Cnoctbin Librolandi79
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Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Introducción
PRIMERA PARTE. DESCUBRE TU CUERPO
1. Los genitales externos, o «lo de fuera»
2. Los genitales internos, o «lo de dentro»
3. La glándula mamaria
SEGUNDA PARTE. TODO SOBRE LA MENSTRUACIÓN
4. Entendiendo el ciclo menstrual
5. La regla en las diferentes etapas de nuestra vida
6. ¿Es el síndrome premenstrual el culpable de todo?
7. Cuando la regla nos da problemas…
8. Sobre tampones, copas y compresas
9. La menopausia, la gran olvidada
TERCERA PARTE. ALGO NO VA BIEN
10. Las temidas infecciones
11. Las infecciones de transmisión sexual
12. Bienvenida al universo de los problemas de la vulva
13. Trastornos del útero
14. Trastornos de los ovarios y el eje hipotálamo-hipófisis-ovarios
15. Problemas frecuentes en las mamas
CUARTA PARTE. LA SALUD SEXUAL TAMBIÉN ES SALUD
16. Hay que hablar (más) de sexo
17. Para gustos, los anticonceptivos
18. Camino hacia la maternidad
QUINTA PARTE. MEJOR PREVENIR
19. ¿Cuál es tu estilo de vida?
20. La palabra más temida: cáncer
21. ¡A cuidar tu suelo pélvico se ha dicho!
22. Los cuidados de la vulva y la vagina
23. Cómo prevenir las infecciones de transmisión sexual
24. Ha llegado el momento de ir al gine: la revisión ginecológica
Para terminar
Bibliografía
Glosario de siglas
Agradecimientos
Notas
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Conócete bien,
cuídate mejorcuídate mejor
La guía definitiva para que toda mujer
descubra su cuerpo
A mis padres
INTRODUCCIÓN
Descubre tu cuerpo
Si te digo que cojas lápiz y papel e intentes dibujar tus genitales, ¿cómo de parecido a
la realidad crees que te saldría? Seamos objetivas: en general, la mayoría de las
mujeres no suelen inspeccionarse ahí abajo. De hecho, no es raro que algunas
pacientes no sepan identificar bien la zona en la que tienen un problema cuando vienen
a consulta. Y el primer error que cometemos es el de confundir las palabras vagina y
vulva. Es una confusión tan frecuente que ni algunas series tan populares como la
aclamada Sex Education se libran.
Afortunadamente, cada vez se habla más de la sexualidad femenina y creo que, por
fin, empieza a ser posible que las nuevas generaciones tengan una visión más amplia
de lo que hasta ahora, todavía, sigue siendo un tema tabú. Un ejemplo es la cantidad
de eufemismos que existen para evitar llamar vulva a la vulva, cuando llamar a las
cosas por su nombre es importante no solo desde un punto de vista médico, para
identificar correctamente el problema, sino también desde la sexualidad, para no limitar
nuestro placer.
Así que, para empezar, creo que es importante que dediquemos un momento a
descubrir nuestra propia anatomía. A fin de cuentas, es algo que todo el mundo debería
conocer.
Clásicamente, cuando hablamos de los órganos reproductivos femeninos, los
dividimos en dos partes: los genitales externos y los genitales internos. Los genitales
externos se corresponderían con todo lo que está por fuera, mientras que los genitales
internos se ubican dentro de la pelvis y, por tanto, no podemos apreciarlos a simple
vista.
¿Y las mamas? No me olvido de las glándulas mamarias, aunque estas dos
compañeras no necesitan que os recuerde dónde están. Las mamas constituyen una
buena fuente de preocupación y motivos de consulta, pero no forman parte de lo que
conocemos como aparato reproductor. Sin embargo, sí juegan un papel en la
reproducción, pues son órganos con función sexual y nutricia.
1
Los genitales externos, o «lo de fuera»
Recuerdo que, de pequeña, en el colegio nos enseñaban la palabra vulva con toda
naturalidad y, sin embargo, todos los niños la decíamos con la boca pequeña entre
risas y sonrojo. Vulva es el término que utilizamos para referirnos al conjunto de
estructuras que vemos por fuera en los genitales femeninos y sus límites van del
pubis al ano, y de una ingle a la otra. Muy pocas de las pacientes que llegan a consulta
usan la palabra vulva a pesar de ser, en muchas ocasiones, la parte de su cuerpo
donde se encuentra el motivo de la visita.
La vulva a su vez contiene diversas estructuras que te serán muy fáciles de
identificar una vez que las conozcas. De hecho, te animo a que cuando hayas acabado
de leer el capítulo busques un lugar en el que estar tranquila, cojas un espejo y te
pongas manos a la obra, a tratar de localizar cada una de ellas en tu propio cuerpo.
Vamos a verlas:
Algunas mujeres prefieren depilarse los genitales por motivos estéticos, pero el vello
púbico está ahí por una buena serie de razones. Para empezar, actúa como barrera para
evitar las infecciones vulvares (menos las ladillas, claro) y también es capaz de regular
la temperatura al crearse una capa de aire entre el pelo y la piel.
Y no podemos olvidar el papel que desempeña en las relaciones: por un lado, suaviza el
roce con la piel y, por otro, aumenta la sensibilidad de la zona debido a que cada
folículo tiene su propia terminación nerviosa que es estimulada con el tacto.
¿Sabías que…?
Vestíbulo
Se trata del área que comprende la entrada de la vagina y donde también encontramos
el himen, el orificio uretral externo y las glándulas vestibulares mayores y las
parauretrales.
La uretra es mucho más corta en la mujer que en el hombre: en la mujer mide unos 4 cm,
mientras que en el hombre mide unos 20 cm, por eso mismo en la mujer las infecciones de
orina son más frecuentes. La proximidad con la entrada de la vagina y la región perianal,
así como su menor longitud, favorecen la entrada de bacterias.
Himen. Vamos a empezar por decir lo que no es el himen, porque algunos parecen
haberse quedado en la Edad Media: no es un indicador de virginidad. En primer
lugar, porque la palabra virginidad no es un término médico, sino una convención social
y cultural que refleja la discriminación de género que aún se ejerce contra mujeres y
niñas. De hecho, así lo describe la OMS, que desde hace años se propone acabar con
las «pruebas de virginidad» que se siguen llevando a cabo en más de veinte países.
En segundo lugar, el himen no es más que una membrana fina y vascularizada que
recubre la entrada de la vagina, separándola del vestíbulo. No tiene ninguna función
conocida y el porqué de su existencia no se sabe a ciencia cierta, aunque se sospecha
que podría haber sido útil para proteger la vagina de infecciones.
Normalmente, el himen se degenera de forma espontánea antes del nacimiento
quedando un pequeño remanente membranoso alrededor de la entrada de la vagina,
que suele acabar de abrirse con el uso de tampones, copas, práctica de deporte o con
las relaciones sexuales. Existe mucha variabilidad en cuanto a la forma y el grosor del
himen entre mujeres: puede ser más fino o más grueso, más o menos elástico, y puede
ser anular (en forma de anillo), septado (con un tabique), cribiforme o microperforado
(con pequeñas aberturas).
Cuando esta degeneración no se produce, hablamos de himen imperforado.
La vagina y su mundo
A menudo, durante la guardia, nos encontramos con el típico caso del «tampón
desaparecido», sí, a lo Carmen Sandiego. Afortunadamente, la mayoría de las veces las
mujeres se habían olvidado de que se lo habían quitado previamente.
En cambio, en otros el tampón se encuentra empotrado en la parte más interna de la
vagina y desprendiendo el que los gines consideramos uno de los peores olores que
existen. Lo que me sigue sorprendiendo son dos cosas: la primera, que muchas mujeres no
se atreven a introducirse los dedos para intentar quitárselo y, la segunda, que algunas están
asustadas por si el tampón ha entrado en el útero o ha quedado libre por la pelvis.
¡Que no cunda el pánico! Como hemos visto, la vagina es una estructura que conecta
con el útero a través del orificio cervical, que de forma normal mide pocos milímetros, por
lo que no es posible que un tampón pueda atravesarlo y mucho menos perderse por el
abdomen.
A diferencia de los genitales externos, los internos son los que no podemos ver a
simple vista, ya que quedan dentro de la pelvis. No es casualidad que los órganos
más importantes de nuestro cuerpo estén envueltos por estructuras óseas a modo de
armadura. Se trata de un mecanismo de protección y lo vemos, por ejemplo, en el
cerebro, que está protegido por el cráneo; en el corazón, protegido por la caja torácica;
y también en nuestros órganos reproductores: útero y ovarios están protegidos por la
pelvis.
En consulta de ginecología recurrimos a varias herramientas para poder explorar
nuestro aparato reproductor: la exploración directa para inspeccionar la vulva, el
conocidísimo —y a veces temido— espéculo o separador para visualizar la vagina y el
cérvix, y el ecógrafo, gracias al cual podemos ver en directo y en movimiento las
estructuras internas, como el útero y los ovarios.
El útero, el órgano reproductivo en mayúsculas
Ahora está muy en boga «conectar» con nuestro útero y con la energía femenina.
¡Incluso existen meditaciones dedicadas a él! Modas aparte, lo que está claro es que el
útero es el órgano reproductivo femenino por excelencia. Es la matriz que forma y
sustenta la vida humana, por lo que no es de extrañar que se encuentre bien protegido
dentro de la pelvis. Sin embargo, nuestros genitales internos no están solos, sino que
se encuentran acompañados por dos órganos próximos a ellos: la vejiga urinaria por
delante y el recto por detrás.
A consulta llegan muchísimas mujeres derivadas de sus médicos de atención
primaria por dolor en la parte baja del abdomen y, en ocasiones, vienen sin que se
hayan estudiado otras posibles causas no ginecológicas. La verdad es que, tras la
exploración, pocas veces encontramos una alteración en el útero o en los ovarios que
explique el cuadro de dolor.
Hay que recordar que, en relación con la pelvis, nuestros órganos reproductores
internos son relativamente pequeños o, por lo menos, más pequeños de lo que en
general se tiende a pensar. Sin ir más lejos, el útero es una estructura en forma de
pera invertida que suele medir unos 6-7 cm de largo, el mismo tamaño que una
pelota de tenis, aunque crece en el embarazo y disminuye en la menopausia.
El útero por dentro tiene forma triangular y se compone de tres capas distintas:
Es relativamente habitual que, al describir las medidas del útero al realizar una ecografía,
vea el movimiento rápido de cabeza y la mirada de pánico clavada en mí cuando digo
«útero en retroversión». Imagino que el prefijo retro- nos hace pensar en lo peor. Sin
embargo, esto es solo una variante de la normalidad que describe la posición del útero en
la pelvis.
Alrededor del 75 % de las mujeres tenemos el útero orientado hacia delante, lo cual
llamamos en anteversión, mientras que el resto lo tienen hacia atrás, como mirando hacia
el recto.
Mucho se ha hablado de lo que supone un útero en retroversión en cuanto a problemas
para conseguir un embarazo, pero a día de hoy sabemos que el útero que está de forma
primaria hacia atrás no está asociado con una posible infertilidad.
Por otro lado, es importante remarcar que el útero puede cambiar de disposición de
forma secundaria por algunas patologías, como por ejemplo la endometriosis, los miomas
uterinos o las cicatrices. En la endometriosis el útero puede quedar fijo, en vez de móvil,
que es la situación normal, y las adherencias que se crean en la pelvis pueden hacer que un
útero que había sido siempre anteverso quede en retroversión. En este caso sí podríamos
encontrar problemas de fertilidad, pero no por la posición del útero en sí misma, sino por
la patología de base que lo causa.
El cérvix es la parte más estrecha del útero, una estructura tubular de unos 3 cm de
largo cuyo fino canal va a conectar el endometrio —en su parte superior— con la
vagina —en su parte inferior— y es por donde sale la sangre menstrual y entran los
espermatozoides durante las relaciones sexuales. Como puedes ver, es una especie de
guardián que protege la entrada del útero. Está compuesto por tejido conectivo denso y
también muscular, aunque en menor cantidad que en el resto del órgano. El cérvix tiene
unas características especiales, y es que puede ir cambiando en función del momento
del ciclo menstrual en el que se encuentre, así como durante el embarazo y el parto. De
hecho, ¿sabías que el cérvix puede llegar a dilatarse hasta 10 cm durante el parto?
Podemos dividir el cérvix en dos partes: el endocérvix y el exocérvix (o ectocérvix).
El área en la que los dos tipos de epitelio se encuentran recibe el nombre de unión
escamocolumnar y es una zona anatómicamente muy interesante, porque es el lugar
donde aparecen la mayoría de las lesiones premalignas causadas por el virus del
papiloma humano. En varias ocasiones he recibido consultas por Instagram de chicas
muy preocupadas porque en el informe de su citología ponía «metaplasia escamosa» y
sospechaban que era algo malo.
La verdad es que es fácil asustarse ante cualquier concepto médico que no nos
hayan explicado previamente, ya que casi todo suena bastante terrorífico. En este
caso, en cambio, se trata de algo completamente normal que ocurre en determinados
momentos de la vida de una mujer. Vamos a verlo.
Una metaplasia es el remplazo de unas células por otras y no es exclusivo del
cérvix, ya que lo vemos también en el estómago o en la vejiga. En el caso del cuello del
útero, la metaplasia escamosa se refiere a la transformación del epitelio cilíndrico en
epitelio escamoso, y el área correspondiente recibe el nombre de zona de
transformación. Se cree que puede inducirse ante cambios inflamatorios, del pH, o,
simplemente, por los cambios hormonales. Sin embargo, sabemos que no es peligroso
ni aumenta el riesgo de cáncer de cuello de útero, sino que se trata de un proceso
normal en nuestro organismo.
El ectropión cervical
Los ovarios son nuestras dos fábricas incansables de hormonas sexuales y nuestro
almacén particular de óvulos. Estos dos pequeños grandes órganos se encuentran
suspendidos lateralmente y un poco posteriores al útero, dependiendo de la posición en
la que estemos.
¿Sabías que nacemos con más de 2 millones de ovocitos? Los pobres viven una despiadada
carrera por la vida a lo El juego del calamar: al llegar a la pubertad han sobrevivido menos
de 500.000 y seguimos perdiéndolos con el paso de los años —y con cada ciclo menstrual
— hasta que se agotan al alcanzar la menopausia.
En cuanto a forma y tamaño, se parecen mucho a una almendra (sí, son así de
pequeños) y están formados por múltiples folículos en distintos grados de desarrollo.
Estos folículos son los pequeños sacos de líquido donde viven los óvulos inmaduros y
el lugar donde, en función del momento del ciclo menstrual, se fabricarán las dos
principales hormonas sexuales femeninas: el estrógeno y la progesterona.
Este tema es tan apasionante que he reservado un capítulo entero solo para él, así
que te contaré más en la segunda parte del libro.
A pesar de que la palabra útero proviene del latín uterus, en general la mayoría de la
terminología médica actual proviene del griego. De esta forma hablamos de histerectomía
para referirnos a la extirpación del útero, histerometría para definir el método gracias al
cual obtenemos su medición, o histeroscopia para explicar el procedimiento mediante el
cual visualizamos el útero. Todos estos términos provienen del griego hystéra, que
significa ‘útero’, y sí, es el origen de la palabra histeria.
Esto no es ninguna coincidencia. En la antigua Grecia existía la creencia de que el
útero es una especie de animal que se mueve por el interior del cuerpo de la mujer sin
un rumbo fijo y sobre el que la mujer no tiene control. Se creía que, en función del lugar
donde el útero se trasladara, este podía ocasionar unos síntomas u otros.
Por ejemplo: si se desplazaba a la cabeza, podría causar migrañas; si se movía al
estómago, náuseas. Y así con un sinfín de síntomas distintos, creyendo que el útero era el
origen de los males de la mujer y que la única cura era que este volviera a su lugar. Esto lo
conseguían «atrayendo» el útero con perfumes o masajes manuales en la vulva —es decir,
con la masturbación—; en la Edad Media, llegaban a realizar lo que ellos creían
«exorcismos» para que la matriz regresara a su lugar y abandonara los otros órganos.
Lo más curioso de todo esto es que esta creencia perduró hasta los siglos XVIII y XIX y,
de hecho, ¡llevó a la invención de los vibradores! Una verdadera serendipia.
3
La glándula mamaria
tejido glandular.
tejido conectivo (adiposo, es decir, grasa; y fibras).
piel.
¿Tres pezones?
¿Qué tienen en común Krusty el Payaso y Harry Styles? Que ambos tienen más de dos
pezones.
Durante las primeras semanas del desarrollo embriológico, los humanos tenemos dos
líneas mamarias —o lácteas— primitivas que van de la axila hasta la ingle, una a cada lado
del cuerpo, con unos 6-8 botones mamarios en cada línea. Casi todos estos botones
mamarios van a desaparecer alrededor de la semana 10 de embarazo, permaneciendo
solamente los cuartos botones mamarios, que son los que se encuentran en el tórax y que
corresponden a la localización habitual de nuestras mamas. En otros mamíferos, en
cambio, se desarrollarán más glándulas mamarias.
¿Sabías que la hembra de cerdo puede llegar a tener hasta 16 pezones? Cuando persiste
algún otro botón de estos es cuando aparece la polimastia o mama supernumeraria.
La más frecuente —que afecta al 5 % de la población— es la politelia, lo que
popularmente conocemos como pezón «extra». Habitualmente se presenta como un pezón
rudimentario fuera de lugar, apenas distinguible de un lunar, en lo que correspondería a las
líneas mamarias primitivas. Suele ser tan imperceptible que a algunas personas se lo he
llegado a diagnosticar por casualidad en consulta tras 30 o 40 años pensando que tenían
una simple verruga.
SEGUNDA PARTE
¿Recuerdas este famoso anuncio allá por principios de los 2000? Yo lo recuerdo
perfectamente, porque una Lorena preadolescente que llevaba hierros y chockers
estaba, como la chica del anuncio, en la edad de la primera regla. Y es que, a esas
alturas, todas hemos oído hablar de la menstruación, aunque coloquialmente la
llamemos de otras formas. Regla o periodo son las más habituales, y tienen cierto
sentido, pues hacen referencia a la regularidad con la que llega cada mes. Sin
embargo, en consulta he escuchado expresiones de lo más variopintas: «Vino Andrés»,
«la roja», «enfermé», «la que te conté», «la tomatina», «estoy en esos días», «Bloody
Mary»… ¡La lista es larga!
Tengo que reconocer que la primera vez que escuché la expresión «Ya está aquí
Andrés, el que viene una vez al mes», tuve que reírme. El ingenio se agudiza cuando
de evitar palabras se trata. Pero déjame que enfatice la importancia de llamar a las
cosas por su nombre: cuando utilizamos metáforas para referirnos a procesos tan
naturales como la menstruación, lo único que hacemos es perpetuar el tabú y el
sentimiento de vergüenza.
Históricamente, la regla era considerada impura ya desde los tiempos de Hipócrates
(sí, el mismo del juramento hipocrático, que leemos en voz alta todos los médicos
recién licenciados). El amigo Hipócrates (que hizo muchos avances interesantes para
su época) no acertó mucho con el tema de la regla, pues creía que era un desecho que
servía para disminuir la temperatura corporal de las mujeres. Iba muy desencaminado.
No obstante, no tenemos que ir tan atrás en el tiempo para encontrarnos con el tabú
que sigue suponiendo la regla incluso en nuestros días.
En pleno 2022, una película de Disney Pixar, Red —que trata entre otras cosas sobre
la menstruación—, era duramente criticada por abordar esta temática. ¿Sabías que no
es el primer film sobre la regla de la factoría? En 1946 el señor Walt Disney lanzó un
corto de diez minutos a modo de vídeo informativo hablando sobre la historia de la
menstruación que se visionaba en los institutos estadounidenses. Obviamente, no es el
tipo de corto que querría que viera mi hija hoy en día para informarse sobre la regla,
pero vamos a decir que, para la época, era un avance.
Sea como fuere, es momento de perder de una vez por todas el miedo a decir:
«Tengo la regla».
4
Entendiendo el ciclo menstrual
Aunque se hable de las similitudes con el calendario lunar o las cuatro estaciones, el
ciclo menstrual se divide en dos fases: la fase folicular y la fase lútea. A mí
particularmente me gusta imaginármelo como un círculo partido en dos mitades, con un
evento clave encabezando cada una de ellas: la regla, en la fase folicular, y la
ovulación, en la fase lútea. Y es que el ciclo menstrual es como el ciclo de la vida de El
rey león: un ciclo sin fin (hasta que llega la menopausia, claro).
Bromas aparte, es difícil establecer un inicio y un final, por eso es mejor visualizarlo
como una rueda que va girando y en la que cada vuelta completa representa un nuevo
ciclo menstrual. Damos unas 400 vueltas de estas a lo largo de nuestra vida, que no es
poco.
Como casi todo en nuestro organismo, el ciclo menstrual también opera bajo las
órdenes de nuestro cerebro y es por eso que hablamos del eje hipotálamo-hipófisis-
ovarios para explicar el funcionamiento de toda esta maquinaria responsable de que
cada mes liberemos un óvulo.
El hipotálamo y la hipófisis son dos regiones del tamaño de un guisante que se
encuentran en el centro del cerebro y, por así decirlo, llevan la oficina central, el
lugar de donde salen las órdenes que recibirán, entre otros, los ovarios. Vamos, son los
CEO de la compañía, los que mandan.
