14 Arendt

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14.

HANNAH
ARENDT
14.1. Contexto

• Su madre le enseñó a luchar cuando era atacada: a utilizar el propio dolor como
potencia agente.
• Busca estudiar con un filósofo auténtico y se va a Marburgo donde se enamora de
Heidegger.
• Deja Marburgo y a Heidegger y se va con Jaspers.
• Trabajó para una organización sionista en 1933 bajo el ejemplo de Kurt Blumenfeld: si
la agreden como judía, debe responder como judía.
• Es encarcelada por la Gestapo y como no cree en que la vayan a soltar, les dice un
cúmulo de mentiras. La sueltan e inmediatamente se va a Francia (1933).
• En 1940 es llevada a un campo de concentración del que se escapa y va a Estados
Unidos
• Allí trabaja para la Jewish Cultural Reconstruction Corporation. Pero luego no se sintió
judía ni de ningún pueblo. Propugnaba una federación entre palestinos e israelitas.
Combinación de pertenencia judía y amor al mundo.
• Priorizó la lectura del existencialismo frente al materialismo marxista: la contingencia
se convierte en la última palabra con la que Dios se dirige al ser humano, imponiéndole
la carga de decidir siempre en condiciones de finitud e incertidumbre.
• 1951: publica Los orígenes del totalitarismo
• 1953: una cátedra temporal en el Brooklyn College de Nueva York, en parte gracias al
éxito conseguido en EE. UU. con su libro sobre el totalitarismo
• De abril a junio de 1961, Arendt asistió como reportera de la revista The New
Yorker al proceso contra Adolf Eichmann en Jerusalén. Al final escribe un libro titulado
Eichmann en Jerusalén. El libro le causa muchas enemistades entre los judíos.

De las personas que fueron influyentes en el pensamiento y la filosofía en el siglo XX, una de las
más presentes en la actualidad es Hannah Arendt. Hay muchas ideas suyas que nos ayudan a
pensar nuestra realidad. Quizá la más importante es la de que cualquier ser humano tiene
en su mano el poder de obstaculizar la emergencia del mal. Su pensamiento no es sólo una
meditación sobre la catástrofe totalitaria, sino una iluminación de la oscuridad que se cierne sobre
nuestras sociedades. Por eso critica los ritmos de producción imperantes, el repliegue del
individuo a la esfera privada, las separaciones artificiales entre los seres humanos debidas a la
raza, la nación o el género, y el triunfo del entretenimiento privado sobre la autoformación cívica.
Podríamos decir que quiso hacer del cosmopolitismo una guía para actuar en el mundo, y de las
virtudes cívicas la fuerza para la acción. Quizá el pensar por sí mismo sea la clave de bóveda de
su obra.
14.2. El totalitarismo
Hannah Arendt trata el totalitarismo en su libro Los orígenes del totalitarismo. Arendt quiere
describir los rasgos del estado totalitario tanto en el nazismo alemán como en el comunismo
ruso, entre los que ve muchos rasgos parecidos. Serían los siguientes:

·El abandono de las leyes por la voluntad del gobernante supremo. Hitler criticaba a las
personas que “fueron incapaces de saltar sobre su propia sombra” e insistieron en medidas
legislativas, porque no comprendían que la ley suprema no era la constitución, sino la
voluntad del Führer (OT 491).

·La invisibilidad del poder (“el poder auténtico comienza donde empieza el secreto” (OT
495), que fundamentalmente es la policía secreta (“La policía ocupa en un estado totalitario
la posición pública más poderosa” (OT 497)), y las diversas mostraciones del poder son
prescindibles (ministerios, partido…) cuando quiere el líder.

·La creación de enemigos. “La categoría del sospechoso abarca así, bajo las condiciones
totalitarias, a toda la población: simplemente por su capacidad de pensar, los seres
humanos son sospechosos por definición […] La sospecha mutua, por eso, permea todas las
relaciones sociales en los países totalitarios y crea una atmósfera omnipenetrante al margen
de la esfera especial de la policía secreta” (OT 524-5).

