TCC Depresià N Keegan
TCC Depresià N Keegan
TCC Depresià N Keegan
Eduardo Keegan
Breve historia del desarrollo de los modelos cognitivo-conductuales de la depresión
Los modelos cognitivos se derivan del trabajo de Ellis (1962) y de Beck (1967), pero fue el segundo
quien influyó de modo decisivo en la teorización y tratamiento psicológico de la depresión. Beck se
formó como psiquiatra y también como psicoanalista en los años ‘50. Integró una generación de
colegas que esperaban que la investigación empírica diese al psicoanálisis un rigor metodológico y
científico acorde con su densidad psicológica. Su trabajo sobre los sueños de las personas
depresivas está inscripto en el marco de estos intereses de época: poner a prueba empíricamente
dos hipótesis psicoanalíticas alternativas sobre la génesis de la depresión.
Influido por el pensamiento popperiano, Beck abandonó dicha empresa observando que no le era
posible falsar ninguna de las dos hipótesis en juego. Sin embargo, optó por indagar ese mismo
fenómeno desde una nueva perspectiva. Así, propuso que los sueños de las personas deprimidas
se caracterizaban por un mayor número de contenidos negativos que los sueños de las personas
no deprimidas –hecho que demostró empíricamente- debido a que el sueño reflejaba el modo en
que esas personas percibían su realidad. Vemos aquí el germen de una de las ideas angulares del
modelo cognitivo: no sufrimos por los eventos que nos ocurren, sino por la significación que les
asignamos. La persona deprimida revela en sus sueños el modo negativo en que se ve a sí mismo y
a su circunstancia.
Beck desarrolló un modelo teórico (Beck, 1967, 1976) y un tratamiento de la depresión (Beck,
Rush, Shaw y Emery, 1979), con una buena base empírica y con resultados comparables a los de
los antidepresivos, el patrón de comparación terapéutica de la época. La terapia de Beck tenía la
ventaja adicional de no tener los efectos adversos ni los riesgos clínicos de los antidepresivos de su
tiempo. Su “terapia cognitiva” incorporó las estrategias que habían desarrollado los terapeutas
conductuales (asignación gradual de tareas, incremento de la recompensa, activación conductual)
para la depresión.
Genéricamente basados en la teoría conductista del aprendizaje, los modelos conductuales ven a
la depresión como consecuencia de la pérdida, disminución o ausencia de recompensas, o bien
simplemente de la falta de habilidades para alcanzar las recompensas (por ejemplo, las
habilidades interpersonales requeridas para tener pareja o poder trabajar con otras personas).
Desde esta perspectiva, los eventos vitales negativos estresantes están asociados a la depresión
porque tienen consecuencias aversivas para la persona, ya sea en términos de las recompensas
que se pierden, o bien por su relación con otros fenómenos (por ejemplo, la autocrítica suscitada
por el evento negativo).
Para los distintos modelos conductuales la depresión puede ser el resultado de: la reducción de la
conducta positiva (por ejemplo, el paciente deja de realizar una tarea valorada), mantener una
conducta que ya no es tan gratificante (una relación o un empleo que han perdido atractivo), la
dificultad para recompensarse a sí mismo (tender a buscar motivarse por la autocrítica,
ascetismo), el autocastigo, la falta de habilidades sociales o de resolución de problemas, la escasa
asertividad que lleva al despliegue de conductas no gratificantes, la exposición a situaciones
aversivas (inclusive azarosas), la no contingencia de la conducta propia y los resultados (“no
importa lo que haga, nada cambiará”) o bien el conflicto relacional (Nezu, Nezu y Perri, 1989;
Lewinsohn, Antonuccio, Steinmetz y Teri, 1984; Lewinsohn, Munoz, Youngren y Zeiss, 1986; Rehm,
1990).
