Quien Secuestro Al Principe Encantado-Nuevo. Apaisar $390

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¿QUIÉN SECUESTRÓ

AL PRÍNCIPE
ENCANTADO?
1

Sevilla, Fabián
Quién secuestró al príncipe encantado?/
Fabián Sevilla ; ilustrado por Alberto Pez. -
1a ed. - Buenos Aires: Salim, 2013.
112 p.: il.; 20x13 cm. - (Amaranta; 13)
ISBN 978-987-1784-77-6
1. Narrativa Argentina. l. Alberto Pez, ilus. 11. Título
CDDA863

Dirección de colección: Patricia Crowe

Dirección editorial: Pablo Canalicchio


Edición: Jorge Grubissich

Diseño de colección: Macarol/Stambuk


Ilustraciones: Alberto Pez

Primera edición: abril de 2013


Quinta reimpresión: marzo de 2020

© Copyright Distribuidora Alberto Luongo S. A - Salim Ediciones

ISBN 978-987-1784-77-6

Salim Ediciones
Pavón 2540 (C1248AUU), Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Web site: salimediciones.com.ar.
Hecho el depósito que marca la ley 11. 723 y 25.446

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Producción gráfica realizada por Gráfica LAF S.R.L.


Monteagudo 741 -Villa Lynch - Buenos Aires
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes,
ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta o sus
ilustracmnes, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera
alguna ni por ningún medio reprográfico, electrónico, químico, mecámco, de
grabación o fotocopia sm autorización expresa del editor.
Fabián Sevilla

¿QUIÉN SECUESTRÓ
AL PRÍNCIPE
ENCANTADO?
(Otro caso para Fábulo D. Tective)

Ilustraciones de Alberto Pez

Colección·
Amaranta
Por si no has oído sobre mí...

Para quienes no me conocen, me llamo Fá­


bulo D. Tective. Para los que sí me cono­
cen, sigo llamándome Fábulo D. Tective.
Mi nombre y apellido son mi mejor tar­
jeta de presentación. Soy detective y des­
de hace veinte años estoy asignado en la
Central de Policía que investiga intríngu­
lis delictivos en los reinos y bosques que
son escenarios de los cuentos que cuentan
las abuelas (también los padres, tíos y uno
que otro hermano o primo mayor).
Anotados en mi libretita (¡Oh, insepa­
rable libretita!), están los qués, quiénes, có­
mos, cuándos y porqués de celebérrimos
casos en los que metí la nariz. Yo atrapé
a ese flautista de morondanga que con
el cuentito de que podía exterminar pla­
gas de ratones estafó a todo Hamelin (en
ese pueblo hay una calle que lleva mi
nombre). También envié al calabozo a Ra­
punzel, quien resultó ser autora intelectual

Is
l¡,()111�:N S�:CUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

del mayor robo de pelucas en la historia (y


todo para que no se supiera que era pelada
como una lagartija).
Y el viernes pasado, descubrí quién
mató a la madrastra de Cenicienta, logro
por el cual no fui ascendido y ni una me­
dalla me dieron (¡Amarretes!).
Fue ese un caso que este iluso pensó
sería el más complejo de su carrera. Pero
mis pulidos seis sentidos aún tendrían que
ponerse a prueba frente a un juego de in­
trigas, secretos y mentiras palaciegas que
los dejarán patitiesos...
IPedido de manol

ESE LUNES COMENZÓ con dos alteraciones


(algo que me pone los pelos de punta por­
que soy muy rutinario).
Bien tempranito, pasé por la terminal
de ómnibus a recoger a mi mamá.
Una vez al año, mami viene a visitar­
me durante una semana. Como soy soltero
(desde el día en que nací), mientras está
conmigo ella se adueña de mi casa: cambia
de lugar los muebles, lava y plancha hasta
los flecos de las cortinas, acomoda alfabé­
ticamente lo que tengo en la alacena, pasa
la aspiradora incluso por debajo de las bal­
dosas...
Sí, desordena el armonioso desorden
en el cual vivo. Y yo la dejo hacer: aunque
le encanta desarreglarme la vida, me coci­
na comida rica, algo que yo no hago (vivo a
pizza delivery, por eso tengo pancita).
Lo molesto de sus visitas es que a cada
minuto mami me llama para hacerme
11.IJ UIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

consultas que para ella son vitales pero


que a mi me atolondran.
Consultas del estilo:
-Fabu, ¿te zurzo los soquetes? ¡Pare­
cen una colección de agujeros!
o
-Hijo, hace un mes que no alimentas
al canarito y está seco en su jaula.
¿Querés que lo tire a la basura y
te compre otro?
A lo que yo solo respondo:
-Mami, hacé lo que quieras.
Ella, chocha.
La otra alteración se produjo en la
Central. Mi jefe de toda la vida se había
jubilado el viernes anterior y ese lunes co­
nocería a su remplazante.
Estaba en mi despacho a punto de re­
godearme con un vaso con chocolatada
caliente y un churro (con lo de mami no
había podido desayunar en casa), cuando
me anunciaron que mi nuevo jefe me es­
peraba en su oficina.
Me peiné rápidamente (tenía las
mechas hechas un desastre), me puse

si
l1.l)LJIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

desodorante de ambiente en las axilas


(soy muy pulcro); y como no encontré un
caramelo de menta, me hice buches con la
tinta del cartucho de la impresora (la len­
gua me quedó negra, pero evitaría el mal
aliento).
Llevándome el chocolate y el churro
conmigo (y, por supuesto, mi querida li­
bretita), en segundos estuve en su oficina.
-SIÉNTESE, TENIENTE -me recibió
mi jefa.
. fa.1
S,1, iJe
Pensaba toparme con un tipo alto,
gordo, espaldudo y brusco (así era mi ex
jefe). En cambio, frente a mi tenía a una
mujercita petisa, delgaducha, con enrula­
da cabellera color salsa para tallarines; sin
embargo, era tanto o más brusca que su
antecesor (supe que no lo iba a extrañar).
-SOY LA COMISARIA 1NSPECTORA
TRÉMULA VOZARRÓN -me dijo y tuve
la sensación de que se había tragado un
altoparlante.
Lo pensé: "el apellido le viene como
anillo al dedo".
11.QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Vozarrón ... Vozarrón... -repetí, en­


trecerrando este ojito.
-SOY LA HIJA DEL COMISARIO VO­
ZARRÓN, QUIEN HASTA EL VIERNES
TENÍA A CARGO ESTA CENTRAL DE
P OLICÍA.
-No me diga.
-SÍ LE DIGO -me retrucó sin bajarle
un decibel a su voz-. SÉ QUE DEBERÍA­
MOS TENER UNA CHARLITA PARA CO­
NOCERNOS, PERO NO ANDAMOS PARA
ÑOÑERÍAS. NOS LLOVIÓ UN CASO...
Instintivamente saqué mi
libretita (ella y yo somos
como poto y calzón... ¡Es­
taría incompleto si me fal­
taras!).
Me bolsiqueé buscando
una lapicera. No encontré lapicera (para
mí que alguien me las roba). Así que embe­
bí una punta del churro en la chocolatada
y me dispuse a anotar todo en mi libretita
(menos mal que no le puse azúcar al cho­
colate, sino terminaría llena de hormigas,
pobrecita).
l1.QIIIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-MAÑANA LE PEDIRÁN OFICIAL­


MENTE LA MANO A BLANCANIEVES.
-¿Y cuál le pedirán?, ¿la derecha o la
izquierda? -pretendí caerle simpático a
esa mujercita con modales de gorila hidro­
fóbico.
-LOS CHISTES ME PRODUCEN GA­
SES. ¡EVÍTELOS ANTE MÍ!
Tragué saliva (y eso que me considero
corajudo).
-BLANCANIEVES Y SU PRÍNCIPE
SE COMPROMETERÁN. SERÁ EN UNA
MEGACEREMONIA EN EL ESTADIO MA­
YOR DE LA CIUDAD. SE ESPERAN MI­
LES DE PERSONAS, HABRÁ DESFILE Y
FUEGOS ARTIFICIALES, AUNQUE SERÁ
A LAS ONCE DE LA MAÑANA -explicó
y yo deseaba tener un par de-tapones para
los oídos (su voz me achicharraba los tím­
panos).
-Estimo que me encargará el operati­
vo de seguridad ...
-ESTIMA MAL. YA ESTÁ TODO LIS­
TO PARA SEMEJANTE ACTO, SOLO FAL­
TA ALGO...

111
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¿Se olvidaron de contratar un fotó­


grafo?
-ALGO MÁS IMPORTANTE: EL FU­
TURO ESPOSO DE BLANCANIEVES
DESAPARECIÓ.
En la secciona! donde trabajo no es
raro que alguien ¡pluf! desaparezca: si
algo nos sobran son brujas, hechiceros
y magos. No se lo dije, en cambio pre­
gunté:
-¿Apellido del príncipe?
-ENCANTADO.
-Mucho gusto.
-ENCANTADO.
-Si yo también estoy encantado de co-
nocerla, pero ¿cuál es el apellido del novio
que hizo ¡pluf!?
-¡PRÍNCIPE ENCANTADO, SE
LLAMA! ¿ACASO HABLO EN CHI­
NO MANDARÍN YO?
¡Ahí sí que me dejó sordo! En la libre­
tita, con letra de chocolate caliente y tem­
blorosa (debí aceptarlo, me amilanaba esa
mujercita), anoté:
Prfncipe Encantado
-.QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¿Cuándo se lo vio por última vez?


-pregunté disimulando el sismo en mi
voz (y en todo el cuerpo).
-EL SÁBADO. SALIÓ EN LA TAR­
DE Y SE SUPONÍA QUE EN LA NOCHE­
CITA VOLVERÍA AL CASTILLO DE LA
NOVIA. PERO AYER, NO SE PRESENTÓ
AL ENSAYO GENERAL DEL PEDIDO DE
MANO. FUERON A BUSCARLO Y EN­
CONTRARON SU HABITACIÓN TODA
REVUELTA. HACE MÁS DE TREINTA
Y SEIS HORAS QUE NO SE SABE NADA
DE ÉL.
-¿Existe la posibilidad de que se hu­
biese arrepentido? A una prima la dejaron
colgada en el altar y aún está esperando a
que el novio regrese...
-¡SU PRIMA ME IMPORTA UN CO­
MINO! -bramó sin importarle mis sen­
timientos (quiero mucho a mi prima)-.
DÓNDE ESTÁ O QUÉ PASÓ CON ESE
PRÍNCIPE DEBERÁ RESOLVERLO US­
TED. Y TENDRÁ QUE HACERLO ANTES
DE ESTA NOCHE...
-Pero...

141
l1,(/IJ!ÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-HOY A LAS NUEVE TENG O UNA


CITA Y NO PRETENDO P OSTERGARLA.
-Per...
-ANTES DE ESA HORA QUI ERO A
ESE PRÍNCIPE PREPARÁNDOSE PARA
ASISTIR MAÑANA A SU COMPROMISO.
-Pe...
-¿ME ENTENDIÓ?
-P...
-¡PERO NADAAAAA! -un ci-
clón desordenó los papeles que tenía sobre
su escritorio-. AHORA, ¡A TRABA­
JAR! -y se puso a leer un expediente,
con lo cual me indicaba que debía partir.
Obedecí.
Como primer paso, decidí a ir al casti­
llo de Blancanieves. Ella podría darme
los datos que necesitaba para iniciar
el rastreo de su futuro prometido.
De paso, echaría una ojeada a la ha­
bitación del príncipe.
Sonó mi celular (de tan altera­
dos que tenía los oídos, el ringtone
pareció la explosión de tres bombas de
neutrones).

