Ambito de Aplicación Del Derecho Laboral
Ambito de Aplicación Del Derecho Laboral
Ambito de Aplicación Del Derecho Laboral
TIPOS DE TRABAJO
SUBORDINADO LIBRE
POR CUENTA AUTONOMO
AJENA
PRODUCTIVO FORZOSO
POR CUENTA TRABAJO HUMANO PROPIA
NO PRODUCTIVO
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Después estudiaremos los casos en que se oculta una relación laboral bajo la
apariencia de una civil o mercantil, para eludir la protección brindada por el
ordenamiento laboral al sujeto que presta el servicio. En este supuesto opera el
llamado principio de la primacía de la realidad.
Finalmente, abordaremos otros tres asuntos: si todos los que son
trabajadores para el Derecho del Trabajo caen bajo una misma regulación; si sólo
ellos reciben tutela del ordenamiento laboral (y de Seguridad Social); y si hay
trabajadores excluidos del ordenamiento laboral. Lo primero nos lleva al tema del
contrato de trabajo típico y los atípicos, de un lado, y del régimen laboral
privado y público, del otro. Lo segundo, a la figura de la equiparación, por la
cual se extiende ciertos beneficios a sujetos que no tienen relación
laboral pero sí determinados rasgos que veremos en su oportunidad. Y lo
tercero, a las modalidades formativas laborales.
1.2. TRABAJO OBJETO DE PROTECCION POR EL DERECHO DEL TRABAJO
1.2.1 TRABAJO HUMANO
El trabajo consiste en una acción consciente llevada a cabo por un sujeto. La
evolución científica permite preguntarse hoy en día si sólo la especie humana es
capaz de realizar un trabajo, así entendido, o también pueden hacerlo otras
especies animales. No nos referimos a las labores instintivas que ejecutan algunos
animales, en las cuales comprometen su actividad: las faenas desarrolladas por las
abejas en torno al panal, por ejemplo, menos todavía a las que aquéllos desempeñan
como medio para el trabajo humano: los bueyes tirando del arado, por
ejemplo; sino a la transformación deliberada de la naturaleza que ciertos
animales pueden emprender: los chimpances convirtiendo una rama en
instrumento para procurarse alimento o defenderse de los enemigos, por ejemplo.
Más allá de que actividades como éstas puedan considerarse trabajo, lo cierto es
que sólo los hombres somos sujetos de derecho y, por tanto, es nuestro trabajo el
único que le interesa al derecho.
El Derecho del Trabajo -el derecho en general- se ocupa, pues, del trabajo humano.
Este ha sido tradicionalmente dividido en manual e intelectual, según
utilice preponderantemente materias o símbolos. En un inicio la distinción se
pretendió radical y conllevó condiciones diferentes para unos y otros trabajadores.
Ello sucedía cuando el trabajo intelectual era desarrollado por los hombres libres
y el manual por los esclavos o los siervos. Pero, posteriormente, la separación
entre un tipo y otro de trabajo empezó a relativizarse, por cuanto todo
esfuerzo humano tiene en proporciones diversas componentes manuales e
intelectuales; y las regulaciones de ambos fueron unificándose y uniformándose.
En nuestro ordenamiento, la tendencia a suprimir las diferencias entre
trabajadores predominantemente manuales -llamados obreros- y predominantemente
intelectuales -llamados empleados-, tanto en su denominación como en su
régimen, comenzó el siglo pasado en la década del setenta en el campo de la
Seguridad Social y fue recogiéndose en el ámbito laboral recién a inicios de la
década del noventa. Ahora, con pocas excepciones, a veces justificadas (como
una protección mayor frente a accidentes de trabajo o enfermedades
profesionales para los trabajadores de actividad sobre todo manual), la
regulación se encuentra bastante fusionada.