·Los judíos en la Alemania nazi o los descendientes de las antiguas clases poseedores en la
Rusia soviética no eran realmente sospechosos de ninguna acción hostil; habían sido
declarados enemigos “objetivos” del régimen de acuerdo con la ideología de este (OT 517).

·Los campos de concentración son la verdadera institución central del poder organizador
totalitario (OT 534).

14.2.1. Consecuencias para los que vivían en los campos de concentración

“El primer paso esencial en el camino hacia la dominación total es matar en el hombre a
la persona jurídica” (OT 543). Matar la “personalidad jurídica” del hombre significa acabar con el
estado de derecho, con el imperio de la ley, lo que implica que en los hombres muera la creencia
en el valor de las leyes. Ello se logra (1) colocando a ciertas categorías de personas fuera de la
protección de la ley, por ejemplo, a los judíos, los gitanos, los comunistas o los homosexuales, (2)
situando al campo de concentración fuera del sistema penal normal (que consiste en los jueces,
juicios públicos y cárceles) y (3) seleccionando a sus internados fuera del procedimiento judicial
normal en el que a un delito definido corresponde una pena previsible”. La mayoría de los presos
en campos de concentración son personas que no han cometido ningún delito (junto con unos
pocos presos con delitos, que encima son puestos como los kapos). En el totalitarismo las leyes
no cuentan.

El siguiente paso decisivo es el asesinato de la persona moral en el hombre. Ello se realiza, en


general, haciendo que sea imposible que alguien tenga un comportamiento moral. Hannah
Arendt pone ejemplos de cómo se asesina en el hombre su conciencia moral: como los que viven
en el campo de concentración saben que al final todos serán convertidos en cenizas y que no
quedarán testigos de las acciones buenas o malas, entienden que ninguna acción o gesto llegará
a tener un significado para nadie (OT 548). Si todo va a acabar en el pozo del olvido, ¿qué sentido
tiene hacer un acto bueno o malo? (OT 529). Otro ejemplo sería: “Cuando un hombre se enfrenta
con la alternativa de traicionar y de matar así a sus amigos o de enviar a la muerte a su mujer y
a sus hijos, de los que es responsable en cualquier sentido; cuando incluso el suicidio significaría
la muerte inmediata de su propia familia, ¿cómo puede decidir? La alternativa ya no se plantea
entre el bien y el mal, sino entre el homicidio y el homicidio. ¿Quién podría resolver el problema
moral de la madre griega a quien los nazis obligaron a decidir cuál de sus tres hijos tendrían que
asesinar?” (OT 549). Como cualquier decisión que tome implica decidirse por el mal, a la madre
se le muestra que no hay ética, que no hay decisión ética que valga.

El último y decisivo paso es matar la individualidad de la persona humana, su creatividad su


capacidad de actuar. Los métodos son numerosos y no intentaremos enumerarlos: “Comienzan
con las monstruosas condiciones de los transportes a los campos, cuando centenares de seres
humanos son hacinados desnudos en un vagón de ganado, prácticamente soldados entre sí y
trasladados durante días y días de una a otra parte del país; continúan con la llegada al campo,
el bien organizado shock de las primera horas, el rasurado de la cabeza, la grotesca indumentaria
del campo; y concluyen con las torturas profundamente inimaginables, calculadas no para matar
el cuerpo, en cualquier caso no para matarle rápidamente. El propósito de estos métodos, en
todas las ocasiones, es manipular el cuerpo humano -con sus infinitas posibilidades de
sufrimiento- de tal manera que sea destruida […] inexorablemente la persona humana” (OT 550).
Matar la individualidad en la persona humana era matarlos como individuos con una identidad
propia y con capacidad de elegir sus propios actos: así se transformaba a la personalidad humana
en una simple cosa (OT 533). Así los presos en los campos de concentración ya no tenían agencia
para rebelarse, se dejaban llevar hasta la muerte sin protestar, renunciaban a sí mismos y a su
identidad (OT 552).