115
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Atendí.
-Fabu, ¿venís a almorzar?
-Ahora no lo sé, mami, resulta que...
-Te preguntaba porque prepararé
sopa de pollo sin pollo, como te gusta a
vos, y...
-Te llamo lueg...
-... Te consultaba, porque si no venís...
-Lo charlamos despu...
-... podemos tomarla en la cena...
-Puede ser...
-... Pero te aviso: seremos tres en la
cena.
-¿Tres?
-Sí, invité a alguien. ¡Te vas a sor-
prender, Fabu!
Lo intuí: mami, sola desde hacía dos
décadas, había conocido un viudo o un sol­
terón y en la cena me lo presentaría. Iba a
preguntárselo, pero no me dejó hablar.
-¡Te vas a sorprender! -repitió hecha
una castañuela-. ¡La pasaremos de mara­
villa!
Y cortó.
Debo aceptarlo, mi cabeza era un pa-
l,11111,:N -�•·11�:N'l'II(� AL l'RINCIPE ENCANTADO?

mal. A la voz de mi jefa re­


tumbándome, se sumaba
In preocupación por tener
que averiguar antes de las
nueve de la noche dónde
rayos se había metido un
príncipe.
Y de yapa, el repelús que me daba el
sospechar que mami me presentaría a su
novio (¡Sí, estaba celoso! ¿Y qué?).

117
1 La declaración 1
de Blancanieves

EN EL CASTILLO DE BLANCANIEVES fui


recibido por dos mayordomos para nada
amables. Me palparon de arriba a abajo y re­
visaron hasta el dobladillo de mis calzones.
Cuando confirmaron que no llevaba arma,
me dejaron entrar (después me di cuenta de
que eran los guardaespaldas de la princesa).
Me empujaron hasta una sala. No en­
tendí por qué antes de dejarme pasar, am­
bos se pusieron sendos dedos extendidos
en sus narices e hicieron:
-¡Shhhhhhhhh!
En la sala había una joven vestida y
con toda la pinta que tienen las prince­
sas de los cuentos. Pero no podía decir lo
mismo sobre su comportamiento.
Estaba desparramada panza abajo sobre
un sofá. Bostezaba al punto de desencajársele
la mandíbula, tenía los párpados como dos
canguritos y los ojos llenos de lagañas.

119
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Mucho gusto, Bella Durmiente -le


dije, suponiendo que esa otra famosa prin­
cesa había llegado invitada a la ceremonia
de pedido de mano.
-Soy Blancanieves -me corrigió la
joven y su bostezo casi me traga.
Había supuesto mal y mi gesto confuso
debió ser elocuente.
-Con los preparativos de la ceremo­
nia de mañana, hace días que no pego
un ojo -explicó ella, aplastada contra el
sofá como mermelada untada a un pan-.
Ando alunada, me quedo dormida de pie ...
-Lanzó una ruidosa cadena de bostezos
que hicieron temblar los sócalos-. Tome
asiento, por favor.
Sentado junto a ella en el sofá aprecié
su piel clara como la nieve, boca y mejillas
como la sangre, y cabello igual a madera
de ébano azabache (era bonita, aunque pa­
reciera un zombi).
Mojé el churro en el chocolate caliente
(y con algo de nata) para anotar cada deta­
lle en mi libretita (¡Las cosas que soportás,
amiga. .').
l1.QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¿Alguna novedad de su novio? ¡Eh,


Blancanieveeeees! ¡Holaaaaa! ¡lujuuuuu!
Se había quedado mosca, roncando
como locomotora con catarro.
No iba a zamarrearla, por eso
preferí gritar:
-¡Rinnnng! ¡Rinnnng! �
¡Rinnnng! ;f?

La desperté. Pero me sa­ -:?

lió tan bien la imitación de un


�;

reloj despertador que, sin que


pudiera defenderme, Blancanie-
ves me pellizcó brutamente la nariz (me la
dejó colorada y adolorida, tenía una tenaza
en vez de mano).
-Disculpe -dijo al darse cuenta-.
¡Menos mal que no le pegué una trompa­
da! Así suelo apagar el despertador que
tengo en la mesita de luz.
-Le había preguntado si tenía noticias
sobre su novio.
-Nada. ¡Desde el sábado en la tardeci­
ta se lo ha tragado la tierra!
-¿Avisó si iba a algún lugar?
-Fue a encontrarse con los siete
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

"ena"... Así le digo de cariño a los enanitos.


Lo habían invitado al cumpleaños de tres y
medio de ellos ...
-¿De tres y medio de ellos?
-Sí, porque son septillizos. Tres nacie-
ron en los últimos minutos del 28 de febrero;
otros tres, en los primeros minutos del 1° de
marzo; y el del medio, justito a la medianoche.
-¡Qué complicado! ¿Y dónde se reunirían?
-En la cabaña del bosque. Yo lo espe-
raba para cenar, pero no apareció. Comí
sola y me fui a dormir.
-¿No le preocupó la tardanza?
-Lo llamé varias veces al celu y no me
atendió. Luego supe que jamás se reunió con
ellos. En ese momento pensé que lo había
apagado porque la estaba pasando de fábula
con los "ena", algo que me sorprendió ...
-¿Por?
Silencio.
-¿Por qué?
Más silencio.
Se había dormido de vuelta. Relincha­
ba como caballo y por la comisura de los
labios se le escapaba un hilito se baba.
l,,,11111iN ,0:('llr.ll'l'H(' Al. PRÍNCIPE ENCANTADO?

Esa vez imité a un gallo.


- ¡Kikirikíiiiiiiiiiii!
Blancanieves se sacó un zapato y lo
arrojó. Hizo bolsa una colección de elefan­
titos que había en una mesita, pero la ha­
bía traído de regreso a este mundo.
-Le pregunté por qué le sorprendió
que su príncipe y los "ena" la estuvieran
pasando bien -debí refrescarle la memo­
ria al verla perdida como pingüino en el
Sahara.
-Ah, cierto. Entre ellos no hay muy
buena relación. No sé por qué. Pero yo
quedé en medio de la tirantés que había
entre mis amiguitos y mi futuro esposo.
-Cuénteme...
-Mi madre falleció antes de que yo
aprendiera a caminar. Mi padre volvió a
casarse con una mujer muy orgullosa y al­
tanera. Cuando papá murió, asumió como
reina y quedé a su cargo.
-Ya lo sé: le hacía la vida imposible.
-De niña todo ok. Pero cuando crecí,
solo salía de su habitación para decirme
cosas como "Esos granos te combinan con
1¡1/IJ ItN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

el rojo de los labios" o "Cada vez más páli­


da vos, parecés un gato de yeso" o "Yo que
vos me raparía, ese cabello azabache debe
ser un hotel cinco estrellas para los piojos".
-Envidiosa la tipa.
-Cuando la cosa pasó de Guatemala a
Guatepeor, hui del castillo y hallé un nue­
vo hogar en la cabaña de los "ena". Pero de
algún modo, la reina se enteró dónde esta­
ba yo e intentó aniquilarme en otras tres
oportunidades...
-¿Aniquilarla? ¡J.'or?
-Usted sabe como son las madras-
tras de los cuentos. Una se les cruza
y son capaces de cualquier tropelía.
En el caso de la mía, nunca co­
nocí sus motivos. Además, era
malvadamente creativa. Haciéndo-
se pasar por una anciana vendedora
de chucherías llegó a la cabaña. Prime­
ro me dio una cinta multicolor, con la cual
me estranguló. Se fugó y menos mal que
los "ena" llegaron a tiempo para cortar el
lazo sino...
-No cuenta el cuento.
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-No sé cómo se enteró de que estaba


viva, pero volvió una segunda vez y me
ofreció un peine. Yo, que soy coqueta, se lo
compré y acepté que me enseñara a usarlo.
-¿Tenían que enseñarle a usar un
peine?
-Como princesa que soy jamás me pei­
né, para eso tengo una corte de peluqueros.
La cuestión fue que me lo clavó en la ca­
beza y caí desvanecida. Diga que los "ena"
llegaron al rato y me lo desclavaron...
-Esos enanitos son como los Bombe­
ros Voluntarios para usted.
-En su tercer intento...
-¡No me va a decir que se dejó enga-
tusar otra vez!
-Y sí, hasta ese momento mi vida ha­
bía transcurrido en este castillo. Ni cru­
zar la calle sabía. Bueno, ella me pasó una
manzana que mordí sin sospechar que...
-Déjeme adivinar: estaba envenena­
dísima.
"¡Qué costumbre tienen todos de en­
venenar manzanas!", pensé recordando
a la madrastra de Cenicienta, que hacía
l,.<)lJIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

pocos días había sido asesinada usan­


do el mismo recurso (¿Estará de
f.
.. � moda?).
En los segundos que me
demoré en pensar eso, Blanca­
nieves había vuelto a dormirse.
Soñaba y hablaba dormida. Me acer­
qué a ella y pude oírla susurrar:
-Te amo Pedro. ¿Alguna vez seremos por
siempre felices?
Del bolsillo de mi sobretodo (donde
siempre llevo de todo, además de mi li­
bretita), saqué una trompeta e interpreté
un estridente toque de diana, como hacen
para despertar a los soldados en el ejér­
cito.
En un mismo movimiento Blancanie­
ves se puso de pie en actitud de firme y mi­
rando al frente con ojos de huevos duros.
Aprovechando su alelamiento, le pre­
gunté:
-¿Quién es Pedro?
-¿Pedro? Nadie -aseguró y se que-
dó un largo rato siguiendo el vuelo de una
mosca.
"QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Impaciente, arrugué una página de mi


libretita (¡Perdón, libretita! ¡Juro no volver
a hacerlo!). Chasqueé dos dedos para que
la joven supiera que yo seguía ahí.
-Seguro, luego de caer envenenada
por la manzana volvieron los "ena" y la
salvaron -comenté.
-No, esa vez fue diferente. Lo único
que recuerdo es que al abrir los ojos me
encontré dentro de un ataúd de cristal.
Abrí la tapa y me salí...
-Parece la escena de una película de
vampiros.
-¡Nada que ver! Era una escena muy
romántica -me corrigió y por alguna
razón sospeché que no estaba muy con­
vencida de lo que decía (¿Qué estaba
pensando esa princesita?)-. Junto a los
"ena" estaba ese joven apuesto y fuerte
que dijo llamarse Príncipe Encantado. Al
verme vivita y coleando, me contó que me
había resucitado y me dijo: "Te amo como
a nadie en el mundo, vamos que serás mi
esposa".
-¿No le pareció algo precipitado?
l¡l)llJF.N SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Y sí, pero como él me contó que era


victima de un encantamiento...
-Por eso su apellido.
-Ajá. Por culpa de ese encantamiento
se había quedado sin reino, súbditos y fa­
miliares. Imagínese, el pobre me derritió
el alma; no pude negarme. Volvimos
a este castillo, donde se ordenó la
detención de mi madrastra y me
concentré en preparar nuestra
boda con gran pompa y magnifi-
cencia.
Extendió esta manita para mos­
trarme un anillo que llevaba en el dedo
anular.
-Mire lo que me regaló.
Observé con detenimiento: era una
sortija plateada que tenía inscriptas dos
letras entrelazadas.
-P. E. -leí en el anillo-. Príncipe En­
cantado.
-Sí y tenemos todo listo para irnos de
Luna de Miel a Yvivienr01ifelices, una isla
all inclusive donde se comen todos platos
hechos con perdices.
.¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Me resultan indigestas las perdices.


