Lagrimas de Un Dios Plutonico

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Supongamos. Supongamos que todos nuestros esfuerzos obtienen recompensa.

Que
el hombre alcanza la suprema potencia sobre la realidad, que descubre las claves del
Universo para ponerlo a su servicio, vence a la adversidad y se libra de la amenaza
del león y la tormenta, por siempre. Que la economía descorre el secreto de una
fórmula infalible hacia el progreso, que la civilización efectúa un salto fuera de las
ataduras de la carne, que el riesgo de los choques sociales se desvanece frente a una
cura de quintaesencia. Supongamos que el hombre alcanza un estado inmutable de
infinita perpetuación, sano para sí mismo sobre cualquier contingencia. Supongamos
que nuestros sueños se realizan. Supongamos que tú y yo vencemos al Adversario,
que podemos acabar con la genética y derrotar a la muerte, más allá de los nichos
naturales, fuera del espacio. Supongamos que tú y yo podemos crear un nuevo mundo
del hombre para el hombre, donde reinar supremos por siempre jamás. Supongamos
que te ofrezco el trono de alabastro y el anillo del monopolio de la violencia sobre lo
real, para ti, hermano. Supongamos que las leyes físicas se colapsen, que podamos
sustituirlas a nuestro antojo. Decidir lo que será y lo que nunca habrá sido; lo que
haya de ser. Elegir a los elegidos, profetizar el cambio; verlo verificado como
pronosticamos. Supongamos que asumimos nuestro verdadero papel, que nos
sepamos dioses; que construimos nuestra saeta en la forja. Supongamos que debemos
predecir las dificultades; que comprendemos la necesidad del cambio, de la
revolución. Pero que no estamos dispuestos a ser reemplazados. Que descubrimos la
manera de cambiarlo todo. Sin cambiar nada. Supongamos que institucionalizamos la
mudanza epidérmica y la elevamos a la categoría mitológica de lo inmutable.
Supongamos que a esta sociedad la llamamos Mundo Libre, donde el crecimiento sea
un deber, y la productividad un requisito de la existencia, donde la riqueza nos haga
eternos, pero el principio más sagrado sea la libertad. Supongamos que éste es
nuestro ansiado futuro de conquista, la realización de nuestros sueños. Supongamos
que el pasado no existe y el futuro es hoy. Porque lo que ha ocurrido está abocado a
repetirse, porque el futuro es la memoria de lo posible, este lamento sin tiempo ha
recorrido la distancia que los separa. En directo, para toda la Humanidad, abre
conmigo el libro de bronce y sígueme por este glorioso camino. Baja las luces y
escucha este susurro, apártate de los tuyos ahora, haz el silencio. Recoge tu alma en
el rincón de los enigmas. Es la hora del gran mediodía.

Página 2
Sergio Achinelli

Lágrimas de un dios plutónico


ePub r1.1
Banshee 01.02.2021

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Título original: Lágrimas de un dios plutónico
Sergio Achinelli, 2000
Diseño de cubierta: María Emegé

Editor digital: Banshee


ePub base r2.1

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A mis hermanos

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I.

Supongamos.
Supongamos que todos nuestros esfuerzos obtienen recompensa. Que el hombre
alcanza la suprema potencia sobre la realidad, que descubre las claves del Universo
para ponerlo a su servicio, vence a la adversidad y se libra de la amenaza del león y la
tormenta, por siempre. Que la economía descorre el secreto de una fórmula infalible
hacia el progreso, que la civilización efectúa un salto fuera de las ataduras de la
carne, que el riesgo de los choques sociales se desvanece frente a una cura de
quintaesencia.
Supongamos que el hombre alcanza un estado inmutable de infinita perpetuación,
sano para sí mismo sobre cualquier contingencia. Supongamos que nuestros sueños
se realizan.
Supongamos que tú y yo vencemos al Adversario, que podemos acabar con la
genética y derrotar a la muerte, más allá de los nichos naturales, fuera del espacio.
Supongamos que tú y yo podemos crear un nuevo mundo del hombre para el hombre,
donde reinar supremos por siempre jamás. Supongamos que te ofrezco el trono de
alabastro y el anillo del monopolio de la violencia sobre lo real, para ti, hermano.
Supongamos que las leyes físicas se colapsen, que podamos sustituirlas a nuestro
antojo. Decidir lo que será y lo que nunca habrá sido; lo que haya de ser. Elegir a los
elegidos, profetizar el cambio; verlo verificado como pronosticamos. Supongamos
que asumimos nuestro verdadero papel, que nos sepamos dioses; que construimos
nuestra saeta en la forja. Supongamos que debemos predecir las dificultades; que
comprendemos la necesidad del cambio, de la revolución. Pero que no estamos
dispuestos a ser reemplazados. Que descubrimos la manera de cambiarlo todo. Sin
cambiar nada. Supongamos que institucionalizamos la mudanza epidérmica y la
elevamos a la categoría mitológica de lo inmutable. Supongamos que a esta sociedad
la llamamos Mundo Libre, donde el crecimiento sea un deber, y la productividad un
requisito de la existencia, donde la riqueza nos haga eternos, pero el principio más
sagrado sea la libertad.
Supongamos que éste es nuestro ansiado futuro de conquista, la realización de
nuestros sueños.
Supongamos que el pasado no existe y el futuro es hoy.
Porque lo que ha ocurrido está abocado a repetirse, porque el futuro es la
memoria de lo posible, este lamento sin tiempo ha recorrido la distancia que los
separa. En directo, para toda la Humanidad, abre conmigo el libro de bronce y
sígueme por este glorioso camino. Baja las luces y escucha este susurro, apártate de
los tuyos ahora, haz el silencio. Recoge tu alma en el rincón de los enigmas. Es la
hora del gran mediodía.

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Ibant obscuri, sola sub nocte, per umbram
perque domos Ditis vacuas et inania regna.
VIRGILIO

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0.

Dormían desnudos como si fuese la última vez. Los brazos de él rodeaban el cuerpo
tierno y cálido de la mujer con una intensa levedad, una devoción necesitada. Ella lo
acogía mansamente sobre su pecho. Aquella mujer, había una suerte de tristeza, en su
abrazo. Los paños de seda se entregaban al vaivén de la brisa en los ventanales, bajo
la luz yaciente del crepúsculo. Alrededor, las ropas descansaban desordenadas sobre
una habitación austera, limpia. Él se desprendió del tacto de ella y comenzó a llover.
Se encogió de frío y el viento agitó los paños de seda. Abrió los ojos azules como el
abismo, con pupilas plegadas, ausentes de sueño y la atmósfera gimió.
El hombre se incorporó con cansancio. Recogió las prendas cercanas y se las fue
vistiendo mientras recuperaba las demás. Tomó su gabardina del respaldo de una silla
y comprobó con pereza el bolsillo derecho. Entonces, levemente, contempló en
silencio el cuerpo desnudo que reposaba sobre las sábanas. Sus cabellos eran dorados,
sus ojos, verdes, bajo los párpados. Su rostro poseía una extraña cualidad, una
silenciosa, apacible, armonía. Dormía, desnuda, como si fuese la última vez. El
hombre dio media vuelta y la hoja impresa de papel blanco se cruzó entonces con su
mirada. Observó inmóvil aquella fantasía, como si hubiese trastornado alguna lejana
presunción. Como si hubiese creído, por un momento, como un niño, que había
despertado en otro mundo. Un mundo diferente. A lo lejos, el lánguido ronroneo del
motor de una langosta distrajo su atención. Se encaminó hacia el baño. Lavó sus
manos con esmero y enjuagó su rostro sin mirarse en el espejo. Porque él no se
miraba en los espejos. Volvió al dormitorio y se detuvo a los pies de la cama.
Extrajo su pistola, disparó a la mujer hasta que hubo muerto y recogió la hoja
impresa de papel blanco antes de abandonar el apartamento.

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Tres días antes del Fin del Tiempo.

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TESIS

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1.

Llueve, llueve sobre Hel. Llueve sobre la corteza asfaltada de Hel como caen los
pétalos en flor en los jardines atesorados por los delincuentes, recordando a los
hombres que lo inmutable existe, que la vida puede perpetuarse por siempre. Llueve
sobre Hel y sobre Sadman. Caminando por las calles de la ciudad, Sadman busca,
como la vida que se extingue y anhela un consuelo que robar al futuro, como un
ladrón enlutado sobre los montes metálicos de la megápolis, ensanche de manzanas
podridas que rezuma sociedad y vierte lentamente su misericordia antigua en los
desagües de Hel. Vertida, vertida bajo los cimientos de Hel.
Vertida sobre ese espléndido anfitrión que son los cimientos del mundo.

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2.

Desde el interior del Catábasis no se percibía el estruendo de los motores que lo


impulsaban entre las torres de metal hacia su destino, dentro de los Distritos
Apóstatas. La luz parpadeaba, roja como los nimbos al atardecer, iluminando las
figuras como a ángeles exterminadores.
Apartado del resto, Sadman miraba por una ventana circular con ojos cansados.
Un hombrecillo barbudo y enjuto, vestido con ropas oscuras como los demás,
revisaba sus armas con indolencia y le sonreía.
«No te preocupes, niño, sólo es una limpieza. Algo cotidiano. Ocurre todos los
días».
Sadman levantó la vista y se encontró con una cara redonda, satisfecha, llena de
amabilidad.
«No debes tenerle miedo a esa escoria, niño. Son un grupo de inadaptados que
montan jaleo por el placer de hacerlo. No tienen disciplina ni vocación y eso los hace
imprudentes. Si alguno se topa contigo lo oirás de lejos y tendrás tiempo suficiente
para liquidarlo. Apunta bien y aprieta el gatillo. No conviertas esto en algo personal y
no dudarás en el momento más inoportuno».
Los demás agentes se miraron con estupor. Agacharon la cabeza y se encogieron,
como las viejas supersticiosas que oyen un trueno que se aproxima, entre nubes de
tormenta.
«Dudar…» dijo Sadman entornando ligeramente los ojos.
«Ya sabes. El miedo puede jugar malas pasadas. De pronto la cabeza se te ensucia
con sandeces y pierdes el autocontrol. No es conveniente tener remordimientos en
mitad del trabajo. Estas cosas deben dejarse para después».
Sadman mostraba incertidumbre sincera al decir:
«No entiendo por qué habría de arrepentirme de matar a un hombre».
Pero sus ojos, aquellos ojos azules, reflejaban una incomprensión ajena a
cualquier forma de moral. Miraban desde una inmensa distancia, helaban el aire con
una pavorosa indiferencia.
«Bueno, es algo normal. A todos nos ocurre alguna vez. No digo que no me guste
mi trabajo, pero cuando toda la violencia nos abandona es difícil aceptar lo que
hemos hecho como si nada…». El hombrecillo ya no sonreía. Sadman lo observaba
como un taxonomista, arrastrándolo hacia una sima oscura e inhabitable.
«Venga socio, ¿nunca te has arrepentido de matar a alguien?».
«Soy un asesino, como usted. Matar es mi profesión, no sería sensato arrepentirse
de hacer lo que uno debe hacer».
El profundo azul de aquellos ojos se extendía por la médula del hombrecillo como
una enfermedad infecciosa, implorándole que obtuviese la adhesión de ese hombre

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imperturbable. Se sentía como un niño, obligado a ir al baño en mitad de la
madrugada, atenazado, de forma tan absurda como patente, por el terror a los
fantasmas que habitaban el pasillo. No podía entenderlo, pero aquellos ojos
electrizados despertaban en él un pánico primordial, alejado del campo de batalla,
susurrado desde los remotos rincones de la infancia. Hubo de conjurar toda su fuerza
de voluntad para invocar el amago de una sonrisa en los labios.
«Ejem. Claro, hijo, no me malinterpretes. Hablas como uno de esos tipos del
Ministerio de Sanidad, y por el Fundador que no soy un disidente». Hizo una pausa y
se volvió hacia sus colegas en busca de apoyo, pero no lo obtuvo. Todos miraban al
suelo con terca determinación. Algo ocurría, algo que se le escapaba. «Pero es normal
dudar, ¿no es cierto? A veces ocurre. Ves los cadáveres y piensas tonterías, ya me
entiendes. A veces piensas en toda esa gente muerta, y te haces preguntas. Es
normal», concluyó el viejo asesino. Se pasó la mano por la cabeza y añadió de
pronto: «Tal vez busquemos una disculpa, ¿verdad? Que nos perdonen por lo que le
hemos hecho a toda esa gente. Después de todo, hay quienes luego desean vengar a
sus muertos. Es una balanza muy delicada, y jugamos con ella con mucha ligereza».
Los ojos implacables de Sadman se le clavaban a las órbitas como los de un
depredador, fijos sobre él, inmóviles, como la fotografía de una criatura de pesadilla
que amenazaba con invadir la realidad para devorarle las entrañas. El soldado
parpadeaba como si el aire se hubiera vuelto irrespirable; sentía la necesidad de cerrar
los ojos, sentía la necesidad de recuperar el aliento, de desprenderse del peso que se
había alojado sobre su nuca.
Sadman dijo: «La Compañía nos manda matar y retransmite públicamente
nuestras actividades. Se nos distingue como un modelo de conducta, todos los niños
nos idolatran. No entiendo lo que dice».
Los agentes miraban al suelo, miraban al suelo con fanatismo. Todos sabían que
aquel hombrecillo barbudo y enjuto era un viejo soldado de los Bucelarios de Elite,
que había sido destinado a Hel después de servir durante cincuenta años en media
docena de Mundos Bélicos. Podrían haberle avisado de que estaba discutiendo con
Sadman, el mejor asesino de la Historia, el hombre más admirado y famoso del
planeta Hel, el único planeta natural del Universo Artificial, la metrópoli del Mundo
Libre; un hombre que había matado a los admiradores que osaron pedirle un
autógrafo, a los incautos que lo escrutaron demasiado tiempo, a las jóvenes que
habían intentado tocar su carne.
El anciano no comprendía por qué las cuatro cámaras de Matadero Cinco
grababan su conversación con el hombre de los ojos azules, ignorando al resto. No
entendía por qué el pulso de los reporteros temblaba; por qué sonreían.
El anciano no sabía que toda la audiencia de Matadero Cinco, el canal de
televisión dedicado a Sadman, retrasaba la hora de la cena, aguardando con
entusiasmo el instante ineludible de su muerte.

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Los agentes podrían haber intentado salvar la vida de aquel viejo ignorante; pero
decidieron asegurarse de que la cólera impronosticable de Sadman se concentrase en
un solo objetivo. Lo que desconocían era que aquel escuálido soldado ostentaba, sin
saberlo, su propia plusmarca personal: nunca un hombre había sobrevivido a tantos
años de guerra como él; se trataba, en suma, del soldado más veterano de la Historia.
«Todo eso es cierto, muchacho, pero no es importante». Se arrepintió al instante
del vocativo, pero decidió continuar hablando con la esperanza de que quedase
rápidamente olvidado entre las demás palabras. «Es divertido esto de salir en la tele,
pero no es la cuestión. El hecho es que robamos vidas. De algún modo, matar nos
angustia, porque comprendemos lo fácil que es eso, lo valiosa que es la vida, y no
queremos que nos hagan lo mismo que les hacemos a ellos».
El rostro de Sadman era apenas una silueta en la oscuridad de la langosta, pero
sus ojos brillaban como si albergasen en su interior dos relámpagos azules a punto de
descargar su furia. El viejo asesino intentaba convencerse de que aquélla era una
visión imposible, un efecto óptico, pero su cuerpo le gritaba con desesperación que
huyera, que saltara del transporte si no había más remedio. La gravedad tendría más
piedad de él que aquella demoniaca mirada.
Sin tomar aire antes de hablar, como si sus pulmones se llenasen por ósmosis,
Sadman dijo:
«Esa idea es un sinsentido. Es una estúpida contradicción que un asesino en su
sano juicio promulgue su derecho a vivir. ¿Acaso se considera superior al resto de los
hombres? ¿Tiene usted derecho a vivir y los demás no? Si yo apreciase la vida,
aunque sólo fuese la mía, no me dedicaría a destruirla».
El viejo asesino miró a Sadman atónito; luego todo su miedo se transformó en
cólera.
«¡Pero de qué coño hablas! ¿Me estás diciendo que andas por ahí matando gente
por una miseria y ni siquiera te importa? ¿Estás loco, tío? ¿Eres un suicida o algo
parecido?». El pequeño individuo daba manotazos contra el aire, envalentonado por
su propia osadía. Levantó su fusil con rabia y lo zarandeó. El contacto con el arma lo
revigorizó aún más. «¡Menudo desgraciado! ¡Esto no es un juguete, muchacho!».
Acentuó furiosamente cada sílaba del vocativo, añadió uno o dos improperios y
después cayó al suelo como un muñeco, fulminado. El piloto de la aeronave advirtió
al girarse que Sadman guardaba su pistola humeante en el bolsillo derecho de la
gabardina.
A pesar de lo improcedente de la situación, de las dificultades administrativas que
generaría la absurda muerte de aquel pálido criminal, el piloto observó el más
religioso silencio, sancionado por todos los allí presentes. Callaron y miraron al
suelo, como si honraran algún oscuro ritual de paso. Sadman se volvió hacia la
ventana circular con ojos cansados.
El Catábasis sobrevoló la Estatua de Plutón espantando las palomas y se alejó de
aquel monumento olvidado, antiguo como el Tiempo, manchado de polvo y graffiti.

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3.

Los hombres se desplegaron rápidamente por el tejado estableciendo un perímetro de


seguridad. Bajo la cobertura del grupo avanzaron hacia los puntos tácticos y tomaron
la plaza con eficiencia. Sólo entonces despidieron a la langosta, que se retiró con
sigilo a un edificio próximo.
Las instrucciones del Ministerio de la Burocracia clasificaban aquel bloque
derruido como el foco de un comando armado de insurgentes. A estos corpúsculos
paramilitares que se alzaban contra el Mundo Libre se los llamaba de diferentes
formas. La Panóptica se refería a ellos como negacionistas, aunque sus Asesinos
Públicos los llamaban simplemente rivales. Los consumidores preferían aglutinar a
todos los terroristas en una gran organización, por lo que la John Black Mass
Communication Media (o Mass Control Means, según los subversivos) la bautizó con
el nombre de Bluespace.
A pesar de que la Compañía había creado el Universo Artificial, y por tanto era
dueña de todo lo que contenía, Bluespace lograba perfeccionar su armamento de
forma periódica e inexplicable, lo que forzaba a la industria bélica a satisfacer la
creciente demanda operativa de armas más virulentas. Por su parte, la John Black
debía renovarse con tenacidad para adaptarse a las fluctuaciones de la moda marcial.
En el Mundo Libre, donde la guerra había sido desterrada a lejanos mundos inertes
por motivos de rentabilidad, en el que la muerte era el negocio más lucrativo, no
había mentiras. Las cuentas de la Compañía eran diáfanas. La estadística, más que
una ciencia, era una afición de la masa, que demandaba una contabilización
exhaustiva de todos los pormenores del espectáculo. Muertos anuales, dependiendo
de la naturaleza de las heridas, armas más utilizadas en asesinatos de la Compañía, de
los rivales, armas más efectivas, menos fiables, hora del mayor número de fallecidos,
informes completos de sus forenses, muertes inocentes, nivel social medio de los
terroristas, origen de sus familias, muertes por individuo, historiales de los asesinos,
tendencias homicidas basadas en el color de los ojos, mes de nacimiento y niveles de
colesterol, distancia más frecuente de los disparos, número de combates que se
resolvían en el cuerpo a cuerpo, con qué armas y a qué facción favorecían, qué
porcentaje anual de inocentes moría por balas perdidas, cuántos por disparos
intencionados, qué bando acarreaba el mayor índice en aquel punto, datos precisos de
esos inocentes, número de familiares y entrevistas en directo con los familiares; a ser
posible mientras moría su pariente.
La Compañía no obtenía el menor provecho económico de aquella contienda. Las
pérdidas siempre superaban a los beneficios. Todo el mundo trabajaba para las
Industrias Sair-Sudni, por lo que nadie iba a lamentarse de sacar tajada. La economía
del crecimiento perpetuo prometía un mejor nivel de vida, mejores canales de pago,

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mejor apartamento en un lugar más cercano a la Ciudad Alta, mejor alimentación,
ropa más elegante, mejor coche, mejores relojes, mejores amigos, mejor sexo, mejor
trabajo, mejores compañeros de trabajo, mejor jefe, mejor secretaria, mejor despacho,
mejor vista desde el despacho; y menor probabilidad de que algún desaprensivo le
levantase a uno la tapa de los sesos una mañana cualquiera.
Todo el mundo habría sido feliz si la Compañía hubiera encontrado la forma de
rentabilizar el conflicto con sus rivales.
Pero no era así.
La Compañía perdía mucho dinero luchando contra ellos, muchísimo. Sus
enemigos eran un grave problema y todos los consumidores tenían clara conciencia
de ello gracias a los programas informativos de la John Black, que suministraban un
pormenorizado seguimiento de cada tiroteo, de cada persecución, de cada muerte de
los rivales y de los asesinos.
El Mundo Libre temía a los subversivos.
Saber que la Compañía más grande de la Historia era lo único que se interponía
entre la gente de bien y el desastre era, sin duda, un tremendo alivio; y conocer los
desarrollos de esta cruzada era del máximo interés público.
Por todo ello estaban los periodistas aquella noche en la azotea de una guarida de
insurrectos, coreografiando a los asesinos para obtener un mejor rendimiento plástico
de la luz. Y por todo ello estaba allí Sadman, el mejor asesino del Mundo, para acabar
con todos los subversivos delante de billones de espectadores ávidos de indagar una
noche más en el escurridizo enigma de la muerte.

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4.

«Buenas noches, bienvenidos a Matadero Cinco. Hoy les ofrecemos una


programación muy especial. En directo desde los Distritos Apóstatas, ¡Sadman! El
mejor asesino de la Historia nos deleitará a continuación con su magia. El hombre
que jamás sonríe se encargará esta noche de un grupo de Bluespace, armado y
peligroso, que se ha hecho fuerte en un bloque residencial.
»Como pueden ver en sus pantallas, Sadman y otros seis asesinos se encuentran
ya en el tejado, esperando instrucciones de nuestro enviado especial. ¿Listos? Cinco,
cuatro, tres, dos, uno. ¡Adelante! Que comience la matanza».

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5.

