CASTELLO I - Se Inicia La Aventura de La Ciudad de
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Pero, también, poéticamente se la denomina Taraguí. El historiador Mantilla nos explica de donde proviene esa
denominación. Significa pueblo cercano y se la daban los nativos de la región. La palabra se compone de taba, pueblo; y de
aguí, cerca, próximo. La b de taba se muda en r, por singularidad de la lengua guaraní, y, por la misma causa, desaparece
después una a.
había gran cantidad de ganado cimarrón. Con el tiempo este ganado se multiplicó notablemente y no sólo hubo
equinos y vacunos, sino también ovinos y caprinos.
Una cosa interesante es que el primer veterinario del que se tiene noticias en los anales correntinos fue Pedro de la
Rotela, a quien el Cabildo encargó en 1604, además de cuidar a los equinos, la misión de curar a los animales de
gusanos y cualesquiera otra enfermedad.
Labougle afirma que el correntino fue un pueblo agricultor desde sus orígenes, y que luego fue ganadero, basándose
en lo siguiente: “….Durante esos primeros años, hasta comienzos del siglo XVII, siendo corto el número de
pobladores, estuvieron éstos limitados al cultivo de la tierra en los alrededores de la ciudad”. Los sembrados se
extendían desde las orillas de la ciudad hasta casi dos leguas a la redonda y fueron incrementándose a medida que
los territorios se fueron pacificando. A las chacras se las rodeaba de palizadas para proteger los cultivos de los daños
que podía causar el ganado suelto.
Don Pedro de Vera y Aragón –casado con doña Inés Arias de Mansilla, hija de fundadores de la ciudad-, heredó, a la
muerte de su padre, don Alonso de Vera y Aragón, todo el ganado que había, domesticado o cimarrón. El nuevo
dueño del ganado tuvo un destacado gesto de generosidad cuando, en enero de 1611, el Visitador de la Audiencia
de Charcas, Francisco de Alfaro, estuvo en Vera y vio la extrema pobreza en que se debatía el vecindario y, como
contrapartida, la gran cantidad de ganado que había, pidiéndole entonces que permitiese a los vecinos “libremente,
entra en sus ganados a vaquear y charquear, pagándole la cuarta parte de la matanza que hiciesen o recogiesen”.
Recogida era el arreo del ganado cimarrón con el fin de concentrarlo en una estancia. Vera y Aragón firmó con Alfaro
una escritura concediendo el permiso y, desde entonces, comenzaron las recogidas y vaquerías en la campaña
correntina.
El siglo XVII comenzó con más tranquilidad para los habitantes de Vera de lo que habían sido los duros años que transcurrieron
desde la fundación hasta casi el fin del siglo XVI. En esos años la población había tenido que pasar momentos de gran peligro y
miseria debido a los continuos ataques de los naturales que querían sacudirse el yugo de las encomiendas. El cansancio de
muchos colonizadores, por los continuos sobresaltos y padecimientos, , los llevó a emigrar, argumentando algunos que la única
forma de poder llevar una existencia más tranquila era cambiar el emplazamiento de la ciudad. Las noticias del agravamiento de
la situación llegaron al gobernador de las Provincias del Paraguay y del Río de la Plata, don Juan Ramírez de Velazco, quien,
inmediatamente, se trasladó a Vera con el propósito de solucionar los problemas. Pero llegó a la conclusión de que el lugar
donde se encontraba la ciudad era inmejorable y, por medio de un bando fechado el 6 de septiembre de 1596, ordenó “vuelvan
a ella los vecinos que la abandonaron, so pena de perder sus solares y chacras si no vuelven y edificar en seis meses”. Después
tomó medidas para asegurar la protección de los pobladores, llevó a cabo una rápida expedición contra los belicosos aborígenes
y aumentó la guarnición con más soldados, proveyéndola también de mayor cantidad de armamentos. El optimismo renació en
los sufridos habitantes al ver que los ataques cesaron.
A su vez Hernandarias, sucesor de Ramírez de Velazco en el gobierno, realizó una visita a la ciudad en 1598 y también tomó una
serie de medidas para asegurar la tranquilidad, realizó algunas expediciones para escarmentar a los indios más belicosos y
celebró tratados de amistad con los vencidos. Este gobernante, sin dudas, fue un verdadero estadista y supo encontrar
soluciones a los problemas que se presentaban en los territorios que estaban bajo su administración. Sus afanes fueron
beneficiosos para Vera a la que hizo traer más ganado de Asunción, estimuló el cultivo de la tierra y promovió la construcción de
casas. Todo lo anterior permitió a Vera comenzar el nuevo siglo con más optimismo. Igualmente se produjo un cambio en la
forma de proceder de los colonos con los naturales que estaban encomendados, dándoles un trato más generoso. Las ciento
veintitrés encomiendas repartidas habían sido concedidas por tres vidas, y los encomenderos tenían la obligación de dar
doctrina cristiana a los encomendados, debían, además, residir en la ciudad, poseer armas y caballos para la conquista, no
ausentarse sin permiso durante el término de cinco años y retornar a ella una vez finalizado el plazo que se les hubiera otorgado.