Por casualidad, ¿tendrá una foto de su fu­
turo esposo?
-No, tiene un perfil tan bajo que elude
las cámaras.
"Muy extraño", pensé. "Aunque a los
miembros de la realeza los siguen los
paparazzis y ellos se escondan, siempre
les sacan una foto de prepo".
-Puedo describírselo si quiere -me
ofreció.
Apunté el identikit que me dictó.
Ella era excelente para describir a las per­
sonas o mi libretita tiene la capacidad de
transformar un retrato hablado en una fo­
tografía: al releer lo que me había dictado
fue como si tuviera enfrente a Encantado,
hasta parecía respirar (¡Grosa mi libretita!).
Iba a pedirle revisar la habitación que
ocupaba su futuro prometido en el castillo,
pero sonó el celular.
-Fabu ...
-Mami, justo aho...
-Dos preguntas cortitas ...
-Jamás son dos pregun...

aol
1¡1/111(•:N SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¿Planeás pintar la heladera? Porque


tu tenés vacía. ¿Te molesta si compro...?
Y empezó a detallarme todo lo que con­
sideraba necesitaba tener en la heladera.
-Comprá lo que quie...
-La otra, ¿ para esta noche preferís
que los tres cenemos en el piso? Digo, por­
que el único mantel que tenés está tan
manchado que parece un cuadro de
arte abstracto.
No fue su ironía lo que me
molestó. Si no eso de que seríamos
tres. ¡Soy un egoísta! Me moría de
celos de solo pensar que mami había
hallado un novio. Seguro se casarían y
yo... perdería su atención. Solo entonces,
empecé a valorar sus visitas anuales que
me revolucionaban la vida.
Iba a decírselo, pero no me lo permitió:
-Acabo de ver pasar un desfile de cu­
carachas. ¿Si las elimino no vas a extra­
ñarlas?
Y cortó.
-Princesa, ¿me permite revisar el cuar­
to de su prometido? -propuse, tragándome
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

la pelusa que significaba la idea de perder


a mami.
Como única respuesta recibí más ron­
quidos.
1 Papel higiénico 1
revelador

HACE UNOS AÑOS INVESTIGUÉ la denun­


cia de un tal Jack. El muchachito decía
que un gigante bajaba de las nubes des­
colgándose por un inmenso árbol para
robarle un baúl lleno con monedas. Tras
hacer guardia por días, atrapamos in fra­
ganti al ogro, pero el tipo presentó los
títulos de propiedad sobre ese tesoro y
quedó demostrado que la víctima era en
realidad el victimario. El caso dio así un
giro dramático, como se dice, lo cual tam­
bién iba a suceder con la desaparición de
Encantado.
Demoramos un toco en llegar a la habi­
tación del príncipe. Blancanieves daba dos
pasos y se tiraba a dormir en los pasillos
del castillo. Para colmo, sus complacientes
guardias se largaban a cantarle:
-Arrorró princesa, arrorró mi sol,
duérmase pedazo de mi corazón.
"QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Cuando entramos, parecía que un tor­


nado había arrasado el cuarto. Pantalones
y casacas por todas partes; las sábanas y
almohadas en el piso, y el colchón, en el
techo.
Luego de verificar que la única ventana
al exterior estaba cerrada por dentro y sin
indicios de haber sido forzada, pregunté:
-¿Falta algo de ropa de su novio?
Blancanieves revisó el ropero y, pese
al despiole, demostró ser detallista como
,j
todas las mujeres:
-Además de la ropa que llevaba pues­
ta el sábado, faltan unos pantalones, un
par de botas, una camisa y un sacón que le
compré. Tampoco está la valija, que tam­
bién le regalé.
-¿Discutieron el sábado? -pregunté
suponiendo que semejante lío reflejaba un
atacote de rabia del príncipe luego de al­
gún entuerto mantenido con ella.
-Para nada. ¡Si es un diviiiiino to­
taaaaal! Nos llevamos a las mil maravillas.
Suspiré hondamente. La falta de ropa
y de una valija me hizo intuir que ese
l,,,,,,,:N Sl•:C'IJESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?
cUvHiiino totaaaaal había decidido hacer la
misma que el novio de mi prima a la que
dejaron colgada en el altar.
Aunque la lastimara, debía compartir
mi sospecha con la princesa bostecitos.
No pude.
Hubo un estruendo de vidrios.
Ligero como un rayo (y eso que es­
toy algo oxidado), arrastré a Blancanieves
conmigo al piso.
Conté uno, dos, tres y me reincorporé.
Me asomé a la ventana.
No vi a nadie huyendo.
En cambio, en el piso de la ha­
bitación estaba lo que acababan
de arrojar desde afuera.
Junto al objeto, en el sue­
lo y sobre la mullida alfom-
bra, Blancanieves había vuelto a
dormirse. Alejándome un poco, por las du­
das, ejecuté una combinación de mis excel­
sas imitaciones de un despertador y un gallo.
Cuando estuvo más o menos despierta,
me coloqué guantes de látex (que también
llevo en mi sobretodo) y agarré el proyectil.
"QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Era un ladrillo envuelto con papel hi­


giénico (¡Qué mal gusto!) en el que había
una notita dirigida a Blancanieves.
Decía:
Si querez cazarte con tu prínsi­
pe para tener tu kolorin kolorado, oy
mismo depocitá $1.000.000.000,92 en la
cuenta Nº 1.467 del Avíaunabes Vanc.

Encantado no se había borrado como el


novio de mi prima. ¡Había sido secuestrado!
Echando mano a mis pulidos seis sen­
tidos, en el pedido de rescate noté dos de­
talles. El que la había escrito era una bestia
para la ortografía y había puesto su firma.
-E. P. -leí en voz alta.
Tal cual el caso de Jack y el gigante,
este daba volantazo. Ahora debía vérme­
las con uno o varios secuestradores que se
aprovechaban de una princesita que paga­
ría lo que fuera por poder darle un final
feliz a su cuento.
-Ay, no -fue todo lo que dijo ella
("¿Ay, no?" ¿Solo eso se espera que alguien
diría en semejante situación?).
l1t/llt�:N SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Suponiendo que el despiole de ropa y


sábanas indicaban que Encantado había
intentando defenderse, pregunté:
-¿Anoche escuchó ruidos extraños?
-No, como supondrá, cuando duer-
mo una familia de elefantes pueden
bailar malambo al lado mío que no me
despier tan. Además, mis guardaes­
paldas debieron haber notado algo.
Cumplen servicio las 24 horas y me lo
habrían informado.
Tenía razón. Pero cuando uno trabaja
en una secciona! como la mía no es raro
que para secuestrar a alguien, en vez de
llevárselo en una bolsa, maniatado y amor­
dazado, mágicamente se lo haga desapare­
cer, empequeñecer o se lo transforme en
un objeto (por ejemplo, un fosforito). Eso
es algo con lo que otros detectives no de­
ben lidiar.
Iba a llamar a la Central
para pedir los antecedentes
de todos los que trabajaban
en el castillo (tal vez una
cocinera era en realidad una
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

bruja o un guardaespaldas, un hechicero).


Pero Blancanieves disipó mis dudas:
-Estoy segurísima de que Encantado
nunca regresó al castillo.
-¿Se anima a apuntar su delicado
dedito contra alguien que pudo haberlo se­
cuestrado? ¿Quién cree que es ese tal E. P.?
-Mi madrastra... -dijo en pleno bos­
tezo.
-¡Debí sospecharlo! ¿Se llama Eglan­
tina Pérez? ¿Eufemia Pereyra? ¿Eudosia
Páez?
-Su nombre era Reina a secas. Iba a
decirle que si bien ella sería una sospe­
chosa ideal, debemos descartarla.
-¡J'or?
Reinó el silencio.
-¡J'or qué?
Se instaló silencio.
La princesa dormía usan­
do mi hombro como almohada.
Le vacié la mitad del agua de
un florero en el rostro. Quedó he-
cha sopa, pero con la frente y el cabello
llena de flores lucía adorable.

381
l1,l)lJIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Me contaba algo sobre su madrastra


-le recordé.
-Ah, cierto -comentó despegándose
las flores de su cabellera azabache-. Fue
detenida al final de mi cuento por cuatro
intentos de asesinato contra quien le ha-
bla. Se consiguió un buen abogado que le
pidió que se abstuviera de declarar...
-Por eso no conoce los motivos de
tanta saña en contra suya.
-Y además, logró que le dieran liber­
tad bajo fianza hasta el inicio del juicio...
-¡Dejaron libre a una psicópata!
-Nadie la vio intentando matarme.
Pese a mi declaración, faltaba demostrar que
ella y la anciana que me estranguló, luego
me ensartó un peine en la cabeza y final­
mente me envenenó habían sido la misma
persona.
Me hablaba pausadamente, se toma­
ba todo el tiempo del mundo, parecía que
movía la lengua en cámara lenta. Intenté
apurarla:
-Y pese a esos antecedentes, ¿por qué
la descarta como sospechosa?
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-De lo tarambana que ando por el


sueño le envié una invitación a mi despe­
dida de soltera. La organizaron las prince­
sas de otros reinos, no tengo familia pero
sí conocidas. Mi madrastra, tal vez para
intentar aniquilarme una vez más, se apa­
reció en la fiesta.
-¡Qué descarada!
Sin apurarse ni un pelito, tal como
imagino hablaría un caracol, agregó:
-Como parte de los bromitas que ha­
bían preparado mis amigas para la despe­
dida, habían puesto un par de zapatos de
hierro sobre carbones encendidos...
-¡Simpáticas las chicas!
-Y sí, son algo zafadas. Al identificar a
mi madrastra, se los pusieron a ella. "¡Mú­
sica!", le pidieron al DJy la obligaron a bai­
lar hasta que cayó muerta.
-Eso debió doler un tocazo y yo que me
quejo de mis juanetes -dije anotando todo
en mi libretita (la chocolatada se estaba en­
friando y tenía bastante nata, pero el churro
me permitía mantener excelente caligrafía)-.
¿Qué me puede decir sobre los enanitos?
l1.l)IIIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

No hubo respuesta.
Blancanieves había echado la cabeza
hacia atrás. Dormida como un lirón, mur­
muraba:
-Te amo, Esteban. ¿Alguna vez seremos por
siempre felices?
"¡Basta!", pensé. Tenía que despabilar­
la de una vez por toda.
-¡Saltos de rana! ¡Flexiones! ¡Bici­
cleta! -ordené.
Automáticamente, la habitación se
transformó en un gimnasio. Ambos
nos tiramos a hacer ejercicios (no
me daba el aliento, pero debía
mantenerla en movimiento).
-¿Quién es Esteban? -le
pregunté mientras movía las
piernas en el aire.
-¿Esteban? Nadie -dijo y co-
menzó a contar las flexiones que hacía
(Algo ocultaba la princesa gimnasta)-.
¿Qué me... uno.... había preguntado...
dos... antes de quedarme dormida... tres...?
Releí en mis apuntes (la libretita tam­
bién sudaba):
"QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¿Qué me puede decir de los "ena"?