En la tiranía se intenta cercenar la capacidad de acción política de los seres humanos, pero se le
deja al hombre una capacidad de actuar espontáneamente en la esfera de la vida privada. Pero
el totalitarismo no deja espacio para semejante vida privada y la lógica totalitaria destruye la
capacidad del hombre para la experiencia personal y el pensamiento tan seguramente como su
capacidad para la acción (OT 575). El totalitarismo no quiere que los súbditos piensen como el
que gobierna, sino que no piensen en absoluto.

14.2.2. El mal radical


El totalitarismo es el mal radical. Nunca en la historia ha habido un mal más malvado, ni
un mal que fuera hasta las raíces como este:

Cuando lo imposible es hecho posible, se torna en un mal absolutamente incastigable e


imperdonable, que ya no puede ser comprendido ni explicado por los motivos malignos
del interés propio, la sordidez, el resentimiento, el ansia de poder y la cobardía. Por eso
la ira no puede vengar; el amor no puede soportar; la amistad no puede perdonar. De la
misma manera que las víctimas de las fábricas de la muerte o de los pozos del olvido ya
no son “humanos” a los ojos de sus ejecutores, así estas novísimas especies de criminales
quedan incluso más allá del umbral de la iniquidad humana (OT 556).

13.2.3. Nacimiento, nueva espontaneidad, nuevo mundo


Pero, aun así, Arendt siempre tuvo, incluso en las circunstancias más adversas, como estas del
totalitarismo, fe en la continuidad del mundo y fe en Dios. Afirmaba que con cada nuevo
nacimiento de un ser humano se da una nueva posibilidad de cambiar el mundo. Comenzar algo
nuevo, indicaba, es la suprema capacidad del hombre.

14.4. La condición humana

Estas últimas ideas apuntadas en el final de Los orígenes del totalitarismo son
desarrolladas extensamente en su obra La condición humana. Al contrario que Heidegger, Arendt
basaba su pensamiento en el nacimiento del individuo y no en la muerte (Heidegger: el hombre
es un ser para la muerte, y solo el que tiene presente continuamente su mortalidad lleva una
vida auténtica). Su segunda obra principal, The Human Condition, publicado en 1958 y traducido
al alemán por ella misma con el título Vita activa oder Vom tätigen Leben (1960), está dedicada
principalmente a la filosofía y en ella Hannah Arendt desarrolla esta idea del nacimiento y de la
acción.

Pero vamos a ceñirnos a algunos rasgos del mundo actual que son problemáticos y que tienen
una cierta tendencia a desembocar en el totalitarismo por el alejamiento de los individuos de los
valores cívicos y de la política, algo que es esencial en la vida humana. Los factores que han
promovido esto son:

El trabajo y la fabricación de objetos ha ascendido al primer puesto de las actividades humanas


(CH331), pero solo debería ser un medio. Se convierte en nuestra manifestación pública: cuando
nos presentamos y decimos lo que somos, lo primero que decimos es nuestra profesión.

Auge de la vida individual consumista y placentera: el individuo moderno también se aleja de lo


político a causa de la «radical subjetividad de su vida emocional» y de “su habilidad para vivir
por completo al margen de los demás” (CH 50). La esfera privada significaba en la Antigüedad el
estar privado de algo: estar privado de las más elevadas y humanas capacidades, que eran las
que se ejercitaban en el ágora: “Un hombre que sólo viviera su vida privada, a quien, al igual que
al esclavo, no se le permitiera entrar en la esfera pública […] no era plenamente humano” (CH
49). La esfera privada está privada de cosas esenciales para una verdadera vida humana: de
participar en la esfera pública, de la realidad de ser visto y oído por los demás, de la presencia de
los demás; viven en sus intereses personales que no son los que interesan a los demás (CH 67).
Esta primacía de la vida privada aleja al hombre de la vida pública y del compromiso político.
Ya no está en el primer puesto en la escala de valores, ni es muy importante, el pensamiento y
la contemplación (hacer teorías) (CH 320). Pero pensar por sí mismo, intentar explicarse la
realidad es algo esencial a la vida humana.

