Retiro Foyer Febrero 2024
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1. La confianza
a. Confianza y fe en Dios.
El discípulo confía en la gracia (Act 20,32; 2Tes 3,3s; Flp 1,6; ICor 1,7ss).
Aun en las horas de crisis (Gál 5,10),
Seguridad anunciar con libertad (parresía) la Palabra (ITes 2,2; Act 28,31).
La confianza se obtiene por la oración (Act 4,24-31).
Condición de la fidelidad (Heb 3,14)
Da a los testigos de Cristo una seguridad gozosa y valiente (3,6);
Acceso al trono de la gracia (4,16),
Nada nos separará del amor de Dios (Rom 8,38s)
El Señor nos los hace valientes y constantes en la prueba (Rom 5,1-5),
Todo contribuye para nuestro bien (Rom 8,28).
La confianza es condición de la fidelidad
El amor es prueba la fidelidad perseverante (Jn 15,10)
Los fieles estarán seguros en día del juicio(1Jn 2,28; 4,16ss).
Su tristeza presente se cambiará en gozo (Jn 16,20ss; 17,13).
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2. La infancia
a. En el Antiguo Testamento
c. La infancia en la literatura
"Mi vida fue de día y en enero, al aire libre, bajo un sol redondo, encendido
en la sombra... El murmullo era el sonido de aquel piano y un pequeño
carnaval como trasfondo y andábamos corriendo por el fondo con una
mandarina en cada mano. ¿Qué más puedo pedirle a la alegría, si la vida era
una vuelta a la manzana y nadie estaba muerto todavía?”
Autor desconocido
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Infancia
Llueve
y al árbol le pesan sus hojas,
a los rosales sus rosas.
Llueve
y el jardín huele a infancia,
a cercanía de todos los milagros,
a ausencia de todas las memorias.
Hugo Mujica
Retrato (fragmento)
3. La pequeña Teresa
a. Breve biografía
b. Fuentes de su espiritualidad
d. Doctrina
- Valor de las más pequeñas obras realizadas por amor en los más mínimos
detalles.
- Busca y descubre que su vocación en la Iglesia es el amor.
- Vive con sencillez, sin hechos extraordinarios, sin éxtasis ni milagros,
- Conoce la aridez en la oración y las incomprensiones.
- No perdió su serena alegría y una paz que cada vez colmaban más su
corazón.
e. Escritos
Oración
Confianza
El hombre, que tiene que habérselas con la vida y con sus peligros, necesita
apoyos con que poder contar (heb. hatah), refugios donde acogerse (hasah);
para perseverar en medio de las pruebas y esperar llegar a la meta hay que
tener confianza. Pero ¿en quién habrá que confiar?
acceso al trono de la gracia (4,16), cuya vía se les abre por la sangre de Jesús
(10,19); sus arrestos no tienen nada que temer (13,6); nada los separará del
amor de Dios (Rom 8,38s) que, después de haber-los justificado, les ha sido
comunicado y los hace valientes y constantes en la prueba (Rom 5,1-5), de
modo que todo, lo saben muy bien, contribuye a su bien (Rom 8,28).
La confianza, que es condición de la fidelidad, es de rechazo confirmada por
ésta. Porque el amor, del que es prueba la fidelidad perseverante (Jn 15,10),
da a la confianza su plenitud. Sólo los que permanecen en el amor tendrán
plena seguridad el día del juicio y del advenimiento de Cristo, pues el amor
perfecto des-tierra el temor (IJn 2,28; 4,16ss). Desde ahora saben que Dios
escucha y despacha su oración y que su tristeza presente se cambiará en gozo,
un gozo que nadie les podrá quitar, pues es el gozo del Hijo de Dios (Jn
16,20ss; 17,13).