Cuando Hernandarias volvió a partir, dejó en el gobierno de Vera a Diego Martínez de Irala, hijo de Domingo Martínez de Irala y
una indígena guaraní. Irala impulsó la actividad productiva y estimuló las buenas relaciones con los indios. Los cultivos se
llevaron a cabo en pequeña escala debido a la escasez de semillas, de útiles de labranza y de los animales adecuados para esa
actividad. Siendo magro el rendimiento para el consumo general. “Fue reputada cosecha de prodigio la de Hernando de la
Cueva, que recogió en el año 1602 veinte fanegas de trigo; el Cabildo lo obligó a venderlas a los pobres” 2. El dominio de los
colonizadores se extendió hasta el límite de las tierras repartidas porque, debido a las necesidades que se tenían, muchos
tuvieron que salir de la ciudad y dedicarse a las actividades rurales. Irala repartió nuevas tierras para el cultivo del trigo, la vid y
el algodón. El comercio con otras poblaciones se incrementó pese a que en esa primitiva Corrientes se usaban como moneda –
porque el dinero era prácticamente inexistente- el plomo, el hierro y el azufre, practicándose también el trueque. Por otra parte
2
Manuel Florencio Mantilla, op cit, p. 46
se empezó a tratar de expandir hacia el interior del territorio y, para hacerse más seguro los caminos y proteger a los viajeros y
comerciantes que con frecuencia solían ser atacados por los indígenas, se construyeron dos pequeños fuertes: uno, llamado San
Juan, sobre la costa del Río Paraná a tres leguas al nordeste de Vera; y el otro, denominado San Lorenzo, en la ribera norte del
río Santa Lucía. Cada uno de ellos contaría con guarnición de veinte soldados. Estos asentamientos favorecieron que una buena
cantidad de colonos se animaran y se adentraran en el territorio para poblarlo.
También durante el gobierno de este progresista hijo de la tierra comenzó la educación en Vera cuando el Cabildo, por acuerdo
del 10 de marzo de 1603 designó maestro de escuela a Ambrosio de Acosta, al que se pagaría un peso plata por cada niño al que
le enseñara a leer, escribir, contar y la doctrina cristiana, la enseñanza básica en la América española en los primeros siglos de
colonización.
Pero, nuevamente, la tranquilidad lograda con los aborígenes en los últimos años se vio perturbada, aunque, esta vez, los que
reanudaron los ataques fueron tribus chaqueñas que, en pequeños grupos, pasaban el Paraná subrepticiamente y atacaban
especialmente las chacras, donde sabían que no encontrarían resistencia. Estos grupos estaban compuestos por abipones,
guaycurúes y payaguás, cuyo nombre significaba “los de los pantanos”, y llegaban de zonas ubicadas en el actual Chaco
paraguayo.
El Cabildo tomó medidas defensivas y ordenó a los vecinos que no salieran desarmados y, a la primera señal de alarma,
concurrieran a reforzar las guardias. En 1609, ante un nuevo levantamiento de los guaraníes, otra vez Hernandarias tuvo que
trasladarse desde Asunción con un contingente de doscientos hombres. Logró varias victorias sobre los rebeldes, llegó hasta el
río Aguapey y estableció la paz con quince caciques. Pero estos últimos no respetaron el compromiso y en 1610 volvieron a las
andadas y atacaron a pueblos amigos de los españoles, destruyendo completamente a los ahomas (sic) y presentándose en gran
número ante la ciudad de Vera. Otra vez hubo que recurrir a Hernandarias quien, como siempre, llegó a tiempo y salvó la ciudad
alejando a los atacantes. Después de estas peligrosas experiencias se llegó al convencimiento de que, para que no se repitieran,
había que reunir a los indígenas en Reducciones vigiladas por los espaloles, y así preservar la paz. De esta decisión surgieron las
reducciones de Itatí, Guacarás y Ohomá.
