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La restauración monárquica

En 1815, las potencias vencedoras de Napoleón se reunieron en el llamado Congreso de


Viena, que se celebró en esa ciudad de Austria.
Este congreso persiguió dos objetivos: llevar a cabo una reorganización territorial del mapa
europeo con el fin de mantener un equilibrio entre los distintos Estados (y evitar que alguno
predominara sobre los otros), y reordenar los regímenes políticos existentes para borrar los
principios de la Revolución Francesa que los ejércitos napoleónicos habían expandido por el
continente.
Pese a las diferencias ideológicas que existían entre las grandes potencias (Rusia, Prusia y
Austria defendían el absolutismo a ultranza, mientras que Gran Bretaña era partidaria de la
monarquía constitucional), sus representantes consideraron que el nuevo equilibrio debía
estar basado en el principio monárquico de la legitimidad, es decir, el respeto por las
dinastías que reinaban antes del estallido de la Revolución Francesa.
En cuanto a las principales modificaciones territo-riales, Francia volvió a las fronteras
anteriores a 1789, Polonia fue repartida entre Prusia, Austria y Rusia, y el norte de Italia
quedó sometido a la influencia austríaca.
Las pretensiones de Prusia y Austria para llevar adelante un proceso de unificación
germánica fueron rechazadas por Rusia y Gran Bretaña, que temían que surgiera así un
Estado de gran extensión territorial que podría poner en riesgo el equilibrio buscado por el
Congreso de Viena. En lugar de ese Estado unificado, se creó la Confederación Germánica,
que incluía 39 Estados.
Al finalizar las negociaciones, los reyes de Austria, Prusia y Rusia firmaron un acuerdo de
fraternidad y ayuda mutua para reprimir cualquier nuevo estallido revolucionario. Este pacto,
del que no participó Gran Bretaña, se denominó Santa Alianza y pronto fue ratificado por
Francia, donde la dinastía de los Borbones había vuelto al poder.
La oposición a la Restauración
El intento de restaurar el absolutismo monárquico generó una fuerte resistencia por parte de
los sectores que buscaban mantener los principios revolucio-narios. Esos sectores se
aglutinaron en tres grandes tendencias:
• La liberal moderada, que representaba los intereses de la clase media alta o alta
burguesía y que tenía como modelo político la monarquía constitucional con sufragio
restringido.
• La radical democrática, que representaba los intereses de los intelectuales, de la clase
media baja o pequeña burguesía y de una parte de los dueños de talleres y fábricas. Su
modelo era la república con sufragio universal masculino.
La socialista, que fue cobrando forma durante la primera mitad del siglo xix y que
representaba los intereses de los trabajadores pobres de las ciudades y de los nuevos
trabajadores industriales (leé el capítulo 2). Su modelo político era la republica con sufragio
universal masculino, pero sumaban a ello las demandas de mejoras laborales de las clases
trabajadoras.

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