Uno de los modelos conductuales más conocidos fue propuesto por Lewinsohn, quien concibió a la
depresión como el resultado de una conducta pasiva, repetitiva y no recompensada (por ejemplo,
sentarse por horas a mirar televisión sin siquiera disfrutar lo que se ve ni prestarle demasiada
atención). La visión conductual tiende a invertir la opinión lega: ve a la depresión como
consecuencia y no como causa de esa conducta. Así, Albert Bandura (1977) propuso un célebre
aforismo para iniciar su tratamiento para la depresión “actúe bien antes de sentirse bien”. Esto es,
contrariar la clásica expectativa del paciente deprimido, que nos pide que hagamos que se sienta
bien en primer lugar para poder luego retomar su vida habitual. La terapia conductual considera
que la clave del manejo de la depresión consiste en hacer lo opuesto: activar la conducta valorada
y lograr que las recompensas asociadas mejoren el ánimo de la persona afectada.
Coyne (1989) planteó un modelo de recompensa interpersonal para dar cuenta de la depresión.
Según este modelo, el círculo depresivo se inicia con la queja de la persona deprimida, a lo que el
ambiente suele responder con reaseguro y con un incremento de la atención hacia esa persona, lo
que obra como recompensa de la conducta. Pero la queja continúa, y la preocupación centrada en
sí mismo característica de la persona deprimida lleva al rechazo de los otros, con la consecuente
disminución del apoyo social y las recompensas, lo que confirma el auto-concepto negativo. Las
personas deprimidas suelen rechazar la ayuda que reciben, lo que los vuelve aversivos a los ojos
de los otros y los expone a la crítica, exacerbando la situación. La implicancia clínica de este
modelo es alentar al paciente a disminuir la queja hacia los otros y en su lugar incrementar la
recompensa hacia las personas de su entorno.
Los tratamientos conductuales enfatizan que las personas deprimidas suelen alejarse de las
conductas que los conducirían a sus objetivos valorados a fin de evitar experiencias emocionales
negativas (evitación experiencial, Hayes, Strosahl y Wilson, 1999). Así, se verían beneficiados por
poder aceptar esas emociones negativas, en lugar de buscar suprimirlas, y podrían reducirlas por
la vía de contemplarlas sin actuar en consecuencia, como propone justamente la meditación
vipassana o mindfulness.
En línea con estas ideas, los modelos conductuales contemporáneos proponen una revisión del
tradicional enfoque ABC del modelo cognitivo inicial de Ellis. Si el ABC del modelo cognitivo es
Antecedente, Creencias (Beliefs), y Consecuencias, para el modelo conductual es Antecedente
(“miedo a ir a una fiesta”), Conducta (Behavior) (“quedarse en casa”), y Consecuencia (reducción
de la ansiedad como resultado de la evitación).
A continuación presentamos una sinopsis del programa de activación conductual propuesto por
Kanter, Busch y Rusch (2009):
Sesión 1
Hacer la historia clínica del paciente, presentar el fundamento racional del tratamiento, iniciar el
monitoreo de la actividad y la evaluación de los valores del paciente, y asignar una tarea de
activación sencilla si es posible.
Sesiones 2-4
Sesiones 5 y subsiguientes
Continuar con la activación simple, y realizar una evaluación funcional basándose en el éxito o
fracaso de la activación simple. En caso de que todo vaya bien se continúa con la activación como
hasta el momento. En caso contrario, se apela al control de estímulo (para pacientes cuyo
principal problema es olvidar realizar las actividades planeadas), al entrenamiento en habilidades
(para pacientes con repertorios conductuales limitados), al manejo de contingencias (favoreciendo
el cambio conductual con consecuencias / contingencias adecuadas), o bien la utilización de la
mindfulness (para pacientes que no realizan la activación debido a la tendencia a evitar emociones
negativas).
Sesiones finales (1 ó 2)
Prevención de la recaída.
Dykman & Abramson (1990) atribuyen el desarrollo de los abordajes cognitivos en psicopatología
a cuatro factores: a) la creciente popularidad que el paradigma de procesamiento de la
información tuvo en la psicología en general desde principios de los años ’60, b) el impacto de la
investigación básica en emociones, que demostró que los procesos cognitivos median las
reacciones emocionales, c) el carácter experimental de los abordajes cognitivos (a diferencia de los
abordajes psicodinámicos, y d) al desencanto creciente con explicaciones puramente conductuales
de fenómenos psicológicos.
