene el control sobre los sentimientos salvajes –tales como cólera,
temor y venganza- presentes en los miembros de su rebaño; en ocasiones, deja libre a alguno
de esos afectos con la finalidad de despertar al enfermo de su tristeza y de su miseria. Ese
desenfreno del sentimiento cobra su precio al poner más enfermo al enfermo.

Él no intenta curar enfermedades, sino solamente combatir el displacer propio de la


depresión, aliviarlo o adormecerlo transitoriamente. El desenfreno produce culpa y los
sacerdotes, al hacer una interpretación de ella, la bautizan con el nombre de “pecado”. El
“pecado” no es más que la relectura que los sacerdotes hacen de la mala conciencia. Según
Friedrich Nietzsche, el pecado es el artificio más nocivo y funesto del cristianismo.

El hombre enfermo sufre sin saber por qué. Él busca las razones de su sufrimiento porque
ellas alivian, son remedios y narcóticos. El sacerdote ascético le da un consejo: busca dentro
de ti mismo la causa de tu sufrimiento, en tu pasado, en una culpa; entiende tu sufrimiento
como un estado de pena. Es decir, el doliente es convertido en pecador y la culpa es la única
causa del sufrimiento.

¿Ha sido útil el tratamiento del sacerdote ascético? Lo que con ello se ha logrado ha sido
mejorar al hombre -dicho mejoramiento debe captarse como domesticación, debilitamiento,
postración y reblandecimiento del mismo-.

El tratamiento del sacerdote ascético, radicado en la expiación y redención, destroza el


sistema nervioso central de los enfermos, y ello se verifica en la historia: en las epidemias
epilépticas (como la de los danzantes medievales de San Juan y San Vito), parálisis y
depresiones permanentes (las cuales modifican el temperamento de un pueblo o una ciudad
-Basilea y Ginebra-, hasta convertirlo en la antítesis de lo que era) Él, al corromper la salud
anímica de los hombres que se ha encontrado en su camino, igualmente ha pervertido el gusto
en artes y literatura –la mayor prueba es el Nuevo Testamento-.

31
Nietzsche respeta el Antiguo Testamento porque en él hay hombres fuertes y heroicos.
Desprecia el Nuevo Testamento porque tiene un carácter dulce –promueve el
reblandecimiento- y por la aversión a la moderación ahí presente. Critica que los escritores
de esta literatura, como Pedro, son demasiado ambiciosos al hacer intervenir a Dios hasta en
el más mínimo de sus asuntos personales; les critica ese tutearse con Dios: esas gentes nos
dan mascados sus asuntos más personales, sus necesidades, tristezas y preocupaciones de
ociosos, como si el en-sí-de-las-cosas estuviera obligado a preocuparse de ello.14

¿Dónde está el antagonista del ideal ascético? ¿Dónde está la otra “única meta”? Se dice, de
ordinario, que en la ciencia moderna: que ella es una filosofía de la realidad, que ella cree en
sí misma y, que tiene la osadía y la voluntad de ser ella misma. Nietzsche sostiene que todo
lo anterior es falso. Afirma que la ciencia moderna no posee ninguna fe en sí misma; de
hecho, argumenta que ella es la forma más noble y reciente del ideal ascético.

La ciencia cumple la misma función que el ideal ascético: la ciencia como medio de aturdirse
a sí mismo. Tanto en la ciencia como en el trabajo, debe haber placer en el oficio; se debe
estar contento porque hay muchas cosas útiles por realizar. La ciencia oculta un sinfín de
cosas. Tanto trabajo y tanta dedicación por parte de los científicos, sirve para mantenerse
ocupados y no pensar en su propio autodesprecio, en su insuficiencia y en su falta de amor.15

La ciencia es un medio para alejar de sí la mala conciencia: consiste en rehusarse a ver algo.
Son hombres sufrientes que se niegan a descubrirse. Son hombres que temen cobrar
conciencia de sí mismos.

Además, se ha sostenido que la ciencia moderna funciona a la perfección sin necesitar de


Dios, del más allá y de las virtudes negadoras. Nietzsche pone cabeza abajo esta concepción.
Postula que nuestra fe en la ciencia se basa en una fe metafísica porque la ciencia libre de

14
Ibidem, p. 186.
15
Además se asemeja al ideal ascético en tanto que no soporta la crítica y tiende a señalar todo intento de ella
como anti-ciencia. En suma, lo ascético de la ciencia es su falta de autocritica y reflexividad.

32
supuestos no existe. Toda ciencia tiene que extraer su sentido, su rumbo y su procedimiento,
de una “fe”16.

Desde Platón se ha creído que Dios es la verdad, por lo tanto, la verdad ha sido divina.
Actualmente, como la fe en el Dios del ideal ascético ha sido negada, ¿qué pasará con el
asunto del valor de la verdad? En otras palabras: durante muchos años le fue ilícito a la verdad
ser una cuestión y ahora, con la negación de la fe, surge un nuevo problema: el problema del
valor de la verdad y, consecuentemente, se llega el momento de realizar una crítica a la
voluntad de verdad.

En síntesis: tanto la ciencia como el ideal ascético gravitan sobre la misma fe en la


indudabilidad e incuestionabilidad de la verdad, de tal modo que, son forzosamente aliados.
Encima, ambos convergen en el empobrecimiento de la vida y del hombre. El
empobrecimiento de la vida es su premisa: los afectos congelados, los instintos reemplazados
por la dialéctica, el rostro y los gestos impregnados de seriedad (la seriedad es el indicativo
de una vida que degenera). En cuanto al empobrecimiento del hombre hay que decir que es
la ciencia la que lleva a este a disuadirse del aprecio que se tenía hasta ese instante. Hace
creer que tal aprecio no es más que petulancia y vanidad.

De acuerdo con Nietzsche, la ley de la vida dicta que todas las cosas grandes en el mundo
perecen por autosupresión en un intento de autosuperarse. De la misma forma, explica que el
cristianismo –en cuanto dogma- sucumbió por culpa de su misma moral. La exigencia de
veracidad propia de la moralidad cristiana se desarrolló y se llevó a sus últimas
consecuencias: se pasó de la conciencia cristiana a la conciencia científica y ésta se traduce
en limpieza intelectual.

Antes se veía en cada cosa creada, una prueba de la existencia de Dios. La historia se pensaba
en concordancia con los planes de Dios; él era quien dirigía el rumbo de ella. Actualmente,
todo eso ha sido superado por la conciencia científica.

16
¿La fe en qué? La fe en el valor incontrovertible de la verdad.

33
El hombre no ha tenido ningún sentido y ninguna meta. La falta de sentido del sufrimiento
es lo que lo ha vuelto enfermizo–no el sufrimiento en sí mismo. El hombre es el animal más
valiente, no le teme al sufrimiento; e incluso, va a su encuentro si previamente se le presenta
un sentido, un para-qué del sufrimiento. Sin embargo, a lo largo de los años, nadie, excepto
el sacerdote, le ofreció un sentido: el ideal ascético es su arma de lucha contra el dolor
producido por el sin sentido.

La interpretación de él, acarreaba un nuevo y más peligroso sufrimiento: relacionaba el


sufrimiento con el concepto de culpa y pecado. Con todo, el hombre ahora tenía un sentido,
ahora le era lícito querer algo, tenía voluntad, aunque ella fuera una voluntad de la nada, una
aversión contra la vida, un rechazo de los presupuestos más fundamentales de la vida, pero
es, y no deja de ser, una voluntad!... Y repitiendo al final lo que dije al principio: el hombre
prefiere querer la nada a no querer.17

En otras palabras: la voluntad ascética como voluntad de nada implica un autodesprecio, una
aversión a los sentidos, la razón, la belleza y la felicidad; una aversión a todo lo humano.
Además, entraña un odio a la vida y al mundo terrenal: lo convierte en “nada”, lo devalúa en
vistas a un “más allá”, a una “vida verdadera”. En conclusión, el ideal ascético da sentido a
la vida, a costa de haber privado a este mundo de sentido.

17
Ibidem, p. 204.

34
CAPÍTULO II
CRÍTICA AL CRISTIANISMO

a) Orígenes del cristianismo


El objetivo del segundo capítulo es presentar una exposición de los orígenes y los aspectos
que Friedrich Nietzsche encuentra reprobables en el cristianismo, con la pretensión de que el
lector, al finalizar, entienda por qué él sostiene que esta religión hace de todo valor un no-
valor y de toda verdad, una mentira. Es decir, que comprenda, (aunque no comparta), por
qué, desde la perspectiva nietzscheana, la religión cristiana es la peor de las corrupciones
habidas hasta el momento y qué papel desempeña en ello el sacerdote.

A través de las preguntas -¿es el cristianismo “platonismo para el pueblo”? ¿es él ajeno a la
realidad? ¿condena la vida, la tierra, la belleza, la salud, la valentía? ¿es su finalidad
conservar todo lo malogrado? ¿permite la duda? ¿permite la ciencia? ¿qué significan las tres
máximas cristianas: fe, amor y esperanza? ¿cuál es el propósito de sus conceptos claves,
como redención, compasión, culpa, pecado, recompensa y castigo? ¿por qué crea la doctrina
de la inmortalidad y de la voluntad libre?- se busca esclarecer por qué Nietzsche llama al
cristianismo “la gran maldición de la humanidad” y cómo él reposa sobre meras
convenciones humanas destinadas a eternizarse a sí mismo.

En vistas a ello, la sección se organizará de la siguiente manera: en primer lugar, el origen de


cristianismo y del concepto cristiano de Dios; en segundo lugar, las “bendiciones del
cristianismo”: las teorías y conceptos que han enseñado a desvalorar los instintos buenos, la
realidad, el cuerpo, el vigor, la valentía y la no-igualdad. Por último, se muestra la voluntad
de mentira y destrucción en el cristianismo.

El cristianismo es la consecuencia lógica del instinto judío. Ellos, encarados con la cuestión
de ser o no ser, han decidido, ser a cualquier precio: ese precio fue la absoluta falsificación
de la naturaleza del hombre18 y de la realidad del mundo exterior. Consiguientemente, los

18
El hombre es fuerte y valiente por naturaleza; tiende al egoísmo y al amor a sí mismo. Además, la sexualidad
humana, es una de las pulsiones mas presentes y con más fuerza, en él.

35
judíos crearon un concepto de religión, moral y culto, antitético respecto a sus valores
naturales. La Iglesia cristiana ratifica y acrecienta ese fenómeno; por lo tanto, carece de
originalidad. La historia del cristianismo es la historia de la desnaturalización de los valores
naturales.

El judaísmo encontró su última destreza en el cristianismo, en cuanto arte de engañar


santamente. El empeño de usar planteamientos, signos y gestos verificados por la praxis del
sacerdote, el repudio a toda otra práctica y a toda otra clase de postura respecto a los valores,
es herencia, no tradición: solamente la herencia opera como naturaleza.

Cuando hacen que Dios enjuicie, son ellos mismos los que enjuician; al alabar a Dios, se
alaban a ellos mismos; al exigir las virtudes de que ellos son aptos –o mejor dicho: las
virtudes que requieren para mantenerse encumbrados- fingen pelear por el dominio de la
virtud. Los hombres de Iglesia dicen: “Vivimos, morimos y nos destruimos por el bien” -por
la luz, la verdad y el reino de Dios-, pero, en realidad, hacen lo que no pueden parar de hacer.

Los evangelios no son más que libros que practican atracción con la moral. Ellos dicen: “la
virtud tiene que atestiguar a nuestro favor” y confiscan la moral para sí mismos (saben el
poder y la importancia que ella tiene). Al hacerlo, se colocan a sí mismos, o sea, a “los buenos
y justos”, del lado de la verdad y al remanente, “al mundo”, lo colocan en el otro.

Esa ha sido, por ahora, la clase más fatídica de megalomanía: pequeñas gentecillas mentirosas
empezaron a reclamar como análogas a sí mismas, las ideas de “amor, “luz”, “espíritu”,
“Dios”, “vida”, ”verdad” y “sabiduría”. ¿Con qué finalidad? Con la finalidad de elaborar una
demarcación entre ellos y el “mundo”. En concreto: reivindicaron para sí mismos los valores,
como si únicamente la religión cristiana fuera el sentido y la medida de todo.

Los sacerdotes judíos difunden la creencia en un orden moral del mundo. Dicha creencia
significa que existe una voluntad de Dios sobre lo que el hombre ha o no ha de hacer; que el
valor de cualquier pueblo se mide de acuerdo con su grado de sumisión a la “voluntad de
Dios”; que Dios castiga o premia, tanto a un individuo como a un pueblo, dependiendo su

36
obediencia a él. Los sacerdotes, para poder mandar, tienen que engañar: tienen que hacer
creer que ellos se limitan a obedecer órdenes más elevadas –las órdenes de Dios-.

La realidad que subyace a esta mentira, según nuestro filósofo, es la siguiente: los sacerdotes
abusan del concepto de Dios. Llaman “voluntad de Dios” a los medios o condiciones de
conservación de su poder; más aún, valoran a los pueblos en la medida en que hayan
contribuido o entorpecido su hegemonía. Nietzsche critica al cristianismo la discordancia
entre lo que dicen, lo que predican, y lo que en efecto hacen; por ello, él exhorta a no dejarse
dejarse conducir a engaño: ellos indican “no juzgues”, en cambio, envían al infierno a todo
aquel que entorpezca su camino.

En las “sagradas escrituras” enunciaron, definitivamente, qué es lo que quieren tener, o,


mejor dicho, cuál es la “voluntad de Dios”. Que aún la Biblia sea interpretada como el libro
de la inocencia, prueba la maestría con la que aquí se ha mentido.

A partir de ese instante, todas las cosas son organizadas de tal forma que el sacerdote resulta
imprescindible en todos los sucesos naturales de la vida. El sacerdote desnaturaliza, -o en sus
términos, “santifica”: el nacimiento, el casamiento, los padecimientos o la muerte.

Con eso, el cristianismo hace de todo valor, un no-valor: si toda costumbre o institución
natural es transformada por el sacerdote en algo falto de valor, opuesto al valor, entonces, él
se convierte en el único ser único capaz de otorgar valor. Es decir, la condición de su
existencia es la desantificación de la naturaleza: al incumplimiento de “la ley” de Dios, ahora
se le denomina “pecado”; los recursos para “reconciliarse con Dios” son recursos con los
cuales, la obediencia a los sacerdotes, queda asegurada; el sacerdote es quien “redime”.

El cristianismo envenena la vida mediante el concepto de “pecado”. Los pecados son los
auténticos instrumentos de poder del sacerdote: él vive de ellos, necesita que los creyentes
pequen. Dios absuelve de sus pecados a quien hace penitencia; en otras palabras, Dios
absuelve a quien se doblega al sacerdote.

37
Los sacerdotes interpretan toda desgracia e infortunio como una sanción por la
insubordinación a Dios, por el “pecado” y19 toda dicha como un premio, y al hacer esto,
ponen cabeza abajo la noción natural de “causa-efecto”. En suma, la causalidad natural es
expulsada del mundo por una causalidad innatural: “recompensa-castigo”.

De ahí, se siguen un sin fin de cosas no naturales. Por ejemplo: en lugar de un Dios que
ayuda, un Dios que exige. Un Dios ambiguo, oscuro, iracundo y castigado. Un Dios que se
irritaba si no se le entendía bien. Un Dios que se vengaba de sus criaturas si no le obedecían;
aunque, al mismo tiempo, un Dios que si amaba a los hombres, sufría al verlos intentar –y
fracasar- descifrando su mensaje. Un Dios que no era capaz de comunicar con claridad su
voluntad, que no podía aconsejar, ni ayudar a sus criaturas. El cristianismo, le parece a
Nietzsche, evidencia un estado intelectual humano, excesivamente, tierno y fresco porque no
toma en consideración la responsabilidad de decir la verdad; no estiman que Dios tenga un
deber para con sus creyentes: el de que su “revelación” sea nítida y concisa.