Y, por fin, fue nuevamente el valeroso criollo el que logró la paz definitiva cuando, durante su cuarto y último gobierno en el Río
de la Plata, iniciado el 26 de mayo de 1615, llevó a cabo una campaña con fuerzas formadas con contingentes de Asunción,
Santa Fe y Vera y sometió a los guerreros naturales. Acordando la paz con ellos. En cumplimiento de lo pactado se establecieron
en territorio correntino los franciscanos y los jesuitas haciendo que los indios vivieran en comunidades organizadas. Pero claro
que todo esto no se logró sin antes haber soportado violentos enfrentamientos, como surge de las informaciones que se
labraron en Corrientes en 1635 por pedido del procurador general de la ciudad, Capitán Mateo González de Santa Cruz: “Los
testigos declararon que era una falsedad decir que con una sola palabra evangélica se había reducido a los indios, pues era
público y notorio que lograrlo había costado a los vecinos y moradores de la ciudad, muchas muertes y trabajos, y gastos de sus
haciendas”3. No faltaron en estos episodios de la conquista las épicas acciones de caballeros andantes, como la que se desarrolló
unos años antes de la fundación de la Reducción de Itatí. Había sido mandada una expedición de veinticinco hombres contra los
guaraníes que vivían en esa región. Embarcada en balsa remontó el Paraná hasta dar con los indígenas y el Capitán, Juan Gómez
de Mesa, los intimó a someterse en nombre del Rey. Como la respuesta fue una rotunda negativa, se instaló la lucha y el capitán
español se trabó en un combate individual con el cacique Guaracupí “con una espada ancha en la mano y una rodela”,
invocando a su Rey y dando con el cacique en tierra, maniatándolo luego. Al ver vencido a su jefe los indígenas fueron presa del
temor y se sometieron. Posteriormente, en número cercano a los quinientos, fueron conducidos con sus mujeres e hijos a la
ciudad de San Juan de Vera, poniéndoselos en Reducción junto a la Cruz del Milagro y con guardia de soldados 4. Con estos
naturales y otros que se sometieron algunos años después, al capitán Antón de Figueroa, se formó la población de la Reducción
de Itatí. Sobre la fecha de su instalación no hay datos concretos, pero se cree que fue el 7 de diciembre de 1615, y el encargado
de llevarla a cabo fue el franciscano fray Luis de Bolaños, conocedor del idioma guaraní y de gran influencia entre españoles e
indios, denominándola Reducción de la Pura y Limpia Concepción de Itatí5.
La Reducción de Itatí tuvo como base a cien indios guaraníes de la nación yaguá. Posteriormente, cuando Bolaños se traslada a
Buenos Aires, debido a su avanzada edad, quedó al frente de ella fray Luis Gámez quien, a su muerte, fue sucedido por fray Juan
de Ortega y, a su vez, éste lo fue por el paraguayo Juan de Gamarra que trasladó la reducción al lugar que ocupa actualmente el
pueblo y al antiguo sitio se le dio la denominación de Tabacué (pueblo que fue).Más tarde, otros pueblos traídos de distintos
lugares del territorio correntino, de Apipé y del Paraguay, pasaron a engrosar su población. De lo que era en sus primeros años
nos dejó una descripción don Diego de Góngora, gobernador del Río de la Plata, que la visitó en 1621: “tenía iglesia nueva, y
casa para el adoctrinante; los indios eran guaraníes y andaban vestidos; vivían en casa de tapia y madera, tenían estancias de
3
Labougle, Raúl de, Historia de San Juan…..
4
Ibidem, pp. 22-23
5
Según Labougle el fundador fue fray Luis Gámez, no existiendo pruebas de que lo fuera fray Luis de Bolaños o el R.P. Roque
González de Santa Cruz S.J. Para Manuel Florencio Mantilla y Hernán Feliz Gómez el fundador fue Bolaños, aunque el último
reconozca que Gámez fue quien puso los cimientos de la reducción. Federico Palma también se inclina por Bolaños.
ganado vacuno del cual como de maíz y de pescado se alimentaban; tenían bueyes y herramientas para la labranza. Algunos
sabían leer, escribir y contar, con maestros que les enseñaban esos ramos en su misma lengua”. Lamentablemente los caciques
con sus vasallos no eran libres –ccomo lo fueron los de las misiones jesuíticas- puesto que pertenecían a encomiendas que eran
propiedad de vecinos de la ciudad de Vera o de la Corona española. El régimen social era el impuesto en la vida comunitaria y el
gobierno era ejercido, con amplias facultades, por el cura doctrinero. Y esa condición diferente con los que estaban en las
reducciones jesuíticas llevó a que un día los indígenas de Itatí se rebelaran contra los sacerdotes franciscanos y pidieron bajo la
dirección de los jesuitas.
