Tema El Camino de La Vueva Vida
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«Sobre arena el arte construye: de la soberbia las obras Y de la pasión humana cambian y caen; Pero aquello
que comparte la vida de Dios, Con Él a todo sobrevive» « ¿Cómo puede ser eso?», dijo Nicodemo, en
respuesta a las más escudriñadoras declaraciones de Cristo con respecto al «nuevo nacimiento ». Los
versículos indicados más arriba pueden ser tomados como la plena y perfecta explicación de nuestro Señor
acerca de cómo un hombre puede nacer de nuevo incluso cuando es viejo. Como tales, son de vital
significado para todo hombre. Contienen:
I. La revelación de una gran necesidad. «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así
también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre» (v. 14). Había una gran necesidad de que
Moisés levantara la serpiente en el desierto, porque era el remedio de Dios para un pueblo
envenenado por veneno de serpiente. Así tenía que ser levantado el Hijo del Hombre por un
mundo envenenado por el pecado. El levantamiento de la serpiente era para atraer la mirada de
los moribundos, para que miraran y vivieran. No hay otro Nombre bajo el cielo dado a los
hombres por medio de quien podamos ser salvos (Hch. 4:12).
II. La revelación de un gran amor. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito» (v. 16). Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No lo hacen también así los
gentiles? No es así el amor de Dios, porque cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Ef.
2:4). La profundidad e intensidad del amor de Dios sólo se puede medir por la indignidad de los objetos, y por
la grandeza del Don. Él pudiera haber amado el mundo hasta el punto de hablar por medio de su Hijo, pero lo
amó hasta el punto de dar a su Hijo, y al darlo a Él–como el
«unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»–dio al mundo un remedio perfecto para todos sus pecados
y dolores (Ro. 8:32). En esto consiste el amor, el amor en la perfección de su naturaleza, y en la más grande
manifestación posible de su poder.
III. La revelación de un gran sufrimiento. De cierto que se implica un intenso sufrimiento en el hecho
de que Dios entregara a su Hijo a la muerte por todos nosotros, y en que el Hijo se diera a Sí
mismo para ser levantado sobre la Cruz por los pecados del mundo (Jn. 8:28). El camino de la
vida para el hombre caído es por medio de la agonía del alma tanto del Padre como del Hijo. El
pecado es algo tan terrible que ni siquiera el mismo Dios puede tratar con él más que a costa de
un terrible sufrimiento personal. Cuando Nicodemo, perplejo ante la doctrina del «nuevo
nacimiento», le preguntó al Señor Jesucristo, « ¿Cómo puede ser eso?», su pregunta llegó más
lejos y fue más profunda de lo que él podía llegar a concebir. ¿Cómo puede un pecador ser
transformado en un santo? Por medio de los padecimientos de Dios, con la entrega de su Hijo, y
el derramamiento de su Sangre (Hch. 20:28).
IV. La revelación de un gran propósito. «Para que todo aquel que cree en Él, no perezca.» «Para que el
mundo sea salvo por medio de Él» (vv. 16, 17). Este propósito de salvación es primeramente individual, y
luego de alcance mundial, cuando los reinos de este mundo vendrán a ser el Reino de nuestro Señor y de su
Cristo. El «levantamiento » del Hijo del Hombre fue la apertura de la puerta de esperanza para un mundo
culpable; fue el derramamiento de la corriente limpiadora de pecado desde la fuente abierta de la gracia
omnipotente (Zac. 13:1). El propósito salvador de Dios es el propósito coronador de la Biblia, descollando por
encima de todos los demás, y arroja su santificadora influencia sobre todo lo demás. Es sólo «por Él» que
puede venir la salvación.
VI. La revelación de una gran responsabilidad. «Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz» (vv. 19-21). El Hijo ha venido como la Luz y la Vida de los
hombres. Los que aman las tinieblas de la muerte espiritual, en vez de la luz de la vida espiritual, no vendrán
a la luz para que no sean reprendidas sus obras insensatas y pecaminosas; pero el que ama y desea la
verdad vendrá a la luz, igual que Nicodemo, aunque acuda en la oscuridad, para que su vida y acciones se
ajusten a Dios. Él tenía un corazón honrado. Es la actitud del corazón para con Cristo, como la Luz de la vida,
lo que conduce a la justificación o a la condenación. Amar las tinieblas de un estado irregenerado es
demostrarnos ineptos para el Reino de Dios. Amar la luz, como ha sido revelada en Cristo, es estar más
anhelante de estar a bien con Dios que con las opiniones de los hombres, o con los pensamientos de
nuestros propios y engañosos corazones (Sal. 139:23-24). ¡Ahora resplandece la luz verdadera! ¿La
aborrecemos, o acudimos a ella? Este aborrecimiento, y este acudir, son procesos continuados.