Montesquieuespiritu de Las Leyes T1

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 9

EI;

LI13R0 1
^,.

I,ry,
De las leyes en general.

CAPÍTULO I

De las leyes con relación á los diversos seres.

Las le yes, en su significación más lata, son las relacio-


nes necesarias que se derivan de la naturaleza de las
cosas; y, en este sentido, todos los seres tienen sus le-
yes: las tiene la divinidad (1); las tiene el mundo mate-
rial; las tienen las inteligencias superiores al hombre;
las tienen los brutos; las tiene el hombre.
Los que han afirmado que una fatalidad ciega ha
producido todos los efectos que vemos en el inundo, han
proferido un enorme absurdo; porque ¿cuál mayor ab-
surdo que una fatalidad ciega produciendo seres inteli-
gentes?
Hay, pues, una razón primitiva y las leyes son las re-
laciones que existen entre ella y los distintos seres y las
de estos diferentes seres entre sí.

(i) «La ley, dice Plutarco, es la reina de todos, mortales é


inmortales.» En el tratado: Que se requiere que un príncipe sea
sabio.
12 MONTESQUIEU

Dios tiene relación con el universo como creador y


como conservador: las leyes con que ha creado son las
mismas con que conserva; obra según ellas porque las
conoce; las conoce porque las ha hecho; las ha hecho
porque están en relación con su sabiduría y su poder.
Siendo evidente que el mundo, formado por el movi-
miento de la materia y privado de inteligencia, subsiste
siempre, es necesario que sus movimientos obedezcan
á leyes invariables; y si se pudiese imaginar otro mundo
distinto, se regiría por reglas fijas ó se destruiría.
Así, la creación, que parece ser un acto arbitrario, su-
pone reglas tan inmutables como la fatalidad de los
ateos. Corno el mundo no subsistiría sin estas reglas, es
absurdo sostener que el Creador podría gobernarlo sin
ellas.
Estas reglas son una relación constantemente esta-
blecida. Entre dos cuerpos que se mueven, se reciben,
se aumentan, se disminuyen, se pierden todos los movi-
mientos, según las relaciones de la masa y de la veloci-
dad; cada diversidad es uniformidad; cada cambio,
constancia.
Los seres particulares inteligentes pueden tener le-
yes que hayan formado; pero tienen otras no formadas
por ellos. Antes de haber seres inteligentes, eran posi-
bles: existían, pues, relaciones posibles y, por conse-
cuencia, leyes posibles. Antes de haber leyes positivas,
existían relaciones de justicia posibles. Decir que no
hay nada justo ni injusto sino lo que ordenan ó prohiben
las leyes positivas, equivale á afirmar que antes de tra-
zarse círculos no eran iguales todos sus radios.
Es forzoso, por consiguiente, admitir que hay relacio-
nes de equidad anteriores á la ley positiva que las esta-
blece; como, por ejemplo, que en el supuesto de haber
sociedades humanas, sería justo conformarse á sus le-
11/ , EL ESPIRITII DE LAS LEYES 13
l ^a^ yes; que si existían seres inteligentes que hubiesen reci-
bido algún beneficio de otro ser, deberían estarle reco-
1 pp
nocidos; que si un ser inteligente había creado á otro ser
t, inteligente, este último debía continuar en la dependen-
)vi, cia que había tenido desde su origen; que si un ser in-
teligente causa mal á otro ser inteligente, merece reci-
c^n
bir el mismo daño, y así sucesivamente.
Pero falta mucho para que el mundo inteligente esté
tan bien gobernado como el físico. Porque si bien tiene
leyes que son invariables por su naturaleza, no las sigue
Su'
con la constancia que el mundo físico las suyas. Depen-
de esto de que los seres inteligentes se hallan sujetos al
error por la limitación de su naturaleza: De otra parte,
es propio de ellos el obrar por sí mismos. No siguen,
pues , inmutablemente las leyes primitivas, ni siguen
siempre las mismas que se dan.
No se sabe si los brutos están gobernados por las le-
yes generales del movimiento ó por alguna particular.
Como quiera que sea, no tienen con Dios relación más
íntima que el resto del mundo material; y la facultad de
sentir sólo les sirve para las relaciones que mantienen
entre sí, ó con otros seres particulares ó consigo mismos.
Por el atractivo del placer conservan su ser particu-
lar, y por él también conservan la especie. Tienen leyes
naturales porque están unidos por el sentimiento; no
las tienen positivas por no estar unidos por la inteligen-
cia. No siguen, sin embargo, invariablemente sus leyes
naturales: las plantas, en las que no observamos conoci-
miento ni sentimiento, las siguen mejor.
Los brutos carecen de las supremas ventajas que po-
seemos los hombres; pero tienen otras de que nosotros
carecemos: no participan de nuestras esperanzas; mas
tampoco sienten nuestros temores: si están sujetos á la
muerte como nosotros, no la conocen: la mayor parte
EE