Según Beck, la activación de los esquemas disfuncionales da lugar a distorsiones cognitivas. Las
distorsiones cognitivas son modos sesgados de percibir la realidad. La visión depresiva de la
realidad se caracteriza así por una visión negativa de sí mismo, del mundo y de los otros y del
futuro. Esta es la llamada tríada cognitiva. La tríada cognitiva de la depresión se activa, generando
los síntomas de la depresión reactiva. Emoción y cognición son interdependientes, de modo tal
que un cambio en la cognición puede producir un cambio en la emoción negativa. Siguiendo esta
lógica, el tratamiento de Beck apunta, entre otras cosas, a cuestionar los pensamientos negativos
de los pacientes, logrando modificar el ánimo negativo como consecuencia de la flexibilización de
la percepción de la realidad.
Esquemas Negativos /
Actitudes Disfuncionales
La idea de que los esquemas permanecen latentes también fue cuestionada por la investigación
posterior. Al administrar la Escala de Actitudes Disfuncionales (DAS, Weissman y Beck, 1978), las
personas con historia de depresión respondieron de modo idéntico a las personas sin historia de
depresión. Pero ante una experiencia de activación del ánimo negativo rápidamente mostraron
puntajes más elevados que las personas sin historia de depresión. Esto ha sido interpretado de
distintos modos, con algunos autores (Teasdale, 1988, Teasdale y Barnard,1993) que sugieren que
lo que gatilla los episodios es el modo en que una persona reacciona ante la experiencia de un
ánimo negativo. Teasdale llamó a esto “hipótesis de la activación diferencial”: las personas con
historia de depresión reaccionan cognitivamente de forma extrema cuando experimentan ánimo
negativo. La terapia cognitiva reduciría esta reactividad, aumentando la resiliencia de la persona
ante la adversidad, contribuyendo de ese modo a la prevención de la recurrencia.
Beck describió algunas distorsiones cognitivas o errores lógicos característicos en las personas
deprimidas. Si bien el concepto de distorsión ha sido cuestionado, como señalamos
anteriormente, no cabe duda de que estos sesgos en el procesamiento de la información están
presentes en las personas deprimidas. Estos son la generalización excesiva, la maximización y la
minimización, la personalización, el pensamiento catastrófico, la inferencia arbitraria, la
abstracción selectiva, el pensamiento dicotómico y la adivinación del futuro.
La generalización excesiva consiste en derivar una regla general sobre la base de una experiencia
única (negativa). La maximización de lo negativo y la minimización de lo positivo conducen,
naturalmente, a conclusiones negativas y a un ánimo decaído. La personalización es un sesgo por
el cual la persona afectada relaciona con su persona eventos negativos que no guardan relación
real con ella. El pensamiento catastrófico es la tendencia a asumir que de todos los desenlaces
posibles de un evento el más probable es el más negativo. La inferencia arbitraria consiste en
sacar una conclusión (negativa) sin tener evidencia o bien en contra de ella. La abstracción
selectiva consiste en sacar una conclusión negativa focalizándose en un aspecto negativo de la
situación, desatendiendo a otros aspectos, neutros o positivos. El pensamiento dicotómico, o
pensamiento blanco-negro, es una forma de pensar caracterizada por extremos (“o soy un éxito o
soy un completo fracaso”). La adivinación del futuro, por último, es la convicción interna de que se
conoce por adelantado lo que habrá de ocurrir, descontando que será negativo.
Desde el punto de vista de las estructuras cognitivas, la depresión se caracteriza por creencias
desadaptativas sobre la pérdida y el fracaso. Desde el punto de vista del procesamiento de la
información, en la depresión se observa un procesamiento incrementado de lo negativo y la
exclusión de la información auto-referencial positiva, un estilo atributivo caracterizado por
atribuciones globales, estables e internas ante los eventos negativos (o al menos significados como
tales). La atención se focaliza sobre el sí mismo y reduce la atención a estímulos externos
(reduciendo la posibilidad de detectar estímulos positivos, que contradigan la visión negativa de sí,
de mundo y/o del futuro).