Niño
II. JESÚS Y LOS NIÑOS. Así pues, ¿no convenía que para inaugurar la
nueva alianza se hiciera el Hijo de Dios un niño pequeño? Lucas indicó
cuidadosamente las etapas de la infancia así recorridas: recién nacido erg el
pesebre (Le 2,12), niño pequeño presentado en el templo (2, 27), niño sumiso
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Una vez adulto adopta Jesús para con los niños el mismo comportamiento que
Dios. Como había *beatificado a los *pobres. así *bendice a los niños (Mc
10,16), revelando de esta manera que los unos y los otros están plenamente
capacitados para entrar en el reino; los niños simbolizan a los auténticos
*discípulos, "de los tales es el reino de los cielos" (Mt 19,14 p). En efecto, se
trata de "acoger el reino a la manera de un niño pequeño" (Mc 10,15), de
recibirlo con toda simplicidad como don del Padre, en lugar de exigirlo como
un débito; hay que "volver a la condición de niños" (Mt 18,3) y consentir en
"renacer" (Jn 3,5) para tener acceso al reino. El secreto de la verdadera
grandeza está en "hacerse pequeño" como un niño (Mt 18,4): tal es la
verdadera *humildad, sin la cual no se puede ser *hijo del Padre celestial.
Los verdaderos discípulos son precisamente "los pequeñuelos", a quienes el
Padre ha tenido a bien revelar, como en otro tiempo a Daniel, sus secretos
ocultos a los sabios (Mt 11,25s). Por lo demás, en la lengua del Evangelio
"pequeño" y "discípulo" parecen a veces términos equivalentes (cf. Mt 10,42
y Mc 9,41). Bienaventurado quien acoja a uno de estos pequeñuelos (Mt 18,5;
cf. 25,40), pero ¡ay del que los escandalice o los desprecie! (18,6.10).
Madurez espiritual
¿Cuáles son las expresiones de infantilismo espiritual de las que tiene que
librarse el cristiano? ¿Cómo es posible reconocerlas? De los escritos del NT
se deducen especialmente éstas:
acciones según los criterios de Cristo, puesto que todo nos pertenece a
nosotros y nosotros pertenecemos a Cristo (1 Cor 3,23).
g) Dejarse llevar del afán de los carismas visibles, en vez de aspirar a los
dones más altos y comprometerse por ese otro "camino muy superior", que es
el de la caridad (1 Cor 12,31; 13,1ss).
h) La inestabilidad y la volubilidad de una fe no anclada sólidamente en el
evangelio (Ef 4,14) y que por eso se ve sacudida por ciertas corrientes
espirituales que no nacen de la pureza evangélica. Las convicciones sólidas,
propias del adulto, son fundamento de la firmeza de la personalidad cristiana
y de la comunidad entera.
tener presente que también las virtudes infusas pueden permanecer estáticas y
estériles si el individuo no cultiva las virtudes adquiridas para poder utilizar
las facultades sobrenaturales de que dispone, ya que la gracia obra siempre
por medio de la naturaleza. Las virtudes adquiridas deberían alcanzar tal
grado de perfección que pudieran combinarse armoniosamente con las
virtudes infusas.
La vida espiritual es, en su esencia, una vida de crecimiento, de desarrollo y
de evolución. El alma recorre diversas fases en su camino desde la conversión
a la santidad; pero esas fases no han de considerarse como compartimientos
estancos. La recepción de la gracia y su crecimiento hasta la plenitud no
eliminan la iniciativa del individuo ni anulan su personalidad. Al contrario, la
gracia perfecciona y diviniza a la persona humana con todas sus
características. El camino hacia la santidad es estrictamente personal; los
santos describen su ascensión personal hacia la perfección, pero su camino no
es necesariamente el que todos los hombres pueden y deben seguir.