En esas primeras décadas del siglo XVII se fueron instalando otras reducciones en territorio correntino. Una fue la de Guácaras,
nombre propio de los indios chaqueños que le habían sido adjudicados en encomienda a “El Tupí”, por su primo homónimo “El
Cara de Perro”, cuando éste fundó concepción del Bermejo, y aquél los trasladó a Corrientes, asentándolos en lo que
actualmente es el pueblo de Santa Ana, dando origen, más tarde, a la reducción mencionada. Otro asentamiento similar fue
Nuestra Señora de la Candelaria de Ohóma, significando esta última palabra “desapareció”, “él fue” o “él pasó”, perteneciendo
sus habitantes a la nación guaycurú del chaco.
También a principios de este siglo comenzaron su obra en la zona del Alto Paraná, en lo que es la actual provincia de Misiones,
los miembros de la Compañía de Jesús, cosa qque fue vista con buenos ojos por los habitantes de Vera que consideraron que
esto beneficiaría a su ciudad con la pacificación y civilización de los aborígenes de esos lugares. Además se instalaron en
Corrientes los franciscanos y los mercedarios que fundaron conventos en los terrenos cedidos por el fundador de la ciudad y,
más tarde, obtuvieron de Alonso de Vera, la cesión de tierras para chacras y estancias”.
En 1617, al producirse la división en dos de la gran gobernación que abarcaba estos territorios, las del Río de la Plata y del
Guayrá o Paraguay, por Real Cédula del rey Felipe III, de la primera pasaron a depender Santa fe, Vera, Buenos aires y
concepción del Bermejo. De todas estas ciudades la más importante ya era Buenos Aires, siguiéndola Vera. Las razones de esto
último era que su población era estable y crecía lentamente; una industria agrícola y pastoril que la sustentaba; la paz lograda
con muchos sacrificios con los nativos de las zonas aledañas y, por último, su situación estratégica que la comunicaba por agua
con las dos ciudades importantes de la región y con las misiones políticas.
El ordenamiento institucional funcionaba perfectamente. El mando político y militar era ejercido por un teniente de
gobernador que residía en la ciudad. Los asuntos de justicia, policía y administración estaban a cargo del Cabildo,
que era integrado por dos alcaldes y doce regidores, aunque sus sesiones eran presididas por el teniente de
gobernador. El cuadro de las rentas comunales de esa época se consignaba en pesos, pero esta estimación era
simplemente nominal para facilitar la contabilidad, pues no circulaba dinero debido a su escasez. Se tiene un somero
conocimiento de la inversión de la renta de acuerdo al reparto que hizo en 1622 (reproduce cifras de Mantilla).
La vida en aquellos tiempos era dura y sacrificada, debiendo los pobladores cumplir funciones como auténtica carga
pública.
El servicio militar, si bien no era permanente, era obligatorio, y los hombres, además de tener que abandonar sus
ocupaciones habituales cuando se los requería, debían costearse ellos mismos toido lo que precisaran en guarnición
o en campaña, sin recibir remuneración alguna. Esto, sin duda, perjudicaba el progreso de la población y nos
demuestra que el gobierno central no ponía demasiado interés en ayudar a Corrientes, acordándose de ella
solamente cuando precisaba a sus hombres, que, por otra parte, estaban muy conceptuados como soldados.
Y, volviendo al viaje de inspección que realizó por el territorio de su jurisdicción el gobernador don Diego de
Góngora, luego de visitar Concepción del Bermejo visitó a Vera y en su informe a la Corona dejó traslucir la bastante
mala impresión que le causó esta última ciudad, considerándola pobre con respecto a Concepción. Estimó que su
población alcanzaba a 91 vecinos o sea alrededor de 500 personas, aunque resaltó que había muy buenas tierras y
abundancia de ganado cimarrón. Hizo notar que todavía quedaban algunos viejos mestizos pertenecientes al grupo
de los primitivos pobladores, señalando que no encontró negros ni mulatos, y que eran más las mujeres que los
hombres que habitaban la ciudad. Hemos dicho ya que visitó también la reducción de Itatí, quedando muy conforme
con la vida que llevaban allí los aborígenes, y luego hizo lo propio con Santa Lucía de los Astos. A ésta la encontró
bastante abandonada, y entonces hizo reunir a sus habitantes para escuchar cuáles eran las causas de eso. Se le
respondió que el alejamiento se debió a que la población se vio azotada por varias pestes, que se sucedieron una
tras otra y atemorizaron a la gente.
En este siglo XVII la sociedad correntina comenzó su estratificación.