Otro ejemplo: la moral ya no es la expresión de la voluntad de poder y crecimiento de un


pueblo, ya no simboliza el movimiento ascendente de la vida, de la belleza y de la buena
complexión –ya no es la moral aristocrática-; más bien, el cristianismo pugna a favor de la
moral del resentimiento: ella, vuelve malas todas las cosas que anteriormente eran
consideradas como buenas, vuelve falso lo que era verdadero; pone cabeza abajo la verdad.
Todo lo que un teólogo siente como verdadero, es, indefectiblemente, falso; invierte los
juicios de valor: lo llamado ahora “verdadero” es lo más nocivo para la vida y lo llamado
“falso” es lo que incrementa, refuerza y hace triunfar a la vida. El cristianismo es para él
sólo la aparición más poderosa de algo más general: el cristianismo es moral de esclavos.
Esta es la razón decisiva de la lucha de Nietzsche contra él, al que toma como sistema de
valores, no como una dogmática ni como una revelación divina.20

19
Y en dado caso que la auténtica teología católica sostenga lo contrario, ha de reconocerse que, en muchas
ocasiones, esta es la forma difundida de catolicismo. Lo interesante: ¿quién ha inventado y propagado esa
noción? (Algunos) de los sacerdotes, que por más errónea que sea su apropiación, siguen siendo parte de la
Iglesia.
20
Eugene Fink, La filosofía de Nietzsche, Alianza, Madrid, 1996, p. 106.

38
A pesar de su condena al cristianismo, Nietzsche, no quiere incurrir en una injusticia contra
una religión emparentada con él: el budismo. Ambos se relacionan en cuanto religiones
nihilistas, ambos se distinguen de forma sustancial.

El budismo es mil veces más realista que el cristianismo21: es sucesor de un enfoque objetivo
y frío de las situaciones; él conoce la luz después de una tendencia filosófica que había
permanecido vigente varios cientos de años. Cuando él nace, el concepto “Dios” ya había
sido suprimido. Aparte, el budismo es la única religión genuinamente positivista: su doctrina
del conocimiento es una estricta fenomenología. Ella ya no declara: “combate el pecado”,
sino que, dándole a la realidad su total derecho, dice: “combate el sufrimiento”. El budismo
ya no confía en conceptos morales; él está, en palabras de Nietzsche, más allá del bien y del
mal.

El budismo reposa sobre dos hechos fisiológicos: en primer lugar, una delicada facultad de
dolor y, en segundo lugar, una superespiritualización: el hombre, sumergido en conceptos y
asuntos lógicos, pierde la perspectiva de lo personal en vistas de lo “impersonal”. Esas dos
circunstancias provocan una depresión, a la cual, Buda encara con una higiene.

Dicha higiene recomienda la vida al aire libre, la vida ambulante, la contención y la cautela
en relación a todos los afectos que puedan ocasionar bilis; cero inquietudes. Tanto la oración,
como el ascetismo están descartados: se rechaza cualquier tipo de imperativo categórico, al
igual que, toda coacción (incluso dentro de la comunidad monástica). Buda aconseja
representaciones que apacigüen o animen: plantea que la generosidad propicia la salud.

También Buda asesora no luchar contra quienes piensan de forma distinta: el budismo, de lo
que más se salvaguarda, es del sentimiento de revancha, aborrecimiento y resentimiento. La
eficacia de la higiene del budismo depende de la victoria respecto al resentimiento: la primera
medida para curarse es liberar al alma de él. Su enseñanza asevera que la única manera de

21
Es decir, el budismo enfrenta la realidad de la vida: el dolor. Zaratustra enseña el “amor fati”, amor al destino
con todo su dolor.

39
finalizar la enemistad es con la amistad –en ella se habla desde la fisiología y no desde la
moral-.

La superespiritualización, la enfrenta con una rígida restitución a la persona de los intereses


espirituales por excelencia: en el budismo, el egoísmo es una obligación; ahí, un único
aspecto es relevante, el cómo te eximes tú del sufrimiento.

La premisa del budismo es un clima muy dulzón, muy tierno y delicado; hay en él, un
liberalismo respecto a las costumbres y una inexistencia de militarismo. Su principal objetivo
es la alegría, la tranquilidad y la falta de deseos -lo más importante, es que ese objetivo se
concreta-. En la doctrina enseñada por Buda, la perfección no es meramente un anhelo, antes
bien, lo perfecto es el caso típico. El movimiento budista tiene lugar en los estratos superiores
y doctos.

A la inversa, en el cristianismo, el centro de atención lo ocupan los instintos de los sometidos


y desvalidos: las clases más bajas son las que ven en él su redención. Para esta religión, la
solución al aburrimiento es, como ya indicamos anteriormente, la casuística del pecado, la
autodestrucción y la inspección de la conciencia; además, a través de la oración, sostiene el
afecto al Poderoso -a Dios-. En el cristianismo, lo más alto es contemplado como inasequible,
como una “gracia” fuera del alcance. Acá, el cuerpo es desdeñado y la higiene menospreciada
como sensualidad.

El creyente cristiano es cruel consigo mismo y con los que lo rodean: detesta a los que piensan
de otra forma. En él domina la voluntad de perseguir. Cristiana es la hostilidad contra los
señores que afirman el sentido de la tierra. Cristiana es la aversión hacia el orgullo, el arrojo
y la autonomía. Cristiana es la ira contra los sentidos y la felicidad.

El imperium romanum fue y continúa siendo, la forma más maravillosa de organización


surgida en condiciones adversas; de hecho, en contraste con él, todo lo previo y todo lo
seguido es un extracto, un diletantismo. Sin embargo, los santos cristianos creyeron que
acabar con el “mundo”, (el imperium romanum) era un acto piadoso y de esa manera,

40
derribaron tal organización, -hasta tal punto que no quedó piedra sobre piedra, hasta tal punto
que los germanos y canallas similares, pudieron hacerse amos y señores de él-.

Sintetizando: la prédica de los santurrones, el secretismo de los conventículos, el ansia de


venganza de los chandalas y términos sombríos como infierno, unión mística en el beber y
ofrenda del inocente, son los que vencieron a Roma; el cristianismo se adueño así de Roma:
el cristianismo se volvió así la religión oficial de Roma.

Posteriormente, cuando el cristianismo partió a conquistar poder entre los pueblos bárbaros,
no tuvo como supuesto unos hombres fatigados, sino unos hombres que interiormente se
habían hecho salvajes y se destruían a sí mismos: hombres vigorosos, pero, malogrados;
hombres que para liberarse de sus tensiones interiores, necesitaban llevar a cabo
procedimientos y representaciones agresivas.

El cristianismo, para volverse amo de los bárbaros, tuvo que inventar nociones y valores
bárbaros; ejemplificando: idearon la ofrenda a Dios del hijo primero, el tomar sangre en la
comunión, el rechazo al espíritu y a la cultura; en definitiva, la tortura en todas sus
modalidades.

En contraste, el budismo es una religión para seres tardíos, para hombres que se han vuelto
benevolentes, apacibles, superespirituales y con tendencia a sentir dolor: es un
redireccionamiento de las razas antiguas hacia la paz y la cordialidad. El cristianismo
pretende convertirse en dueño de animales de presa y para ello, tiene que enfermar al hombre:
la fragilidad y endeblez es la fórmula cristiana para la doma, para la fundación de la
civilización: todos los procedimientos de salvación desarrollados por la Iglesia, pretenden
poner-enfermo al hombre. La Iglesia quiere que el hombre religioso sea un decadente
tradicional. Consecuentemente, el budismo es una doctrina para el acabamiento y el
agotamiento de la civilización –que anteriormente el cristianismo forjó-.

El bárbaro, para auto-reconocer que sufría, necesitaba una interpretación. Para él, el
sufrimiento era algo inaceptable: su instinto le hacía negarlo y resistirlo en silencio. El

41
concepto de “demonio” fue sumamente aliviador: ahora había un enemigo atroz y déspota,
por lo tanto, ya no era pertinente apenarse de sufrir a causa de dicho adversario. Por contra,
el budismo es mucho más auténtico e imparcial: no tiene necesidad de hacer decente la
aflicción a través de la idea de pecado. Su capacidad de tormento, simplemente enuncia lo
que vive: “yo sufro”.

El cristianismo se edifica sobre algunas estratagemas propias de Oriente, a saber, es


completamente irrelevante que algo sea verdadero, empero, es de total relevancia lo que se
cree como verdadero (se trata aquí de la verdad y de la creencia de que algo es verdad).
Ilustremos: si hay regocijo en creerse expiado del pecado, no es necesario que el hombre sea
pecador, basta con que se sienta de tal modo. Si el cristianismo necesita que el hombre tenga
fe, es indispensable que descalifique el conocimiento, el estudio, y la razón: la vía que dirige
hacia la verdad, se convierte en la vía proscrita.

Lo que aquí resulta relevante no es la verdad, tan sólo la eficacia. La falta de honestidad
intelectual autoriza servirse de cualquier mentira, con tal que contribuya a elevar la
temperatura de las emociones hasta que uno se transforme en creyente.

La esperanza es un alentador de la vida -mucho más poderoso que toda felicidad efectiva-.
Los sacerdotes cristianos mantienen en pie a los que padecen con una esperanza, la cual, no
puede ser impugnada por ninguna realidad y no puede quedar abolida por un cumplimiento.
Los sacerdotes, gracias a la noción de esperanza, adquieren la capacidad de entretener a los
desgraciados.

El cristianismo, procura conservar con vida cualquier cosa que se pueda conservar, inclusive,
aboga a favor de los desventurados: los sacerdotes confieren la razón a los hombres que
sufren de la vida y desean que cualquier otra manera de sentirla, sea considerada como falsa.
La religión cristiana sirve para hacerle soportable, a los miserables, la vida que llevan.

A los hombres ordinarios, esto es, a los hombres que existen para prestar sus servicios en
beneficio de los demás, la religión cristiana les brinda el valiosísimo don de sentirse

42
satisfechos con su situación y su forma de ser. El cristianismo les enseña a compartir con sus
iguales, tanto sus alegrías como sus tristezas y aflicciones. Él, embellece y justifica la
cotidianidad de la vida: toda la pobreza y toda la vileza.

Friedrich Nietzsche en la tercer sección de Más allá del bien y del mal, titulada “El ser
religioso”22, comenta que la religión cristiana le vuelve soportable la vida, e incluso, su
propio aspecto, a los hombres atormentados. Ella instruye a los oprimidos a incorporarse, por
piedad, en un aparente orden elevado y, con eso, a continuar estando felices con el orden real,
dentro del cual viven una vida demasiado difícil. Así, el cristianismo se ha ido apropiando de
un número insospechado de hombres que necesitaban ser dominados y dirigidos, y, a través
de la enseñanza del amor al prójimo y la apacibilidad, ha formado con ellos, una gran
hermandad.

La doctrina cristiana enseña a abrazar humildemente una pequeña alegría -y a ello lo


denominan “resignación”-. Los creyentes, los débiles, desean una cosa: que nadie los dañe,
de ahí que, son amables y generosos con todos los que los rodean –y a ello lo llaman “virtud”,
en lugar de cobardía-. En resumen, virtud es para los cristianos, todo lo que vuelve moderado
y manso; (con esto, han convertido al hombre en el animal doméstico, por antonomasia.). La
fórmula bajo la cual venció la decadencia, reza de la siguiente forma: Dios ha escogido lo
que es necio ante el mundo con la finalidad de deshonrar a los sabios, lo que es débil y
despreciado para deshonrar a lo fuerte; así como, lo que es nada con el objetivo de eliminar
a lo que es algo.

El amor es la situación en la que el hombre ve las cosas de manera deformada. En él, se


encuentra en su apogeo, tanto la fuerza ficticia como la ablandadora -la transfiguradora-. El
amor (…) todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta23.

22
Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal: preludio de una filosofía del futuro, Alianza, Madrid, 2007,
pp. 93-94.
23
Corintios 13:4-7.

43
Estas tres virtudes cristianas, fe, esperanza y amor, Nietzsche las llama “las tres listezas
cristianas”. El budismo, por su parte, es bastante positivista como para continuar siendo listo
de esa manera.

b) Bendiciones del cristianismo

El cristianismo es la religión de la compasión; ella es la virtud por excelencia: de ella brotan


todas las demás virtudes. Aún así, Nietzsche sostiene que la compasión impide la ley de la
evolución natural, o lo que es lo mismo, la ley de la selección; impide el desarrollo pleno de
los instintos que pugnan por la conservación y elevación de la vida terrenal. Ella no sólo
multiplica, sino que conserva lo miserable –los malogrados-. La compasión, en manos del
cristianismo, tiene el valor de conservar la vida, en el sentido de que ayuda a soportar la
existencia, aunque ésta parezca digna de ser rechazada con asco y con espanto. La
compasión se convierte en el antídoto del suicidio, al ser un sentimiento que suministra
placer y que nos proporciona en pequeñas dosis el goce de la superioridad. Nos aparta de
nosotros mismos, nos ensancha el corazón, destierra el miedo y la pereza, incita a hablar, a
quejarse y a actuar.24

De esa manera, la compasión es un medio para la agudización de la decadencia, ya que, desde


el punto de vista de nuestro autor, la vida es un instinto de crecimiento, de extensión,
permanencia y acopio de poder: en donde no hay voluntad de poder, hay decadencia.

La compasión induce a entregarse a la nada. La nada es revestida con nombres tales como
“más allá”, “vida verdadera” y “Dios”. Sin embargo, bajo tales capas de encubrimientos de
palabras, subyace una tendencia hostil a la vida.

Ahora, ¿cómo surge el concepto cristiano de Dios? ¿cómo se llega a él? Veámoslo: un pueblo
que cree en sí mismo, tiene su propio Dios. A los habitantes de ese pueblo les va bien (tienen
victorias), son poderosos (aniquiladores), y, consecuentemente, necesitan un ser al que

24
Friedrich Nietzsche, Aurora. Reflexiones sobre la moral como prejuicio, M.E. Editores, S.L., Madrid, 1994,
p. 126.

44
puedan agradecer por ello. En él proyectan la felicidad que su propia realidad les produce: la
religión como una manera de gratitud.

Dicho Dios tiene que ser, simultáneamente, amigo y adversario, beneficioso y perjudicial;
tiene que ser bueno y malo: tiene que conocer el placer que hay en el vencer, en el triunfo,
en la venganza, en la rabia y en la rudeza. Aquí, un Dios que fuera únicamente bueno, no es
atractivo; de hecho, este sería un Dios antinaturalmente castrado.

No obstante, cuando un pueblo llega a su ocaso, cuando está por hundirse, cuando finalmente
comprende que las virtudes de los sometidos son los requisitos para su conservación, su Dios
se modifica: ahora tal Dios es un santurrón, sugiere el amor al prójimo y al enemigo, la paz
del alma, la benevolencia y el perdón; es un Dios que continuamente moraliza: se transforma
en un Dios para todo el mundo.

Dios va degenerándose: se convierte en un Dios que sirve de apoyo para los cansados y de
sostén para los que se ahogan. Dios se convierte en el Dios de los pobres, de los pecadores y
de los enfermos. Con ello, el reino de Dios se ha expandido. Anteriormente, Dios tenía sólo
un pueblo; posteriormente, partió al extranjero y deambuló por todo el mundo, hasta hacer
de él, su casa: el gran cosmopolita, el Dios del gran número.

Resumiendo: originariamente Dios representó a un pueblo, su fortaleza, sus instintos de furia


y sus ansias de poder; luego, se convirtió en un Dios bueno. Al principio, Dios era la voluntad
de poder; después, se convirtió en la impotencia de poder.

Donde merma la voluntad de poder, siempre hay una regresión fisiológica, una decadencia.
El Dios, privado de sus tendencias más viriles, se vuelve, necesariamente, el Dios de los
débiles, de los enfermizos –claro es que ellos no se autonombran los débiles, sino “los
buenos”-.