1.2.2 TRABAJO PRODUCTIVO
El trabajo -como ya vimos- es un esfuerzo dirigido a un fin. El sujeto al
desplegar su actividad se propone lograr un objetivo. La finalidad
perseguida puede ser una sola o varias, en este último caso combinadas
entre sí de diversas maneras. Para estos efectos nos remitimos al cuadro
adjunto. Pues bien, de todo ese conjunto, la única actividad excluida del ámbito
del Derecho del Trabajo, es la que se lleva a cabo con fines puramente no
económicos. Por ejemplo, las tareas de organización ejecutadas en un partido
político por un militante de éste, como parte de sus responsabilidades, o la
participación en grupos de vigilancia nocturna por los vecinos de una localidad
en la que viven. Por cierto, esto no quiere decir que necesariamente en
todas las demás interviene dicha área jurídica, ya que también podría hacerlo el
Derecho Civil o el Derecho Mercantil. El primer tipo de trabajo es,
pues, no productivo y el resto puede considerarse productivo.
El voluntariado, definido por la Ley General del Voluntariado, como: “Labor o
actividad realizada sin fines de lucro, en forma gratuita y sin vínculos ni
responsabilidad contractual” (artículo 2), es el típico trabajo no productivo. El
agente, en este caso, podrá percibir ayuda en capacitación, alimentos, medicinas,
infraestructura, etc. (artículo 12 de la citada ley), pero no una retribución.
El trabajo es productivo cuando se encamina a reportar un beneficio
económico, de cualquier magnitud, a la persona que lo realiza. Dicho en otras
palabras, quien cumple la labor espera obtener de ella un provecho económico,
significativo o no, aunque también tenga otras aspiraciones. Veamos algunos
ejemplos y detengámonos en los elementos de este concepto.
Antes, precisemos que el beneficio económico al que nos referimos va a
consistir generalmente en dinero, entregado a cambio de servicios o bienes, pero
podría también tratarse de cualquier objeto, siempre que sea valorizable
económicamente. Pero no queda comprendido en aquél, lo que el sujeto produce
para su propio consumo. Por ejemplo, las reparaciones de gasfitería o albañilería
que una persona ejecuta en su domicilio.
Ahora sí vamos a los ejemplos. Si un grupo de médicos constituye una asociación
civil, en cuyos estatutos se establece que el fin es el de prestar servicios
profesionales gratuitos a una comunidad de personas indigentes, y cada médico
se obliga a concurrir a un local dos veces por semana, tres horas en cada ocasión,
para atender a los pacientes, su trabajo no sería productivo. Pero si con sus
propios recursos contrataran una secretaria para que ordene las citas y lleve
los archivos de la asociación civil, el trabajo de ésta sí sería productivo. Ella
no es asociada, no está por consiguiente inmersa en el objetivo social, y tiene
derecho a recibir una contraprestación económica por su labor.
Lo mismo sucedería en el hogar familiar, en el cual el desempeño de las tareas
domésticas por padres e hijos, no constituiría un trabajo productivo, pero el de un
cocinero o un chofer, sí.
Para que un trabajo sea calificado como productivo, el fin económico
procurado por el sujeto que lo presta no tiene que ser el único, ni siquiera el
principal, ni tampoco cuantioso. Basta que exista ese objetivo, cualquiera
sea su proporción con los demás que comúnmente lo acompañarán. Un profesor
universitario, que enseña porque le permite estar actualizado en su
especialidad, le otorga prestigio en su medio profesional o tiene vocación
de formación a la juventud, y percibe un ingreso magro por su labor, realiza
un trabajo productivo.
Debemos tener en cuenta que el resultado esperado por el sujeto que realiza la
tarea, podría no alcanzarse. Por ejemplo, si un campesino siembra maíz para después
comerciar su producto, pero antes de la cosecha ocurre una inundación y los bienes
se destruyen. O un pintor elabora un cuadro y cuando busca un comprador no lo
encuentra. En cualquiera de esos casos, el trabajo sería productivo, porque para
esos efectos no interesa tanto que el provecho económico se llegue a
obtener, como que en condiciones normales se hubiera logrado. En otras palabras,
que el trabajo sea susceptible de arrojar ese resultado.