-Que... cien... son petisitos... ciento
diez...
-No, princesa, algo que no sepamos
todos.
-¿¡No sospechará... ciento quince...
de ellos!? Si son siete angelitos... ciento
veinte...
"Sí, pero habían sido los últimos en
verlo y además, entre ese príncipe y ellos
había barro", pensé. Algo me olía mal y no
eran los zapatos debido a que tenía las me­
dias como esponjas.
Decidí que era suficiente. Y no me re­
fiero a la gimnasia. Le dije que me tuviera
al tanto si le llegaba una nueva nota de res­
cate o si el o los secuestradores la llamaban.
-Ni una palabra sobre esto a nadie
-impuse-. No queremos que se entere la
prensa y estropee la investigación. Menos,
que el o los secuestradores cambien de pa­
recer y...
-¡Ay, no!
-¡Y no se le ocurra depositar un peso
en el banco!
l1.QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Haré todo lo que me pide, teniente.


Trotando, llegamos a la puerta del cas­
tillo. Ya ponía un pie en el umbral, cuando
de rompe y raje le pregunté:
-¿Quiénes son Pedro y Esteban?
Blancanieves se quedó estática. Ex­
tendió los brazos y se alejó caminando
lentamente. Roncaba, pero creí
ver que abrió y cerró rápida­
mente un ojo.
¿Se estaba haciendo la
sonámbula?
No, no creo.
A lo mejor me había
contagiado algo de su sueño
y yo alucinaba.
Reflexiones
1 en chocolatada 1

DE LO DE BLANCANIEVES volví a mi
despacho. Me hubiera convenido pasar
por casa a darme un duchazo, pero segu­
ro mami me hubiera entretenido pidién­
dome que la ayudara a sacudir la tierra
de las macetas que tengo en el patio.
D esde mi despacho, por teléfono (que­
ría evitar estar cerca de ella) le informé a
mi jefa lo ocurrido.
-¡UN SECUESTROI -casi de­
rritió el auricular del teléfono y mi
oído se llenó de repulgues como una
empanada-. PEDIRÉ AL FISCAL QUE
CAMBIE LA CAR ÁTULA DE LA CAU ­
SA QUE HASTA AHORA ERA "AVERI­
GUACIÓN PARADERO PRÍNCIPE DE
CUENTO".
-Remitiré el papel higiénico a los de
Policía Científica...
-¿ESTÁN DESCOMPUESTOS?
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Le expliqué que el pedido de rescate


estaba escrito en ese tipo de papel y que
ellos podrían hallar huellas (digitales, se
entiende) y hacer un análisis grafo­
lógico para ver qué detectaban
en la letra. También, ordenaría
investigar la cuenta en el Ha­
bíaunavez Bank donde se debían
depositar $1.000.000.000,92.
-Además, haré que rastreen el
pasado del secuestrado. Tal vez alguien de
su entorno puede darnos datos.
Esperaba que la comisaria inspectora
me dijera:
-Teniente, ¡qué bien trabaja usted! No
se le escapa una.
En cambio, usó su vozarrón para ad­
vertirme:
-SON LAS DIEZ DE LA MAÑANA.
RECUERDE QUE A LAS NUEVE DE LA
NOCHE TENGO UNA CITA IMPOSTER­
GABLE.
Y cortó (Para ese Tiranosaurio Rex ca­
muflado en mujercita, la cortesía era una
palabra que ni en el diccionario aparecía).
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Busqué el cobijo de mi libretita (ella ja­


más me trata guarangamente) y revisé mis
anotaciones para establecer algunas con­
clusiones de lo que tenía hasta el momento.
La princesa no había podido arriesgar
algún sospechoso.
Los únicos que aparecían como candi­
datos eran los siete "ena". El sábado, En­
cantado hubo salido del castillo a celebrar
el cumpleaños de tres y medio de ellos
pero, según Blancanieves, nunca había
llegado a destino.
Si eran los secuestradores, ¿cuál podía
ser el motivo?
¿Celos porque Blancanieves se había
ido con ese príncipe luego de que ellos le
habían dado refugio y también rescatado,
varias veces, de la muerte?
¿Alguno de los "ena" se había enamo­
rado de ella y le hacía pagar el pato por
despreciarlo y preferir casarse con un des­
conocido?
¿Quién era ese Pedro? ¿Y ese Esteban?
¿Si era al revés: Blancanieves estaba ena­
morada de dos "ena" llamados así y al no
"QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

poder decidirse por uno de ellos, le había


dado el sí a Encantado?
Me llamaba la atención un detallito: la
princesa no había demostrado desesperación
o angustia por el secuestro ("¡Ay, no!", fue
todo lo que dijo frente al pedido de rescate y
cuando le sugerí que el o los secuestradores
podían tomar represalias contra su novio); es
más, aquello no le quitaba el sueño por más
cansada que estuviera. (J?or qué sería?
Mi libretita (¡Prodigio hecho de papel!)
de pronto se había llenado de signos de in­
terrogación (me salen lindos los signos de
interrogación en chocolatada casi helada).
En una paginita aparte, sin que me
temblara el churro, anoté:
Caso: ¿Quién secuestró al Príncipe
Encantado?
Modus operandis: Vaya uno a sa­
berlo.
Móvil: Extorsión.
Sospecboso/s: Por ahora, los siete
"ena"*.
Culpable: E. P.
Nota*: Léase "enanitos".
l,.<)UIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Hice una llamada más.


- Oye, Johnny -le dije al de Infor­
mática de la Central que me atendió y se
llama Johnny-. Necesito que en la base
de datos ubiques delincuentes cuyos
nombres empiezan con E y los apellidos
con P.
-¿Quiere jugar al tutti-frutti, teniente?
-me respondió Johnny.
"¡Qué gracioso!", pensé y le dije:
-Será una tarea sencilla
para un androide como tú.
¡Quiero esos nombres
sobre mi escritorio en
menos de una hora!
-¿Los escribo con fi­
bra sobre el escritorio o los
tallo con cortaplumas?
"¡Mirá cómo me río!", volví a pensar e
imitando a mi jefa, remarqué:
-NO ESTOY PARA BROMITAS, JOHNNY.
Y salí en busca de ...
La declaración
1 de los siete 11 ena 11 1

EL AÑO PASADO SE EXTRAVIÓ Pulgarcito.


Al mando de cien policías, "peinamos" la
ciudad con lupas y microscopios. Lo bus­
camos en huequitos, bajo piedritas, dentro
de frutas y verduras. No lo hallamos. Apa­
reció solo y resultó ser un muchacho que
medía 1,97 m.
Habría pegado el estirón o de Pul­
garcito solo tenía el nombre, la cuestión
es que en mi profesión uno jamás deja de
sorprenderse. Como me pasó en este caso.
Cuando Blancanieves me había habla­
do de la cabaña de los "ena", me imaginé
una choza humilde y destartalada en me­
dio del bosque.
Al llegar, comprobé que si bien esta­
ba en el bosque, de choza humilde y des­
tartalada tenía lo que yo de atleta olímpi­
co (es decir, ni una uña). Era un complejo
que lucía como la casa de algún potentadito.

ls1
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Salté sin problemas el portoncito elec­


triquito y me topé con una mansioncita de
tres pisitos. En el jardincito había canchi­
tas de tenisito y una piletita de natacion­
cita. Frente al garajecito se estacionaban
siete camionetitas de altita gamita.
Golpeé la puertita. Nadie aten-
dió. Toqué el timbrecito. Tam­
poco asomó alguien. Como
estaba sin llavecita, entré por
mi cuentita.
Adentro todo era lujito y
despilfarrito. Los mueblecitos,
cuadritos y adornitos debían cos­
tar la suma de los suelditos que nunca
ganaré. Sobre una mesita había siete pla­
titos comprados en alguna tienda de dise­
ño, cada uno con sus cucharitas, cuchilli­
tos, tenedorcitos y copitas. En el centro, las
bandejitas ofrecían comidas gourmet (de
esas que son finas porque las porciones no
alcanzan a llenar el hueco de un diente).
Esperaría a que los "ena" regresaran
de las minas. Tenía hambre (el desayu­
no venía usándolo como lapicera y tinta, y
l1.Q UIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

estaba repartido en varias páginas de mi


fiel libretita). Con dificultad, ocupé una si­
llita. Piqué alguito de las bandejitas y bebí
gaseosa en varias copitas.
Sentí cansancio (me había levantado
temprano para ir a buscar a mami). Entré
en una habitacioncita que tenía siete cami­
tas cubiertas con sabanitas. Como en una
no cabía, junté las siete y me tiré a descan­
sar un ratito. Me dormí en el actito.
Desperté al oír voces en la salita prin­
cipal. Sonaban como de títeres. ¡Los siete
"ena" habían regresado! Me hice el dormi­
do para escucharlos:
-¿Quién se sentó en mi sillita?
-¿Quién comió en mi platito?
-¿Quién pinchó con mi tenedorcito?
-¿Quién cortó con mi cuchillito?
-¿Quién usó mi cucharita?
-¿Quién bebió en mi copita?
Los oí entrar en manada a la habita­
ción (yo, me hacía el mosca). Supuse que el
séptimo preguntaría:
-¿Quién duerme en nuestras camitas?
Pero no.
'¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

A la misma vez, se me tiraron enci­


ma. Me llenaron de trompaditas, pataditas
y piquetitos de ojos (Aunque me estaban
triturando, yo solo pensaba: ¡Que no se la
agarren con mi libretita! A mí que me ma­
sacren, ¡pero a ella no!)
-¡Pareeeeen! ¡Bastaaaaa! -grité y
pude sacármelos de arriba; tenía a dos
prendidos de ambas piernas como garra­
patas, y a otro tirándome los pelos como si
buscara un trébol de cuatro hojas.
Puse cierta (y prudente) distancia en­
tre esos siete y yo.
Me miraban con caritas de "te des­
cuidás y perdiste". Contrario a
como me los había imaginado,
no eran nada simpáticos. Más
bien me parecieron un septeto
de prepotentitos y vanidositos.
Eran siete calcos. Usaban
idéntica ropita que los hacía lucir cool,
mascaban sincronizadamente chicle y
tenían la actitud de gerentitos de una
multinacional. Yo pensaba que usarían
nombres adorables, pero me equivocaba.
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Fico, llamá al 911 -ordenó uno.