Cabe señalar que, de la misma manera en que ellos rebajan a su Dios al hacerlo un Dios
meramente bueno, eliminan los buenos atributos del Dios de sus dominantes: su venganza

45
consiste en demonizar al Dios de sus señores. Tanto Dios como el diablo, son productos de
la decadencia.

Siguiendo el desarrollo descendente del concepto de Dios, llegamos al inventado por los
cristianos, el cual, es el concepto más corrupto al que se ha llegado: ¡Dios degenerado a ser
la contradicción de la vida, en lugar de ser su transfiguración y su eterno sí! ¡En Dios,
declarada la hostilidad a la vida, a la naturaleza, a la voluntad de vida! ¡Dios, fórmula de
toda calumnia del “más acá”, de toda mentira del “más allá”.25

El cristianismo se apropió de la doctrina de los dos mundos creada por Platón, y haciéndolo
así, devaluó la tierra y la naturaleza misma. De acuerdo con el filósofo griego, seguidor de
Sócrates, para entender el mundo sensible, tenemos que suponer otro mundo, el mundo
inteligible. El primero era el mundo de la corporeidad, de lo pasajero, lo cambiante y lo
imperfecto; mientras que, el mundo inteligible era el mundo de lo espiritual, de lo real, de lo
eterno y de lo inmutable. Platón escindió el mundo en dos y el cristianismo, por su parte,
confirmó y ensalzó dicha división al traducirla en términos comprensibles para el pueblo. El
cristianismo no es más que platonismo para el pueblo.26

Al mentir un mundo ideal, se priva a la realidad de su sentido y su valor. El “mundo


verdadero”, para Nietzsche, es el mundo fingido y el “mundo aparente”, el mundo de la
realidad. El “mundo aparente” es el único existente, el único real: no existe ningún otro
mundo que este mundo terrenal, el mundo que emerge en el tiempo y espacio. El trasmundo,
la idea de un ser no sensible, intemporal e inmóvil, es una ilusión. Inventar fábulas sobre
“otro” mundo, implica un instinto de difamación y de desconfianza frente a la vida: el hombre
toma venganza de esta vida, soñando y deseando que exista “otra” y que sea “mejor”, y
justamente por eso, el “mundo verdadero” representa un ideal peligroso: porque produce la
ilusión de que nada en este mundo es lo suficientemente (bueno, perfecto) en comparación a
aquel.

25
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, Alianza, Madrid, 2019, p. 55.
26 26
Friedrich Nietzsche, “La “razón” en filosofía” y “Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una
fábula” en Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo, Alianza, Madrid, 1989, pp. 45-51, pp.
51-53.

46
La religión cristiana es un extravío de los instintos padecido por el ser humano, un extravío
que se expone como la ficción de un trasmundo ideal y como la devaluación del mundo
verdadero terrenal. Otro mundo, otra realidad, es indemostrable, es una suposición. Dios,
según Nietzsche, también es una suposición. Él exige a los hombres que su suponer no
trascienda su voluntad creadora, que se queden en los límites de lo pensable. ¿Podrías
vosotros pensar un Dios? -Más la voluntad de verdad signifique para vosotros esto, ¡que
todo sea transformado en algo pensable para el hombre, visible para el hombre, sensible
para el hombre!27

La religión cristiana no guarda punto de contacto con la realidad. Sus causas son totalmente
imaginarias: espíritu, alma, Dios. Igualmente sus efectos: pecado, castigo, gracias, redención.
Maneja una psicología imaginaria: remordimiento de conciencia, tentación del demonio y
arrepentimiento. Su teología, igual: vida eterna, juicio final, reino de Dios. En definitiva, el
cristianismo crea un mundo de ficción, el cual, lejos de reflejar la realidad, la desprecia, la
deforma y la niega.

Frente a eso, nuestro autor, a través de su Zaratustra, exige mantenerse fieles a la tierra. ¡No
dejéis que vuestra virtud huya de las cosas terrenas y bata las alas hacia paredes eternas!
(…) Conducid de nuevo a la tierra, como hago yo, a la virtud que se ha perdido volando –
sí, conducidla de nuevo al cuerpo y a la vida: ¡para que dé a la tierra su sentido, su sentido
humano!28

El mundo de ficción inventado por los sacerdotes cristianos, tiene su génesis en el odio a lo
natural, a lo real. Ahora bien, ¿quién tiene razones para querer escapar, a través de una
mentira, de la realidad? El miserable, el hombre que sufre de la realidad; aquel que es una
realidad fracasada. Por consiguiente, la causa del cristianismo es la superioridad de los
sentimientos desagradables sobre los placenteros

27
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, Alianza, Madrid, 2019, p. 154.
28
Ibidem, p. 143.

47
El cristianismo tiene como base el rencor propio de los decadentes -de los enfermos-, el
instinto guiado contra los hombres sanos. La Iglesia se proclama en contra de todo lo bien
constituido, lo altivo, lo pretencioso, lo engreído y lo corpóreo–en particular, la belleza y la
sexualidad son inaceptables-.

La supervivencia de la especie gracias a la procreación, es decir, los misterios de la


sexualidad, eran un símbolo venerable para los antiguos griegos. El cristianismo, con su
transvaloración de los valores, ha convertido impura la sexualidad –al contraponerla con el
concepto de immaculata conceptio- e implícitamente, ha enlodado el presupuesto mismo de
la vida.29

La Iglesia, todo el tiempo ha luchado por erradicar las pasiones del hombre, en específico, la
sensualidad. ¿Por qué ha buscado exterminarla? Los débiles, al ser demasiado degenerados,
son incapaces de imponerse moderación en el apetito; por tal motivo, se ven compelidos al
exterminio de los mismos.

Las pasiones se tornan malas cuando se las juzga de una manera mala: el cristianismo
convirtió a Afrodita y Eros30 en figuras del infierno y en espíritus de depravación e
inmoralidad. Los sacerdotes cristianos enseñaron que toda excitación sexual es reprobable;
enseñaron a sentir remordimiento por ella, y de esa forma, crearon a un hombre atormentado.

El cristianismo convierte sensaciones naturales en una fuente de torturas interiores,


consiguiendo así, que los hombres las sufran. El cristianismo es experto en ejecutar torturas
psíquicas.

Nietzsche, por su parte, declara que la predicación de la castidad es una incitación pública
a la contranaturaleza. Todo desprecio de la vida sexual, toda impurificación de la misma
con el concepto de “impuro” es el auténtico pecado contra el espíritu santo de la vida.31

29
Véase p. 134 y 135 en Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo.
30
Por ello, la propuesta de Nietzsche es la rehabilitación de la sensualidad, la cual, implica una revalorización
del Eros; el reconocimiento de la sexualidad como una de las pulsiones naturales más fuertes del hombre.
31
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo…, p. 142.

48
Con todo: ¿Dónde son sentidas las sensaciones y pasiones? En el cuerpo. Consecuencia, el
cuerpo es impuro, hay que arruinarlo y despreciarlo, y para lograrlo, los sacerdotes
inventaron el concepto de “alma” y “espíritu”.

El cristianismo es una religión que ha instruido en malentender el cuerpo: el cristianismo es


la religión
¡que hace un “mérito” de la insuficiencia!, ¡que en la salud combate una especie de
enemigo, demonio, tentación!, que se persuadió de que es posible pasear un “alma
perfecta” en un cadáver de cuerpo, y que para ello tuvo necesidad de fabricarse un
nuevo concepto de “perfección”, un ente pálido, enfermizo, idiotamente exaltado, la
denominada “santidad”, -la santidad, que no es más que una serie de síntomas
propios del cuerpo empobrecido, enervado, incurablemente corrompido!...32

Asimismo, el cristianismo es antitético de toda buena constitución espiritual. Los teólogos


acogen, frente a todas las cosas, una postura deshonesta y deformada: la llaman fe. Ella es
una perspectiva deficiente respecto a todas las cosas; aún así, los creyentes la vuelven
sacrosanta, refiriéndose a ella con nombres tales como “redención”, “Dios” o “eternidad”:
hacen de ella, en su interior, una moral y una virtud, fijando una relación entre la buena
conciencia y el ver las cosas de forma errónea. La fe, demanda que ninguna otra óptica posea
ya valor.

El cristianismo, al tomar partido por todo lo débil y bajo, al contradecir los instintos de
mantenimiento de la vida fuerte, ha corrompido la razón y la nueva razón, la razón enferma,
toma partido por todo lo imbécil. La fe es el estado de ánimo típico del cristiano y si la
esencia de este movimiento es la enfermedad, entonces ella es, necesariamente, una forma
de enfermedad. Ella rechaza todos los caminos científicos del conocimiento; los marca como
caminos prohibidos. La duda es convertida en pecado. Síntoma de decadencia es el goce de
mentir por mentir y la discapacidad para ver y andar de frente; la fe implica no querer conocer
lo que es verdadero.

32
Ibidem, p. 112.

49
El cristianismo ha hecho todo lo factible por crear un muro invencible en torno a él. ¿Cómo?
proclamando que la duda es ya un pecado. El creyente debe lanzarse, sin sospechar, en la fe;
debe abandonar toda razón, cavilación y crítica. De hecho, intentar probar la fe o discurrir
sobre el comienzo de los orígenes de ella -reflexionar sobre los dogmas cristianos- son
acciones ya pecaminosas: lo que se exige es estar ciego y ebrio, elevar un cántico eterno por
encima de las olas en las que se ha ahogado la razón.33

El cristianismo se desploma en cuanto la realidad alcanza su derecho, en consecuencia, es


enemigo mortal de la sabiduría del mundo terrenal, o sea, de la ciencia. Él señalará como
buenos todos los mecanismos que corrompan, perviertan y desprestigien la disciplina,
integridad y severidad de espíritu. La religión cristiana prohíbe la ciencia.

Cualquier persona que abre la Biblia, lo hace para edificarse: para detectar en ella un discurso
de consuelo a sus propias penurias. Por el contrario, exceptuando algunos eruditos ¿quién
tiene conocimiento de que la Biblia contiene la psicología entera de los sacerdotes? ¿quién
sabe que en la Biblia se encuentran plasmadas las necesidades, deseos y caprichos de los
sacerdotes?

Como ya enunciamos, al inicio de la Biblia se encuentra plasmada la voluntad de los


sacerdotes: él estima un único riesgo considerable, consecuentemente, “Dios” estima un
único riesgo considerable. El viejo Dios deambula por su jardín y se aburre, entonces, crea
al hombre para entretenerse. El hombre –al estar solitario- se aburre. En atención a ese
aburrimiento, Dios crea otros animales. El hombre no los encontró interesantes, en su lugar,
los dominaba. Por ende, Dios crea a la mujer y al hacerlo, comete un error: de la mujer
procede toda desventura, por esa razón, la ciencia proviene de ella; mediante la mujer, el
hombre aprecia el árbol del conocimiento.

El gran peligro es: a través de la ciencia, el hombre se iguala a Dios, y, al igualarse, tanto él,
como los sacerdotes, están condenados a desaparecer. Por consiguiente, la ciencia es la

33
Friedrich Nietzsche, Aurora. Reflexiones sobre la moral como prejuicio…, p. 89.

50
simiente de todo pecado; es lo proscrito. En efecto, la moral se resume en dos palabras: “No
conocerás”.

Dios, angustiado por tal amenaza, se pregunta ¿cómo puedo salvaguardarme de la ciencia?
Contestación: hay que expulsar al hombre del Paraíso porque la dicha, el descanso y la
inactividad, incitan a tener pensamientos y todos los pensamientos son malos. Al hombre, de
ahora en adelante, no le está permitido pensar y en vistas a ello, el sacerdote inventa la
miseria, la aflicción, la tristeza, la desgracia y sobre todo, la enfermedad.

Dios consideró que en la penuria, el hombre no podría pensar; Falló. Su segundo intento
consistió en inventar la guerra: ella dividiría a los pueblos y haría que los hombres se
aplastarán entre ellos; ella sería una fuerte irruptora de la paz de la ciencia. No obstante, Dios
vuelve a fallar: aún con guerra, el conocimiento incrementa y con él, la autonomía de los
hombres respecto a los sacerdotes. Por tanto, el viejo Dios toma una decisión final: como el
hombre se ha vuelto científico, ¡hay que sofocarlo!

Él conoce solamente un gran riesgo: la ciencia y su concepto de causa-efecto. Para que ella
florezca, se necesita que el hombre viva en condiciones adecuadas, por ejemplo, que tenga
suficiente tiempo y espíritu. Por tanto, la lógica del sacerdote, siempre ha sido: ¡hay que hacer
desgraciado al hombre! En concordancia con ello, lo primero que inventaron, fue el pecado.
El pecado ha sido inventado para hacer inviable la ciencia, la cultura y cualquier ascenso del
hombre: el sacerdote controla y dirige al rebaño, por medio del pecado. ¡Qué le interesa a un
teólogo la ciencia! ¡Él está excesivamente elevado para eso! Por cierto, también el concepto
de culpa-castigo y el de orden moral del mundo, han sido diseñados contra la ciencia y contra
la emancipación del creyente respecto al sacerdote.

En este momento, el hombre tiene la obligación de mirar dentro de sí; está obligado a ya no
observar hacia fuera, a ya no mirar el interior de las cosas con ingenio y detención, como
alguien que busca conocer. En breve, el hombre no debe mirar de ninguna manera; debe
padecer. Y debe padecer de tal forma que, permanentemente, tenga urgencia del sacerdote;
que importan ya los médicos. ¡Que viva el salvador! ¡Que viva el sacerdote!

51
El concepto de culpa y castigo, contenida la doctrina de la “voluntad libre”, han sido
imaginados para acabar con el sentido de las causas en el devoto: son un ataque contra la
noción natural de causa y efecto.

Nietzsche nos menciona en el capítulo “Los cuatro grandes errores”34 que la “voluntad libre”
es un artificio de los teólogos dedicado a hacer “responsables” a los hombres, esto es,
dedicado a volverlos dependientes de ellos. Detrás de todo intento por buscar
responsabilidades, se encuentra el instinto de querer castigar y juzgar: la doctrina de la
voluntad consiste en atribuir a ella, a las intenciones y a los actos, el modo de ser del hombre.
Así pues, esta doctrina ha sido inventada con la intención de castigar: de querer hallar
culpables.

El sacerdote quiso atribuirse el derecho de aplicar castigos –quiso atribuirle ese derecho a
Dios-. A los hombres, la religión cristiana, los concibió como “libres”. ¿Para qué? Para que
pudieran ser enjuiciados y sancionados; mejor dicho, para que pudieran ser culpables, y para
ello, se tenía que creer que toda acción era deseada, y su origen estaba en la consciencia.

Si los resultados naturales de una acción ya no son naturales, sino que se considera que están
generados por “Dios”, por “almas” o por “espíritus”, como resultados puramente morales,
que son un castigo, una recompensa, un indicio, un medio de educación, entonces, se ha
perpetrado el más alto crimen contra el ser humano.

De acuerdo a la interpretación nietzscheana, Pablo es quien hace del cristianismo una


doctrina con milagros y sacerdotes, con una lógica de recompensas y castigos. Él inventa el
más allá y al exponer el planteamiento de la muerte del Hijo de Dios en la cruz, desarrolla la
creencia en la redención, y en la inmortalidad y con eso, da pie a la doctrina del “juicio”. En
suma, todos los conceptos pensados por Pablo son conceptos cuyo fin es tiranizar a las masas,
formar rebaños, - ello lo revisaremos con mayor detenimiento en el tercer capítulo-.

34
Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo…, pp. 61-70.

52
La gran falsedad de la inmortalidad, arruina la razón humana y con ella, la naturaleza presente
en el instinto; de aquí en adelante, todo lo que resulte provechoso para los instintos y todo lo
que impulse la vida, genera desconfianza. El sentido de la vida ahora es: vivir de forma que
ya no tenga sentido vivir.