El beneficio económico del que nos ocupamos, debe ser individual y directo. Lo
primero no desconoce que -como proclama la Constitución en su artículo 22- el
trabajo es base del bienestar social a la vez que medio de realización personal.
Sólo que se toma como factor de medida la utilidad personal del trabajo, al margen
de la social que suele también tener, aunque ésta no es indispensable para
considerarlo productivo. Lo segundo, se refiere a que el provecho esté
inmediatamente derivado de la acción ejecutada. De este modo, no sería trabajo
productivo la prestación de un servicio, inicialmente no cobrado, por un
profesional que busca hacerse conocido para después obtener una clientela, a la
cual sí cobrarle.
Por último, el momento para calificar un trabajo como productivo
o no es el del inicio de su ejecución: la actitud con la que el
sujeto emprende su actividad. Pero, esa actitud podría tener originalmente un
sentido y luego transformarse en otro. Por ejemplo, una labor comenzada por
entretenimiento, podría convertirse en algún momento en económica. Este sería el
caso de una persona aficionada a la repostería, que prepara postres para consumir u
obsequiar, y luego decide venderlos.
De lo expuesto puede observarse que casi siempre una persona va a requerir
desempeñar al menos una labor productiva para poder subsistir, salvo que tenga
otras fuentes de ingreso (por ejemplo, utilidades por acciones en empresas
en cuya gestión no interviene, o mantenimiento por un familiar). Pero casi siempre
también, va a llevar a cabo otras labores no productivas.
FIN PERSEGUIDO POR EL SUJETO QUE TRABAJA
NO ECONÓMICO ÚNICO
ECONÓMICO
NO ECONÓMICA CON PREVALENCIA
ECONÓMICA MIXTO
CON EQUIVALENCIA
1.2.3 TRABAJO POR CUENTA AJENA
Un sujeto puede realizar un trabajo productivo por su iniciativa o hacerlo por
encargo de un tercero. En el primer caso, aquél será el titular de los bienes o
servicios producidos, de los que dispondrá después, comúnmente a cambio de
dinero, mediante un contrato de compraventa. Estamos ante un trabajo por cuenta
propia. En cambio, en el segundo caso, el tercero tendrá la titularidad de esos
bienes o servicios, y le pagará por su producción al sujeto que los ha
realizado, con el que está vinculado a través de un contrato de prestación de
servicios. Su trabajo es por cuenta ajena.
Podemos distinguir entre ambos tipos de trabajo a partir de un ejemplo.
Si un artesano que produce vajilla, ha hecho por su cuenta 100 piezas, para luego
venderlas en su taller a cualquier comprador, su trabajo es por cuenta propia. Pero
si conviene con un hotel la elaboración de esas piezas, con determinadas
características y en determinado plazo, a cambio de cierta suma de dinero, su
trabajo es por cuenta ajena.
Podría suceder que el artesano tuviera ya hechas 30 piezas de las que quería el
hotel, y por tanto le haga falta elaborar las otras 70. En ese caso, su trabajo
es por cuenta propia respecto del primer grupo y por cuenta ajena respecto
del segundo. O que tuviera producida la vajilla, pero sin acabados (diseños y
colores), los que elabora a gusto del adquirente. En el primer tramo su trabajo es
por cuenta propia, y en el segundo, por cuenta ajena.
Por último, si el artesano condujera un taller en el que laboran dos operarios a su
cargo, el trabajo de éstos para aquél será por cuenta ajena. Lo mismo ocurriría si
no tuviera dependientes pero subcontratara con otros artesanos la elaboración desde
sus respectivos talleres de una cantidad de las piezas en cuestión.
La doctrina considera trabajo por cuenta propia, por excepción, pese a
haber pluralidad de sujetos, el que presta un individuo a determinados
núcleos a los que pertenece. Este es el caso de la familia, de un lado, y de las
cooperativas de trabajadores, del otro. En el primero, el trabajo desempeñado por
padres e hijos en su hogar (que como vimos en el punto 1.2.2, no es productivo), no
es prestado por unos a otros, sino por todos a la unidad familiar.
