601 R 04 Tarascos
601 R 04 Tarascos
601 R 04 Tarascos
Cuiripu
Cuerpo y persona entre los antiguos p'urhépecha de
Michoacán
Roberto Martínez González (autor)
México
Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas
Cuadros e imágenes
(Serie Culturas Mesoamericanas 6)
141
2 Corona Núñez, “Esquema de deidades de los tarascos antiguos”, p. 139-145; Mitología tarasca. “La
religión de los tarascos”, p. 369-408.
3 Faugère, “Le cerf chez les anciens P’urhépecha du Michoacan”, p. 125-126. Véanse también Ávila
García, sobre el agua y las nubes, y Pereira sobre los nombres de los sacerdotes antiguos. Patricia
Ávila García, “La mitología p’urhépecha y la estrategia sociocultural de uso y manejo ecológico del
agua. El caso de la Meseta P’urhépecha”, Estudios Michoacanos vi, Víctor Gabriel Muro (coord.),
Zamora, El Colegio de Michoacán, p. 41-81; Pereira, “El sacrificio humano en el Michoacán antiguo”,
p. 247-272.
4 Monzón, comunicación personal, 2011; Villar Morgan, comunicación personal, 2011.
5 Véase, por ejemplo, Simone Ricciatti, Tatei Kie. Indagine antropologica sol popolo Huichol de la Sie-
rra Madre Occidentale, Roma, Collana, 2007, p. 78.
6 No carece de interés subrayar que, muchas veces, fueron los historiadores indígenas quienes se
opusieron a las equivalencias fáciles entre dioses tarascos y aztecas.
7 Helen Pollard Perlstein, “La construcción de ideología en el surgimiento del estado tarasco prehis-
pánico”, en El Michoacán antiguo, Brigitte Boehm (coord.), Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994,
p. 224.
8 Véanse, por ejemplo, Francisco Hurtado Mendoza, La religión prehispánica de los purépechas y José
Ricardo Aguilar González, Tzintzuntzan irechequa. Política y sociedad en el estado tarasco, tesis de li-
cenciatura en historia, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2005. Aunque
por lo regular se acepta que, al menos, los nombres sí derivan de deidades indígenas, no falta quien
haya puesto en duda la autenticidad de los datos presentados por la Relación de Michoacán. Ramírez,
por ejemplo, llega al extremo de afirmar que, salvo Curicaueri y Cueráuaperi, “los demás dioses que
figuran en la Relación de Michoacán fueron inventados por los frailes y cronistas españoles”. Félix
Ramírez, Ireti Khatape. Ensayo de una interpretación de la Relación de Michoacán. Personajes y dioses
michoacanos, México, Ed. Casa Ramírez, 1956, p. 23.
9 Monzón, “Los principales dioses tarascos…”, p. 135-168.
10 Espejel Carbajal, La justicia y el fuego.
11 La división en estos conjuntos de deidades ya había sido previamente notada por Claudia Espejel,
“La religión de los tarascos a través de la Relación de Michoacán”, en Las sociedades complejas del oc-
cidente de México en el mundo mesoamericano. Homenaje al Dr. Phil C. Weigand, Eduardo Williams,
Lorenza López y Rodrigo Esparza (eds.), Zamora, El Colegio de Michoacán, 2009, p. 255-270. Inclu-
so, en lo tocante a los indígenas contemporáneos, Nuño Gutiérrez explica que “la ubicación del sol
establece dos espacios: el arriba en contraposición con el abajo”. María Rosa Nuño Gutiérrez, “La
relación naturaleza-cultura en una comunidad purépecha a través de sus expresiones orales”, en Na-
turaleza y cultura en cinco zonas rurales, Luisa Paré y Martha Judith Sánchez (coords.), México, Plaza
y Valdés-unam, 1996, p. 62.
El mismo uso del término “dios” por parte de los cronistas parece de por sí sig-
nificativo, pues no es anodino que en lugar de usar “demonio” la mayoría de los
cronistas michoacanos del siglo xvi haya optado por un apelativo similar al que
acordaban a su propia deidad.
Todavía existen dudas acerca del origen exacto del término castellano “dios”;
tanto es posible que derive del latín deus como que provenga directamente de los
vocablos griegos Zeus, dios o theos.12 Cualquiera que sea el caso, la acepción cristia-
na refiere a una entidad generalmente inmaterial que, encontrándose en el origen
de todo lo existente, vela por el bienestar de los hombres procurándoles, al mismo
tiempo, un destino tánico acorde a su comportamiento moral en la tierra.13 Al con-
frontarse con datos etnográficos de diversas partes del mundo, los investigadores se
dieron cuenta de que una buena parte de tales características estaba ausente en las
deidades de pueblos exóticos, y, por consiguiente, la academia optó por definiciones
sumamente vagas que sólo ponen en relieve aspectos generales como la trascenden-
cia, su capacidad creadora y el ser objeto de culto por parte de los hombres.14
Algunas de las cualidades de la deidad cristiana están efectivamente presentes
en los dioses tarascos, pero existen otras características que más bien parecieran
acercarlos a los hombres comunes.