En este contexto resulta muy interesante el pensamiento de Erikson, el cual
analiza la "fuerza del ego", recurriendo al antiguo término de "virtud" y pone
de relieve, a partir de su misma experiencia clínica, las virtudes
fundamentales cuya formación solicita y requiere cada una de las etapas del
desarrollo: la esperanza, la voluntad (control e iniciativa), la tensión hacia el
futuro y la plenitud, que hay que desarrollar sobre todo en la niñez y que
habrán de constituir la base de toda la vida moral futura; la fidelidad o lealtad,
como virtud de la adolescencia; el amor y la preocupación por lo que se ha
engendrado (personas o ideas), como virtudes de la edad adulta; finalmente, la
prudencia, virtud de la madurez plena, que permite descubrir el sentido último
de la vida'.
Lo que sorprende en la concepción de Erikson es el puesto de honor que
asigna a la virtud de la >esperanza. Es evidente que el término "virtud". que
emplea para indicar un aspecto del psiquismo, asume el significado de una
actitud (o un conjunto de valoraciones y expectativas) que tiene un efecto
constructivo en el desarrollo de la conducta de una persona. La virtud de la
esperanza es la confianza constante de que nuestros deseos y necesidades más
profundas quedarán saciados, a pesar de las inevitables desilusiones y
frustraciones parciales. El fruto de esta virtud es un optimismo fundamental,
que permite al sujeto considerar como "benévola" la realidad con que entra en
contacto, apreciar y amar esa realidad, permitiéndole, por consiguiente, salir
del aislamiento y de la alienación del egoísmo. La opción fundamental,
humanamente madura, a saber, la de aceptar la realidad y adecuarse a ella, se
hace entonces posible gracias, sobre todo, a esta virtud de la esperanza. Y es
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punitiva a la que hay que tener propicia con sacrificios exagerados. También
la confianza inquebrantable en la Providencia puede ser una defensa contra la
angustia, si bien es verdad que, junto a esta motivación neurótica, puede
coexistir y desarrollarse una motivación auténtica de fe, sostenida por la
gracia. Para todos estos sujetos, el sentimiento religioso será fruto de
racionalización; seráun sistema de defensa contra el temor, el abandono, el
disgusto, la vergüenza, etc.
Nos encontramos entonces con todas las deformaciones de la religiosidad,
vivida a menudo sin fe verdadera y sin amor auténtico, sin alegría ni
esperanza, a veces como esclavitud formalista de unas prácticas entendidas de
ordinario en sentido supersticioso o mágico. La religión podrá ser también
una inversión privilegiada, acompañada unas veces por un perfeccionismo
obsesivo y otras por las innumerables manifestaciones de neurosis fóbica y
obsesiva, que se conocen con el nombre de escrúpulos; de esta manera el
fóbico se sentirá protegido de su miedo a la muerte o a la condenación; el
deprimido podrá acusarse de su indignidad; el masoquista podrá torturarse
confesando con los más mínimos detalles culpas reales o imaginarias, o bien
entregarse a penitencias inauditas.
Algunos sujetos neuróticos se refugian en la religión para soslayar las
dificultades y los compromisos terrenos; pero tarde o temprano se dan cuenta
de que tampoco allí encuentran la satisfacción de sus exigencias
inconscientes. Esto puede suceder, por ejemplo, cuando se encuentran ante los
defectos de las personas que para ellos encarnan la religión. Entonces afirman
que "pierden la fe" y llegan a enfriarse realmente en la práctica religiosa, ya
que se trata de una fe basada en motivaciones eminentemente neuróticas y,
por tanto, carentes de autenticidad.
Otros sujetos desequilibrados parece como si tuvieran una vida de fe y de
caridad envidiable, pero no la pueden injertar en los hechos de la vida, que de
este modo siguen estando en disonancia con el ideal. El plano psicológico y el
plano espiritual deberían unirse y armonizarse en un ser adulto normalmente
evolucionado. En el neurótico, por el contrario, persisten la inmadurez del
carácter y residuos de la afectividad infantil, que son la fuente de la neurosis,
pero que pueden coexistir, por otra parte, con elementos indiscutibles de
madurez. La persona adulta neurótica puede tener una vida espiritual válida y
auténtica, pero a menudo presenta ciertos elementos equívocos en relación
con la madurez espiritual entendida globalmente [>Patología espiritual].