Un lejano murmullo tronaba a su alrededor mientras Sadman caminaba en


recogimiento. No había pensamientos que enturbiasen su conciencia, se limitaba a
caminar sin rumbo, ensimismado.
Nada enturbiaba nunca la mente de Sadman porque aquella mente no podía ser
entendida con palabras ordinarias. Porque las palabras perdieron hace mucho tiempo
su significado, estos arcaicos símbolos sin contenido eran ineficaces, chocaban contra
un muro de impenetrables jerarquías que sólo podía ser traspasado por una lógica no
humana. Sadman obedecía a un razonamiento de rugidos primitivos que clamaba una
verdad sin conocerla, que no se armaba de retórica para su defensa, sino que la
estampaba contra el mundo como una necesidad de espíritu que no atiende a razones.
Sadman era un ser primordial, de sustancia comprimida, y por ello, vacío, apenas una
carcasa. Sadman vagaba por el mundo como una sombra, anhelando una muerte que
le estaba prohibida.
Porque Sadman no podía morir. No como mueren los hombres comunes,
atravesados por pedazos de metal ardiente a velocidades fantásticas. A pesar de las
copiosas oportunidades que el Mundo Libre le había ofrecido para perecer, nada
había minado su aparente invulnerabilidad. Era inexplicable, pero era real. El
Ministerio de la Ciencia se vio forzado a declarar años atrás que nunca había
intervenido en favor del asesino. Sadman era inmune a cualquier tipo de daño físico y
ahí acababa la cuestión. Naturalmente, con el mito nacieron los agnósticos y eran
frecuentes los conatos de magnicidio. Cada uno de los fracasos contribuía a reforzar
su aureola taumatúrgica. Pero Sadman no gozaba de la simpatía del público fuera de
la luz de los focos; no era como esos Asesinos Públicos con asesores de imagen y
campañas anuales de publicidad; era un tipo antipático. Desagradable. Cuando abría
la boca las butacas del salón dejaban de ser cómodas; su mutismo conseguía que el
telespectador retirase el contacto con sus ojos. Sadman no era divertido, y era
extraño, porque la mayoría de los asesinos lo era de un modo u otro. Los que no
bailaban o cantaban sabían contar chistes hilarantes, iban a la última y rompían las
tendencias de la moda, mataban a sus víctimas con armas personalizadas y de formas
nuevas —siempre originales—, eran guapos o tremendamente feos, violentos o
refinados, brutales o quirúrgicos. De alguna manera destacaban, y por eso estaban
ahí, en la cresta de la ola, barriendo en las encuestas. Sadman no era nada de eso. Era
un tipo oscuro, taciturno; hermético.
Pero nada de eso importaba en realidad. Cuando Sadman estaba en antena nadie
se acordaba del resto de los Asesinos Públicos. El Mundo contenía el aliento ante la
visión estremecedora de lo imposible; los proyectiles esquivando a su ídolo como
electrones en las proximidades de un protón. Las masas se arrimaban con avidez al

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monitor, encendían sus vídeos entre gritos, enmudecían ante la reproducción del
prodigio; un hombre inmune al dolor.

Página 19
6.

Un lejano murmullo tronaba a su alrededor y Sadman caminaba en recogimiento.


Caminaba sin que los pensamientos enturbiasen su conciencia, caminaba poseído por
la exigencia de un suave murmullo, una llamada milenaria. Recogido en los pliegues
de su mente, Sadman se entregaba a los brazos irracionales del viento negro.
Caminaba en la soledad más abrumadora, la soledad sensible del que no es sensitivo.
La soledad indolente de la indiferencia plena. Sadman era un ser amputado de todo
sentimiento, de cualquier afecto humano. Era incapaz de desear, era incapaz de odiar.
Porque al ser operado contra el deseo se le priva del odio, de toda emoción.
Excepto de una. Una emoción tan primaria, tan inseparable, que lo acompaña sin
importar las amputaciones que sufra.

Página 20
7.

Una insondable tristeza embistió a Sadman al penetrar en el oscuro bloque de


viviendas, tan violentamente que descolgó los brazos entre el tiroteo y los gritos
desgarrados. En estos momentos incomprensibles, en los que Sadman se veía a sí
mismo asediado por la nostalgia innombrable, lo embargaba la desdicha. Lentamente
una lápida de humo le volcaba el alma y él se preguntaba en un susurro si no sería el
efecto del tabaco. Pero bien sabía que esa fuerza invisible no poseía nombre para él,
que los males del mundo no eran suficientes para envararlo, y que esta tristeza era
una desgracia ajena, una burla divina cargada sobre sus hombros como maldición
atlántica, y de la que no se libraría. La tristeza le daba ganas de morir con más
energía de la acostumbrada.
Tal vez por eso no vio al niño que le salía al paso. Tal vez por eso no reparó en la
pistola que aferraba con manos temblorosas.
Y, aunque sea imposible, tal vez por eso la bala le atravesó el vientre con un
estampido de cuervos que volaron para huir del pecado de presenciar la violación de
una ley cósmica.
Muchos pueblos de pragmatismo formidable desecharon la palabra imposible de
su vocabulario; bien habría que congratularlos, sabiendo que tan a menudo se realizan
aquellas proezas que con ímpetu insensato juzgamos más allá de lo cabalmente
imaginable.

Página 21
8.

El desconcierto de Sadman sobrevivió al pequeño filohomicida. Se miró el orificio de


la herida y contempló con indiferencia la sangre que se escurría entre sus dedos.
Los Asesinos Públicos que lo acompañaban, en cambio, se lo tomaron peor.
Quizá pensaron, y puede que tuviesen razón, que este fenómeno extraordinario que se
había topado con ellos obedecía a una especial conjunción de astros, a una grieta
momentánea en el tejido de la realidad, o algo parecido. De hecho, si lo pensaron no
fue durante mucho tiempo, porque comenzaron a disparar a Sadman con urgencia.
Todos coincidieron en alimentar la fábula de despachar al inexpugnable.
Y si acertaron en el juicio fallaron en el cálculo. Sadman alzó sus ojos bajo el
fuego automático mientras las paredes reventaban a su alrededor, mientras las piedras
estallaban en pedazos, ignorándolo como a un tótem protegido por la madre tierra. Y
mientras los proyectiles surcaban el espacio sin rozar su cuerpo, Sadman fijó los
gélidos ojos azules en sus agresores y comenzó a caminar hacia ellos, destruyéndoles
la voluntad y la fe en la inteligencia humana. Siguieron disparando con desesperación
porque sabían que ya no había marcha atrás, porque habían desafiado a la Muerte y
ella se disponía a cobrarse sus vidas en pago por tamaña osadía.
Disparaban y retrocedían, disparaban y sus corazones mendigaban compasión a
un ente inanimado. Disparaban porque aunque hubiesen bajado sus armas en ese
preciso instante, les atormentaba la certeza de que el resultado habría sido el mismo;
la certeza de conocer cuál sería el momento de su muerte.
Porque la tristeza de Sadman desaparecía frente a la amenaza, embargada por una
incontenible necesidad de destruir la fuente del peligro. Nada había allí de humano;
aquel empellón no le pertenecía; ante las olas irresistibles de aquel viento de negros
embates no era más que un náufrago doblegado al arbitrio de una fuerza primigenia.
En aquellos momentos Sadman se transformaba en una abominación, en la
monstruosa guadaña de la Muerte, en un fenómeno tan inexorable como el Tiempo.
Por todo ello, Sadman apuntó sistemáticamente a sus colegas y les voló uno a uno la
cabeza.
Lentamente, sordo a sus súplicas de clemencia, sin atropellarse.
Sin parpadear.

Página 22
9.

Sadman caminaba por las calles atestadas como un espectro ignorado por la
muchedumbre. Los videoaficionados daban testimonio de asesinatos y violaciones,
los francotiradores daban cuenta de los paseantes improductivos; los alastores
permanecían alerta a los ataques de los insurgentes y los ejecutivos acudían a la
oficina entre una maraña de guardaespaldas metálicos armados hasta los dientes. En
las avenidas superpuestas se estrujaban los mensajes cacofónicos y las
resplandecientes vallas de doscientos metros cuadrados, las langostas patrullaban el
cielo, los monstruosos nubarrones descargaban su lluvia plomiza, los relámpagos
restallaban sobre los pararrayos a su capricho, criaturas hediondas limpiaban las lunas
de los automóviles confiando sus vidas a la veleidad del semáforo, los televisores
ocultaban las fachadas de los rascacielos.
En la entrada del metro dos jóvenes carteristas huían hacia la calle. Uno se ganó
el anonimato en la multitud, el otro tropezó, se incorporó, alzó la vista y sus ojos
fueron absorbidos por la nada, contemplaron a un hombre rodeado por una burbuja de
vacío. Se sumergió en los ojos prohibidos de Sadman y los músculos congelaron su
huida. Quiso entonces extraer de su bolsillo algún precioso objeto, olvidando que la
muerte le corría al encuentro. Una navaja le rebanó la esperanza y de sus dedos se le
escapó la vida y una pluma bañada en sangre que rodó por los escalones que
conducían a las fauces abiertas del mundo subterráneo.
El tren era impelido por el magnetismo a través de las tuberías metropolitanas y
Sadman miraba por la ventanilla el reflejo de los faros amarillos que se desplomaban
en silencio hacia el pasado. Dos niñas grababan el descuartizamiento de un obrero
espoleando la creatividad del carnicero y calculando los beneficios que les reportaría
el espectáculo. Dos gorilas blindados como columnas de mármol quemado vigilaban
el vagón, cerrando filas frente a un escuálido contable de la Compañía que llegaba
tarde al trabajo. Dos cromados espadachines miraban con avaricia la piel de
pergamino y las gafas abultadas, pero reprimían sus impulsos ante la perspectiva de
los cañones de veinticuatro milímetros.
Alguien tiró de la manga de Sadman y luego sus sesos cayeron desparramados
por los asientos. El cuerpo convulso del viejo indigente atrajo la atención de las
niñas, que se acercaron para almacenar su muerte en formato digital. Con el objetivo
acariciando el rostro ennegrecido, la aficionada levantó la cabeza y vio a Sadman, el
mayor asesino de la Historia, sentado junto a la ventanilla del vagón, mirándola a los
ojos.
Sin poder despegarse de aquel infernal contacto, apagó su cámara y musitó:
«Han-tâ, no me mates».

Página 23
Sadman observó cuidadosamente los ojos vidriosos y la respiración sofocada, la
indefensión de aquella pequeña piltrafa, y ladeó la cabeza hacia los ventanales de
cristal.
Sadman era un engendro nacido de la matriz que era el Mundo Libre. Nacido de
la progresión incalculable de la estirpe germinal hasta la epigonal, su último peldaño
evolutivo. La vida era para él como los focos amarillos que se desplomaban en
silencio hacia el pasado.

Página 24
10.

Porque incluso en seres inmundos hallamos seducción, porque pensaron que no


serían dignas o atrevidas las almas que no se arrojasen a la desdicha, el Mundo Libre
triunfó donde las alternativas mostraron su flaqueza antigua. Porque subestimaron la
capacidad de asombro, el hombre se acodó, se abalanzó, y de un empujoncito se
arrojó al abismo. Porque olvidaron que el abismo de los mortales no era el camino
hacia el paraíso, la humanidad hizo de él su hogar. Porque los venerables declararon
la guerra santa a la técnica y al instinto, la industria y el pueblo desataron su furia
científica y su hastío ideológico contra los dioses y las leyes de los dioses. Porque las
necesidades del mercado eran gobernadas por hilos invisibles, el mundo aprendió a
acomodarse a las exigencias del progreso. Porque la improductividad estorbaba a la
expansión, Dios fue desechado por su inoperancia.
Porque la Naturaleza gobernaba el mundo sin consultar a los hombres, se
profetizó su caída. Porque todas las profecías acaban cumpliéndose, el Mundo Libre
floreció sobre las ruinas del espacio para dar continuidad al Tiempo.
El Tiempo, la sucesión infatigable de las causas hacia el inevitable
desencadenamiento de las consecuencias.

Página 25
11.

A pesar de la hora, a pesar de no haberse despegado aún del calor de las sábanas,
Sadman se sentía profundamente cansado. El crujido de los goznes rechinó en su
espalda con una desagradable sensación astillada, y desprenderse del peso de la
gabardina y la pistola no le alivió de la carga que soportaban sus hombros. Oyó
zumbar el televisor mientras iba tanteando su apartamento bajo la luz grisácea que
arrojaba sobre los muebles destartalados, con los que convivía sin prestarles
demasiada atención. El sofá le dio la bienvenida con el abrazo apático al que lo había
acostumbrado. Soltó los recibos de la oficina de defunción en la pequeña mesita de
madera sintética y ordenó los despojos de los días anteriores para colocar un par de
cartones de cigarrillos, una pizza, tres botellas de whisky y una hoja impresa de papel
blanco. Miró estas cosas en silencio y vio ante sí lo que valía la vida de un muerto.
Cambió de canal y se recostó plácidamente para engullir lo que fuese que daban esa
mañana mientras masticaba aburridos nutrientes aderezados con buches de la botella.

«… Liado una buena, ¿verdad? Ya lo imaginaba. Supongo que querrás hacer las
cosas bien. Nadie lo duda pero ¿a dónde vas a ir a estas horas con esos billetes?
Claro, y hasta mañana temprano vas a tener un muerto ilegal en tu sofá. No hay que
exagerar tampoco, hombre; Home Credit Box te ofrece una solución limpia y rápida a
todos los homicidios imprevistos en el hogar. Con tu Cajero Familiar podrás pagar al
Ministerio del Homicidio la Expectativa de Producción Vital de tus víctimas de forma
instantánea, ¡sin salir de casa! Además, puedes sacar dinero cómodamente para tus
pedidos de comida a domicilio y venta por correo. ¡Anímate! Llama ahora y te lo
instalamos en el salón antes del amanecer. Home Cred…».
Click.

«La muchacha está muerta… ¿qué tendrá la muchacha?


Los líquidos se escapan de su boca quebrada,
que ha perdido la vida, que ha perdido el color.
La muchacha está pálida en su cama metálica,
están mudos los pulmones de su caja torácica;

Página 26
y en un vaso, apartado, desangro su corazón…».

Click.

«… desde el Mundo Bélico Eta Delta. Astounding Drinks ha aprovechado la


ampliación de capital aprobada ayer por su junta de accionistas para redoblar sus
tropas. A pesar de todo, el portavoz ecomilitar de Rock Cola ha afirmado hace unos
minutos que su Ejército de Tierra no perderá las posiciones que había consolidado en
las últimas semanas. Hugh Ripstein es el secretario general de la Comisión Panóptica
de Arbitraje de la Ecomancia. ¿Qué valoración le merece este inesperado giro en los
acontecimientos?».
«Buenos días, Ryan. En primer lugar, el incremento de la presión militar de AD
confirma el interés de la empresa por extender su catálogo de bebidas. Los beneficios
de Rock Cola en el último ejercicio demuestran que el mercado de refrescos ha sido
subestimado y AD no parece dispuesta a permitir que RC se siga beneficiando del
monopolio».
«Muchos accionistas de Rock Cola han denunciado a la CPAE por sancionar la
OPA hostil de AD. ¿Es cierto que Astounding ha sobornado a la Comisión, señor
Ripstein?».
«Astounding comunicó oficialmente a la CPAE su interés por derribar a Rock
Cola de su posición de monopolio. Sus sobornos nos confirmaron que sería un
excelente copartícipe de los beneficios de esta línea de productos. RC no mostró
ningún interés en compensar con sus fondos la iniciativa de Astounding, así que
autorizamos la declaración de guerra».
«¿Por qué se decidió librar la contienda en Eta Delta, uno de los Mundos Bélicos
más cercanos al Círculo de Mundos Capita…?».
Click.

«… más vieja de Hel, ¿no es así?».


«Cierto».
«A día de hoy cuenta con tres mil cuatrocientas veintitrés películas, y ha actuado
con los actores más cotizados de la industria… y los mejor dotados también…».
«Bueno, eso que me lo digan a mí…».
«Bien, dígame, señora Slurp, con ochenta y seis años, ¿cuál es el secreto para
poder follar tantas veces al día? La mayoría de los adolescentes…».

Página 27
Click.

«Apunta con suavidad…».


«Hemos topado con un tirador de primera, ¿verdad, George?».
«Sin duda, Pablo. Su ritmo cardiaco no se mueve de las cincuenta pulsaciones por
minuto, y su pulso es tan firme que a veces parece que la imagen se haya congelado.
Pocos tiradores tan expertos suelen conectarse con nosotros».
«Además, observa cómo tantea los blancos. Los cazadores deportivos suelen
ponerse bastante nerviosos frente a las aglomeraciones de presas, pero éste, ¡vaya si
tiene unos nervios bien templados!».
«Ahora pasa por ese grupo de jovencitas con una parsimonia deliciosa… Parece
que disfruta viéndolas reír tan alegremente. ¿Crees que se decidirá por alguna de
ellas?».
«Es muy posible, George. En estos momentos debe estar comprobando la
Expectativa de Producción Vital de cada una en su monitor. Está saboreando cada
segundo tras la mira telescópica… ¡y haciéndonos pasar un buen rato! Ahí se
distingue a un verdadero profesional de la caza deportiva: no se precipita nunca,
acaricia el pelo y espera el retroceso como un buen orgasmo».
«El medidor de EPV de la que va en el centro… indica una esperanza de vida
restante de treinta años, a unos ocho mil sudnis por año: doscientos cuarenta y cinco
mil sudnis».
«Una multa muy razonable, ¿no te parece?».
«¡Ahí lo tienes! ¡Vaya disparo!».
«¡Un impacto limpio en la base de la columna!».
«Se ha desplomado como si la hubieran desconectado. Qué maravilla».
«Recuerda también que una chica de esa edad aún no ha desarrollado las caderas,
por lo que se necesita mucha experiencia para segarla de un solo disparo en esa
zona».
«¿A qué distancia estimas que se encontrará del objetivo?».
«Pues no sabría decirlo… Considerando la desviación del tiro para compensar el
viento, yo diría que…».
«¡Espera! Creo que lo tenemos al teléfono. Buenos días, ¡menudo disparo!».
«Bien… sí, por qué negarlo».
«Hola, te habla Pablo Nguyen, cronista del Speedball. Nos preguntábamos ahora
mismo…».
Click.

Página 28
«No se pierdan la conclusión de la autopsia del Doctor Aedo tras la publicidad.
¡Volvemos en un instante con Quince Minutos de Fama… para el Cadáver!».
Click.

«Trescientos setenta y uno en Ciudad Tectónica. Dos mil ciento diecinueve


registrados en los Páramos. Cuatro en Bahía Botánica. Cuatrocientos setenta y ocho
en Gul Gothay. Mil trescientos cincuenta y tres en el Muro de Hierro. Trescientos
cuarenta y nueve en Zareba. Ciento treinta y dos en el Distrito Financiero de Ciudad
Vector. Novecientos siete en los Distritos Apóstatas. Once en el Distrito
Gubernamental. Ochenta y seis en Onírica. Y cero en la Torre Empírea. Tras el
recuento del Body Lotto de la última hora, pasamos a detallar los billetes premiados.
Con seis aciertos de primera categoría…».
Click.

«Oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh…».


Slurp, slurp, slurp, slurp, slurp, slurp, slurp, slurp…
Click.

«… treinta mil sudnis no son una tontería, caballero, aunque aún puede doblar su
apuesta. ¿Qué decide?».
«¿Qué pasaría si la doblo?».
«Bien, al doblar la apuesta gasta uno de sus comodines y añadimos una segunda
bala al tambor. Pero si supera la prueba recibirá sesenta mil sudnis, que ya no podrá
perder aunque se dispare el…».
Click.

«¿Qué piensa del aplomo de RC ante el contraataque de Astounding?».

Página 29
«Creo que Rock Cola confía mucho en las cualidades de su general de
operaciones, Héctor Deífobo, y en su capacidad para repeler la ofensiva y consolidar
sus posiciones».
«Creo que Deífobo es un viejo oficial comisionado de los Bucelarios de Elite de
la Panóptica, especializado en táctica defensiva. ¿Cómo es posible que trabaje en el
sector privado?».
«Los Bucelarios no han entrado en combate en los últimos catorce mil años. La
Panóptica les permite participar en los conflictos ecomilitares para ganar experiencia.
Deífobo es uno de los mejores exponentes del éxito de nuestra política, dada la
veteranía que ha acumulado en veinte años al frente de diversas fuerzas
ecomilitares…».
Click.

«De acuerdo, Enry, ha sido todo un placer hablar contigo…».


«Para mí también. Encantado. Hasta la próxima».
«Adiós, Enry, esperamos tenerte pronto con nosotros. Y les recordamos a los
señores telespectadores que por conectar con El Punto de Mira recibirán la
oportunidad de pagar la Expectativa de Producción Vital de sus víctimas a través de
nuestra cadena, que gestiona directamente con el Ministerio el trámite burocrático del
cumplimiento de la Segunda Ley y les deja a ustedes libres de incomodidades legales.
No lo duden: antes de apretar el gatillo llamen al número que aparece en pantalla.
Además, si su disparo es el mejor de la noche recibirán el premio especial Holy Moly
cortesía de la revista Speedball, representada en nuestro plató por el prestigioso
crítico de caza Pablo Nguyen. Bien, Pablo…».
Click.
«Sin exagerar, ¿qué te parece?».
«Una verdadera maravilla. Pero el guardamontes…».
Click.
«Cuchillos con hoja serrada, que también le servirán en la cocina…».
Click.
«¡Puaj! ¡Vaya guarrada! Es lo más…».
Click.
«Y, sin embargo, necesitó más de catorce punzadas para reventarle los…».
Click.
No, si ya les digo yo que esta mujer se tiene merecido el nombre que… Click.
Demostrarlo es fácil. Mira: me lo hizo él en persona… Click. siendo como es, no
parece que vayan a cambiar las cosas… Click. Sistemas Panópticos controla, gracias
a… Click. Los ojos no parecen… Click. … cosido a la vez. Aho… Click. … y dos

Página 30
cinco, más… Click. oportunidad pa… Click. Entrañas desparra… Click.
brutalmente… Click. explo… Click. abr… Click. cuan… Click. lo men… Click. sino
Click. de f Click. colg Click une click tas click nie click eter click pr click jo click te
click a click click click click click clickckclickclickclickclickclickclickclick… Click.

Página 31
12.

El Mundo Libre se había asociado con la muerte y la había convertido en la mejor


fuente de ingresos de la Historia. Conservaba intactos sus misterios desde el principio
de los Tiempos; lo único que había traspasado las fronteras del Gran Colapso de la
mano del hombre. La ciencia había logrado devolver la vida a los muertos, pero no
había descubierto lo que se ocultaba tras ella. Los devueltos no recordaban nunca la
muerte, aunque se los entrevistaba a conciencia. Esto era así porque el proceso de
resurrección no consistía en revivir a la persona que había fallecido, sino en emular la
información física, mental, emocional y espiritual que la diferenciaba, y que podía
extraerse en cualquier momento de su vida, incluso poco después del fallecimiento.
La información obtenida se almacenaba en poderosos ordenadores y ocupaba un
espacio enorme; uno por diez elevado a ciento cuarenta y ocho bytes. Con estos datos
se gestaba un embrión que alcanzaba, en cuestión de días, la edad deseada por el
cliente, con una precisión formidable. No se trataba, por tanto, de un burdo clon, que
se limitaba a reproducir el código genético. Era la misma persona, una emulación
exacta que no tenía conciencia de haber muerto, aunque hubiera decidido retomar su
vida donde lo había dejado todo al fallecer.
Como no podían almacenarse digitalmente las experiencias de la muerte, las
emulaciones acumulaban información hasta el instante difuso, imponderable, de la
cesación de la vida. La civilización se encontraba en su cúspide y la incógnita seguía
sin resolverse, inescrutable y fascinante. El Mundo Libre, que había alcanzado todas
las metas imaginables, se entregaba con jovialidad a la exploración de la verdadera y
última frontera.
A estas alturas, la muerte era lo único por lo que merecía la pena vivir.

Página 32
13.

La televisión por la mañana era tan aburrida y Sadman se sentía tan cansado que se
recostó en el sofá. Sintonizó el canal muerto, cerró los ojos y su consciencia se diluyó
lentamente hasta desaparecer. Cuando los abrió de nuevo habían pasado seis horas.
Subió el volumen del televisor. Tras zapear durante cuarenta minutos descubrió
canales más allá de los mil quinientos que solía frecuentar. Haberlos ignorado podía
incurrir en delito contra la Tercera Ley, por lo que se dispuso a profundizar en ellos.
Pronto supo que eran canales de la Ciudad Vector, y en ese momento se hallaban en
horario de prime time.