El hipotálamo secreta la hormona llamada GnRH, que actúa como un mensajero
químico que da la señal a la hipófisis para fabricar las gonadotropinas. Parece
complejo, pero solo es una cadena de mensajes: las gonadotropinas son otras dos
hormonas (FSH y LH) que se encargan de llevar el mensaje a los ovarios.
Sus nombres son bastante explicativos, ya que la FSH —hormona foliculoestimulante
— es la que actúa, durante la fase folicular, estimulando la formación de los folículos
ováricos; la LH —hormona luteinizante— estimula el ovario para liberar el óvulo y dar
lugar al cuerpo lúteo, de ahí lo de luteinizante.
Veamos con más detalle ambas fases:
Fase folicular
Como hemos visto, comienza con el primer día de la regla, punto en el que estrógenos
y progesterona están en sus niveles más bajos (lo que puede explicar en parte que
estemos más cansadas en ese periodo). En este punto, la hipófisis estimulará la
producción de FSH (la hormona foliculoestimulante), cuyos valores irán aumentando
progresivamente. Esta será la señal que hará que el ovario reclute una cohorte (como
un batallón) de sus folículos, es decir, de los pequeños sacos de líquido que guardan
un óvulo inmaduro en su interior. La foliculogénesis ha comenzado.
Los folículos que han sido preseleccionados empezarán a crecer, llenándose todavía
más de líquido. Dentro de estos folículos existen dos tipos de células: las células de la
teca y las de la granulosa, que responden al estímulo de la LH y FSH
respectivamente. Mediante un proceso llamado aromatización, estas células van a ir
fabricando estrógenos a medida que los folículos maduran. Cuando la concentración de
estrógenos es suficiente, se enviará la señal al cerebro para dejar de fabricar FSH (es
lo que se conoce como feedback negativo).
Aunque en un primer momento se seleccionan varios folículos a la vez, solo uno será
el «elegido» para completar su maduración: el folículo dominante, que llegará a medir
unos 20 mm de diámetro.
A mí me gusta pensar en todo el proceso como si de un casting se tratara: se
preseleccionan varios candidatos, pero solo el mejor pasa a la gran final. Los que no
pasan la prueba, se pierden por el camino. Por otro lado, tras la regla, el endometrio
(que mide 1-2 mm) iniciará un proceso de reparación y crecimiento gracias al
incremento de los estrógenos, llegando a medir 12 mm antes de la ovulación.
Fase lútea
La fase lútea empieza con la ovulación. Cuando se ha alcanzado la concentración
máxima de estrógenos (unas 24-48 horas antes de la ovulación), se estimula la
secreción de LH.
Digamos que el pico de LH es el pistoletazo de salida para la ovulación, que ocurrirá
de 10 a 12 horas después. Aunque en un ciclo de manual (es decir, de 28 días) nos
encontraríamos en el día 14, la realidad es que variará en función de la duración de
nuestros ciclos menstruales. El ovocito u óvulo inmaduro saldrá del ovario para ser
captado por las fimbrias de las trompas uterinas y empezará su recorrido al encuentro
del espermatozoide.
Y mientras tanto, ¿qué está pasando en el ovario? La cicatriz que deja el folículo al
romperse para liberar el ovocito se llama cuerpo lúteo. Será este cuerpo lúteo el que
fabrique la progesterona, la conocida como hormona del embarazo. La principal
función de la progesterona es preparar el endometrio para asegurar que el nido es
perfecto para la implantación del —posible— óvulo fecundado.
Los niveles de progesterona se mantendrán elevados hasta unos 7-8 días tras la
ovulación, momento en el que, si no ha ocurrido el embarazo —que suele ser lo más
frecuente—, el cuerpo lúteo dejará de fabricarla, por lo que sus niveles disminuirán, al
igual que los de los estrógenos. Esta bajada de las hormonas sexuales (especialmente
de la progesterona) será la desencadenante del inicio de la siguiente regla,
reiniciándose así el ciclo.
Vamos a hacer un experimento. Quiero que este mes empieces a fijarte en las
características de tu flujo e intentes asociarlas al momento del ciclo menstrual en el que
estás. ¡Te llevarás una sorpresa! No hagas trampa: si tomas anticonceptivos, no vale.
Justo después de la regla, el flujo será escaso, hasta notarás cierta sequedad. Se debe a
que te encuentras en un momento con niveles bajos de estrógenos y progesterona. A partir
de la fase folicular empieza a aumentar la producción y el flujo pasará a ser cremoso,
blanco o amarillento y un poquito más abundante que antes.
Cuando nos acercamos al día O (la ovulación), gracias a la progesterona, verás que tu
flujo es mucho más abundante, muy clarito, casi transparente, acuoso y elástico, como la
clara de huevo. ¿Sabes para qué sirve este tipo de flujo? Para facilitar la entrada de los
espermatozoides: nos encontramos en la ventana fértil, es decir, entre cinco días antes de
ovular y hasta dos días después.
Una vez pasado este periodo, la progesterona volverá a bajar y notarás el flujo más
denso y opaco, ya que ahora la preocupación de nuestro cuerpo es cerrar las compuertas y
proteger la cavidad de posibles infecciones, sobre todo si ha ocurrido un embarazo.
Las hormonas que hacen todo esto posible
Más allá de la FSH y la LH, ya hemos mencionado las otras hormonas que suelen jugar
un papel protagonista en nuestro ciclo menstrual: el estrógeno y la progesterona,
nuestras hormonas sexuales.
Estrógenos
Es una pena que los estrógenos tengan tan mala fama últimamente, porque la realidad
es que son unas hormonas que aportan múltiples beneficios a las mujeres: nos
protegen la salud ósea, la salud cardiovascular y los procesos cognitivos, entre otros.
Piensa que los estrógenos que fabricamos actúan en varias regiones de nuestro
cuerpo. ¡Hasta en el cerebro tenemos receptores de estrógeno! Los receptores, por así
decirlo, serían la entrada o pase VIP que le permite a una molécula ejercer una
determinada función en un órgano o tejido concreto.
Existen tres tipos de estrógeno: estradiol (el principal y más potente, fabricado por
los ovarios), estrona (la principal hormona femenina en la menopausia) y estriol (un
estrógeno más débil que se fabrica sobre todo durante el embarazo).
Progesterona
Como ya hemos comentado, la progesterona es la hormona fabricada por el cuerpo
lúteo, cuya función consiste en mantener el endometrio listo para un posible embarazo.
Sin embargo, también tiene un papel fundamental en el desarrollo de los conductos de
la glándula mamaria para permitir la lactancia. Por algo se llama progesterona,
combinación de pro y gestación.
Otras hormonas menos conocidas, pero no por ello menos importantes, son la
inhibina B, la activina, el factor de crecimiento insulinoide, la hormona antimulleriana, la
testosterona, la relaxina, las catecolaminas… y la lista sigue. Nuestro eje hormonal es
una máquina increíble con mil engranajes que se acompasan y coordinan unos con
otros.
Los procesos bioquímicos desencadenan una cascada de otros procesos regulados
por un sinfín de moléculas que, a su vez, se autorregulan entre ellas. Lo que quiero que
conozcas es que, más allá de estrógenos y progesterona, existen muchas otras
sustancias sin las cuales nuestro ciclo menstrual no podría funcionar
correctamente.
¿Ovular duele?
Yo personalmente formo parte del 40 % de las mujeres que experimentan dolor con la
ovulación. Tengo que reconocer, sin embargo, que no fue hasta que empecé a registrar
mis ciclos que fui consciente de que esas molestias que tenía ocasionalmente se
trataban en realidad de mi ovulación. De ahí la importancia de conocer y escuchar
nuestro cuerpo.
El dolor ovulatorio (llamado mittelschmerz, del alemán ‘dolor del medio’) consiste en
una molestia o dolor que va de leve a moderado, localizado en la parte baja del
abdomen y que puede desplazarse hacia la zona lumbar. A veces se acompaña de un
pequeño sangrado vaginal y habitualmente el dolor se resuelve por sí solo en 12-24 h.
Ocurre justo en la mitad del ciclo (de ahí su nombre) y, aunque no queda claro por qué
sucede, se cree que se debe a la irritación pélvica causada por el líquido que sale del
folículo al romperse. Sin embargo, algunos estudios han demostrado que el dolor coincide
con el pico de LH en el momento previo a la liberación del óvulo, y no después.
En cualquier caso, es un motivo relativamente frecuente de consultas médicas y no es
raro que se confunda con una apendicitis. De hecho, se estima que casi el 12 % de los
casos de mujeres jóvenes que acuden a urgencias por sospecha de apendicitis tienen
en realidad un problema relacionado con la ovulación.
5
La regla en las diferentes etapas de nuestra vida
Este tipo de sangrado abundante de causa anovulatoria que acabas de ver es también
el que ocurre en los años próximos a la menopausia. La única diferencia es que, en
este caso, y usando la analogía anterior, nuestro eje hormonal ya no «conduce» tan
bien como antes o, quizás, se haya cansado ya de conducir tanto.
Este periodo de perimenopausia puede durar de dos a cinco años y suele empezar
en torno a los 45 (aunque se considera normal entre los 40 y los 54). Como es un
proceso que nos preocupa y que tiene sus particularidades, le dedicaré todo un capítulo
más adelante. Para seguir leyendo, ve al capítulo 9.
Pues a duras penas se pregunta por ellas en consulta. Con el ejercicio anterior, ¿has
pensado en estas tres o has tenido algún otro dato en cuenta? La realidad es que en el
ciclo menstrual hay mucho más que valorar más allá de lo que nos duran las reglas o la
cantidad y, de hecho, una de las limitaciones que todavía encontramos es la dificultad
de establecer una terminología y definiciones estándar para referirnos a estas
variables.
Para poder valorar si hay alguna alteración a nivel de nuestra salud reproductiva,
tenemos que tener en cuenta —además de lo que acabamos de enumerar— si los
ciclos son regulares o no, si existe dolor y qué intensidad y características tiene, si hay
sangrado entre reglas, si la regla interfiere en nuestras actividades diarias y en qué
grado las afecta.
Desgranando toda esta información podremos valorar realmente si existe alguna
alteración o no. En este punto es posible que te estés preguntando: «Vale, pero ¿cómo
puedo saber yo de manera rápida si mis reglas son más o menos normales?». La
última definición de la NICE (Instituto Nacional de Salud y Excelencia Clínica del Reino
Unido) propuso algunos cambios interesantes en cuanto a la nomenclatura
clásicamente usada para definir los parámetros de normalidad del sangrado menstrual,
que te resumo en la siguiente tabla:
Intervalo De 24 a 38 días Cierta variabilidad entre ciclos se considera normal, ¡no somos
entre ciclo y robots! Existen muchos factores que pueden alterar nuestros ciclos:
ciclo estrés, nutrición, medicamentos…
Duración del Menos de 8 Antiguamente se definía un límite inferior de 4-5 días. Sin embargo,
sangrado días en la última clasificación se omitió, ya que puedes tener una regla de
solo 2-3 días y que sea normal.
Regularidad +/- 7-9 días de El rango va a variar con la edad: consideramos normal el límite de 7
variación días cuando estamos entre los 26-41 años y 9 días entre los 18-25 y
42-45 años.
Mi recomendación es que registres todos los días que tengas la regla y busques
también la manera de apuntar la cantidad, sobre todo si es abundante o muy variable.
Cuando era pequeña, mi madre me insistió prácticamente desde la primera regla en
que me las apuntara y hasta creé mi propio sistema para valorar la cantidad (por lo de
mis reglas superabundantes): consistía en dibujar un cuadrado dividido en cuatro
cuartos, en función de la cantidad de regla pintaba más o menos cuartos. Era una
forma bastante visual de registrar mi flujo menstrual que puedes usar tú también.
Espero haberte convencido de que, si no lo hacías ya, empieces a tomarte en serio
registrar tus reglas: tu gine también te lo agradecerá.
El pantone de la regla. ¿Qué significa el color de la sangre?
El tema del color de la regla ha dado mucho que hablar en redes sociales y, en mi opinión,
puede llevar a generar una preocupación innecesaria, porque desde un punto de vista
médico no tiene demasiada relevancia. Primero, porque no es como si la regla pudiera
volverse de cualquier color. Y segundo, porque lo que nos indica el color es el grado de
oxidación de la sangre. Así de simple.
Ocurre lo mismo que con las manzanas: ¿qué pasa si cortas una manzana y la dejas al
aire libre un rato? Al poco verás que se oscurece y toma un color marrón. Esto se debe a
una reacción química en la que una enzima de la fruta reacciona con el oxígeno del aire y
se oxida, formando un pigmento amarronado.
Con la sangre de la regla pasa algo similar: cuando la sangre se oxida, se vuelve más
oscura. Así que cuando veas un manchado marrón, es posible que sea por restos de la
regla anterior, o simplemente se trate de una regla escasa, que, como tarda más en salir,
está más tiempo en contacto con el aire y se oxida.
¿Y si la sangre sale negra? Ante todo, ¡no te pongas nerviosa! Cuando la regla es muy
oscura y forma pequeños coágulos suele deberse a que es sangre muy vieja y estamos
cercanos a los últimos días del ciclo. En cambio, el sangrado rojo brillante corresponde
a los días más intensos de la regla, mientras que la sangre rosada suele aparecer al inicio,
cuando el endometrio empieza a descamarse en poca cantidad.
6
¿Es el síndrome premenstrual el culpable de todo?
—No puedo más, cada vez que me tiene que venir la regla me pongo de un humor
de perros y me enfado con todo el mundo, todo me afecta mucho, me puedo comer
una tableta enterita de chocolate yo sola y encima me hincho como un botijo.
¿Qué tengo, doctora?
El 75 % de las mujeres vamos a experimentar algún síntoma los días antes de la regla,
mientras que casi el 50 % va a sufrir el famoso síndrome premenstrual (SPM). La
distinción entre una cosa y otra es importante, porque no son exactamente lo mismo.
Muchas veces bromeamos culpando al síndrome premenstrual por ese antojo de
chocolate que nos da de repente, pero la mayoría de veces lo que tenemos es
molimia.
Este término (algo antiguo y en desuso) hace referencia a aquellos cambios
normales y leves que sentimos los días previos a la regla, como, por ejemplo, dolor
en los pechos, hinchazón abdominal o irritabilidad. En cambio, el síndrome
premenstrual es el conjunto de síntomas físicos y emocionales, leves o moderados, que
ocurren de forma repetida en la segunda mitad del ciclo (es decir, durante la fase lútea)
y, aquí vienen las palabras clave, que interfieren en nuestra vida diaria.
En el extremo de gravedad del espectro de alteraciones en la fase lútea nos
encontramos con el trastorno disfórico premenstrual (TDPM): consiste en una forma
severa de síndrome premenstrual con afectación grave de la calidad de vida y
síntomas emocionales muy marcados que sufre el 3 % de las mujeres. De hecho,
se trata de una patología clasificada en el DSM-V —el manual diagnóstico y estadístico
de los trastornos mentales— y es, por tanto, un diagnóstico médico que habitualmente
se realiza por profesionales de la salud mental.
Se han propuesto distintas causas en el desarrollo del SPM. Por un lado, parece que
algunas mujeres pueden ser más «sensibles» a los cambios cíclicos normales de
estrógenos y progesterona. Por otro lado, se ha estudiado la implicación de algunos
sistemas de neurotransmisores (los mensajeros químicos del cerebro) como el
serotoninérgico, GABAérgico, adrenérgico y opioide. Como te comentaba
anteriormente, los estrógenos tienen receptores en muchos órganos del cuerpo,
incluido el cerebro, donde son capaces de modular la expresión de estos
neurotransmisores.
Asimismo, se cree que, a pesar de que existe cierta predisposición genética para
desarrollar el síndrome premenstrual, las creencias y expectativas socioculturales
podrían influir en nuestra percepción de los síntomas. ¿Podría ser que tanto hablar de
comer chocolate en la fase premenstrual nos haya influido a comerlo? Pues,
curiosamente, algunos estudios señalan que ese antojo de chocolate del que
hablábamos podría explicarse más por influencia cultural que propiamente por una
necesidad fisiológica de nuestro cuerpo.
Yo, por ejemplo, tengo antojo de chocolate siempre, independientemente del
momento del ciclo menstrual en el que me encuentre. Pese a que el aumento de apetito
(y sí, generalmente por dulce) es típico en esta fase, existe una larga lista de síntomas
asociados al SPM que os resumo en la siguiente tabla:
Para poder hacer un diagnóstico será importante descartar otras patologías que
puedan presentarse de manera parecida, como, por ejemplo, alteraciones en la tiroides,
anemia, depresión u otras enfermedades mentales. Si hay una idea con la que quiero
que te quedes es: tener síndrome premenstrual no debería considerarse algo
normal y es, por tanto, motivo de consulta.
Recuerdo el caso de una paciente que vino autodiagnosticada de síndrome
premenstrual: explicaba que le había aparecido hacía unos meses y notaba que le
estaba empeorando cada vez más hasta el punto de afectar a su trabajo y sus
relaciones personales. En estas situaciones puede resultar útil realizar un diario de
síntomas durante unos dos meses, junto al calendario menstrual, para poder ver en qué
momento del ciclo aparecen, cuánto duran o cómo de intensas son estas alteraciones.
En su caso, que ya desde el inicio vi que revestía cierta gravedad, la derivé a un
especialista de salud mental para descartar otras causas. También le aconsejé
introducir algunos cambios en su estilo de vida que la podrían ayudar mientras
estudiábamos el asunto. En la siguiente visita, me contó que le habían diagnosticado
un trastorno ansioso-depresivo y que, a pesar de que las medidas que había tomado la
estaban ayudando, lo que le resultó más efectivo fue el tratamiento médico y la
psicoterapia.
Se trata de situaciones en las que el diagnóstico es a veces complejo debido a que
ambas patologías pueden confundirse. En los trastornos ansioso-depresivos los
síntomas pueden exacerbarse durante la fase premenstrual y, de hecho, coexistir con
un SPM. La diferencia entre uno y otro está en que en el SPM y el TDPM existe un
periodo libre de síntomas: típicamente unos dos o tres días después del inicio de la
regla estas manifestaciones remiten paulatinamente y no vuelven a manifestarse hasta
la fase lútea, mientras que, cuando se trata de depresión, persisten durante todo el
ciclo.
Los problemas con la regla son algo por lo que casi todas las mujeres hemos pasado
alguna que otra vez en la vida. Yo, por ejemplo, he tenido meses en los que la regla me
ha venido dos veces, o retrasos de más de una semana, y no te puedes llegar a hacer
una idea del número de consultas que atendemos por alteraciones menstruales. Por
suerte, la mayoría de las veces son cambios circunstanciales que se resuelven por sí
solos, aunque en otras ocasiones pueden alertarnos de que hay algo más.
En este capítulo veremos de manera general las causas más frecuentes por las que
la regla nos puede traer de cabeza, pero encontraréis información más detallada de
cada patología en la tercera parte del libro.
Muchas chicas llegan agobiadas a consulta porque la regla les viene el día 20 del mes,
pero al mes siguiente el día 17; otro, el día 13, y nunca llega exactamente el mismo día.
Es entonces cuando les hago sacar su calendario para revisar juntas dos cosas: la
primera, cómo calculan sus ciclos.
Como has visto antes, calculamos los ciclos contando desde el primer día de
una regla al primer día de la regla del mes siguiente. La segunda cosa que hay que
revisar es si realmente existe tanta variabilidad entre ciclo y ciclo. La mayoría de las
veces, no existe un descontrol real, sino una mala comprensión de nuestros ciclos
menstruales. Una vez explicado esto, las pacientes se quedan mucho más tranquilas al
entender que es normal que la regla nunca venga exactamente el mismo día del mes,
ya que no todos los meses tienen el mismo número de días.
Otra confusión es creer que, si tu regla no viene cada 28 días, no es normal. Los 28
días son simplemente la media general, pero, como antes hemos visto, existe una no
desdeñable variabilidad entre mujeres, así que podemos considerar «normales» ciclos
de entre 24 y 38 días. Además, puede existir un rango de hasta 7 días de variación
entre un mes y el siguiente. La idea clave aquí es: si la regla acaba llegando más o
menos cuando la esperabas, es regular.
Hablamos de reglas irregulares cuando son imprevisibles, cuando no existe ritmo ni
ciclicidad. En estos casos es cuando debemos consultar al ginecólogo. Lo abordaremos
con mucho más detalle en próximos capítulos, pero ante un cuadro de reglas
irregulares deberemos descartar: síndrome de ovarios poliquísticos (SOP), alteraciones
endocrinas (disfunción tiroidea, niveles elevados de prolactina, diabetes, etc.), quistes
ováricos, estrés, trastornos de la alimentación, ejercicio extremo, perimenopausia y
toma de anticonceptivos hormonales u otros fármacos.
Uno de los mayores perjuicios que supone el tabú de la menstruación es que tampoco
se abarcan con naturalidad los síntomas o problemas que se derivan de ella, lo que
implica que muchas mujeres no consulten a su médico. Sentir dolor al tener la regla es
uno de estos problemas. Vamos a abrir la caja de Pandora. Las molestias o dolor con
la regla pueden llegar a afectar al 50-90 % de las mujeres en algún momento,
llegando al 76 % en las mujeres jóvenes españolas, según un estudio reciente. Viendo
estas cifras, no es de extrañar que el dolor de regla se haya normalizado.