La vulnerabilidad a la depresión
La diferencia entre estos modelos y el modelo beckiano es que la teoría de la atribución y la teoría
de la desesperanza, en lugar de apelar a explicaciones basadas en la distorsión y los esquemas
latentes, plantean que al enfrentar eventos negativos las personas vulnerables implementan cierto
estilo inferencial (estilo cognitivo negativo) que produce el síndrome depresivo. Dado que las
personas recuperadas de la depresión no muestran mayor adhesión a creencias disfuncionales que
las personas sin historia de depresión –como debería ocurrir en caso de que tuvieran esquemas
depresogénicos latentes- estas teorías creen que la clave reside en cómo se responde a la
experiencia del ánimo negativo.
Figura 2. El modelo de depresión por desesperanza
Tanto la teoría de la activación diferencial de Teasdale (1988) como la teoría de la depresión por
desesperanza postulan que habría una asociación aprendida entre la experiencia de ánimo
negativo y un procesamiento de la información problemático. Esto se vio corroborado en
experimentos de inducción de ánimo negativo (Miranda y Persons, 1988, Miranda, Persons y
Byers,1990).
El proyecto Cognitive Vulnerability for Depression (Alloy et al, 2000) realizado conjuntamente por
las universidades de Temple y Wisconsin puso a prueba el modelo de depresión por desesperanza,
examinando las hipótesis sobre la vulnerabilidad cognitiva a la depresión, uno de los puntales de
los modelos cognitivos de diátesis-estrés para esta patología. El estudio examinó tres hipótesis: a)
¿son los estilos cognitivos negativos factores de riesgo para la depresión mayor?, b) ¿crean los
estilos cognitivos negativos vulnerabilidad tanto para los primeros episodios depresivos como para
las recurrencias?, y c) ¿son los estilos cognitivos negativos factores de riesgo específicos para la
depresión?
Las tres hipótesis fueron confirmadas en un estudio que tuvo la gran novedad metodológica de ser
prospectivo en lugar de retrospectivo. En efecto, la mayor parte de la investigación en depresión
ha sido realizada en personas que padecen o han padecido un episodio depresivo. El CVD, en
cambio, se propuso estudiar dos muestras conformadas por personas jóvenes que tenían baja
vulnerabilidad o alta vulnerabilidad a la depresión según los resultados de una serie de
instrumentos de evaluación psicológica, pero que no estaban deprimidos al inicio del estudio. El
CVD apuntó a predecir quiénes se deprimirían con mayor probabilidad según las hipótesis puestas
a prueba. El éxito del estudio dio un fuerte respaldo al papel de los estilos cognitivos en la
vulnerabilidad a la depresión, reforzando la importancia de su modificación en el tratamiento de la
patología depresiva.
En una línea afín a lo que acabamos de mencionar, Susan Nolen-Hoeksema (1991) observó que el
modo en que una persona responde a sus primeros síntomas depresivos incide sobre su
intensidad y duración, así como sobre la posibilidad de que sufra un episodio depresivo completo.
Las personas que se concentran en sus síntomas depresivos estarán más afectadas que las que no
lo hacen. Así, las personas deprimidas no difieren solamente en lo que hace al contenido de su
cognición –como sostuvo Beck-, sino también en el modo en el que lidian con el ánimo negativo.
Una característica central es la tendencia a centrar la atención sobre sí ante la experiencia de
ánimo negativo. Se define a la rumiación depresiva como un estilo de pensamiento caracterizado
por pensamientos repetitivos acerca del presente malestar personal, sus posibles causas y
consecuencias (“¿por qué me siento así?”, “¿por qué me va mal en todo?”, “¿cómo puedo seguir
así?”, “¿dónde me equivoqué?”, etc.).
Una importante consecuencia clínica de estos hallazgos es que cuando una persona está
deprimida resultará más beneficioso apartar la atención del sí mismo que tratar de realizar algún
tipo de corrección del proceso mental. En otras palabras, las estrategias introspectivas podrían
agravar en lugar de aliviar la rumiación. Así, los modelos cognitivos pasaron de prestar atención a
los contenidos de las cogniciones desadaptativas a incluir estrategias para contrarrestar los
procesos psicológicos disfuncionales característicos de la depresión. Estos nuevos modelos no
dejaron de interesarse por los fenómenos cognitivos estudiados por Beck y Ellis, pero sumaron a
ellos el interés por los procesos de evaluación del pensamiento mismo, esto es, la metacognición.