En cuanto “alma inmortal”, cada hombre posee el mismo nivel que cualquier otro. La
enseñanza de la inmortalidad, acarrea la enseñanza de la igualdad de almas: ante Dios, todos
somos iguales, todos somos sus hijos. La doctrina de la “salvación del alma”, o lo que es lo
mismo, la doctrina de “iguales derechos para todos”, ha representado un combate a muerte a
toda sensación de respeto y discrepancia entre los hombres.

De este modo, la “inmortalidad” ha sido, hasta ese momento, el más grande atentado contra
la aristocracia: el resentimiento de las masas se ha declarado en oposición a los hombres
aristocráticos, jubilosos y bondadosos.

El cristianismo, con esta doctrina, se ha ido inmiscuido en la política: ya nadie tiene la


valentía de exigir derechos excepcionales, derechos señoriales, un sentimiento de respeto
para sí y para los que le son semejantes. El pathos de la distancia se ha convertido, gracias a
esta religión, en cosa del pasado. El cristianismo es una sublevación de todo lo que se-mueve-
en-el-piso contra toda elevación: la religión de los “viles”, envilece.

El cristianismo, valiéndose de esas tres listezas (fe, esperanza, amor), ha preservado al tipo
“hombre” en un nivel demasiado inferior. Esta religión ha sido, hasta el momento, la especie
más fatídica de autopresunción: hombres no lo suficientemente fuertes ni severos como para
que les fuera permisible conferir, en su carácter de artistas, una forma al hombre; hombres
no lo suficientemente aristocráticos como para percatarse de la jerarquía y divergencia de
rango imperante entre hombre y hombre, son los que han dominado hasta la fecha, con su
“igualdad ante Dios”, hasta tal punto que terminó formándose una humanidad
empequeñecida, casi absurda: degeneración y empequeñecimiento del hombre en completo
animal de rebaño(…) animalización del hombre hasta convertirse en animal enano dotado

53
de igualdad de derechos y exigencias. El cristianismo se basa en la inclinación a la
nivelación, en la insurrección contra la jerarquía y en la voluntad de equiparación.35

En los “buenos y justos”, en los “predicadores de la igualdad” (o, más acorde con Nietzsche,
en las tarántulas), es el ansia de venganza, la impotencia y la envidia reprimida lo que
demanda a gritos “igualdad”. Nietzsche, frente a eso, declara: a mí, la justicia me dice que
los hombres no son iguales: ¡La doctrina de la igualdad!... pero si no existe veneno más
venenoso que ése: pues ella parece ser predicada por la justicia misma, mientras que es el
final de la justicia… “Igualdad para los iguales, desigualdad para los desiguales –ése sería
el verdadero decurso de la justicia: y, lo que de ahí se sigue, no igualar jamás a los
desiguales”. 36

El Código de Manú, según nos dice nuestro filosofo en su Anticristo37, sintetiza la


experiencia, la astucia y la moral experimental de largos periodos de tiempo, es una
conclusión, no funda nada nuevo. Su propósito es recoger la cosecha más abundante e íntegra
de los tiempos de experimento y de mala experiencia.

Dicha obra, -a diferencia de la Biblia-, contiene una genuina filosofía; las clases
aristocráticas, los guerreros y filósofos son los que controlan aquí a la masa: por todas las
paginas, valores aristocráticos, un sentimiento de excelencia, un afirmar la vida, una
triunfante sensación de comodidad con la vida y consigo mismo. Encima, todas las cuestiones
sobre las que la religión cristiana vuelca su tosquedad inconmensurable, a saber, la mujer, la
reproducción y el matrimonio, son tratadas aquí seriamente, con cariño, apego y respeto: -
Nietzsche menciona- yo no sé de manual alguno en que se le dediquen tantas cosas finas,
suaves y tiernas a las mujeres como se le dedican en el Código de Manú; esos santos ancianos
tienen una forma nunca sobre pasada de ser considerados con las mujeres.

35
Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal…, p. 148.
36
Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo, Alianza, Madrid, 1989, p.
126.
37
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo…, pp. 122-131.

54
El orden de castas, que es la ley suprema y preponderante, es precisamente la sanción de un
orden natural, de una legitimidad de primer rango, sobre la que ningún antojo y ningún
planteamiento moderno tiene poder. En cualquier sociedad saludable se distinguen,
condicionándose mutuamente, tres naturalezas de diversa constitución fisiológica, cada una
de las cuales, dispone su propia higiene, su propia área de trabajo, su propia percepción de
perfección y su propio tipo de maestría.

Es la naturaleza, no Manú, la que divide a los hombres en tres grupos: en primer lugar, los
predominantemente espirituales; en segundo, los predominantemente fuertes de músculos y
de carácter y, por último, los mediocres, los más, los que no sobresalen ni en el primer, ni en
el segundo aspecto previamente indicados.

La clase superior, la clase perfecta –en palabras de Nietzsche, los menos-, goza de los
privilegios de los menos, esto es, interpretan en la tierra la alegría, la belleza y la amabilidad.
En contraste, nada les es menos lícito que unos modales feos o una perspectiva pesimista, y
mucho menos, un enojo por el estado integral de las cosas. Tanto el pesimismo como la ira,
son los privilegios de los chandalas.

El instinto de los más espirituales dice: “el mundo es estupendo, es perfecto” –y de esa
perfección, hacen parte los imperfectos, los que se encuentran por debajo de ellos, el pathos
de la distancia, los mediocres mismos-. Estos hombres, al ser los más poderosos, hallan su
felicidad en donde otros encontrarían su perdición: su gozo es el autovencimiento. Ellos son
el tipo de hombres más venerables, más alegres y más bondadosos: mandan no porque
quieran, más bien porque no son libres de ser los segundos.

Los segundos, son los garantes del derecho, los que vigilan el orden y la seguridad; son, en
síntesis, el rey como expresión suprema que comprende al juez, al preservador de la ley y a
los guerreros aristocráticos. Ellos son los que ejecutan las decisiones que toman los primeros,
son los que los liberan de todas las implicaciones toscas que hay en el trabajo de mandar.

55
En el orden de castas no hay nada “hecho”: sólo lo que es distinto a eso es algo hecho, y con
ello, la naturaleza queda desacreditada. La jerarquía de castas solamente enuncia la ley
suprema de la vida misma: la división de los tres tipos es esencial para el sostenimiento de la
sociedad y para la estimulación de tipos más altos. La desigualdad de derechos es la
condición de existencia de los derechos. Cada especie de hombre tiene sus derechos, incluso
los mediocres. Una civilización elevada es una estructura: únicamente puede ponerse de pie
sobre un terreno vasto, tiene como premisa una mediocridad fuertemente afianzada; de
hecho, cualquier civilización elevada está supeditada por la mediocridad.

Las ocupaciones manuales, el negocio, el cultivo, la ciencia y gran parte de las artes son
acordes con una mediocridad de voluntad e intenciones. Para el tercer tipo de hombres, su
dicha reside en la mediocridad; el conocimiento en un aspecto, la especialización, es su
instinto natural. En efecto, sería absolutamente vergonzoso de un hombre espiritual el
considerar un inconveniente a la mediocridad: se debe despreciar a los socialistas y a los
discípulos de los chandalas porque con su pequeño ser menoscaban el placer, e, instinto y la
sensación de felicidad del trabajador y, en su lugar, lo enseñan a ser envidioso y vengativo.
La injusticia no está nunca en los derechos desiguales, sino en el reclamar derechos
“iguales”… ¿Qué es malo? Pero si ya lo he dicho: todo lo que procede de la debilidad, de
la envidia, de la venganza. –El anarquista y el cristiano son de una misma procedencia.38

c) Voluntad de mentira y destrucción en el cristianismo

Entre los cristianos parece que existe un criterio de verdad al que denominan “la prueba de
la fuerza”. Ellos afirman: “La fe vuelve bienaventurados a los hombres, por tal motivo, ella
es verdadera”. Réplica: ese volver-bienaventurados a los hombres, no es algo demostrado, ni
constatado; en su lugar, es algo prometido. La bienaventuranza se encuentra estrechamente
vinculada con la fe: se tiene que llegar a ser bienaventurado porque se cree.

Con todo, si el “más allá” es totalmente inasequible e incognoscible, ¿cómo el sacerdote


puede probar lo que promete a su rebaño para el “más allá”? Así pues, la “prueba de la fuerza”

38
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo…, p. 128.

56
es una confianza en que no cesará de darse el resultado que uno se promete de la fe: yo
confío en que la fe hace bienaventurado a los hombres, por tal motivo, es verdadera.

No obstante, Friedrich Nietzsche nos sugiere que supongamos que está comprobado que la
fe hace bienaventurado al hombre, -que no es algo anhelado o prometido por los hombres de
Iglesia-: ¿sería la bienaventuranza, o mejor dicho, sería el placer un criterio de verdad?

Durante muchos años, los hombres han estado acostumbrados a buscar respuestas en
interpretaciones causales ya determinadas, por tanto, han impedido una verdadera
investigación de la causa. En otras palabras: el hombre tiende a reducir lo desconocido en
algo conocido, ¿por qué? Porque ello alivia, calma y brinda un sentimiento de poder; en
cambio, lo desconocido implica peligro, intranquilidad y angustia. Es el instinto natural del
hombre el que dirige todos sus esfuerzos a eliminar dichos sentimientos displacenteros.

Para él, una explicación es mejor que ninguna; él simplemente pide deshacerse de todas las
representaciones agobiantes, (no importa los medios de los que tenga que valerse para
conseguirlo). La primera interpretación con la que se transforma lo desconocido en conocido,
produce tanta tranquilidad en el hombre, que éste la toma por verdadera y por tal motivo, se
ha postulado la prueba del placer como una prueba de verdad –en el fondo, esa prueba del
placer está motivada por la sensación de miedo-.

La prueba del placer no es más que una prueba de placer: ¿sobre qué base, por vida mía,
estaría establecido que precisamente los juicios verdaderos producen más gusto que los
falsos y que, de acuerdo con una armonía preestablecida, comportan necesariamente
sentimientos agradables?39 La vivencia de todos los espíritus estrictos instruye lo opuesto:
todo adelanto en la verdad ha tenido que conquistarse con lucha.

La verdad exige grandeza de alma, puesto que, el servicio a ella, es el más complicado de los
servicios. El hombre conquistador de la verdad,40 debe ser sincero en las cosas del espíritu,

39
Ibidem, p. 110.
40
Cabe señalar que Nietzsche se considera a sí mismo como un “apóstol de la verdad”: ¿Buscamos paz,
tranquilidad y dicha? No; buscamos sólo la verdad, aunque ésta fuese repulsiva y horrible (…) Aquí se separan

57
tiene que ser severo con su propio corazón, desdeñar los “sentimientos bellos” y hacer de
todo sí y todo no, una cuestión de conciencia. Recapitulando: la fe vuelve bienaventurados a
los creyentes, por ende, miente.

El instinto del teólogo demanda que la verdad, de ninguna manera, salga a la luz. Su mentira,
por excelencia, declara: es bueno todo lo que enferma; es malvado todo sentimiento de poder.
Adicionalmente, el sacerdote es, por naturaleza, un mal filólogo. La filología es el arte de
estudiar los textos escritos de manera correcta; es tener la capacidad de leer acontecimientos
sin deformarlos con interpretaciones propias, sin desorientarse, por el ansia de comprender.
El sacerdote interpreta las sagradas escrituras con arreglo a los salmos de David: transforma
todos los hechos allí relatados en milagros de “providencia”, de “gracia” y en “experiencias
de salvación”.

Es absolutamente falso que los mártires, en algún momento de la historia, hayan tenido que
ver con la verdad. En la forma en que un mártir le reprocha al mundo su personal tener-algo-
por-verdadero, se manifiesta un nivel tan reducido de honestidad, un letargo tal para la
cuestión de la verdad, que ni siquiera es necesario refutarlo.

En realidad, las muertes de los mártires han sido una gran tragedia porque han seducido: el
desenlace extraído por los idiotas, -de que un motivo por el cual alguien se presta a la muerte,
es, sin lugar a dudas un motivo relevante-, se ha tornado en un obstáculo para el espíritu de
indagación –y sin esa disciplina del espíritu, es imposible encontrar verdad alguna, por muy
simple que parezca-. En pocas palabras: los mártires han sido nocivos para la verdad.

La tontería histórico-mundial de los perseguidores ha consistido en brindar un aspecto de


honorabilidad a la causa rival: el regalo del encantamiento del martirio. Los mártires
predicaban que la verdad se demuestra con sangre; en cambio, Zaratustra asevera: la sangre
es el peor testigo de la verdad; la sangre envenena incluso la doctrina más pura,

los caminos de los hombres: ¿quieres paz espiritual y felicidad?, cree; ¿quiere ser un apóstol de la verdad?,
entonces busca. Véase carta fechada en “Bonn, 11 de junio de 1865”

58
convirtiéndola en ilusión y odio de los corazones. Y si alguien atraviesa una hoguera por
defender su doctrina, -¡qué demuestra eso!41

Los grandes espíritus, como Zaratustra, son escépticos: el vigor, la autonomía proveniente de
la fuerza y la sobreabundancia de fuerza del espíritu, se demuestra por medio del
escepticismo. Por otro lado, a los hombres de convicciones no hay que tenerlos en
consideración respecto al valor y al no-valor porque las convicciones privan de la libertad.

La fortaleza de los escépticos consiste en estar libre de todo tipo de convicciones. Ellos, al
desear cosas grandes, desean, igualmente, los medios para alcanzarlas. La gran pasión (el
pilar y la energía del ser) se apropia del intelecto humano, es decir, lo toma a su absoluta
disposición, lo priva de cualquier remordimiento y le otorga la valentía para emplear medios
no santos.

La gran pasión, en ciertas ocasiones, le consiente al escéptico valerse de las convicciones


como medios: una gran cantidad de cosas se las alcanza a través de una convicción. La gran
pasión utiliza y consume convicciones, no se doblega ante ellas. Por el contrario, la necesidad
de fe, es una necesidad inherente a la debilidad.

El creyente es, necesariamente, un ser dependiente: alguien que es incapaz de forjarse a sí


mismo en finalidad, que no es capaz de construir finalidades a partir de sí. El hombre de fe
es un hombre que no se pertenece a sí mismo y por eso, le resulta imprescindible un regulativo
exterior que le oriente y le guíe. Exclusivamente bajo coerción, florece el hombre débil.

El instinto, el ingenio y las vivencias del creyente, le conducen a inclinarse ante una moral
de des-ensimismación. A decir verdad, la fe es en sí, una declaración de extrañamiento de sí
mismo, de des-simismación. El hombre de convicción encuentra su fundamento en la fe: no
querer percatarse de muchas cosas, no ser ecuánime, siempre tomar partido, poseer una
perspectiva estricta y necesaria en todos los valores, son los requisitos para que tal tipo de
hombres persistan. Consecuencia: ellos se convierten en antagonistas del hombre veraz; de

41
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie…, p. 165.

59
la verdad. Al creyente no le es lícito inmiscuirse en materia de lo “verdadero” y lo “no
verdadero”.

A continuación Nietzsche se pregunta: ¿son las convicciones oponentes más dañinos de la


verdad que las mentiras? O, para ser más exactos: ¿existe un antagonismo entre mentira y
convicción? Toda convicción llega a ser tal después de no serlo durante un largo tiempo; la
mayoría de las ocasiones se precisa de un cambio de personas: en el hijo es convicción lo que
en el padre era mentira.

Ahora bien, ¿qué entiende nuestro autor por la palabra “mentira”? Mentira es rehusarse a ver
lo que se ve, rehusarse ver algo tal como se lo ve –resulta irrelevante que ella suceda con o
sin testigos; de hecho, la mentira más usual es aquella por la que uno se engaña a sí mismo-.

Los sacerdotes cristianos, los cuales han comprendido que el concepto de convicción es una
falsedad porque ella siempre sirve a una finalidad, han heredado del pueblo judío la astucia
de establecer en ese lugar nociones como “revelación de Dios”, “Dios” y “voluntad de Dios”.