11101\ TES QU IEU


14
aún se conservan mejor que nosotros y no hacen tan
mal uso de sus pasiones.
El hombre, corno ser físico, está gobernado, al igual
de los otros cuerpos, por leyes inmutables; pero como
ser inteligente, viola sin cesar las leyes que Dios ha es-
tablecido y cambia las que él mismo se dicta. Debe diri-
gir su conducta y, sin embargo, es un ser limitado. Cual
todos los seres finitos, está sujeto á la ignorancia y al
error, y á veces pierde los débiles conocimientos que
tiene. Como criatura sensible está sujeto á mil pasiones.
Un ser de esta naturaleza podía olvidarse á cada instan-
te de su Creador: Dios le ha llamado á sí con las leyes
de la religión: un ser de tal especie podía olvidarse á
cada momento de sí mismo: los filósofos le han aparta-
do de este peligro con las leyes de la moral; nacido para
vivir en sociedad, podía olvidarse de sus semejantes:
los legisladores le han vuelto á la senda de sus deberes
con las le y es políticas y civiles.

CAPÍTULO II

De las leyes de la naturaleza.

Son las leyes de la naturaleza anteriores á todas las


demás y se llaman así porque se derivan únicamente de
la constitución de nuestro ser. Para conocerlas bien es
preciso considerar al hombre antes de establecerse las f

sociedades. Las leyes de la naturaleza son las que reci-


biría en semejante estado.
Aquella ley que, imprimiendo en nosotros la idea de
un creador, nos impulsa hacia él, es la primera de las
leyes naturales por su importancia, ya que no en el or-
EL ESPÍRITU DE LAS LEYES 15
den de ellas. El hombre, en estado de naturaleza, ten-
dría más bien la facultad de conocer que no conoci-
J ai

miento. Es claro que sus primeras ideas no serían espe-


culativas: pensaría en conservarse antes que en indagar
su origen. Tal hombre no sentiría al principio más que
su debilidad; su timidez sería extrema; si fuesen nece-
sarios ejemplos, nos los proporcionarían algunos sal
vajes encontrados en las selvas, que tiemblan ante todo,
que huyen de todo.
En parecido estado (1), cada cual se creería inferior,
y apenas alguno se reputaría igual. Nadie pensaría en
atacar á otro y la paz sería la primera ley natural.
El deseo de subyugarse unos á otros, que Hobbes
atribuye á los hombres desde el principio, no es confor-
me á la razón.
La idea de dominación y de imperio es tan comple-
ja y depende de tantas otras, que no pudo ser la primera
que tuviese el hombre.
Hobbes (2) pregunta por qué los hombres van siempre
armados y tienen llaves para cerrar sus casas si el esta-
do de guerra no es el natural entre ellos. No se advier-
te aquí que se atribuye á los hombres, antes de esta-
blecerse las sociedades, pensamientos que no pueden
nacer sino después que éstas, en donde aquéllos en-
cuentran motivos para atacarse y defenderse.
Al sentimiento de su debilidad uniría el hombre pri-
mitivo el de sus necesidades; así, la segunda ley natu-
ral sería la que le impulsase á buscar el alimento.
He dicho que el miedo haría que los hombres huye-
sen unos de otros; no obstante, las señales de un temor

(r) Testigo el salvaje que se encontró en los bosques de


Hanover y pudo verse en Inglaterra en el reinado de Jorge I.
(2) In prcefat. lib. de (,vive.
MONTESQUIEU
16

recíproco les inducirían muy pronto á aproximarse; por


otra parte, les incitaría á ello el placer que todo animal
experimenta al acercarse á otro de su especie. El em-
beleso que los dos sexos se inspiran por razón de sus
diferencias aumentaría aquel placer, y la instancia na-
tural que el uno hace siempre al otro sería la tercera
ley natural.
Los hombres, además de sentir desde el principio.
llegan á adquirir conocimientos, con lo que aparece un
nuevo vínculo de que carecen otros animales. Tienen,
pues, un motivo más para unirse, y el deseo de vivir en
sociedad es la cuarta ley natural.

CAPITULO III

De las leyes positivas.