El modelo metacognitivo
El modelo desarrollado por Wells (2009) sostiene que las emociones de ansiedad y tristeza son
señales internas de una discrepancia en la auto-regulación de las amenazas al bienestar. Lo usual
es que estas emociones duren poco porque la persona implementa estrategias de afrontamiento
para reducir la amenaza y controlar la cognición. La patología mental ocurre cuando esas
respuestas emocionales se mantienen, y esto se debería a estilos y estrategias de pensamiento
que son disfuncionales. Wells (2009) denominó a esto Sindrome Cognitivo Atencional (SCA), un
modo de funcionamiento mental que involucra preocupación / rumiación, monitoreo de la
amenaza, estrategias disfuncionales de control mental y otras conductas (por ejemplo, la
evitación) que impiden el aprendizaje adaptativo. En otras palabras, el SCA es el resultado de
creencias metacognitivas erróneas que controlan e interpretan el pensamiento y los estados
emocionales. Así, según el modelo de Wells, la persistencia de las emociones y cogniciones
negativas es producto del SCA.
Para Wells, el modelo y el tratamiento metacognitivo de la depresión mayor se centra en la
comprensión y la remoción de las causas de la rumiación. La rumiación es un rasgo central del SCA,
que se activa en respuesta a pensamientos negativos, la tristeza, o experiencias de pérdida. En el
modelo metacognitivo los pensamientos automáticos negativos son gatillos de los aspectos
problemáticos de la metacognición, siendo estos últimos el blanco central de la terapia. El SCA
prolonga la tristeza y las creencias negativas, lo que lleva a episodios depresivos.
El modelo metacognitivo enfatiza que tanto la rumiación como la preocupación son estrategias
valoradas positivamente por las personas afectadas, que creen que son útiles para lidiar con las
emociones negativas y los eventos amenazantes. La rumiación es un proceso por el cual la persona
orientado a comprender el origen de la tristeza a fin de resolver el problema y ponerle fin. La
preocupación, en cambio, apunta a anticipar el peligro y hallar modos de evitarlo o reducirlo.
Cuando se vuelven frecuentes, estas mismas personas tienen la sensación de que se vuelven
incontrolables (“no puedo parar la máquina”, “no puedo parar de pensar en eso”, etc.).
Gatillo
Metacreencias Positivas
(selección de estrategias)
Rumiación
Metacreencias Negativas
(baja meta- percatación)
Depresión
Con
¿Para quién?
La terapia cognitiva no es una panacea y, por ende, no es un tratamiento adecuado para cualquier
persona deprimida ni para cualquier forma de depresión. Es importante tener presente, como
señalamos antes, que la terapia de Beck se desarrolló para pacientes con depresión reactiva,
episódica, sin síntomas psicóticos. Por lo tanto, es aconsejable evaluar si el paciente tiene las
características de las personas que responden bien a la terapia cognitiva (Padesky & Greenberger,
1995; Safran & Segal, 1990; Safran, Segal, Vallis, Shaw, & Samstag, 1993).
El perfil de los buenos respondedores es bastante previsible y es similar al de las personas que
responden bien a la psicoterapia en general. Las personas que mejores resultados obtienen con la
terapia cognitiva se caracterizan por: a) ser adecuadamente introspectivos y pueden razonar en
forma abstracta, b) ser organizados, planifican bien, y son responsables a la hora de cumplir con
sus responsabilidades, c) tener empleo, d) no estar excesivamente enojados, d) no ser dogmáticos
ni rígidos en su pensamiento, e) poder identificar un precipitante claro para su depresión, f) tener
una relación próxima con los otros. Por supuesto, esto no significa que los pacientes deban
cumplir con estas características algo ideales para responder a la terapia cognitiva, sino que su
pronóstico es mucho más favorable cuando las tienen.
