Ficha 2 Preparacion para El Encuentro 2024
Ficha 2 Preparacion para El Encuentro 2024
Ficha 2 Preparacion para El Encuentro 2024
Nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que: “Las bienaventuranzas están en el centro
de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde
Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino
de los cielos” (1716). Jesús es el primero en vivir las bienaventuranzas, por lo tanto a través de
ellas nos invita a vivir su santidad, a compartir el amor de su Corazón. De esta manera, se nos
invita también a encontrar la verdadera felicidad. A partir de las reflexiones del papa Francisco
en su documento Gaudete et exsultate, meditemos brevemente sobre cada una de ellas, y
descubramos que en el Corazón Eucarístico de Jesús encontramos también un compendio de
las Bienaventuranzas.
En esta primera bienaventuranza, estamos llamados a mirar nuestro corazón y ver dónde
colocamos la seguridad de nuestra vida. Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que
confían solo en Dios, su única riqueza, y por eso Él puede hacer su Voluntad en ellos.
Los que verdaderamente son pobres de espíritu, también se atreven a una existencia austera y
despojada de lo superfluo, porque su corazón no está apegado a los bienes materiales; así
pueden acercarse a los más necesitados, y en definitiva configurarse con Jesús, que «siendo
rico se hizo pobre» (2 Co 8,9).
En la Eucaristía, Jesús se hace pobre por nosotros… Él, siendo Dios, permanece en forma de
un humilde trozo de pan, accesible a nuestra humanidad; se pone a nuestra disposición para
ser nuestro alimento, esconde su grandeza y su poder y se muestra sencillo, pequeño.
En este mundo que desde el inicio es un lugar de enemistad, donde se riñe por doquier, donde
por todos lados hay odio… Jesús propone otro estilo: la mansedumbre.
Él dijo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para
vuestras almas» (Mt 11,29). Si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados
y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin
sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos
inútiles. Aun cuando uno defienda su fe y sus convicciones debe hacerlo con mansedumbre (cf.
1 P 3,16), y hasta los adversarios deben ser tratados con mansedumbre (cf. 2 Tm 2,25)
En la Eucaristía, Jesús tiene infinita mansedumbre; no está allí para castigarme, sino que a
pesar de mis faltas, cada vez que vengo a Él lo encuentro, lleno de amor por mí,
exhortándome a la conversión, con dulzura, llenando de amor mi vida.
Se gastan muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el
sufrimiento, creyendo que es posible disimular la realidad, donde nunca, nunca, puede faltar la
cruz. La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en
su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz Esa
persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Así puede
atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas. De ese
modo encuentra que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la
angustia ajena, aliviando a los demás. San Pablo decía: «Llorad con los que lloran» (Rm 12,15).
Miremos nuestro corazón: ¿Le entrego mis lágrimas al Señor? Cuando me presento a
Jesús con un dolor, con un problema… Él también “llora” conmigo. ¿Lo creo?
Concretamente ¿cómo ayudar a los demás a llevar la cruz?
¿Me duele que los hombres no conozcan a Dios? ¿Lloro/lloramos por el pecado, por
las ofensas a Jesús? ¿Qué puedo/podemos hacer?
«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados»
Por una parte, la palabra «justicia» es sinónimo de fidelidad a la voluntad de Dios con toda
nuestra vida “hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Esta fidelidad se manifiesta
especialmente en la justicia con los desamparados: «Buscad la justicia, socorred al oprimido,
proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda» (Is 1,17).
Miremos nuestro corazón: ¿Le pregunto a Dios cuál es su voluntad en mi vida? ¿Estoy
dispuesto a realizarla? ¿Trato de discernir mis decisiones escuchando su Palabra?
Concretamente ¿en qué me puedo/nos podemos comprometer para construir un
mundo más justo?
La misericordia tiene dos aspectos: es dar, ayudar, servir a los otros, y también perdonar,
comprender. Mateo lo resume en una regla de oro: «Todo lo que queráis que haga la gente
con vosotros, hacedlo vosotros con ella» (7,12)
Es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados. Todos nosotros
hemos sido mirados con compasión divina. Si nos acercamos sinceramente al Señor y afinamos
el oído, posiblemente escucharemos algunas veces este reproche: «¿No debías tú también
tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» (Mt 18,33).
En la Eucaristía, nos dice Monseñor Verdaguer, Jesús ejercita todas las obras de misericordia
para con nosotros. Da de comer al hambriento con el pan celestial, viste al desnudo con la
ropa de la gracia, perdona nuestros pecados, tiene paciencia con nosotros, etc..
Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,36-40), cuando esa es su intención
verdadera y no palabras vacías, entonces ese corazón es puro y puede ver a Dios. San Pablo, en
medio de su himno a la caridad, recuerda que «ahora vemos como en un espejo,
confusamente» (1 Co 13,12), pero en la medida que reine de verdad el amor, nos volveremos
capaces de ver «cara a cara» (ibíd.). Jesús promete que los de corazón puro «verán a Dios».
En la Eucaristía, nos encontramos con el “Amor de los Amores”, con el Corazón sacratísimo
de Jesús, que está a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros.
«Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»
El mundo de las habladurías, hecho por gente que se dedica a criticar y a destruir, no
construye la paz. Esa gente más bien es enemiga de la paz y de ningún modo bienaventurada.
Los pacíficos son fuente de paz, construyen paz y amistad social. A esos que se ocupan de
sembrar paz en todas partes, Jesús les hace una promesa hermosa: «Ellos serán llamados hijos
de Dios» (Mt 5,9).
En la Eucaristía, nos encontramos con el artífice de la paz. “Porque El mismo es nuestra paz,
quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo
en su carne la enemistad.” (Ef 2, 14-15) Jesús Eucaristía hace la comunión, la unidad, la paz.
Miremos nuestro corazón: ¿Sé discernir y elegir lo que me trae paz, o mis elecciones
me traen intranquilidad? ¿Siembro la paz en mi familia, entre mis amigos y mis
hermanos?
Concretamente ¿cómo podemos trabajar por la paz? Recemos por la paz en el mundo,
y empecemos a construirla en nuestros ambientes.
«Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos»
Jesús mismo remarca que este camino va a contracorriente hasta el punto de convertirnos en
seres que cuestionan a la sociedad con su vida, personas que molestan. Si no queremos
sumergirnos en una oscura mediocridad no pretendamos una vida cómoda, porque «quien
quiera salvar su vida la perderá» (Mt 16,25).
La cruz, sobre todo los cansancios y los dolores que soportamos por vivir el mandamiento del
amor y el camino de la justicia, es fuente de maduración y de santificación.
La Eucaristía, nos dice Monseñor Verdaguer “esa fuente de todo bien… explica la fortaleza de
los mártires”.
Cristo SIEMPRE nos ofrece su perdón, y lo hace especialmente a través del Sacramento de la
Reconciliación. Por eso, les proponemos que “experimentemos” esta aclamación, mediante
UNA BUENA CONFESIÓN:
Si quieren, pueden preparar una celebración penitencial, acordando un día entre ustedes y con
el sacerdote, reuniéndose a orar juntos, prepararse y confesarse cada uno, haciendo luego
juntos una oración de acción de gracias.