Página 33
14.

Varias mujeres curvaban sinuosamente sus cuerpos al ritmo de armonías frenéticas


embadurnadas de sangre y entrañas humanas en Sangre, Vísceras y Coños de la NTV.
Lothar Weapons Systems anunciaba sus últimos avances en armamento doméstico de
12.7 milímetros. Share It! ofrecía su emisión a cualquier consumidor lo bastante
original como para subir su cuota de audiencia. Tres meninas merodeaban la puerta
de una pequeña tienda de alimentación armadas con palos de hockey. Billy Stardust
comentaba orgulloso la tremenda mamada de la noche anterior antes de presentar,
untando su pene de vaselina, a la actriz porno más joven del Mundo Libre como gran
clausura de su semana monográfica. La Panóptica anunciaba un aumento oficial del
superávit dentro del Círculo de Mundos Capitales en Cash Flow, donde la
presentadora, Cash, se desvestía y acababa masturbándose con útiles de oficina
conforme la audiencia iba creciendo. Friedrich Albertini abría una cadena de
restaurantes en Ciudad Vector para noveaux riches. Sus sesos saltaron por los aires.
Sadman comprendió que había vuelto a sintonizar Share It! sin darse cuenta. En
Living the Life for Them tres hombres se machacaban las piernas con tenazas sin
soltar una queja mientras un contador engrosaba su saldo bancario. Los cinco
miembros de DeathWatch se suicidaban en directo, convirtiéndose en leyenda aun
antes de que su primer disco saliese a la venta. Una niña de tres años era sodomizada
por Billy Stardust. Los ojos de una mujer crecían de forma desmesurada dentro del
horno de su marido. Cinco niños corrían delante de un rodillo plagado de aristas hacia
una piscina de burbujas negras. Ultrasoldier golpeaba con fuerza hidráulica a un rival
abatido. Dos madres lavaban la sangre de sus hijos con Lionel Cleaning. El servicio
de bomberos subastaba su ayuda a los vecinos de un edificio en llamas. Un coche
deportivo pervertía la inocencia de una niña en la consagración. Los Reyes Magos
regalaban teléfonos móviles al niño Jesús. Dios encargaba bocadillos recién hechos a
San Gabriel.

Página 34
15.

El Mundo Libre no era muy diferente de los anteriores. Deshacerse de Dios no lo


cambió, después de todo, de forma significativa. Una sociedad necesita mitos, aunque
no crea en ellos, para poblar el provechoso jardín de la estereotipia. La simplificación
construyó fortalezas persistentes desde los orígenes del Universo Artificial gracias a
la necesidad de dar una explicación a la existencia del hombre después, y más allá,
del fin de la vida. Las complejidades del Proyecto Noelle-Newman escapaban de la
comprensión del pueblo llano, incluso del pueblo llano de Hel, el único planeta
superviviente del Gran Colapso, y germen de la nueva Humanidad. A pesar de su
supremacía evolutiva, la dedicación de los helitas a labores administrativas no los
capacitaba para asimilar las implicaciones de una vida después de la vida. Poco se
sabía del Gran Colapso, como mandaba la Panóptica, porque el hombre sabe que la
información puede ser perjudicial cuando no se conoce la globalidad de los factores
en juego, y un conocimiento descontextualizado podía ser peligroso en un mundo
donde las estrellas eran máquinas controladas por humanos, que funcionaban gracias
a la solvencia de una compañía controlada por humanos. Saber lo que no debía
saberse podía ser fatal para el propio equilibrio de las leyes artificiales de la Física.
La Compañía decía que exigir al hombre que dejase de divertirse para reducir los
riesgos era abusivo, por lo que dejaba al hombre el placer y ella se encargaba de
afrontar el riesgo. Pero claro, luego no podía uno ir por ahí haciendo preguntas.
Después de todo, si la Compañía cometía un error no se perderían puestos de trabajo,
sino que cosas como la gravedad podían irse permanentemente de vacaciones.
Los mitos permitían comprender sin entrar en detalles, y la Sair-Sudni sabía cómo
debía explicarle las cosas a los consumidores del Mundo para que las entendiesen.
Las religiones decían que Dios creó el cosmos. Pero cuando el Universo se plegó
sobre sí mismo, en directo para toda la Humanidad, la verdad quedó desnuda frente a
sus ojos. El hombre había sobrevivido a la Creación y reía por su éxito. Reía ante los
ojos de Dios, en directo, para toda la Humanidad. Era difícil identificarse con Dios y
lo Eterno cuando murieron las visiones imperecederas, como el océano, el
firmamento y el Sol.
El Año Uno de la Nueva Era Artificial se inauguró en Hel, el único planeta
superviviente, quemando las sagradas escrituras y construyendo una estatua
magnífica sobre la pira a la que llamaron el Monumento al Dios Muerto.
La Panóptica, al poco de su fundación, encontró que los mitos podían ser muy
útiles como vehículo de mensajes, teniendo en cuenta los problemas que surgían ante
los sectores de la población que no aceptaban los pormenores de la vida artificial. Los
pobres de espíritu no comprendían que sus dolencias respiratorias desaparecerían
cuando se ajustasen debidamente los elementos químicos sintéticos de la atmósfera;

Página 35
que las estrellas que nacían en el cielo espontáneamente no eran cometas salvajes,
sino generadores de hidrógeno que se alimentaban de fluctuación cuántica; que los
nuevos planetas no eran descubrimientos científicos, sino productos manufacturados;
que las oscilaciones gravitatorias de los primeros años no presagiaban el fin del
mundo, sino un mantenimiento rutinario. El propio rumor, luego confirmado por los
hechos, de que las Industrias Sair-Sudni tenían el poder de transmutar el tiempo en
espacio, consternaba a algunas mentes demasiado frágiles para asumir el cambio. La
Panóptica eliminó a los inadaptados, pero aprendió que el pueblo necesitaba
explicaciones.
De esta manera, el Mundo Libre se apropió de los antiguos mitos y les dio
continuidad en el tiempo. El Mundo Libre jugaba con arcángeles y serafines. El
Mundo Libre adoraba la religión.
El Mundo Libre.
Deicida.
Teófago.

Página 36
16.

Jesús languidecía crucificado con la corona de espinas. Pálido y agonizante, se


hallaba en mitad de la oscuridad, iluminado desde lo alto. Se encendió un abanico de
colores y una multitud aplaudió a Billy, revelado por el poder de los focos tras una
lujosa mesa. Otra semana acababa de comenzar y Billy Stardust se preparaba para
abrir el siguiente monográfico.
«¡Buenas noches por la noche! ¡Bienvenidos a nuestra nueva semana temática!
Hoy comienzan siete días tan apasionantes que tirarán el mando por la ventana en
unos minutos; cosa que mi cuenta bancaria les agradecerá profundamente».
El público del plató se echó a reír, mientras Billy intentaba calmarlos con tímidos
gestos de la mano.
«Estas siete noches vamos a centrarlas en los mitos del Mundo Libre. Los
primeros seis días los dedicaremos a figuras estelares como Mahoma, Confucio y
Buda. Para los más sesudos aclararemos que estas personalidades han sido emuladas
por gentileza del Ministerio de la Resurrección, que los ha devuelto a la vida para que
podamos entrevistarlos en directo. El séptimo día disfrutaremos con un concurso en
el que Alá, Brahma y Jehová demostrarán cuál es el más omnisciente de los tres. Hoy
empezaremos con un plato fuerte. Un invitado muy especial, venido desde lo más
alto. ¡Un gran aplauso para Jesús de Nazaret!».
Aplausos.
«Buenas noches por la noche, señor Nazaret. Lamento la incomodidad de su
colocación, pero no podíamos resistirnos a la ironía».
Risas.
Jesús habló con voz dificultosa; el peso de la cabeza aprisionaba sus cuerdas
vocales.
«El tiempo oportuno ha llegado. Cuarenta días volveré a resistirte».
«Resistirás lo que dure el prime time, colega».
Risas.
«Todos sabemos que usted estuvo en la cresta de la ola durante algo más de dos
mil años, gracias a la excelente gestión de su equipo de marketing. Repasemos a
continuación su carrera. Veamos, nació en Judea en el año uno de su propia Era… —
¡vaya!—, su padre adoptivo se llamaba José y era carpintero, su madre era…
veamos… María, y… bueno… ejem… después de dar a luz, siguió virgen».
Risas.
«¿Podría explicarnos eso del dogma de la virginidad, por favor?».
«Está escrito: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra, por eso el hijo que nazca será santo y llamado Hijo de Dios”».
Murmullos.

Página 37
«Bien, bien, mi amado público, parece que vamos a necesitar traducción. No se
preocupen, todo está previsto. Sí, parece ser que usted se refiere a que todo fue un
milagro, o sea, que su madre no se folló al carpintero para parirle a usted, ¿me
equivoco?».
Risas.
«Veo que no le ha gustado la broma. Hoy día, con esa actitud no va a convencer a
nadie, ¿sabe? Parece ser que su mensaje, si es que soltó alguno, impactó al mundo de
entonces. ¿No se imaginaba que esa organización que fundó estaba condenada al
fracaso por culpa de su obstinada política anticientífica? Es natural que su
explicación del mundo se fuese al garete tarde o temprano. Por no hablar de la
represión, el inmovilismo y la censura».
«El Hijo de Dios fundó un solo mensaje: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo
como a ti mismo”».
Murmullos. Risas tremendas tras la aclaración.
«Silencio… silencio, por favor. Vaya, vaya, lamento ser el portador de malas
noticias, J. C., porque usted es el único de por aquí que cree en esas memeces».
El público era un jolgorio.
«Ahora bien, si usted fue tan bueno, si hizo tanto por sus vecinos, ¿por qué coño
se lo cargaron? ¿No será que también tenía sus trapos sucios, que para ascender tuvo
que despacharse a algún entrometido? Además, si es el Hijo de Dios, ¿por qué no les
dio su merecido a esos romanos, por qué no quemó sus casas, violó a sus mujeres o
algo así? ¿Es que el Hijo de Dios no podía evitar su propia muerte?».
«Está escrito: “El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, será reprobado por
los ancianos, los pontífices y los escribas; lo matarán y al tercer día resucitará”».
«Otra vez con el está escrito de los cojones. Ea, ea… Aquí dice que hizo
milagros. Multiplicó los panes, resucitó a los muertos, curó a los enfermos… ¿Qué
otras cosas puede hacer? ¿Podría matar a mi novia y agenciarme una decente?».
Risotadas. Jesús balanceaba la cabeza, tembloroso; el cuello le chasqueaba. El
público se calmó, esperando un giro repentino en el espectáculo.
«El quinto mandamiento de Dios es no matarás».
Los espectadores estallaron en carcajadas comentando la insospechada locura de
aquellas palabras.
«Vaya. Creo que hemos chocado de frente con el meollo. ¿Puede saberse qué
quiere decir eso?».
Jesús se agitaba en la cruz. Le habían remachado los clavos a las manos y le
desgarraban la carne; de las heridas manaba abundante sangre.
«No matarás… no cometerás adulterio… no presentarás falsos… testimonios…
no… codiciarás los…».
Sufriendo fuertes espasmos, entre una orgía de carcajadas, vomitando sangre,
Jesús se desprendió de la cruz y cayó al suelo. El público vitoreaba al moribundo, que

Página 38
trataba de pronunciar unas últimas palabras, pero no llegaron a brotar gracias a la
presión del lustroso zapato de charol de Billy Stardust sobre su cuello.
«¡Señoras y señores, muchas gracias! ¡No se pierdan —quieto tío— la entrevista
con Mahoma, vivito, coleando, y muy visible, para todos ustedes, mañana a las diez,
como todos los días! ¡Hasta mañana, buenas noches por la noche!».

Página 39
17.

El Mundo Libre se sostenía sobre dos pilares de futuro crecimiento, la Envidia y la


Avaricia. Principios esenciales que gobernaban la conducta de los hombres, eran
reconocidos ahora en público como merecían. Como motores del cambio, ambas se
complementaban en un eterno relanzamiento mutuo. La Envidia aseguraba una
vigilancia, un despertar de la conciencia comparativa que exigía recompensa. La
Envidia inducía a pensar que no era tan importante tener un coche muy rápido como
que fuese más rápido que el del vecino. Para un hombre bien podrían circular los
vehículos a diez kilómetros por hora mientras el suyo viajase a quince. La Envidia era
la suprema señora de la involución, la caprichosa demandante de mediocridad que
retribuía su exigencia con un gustillo dulzón en la boca del estómago y destacaba lo
probado frente a lo inédito. Ella era la reina protectora, alimentada de Egoísmo; el
empuje hacia atrás y hacia el interior.
La Avaricia era una máscara de carnaval que mostraban con orgullo, reflejaba la
facultad de superación personal y señalaba a los escogidos para la reproducción de la
especie; era sexualidad contenida en rotativas de prensa, caldos amargos para los
desheredados por la virtud; dinámica de acumulación de riquezas, hito histórico de
máximos posibles, prueba viva de un milagro humano. La Avaricia construía el
Mundo Libre inventando nuevas fronteras, agigantando los límites conocidos hacia el
infinito. Ella era el soberano agresor, alimentado de Egolatría; el empuje hacia
delante y hacia fuera.
La Envidia y la Avaricia eran monumentos vivientes del Mundo Libre, ídolos de
carne para estos hijos futuros. Sus letras se escribían con plumas doradas en las juntas
directivas, ofreciendo el poder y la riqueza a los que las cultivaban con generosa
dedicación.

Página 40
18.

Ráfagas de luz catódica golpeaban a Sadman en el rostro sin desaliento. Le


impactaban las imágenes como ventanas de paraísos perdidos que jamás alcanzaría,
como canto de la Furias que entumecían los sentidos y agolpaban sinceras ilusiones
contra el cristal vacío de gases nobles. Los protagonistas de la pequeña caja de
Pandora hacían y dejaban que los hombres viesen hacer, cumpliendo los sueños
publicados para el público anhelante de presenciar la demolición de un nuevo muro
de impensable rebeldía, reificada con los himnos oficiales de la Panóptica. Cobraban
los espectadores un salario por contemplar la televisión, suficiente para sobrevivir en
un mundo donde los precios se ajustaban a las necesidades y a las aspiraciones de la
conciencia, donde los mensajes ejercían el masaje que los consumidores solicitaban
para sobrellevar el sufrimiento. La videopolítica afirmaba que no trabajar para ver la
televisión era una opción recomendable, que exentaba del cumplimiento de la
Primera Ley siempre que instalasen los audímetros y se comprometiesen por contrato
a permanecer ante la pantalla tantas horas como la jornada laboral. Sólo en Hel
catorce mil millones de consumidores mostraban con orgullo sus tarjetas de
televidente profesional. Muchos niños timoratos soñaban con hacer carrera como
televidentes profesionales cuando fuesen mayores, algo comprensible si se recuerda
lo peligroso que podía ser salir de casa estos días.

Página 41
19.

A la luz del televisor, Sadman dormía. Dormía un letargo solitario alejado de la visita
del subconsciente, una inconsciencia plácida entregada al tierno abrazo del olvido. El
descanso de Sadman era semejante a estar muerto, una paz tan grande que no quería
desprenderse de ella, pero tan efímera, tan vacía al consumirse, que se escurría entre
sus dedos como granos de arena, lenta e irremediablemente.
Por eso, al ver un pasillo que aún no había olvidado, creyó haber regresado a él,
por alguna razón que no podía entender. La sensación de viajar dentro de su propio
cuerpo fue tan extraña que se sintió poseído por alguna fuerza exterior. Acaso el
viento negro se manifestaba ahora con una nueva forma. Acaso, sencillamente,
Sadman, por algún motivo, por primera vez, surcaba las ignotas aguas del sueño.

Página 42
20.

Al fondo del pasillo había una puerta hacia la que el sueño lo transportaba. Golpeó la
madera y esperó mientras preparaba aquella hoja impresa de papel blanco que
algunos llamaban contrato. La puerta se abrió con una suerte de anacrónica cautela, y
aquella mujer se asomó como un soplo de niebla. Sadman vio su propia mano
entregándole aquella hoja impresa de papel blanco que algunos llamaban visado, y
vio a la mujer recogerla como un pacto de cenizas. La puerta se abrió por sí misma
mientras aquella mujer olvidaba que el mundo había existido alguna vez antes de
aquel momento y antes de aquel hombre que aguardaba en su dintel. Sadman dio un
paso adentro y fue sacando su pistola, tratando de no parecer maleducado, y dándole
tiempo a su cliente para comprender las condiciones de aquella hoja impresa de papel
blanco que algunos llamaban orden de homicidio. Aunque lo que le preocupaba era
cuándo pensaría firmar el documento, Sadman no pudo ignorar que aquella mujer
estaba llorando.

Página 43
21.

Conforme transcurrieron los primeros años del Universo Artificial y la selección


natural pasó del desván a la terraza, conforme los débiles acababan en la cara interior
de Hel y los fuertes se adaptaban a los tiempos, la sociedad comenzó a mirar con
malos ojos los signos de fragilidad. Era algo que venía aflorando desde que el hombre
había cedido ante palabras mágicas como desarrollo, éxito y competitividad. Cuando
defendía a los débiles la Humanidad se negaba a sí misma. El Mundo Libre jamás
negaba la verdad. Y la verdad era que el hombre fuerte quiere su recompensa y no
está dispuesto a que se la arrebate aquél que no ha luchado por obtenerla. El Mundo
Libre acabó con aquella hipocresía y supo dar a los fuertes las recompensas que
merecían. Así, los débiles hubieron de ocultarse a los ojos del prójimo para evitar ser
detectados. Los síntomas de flaqueza anunciaban negligencia, improductividad,
pesimismo, y eran castigados como crímenes contra la Humanidad.
Llorar era el mayor síntoma imaginable de flaqueza.
Llorar no sólo era antihigiénico, sino que reflejaba una tremenda falta de
estabilidad, imperdonable en un mundo en el que afrontar los achaques de la fortuna
era el único camino posible hacia el futuro, donde los improductivos no eran más que
un lastre macroeconómico, culpables del peor delito, la violación de la Primera Ley.
Nadie podía respetar a quien desperdiciaba sus lágrimas frente a un familiar muerto
por no poder soportar una pérdida que era tan provechosa para la sociedad. La
Compañía dijo que si la muerte era nuestro negocio no tenía sentido temer su llegada;
y quien no teme a la muerte no puede arredrarse ante cosa alguna. Llorar era un
estorbo social que retrasaba el progreso, que dilataba la permanencia del problema y
postergaba la llegada de la solución. Pero, sobre todas estas cosas, la abolición moral
de las lágrimas será siempre recordada por las últimas palabras que el Fundador
Viviente pronunció antes de su Retiro, y que tantas veces se han mencionado desde
entonces:
«Cerrad vuestros ojos a las lágrimas, el cielo ya llora por nosotros».
Ver las lágrimas vivas de aquella mujer fue tan chocante como incomprensible.
Allí, apoyada en la mesa del recibidor, como si no pudiese sostenerse, abriendo paso
a la indignidad en público, perdiendo lo único que el contrato le dejaba, a los ojos del
mundo. La escena era tan insólita que Sadman se sintió confundido sin saber qué
hacer.
Entonces la mujer se volvió enjugándose la cara de toda la porquería, miró a su
ejecutor y cerró la puerta detrás de él.

Página 44
22.

Sadman dormía. Pero algo perturbó su descanso y agitó su cuerpo dormido. Se


recostó, se acomodó, y volvió a recostarse. Movía las pupilas bajo los párpados y
comenzó a sudar. Sus labios se entreabrían en un espasmo pautado. En un susurro,
como desvelan los niños palabras prohibidas, Sadman murmuraba.

Página 45
Duerme conmigo esta noche y mañana haz lo que debas.

Página 46
ANTÍTESIS

Página 47
23.

Sadman se lavaba las manos con lentitud, repitiendo los movimientos uno tras otro,
porque su mente se encontraba entonces lejos de aquellas ocupaciones. Miraba la
pared con ojos azules como el abismo, con las pupilas plegadas, ausentes de sueño.
Miraba la mancha despintada que un antiguo espejo ovalado debió haber dejado hacía
mucho tiempo y se preguntó cuántos años tendría aquel edificio de la Ciudad
Tectónica, y se preguntó a cuánta profundidad llegarían sus cimientos. Porque en Hel,
los edificios eran como los hombres, y cuanto más viejos eran, más profundamente se
prolongaban sus raíces. Sadman recordó al hombre que dijo no matarás y se
preguntó, por primera vez, qué significarían aquellas palabras, y salió del maloliente
aseo y no cerró la llave del agua, porque nada de eso tenía ya importancia.

Página 48
24.

Sadman yacía sobre su desvencijado sofá, borracho de alcohol y cigarros, hipnotizado


frente al televisor. Una sucesión de mujeres diseñadas al lápiz posaba en la pantalla
con sonrisas de cal y neones, como promesas sexuales bajo letreros publicitarios, en
constante vaivén. Sadman observaba las palmeras tropicales y las playas de almagato,
cubiertas de senos perfectos sugiriéndose bajo tejidos imposibles, que lo invitaban al
placer a cambio del saldo de su tarjeta de crédito. Sadman miraba los rótulos de
agencias, de asesores de agencias, de compañías aseguradoras de asesores, de
instituciones al cargo de las compañías aseguradoras, y los diminutos renglones de la
letra pequeña corrían con desesperación bajo la pantalla buscando la salida del caos.

Página 49
25.

Sadman restregaba sus ojos doloridos tumbado delante del televisor. Tragó las
últimas gotas de su botella y encargó más alcohol y cigarrillos a través de su pantalla
mientras veía un documental sobre las técnicas de plegamiento espacial de los
cruceros estelares. Las brumas del sueño volvieron entonces a invadir su consciencia
como mantos lluviosos sobre la corteza del mundo. Atenazaban su corazón los vuelos
nocturnos llamándolo a caer en sus redes de humo, pero Sadman se negaba y se
aferraba a la vigilia con una sorda desesperación. Por más que zozobraban sus
pensamientos, Sadman se resistía.
Pero la angustia se revigorizó. Sadman sintió el rugido de este reclamo y se
estremeció, porque no quería soñar, porque no deseaba sucumbir al vaivén del
subconsciente, porque no estaba entrenado para afrontar nuevas decisiones allí donde
la realidad se extingue y las formas adquieren relieves caprichosos. Rechazaba el
abrazo de este recién llegado que acosaba su descanso de otros crepúsculos, cuando
se arrojaba al abismo insondable donde nada habita, las simas profundas del vacío
donde sólo los muertos osaban asomarse; su hogar.

Y después haz lo que debas.


Aquellas palabras se habían acomodado en su mente como un parásito del que no
podía desprenderse. Resonaban en su memoria como un redoble de campanas,
forzándolo a ejercitar un músculo ausente, agarrotado antes de su concepción.
Aquellas palabras encerraban un oscuro sentido; se le ofrecían como un baúl
salvaguardado por un cerrojo invisible. Haz lo que debas. Sadman sabía que hizo lo
que debía hacer. Había entendido que la mujer no deseaba presenciar su propia
muerte, que deseaba morir dormida, que suplicó una noche para olvidar que no vería
la mañana siguiente. Sadman respetó el deseo de la condenada, como cualquier
asesino civilizado.
Hizo lo que debía hacer.
Sadman quiso olvidar aquellos pensamientos funestos y levantarse para guardar la
hoja impresa de papel blanco que inspiraba sus disonantes recuerdos. Entonces sintió
una punzada en el estómago y se llevó las manos al vientre. Miró sus dedos,
ensangrentados, y abrió la camisa para comprobar que una antigua herida se había
abierto.
La única herida que había recibido en toda su vida.