Un aspecto que sí debe ser seriamente considerado por el terapeuta es la disposición del paciente
a realizar tareas entre sesiones, ya que ese factor está muy relacionado con el cambio terapéutico
así como con la durabilidad de las intervenciones en el post-tratamiento. Los pacientes muy
pasivos o excesivamente dependientes pueden tener dificultades para llevar adelante
exitosamente una terapia cognitivo-conductual.
l Activación conductual
l Componente cognitivo
Sesión 1
Evaluación general
Identificación de los problemas que motivan la consulta, indagar sobre todos los síntomas, evaluar
déficits cognitivos, conductuales e interpersonales, evaluar el grado de afectación funcional en lo
social, académico o laboral, administrar la batería de instrumentos psicológicos pertinentes (por
ejemplo, Inventario de la Depresión de Beck, Escala de Desesperanza de Beck, etc.), detección de
patología comórbida, evaluación del riesgo suicida y del abuso de sustancia, evaluar necesidad de
intervenir psicofarmacológicamente. Como tarea puede asignarse la lectura de Sentirse Bien, el
libro de auto-ayuda de D. Burns sobre terapia cognitiva de la depresión.
Esta sesión puede tener una mayor extensión temporal a fin de cumplir con todos estos objetivos.
En el Centro de Terapia Cognitiva de la Universidad de Pennsylvania suele realizarse una entrevista
de esta naturaleza de tres horas de duración. El terapeuta tratante recibe toda esta información
antes de iniciar la terapia propiamente dicha.
Sesión 2
Evaluar la tarea y el estado general del paciente, comunicar el diagnóstico, confeccionar lista de
objetivos terapéuticos, dar información al paciente sobre depresión y sobre terapia cognitivo-
conductual en general.
Intervenciones conductuales
Identificar los blancos de cambio conductual (déficits y excesos conductuales), explicar el rol de la
planificación de la recompensa y la planificación de actividades, alentar el incremento de la auto-
recompensa, alentar al paciente a disminuir el tiempo dedicado a la rumiación y a la conducta
pasiva y asocial, evaluar la necesidad de modificar la dieta, la higiene y el arreglo personal,
atracones, evaluar si el paciente padece insomnio y si es necesario intervenir sobre eso.
Intervenciones cognitivas
Tarea
Pedir al paciente que comience a registrar pensamientos y emociones, identificar sesgos, iniciar
planificación de actividades y llevar a cabo actividades placenteras, implementar asignación
gradual de tareas.
Sesiones 3-4
Enseñar y practicar la asertividad en sesión, aumentar el refuerzo positivo para con los otros,
aumentar los contactos sociales positivos, crear una red de apoyo, evaluar el auto-refuerzo
positivo, introducir habilidades para la resolución de problemas.
Intervenciones cognitivas
Tarea
Solicitar al paciente que use el Registro Diario de Pensamientos Automáticos (véase Figura 1),
asignar técnicas específicas para cuestionar los pensamientos automáticos y los supuestos
subyacentes, observar que el paciente continúe con la asignación gradual de tareas, el
entrenamiento en habilidades sociales, en la planificación de recompensas, en la resolución de
problemas y en la planificación de actividades.
Sesiones 5-7
Intervenciones conductuales
Intervenciones cognitivas
Tarea
Hacer que el paciente practique diversas técnicas para cuestionar supuestos y esquemas,
continuar la asignación gradual de tareas, la asertividad, la conducta recompensada, continuar
practicando las habilidades de comunicación y de resolución de problemas.
Sesiones 8–12
Intervenciones cognitivas
Tarea
Intervenciones conductuales
Intervenciones cognitivas
Continuar con el desarrollo de supuestos y esquemas más realistas, así como con el desarrollo de
autoafirmaciones positivas, revisar pensamientos automáticos de sesiones y tareas anteriores y
continuar cuestionándolos, planear la terminación del tratamiento, pedir al paciente que
identifique qué intervenciones resultaron útiles y cuáles no, examinar episodios depresivos previos
y pedirle al paciente que describa cómo enfrentará la depresión en el futuro.
Tarea
Hacer planes sobre cómo se enfrentarán los problemas en el futuro, hacer que el paciente se
asigne su propia tarea en este sentido, pedirle al paciente que indique sobre qué problemas habrá
de trabajar una vez que la terapia haya concluido.