En la vida de la sociedad de masas se pierde la singularidad, la creatividad y la capacidad de hacer


algo nuevo: impera el individuo-masa. La igualación, el conformismo en lo público lleva a que lo
característico y la «particularidad» de los seres humanos se conviertan en asuntos privados de
los individuos (CH 52), en vez de ser el motor de su acción política. Lo interesante de la política
sería la participación de una gran diversidad de individuos, proponiendo una gran diversidad de
posibles propuestas políticas. Pero la sociedad tiende a “normalizar” a sus miembros, a hacerlos
actuar, a excluyendo la acción espontánea (CH 51).

El libro de Arendt es una reivindicación de la acción humana, entendida fundamentalmente


como acción política, como la actividad más propiamente humana, en la que los seres humanos
muestran su singularidad, aceptan sus diferencias y el pluralismo de visiones. El auténtico
sentido de la política es conceder protagonismo, no a la obediencia a uno, sino a la aparición de
todos: hacer de la pluralidad la instancia legítima para entender la constitución de la libertad10.
Propone la política como creación frente a la política de masas sin individuos creativos. Se trata
de una acción política que no es repetir lo anterior, sino crear novedades mediante la palabra (la
violencia es la muerte de la palabra y, por tanto, la muerte de lo humano). Se trata de una acción
cívica y política, que contrarresta, por una parte, la sociedad de masas uniformizadora y, por la
otra, el individualismo despreocupado de la suerte de los demás.

14. Eichmann en Jerusalén y la banalidad del mal. La necesidad del pensamiento.


Arendt asistió como reportera de la revista The New Yorker en Jerusalén al proceso
contra Adolf Eichmann, quien ideó y llevó a cabo el método tan efectivo de matar a tantos
millones de personas en los campos de concentración. Al final del juicio escribe un libro titulado
Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal.

Según Arendt, Adolf Eichmann no poseía una trayectoria o características antisemitas y no


presentaba los rasgos de una persona con carácter retorcido o mentalmente enferma. Actuó
como actuó simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron un
resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Era un simple burócrata que cumplía
órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann, todo era realizado con celo y
eficiencia, y no había en él un sentimiento de «bien» o «mal» en sus actos.

El hecho de que el mayor mal de la historia (el holocausto) pueda ser posible por personas
normales, comunes, ordinarias, es lo que denomina Arendt “banalidad del mal”, que no es un
concepto, ni una teoría, sino solo una descripción de que la aparición del mayor mal puede darse
de una forma normal, corriente, desdramatizada, banalmente. Al hablar de banalidad no está
calificando el mal, al que caracteriza por otra parte como “radical” y “extremo”, sino la forma en
que aparece en nuestra época12. Decía Arent: “Había pues una enorme distancia entre el
execrable horror de los hechos y la innegable insignificancia del hombre que los había
perpetrado” (EJ 85). “A pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que
aquel hombre no era un “monstruo”, pero en realidad se hizo difícil no sospechar que fuera un
payaso” (EJ 85).