En las cooperativas de trabajadores, por mandato legal, todos los que trabajan son
socios y todos los socios trabajan. Las dos condiciones, por tanto, se funden en
una. No es posible perder una y mantener la otra. Esto distingue el caso
anterior del de una empresa constituida como sociedad anónima, en la que
se hubiera repartido acciones a todos los trabajadores. Estos serían, por
consiguiente, socios y trabajadores a la vez, pero ambas condiciones son
perfectamente escindibles. El trabajo sigue siendo, pues, por cuenta ajena.
El trabajo que interesa al Derecho del Trabajo es únicamente el que se cumple por
cuenta ajena. Pero la regulación de este sector no le corresponde en
exclusiva al Derecho del Trabajo, aunque sí la del subsector compuesto
por quienes se vinculan con el tercero en forma subordinada (como veremos
en el punto 1.3.2). Los otros subsectores, integrados por sujetos que se
desempeñan con autonomía, los regula el Derecho Civil o el Derecho Mercantil. Esta
circunstancia ya excluye de partida del ordenamiento laboral en nuestro país, dada
la estructura de la población económicamente activa, a alrededor del 60% de
ésta, que se ocupa en labores por cuenta propia: campesinos, ambulantes,
artesanos, etc.
1.2.4 TRABAJO LIBRE
El vínculo que se establece en el trabajo por cuenta ajena entre quien ofrece un
servicio y quien lo requiere, puede tener su origen en un acuerdo de voluntades
entre dichos sujetos o en la imposición derivada de una situación jurídica o
fáctica. El primero es el trabajo libre y el segundo, el forzoso. El trabajo del
que se ocupa el Derecho del Trabajo es, por cierto, el libre. Lo mismo el Derecho
Civil o el Derecho Mercantil. El trabajo forzoso o está proscrito o está regulado
por otras áreas jurídicas.
La libertad de trabajo consiste en el derecho de toda persona a decidir si
trabaja o no, en qué actividad y para quién. Es, por consiguiente, contrario a
ella, tanto obligar a un individuo a prestar un servicio, como impedirle
desempeñarse en una actividad determinada. Está proclamada por nuestra Constitución
(numeral 15 del artículo 2 y artículo 59) y por numerosos instrumentos
internacionales de derechos humanos, como la Declaración Universal de Derechos
Humanos (numeral 1 del artículo 23), el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (numeral 1 del artículo 6), la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (artículo XIV) y el Protocolo
Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos en materia de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (numeral 1 del artículo 6).
Tal como la hemos definido, la libertad de trabajo podría parecer incompatible con
el deber de trabajar que establece la Constitución (artículo 22), así
como la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (artículo
XXXVII). Pero no es así, porque éste tiene manifestaciones morales y sociales,
pero no constituye una obligación jurídicamente exigible. Si esto último
sucediera, por ejemplo, a través de la dación de una ley que reprimiera la vagancia
en sí -y no por las conductas antisociales que suelen acompañarla-, entonces
surgiría una abierta vulneración de la libertad de trabajo. Así lo ha entendido
la Organización Internacional del Trabajo, el pronunciarse sobre la cuestión.
La proclamación de la libertad de trabajo supone la prohibición del trabajo
obligatorio. Este se encuentra expresamente vedado por nuestra Constitución
(artículo 23) y por los instrumentos internacionales de derechos humanos: el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos [inciso a) del numeral 3 del
artículo 8], la Convención Americana sobre Derechos Humanos (numeral 2 del
artículo 6) y los Convenios Internacionales del Trabajo 29 (artículo 1) y 105
(artículo 1). En igual dirección va el Código Penal (numeral 2 del artículo 168).
Habría que añadir a esta relación los numerosos preceptos que proscriben la
esclavitud y la servidumbre, formas jurídicas que adoptó el trabajo forzoso por
cuenta ajena a lo largo de la historia.