-Ya mismo, Kevin -y sacó un celular-
cito.
-¡Soy policía! -Les mostré mi cre­
dencial-. Estoy en una investigación. Sé
que me metí de contrabandito, les comí la
comidita y usé las camitas. Pero esperaba
a que volviesen de excavar y extraer metal
de la mina...
-¿Mineros nosotros? Escuchá lo que
dice este gil, Manu -se burló un "ena" os­
tentando sus manitas llenas de grosísimos
anillitos.
-Somos dueños de la principal fábri­
ca de joyas de oro y piedras preciosas del
mundo. Juanjo es el presidente y nosotros,
sus vices -me explicó uno, muy agranda­
dito él-. A la mina vamos a supervisar a
nuestros empleados...
-Y a que cumplan con los protocolos
de la minería no contaminante -aclaró
otro.
-Esta es una de nuestras cabañas de
vacaciones -se jactó el de al lado y repitió:
-Dijo que estaba en una investigación...

lss
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¿Por qué secuestraron a Príncipe


Encantado? -les descerrajé sin dejarlos
pensar (esa es mi estrategia para hacer
confesar a un sospechoso; en este caso,
sospechositos).
-¡Secuestrar a ese oportunista, apro­
vechador, ventajista! -chilló Kevin (¿o era
Manu? No pude saberlo porque todos eran
como fotocopias).
-En vez de secuestrarlo, deberíamos
rifarlo -dijo, ocurrentemente Fico (¿o era
Juanjo?).
Se notaba que al príncipe no lo querían
ni en figuritas. Pero luego de contarles lo
ocurrido, mostraron algo de humanidad.
-¡Pobre Blanquita! -suspiraron a coro.
-¿Cómo la conocieron? -les pregunté.
Manu (o Fico) me contó que hacía un
mes, una tarde llegaron a la mansión y se
encontraron a Blancanieves durmiendo en
las camitas, tal cual había pasado conmigo
(solo que a ella no la llenaron de chicho­
nes, creo).
-Nos dijo que huía de su madras­
tra. Se había quedado en pampa y la vía
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

sin saber qué hacer -comentó Juanjo (o


Kevin)-. Como nos cuesta que el servicio
doméstico se adecue a nuestras exigen­
cias, le ofrecimos que se ocupara de esta
cabaña...
-Cocinarnos, tender las camas, la­
var, coser, cuidar el jardín, limpiar el
agua de la pileta, aplanar el piso de las
canchas de tenis, mantener nuestros
coches ... -prosiguió Fico (o quien fue­
ra)-. Todo a cambio de techo y comida.
-Un trato equitativo, por lo que veo
-a veces me pongo irónico.
-Nos encariñamos con ella -destacó
un "ena" que tenía un diente de oro-. Y
cada vez que salíamos, le aconsejábamos
que no le abriera la puerta a nadie. Pero se
ve que entendía todo al revés ....
-Sí, ya me contó. También me dijo que ,J
entre Encantado y ustedes existía cierta
antipatía -dije y aproveché para tomarlos ,
por sorpresa; mirando a uno de ellos, le
pedí: -Cuénteme al respecto, Pedro.
-No me llamo Pedro. Soy Jere. Aquí
ninguno se llama así. Y le iba a decir que

sal
l1.QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Blanquita no le mintió. Al príncipe lo


invitamos al cumple de tres y medio de
nosotros para ver si hacíamos las paces.
Pero no apareció y, lo confieso, nadie lo
extrañó.
-¿A qué se debe la hostilidad entre us­
tedes, Esteban? -pregunté mirando a otro.
-Mi nombre es Nacho. No hay algún
Esteban entre nosotros -remarcó.
"¡Diablos!", pensé. Aunque había descar­
tado la hipótesis del enamoramiento de la
princesa con dos de ellos, ahora debería ave­
riguar quiénes eran esos Pedro y Esteban a
los que ella, dormida, les había preguntado
si alguna vez serían por siempre felices.
Volví a preguntarles la razón de la ene­
mistad entre ellos y el príncipe. Me dispu­
se a apuntar en mi libretita pero noté que
el chocolate se me estaba terminando (de­
bería recargarlo urgentemente).
-Muy bien no nos cayó -fue honesto,
creo que Jere-. De rompe y raje aparece, se
la lleva y nos deja sin servicio doméstico.
-La tercera vez en que Blanquita cayó
muerta, notamos que parecía viva, si hasta
'¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

mantenía las mejillas sonrosadas -agre­


gó, estimo que Nacho-. En vez de ente­
rrarla se nos ocurrió preservarla dentro de
un ataúd de cristal...
-Y en la tapa inscribimos su nombre
con letras de oro proclamando que era
una princesa -completó otro de los septi­
llizos-. A los pocos días, el tipo llegó por
azar a esta cabaña. Se presentó como Prín­
cipe Encantado. La vio dentro del ataúd y
leyó lo que estaba escrito en letras de
oro...
-Así supo su nombre y que
era una princesa -añadí sin de­
jar de anotar.
-Exacto. Y dijo que se había
enamorado locamente de ella. Nos pi-
dió que le permitiésemos llevársela. Tanto
insistió, que por piedad le dimos el ataúd.
-¿O sea que ella y él no se conocían
de antes?
-No; apareció, como se dice, para sal­
var las papas a último momento. Se cargó
el ataúd sobre las espaldas, pero tropezó.
Como consecuencia del sacudón, Blanquita

sol
l,.QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

escupió el trozo de manzana envenenada


que aún tenía atragantado y revivió.
Dos nuevas preguntas me tomaron
. '
por asalto: ¿Por qué alguien querría lle-
varse un ataúd con una princesa muerta
adentro? ¿Por qué le propondría matri­
monio en el acto una vez revivida si ni la
conocía?
No se los pregunté a ellos. Y para no
redundar, en cambio les hice notar:
-El resto de la historia ya lo sé. Pero
la princesa no me contó todo esto.
-Son detalles muy escabrosos como
para compartirlos con alguien tan sensi­
ble como ella. Preferimos que preservara
la imagen de su retorno a la vida gracias a
un príncipe.
-¿Ustedes conocían a la madrastra?
-algo me hizo sondear por ese lado.
-¿¡Si la conocíamos!? -salto un
"ena" -. Gracias a ella ganamos millo­
nes. Cada semana íbamos a su castillo a
venderle joyas. Pero nos atendía de ma­
drugada en su habitación, a donde nos ha­
cía entrar de contrabando.

ls1
ltQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¡J'or?
-No quería que alguien se enterara
del dineral que gastaba en anillos, aros,
collares. Pero cuando supo que habíamos
asilado a Blanquita, nos dio de baja como
proveedores.
-Perdimos un negociazo, pero nos la
jugamos por la princesita -afirmó otro de
los "ena" y sonó intachable-. Encantado
nos dejó sin sirvienta, pero no por eso íba­
mos a vengarnos. Sin embargo... sin em-
bargo... sin embargo...
-Sin embargo... sin embargo... sin
embargo... ¿Qué? -demandé con firmeza
(¡Suspicacias a mí no!).
-En todo esto asuntito hay un perso­
naje que zafó de la Justicia -dijo el mismo
"ena"-. ¡La reina tenía un cómplice!
-¿Quién?
-Nadie se preguntó cómo supo esa tipa
que Blanquita estaba aquí con nosotros ...
-Díganmelo, si lo saben.
-Gracias a un espejo mágico y buchón
que ella consultaba a toda hora. En nues­
tras visitas, la veíamos probarse las joyas y
l1.QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

preguntarle: "Espejito, espejito... ¿te gusta


este collarcito?" y cosas por el estilo.
-¿Un espejo?
-Sí. Y, muerta esa mujer, él quedó
como único culpable de los intentos de
asesinato de Blanquita. ¿No cree
que sería el más indicado para
secuestrar al príncipe?
-¿Dónde encuentro a ese
espejo?
Los septillizos se miraron
y, al mismo tiempo, respondie­
ron:
-En el Palacio de la Alegría.
La declaración
1 del espejo mágico 1

EL PALACIO DE LA ALEGRÍA es como le


dicen al manicomio de la ciudad. En esa,
mi primera visita al lugar (y espero que la
única), entendí por qué. Desde el hall de
entrada llegaban risotadas y gritos; ade­
más, podía ver a los internados saltar y
bailotear, hablarles a las paredes o a in­
terlocutores invisibles. Alegría había, a mí
me causó repelús.
Mientras esperaba a que me autoriza­
ran a hablar con el espejo mágico, llamé a
los de Científica
-¿Qué tienes para mí, Sam? -pregun­
té a uno de los peritos llamado Sam.
-En el papel higiénico no hay una sola
huella -me informó-. Fue muy cuidadoso
el que lo usó, digo, el que escribió la notita...
-Entiendo, Sam. ¿Y a los grafólogos
cómo les fue?
-Están más desorientados que pul­
ga en caniche de peluche. Ni la letra o los
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

horrores de ortografía les indi­


caron algo.
-¿Qué hay de Encan­
tado?
-En el último censo
poblacional aparecen prín­
cipes como para hacer dulce,
pero ninguno con ese apellido. Tenemos
denuncias sobre príncipes transformados
en sapo, bestia o dragón; nada sobre uno
que hubiese perdido su reino, súbditos y
familia por culpa de un encantamiento.
-Muy raro. ¿Qué averiguaron en el
Habíaunavez Bank?
-La cuenta en la que piden depositar
el rescate existe. Pero los datos son con­
fidenciales, solo pueden darnos informa­
ción con una orden judicial. ..
-¡No hay tiempo! Mi jefa tiene la cita
a las nueve y debo resolver este entuerto
antes de esa hora.
Corté.
¡Laquetepanconqueso! Aquello era un
rompecabezas en el cual las piezas se iban
derritiendo como caramelos en la boca
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