Immanuel Kant siguió el mismo sendero con su imperativo categórico: hay asuntos en los
que no le pertenece al ser humano pronunciarse sobre la verdad y la no verdad; todos los
asuntos más elevados, todas las problemáticas supremas del valor, trascienden la razón
humana, están más allá de ella.

El hombre no puede conocer por sí mismo qué es bueno y qué es malo, por consiguiente,
Dios le ha mostrado su voluntad; Dios le da al hombre la revelación. Moraleja: el sacerdote
no miente, la cuestión “verdadero” o “no verdadero”, en aquellas cosas de que los
sacerdotes hablan, no permite en modo alguno mentir. Pues para mentir se tendría que poder
decidir qué es aquí verdadero. Más justo eso no lo puede decidir el hombre; el sacerdote es,
pues, sólo el portavoz de Dios.42

42
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo…, p. 121.

60
Tal razonamiento, tal astucia de la “redención” y tal derecho a la mentira, son propios del
sacerdote, tanto de los sacerdotes del paganismo como de los sacerdotes de la decadencia
(los sacerdotes judíos y cristianos). La “voluntad de Dios”, la “ley”, la “inspiración” y el
“libro sagrado” son meramente conceptos usados por ellos para referirse a las condiciones
por las cuales acceden y mantienen el poder. Dichos conceptos son el fundamento de
cualquier organización sacerdotal, en cualquier estructura de poder sacerdotal o filosófico-
sacerdotal. “La verdad existe”, entiéndase: “el sacerdote miente”.

Lo realmente significativo es la finalidad con que se miente. En el cristianismo no hay


finalidades “santas”; únicamente finalidades malas como: ponzoña, difamación,
desestimación de la vida, menosprecio del cuerpo, humillación y decadencia del hombre
mediante el concepto de pecado; por lo tanto, sus medios también son malos. Por el contrario,
el Código de Manú es una pieza indudablemente superior en espiritualidad –tanto así, que
mencionarla a la par que la Biblia, es un atentado contra el espíritu-.

La mentira tiene dos finalidades: conservar o destruir. De ahí que sea legítimo elaborar una
ecuación impecable entre el anarquista y el cristiano: su finalidad, su ser apunta
exclusivamente a la destrucción. Gracias al Código de Manú nos enteramos de una
reglamentación religiosa cuya finalidad fue consolidar la condición principal para que la vida
floreciera y prosperara. A la inversa, el cristianismo ha encontrado su propósito en erradicar
tal estructura, pues en ella, la vida prosperaba.

Es el Código de Manú, -como mencionamos en párrafos anteriores- el resultado racional de


amplios periodos de experimentos y de inseguridad. Allí, se necesitaba recopilar una cosecha
lo más basta posible porque todo el producto de ello, sería beneficioso en tiempos lejanos; al
contrario, el cristianismo envenenó la cosecha de un día a otro.

El cristiano y el anarquista: ambos, décadents, ambos, incapaces de causar otro efecto que
el de disolver, envenenar, marchitar, chupar sangre, ambos, el instinto de odio mortal a todo
lo que está en pie, a lo que se yergue con grandeza, a lo que tiene duración, a lo que promete

61
un futuro a la vida.43 La religión cristiana fue el vampiro del imperium romanum: de un
instante a otro, disminuyó a la nada la obra colosal de los romanos, la cual, consistía en ganar
el terreno para una gran cultura que dispone de tiempo. La construcción del imperium
romanum estaba estimada para verificarse a lo largo de la eternidad.

Dicha estructura era lo suficientemente fuerte como para resistir malos emperadores; empero,
no era tan firme frente a la especie más corrompida de corrupción, o sea, frente al
cristianismo. Él, le ha succionado a las naturalezas valiosas, a las naturalezas aristocráticas,
a aquellas que consideraban la causa de Roma como suya, la seriedad para los asuntos
verdaderos y el instinto para la realidad.

El esfuerzo entero del mundo antiguo, ¡en vano!: ¿para qué los griegos y los romanos? Todas
las conjeturas para lograr una cultura erudita, todos los métodos científicos, el arte de leer
bien, la ciencia natural asociada con la mecánica y la matemática, ya se encontraban allí y se
encontraban en el mejor de los caminos. Incluso, el sentido para apreciar hechos ya tenía un
largo camino recorrido. En pocas palabras: todo lo crucial para poder poner manos a la obra,
ya había sido alcanzado.

La grandeza del instinto, el agrado por el estudio metódico, la sabiduría respecto a la


organización y la administración, la voluntad de afirmación, el gran estilo convertido en vida,
todo ello visible como imperium romanum y todo ello enterrado de la noche a la mañana.
¡Aplastado no por germanos, sino chupado por vampiros sagaces, escurridizos, ocultos,
endebles! ¡Todo en vano! ¡La venganza y la envidia convertidas en señor! ¡Todo lo
desdichado, lo angustiado, lo perturbado, de un golpe encumbrado! ¡Griegos y romanos en
vano!

Al leer a cualquier alborotador cristiano, por ejemplo, San Agustín, se puede captar quienes
son los hombres que fueron ascendidos. A ellos, la naturaleza los ha descuidado: se olvidó
de dotarlos de instintos decentes, respetables, limpios… Inclusive, no son varones…

43
Ibidem, p. 129.

62
El islam tiene motivos de sobra para despreciar al cristianismo, dado que, tiene como premisa
suya varones. El cristianismo nos despojó de la cosecha de la cultura antigua y después, nos
despojó de la cosecha de la cultura islámica. Ella, que está más allegada a nosotros –en
comparación a Grecia y Roma-, que se dirige a nuestro gusto con más vigor que aquéllas, fue
aplastada por el cristianismo. ¿Por qué? Porque debía su nacimiento a instintos aristocráticos
y varoniles, porque se pronunciaba a favor de la vida. ¡La cultura griega, romana e islámica,
en vano!

La nobleza alemana siempre ha estado al servicio de los instintos malos de la Iglesia. En


realidad, ella logró derrotar todo lo aristocrático que existía en la tierra con el apoyo de las
espadas alemanas. Además, los alemanes, han arrancado a Europa la última importante
cosecha que Europa pudo cobrar, a saber, el Renacimiento.

El Renacimiento fue la transvaloración de todos los valores cristianos, fue el más alto
esfuerzo por llevar a la victoria a los valores contrarios, a los valores aristocráticos. Hasta
hoy en día no ha existido una exposición más crucial del problema que la del Renacimiento.

–Mi problema es el de éste-: ¡no ha habido tampoco una forma de ataque más
radical, más directa, más rigurosamente lanzada en todo el frente y contra el centro!
Atacar en el lugar decisivo, en la sede misma del cristianismo, llevar allí al trono los
valores aristocráticos, quiero decir, introducirlos dentro de los instintos, de las
necesidades y deseos más básicos de quienes allí mismo estaban asentados… (…)
¿Se me entiende?... Bien, ésa habría sido la victoria a la que hoy sólo yo aspiro-;
¡con ella quedaba suprimido el cristianismo!44

Sin embargo, ¿qué sucedió? Lutero, un monje alemán, que cargaba en su cuerpo todos los
talentos vengativos propios de los sacerdotes, se irritó en Roma contra el Renacimiento. En
el asiento del papa ya no se encontraba sentada la antigua corrupción, la idea de pecado
original, el cristianismo; ahora se encontraba la vida, la victoria de la vida, la afirmación de
todas las cosas elevadas y bellas, y, Lutero, al atacar la Iglesia, la restauró. ¡El Renacimiento
en vano! ¡Cuánto nos han costado los alemanes!

44
Ibidem, pp. 135-136.

63
El cristianismo ha creado calamidades –el pecado, la igualdad de las almas, la voluntad de
mentira y falsificación, el más allá, la repugnancia al cuerpo, a los instintos buenos, a la
razón, al conocimiento- con la intención de eternizarse a sí misma:
Con esto he llegado a la conclusión y voy a dictar mi sentencia. Yo condeno el
cristianismo, yo levanto contra la Iglesia cristiana la más terrible de todas las
acusaciones. (…) Ella es para mí la más grande de todas las corrupciones
imaginables. (…) Nada ha dejado la Iglesia cristiana de tocar con su corrupción, de
todo valor ha hecho un no-valor, de toda verdad, una mentira, de toda honestidad,
una bajeza de alma. (…) Yo llamo al cristianismo la única gran maldición, la única
grande intimísima corrupción, el único gran instinto de venganza, para el cual
ningún medio es bastante venenoso, sigiloso, subterráneo, pequeño, -yo lo llamo la
única inmortal mancha deshonrosa de la humanidad… ¡Y se cuenta el tiempo desde
el dies nefastus [día nefasto] en que empezó esa fatalidad, -desde el primer día del
cristianismo! –¿por qué no, mejor, desde su último día? –¿Desde hoy? -
¡Transvaloración de todos los valores!...45

45
Ibidem, p. 137-139.

64
CAPÍTULO III
PABLO FRENTE A JESÚS

a) Figura nietzscheana de Jesús de Nazaret

El objetivo del tercer capítulo es mostrar el proceso histórico del malentendido y la


desviación de Jesús de Nazaret y su doctrina, a manos de sus discípulos, y, especialmente, de
Pablo: se trata de demarcar la figura de Jesús del cristianismo fundado por Pablo.

Para ello, el capítulo se estructurará así: primero, se presenta la figura nietzscheana de Jesús.
En segundo lugar, se muestran las dos desviaciones: la de los apóstoles y la de Pablo. Por
último, se expone una síntesis que recoge las ideas fundamentales abordadas en este tercer
capítulo.

El movimiento rebelde designado con el nombre de Jesús de Nazaret fue una rebelión
brotada del instinto judío contra los santos de Israel que se hacían llamar a sí mismos “los
gentiles y equitativos”, contra la jerarquización de la sociedad, contra la clasificación, los
beneficios, la preferencia y el orden-; en suma, contra los sacerdotes y teólogos.

Jesús, era visto aquí como un anarquista santo o como un criminal político porque inducía a
la masa, a los marginados, a los pecadores y a los chandalas habidos en el judaísmo, a
discrepar del orden dominante; motivo por el cual, terminó en la cruz ( la demostración de
ello se encuentra en la inscripción colocada en ella: INRI igual a “Jesús de Nazaret, Rey de
los judíos”) Jesús murió por su culpa, no por la de otros: No escribas “Rey de los judíos” —
protestaron ante Pilato los jefes de los sacerdotes judíos—. Era él quien decía ser rey de los
judíos.46

El señor Ernest Renan, aplicó, erróneamente, los conceptos de “genio” y '' héroe” a Jesús.
Estos son los conceptos menos evangélicos que existen porque lo que en éste convierte en
instinto, es lo opuesto a toda lucha, a todo sentirse a sí mismo en guerra, en enfrentamiento:

46
Juan 19:21

65
la imposibilidad de oponer renuencia se vuelve una moral –la fórmula de los evangelios dice
“no combatas al mal”-, la bienaventuranza en la calma, en la dulzura, en la incapacidad de
ser enemigo. Jesús no puede ser heroico porque nunca lucha.

Jesús tampoco es un genio. Es incapaz de captar algo espiritual: ni el más remoto aire de
lógica, ciencia, gusto y disciplina espiritual lo ha tocado. Él es, más bien, un santo idiota -en
el sentido en que Fiódor Dostoievski califica de idiota a su príncipe Muichkin-: es incapaz
de entender una realidad; su experiencia, su verdad y su mundo gira en torno a unos pocos
conceptos que ha oído con anterioridad y que ha incorporado falsamente.

Además, dado que los genuinos instintos varoniles no se desplegaron nunca en él (no
únicamente los sexuales, también los vinculados al orgullo, la valentía, y la contienda), dado
que se quedó retrasado y permaneció infantil en la etapa de la adolescencia, es un idiota.
Jesús es un idiota por su inocencia y por su exceso de bondad.

Sin embargo, al llamarlo así, Nietzsche no intenta ensañarse con Jesús, sino describir su tipo
psicológico basándose en los estudios del escritor ruso. Al calificar a Jesús de idiota, nuestro
autor quiere dejar en evidencia la falta de agresividad en el tipo del nazareno y su naturaleza
enferma.

Su inocencia, su infantilismo, su sublimidad, hacen de él un ser marcadamente diferente del


cristiano posterior. Ambos, son hombres decadentes. Hay varias modalidades de decadencia:
en Jesús, se hacen presentes todos los elementos distintivos de la forma que adquiere la vida
cuando está condenada (como la necesidad instintiva de atraer el odio imparable de los
poderosos y crearse, de esa manera, sus propios agresores) empero, se trata de una decadencia
sin hipocresía.

La vida de Jesús es afirmativa pero débil: es una vida no nociva para las demás formas de
existencia probables porque él no las enjuicia de ninguna manera. Él no es dañino para la
totalidad de la humanidad, pues, como ya dijimos, su decadencia es una decadencia sin
malicia, sin perversidad, infantil en definitiva.

66
En el apartado segundo del capítulo “Por qué soy yo tan sabio” de su libro Ecce Homo,47
Nietzsche mismo menciona que es un hombre decandete, pero, pocas palabras después,
menciona ser todo lo opuesto a uno porque la enfermedad no debería de ser una situación
permanente sino un sendero que nos permita de nuevo reencontrarnos con la vida, con la
salud, que nos enseñe a apreciar y a valorar, todas las cosas buenas y pequeñas: voluntad de
salud y vida –lo que no mata, te hace más fuerte. No obstante, ni Jesús ni el cristianismo se
valen de la enfermedad para la adquisición de una salud mayor.

El rechazo instintivo a la realidad: resultado de una facultad extrema de sufrir y de sentir, la


cual, ocasiona que ya no queramos ser tocados porque sentimos enormemente cualquier
contacto. La supresión instintiva de toda antipatía, de toda hostilidad, de todas las fronteras
y diferencias en el sentimiento: resultado de una facultad extrema de sufrir y de sentir, la
cual, percibe ya como displacentero (como perjudicial y poco recomendable por el instinto
de autopreservación) cualquier tener-que-combatir, que solamente en ya no poner renuencia
a nadie, ni al infortunio, ni al mal, descubre el placer: el amor como opción más excepcional
y ulterior de vida. El amor, la noción más esencial del mundo de Jesús, según Nietzsche:
Jesús, el evangelio personificado del amor.

Para nuestro filósofo, Jesús era una figura insaciable de amor: lo único que pretendía era
amar y ser amado. Nada más. Ajeno a toda réplica moral, el amor profesado por Jesús es un
sí absoluto, ya que, se ubica fuera de cualquier condición y no tiene otra causa de ser que sí
mismo. Su manera de vivir en el amor sin exclusión y sin brechas, conlleva que todo le es
igualmente cercano; ese amor no establece diferencias; su amor no elige (se orienta hacia el
prójimo porque se encuentra ahí en el momento adecuado). No desprecia a nadie.

Así, se inaugura una contradicción entre el hombre más noble de la historia cuya doctrina
predica el amor a los hombres por amor a Dios –cabe señalar que, este es el sentimiento
más superior e ilustre al que ha llegado la humanidad entera-, y aquel fanático de la
agresión, aquel enemigo de los sacerdotes y teólogos; al respecto, nuestro autor sospecha

47
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es, Alianza, Madrid, 2005, pp. 27-29.

67
que la enorme cantidad de bilis presente aquí, ha sido traspasada a la figura del maestro a
partir del alterado entusiasmo de los sectarios.

Es suficientemente conocido que por múltiples situaciones el tipo del Redentor no ha podido
conservarse puro, entero y exento de añadidos; él ha sido desfigurado. En él, dejaron marca
tanto el medio en el que ese tipo se desenvolvió y todavía más, la historia, el hacer de la
comunidad cristiana primitiva: la figura fue incorporando, de forma retrospectiva,
características que resultan comprensibles desde la lucha y desde los objetivos de la difusión
cristiana.