Parece dudoso, en primer sitio, que los númenes tarascos hayan sido etéreos,
invisibles o eternos pues, además de poder tocar a los hombres, el mito recogido
por el padre Ramírez explica que los árboles y las plantas fueron creados para que
las deidades se pudieran ocultar durante sus visitas a la tierra.15 Es claro que, en
la mayoría de los casos, los dioses están dotados de un cuerpo similar al humano
pues, además de contar con una apariencia antropomorfa –tal como se atestigua
en las pocas láminas de la Relación de Michoacán que ilustran divinidades– sabemos
que al menos eran capaces de sangrar, caminar, llorar, comer, beber, vestir y dor-
mir.16 Las deidades están sexuadas, las hay masculinas y femeninas, copulan, con-
ciben y paren, prácticamente del mismo modo que los hombres; esto resulta por
demás explícito en el mito de Cupanzieeri quien dejó a su mujer embarazada de
Siratatapezi y en el mismo nombre de Cueráuaperi “la que pare con dificultad” se
hace evidente esta capacidad.17 Así, hay dioses que nacen, crecen y envejecen –o
se presentan como viejos– tal como lo haría cualquier otro ser vivo.18 Y, aunque
todavía es difícil estimar la seriedad de tal afirmación, no podemos ignorar que,
en opinión del mismo Ramírez, las divinidades “eran hombres principales entre
ellos, que se avían señalado mucho; a los cuales les hacía el demonio adorar, des-
pués de muertos, apareciéndoseles en muchas figuras”.19 Al menos es claro que
los relatos de muerte de Cupanzieeri y Achuri hirepe tienen muy poco que ver
con la cosmovisión cristiana.20
27 Alcalá, Relación…, f. 38v 63v, 64, 67v, 77, 82, 118, 126, 135.
28 Recuérdese que también se llegó a suponer que los conquistadores se alimentaban de oro y que,
por ello, lo solicitaban con tanta insistencia. Véase Alcalá, Relación…, f. 50, 52v.
29 Marie-Noëlle Chamoux, “Persona, animacidad, fuerza”, en Saúl Millán, “Hacia una mitología me-
nor: introducción al animismo nahua”, mecanuscrito del autor, 2009. Véase también Sybille De Pury
Toumi, Sur les traces des indiens nahuatl, mot a mot, París, Éditions La Pensée Sauvage, 1992, p. 107-146.
30 Alcalá, Relación…, f. 131v.
31 Véase el capítulo “Los orígenes de los tarascos”. La única posible excepción concierne a los espa-
ñoles, pues estos son mencionados como “invencibles hijos del sol”. El único detalle es que, al parecer,
éstos también fueron vistos como dioses en un momento dado. Herrera Tordesillas, Historia general
de los hechos de los castellanos…, v. vi, decena 3, p. 285.
32 Genaro Zalpa Ramírez, “La mitología del agua en la Meseta Purépecha (Michoacán)”, Revista de
literaturas populares, 2002, n. 1, p. 113; Acevedo Barba et al., Mitos de la Meseta Tarasca…, p. 99.
un río; todos estos espacios son inhabitables para los humanos o requieren ser
transformados para posibilitar el asentamiento.33 El monte es el único de dichos
espacios en el que puede incursionar una persona viva y, como ya hemos visto,
tales espacios suelen permitir el encuentro con las divinidades, sin embargo, la
incursión en él también supone hoy una serie de peligros que pueden incluso des-
embocar en la muerte.34
De hecho, el hombre común de la actualidad es tan ajeno a tales lugares que para
evitar percances debe anunciar su presencia con un silbido o grito particular. El
hecho de que un pretendiente anuncie su llegada a la morada de la amada del mis-
mo modo sugiere que la relación del hombre con el monte es semejante a la que
mantiene con su futura familia política.35 Así pareciera ser que para los p’urhépecha
los seres del cerro aparecen como una suerte de alteridad a la que es posible tener
acceso sólo si se siguen pautas de comportamiento especiales.
También contamos con claras evidencias de que, ocasionalmente, los dioses
podían figurar bajo formas muy distintas de la humana. Tenemos menciones de
ídolos en forma de perro o mono, lagarto, pez, león, armadillo y, por supuesto,
coyote.36 La Relación de Michoacán nos dice que Curicaueri se presentó ante la
manceba del señor de Ucareo bajo la forma de un águila blanca con una verruga en
la frente, que un pescador fue raptado por un dios caimán y que los dioses del cie-
lo se podían manifestar como aves de rapiña.37 Es el mismo caso de los diablos que,
según el Códice Plancarte, asistían a Vacuxen en forma de águilas, serpientes y lo-
bos.38 Al menos en el caso de Curicaueri parece claro que la adopción de una apa-
33 Alcalá, Relación…, f. 10, 14v, 38v-39, 63v, 65, 79v. Ramírez, “Relación sobre la residencia…”, p. 360.
34 La literatura oral contemporánea está llena de relatos de personajes que enferman, se pierden o
mueren a consecuencia del encuentro con seres como los sumbatsi o la miringua. La creencia antigua
en esta clase de personajes se atestigua en los diccionarios del siglo xvi. Diccionario grande…, v. ii,
p. 337-338; Gilberti, Diccionario…, p. 511. Véase también Motte-Florac, “Santos, humores y tiem-
po…”, p. 194; Cárdenas Fernández, Los cuentos en lengua p’orhé…, p. 144, 375; Gallardo Ruiz, He-
chicería, cosmovisión y costumbre…, p. 117, 147-148; Nuño Gutiérrez, “La relación naturaleza-cultura
en una comunidad purépecha…”, p. 50-52.