No bien se asocian los hombres, pierden el sentimien-


to de su debilidad, cesa la igualdad que había entre
ellos y empieza el estado de guerra.
Cada sociedad particular adquiere conciencia de su
fuerza, y así se produce el estado de guerra de nación
á nación. Los individuos de cada sociedad comienzan
también á conocer su fuerza, y tratan de hacer suyas
las ventajas principales de la colectividad, y como con-
secuencia se origina entre ellos el estado de guerra.
Este doble estado de guerra es causa de que se esta-
blezcan leyes entre los hombres. Considerados como
habitantes de tan gran planeta, que exige haya diferen-
tes pueblos, tienen leyes según la relación de estos
pueblos entre sí: éste es el Derecho de gentes. Conside-
rados corno viviendo en una sociedad que debe ser con-
EL ESPÍRITII DE LAS LEYES 17
servada, tienen leyes según la relación existente entre
gobernantes y gobernados: éste es el Derecho político.
En fin, hay leyes según la relación que liga á todos los
ciudadanos entre sí: éste es el Derecho civil.
El Derecho de gentes fúndase naturalmente en el
principio de que las diversas naciones deben hacer-
se en la paz, el mayor bien, y en la guerra, el menor
mal posible, sin perjuicio de sus verdaderos inte-
reses.
El fin de la guerra es la victoria, el de la victoria la
conquista, el de la conquista la conservación. De este
principio y del precedente deben derivarse todas las
leyes que constituyen el Derecho de gentes.
Todas las naciones tienen su Derecho de gentes, no
careciendo de él ni aun los iroqueses, que se comen á
sus prisioneros. Así, envían y reciben embajadas y co-
nocen ciertos derechos de la guerra y la paz; el mal es-
triba en que ese derecho no se funda en los verdaderos
principios.
Además del Derecho de gentes que interesa á todas
las sociedades hay un derecho político propio de cada
una. La sociedad no podría subsistir sin gobierno. «La
reunion de todas las fuerzas particulares, dice con gran
acierto Gravina, forma lo que se llama el estado po-
lítico.»
La fuerza general puede colocarse en manos de uno
solo ó de muchos. Han pensado algunos que, siendo el
poder paterno hechura de la naturaleza, el gobierno de
uno solo es el más conforme con ésta. Pero el ejemplo
de la potestad paterna no prueba nada, porque si el po-
der paterno guarda relación con el gobierno de uno solo,
después de muerto el padre, la potestad de los herma-
nos, y, después de muertos éstos, la de los primos her-
manos, guardan relación con el gobierno de muchos. El
2
18 MONTESQUIEU

poder político comprende, por necesidad, la unión de


muchas familias.
Preferible sería decir que el gobierno más conforme
con la naturaleza es aquel cuya constitución particular
se adapta mejor á la del pueblo respectivo.
Las fuerzas particulares no pueden reunirse sin que
se reunan todas las voluntades. «La reunión de estas
voluntades, dice también atinadamente Gravina, es lo
que se llama el estado civil.»
La ley, en general, es la razón humana en tanto go-
bierna á todos los pueblos de la tierra, y las leyes polí-
ticas y civiles de cada nación no deben ser sino los ca-
sos particulares á que se aplica la misma razón hu-
mana.
Estas leyes han de ser tan adecuadas al pueblo para
quien se dictan que sólo por muy rara casualidad las de
una nación convendrán á otra.
Es necesario que se acomoden á la naturaleza y al
principio del gobierno establecido ó que se intenta es-
tablecer, sea que le formen, como hacen las leyes po-
líticas, sea que le mantengan, como hacen las leyes
civiles.
Deben asimismo adaptarse al estado físico del país, al
clima helado, abrasador ó templado; á la calidad del te-
rreno, á su situación y extensión; al género de vida de
los pueblos, según sean labradores, cazadores ó pasto-
res; deben ser conformes al grado de libertad que la
constitución puede resistir; á la religión de los habitan-
tes, á sus inclinaciones, riqueza, número, comercio,
costumbres, usos. Por último, esas leyes tienen relacio-
nes entre sí: las tienen con su origen,' con el objeto del
legislador, con el orden de las cosas que regulan. Bajo
todos estos aspectos es menester considerarlas.
Tal es la tarea que me propongo en esta obra. Exami-
EL ESPÍRITII DE LAS LEYES 19
naré todas las relaciones indicadas, que juntas forman
r^t
lo que se llama el espíritu de las leyes.
No he separado las leyes políticas de las civiles por-
que como no se trata de las leyes, sino del espíritu de
ellas, y éste consiste en las relaciones que pueden te-
9u` ner con diversas cosas, he debido seguir menos el
;Sra,
orden natural de las leyes que el de tales relaciones y
s lo
cosas.
Examinaré primero las relaciones de las Ieyes con la
naturaleza y el principio de cada gobierno; y como este
psh principio tiene sobre las leyes un influjo supremo, pon-
15 dré mi empeño en conocerlo bien, y si llego á estable-
cerlo, se verán surgir de él las leyes como de su fuente.
Después pasaré á las demás relaciones que parecen ser
par,; más particulares.
asd?

^¡,

También podría gustarte