(¡Qué frase! La anoté en mi libretita para


usarla en el futuro).
Me permitieron hablar con el espejo y
un enfermerogro me guió hasta su habita­
ción.
El tipote, color violeta y enfundando
en un mameluco blanco, me llevó por un
largo pasillo a cuyos lados había cuartos
con uno o varios pacientes.
-¿Cuál es mi nombre? ¡Ese no es mi
nombre! -vociferaba un duende espanto­
so, salticando dentro de su habitación.
-Pobre Rumpelstinski -rumió el en­
fermerogro-. Perdió la chaveta cuando
esa princesa descubrió su nombre.
De un cuarto salió un muchacho. Te­
nía un centímetro a modo de bufanda, las
manos llenas de dedales, y alfileres aso­
mándole por los labios. Me agarró de las
solapas, gruñéndome:
-¡Maté siete de un solo golpe!
-¡Qué bien! -asentí.
El enfermerogro me lo sacó de encima
y luego de empujarlo dentro de su habita­
ción, me explicó:
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Era un diseñador de moda top. Mató


siete moscas de un solo manotón y salió a
gritarlo por la ciudad. Le entendieron mal
y como justo se necesitaba un valiente para
matar a un gigante, lo enviaron a enfren­
tarlo. Apenas se vio frente a su rival, se le
chifló el moño de miedo.
-¡Por las cosas que enloquecen al­
gunos!
Entramos en una habitación con pare­
des, techo y piso acolchados.
El espejo estaba arrumbado en un rin­
cón. Tenía una venda en la cabeza, curitas
en el cristal y lo envolvía una camisa de
fuerza.
-Lo tenemos así porque suele esca­
parse -me aclaró el enfermerogro-. Es
mágico y ha logrado escabullirse transfor­
mándose en el espejito de cartera de una
enfermerogresa.
-¿Se ha fugado en los últimos días?
-No.
El enfermerogro salió, cerró la puerta
con siete llaves y me dejó a solas con el
espejo.
"QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Estaba quietito, calmado y con la vista


clavada en el piso. Cuando me le arrimé
noté que en su cristal yo aparecía en blan­
co y negro.
Iba decirle mi nombre, contarle
sobre el secuestro del príncipe
y de cómo los "ena" me ha­
bían llevado hasta él.
No me dejó:
-¡Fabulito, Fabulito
ahórrese el discursito!
Ya lo sé todo; soy mágico.
-Entonces, sabe que
los septillizos aseguran
que usted fue cómplice de
la madrastra de Blanca-
nieves. ¿Cómo sé que no se
hace el loco para zafar de la
Justicia?
Levantó la mirada, dibujó una sonrisa
socarrona y respondió:
-Diez psiquiatras confirmaron que
estoy más chalado que una cabra.
Supuse que su demencia se debería
a la herida que tenía en la cabeza y las
'¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

trizaduras en el cristal. Como sin dudas


podía leer mi mente, explicó:
-Son resultado de la ira de mi antigua
propietaria. Cuando todo le salió para la
mona me tiró con lo que tuvo al alcance de
la mano. Pero la culpa me ha enloquecido...
-¿Culpa?
-Yo desencadené la tragedia de la
princesa. ¡Pero fue sin querer! La reina
se creía Miss Universo y no podía sopor­
tar que alguien la superara en belleza. Lo
único que hacía era pararse frente a mí
para preguntarme "Espejito, espe­
jito de mi habitación... ¿Quién es
la más bella de esta región?". Yo
le respondía: "La Reina es la más
hermosa sin discusión". Ella, feliz,
porque creía que le decía la ver­
dad. ¡No hay nada peor que escu­
char a otros decirnos lo que queremos
que nos digan!
Su carcajada me produjo escalofríos
(¿Estaba desquiciado o era un excelente
actor? Acababa de decirme que se la había
pasado mintiéndole a esa mujer).
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Leyendo mis ideas, comentó:


-Fabulito, Fabulito se pregunta por
qué le mentí tan descaradamente a la reina.
-Sí.
-Por conveniencia. Soy un modelo an-
tiguo de espejo mágico. Y varias veces le
pedí a esa maniática que por mis servicios
me premiara cambiando mi cristal por una
pantalla LED para reflejar en HD y con so­
nido estéreo. Ella me respondía que más
tarde o temprano me daría lo que le pe­
día... Yo, confiado, le seguí diciendo lo que
deseaba escuchar y la transformé en una
asesina serial.
-Lo que me acaba de decir es una
confesión. Usted podría ser juzgado como
instigador del asesinato.
-Pero estoy loco. ¡Soy inimputable! -y
otra vez empezó a reírse desbocadamente
(¿Estaba chiflado o su interpretación de un
orate merecía el Osear?).
Súbitamente se puso serio, me reflejó
en sus dos ojos y agregó:
-Fabulito, Fabulito... si busca a quién
secuestró a ese príncipe yo iría tras alguien
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

que pasa desapercibido para los que cono­


cen a Blancanieves, pero es el que más ha
perdido en esta historia.
-¿Quién?
Carraspeó y con el tono que usa un
buen narrador de cuentos, relató:
-Una mañana, la reina volvió a pre­
guntarme "Espejito, espejito y blablablá".
Yo le dije que le respondería si cumplía
con su promesa. Se negó diciéndome que
debía conformarme con ser un simple es­
pejo mágico. ¡Me traicionó! Y decidí ven­
garme...
-Diciéndole la verdad.
-¡Y me encantó! Yo le dije: "La Reina
es la hermosa de esta región, pero Blanca­
nieves es un bombón". ¡Para qué! Se puso
amarilla de envidia. A partir de ese mo­
mento, su resentimiento hacia la prince­
sa fue una mala hierba. Un día, ordenó al
cazador de la corte llevar a la muchacha al
bosque para... ¡Matarla!
Revisé en mi libretita. En chocola­
te estaba escrito lo que Blancanieves me
había dicho: la madrastra había intentado
"QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

aniquilarla cuatro veces, pero solo me dio


detalles de los tres intentos en la cabaña
de los "ena". ¡Esa había sido la primera vez!
-El cazador era un muchachito dos o
tres años mayor que la princesa -prosi­
guió el espejo-. Pero la reina, tan conta­
minada por el odio, le ordenó que luego de
matarla le llevara los pulmones y el hígado
como prueba.
-¿Y qué hizo el cazador?
-Se la llevó al bosque. Pero algo pasó,
algo que no puedo dilucidar aún. La cues­
tión fue que a la hora, regresó trayendo
un par de pulmones y un hígado. La rei­
na hizo que el cocinero se los preparara a
la portuguesa y se los comió mientras de­
cía: "¡Buen provecho, Blancanieves!". Al
terminar, se paró frente a mí y luego de
repetir su preguntita, volví a decirle la
verdad.
-¡Que la jovencita estaba viva y en la
casa de los "ena"!
-Imagínese, se quedó asada porque
el cazador la había engañado y mandó a
que le cortaran la cabeza. Ahí se propuso
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

liquidar a la princesa con sus propias ma­


nos, aunque fracasó estrepitosamente.
-¿A dónde quiere llegar?
-El cazador logró escapar
del verdugo. Al enterarse, la
reina avisó a otros reyes sobre
su desobediencia para que na­
die lo contratara.
-¡Le frustró la carrera!
-Fabulito, Fabulito, pien-
se: ¿A quién otro, sino a él, le vendría muy
bien ganarse $1.000.000.000,92?
1 La declaración 1
del cazador

LA VENGANZA HA SIDO el móvil en varios


casos que debí investigar. Por citar uno:
un pastor apareció descuartizado y casi
al momento, un lobo se entregó confesan­
do que era el autor de tan atroz hecho. Al
preguntársele el motivo, la bestia aseguró
que la víctima era un mitómano que vivía
alertando a todos de que él quería comerle
las ovejas. Como los demás le creían, en
más de una ocasión salieron a molerlo a
palos sin sospechar que el lobo era vege­
tariano. Cuando se cansó de padecer ata­
ques por culpa de las mentiras del otro,
cortó por lo sano o, mejor dicho, cortó en
pedacitos con sus propios dientes al pas­
torcillo mentiroso.
Ahora, finalmente, tenía a alguien con
una excusa más que valedera para haber
secuestrado a Encantado y la vengan­
za volvía a mostrar su desfigurado rostro
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

(¡Otra frase célebre! ¿Me estaré volviendo


filósofo del delito?).
Eran las cinco de la tarde, con suerte
antes de las nueve mi jefa tendría el caso
solucionadito y podría irse tranquila a esa
cita impostergable.
No me costó averiguar dónde se halla­
ba aquel a quien la declaración del espejo
mágico (¿y loco?) me había guiado. Efec­
tivamente, luego de huir del verdugo se le
hizo imposible trabajar para algún rey. Sin
embargo, consiguió una changa limpiando
el popó, el pipí y alimentando a los anima­
les en una reserva natural de la ciudad.
Solicité refuerzos y me mandé hacia la
reserva. Lindo lugar: en un ambiente sil­
vestre convivían, entre otros, ranas con
coronitas, un ruiseñor chino, una sirenita
enamorada y una princesa con piel de asno
para que los turistas les sacaran fotos. Pero
yo no andaba de turista, así que luego de
preguntar dónde podía encontrar al joven­
cito, me indicaron que le estaba dando maíz
a una gallina que ponía huevos de oro.
Haciendo como que mi libretita (¡Tan

781
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

dúctil ella!) era una guía para recorrer la


reserva, me le fui acercando sigilosamen­
te. Al notarme, la gallina comenzó a caca­
� rear y él se percató de mi presencia.
-¡Yo no lo secuestré! -gritó al
reconocerme (¿Seré tan famoso?).
Soltó la bolsa con maíz y se
dio a la fuga. Intenté perseguirlo,
pero pisé tres huevos de oro que
había puesto la gallina y me fui en
banda. Luego de dedicarle varios insultos
a la gallinita y su madre, me puse de pie y
corrí tras el ex cazador.
Me llevaba ventaja. Era más joven y
ligero que yo (tanta pizza delivery me ha
puesto pesado). Pero la suerte, ¡por fin!, me
dio una mano: en su huida, el muchacho
no vio que se le cruzaban siete cabritos y
tropezó con ellos. Le caí encima con todo
el peso de mi cuerpo (casi lo dejo como un
naipe) y fue sencillo esposarlo.
-¡Queda arrestado por el secuestro
de Príncipe Encantado! -canté victoria,
y al ver llegar mis refuerzos, más agran­
dado que calzón de rinoceronte, añadí:
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Muchachos, llévenlo a la Central, ahí


tendré una charlita con este delincuente.
-¡Soy inocente! ¡No lo secuestré! -re­
petía él mientras se lo llevaban.
Eso mismo decía cuando lo tuve senta­
do en mi despacho.
Era casi un adolescente. Bonitón, rubio
y de ojos verdes (parecía el héroe de un
cuento y no el malvado, pero como ya dije:
uno jamás deja de sorprenderse).
A esa altura, se me había acabado la
chocolatada. No conseguí fichas para sacar
una de la máquina que hay en la Central.
Mi lapicera no aparecía y nadie quiso pres­
tarme una de más. Tuve que cambiar el
churro por uno relleno con dulce de leche
(con este caso mi libretita terminaría hecha
un asquete, debería meterla al lavarropas).
Me senté frente a él poniendo los pies
sobre el escritorio, para demostrar seguri­
dad y aplomo.
-¿Dónde tiene al príncipe? -lo apreté.
-¡No sé de qué me habla! -Llora•
ba como descosido, le pasé un pañuelo y
cuando me lo devolvió se lo recibí con la

ªº'
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

engrampadora (¡Hizo un enchas­


tre en ese pobre pañuelo!).
-Sus lágrimas no me con­
vencen. Usted mismo se dela-
tó: nadie sabía del secuestro...
-Yo sí -aseguró.
-¿Cómo se enteró?
-Porque yo se lo dije -respon-
dió Blancanieves, quien parada en la en­
trada a mi oficina, bostezaba.
-¿Por qué? -le pregunté, sin entender
qué cornos hacía ahí, además de bostezar.
-Porque... ¡nos amamos! -respondió
y corrió a guarecerse en los brazos del de­
tenido.
¡Sonamos!, pensé. La princesa y este
son cómplices del secuestro. Con su carita
pálida y mejillas de rosas, me hizo entrar
por el aro como perrito de circo.
-Nos conocemos desde niños -admi­
tió ella-. Su padre era el jefe de cazado­
res del castillo y él fue mi compañero de
juegos. Cuando crecimos nos dimos cuen­
ta de nuestro amor. Pero nadie lo sabía
porque...

la1
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Una princesa no puede amar a un ca­


zador -completó el muchachito y otra vez
se largó a llorar (le pasé las páginas de un
expediente para que se sonara la nariz; las
convirtió en pegajosos e inmundos bollitos).
Ahí supe qué era ese "algo" que había
pasado entre la princesa y el cazador en el
bosque, y que el espejo aunque mágico no
había podido adivinar.
-Cuando la reina me ordenó llevar­
la al bosque para matarla, tramamos un
plan. Ella se ocultaría mientras yo volví al
castillo con los pulmones y el hígado de un
lechoncito que compré, en un súper.
-Pero la tipa no se chupaba el dedo y
descubrió todo -completé.
-Cuando hui del verdugo, corrí a bus­
carla -prosiguió el llorón-. Escaparíamos
juntos, pero al no hallarla en el lugar donde
nos separamos, me adentré en el bosque.
A..hí alguien me atacó sorpresivamente.
-¿Quién?
-No lo sé, porque me desmayó de un
:mamporro. Cuando desperté me habían
dejado como hube llegado a este mundo y
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

me habían robado mi anillo...