35 Miguel Monje, comunicación personal, 2008. En trabajo de campo por Erongarícuaro, Michoacán;
Ramírez Herrera, La vida cotidiana de las mujeres purhépecha de Cherán, p. 59.
36 “Relación de Cuiseo de la Laguna”, en Relaciones geográficas…, p. 82. Beaumont, Crónica de Mi-
choacán, v. ii, p. 46; León, Los tarascos…, p. 184-185; Proceso, tormento y muerte del Cazonzi…, p. 26;
Rojas González, “Los tarascos en la época colonial”, en Los tarascos: monografía histórica, etnográfica
y económica, Lucio Mendieta y Núñez (dir.), México, Imprenta Universitaria, 1940, p. 86.
37 Alcalá , Relación…, f. 17, 36v, 38v.
38 Códice Plancarte, p. 14. Hemos dicho en un trabajo preliminar que, aunque no es posible determi-
nar con certitud si existió o no un nahualismo p’urhépecha, encontramos una serie de nociones que
sugieren la existencia de elementos nahuálicos en su cultura. Véase Roberto Martínez González, 2009a,
riencia zoomorfa no eclipsa totalmente sus capacidades humanas, pues el texto nos
dice que él podía hablar aún cuando apareciera como ave.39 Otra de las formas que
podían adoptar las divinidades es la de piedras: contamos, por un lado, con la ya
citada forma de núcleo de obsidiana del bulto de Curicaueri y, por el otro, la pre-
sencia de los dioses chichimecas en las peñas que servirían de asiento al templo de
Pátzcuaro. En este último caso, el hecho de que se reconozca a las deidades en rocas
“como ídolos por labrar” sugiere que el dios se encuentra en la piedra aún antes de
que ésta se convierta en escultura.40
Es cierto que también se atribuían cualidades metamórficas a algunos hombres
especiales: “Horadábanse las orejas; echábanse en ríos hondos y estábanse allí me-
tidos, decían que de allí salían valientes, unos hechos tigres, otros leones y, otros,
lagartos, y otros culebras, y que en efecto se transformaban estas figuras como en
España las brujas”.41 La diferencia radica en el hecho de que, para los dioses, tomar
una forma diferente no necesariamente implica renunciar a todas las anteriores; un
numen puede, por ejemplo, ser bulto sagrado sobre la tierra y antropomorfo en el
cielo. De modo que, más que su carácter multiforme, lo propiamente divino es la
multilocalidad.42 Es, posiblemente, con relación a este mismo tipo de cualidades
que los seres sobrenaturales pueden introducirse en el cuerpo de un humano y
controlar sus acciones a voluntad.43
Gestión de la sobrenaturaleza
ritualistas.56 Es por ello que, para entender sus funciones, aquí hemos preferido
partir de una descripción genérica de sus prácticas y atributos.
Ninguna crónica explica el origen del sacerdocio, mas el hecho de que en la
“Relación de Ajuchitlan” se califique al hombre que sobrevivió al diluvio que an-
tecedió a la era actual como teopixqui tiende a señalar que dichas funciones existie-
ron desde el origen de la humanidad.57 En la Relación de Michoacán parece claro
que los chichimecas ya tenían sacerdotes antes de asentarse en la cuenca de Pátz-
cuaro y, en ese sentido, pareciera ser que aunque el sacrificio humano se adquiere
tras el contacto con los autóctonos, la función sacerdotal estaba de antemano pre-
sente en ambos grupos.58
Tampoco poseemos datos precisos sobre la forma en que los sacerdotes tarascos
adquirían su cargo, pero ninguna de las fuentes disponibles sugiere la existencia de
escuelas especializadas semejantes al Calmecac mexica.59 La Relación de Michoacán
dice que “veníanles por linaje estos oficios”; el problema es que, en otros pasajes
de la misma fuente, queda en claro que algunos de tales ministros podían obtener
su condición por designación de un gobernante.60 Esto parece más o menos con-
cordar con lo descrito por la “Relación de Cuiseo de la Laguna” donde se anota
que tales ritualistas “eran elegidos de los principales y por voto del pueblo. Y les
duraba el cargo un año, después de lo cual se casaban a su modo”.61 Es entonces
probable que los sacerdotes fueran electos por el señor o el común de la población
siempre y cuando pertenecieran a una estirpe o grupo social específico. Lo relevan-
te aquí es que tales personajes son seleccionados por los seres humanos, no por la
deidad, y, al menos en el caso de los chichimecas convertidos en ritualistas por un
señor isleño, parece claro que la elección deriva de su mayor proximidad a la deidad
patrona de su grupo de origen –en este caso, Curicaueri.
Más allá del petámuti, como cabeza de la Iglesia, y la existencia de un “sacerdo-
te mayor” en cada templo, carecemos de datos precisos sobre la estructura jerár-
cio de sangre entre los hombres y los dioses, esta clase de prácticas más bien pare-
cería tener una intención propiciatoria y, en ese sentido, la ofrenda sería más una
parte del proceso de petición que un contradon.