Confusamente consciente de un defecto [sus problemas con el lenguaje] que debió vejarle incluso
en la escuela -llegaba a constituir un caso moderado de afasia- se disculpó diciendo: “Mi único
lenguaje es el burocrático [Amtssprache[“. Pero la cuestión es que su lenguaje llegó a ser
burocrático porque Eichmann era verdaderamente incapaz de expresar una sola frase que no fuera
una frase hecha […] Sin duda, los jueces tenían razón cuando por último manifestaron al acusado
que todo lo que había dicho eran “palabras hueras”, pero se equivocaban al creer que la vacuidad
estaba amañada, y que el acusado encubría otros pensamientos que, aun cuando horribles, no
eran vacuos. Esta suposición parece refutada por la sorprendente contumacia con que Eichmann,
a pesar de su memoria deficiente, repetía palabra por palabra las mismas frases hechas y los
mismos clichés de su invención (cuando lograba construir una frase propia, la repetía hasta
convertirla en un cliché) cada vez que refería algún incidente o acontecimiento importante para él.
Tanto al escribir sus memorias en Argentina o en Jerusalén, como al hablar con el policía que le
interrogó o con el tribunal, siempre dijo lo mismo, expresado con las mismas palabras. Cuanto más
se le escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su
incapacidad para pensar, particularmente, para pensar desde el punto de vista de otra persona.
No era posible establecer comunicación con él, no porque mintiera, sino porque estaba rodeado
por la más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros, y por ende contra
la realidad como tal (EJ pp. 77-79).

Eichmann tenía la necesidad de repetir eslóganes para no tener que pensar. Eichmann fue un
claro ejemplo de cómo por falta de pensamiento propio alguien puede participar en la
burocratización de la maldad, donde las maquinarias administrativas parecen obnubilar la
responsabilidad individual, donde los subalternos tramitan la responsabilidad final a las élites13.
Eichmann no era un Yago ni era un Macbeth, y nada pudo estar más lejos de sus intenciones que
“resultar un villano” […] No, Eichmann no era estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión
-que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez- fue lo que le predispuso a convertirse
en el mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto merece ser clasificado como “banalidad” e
incluso puede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor voluntad cabe atribuir a Eichmann
diabólica profundidad, también es cierto que tampoco podemos decir que sea algo normal o
común […] En realidad, una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal
alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos
inherentes, quizá, a la naturaleza humana (EJ 417-418).

La idea central, por tanto, de la obra es que las tragedias, como el Holocausto, las provoca la falta
de pensamiento y de reflexión, así como la falta de simpatía para pensar sintiendo lo que los
otros sienten (“Responsabilidad colectiva”, p. 159). El peligro es no pensar por sí mismo y dejarse
llevar por las normas o por la situación exterior. Según Tomás Domingo Moratalla, Arendt definirá
esta incapacidad de pensar como: 1) incapacidad de pensar por uno mismo, en el sentido de la
máxima kantiana del sapere aude, divisa de la Ilustración, es decir, tener el valor de usar el propio
entendimiento: construir sentido a pesar de las reglas dominantes o la indeterminación
dominante; 2) imposibilidad de ponerse en el lugar de otro, en el punto de vista del otro, y así
considerar también los resultados y consecuencias de los propios actos (En su obra Entre el
pasado y el futuro de 1968 dirá: “Cuantos más puntos de vista de la gente tengo presente en mi
mente cuando estoy ponderando un tema y cuanto mejor puedo imaginar cómo me sentiría yo si
estuviera en su lugar, más fuerte será mi capacidad para el pensamiento representativo y más
válidas serán mis conclusiones” -Arendt, Hannah 1993 Between Past and Future, New York,
Penguin Books, p. 241-).

Como dirá posteriormente en otra obra: quienes aprecian los valores y se aferran a las normas y
pautas morales no son de fiar; ahora sabemos que las normas y las pautas morales pueden
cambiar de la noche a la mañana y que todo lo que queda es el hábito de aferrarse a algo. Mucho
más dignos de confianza serán los dubitativos y escépticos, no porque el escepticismo sea bueno
o la duda saludable, sino porque esas personas están acostumbradas a examinar las cosas y
construirse sus propias ideas. (“Responsabilidad personal bajo una dictadura”, p. 71).