De todo lo que llevamos dicho creemos que es posible sacar estas
deducciones: si no existe ninguna relación entre la "salud física" y la madurez
espiritual, sí que existe una relación, y determinante, entre la "salud psíquica"
y la madurez espiritual [>Psicología y espiritualidad]. Las condiciones
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humanas de la vida espiritual serán tanto más idóneas para colaborar con la
gracia cuanto más se acerque la persona que las posea a la perfección de su
salud psíquica. "Cuanto mayor sea -escribe A. Snoeck- la parte de la libertad
que se deje a salvo en el hombre, tanto mayor será la disponibilidad a la
expansión del valor más alto de la humanidad: la oblación totalmente personal
y plenamente libre al amor del Padre en Cristo"
La salud psíquica, en su forma más madura, es la que está abierta por
completo a los demás mediante el amor; nos lo repite en varios tonos la
psicología profunda de las diversas escuelas. El egoísmo cerrado lleva
fácilmente al desequilibrio psíquico y está destinado necesariamente a desecar
el ser personal, apartándolo de las fuentes de la expansión vital, que tienen su
sede en la comunicación efectiva con los otros. De esto hemos de deducir que
la verdadera normalidad, que se identifica con la madurez psíquica, reside en
la relación dinámica entre el yo y el otro, es decir, en la realización plena del
carácter bipolar de la personalidad.
R. Zavalloni
BIRL.-AA. VV.. Hacia la madurez moral, Studium. Madrid 1974.-Alves, R. A, Hijos del
mañana: imaginación, creatividad y renacimiento cultural. Sígueme, Salamanca 1976.-
Andrés Martín, M. Los recogidos. Nueva visión de la mística española (1500-1100), FUE,
Madrid 1975.-Artaud, G. Conocerse a sí mismo. La crisis de adulto, Herder, Barcelona
1981.-Barrón, F, Personalidad creadora y proceso creativo, Marova, Madrid 1976.-
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NIÑO
Sumario:
I. El niño en la cultura bíblica.
II. Someterse a Dios como niños.
III. El niño Jesús:
1. Interpretación de los evangelios de la infancia;
2. La infancia de Jesús y el imperativo de hacerse como niños.
IV. Ya no niños.
La razón por la que este artículo comienza con una breve presentación de las
ideas comunes en el ambiente bíblico depende del hecho de que hemos de
saber cómo era considerado el niño en la opinión pública para poder explicar
la palabra de Jesús, según la cual “el que no reciba el reino de Dios como un
niño no entrará en él” (Mc 10,15). Esta frase, que examinaremos más adelante
junto con sus paralelos, supone que se sabe lo que es un niño y lo que
significa ser como él. Y puesto que se trata de una condición “sine qua non”
para participar de la salvación, resulta de importancia primordial el estudio
sobre el niño en la cultura del mundo bíblico.
Corresponde sustancialmente a la verdad la afirmación corriente de que el
niño, a diferencia de lo que sucede en nuestra cultura occidental
contemporánea, no constituía en el mundo bíblico el centro de atención y de
cuidado de los adultos. Podría decirse que, algo así como ocurría en nuestros
antiguos ambientes campesinos, los niños eran queridos, tratados y educados
de forma conveniente, pero al mismo tiempo se les trataba con cierta
negligencia o despego. La verdadera vida era la de los adultos, y de los niños
se esperaba que llegasen a serlo.