Figura 1. Registro Diario de Pensamientos Automáticos Negativos
Estudios de Resultados
La terapia cognitiva ha demostrado en general ser tan eficaz con los antidepresivos, tanto los
tricíclicos como los inhibidores selectivos de recaptación de la serotonina. (DeRubeis et al., 2005;
Hollon et al., 1992; Murphy, Simmons, Wetzel, & Lustman, 1984). También ha demostrado la
misma eficacia que un inhibidor de la monoaminoxidasa en el tratamiento de pacientes
ambulatorios con depresión atípica (Jarrett et al., 1999). En un meta-análisis de DeRubeis, Gelfand,
Tang, and Simons (1999) basado en cuatro estudios de resultados con pacientes ambulatorios con
depresión severa, la terapia cognitiva mostró la misma eficacia que la medicación antidepresiva
(imipramina o nortriptilina).
Sólo dos estudios han mostrado resultados inferiores de la terapia cognitive con respecto a la
medicación antidepresiva: el Treatment of Depression Collaborative Research Program (TDCRP,
Elkin et al, 1989) del National Institute of Mental Health de los Estados Unidos en pacientes con
depresión moderada y severa, y el multicéntrico Treatment for Adolescents with Depression Study
(TADS, 2004) para la reducción de los síntomas depresivos en adolescentes. Sin embargo, la
revisión posterior de los estudios mostró que estas diferencias se debían más a problemas de
calidad y fidelidad en la ejecución de la terapia cognitiva en algunos de los centros del estudio que
a diferencias de eficacia entre tratamientos.
En varios estudios se ha visto que la combinación de la terapia cognitiva con la medicación no fue
superior a cualquiera de las intervenciones por separado en pacientes ambulatorios deprimidos
(Biggs & Rush, 1999; Evans et al., 1992; Hollon, Shelton, & Loosen, 1991; Scott, 1996; Shaw &
Segal, 1999). El incremento de eficacia se observa más que nada en la fase aguda, con un
incremento modesto de entre el 10% y el 20% en los resultados (Conte, Plutchik, Wild,& Karasu,
1986). Pero en pacientes internados se ha observado una superioridad de la combinación de
intervenciones (Bowers, 1990; Miller, Norman, Keitner, Bishop, & Dow, 1989; Stuart & Bowers,
1995; Wright, 1996).
En cuanto a la prevención de la recaída y la recidiva, los pacientes que han realizado terapia
cognitiva tienen una probabilidad mucho menor de recaer o de tener una recurrencia que aquellos
pacientes que fueron tratados exclusivamente con medicación (a menos que continúen con
farmacoterapia de mantenimiento). En un meta-análisis extenso, Gloaguen y colaboradores
mostraron que alrededor del 29,5% de los pacientes tratados con terapia cognitiva habían
experimentado una recurrencia, contra 60% de los pacientes tratados con antidepresivos
(Gloaguen, Cottraux, Cucherat, & Blackburn, 1998). Una conclusión similar se alcanzó en un
estudio de Fava y colaboradores, que mostró que los pacientes que recibieron una versión
abreviada de terapia cognitiva tuvieron un tasa de recaída del 25% en comparación con una tasa
de 80% en el grupo que sólo había recibido medicación al cabo de dos años (Fava, Rafanelli,
Grandi, Conti, & Belluardo, 1998). Esto se atribuyó al efecto de la terapia cognitiva sobre los
síntomas residuales.
Los beneficios de la terapia cognitiva en la prevención de las recurrencias eran aún visibles en un
seguimiento a 4 años realizado por Fava y colaboradores (Fava, Rafanelli, Grandi, Canestrari, &
Morphy, 1998), aunque se diluían cuando el seguimiento se extendía a 6 años. Williams (1997)
halló que sólo el 5% de los pacientes que integraban el grupo tratado exitosamente con terapia
cognitiva buscó tratamiento adicional, contra 39% de los que integraban el grupo que recibió
medicación antidepresiva. Paykel y colaboradores (1999) hallaron tasas acumuladas de recaída
significativamente menores tras 68 semanas en pacientes que habían recibido 16 sesiones de
terapia cognitiva tras mostrar respuesta parcial a la farmacoterapia. Bockting y colaboradores
(2005) compararon el tratamiento habitual con continuación de medicación con el tratamiento
usual aumentado con una terapia cognitiva breve. La recurrencia se redujo significativamente en
pacientes con 5 o más episodios depresivos previos. El primer grupo tuvo una tasa de recurrencia
del 72% en comparación con el 46% del segundo grupo.