Pero las causas de esta incapacidad de pensar no son algo exclusivamente personal de Eichmann
y algunos nazis. Uno de los problemas principales para Arendt es la transformación de los seres
humanos en burgueses preocupados solo de su existencia privada e ignorantes de toda virtud
cívica, algo que se da internacionalmente, pero que es una de las causas principales de por qué
se extendieron los crímenes masivos con este tipo de soldados (“Culpa organizada y
responsabilidad universal”, p. 162). Tenían una total dicotomía entre sus funciones privadas y sus
funciones públicas. Todo lo que hacían era en función de su bienestar privado y de sus familias;
por eso se avenían a todo (cfr. 164). Es la pérdida de la acción, el diálogo y el pensamiento propio
en la esfera pública que hemos visto en La condición humana. Nuestra sociedad educa a las
personas para un mundo de subsistencia y de eficacia, en detrimento de la “acción”, y lo ha
hecho históricamente mediante la obediencia y el control; se ha dejado de lado la educación
moral, una educación para la acción y para la pluralidad, para el ejercicio del juicio. Por eso es por
lo que el totalitarismo con sus múltiples rostros puede estar tan presente en sociedades muy
democráticas. La educación moral, una educación para la autonomía y la responsabilidad, sigue
siendo una tarea fundamental en nuestra época donde el ser humano sigue corriendo el riesgo
de la banalidad.

Esta idea de la banalidad del mal y la sumisión sin pensar a la autoridad ha sido muy
influente: El experimento de Milgram, realizado por Stanley Milgram, y el experimento de la cárcel
de Stanford parecen confirmar la tesis de Arendt. Milgram se apoyó en el concepto de la
«banalidad del mal» para explicar sus resultados de sumisión a la autoridad.
13.10. Comentario de texto

Tras el asesinato de la persona moral y el aniquilamiento de la persona jurídica, la


destrucción de la individualidad casi siempre tiene éxito. Concebiblemente, deben
encontrarse algunas leyes de la psicología de masas para explicar por qué millones de seres
humanos se permitieron a sí mismos marchar sin resistencia hacia las cámaras de gas,
aunque estas leyes sólo explicarían la destrucción de la individualidad. Es más significativo
que los condenados individualmente a la muerte rara vez intentaran llevarse consigo a
alguno de sus ejecutores y que apenas hubiera rebeliones graves y que, incluso en el
momento de la liberación, se registraran muy pocas matanzas espontáneas de hombres de
las SS, porque destruir la individualidad es destruir la espontaneidad, el poder del hombre
para comenzar algo nuevo a partir de sus propios recursos […]. Sólo quedan entonces
fantasmales marionetas de rostros humanos que se comportan todas como el perro de los
experimentos de Pavlov, que reaccionan todas con perfecta seguridad incluso cuando se
dirigen hacia su propia muerte y que no hacen más que reaccionar. Este es el verdadero
triunfo del sistema: «El triunfo de las SS exige que la víctima torturada se deje llevar hasta la
trampa sin protestar, que renuncie a sí misma y se abandone hasta el punto de dejar de
afirmar su identidad. Y ello no por nada. Los hombres de las SS no desean su derrota
gratuitamente, por obra del puro sadismo. Saben que el sistema que logra destruir a su
víctima antes de que suba al patíbulo... es incomparablemente el mejor para mantener
esclavizado a todo un pueblo. Sumiso. Nada hay más terrible que estas procesiones de seres
humanos caminando como muñecos hacia su muerte. El hombre que ve esto se dice a sí
mismo: ‘Cuán grande es el poder que debe ocultarse en las manos de sus amos para que
éstos se hayan sometido de esta manera’, y se aparta lleno de amargura, pero derrotado».
(HANNAH ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus, 1998, pp. 364-365).

1.Sitúa al autor en su contexto.

2.Señala las ideas principales.

3.Explica el texto.

4.Responde razonadamente a la siguiente pregunta: ¿crees que sería posible una nueva situación
como la del Holocausto después de la II Guerra Mundial?

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