Sin embargo -para corregir parcialmente una afirmación simplista sobre la
escasa importancia que se le habría concedido al niño en el mundo hebreo-,
hay que subrayar que el amor de los padres a sus hijos más pequeños es un
factor constante también en el mundo bíblico y que -cosa todavía más
interesante- siempre fue mirado con simpatía por los autores que tuvieron
ocasión de hablar de él en sus narraciones. Estos episodios no están presentes
de modo uniforme en toda la literatura bíblica, sino que se concentran sobre
todo, aunque no exclusivamente, en las tradiciones sobre los patriarcas y en
las historias de la sucesión del primero y segundo libro de Samuel. Si se
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Si hay que considerar a Jesús prototipo del pequeño -que invita a sus
discípulos a acoger el don del nuevo nacimiento y a permanecer durante toda
la vida en la condición voluntaria de hijos de Dios, hechos hombres
continuamente por él y en él-, puede ser interesante releer la presentación
bíblica de la infancia de Jesús, a fin de descubrir qué revelación salvífica
puede surgir de aquella fase de su vida en la cual también él fue físicamente
niño. El modo como la palabra de Dios interpreta los sucesos de la infancia de
Jesús nos transmite realmente el sentido que tiene para toda la historia de la
salvación ese modo de referirse a Dios y a la vida que vivió el salvador como
niño. Pero antes de recoger estas indicaciones teológicas, la delicadeza de la
materia y la amplitud de la investigación exegética y hermenéutica reciente
imponen la necesidad de abrir un breve paréntesis para concretar la situación
actual de la interpretación de los llamados “evangelios de la infancia”.
los relatos sobre la infancia de Jesús, ya que está impregnada de los mismos
sentimientos de pobreza, de gozo, de sencillez. El nuevo mundo de los pobres
totalmente confiados en Dios, de los ‘anawim cristianos, pequeños y niños en
el Espíritu, es la continuación, por obra del Espíritu, de ese gozo de existir
para el Padre dentro de esta humilde historia que revelan los textos sobre la
infancia de Jesús.
Lógicamente, no hay que exagerar demasiado la conexión entre los
evangelios de la infancia y la temática del volver a ser como niños, para no
caer en el error metodológico de querer a toda costa hacer coincidir unos
textos que tienen un origen y una finalidad distintos. Sin embargo, después de
cuanto hemos dicho, no parece infundado afirmar que -para responder a la
pregunta de qué es lo que se entiende por niño cuando se dice que hay que
hacerse como ellos para entrar en el reino- se puede atender también al modo
de ser niño que la tradición evangélica atribuyó a Jesús. También aquí nos
encontramos con el tema de dejarse formar como hombres por Dios
solamente en la obediencia y en la humildad, lo cual confirma el acierto de la
interpretación que se dio a los textos sinópticos sobre el niño.
IV. YA NO NIÑOS.
Para ser completos, hemos de aludir a un último uso de la imagen del niño,
que difiere del modelo con que nos hemos encontrado hasta ahora. Se trata de
textos en los que, en vez de hacerse de nuevo como niños, se invita a superar
los límites de la condición infantil. La primera carta de Pedro (2,2) exhorta así
a los neófitos: “Como niños recién nacidos apeteced la leche espiritual no
adulterada, para que alimentados con ella crezcáis en orden a la salvación”.
Este texto es sólo aparentemente distinto del de los sinópticos. Suponiendo
que la conversión cristiana es un nuevo nacimiento, es lógico decir que el
recién convertido vuelve a partir de cero como un recién nacido y se deja
alimentar por la leche de la catequesis cristiana (de la que podría ser muy bien
un ejemplo esta primera carta de Pedro) para crecer como hombre nuevo. Una
vez hecho adulto en Cristo, no dejará de ser niño en el sentido de totalmente
dependiente de Dios.
Es análoga, aunque ligeramente más peyorativa, la calificación de niños que
Pablo da a los corintios en 1 Cor 3,1, ya que la leche de que aquí se habla es
imagen de una educación, necesaria, ciertamente, pero imperfecta.
En otros dos casos, por el contrario, la analogía con el niño se refiere a la
inmadurez y a la indecisión del sujeto (Ef 4,14)0 a la imperfección del
conocimiento (1Co 13,11). En ambos casos el niño indica carencia, mientras
que el adulto denota madurez y plenitud. Pero se trata de aquella madurez que
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