El mundo extraño y perverso -el cual está conformado por los residuos de la sociedad, por
los padecimientos nerviosos y por una inocencia infantil- en el que nos sumergen los
evangelios, tiene que haber convertido más grosero al tipo: los primeros apóstoles, con el
afán de comprender algo de su maestro, transformaron a su propia crueldad un ser que pasaba
pacíficamente por la vida sonriendo con ternura a los demás, un ser que se deslizaba en
simbolismos y que, por lo tanto, se tornaba inasible. La figura del Redentor únicamente se
volvió presente tras ser reducido a formas más próximas: el maestro de la moral, el mesías,
el profeta, el juez, el ser que realiza milagros, Juan Bautista, son ejemplos de las
desfiguraciones del tipo.

La singularidad de la veneración sectaria consiste en eliminar del ser reverenciado los


aspectos genuinos; de hecho, la mayoría de las veces, estos les resultan desconocidos -ni
siquiera son capaces de apreciarlos-. Los sectarios carecen de reparos para conformar su
propia justificación a partir de su maestro; de esa forma, cuando la primera comunidad
cristiana necesitó, contra los sacerdotes, de un padre juzgador, abogado, iracundo y suave, se
forjó su Dios en concordancia con sus necesidades. Asimismo, atribuyó a la figura del
Redentor, nociones totalmente ajenas al evangelio, tales como el “retorno”, el “juicio final”,
el “pecado” y todo tipo de promesas temporales.

Por todo lo anteriormente expuesto, Nietzsche se opone a que el fanático sea implantado en
el tipo del Redentor. La “buena nueva” es que ya no hay antagonismos; o, dicho con otros

68
términos, todas las distinciones son suprimidas; el reino de los cielos compete a los niños. La
fe que él suscita, no es una fe que se conquiste a través de luchas. Es una fe que se encuentra
ahí desde el principio, es una infantilidad replegada hacia lo espiritual: semejante fe no se
encoleriza, no censura, no se defiende: no lleva “la espada”, -no barrunta en absoluto, hasta
qué punto ella podría llegar alguna vez a dividir. No da pruebas de sí misma, ni con milagros,
ni con premios y promesas, y menos todavía “con la Escritura”: ella misma es en todo
instante su milagro, su premio, su prueba, su “reino de Dios”.48

Dicha fe, no se formula a sí misma –a decir verdad, ella se resguarda de las fórmulas-. Ella
vive. Con un poco de indulgencia, se podría designar al Nazareno un espíritu libre, puesto
que, ninguna cosa fija le interesa: la palabra, lo fijo, matan. Su vivencia se contrapone a todo
tipo de palabra, reglamentación, normativa, doctrina y fórmula. Él alude a un mundo interior,
a lo más íntimo en el ser: las nociones de vida, luz y verdad son usadas para referirse a ello
y todo el remanente, la realidad, la naturaleza, y el lenguaje, tienen únicamente el valor de
un signo o una metáfora.

Tal simbolismo es extranjero a toda religión, a toda vivencia del mundo, a todas las ideas
de culto, a todos los libros y a todo entendimiento en política y en psicología; su saber es la
“idiotez pura” respecto a que algo de esta índole exista. Jesús es incapaz de negar algo: la
cultura, los oficios, la batalla, el Estado, no le son consabidos, por ende, no puede negarlos y
no requiere pelear en contra de ellos –nunca ha tenido móviles para negar “el mundo”-.

A Jesús le es imposible contradecir: no logra entender el hecho de que existan otras doctrinas
porque él no sabe concebir una manera contraria de juzgar y, en el caso de tropezar con
alguna, lo sentirá, desde su más honda solidaridad, como “ofuscación” (ya que él es quien ve
la “luz”) más, no ejercerá ninguna impugnación. Esta doctrina omite el planteamiento de que
una fe o una verdad interna consigan ser demostradas con razones (sus evidencias son luces
internas, sensaciones internas de agrado y aseveraciones internas de sí mismo).

48
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, Alianza, Madrid, 2019, p. 78.

69
En la psicología del evangelio hay una ausencia de las nociones de culpa, premio, castigo y
pecado. Precisamente la “buena nueva” es la supresión de cualquier vinculación lejana
entre Dios y el hombre. La beatitud no es algo prometido, no está relacionada a
determinadas condiciones, sino que, ella es la realidad -lo restante, son sólo signos para
referirse a ella-. La “vida eterna” ya está encontrada, está en nuestro interior como una
existencia en el amor absoluto e incondicional.

Por consiguiente, Jesús emprende una nueva forma de vivir, no una nueva teoría: una nueva
práctica, la práctica evangélica. De ahí que, lo que diferencia a un cristiano del resto no es
una fe: el cristiano se diferencia por su forma de obrar distinta. Él no se enoja ni subestima
a nadie, -prueba de ellos son las palabras dichas por él al malhechor: Entonces Jesús le dijo:
De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso.49

Él no combate a quien le hace daño. El cristiano no combate ni siquiera cuando su vida se


encuentra en peligro: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya.50 Adicionalmente, al rechazar instintivamente todo combate, no se le
ve en los tribunales. La vida y la muerte de Jesús no fueron otra cosa que dicha práctica.

Él, en su relación con Dios, no precisaba de la oración –mucho menos de fórmulas y rituales-
. Ha puesto fin a la enseñanza judía de penitencia y reconciliación porque conoce que
solamente con la práctica uno se percibe, en todo momento, como hijo de Dios, como
celestial y como bendito. En suma, únicamente la práctica evangélica dirige a Dios, ella es
Dios –la contrición y la oración en búsqueda de clemencia, no son senderos hacia él.

El gran pacífico, el hombre dulce y bueno, el ser de instintos débiles, con su ejemplo práctico
de vida, suprimió el judaísmo de los términos fe, salvación por la fe y pecado. Él, con su
mensaje de la “buena nueva” refuta de una vez y para todas, la educación eclesiástica judía:
el instinto profundo de cómo hay que vivir para sentirse “en el cielo”, para sentirse
“eterno”, mientras que con cualquier otra conducta uno no “se siente en el cielo”: ésa es la

49
Lucas 23:43
50
Lucas 22:42

70
única realidad psicológica de la “redención”. –Una nueva forma de vida, no una nueva
fe…51

Jesús apreció como verdades, sólo realidades interiores –todo lo demás, tanto lo natural,
como lo transitorio, lo geográfico y lo histórico, lo apreció como símbolos, como oportunidad
para alegorías y enseñanzas. El concepto de “hijo del hombre” no se refiere a una persona
determinada y tangible, ni tampoco a una realidad peculiar y excepcional sometida a las leyes
del devenir histórico, más bien, a un hecho atemporal -a un signo psicológico desconectado
de la idea de tiempo-.

Sucede lo mismo con el concepto de Dios, con el de “reino de los cielos” y con la “filiación
divina”: nada es menos cristiano que las crudezas eclesiásticas que hablan de un Dios como
persona, de un “reino de Dios” que se avecina, de un “reino de los cielos” situado más allá,
de un “hijo de Dios” segunda persona de la Trinidad. Todo eso es –perdóneseme la
expresión- un puñetazo en el ojo -¡oh, en qué ojo! del evangelio; un cinismo histórico-
mundial en el escarnio del símbolo.52

Con la palabra “hijo” se expone la inserción en el sentimiento de transfiguración de todo (la


bienaventuranza) y con el signo “padre” se accede al sentimiento de eternidad y excelencia.
El “reino de Dios” es una condición del corazón (no es algo ubicado más allá de la tierra o
que haya que aguardar después de la muerte). El “reino de los cielos” no tiene un hoy, ni un
mañana, ni un ayer, no es algo que llegará en cien años –es una vivencia en un corazón.

La noción de muerte natural no forma parte de la “buena nueva”: ella no está presente en esta
concepción porque corresponde a un mundo absolutamente diferente –a un mundo ficticio
que sólo es valioso en tanto que provee símbolos-. La muerte no es un enlace ni un paso. La
“hora de la muerte” no es un concepto evangélico porque conceptos como la “hora, el tiempo
y la vida natural”, son inexistentes para el hombre que lleva el “reino de Dios” en el corazón.

51
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, p. 81.
52
Idem.

71
Jesús de Nazaret murió de la misma manera que vivió, tal como predicó –no para eximir a
los hombres, sino para manifestar cómo se debe vivir. Él transmitió a los hombres la práctica
cristiana: su actitud ante los jueces, ante los verdugos, ante los maltratadores, ante toda
difamación y mofa, su conducta en la cruz.

Él no opone renuencia, no aboga por su derecho, no realiza ninguna acción para alejar de
sí lo más fatal e incluso, lo suscita. Él sufre y ama con quienes y en quienes le causan mal.
Prueba de ello son sus palabras dichas en la cruz al ladrón: tú eres el hijo de Dios, acuérdate
de mí cuando vengas en tu reino –señala el malhechor-. Entonces Jesús le dijo: De cierto te
digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.53 No luchar, no enfadarse, no responsabilizar a
nadie… Al revés, amar al malvado -no ponerle renuencia.

b)Figura nietzscheana de los discípulos de Jesús

Una vez expuesto lo anterior, regresamos a contar la verdadera historia del cristianismo: ya
la palabra “cristianismo” es un malentendido-, en el fondo no ha habido más que un
cristiano y ése murió en la cruz. El “evangelio” murió en la cruz. Lo que a partir de ese
instante se llama “evangelio” era ya la antítesis de lo que él había vivido: una “mala
nueva”, un disangelio.54

Es erróneo ver en la fe o en la redención, el emblema característico de la religión cristiana:


únicamente la práctica cristiana, una vida como la que vivió aquel hombre dulce que
sucumbió en la cruz, es cristiana… No un estimar algo como verdadero, sino un actuar, -en
especial, un no-actuar-mucho, un ser diferente-.

Constreñir el ser-cristiano a un tomar-algo-como-verdadero, o sea, a un estado de conciencia,


implica negar el cristianismo. En realidad, nunca han existido cristianos. Lo que desde hace

53
Lucas 23:42-43
54
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, p. 87.

72
dos milenios designa con el nombre de “cristiano”, es, simplemente, una confusión
psicológica.

No obstante, nuestro filósofo señala que la regla de vida cristiana no es una mera ilusión –así
como tampoco lo es la del budismo-: es una prescripción de plenitud y alegría. Dicha regla,
aun hoy en día, es viable para un puñado de hombres (e incluso, necesaria). El cristianismo
primario, genuino, será, de esta forma, viable en todo momento histórico –particularmente,
en las épocas de decadencia ascendente.

La fatalidad del evangelio se decidió con la muerte, quedó colgada de la “cruz”…55 Sólo
esa muerte inesperada e infame, sólo la cruz –la cual estaba destinada a la muchedumbre, a
los canallas- confrontó a los discípulos de Jesús con el misterio real, a saber, “¿quién fue
nuestro maestro?”, “¿qué fue él?”, “¿por qué justamente tuvo que morir de esa manera?” El
amor de un discípulo no sabe lo que es la suerte o la coincidencia; en él, todo tiene que ser
irremplazable, insustituible: todo tiene que tener un motivo, una explicación, un propósito.

Los discípulos, dolidos, se cuestionaron: “¿quién lo mató?”, “¿quién quería verlo muerto?”,
“¿quién era su oponente?” Contestación: el judaísmo, su estrato superior. A partir de ese
momento, ellos se proclamaron en contra del orden predominante y, consecuentemente,
pensaron a Jesús de Nazaret como alguien que había vivido en contra del mismo orden. Cabe
señalar que, hasta entonces, en la imagen de su maestro no se encontraba incorporado ese
aspecto agresivo y bélico, ese atributo que hace y dice no –más aún, él era lo contrario a todo
ello.

Es claro que la comunidad primitiva cristiana no comprendió lo primordial y lo destacado de


esa forma de morir: la libertad y supremacía sobre toda sensación de resentimiento, -prueba
de lo poco que habían llegado a entender a Jesús. El Nazareno, con su muerte, lo único que
pretendía era dar el testimonio y manifestación más grande y firme de su doctrina; en
cambio, sus discípulos, ofendidos, llenos de rencor, no estaban ni remotamente cerca de

55
Ibidem, p. 89.

73
perdonar la crucifixión de su maestro -lo cual, hubiera sido sumamente evangélico-, aún
menos, de prestarse a una muerte similar, con una tierna y bondadosa serenidad del corazón.

De este modo, fue el sentimiento menos evangélico de todos, la venganza, el que de nuevo se
impuso. Era imposible que, con esa muerte, la causa pudiera haber llegado a su final: se
necesitaba una “reparación”, un “juicio” (-y, sin embargo, ¡qué puede ser menos
56
evangélico que la “reparación”, el “castigo”, el “someter a juicio”.)

Se colocó en primer plano la esperanza común de un mesías: se puso la atención en un


instante de la historia (en un instante espacio-temporal) -el “reino de Dios” se avecina y
cuando esté aquí, enjuiciará a sus opositores. Con eso, todas las enseñanzas proclamadas
por Jesús, han sido malinterpretadas: el “reino de los cielos” como algo prometido, algo
que aún está por llegar, -cuando en realidad, él, nos había enseñado que el evangelio es un
estado, una experiencia y una vivencia del corazón, y, por ende, ya está hallado, ya está ahí,
ya se está dando ahora y aquí.

Los discípulos, además, introdujeron en la figura del maestro todo el desdén y el rencor
contra los fariseos, - ¡aunque, al hacerlo, se hizo de él un fariseo! Por otra parte, su devoción
trastocada no resistió la evangélica igualdad de derechos de todos los hombres a ser criaturas
de Dios instruida por el Nazareno: su revancha implicó enaltecer cada vez más y más a Jesús,
hasta desvincularlo de ellos mismos –igualmente sucedió tiempo atrás con los judíos: por
desquite contra sus adversarios, apartaron de sí a su Dios y lo impulsaron a las alturas. En
resumidas cuentas: el Dios único y el hijo único de Dios como resultados del resentimiento.

Y, a continuación, la comunidad se preguntaba “¿cómo pudo Dios permitir tal muerte?”


Respuesta: Dios entregó a su Hijo para el perdón de los pecados –como víctima-. ¡Qué forma
de enterrar, de una vez y para siempre, el evangelio! ¡La abnegación reparadora! ¡El sacrificio
del no culpable por las faltas de los culpables!

56
Ibidem, p. 90.

74
Jesús de Nazaret había, con su vida, eliminado la noción de “culpa” y también, había
refutado toda distancia entre Dios y el hombre –de hecho, esa unidad entre creador y
criatura, es su “buena nueva”, ¡no un privilegio!-. Pero, de ese momento en adelante,
ingresan gradualmente en el tipo de Jesús, la enseñanza del juicio y del retorno, la enseñanza
de la muerte como muerte-abnegación y la enseñanza de la resurrección, con la cual, queda
sepultada, definitivamente, la idea evangélica de “bienaventuranza”, -en atención a un
estado posterior a la muerte.

Pablo, una de las almas más codiciosas y ansiosas, un espíritu rebosante de engaños y de
ingenio, con aquel descaro propio del rabino, logicizó la “bienaventuranza”: si el Hijo de
Dios no revivió de entre los muertos, nuestra fe es fútil. Así, de un solo movimiento, se hizo
del evangelio el más miserable de todos los juramentos prometidos; así, se dio inicio a la
insolente formulación de la inmortalidad personal –Pablo mismo fue quien la preconizó
como premio.

A la “buena nueva” la sucedió inmediatamente la peor de todas: la de Pablo. En Pablo


cobra cuerpo el tipo antitético del “buen mensajero”, el genio en el odio, en la visión del
odio, en la implacable lógica del odio. ¡Cuántas cosas ha sacrificado al odio este
disevangelista!57 Primordialmente al mensajero de la “buena buena” –al cual, clavó en la
cruz-.

Asimismo, la vida, la práctica, la conducta, la actitud, la enseñanza y el sentido del evangelio


se distorsionaron cuando Pablo comprendió qué era lo único que servía a sus fines: no la
historia efectiva. Entonces, la intuición sacerdotal del judío cometió un delito contra ella:
suprimió el pasado del cristianismo y en su lugar, fabricó una historia del cristianismo
primitivo. Todavía más: falseó la historia de Israel y se la apropió para que compareciera
como el origen de su acción. Posteriormente, la Iglesia tergiversó la historia de la humanidad,
presentándola como el origen del cristianismo primitivo.