Desde mi punto de vista lo cuestionable aquí ya no es esta normalización del dolor
menstrual, sino que se minimice lo que implica en términos de calidad de vida para la
mujer. Recuerdo a una compañera en el colegio que sufría tal dolor de regla que le
impedía aguantar las clases. Una de las veces que pidió al profesor salir, este le dijo
que estaba exagerando, que no podía faltar tanto «solo» por estar con la menstruación.
Imagínate qué impotencia y qué tipo de mensaje recibimos las demás compañeras: la
regla duele y te tienes que aguantar. Lamentablemente esto no es un caso aislado, hoy
en día sigue repitiéndose la misma escena no solo en colegios, sino también en
algunos lugares de trabajo.
Y ahora, la buena noticia: cada vez vemos un mayor número de publicaciones en
redes sociales y medios de comunicación reivindicando que el dolor intenso de regla no
es normal y somos más conscientes de la existencia de la endometriosis como una de
sus posibles causas.
Vamos a aclarar algunos puntos. El dolor de regla es un síntoma y recibe el nombre
de dismenorrea en «medicino profundo», como diría la dermatóloga Ana Molina. La
dismenorrea puede ser primaria, es decir, no asociada a ninguna enfermedad
específica, o secundaria, cuando aparece como consecuencia de alguna otra patología,
como es el caso de la endometriosis. La dismenorrea se caracteriza por un dolor en
la zona baja del abdomen que a veces se desplaza hacia el área lumbar e incluso
los muslos y que se presenta en forma de calambres que pueden ser más o menos
intensos. Típicamente el dolor comienza con el inicio de la regla o un poco antes y
puede continuar durante el primer y segundo días.
Con la regla se liberan unas sustancias llamadas prostaglandinas que aumentan el
tono y el número de contracciones de la musculatura uterina y ayudan al endometrio a
descamarse. En la dismenorrea primaria, este incremento en los niveles de
prostaglandinas es el responsable del aumento de la sensación de dolor
menstrual. Un dolor que, en general, suele responder bien a los analgésicos y a los
anticonceptivos hormonales.
Es normal que estas contracciones uterinas molesten un poco y, en mayor o menor
medida, casi todas las hemos experimentado alguna vez. Pero, ojo, si el dolor es tan
intenso que limita las actividades normales de tu día a día y no se calma con
analgésicos habituales, es momento de consultar con tu gine.
Las siguientes recomendaciones pueden ayudarte a calmar esas molestias con la regla que
todas podemos tener en algún momento:
Si te has sentido identificada con alguna de las afirmaciones previas, te aconsejo que
pidas cita con tu gine.
Una de las causas principales de sangrado menstrual abundante son los ciclos
anovulatorios, como vimos en capítulos anteriores, típico de las primeras reglas, de la
transición a la menopausia y también de algunos sangrados en el SOP. Otras causas
que pueden dar como síntoma pérdidas abundantes son:
Endometriosis/adenomiosis.
Problemas de coagulación de la sangre.
Miomas que contacten con el endometrio.
Pólipos endometriales.
Otros: hipotiroidismo, cáncer de endometrio, obesidad…
Esta pregunta dio mucho que hablar en redes sociales hace un tiempo, y sigo viendo
información contradictoria: que si no es posible, que si sí lo es… ¿A quién creemos? En
medicina, como ya sabes, 2 + 2 no siempre son 4.
Técnicamente, sí es posible quedarse embarazada durante los días de la regla, si
bien es verdad que es bastante improbable que le suceda a la gran mayoría de las mujeres.
¿Y eso por qué? Como ya hemos dicho, las mujeres tenemos un periodo fértil, que es
cuando el óvulo es liberado por el ovario y puede ser fecundado por un espermatozoide.
Esos días (que son los días periovulatorios) las posibilidades de conseguir una gestación
son más altas, siendo difícil que suceda fuera de esta ventana.
Normalmente estos días se sitúan alrededor del día 14 del ciclo…, pero esto solo en los
ciclos que sean de libro y duren 28 días. Como ya sabes bien, no todas las mujeres tienen
ciclos de 28 días, por lo que si tus ciclos son más cortos —por ejemplo, de 20 a 23 días
— tu periodo fértil quedará más próximo a los últimos días de la regla.
Por esto, y teniendo en cuenta que los espermatozoides pueden sobrevivir hasta cinco
días en el útero, para algunas mujeres es posible embarazarse teniendo relaciones durante
la regla.
8
Sobre tampones, copas y compresas
Es más que probable que lo primero que utilizaras en tus primeras reglas fuera la
compresa desechable de toda la vida. En el mundo occidental las compresas son el
producto menstrual más usado junto con los tampones, aunque en los últimos años
hemos visto un incremento notable en el uso de alternativas más sostenibles y
respetuosas con el medioambiente como la copa menstrual, las braguitas menstruales
o las compresas reutilizables. Como ves, existen múltiples opciones entre las que
escoger para esos días del mes, y de eso trata este capítulo. ¿Lista?
Hay poco que decir de las compresas que no sepas ya. Las compresas desechables
son unas tiras fabricadas con materiales de un solo uso y que se adhieren a la
ropa interior, de forma que van absorbiendo el flujo menstrual a medida que sale
de la vagina. Se pueden llevar un máximo de 8 horas, aunque lo habitual es que se
vayan cambiando en función de la cantidad de sangrado que tengas, para lo que
existen compresas de diferentes tamaños y grados de absorción. Se consiguen
fácilmente en cualquier supermercado o farmacia y son muy fáciles de usar, por lo que
suelen ser lo que utilizamos en nuestras primeras reglas.
A pesar de que son seguras y se toleran bien, algunas compresas se fabrican con
perfumes y otros productos químicos que pueden causar cierta irritación vulvar. Un
gran inconveniente de esta opción es que son altamente contaminantes, ya que
alrededor del 90 % del material está formado por plástico que puede tardar hasta 300
años en degradarse. Además, en el proceso de descomposición se generan dioxinas
(compuestos químicos) que no solamente contaminan el medioambiente, sino que a la
larga podrían entrar en la cadena alimentaria, lo que supone un riesgo para los seres
vivos.
Gracias a la creciente sensibilización en cuanto a sostenibilidad y los productos
menstruales ecofriendly, se han rescatado de la historia las compresas reutilizables
como alternativa a las desechables. Este tipo de compresas ecológicas están
fabricadas con materiales absorbentes naturales (o sintéticos) colocados en capas. Son
igualmente seguras y fáciles de usar, con la ventaja de que no suelen generar
reacciones en la piel ni residuos contaminantes. Eso sí, tienes que asegurarte de
lavarlas y secarlas correctamente.
Los tampones
El síndrome del shock tóxico (o SST) es como el ataque de un tiburón: asusta, te puede
matar, pero es muy poco probable que te ocurra. Se trata de una infección grave causada
por la toxina TSST-1 producida por la bacteria Staphylococcus aureus, que, en
condiciones normales, se encuentra en la piel. Si este microorganismo coloniza la vagina y
consigue pasar al torrente sanguíneo, puede producir un cuadro grave caracterizado por
malestar general, fiebre alta, erupción cutánea y vómitos que pueden comprometer la vida
del paciente.
Sí, se han descrito algunos casos asociados al uso de tampón, así como también a la
copa menstrual, pero la realidad es que la gran mayoría de las veces que se produce el
shock es en el contexto de quemaduras, procedimientos quirúrgicos u otras infecciones, y
afecta a ambos sexos en todas las edades.
Así que no, el SST no lo causan ni el tampón ni sus toxinas —tampoco la copa—, sino
que estos actúan como «facilitadores» en casos de que exista una alteración en la
microbiota y se produzcan pequeñas heridas en la vagina que puedan hacer que la bacteria
pase a la sangre. La incidencia es tan baja (1-3/100.000) que no supone un motivo para
dejar de usar estos productos, como tampoco el miedo a los tiburones es motivo suficiente
para dejar de bañarse en la playa.
A nivel médico no hay una opción mejor que otra, todas son igualmente efectivas para
controlar el sangrado menstrual. No hay tampoco muchos estudios que comparen
directamente los distintos métodos, seamos sinceras.
De entre los pocos que hay, alguno concluye que la copa menstrual es una
alternativa satisfactoria (y sostenible) al uso de tampones en aquellas mujeres que los
usaban previamente. Entonces, ¿qué debemos tener en cuenta? Lo importante es
disponer de toda la información para sopesar pros y contras y conocer cómo
afectan a nuestra salud, teniendo también en cuenta su impacto medioambiental.
Sí es importante recordar que, en el caso de los métodos que requieren inserción en
la vagina (tampón y copa menstrual), estos no están recomendados después de un
parto o aborto, cuando colocamos un DIU o tras la realización de una histeroscopia —
un procedimiento médico en el que se visualiza el interior del útero con una pequeña
cámara—, pues existe un leve aumento de riesgo de infección uterina. En estos
casos, como el cérvix puede estar más abierto de lo normal, algunos microorganismos
de la vagina podrían entrar con mayor facilidad al útero y causar una infección. Por ello
es aconsejable evitar los tampones o la copa los días posteriores al procedimiento, o
hasta pasada la cuarentena en el parto.
Pero con esa excepción, lo que hará que te decidas por un método u otro será tu
preferencia personal y lo cómoda o no que te sientas con cada opción.
Un consejo final: no te rindas a la primera de cambio. Las primeras veces con la copa
pueden ser un poco frustrantes, pero ya verás que, una vez te hayas familiarizado con
cómo ponerla y quitarla, te saldrá de forma automática. Como dicen: la práctica hace al
maestro.
El uso de la copa se ha propuesto como factor de riesgo para la expulsión del DIU, ya que
al quitarnos la copa podríamos con el vacío llevarnos también el DIU. Ha habido casos,
pero también con el uso del tampón, así que, en mi opinión personal, si bien puede existir
cierto riesgo extra, este es en general bajo, por lo que no me parecen incompatibles.
En estos casos aconsejo:
Si, además, presentas otros factores de riesgo de base para la expulsión del DIU, como
reglas abundantes, un cérvix bajo o la presencia de miomas, quizás debas hablar con tu
médico y valorar otras alternativas de planificación familiar.
9
La menopausia, la gran olvidada
La fase de transición
A partir de los 37-38 años ocurre lo que conocemos como pérdida folicular acelerada,
es decir, cada vez agotamos más rápido la reserva ovárica. ¿Cómo responde a esto el
centro de mando del hipotálamo-hipófisis? Bueno, como ve que el ovario no reacciona
igual que antes, lo que va a hacer es secretar más FSH (hormona foliculoestimulante) a
la par que disminuye otra hormona implicada (la inhibina B). Pero el problema no es
que el ovario haga oídos sordos a las señales de la FSH, sino que directamente no le
queda mucho material con el que trabajar, porque sus folículos se están agotando.
Cuando la reserva se acabe, llegará un punto en el que los ovarios dejarán de
funcionar y nosotras dejaremos de tener la regla. Vamos, la menopausia es a los
ovarios lo que la jubilación a los trabajadores. A partir de este momento, los niveles de
estradiol empezarán poco a poco a disminuir (el ovario irá dejando de fabricarlo) y la
estrona, producida en gran parte en el tejido graso periférico, se convertirá en el
estrógeno predominante.
Todo esto está muy bien, pero ¿qué hay de los síntomas?
Aunque seguro que conoces a la típica afortunada que siempre dice la frase «Yo ni me
enteré», la realidad es que la mayoría de mujeres vamos a experimentar algún
síntoma durante la etapa perimenopáusica.
Vamos a repasar estos síntomas:
Cambios menstruales
Las alteraciones varían de una mujer a otra: si bien a algunas les dejará de venir la
regla sin más, lo frecuente es que los ciclos se alarguen (a 40 o 50 días), la regla
falle uno o más meses, venga varias veces al mes o que algunos sangrados sean más
abundantes, debido a que son ciclos anovulatorios.
Sofocos
Es el síntoma más frecuente (y el típico cuando pensamos en menopausia): los
padecen hasta el 80 % de las mujeres, pero los tenemos tan normalizados que solo el
20 % lo consultará con el médico.
¿Qué son exactamente? Pues los definimos como oleadas de calor que van desde
el torso hacia la cara y se acompañan de enrojecimiento y sudoración súbita. A
veces, les sigue un escalofrío por la caída de la temperatura corporal. Duran entre 2-4
minutos, pueden asociarse a palpitaciones y sensación de ansiedad y pueden
ocurrir varias veces al día, incluso durante la noche, dando lugar a los sudores
nocturnos. Son más frecuentes durante los primeros cuatro años tras la última regla. La
verdad es que no sabemos explicar muy bien por qué suceden, pero parece que
podrían deberse a una desregulación de la función de termostato del hipotálamo,
además de a la caída de los niveles de estrógenos y el aumento de sustancias como la
neuroquinina B.
Fitoestrógenos. Los fitoestrógenos son sustancias de origen vegetal con cierto efecto
estrogénico que se encuentran en la soja, las semillas de lino, las legumbres o el
trébol rojo, entre otros alimentos. Ojo: si tienes antecedentes personales de cáncer de
mama, debes asesorarte antes con tu médico, ya que en general los fitoestrógenos no
están recomendados en estos casos.
Preparados con cimicífuga racemosa o Vitex agnus-castus. A pesar de que no hay
una gran evidencia médica, a algunas mujeres les pueden ser de ayuda.
Aceite de onagra. No hay muchos estudios tampoco, pero parece que favorece la
rehidratación de las mucosas, evita la retención de líquidos y mejora el dolor de
pechos.
Sequedad vaginal
Una paciente me consultó que cómo podía ser que tuviera sequedad vaginal ahora,
cuando hacía diez años que estaba con la menopausia. Precisamente, le expliqué, la
sequedad vaginal producida por el déficit de estrógenos empeora con el tiempo.
La mucosa de la vagina y la uretra dependen de los niveles de estrógenos, de
manera que, cuando el ovario deja de fabricarlos, se reduce el flujo sanguíneo,
disminuye la secreción vaginal y la mucosa se vuelve más fina. Esto provoca mayor
sensación de sequedad, picor o quemazón y dificultad o dolor durante las relaciones.
Además, ambas —vulva y vagina— están más pálidas, menos elásticas y rugosas y
más finas.
Todo ello puede ocasionar pequeños sangrados, como cuando tenemos los labios
secos y se nos agrietan. Pero no te confundas: el sangrado vaginal en la
menopausia es motivo de consulta. Con el tiempo también pueden notarse síntomas
urinarios: sensación de urgencia para hacer pipí, molestia al orinar, infecciones
urinarias, etc. Todo esto se conoce como el síndrome genitourinario de la menopausia.
Depresión
Sabemos que el riesgo de sufrir depresión aumenta 2,5 veces en la transición a la
menopausia. Por ello, es importante buscar ayuda profesional en el caso de
encontrarnos con cambios severos en nuestro estado de ánimo.
Insomnio
En parte causado por los sofocos y las sudoraciones nocturnas, hay estudios que
indican que hasta el 30-40 % de las mujeres en esta etapa tienen dificultades para
dormir.
Otros síntomas
Cambios cognitivos (alteraciones del estado de ánimo, irritabilidad, pérdida de
memoria, dificultad para concentrarse), dolor articular, dolor de mamas… también
pueden darse en esta etapa.
Enfermedad cardiovascular
El estrógeno también protege nuestra salud cardiovascular. Por eso, a partir de la
menopausia puede producirse un aumento del colesterol y del riesgo de enfermedades
cardiovasculares como enfermedad coronaria (angina de pecho, infarto agudo de
miocardio), aterosclerosis o enfermedad cerebrovascular (ictus). Este riesgo se
incrementa especialmente en mujeres con otros factores: obesidad, tabaco,
sedentarismo, etc.
Cambios en la piel
Se produce una pérdida de colágeno que conlleva una mayor aparición de arrugas y
más sequedad de la piel.
Otros
Alteraciones en el equilibrio, mayor riesgo de demencia y osteoartritis, que es el
deterioro de los tejidos de las articulaciones con el tiempo.
En la menopausia, las medidas preventivas son muy importantes. Aquí te dejo una lista
con mis recomendaciones para prevenir las complicaciones a largo plazo:
He preparado este pequeño cuestionario con algunas de las preguntas que más me hacen
mis pacientes en consulta, ¡espero que responda a todas tus dudas también!
4. ¿Y si no tengo útero?
Si te han hecho una histerectomía —no tienes útero, pero aún conservas los ovarios
— no vas a poder tener la pista del sangrado, pero sí puedes presentar alguno de
los otros síntomas: sofocos, sequedad vaginal, insomnio, etc.
TERCERA PARTE
Algo no va bien
Pólipos, miomas, endometriosis, candidiasis, quistes ováricos, nódulos en la mama,
síndrome de ovarios poliquísticos, liquen… Los problemas ginecológicos, nos guste o
no, van a acabar apareciendo en algún momento de nuestras vidas. ¡Y cuánto nos
preocupan!
Es normal: las probabilidades de que alguna vez cojamos hongos vaginales son del
75 %, y de infectarnos por el virus del papiloma humano, del 80. Así que tenemos
papeletas. Pero tranquila: la mayoría de los trastornos ginecológicos son benignos y
tienen poca o ninguna consecuencia negativa para nuestra salud en general, más allá
de la molestia o disgusto que te llevas en el diagnóstico. Sin embargo, debemos estar
informadas de todas estas «movidas» que pueden ocurrir en nuestro aparato
reproductor, ya que un diagnóstico temprano puede sernos de ayuda.
Todas estamos bastante al día de los problemas que podemos tener en la piel,
¿verdad? Claro, porque se ven a simple vista e interfieren en nuestra imagen. Sin
embargo, no estoy tan segura de que la mayoría de las mujeres dominen algunos
aspectos básicos de los trastornos ginecológicos más frecuentes. Lo veo
constantemente en consulta: «¿Que tengo un mioma?, ¿eso es grave?», «¿Cómo he
podido coger una clamidia?», «Entonces, si tengo ovarios poliquísticos, ¿tengo quistes
en los ovarios?». Y un largo etcétera.
Es importante porque, primero, conocer la normalidad nos ayudará a detectar lo
que no lo es; segundo, detectar una patología a tiempo mejora el tratamiento y
las posibles complicaciones; y tercero, conocer la forma de prevenir ciertos
problemas evita su aparición. Ocurre como con el coche: revisarlo periódicamente
nos ahorra más de un susto.
Ahora bien, no pretendo darte ninguna clase magistral de ginecología tampoco. El
objetivo de este apartado es que conozcas algunos de los trastornos más frecuentes
con los que te podrías encontrar y darte las herramientas necesarias para detectarlos a
tiempo. Creo firmemente que la información es poder, y ya va siendo hora de que se
hable de los problemas que nos afectan a las mujeres. Bastante tiempo han sido ya
ignorados por la medicina y la sociedad, ¿no crees?
Cuando hayas terminado de leer este bloque, estoy segura de que dispondrás de
todos los conocimientos necesarios para poder cuidar de tu salud ginecológica. ¡Manos
a la obra!
10
Las temidas infecciones
—Doctora, es que antes de que me venga la regla tengo un flujo vaginal más
espeso y blanco. ¡Cada mes lo mismo! ¿Qué puedo hacer?
Las infecciones vaginales son una de las patologías ginecológicas más frecuentes y
que más me encuentro en consulta. Y es que, ¿quién no ha tenido alguna vez una
infección por hongos? También las dudas sobre el flujo vaginal abundan: porque hay
mucho, porque hay poco, porque tiene un color distinto o porque huele mal… El tema
del olor es algo que nos preocupa mucho, y con razón. ¿Cómo no vamos a sentir que
nuestras vaginas y vulvas huelen mal si no hacen más que insistirnos en comprar
jabones íntimos, duchas vaginales y lubricantes con olores? ¡Hasta desodorantes
vaginales existen!
«Doctora, es que siento que siempre me huele mal ahí abajo.» Cuando me dicen
esto, de entrada, soy escéptica. Te aseguro que la mayoría de las veces no huele mal
en absoluto, y lo digo con conocimiento de causa, ya que, como puedes imaginar,
tengo cierta «experiencia olfativa» en este campo.
Entonces, ¿de dónde viene esta obsesión con el olor? Hemos interiorizado
creencias negativas sobre nuestros genitales a través de una herencia cultural que
ha fomentado la idea —errónea— de que los genitales femeninos son sucios, feos,
huelen mal y, por tanto, debemos lavarlos y ocultarlos. El mercado de los productos
higiénicos femeninos (muy perspicaz) ha sabido aprovecharse y potenciar todavía más
estas premisas, perpetuando ese sentimiento de vergüenza que veo en muchas de mis
pacientes.
La percepción del olor genital propio es subjetiva y a veces puede costar
entender que una vagina simplemente huele… a vagina. Puedes pensar: «Es que esa
zona tiene un olor peculiar y desagradable». Peculiar o diferente, puede. De hecho, su
olor depende de las glándulas sudoríparas y de las bacterias que la colonizan. Pero no
tiene que ser desagradable. ¿Realmente lo crees así o es esa influencia cultural de la
que hablábamos la que te ha sembrado la semilla de asociar olor genital a mal olor?
Tampoco esperes que huela a geranio y bergamota, como Gwyneth Paltrow nos
intentó hacer creer al comercializar aquella vela: «Esto huele como mi vagina». Por
supuesto, a veces podemos tener mal olor de verdad y esto sucede en la vaginosis
bacteriana —de la que hablaremos en este capítulo— junto con otros problemas como
la retención de tampones, preservativos u otros cuerpos extraños.