Los fundadores y sus sucesores se preciaban de descender de los colonizadores que llegaron en 1536 con don Pedro
de Mendoza y, por eso, se consideraban de superior prosapia que el resto de la población. Dice Eduardo Rial que
había tres vecinos que tenían el derecho al Don y eran Francisco de Agüero (….). También dice que podrían incluirse
dentro de esa “mentalidad aristocrática” a vecinos de la estatura de los Cabral de Alpoín (…), a quienes les fue
reconocida su nobleza de sangre, (…).
Más adelante dice Rial que la “élite” que conformaba el grupo dirigente eran los beneméritos de la conquista, los
eclesiásticos y los funcionarios de la Corona. Sin embargo no deben ser confundidos con la nobleza, ya que, si bien
hubo entre ellos troncos familiares de mejor linaje, ello era la excepción y no la regla.
A fines del siglo se produjo la apertura del grupo social aristócrata a través de sucesivos enlaces matrimoniales con la
burguesía, que de esa manera inició su ininterrumpido ascenso. Se produjo así un proceso de cambio pues los
encomenderos desaparecieron como cabeza de la sociedad, los primitivos pobladores conservaron su posición en la
medida en que se hicieron terratenientes, aunque el estanciero no apareció todavía como potencia económica.
Durante este siglo la clase burguesa no llegó a adquirir todavía un rol importante en la sociedad correntina,
adquiriendo su número cierta importancia a fines de la centuria por la llegada especialmente de personas extrañas a
la ciudad: portugueses, asuncenos, santafesinos y bonaerenses, que formaron un importante núcleo de mercaderes
y comerciantes quienes, por medio de enlaces matrimoniales, fueron adquiriendo importancia, propiedades y cargos
públicos.
Hacia 1633 la cantidad de habitantes de San Juan de Vera aumentó inesperadamente con la inmigración de los
sobrevivientes del Concepción del Bermejo, que había sido destruida por los indígenas. La situación de esta pobre
gente fue lamentable y el Jesuita Antonio Ruíz de Montoya dijo al respecto “Los vi tan miserables que pedían
limosna”. El gobernador del Río de la Plata, Pedro Esteban Dávila, quiso repoblar la ciudad destruida y para ello envió
dos expediciones dde correntinos que fueron rechazadas por los nativos haciendo que los intentos se abandonaran.
Hacia 1621 llegó a Corrientes la noticia de que la Corona había expedido una Real Cédula, el 8 de septiembre de
1618, otorgando permiso por tres años a las Provincias del Río de la Plata y del Paraguay para que enviasen dos
navíos al puerto de Sevilla con productos de la tierra. Autorizaba el envío de 2.500 cueros, correspondiéndole la
mitad a cada provincia, lo que resultaba insuficiente para el Río de la Plata que tenía alrededor de 1.500 habitantes.
A los vecinos de Concepción del Bermejo y Corrientes les correspondía exportar a razón de dos cueros por persona.
Esta mezquindad oficial lo único que logró fue estimular el contrabando, llegando a practicarlo en muchas
oportunidades hasta las mismas autoridades. En Corrientes los contrabandistas utilizaron los llamados
“arrimaderos”, puertos naturales que ofrecía, en gran cantidad, la ribera izquierda del Paraná.
En la tercera década del siglo XVII urgió en San Juan de Vera la figura de un hombree que fue importante en aquellos
tiempos de consolidación de la ciudad. Fue MANUEL CABRAL DE ALPOIN, que llegó en 1625 y no mucho tiempo
después se casó con doña Inés Arias de Mansilla, viuda de “El Tupí”.
Mandó construir, de su propio peculio, la Iglesia Matriz, frente a la Plaza Mayor, y la puso bajo la advocación de
Nuestra Señora del Rosario. Una cosa que puede llamar la atención es que, siendo portugués, ocupó en 1629 el
cargo de teniente de gobernador, pero esto se explica porque, en esos tiempos, Portugal se hallaba anexada a la
Corona española (…). Mandó amurallar la ciudad para protegerla de posibles ataques de los indios y de sus
compatriotas portugueses. Completó el plan defensivo mandando construir dos fuertes, unos a tres leguas al
nordeste de la ciudad, y otro, a igual distancia, pero al sudeste, estando ambos sobre el Río Paraná. En 1627 compró
sus derechos de Accionero Mayor del Ganado Vacuno a Pedro de Vera y Aragón, pasando a ejercer de esta manera,
el derecho a cobrar la cuarta parte de lo faenado por los vecinos, provocando esto no pocos pleitos en los que,
generalmente, salió ganancioso. P. 52 ……….En una oportunidad…..