Obviamente también el sacrificio, ejercicio sacerdotal por excelencia, se encon-
traba dentro del rango de acción de los ritualistas tarascos. Son sacerdotes quienes
reciben a los cautivos en la ciudad y los conducen al altar de los dioses, son ellos
quienes los presentaban al cazonci y quienes los depositaban en las cárceles hasta la
ceremonia en que serían dedicados. Son sacerdotes quienes eligen a las víctimas
entre los prisioneros y quienes los inmolan; incluso se supone la existencia de una
clase sacerdotal dedicada a recoger los cadáveres de los sacrificados y destazarlos
para el banquete ceremonial.69
Sin embargo, si hacemos un análisis detallado de las fuentes, también podemos
observar que los sacerdotes no eran los únicos personajes capaces de hacer o dirigir
rituales. La danza ritual no es de modo alguno exclusiva de la clase sacerdotal, pues
tenemos menciones de gobernantes, mujeres y hombres comunes que participaban
en este tipo de prácticas, y, al menos, los nobles y señores también solían animar los
restos de las víctimas sacrificiales –en particular, las pieles– en ceremonias especí-
ficas, incluso conocemos el caso de la hija de un señor que solía ataviarse como la
diosa Xaratanga.70 La ofrenda tampoco es restrictiva de los sacerdotes. Las mujeres
ofrecen mantas o comida a los dioses y recogen mazorcas de maíz para la fiesta de
Vapánsquaro, los mandatarios hacen sahumerios en la “casa de los papas” y un
recién casado acompaña con fuego sus oraciones en los templos; de hecho, tenemos
muchas más referencias sobre dones de leña por parte de los señores que por la de
los especialistas rituales.71 Las plegarias, velas y autosacrificios son particularmen-
te recurrentes entre los gobernantes.72 El contacto directo con las deidades se ates-
tigua tanto en ritualistas como entre los gobernantes y la gente común.73 Son los
señores y no los sacerdotes quienes se encargan de bañar al cazonci muerto y sus
acompañantes durante las exequias,74 y al menos ocasionalmente eran los gober-
nantes quienes se encargaban de contar los días antes de que tuviera lugar un com-
bate; “–¡Mirá questá contando los días el cazonci, nuestro rey, para que demos
batalla a nuestros enemigos!”.75
La cuestión del alosacrificio –sacrificio del otro– es algo más compleja; pues
aunque la Relación de Michoacán indica sobre los axámencha “que eran los sacrifi-
cadores, y desta divinidad era el caçonçi y los señores”, en ningún lado se dice que
tales ritualistas, y mucho menos los señores, hayan realizado inmolaciones rituales
humanas.76 De hecho, el objeto óseo que en las láminas aparece asociado a estos
personajes parece más un punzón de autosacrificio que un cuchillo ceremonial.77
Y cuando el texto nos dice que Hiquingaje se volvería “sacrificador”, lo que hace
el personaje no es realizar cardiectomías en el templo sino hacer penitencia: traer
leña, ayunar y hacer autosacrificio.78 Salvo el ofrecimiento de venados a los dioses,
tampoco se mencionan alosacrificios en relación a otros gobernantes y en lugar de
ello parecen mucho más frecuentes las automortificaciones.79
Así, aunque los datos no son concluyentes, nosotros nos inclinaríamos a pensar
que en condiciones ordinarias el sacrificio humano sí era exclusivo de la clase sa-
cerdotal.
A pesar de que la tercera parte no dice nada al respecto, en la segunda sección
de la Relación de Michoacán se observa que, en múltiples ocasiones, son los sacer-
dotes quienes se encargan de trasmitir los mensajes de los gobernantes a los pueblos
vecinos.80 Son sacerdotes quienes van a negociar con el enemigo la recuperación
de los cadáveres de los señores caídos, es un cúritiecha quien lleva la noticia de que
ha muerto un señor y es este mismo tipo de ritualista quien se encarga de entregar
a la novia durante la boda. El sacerdote mayor anuncia al recién electo que ha de
ser entronizado y lo presenta ante los caciques como futuro cazonci. Y son los sa-
cerdotes de Cueráuaperi, y no quien fuera poseída por la diosa, quienes dan aviso
al señor de los agüeros de la conquista.81
Los ritualistas michoacanos se encargaban de difundir los relatos míticos en-
tre los legos. Es bien conocido que en la fiesta de Equata consquaro el petámuti
75 Alcalá, Relación…, f. 17. Tal vez, esto refiera a la existencia de un calendario adivinatorio seme-
jante al tonalpohualli de los nahuas del centro de México. Véase Sahagún, Florentine Codex…, libro iv.
76 Alcalá, Relación…, f. 11; Véase Espejel, La justicia y el fuego…, v. ii, p. 223-224.
77 Alcalá, Relación…, f. 9, 35v.
78 Alcalá, Relación…, f. 117v.
79 Alcalá, Relación…, f. 77v, 82, 90v, 116v.
80 Alcalá, Relación…, f. 79, 80, 80v, 81v, 83v, 97, 38v. En otras muchas ocasiones se habla de “viejos”
que actúan como mensajeros, mas como este título también se daba a los ritualistas es probable que,
en realidad, tengamos muchas más evidencias de este tipo de actividades sacerdotales.