Empecemos por algo que es esencial que recuerdes: tener flujo vaginal es normal y
saludable. Está formado a partir de secreciones del cérvix y de las glándulas
parauretrales y vestibulares mayores, así como por trasudado de la pared vaginal
(líquido que pasa a través de la mucosa). Contiene células epiteliales, agua,
electrolitos, glucosa, péptidos antimicrobianos, anticuerpos y una gran cantidad de
microorganismos y bacterias buenas que configuran nuestra microbiota vaginal (de la
que hablamos en el primer capítulo del libro, ¿recuerdas?).
Se ha definido como cantidad «normal» unos 2 a 5 ml de flujo por día, lo que
equivale aproximadamente a algo menos que una cucharadita de café. Sin embargo,
esta cantidad varía en función del momento del ciclo en el que estemos, de si tomamos
anticonceptivos hormonales u otros medicamentos (como antidepresivos y
antihistamínicos), de cómo cuidamos nuestra vagina y de nuestra edad. Por ejemplo,
los anticonceptivos pueden cambiar el flujo, haciéndolo más espeso y menos
abundante, de manera que, al dejar de tomarlos, se puede percibir erróneamente la
recuperación del flujo normal como un aumento de este.
Pero recalquemos que el flujo es importante: aporta lubricación para evitar la
fricción y las agresiones externas y nos protege de las infecciones de
transmisión sexual y de trastornos como la disbiosis vaginal. De hecho, cuando no
producimos suficiente (típico en la menopausia), podemos tener molestias con las
relaciones, picor, quemazón y otros síntomas de sequedad vaginal.
Y ¿cómo sé yo si tengo mucho flujo o si es normal? Bueno, es difícil conocerlo con
exactitud, pero, en general, si necesitas cambiarte de ropa interior varias veces al día
porque manchas las braguitas, es que posiblemente sea más flujo del habitual. En
estos casos, lo primero que descartaremos será una vaginosis bacteriana y otras
alteraciones de la microbiota vaginal.
Si pudiera preguntaros a todas las que estáis leyendo estas páginas cuántas habéis
tenido alguna vez hongos vaginales, seguramente seríais tres de cada cuatro. Y de las
que habéis tenido una infección, la mitad puede sufrir un segundo episodio. Así de
frecuentes son las candidiasis.
Pero ¿qué es la cándida exactamente? Se trata de un tipo de hongo levaduriforme
que puede formar parte de la flora vaginal de hasta el 25 % de las mujeres, como
organismo comensal inofensivo. Dicho de otro modo: se lleva algo de nosotras (cama y
alimento) sin causarnos ningún beneficio ni perjuicio. Aunque no es oro todo lo que
reluce.
Cuando nuestra flora vaginal se desequilibra y no hay nadie que controle la cándida,
esta puede empezar a proliferar y convertirse en lo que llamamos un patógeno
oportunista, responsable de algunos síntomas muy molestos que muchas conocemos
bien. En el 80-90 % de los casos, la infección será causada por la Candida albicans,
pero existen otras especies menos frecuentes también, como la Candida glabrata,
krusei o parapsilosis.
Habitualmente, lo primero que notamos es un picor que suele ser intenso tanto
dentro —en la vagina— como fuera —en la vulva—. Además, aparece enrojecimiento,
irritación, molestias en las relaciones o al orinar y un flujo muy característico blanco,
grumoso y adherente. Ninguno de estos síntomas, por muy típicos que sean, son cien
por cien específicos y, de hecho, no siempre aparecen todos a la vez. Por eso es
importante hacer una exploración, porque, como suelo decir, ¡no todo lo que pica son
hongos!
Frecuentemente me encuentro con chicas que me explican que al mínimo síntoma de
picor se han ido derechitas a la farmacia a por el tratamiento. Si esto sucede de forma
puntual y tienes bastante claro que se trata de una infección por hongos, no pasa nada.
El problema de autotratarse es que, en ocasiones, se pueden pasar por alto otras
patologías. Por eso, si ves que te ocurre a menudo, no mejora con el tratamiento o
tienes algún problema de salud asociado, es aconsejable acudir a un profesional
sanitario.
El tratamiento con antifúngico vaginal u oral suele ser efectivo en la mayoría de los
casos. Al no considerarse una infección de transmisión sexual, no es necesario tratar a
la pareja en las infecciones puntuales.
Existen determinados factores que pueden actuar como desencadenantes de una
candidiasis, como, por ejemplo, el uso de antibióticos de amplio espectro (que pueden
afectar la colonia de Lactobacillus de nuestra microbiota), enfermedades y tratamientos
que disminuyan nuestras defensas (los llamados inmunosupresores), la diabetes mal
controlada o niveles altos de estrógenos (como ocurre en el embarazo). El tema de si
los anticonceptivos aumentan el riesgo de candidiasis no está muy claro, pero en
consulta me he encontrado casos de pacientes (sin otros factores) que han mejorado al
dejar de tomarlos.
Ante el auge de las infecciones producidas por especies distintas a Candida albicans, se ha
empezado a buscar tratamientos alternativos. Algunos estudios proponen utilizar miel de
grado médico (MGM) por sus propiedades antiinflamatorias, antioxidantes y
antimicrobianas, así como inmunomoduladoras.
Suena prometedor, pero, de momento, no existe suficiente evidencia de su efectividad
en la población general, así que solo podemos esperar a que estas hipótesis se confirmen y,
quién sabe, quizás en unos años la miel tenga un papel activo en el tratamiento de estas
infecciones. Sin embargo, por ahora: ¡mejor para la comida que para la vagina!
Candidiasis vulvovaginal
Agente Candida albicans, Candida glabrata, Candida krusei o Candida parapsilosis
etiológico
Síntomas y Picor o escozor vulvar o vaginal, enrojecimiento de los labios, molestias con las
signos relaciones o al orinar, flujo más grumoso, blanquecino, adherente
Diagnóstico Por cultivo vaginal y por la clínica
En este punto quizás te estés preguntando: pero ¿esto tiene solución? La respuesta
es ¡sí! Lo primero es tratar la infección con los antifúngicos y valorar una terapia de
mantenimiento durante los 6 o 12 meses siguientes. En estos casos sí podríamos
considerar tratar a la pareja sexual, porque la pareja puede actuar como un reservorio
del patógeno, incluso aunque no tenga síntomas.
Lo segundo será mejorar el estado de nuestra microbiota, ya que es la policía que
mantiene a raya el sobrecrecimiento de la cándida. Los probióticos pueden ser una
buena opción, al ayudarnos a restablecer el patrón estándar de la flora, acercándola a
una situación de normalidad.
Y, por último, no podemos olvidar lo más evidente: habrá que actuar sobre todos
esos factores que pueden alterarnos la microbiota, como mejorar nuestra alimentación,
manejar el estrés o tener una higiene íntima adecuada evitando lavarnos la vagina.
Aunque la idea de deshacernos de las cándidas con una dieta es atractiva, no hay suficiente
evidencia científica de calidad que la respalde. Por internet y redes sociales circula mucha
información confusa al respecto, pero a día de hoy no se ha podido demostrar al cien por
cien.
Estas dietas, en su mayoría, están basadas en eliminar alimentos ricos en carbohidratos,
el gluten, los productos lácteos, carnes procesadas, la cafeína y el alcohol, entre otros, con
el objetivo de reducir el sobrecrecimiento de la cándida en nuestro tracto digestivo, que
puede actuar como reservorio para las infecciones vaginales. En estos casos, además,
pueden aparecer asociados síntomas digestivos como hinchazón o distensión abdominal.
Obviamente, una alimentación equilibrada (rica en fibra, frutas, verduras de hoja
verde, fuentes de proteína magra y grasas saludables) va a contribuir a un mejor estado
de salud en general, a mejorar la inflamación y a una microbiota saludable. Sin embargo,
el principal problema de estas «dietas milagro» es que algunas restringen alimentos de
forma indefinida y se hacen sin la supervisión adecuada. Y limitar la variedad de
alimentos consumidos puede conllevar déficits en algunos nutrientes. Es por ello que
estos tipos de dietas deben hacerse siempre bajo el asesoramiento de profesionales del
campo de la nutrición.
Hemos dicho al principio del capítulo que la vagina huele a vagina. Punto. Muchas
veces esperamos erróneamente que no huela a nada o nos agobiamos porque
creemos que nos huele mal cuando, en realidad, no existe problema alguno. Sin
embargo, en ocasiones puede aparecer un olor fuerte, como a pescado podrido.
Cuando esto pasa, estamos posiblemente ante una vaginosis bacteriana, un cuadro
producido por un desequilibrio de la flora. ¿Recuerdas que antes comparábamos la
microbiota con una ciudad, donde los Lactobacillus eran la policía que lo mantiene todo
bajo control? Bueno, ahora imagínate que tenemos bajas entre nuestros agentes y que,
de repente, unos habitantes se vuelven locos, empiezan a alborotarse y nuestra policía
particular no logra mantenerlos a raya. Esto es un poco lo que pasa con la vaginosis.
Estos «gamberros» son bacterias anaeróbicas (como Gardnerella vaginalis,
Prevotella o Mycoplasma hominis) que reemplazarán a los Lactobacillus y cambiarán el
pH vaginal de ácido a alcalino. Técnicamente no hay inflamación, por eso la llamamos
vaginosis y no vaginitis. Aunque es una alteración benigna y frecuente (afecta al 8-30 %
de las mujeres sexualmente activas), en el embarazo podría asociarse a un mayor
riesgo de aborto, parto prematuro y endometritis posparto, es decir, una
inflamación del endometrio.
La mitad de las mujeres con vaginosis no va a presentar síntomas, pero la otra mitad
puede experimentar un fuerte olor (que empeora tras las relaciones) y, una de cada
diez, tendrá un flujo vaginal más abundante, blanco-grisáceo, sin irritación ni picor
vulvar.
El tratamiento, con antibióticos tópicos u orales, se prescribe a las mujeres
sintomáticas o embarazadas, siendo también recomendable evitar los factores que
puedan alterar la microbiota, con el objetivo de restablecer esas colonias de
Lactobacillus. Igual que con las candidiasis leves, no es necesario tratar a la pareja,
porque, aunque está relacionada con la actividad sexual, no se considera una infección
de transmisión sexual.
¿Sufres vaginosis de manera recurrente? Te recomiendo lo mismo que a mis
pacientes: si eres fumadora, ¡prueba a dejar el tabaco! Y valora usar probióticos
orales o vaginales, porque pueden ayudarte a restablecer el patrón normal de la flora.
A pesar de que no hay suficiente evidencia para recomendar los probióticos como único
tratamiento, existen estudios que demuestran su efectividad si se usan junto a los
antifúngicos o antibióticos.
Suena a ciencia ficción, pero la realidad es que la primera vez que se llevó a cabo fue en
2019 por investigadores israelíes. Consiste en coger flujo vaginal de donantes con una
microbiota saludable y ponerlo en mujeres con vaginosis bacterianas recurrentes e
intratables.
El de 2019 fue un experimento con cinco mujeres. Cuatro de ellas se curaron y no
presentaron nuevos episodios de disbiosis en los meses de seguimiento posteriores.
Obviamente se trata de un estudio muy limitado que no permite sacar conclusiones
extrapolables a la población general ni aplicables a la práctica clínica. Sin embargo, es un
pequeño paso que nos podría acercar a un tratamiento interesante en el futuro… para las
que se atrevan.
Vaginosis bacteriana
Agente Gardnerella vaginalis, Prevotella ssp, Mycoplasma hominis, etc.
etiológico
Síntomas y Aumento del flujo vaginal, puede ser blanco o grisáceo, mal olor (a pescado), no
signos suele venir acompañado de dolor
Diagnóstico Por cultivo vaginal y por la clínica
Tratamiento Antibiótico tópico u oral
¿ITS? No, pero se relaciona con la práctica sexual
Vaginitis aeróbica
Agente Streptococcus agalactiae, Enterococcus faecalis, Escherichia coli o S. aureus
etiológico
Síntomas y Enrojecimiento, quemazón o irritación, dolor con las relaciones, flujo amarillento
signos pegajoso con o sin mal olor
Diagnóstico Por cultivo vaginal
Tratamiento Antibiótico
¿ITS? No
¿Qué hay de las infecciones de orina?
Igual que una infección vaginal, la infección del tracto urinario es muy frecuente en las
mujeres. ¿Recuerdas que te contaba que la uretra femenina mide 4 cm en comparación con
los 20 cm de la del hombre? Pues esta es una de las razones por las que las mujeres somos
tan susceptibles a las cistitis o infecciones de orina. Eso y por la proximidad de la uretra
con el recto y la vagina, de donde salen algunas de las bacterias que treparán hasta el
conducto urinario y causarán una infección.
Se estima que la mitad de las mujeres habrá tenido una cistitis antes de los 32 años.
Y, aunque ya tenemos bastantes papeletas de base para que nos toque una de estas
infecciones, se han descrito otros factores que pueden aumentar todavía más el riesgo: las
relaciones sexuales, el uso de espermicidas, el embarazo o la menopausia… En la
menopausia, lo que ocurre es que perdemos el papel protector que nos confiere la
microbiota vaginal frente a las infecciones.
Si alguna vez has tenido una cistitis, sabrás de lo que hablo cuando digo que la
sensación es bastante molesta: ganas constantes de orinar, dolor, ardor o quemazón
al hacer pipí, y un peso en la zona baja del abdomen. La mayoría de las veces se trata
de cistitis no complicadas causadas por la bacteria Escherichia coli, que suele responder
bien a la terapia antibiótica. En otros casos, la infección no se resuelve y puede
complicarse con una pielonefritis, es decir, una infección en el riñón.
11
Las infecciones de transmisión sexual
Las infecciones de transmisión sexual (de aquí en adelante ITS) no son algo extraño ni
anecdótico que solo cogen las personas que mantienen relaciones con múltiples
parejas sexuales. No, es algo que veo de forma habitual en consulta. Si tienes sexo,
puedes contraerlas, así de simple. De hecho, en todo el mundo estamos viendo un
aumento en la incidencia de algunas de ellas y se pronostica que la siguiente pandemia
podría ser por una ITS. Y no sería la primera vez en la historia de la humanidad. La
sífilis, una infección que ahora tratamos con penicilina, se extendió rápidamente en
Europa durante el siglo XV y se convirtió en la primera gran epidemia sexual, de la que
no se libraban ni reyes ni nobles.
Para que te hagas una idea rápida, según datos de la OMS, durante el 2020, 82
millones de personas en todo el mundo se infectaron de gonorrea, una bacteria muy
hábil para desarrollar resistencia a los antibióticos y contra la que cada vez tenemos
menos opciones terapéuticas. Este aumento de la incidencia de las ITS y de las
resistencias antibióticas supone un problema de salud pública mundial. Con tanta
información y libertad de que disponemos, ¿cómo puede ser que su incidencia, en vez
de bajar, suba exponencialmente?
Aquí hay varias cuestiones a discutir. Posiblemente uno de los problemas sea que
las ITS todavía se ven envueltas de un halo de tabú y vergüenza, y se tiende a
asociarlas a la promiscuidad. Cuesta hablar abiertamente del tema incluso con el
médico y resulta complicado tomar conciencia de aquello de lo que no se habla.
En consulta me encuentro en ocasiones con pacientes que se sorprenden (y a veces,
se indignan) cuando les pregunto sobre su historial sexual. No es que seamos cotillas,
lo que nos interesa es conocer el riesgo de ITS para valorar si es una posibilidad dentro
del abanico de opciones diagnósticas. No olvidemos que la salud sexual forma parte
de nuestra salud global.
Más de una vez me he encontrado con chicas que respondían con un no rotundo
ante la pregunta de si tenían riesgo de ITS, pero en cuanto ahondabas un pelín, te
dabas cuenta de que en realidad sí existía un riesgo importante: «Sí, doctora, uso el
preservativo. Pero no, no durante toda la relación, solo al final» o «Sí, tengo pareja
estable. Desde hace un mes». O el clásico «No, pero no es un contacto nuevo, ¿eh?
Ya habíamos tenido relaciones antes. Aunque no somos pareja y cada uno tiene sus
rollos».
A todas ellas les pedí pruebas para descartar ITS y me atrevo a decir que alguna
salió positiva. Te sorprendería la cantidad de ITS que se acaban diagnosticando en
mujeres que venían a consulta ginecológica por otro motivo (es lo que llamamos un
cribado oportunista).
Afortunadamente, vivimos en una época en la que no solo es fácil diagnosticar estas
infecciones, sino que también disponemos de tratamientos efectivos y de medidas para
su prevención, como son las vacunas o el uso del preservativo. Curiosamente, fue en
plena epidemia de sífilis cuando se inventó el preservativo, como una medida para
evitar la propagación de la enfermedad.
Vamos a empezar por el principio: ¿qué es una ITS? Hablamos de ITS para referirnos a
las infecciones causadas por distintos microorganismos (se han descrito más de 30
virus, bacterias y protozoos capaces de causarlas) y cuya transmisión tiene lugar
mediante el contacto sexual. Y, claro, una piensa en la penetración vaginal como única
forma de adquirirlas, cuando no es así. La realidad es que podemos contagiarnos con
las relaciones sexuales ya sea a través de la penetración vaginal, anal, el sexo oral o
incluso por contacto directo entre genitales. Algunas ITS, además, pueden transmitirse
de la madre al bebé durante el embarazo o el parto o con el uso de jeringuillas
contaminadas (poco frecuente hoy en día).
Uno de los principales problemas con los que nos encontramos ante una ITS es que
muchas de ellas presentan síntomas muy inespecíficos o, directamente, no presentan
ningún síntoma. Para que te hagas una idea, hasta un 80 % de las mujeres con
clamidia serán asintomáticas. Y esto, como ya te imaginas, nos dificulta el diagnóstico.
Cuando algunas ITS —como las causadas por la gonorrea o la clamidia— no se
diagnostican —y, por tanto, no se tratan—, la infección puede ascender por el tracto
genital hacia la pelvis, ocasionando lo que conocemos como enfermedad pélvica
inflamatoria (EPI).
En los casos más leves de EPI puede aparecer un aumento del flujo vaginal, con
dolor abdominal inespecífico o dolor con las relaciones y, a veces, fiebre. Pero si la
infección no se diagnostica y se trata, puede evolucionar hasta formar pus en la
pelvis y requerir tandas de antibiótico intravenoso y, en ocasiones, cirugía. Por suerte,
esta afectación más severa es también la menos frecuente, pero, como ves, lo que
empieza como una simple infección vaginal puede ir trepando y afectar nuestras
trompas uterinas, útero, ovarios y cavidad pélvica.
En las trompas, la inflamación puede afectar a su funcionamiento y su movilidad,
aumentar el riesgo de embarazos ectópicos (fuera del útero) y generar dolor pélvico
crónico o infertilidad. Ojo: esto no significa que por tener alguna vez clamidia o
gonorrea vayas a desarrollar una EPI sí o sí, pero existe un 10-15 % de riesgo de
que ocurra.
Tampoco quiere decir que vayas a tener problemas de fertilidad, como una paciente
pensaba tras diagnosticarle una clamidia. La pobre entró en consulta pálida, se sentó
en la silla y empezó a llorar. Cuando le pregunté qué le ocurría, me dijo entre llantos
que había leído en internet que ya no iba a poder ser madre. Intenté tranquilizarla
explicándole que, por una infección aislada, el riesgo de que eso sucediera era muy
bajo, pero que lo importante era que se había diagnosticado y tratado a tiempo y
que, usando debidamente el preservativo en las relaciones, podía evitar que volviera a
ocurrir. Salió de la consulta mucho más tranquila de lo que entró y es que eso forma
parte también de nuestro trabajo como médicos.
¿ITS o ETS?
Las ETS son las enfermedades de transmisión sexual y las ITS las infecciones de
transmisión sexual. A pesar de que usamos ambos términos indistintamente, no son lo
mismo, ya que muchas ITS son asintomáticas y pueden no causar una enfermedad. Por
ello, es mejor que hablemos de ITS.
La clamidia y la gonorrea: las reinas de la fiesta
Clamidia
Agente Chlamydia trachomatis
etiológico
Síntomas y Asintomático, flujo grisáceo, dolor abdominopélvico, dolor con las relaciones, molestias
signos al orinar, sangrado con o tras las relaciones
¿ITS? Sí
Gonorrea
Agente Neisseria gonorrhoeae
etiológico
Síntomas y Asintomático, flujo grisáceo, dolor abdominopélvico, dolor con las relaciones, molestias
signos al orinar, sangrado con o tras las relaciones
Diagnóstico Por cultivo vaginal o PCR
Tricomonas
¿ITS? Sí
Mycoplasma y ureaplasma
Más de una vez me he encontrado con pacientes que habían recurrido al ajo para tratarse
una infección genital. Recuerdo un chico al que visitaba por condilomas cuya madre le
había enviado desde su país un mejunje a base de ajo machacado. Me confesó que tan
pronto se lo puso comenzó a sentir ardor e irritación y se dio cuenta de que no había sido
una gran idea. Sin embargo, yo todavía me sorprendo cuando leo publicaciones por redes
donde siguen recomendando ponerse un ajo como tratamiento natural para erradicar las
infecciones vaginales.
Hay algo que es cierto: el ajo es el antibiótico de la naturaleza. Y no solo eso: es
antivírico y antifúngico. ¡Si es que lo tiene todo! ¿Cómo no vamos a usarlo en nuestra
vagina también?