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Se recostó sobre el sofá y presionó aquella salida de sangre que lentamente le iba
arrebatando su vigor inmenso.
Y después haz lo que debas.
Aquellas palabras resonaban en su memoria como un redoble de campanas. Cada
tañido golpeaba su vientre como si una cuchilla se le clavase en las entrañas.
Su insignificante herida sangraba apenas, pero el dolor aumentaba al compás de
una angustia desconocida. Las horas pasaban como días, agolpados en su frente como
yunques metálicos en un continuo restallar. No quería dormir, no quería estar
despierto, y no había ningún sitio a donde pudiese escapar.
Memorias de una noche de la que no podía desprenderse. Recuerdos del futuro
empaquetados al azar en la experiencia primaria, única, de un contrato que se dilató
demasiado en cerrar. Sobre la mesilla había una hoja impresa de papel blanco que
absorbía el líquido de los objetos y concentraba el foco de sus ojos.

Ministerio de Televisión.
Orden de Disolución de Contrato.
Violación de la Tercera Ley, artículo Quinto.

En el lado inferior de la hoja blanca había una firma, un nombre caligrafiado que
conservaba la huella del horror. Del apellido sólo se entendía la inicial.

Eva Y.

Sadman tomó aire dos veces, profundamente, agarró la hoja blanca y la observó
con atención. Pasados unos minutos, sintonizó su pantalla de televisión y enlazó con
el Ministerio de la Memoria, por primera vez, para hallar respuestas, pero sobre todo,
para dar salida a una angustia que buscaba superficie.

Código de Seguridad: AAB


Agente: Theodore W. Metallan
Contraseña: ******
Petición:
- Información: Eva Y*
Orden de Disolución de Contrato
Violación de la videopolítica

Página 51
Sadman poseía el segundo código más alto de la Compañía, un privilegio que
compartía con tres individuos, por lo que estaba convencido de que aquella petición
al Ministerio de la Memoria sería respondida de forma eficaz e inmediata, como
correspondía servir a aquellos que habían demostrado lealtad y abnegación
extraordinarias en el cumplimiento del deber.
La respuesta de la Compañía fue, sin duda, eficaz e inmediata.
Petición denegada.
Espere Orden de Disolución de Contrato dentro de su domicilio.
Buenos días.

Miraba fijamente Sadman la pantalla mientras su existencia era borrada en


silencio de la memoria del mundo. Había sido despedido, desechado de las
estadísticas de la Compañía, como un funcionario entrometido que había husmeado
en la agenda de su director. Despedido por realizar una pregunta inadecuada, por
exigir una respuesta prohibida, prohibida para él, para todo el Mundo Libre. Porque
las respuestas eran verdades, y muchas verdades de la Compañía eran verdades
terribles, insondables, capaces de enloquecer a los cuerdos y devolver la cordura a los
locos. Grande era el silencio sobre la verdad. Porque sin censura se detectaba a los
impertinentes, sin impertinentes no había respuestas y sin respuestas no había
mentiras. Dónde se enterraba a los muertos. Por qué un viaje al espacio costaba más
que una fragata estelar. Quién era el Fundador Viviente. Por qué inició su Retiro. Qué
había en la cara interior de Hel. Cómo se producía la comida. Estas preguntas habían
costado la vida a los que las formularon. Murieron porque la Compañía sabía que no
asumirían la respuesta, y así había sido siempre.
Porque la Compañía no mentía jamás.

Página 52
26.

Los antiguos gobiernos abusaron de torpes mecanismos de control social como la


mentira, la prohibición y la represión. Pero los días de esclavitud acabaron con la
Compañía. La Panóptica no mentía, poseía sólo tres leyes y fomentaba el debate
sobre todas las cuestiones conocidas por el pueblo. Fomentar el debate causaba un
efecto extraordinariamente satisfactorio, ya que difuminaba la necesidad de hallar
solución al conflicto: debatirlo era suficiente para que los consumidores diesen por
zanjado el asunto. La Compañía lograba esto abriendo la mayor cantidad de frentes
posibles, dando la palabra a todo el que quisiese opinar, y al cabo, nadie sabía a qué
atenerse. La conclusión, si existía, solía ser que el mundo es el mundo y las cosas son
como son. La libertad de expresión y la tolerancia eran el mejor invento desde los
rifles gauss para mantener callada a la gente.
Pero si existía un mecanismo efectivo contra la sublevación, ése era la risa. Los
programas nocturnos donde se despotricaba sobre todo (incluyendo, por supuesto, al
propio Fundador) funcionaban en la audiencia como un narcótico. Sentían que se
habían divertido tanto a costa del sistema que a la mañana siguiente se levantaban
frescos y animosos de ir a trabajar. Las populares series de dibujos para adultos
ironizaban sobre el modo de vida de la Compañía, planteando la dura realidad con un
tono de comedia, para luego terminar el episodio dejando cada cosa en el lugar que le
correspondía.
La risa era la mejor forma de saciar la sed de justicia del pueblo porque
denunciaba el problema sin abordarlo, atacando a los culpables por su forma de
hablar, de vestir y de comportarse. Las carcajadas dejaban a los espectadores
empachados. La risa sanaba todas las heridas que el hombre pronto tiende a olvidar.

Página 53
27.

La Compañía había eliminado toda la información pública relacionada con Sadman.


Le quedaba por resolver, en cambio, lo más difícil: debía eliminarlo a él.
La Compañía sabía que Sadman padecía un incivilizado rechazo a la idea de
dejarse matar, y también que las balas sufrían un incivilizado rechazo a la idea de
arrimársele. La Panóptica no enviaría al patíbulo a un Asesino Público cualquiera, ni
siquiera a uno famoso como Vanity o Super Spartan; porque lanzar contra él a los
veinte asesinos más aclamados del mundo sólo serviría para destrozar las ilusiones de
millones de telespectadores, aunque sus autopsias diesen más beneficios de los que
imaginarse pudiera. La Compañía necesitaba medidas a la altura de las
circunstancias, una cura definitiva contra la peor enfermedad: un antídoto.
Sadman era el vértice evolutivo del Mundo Libre. La culminación de una
selección natural que había durado eones, el orgulloso estandarte de la raza que había
mitificado la supervivencia del más fuerte y había predicado con el ejemplo.
Aquel vértice tenía cuatro lados.

Tres eran los jueces del Mundo, sometidos por una sola voluntad. Los jueces eran
los responsables del genocidio de todas las especies vivas del Universo Natural,
enviados por el Fundador Viviente para ejecutar la deliberada y sistemática
destrucción de toda vida. El Mundo Libre los llamaba con terror y fascinación
Nihilim.
Y sabiendo esto a Sadman sólo le quedaba esperar el momento de su muerte.
Porque los Nihilim eran tres ángeles inmortales creados a imagen y semejanza del
Fundador al principio de los tiempos, más antiguos que la Compañía, invulnerables a
la duda y al dolor, desprendidos de la necesidad de sentir. Ni la precipitación, ni el
pánico, ni un defecto en sus armas les haría errar sus disparos. Eran tan infalibles
como él.
Disparaban sin cerrar los párpados, como él.
Ellos eran tres.

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28.

Sadman sufría su cansancio con una crudeza desconocida. Cansancio de la


supervivencia, cansancio del cigarrillo que iba deslizándose entre sus dedos para
unirse a las colillas del suelo, cansancio de los haces discontinuos que lo
bombardeaban desde el televisor, cansancio de las promesas edulcoradas de los
anuncios publicitarios, del bullicioso tinte multicolor de los concursos, cansancio del
hedor de sus ropas, de su aliento destilado. Cansancio de esperar a la muerte dentro
de las cuatro paredes que lentamente iban comprimiéndose, cansancio de someterse a
la irresistible fuerza que le inyectaba de sangre los ojos cuando escuchaba pasos
frente a su puerta, cansancio de la adrenalina que recorría sus nervios y de la ansiedad
que luego tardaba tanto en desvanecerse. Sadman estaba cansado de luchar, estaba
cansado de enfrentarse a sí mismo y al motor que lo impulsaba a soportar su
indescriptible tristeza.
El cigarrillo se escurrió entre sus dedos y cayó de la mano fláccida enturbiando
los sordos fogonazos del televisor.

Página 55
29.

Los focos iluminan a los espectros en el callejón y una vez más comienza la danza
macabra de Matadero Cinco. Las cámaras miman con dulzura sus sombras alargadas
y los oscuros ropajes de suave tejido blindado mientras los tres espectros recorren
pausadamente los adoquines. El control de realización conecta con el apartamento. La
víctima permanece recostada en el sofá con indolencia. Un fundido encadenado
devuelve la emisión a la entrada de los hombres enlutados en el edificio. Mientras
esperan al ascensor, uno de ellos enciende un cigarrillo Monroe Harper y una de las
tres cámaras le hace un rápido primer plano mientras el control introduce el eslogan
comercial de la marca de tabacos. Llega el ascensor y los asesinos entran en él
mientras la cámara dos ejecuta un travelling panorámico. La música ingresa con
suavidad para subrayar la secuencia, una débil percusión que crece lentamente.
Aprovechando el trayecto del elevador, el control enlaza con publicidad. Regresa con
un rápido resumen para los recién llegados. Un contrapicado aberrante encuadra los
pasos de los tres asesinos a lo largo del pasillo. El control de realización descarta otra
conexión al interior del apartamento para elevar la tensión del inminente punto de
giro. El realizador ordena detener a los Nihilim en la puerta para enlazar con el nuevo
y costosísimo anuncio de Tristadown. Se oyen los golpes sobre la madera. Después
de unos segundos de silencio las bisagras crepitan. El contraluz fomenta la imagen
fantasmal de los asesinos mientras caminan dentro del salón. Se decide apagar los
focos del pasillo y dejar la estancia iluminada por el televisor. La audiencia aumenta
en tres milésimas y el realizador recibe una paga extra del tres por ciento de su sueldo
diario. Uno de los Nihilim se acerca al baño atraído por un rumor y los otros dos se
dirigen al respaldo del sofá. El agua del lavabo se desborda encharcando el suelo y en
el sofá hay una forma inerte que se extiende a lo largo. El televisor proyecta una
imagen blanca, brillante, que destruye un instante la oscuridad. Desde el baño puede
verse que en el sofá no hay nadie. El Nihilim desenfunda. Sus hermanos se vuelven
hacia la nada. Las cámaras se desbocan tratando de encuadrar lo invisible.
Como todas las fuerzas que son irresistibles, nada puede enfrentarse al viento
negro y no sucumbir a su furia. Ni siquiera Sadman.

Sadman sale de las sombras como un huérfano acorralado. No analiza los


movimientos de sus enemigos, como debe hacerse. No apunta, como debe hacerse.
No busca cobertura, como debe hacerse. Nada de eso le serviría para evitar que los
Nihilim acierten contra su cuerpo de carne, porque ellos son tan fríos como él, tan

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metódicos como él, tan infalibles como él. Por eso, para sobrevivir, el viento negro
manda que Sadman deje de ser frío, metódico e infalible, y se convierta en un joven
muchacho asustado, inexperto e impredecible, armado con una pistola cargada de
balas condenadas a surcar el espacio allá donde el Destino disponga. Porque mientras
los Nihilim buscan cobertura con rapidez y precisión, mientras apuntan al corazón,
Sadman dispara.
Dispara con ojos azules como el abismo, con pupilas plegadas, ausentes de sueño,
como la encarnación del mismísimo Demonio.

El azar sólo necesitó unos instantes para matar a los dos Nihilim que se hallaban
junto a Sadman. Fue suficiente para que el tercero apuntase a su pecho y apretase el
gatillo.
Entonces el Tiempo se detuvo.
El proyectil trazaba una línea recta matemática hacia el corazón de Sadman.
Entonces ocurrió.

Si se pudiese destruir al mal, éste sería destruido. Si se pudiesen contrariar las


leyes del Destino, éstas serían contrariadas. Si toda la ciencia y la habilidad de un
hombre fuesen capaces de lograr tales proezas, éstas serían la ciencia y la habilidad
de un Nihilim. La bala emprendió su sendero de muerte y avanzó en línea recta hacia
su blanco conforme dictan las leyes de los hombres. Pero cuando el Destino no tuvo
otra opción, cuando los metros que quedaban entre el proyectil y Sadman se
consumieron sin que ninguna propiedad humana lo detuviese, se obró el prodigio y el
viento negro sopló.
Entre los fenómenos inexplicables que el hombre había presenciado, sólo la
desviación de la bala que debía haber matado a Sadman no pudo nunca ser
reproducida, a pesar de los tremendos esfuerzos que se invirtieron para imitar las
condiciones del suceso.

Página 57
30.

Sadman miraba su televisor y aferraba su arma. Contemplaba las imágenes de


vísceras y evangelización y la sangre de cinco hombres se extendía entre sus pies.
Escuchaba los aullidos de dolor de una adolescente violada y se exprimía las sienes
con los dedos extendidos, luchando contra la ira del viento negro que retumbaba en
su mente. Los aullidos de la adolescente reclamaban un saldo de sangre, una puesta
de equilibrio. El viento negro no comprendía que no se podía disparar contra la
Compañía, Sadman era incapaz de razonar con el abismo. La enfermedad exigía un
sacrificio que saciase su hambre ritual. Sadman debía calmar la tormenta antes de
enloquecer, encontrar una respuesta al llamamiento. El viento negro se sentía
amenazado y no había ninguna amenaza que Sadman pudiese destruir.
Los gritos de la demencia invadían su cráneo y rebotaban en su interior como
brasas incandescentes. Eran los gritos de una adolescente.
Sadman aferró con fuerza su arma y disparó a su televisor para huir de los
lamentos enloquecedores de la muchacha mientras los pensamientos se apilaban en
sus sienes. Pero los lamentos continuaron, débilmente, más allá de los muros de su
apartamento.

Página 58
31.

Sadman abrió la puerta del apartamento contiguo y disparó a la cabeza de la


muchacha. El cuerpo sin vida de la niña cedió entre los brazos cubiertos de arañazos
de su violador, mientras el otro dejaba caer su cámara doméstica con un respingo.
«Ahora podéis seguir haciendo lo que queráis», dijo Sadman, y se volvió para
marcharse.
El violador comenzó a bramar presa de la histeria. El videoaficionado miraba la
cabeza hendida de la niña tratando de recuperar el aire que había abandonado sus
pulmones sin avisar. Sadman dio dos pasos hacia la puerta. Media docena de
proyectiles impactaron en la pared, dibujando su silueta. Se giró lentamente y vio el
subfusil que el violador pasmado apuntaba humeante contra él.
Sadman disparó metódicamente a los dos individuos, primero a uno y después al
otro, y tomó el pasillo hacia el ascensor, dejando atrás todo lo demás.

Página 59
32.

Hel, la ciudad que era todas las ciudades, descorría sus rótulos de neón, su impasible
anarquía y su secularidad mitológica bajo el negro amanecer. Era la ciudad de formas
dementes, poseída por entero del espíritu de los suburbios de la antigüedad, alcoba
sangrienta del exilio, que enseñó al hombre a domeñar al Miedo y al Hastío. Pero ella
se cobró su deuda porque ella era espacio, arquitectura, de ella no podía escaparse. La
ciudad los adoctrinó, les reveló su disciplina, sus Nueve Actos.
Al cabo, porque los hombres todo lo aceptan, aprendieron a vivir dentro de sus
salones.

Página 60
33.

El edificio de Sadman se encontraba junto al terminador, la frontera entre la vida y la


muerte, la cara blanca y la negra, inundada por las sombras.
En el vestíbulo de las terrazas de Hel, bajo el crepúsculo ígneo, un silencio
inconmovible festejaba su gobierno sobre las estancias solitarias de la locura.
Piranesia, donde el Ministerio de Sanidad encerraba a los que no debían morir ni ser
escuchados. En un lugar donde el tiempo había arrojado su desdicha, los reclusos
podían sentir el discurrir de la sangre a través de sus entumecidas arterias.
Condenados a la vida eterna, soñaban con el pasado posible y recordaban el futuro
que otros profetizaron. Porque los visionarios habían pecado contra el cambio, los
ecos del presente chocaban contra los muros terribles de la cordura, madre cobijosa
de los hijos de la razón antigua, que ahora se postraban entre los excrementos propios
y ajenos, hasta el fin del tiempo.
Las ráfagas de aire caliente le trajeron blasfemias quejumbrosas, chisporroteando
entre las gotas de lluvia.

Cambios sin torna, ¡que retornan!


La potencial gravitatoria no para de aumentar. Crece, crece,
crece sin parar…
¡Farsantes! ¡Yo soy Argus Doorman!
Una fuerza irresistible choca contra un cuerpo inamovible, ¡y
vence la Entropía!
¡Oh, Chandrasekhar, por qué me has abandonado!
Te lo dije, te lo dije. ¡Las estrellas ya no respiran! Mirad, mirad,
ahí va otra…
No, no, no, no… ¡No quiero comer más carne animada!

Página 61
34.

Sadman caminó por los mismos cimientos del mundo, donde la Compañía no
prestaba especial atención. Encontró dos edificios gemelos, de siniestros soportales y
frontones en altorrelieve, uno una Maternidad y otro un Tanatorio, y entró por uno y
salió por otro, y continuó su camino por donde las arañas metálicas tejían sus redes
que reparaban el subsuelo y los tanques automáticos patrullaban los desechos para
recordar a los submundanos que vivían en un mundo gobernado por la Panóptica.
Caminando entre muros caídos y edificios colapsados por el peso de las ciudades
altas, Sadman encontró un bebé entumecido sobre un charco de sangre y placenta. A
pesar del trato recibido por su madre, el recién nacido vivía. Sadman se arrodilló
junto a él y el bebé abrió sus párpados amoratados y sollozó con debilidad, realizando
sus últimos esfuerzos por aferrarse a la vida. Sadman tomó al niño entre sus manos y
vio sus ojos. Y vio que miraba con la mirada inocente del que aún nada sabe, la
mirada pura del que ignora lo que le exigirá el mundo para aceptarlo entre los suyos.
Y lo lanzó al vacío de los desagües que filtraban el agua negra que caía desde lo alto.
Y se marchó, lentamente, en silencio, entre el murmullo de las aguas putrefactas,
ignorando que había liberado a ese niño de crecer en un lugar que había abandonado
toda esperanza.

Página 62
35.

En la segunda terraza de Hel se extendían los Páramos, cubil de insurgentes que


picoteaban al sistema y limpiaban sus asperezas, miel de cámaras de televisión
directa y catapulta de Asesinos Públicos; un conglomerado de edificios semiderruidos
que se hacinaban volcados unos sobre otros filtrando las aguas residuales de la
Ciudad Alta, batidos por los torbellinos ensordecedores del terminador. Un lugar
donde se amontonaban francotiradores de pelo sensible y psicópatas con pose que
combatían con armas arcaicas de alta tecnología contra los señores de la guerra de la
Panóptica por los índices de audiencia y las cuotas de pantalla. Los Páramos eran el
lugar idóneo para ganar fortunas que se esfumaban con una estocada y se recuperaban
pronto si se conservaba la vida. Amaban los asesinos este lugar, tanto públicos como
en serie, pues aquí llevaban vidas paralelas donde podían destruir ciudades y arrasar
poblaciones enteras y ser aclamados por ello. Mientras respetasen los repetidores, los
equipos de grabación y el personal de la John Black, la Compañía garantizaba a
ambos frentes de la contienda veda libre para actuar como mejor les pareciese.
Dos jóvenes ataviados con indumentaria deportiva, dos famosos Asesinos
Públicos conocidos como los Golfistas, se entretenían torturando a una familia de
submundanos delante de las desidiosas cámaras de la John Black. Cuando acabaron
con sus víctimas quisieron jugar con Sadman. Dijeron que la gente quería ver el
sufrimiento de los inocentes, porque se sentían atraídos por lo abyecto, se
identificaban con el torturador y despreciaban la debilidad del torturado.
Era el razonamiento de que sólo sufre el que se deja.
Sadman no estaba de acuerdo en eso. Les demostró que los fuertes sufrían igual
que los débiles, que no existía tal cosa como un torturado voluntario y que el público
se tragaba todo lo que le echaban, fuese lo que fuese.

Página 63
36.

El arte de matar se circunscribía a numerosas corrientes estéticas. Las universidades


estudiaban las corrientes de la Prehistoria dentro del grupo del deteriorismo, esto es,
homicidios por desviación de los patrones de comportamiento social, asociados al
deterioro de las facultades mentales. Aunque la crítica despreciaba el estudio de estos
homicidios casi involuntarios que carecían, por tanto, de la lucidez necesaria para una
verdadera consciencia estética, algunos de los prehomicidas eran venerados como
clásicos, pioneros de un arte que sólo visionarios como ellos pudieron clarividenciar.
El Mundo Libre consideraba a los asesinos como artistas pues, de hecho, el único arte
verdadero que sobrevivió a la Prehistoria fue el de la muerte. El resto de los artistas
eran vilipendiados porque, tarde o temprano, repetían una y otra vez los antiguos
estilos, cuando no obras concretas. No era un problema de plagio, era un problema de
agotamiento. Después de eones incontables (los filósofos estimaban la vida del
Universo Artificial en 22 elevado a 33 elevado a 110 años), el arte se había quedado
seco: las grandes cuestiones, extenuadas; las nuevas no eran más que imágenes de las
del pasado. La muerte en cambio seguía poseyendo su antiguo misterio, seguía
ejerciendo la misma fascinación. No importaba cuántas veces muriese un ser humano
frente a una cámara, la necesidad del público de explorar el enigma era insaciable.
Para la John Black no era un filón, era la mismísima piedra filosofal.
Entre las corrientes homicidas destacaban algunas. El demianismo defendía que
los asesinos eran favoritos de la evolución, eran la nobleza y la fuerza de la especie, y
mataban a los débiles y a los cobardes porque ése era su derecho y su obligación. Se
llamaban a sí mismos los cainitas, y se tatuaban el cuerpo para ser reconocidos como
los elegidos. El ultradeterminismo, encabezado por Doomsday, apuntaba que los
asesinos no eran los que mataban, eran las víctimas las que morían. Era una corriente
extendida, ya que defendía la improvisación como forma de ejecutar un arte
despojado de frivolidad, algo que atraía a muchos asesinos de poco talento; los
ultradeterministas eran conocidos por atacarse entre sí. Una de las corrientes más
prestigiosas era la del sadmanismo, fundada involuntariamente por el mejor asesino
de la Historia y seguida por sólo unos cuantos fanáticos. No era una forma de matar,
carecía de manifiesto y demandaba un entrenamiento durísimo. Por medio de técnicas
psicológicas se debía inducir a la víctima a pensar que su muerte era del todo
irremediable. Esta angustia modelaba un rictus único que quedaba grabado después
de la muerte. Muchos asesinos que trataron de hacer carrera en esta vanguardia
murieron. Sadman declaró que no estaba vinculado a esta corriente y rechazó asistir a
todas sus celebraciones.
En el arte de matar el asesino era el artista, la víctima su obra y sus armas las
herramientas de su genio. El Mundo Libre analizaba su estilo, su personalidad, su

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biografía, sus tendencias. Las obras de arte que sobresalían según el juicio del gusto
eran expuestas en los museos y se subastaban para los coleccionistas. En las galerías
se ofrecían al público las obras maestras de los mayores asesinos de la Historia, como
el Lento Amanecer de Tod Mort, la impresionante Dulce Sonrisa de Marie de Rabid
Hatchet, o Los Mil Doscientos Días de Laurence Smith. Sadman tenía dedicado un
museo en mitad de la avenida Flegetón, el museo Nemrod, de más de cien mil metros
cuadrados, que recibía millones de visitantes al año y donde se exponían obras de
valor incalculable. El museo era propiedad de la Panóptica, ya que Sadman se
desentendía tanto de sus obras como de sus derechos de autor. Aunque su prepotencia
repugnaba a muchos, quién podría negar que La Mirada era la más grandiosa obra
maestra de todas las artes cultivadas por el ser humano, que aglutinó sin pretenderlo
una corriente estética propia y que conmocionó a la crítica hasta el punto de afirmar:
«El Ministerio de la Palabra está contra las cuerdas: hoy debemos redefinir el
significado del horror».