57
Ibidem, p. 92.

75
Se sigue que, la figura del Salvador, su ejemplo, su predicación, su propósito, su muerte, aún
el significado de su muerte, no permanecieron siendo similares a la realidad, sino que fueron
distorsionados. Pablo no podía valerse de la vida de Jesús: él necesitaba la cruz y aún más.
Así que, trasladó el centro de gravedad de la vivencia del redentor: lo colocó detrás de ella,
en la mentira del Nazareno “resucitado”.

Lo que él mismo sabía que era falso, creyeron los ignorantes entre los cuales derramó su
palabra: su necesidad era el poder: con Pablo una vez más quiso el sacerdote alcanzar el
poder, -él sólo podía usar conceptos, doctrinas, símbolos con los que se tiraniza a las masas,
con los que se forman rebaños. -¿Qué fue lo único que Mahoma tomó en préstamo más tarde
al cristianismo? El invento de Pablo, su medio de lograr la tiranía sacerdotal, de formar
rebaños: la creencia en la inmortalidad –es decir, la doctrina del “juicio”. 58

De esta manera, Jesús de Nazaret no encarna el origen del cristianismo: él es, únicamente un
medio del que los sacerdotes cristianos se valen para lograr dominar, -ya se vislumbra que el
tipo de Jesús ha sido pervertido desde el inicio…

La humanidad desde el primer contacto comprendió a Jesús de manera viciada. La perversión


en él, no es una situación secundaria que se habría dado tardíamente; antes bien, es previa, -
la biblia, todo el Nuevo Testamento está ya corrompido: los evangelios no tienen precio como
testimonio de la ya incontenible corrupción existente dentro de la primera comunidad. Lo
que Pablo llevó luego hasta el final, con el cinismo lógico de un rabino, no fue, a pesar de
todo, más que el proceso de decadencia que comenzó con la muerte del redentor.59

Pablo entraña el triunfo del judaísmo ortodoxo, la victoria del sacerdote judío sobre el hombre
de corazón suave. En la Biblia se encuentra reflejada la transposición de los judíos mismos a
lo “santo”. A continuación, una muestra de lo que esa gente –en especial Pablo- han puesto
en labios de su maestro: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el espíritu de Dios habita
en vosotros? Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él: pues el templo de

58
Ibidem, pp. 93-94
59
Ibidem, p. 96.

76
Dios es sagrado y ustedes sois ese templo.” (Pablo, 1 Cor. 3,16)60 ¡Qué evangélico hablar
de oponer resistencia, de irritarse, de defenderse, de destruir…!

Por ende, el Nuevo Testamento guarda tanta suciedad que es preciso colocarse guantes
cuando se le lee. No hay en él ningún elemento simpático: nada generoso, honesto, libre,
honrado y sincero. En él, se echan en falta los instintos de limpieza; únicamente instintos
malos hay en el cristianismo: todo ahí es timidez y autoengaño. Tanto así que, todo otro libro
se convierte limpio cuando uno termina de leer el Nuevo Testamento, cuando uno termina de
leer a Pablo.

Los sacerdotes judíos combaten, pero todo lo que ellos combaten, queda, por ese mismo
motivo, destacado. Aquel a quien un cristiano primitivo combate, no queda deshonrado, ni
profanado… Al contrario: es un orgullo tener contra sí a los cristianos primeros.

Uno no lee el Nuevo Testamento sin sentir cierta inclinación hacia lo que ahí es atacado. Que
los primeros cristianos combatieran tanto a los fariseos y escribas, es prueba de que tienen
que haber detentado algún valor para ser aborrecidos de forma tan obscena. Lección: toda
palabra dicha y todo acto efectuado por un primer cristiano es un engaño, una farsa. Al igual,
todos sus valores y objetivos son dañinos. En cambio, aquel a quien ellos desdeñan, aquello
que ellos desdeñan, posee valor.

Ahora bien, ¿en qué consiste el genio de Pablo? En comprender que valiéndose del símbolo
de “Dios en la cruz”, se podía unificar y agrupar en un solo poder todo lo que se hallaba
abajo, todo lo que era clandestinamente rebelde, el acervo de las conspiraciones anarquistas
del imperium romanum: el cristianismo como vía para superar y sumar todo tipo de culto
latente (por ejemplo, los de la Gran Madre, los de Mitra y los de Osiris).

Para ello, Pablo, hizo del Salvador una figura que resultaba comprensible también para los
sacerdotes de las religiones de chandalas anteriormente mencionadas: a la historia de ese
individuo singular, de ese espíritu atormentado, digno de compasión, de ese hombre

60
Ibidem, pp. 100-101.

77
desagradable para los demás y para sí mismo, se debe que la barca del cristianismo arrojara
una buena parte de su lastre judío, que pudiera penetrar en las aguas del paganismo.61

Pablo representa la preponderancia de todas las valoraciones de degradación y descenso en


nombre de Dios. De hecho, Dios, tal como Pablo lo pensó, es el concepto más corrupto de
Dios al que se ha llegado en la historia de la humanidad –es la negación de Dios. El captó
que tenía necesidad de la creencia en la inmortalidad para devaluar “el mundo”, y que, con
el “más allá” y con la idea de “pecado” se sacrifica la vida.

Nuestro filósofo ve en Pablo una doble revuelta: la de los sacerdotes y la de los valores
decadentes, -los sacerdotes conquistan el poder ahí donde la vida declina. Que los sacerdotes
cristianos, que el cristianismo, quiera apropiarse de las almas fuertes y nobles, le parece
inaceptable: lucho contra el cristianismo porque quiere minar a los fuertes, desalentar su
virtud, aprovechar de sus malas horas y de su fatiga, mudar su orgullosa seguridad en
inquietud y en escrúpulos de conciencia; porque se empeña en envenenar y enfermar los
instintos nobles, hasta que su fuerza, su voluntad de poder se vuelva contra sí mismos, hasta
que los fuertes perezcan por exceso de desprecio de sí mismos.62

Por lo tanto, el cristianismo al provocar una tensión en el espíritu, produce un efecto


maravilloso, una repercusión digna de aplaudir: el hombre que logre superar dicha tensión, -
es decir, quien logre superar el cristianismo- se elevará a una altura que, sin él, nunca
hubiéramos avistado: Nietzsche ve en el cristianismo un proceso que tiende a hacer posible
la realización de un tipo de hombre superior. Es una especie de transición por la que el
hombre debe llegar a ser más que hombre. 63

No obstante, existen fenómenos históricos más contundentes que pueden poner fin a dicha
ascensión, situaciones que por esencia apuntan a calmar el espíritu. Ejemplificamos: los
jesuitas, el espíritu de la democracia actual y todo lo que ella se asocia, a saber, liberalismo

61
Friedrich Nietzsche, Aurora. Reflexiones sobre la moral como prejuicio, M.E. Editores, S.L., Madrid, 1994,
p. 73.
62
Karl Jaspers, Nietzsche y el cristianismo, Ed. Leviatán, Buenos Aires, p. 39.
63
Ibidem, p. 42.

78
y socialismo, son fruto de un cristianismo que se ha suavizado, flexibilizado –a pesar de la
forma anticristiana de su actuar-.

En ellos, el cristianismo continúa viviendo: se mantiene a través de convenientes engaños de


origen cristiano, bajo fachadas profanas. Incluso la moral, la filosofía y los ideales
humanitarios modernos, -en especial los ideales que se alzan a favor de la igualdad-, son
ideales cristianos camuflados, enmascarados.

Ellos postulan que debemos asistir a toda clase de impotencia, -en particular, a la debilidad:
cualquier hombre, por el mero hecho de su existencia biológica, tiene la posibilidad de
acceder a todo aquello que únicamente es viable para los hombre nobles y superiores;
cualquier idiota, ajeno al mundo del espíritu, debe aprender lo que únicamente merece el
hombre en el que las ideas tienen una fuente viva; a cada ser humano se le da a creer que
todo es probable para él (consiguientemente, se negará a admitir la crudeza de los elementos
naturales, y del mismo modo, se opondrá a doblegarse ante situaciones que se determinen
fuera de é). Así, esos ideales falsean la vida, falsean todo.

Mediante todas sus mutaciones, los ideales señalados mantienen siempre su carácter falso y
el mismo distanciamiento de la realidad que el cristianismo. Cuando ellos se desarticulan, se
reducen y ulteriormente se disuelven, lo que emerge es el nihilismo: ya no se confía en nada,
ya nada se toma por verdadero, o, al revés, todo se toma por correcto; se pierde el rumbo, se
pierde el origen y el propósito de toda realidad. Fundamentalmente el nihilismo es producto
del cristianismo –y más exactamente, del cristianismo descarriado desde su origen, no del
cristianismo mostrado por Jesús de Nazaret.

Únicamente los espíritus libres, como Nietzsche, han sido capaces de entender algo que
diecinueve siglos han malinterpretado. En este tipo de hombres, la honestidad, evolucionada
en instinto, hace la guerra a toda mentira -en especial, a la “mentira santa”: la Iglesia se ha
edificado sobre el cimiento de la antítesis al evangelio. La humanidad ha estado tumbada de
rodillas ante la antítesis de lo que fue el principio y el propósito del evangelio; además, ha
santificado en la noción de Iglesia, precisamente aquello que el dulce mensajero apreciaba

79
como por debajo y por detrás de sí mismo: esta ha sido la más grande burla histórico-
universal.

Los contemporáneos de nuestro filósofo estaban muy orgullosos de su sentido histórico, más,
¿cómo han podido aceptar el disparate de que al inicio del cristianismo se encuentra la
parábola de un redentor milagroso, y de que, en consecuencia, todo lo espiritual y simbólico
ha sido un desenvolvimiento posterior? A la inversa, la historia del cristianismo – a partir
de la muerte en la cruz- es la historia del mal entendimiento, cada vez más grosero, de un
simbolismo originario.64

A cada expansión del cristianismo sobre masas más extensas y groseras, mayor
desdibujamiento de las premisas de las cuales surgió y, consecuentemente, mayor necesidad
de vulgarizar y barbarizar al cristianismo: éste asimiló dentro de sí, enseñanzas y rituales de
todas las sectas clandestinas habidas en el imperium romanum.

El cristianismo tuvo que volverse tan demente, burdo y tosco, como demente, burdas y toscas
eran las necesidades que él debía sofocar. Él es la insensatez de todos los tipos de razón
corrompida: la propia barbarie desquiciada logra insertarse al poder en cuanto Iglesia, -la
Iglesia es hostil a la honestidad, a la robustez del alma, al rigor espiritual y a todo hombre
que rebosa bondad y sinceridad.

Friedrich Nietzsche sostiene sentir un profundo desprecio a los hombres que le son coetáneos.
Respecto a los hombres del pasado es demasiado condescendiente –no los culpa por sus
trastornos mentales, es decir, por vivir creyendo en el cristianismo-; en oposición, su
sentimiento se transforma cuando se trata de la época moderna porque ella ya está enterada:
lo que anteriormente era sólo un padecimiento, una perturbación, hoy en día es algo
indecente, es indecoroso y repugnante, ser cristiano en la actualidad.

Cualquier declaración que hace el sacerdote, no sólo está equivocada, sino que es mentira: él
ya no está exento de mentir alegando inocencia o desconocimiento. Toda la humanidad sabe,

64
Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, p. 84.

80
incluyéndolos, que ya no existe un Dios, ni un redentor, ni la voluntad libre, ni el orden moral
del mundo, ni un pecador: toda la humanidad sabe que todo ello es mentira (nadie puede no
saberlo hoy en día.)

Todos los conceptos inventados por la Iglesia, se identifican hoy como lo que son, como el
más perverso maleficio existente, efectuado con el propósito de desvalorizar la naturaleza;
de hecho, el mismo sacerdote se descubre identificado como la clase más más nociva de
plaga, como el auténtico vampiro de la vida.

Las nociones de alma, inmortalidad del alma, juicio final y más allá, ideadas por los
sacerdotes, son mecanismo de sufrimiento, son sistemas de maltrato a través de los cuales, él
llegó a ser señor –y se mantuvo o, mejor dicho, se mantiene, siéndolo. Toda la humanidad
actual es consciente, está enterada de ello; aún así, todo permanece igual que antes.

c)¿Seguimiento o desviación?

Los discípulos, en lugar de promover la auténtica actitud cristiana vivida por Jesús, forjaron
una nueva imagen de él: la del aficionado entusiasta, la del combatiente que declara la guerra
a los sacerdotes y teólogos judíos (cuando, en realidad, él enseñaba la no-resistencia
ilimitada).

Posteriormente, esa perversión es exacerbada con la representación que Pablo postula de


Jesús, -la figura del Salvador, del Redentor-, y, con la introducción de las doctrinas de la
resurrección, la inmortalidad personal y la del juicio final como criterios de fe (doctrinas las
cuales eran totalmente ajenas a Jesús).

Pablo, el odio vuelto carne, el odio vuelto genio, el judío por antonomasia, convirtió la
práctica vital del corazón apacible en una Iglesia con sacerdotes, milagros, y con una lógica
de premios y castigos. Sin embargo, Jesús de Nazaret, tal como Nietzsche lo percibe, no es
creador de ninguna Iglesia, -a la inversa, es la negación rotunda de toda forma de

81
organización: el afirma sólo la buena nueva, el evangelio de la calma, de la tranquilidad
interna, de la ternura.

Jesús representa una nueva forma de vida; él rechaza el orden jerárquico del judaísmo, así
como, toda determinación u organización de la vida en general; él supone la vuelta más
grande hacia la interioridad del corazón, la cual, implica, que no necesita de ninguna
organización porque lleva dentro de sí el reino de Dios. En resumidas cuentas: la segunda
desviación de la “buena nueva” consiste en que mientras el Nazareno encarnaba una forma
de vida, lo que ahora se edificaba era una forma de organización, una Iglesia, una creencia.

Ahora bien, si tanto Jesús como los cristianos son seres enfermos, decadentes ¿qué es lo que
los distingue? Solución: lo que los hace diferentes es la repercusión para la vida de las
diversas maneras de encargarse de su ser decadente. En el caso del cristianismo, la vida es
menospreciada de sobremanera por el resentimiento propio de todos los hombres frustrados,
desamparados, miserables y mediocres –pues, recordemos que Nietzsche declara que el
resentimiento, producto de la imposibilidad, de la insuficiencia, puede, bajo la acción de la
voluntad de poder, llegar a ser fundador de valores, ideales y representaciones.

La decadencia de Jesús es pasiva e inoperante; la decadencia de los cristianos es reactiva y


enérgica: Jesús es un hombre de voluntad de poder descendente pero debilitada, mientras
que el cristiano posterior participa de una voluntad de poder descendente pero fuerte, de
energía suficiente como para descender cada vez más por la pendiente de la destrucción. 65
Esto nos demuestra que las dos desviaciones proceden del resentimiento.

Creer que ser cristiano es ceñirse a un credo, es no haber entendido el evangelio. A decir
verdad, lo que ahora entendemos como cristianismo, debe mucho más a Pablo que a Jesús de
Nazaret: sin este tormentoso y turbado espíritu, sin un alma así, no existiría el mundo

65
Elvira Burgos, “Jesús y “El Crucificado” en la filosofía de Nietzsche” en Daimon Revista Internacional de
Filosofía, Universidad de Murcia, Número 6, 1993, p. 82
Consultado: 07/XI/2021 https://revistas.um.es/daimon/article/view/12391

82
cristiano; apenas habríamos oído hablar de una oscura secta judía cuyo cabeza murió
crucificado.66

Se ve, que Friedrich Nietzsche contrasta y no sólo contrasta –sino que demarca- la figura de
Jesús con la del fundador de la Iglesia, Pablo. Consiguiente, es comprensible que para él, las
palabras “cristiano” y “anticristiano” tengan un sentido fluctuante: si considera a Jesús como
“cristiano”, entonces, la comunidad cristiana primera y la Iglesia que Pabló edificó
posteriormente, serán drásticamente “anticristianas” y viceversa. Aún así, él usualmente
comprende por “cristianismo” el de los discípulos y de la Iglesia.