Sin embargo, es importante tener presente que alrededor de un tercio de los pacientes en varios
estudios no respondió a ninguna de las dos intervenciones (Blackburn & Moore, 1997), y que un
porcentaje bastante más alto no logra resultados duraderos (Evans et al., 1992; Shaw & Segal,
1999). Esto llevó a que se desarrollaran diversas intervenciones para prevenir la recurrencia,
particularmente la Terapia Cognitiva Basada en la Mindfulness (Segal, Williams y Teasdale, 1999),
el de Fava, el de Dobson, etc.
La terapia cognitiva de Beck se desarrolló para pacientes con depresión episódica. Para pacientes
con depresión crónica es preferible usar otros protocolos desarrollados específicamente para esa
población, como la Cognitive-Behavioral Analysis System of Psychotherapy (CBASP, McCullough,
2000), la Terapia de Esquemas (Young, Klosko & Weishaar, 2003), o la Terapia Cognitiva para la
Depresión Persistente (Moore y Garland, 2003).
Todos estos hallazgos sugieren que la terapia cognitiva, ya sea por sí sola como combinada con
medicación, puede incrementar la ecuación costo-beneficio, especialmente cuando los costos
mayores en el corto plazo se equilibran con los resultados mejores y costos marginales más bajos
en el largo plazo. Estos datos, naturalmente, se aplican al contexto de la investigación y no pueden
extrapolarse directamente a nuestro ámbito local. El patrón de resultados, sin embargo, es
consistente en todos los estudios, a pesar de haberse realizado en distintos países.
Dimidjian y colaboradores (2006) pusieron a prueba una versión más amplia de activación
conductual (Martell, Addis y Jacobson, 2001), a la que hallaron tan eficaz como la medicación y
superior a la terapia cognitiva en personas con depresión moderada o severa tanto a las 8 como a
las 16 semanas de tratamiento. El estudio no evaluó la eficacia en el largo plazo.
Gortner, Gollan, Dobson y Jacobson (1998) hallaron que los pacientes que habían recibido terapia
conductual en el estudio de Jacobson de 1996 no mostraban mayor recurrencia que los tratados
con terapia cognitiva (que incluía tanto los componentes conductuales como los cognitivos).
Más allá de estos datos, el tema está lejos de estar zanjado, debido a la disparidad de la base
empírica sobre la que se sostiene el debate, así como las objeciones metodológicas realizadas a
algunos estudios. Un trabajo ampliamente citado (Wampold y cols, 2002) apoya la idea de que la
terapia cognitiva y la terapia conductual tienen resultados similares en el tratamiento de la
depresión, pero cuestiona la superioridad de estas intervenciones respecto de “otras
psicoterapias”. Su argumento es que la superioridad resultaba del hecho de comparar a las
intervenciones cognitivas y conductuales con toda clase de tratamientos para la depresión,
tuvieran o no un fundamento teórico racional (lo que Wampold denomina tratamiento bona fide).
La depresión es una patología en la que es particularmente fácil advertir el efecto de los factores
comunes de la psicoterapia. En efecto, la naturaleza de la alianza terapéutica puede tener de
hecho impacto sobre la autocrítica del paciente o su desesperanza sin que el terapeuta se
proponga en forma deliberada y técnica producir un cambio en esas dimensiones. Este es un gran
debate en el campo de la psicoterapia que excede largamente la cuestión del tratamiento de la
depresión y que probablemente será zanjado por medio del refinamiento metodológico de la
investigación y un mayor número de estudios específicamente enfocados a la cuestión.
Más allá de esto, sí podemos afirmar que las terapias cognitivo-conductuales ofrecen opciones
terapéuticas eficaces, eficientes y efectivas para la depresión monopolar, con una buena relación
entre costo y efectividad y una buena aceptación por parte de los pacientes.
Referencias
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