Página 65
37.

Sadman traspasó los controles de seguridad que impedían el acceso al Tercer Acto del
planeta Hel, ignorando las advertencias y los disparos de sus vigilantes. Caminó por
el fango industrial de Bahía Botánica, rodeado por el bramido de las máquinas
excavadoras, que apilaban montones de desechos transpirando vapores
nauseabundos. Una hilera interminable de fábricas procesaba los residuos para
convertirlos en comida, escupiendo columnas de ceniza que se acumulaba en el
asfalto como nieve gris. Sadman arrastraba los pies con dificultad entre un lodo que
lo cubría hasta las rodillas.
Pero entre las partículas que caían sobre su cuerpo descubrió cabellos, piel y
gritos de espanto, pues no todos los que eran procesados llegaban muertos.

Página 66
38.

En el Cuarto Acto encontró Sadman las tierras desoladas de Gul Gothay. La lluvia
perpetua, que se vertía desde las ciudades boreales, socavó antaño sus cimientos y
derrumbó sus pilares. La Compañía halló culpables, resolvió condenarlos y declaró la
zona en cuarentena permanente. Los supervivientes del hundimiento, en cambio,
necesitaban los productos de las Industrias Sair-Sudni para subsistir, y muchas
corporaciones iniciaron fructíferas relaciones comerciales con Gul Gothay gracias al
bajo coste de la mano de obra; la mayoría de las fábricas textiles y automovilísticas
de Hel se trasladaron allí. Las empresas invertían enormes sumas en fondos públicos
y la Panóptica se desentendía de sus actividades.
Sadman se detuvo frente al viejo edificio donde murió el descanso de su letargo
nocturno para albergar las más tenebrosas pesadillas, nacidas de la voz de una mujer.
El lugar donde Eva yacía postrada desde su encuentro, donde llegó para matar y de
donde se marchó con las manos vacías.

Página 67
39.

Más allá de las ruinas de Gul Gothay se hallaba una costa negra como el petróleo que
bajeaba hacia el horizonte, un océano de ponzoña que endurecía la llegada de los
submundanos a las playas de la Ciudad Alta. Muchos eran los que se adentraban en
aquella ciénaga desproporcionada donde flotaban los residuos de todas las industrias
de Hel, que vertían sus desperdicios en las insondables simas que todo lo amparaban.
Frente a Sadman se erguía orgulloso el Muro de Hierro que separaba las ciudades
imbricadas del norte de los despojos ruinosos del sur. Miles de kilómetros de
alambradas acompañaban a la muralla de costado a costado, rodeando el planeta.
Graníticas torres de vigilancia custodiaban las tenebrosas playas horadando la
oscuridad con sus focos, en busca de víctimas para sus hambrientos cañones
automáticos. La superficie de hierro estaba embadurnada con el color de los graffiti
que unos cuantos locos firmaban arriesgando sus vidas tras las estacas minadas. Los
custodios los llamaban R+D porque servían de distensión durante sus prácticas de
tiro. Los arrabales del Muro de Hierro estaban cubiertos por montes de hueso y
cráneos humanos que alcanzaban una altura de varios pisos.
Había un concurso que ofrecía un viaje espacial al que fuese capaz de contar el
número de calaveras intactas que había a lo largo del Muro. Alguien sumó trescientos
treinta y tres millones. Murió con ochenta años. No pudo tocar las estrellas.

Página 68
40.

La primera terraza de la Ciudad Alta era un fabuloso laberinto simétrico. Zareba, la


Ciudad Seriada, daba cobijo a la masa trabajadora de la Compañía, silenciosa
feligresa de apetito voraz y adhesión eterna, mediocre verdugo de medianía y
magnánimo encumbrador de mitos efímeros por el poder del mando a distancia. Los
consumidores del Sexto Acto componían la gran muchedumbre de Hel, y se
agolpaban en viviendas de idéntica manufactura que la Compañía entregaba gustosa a
todos los trabajadores con más de diez años de servicio. Estas viviendas seriadas
marcaban un modo de vida videocéntrico, en el que todos los espacios y las
actividades del hogar giraban alrededor de un único y gigantesco receptor de
televisión con ocho pantallas, visible desde cualquier ángulo. El sistema panóptico de
arquitectura aseguraba un acceso rápido y eficaz al centro de ocio monitorizado desde
todos los puntos del domicilio. Los hedonistas de Onírica creían que limitar a un solo
televisor toda una vivienda era una aberración y una merma de la libertad individual.
Pero, como los propios hedonistas decían, los perros de Zareba no eran individuos. Se
referían al hecho de que todos parecían iguales y sus tendencias como masa eran
predecibles, pues todo el mundo gozaba de libertad de consumo y de expresión. Su
acceso a las redes de información, por ejemplo, era el mismo que el de cualquier
ejecutivo. Lo curioso era que todos solían comprar, opinar y crear información muy
parecida, y estas tendencias eran muy parecidas, a su vez, a las que frecuentaban los
canales de televisión de Zareba. Nadie les negaba la libertad de hacer lo que les
apeteciese, y nadie tenía la culpa de que no se les ocurriese otra cosa que hacer con su
libertad. Estaban satisfechos. Tener ideas requería tiempo, y los consumidores lo
ocupaban comprando y utilizando todos aquellos maravillosos productos de la
Compañía que sólo atraían su interés de manera fugaz, porque el consumo era una
afición en sí misma, y no había que justificarlo apegándose demasiado a lo que se
compraba. En Zareba existían los mayores centros comerciales del Mundo Libre, y
ofrecían todo lo que un hombre podía soñar. La Compañía era la tienda de los deseos,
y si el público deseaba algo carecía de sentido no producirlo o prohibir su venta.
Todo estaba a la venta, por su justo precio. Claro que siempre era preferible comprar
un modelo un poco más caro a correr el riesgo de que el vecino hubiese comprado
uno mejor. Nadie escatimaba esfuerzos para obtener el objeto de sus sueños pues,
como rezaba un famoso lema publicitario
La felicidad está en las cajas amarillas.

Página 69
41.

Arriba, navegada por luciérnagas de metal, relucía Ciudad Vector, capital de las
gráficas y la economía, nación de mercaderes que gobernaban el mundo desde sus
despachos apagados por el hollín de la avaricia. Esta terraza era famosa por ser el
centro del circuito de turborreactores, que transmitía sus carreras a todos los lugares
del mundo. Los bólidos propulsados por masivos motores de aniquilación de materia-
antimateria recorrían un estadio oval a mil doscientos kilómetros por hora. Los
coribantes eran hombres digitales diseñados en incubadoras de plástico, con sistemas
nerviosos robustos como cables industriales y ojos facetados de un hermoso azul, que
pilotaban sus cohetes sumergidos en drogas psicotrópicas, poseídos por los reflejos
inhumanos de la nanotecnología. El día que Sadman acudió al estadio competían
algunos de los mejores pilotos en las Trescientas Vueltas de Megalesios.
La multitud rugía embravecida, golpeando los coloridos tambores y agitando las
banderas de cada carrocería. Doscientas mil voces gritaban sus himnos comerciales,
como náufragos de una tormenta cacofónica, lejos del espacio y del tiempo.
Pero aquel día había un individuo entre la muchedumbre, un público entre la
multitud, que se alzaba sobre los cimientos pedregosos de la tribuna de prensa
mientras comenzaba la vuelta quincuagésimo segunda, cuando los depósitos de
combustible aún estaban repletos. Sadman llevaba un mensaje de Tiempo que se
había escurrido entre aquellos que le negaban, que habían decidido honrar a dioses
más jóvenes.
Sadman encendió un cigarrillo y exhaló lentamente los lazos de humo. Entonces
el viento negro batió sus alas de mariposa y la vida del piloto que marchaba en
cabeza se extinguió. El monoplaza rozó el asfalto y se transformó súbitamente en una
nube de metal fundido que se expandía a una velocidad espantosa. Una horquilla de
frenos atravesó la carlinga del tercer piloto y alcanzó uno de los alerones del octavo;
el aparato voló por los aires y se estrelló contra el habitáculo del decimoprimer
turborreactor, que chocó al desviarse con el vigésimo noveno vehículo. Ambos
estallaron como bombas de gas propano y rodaron por la pista mientras sus chasis se
desbarataban como juguetes de porcelana.
Treinta pilotos fueron descalificados por óbito. El reloj del estadio marcó las seis
de la tarde y la multitud recuperó angustiada su penosa individualidad abucheando a
los corredores muertos.
Ganó la carrera Paul Nero, número uno del circuito de turborreactores, por octava
vez consecutiva, lo que constituía una proeza histórica para este deporte, en el que la
mayoría de pilotos no sobrevivía más de cuatro carreras, generalmente por colapso
cerebral.

Página 70
Un francotirador le voló la cabeza horas más tarde en directo, y pudo pagar la
exorbitante EPV de Nero gracias a las entrevistas en las que detallaba cómo mató al
mejor piloto de carreras en millones de años de historia de la Humanidad.

Página 71
42.

Sadman penetró en la penumbra de un café llamado Nekuia, alejado de las bulliciosas


avenidas principales. Se sentó en la barra y señaló con un dedo la botella que quería.
El camarero comprendió y le dejó un vasito junto a ella antes de alejarse todo lo que
el mostrador le permitía. Había un televisor, como era lógico. La cuestión era que
estaba apagado. Sadman se quedó mirando la superficie oscura, espejada, de aquel
artefacto.
Giró muy despacio la cabeza a un lado, luego al otro. Había grupos discutiendo
animadamente en los reservados. Sobre las mesas del salón algunos se dedicaban a
los juegos de azar.
Había una suerte de camaradería en aquella gente.
Sadman le hizo señales al camarero para que se acercarse. El camarero se llevó la
mano al pecho y entornó los labios buscando con la mirada un sustituto. Sadman
asintió. El camarero se acercó, casi con las manos en alto.
«Eso de ahí», dijo Sadman apuntando al televisor, «¿no está prohibido?».
El camarero sonrió. Sadman le miraba con una inocencia que desvaneció su
miedo.
«Eh, chicos, el caballero dice que si no deberíamos tener encendido el
lavacocos».
Los congregados rieron dándose manotazos en la espalda. Sadman se volvió y
todos recordaron alguna cosa que les quitó las ganas de reír. Sadman daba vueltas a
aquella palabra.
Lavacocos.
«No serás un telepoli, ¿eh amigo?», dijo una mujer con los brazos en jarras.
Sadman podría haberse sentido amenazado por su tono agresivo, pero no fue así.
Quizá el viento negro estaba demasiado confuso como para hacer acto de presencia.
Telepoli.
«No hay cuidado, eso es imposible», respondió un hombre que acababa de salir
de un reservado. «Ningún cíclope se adentra tanto en los Distritos Apóstatas. Estoy
seguro de que éste no es uno de ellos».
Cíclope.
Aquel hombre se acercaba a Sadman a grandes zancadas, firmes, majestuosas.
«Al menos, ahora ya no es uno de ellos», dijo por último, sentándose junto a
Sadman, sin dejar de mirarlo a los ojos.
Bluespace.

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«Remarcable».
Aquel hombre que se conducía como un príncipe entre pares no dejaba de mirar a
Sadman con franca admiración.
«El mejor asesino de la Tiranía, aquí, entre nosotros», se decía a sí mismo.
«Curiosa ironía del destino».
Sadman había pasado su vida disparando contra aquellos hombres como quien
barre el polvo, sin pensárselo un momento. Ahora estaba sentado a su lado y no
percibía ni un atisbo de animadversión por su parte. Naturalmente, Sadman nunca la
sintió hacia ellos.
«He matado a muchos de los vuestros», dijo Sadman imitando su forma de hablar.
Como no se hacía preguntas, no se extrañó de que los negacionistas no hubieran
reconocido su rostro al instante. No podía saber que los terroristas tenían prohibido
ver los canales de televisión de la Panóptica, para no alimentar un odio singular por
ningún Asesino Público. Quizá por eso nunca se les ocurrió utilizar contra él nada
más potente que las armas automáticas.
«Ahora podrías matar a un montón de los suyos», respondió aquel hombre de
verbo ágil como una navaja, como si el que lo imitase fuera él. «Ésta es la forma en la
que ocurre: ellos despiden a un fratricida y nosotros lo convertimos en un
revolucionario».
Sadman observó que aquella gente llamaba a las cosas con palabras diferentes.
Comprendió que las palabras tenían mucha importancia en aquel conflicto que se
estaba librando.
El hombre sonrió ampliamente mientras Sadman tomaba un largo trago. Sus
dientes perfectos brillaban como fluorescentes. Después desenfundó una pistola y
mató a Sibila, la reportera que había seguido a Sadman con su cámara durante nueve
años, una verdadera experta en el peligroso arte del documental de guerra, donde
todas las balas perdidas llevan la inicial de tu nombre escrita en su camisa metálica.
El líder de Bluespace tuvo la inteligencia de guardar la pistola antes de que
Sadman se diera cuenta de lo que había pasado. Sadman contempló unos segundos el
cuerpo inerte de Sibila, a su espalda. Levantó los ojos y observó que varios reporteros
del Canal Rebelde lo estaban grabando. Supuso que lo habían estado siguiendo desde
que entró en el local.
«Así de simple», dijo Sadman, tras apurar su vaso.
«Así de simple».

Si eres quien creo que eres, vales tu peso en oro.

Página 73
Hablaba así, Argus Doorman; poseía un anacrónico sentido de la realidad. El oro
no valía nada, los niños lo hacían con los juegos de química para aprender a
transmutar materiales.
«Te presentaremos en el Canal Rebelde y a los cíclopes se les helará la sangre en
las venas», dijo entusiasmado. «El mejor asesino de la Tiranía, en el otro lado.
Ningún centauro volverá a volar tranquilo».
«Centauro», dijo Sadman.
«Los de las motos aéreas, los alastores», dijo Argus, como si le interrumpiesen un
discurso muy importante. «La Tiranía temblará ante la nueva Resistencia», añadió,
retomándolo.
Bluespace tenía connotaciones negativas, pensó Sadman. Se llamaba así al vacío
interestelar y al reino de los muertos. La palabra Resistencia hablaba de lucha, de
ideales, de hazañas heroicas. Era una palabra mucho más apropiada.
«¿Me estás escuchando?», dijo Argus. No le gustaba que no le prestasen atención.
Sadman asintió, parpadeando dos veces, confundido.
«Digo que tendremos que pensar un nombre, un apodo, algo impactante», siguió
Argus, dibujando un gran rótulo en el aire.
«Un nombre para qué».
«Pues para ti, hombre, no pensarás que puedes seguir utilizando ese seudónimo
tan deprimente, ahora que te has liberado del yugo opresor. Gran parte de esta guerra
se libra por onda herziana, ¿comprendes? Sin una imagen no nos sirves», aseveró,
como si hubiese anunciado un eslogan, y adoptó una expresión solemne, con la
mirada perdida.
Sadman pensó que aquello era cierto. Después de todo, la televisión era la mejor
manera de que la gente llamase a las cosas con las palabras que uno prefería.

Página 74
43.

El Mundo Libre no era un modo de producción, era un modo de pensar la existencia.


Se basaba en supuestos que hubieran sido intolerables para cualquier civilización
anterior, que pasaron del rincón del subconsciente al del inconsciente mediante un
ejercicio cosmético. Si había un Ministerio esencial en el organigrama de la
Panóptica, ése era el de la Palabra. A través de las palabras los hombres pensaban el
mundo y definían lo que era bueno y malo para ellos. Había palabras que podían ser
horrendas porque se referían a cosas horrendas, y palabras saludables porque se
referían a cosas saludables; todo dependía de lo que cada uno pensase que era
horrendo, o saludable. Para cambiar el significado de las palabras, la Panóptica
comenzaba utilizando otras en su lugar. Luego continuaba restándole importancia a la
que había caído en desuso, alterando sus connotaciones, primero mediante la comedia
y luego relacionándola con las virtudes que llevaban al progreso. Al final recuperaba
aquella vieja palabra cuando su nuevo significado era deseable y cautivador. A la
inversa el proceso era idéntico, sólo que se sustituía la comedia por la parodia, y se
recuperaba el significante cuando el significado era indeseable y repugnante.
La palabra confianza era horrenda porque se ligaba a traición, sensiblería y
dependencia. Los confiados eran incapaces de valerse por sí mismos, carecían de
fortaleza emocional y estaban abocados a que cualquier persona inteligente los
exprimiese hasta obtener el máximo provecho.
La palabra asesino era saludable porque estaba asociada a riqueza, inspiración y
éxito. Los asesinos eran los orgullosos hombres de fuerza que poseían el valor y el
talento para vencer al desastre y alzarse con la recompensa.
Todos los niños del mundo querían ser asesinos cuando fuesen mayores. Tal vez
por eso el juego más habitual de los recreos era el de Asesinos y Víctimas, quién
sabe.

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44.

Te llamarás Semaion Metallan.


Argus miraba de nuevo al vacío, imaginando el impacto de su espléndido nombre
sobre la audiencia. Disfrutaba absorto con su ocurrencia y no prestaba atención a
Sadman.
«¿Por qué?», preguntaba.
«Pues porque sí, ¿acaso se te ocurre alguno mejor?», dijo Argus molesto.
Sadman estaba confuso. No había intercambiado tantas palabras con nadie desde
hacía años. Se sentía aturdido, cansado.
«Necesito dormir», dijo Sadman. Le confundía tener que dar explicaciones, se
sujetaba la dolorida cabeza entre las manos.
«Claro, Semaion, puedes dormir todo lo que quieras. Recuerda que ya no eres un
esclavo de la Tiranía». Todas las palabras de aquel hombre sonaban como un eslogan.
Sonreía como un vendedor de coches usados, sus ojos lo ofuscaban como un faro de
discoteca. Sadman se levantó y se dejó conducir por una mujer hacia una puerta
trasera. Sadman sintió su perfume y los recuerdos y el sueño lo invadieron.
Durmió con una serenidad desconocida.

Página 76
45.

Una langosta capturada a metropol transportaba a Sadman, Argus y media docena de


rebeldes en dirección a la frontera entre el Séptimo y el Octavo Acto de Hel.
Y allí, sobre su pedestal de piedra enfermiza, se alzaba la monstruosa Estatua de
Plutón, el monumento milenario a la muerte de Dios, a las civilizaciones perdidas que
cedieron su trono al gobierno del poeta visionario y la economía del cambio eterno.
Los ojos de Plutón, entre los residuos de las palomas, derramaban la lluvia ácida que
se deslizaba limpiamente sobre su rostro, un semblante quebrado por la aflicción de
los vapores nocivos de las industrias pesadas y la corrosión de las ratas del aire.
Sadman miraba por una ventana circular con ojos cansados, mientras el resto
preparaba sus armas con diligencia. Argus daba instrucciones sin descanso, que se
resumían en proteger a los cuatro cámaras que los acompañaban, mientras Sadman se
encargaba de todo lo demás.
Cuando el piloto les indicó que habían llegado a su destino, Sadman se inclinó
para ver una explanada inmensa donde se alzaba la monstruosa Torre Panóptica, sede
de los Ocho Ministerios y centro de gobierno del Universo Artificial.

Página 77
46.

«Buenas noches, bienvenidos al Canal Rebelde. Hoy les ofrecemos una programación
muy especial. En directo desde la Ciudad Vector, ¡Semaion Metallan! El mejor
asesino de la Historia nos deleitará a continuación con su magia. El hombre
anteriormente conocido como Sadman asaltará esta noche la Torre Panóptica para
piratear su señal institucional.
»Como pueden ver en sus pantallas, Semaion y otros seis revolucionarios se
encuentran ya en el tejado, esperando instrucciones de nuestro enviado especial.
¿Listos? Cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¡Adelante! Que comience la matanza».

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47.

La langosta no despertó sospechas hasta que aterrizó sobre el tejado de la torre. A


partir de entonces, el grupo comenzó a atraer la atención de la seguridad interna como
un protón que se adentra en un enjambre de electrones. Cuando consiguieron llegar al
centro de control de emisiones del Ministerio de la Televisión sólo quedaban en pie
uno de los cámaras, Argus Doorman y Sadman. Argus sudaba copiosamente,
mientras intentaba recuperar el aliento sobre una mesa de realización de cuarenta
metros de largo. Tenía la mirada perdida, pero esta vez no porque estuviera ideando
algún nuevo eslogan publicitario.
Sadman observaba con los ojos entornados el enorme ventanal que mostraba una
panorámica angular del Séptimo Acto de Hel, por encima de las nubes dispersas.
«Semaion», comenzó a decir Argus con dificultad, «una cosa es verlo por la
televisión, y otra muy distinta en directo».
Sadman caminó lentamente hacia el ventanal, atraído por la visión surrealista del
cielo estrellado, sin lluvia. Los cuerpos celestes titilaban en la oscuridad absoluta,
suspendidos en el vacío como lámparas blancas.
«Pensaba que habría más…» dijo Sadman.
«Más qué».
«Estrellas».
«Se turnarán para no cansarse».
«Eso parece», dijo Sadman, tras observar que una pequeña estrella se había
apagado de súbito, en silencio. Sadman tomó una fuerte bocanada de aire y miró de
soslayo a la gigantesca explanada sobre la que se había edificado la Torre Panóptica.
Un ejército mecanizado ocupaba toda la extensión de la plaza, desplegándose de
forma ordenada alrededor de la torre.
Sadman contempló la escena que se desarrollaba delante de él como el espectador
de una película de arte y ensayo en blanco y negro.
«No hay otro lugar en este planeta donde desplegar una fuerza semejante…» dijo
lentamente, y dio media vuelta.
Argus le apuntaba a la cabeza con una pistola. Por el temblor de su brazo, parecía
llevar en esa posición varios minutos, aunque el miedo que se reflejaba en sus ojos
hacía pensar en otras alternativas temporales.
Sadman lo miró fijamente, mientras extraía su propia pistola del bolsillo derecho
de la gabardina. Argus apretó el gatillo y el arma se encasquilló. La miró un instante,
aturdido.
«Siempre pensé que a los demás les pasaba porque eran estúpidos».
Luego alzó la vista al atisbar la sombra del brazo de Sadman, elevándose frente a
él.

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«Supongo que todos los que lo intentaron pensaban lo mismo…».
Sadman amartilló la pistola…

Pero espera, déjame explicarte…

… y le voló la cabeza al líder de Bluespace, el único funcionario de la Compañía


con Código de Seguridad AAA.