La responsable de estas propiedades «curativas» es la alicina —que se libera al
trocearlo y machacarlo— y de la que necesitaríamos una cantidad muy superior a la
contenida en un diente de ajo para conseguir una actividad antimicrobiana suficiente. Por
otro lado, sobra decir que ponerse un ajo en la vagina no es higiénico (ya que puede
contener bacterias de la tierra). Además, es un fuerte irritante para la mucosa genital que,
aparte de causar quemazón y escozor, podría también alterar el equilibrio de la microbiota
y favorecer así las disbiosis.
Es cierto que existen estudios que han demostrado que in vitro (es decir, en el
laboratorio) los componentes del ajo ejercen una actividad antifúngica que podría ayudar a
combatir la vaginitis candidiásica, pero aún queda por ver en qué formato y dosis y si in
vivo sería posible.
Conclusión: ni entero, ni machacado ni de ninguna otra forma. El ajo, para cocinar.
Como hemos visto al inicio del capítulo, la sífilis (también llamada lúes) supuso una
verdadera epidemia durante el siglo XV: afectó a cinco millones de personas en Europa.
La población (excepto ancianos y niños) se iba infectando rápidamente de una extraña
enfermedad que causaba llagas horribles y acababa enloqueciendo a los
enfermos, mientras los médicos de la época no lograban explicar de qué se trataba ni
conocían la manera de curarlo. La sífilis se propagó con rapidez sin importar la clase
social y, desde entonces, ha seguido transmitiéndose. Parece que fueron múltiples los
personajes históricos conocidos que la contrajeron: Napoleón, Bolívar, Colón,
Nietzsche, Baudelaire, Shakespeare, Van Gogh…
Curiosamente, a pesar de que hoy en día conocemos bien la enfermedad y
disponemos de un tratamiento adecuado —la penicilina—, los casos de sífilis siguen
en aumento. La responsable es una bacteria llamada Treponema pallidum, que logra
entrar en el organismo a través del contacto sexual con una persona infectada, aunque
también se transmite de la madre al bebé y mediante transfusión sanguínea. A la sífilis
se la llama «la gran simuladora» porque, si no se trata, su evolución conlleva la
aparición de una gran variedad de síntomas a lo largo del tiempo.
La primera fase es la sífilis primaria, en la que, a las tres o cuatro semanas del
contagio, aparece una úlcera en el lugar de la inoculación (es decir, el sitio por donde
entra la bacteria), que suelen ser los genitales, aunque puede ocurrir también en la
boca. Este suele ser el primer signo que vemos en consulta. Recuerdo el caso de una
paciente que acudió convencida de tener cáncer de vulva, pues le había aparecido de
repente una úlcera muy fea en los labios externos. Una de las primeras cosas que hay
que descartar ante una úlcera genital es la sífilis, y puede hacerse mediante cultivo de
la úlcera o con un análisis de sangre. La paciente no entendía por qué perdíamos el
tiempo haciendo esas pruebas cuando estaba claro que era un cáncer, y menos aún
cómo podíamos pensar que era sífilis si… ¿quién tiene sífilis hoy en día?
Como ya te habrás imaginado, se trató efectivamente de un chancro sifilítico, que
es el nombre que recibe la úlcera en cuestión. Y si no hubiéramos diagnosticado
esta enfermedad en ese momento, ¿qué hubiera ocurrido? Posiblemente la úlcera
habría desaparecido en un mes sin dejar ni rastro y, tras un periodo asintomático de
unas 2-10 semanas, habría aparecido un cuadro florido de síntomas: manchas en la
piel, sensación de estar resfriado (fiebre, dolor muscular, malestar general), dolor de
cabeza… Esto se conoce como sífilis secundaria.
De nuevo, sin tratamiento los síntomas se resolverán solos, pero la infección
progresará hasta la tercera fase: la sífilis latente, donde el paciente puede permanecer
sin síntomas durante varios años. Y, aunque parezca inocuo, el daño ya está hecho.
Porque la última fase de la enfermedad (la sífilis terciaria) ataca severamente a varios
órganos, ocasiona parálisis, afecta al oído y la visión y provoca neurosífilis (demencia,
meningitis…), entre otras alteraciones. Antes del descubrimiento de la penicilina en
1928, habían probado de todo para curar la sífilis: mercurio, guayaco (un arbusto de
Haití), bismuto y un sinfín de alternativas probablemente peores que la propia infección.
¡Suerte que hoy en día lo tenemos más fácil!
Sífilis
Agente etiológico Treponema pallidum
Síntomas y Múltiples úlceras pequeñas agrupadas, vesículas múltiples que al romperse forman
signos erosiones, puede haber fisuras o lesiones de rascado
Diagnóstico Clínico, PCR del exudado de la úlcera, serologías
Tratamiento Antivírico
¿ITS? Sí
¿Cuáles son los principales factores de riesgo para contraer una
ITS?
Ya hemos visto que muchas veces las ITS se desarrollan con pocos o ningún síntoma o con
síntomas muy inespecíficos, lo que dificulta considerablemente su diagnóstico y detección.
Y, además, algunas de ellas pueden causar complicaciones o secuelas importantes a largo
plazo, como infertilidad. Eso sin contar que no es infrecuente que exista una coinfección
con varias ITS simultáneamente.
La primera vez que vi un resultado de una paciente positiva en clamidia, gonorrea,
tricomonas y mycoplasma, me eché las manos a la cabeza. Parecía que coleccionara ITS
como si fueran cromos. Después de haberlo visto algunas veces más, ha dejado de
resultarme tan extraño. A pesar de que la valoración del riesgo de presentar una ITS debe
ser individual, se han asociado algunos factores con un mayor riesgo de sufrir estas
infecciones:
Sexo femenino: lamentablemente, las mujeres tenemos más riesgo que los
hombres, porque la superficie de la vagina y el cérvix son más vulnerables que el
pene.
Edad: los menores de 25 años son los que mayor incidencia de ITS presentan.
Edad de inicio de las relaciones: especialmente si sucede antes de los 13 años.
Número de contactos sexuales: en la última década han tenido lugar cambios
socioculturales y de comportamiento sexual que han llevado a un aumento en el
número de parejas sexuales a lo largo de la vida. Y, obviamente, cuantos más
contactos tengamos, más riesgo.
Número de parejas sexuales simultáneas.
Número de parejas en los últimos tres meses: más de una pareja sexual incrementa
el riesgo de clamidia, gonococo, VPH y VHS.
Consumo de drogas y alcohol: la tendencia en el consumo de alcohol entre jóvenes
ha aumentado en los últimos años, y sabemos que el consumo de drogas y alcohol
con el sexo aumenta el riesgo de VIH y otras ITS debido a que disminuye la
percepción de riesgo. De hecho, el consumo intencionado de drogas para tener
relaciones sexuales se conoce con el nombre de chemsex.
Algo que veo frecuentemente en consulta es que hay chicas que perciben una relación
como estable al poco tiempo de iniciarla, lo que a veces se traduce en una «falsa» idea de
seguridad desde el punto de vista de salud sexual. Con el tiempo se pueden ir encadenando
relaciones de pocos meses de duración, en las que por esa percepción de estabilidad no se
toman medidas de protección como usar preservativo, lo que aumenta el riesgo de sufrir
una ITS.
Durante los años que llevo como ginecóloga, he tenido que informar a cientos de
pacientes de un resultado alterado en su citología. La gran mayoría acude nerviosísima
a consulta, algunas solas, otras acompañadas. Pero todas tienen algo en común:
expresan los nervios con cada célula de su cuerpo y, nada más informarlas, me miran
angustiadas, esperándose lo peor. Así que me apresuro a tranquilizarlas porque, en la
mayor parte de los casos, no es tan terrible como temían. «Entonces, ¿no tengo
cáncer?», me preguntan después de mi explicación, que en ocasiones tengo que
repetir una segunda vez porque no terminan de asimilarlo todo a la primera. Como dijo
Séneca: sufrimos más en nuestra imaginación que en la realidad.
Un resultado alterado en la citología requiere informar de manera adecuada y
atender todas las dudas que se generen. Porque, si algo me sigue sorprendiendo a día
de hoy, es que hay gente que todavía desconoce la existencia del virus del
papiloma humano (VPH) o conoce poco al respecto. Y, sin embargo, está en todas
partes. ¿Sabías que alrededor del 10 % de las mujeres en el mundo están infectadas?
¿Y que se ha encontrado VPH en juguetes sexuales hasta una semana después de su
uso? ¿Incluso en espéculos, transductores ecográficos y guantes médicos? Como te
decía, está en todos lados.
De hecho, se estima que hasta el 80 % de las mujeres adquirirán una infección
por VPH en algún momento de sus vidas; sin embargo, los casos de cáncer de
cuello de útero en España no suelen superar los 2.500 al año. Esto quiere decir —y
aquí rompemos el primer mito— que tener VPH no significa que vayas a desarrollar
necesariamente un cáncer de cérvix. Podríamos decir que el cáncer de cérvix es una
consecuencia infrecuente de algo muy habitual, como es la infección por VPH. Te lo
explico mejor.
¿Qué es el VPH?
El VPH es un tipo de virus relativamente pequeño que infecta piel y mucosas y que
pertenece a una gran familia. Se han descrito más de 200 tipos diferentes, algunos de
los cuales serán los responsables de la infección genital y anal. A cada genotipo de
VPH se le otorga un número para clasificarlo y se dividen en dos grandes grupos en
función de si tienen o no capacidad de desarrollar un cáncer:
VPH de alto riesgo: llamados oncogénicos: estos se asocian con las lesiones
premalignas o precancerosas y con el cáncer de cérvix, vaginal, vulvar, anal, de
pene y de orofaringe. Como ves, no es un virus que solo nos afecte a las mujeres.
En este grupo encontramos el 16 y 18 (responsables del 70 % de los cánceres de
cérvix) y una larga lista de otros menos frecuentes: 31, 33, 35, 39, 45, 51, 52, 56,
58, 59, entre otros.
VPH de bajo riesgo: son virus que no están directamente relacionados con el
cáncer, sino que causan lesiones benignas como los condilomas. Los condilomas
son las verrugas generadas por la infección, que pueden aparecer en los genitales
o en la zona de la boca y garganta, y que están causados en el 90 % de los casos
por los tipos 6 y 11. Aunque, de nuevo, no son los únicos. Hablaremos de los
condilomas más adelante.
Síntomas y Condilomas
signos Displasia cervical (hallazgo citológico)
Asintomático
Esto último se llama latencia e implica que el virus no ha sido eliminado del todo y
que ante algunas circunstancias podría, en algún momento, volver a aparecer.
Todo ello puede explicar algunos casos de reactivación, aunque en la práctica es
imposible saber si un positivo reciente es una infección nueva o una reactivación
antigua.
Y para qué nos vamos a engañar: tampoco es muy relevante desde el punto de vista
clínico. Además, la respuesta inmune generada por una infección por VPH es
claramente insuficiente para controlar nuevas reinfecciones, lo que significa que te
puedes volver a infectar del virus, aunque ya lo hayas tenido en el pasado.
A efectos prácticos, a las de grado 1 las llamamos LSIL (del inglés, lesión escamosa
intraepitelial de bajo grado) y a las de grado 2-3 las llamamos HSIL (lesión escamosa
de alto grado). Y ¿en qué se diferencian? Fundamentalmente en que las lesiones de
bajo grado suelen resolverse solas en el 70-80 % de los casos, por lo que optaremos
por un seguimiento en consulta, mientras que, en el caso de las lesiones de alto grado,
el riesgo de que evolucionen en los siguientes 5 a 14 años a cáncer de cérvix es mayor,
por lo que estas lesiones van a requerir tratamiento preventivo que te explicaré más
adelante. Todo a su debido tiempo.
Atipia en células 3,6 % 0,4 % si el VPH Significa que hay ciertos cambios en las
escamosas de es negativo; células. El siguiente paso es realizar la
significado incierto hasta 6,8 % si el prueba de VPH; si es positiva, habrá que
(ASC-US) VPH es positivo remitir a colposcopia.
Normalmente hasta aquí se trata de lesiones que frecuentemente se curan sin necesidad de
tratamiento, por lo que seguimos una conducta expectante con un seguimiento que dependerá del
protocolo de cada centro.
Lesión intraepitelial 0,2 % 50-54 % con La recomendación es realizar colposcopia y
escamosa de alto riesgo de cáncer biopsia que confirmen la lesión de alto
grado (HSIL) de cuello de grado. En estos casos, se recomienda
útero a 5 años tratamiento escisional con conización.
del 2,3-6 %
Como habrás visto, menciono dos conceptos que pueden resultarte desconocidos: la
colposcopia y la conización. Veamos los dos por separado.
2. ¿Qué puedo hacer para ayudar a eliminar la infección? ¿Existe alguna dieta
anti-VPH? El tema de la alimentación y los suplementos en el VPH es un poco
polémico porque, en general, no: no hay ningún alimento ni ninguna dieta milagrosa
para erradicar el VPH. Sin embargo, tenemos relativa evidencia de que determinados
tipos de alimentos con gran poder antioxidante podrían ayudar. Te explico. Teniendo en
cuenta que uno de los mecanismos por los que el VPH desarrolla lesiones premalignas
es por daño en el ADN debido al estrés oxidativo, es biológicamente plausible (aunque
no haya estudios suficientes) que el consumo de alimentos antioxidantes tenga un
efecto anticancerígeno.
Entre estos alimentos encontramos aquellos ricos en vitamina C, vitamina E, vitamina
A y folato, como los incluidos en la dieta mediterránea. De hecho, hay estudios que
sugieren que la dieta mediterránea podría considerarse un factor protector del
desarrollo de cáncer gracias a sus propiedades antioxidantes y antiinflamatorias. Estos
antioxidantes van a ayudar a disminuir la replicación viral, inhibir la replicación de
células cancerosas y mejorar el sistema inmune. Algunos estudios han demostrado de
forma limitada que el extracto de shiitake (AHCC) o el té verde podrían ser alternativas
interesantes, aunque hace falta más evidencia para sacar conclusiones definitivas.
En resumen: lo mejor que puedes hacer por ti misma (además de dejar de fumar y
usar el preservativo) es cuidar tu alimentación y practicar deporte con el objetivo de
mejorar tu sistema inmunitario y así resolver la infección antes.
4. ¿Por qué no se hacen citologías cada año? Es una duda (a veces una exigencia
incluso) frecuente en general y, si te soy sincera, lo entiendo perfectamente. Adquirir el
VPH da miedo y hacerse una citología cada año genera cierta tranquilidad. Sin
embargo, esto es una trampa.
Actualmente (y mientras no se modifiquen las guías) los programas de cribado
basados en citologías establecen la realización de una cada tres años. Aunque te lo
explicaré mejor en la quinta parte del libro, de forma general y tal como hemos visto
unas líneas atrás, la historia de la infección por el VPH es lenta, igual que el tiempo que
puede tardar en ser eliminado de nuestro organismo (hasta dos o tres años). Así que
no tiene sentido hacer citologías más seguidas, ya que no han demostrado aumentar el
diagnóstico de cáncer de cérvix (porque es muy improbable que aparezca si tu última
citología hace tres años era normal) y solo nos llevaría a un sobrediagnóstico —en el
mejor de los casos— y un sobretratamiento —en el peor—.
5. Si tengo VPH, ¿qué medidas debe tomar mi pareja? Actualmente no está indicado
en ninguna guía realizar la prueba de detección de VPH en la pareja, ni masculina ni
femenina. Si es mujer, será necesario que se asegure de tener la citología al día. En el
hombre, será importante el uso de preservativo como barrera. Y, en ambos casos, no
os olvidéis de descartar la presencia de condilomas u otras lesiones genitales.
No es necesaria la prueba para la detección VPH porque, como te explicaba al inicio
del capítulo, se trata de una infección muy prevalente en la población, por lo que es
probable que tu pareja sea también positiva, lo que, sin embargo, no nos va a cambiar
ni las recomendaciones ni la conducta a seguir.
No necesariamente. Desde luego es buena señal que en unos meses no hayan aparecido
nuevas lesiones. No obstante, eso no significa que el VPH se haya eliminado del todo. De
hecho, es habitual que persista en la piel y las mucosas de forma latente, inactiva, lo que
implica que podrían volver a reactivarse y reaparecer, más frecuentemente entre los tres y
seis meses posteriores al aclaramiento de las lesiones.
Y, desde luego, existe otra opción: ¡que te vuelvas a infectar! No hay que desesperarse
tampoco: que no aparezcan nuevas verrugas ¡es claramente una buena señal!
12
Bienvenida al universo de los problemas de la vulva
Quizás lo que te voy a explicar ahora te resulte familiar: de la nada te aparece un bulto
en la parte de debajo de los labios menores (cerca de la entrada de la vagina y por
dentro de la piel), no muy grande, de 2 cm como mucho, más o menos blandito. No te
duele, pero lo notas. Te empieza a agobiar un poco, pero esperas a ver si se quita solo.
Pasan los días y cada vez te molesta más y más, y lo que era una simple bolita apenas
imperceptible ahora se ha convertido en un bulto de 4 cm, rojo, caliente (puede que
hasta se te hinche un poco todo el labio menor), que incluso te impide sentarte o
caminar con normalidad.
Llegados a este punto pueden pasar dos cosas: la primera (y más razonable), que
acudas al médico. La segunda, que acabe por reventarse solo y salga abundante pus.
¿Qué es lo que ha pasado? ¿Recuerdas que al principio del libro te contaba que
tenemos unas glándulas en la entrada de la vagina encargadas de la lubricación? Las
glándulas vestibulares mayores, también conocidas como glándulas de Bartolino.
En esta historia (que se repite bastante en urgencias) lo que ha ocurrido es que se
ha producido una obstrucción en el conducto de una de estas glándulas. En
ocasiones, la glándula se tapona, por lo que el contenido en su interior queda
acumulado y genera un quiste, que suele ser pequeño y no duele ni molesta. A veces
se queda así durante mucho tiempo; otras, se reabsorbe solo o, lo que ha acabado
pasando en el ejemplo de antes, se infecta. Cuando se infecta por las bacterias de la
zona, se forma un absceso de pus que requiere tratamiento antibiótico o, en
ocasiones, un drenaje quirúrgico.
No es grave, pero sí muy molesto. Además, no es infrecuente que las mujeres que
han tenido un absceso de estas glándulas alguna vez puedan volver a presentar
nuevos episodios en el futuro.
La foliculitis
¿Alguna vez te has depilado y al cabo de unos días te ha salido un granito de pus? Eso
es una foliculitis: la infección del folículo piloso (donde crece el pelo) por los gérmenes
de la piel, lo que forma una pequeña pústula atravesada por el pelo.
Cuando esta infección avanza más profundamente y afecta a la piel circundante,
hablamos de forúnculo. En ambos casos podemos tratarlo con antibiótico tópico
(aplicado en la piel en forma de crema o pomada).
La hidradenitis supurativa
El molusco contagioso
¡Yo creo que ni las y los dermatólogos se aclaran con los nombres de las dermatitis! El
tema de las dermatitis de contacto resulta bastante lioso (al menos para mí), pero
vamos a simplificarlo para facilitar las cosas. Una dermatitis es una irritación de la piel,
hasta aquí todo correcto. Cuando esta irritación se produce por un agente irritante que
altera las células epiteliales, hablamos de dermatitis de contacto. Ahora bien, esto
puede suceder por dos motivos:
Liquen escleroso
Empecemos por el principio: esta es una enfermedad crónica de la piel y esto es
importante entenderlo, porque significa que, aunque un brote mejore, tarde o
temprano volverá a aparecer. Como muchos problemas de la piel, es una enfermedad
boomerang, como suelo decir. Es bastante frecuente, sobre todo a partir de la
posmenopausia, con otro pico de incidencia en la etapa prepuberal. Sin embargo,
pensar que solo afecta a mujeres mayores es un error, porque en la práctica clínica
vemos casos en todas las franjas etarias. De hecho, no es un trastorno exclusivo de las
mujeres, ya que los hombres (aunque de forma menos frecuente) también pueden
sufrirlo.
¿Por qué sucede? Muchas pacientes me lo preguntan y, la verdad, es difícil dar una
respuesta contundente. Se trata de una enfermedad que se describió por primera vez
hace más de 100 años y, sin embargo, aquí estamos: sin tener clara su etiología. Lo
que sí sabemos es que tiene una base autoinmune y que participan también factores
genéticos y ambientales. El síntoma principal y característico del liquen escleroso es el
picor: picor vulvar muy intenso, que a menudo empeora por la noche y que, a su vez,
genera lesiones por rascado, con fisuras y pequeñas heridas. Cuando exploramos la
vulva, vemos unas placas blancas (aunque a veces son rojizas) bien delimitadas en la
parte de la entrada de la vagina, en el periné o en el capuchón del clítoris, con un
aspecto arrugado, como si de papel de celofán se tratara. A veces, de tanto rascarse,
algunas pacientes presentan el fenómeno que da nombre a esta enfermedad: una
liquenización de la piel, que simplemente significa que se engrosa, como un callo.
Si te tienes que quedar con una idea del liquen es esta: es importante hacer un
diagnóstico precoz y empezar a tratarlo cuanto antes, porque si lo dejamos
evolucionar (recuerda, es crónico) puede acabar reabsorbiendo el clítoris, los labios
menores e incluso, como he visto en algunos casos, terminar cerrando casi por
completo la entrada de la vagina. Eso sin contar que, sin tratamiento, el liquen presenta
entre un 4 y un 7 % de riesgo de desarrollar un carcinoma escamoso.