La cuestión es la de determinar cuándo estamos ante un trabajo obligatorio y, por
tanto, abolido. Aquí debemos analizar básicamente tres situaciones: la del
trabajador que requiere desempeñar una actividad para obtener de ella la
retribución que le permita subsistir; la de quien se ha obligado en su contrato a
prestar un servicio; y la de quien está compelido por la ley a cumplir un trabajo.
El Derecho del Trabajo no ignora que el trabajador no es sustancialmente
libre al celebrar el contrato y establecer los derechos y obligaciones de las
partes, porque no es tampoco materialmente igual al empleador. Este hecho es el
que justifica la propia existencia del ordenamiento protector del contratante
débil. Pero en este caso, adopta una perspectiva formal: le interesa que
jurídicamente el trabajador pueda expresar su consentimiento, sin considerar
que los condicionamientos económicos lleguen a viciarlo. En otras palabras,
entiende que hay una falta de libertad real, para cuya subsanación instituye reglas
de tutela al contratante desfavorecido, tras las cuales éste adquiere la
igualdad y libertad jurídicas. No hay además otra opción, porque de no proceder
así tendría que restringir su regulación a las relaciones laborales en las que ha
podido verificar la presencia de una real y efectiva libertad, excluyendo a las
demás, que pasarían a convertirse en relaciones laborales no surgidas de un
contrato de trabajo (que conlleva un indispensable acuerdo de voluntades),
y, por tanto, paradójicamente, privadas de tutela. Por ello, pese al
contexto en el que se produce el acuerdo, se tiene al trabajo como libre.
Tampoco se entiende como forzoso el trabajo que el trabajador debe
ejecutar en virtud del propio contrato. De éste nacen derechos y
obligaciones para las partes y la principal obligación del trabajador es
precisamente la de poner su actividad a disposición de su empleador. Esa es la
razón de ser del contrato de trabajo. Sin embargo, si el trabajador no quiere
cumplirla, el empleador puede sancionarlo, pero no puede compelerlo a
trabajar. Lo mismo sucedería si se hubiera establecido un plazo de duración para
la relación laboral –por ejemplo, mediante un contrato de trabajo sujeto
a modalidad o un pacto de permanencia- y bastante antes de su
vencimiento el trabajador decidiera ponerle fin, causándole perjuicio al
empleador. En ese caso, podría haber lugar al pago de una indemnización por
responsabilidad derivada del incumplimiento contractual, pero no imposición de
trabajo. La libertad de trabajo opera, pues, desde el nacimiento de la relación
laboral en adelante, a lo largo de toda su vida.
La tercera situación propuesta (la imposición legal de trabajar) es la más
compleja. Para esclarecerla, debemos ubicarnos en la definición de trabajo forzoso
que ofrece el Convenio Internacional del Trabajo 29 (numeral 1 del artículo
2): todo trabajo para el cual un individuo no se ofrece voluntariamente y que se le
exige bajo la amenaza de una pena cualquiera. Si aplicamos en rigor ese concepto a
diversos supuestos en que ciertas personas en determinadas circunstancias deben
prestar un servicio por mandato legal, estaremos ante formas de trabajo
obligatorio. Por ejemplo, cuando se impone a un sujeto la realización del servicio
militar obligatorio, o la participación en mesas durante los procesos electorales,
o la ejecución de tareas cuando está recluido en un establecimiento
penitenciario. Todas estas actividades colisionarían con la libertad de
trabajo y estarían, por tanto, prohibidas.
Sin embargo, labores como las que hemos mencionado están autorizadas por el
Convenio Internacional del Trabajo 29 (numeral 2 del artículo 2), el Pacto
Internacional de Derecho Civiles y Políticos [incisos b) y c) del numeral 3
del artículo 8] y la Convención Americana sobre Derechos Humanos (numerales
2 y 3 del artículo 6): el servicio militar obligatorio, las obligaciones cívicas
normales y el trabajo penitenciario. Sin duda, las organizaciones
internacionales de derechos humanos consideran que hay tras ellas -siempre
que se cumplan dentro de lo estrictamente permitido- valores superiores a la
propia libertad de trabajo. Lo curioso es que en vez de calificarlas como formas de
trabajo forzoso admitidas -como en el fondo son-, las han excluido
expresamente del concepto de trabajo obligatorio, a fin de autorizarlas.