Frente al muro de televisores del control central de realización del Ministerio de


la Televisión, Sadman observó un fenómeno extraño. Todos los canales interrumpían
de forma paulatina sus programaciones habituales para hablar del asedio a la Torre
Panóptica, como un gigantesco dominó de luces y sonido. El primer canal que
decidió hacerlo acumuló en pocos minutos una audiencia del dos por ciento, en
rápido ascenso; un hito histórico. Los demás lo imitaron en cascada. Tras veinte
minutos de emisión, un noventa y cuatro por ciento de la audiencia planetaria seguía
las evoluciones del acontecimiento por un medio u otro.
El seis por ciento restante no tuvo oportunidad de ver el final de sus programas
favoritos.

«Se trata de Héctor Deífobo, general de tres estrellas de los Bucelarios de Elite.
La Compañía requirió su traslado de Eta Delta en cuanto se produjo el trágico
incidente de los Nihilim».
«El general ha ordenado utilizar munición de cobalto-60 para esta operación.
Según nos explicó esta mañana, si Sadman intenta utilizar cualquier tipo de armadura
metálica, el cobalto-60 la volverá radiactiva».
«No parece tener sentido: Sadman jamás ha utilizado armadura».
«Eso fue lo que le dije».
«¿Y qué respondió?».
«Que las presuposiciones habían hecho fracasar a todos los que habían intentado
matar a Sadman antes que él».
«George, son las nueve de la noche».
«Cierto. Señores telespectadores, el general Deífobo nos ha pedido que emitamos
a esta hora un fragmento de la entrevista que nos concedió esta mañana».

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El rostro de un hombre apareció en primer plano en una de las pantallas, vestido
con uniforme militar, mirando directamente a cámara. Los demás canales conectaron
con la entrevista diferida uno tras otro, hasta que la imagen del general acabó
multiplicada por mil seiscientos. Simultáneamente, la orquesta sinfónica de la John
Black, situada en el estudio de sonido entre la primera y la tercera planta, comenzó a
tocar una pieza marcial para subrayar el discurso televisado.
«Señor Metallan, soy el general Héctor Deífobo. Sé que usted se encuentra ahora
mismo en la planta setenta y cinco de la Torre Panóptica. La langosta que lo
transportó al tejado ha sido destruida. Los accesos subterráneos, de los que quizá no
tenga noticia, han sido demolidos. Como puede usted ver, hemos rodeado el edificio
por completo. He diseñado un plan meticuloso que acabará con su vida esta noche,
señor Metallan. No estoy intentando convencerlo de que se rinda. Tengo en mi poder
una orden de homicidio contra usted, firmada por el Fundador Viviente. Quizá la
recuerde, ya que es la misma que fue entregada previamente a los Nihilim. No se
confunda, señor Metallan. Tengo a mi disposición tres regimientos, uno de cada
ejército. Lo que usted tiene a sus pies son dos mil Bucelarios de Elite, treinta y tres
carros de combate, treinta y tres aeronaves artilladas y treinta y cuatro
francotiradores. Pero no es lo único que he traído al tablero esta noche, señor
Metallan. Mi plan es infalible, porque en cuanto salga del edificio, su cuerpo de carne
no podrá ocupar un centímetro cuadrado que no esté sembrado de muerte. Para que
un electrón se recombine con un protón sólo hay que ejercer una presión crítica.
Debería congratularse: hoy se convertirá usted en una estrella de neutrones. Y yo
quiero darle las gracias, porque de su mano entraré en la Historia como la más
brillante supernova. Buenas noches a todos».

El discurso de Deífobo no tuvo el efecto deseado en Sadman. Se giró hacia el


ventanal, con los brazos fláccidos, mientras el viento negro hacía acto de presencia.
Firmada por el Fundador Viviente.
Comenzó a soplar en su alma como una suave brisa, y fue creciendo de intensidad
hasta que se convirtió en un grito ensordecedor. El viento negro no entendía de
jerarquías.
Firmada por el Fundador Viviente.
Sadman miró allí donde se negaba a mirar desde su encuentro con los Nihilim y
contempló el rostro sin forma que amenazaba su vida, aquél que se apartó de los
hombres en su Torre Empírea. Sadman se exprimió las sienes con los dedos

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extendidos, luchando contra la ira del viento negro que retumbaba en su mente. Los
aullidos reclamaban un saldo de sangre, una puesta en equilibrio.
Matar al Fundador de lo que existe, del Mundo Libre.
Sadman era incapaz de razonar con el abismo. La enfermedad exigía un sacrificio
que saciase su hambre ritual. Sadman debía calmar la tormenta antes de enloquecer,
encontrar una respuesta al llamamiento.
El Fundador Viviente, el dios inmortal de la Compañía, que gobierna el Universo,
encerrado en su torre, en la cúspide del mundo.
Matar al Fundador es morir en los pasillos de la Torre Empírea, donde viven los
guerreros invisibles y las madres aullantes.
El Fundador debe morir.
Dijo el viento negro.
Y supo que sólo entonces hallaría la paz.

Algunos programas debatían sobre la historia de Sadman, intentando predecir el


resultado del inminente combate. Aunque en un principio se habían mostrado
incrédulos, el discurso de Deífobo había entusiasmado a periodistas y espectadores
por igual. Todos daban gracias al Poeta por que la Compañía hubiera cultivado el arte
militar de un hombre capaz de interponerse entre la gente de bien y el desastre.
Los debates estaban aderezados con grabaciones de vídeo enviadas por
espectadores y Sadman, por primera vez, vio su propia imagen.

Sadman camina por una calle atestada de gente, con uniforme de metropol. Varios
transeúntes desenfundan subfusiles y le disparan a escasos metros, gritando consignas
de Bluespace. Mientras los civiles caen acribillados, como pétalos alrededor de su
estigma, Sadman extrae su pistola y les vuela la cabeza a los rebeldes, uno a uno, con
indecorosa parsimonia. Los transeúntes vitorean, entusiasmados, hasta que una chica
toca el brazo de Sadman y éste le descerraja una bala en la frente.
Sadman entrega una orden de homicidio a un padre de familia. Uno de sus hijos
sale de una habitación armado con una escopeta recortada y abre fuego. Los
perdigones matan al padre sin rozar la gabardina de Sadman, erguido junto a él.
Sadman dispara al joven en la cabeza, observa el cuerpo tendido del padre para
asegurarse de que está muerto, recoge la orden de homicidio, la moja en la sangre del
muerto y se marcha, dando la espalda a la esposa y los demás hijos.

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Sadman se lleva la mano al vientre y observa su propia sangre, junto a un niño
que le apunta con una pistola humeante. Sadman dispara al niño entre los ojos. Un
grupo de Asesinos Públicos, al otro lado del pasillo, abre fuego automático contra él.
Sadman los mira con frialdad y avanza lentamente hacia ellos, mientras les dispara en
la cabeza con la frecuencia acompasada de un metrónomo.
Sadman camina hacia la puerta de un apartamento, dando la espalda a dos
hombres. Mientras uno de ellos graba la escena, el otro, con los pantalones bajados,
grita histéricamente junto al cadáver de una chica con la cabeza destrozada. El
violador levanta un subfusil y dispara media docena de proyectiles, que impactan en
la pared dibujando la silueta de Sadman.
Sadman sale de las sombras y dispara a un Nihilim que le da la espalda. Otro
Nihilim se gira hacia él, pero cae muerto antes de poder apuntar. El tercer Nihilim
apunta al corazón de Sadman y aprieta el gatillo. La imagen se congela y luego
avanza a un millón de fotogramas por segundo, mientras un periodista señala la
posición del proyectil en la pantalla. A un metro y medio del corazón de Sadman, la
imagen tiembla levemente, la bala efectúa un giro de treinta grados, esquiva a
Sadman y se estrella contra la pared. La grabación rebobina y la bala vuelve al cañón
de la pistola del Nihilim.
La bala sale de la pistola, a un metro y medio del corazón de Sadman gira treinta
grados y se estrella contra la pared.
Observando los monitores de televisión, con las pupilas dilatadas, Sadman
comprendió algo, algo incomprensible, y tomó el pasillo que conducía al ascensor del
vestíbulo, dejando atrás todo lo demás.

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48.

Desde el recibidor de la Torre Panóptica, Sadman contempló los focos que


encañonaban la salida. En la explanada se amontonaban las unidades móviles de la
John Black, detrás de tres regimientos de armas combinadas. Alrededor de la inmensa
plaza aguardaba expectante una multitud fiel a sí misma, sedienta de sangre. Sadman
escuchó los megáfonos que le ordenaban detenerse y siguió caminando. Todas las
cámaras y todas las armas se dirigieron hacia él y siguió caminando. Las puertas se
abrieron y levantó su pistola hacia uno de los soldados. El ejército abrió fuego al
unísono y la atmósfera se volvió salvaje. Las cámaras trataban de localizar la
exclusiva entre la maraña de proyectiles mientras el masivo edificio bramaba de
dolor, reventado por el insoportable castigo que estaba recibiendo. Los cascotes caían
al suelo levantando bolsas de polvo, los cristales estallaban envenenando el aire, el
estruendo era ensordecedor. Un reportero vio caer a un bucelario que había sido
herido mortalmente. Miró a su alrededor y vio que había más soldados desperdigados
por el suelo. Levantó su cámara de nuevo y contempló la infernal aparición de un
hombre saliendo del enjambre de proyectiles, cascotes y humo. Caminaba, erguido,
apuntando con una pistola al soldado más próximo. El bucelario disparó a bocajarro y
la recámara de su fusil estalló entre sus manos, cortándoselas de cuajo. La bala de
Sadman ahogó sus gritos. Los reporteros retrocedían, tropezaban, trataban de grabar y
sobrevivir. Los soldados disparaban, cerrando el ángulo de tiro conforme el monstruo
cruzaba por mitad de la formación. Las libélulas disparaban sus cañones de treinta
milímetros hacia la posición estimada de Sadman, atravesando los vehículos y el
cuerpo de los compañeros de armas. Luego, los proyectiles comenzaron a atravesar a
la multitud sedienta de sangre, hasta que los cañones se quedaron sin munición.
Sadman se alejó de aquel templo del caos sin un solo rasguño en su gabardina.
Frente a los monitores de la Torre Panóptica, Sadman había comprendido que su
inmunidad no dependía de sí mismo, escapaba de su control. Había comprendido que
él no era el mejor asesino de la Historia, sino el preferido de una fuerza desconocida
que había despojado a los mortales de la facultad de dañarlo, y había comprendido
que entre aquellos mortales se lo incluía a él. Ningún acto suyo, eficaz o negligente,
alteraría aquella disposición superior.
Sobrevivieron cuatro reporteros.
Murieron ochocientos veintiocho soldados.

Página 84
49.

Mientras treinta y dos libélulas se alejaban de la Plaza Panóptica, una permaneció


suspendida frente a Sadman, inmóvil. Sadman levantó la vista y reconoció el rostro
de Héctor Deífobo a los mandos del aparato. El general sonrió y saludó a la manera
militar.
«Adiós, señor Metallan», dijo a través de los altavoces. «Sólo lo siento por la
torre. Nadie podrá disfrutar de la belleza de este momento».
Héctor Deífobo desactivó el campo electromagnético de la bomba de un gramo de
antimateria que estaba alojada en la bodega del vehículo. Diez elevado a treinta
positrones, algo más de un quintillón, quedaron libres para moverse a su antojo.
Algunos nanosegundos después, todos entraron en contacto con los electrones
exteriores de los átomos que formaban la carcasa de la bomba y se aniquilaron
mutuamente, transformando toda su masa en energía. Ochenta trillones de Julios de
energía, neutrinos incluidos.
La explosión fue visible desde el espacio. Un hermoso ramillete de pétalos
blancos que floreció sobre una superficie gris, en silencio, después de que las nubes
se retirasen a continentes lejanos, como por arte de magia, encogidas y asustadas
como los niños que escuchan cuentos de miedo en la oscuridad.
Cuando la Torre Panóptica se desvaneció, todos los canales de televisión dejaron
de emitir, incluyendo el Canal Rebelde. No pasó mucho tiempo antes de que una
horda de videoaficionados saliera a la calle en tropel para dar testimonio de la muerte
de Sadman.
El primero que lo encontró liberó un grito de asombro.

Página 85
50.

A los ojos del mundo se abren los párpados de Sadman, como las aves de metal que
duermen en la estatua que llora sobre los cimientos de Hel. Se desvelan los secretos
innombrables con un suspiro de melancolía que puebla los nuevos sueños, un ansia
de conquista que no conoce otra respuesta que la llamada de la carne. Los pasos de
Sadman resuenan sobre el asfalto de piedra como el tañido de las campanas del
Tiempo, como los gritos del silencio de las Almas Blancas que buscan descanso,
como los brazos tentaculares de la monstruosa Fama, como el sordo rumiar de las
hilanderas del Destino acabando la madeja.
Ha llegado el día que verá el fin del Universo y Sadman camina por las calles de
Hel, sin apresurarse demasiado. Camina como caminan los ángeles exterminadores
sobre la tierra prometida, con la parsimonia del que lleva un mensaje de tiempo
sellado por la voluntad superior de Dios. Sadman camina porque ésta es la velocidad
a la que viaja el Destino, el ritmo inexorable de la Providencia. El desencadenamiento
inevitable de la acumulación milenaria de la Entropía.

Página 86
51.

En el Octavo Acto se alzaba orgullosa Onírica, estandarte del Mundo Libre, modelo
universal que se ofrecía con promiscuidad dispuesta a desvelarse para el plagio.
Cultura de diseño, cuna de artistas de eternos retornos y pasarelas giratorias,
sombreros ofensivos y trajes llameantes que vestían a emperadores nocturnos en
salones de té y galerías de ciento veintitrés días.
Hermosa ciudad de rascacielos abiertos en flor, de inquietas bocachas luminosas y
lindos coches voladores cubiertos de faros acrobáticos. Arlequines con sombrero de
copa y caderas anchas bailaban compases con los labios húmedos por el licor y un
déjà vu. Redes colgantes que abrigaban los cuerpos embadurnados en sexo chorreante
y no dejaban respirar a la luz, que fluían hacia el suelo como viscosas telas de araña
recién eyaculadas del vientre, decoraban los vestidos inmutables como dulces
recuerdos de un mañana ya vivido. Éxtasis perceptivo edulcorado sin excipientes,
falto de posología por ahorrarse la tinta, eterno sueño brillante de amaneceres rojos y
visiones de aves. Galopar de caballos salvajes sobre prados de amarilla hierba
espumosa con sabor a cerveza. Gatos de mazapán que maullaban con gusto y daban
masajes gratis por un ronrón y unas cosquillas. Barcos de vapor que despertaban a los
vecinos con trompeta y pistolas de abejas. Películas originales subtituladas en los
idiomas antiguos de especies extinguidas. Charcos de ranas voraces que se tragaban a
los hombres y contaban con el estómago chistes para desternillarse de risa.
Maravillosa Nubacucolandia, ciudad del sueño con muros de ajedrez y peones
dormidos en hamacas diseñadas a gusto de cada uno.

Página 87
52.

Y en el Noveno Acto se elevaba sobre el mundo suplicante una torre solitaria como
un coloso sobre la llanura de cemento de cuadros blancos y negros, un cíclope sin
párpados que observaba la realidad que había creado a su imagen y contemplaba
orgulloso a su prole. Oscuro objeto de formas imposibles que gobernaba a los
hombres desde lo alto, como un antiguo panteón desterrado de su justo
emplazamiento.
Y arriba, en su cúspide, el hogar tetraédrico de un dios moderno.
Chandrasekhar, el poeta visionario que salvó al mundo del Colapso y generó un
nuevo universo para acoger a los fieles al cambio.
Chandrasekhar, Fundador Viviente de la Compañía y Señor de Lo Que Existe.
Chandrasekhar, el hombre al que Sadman viene a matar.

Página 88
53.

Hay entre los hombres un extraño placer en la tristeza. Ocurre a veces que la
melancolía se apodera de ellos con un sabor especiado, de flores imposibles, que
fluye desde los sentidos a la mente.
Son emociones nostálgicas de días perfectos que alientan su respirar, que les
rompen el corazón con dedos profundos. Y ellos se abandonan a esa sublime tristeza
con lágrimas secretas, sonriendo, entregados a la felicidad innombrable que tuvieron
entre sus manos y no pudieron conservar.
Atesoran los hombres la vida en esas ocasiones con tal pasión que se sienten
gozosamente desdichados. ¿Cuánta poesía no fue vertida con plumas trágicas?, ¿y
cuántos cantos no fueron entonados con una voz quebrada?
Miremos entonces a Sadman y sintamos júbilo en el recuerdo de esos momentos
nublados, pues su dolor no está aderezado de esas melancolías. ¡Pobre Sadman, que
sólo conoce el sufrimiento más despiadado! Pobre Sadman que heredó en sus genes
nuestras penas sin la ternura ni la esperanza de que fuesen oídas. Pobre criatura esta
que camina en soledad junto a todos los lamentos que sintieron los hombres y la tierra
desde el principio de los tiempos. Compadeceos de él, esta Bestia, esta maldad, pues
sufre por todos nosotros, en lugar de nosotros, sin una queja, sin un suspiro que pueda
aliviarle… pues, ¿cómo puede conocer alivio aquél que nunca conoció los días
mejores y la felicidad que nutrió a la nostalgia? ¿Cómo puede sentir alivio aquél que
está destinado a rendirle cuentas al Tiempo, aquél que exigirá su tributo de sangre al
hombre en el nombre del hombre?
Y mientras, Sadman camina en soledad hacia la destrucción del Universo. Sin
premura, pausadamente, como la música que revela su belleza cuando entrega sus
notas al viento para morir.

Página 89
54.

Penetró Sadman en las estancias luminosas de hospital, más allá de los muros de
marfil y las cámaras de vigilancia. Los videoaficionados sucumbieron a manos de los
guardias, Sadman dispuso de éstos como creyó oportuno y siguió adelante. Se le
abalanzaron las sombras de los guerreros invisibles y los descuajó con sus propias
espadas de cerámica. Cantaron para él las mujeres aullantes y él bailó para ellas la
danza de la muerte, que aplaudió con vigor el eco de sus pasos más allá de los salones
ancestrales que guardaban la memoria de un millón de especies extinguidas en
trofeos antropocefálicos donde el nombre de cada una se leía en una lengua muerta.
Recorrió Sadman las cámaras de viejos reyes y generales, de asesinos
consagrados al público que alcanzaron la inmortalidad a cambio de vivir dentro de
aquellas paredes por siempre. Conoció a los predicadores de la muerte, que habían
matado por despreciar la vida y fueron recompensados por la dadivosa Compañía.
Conoció a los suicidas, que fueron vanagloriados por liberar a la raza de los
inadaptados. Conoció a los ladrones, que recibieron riquezas por entregarlas a sus
amos. Conoció a los científicos y pensadores del cambio, que fueron asesinados para
que no investigasen o pensasen más allá de ese cambio. Conoció a los Nihilim en sus
Torres Santuario y supo que eran hermanos antiguos como el tiempo, y supo que ellos
eran Sujeto, Significante y Significado.
Y contempló las escrituras del libro de bronce donde se narraba la formación del
mundo, consagrada a Noelle y a Newman, y leyó las hojas imborrables donde se
hablaba del Gran Diluvio, el Tiempo Intermedio, y contempló los planos de las
nuevas estrellas y las gráficas de los planetas artificiales. Y vio a Tertia M Alfa, el
primer sol construido por el hombre hacía tantos años que cuando leyó el último
número había olvidado el primero; y vio su mundo girando alrededor de la estrella y
vio sus ciudades grises y sus terrazas desde el espacio. Pero el brillo cegador de la
estrella no le permitió ver qué se ocultaba en su cara interior, y se alejó de aquellos
monumentos con la frente doblegada, hacia un pórtico de marfil que representaba a
dos enormes monstruos rampantes de grandes orejas y largas narices terminadas en
bocas que se entrelazaban entre sí. Y sobre ellos había un viejo reloj de pared que se
había parado en las siete y cuarenta y cinco.

Página 90
55.

Y es aquí cuando se abrió el pórtico hacia una estancia fulgurante y un silencio


abrumador se escurrió entre las hojas y los goznes de metal invadiendo el pasillo
lacrado tras de Sadman hasta que el rechinar de sus propios pasos se vio ahogado.
Frente a él surgieron tres paredes de cristal que proyectaban una mesa y un sillón
hacia el infinito.
Sadman cerró las puertas y comprobó que un nuevo espejo se formaba en ellas.
Entonces reparó en la cámara de vigilancia que seguía sus movimientos y los
espectadores se percataron de que, por primera vez, Sadman estaba mirándolos.
Sus pupilas azules los observaban desde el abismo incomprensible de su mente y
eran la aparición de la locura, contenida en forma humana, quebrando la frágil
voluntad de los hombres.
Y mientras el mundo caía en la desesperación, Sadman contemplaba ahora su
propia imagen en el espejo. Nueve años le habían seguido las cámaras por los
rincones más remotos de la civilización y jamás habían visto aquellos ojos
reflejándose hacia sí mismos. El Mundo fue testigo involuntario, horrorizado, del
meticuloso escrutinio al que la bestia estaba sometiendo a su propia imagen, la
imagen de una mente muerta. Sadman se miraba en el espejo y la representación de
aquellos espantosos pensamientos era apocalíptica. Era como si el propio mundo no
fuese a resistirlo, como si la realidad comenzase a combarse como un cristal
amenazando con estallar. Era Sadman frente a Sadman, materia contra antimateria, el
verdadero punto de fractura del Universo.
Entonces Sadman dijo:
Para lo que sigue no habrá espectadores.
Cada cual deberá experimentarlo por sí mismo.
Y su voz eran las campanas del Tiempo, las trompetas de los Arcángeles y los
sellos del Cordero.
Y Sadman disparó a la cámara y destruyó su conexión con los mortales.
Entonces el Mundo se quedó a oscuras.

Página 91
Yo soy el Fundador Viviente.

Página 92
SÍNTESIS

Página 93
56.

Aquél que guardaba silencio, al que los venerables no quisieron prestar sus páginas,
conserva su memoria. El que fue ignorado, será oído, pues éste es el libro de bronce,
éstas son las palabras del repudiado, estas palabras se escriben con una pluma
metálica y no pueden ser borradas. Frente a la saeta, ésta es la forja. Ha llegado el
momento de descubrir el tomo secreto que recoge los lamentos milenarios del
subsuelo.
Éstas son las palabras que cobran fuerza en el silencio para manifestarse en la
nefasta furia de la tormenta.

Página 94
57.