Blancanieves se miró la sortija que os­
tentaba en un dedo. Rápido como parpa­
deo de mosca, se la arrebaté.
-P. E. -leí las letras que tenía inscrip­
tas-. ¡J'or casualidad su nombre es Pedro...?
- Pedro Esteban -completó el
muchacho.
-Príncipe Encantado me lo
dio para sellar nuestro compromi­
so -me recordó Blancanieves; la
confusión parecía haberla espabila­
do finalmente.
-Pero es mío -aseguró el otro y de
vuelta a llorar. Con una tijera comencé a cor­
tar retazos de la alfombra y se los fui dando
para que se soplara la mocarrera (¿Cuánto
moco puede caber dentro de una nariz?).
-No sabía que este anillo era tuyo,
amor -dijo ella, apabullada como quir­
quincho en fábrica de charangos.
Yo también me sentía como ese quir­
quincho.
En ese momento, a mi despacho entró
Sam diciendo:
.¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Averiguamos algo que, creo teniente,


podrá servirle.
Me entregó un informe y una fotogra­
fía. Lo leí rápida pero atentamente.
Me encanta resolver sopas de letras ti­
rado bajo el sol en una playa, no en mitad
de una investigación que se había vuelto
un ovillo de virulana.
Lo que acababan de entregarme suma­
ba más confusión al matete que ya tenía en
la cabeza. Revisé las anotaciones escritas
con chocolatada en mi libretita (¿Qué sería
de mí sin vos, libretita?) y por algo que aún
no puedo explicar, mi mirada de lupa se
detuvo en un dato.
Cuando estábamos en la habitación de
Encantado, Blancanieves había detectado la
falta de unos pantalones, un par de botas,
una camisa, un sacón y una maleta.
"Cuando a alguien lo secuestran, ¿le
piden que arme la valija o se lo llevan con
lo puesto?", me pregunté.
-Un segundo -pedí a la parejita y me
ocupé de hacer una última llamada.
No me tomó mucho tiempo. Sabía qué
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

debía preguntar a la amable señorita que me


atendió del otro lado de la línea. Luego de
averiguar unos datos (o confirmarlos), corté.
En mi libretita busqué la descripción
que Blancanieves me había dado de su fu­
turo prometido (me costó: tenía los dedos
pegoteados con dulce de leche, que no es
tan bueno como el chocolate para tomar
notas). Luego de releer su retrato ha­
blado lo comparé con la foto que
me entregó 8am.
No tenía dudas, pero aún
faltaba una confirmación para
estar seguro de que no me estaba
equivocando.
-Princesa, mire lo que encontramos
en nuestros registros.
-Oh, es una foto de Encantado -dijo
ella al ver la imagen que le había pasado.
-Lo es y no lo es -me hice el canchero.
-¿A qué se refiere?
-¡A que ya sé quién secuestró al Prín-
cipe Encantado! -celebré.
-¿Quién? -preguntaron, uno llorando,
la otra, bostezando ¡otra vez!

las
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Cuando lleguemos, se los explico.


-¿A dónde vamos? -quiso saber ella.
Mirando mi reloj pulsera, respondí:
-¡Al aeropuerto! ¡Aún estamos a tiempo!
1 Vuelo a Yvivieronfelices 1

POR EL ESPEJO RETROVISOR descubrí que


nos seguían en caravana. Supe quiénes
eran nuestros persecutores por el tamaño
de los vehículos en que venían, casi pega­
dos al móvil que conducía a toda velocidad
rumbo al aeropuerto. No había tiempo de
detenerlos y, quién lo sabía, tal vez hasta
podrían prestar alguna ayuda.
Las siete y veinte de la tarde. El ae­
ropuerto era un hormiguero, pero entre
el gentío distinguí a varios policías de
civil. Habían llegado al lugar como parte
del mega operativo que ordené desplegar
para detener al secuestrador de Encan­
tado.
Junto a Blancanieves y Pedro Esteban
nos paramos bajo el panel de informes.
La partida del último vuelo a Yvivieron­
felices sería en cinco minutos y los pasa­
jeros estaban embarcando por las puerta
siete.

ls1
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Hacia allá corrimos los tres. Se nos su­


maron quienes nos habían seguido mien­
tras íbamos al aeropuerto.
-¡Los "ena"! -gritó Blancanieves, ale­
gremente sorprendida.
-Luego se saludan -decreté otean­
do la fila de pasajeros frente a la puerta
siete.
Uno de los viajeros nos detectó. Usa­
ba lentes oscuros, un pasamontañas y sos­
tenía una valija. Creyendo que no lo veía,
intentó ganar puestos en la hilera, pero
quienes tenía delante de él se lo impidie­
ron llenándolo de maldiciones.
El sujeto buscó perderse entre las
miles de personas que recorrían el aero­
puerto. Lo seguí, con la princesa, Pedro Es­
teban y los septillizos pisándome los talones.
Intentó colarse por la puerta que lo lle­
varía a algún avión a punto de despegar.
-¡Deténganlo! -ordené justo cuando
cerraban la puerta.
Los policías de civil corrieron como lie­
bres y lograron apresarlo. El tipo luchaba
para liberarse, pero eran más que él.

sal
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¡Usted no va a ninguna parte! -dije


cuando, agitado y con el corazón en un pie,
llegué a ellos.
De un manotón, le saqué el pasamon­
tañas que cubría su rostro.
-¡Príncipe Encantado! -exclamaron
Blancanieves y los siete "ena".
-Los corrijo: Etelevino Papardelle o
mejor conocido por su firma E. P.
-¡Príncipe Encantado! -repitieron la
joven y los septillizos.
-Que no. Se trata de un famoso ladrón
y ahora, extorsionador de una princesa.
-No sé cómo lo hizo -me dijo el tipo
lanzándome relámpagos por sus ojos-.
Pero debo felicitarlo: solo alguien sagaz e
inteligente pudo desbaratar mis planes.
Aunque los halagos provenían de un
delincuente, me sentí honrado.
-Irá a la cárcel acusado de extorsión a
una princesa de cuento, delito por el cual
el Código Penal tiene como pena la cadena
perpetua. Muchachos, dispongan de él.
Los "ena" pensaron que les daba rienda
libre a ellos para descargar su rabia contra

gol
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?
1 i

¡ I 1
el estafador. Tal cual habían hecho conmi­ 1 1

go cuando me descubrieron en su cabaña,


le cayeron como una lluvia de hombrecitos
iracundos.
-¡Por dejarnos sin servicio domésti­
co! -le decían mientras lo atiborraban de
trompaditas, pataditas y mordizconcitos.
La frágil y somnolienta Blancanieves
se les sumó.
-Esto es por hacerme creer que eras
un príncipe -y le metió una pateadura
allá abajo que lo tiró al piso.
-Y esta por aprovecharte de mi
amada -agregó Pedro Esteban y
lo llenó de pisotones hasta en las
pestañas.
Los dejé hacer. ¿Quién decía
que si intentaba detenerlos no me
llevaba un sopapo de regalo? (O lo
peor, lastimaban a mi delicada libretita).
Consideré que era suficiente:
-¡Basta o los detengo por agresión!
-Nos volveremos a ver -me amenazó
Etelvino Papardelle y se lo llevaron esposado.
A un costado, los "ena" hacían una ron-
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

da en torno a Blancanieves y su verdadero


amor, que se dieron un beso de fin de cuen­
to que ni les cuento.
Él, como ya era de esperarse, lloraba
como una esponja. Ella, cayó plácidamente
dormida en los brazos del muchacho.
Fue emocionante, si hasta se me escapó
un lagrimón que enjugué con la tapa de mi
libretita (ella sabe que soy sentimental).
Desde el aeropuerto, llamé a mi jefa.
-El caso ¿Quién secuestró al Príncipe
Encantado? fue resuelto -le dije.
-¡MENOS MAL!
-Y recién son las... -miroteé mi re-
loj-... ocho de la tarde.
-ME DA TIEMPO COMO PARA IR A
ARREGLARME PARA MI CI TA. M AÑA­
NA ME PASA UN INFORME DETALLÁN­
DOME TODO.
Y cortó.
Resulta que un delincuente me había
alabado y ella ni un "Lo felicito, tenien­
te" o al menos un "Gracias por hacer que
pueda llegar a tiempo a mi cita impos­
tergable" (¡Esa mujercita tenía el corazón
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

de roca, era peor que una madrastra de


cuento!).
Preferí volver a casa. La sopa de pollo
sin pollo de mami me recon-
fortaría. Pero todavía ese
día me deparaba enfrentar
un reto más: conocer a su
novio.
Ese viudo o solterón a
quien desde esa noche ¿debería comenzar
a llamar papá?
1 ¿Quién secuestró 1
al Príncipe Encantado?