En nuestro ordenamiento, todas estas figuras están recogidas. La Ley del Servicio
Militar prevé dos formas de prestación del servicio: en el activo y en la reserva
(artículo 8). En la primera, cuya duración es de veinticuatro meses (artículo 45),
la incorporación es voluntaria (artículos 6, 34 y 42). La segunda opera para
instrucción y entrenamiento, así como en casos de movilización o compromiso de la
seguridad nacional (artículo 52). El llamamiento conlleva obligación de
concurrencia (artículo 55). En cuanto a las obligaciones cívicas, hemos
mencionado -en vía de ejemplo- el caso de la designación para conformar una mesa de
sufragio. La Ley Orgánica de Elecciones señala que el cargo de miembro de
mesa es irrenunciable (artículo 58). La inasistencia de las personas seleccionadas
o su negativa a desempeñar el cargo, acarrea la imposición de una multa equivalente
al 5% de la UIT (artículos 250 y 251). Por último, para el Derecho Penal el trabajo
cumple diversas funciones. De un lado, es uno de los tipos de pena limitativa de
derechos, llamada prestación de servicios a la comunidad, que se realiza en
entidades asistenciales, hospitalarias, escuelas, orfanatos o similares, sin
interferir con la jornada normal del trabajo habitual del condenado (artículos
28, 31 y 34 del Código Penal, artículos 119 y siguientes del Código de Ejecución
Penal y artículos 248 y siguientes de su Reglamento). Del otro, es concebido como
un derecho y un deber del interno, que se cumple de manera voluntaria y contribuye
a su rehabilitación; y como un mecanismo de redención de la pena, a razón de un día
de pena por dos días de labor efectiva (artículos 44, 45 y 65 del Código de
Ejecución Penal y artículos 102 y siguientes, 174 y siguientes, y 248 de su
Reglamento).
Para terminar, no podemos dejar de mencionar que lamentablemente en nuestro
país y otros lugares del mundo, sobre todo en zonas rurales, la abolición del
trabajo forzoso no se ha hecho aún plenamente efectiva. Subsisten formas de
trabajo compulsivo, en perjuicio especialmente de la población infantil, que
reclaman una firme intervención del Estado para ponerles fin.
1.2.5 TRABAJO SUBORDINADO
En el trabajo por cuenta ajena (como ya vimos en el punto 1.2.3), dos individuos
tienen entre sí un vínculo jurídico previo a la elaboración del producto, que hace
titular de éste al tercero. Pues bien, ese vínculo puede ser subordinado o
autónomo, según la posición de uno de los sujetos respecto del otro. El primero, le
permite al acreedor de trabajo dirigir la prestación del deudor; en el segundo,
en cambio, este último dirige su propia prestación. El concepto de
subordinación y sus límites, lo vamos a tratar con más detenimiento en el punto
1.3.2.
Históricamente este criterio (tipo de vínculo) -como ha puesto de manifiesto
Sanguineti Raymond (2000: 35 y ss.)- ha corrido parejo con otros dos, al configurar
los diversos tipos contractuales que han regulado el trabajo libre por cuenta
ajena: el contenido de la promesa de trabajo y la asunción del riesgo del trabajo.
El primero se refiere a la obligación que adquiere el deudor de trabajo frente al
acreedor, y puede ser de actividad o de resultado, según se comprometa a desplegar
su energía laboral o a entregar un producto. La segunda, alude al sujeto sobre
el que recae la responsabilidad ante el incumplimiento del fin esperado por
el acreedor de trabajo. La combinación de estos tres criterios se ha producido de
la manera resumida en el cuadro adjunto.
