Viacrucis Santo Padre Juan Pablo II

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VIACRUCIS PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE


NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
El Vía crucis es una devoción centrada en los Misterios dolorosos de Cristo, que se meditan y contemplan
caminando y deteniéndose en las estaciones que, del Pretorio al Calvario, representan los episodios más
notables de la Pasión.

La difusión del ejercicio del Vía crucis ha estado muy vinculada a la Orden franciscana. Pero no fue San
Francisco quien lo instituyó tal como lo conocemos, si bien el Pobrecillo de Asís acentuó y desarrolló
grandemente la devoción a la humanidad de Cristo y en particular a los misterios de Belén y del Calvario,
que culminaron en su experiencia mística en la estigmatización del Alverna; más aún, San Francisco
compuso un Oficio de la Pasión de marcado carácter bíblico, que es como un «vía crucis franciscano», y que
rezaba a diario, enmarcando cada hora en una antífona dedicada a la Virgen. En todo caso, fue la Orden
francisana la que, fiel al espíritu de su fundador, propagó esta devoción, tarea en la que destacó
especialmente San Leonardo de Porto Maurizio.

El Vía crucis consta de 14 estaciones, cada una de las cuales se fija en un paso o episodio de la Pasión del
Señor. A veces se añade una decimaquinta, dedicada a la resurrección de Cristo. En la práctica de este
ejercicio piadoso, las estaciones tienen un núcleo central, expresado en un pasaje del Evangelio o tomado de
la devota tradición cristiana, que propone a la meditación y contemplación uno de los momentos importantes
de la Pasión de Jesús. Puede seguirle la exposición del acontecimiento propuesto o la predicación sobre el
mismo, así como la meditación silenciosa. Ese núcleo central suele ir precedido y seguido de diversas preces
y oraciones, según las costumbres y tradiciones de las diferentes regiones o comunidades eclesiales. En la
práctica comunitaria del Vía crucis, al principio y al final, y mientas se va de una estación a otra, suelen
introducirse cantos adecuados.

Aquí ofrecemos el Vía crucis con textos e imágenes que ayuden a meditar y contemplar «los excesos del
amor de Cristo». Los fieles y las comunidades sabrán escoger lo que les sea más útil en sus circunstancias y
lo que mejor les ayude a seguir a Cristo, acompañando a María y acompañados de ella.

Introducción.- Para una información más amplia y profunda sobre la historia y naturaleza del Vía crucis,
véase el artículo de Antonio Izquierdo, L.C.: Vía crucis de Cristo y del cristiano .
EJERCICIO DEL VÍA CRUCIS

Por la señal de la Santa Cruz... Señor mío Jesucristo...

O en su lugar:

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Ofrenda a la Virgen: «Dame tu mano, María»


(Gerardo Diego)

La oración en el Huerto
(Gerardo Diego)

Oración inicial

Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino
hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo
que vieron e hicieron todos aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su
pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.
Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que
nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica
participación. Participar significa tener parte. Y ¿qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere
decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir
reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada
vez más por este amor, caminar... Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin
miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en
tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos
de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]

Primera Estación
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo
llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató
de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!»,
«Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús,
después de azotarlo, para que fuera crucificado.

San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y
hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía crucis.

Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los
Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas,
vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Segunda Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio
y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían
vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron
camino del Calvario para allí crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y
de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre:
que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que
contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Tercera Estación
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de
los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas
pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de
los soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a empellones,
logró levantarse para seguir su camino.

Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia
del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra
parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros
podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de
levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Cuarta Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes
de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez,
la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre
que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace
mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y
la compasión que se transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo
sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis,
porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de
una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Quinta Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de
manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese antes de hora,
pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del
campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón
tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia,
la abrazó con resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su conversión.

El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen.
Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En
los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y
desinteresada.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Sexta Estación
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.
Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta
el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino
del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor...
Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo
con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él
su Santa Faz.

Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de
Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el
rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la
pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Séptima Estación
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una
de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba
poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los
planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.

Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche
anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que
es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las
flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez
más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos.
Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento
de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Octava Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y
unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no
lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de
Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.

Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que,
desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado.
Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas
quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus
hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre
el santo temor de Dios.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Novena Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por
tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo
habían dejado sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los
planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del altar en que había
de ser inmolado.

Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la
meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se
produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el
cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y
la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Décima Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa
costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como
gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos
supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna,
de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las
repartieron.

Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a
parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas
prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del
Hijo querido.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Undécima Estación
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la


crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le taladraban las manos y los pies.
Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado
en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo, encima de la cabeza de
Jesús, pusieron el título o causa de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También
crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era
extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera
que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la
cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces clavos!
¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Duodécima Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y
de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades
religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del
buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro episodio
emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer,
ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo la
acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba
cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E
inclinando la cabeza entregó el espíritu.

A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y
dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los
sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimotercera Estación
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los
judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las
piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una
lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilato y ayudados
por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y
reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz
estaba la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo.

Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que
contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y
la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimocuarta Estación
JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en
una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado
para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas
mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban
dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del
sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.

Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en
medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho.
En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección
es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la
muerte y el sepulcro, y cuanto simbolizan.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimoquinta Estación
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi


R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Pasado el sábado, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro.
Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no hallaron el cuerpo
del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no
está aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres. Pronto
comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a
Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días.
Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo testigos presenciales de
la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y trataron resucitado.

En los planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino
la resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio.
Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado con Cristo
hemos de vivir según la nueva condición de hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu
pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar
contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los
siglos de los siglos. Amén

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