ESTABA CANSADO COMO TORTUGA luego


de un pentatlón. Lo único que deseaba era
darme una ducha para luego tirarme de
bombita en la cama.
Al llegar a casa, fui recibido por la ale­
gría descontrolada de mami y el aroma de
su sopa de pollo sin pollo.
-¡Llegaste!
-Sí, mami, llegué...
En ese momento dejé de lado el cansan­
cio. Y tomando coraje, cedí a mi egoísmo:
-Tu felicidad es mi felicidad, mami. Si
querés volver a casarte, yo te...
-¿¡Casarme!? -me miró como a quien
camina por la cuerda floja-. Con tu padre
ya tuve suficiente para esta y dos vidas más.
Aquí el que se tiene que casar sos vos...
-¿Dijiste?
Mientras me arrastraba como un tsuna­
mi a la sala, me decía:
"QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Tengo una amiga de Internet que


casualmente vive en esta ciudad. Ella es solte­
rona como vos y le dije que cuando viniera a vi­
sitarte, organizarla una cena para presentarlos.
-Mami, hoy ha sido un día terrible. ¡Y
no soy un solterón!
Me empujó y entré a la sala trastabi­
llando. Al vernos, su amiga de Internet y
yo gritamos:
-¿QUÉÉEÉÉ?
Frente a mi estaba ¡la comisaria ins­
pectora Trémula Vozarrón!
Sí, esa mujercita antipática que desde
la mañana me sometía a su hostilidad y
voz de volcán en erupción.
¡Yo era su cita impostergable!
-Ella es Trémula y él es Fabulito -nos
presentó mami-. Voy a ver cómo está la
sopa de pollo sin pollo, los dejo para que se
conozcan -y se fue saltando en una pata.
El silencio construyó un muro de cien
metros de ancho. De un lado estaba yo; del
otro, mi jefa.
-Su madre cree que soy criadora de
conejos, no le dije cuál es mi profesión
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-me alertó entre dientes ella (al menos ya


no gritaba).
-Tampoco sabe que soy policía -mur­
muré-. Le digo que soy cosmetólogo, para
no preocuparla, vio.
-De lo contrario no se hubiera
producido esta situación tan tan ...
-¡Pesadillesca!
Mami volvió de la cocina.
-¡Ayyyyy, ya están conversan­
do! Voy a arreglarme, porque con todo
lo que tuve que hacer en esta casa digna
de un solterón ni tiempo de peinarme me
quedó. Ya vengo, ustedes... -con una fuer­
za increíble nos empujó de modo que mi
jefa y yo quedamos hechos uno-... ustedes
sigan entrando en confianza.
Cuando se fue, pusimos la mayor dis­
tancia posible entre nosotros. Ella se sentó
en un sillón, yo me paré cerca de la ven­
tana (en cualquier momento me fugaría
como un vulgar delincuente).
El silencio ahora levantó un rascacie­
los de doscientos pisos. En el sótano estaba
yo; en la azotea, mi jefa.
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Ya que estamos cuénteme cómo descu­


brió que el secuestrado era su propio secues­
trador -la mujercita disipó tan molesta paz.
Saqué mi libretita, ante lo cual ella co­
mentó:
-Linda su libretita. Yo uso un cuaderno...
Empalidecí. Temía que mami también
quisiera ennoviar mi libretita con el cua­
derno de mi jefa (de solo pensarlo, me dio
dolor de muelas).
-Fue un caso complejo. Lleno de se­
cretos y confesiones a medias -recono­
cí-. Me la pasé tachando sospechosos de
mi lista. Primero estaban los enanitos. Te­
nían motivos para secuestrar a Encanta­
do: los había dejado sin servicio doméstico
gratis y efectivo.
-¿Pero qué ganaban con secuestrarlo?
¿Necesitaban lo que se pedía como resca­
te? ¿Ese era su modo de vengarse de Blan­
canieves por haberlo dejado luego de que
la acogieron en su casa y la cuidaron aún
muerta?
-Cuando respondí esas preguntas,
pasé a sospechar de alguien que ellos me

981
l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

señalaron: el espejo mágico de la ma­


drastra de Blancanieves. Había quedado
como instigador de los reiterados intentos
de asesinato de la joven y terminó en el
,manicomio. Ya había logrado escapar de
ese lugar, pero me aseguraron que no se
fugó el sábado para cometer el secuestro
ni tampoco hoy para lanzar la piedra con
la nota de rescate por una ventana
del castillo de la princesa.
-¿Y si tenía un cómplice?
¿Quién podía decir que con el
dinero que se pedía por devolver
sano y entero al novio, no se escapa­
rían para irse a disfrutarlo en otro país?
-Lo pensé, pero él mismo me llevó
tras quién pasó a ser el tercer sospechoso:
el ex cazador del reino. Había perdido toda
posibilidad de hacer una carrera por per­
donarle la vida a Blancanieves. ¿Una ven­
ganza económica sería su indemnización?
-De algún modo ella había afectado
las vidas de todo ellos -dedujo Venta­
rrón-. ¿Y si todos eran los secuestrado­
res? ¿Podrían haber estado complotados?

1001
.¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

Me estaba poniendo a prueba (¡Ade­


más de desconsiderada y áspera, era tram­
posa!). Pero yo tenía todas las respuestas
anotadas en mi libretita (¡Sos como la ar­
madura de este caballero andante!).
-Lo único que tenía al iniciar el caso
era ese cuarto todo desordenado, en cla­
ra intención de simular la resistencia a un
secuestro, y la firma en la nota de resca­
te: E. P. Luego de mucho machacar, los de
Científica descubrieron, por pedido mío,
que eran las iniciales de Etelvino Papar­
delle, un asaltante que merodeaba en el
bosque. A quienes se internaban ahí, los
desmayaba para robarles.
-Eso hizo con el ex cazador, a quien le
birló en anillo con sus iniciales: P. E.
-Así fue, jefa. Por casualidad, luego de
robarle pasó frente a la cabaña de vacacio­
nes de los enanos y halló el ataúd con Blan­
canieves. Los septillizos habían labrado en
oro que adentro yacía una princesa, con lo
cual le dieron una valiosa información. Los
convenció de que se había enamorado de
ella y los tipitos le dieron el cofre ...

1101
tQUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-¿Y qué pretendía hacer con eso?


-El muy ladino seguro pensaba ven-
derlo en el mercado negro: se paga muy
, bien por algo como un ataúd con una prin­
cesa adentro. Pero cuando ella, accidental­
mente revivió, le resultaría mejor negocio
casarse con la joven. Eso ocurrió hace dos
semanas, el mismo tiempo que según el
informe no se tenían noticias de los asal­
tos de Papardelle...
-Cuando pasó a llamarse Príncipe
Encantado.
-Exacto. Por eso, cuando buscamos
en el censo poblacional no aparecía un
príncipe con ese apellido y tampoco había
datos de alguno que perdiera su reino a
causa de un encantamiento. ¡Eran la mis­
ma persona!
-¿Y cuándo empezó a cerrarse el cír­
culo, teniente?
-Cuando detuve al ex cazador y en mi
despachó apareció la princesa. En ese mo­
mento, el muchacho reconoció como suyo
el anillo que el chorro ese le había dado
como compromiso a ella y que le hubo

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l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

robado a él hacía poco. Confirmé que Papar­


delle y el falso príncipe eran la misma per­
sona cuando Blancanieves vio la foto que
habíamos hallado en nuestros registros.
-¿Y dónde estuvo desde el sábado el
falso príncipe?
-En el informe decía que luego de dos
semanas de inactividad, Papardelle había
cometido tres asaltos en el bosque, a don ;.
de se escondió.
Ella hizo un gesto que bien podía ha­
ber significado: "¡Qué bien", pero ella me
había demostrado que era incapaz
de reconocer mi habilidad. En­
tonces, preguntó:
-¿Cómo supo que lo atra­
paría en el aeropuerto?
-La princesa me había dicho
que se irían de Luna de Miel a Yvivie­
rmifelices. Cuando llamé a la agencia don­
de habían contratado el viaje, solo había
un pasaje emitido a nombre de Príncipe
Encantado y con fecha de hoy. El chanta­
jista pensaba irse en el vuelo de las siete
y media y esperar lo más pancho en esa

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11.QU IÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

isla a que en el banco depositaran el di­


nero por el rescate de un secuestrado que
jamás había sido secuestrado.
-¿Mañana no habrá ceremonia de pe­
dido de mano?
-La habrá -recalqué eufórico-. En un
hecho sin precedentes, el ex cazador se com­
prometerá públicamente con la princesa. ¡La
verdad triunfó sobre la mentira y el verda­
dero amor venció barreras! (soné anticuado,
pero acepten que fue otra frase gloriosa).
-Pues, teniente... -mi jefa se paró y
fue acercándoseme-. Debo felicitarlo.
Me dejó de una pieza. ¡Por fin había
demostrado que por su cuerpito escJálido
corría una gota de sangre!
Me dio la mano como se la darían dos
recios bomberos tras extinguir un incen­
dio. Así nos sorprendió mami.
-¡Tomaditos de las manos! Si llego a
demorar más, los pesco a los besos -feste­
jó y ambos nos pusimos como calamares-.
¡A la mesaaaaa, tortolitos!
Nos sentamos. Yo en una punta; mi
jefa, en el otro extremo.

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l¿QUIÉN SECUESTRÓ AL PRÍNCIPE ENCANTADO?

-Tiene un hijo brillante -comentó la


comisaria inspectora y se llenó la boca con
sopa de pollo sin pollo.
-Sí, por lo que me ha contado, hace
unos maquillajes de novia divinos -agre­
gó mami. Quién dice que él te maquille
cuando te cases... ¡o se casen!
El comentario hizo que la sopa de po­
llo sin pollo me supiera a alquitrán.
Para disimular suspiré:
-Ay, todo a su tiempo.
Y pensé que, aunque jamás
me casaría con aquel monumen­
to a la grosería y el grito pelado,
debería pasar varios días junto a ella
como si fuésemos un matrimonio.
Pero yo ya estoy casado.
Con mi profesión.
Y aunque no me dé besitos, ya tengo
una compañera inseparable.
¡Mi adorada e infalible libretita!

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1 Fabián Sevilla 1

HOLA. ME LLAMO FABIÁN SEVILLA y soy el


autor de esta novela.
Te cuento que nací en 1970, en Men­
doza, Argentina. Ahí vivo, escribo y tra­
bajo en un diario como periodista.
Actualmente, mis obras de teatro y
cuentos aparecen en libros de editoria­
les argentinas y de otros países, como
EE.UU. , Chile, Puerto Rico y México.
Me fascina escribir novelas de terror.
Algunas de las que he publicado son
¡Socorro, me persigue una momia!, Terror
en el baile de disfraces, Un fantasma en mi
espejo; y Terror en el viaje de egresados.
Ilustrado por Alberto Pez publiqué en
Salim el policial ¿ Quién mató a a la
madrastra? Seguro dirás: ¡Pero este lo
único que hace es escribir! Y yo te digo,
también me gusta leer (los cuentos con
dragones, princesas y príncipes son mis
favoritos) y leerle a los demás (especial­
mente a los chicos); también me gusta
mucho ver pelis de terror (las orienta­
les me matan de miedo) mientras como
pizza o empanadas.

1107
1 Alberto Pez 1

ALBERTO PEZ NACIÓ HACE MUCHOS AÑOS


en la provincia de San Juan.
Desde muy chico supo que quería
hacer de su vida: jugar en la primera
de Boca o ser dibujante.
Cierta incapacidad en el manejo del
balón no le permitió cumplir con su
primer deseo.
Empeño, voluntad y disciplina, lo
ayudaron a conseguir el segundo, que
le permite alimentar a sus cinco gatos, a
quienes ama por sobre todas las cosas.
Pez también escribe y dibuja sus
propios textos, dos hasta ahora: Tecitos
de lágrimas de Dragón y Hotel Candelabro.
Pero junto a su amigo, el ilustrador
Roberto Cubillas, ha creado muchos
más entre los que se encuentran: Un
regalo delicioso, La vida secreta de las
pulgas y Cumplezombi; Mateo conoce y La
casa de mi vecino.

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1 Índice 1

'º' ■1 no has oído sobre mí 5

Pedido de mano 7

La declaración de Blancanieves 19

Papel higiénico revelador 33

Reflexiones en chocolatada 45

La declaración de los siete 11ena11 51

La declaración del espejo mágico 65

La declaración del cazador 77

Vuelo a Yvivieronfelices 87

¿Quién secuestro al Príncipe Encantado? 95

Fabián Sevilla 107

Alberto Pez 109

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