De este modo, en el antiguo derecho romano, que fue retomado por el derecho francés
en el siglo XIX, existían sólo dos figuras contractuales para regular la prestación
de servicios por cuenta ajena. En la primera de ellas (locatio conductio operarum /
arrendamiento de servicios), el deudor de trabajo pone su actividad a disposición
del acreedor, quien a cambio de poder dirigirla le paga una retribución, a la que
aquél tiene derecho aun cuando no se llegue al resultado perseguido por
éste. En la segunda (locatio conductio operis / arrendamiento de obra), el
deudor de trabajo ofrece un resultado, para cuyo logro conserva la
conducción de su actividad, a cambio del cual percibe una retribución, que sólo
puede exigir si aquél llega a hacerse efectivo.
El primer tipo contractual sería el que vincula al carpintero conductor de
un taller, con los operarios que laboran en él sujetos a sus instrucciones; y el
segundo, el existente entre ese carpintero y la Universidad que le encarga
la producción de 50 carpetas para equipar un aula de clases, las que van a
fabricarse en dicho taller. O, respectivamente, el de un médico con la empresa a la
que se integra para atender durante su jornada de trabajo, a los obreros que
aquélla le indique; y el del médico que desde su consultorio recibe a los pacientes
que solicitan su servicio.
Justamente a propósito de los servicios prestados por profesionales liberales
(trabajadores por cuenta ajena autónomos, como el segundo médico del último
ejemplo), la doctrina alemana consideró que ellos no celebraban contratos de
arrendamiento de obra, como establecía la legislación francesa, porque si
bien el tipo de vínculo jurídico era autónomo, el contenido de la promesa de
trabajo no era un resultado sino la actividad. Y diseñó una nueva figura
contractual, llamada prestación de servicios no dependientes, que introdujo una
variante en el esquema del derecho romano y del derecho francés: es posible ofrecer
la actividad y conservar la autonomía.
El punto de discrepancia franco-alemana se encuentra en el concepto de
resultado. Para la tesis francesa es la labor idónea para arribar al fin último
perseguido por el acreedor de trabajo: por ejemplo, la diligencia
profesional esperable de un abogado que asume el patrocinio de una persona en un
proceso, pero no la obtención de una sentencia favorable a su cliente. Y, por eso,
considera que puede ser objeto del contrato. Para la tesis alemana, en cambio, el
resultado es aquel fin último al que aludimos antes y, por tanto, ajeno al
contrato. Lo que es materia de éste, entonces, es la actividad del deudor de
trabajo, que se plasma en la labor idónea que hemos mencionado.
Si retomamos los ejemplos que pusimos antes, del carpintero y del médico, entre los
dependientes que laboran en el taller y el carpintero que lo conduce, o entre el
médico y la empresa a la que se incorpora, habría sendos contratos de trabajo,
tanto para el derecho francés como para el alemán; entre el carpintero y la
Universidad que le encarga las carpetas, un contrato de obra, para ambos
ordenamientos; pero respecto del vínculo entre el médico y los pacientes
que acuden a su consultorio, habría desacuerdo: un contrato de obra para el
derecho francés y uno de locación de servicios para el alemán. Este último sería el
nexo típico que relaciona a un profesional liberal con sus clientes, por ejemplo,
cuando se le pide un diagnóstico y un tratamiento a un médico, o una opinión sobre
determinada situación jurídica a un abogado. El riesgo del trabajo le corresponde
al acreedor, quien debe retribuir el servicio aunque no sea enteramente
satisfactorio, excepto cuando el deudor incurra en dolo o culpa
inexcusable, supuesto en el cual podría accionar contra él por los daños y
perjuicios.