¿Y cómo lo tratamos? Con cremas de corticoides, en dosis y pautas controladas.
Cuando esto no es suficiente, existen alternativas de segunda línea. En los últimos
años se han iniciado algunos estudios piloto para valorar la eficacia de otros
tratamientos para el liquen, como el plasma rico en plaquetas, la terapia fotodinámica,
el láser de CO2 o el ácido hialurónico, entre otros. ¡Suena prometedor!
Cuando pensamos en sequedad vulvar o vaginal, rápidamente nos viene una palabra a
la cabeza: menopausia. Y, desde luego, la menopausia es el paradigma de la
sequedad genital, producida por la atrofia (el término médico) que se genera por el
déficit de estrógenos. Entre el 67 y el 98 % de las mujeres posmenopáusicas en
España presentan sequedad vulvovaginal. ¡La mayoría! De hecho, el problema de la
atrofia es que empeora con los años, especialmente si no se trata, lo que es frecuente,
ya que algunas mujeres creen que es algo que simplemente hay que asumir.
¡Incorrecto!
La sequedad vulvovaginal se puede y se debe tratar en cualquier franja de
edad, porque quien la sufre puede ver afectada su calidad de vida. De hecho, no
solamente aparece en la menopausia, sino que lo vemos también en mujeres en edad
reproductiva: durante la lactancia, ante tratamientos contra el cáncer de mama, en
mujeres fumadoras, con la toma de algunos antidepresivos, antihistamínicos y
anticonceptivos, en pacientes diabéticas o con el síndrome de Sjögren, o en aquellas
mujeres que practican una limpieza excesiva de sus genitales.
Todo esto convierte la sequedad vaginal en un problema frecuente cuya base es en
todos casos la misma: un déficit estrogénico. Los estrógenos, como te explicaba en
capítulos previos, son los que mantienen el grosor del epitelio urogenital y también el
colágeno, la flora vaginal, la lubricación y la elasticidad de la mucosa. De forma que,
cuando los niveles de estrógenos descienden (en alguna de las situaciones anteriores),
el epitelio se va a adelgazar y tendremos una vagina con menos flujo sanguíneo,
menos elástica y con menor lubricación. ¿Y eso cómo se nota? A veces no da
síntomas, pero lo normal es que aparezca una sensación de irritación, de sequedad, de
quemazón y de dolor o molestias con las relaciones.
Este punto es importante, de hecho, porque muchas mujeres muestran un alto grado
de preocupación por el impacto que la sequedad vaginal puede tener en sus relaciones
de pareja. Y es totalmente comprensible, porque aquí entramos en otro círculo vicioso:
la sequedad da dolor con las relaciones, lo que produce que las disfrutemos poco o
nada, haciendo que disminuya el deseo sexual, lo que asimismo conlleva practicar
menos sexo, que a su vez empeora la atrofia genital que hará que las relaciones
duelan… y vuelta a empezar. Como un hámster girando sin parar en una rueda.
¡Depende! Está claro que en la menopausia debe ser un hábito más en nuestra rutina de
autocuidado. En cambio, si todavía tienes reglas, probablemente no necesites hidratar la
vulva —siempre y cuando mantengas unos buenos hábitos higiénicos—, ya que
seguramente no esté irritada, ni seca ni más sensible de la cuenta.
La vulva es especial: su epitelio tiene unas características distintas a las del resto del
cuerpo. De hecho, la vulva es una de las zonas con mayor humedad, por lo que presenta
dos barreras de protección ante las agresiones externas: la primera es el vello púbico
(aunque a veces nos lo llevemos por delante) y la segunda, el manto hidrolipídico de la
piel. Este epitelio además está más irrigado, tiene más terminaciones nerviosas y es más
permeable, lo que lo hace especialmente sensible a los irritantes externos, así como a la
pérdida de hidratación.
En resumen: cuida de tu vulva para que ella cuide de ti.
El dolor vulvar
Los problemas del útero tienen todos algo en común: son relativamente frecuentes y
casi nadie los ve venir. Me explico: los miomas, los pólipos, las malformaciones
uterinas o la endometriosis muchas veces son hallazgos casuales que nos
encontramos en consulta en pacientes que quizá solo acuden a revisión. Es
verdad que, en el caso de la endometriosis, es habitual que haya un síntoma —como el
dolor de regla— y que este sea el motivo por el que esas pacientes vienen. Sin
embargo, hoy por hoy todavía existen algunas lagunas importantes en el conocimiento
que la gente tiene sobre los trastornos ginecológicos. Y es que ¿sabes lo que es un
útero septo? ¿Cómo se tratan los pólipos? ¿Conoces la adenomiosis? ¿Te suena la
palabra cistocele?
Seguramente no. Es cierto que, si no somos sanitarios, no tenemos por qué conocer
todas las patologías ginecológicas que existen, pero como mujeres sí creo que es
importante al menos tener presentes los trastornos más frecuentes que podemos
encontrarnos. En este capítulo te voy a hablar de la endometriosis, de los miomas y los
pólipos, del prolapso genital y de las malformaciones uterinas. Así, si alguna vez te
diagnostican alguno de estos trastornos a ti o alguien a quien conoces (que esperemos
que no), sabrás exactamente de qué se trata.
Antes de ahondar en el tema, tienes que saber que las posibilidades de que a partir de
los 45 años desarrolles un mioma son elevadas. ¿Sabías que se estima que hasta el
70 % de las mujeres desarrollarán un mioma a lo largo de su vida? De hecho, se
trata del tumor pélvico más frecuente en la mujer. Sin embargo, solo en el 25 % de los
casos dará síntomas.
Los miomas (también conocidos como leiomiomas o fibromiomas) son como bolitas
de músculo que aparecen en la capa uterina del miometrio a partir de las fibras
musculares lisas. Son benignos y pueden crecer por estímulo hormonal, especialmente
de los estrógenos, y ya existen estudios que asocian los estados de hiperestrogenismo
a un mayor riesgo de aparición de miomas. Esto también implica que, una vez llegada
la menopausia, suelen dejar de dar problemas. No es que la menopausia cure los
miomas, como una paciente me sugirió una vez, sino que con el descenso hormonal
los miomas tienden a mantenerse estables o a calcificarse, es decir, crean una
capa de calcio a su alrededor.
Los síntomas que pueden causar dependen de su tamaño y del lugar que ocupen en
el útero: ¿el mioma crece hacia fuera o, por el contrario, crece hacia dentro empujando
el endometrio? De hecho, los clasificamos en cuanto a su localización y nos
encontramos fundamentalmente tres tipos de miomas:
1. Miomas subserosos: son los que crecen hacia fuera del útero y, si son muy
grandes, pueden causar dolor, sensación de presión en la pelvis o síntomas por
compresión de estructuras vecinas. Por ejemplo, recuerdo una paciente con un
mioma de este tipo de unos 7 cm que crecía hacia delante, presionando la vejiga.
Eso hacía que la pobre tuviera constantes ganas de orinar.
2. Miomas intramurales: suelen crecer en el espesor de la pared muscular y, a no
ser que sean grandes, no suelen ocasionar muchos problemas.
3. Miomas submucosos: estos son los que más atención precisan, ya que pueden
ser responsables de reglas abundantes. Crecen hacia el interior del útero,
contactando con el endometrio.
Existen otros tipos, pero, en líneas generales, con que conozcas estos tres es más
que suficiente.
¿Qué otros síntomas puede ocasionar un mioma? Dolor abdominal, dolor con las
reglas o las relaciones, anemia derivada de las pérdidas menstruales abundantes,
dificultad para vaciar la vejiga, ciática, estreñimiento y, en algunos casos, dificultad para
conseguir un embarazo.
Sin embargo, como hemos dicho, la mayoría de los miomas no dan ningún
síntoma y los diagnosticamos por casualidad durante una ecografía ginecológica. A
veces ya los sospechamos con la palpación abdominal (¡puede parecer la barriga de
una embarazada!), pero la mejor forma de identificarlos es con una prueba de imagen.
La mayoría de los miomas miden menos de 3 cm (como una canica grande), aunque
pueden ser de mayor tamaño: ¡se ha descrito el caso de un mioma enorme de 46 cm
que pesaba la friolera de casi 23 kg! ¡Imagínate cargar con eso cada día! Además, no
es raro encontrar varios a la vez.
Aunque no se ha identificado claramente un gen específico en el desarrollo de
miomas, sí vemos que existe cierta asociación familiar. A menudo me encuentro con
pacientes que me dicen: «A mi madre le quitaron la matriz por miomas». Es probable
que las cirugías de los miomas fueran más habituales antiguamente que en la
actualidad. Desde luego, el abordaje quirúrgico es el adecuado en casos como el del
mioma de 23 kg, pero por suerte la mayoría no llegan a crecer tanto y no es
imprescindible operarlos. Muchas pacientes me confiesan que tienen miedo a la
cirugía y que no están seguras de quitárselos. Al final, como les explico, lo que nos va a
guiar el hecho de operarlos o no son el tamaño y los síntomas que causan: si
ocasionan dolor, comprimen los órganos vecinos, son grandes o nos causan sangrados
que no conseguimos controlar de otra forma, es razonable extirparlos.
En el caso contrario, se puede plantear un seguimiento. La cirugía puede consistir en
quitar solamente el mioma (miomectomía) o quitar todo el útero (histerectomía),
que es lo que se suele realizar en mujeres que ya no desean tener (más) hijos. Los
miomas que están en el endometrio (los submucosos) pueden extirparse por
histeroscopia. También existen otros métodos, como la embolización de las arterias
uterinas, la ablación por radiofrecuencia o el ultrasonido focalizado. Lamentablemente,
no hay una pastilla que los borre del mapa, así que el manejo terapéutico dependerá de
los síntomas que ocasionen. Para controlar las reglas abundantes, podemos optar por
tratamientos hormonales o no hormonales (antiinflamatorios no esteroideos o agentes
antifibrinolíticos) entre otras opciones que habrá que discutir de forma individualizada
con el médico.
Según algunos estudios, la obesidad, la nuliparidad, una primera regla temprana,
una menopausia tardía, así como la diabetes y la hipertensión conllevan un
mayor riesgo de desarrollar miomas. Esto podría estar relacionado con el ambiente
de hiperestrogenismo que comentábamos antes y que influye en el crecimiento de los
miomas. Curiosamente el tabaco tendría un efecto contrario, porque actúa como
antiestrogénico, lo cual, obviamente, no debe servir de excusa para seguir fumando.
Recuerdo a una paciente que, cuando le expliqué que tenía un mioma, rápidamente
pidió que se lo quitáramos. ¡Un mioma de 2 cm que debía de llevar allí años! Estaba
tan asustada ante la posibilidad de que fuera malo que, si hubiera sido por ella, ¡todo
fuera! Por cosas como esta es tan importante transmitir correctamente la información:
en este caso no estaba para nada justificada una cirugía, que por muy rutinaria que
sea, sigue presentando riesgos y posibles complicaciones. Cuando le volví a explicar
que un mioma es benigno y que no era necesario hacer nada más que un control en
unos meses, lo entendió y se quedó más tranquila.
De hecho, existe controversia con la posibilidad de transformación maligna de un
mioma. Con ya unos cuantos estudios abordando este tema, lo que parece es que por
sí mismo el mioma no se convierte en un tumor maligno (el riesgo de que ocurra es
ínfimo). Lo que podría suceder es que un mioma se confunda con un sarcoma uterino o
leiomiosarcoma —una entidad maligna y poco frecuente—, que a veces puede
presentarse con un aspecto similar al de un mioma.
Miomas y alimentación
A menudo explicamos que los pólipos son como pequeñas verrugas que salen dentro
del útero, pero a mí siempre me han recordado más a granos de maíz (aunque soy
consciente de que no tienen nada que ver). Se trata de protuberancias que crecen a
partir del tejido epitelial y las glándulas del endometrio, habitualmente menores de 2
cm, que aparecen de manera espontánea.
No sabemos muy bien por qué salen, pero no son infrecuentes. Algunos estudios
estiman que afectan a un 7,8 % de mujeres, pero otros hablan de una de cada cuatro, y
personalmente me inclino a pensar que la incidencia real se encuentra en un término
medio. Se asocian con mayor frecuencia a la obesidad, a la hipertensión, a la edad y al
tamoxifeno, un tratamiento usado en el cáncer de mama. La gran mayoría no va a dar
ningún síntoma y los encontramos por casualidad en la revisión ginecológica. Otros, en
cambio, pueden causar menstruaciones abundantes, sangrados entre reglas o
sangrado con las relaciones. También se asocian a infertilidad, porque podrían dificultar
la implantación, aunque no se tiene muy claro cómo.
La sospecha diagnóstica suele ser por la ecografía: veremos una pequeña masa
ovalada y bien definida en la cavidad uterina. Pero no nos engañemos, no siempre es
fácil: cuando las mujeres están en fase premenstrual y el endometrio está más gordito,
el pólipo puede quedar parcialmente oculto. ¿Recuerdas los libros de Dónde está
Wally? Buscar un pólipo pequeño en un endometrio engrosado puede ser parecido a
intentar encontrar a Wally en medio de una masa de personajes minúsculos vestidos a
rayas rojas y blancas igual que él. La histeroscopia nos sirve como diagnóstico
definitivo porque ahí, si está, vamos a poder verlo directamente. Y, además, haremos
un dos por uno, porque podemos también extirparlo en el mismo procedimiento. ¡Adiós
a Wally!
Si te estás preguntando si siempre se tienen que quitar, la respuesta es no. En
mujeres premenopáusicas, en las que el pólipo sea pequeño, no crezca y no cause
síntomas, no hace falta extirparlos, sino que podemos optar por una conducta de «wait
and see». De hecho, hay estudios que demuestran que hasta en el 23 % de las mujeres
premenopáusicas los pólipos pueden llegar a desaparecer. No obstante, si ya no tienes
reglas, te causa problemas menstruales o se asocia a infertilidad, puede ser
conveniente quitarlo. El procedimiento es relativamente rápido y sencillo. En la
menopausia, especialmente, se prefiere operarlos porque se asocian a un pequeño
riesgo de transformación maligna: es decir, los pólipos, a pesar de que en general son
benignos, pueden con los años transformarse en un cáncer (existe un 1-4 % de
posibilidades). Un aspecto importante es que los anticonceptivos no van a eliminar los
pólipos y pocas veces consiguen controlar los sangrados irregulares causados por
ellos, ya que dos de cada tres pólipos están formados por tejido que no responde a los
cambios hormonales.
¿Qué es la endometriosis?
La endometriosis es un trastorno ginecológico caracterizado por el crecimiento de un
tejido similar al endometrio (con sus glándulas y estroma) fuera del útero. Se trata
de una enfermedad inflamatoria, crónica y progresiva que depende de los
estrógenos. Aunque se considera una entidad benigna, la realidad es que puede llegar
a ser incapacitante para quien la sufre y afectar gravemente su calidad de vida. Y
es que imagínate no poder ir a trabajar porque el dolor de regla no te deja ni levantarte
de la cama. Y, encima, que tu jefe no entienda que no es una excusa para no ir.
Por desgracia, esta es posiblemente una situación mucho más frecuente de lo que
pensamos, pues se estima que la endometriosis afecta a entre un 6 y un 10 % de las
mujeres, aunque es muy probable que esté infradiagnosticada y la incidencia real sea
mayor. Ahora piensa en todas las mujeres que conoces (amigas, compañeras de clase,
de trabajo…): por cada diez de ellas, una tendrá endometriosis. Y puede que ni lo sepa.
La endometriosis es una consecuencia de tener la menstruación. ¿Y por qué?
Porque la habilidad del endometrio de crecer y regenerarse rápidamente cada mes es
fundamental para la reproducción, aunque es este proceso precisamente el que
alimenta la endometriosis.
Como hemos visto antes, la endometriosis ocurre porque tejido endometrial (que no
es exactamente igual que el endometrio) consigue «salir» de la cavidad uterina e
implantarse fuera de ella: en los ovarios, en la pared de la vejiga o el recto, o en el
peritoneo pélvico (la membrana que recubre el interior de la pelvis). Es una especie de
suplantación de identidad. Cuando estos implantes de tejido infiltran las estructuras
vecinas, harán lo mismo que hace el endometrio bajo estímulo hormonal: crecerán, se
engrosarán y crearán una respuesta inflamatoria, solo que no van a poder
desprenderse como lo harían si se encontraran en la cavidad uterina, por lo que podrán
formar quistes ováricos o adherencias y cicatrices pélvicas.
Pero ¿esto por qué ocurre? Es la pregunta del millón y, lamentablemente, hoy en día
aún no lo sabemos a ciencia cierta. Sí se han propuesto varias hipótesis y se ha
llegado a la conclusión de que es probable que el origen de la endometriosis sea, de
hecho, multifactorial. Una de las teorías más ampliamente aceptadas es la de
Sampson sobre la menstruación retrógrada, por la que una pequeña parte de la regla
refluye del útero hacia las trompas, desembocando en la pelvis, lugar en el que se
implanta.
Sin embargo, esta teoría no es suficiente para explicar el origen de la endometriosis,
pues el fenómeno de la menstruación retrógrada se presenta en el 90 % de las
mujeres. Es por ello que sabemos que existen otros actores en la película, como los
factores hormonales (ya hemos dicho que es una enfermedad estrogenodependiente),
genéticos, ambientales (como la exposición a dioxinas) y una disfunción inmunitaria
que estamos empezando a conocer cada vez mejor, pero en la que, por su
complejidad, no entraremos en detalle.
¿Qué es la adenomiosis?
La adenomiosis ocurre cuando el tejido endometriósico aparece en el útero, concretamente
invadiendo la pared miometrial. No se puede considerar exactamente lo mismo que la
endometriosis, pero sus síntomas y el tratamiento son muy similares.
El origen de este trastorno no se conoce con exactitud. Suele presentarse en forma de
reglas abundantes además de dolorosas y, aunque el diagnóstico definitivo es mediante
estudio histológico de la pieza quirúrgica (es decir, cuando quitamos el útero y lo
estudiamos al microscopio), se puede establecer una sospecha diagnóstica por ecografía.
Si has respondido «sí» a alguna de las preguntas, te aconsejo que pidas cita con tu
ginecólogo.
Si fuera tan fácil, créeme que ya estaría implantado como método diagnóstico. La realidad
es que no hay ningún marcador biológico de endometriosis.
Quizás hayas oído hablar del CA125, un marcador que algunas personas creen que
indica si tienes cáncer o endometriosis. Es cierto que esta proteína puede encontrarse
elevada en algunos cánceres pélvicos o en pacientes con endometriosis, pero no es
específica de ninguna de las dos, ya que también puede elevarse con la regla, por la
presencia de miomas o por infecciones pélvicas. Suena tentador medirlo, ¿verdad?
El problema es que también puede elevarse en personas sanas o, al revés, aparecer
en rangos de normalidad en pacientes con patología. Es por eso que a día de hoy las
organizaciones científicas no recomiendan la medición del CA125 como medida de
cribado de cáncer ni en el estudio de la endometriosis.
1. Una buena (y completa) historia clínica. Esto se pasa por alto en ocasiones,
¡pero es fundamental! Los médicos debemos escuchar a nuestras pacientes,
preguntarles por los síntomas de sospecha y por todo aquello que puede estar
relacionado con el cuadro. Hay que preguntar por el tipo de dolor y su intensidad,
si empieza con la regla o días antes, si viene acompañado de náuseas o vómitos,
si existe dolor con la penetración y un largo etcétera. Todas ellas serán señales
de alarma a tener en cuenta, pero por sí solas no son suficientes para hacer un
diagnóstico.
2. La exploración física. La exploración física consiste en una palpación
abdominal, una exploración vaginal y en ocasiones un tacto vaginal o rectal. Digo
en ocasiones, porque hay que tener en cuenta que a veces estas pruebas pueden
ser incómodas o poco adecuadas, sobre todo para las chicas jóvenes que no han
tenido relaciones o cuando la exploración resulta muy dolorosa. ¿Qué podemos
encontrar en la exploración física de una paciente con endometriosis? Una pelvis
dolorosa, un útero fijo o la palpación de nódulos en puntos concretos, entre otras.
Sin embargo, lo habitual es no encontrar nada fuera de lo normal. Es importante
tener en cuenta que, aunque el examen físico es necesario para descartar otras
patologías, en realidad no predice de forma fiable la presencia de endometriosis
en la pelvis.
3. La ecografía ginecológica. Vamos a partir de una premisa básica, y es que una
ecografía normal no nos descarta una endometriosis, ya que no siempre hay
signos visibles. Teniendo esto en cuenta, la ecografía puede aportarnos mucha
información relevante. Para empezar, vamos a poder descartar otras patologías
ginecológicas, como malformaciones uterinas, quistes, pólipos o miomas, por
ejemplo. En segundo lugar, una ecografía ginecológica realizada con tiempo y por
un profesional experto puede diagnosticar lesiones con mucha precisión. Un
endometrioma es el hallazgo clásico y más frecuente, fácil de identificar por
cualquier ginecólogo, pero existen muchos otros signos sutiles que solo un
ecografista experto va a poder visualizar. Entre esos signos podemos encontrar
marcadores de dolor y movilidad, como el útero fijo o los kissing ovaries (sí, suena
muy romántico, pero no lo es), que es cuando los ovarios están unidos entre sí
por la formación de adherencias. También pueden visualizarse implantes
endometriósicos en la vejiga, peritoneo o tabique rectal. La adenomiosis también
muestra signos característicos que nos permitirán su diagnóstico.