81 Véase Alcalá, Relación…, f. 22, 24v, 26v, 33-34, 36, 76v.
debía narrar la historia de los ancestros y que los “sacerdotes menores” la di-
vulgaban entre los pueblos, pero también sabemos que los sacrificadores se
ocupaban de “decir la historia de los huesos”, que otros personajes contaban “los
sucesos de sus guerras”, que “sabían las historias de sus dioses e sus fiestas” y
que, en general, los especialistas solían indicar “lo que debían honrar aquel dios,
y lo que avía hecho por ellos”.82 Ocasionalmente, “revestíase el Demonio en uno
de los indios que estaban dedicados para los templos, como n[uest]ros sacerdotes,
y aquél, a voces, como predicador, puesto en lo alto del cuy, hablaba al pueblo y
predicaba”.83
Lo interesante aquí es que también las deidades parecen haber dispuesto de
mensajeros para mediar con los hombres. Tenemos, en primer lugar, el caso de Sirun
da arán, quien comunica a Querenda angápeti las acciones emprendidas por Caro-
comaco para ganar sus favores.84 En segundo, a Curita Caheri, “el mensajero de
los dioses”, quien, por el significado etimológico de su nombre, “gran sacerdote”,
parece haber sido la divinidad emblemática de la función sacerdotal. Es este último
personaje el que, además de crear y destruir a los primeros hombres, en un primer
momento, recibe el agüero de la conquista por parte de Cueráuaperi y delega a su
hermano el trasmitirlo a los otros dioses.85
Al menos en el caso de los emisarios de Motecuhzoma parece claro que el sa-
crificio podía ser una vía de comunicación entre los hombres vivos y los seres que
pueblan los espacios míticos. Se dice que cuando llegaron de vuelta los mexica a
Michoacán, Zuangua ya había muerto y por ello su hijo decide sacrificarlos para
que le trasmitieran el mensaje correspondiente: “–No sabemos qué es el mensaje
que traen; vayan tras mi padre a decillo allá adonde va, al infierno […] Y com-
pusiéronlos como solían componer los cativos y sacrificáronlos en el cu de Curi-
caueri y Xaratanga”.86 En la “Relación de Acámbaro” se explica que “si en las
guerras prendían [a] alguna persona, los sacrificaban delante dellos y le rogaban
les diese victoria contra sus enemigos”.87 Y es también en relación con el sacri-
ficio que los sacerdotes podían trasmitir los designios divinos al pueblo: “Era muy
82 Véase Alcalá, Relación…, f. 62v, 121, 136. “Relación de Cuiseo de la Laguna” en Relaciones geo-
gráficas…, p. 83. Ramírez, “Relación sobre la residencia…”, p. 361.
83 “Relación de Tiripitío” en Relaciones geográficas…, p. 341.
84 Alcalá, Relación…, f. 111v-112v.
85 Alcalá, Relación…, f. 37, 48v.
86 Alcalá, Relación…, f. 43.
87 “Relación de Acámbaro” en Relaciones geográficas…, p. 63. Entre los antiguos nahuas del centro
de México, el término tlamacazqui, tradicionalmente traducido por “sacerdote”, alude tanto a los ri-
tualistas humanos como a ciertas deidades proveedoras. Véase José Contel y Katarzyna Mikulska-
Dabrowska, “Mas nosotros que somos dioses nunca morimos. Ensayo sobre tlamacazqui: ¿Dios, sa-
cerdote o qué otro demonio”, Mecanuscrito de los autores, 2011.
88 Ramírez, “Relación sobre la residencia…”, p. 361.
89 La Relación de Michoacán presenta tres grandes clases de ritualistas; los “sacerdotes”, los “médicos”
y los “hechiceros”. El problema es que, a veces, pareciera ser que se trata de los mismos personajes;
se habla de “sacerdotes y hechiceros”, “hechiceros y médicos”. Alcalá, Relación…, f. 53, 133v.
90 “Relación de Chilchotla” en Relaciones geográficas…, p. 110; Alcalá, Relación…, f. 8v, 29, 45v, 61v.
91 Gallardo Ruiz, Medicina tradicional p’urhépecha…, p. 180.
En términos generales los sïkwamecha son, sobre todo, mujeres que se valen de
ciertos poderes sobrenaturales para tratar las diversas problemáticas que afectan la
vida de las personas.92 Dotados de una alineación ambivalente, tales personajes
pueden tanto curar y prevenir como causar enfermedades, resolver o desatar con-
flictos amorosos, adivinan el pasado y el futuro de los hombres, encuentran objetos
perdidos y descubren a los responsables de hurtos.93 Entre los múltiples poderes
que se les imputan son recurrentes las capacidades de volar, de hacerse invisibles y
la de transformarse en tecolote, guajolote, gato y otros tantos animales domésticos
o nocturnos.94 Se dice que cuando practican la brujería los sïkwamecha se dirigen
por la noche a los cerros, barrancas y cuevas desoladas para negociar con seres
considerados peligrosos, como japingua, miringua o los muertos; y es a través de
ofrendas y súplicas que logran obtener sus favores ya sea para salvar la vida de un
paciente o para infundir diversas patologías a sus enemigos.95
Aunque, en principio, la condición de sïkwame tiende a transmitirse al interior
de la familia, también se suele decir que, para fungir como tal, se requiere ser de
“sangre”, “pensamiento” o “espíritu” fuerte.96 Las novicias deben pasar por un
proceso de aprendizaje al lado de alguna de sus ascendentes para, al término de su
instrucción, superar una serie de pruebas, en un espacio alejado del poblado, que
culminan con la realización de un pacto con entidades potencialmente nocivas. En
algunos casos, se espera, además, que tales mujeres violen algún sepulcro para apro-
piarse de aquellos restos humanos que, cuidadosamente resguardados, le servirán
92 Archivo Histórico Casa de Morelos (en adelante AHCM), Ramo Inquisición, El señor Inquisidor
fiscal de este santo oficio Contra Maria y Xetrudis hermanas hijas de vna Manuela ya difunta, vecinas de
dicha Ciudad Por Maestras de supersticiones hereticales, Salvatierra, 1743; ahcm, El secretario que haze
ofizio de señor fiscal contra Joseph Miguel de Torres y Moya y contra una muger que comúnmente llaman
la Guarí Negra, Guanajuato, 1745; AHCM, El señor fiscal de este santo ofizio contra Vna curandera, San
Miguel el Grande, 1746; Velásquez Gallardo, La hechicería en Charapán…, p. 124. Gallardo Ruiz,
Medicina tradicional p’urhépecha…, p. 20; Ralph Beals, Cherán: un pueblo de la sierra tarasca, Agustín
Jacinto Zavala (trad.), Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992, p. 372.