Ahora bien, todos los tipos contractuales de que nos hemos ocupado han
formado parte del Derecho Civil. Por este motivo se han sometido a sus
valores de igualdad y libertad de los contratantes, que les han permitido
establecer los derechos y obligaciones que les corresponden. El problema se
presentó cuando se aplicaron dichos valores a relaciones en las cuales la
disparidad era manifiesta, como la existente entre los sujetos que ofrecían su
actividad subordinada y quienes la dirigían. La cuestión no fue tan grave en los
tiempos del derecho romano e incluso en las primeras décadas de aplicación del
Código Civil francés de 1804, porque la población que realizaba un trabajo
por cuenta ajena y libre era reducida, respecto de quienes se encontraban bajo la
esclavitud o la servidumbre.
Pero con la Revolución Industrial la situación se modificó radicalmente.
Las grandes unidades productivas sustituyeron a las pequeñas, aglutinando a
muchos trabajadores. La utilización del contrato de arrendamiento de servicios
empezó a masificarse. Allí se puso en evidencia que la inserción de esa
figura en el Derecho Civil, conducía a la regulación de la relación laboral
individual por la voluntad unilateral del acreedor de trabajo y, por tanto,
al establecimiento de condiciones deplorables, en cuestión de duración de la
jornada de trabajo, monto de la remuneración, seguridad e higiene en el trabajo,
entre otras. Hacía falta, pues, sustraer ese tipo contractual del Derecho
Civil y construir un ordenamiento inspirado en valores distintos, que
reconociera el contexto de celebración del acuerdo y tutelara al contratante débil.
Así el contrato de arrendamiento de servicios se transformó en contrato de trabajo
y surgió el Derecho del Trabajo para regular todas las relaciones derivadas de
aquél.
Reparemos en que los criterios de contenido de la promesa de trabajo,
tipo de vínculo jurídico y asunción del riesgo del trabajo, son idénticos
en ambos tipos contractuales: prestación de actividad subordinada y
remunerada, con riesgo en el acreedor de trabajo. La razón de la transformación a
que hemos aludido, no se encuentra, pues, en el cambio de alguno de ellos, sino en
que a partir de los fenómenos que acompañaron a la industrialización, la
pertenencia del contrato de arrendamiento de servicios al Derecho Civil
llevaba a un régimen de dramática explotación de la mano de obra. Esta suscitó
reacciones adversas en diferentes sectores, especialmente entre los propios
trabajadores, que se organizaron en sindicatos (aunque la ley lo prohibía),
y obtuvieron la intervención del Estado para controlar esa situación.
En el derecho moderno, el trabajo por cuenta ajena se regula básicamente
por tres tipos contractuales en los ordenamientos que se inscriben en la
línea del derecho alemán (como es el caso del nuestro, desde la dación del Código
Civil de 1984): contrato de trabajo, de un lado, y de locación de servicios y de
obra, del otro; y por sólo dos en los que siguen la ruta del derecho francés:
el primero y el tercero de los mencionados, pero no el segundo. El contrato
de trabajo está - como es obvio- regulado por el Derecho del Trabajo, y los
otros dos, por el Derecho Civil. Hay otras figuras de prestación de servicios
propias del Derecho Mercantil: agencia, comisión y corretaje, que no están
reguladas sistemáticamente por nuestro ordenamiento. En el punto 1.3 tendremos
oportunidad de contrastar estos tipos contractuales, a partir del análisis de los
elementos esenciales de la relación laboral.
21
EVOLUCION DEL TRABAJO LIBRE POR CUENTA AJENA
FACTORES
ORDENAMIENTO
CONTENIDO DE LA PROMESA DE TRABAJO
TIPO DE VINCULO JURIDICO
ASUNCION DEL RIESGO DEL TRABAJO
DERECHO ROMANO
DERECHO FRANCES
DERECHO ALEMAN
DERECHO MODERNO
ACTIVIDAD
SUBORDINACION
ACREEDOR
CONTRATO LOCATIO CONDUCTIO OPERARUM
CONTRATO DE ARRENDAMIEN TO DE SERVICIOS
CONTRATO DE ARRENDAMIEN TO DE SERVICIOS
CONTRATO DE TRABAJO
ACTIVIDAD
AUTONOMIA
ACREEDOR