Jesús de Nazaret con su práctica vital, habría puesto fin a la enseñanza judía de la penitencia
y la reconciliación, pero ese camino se vio interrumpido y desviado primariamente por sus
discípulos y secundariamente por Pablo… Jesús es más bien el anticristiano por excelencia:
La Iglesia es exactamente aquello contra lo que predicó Jesús y contra lo que enseñó a
luchar a sus discípulos.67

En definitiva: Nietzsche, marca una nítida diferencia entre el evangelio preconizado por Jesús
y la doctrina cristiana siguiente. Él separa a Jesús de lo que ha sido el cristianismo, por ello,
aunque critique severamente a este último, su crítica no llega a la figura del primero: de
hecho, Jesús es un instrumento muy valioso en el combate nietzscheano contra el
cristianismo.

66
Friedrich Nietzsche, Aurora. Reflexiones sobre la moral como prejuicio, p. 73.
67
Eusebi Colomer, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger III, Ed. Herder, Barcelona, 1990, p. 326.

83
CONCLUSIONES

Con Friedrich Nietzsche abrí la investigación sobre el origen y el fundador del cristianismo.
En vistas a ello, dividimos el trabajo en tres secciones: iniciamos interrogándonos acerca del
problema del valor de la moral y el origen de los valores. Descubrimos que el pathos de la
distancia es el engendrador de la antítesis bueno-malo, que, posteriormente, degenera en
egoísta-no egoísta.

Mostramos que los sacerdotes encarnan el espíritu de resentimiento y que son los herederos
del pueblo judío. El pueblo judío ha llevado a cabo la transvaloración de los valores y con
eso, han inaugurado la rebelión de los esclavos. A la debilidad, a los sentimientos equitativos
e igualitarios, los han convertido en virtud. Además, se han apropiado del ideal ascético: de
una actitud hostil a la vida. Él, ha inventado la noción de “pecado” y “culpa” y ha brindado
un sentido al sufrimiento de los hombres: en eso ha consistido su genialidad.

Señalamos que la crueldad es constitutiva de los seres humanos: el placer de ver y causar
sufrimiento es esencial, es su naturaleza. Sin embargo, con la moralización, nació la mala
conciencia: el sufrimiento del hombre por sí mismo.

A través de la exposición de la voluntad de autotortura en el hombre, desentrañamos que


todos los ideales habidos en la tierra hasta el día de hoy han enseñado que la naturaleza del
hombre es mala.

Proseguimos, en el segundo capítulo, analizando la crítica que Nietzsche realiza contra los
sacerdotes y contra el cristianismo: los sacerdotes se valen del concepto de Dios con la
finalidad de conservar e incrementar su poder. El cristianismo desnaturaliza la naturaleza:
hace de todo valor, un no-valor: enseña a despreciar el cuerpo, las pasiones y la tierra. Él
difunde la creencia en un orden moral del mundo. Asimismo, le vuelve soportable la vida a
los hombres que sufren, a los miserables.

84
Explicamos cómo y por qué el concepto cristiano de Dios es el concepto de Dios más
degenerado al que se ha llegado: Dios como la antítesis de la naturaleza y la vida.
Contestamos a las preguntas: ¿por qué la fe cristiana es contraria a toda duda? ¿por qué es
ella adversa a la ciencia, a la razón?

Y, finalmente, para cerrar esta sección del trabajo, presentamos la prueba de placer como
prueba de verdad –postulada por el cristianismo- y, la intención de destrucción en la mentira
de los sacerdotes.

Luego, nos preguntábamos: de acuerdo con Nietzsche, ¿quién fue Jesús? Él no es un hombre
agresivo o violento: le resultan ajenas las nociones de culpa, castigo, premio, penitencia y
pecado. Jesús es el evangelio viviente del amor –un amor que no excluye ni condiciona-. La
fe que él suscita no da pruebas de sí misma y no permite ser formulada. Jesús es extraño a
toda religión. Él enseña la “buena nueva”, es decir, una nueva forma de vivir para sentirse en
el cielo: una nueva práctica, no una nueva teoría.

No obstante, pusimos de manifiesto cómo sus discípulos redujeron y falsearon la figura de


Jesús al introducir en él las nociones de venganza, juicio, rencor, sacrificio y culpa.
Planteamos que es obra de ellos el haber elevado a Jesús a las alturas –convirtiéndolo en
Dios-. Después, formulamos que fue Pablo quien llevó a sus últimas consecuencias el proceso
de desviación y corrupción iniciado por los discípulos de Jesús: con la doctrina de la
inmortalidad, la noción del “más allá” y de “pecado”.

Así, concluimos que, Jesús no fue el fundador del cristianismo, más bien, fue sólo un medio
del que los sacerdotes se valieron –y se siguen valiendo- para dominar. Es equivocado ver en
la Iglesia o en alguno de sus procedimientos un hecho de Jesús: sólo una vida como la que él
vivió es cristiana.

Según Friedrich Nietzsche lo que nosotros conocemos como cristianismo debe su génesis –
y su supervivencia a lo largo de los años- a Pablo, no a Jesús. Jesús con su práctica vital
procuró poner fin a la doctrina judía de reconciliación y penitencia, pero ese camino se vio

85
detenido y corrompido, en primer lugar, por sus discípulos y, en segundo lugar, por Pablo.
Abrimos, pues, de esa forma, la posibilidad de pensar en Jesús como en el anticristiano por
excelencia. He aquí la respuesta a la pregunta inicial: conforme a la interpretación
nietzscheana, ¿se da una desviación de la doctrina de Jesús en sus discípulos y
secundariamente y por consecuencia en los sacerdotes?

En cuanto a la premisa que postulaba al inicio de este ensayo, a saber, ¿Jesús es el fundador
del cristianismo o este es producto de un falseamiento posterior? Respondo: aunque mucha
gente pueda considerarlo como verdadero, Nietzsche asevera que ello es falso: tras haber
recorrido un largo camino, topamos con que el cristianismo ha alterado la imagen de Jesús
hasta convertirlo en la antítesis de lo que en realidad fue: la desviación de Jesús fue una
desviación originaria, -desde el primer momento los hombres lo asimilaron de manera
corrompida.

¿Qué se deja ver aquí? Que la experiencia que Nietzsche rescata de Pablo de la figura de
Jesús y la propia, difieren. Nietzsche nos está diciendo que si quitamos el filtro de Pablo al
ver a Jesús, podemos ver a otro Jesús. Pablo, visto a los ojos de Nietzsche, nos presenta un
Jesús castigador y rencoroso, fundador de una iglesia basada en una lógica de castigo,
recompensa y culpa, mientras que, para nuestro autor, a sus ojos, Jesús es más bien una figura
que encarna el amor.

En suma, si cada individuo, como creyente, lleva a cabo su apropiación de Jesús, de su


doctrina, de la teología católica, cabe la posibilidad de que así como existan aciertos, también
desviaciones o corrupciones, -que en este caso, para mi, serían las enseñanzas de los
sacerdotes y religiosas con los que tuve cercanía porque la experiencia de Dios leía desde mi
experiencia me dice que este no denigra a ninguna persona por ningún motivo, sino que antes
bien, pregona el amor y la aceptación.

Todavía en el 2010 (o tal vez hasta la fecha), se invalidaba a las personas homosexuales
basándose en la legitimidad espiritual que proviene de verdades bíblicas. ¿Y si Jesús puso de
manifiesto, con su vida, que si bien las normas legales bíblicas son relevantes, las necesidades

86
humanas son mucho más relevantes? ¿Y si el relato de vida de Jesús demuestra que siempre
optó por la compasión sobre la adhesión rigurosa a las regulaciones bíblicas? ¿Y si Jesús nos
enseña un acercamiento más compasivo hacia todos los seres humanos: sin exclusiones, sin
diferencias?

Lección: contrario a lo que Nietzsche postula, la Biblia no debe considerarse como una fuente
directa de autoridad, ni de mandatos morales, sino que esta ha de servir como un vehículo de
la experiencia de Dios: aunque la Biblia diga ¿O no sabéis que los injustos no heredarán el
reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idolatras, ni los adúlteros, ni los
afeminados, ni los homosexuales,68 no por eso Dios y uno mismo en su actuar diario, va a
excluir o a discriminar a alguien por su orientación sexual porque el amor proclamado por
Jesús en vida es mucho más grande que todos estos calificativos. El amor debería pesar más
que todo: el creyente deberá reflexionar sobre las Escrituras, sobre qué de ellas coincide con
el mandato de Jesús del amor.

Entonces, ¿por qué pese a lo expuesto, sigue habiendo sacerdotes empeñados en emparejar
el concepto de Jesús con el de culpa, pecado, penitencia y sacrificio? Si le damos el benéfico
de la duda a la auténtica Iglesia Católica (a la teología de la iglesia católica) y ella se proclama
más a favor de la interpretación nietzscheana de Jesús, o sea, más ligada con el amor que con
las nociones anteriormente mencionadas, de todos modos se abre una crítica ¿por qué no
todos los sacerdotes se preparan bien? ¿por qué no hacen una buena lectura del catecismo de
la iglesia católica? ¿por qué unos van pregonando amor y otros culpa? ¿por qué me enseñaron
lo que me enseñaron?

Si bien es cierto que no porque un sacerdote a mi me haya dicho que el cuerpo es impuro, la
Iglesia sostiene eso; sin embargo, es cierto que ellos, que esos sacerdotes, siguen siendo
miembros de la Iglesia. Si bien es cierto que no porque algunos sacerdotes sean corruptos o
pederastas, todos lo son. También es cierto que ellos son miembros de la Iglesia.

68
Corintios 6:9

87
Desde mi experiencia, desde lo que yo viví y a mi me instruyeron, yo encontré en Nietzsche
algo provechoso para todas las personas a las que al igual que a mi, nos enseñaron este tipo
de catolicismo: encuentro que si el auténtico cristiano murió en la cruz y si lo que conocemos
ahora como cristianismo no es más que una desviación de él, si Jesús era sólo un hombre que
pretendió dar un ejemplo de vida, si el cristianismo que acoge las nociones de culpa, pecado,
penitencia, sacrificio, fue obra de los discípulos, es decir, si se desenmascara y se vuelve a
sus orígenes, entonces, el hombre se descubrirá libre y reconciliado consigo mismo.

¿Por qué implicaría una liberación? Porque ahora sabemos que todos los conceptos que el
cristianismo actual usa para torturar psíquicamente a los creyentes son obra de hombres
posteriores a él. Jesús no dice que hagamos penitencias y sacrificios; nos dice que amemos
al prójimo. Si algunos agentes eclesiales siguen enseñando el primer aspecto en lugar del
segundo, es señal de que muchos de ellos, durante muchos años se han equivocado, han
puesto el acento en el aspecto equivocado del cristianismo.

Nietzsche para mí, con su lectura, abre la posibilidad a otra versión del cristianismo.
Entonces, ¿qué tal que una versión o visión del cristianismo es posible? O ¿qué tal que un
retorno a la verdadera teología de la iglesia católica es posible? O ¿qué tal un intento por
adaptar la teología de la iglesia cristiana al mundo de hoy? ¿qué modo de cristianismo es
posible hoy?

No es que los creyentes vivan un “cristianismo cómodo” si no cumplen con todos los
preceptos de la Iglesia, es que el cristianismo desviado va contra la naturaleza misma del
hombre. El cristianismo ha enseñado a sentir una aversión a todo lo humano, en especial, a
los sentidos, a las sensaciones, al cuerpo y a las pasiones. Al desvelar el trasfondo de dicha
desviación o mal entendimiento del cristianismo, el hombre podrá reconciliarse consigo
mismo. Sabrá, desde este momento en adelante, que no es que algo sea malo o impuro en él,
no es que su naturaleza, sus instintos, su sexualidad sea mala –es que los sacerdotes se han
empeñado en hacérselo creer así.

88
El problema que hemos tratado a lo largo de este ensayo, lejos de ser un asunto nuevo, ha
sido ya abordado por numerosos filósofos. Esta es sólo una respuesta entre muchas otras
posibles. Una objeción a mi trabajo podría ser: el cristianismo que Nietzsche crítica y sobre
el que habla, es sólo una versión del cristianismo. Si, puede ser cierto, pero también es cierto
que dicha critica sigue resultando válida en la actualidad porque aún hoy en día, en algunas
escuelas, en algunos templos, se sigue enseñando el mismo tipo de cristianismo que hace
muchos años Nietzsche recibió.

Siendo así, se deja ver que otra visión, otro tipo y otra concepción del cristianismo es factible,
-que el cristianismo que me enseñaron sea el emparentado con las nociones de culpa, pecado,
sacrificio, castigo, no quiere decir que sea el único. Probablemente hay un tipo de
cristianismo antitético a este, el cual pregone el amor incondicional –y el cual,
consecuentemente, se encuentre más próximo al ejemplo práctico de la vida de Jesús de
Nazaret.

Evidentemente este trabajo no agota todo lo que se puede decir acerca del cristianismo, de
Pablo o de Jesús. Quedan varios asuntos pendientes por profundizar. En primer lugar, la
distinción entre los dioses griegos y el Dios cristiano: ¿cómo se pasó del politeísmo al
monoteísmo? ¿Cómo se pasó de dioses cercanos a los hombres a un Dios lejano, incapaz de
escuchar y de comunicar con claridad su mensaje a los hombres? En concordancia con ello,
queda por hacer un análisis más profundo sobre todo de la figura de Dionisos: ¿cómo era
pensado en la Grecia Antigua, así como, cómo es propuesto por Nietzsche?. Si el Dios
cristiano ha sido eliminado, ha muerto, ¿es Dionisos la propuesta de Dios de Nietzsche?

Otra línea de investigación que encuentro pendiente es una comparativa más exhaustiva entre
el budismo y el cristianismo, entre la figura de Buda y de Jesús: ¿hasta qué punto se acercan
o se demarcan estas dos religiones, una teísta y otra no? Y, por último, considero que también
sería muy interesante ahondar en el papel que el miedo ha jugado en los sacerdotes: ¿es el
miedo el que los ha motivado a descalificar el cuerpo, las pasiones y la sexualidad? ¿Ha sido
el miedo el fundamento del actuar de los sacerdotes?

89
FUENTES DOCUMENTALES

• Burgos, Elvira, “Jesús y “El Crucificado” en la filosofía de Nietzsche” en Daimon


Revista Internacional de Filosofía, Universidad de Murcia, Número 6, 1993, p. 82
Consultado: 07/XI/2021 https://revistas.um.es/daimon/article/view/12391
• Colomer, Eusebi, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger III, Ed. Herder,
Barcelona, 1990.
• Delumeau Jean, El miedo en Occidente. Una ciudad sitiada (Siglos XIV-XVIII), tr.
Mauricio Armiño, Taurus, Madrid, 1989.
• Fink, Eugene, La filosofía de Nietzsche, Alianza, Madrid, 1996.
• Jaspers, Karl, Nietzsche y el cristianismo, Ed. Leviatán, Buenos Aires,
• Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie,
Alianza, Madrid, 2019.
• Nietzsche, Friedrich, Aurora. Reflexiones sobre la moral como prejuicio, M.E.
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• Nietzsche, Friedrich, Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo,
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• Nietzsche, Friedrich, Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es, Alianza, Madrid,
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• Nietzsche, Friedrich, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, Alianza,
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Madrid, 2005.
• Nietzsche, Friedrich, Más allá del bien y del mal: preludio de una filosofía del futuro,
Alianza, Madrid, 2007.
• Rev. Minner, Jeff y Connoley, John Tyler, Dios nos ha hecho libres, Found Pearl
Press.

90

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