93 Velásquez Gallardo, La hechicería en Charapán…, p. 124; León, “Los indios tarascos del lago de
Pátzcuaro”, p. 161-162; Beals, Cherán…, p. 377.
94 Velásquez Gallardo, La hechicería en Charapán…, p. 124; Gallardo Ruiz, Medicina tradicional
p’urhépecha…, p. 24; Gallardo Ruiz, Hechicería, cosmovisión y costumbre…, p. 192; Beals, Cherán…, p. 373.
95 Gallardo Ruiz, Medicina tradicional p’urhépecha…, p. 213, 232; Gallardo Ruiz, Hechicería, cosmo-
visión y costumbre…, p. 179; Velásquez Gallardo, La hechicería en Charapán…, p. 124.
96 Velásquez Gallardo, La hechicería en Charapán…, p. 126; Gallardo Ruiz, Medicina tradicional
p’urhépecha…, p. 26, 184; Gallardo Ruiz, Hechicería, cosmovisión y costumbre…, p. 149; Dirección
General de Culturas Populares, Notas sobre el curanderismo en la Meseta Tarasca, Cuadernos de Tra-
bajo 3, México, Secretaría de Educación Pública, 1981, p. 18.
de amuleto durante sus funciones. Como pago por el don recibido, a partir de en-
tonces, la aspirante se comprometerá a matar gente por medio de sus hechizos.97
De modo que, aunque puedan ser útiles a su comunidad, siempre se les verá como
eminentemente peligrosas. De hecho, los sïkwamecha aparecen hoy como la última
instancia a la que se puede recurrir para recuperar la salud cuando los terapeutas
más convencionales ya han fracasado en sus intentos.98 El trato con esta clase de
ritualistas se encuentra enmarcado por el conflicto, pues no sólo se dice que comba-
ten entre sí –a veces, simulando una pelea con cuchillos– para dañar o proteger a
los clientes, sino que además las patologías que atienden o provocan suelen ser mo-
tivadas por el deterioro de las relaciones sociales al interior de la colectividad.99
Sin embargo, también se ha observado que raras veces los ritualistas se presentan
abiertamente como sïkwamecha y, más comúnmente, afirman ser xurhiskiecha.100
De hecho, se indica que quienes sean descubiertos practicando brujería corren el
riesgo de terminar ejecutados.101 Hasta donde sabemos, se suele ver como sïkwame
a mujeres dedicadas a la terapéutica que carecen de marido, son demasiado domi-
nantes o, incluso, a quienes tienen reputación de prostitutas.102 Así, pareciera ser
que la diferencia entre sïkwame y xurhiski no depende tanto de sus funciones sino
de su reputación al interior de la comunidad, de modo que todo xurhiski es también
potencialmente sïkwame.
En contraste con los sïkwamecha contemporáneos podemos ver que mientras
éstos son predominantemente femeninos los sacerdotes –a excepción, tal vez, de
las mujeres recluidas en los templos para hacer ofrendas a los dioses– son general-
mente masculinos.103 En ambos casos la herencia parece haber tenido cierta impor-
tancia en la adquisición del cargo, pero mientras los sïkwamecha buscan obtener la
venia de las deidades los sacerdotes más bien son designados como tales por los
hombres. Los sacerdotes actúan de modo público y en ocasiones francamente os-
tensible en los templos, en tanto que los sïkwamecha prefieren la privacidad de la
vivienda y para la práctica de la brujería optan por lugares desolados y ocultos. La
función sacerdotal está íntimamente ligada a la colectividad y en el caso de la cere-
monia de la guerra interceden claramente en su favor; la tarea del sïkwame, por el
contrario, parece más enfocada a los individuos independientemente de cual sea su
filiación.104 Los sacerdotes parecen más propicios a la colaboración, en tanto que
la labor de los sïkwamecha se encuentra enmarcada por la competencia y el conflic-
to entre especialistas. Los sacerdotes median con las deidades en tanto que los
sïkwamecha recurren a la sobrenaturaleza para resolver problemas esencialmente
sociales. Por último, mientras la actividad del sacerdote se dirige a la perpetuación
del orden existente la del sïkwame se enfoca en la reparación de las eventuales irrup-
ciones que pudieran poner en riesgo esta continuidad.105
Pareciera así que entre los tarascos las actividades rituales se encontraban dis-
tribuidas según su ámbito de acción en dos polos diametralmente opuestos; lo mas-
culino, público, colectivo y tendiente a la continuidad, por un lado, y lo femenino,
privado, individual y reparador, por el otro.