No siento más que el empuje de una causa ajena. Nada de lo que hago responde a un
razonamiento interior o a una emoción que me pertenezca. Actúo como veo actuar,
digo lo que oigo, las emociones que muestro son las que los otros reflejan sobre mí.
No puedo definir lo que siento porque mi mente carece de formas. Lo que veis es lo
que queréis ver. Yo no soy nada que podáis imaginar. Para mí el miedo y la calma son
la misma cosa, y no es lo uno ni lo otro. Poseo el don del lenguaje, pero es un don, y
lo utilizo por cesión. Mi lenguaje es silencioso, vacío y sordo. No puedo aprender de
los otros porque no sé qué debe aprenderse y qué olvidarse, no conozco las normas
que determinan lo que se debe hacer y lo que no. La moral es distinta a mí. No
necesito cambiar este modo de comportamiento porque la sociedad en la que existo
me permite sostener esta ignorancia. Hago lo que los demás hacen, digo lo que dicen,
ellos matan, matar es fácil. Me limito a imitar lo que mis sentidos perciben alrededor.
Ése es el camino de la supervivencia. Esta torpe palabra humana no puede definir
correctamente lo que surge en mi estómago, lo que adormece las palmas de mis
manos y mis pies, esta posesión. Es una palabra torpe. No se trata de vivir por encima
de las dificultades, también se trata de vivir por debajo de las dificultades, a su
alrededor. A lo que los hombres llaman expandirse, a eso se parece más esta pulsión.
Los hombres que conozco no pueden expandirse físicamente, creo que yo tampoco.
Pero uno puede expandirse cuando contrae a los otros. Pero a eso los hombres no lo
llaman sobrevivir, lo llaman destruir, creen que es distinto, pero al mismo tiempo
destruyen para sobrevivir. No les asustan las contradicciones porque temen más al
lenguaje. Los hombres son extraños a veces porque no dicen lo que piensan, es difícil
darse cuenta cuando hacen esto. No matan para expandirse, sino por placer o para
huir del dolor. De nuevo el lenguaje humano es imperfecto aquí. El placer de los
hombres es a veces doloroso, suelen disfrutar de su dolor. Pero no admiten su placer
dolor, a pesar de que matan tan a menudo. Encubren su placer dolor con excusas
como el saqueo, la venganza o el odio. Estas palabras son siempre extrañas y a veces
son confusas. Definen emociones que provocan actos que los hombres no parecen
controlar bien. Creo que es parecido al viento negro. El viento negro es incontrolable,
pero no es una emoción en absoluto.
Es la llamada a la expansión.

Página 95
58.

No entiendo por qué la pared sigue teniendo la forma de mi imagen. Sé que los
hombres usan espejos que reflejan su aspecto exterior. Los usan para acercar su
apariencia a la que ellos creen que agrada a los demás. Es una forma de las que tienen
para expandirse. Aunque sé qué son, los espejos nunca han podido verme porque creo
que los espejos no dicen nunca lo que piensan.
Pero esta pared no puede ser un espejo porque la imagen me sonríe.
Los hombres sonríen algunas veces cuando se entregan a su placer dolor, también
cuando se traen algo entre manos. Las imágenes no sienten placer dolor. Cuando no
entiendo una cosa el viento negro se expande, y para que me abandone debo
expandirme yo mismo. Pero destruir la imagen no hará que lo entienda. Las imágenes
no piensan, no hablan.
—Hola Sadman. Me alegro de que hayas llegado por fin. —Esa voz es mi voz,
pero mi boca no se mueve. Se mueve la del espejo.
—Los espejos no hablan.
—Parece que éste sí —dice con una gran sonrisa.
—En ese caso no eres un espejo.
—Eres muy inteligente, Sadman, y no me sorprende en absoluto. —Sus palabras
desprenden placer dolor. Yo le causo placer dolor. No entiendo la explicación, el
viento sopla.
—Tranquilo, jovencito, debes prestarme mucha atención. Yo te explicaré lo que
necesitas saber; más correctamente, te diré las preguntas que corresponden con todo
lo que ya sabes, y que no necesita corrección alguna.
—Yo no me hago preguntas. Yo hago preguntas a los hombres cuando no hacen
lo que dicen para poder entender.
—Estás muy convencido de ello, ¿verdad? Estás muy convencido de todo lo que
dices. Bien, Sadman, juguemos a tu juego. Yo pregunto y tú respondes.
El viento soplaba muy despacio. Ver mi imagen lo expulsaba fuera de mí como si
la imagen me agujerease el estómago. Los espejos nunca dicen lo que piensan, los
espejos buscan expandirse. Este espejo se contrae, y si él se contrae yo me expando.
—¿Por qué estás aquí, Sadman?
—He venido a matar al Fundador Viviente.
—¿Y por qué quieres matar a alguien tan importante, Sadman?
—Porque intenta matarme a mí.
—Comprendo. ¿Por qué intenta matarte el director de la Compañía, Sadman?
—Porque fui despedido.
—Ya veo. Siendo como eres el mejor asesino del Mundo, la Panóptica tuvo que
recurrir a los Nihilim. Como resulta obvio que fallaron, después recurrió al ejército.

Página 96
Ambos obedecen únicamente al Fundador, por lo que, según tu razonamiento,
destruyéndole a él acabarás con la fuente de todas las amenazas contra tu vida. ¿Me
he equivocado en algo, Sadman?
—No.
—¿Puedo preguntarte otra cosa más, Sadman?
—Sí.
—¿Por qué fuiste despedido?
—Por acceder a las bases de datos de la Panóptica.
—¿Y qué buscabas allí, mi dulce Sadman?
—Información.
—¿Qué tipo de información, exactamente?
—Una mujer, cosas… sobre una mujer.
—¿Qué cosas, Sadman, qué… cosas?
—Yo… no… no lo sé.
—Buscabas información, pero no sabes qué clase de información. Buscabas algo,
Sadman, algo que se había alojado en tu mente y te impedía respirar. Buscabas una
respuesta a tus dudas.
—No, eso es… imposible.
—Y esas dudas nacieron porque aquella mujer hizo algo que despertó tu único
instinto, el impulso de supervivencia, contra una amenaza fuera de tu alcance, algo
que no podías eliminar, lo que te llevó a hacerte una…
—Pregunta.
—Exacto, Sadman. Y ese algo es esencial para mí, no puedes entenderlo; es
esencial para todos nosotros. Han pasado muchos años hasta que ese algo apareció,
para provocar una reacción en ti, como estaba previsto. Sí, como estaba previsto,
Sadman. Y ahora estás aquí, has vuelto, al fin, con ese… algo.
—Qué dice… no entiendo lo que…
La imagen se acercó a mí, parecía que iba a salir del espejo.
Su mirada no era como la mía, a pesar de que sus ojos eran los mismos. Era una
mirada sabia y antigua, vieja como la misma tierra, poseedora de un conocimiento
infinito sobre mí, sobre el mundo, sobre todas las cosas. Sus ojos azules me miraban
como si en su interior un relámpago se cargase de energía antes de estallar.
Quiero que me des lo que te dio aquella mujer, Sadman.
Su voz. El espejo no movía los labios.

Página 97
59.

Los ojos cargados de electricidad estallaron. Todo se volvió blanco, blanco como una
explosión, luego todo se hizo noche. El espejo estaba ahí, pero muy muy lejos, como
un lago de hielo.
Yo me había olvidado de la voz. Hubiera querido olvidarme de la voz.
Dame lo que te dio aquella mujer, Sadman.
Oh, aquella voz. Esa voz me sobrecogía, entró en mi mente, y entonces sentí
miedo…
Dame lo que te dio aquella mujer, Sadman. Quiero lo que te dio aquella mujer,
Sadman.
Dámelo, Sadman, ahora, Sadman. Es tarde, Sadman. Dámelo antes de que sea
demasiado tarde, Sadman.
—Yo no puedo darte nada, yo no tengo nada. Ella no me dio nada… Yo no sé…
no sé qué…
Sí te lo dio, Sadman. Lo tienes aquí dentro en tu cabeza. Piensa en la mujer,
Sadman. Piensa, en ella, en esa dulce y sabrosa mujer, ahora, Sadman, piensa, no
hay tiempo. Hazlo, yo haré lo demás, piensa ahora, Sadman.
Ahora.
Estaba tan aterrorizado, era algo tan nuevo y horrible. Era el significado más
riguroso de la palabra nausea.
Entonces obedecí, pensé en Eva, y recordé todo lo que había sucedido.

Página 98
60.

Al fondo del pasillo había una puerta con el número 231 inscrito sobre la mirilla.
Golpeé la madera y esperé mientras preparaba la orden de homicidio. Pasó bastante
tiempo, luego la puerta se abrió lentamente y Eva se asomó despacio. Ella tenía el
pelo rubio, los ojos verdes, aquellos grandes ojos verdes que no se parecían a ningún
color del mundo. Le entregué la orden y Eva la recibió en su mano como si el papel
fuese a quemarle los dedos. Miraba la orden muy fijamente, era como si supiese lo
que había escrito. Cuando comenzó a leerla dejó de sujetar la puerta. Tenía que estar
mal enmarcada, porque se abrió sola. Entonces aproveché y entré sin pedir permiso,
porque quería zanjar la cuestión y marcharme (era muy tarde y estaba cansado), así
que fui sacando la pistola. Eva leía la orden. Nadie había leído nunca la orden. La
gente se limitaba a leer lo de «Orden de Disolución de Contrato» y se hacía a la idea
de lo demás. Qué iban a hacer, ¿poner una reclamación al día siguiente? Recuerdo a
un alto ejecutivo que se alegró tanto de ver la orden que me invitó a una fiesta que
daba en su casa. Todos me aplaudieron al verme y me dieron una copa de champán.
El tipo era tan rico que había pagado su resurrección y se había despedido él mismo.
Quería saber qué había después de la muerte. Me pidió que le disparase en el vientre
para así morirse despacio y verla venir de lejos. Dejé la copa que había aceptado por
cortesía y le pegué un tiro en la frente. Los invitados me abuchearon, pero yo no soy
de los que hacen el tonto con las armas mortales. Haces cosas así y luego te olvidas
un día de limpiar la pistola, le pones munición de Alta Velocidad porque no va a
pasar nada por una vez, y luego un día cualquiera se te encasquilla o te explota en la
mano. De todas formas, no es que todo el mundo te diese la bienvenida al verte en su
puerta. Pero no eran tan incivilizados como Eva. La gente firmaba, a veces hasta te
pedía el bolígrafo, se iba al baño y se tomaba algún sedante, o muchos sedantes. A
veces te pedía por favor que esperases un poquito para que les hiciese efecto. Yo
siempre les daba todo el tiempo del mundo porque nunca tenía prisa. Bueno, aquel
día tenía prisa, pero era porque estaba muy cansado. Había matado a un montón de
gente, fue un día larguísimo. Había pensado en todas aquellas cosas y ella todavía
seguía leyendo la orden. Me pareció una falta de respeto enorme. Me acerqué un
poco más para que se diese por aludida. Eva no estaba leyendo. Estaba llorando.
Había visto llorar a algunos hombres después de disparar contra mí y ver que se
habían quedado sin balas y yo tal cual, pero yo no iba a matar a Eva como si me
hubiese intentado hacer daño, claro que no. Yo tengo una puntería excelente. La gente
se muere tan rápido que ni se entera. Eva estaba llorando, se apoyaba en la mesita y
yo la miraba a través del espejo. Eva era hermosa, a mí me lo parecía, quiero decir. Y
me refiero a que ver su cara alejaba de mi lado al viento negro, la llamada a la

Página 99
expansión. Me hacía sentirme tranquilo, calmado, tal y como estaba, sin matar a
nadie por un ratito.
Por eso, cuando me pidió que retrasase lo inevitable, acepté.

Página 100
61.

Qué más, qué más, por qué te paras, debe haber algo más. Al día siguiente viste unos
planos, alguna agenda. ¡Eso no puede ser todo!
—No hay nada más.
Me engañas, me estás engañando, Sadman. No puedes imaginar lo importante…
No puedes imaginar lo que puedo hacerte, Sadman. Puedo destruirte, yo, sí, yo,
puedo matarte, Sadman. Para mí no eres nada, no eres más que mierda, Sadman.
Puedo hacerte desaparecer con un chasquido.
La voz estaba tan furiosa que sentía temblar mi interior con cada sílaba que
acentuaba.
Sentía que su poder era enorme, pero cuando amenazó con matarme el miedo
desapareció. El viento negro hizo acto de presencia y recuperé mi antigua fuerza.
—Soy Sadman. Nada hay en este Mundo que pueda dañarme. —Disparé contra el
espejo, el agujero era grande. La sonrisa era mucho mayor, muy retorcida.
Lo hay, pequeño, yo soy lo que puede dañarte. Nadie es invulnerable, Sadman,
siempre hay algo que se escapa de su alcance. Toda invulnerabilidad tiene su ruina.
Yo soy Chandrasekhar, yo soy el Fundador Viviente, yo soy tu creador, yo soy
Sadman.

Tú eres mi homúnculo, pequeño bastardo. No eres más que mi cuerpo, que se


mueve solito por el mundo sin hilos de plata. Tú que nunca te hiciste preguntas,
intenta recordar a tus padres, o tu infancia, ¡algo anterior a estos nueve años! No
puedes porque no hay Nada. Tú no eres nada. Eres la cáscara de la criatura más
prodigiosa que haya caminado sobre la tierra. Enviado para descubrir un enigma,
una verdad que nadie más que un monstruo como tú podría averiguar. Un monstruo
sin memoria, sin conciencia, sin prejuicios. La inalcanzable objetividad hecha
humana, apenas humana, demasiado humana, ja ja ja.
¿Comprendes, mi alfeñique, lo ridículo de tu existencia?
Y ahora debes colaborar, o te eliminaré sin dejar rastro. Recuperaré mi cuerpo y
tu voz se apagará para siempre, volveré a ser el que siempre fui, el que siempre
fuiste. Excepto por unos ridículos nueve años.
Así que piensa, Sadman, criaturita. Piensa en lo que falta.
Él tenía razón, yo no recordaba nada anterior a los últimos nueve años, aunque mi
cuerpo debía tener alrededor de treinta. Él tenía razón porque nada de lo que había
dicho me importaba en realidad. Yo no tenía memoria, prejuicios ni conciencia. Yo

Página 101
era un cuerpo vacío. Yo era un monstruo, un monstruo nada más. Eso es lo que era.
Eso es lo que había sido siempre. Lo peor era que no me sentía mal por ello. No
sentía absolutamente nada.
—Sólo me he reservado sus palabras —dije cabizbajo.
Dímelas, dímelas.
—«Duerme conmigo esta noche y mañana haz lo que debas». —Repetí las
palabras y experimenté un escalofrío. Era la primera vez que las pronunciaba y sentí
como si Eva hablase a través de mi voz.
Sadman, esto se acabó.
Eres un estorbo, esto debo solucionarlo sin ti. No hay tiempo.
Adiós.

Página 102
62.

Este desperezarse es para mí un renacimiento, y después de nueve años siendo pura


memoria inerte, percibir esta sala de espejos, un mundo sensible donde ser sensitivo,
éste que es mi propio despacho, se asemeja a la experiencia del paraíso. Pero mis tres
hermosos caballeros siguen ahí expectantes, mientras yo contemplo el firmamento de
estrellas por encima de las nubes, desesperado por la impotencia mientras alguien
destruye mi obra. ¡Es tan vívido sentir ese recuerdo con un estremecimiento, con un
erizarse del vello y un sudor frío recorriendo mi espalda! Aún ahora, cuando la
amenaza es más cercana que nunca, me invade una profunda sensación de nostalgia
por aquellos días de frustración y terribles decisiones, de exhaustivos análisis y
planes de intervención. Pero ahora, con lo que Sadman vio por mis ojos, con la
objetividad nacida de la indiferencia y la insensibilidad únicas con las que doté a mi
criatura, ahora tengo la llave para la salvación. Ahí hallaré al responsable de la
catástrofe, y entonces el Fundador volverá de su Retiro para actuar con determinación
instantánea. Nada en este universo puede escapar de mi voluntad una vez que el ojo
panóptico se cierne sobre él, pues éste es mi Universo, mi Obra.
Las estrellas que se extingan hoy serán las últimas en extinguirse para siempre.

Página 103
63.

Debo someterme a la conciencia abismal de Sadman, indagar en el pozo de ignominia


al que llamaba su mente para dar forma al caos. Ya se oscurecen mis ojos, ya se
aproximan las sombras, se acercan los remolinos de vaguedad y el magma
insustancial: ¡se me abalanzan las olas del prodigio! Cuánta fuerza siento en este
vacío, cuánta intensidad desaprovechada: un espacio convulso de fuerzas
incontrolables que buscan una salida en todas las direcciones, pero que no alcanzan la
luz por carecer de un ojo que los guíe, de una estructura donde sustentar su vigor
titánico para propulsarse. Ya puedo distinguir una forma que se aproxima lentamente,
la jerarquía de mis pensamientos comienza a imperar sobre el abismo multiforme.
Es un hombre, pero algo extraño hay en él. Le veo una cabeza
sobredimensionada, grotesca, la cabeza de un caballo. Camina hacia mí, pero no se
apresura. No debo claudicar ante esta visión incomprensible, debo sojuzgarla,
esclavizarla bajo el peso de mi voluntad, el único órgano de representación que poseo
en este lugar fuera del tiempo y el espacio. He de mostrarme firme, resuelto, para
sembrar el orden que deseo.
—¡Yo te expulso, demonio!
—¿Por qué me grita de ese modo?
La potencia de esta aparición me sobrecoge, al hablar mueve los belfos, gesticula.
El caos pulsante ha tomado imágenes de mi mente y las ha dotado del sentido de mi
propio lenguaje; algo fabuloso. Los ojos del hombre caballo son expresivos y
perturbadores porque son animales pero también sensitivos.
—Bien, sería estúpido hablar con… usted no puede ser real.
—¿Qué le impulsa a pensar tal cosa?
—¡Usted es un hombre con cabeza de caballo! —Si vacilo el abismo podría
detectarlo y aprovechar la ventaja. Pero yo soy el arquitecto, mis palabras ordenarán
el caos.
—¿Y puedo saber dónde radica el problema? —Su tono era gentil, me
incomodaba. Razonar con la abominación será la clave para separarla de su origen y
traerla a la superficie, donde será más débil.
—Nunca se ha visto que un cuerpo humano pueda albergar entre sus hombros la
cabeza de un caballo. Son, naturalmente, dos criaturas distintas que no pueden
coexistir en un mismo organismo. —Lamentablemente, la razón es frágil frente al
absurdo. El hombre caballo no parecía alterado.
—¿Puedo hacerle una pregunta? —me dijo despacio.
—Sí —respondí sin mucha convicción.
—Sabe usted lo que es un hombre, ¿no es cierto?
—Naturalmente.

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—Y lo que es un caballo, ¿verdad?
—Sí.
—En el pasado existieron otras formas de vida que convivieron con los hombres.
Parece mentira, pero no lo he olvidado.
—En ese caso, ¿no es su imaginación capaz de concebir una criatura que posea el
cuerpo de un hombre y la cabeza de un caballo, sin que sea lo uno ni lo otro?
Me sentí satisfecho por el rumbo que tomaba la conversación. Pensé en sus
palabras y contesté.
—Sí, pero…
—Sí pero qué —me interrumpió bruscamente—. Usted es capaz de imaginarme y
ante usted me tiene. ¿Por qué duda?
—No entiendo… —Un golpe de consternación surcó mi voluntad. Pude sentir
cómo el hombre caballo crecía ante mis ojos, pero seguía conservando su cordialidad,
guardaba su ataque para el final.
—Sí entiende. Entiende perfectamente y por eso se aflige. Deje de verme como a
una amenaza, yo no soy un peligro para usted. Se niega a aceptar la verdad a la que se
enfrenta. Usted está solo.
—¿Solo?
—Efectivamente. Usted se empeña en creer que si la lógica, propia del hombre,
no puede explicar un fenómeno, ese fenómeno debe obtener explicación gracias a una
fuerza ilógica o sobrenatural. Una explicación inmanente a Dios. De ninguna forma
admite que hay cosas que nunca entenderá usted ni Dios.
—¡Pero Dios no existe!
—Cierto. Ya no.
—Usted está loco. Nadie mejor que yo sabe la verdad de estos asuntos. Nadie
mejor que yo conoce lo que se ocultaba tras la falsedad de aquella creencia. ¿Acaso
Sadman ignoraba que el Fundador Viviente mostró al mundo la crudeza de lo real?
¿Está queriendo decirme no ya que Dios no existe, sino que existió en un pasado? —
dije perplejo. Por supuesto que creía en la muerte de Dios, pero sólo en un sentido
simbólico. Al matarlo yo había destruido en realidad las religiones que lo adoraban.
Todo siempre quedaba en el ámbito de los hombres.
—Evidentemente. Mientras vivió el Universo Natural, el hombre estuvo
convencido de su existencia.
—Pero la fe no puede sustentar la existencia de Dios por sí misma. Es posible
creer en lo imposible.
—¿En qué se basa para afirmar tal cosa?
—Sencillamente porque la imaginación es más poderosa que la realidad. —
Aunque algunos afirman que no puede haber Demonio sin Dios, siempre he estado en
contra de esta creencia. Existen fundamentos biológicos y genéticos muy precisos
que sustentan mi razonamiento. El Mal nace de sí mismo y se alimenta de sí mismo.

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El Bien, en cambio, es consenso, esfuerzo y disciplina—. Por tanto, es posible creer
en un ser inexistente.
—El universo que usted ha creado es una demostración de que la imaginación y
la realidad están solapadas. La imaginación no es más que una realidad potencial. En
cuanto una idea es concebida se garantiza su reificación. Toda profecía termina
autoverificándose. Por eso mató usted a Noelle y a Newman, para que no pensasen
más allá del Mundo que habían diseñado en su imaginación, por miedo a que sus
ideas futuras llegasen a materializarse. Por tanto, ¿cómo puede un ser no existir?
—No me confundirá con sus paradojas lingüísticas. Desde su punto de vista, si
imagino una mesa cuadrada y redonda, algún día podré sentarme junto a una.
—Estoy de acuerdo, siempre que usted tuviese una mente lo suficientemente
poderosa. Porque no es fácil imaginar una mesa con las características que usted
describe —dijo el hombre caballo no sin cierto sarcasmo—. Se lo explicaré de otra
forma. El hombre creía en un dios inescrutable. La fe en un dios tal es
inquebrantable, ya que, aunque no lo perciba, el hombre sigue creyendo en él. Esta fe
aporta fuerza al hombre, y esa fuerza no depende de la existencia ontológica de este
dios, sino de la propia fe que se deposita en él. La existencia de Dios no debe
juzgarse en virtud de su inescrutabilidad, sino de su influencia. Si esa influencia
existe, Dios existe, se mire como se mire.
Nunca se me podía haber ocurrido tal cosa. Me resulta inconcebible que Sadman
albergase tales pensamientos. Sin duda, el abismo utilizaba materia de mi propia
mente. El hombre caballo trataba de darme a entender que la sola creencia en Dios
justifica y explica su existencia.
—Pero usted dice que Dios ha muerto.
—Naturalmente. Ya nadie cree en Él.
—¿Es imposible que Dios exista sin el sustento del inconsciente colectivo?
—Nada puede existir sin el sustento del inconsciente colectivo.
—Pero si nadie me reconociese a mí yo seguiría sabiendo que existo.
—Naturalmente. Usted es consciente de sí mismo. Usted está constantemente
imaginándose a sí mismo, redefiniéndose, reificándose a cada paso.
—Por lo tanto, usted afirma que Dios existió, pero no era consciente de sí mismo.
El hombre caballo asintió.
—Pero la religión transformó y, en cierto modo, ordenó el mundo.
—Así fue.
—¿Cómo puede una creación tener tanto poder?
—El hombre creía en un dios omnipotente, le imaginaba así, y de tal forma le
atribuyó la capacidad de ordenar el mundo a su antojo.
—Pero en ese caso, si Dios, por medio de la religión, ordenó el mundo, y esa
cualidad le fue atribuida a Dios por el hombre: ¿es posible imaginar un hombre capaz
de ordenar el mundo?
—Parece mentira, señor mío, que sea usted el que me pregunte tal cosa.