4. Otras pruebas complementarias. En casos concretos se podrá valorar una
resonancia magnética, una colonoscopia, una cistoscopia o una laparoscopia
exploradora.
Las tres primeras opciones son básicas en toda consulta ginecológica; la realización
o no de otras pruebas complementarias dependerá de cada caso particular.
Si el flujo menstrual contiene los restos descamados del endometrio, ¿por qué no
utilizarlos para diagnosticar la endometriosis? Sería una forma fácil y no dolorosa de
averiguarlo, ¿no te parece?
Una muestra de nuestro flujo menstrual podría darnos la clave en el diagnóstico de la
patología endometrial, pues en ella encontramos células epiteliales, estroma, células madre
y del sistema inmunitario y muchísimas otras moléculas implicadas en el proceso de
regeneración.
Y, como te explicaba antes, el tejido endometrial normal es distinto del tejido
endometriósico, por lo que podrían detectarse esas diferencias que ayudarían a realizar un
diagnóstico de la endometriosis y otras patologías del endometrio. Ya hay estudios en
marcha, ¡esperemos que nos den buenas noticias en los próximos años!
Estilo de vida. Cuando hablamos de estilo de vida, nos referimos a aquellos hábitos
saludables como realizar actividad física regularmente, no fumar, limitar (y mejor
eliminar) el consumo de alcohol, mantener una alimentación correcta, evitar el estrés y
tener un buen descanso nocturno. Respecto a estas medidas es difícil encontrar
evidencia científica de calidad para dar unas recomendaciones definitivas, pero es
evidente que mantener un estilo de vida saludable tiene una repercusión positiva en
muchos aspectos. Por ejemplo, sabemos que realizar ejercicio físico regularmente
puede mejorar el dolor de regla, de la misma forma que el descanso nocturno y la
gestión del estrés también. La endometriosis puede afectar no solo a nuestra salud
física, sino también a nuestra salud mental: cuando la calidad de vida se ve mermada
por la constante presencia del dolor y la limitación que ello supone en nuestras
actividades diarias, es importante no olvidar que algunas pacientes pueden beneficiarse
de la psicoterapia.
Como te explicaba, debe ser como un traje hecho a medida para cada una. Dependerá
básicamente de tres premisas: ¿existe deseo inmediato de embarazo? ¿Existen síntomas
asociados? Y ¿qué tipo de endometriosis tenemos delante? Además, será importante
considerar otros aspectos como los antecedentes médicos y familiares, el estilo de vida, la
esfera psicosocial, etc.
Obviamente, las preferencias de la paciente y la tolerancia a los efectos secundarios de
los fármacos deberán tenerse en cuenta, así como el coste o la necesidad o no de controlar
el ciclo menstrual.
Por lo general, cuando los analgésicos no son suficientes, solemos iniciar un
tratamiento hormonal en aquellas mujeres que no deseen un embarazo.
El tratamiento quirúrgico se suele reservar a cuando fracasa el tratamiento médico,
cuando existe una endometriosis profunda y, en algunos casos, cuando haya infertilidad,
valorando de forma individual riesgos y beneficios.
Alimentación en la endometriosis
El papel de la alimentación en el desarrollo y prevención de patologías es muy importante.
¿En qué medida puede mejorar o empeorar la endometriosis?
La dieta puede interferir en algunos procesos como la inflamación, el metabolismo de
las prostaglandinas o la actividad del estrógeno. Muchas pacientes deciden comer de
forma más saludable y algunas incluso eliminan el gluten, la lactosa y la cafeína.
¿Ayudan estos cambios?
No existen recomendaciones claras sobre qué intervenciones dietéticas son efectivas
para las pacientes con endometriosis. No obstante, sabemos algo: si las intervenciones
dietéticas vienen de la mano de nutricionistas expertos y se hacen de forma
individualizada, podrían ayudar a disminuir los síntomas de endometriosis sin aumentar el
riesgo de déficits nutricionales. Como digo siempre: dejemos que los nutricionistas hagan
su magia.
Uno de los objetivos en pacientes con endometriosis es mejorar los parámetros
inflamatorios y reducir los niveles de estrógeno. Esto se puede conseguir:
El prolapso genital
Recuerdo una de las primeras visitas a urgencias que vi en las prácticas durante la
carrera: una mujer venía superpreocupada porque se había notado un bulto en la
vagina y estaba convencida de que debía de tener un cáncer. La ginecóloga la exploró
con el separador vaginal en un visto y no visto, tan rápido que ni siquiera yo entendía lo
que estaba pasando. La paciente no paraba de preguntar: «¿Qué ha visto, doctora?
¿Es grave, doctora?», y la ginecóloga, impasible, le respondió: «El bulto que tiene es
un prolapso uterino, no es grave». Y ya está, visita finiquitada (a todo esto, hay que
entender que estábamos en las urgencias de sala de partos y el ritmo que hay allí es
siempre frenético).
Este no es un caso insólito, vemos prolapsos genitales muy a menudo. Pero
empecemos por el principio: ¿qué es un prolapso? Se trata de un descenso de los
órganos de la pelvis, ya sea el útero, la vagina, la vejiga o el intestino. La
bipedestación (mantenernos sobre nuestras dos piernas) en la especie humana hace
que los órganos pélvicos estén sujetos por una serie de ligamentos y un sistema
muscular complejo para mantenerlos en su sitio. Imagínate una malla sobre la que
están apoyados estos órganos, eso es nuestro suelo pélvico.
Hay factores que van a contribuir a que esta malla se distienda y caiga cada vez
más, como por ejemplo el envejecimiento tisular propio de hacerse mayores, problemas
congénitos de debilidad del suelo pélvico, el embarazo y las lesiones que pueden
producirse en el parto, las cirugías pélvicas, la obesidad o el estreñimiento, entre otros.
Algunos de estos factores van a actuar como iniciadores, otros como favorecedores y
otros como descompensadores. En definitiva: todo lo que pueda aumentar la presión
abdominal y debilitar el suelo pélvico constituye un factor de riesgo de prolapso genital.
Imagínatelo como una bolsa de plástico llena de manzanas: si el plástico es
resistente, las manzanas se mantendrán en su sitio; si el plástico es débil y encima
añadimos peso, la bolsa se dará de sí y descenderá. Esto es más o menos lo que
ocurre en los prolapsos.
Los prolapsos los clasificamos en función del órgano prolapsado y el nivel de
descenso, es decir, en función de lo hacia afuera que salen. Piensa que hay ocasiones
en las que el útero, por ejemplo, puede salir completamente al exterior, pero a
diferencia de lo que algunas mujeres temen, nunca se va a «desenganchar» del todo.
Cuando el órgano que se prolapsa es la vejiga, lo llamamos cistocele. Y cuando es
el recto, rectocele. El prolapso uterino es, simplemente, prolapso uterino, sin más. La
mayoría de los casos son prolapsos leves que no dan síntomas y que diagnosticamos
casualmente en una exploración física, como en una revisión. Hay pacientes, no
obstante, que van a acudir porque notan un bulto en los genitales, a veces asociado a
una sensación de peso e incluso pérdida involuntaria de orina. Pero ¡ojo! La
incontinencia urinaria no es lo mismo que el prolapso. La pérdida de orina puede
suceder principalmente por dos motivos:
Estoy segura de que antes de empezar a leer este libro ya sabías que en el ovario
pueden aparecer diferentes tipos de quistes, pero no estoy tan convencida de que
tuvieras claro qué tipos hay, cómo los diferenciamos o cuáles deben preocuparnos y
cuáles no. También sé que ya conocías la existencia del síndrome de ovarios
poliquísticos, pero ¿sabías a qué otros problemas se asocia? ¿O cómo lo tratamos,
más allá de los anticonceptivos?
Bueno, cuando acabes este capítulo te prometo que habrás aprendido todo esto y
mucho más. He decidido incluir en este apartado no solo las patologías que pueden
aparecer en los ovarios, sino también las que surgen por culpa de algún descontrol en
nuestro eje hormonal. Al final, será del hipotálamo y la hipófisis de donde saldrán las
órdenes que dirán al ovario lo que tiene que hacer: «Ovula» o «no, no ovules, que no
está el horno para bollos» (nunca mejor dicho…).
Hablaremos también de las famosas amenorreas, es decir, de cuando no nos viene
la regla. Lo vimos por encima en el bloque 2, pero este es el momento de adentrarnos
en todo lo que hay bajo la superficie. ¡Empezamos!
Si hay algo que crea confusión cuando hacemos la ecografía, sin duda, son los quistes
en el ovario. Porque tener un quiste suena mal, suena a tener algo malo. Pero la
verdad es que la mayoría de los quistes que tenemos son completamente
normales.
Antes de seguir, deberíamos aclarar algo y es que quiste es cualquier masa que
veamos en el ovario mayor de 2 o 3 cm. Y déjame que te recuerde que formar un quiste
de 2 cm en el ovario es algo que hacemos cada mes: se llama ovulación. Cuando el
óvulo es liberado, lo que queda es el cuerpo lúteo, que puede formar también una
imagen de quiste por ecografía. Así que estas formaciones que vemos frecuentemente
en las ecografías (siempre que no estés tomando anticonceptivos hormonales) son el
resultado del proceso fisiológico de la ovulación por el que pasamos cada mes.
Por eso es importante que diferenciemos los quistes del ovario en dos grupos: los
funcionales y los no funcionales (dentro de los cuales podemos encontrar tumores
benignos y tumores malignos).
Quistes funcionales
Como ya explicamos, con el ciclo menstrual se producen una serie de procesos que
tienen lugar en el ovario y en el útero con el objetivo de liberar un ovocito para que este
sea fecundado. Estos procesos van desde la selección de varios folículos (los saquitos
de líquido) hasta la del ovocito (el que pasa el casting, ¿recuerdas?), que seguirá
creciendo en su saco hasta llegar a los 25 mm para acabar liberándose con la
ovulación, tras lo que quedará un cuerpo lúteo como remanente. Bien, pues por
ecografía podemos visualizar todas estas fases: tanto los folículos como el quiste
ovulatorio o el cuerpo lúteo, que nos va a chivar la fase del ciclo menstrual en la que
estamos.
Así que, en función del momento en el que te hagas la revisión, tu ginecóloga podrá
determinar si falta poco para la ovulación, si la has pasado ya o incluso si estás en ello.
Habitualmente estos quistes funcionales no suelen presentar síntomas y los
diagnosticamos en una revisión rutinaria, y no suele ser necesario realizar ningún
seguimiento. Pero en algunos casos en los que vemos un cuerpo lúteo es preferible
hacer un control en unos tres meses para descartar que no se trate de otras lesiones
como los endometriomas, ya que ambos se podrían confundir.
Otra posibilidad es que el folículo ovulatorio no consiga liberar el óvulo y siga
llenándose de líquido y creciendo, llegando a medir ¡hasta 10 cm!, aunque pocos
superan los 5 cm. Esto se llama quiste folicular y la mayoría se reabsorben por sí
solos en unos meses.
Cualquier quiste mayor de 6-7 cm corre el riesgo de torsionarse, es decir, hacer que
el ovario gire sobre sí mismo. Aunque es infrecuente, supone una emergencia médica,
ya que puede parar el riego sanguíneo del ovario, por lo que será necesario
destorsionarlo en quirófano para evitar el riesgo de perderlo.
Patricia era una chica de 21 años que acudió a urgencias por dolor en la parte baja del
abdomen y hacia la zona lumbar derecha. Llevaba dos días con molestias, pero, aun
tomando analgésicos, el dolor no disminuía, sino que aumentó hasta el punto de obligarla a
ir a urgencias.
Cuando la pasamos al box le hicimos las preguntas de rigor: ¿desde cuándo te pasa?,
¿cuándo fue tu última regla?, ¿has tenido embarazos o existe la posibilidad de que estés
embarazada ahora?, ¿tienes alguna enfermedad? y un largo etcétera. ¿Y qué averiguamos?:
Déjame que te presente a cuatro chicas: se llaman Ana, Noemí, Alba y Beatriz.
Ana tiene 22 años, es diseñadora gráfica y acude a consulta porque lleva tiempo
con reglas irregulares, pero ahora, desde hace cinco meses, no le viene. Tiene un
peso adecuado para su altura (índice de masa corporal o IMC de 21 kg/m2), no
presenta otras alteraciones y por ecografía vemos los dos ovarios con morfología
poliquística.
Noemí, de 19, estudiante de Psicología, tiene sobrepeso (IMC de 27 kg/m2) y
explica que, aunque desde siempre ha sido más velluda, últimamente el pelo le
está apareciendo más grueso en zonas como la barbilla. Además, el acné también
le ha empeorado. Cuando le pregunto por sus reglas, Noemí me cuenta que
siempre han sido irregulares: algunos meses le viene, otros no. El máximo periodo
de tiempo que ha estado sin regla ha sido siete meses. De nuevo, Noemí tiene los
ovarios con aspecto poliquístico.
Alba es ingeniera, tiene 24 años, peso adecuado, acné difícil de tratar y dice
notarse más vello en brazos, labio superior y barbilla. Sus ovarios también tienen
morfología poliquística, pero sus reglas son regulares.
Bea, estudiante de Empresariales de 20 años, presenta desde hace tiempo reglas
irregulares, que a veces no vienen, y también se queja de más vello del que cree
que es normal y que está tratando con láser. La ecografía, sin embargo, es
normal.
La pregunta es: ¿cuáles de ellas crees que tienen síndrome de ovarios poliquísticos?
La respuesta: todas pueden cumplir criterios.
1. Oligoanovulación.
2. Hiperandrogenismo clínico o analítico.3
3. Criterio ecográfico de ovario poliquístico, en el que al menos un ovario muestra
más de 12-25 folículos antrales (de menos de 10 mm) o un volumen ovárico de
más de 10 ml. Antes se ponía el límite en 12 folículos o más, pero dada la alta
resolución de los ecógrafos actuales, algunas sociedades han preferido aumentar
el límite para una mayor especificidad.
Esto significa que, si una chica tiene hiperandrogenismo y reglas irregulares, no sería
estrictamente necesario hacer una ecografía para el diagnóstico. Sin embargo, nos
estaríamos olvidando de algo importante y es que el SOP es un diagnóstico de
exclusión, por lo que deberíamos descartar otras causas, como: una elevación en la
prolactina, trastornos tiroideos, una amenorrea funcional, la hiperplasia suprarrenal
congénita u otras causas de hiperandrogenismo de origen suprarrenal. Para ello,
además de una historia clínica completa y una exploración ginecológica (incluyendo la
ecografía), suele ser conveniente solicitar un análisis de sangre.
Esta es una confusión muy común, pero estoy segura de que con todo lo que estoy
explicándote ya te podrás imaginar por qué son dos cosas distintas. De hecho, sobre todo
en chicas jóvenes es frecuente que en el informe de la ecografía ponga algo así como
«ovarios multiquísticos» u «ovarios multifoliculares», lo que significa que el ovario está
lleno de folículos, como debe ser por la edad. El SOP, como hemos visto, es un síndrome
en el que se deben cumplir unos criterios diagnósticos, así que un ovario de morfología
poliquística sin otras alteraciones no debe ser considerado un SOP.
Intervenciones en el estilo de vida. Toda guía sobre el manejo del SOP empieza con
unas recomendaciones para cambiar los hábitos de vida, aspecto que obvian algunos
sanitarios y que desmotiva a partes iguales a algunas pacientes, que preferirían una
solución más fácil y rápida. En medicina pocas cosas son fáciles o rápidas.
En mi opinión, siempre vale la pena darle una oportunidad a llevar una vida
sana. Es más, una revisión de la Cochrane demostró que un cambio en el estilo de vida
mejora el hiperandrogenismo, la fertilidad, la resistencia a la insulina y la calidad de
vida global.
Cuando hablamos de SOP, podemos resumir los cambios en el estilo de vida en los
siguientes cuatro puntos:
Parte de la importancia del diagnóstico del SOP es que puede asociarse a complicaciones
de salud con el tiempo, incluyendo riesgo metabólico y cardiovascular (diabetes tipo 2,
hipertensión arterial, síndrome metabólico), así como mayor riesgo de cáncer de
endometrio. También se asocia a riesgo de depresión, ansiedad, disfunción sexual y apnea
obstructiva del sueño.
Amenorrea primaria
La amenorrea es primaria cuando la regla no ha llegado nunca. Es decir, cuando no ha
habido una primera regla (menarquia) en chicas de más de 16 años con un desarrollo
puberal completo, lo que vemos en el 0,1 % de los casos.
A veces es simplemente una pubertad tardía, pero en otras ocasiones podemos
encontrarnos ante alteraciones genéticas: disgenesia gonadal, síndrome de Turner,
síndrome de Rokitansky… No hace falta que conozcas los nombres, es suficiente con
que sepas que estos síndromes genéticos se caracterizan por presentar diversas
combinaciones de ausencia de órganos genitales internos, entre otras alteraciones.
Amenorrea secundaria
Es aquella en la que estamos más de tres meses sin regla (habiendo tenido ciclos
normales previamente) y es, sin duda, la más frecuente con diferencia. ¿Y sabes cuál
es la causa más obvia de que no venga la regla? Efectivamente, el embarazo. Así que
no podemos olvidarnos de descartar una gestación, ya que no sería la primera
vez que diagnosticamos un embarazo (que según la paciente era «imposible») en
consulta. Una buena manera de entender de forma visual por qué puede no venirnos
la regla es imaginarnos los diferentes «compartimentos» donde puede aparecer la
alteración: cerebro, ovarios, genitales.
Empecemos por los genitales. Estas amenorreas de causa genital se deben a que
existe un impedimento físico en el útero para que salga la menstruación, como por
ejemplo una estenosis cervical (cuando el orificio cervical se cierra) o adherencias
uterinas, como ocurre en el síndrome de Asherman. En este síndrome la cavidad
uterina se llena de cicatrices y adherencias en sus paredes, producidos por el
traumatismo que se genera en los legrados y curetajes.
En el segundo compartimento encontramos los ovarios y el síndrome de ovarios
poliquísticos es su causa más frecuente. De hecho, constituye la segunda causa más
habitual de amenorrea secundaria tras la amenorrea hipotalámica o funcional, de la que
hablaremos más adelante. La ausencia de regla, como hemos visto en el apartado
anterior, es uno de los síntomas típicos del SOP, por lo que en algunos casos puede
ser difícil diferenciarlo de otros tipos de amenorrea, como la causada por el estrés. Sin
embargo, estas dos causas pueden coexistir y no deben ser consideradas como
entidades excluyentes, ¡a veces al SOP le gusta jugar al escondite!
Otra causa de amenorrea ovárica es el fallo ovárico prematuro (o FOP), en el que
existe una pérdida acelerada de ovocitos, lo que ocasiona una menopausia precoz. Su
incidencia es menor del 1 % (mayor si existen antecedentes familiares) y puede
deberse tanto a causas genéticas como autoinmunes, por quimio o radioterapia, y otros
casos en los que no encontramos la causa. Es un problema importante que no solo
afecta a la fertilidad, sino que disminuye la calidad de vida de las mujeres que lo sufren
debido a las consecuencias de los bajos niveles de estrógenos, que aparecerán antes
que en el resto de las mujeres. En ellas será recomendable valorar la terapia hormonal
sustitutiva.
Si avanzamos al siguiente compartimento, nos encontramos con aquellas causas que
interfieren en el funcionamiento del hipotálamo y la hipófisis, el famoso centro de
mando del que tanto hemos hablado. Vamos a empezar con las causas
farmacológicas. Es habitual que pacientes en tratamiento con antipsicóticos,
antidepresivos u opioides (entre otros, así como las que consumen drogas) presenten
alteraciones en el patrón menstrual e incluso amenorrea. Sin embargo, aunque les
expliquemos que se trata de una causa benigna y reversible, es algo que en general
preocupa bastante a la mujer que lo padece. Según algunos estudios, hasta el 12 % de
las pacientes que toman fármacos antipsicóticos van a presentar amenorrea, mientras
que el 54 % de ellas tendrán otras alteraciones en la regla. Esto se debe a que, como
estos fármacos actúan a nivel central, pueden alterar los mecanismos de control de la
secreción de prolactina, una hormona que veremos más adelante. Pues bien: la
hiperprolactinemia resultante (es decir, la elevación en los niveles de prolactina
causada por estos fármacos) puede inhibir el centro de mando y hacer que se suprima
la fabricación de FSH y LH, dando lugar a la amenorrea y las alteraciones menstruales.
Ah, ¡y no olvidemos los anticonceptivos hormonales! Recuerdo el caso de Camila,
una mujer que vino visiblemente agobiada porque no le venía la regla desde hacía más
de cinco meses. Le pregunté por todo: cambios en la dieta, estrés, ejercicio,
medicamentos, antecedentes…, todo normal. ¿Métodos anticonceptivos? «No, nada»,
me decía. ¿Exploración física? Normal. ¿Exploración ginecológica? Normal. Finalmente
decidí que le pediría un análisis para obtener más información. En algún momento, ya
al final de la visita (yo pensando en el tratamiento), se me ocurrió preguntarle si
deseaba tener más hijos (tenía dos) y me dijo: «No, doctora, por eso llevo el implante».
No te puedes hacer una idea de la cara de tonta que se me quedó en ese momento.