Si bien se ha dicho que algunos sacerdotes podían representar o encarnar a las
deidades frente a la comunidad, parece claro que éstos actúan en primera instancia
para los hombres, ya que los sacrificios, así como la mayor parte de sus rituales aso-
ciados, siempre se realizan en nombre de la colectividad y no en el de la divinidad.
Sabemos que las deidades hacían sacrificios y que, al menos en el caso del autosa-
crificio, éste podía tener una función creativa en relación al origen de los hombres;
parece, incluso, probable que los dioses también hayan requerido de sacerdotes,
como Curita Caheri, para comunicar con diferentes ámbitos del mundo. Hemos
visto que los ritualistas no tenían el monopolio de la negociación con las deidades y
que, ocasionalmente, la gente común podía ser poseída por entidades sobrenatura-
les; la diferencia radica en que sólo los especialistas parecen tener un rol activo en
tal comunicación. Para tal efecto los númenes pueden buscar el encuentro directo
con los hombres, mientras que los sacerdotes recurren a medios extralingüísticos
para trasmitir sus mensajes y, en ese sentido, el sacrificio aparecería como una suer-
te de lingua franca en las interacciones que tienen lugar entre los diferentes seres
que pueblan el cosmos.
106 Véase Alcalá, Relación…, f. 85, 96v, 19, 9. Algo semejante ha sido observado en Teotihuacan,
donde todas las alusiones al sacrificio son altamente metafóricas. Véase Nicolás Latsanopuolus, “Dent
de loup et coeur de cerf: Observations sur la place de l’animal dans l’ideologie de la guerre et du sa-
crifice à Teotihuacan”, en Journal de la Société des Américanistes 2008, v. 94, n 2, p. 71-108. Para una
reconstrucción de tal secuencia ritual, consúltese Pereira, “El sacrificio humano en el Michoacán
antiguo”, p. 247-272.
107 Diccionario etimológico, etimologias.dechile.net, 2001-2011, consultado el 7 de julio de 2011.
108 Biblia: La santa Biblia, México, Sociedad Bíblica Latinoamericana, 1960, Jueces 11:31, 11:39,
Éxodo 38:8.
109 Véase Henri Hubert y Marcel Mauss, “Essai sur la nature et la fonction du sacrifice”, texto to-
mado de Année sociologique, n 2, 1899, p. 29-138, recolocado por Jean-Marie Tremblay http://www.
uqac.uquebec.ca/zone30/Classiques_des_sciences_sociales/index.html, 2002, p. 11.
110 Las matanzas kosher o hallal son ejemplos típicos de muerte rituales que, por carecer de destina-
tario, no califican como sacrificios.
111 Véase Diccionario grande…, v. i, p. 635.
112 Véase Diccionario grande…, v. i, p. 635; Velásquez Gallardo, Diccionario de lengua phorhepecha,
p. 113. Las relaciones de Tiripitío y Xiquilpan contienen interesantes datos sobre las técnicas emplea-
das en el sacrificio. Véase Relaciones geográficas…, p. 341, 413. Al respecto, puede también consultar-
se La Rea, Crónica de la orden de N. seráfico P. S. Francisco, Provincia de S. Pedro y S. Pablo de Me-
choacan en la Nueva España, Patricia Escandón (ed.), Zamora, El Colegio de Michoacán, 1996, p. 82.
113 José Núñez, Mitología tarasca, México, Fondo de Cultura Económica, 1957, p. 55; Dora Sierra
Carrillo, “La muerte entre los tarascos”, Arqueología mexicana, 2002, v. x, n 58, p. 63; Pereira, “El
sacrificio humano en el Michoacán antiguo”, p. 262.
114 Véase Roberto Martínez González, “Guerra, conquista y técnicas de combate entre los antiguos
tarascos”, 2009c, Tzintzun, n. 49, p. 23-24, 26; Alcalá, Relación de Michoacán…, f. 136.
115 Véase Alcalá, Relación de Michoacán…, f. 112v, 113, 3v, 10-10v, 87, 38v; Ramírez, “Relación sobre
la residencia…”, p. 361. “Relación de Chilchotla” en Relaciones geográficas.., p. 107; Herrera Tordesi-
llas, Historia general de los hechos de los castellanos…, v. 6, década 3, p. 304. Por otro lado, vemos que lo
expuesto por nuestra fuente parece también distanciarse de la tesis de Girard –según la cual para evitar
el desencadenamiento de venganzas sucesivas el sacrificio actuaría como una suerte de placebo en el
que la víctima inocente remplaza al verdadero culpable, pues, aun en el caso de los cautivos de guerra,
parece poco probable que a la vista del pueblo los sacrificados hayan estado libres de toda culpa. René
Girard, La violencia y lo sagrado, Joaquín Jordá (trad.), Barcelona, Editorial Anagrama, 1995.