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—Pero mi mundo es artificial, fue construido por máquinas.
—Y esas máquinas, capaces de construir estrellas, planetas, campos
gravitatorios… fueron imaginadas, profetizadas, por usted.
—Entiendo.
—¿Está usted seguro de que lo entiende?
—Sí, ¿a qué se refiere?
—Ahora que estamos de acuerdo, quisiera hacerle una pregunta. En realidad, esta
duda es el único motivo por el que he decidido acercarme a usted.
Lo sabía. El hombre caballo había logrado vencer mi resistencia inicial, había
conseguido embaucarme, y ahora que yo había claudicado, se disponía a golpearme
con todas sus fuerzas.
—¿Por qué no imaginó usted un mundo sin dolor? —me preguntó el hombre
caballo. Me quedé en silencio. Aquella pregunta estaba tan alejada de nuestra anterior
conversación, que me sentí desorientado, incluso avergonzado, porque no era capaz
de recordar el motivo después de todo lo que se había dicho en aquel lugar desolado.
—¿Podría usted? —dije con rencor, saliendo al paso.
—No sea estúpido. Como habría comprendido cualquiera a estas alturas, yo no
tengo consciencia de mí mismo.
Aquella maldita criatura me arrinconaba cada vez más, alejándome de mi
verdadero propósito. Sí, alejándome de la salvación de las estrellas moribundas…
—No imaginé ese mundo, porque ese mundo no existe. Como usted mismo dijo,
existen ideas imposibles de imaginar. Un mundo sin dolor es tan inconcebible como
una mesa cuadrada y redonda.
—No, sólo dije que existen ideas que exigen una imaginación más poderosa para
reificarse. Le prevengo que las palabras le ganarán la partida, señor Director. Y ahora,
debo marcharme —dijo el hombre caballo y se dispuso a adentrarse en la negrura.
No podía permitirlo. Me sentía atrapado en el abismo, las fuerzas me flaqueaban
y apenas me veía capaz de afrontar el esfuerzo de permanecer en la oscuridad. Este
lugar me había vencido, y debía construir sobre el único fundamento que se me
presentaba, el hombre caballo. Sólo él podía sacarme de aquel lugar infecto. Sentí
angustia, miedo.
—No se vaya, no quiero estar solo. ¿Dónde podría ir? No puedo ver nada.
—De nada te servirá retenerme, yo no te seré de más utilidad, pues no me
necesitas a mí, sino a alguien. Buscas una verdad en esta sima solitaria, pero ansías
un compañero para huir de tu diálogo íntimo; un tercero que impida que ese diálogo
ahonde en el abismo: ¡abraza ese diálogo y ese abismo, pues en ellos hallarás esa
verdad!
El hombre caballo se marchó y quedé solo en el vacío. Es fácil sumergirse en la
desesperanza, pero luego no se encuentra la manera de abandonarla. Comencé a
distinguir una diminuta fuente de luz en la distancia y caminé hacia ella animoso,
deseando escapar de la atenazadora oscuridad que me rodeaba.

Página 107
64.

Una claridad tan poderosa que me cegó los ojos salió a mi encuentro y me hallé tan
desorientado como en la oscuridad, pero invadido por una luz más blanca que el
blanco. Me sentí doblemente perdido, pues nada me decían mis sentidos, pero una
terrible impresión me advertía que yo sí podía ser visto. Descubrí en aquella luz que
existía un horror que dominaba sobre las tinieblas, un horror consciente, solar, que
funcionaba por saturación. Aquí no buscaba un camino para escapar, sino un objeto al
que agarrarme momentáneamente. Mis oídos escucharon ecos lejanos y agucé los
sentidos. Reparé en un murmullo sordo, grave, que se extendía por distancias
enormes, y luego supe que los murmullos eran muchos, algunos distantes, pero otros,
para mi turbación, más cercanos. Todos recorrían este espacio baldío, esta nada de
proporciones insondables, pronunciando palabras humanas retorcidas por un dolor
indescriptible. Parecía que esas palabras hubiesen sido repetidas durante millones de
años. Escuché con atención y distinguí una palabra que cruzó el aire con cansancio
junto a mi oído. Era el nombre de un ser humano, y por las sensaciones que sufrí al
comprenderlo casi parecía que ese nombre fuese un ser humano en sí, más tangible,
más real que si hubiese caminado frente a mis ojos. Sentí emociones de enorme
complejidad, recuerdos, esperanzas, pero sobre todas había dolor, un dolor infinito.
Tuve la impresión de haber estado una eternidad en aquel blanco vacío, y comprendí
que todos los nombres, todo su dolor, tenían algo en común: un insoportable pesar de
injusticia. Entonces un nombre sonido se aproximó de nuevo a mí, pero sentí que no
se alejaba. Mi miedo era tan primordial que quise quitarme la vida allí mismo, pero
yo no era nada, yo era tan insustancial como ellos.
—¿Quién eres? —mascullé con una voz encogida.
El sonido pronunció un nombre y sentí veneración a la ciencia, dolor e injusticia.
—Yo soy el destructor de mundos.
—¿Qué lugar es éste? —volví a preguntar temiendo su impronosticable cólera.
—La casa de las Almas Blancas.
El sonido era tan encarnecido, tan mortalmente doloroso, que no me sentí capaz
de escucharlo una vez más y callé. Permaneció allí un tiempo y luego se marchó
diciendo:
—Me he convertido en la Muerte.
Las voces de los nombres sonido comenzaron a entremezclarse, se confundían, y
se convirtieron luego en una cacofonía ensordecedora que me trepanaba los sesos con
la intención de volverme loco.
—¡No puedo veros! —grité, desesperado.
La cacofonía se detuvo como el aire succionado por la inminente onda expansiva
de una explosión nuclear, y un millón de voces, con un millón de tesituras, con un

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millón de timbres, dijeron:
—NO PUEDES VERNOS PORQUE NADIE CONTEMPLÓ NUESTRA
MUERTE.
Luego todos los nombres guardaron silencio. Me sentí tambalear, como si me
fallase el equilibrio. Los nombres sonido comenzaron a musitar al unísono,
levemente, hasta que su terrible Voz fue la de un trueno cósmico.
—¿POR QUÉ PERTURBAS NUESTRO DOLOR TÚ QUE NO HAS MUERTO
TODAVÍA?
Escuché sorprendido aquellas palabras titánicas. Comprendí que se trataba de otra
prueba, un nuevo sueño, como el del hombre caballo, y me pregunté a dónde me
conduciría esta vez.
—Yo soy Chandrasekhar, el Fundador Viviente. Busco a los culpables de la
catástrofe.
—TÚ LE DISTE AL HOMBRE UN MUNDO SIN NORMAS.
—Yo comprendí que el hombre no desea normas. Lo único que hice fue borrarle
los prejuicios tradicionales que lo ataban a ellas. Cuanta más libertad tiene el hombre
menos responsabilidades desea. El hombre no desea la libertad, sino que lo liberen de
las obligaciones.
—TÚ MATASTE A DIOS.
—Así es, yo lo maté, con mis propias manos, y construí un monumento para que
nadie olvidase aquel día.
—¿POR QUÉ MATASTE A DIOS?
—Aquí no existen porqués.
—¿A QUIÉN PUSISTE EN SU LUGAR?
—A nadie. Una vez que la fe se desvanece la razón impide su recuperación.
Sustituimos a Dios con la Ciencia, y a la Iglesia con la Televisión.
—SI DIOS NO EXISTE TODO ESTÁ PERMITIDO.
—Para el hombre todo está permitido.
—DIOS DABA FORMA A LA ÉTICA HUMANA.
—Si al matar a Dios desapareció la ética es porque la ética no es propia del
hombre. Por lo tanto, no la necesita. El hombre puede crear y destruir lo que desee,
pues él es el verdadero creador. Disfruta de la prerrogativa del primer motor.
—LA ÉTICA ES PROPIA DEL HOMBRE, PERO REQUIERE DE UNA
FORMA, SIN FORMA LA ÉTICA ES MERA EMPATÍA. LA EMPATÍA ES
FRÁGIL, TRABAJA DESPACIO, PUEDE CONFUNDIRSE CON FACILIDAD. LA
FORMA LE PERMITE SOSTENERSE SOBRE UN CIMIENTO PRODUCTIVO.
—¡La ética siempre es derrotada por la ventaja numérica de la moral! Y nuestra
moral es el conflicto. El Mundo Libre creó a su propio Enemigo para que los
hombres se uniesen contra él, apelando a sus instintos gregarios. Ése es el único
vínculo social estable. La moral es consenso y el consenso puede ser manipulado en

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un mundo donde los grupos humanos se comunican mediante máquinas. La moral
sólo servía a los antiguos Estados.
—LA MORAL CREA UN LAZO DE CONFIANZA ENTRE LOS HOMBRES,
ES UN SISTEMA DE IDENTIFICACIÓN Y RECONOCIMIENTO. SIN ELLA LOS
HOMBRES SON EXTRAÑOS PARA LOS HOMBRES. CADA UNO CAMINA DE
FORMA SEPARADA, SIN DEMOSTRAR UNA TENDENCIA PARA LOS DEMÁS
NI PARA SÍ MISMO.
—Nadie necesita tendencias, nadie las desea. Los hombres quieren actuar como
les place, sin someterse a fronteras que les reduzcan las posibilidades.
—EL HOMBRE DESEA UNA TENDENCIA, DESEA CONOCER UN
CAMINO. SÓLO ASÍ PUEDE ELEGIR TOMARLO O DESVIARSE DE ÉL. SIN
CAMINO NO HAY ELECCIÓN, NO HAY INTEGRACIÓN NI APOCALIPSIS.
—Si el hombre desease normas las buscaría, las crearía. En mi mundo no hay
demanda de normas, nadie se queja.
—EL MUNDO NO ES LIBRE.
—¡Pero cree que sí, y nadie aspira a nada más de lo que se le ofrece! En mi
mundo no hay mentiras, todo lo que se conoce es cierto, nada es tamizado por la
censura.
—EN EL MUNDO NO SE MUESTRAN OTROS CAMINOS, OTRAS
ALTERNATIVAS. EL HOMBRE IGNORA LAS POSIBILIDADES.
—Eso no es culpa nuestra, al menos directamente. Las leyes del mercado son las
leyes de la selección natural. Hemos llegado a gobernar el mundo porque hemos
sabido obedecer esas leyes mejor que los predecesores, y no hemos cambiado nada
desde entonces, más que el haber sido cada vez más fieles a ellas. Hemos jugado con
las herramientas del hombre pre-artificial. No somos sino el resultado, nada más. El
nuestro no es un gobierno maligno. Somos el reflejo de la sociedad. Hacemos poco
más que conducir los modos de vida y proponer ideas. Ellos hacen el resto. Si matan
es porque les satisface hacerlo. La diferencia estriba en que mi mundo no castiga al
hombre por ser hombre.
—EL HOMBRE SE REVOLVERÁ.
—Eso no ocurrirá jamás. Todas las revoluciones hallan cobijo en el Mundo Libre.
Él las mima, las equipa, las aloja y de ese modo son integradas. El Mundo Libre lo
absorbe todo, es una sociedad indestructible que crece sin limitaciones, y lo hará
siempre.
—LA EXPANSIÓN HALLA SU LÍMITE. EL ORIGEN ESPERA EN EL FIN.

Página 110
65.

El dolor que me producía la luz se volvió insoportable, una quemadura en mis ojos y
en mi piel, la quemadura de una eterna explosión nuclear. Cierro los ojos y sé que he
salido de ese blanco cegador, al abrirlos contemplo el Universo. Veo mi planeta, la
capital de mi mundo, y veo su estrella, brillando con intensidad, sin saber que está
amenazada. Veo el firmamento, más débil cada vez, y sé que el tiempo está cerca, que
la acción debe ser rápida. Veo Hel y veo su cara interior, una cara blanca,
bombardeada por el sol, pues la rotación de mis planetas es igual a su traslación.
Nada hay que pueda mejorar el diseño cosmológico de Noelle y Newman, pues la
rotación de los planetas se frena con el paso de los siglos. Ellos supieron
aprovecharse de este problema, y la descompensación calórica entre la cara expuesta
a la estrella y la oculta, la única habitable, es aprovechada por los generadores
geotérmicos para proporcionar a todo un planeta la energía que necesita. La excesiva
inestabilidad meteorológica produce una lluvia incesante sobre Hel, que baña sus
calles bajo la Torre Empírea. Desde allí gobierno sobre el Mundo Libre. Pero para
impedir el fin debo descubrir a los responsables de la catástrofe.
No lo lograrás. La catástrofe tiene responsables, pero no viven, todos completaron
su obra en el pasado. Sólo tú sigues vivo para contemplar las consecuencias.
Quién habla, quién surge de las estrellas moribundas que me rodean.
Yo soy el que murió y se unió a las Almas Blancas. Soy el que ha escuchado y el
que ha comprendido. Soy aquél al que los hombres llamaron Sadman.
Eso es imposible. Tú no existes, sólo yo poseo la consciencia sobre este cuerpo.
Mi existencia trasciende la de tu consciencia. Yo hablo porque sé que existo al
margen de ti, al margen de tu percepción de las cosas. Tú no eres capaz de ver lo que
sólo tú puedes, que el mundo camina hacia la destrucción obedeciendo a sus propios
principios.
¡No, te equivocas! Existen culpables, saboteadores, ellos destruyen mis estrellas.
Las estrellas se mueren solas, son antiguas, están cansadas, pero, sobre todo, son
artificiales. Un error en una de ellas es un error para todas ellas.
Ignorante. No conoces el secreto de su funcionamiento. ¿Crees que podría haber
construido un universo artificial sin haber descubierto la manera de extraer energía
del vacío? Mis estrellas producen más energía de la que consumen y así alcanzan un
movimiento perpetuo. Es un verdadero mecanismo sin mecanismo. Nada puede
alterar su funcionamiento, ¡excepto el sabotaje!
Nadie sabotea las estrellas más que la Entropía, como te advirtió Noelle, en contra
de la opinión de Newman, a quien siempre tuviste en mayor estima. Las estrellas
artificiales incrementan la energía potencial gravitatoria de tu universo, lo que las
obliga a consumir una cantidad de energía cada vez mayor para conservar su estado

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de orden y realizar el mismo trabajo. Con el transcurso de los eones, ese desgaste
llegó a ser casi infinito. Hace millones de años que fallaron y dejaron de producir
hidrógeno, pero tú no te has alarmado hasta que han comenzado a apagarse. Todas las
estrellas que contemplas son sólo cadáveres liberando su último estertor.
¡No! Las estrellas se diseñaron hasta que los cálculos dieron una probabilidad de
error de cero.
La ciencia humana no puede autoverificarse. La matemática es incapaz de
demostrar su propia validez. La teoría de errores es humana. Creaste un mundo eterno
que se basaba en su propia expansión. La expansión ha llegado al límite inimaginable
del infinito. Más allá no hay nada para él.
Es imposible, lo que dices no puede ser…
Cuando el mundo crecía, lo imposible aguardaba. Todo lo posible ha ocurrido ya.
El único lugar que queda por ocupar es el que habita lo imposible. Ha llegado el
momento de chocar con lo que no se mueve, con lo que es paciencia infinita.
Ahora, Chandrasekhar, que has comprendido, has llegado al lugar donde yo
aguardaba. Tu crecimiento ha alcanzado su límite, y allí me ha encontrado
esperándote.

Página 112
66.

Me siento sobre el sillón y espero. Espero recostado, con los brazos apoyados sobre
el cuero marrón. Espero el Fin del Tiempo, pero algo bulle desde dentro hacia fuera
ahora que mis pensamientos son los de aquél al que llamaban Chandrasekhar y aquél
al que llamaban Sadman. Poseo la memoria antigua del Fundador, poseo la memoria
última del Destructor. Recuerdo por qué detuve el reloj como un símbolo y construí
más tarde aquella estatua desproporcionada. Recuerdo mi odio por las guerras
incontrolables y mi satisfacción por la constancia de los Mundos Bélicos. Recuerdo la
construcción del Muro para separar a los desheredados de mis hijos elegidos.
Recuerdo la creación del Enemigo interior para cobijar a los revolucionarios.
Recuerdo cuando lancé a los débiles de espíritu en la cara interna de Hel, envuelta en
llamas cegadoras. Recuerdo cómo encerré a los clarividentes en los manicomios de
Piranesia, en la frontera entre la vida y muerte. Recuerdo el ojo panóptico desde mi
Torre Empírea, para verlos a todos, para que no me viesen más que a mí.
Una extraña sed nace en mis entrañas y recuerdo dos edificios colocados uno al
lado del otro y recuerdo cómo entré por uno de ellos y salí por el otro. Recuerdo lo
que vi en aquella Maternidad y algo comienza a quemar en mi pecho. Fetos,
montañas de fetos más allá de las salas donde paren las mujeres con dificultades
económicas. Un médico le parte el cuello al bebé que acaba de sacar del vientre de su
madre. La madre se levanta para asegurarse de que le pagan su comisión por los
órganos del bebé. Más allá hay enormes estancias donde engordan los órganos
extirpados; se cuentan a miles. Los fetos son apilados en los pasillos intermedios,
para que los del Tanatorio les hagan las operaciones. Algunos bebés siguen vivos
cuando los abren en canal; lo hacen para ahorrarse el esfuerzo de matarlos. Un
médico me dice que la anestesia es para los que la pagan; hacen cientos de
operaciones cada día. Entonces recuerdo al recién nacido que había sido arrojado en
las ruinas encharcadas; él que había sido repudiado por la que le vio nacer. Recuerdo
su negativa a aceptar la muerte, su lucha para seguir vivo, aferrado a la esperanza de
seguir respirando, sin importar lo que sus maltrechos ojos habían sufrido en un solo
día de vida.
Recuerdo estas últimas cosas y entonces recuerdo la primera de todas.

Página 113
00.

Dormíamos desnudos porque era la última vez. Mis brazos rodeaban su cuerpo
tierno y cálido mientras me envolvía el silencio desconocido de una habitación sin
televisor. Estaba despierto, pero no quería abrir los ojos, para no convocar al viento
negro. Me sentía tan calmado, tan tranquilo, lejos de aquella fuerza inquebrantable
que poseía las palmas de mis manos y de mis pies, que surgía en mi estómago y sólo
me abandonaba cuando los casquillos dejaban de rebotar… Tenía los ojos cerrados,
pero podía sentir su abrazo triste, manso y caliente. Escuchaba el rumor de la brisa en
las ventanas, acariciando los paños blancos por donde se filtraba la luz del crepúsculo
eterno. Pero no escuchaba la lluvia. El viento negro despertó, porque al viento no le
gustaba lo imposible. Me aparté de ella, porque sabía que el viento negro acabaría
con su vida sólo por estar en contacto con su protegido. Y entonces comenzó a llover
y abrí los ojos y el viento negro se derramó lentamente a través de mis pupilas,
convirtiéndose en un trueno lejano.
Me incorporé y comencé a vestirme. Mis ropas estaban todas desperdigadas por el
piso, pero yo no me pregunté a qué se debía aquel desorden, porque yo nunca me
hacía preguntas. Tomé mi gabardina del respaldo de una silla, me la embocé y
comprobé mecánicamente que la pistola estaba en su lugar. El cuerpo de ella percibió
que yo había abandonado la cama y cambió de postura sobre las sábanas. Me volví y
observé lentamente sus cabellos y recordé sus ojos, de aquel color distinto al de
cualquier otro, su serenidad. Parecía alguien a quien el viento negro nunca hubiese
visitado, alguien que había logrado sobrevivir hasta aquel día sin obedecer las sabias
señales de la fuerza innombrable. La noche anterior sus lágrimas dibujaron el
contorno de una persona débil. Su cuerpo desnudo me parecía hoy el de una criatura
mitológica, antigua y sagrada. Pero no como aquellos ángeles que repartían
bocadillos calientes entre nubes de azúcar. Entonces yo no me hacía preguntas, pero
comprendí que no había en aquel mundo una palabra para definir lo que ella me
inspiraba. Pero sí pensé que esa palabra debió haber existido alguna vez, y alguien
debía de haberla pronunciado en algún lugar lejano, viéndose en una situación
parecida a la que yo me encontraba entonces. Tal vez aquella palabra fuese de uso
cotidiano en aquel mundo distante, hasta que fue olvidada. Recuerdo haber tenido un
pensamiento extraño, una idea leve que ascendía al final, inconclusa. Entonces vi la
orden de homicidio y muchas palabras de uso cotidiano invadieron mi mente de
golpe. Olvidé aquellos pensamientos desconcertantes y me dispuse a cumplir con mi
obligación, sintiéndome algo traspuesto y avergonzado.
Me encaminé hacia el baño. Lavé mis manos como siempre y limpié mi rostro de
legañas y sudor nocturno. Volví al dormitorio y me coloqué a los pies de la cama, a
tres metros y medio de su corazón. Afiancé los pies, calculé la distancia y apunté

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unos milímetros bajo el corazón, porque el alza estaba ajustada para siete metros.
Tomé un poco de aire, el suficiente para llenar un vasito de whisky, contuve la
respiración y apreté el gatillo cuando ella abrió los ojos. Vi aquella mirada verde,
como ningún color del mundo, mis párpados se cerraron incomprensiblemente y la
bala atravesó su torso por debajo del seno izquierdo.
Abrí los ojos asustado, sin entender lo que había ocurrido. Ella trataba de
incorporarse, sin proferir una queja, mientras la sangre brotaba de su pecho hendido.
No, aquello no podía estar sucediendo, era imposible. Nunca había fallado un
disparo, nunca. Por qué había tenido que parpadear. Por qué la gente parpadeaba
cuando apretaba el gatillo. Por qué me asaltaban aquellas ideas inconclusas que me
paralizaban mientras ella agonizaba. Levanté mi pistola y disparé de nuevo. Ella me
miraba, me miraba directamente con aquellos ojos inexpresivos y volví a parpadear.
La bala penetró en su carne y en sus huesos y ella masculló de dolor. Por qué no
venía a rescatarme el viento negro. Por qué me sentía tan indefenso. Por qué no se
moría de una vez. Por qué no dejaba de mirarme de aquella manera. Disparé, una y
otra vez, hasta que la pistola se encasquilló.
Abrí los párpados y la miré con las pupilas dilatadas, lleno de religioso asombro.
Eva estaba muerta. Sus ojos, abiertos, me sonreían.

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II.

Entonces su alma se partió en pedazos.


Y lloró las lágrimas del que había condenado a la Humanidad,
y liberó a la Humanidad de su sufrimiento;
lloró las lágrimas del que había destruido la Esperanza,
y renació en el yermo en el que la había arrojado;
lloró las lágrimas acumuladas durante milenios de tormento,
y el tormento fue consolado;
lloró el dolor de las generaciones perdidas,
y los perdidos fueron hallados;
lloró las lágrimas de las víctimas del Exterminio
hasta que sació su sed de paz;
lloró las lágrimas del que sabe que es el único responsable del
horror,
y pudo perdonarse por aquel horror.
Lloró las lágrimas de un dios plutónico
y sus pensamientos ascendieron suavemente
a la noche del amanecer eterno,
cuando Eva le hizo el amor,
y cerró los ojos húmedos para entregarse a aquellos dulces
recuerdos
mientras lentamente se apagaba Tertia M Alfa,
la última estrella del Universo.

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Sergio Achinelli estudió Filología Inglesa, Periodismo y Comunicación Audiovisual.
Ha trabajado como periodista parlamentario y científico tanto en radio como prensa
escrita. Lágrimas de un dios plutónico es su primera novela, escrita entre los años
1993 y 2000.

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