116 Pereira, “El sacrificio humano en el Michoacán antiguo”, p. 262.
117 Véase Alcalá, Relación…, f. 85, 96v, 19, 61, 134v.
118 Véase Alcalá, Relación…, f. 10, 83-83v, 87, 88v, 104, 106, 111, 113v. Ramírez, “Relación sobre la
residencia…”, p. 361; Relaciones de Chilchotla y Xiquilpan en Relaciones geográficas…, p. 107, 413;
Proceso, tormento y muerte del Cazonzi…, p. 88, 108.
ejecución de los delincuentes parece haber sido una plaza rodeada por edificios
cívicos de cierta importancia.119 En ambos casos se trata de espacios públicos y se
atestigua la eventual presencia de espectadores. Tratándose de los acompañantes
fúnebres del cazonci Pereira señala, con razón, que aquí no se cumple con “la es-
tructura ternaria (sacrificante-sacrificado-destinatario) del sacrificio tal como lo
definen Henri Hubert y Marcel Mauss”, pero olvida que también existen múltiples
menciones de “sacrificio” en las que no parece claro que haya habido un destina-
tario particular, en cambio, cuando se habla de delincuentes ejecutados con porras,
nuestra fuente deja en claro que éstos estaban dedicados al dios del infierno.120 A
ello se suma que el hecho de que una muerte no sea ritual no parece haber sido
impedimento para que ésta se presentara como ofrenda. De hecho, sabemos que
después de matar a Cando, la mujer o hija de Tariácuri depositó su cabeza en el
mismo altar [llamado Pirúen] donde “ponían los cativos o los traían alrededor,
cuando los traían de la guerra”; y, por si fuera poco, en tal ocasión el gobernante
comentó “ya has dado de comer a los dioses”.121
En síntesis, vemos que, sin ser un elemento diagnóstico, el uso de una u otra
arma es un buen indicador sobre el tipo de muerte abordado. Tanto el aporreamien-
to como la cardiectomía pueden tener funciones punitivas y, en ambos casos, pare-
ce tratarse de eventos rituales. Más importante aún, no se requiere del sacrificio, o
siquiera la muerte, para que algunas partes del cuerpo humano pudieran servir de
alimento a los dioses, pues, como se ha visto en el capítulo del cuerpo y la imagen
corporal, la simple sangre derramada en el campo de batalla podía ser consumida
por las divinidades celestes. Y “si acontecía morir algunos señores en la guerra,
estaba muy triste el cazonci y decía: –Por eso mataron los dioses a los nuestros, por
probarnos como mantenimientos”.122
Esto último parece indicar que, de algún modo, el sacrificio también tenía cier-
ta función en relación a los hombres. De hecho parece factible que sólo por el in-
termedio del tratamiento sacrificial una persona podía ser transformada en
alimento para los hombres.
Resulta sumamente difícil distinguir con claridad en qué ocasiones se alimenta-
ban las deidades con los restos de las víctimas, sin embargo, para los hombres pa-
rece claro que no toda muerte ritual implicaba la antropofagia. No contamos con
datos suficientes como para establecer con claridad quiénes tenían acceso a la car-
ne humana, mas la “Relación de Chilchotla” sugiere que tal privilegio estaba re-
servado a los gobernantes, sus mujeres y los hombres de guerra.123 Sabemos que
tanto los delincuentes sacrificados como los cautivos de campañas militares podían
ser consumidos tras el “sacrificio”, pero también conocemos casos en los que, des-
pués de la cardiectomía, los cuerpos simplemente fueron arrojados al agua.124 Aun-
que no contamos con una explicación para ello, es importante señalar que, ya fuera
que se les abandonara en el campo o que se les sepultara junto al cadáver de un
gobernante, los despojos de los aporreados nunca eran comidos por los humanos.
Según se ha visto, el contacto y consumo de la sangre tenía un carácter patógeno y
por lo tanto es posible que sólo después de haberse extraído el corazón y desangra-
do el cuerpo éste pudiera perder sus cualidades nocivas.125 No sirviendo de alimen-
to, sino como sirvientes o estrado, resulta lógico que no se tomaran tales
precauciones con quienes morían para acompañar al cazonci en su morada postmor-
tem.126
Aunque por lo común en las imágenes los muertos suelen figurar horizontal-
mente dispuestos y con los brazos extendidos a un lado de la cabeza, parece existir
una distinción iconográfica entre los desnucados y los que fallecen por cardiecto-
mía, pues, mientras los primeros aparecen de cara al piso, los segundos tienden a
estar boca arriba. Considerando que, según dijimos, la cabeza y el rostro reflejaban
en buena medida el estatus social de los individuos, el ocultamiento de los rasgos
faciales bien pudiera significar una cierta despersonalización. Esto pudiera verse
corroborado por el hecho de que en el mito de creación de la humanidad es justa-
mente un golpe en la cabeza –similar al desnucamiento– el que produce la trans-
formación de los primeros hombres en perros.127 Acorde a ello, en las láminas sobre
ejecuciones públicas se observan los cadáveres de hombres y mujeres entremezcla-
dos, mientras que en las representaciones de sacrificios ambos géneros tienden a
permanecer separados.128 Los restos de los sacrificados eran conservados como
reliquias y, al menos ocasionalmente, podían recibir ofrendas; en cambio, los cuer-
pos de los delincuentes aporreados eran abandonados en los campos para que fue-
Cuadro 3
Muertes rituales entre los antiguos tarascos
Cardiectomía Aporramiento