Menos mal que llevábamos mascarilla y no se me notó mucho. Sin embargo, y a pesar
de mi explicación de por qué era normal que los anticonceptivos a base de
progesterona (como el implante) causaran amenorrea, Camila no llegó a creérselo del
todo. Además, quería su análisis, aunque ya le había dicho que una prueba hormonal
no tenía valor si estaba bajo tratamiento anticonceptivo. No recuerdo cómo acabó la
historia, pero quiero que te quedes con estos dos conceptos. Primero: los
tratamientos hormonales son causa habitual de amenorrea y lo consideramos
normal. Segundo: antes de hacerte un análisis hormonal, debes interrumpir el
tratamiento con anticonceptivos al menos durante las cuatro o seis semanas previas, o
los resultados no serán representativos.
La realidad es que existen muchos fármacos que pueden afectar nuestro ciclo menstrual,
aunque algunos lo hacen más frecuentemente que otros:
La primera vez que me noté un bulto —un bulto de verdad— me asusté un poco, no te
voy a engañar. Primero intenté no darle muchas vueltas, pero no paraba de pensar:
«¿Realmente es un bulto o solo me lo ha parecido?». Así que me lo volvía a palpar: sí,
definitivamente ahí estaba. Cuanto más lo tocaba, menos podía dejar de hacerlo. Al
final me dije: «Te estás obsesionando».
Efectivamente, el germen de la idea de que podía ser un cáncer estaba ahí creciendo
en mi cabeza. Decidí esperar unos días para ver si se quitaba, pero no lo hizo: allí
seguía, pequeño, un poco móvil, ocasionaba cierta incomodidad al palparlo (pero no
paraba de tocarlo, ¿cómo no me iba a molestar?); no había desaparecido, pero
tampoco había crecido. Yo sabía —racionalmente— que lo más probable era que fuera
tejido glandular, un quiste o un fibroadenoma, sin más. No obstante, la vocecita que
decía: «¿Y si es malo?» seguía ahí.
Finalmente tomé cartas en el asunto y pedí una prueba de imagen. ¿Y qué crees que
resultó ser? Un pequeño quiste de líquido relacionado con los cambios hormonales que
acabó desapareciendo por su cuenta. O sea, nada importante, pero que me agobió
durante semanas hasta que me hicieron la prueba. Esta situación, en menor o mayor
grado, se repite día tras día en las consultas: mujeres preocupadas esperándose lo
peor porque les ha aparecido un bulto en el pecho.
Lo primero que hay que analizar cuando nos palpamos un nódulo es: ¿se trata de un
auténtico bulto? Lo que quiero decir con esto es que a veces, aunque parezca que
tengamos un nódulo, lo que en realidad estamos palpando es un conjunto de tejido
glandular en forma de pequeñas nodularidades. Hagamos un flashback a lo que vimos
en el bloque 1: la mama es como un árbol, está formada por conductos (las ramas),
glándulas (el follaje) y todo lo que lo rodea, el tejido graso. Cada una de nosotras tiene
una proporción distinta de cada componente, que también cambia en función del
momento de la vida, del peso y de la fase menstrual.
Las glándulas mamarias presentan receptores de estrógeno y progesterona, lo que
hará que respondan de forma diferente dependiendo de la fluctuación de dichas
hormonas a lo largo del ciclo. Por ejemplo, antes de que nos venga la regla, en la fase
premenstrual, debido al desequilibrio entre estrógenos y progesterona, es típico que
notemos el pecho más hinchado y sensible, cambios que consideramos benignos. A
veces este «aumento» del tejido glandular puede conducir incluso a la aparición de
pequeños quistes que desaparecen por sí solos a los dos o tres días del inicio de la
menstruación.
Así que, como ves, pocas veces ese nódulo que nos palpamos es en realidad un
tumor maligno, sino que suelen ser tumores benignos. Y aquí debo hacer una
aclaración: un tumor no es lo mismo que un cáncer. El tumor es aquella masa
producida por un crecimiento anormal de las células. Si ese crecimiento es limitado y
no tiene la capacidad de invadir los tejidos vecinos, se tratará de un tumor benigno. Si,
por el contrario, este crecimiento invade y se extiende a otras partes del cuerpo,
estaremos ante un tumor maligno, es decir, un cáncer.
En la mama, los tumores benignos más frecuentes que podemos encontrarnos son
los fibroadenomas. Los quistes no podríamos considerarlos tumores como tal —sino
pseudotumores—, pero como son nódulos palpables, a efectos prácticos, los
incluiremos en este apartado.
Los quistes mamarios
¿Recuerdas cuando hablábamos de los folículos ováricos como unos saquitos de
líquido? Bueno, pues los quistes en general son algo parecido. Se trata de estructuras
tapizadas por una capa de células y rellenas de líquido que aparecen y desaparecen
influidas por fluctuaciones hormonales. Se caracterizan por ser nódulos redonditos,
bien delimitados, que, aunque suelen ser asintomáticos, pueden a veces asociarse a
dolor si su crecimiento es repentino. En estos casos y cuando son grandes, podemos
aspirar el contenido para aliviar las molestias.
Los quistes simples no tienen riesgo de volverse malignos y es suficiente con
realizar un seguimiento. A diferencia de lo que puede parecer, los quistes mamarios
son relativamente frecuentes: los encontramos en una de cada tres mujeres de 35 a 50
años. Los quistes (pequeños o grandes) los englobamos en el espectro de los cambios
fibroquísticos, es decir, cambios debidos al proceso fisiológico de desarrollo de la
mama, con su crecimiento e involución cíclica por los cambios hormonales que
acabamos de explicar. Por eso, son infrecuentes en la menopausia.
El concepto de enfermedad fibroquística ha ido evolucionando con los años. Aunque hoy
en día sabemos que no se trata de ninguna enfermedad, todavía acuden muchas mujeres a
consulta pidiendo un control porque tienen «mamas fibrosas». Los cambios fibroquísticos
son la consecuencia de la madurez de la mama con el paso del tiempo durante el que han
estado bajo influencia hormonal, y es por eso que es más patente a partir de los 35 años.
Estas alteraciones suelen verse en forma de quistes, de nodularidades o de
hipersensibilidad mamaria premenstrual. No se considera una enfermedad como tal ni
requiere un seguimiento específico con mamografías regulares, más allá de tratar los
síntomas que pueda ocasionar.
Te voy a presentar a Elena, una chica de 17 años que acudió a mi consulta porque
desde hacía tres meses se notaba un bulto en el pecho izquierdo. Elena no presentaba
antecedentes médicos de interés, no había tenido ningún embarazo tampoco y como
método anticonceptivo utilizaba el implante subcutáneo desde hacía un año y medio.
En su familia no había antecedentes de cáncer y ella no tomaba ninguna medicación.
Cuando le pregunté un poco más por el bulto, me contó que no le dolía, que tenía más
o menos el mismo tamaño que cuando se lo encontró por primera vez y que nunca
antes le había ocurrido. Me explicó que al principio se preocupó un poco, pero no le dio
mayor importancia hasta que se lo contó a su madre, quien se puso muy nerviosa y
pidió cita lo antes posible.
La pobre Elena me reconoció que, desde entonces, casi no había podido dormir
pensando que tenía algo malo. ¿Qué es lo que vimos por la exploración? Mamas
simétricas, normales, sin cambios en el color o la textura de la piel, ambos pezones
normales. Al palpar el pecho, sin embargo, se notaba claramente un bultito ovalado, de
unos 2 cm ubicado en la parte de arriba y hacia fuera de la glándula. Al tocarlo, el bulto
se movía con facilidad y no le dolía, aunque sí le molestaba un pelín. Tranquilicé a
Elena (y especialmente a su madre) porque las características del bulto y en el contexto
de la edad nos sugerían un tumor benigno, concretamente un fibroadenoma.
De todas formas, había que hacer una prueba de imagen, así que le pedí una
ecografía mamaria que, efectivamente, nos confirmó que se trataba de un nódulo
compatible con un fibroadenoma. Cuando les di el diagnóstico, madre e hija se miraron
entre ellas y luego me miraron a mí con cara de «¿Y eso qué es?». Así que te voy a
explicar lo mismo que le expliqué a Elena.
El fibroadenoma es el tumor benigno más frecuente de la mama, sobre todo en
mujeres jóvenes de entre 15 y 30 años. Aparecen de manera similar al caso que te
acabo de contar: como un bulto en la mama que no disminuye tras la menstruación. En
algunos casos pueden ocasionar molestias, aunque habitualmente son asintomáticos.
Si son muy superficiales, podemos ver el bultito sobresaliendo por la piel. Hasta en el
20 % de los casos pueden ser múltiples y no suelen medir más de 3-4 cm (la mayoría
son de menos de 2 cm); sin embargo, cuando sobrepasan los 10 cm, los llamamos
fibroadenomas gigantes (pero, como te puedes imaginar, no es algo que veamos
habitualmente).
El fibroadenoma aparece en forma de nódulo redondeado u ovalado, liso (es decir,
sin rugosidades), semiduro (parecido a la consistencia de una goma de borrar) y móvil
a la palpación, ya que no está fijado al tejido que lo rodea. Ante la sospecha de
fibroadenoma, no solemos pedir una mamografía, sino una ecografía mamaria, que es
la mejor prueba de imagen de que disponemos para caracterizar un nódulo de forma
precisa. Si bien la biopsia nos permite tener el diagnóstico anatomopatológico definitivo,
en realidad, no siempre es necesaria.
A diferencia de lo que muchas personas creen, la mayoría de los fibroadenomas de
menos de 4 cm no requieren extirpación quirúrgica, sino que, como en el caso de
Elena, es suficiente con un seguimiento para controlar que se mantienen estables en el
tiempo. En aquellos casos en los que no sigan el patrón típico, podremos plantear una
biopsia o extirparlos mediante cirugía, siempre de la forma más estética posible.
¿Sabías que puede aparecer secreción por el pezón hasta en el 85 % de las mujeres?
Aunque no te haya pasado nunca, es un motivo frecuente de consulta y, en el 97 % de
las veces, la causa que la provoca será benigna.
Ten por seguro que, si empiezas a exprimirte el pezón como si fuera un limón,
acabará saliendo líquido. Es un reflejo fisiológico de nuestro organismo: la estimulación
repetida del pezón puede activar la secreción de prolactina por parte de nuestro
cerebro, que, a su vez, producirá la salida de «leche» por el pezón. Desde luego que
esta hormona —la prolactina— está implicada en casi todas las causas detrás de los
derrames mamarios, pero no es la única causa.
Lo primero que hay que aclarar es que el líquido que sale puede ser algo normal,
como es el caso de la secreción de leche materna, que se inicia en las últimas
semanas del embarazo y se prolonga durante todo el proceso de lactancia.
Cuando la secreción de leche ocurre fuera de este periodo, lo llamamos galactorrea.
La galactorrea es lo que vemos más frecuentemente en consulta: tiene forma de
secreción acuosa amarillenta o blanquecina y cumple dos características claves. La
primera, la secreción ocurre en ambos pechos. La segunda, la secreción afecta a
múltiples conductos, es decir, la leche sale por varios agujeritos.
Estas dos particularidades son lo primero que vamos a buscar en consulta, ya que
son un signo de benignidad, de que se trata de un proceso fisiológico y que
probablemente sea la prolactina la que ande detrás de todo.
¿Y qué es la prolactina? Se trata de una hormona segregada por la hipófisis (sí, la
misma que produce la LH y la FSH), con múltiples funciones, las más importantes
relacionadas con la lactancia, ya que es una de las hormonas implicadas en la
maduración de la glándula mamaria y en la producción de la leche (de ahí su nombre,
pro-lactina). Como les digo a mis pacientes, la prolactina es una hormona fácilmente
irritable, ya que sus valores cambian por una gran cantidad de situaciones distintas. La
podemos medir en un análisis de sangre, pero eso sí, siguiendo unas recomendaciones
estrictas.
Antes de hacerse una determinación de prolactina en sangre
Como te contaba, la prolactina es una hormona cuyo valor puede incrementarse debido a
varias situaciones. De hecho, es muy frecuente que las pacientes acudan asustadas cuando
ven un asterisco al lado del valor de prolactina en el resultado de sus análisis. La principal
causa de ello es que no se cumplió con las indicaciones (muchas veces porque nadie les
informó). Así que, para que a ti no te ocurra, aquí te dejo las principales recomendaciones,
siempre que tu médico no te diga lo contrario:
En otras ocasiones, menos frecuentes, lo que sale por el pezón no es una secreción
láctea, sino otro tipo de líquido de aspecto y color variado que vamos a llamar telorrea.
Puede ser amarillento o sanguinolento, más líquido o más viscoso. En cualquier
caso, se diferencia de la galactorrea en que afecta solo a un conducto de un pecho. En
esta situación debemos estar más alerta, sobre todo en mujeres mayores de 40 años,
porque en el 1-23 % de los casos la causa será un cáncer de mama. Más
frecuentemente, se deberá a procesos infecciosos, inflamatorios o lesiones benignas
como el papiloma intraductal.
Como ves, son múltiples las causas de una secreción por el pezón. El diagnóstico lo
basaremos en distinguir entre la galactorrea y la telorrea (es decir, si es un líquido
fisiológico o patológico) y en descartar un proceso maligno. Esto se puede hacer con
una mamografía, una ecografía de mama o un estudio de los conductos galactóforos —
que son los que están directamente implicados— mediante pruebas como la
galactografía o ductoscopia. El tratamiento será uno u otro en función de la causa
subyacente.
¿A quién no le ha dolido el pecho alguna vez? Yo misma, mientras escribo esto, siento
un molesto dolor premenstrual. Como en mi caso, con frecuencia el dolor mamario
responde a los cambios cíclicos menstruales. A esto se lo conoce como mastodinia y
es distinto al concepto de mastalgia, que es el dolor del pecho no cíclico y, por tanto,
no relacionado con las fluctuaciones hormonales, como cuando ocurre en la
menopausia. Es importante, además, diferenciar el dolor de mama del dolor
extramamario. Parece sencillo, ¿verdad? Pues en la práctica clínica no es tan fácil. De
hecho, en un gran número de consultas por dolor mamario la causa es algo
completamente ajeno a la glándula en sí.
Una vez visité a una paciente que sentía dolor en un pecho: en realidad, se quejaba
de una molestia claramente torácica, en un costado, que nada tenía que ver con sus
mamas. Anécdotas aparte, el dolor costal, o intercostal, contracturas en la musculatura
pectoral, el herpes zóster, la fibromialgia o los problemas cervicales pueden también
ocasionar dolor mamario referido que se nota en el pecho, aunque su causa es externa
de la glándula mamaria.
Tenemos suerte de no vivir en el 1800, porque antiguamente el dolor mamario se
consideraba una patología psiquiátrica. Y no hay nada de psiquiátrico en esto. La
mama es una glándula con infinidad de terminaciones nerviosas, la mayoría de las
cuales se encuentran en la areola y el pezón, por eso es una zona tan sensible que, a
su vez, constituye un importante punto erógeno. Asimismo, la arquitectura sensorial de
la mama es compleja, ya que sus fibras nerviosas provienen de distintas regiones en
función de la zona (cervical, torácica e intercostal).
El dolor mamario no se siente siempre igual: puede estar localizado en un punto
concreto o afectar de forma difusa a casi toda la glándula; puede ser leve, moderado o
intenso; puede afectar a una mama o a ambas al mismo tiempo; puede ser cíclico o no
cíclico e incluso puede o no tener relación con la postura o el movimiento. En función
de la causa es habitual que el tipo de dolor sea distinto. Vamos a verlos más
detenidamente.
La mastalgia
Hoy sabemos que a una de cada tres mujeres que acuden al médico por dolor en el
pecho se le terminará diagnosticando una mastalgia: dolor mamario que no se
relaciona con el ciclo menstrual y que suele localizarse en una sola mama.
Aparece más frecuentemente en mujeres de entre 40 y 50 años y se presenta como
una molestia o un dolor punzante, que puede prolongarse de forma constante o
intermitente en el tiempo.
Como con todo lo que afecta a la mama, la mayoría de las mujeres que acuden a
consulta están muy asustadas ante la posibilidad de que sea cáncer. Voy a compartir
contigo lo que me dijo un gran profesor de senología: «El dolor de la mama preocupa a
la paciente, pero tranquiliza al médico». Me explico: solamente alrededor del 2-7 % de
los dolores de mama estarán relacionados con el cáncer.
La mastalgia que debe llamarnos la atención es aquella que se localiza en una zona
concreta y se presenta como un dolor intenso y constante. En estos casos, para salir de
dudas, es recomendable que se valore realizar una mamografía o una ecografía
mamaria.
Algunos compañeros radiólogos me explican que muchas mujeres se decepcionan,
en cierto modo, cuando les comentan que las pruebas de imagen han salido normales.
Es algo que también yo veo en consulta, y tiene sentido: es difícil tolerar la
incertidumbre. De alguna manera, nuestro cerebro necesita una explicación que
justifique aquello que sentimos. En muchos casos de dolor mamario, aunque pueda
resultar frustrante, nos quedamos sin encontrar una causa concreta que lo genere y
debemos tranquilizarnos con el hecho de que, si las pruebas son negativas, las
posibilidades de tener un cáncer de mama son muy bajas.
1. ¡Revisa tus sujetadores! Parece obvio, ¿no? Pues muchas mujeres llevan tallas que
no les corresponden. Todas tenemos sujetadores que seguimos usando aunque nos
queden sueltos o nos estén comprimiendo de más, porque sí, da cierta pereza ir en
busca de el sujetador. Es importante llevar sujetadores que se te ajusten bien, que no
se te claven ni te bailen, porque una talla incorrecta puede ser causa de dolor
mamario.
2. Usa un top ajustado cuando practiques deportes de impacto. A nadie le gusta
notar el boing-boing cuando está en plena actividad física. Ese impacto mantenido
puede también generar dolor, ya que los ligamentos que aguantan la mama van a
sufrir una tracción con el movimiento.
3. Aplica calor o frío. En algunos casos, el efecto antiinflamatorio y descongestivo de
un cambio de temperatura puede ayudar a calmar el dolor.
4. Duerme con un top laxo. Esto es posiblemente un consejo personal más que
médico, pero cuando tengas dolor premenstrual (especialmente para las que tenemos
bastante pecho), usa un top fino para dormir, de los que no aprietan, pero sí sujetan.
5. ¡Cambia tu alimentación! A estas alturas de la película lo tenemos ya clarísimo:
los alimentos que consumimos tienen un papel clave en nuestro organismo. Algunos
estudios han encontrado asociación entre el dolor de mama y el consumo de cafeína
y una dieta rica en grasas. El tema de las grasas tiene cierto sentido: nuestra mama,
como te contaba al principio del libro, está compuesta por tejido glandular, fibroso y
graso. Y todas hemos comprobado que cuando aumentas de peso lo primero que
crece son los pechos. De manera que, al ganar peso, también aumentan el volumen y
el dolor mamario, así como la cantidad de estrógenos circulantes, que, en una
especie de círculo vicioso, empeorarán la mastalgia.
6. Gestiona el estrés. Aunque parezca que nada tiene que ver, el estrés puede
empeorar el dolor mamario.
7. ¿Aceite de onagra? Aunque se propone como tratamiento, la realidad es que los
resultados de los estudios son contradictorios y no queda claro que su uso realmente
mejore el dolor.
8. Vitex agnus-castus. Volvemos a mencionar esta planta verbenácea, nativa del
Mediterráneo y de la que realmente sí existe evidencia de que puede mejorar el dolor
cíclico mamario y el síndrome premenstrual. Su mecanismo de acción parece estar
relacionado con una disminución en los niveles de prolactina (resumiéndolo mucho).
Es una buena opción, aunque no se aconseja tomarlo más de seis meses, porque no
disponemos de datos de su seguridad más allá de este tiempo.
9. Antiinflamatorios. Los antiinflamatorios en crema (sí, esos que se usan también
para el dolor de espalda) son una buena opción para calmar el dolor de mama, tanto
cíclico como no cíclico, durante un periodo corto de tiempo.
10. Progesterona tópica. Existen pocos estudios controlados, pero es una alternativa
bastante usada en la práctica clínica. Se aplica los días previos a la regla (que es
cuando aparecen las molestias).
11. Terapias alternativas: acupuntura, fisioterapia…
Las mastitis
El caso extremo de dolor mamario lo encontramos en las mastitis. Cuando hablamos de
mastitis nos referimos a una inflamación de la mama que puede —o no— ser
producida por una infección. Las infecciones más frecuentes en la mama son
aquellas que ocurren durante la lactancia. De hecho, hasta el 30 % de las mujeres
lactantes pueden padecer una mastitis, especialmente durante las primeras 12
semanas tras el parto. Y, si a la lactancia —que ya supone un reto de por sí— le
añadimos una infección, la situación puede llegar a complicarse mucho. En ocasiones,
esto empuja a muchas mujeres a abandonar la lactancia, pero si continuaran con ella
ayudarían a resolver el proceso de forma natural.
Habitualmente una mastitis se presenta como una zona enrojecida, caliente, sensible
y muy dolorosa en el pecho que puede estar asociada a malestar y fiebre. En el caso
de la mastitis puerperal, la infección empieza porque la leche ha quedado estancada
debido a una mala técnica de lactancia o a un vaciamiento incompleto de la mama (o a
una combinación de ambos).
Puede darse el caso de que haya inflamación, pero no llegue a aparecer una
infección, y entonces será útil vaciar correctamente la mama, tomar antiinflamatorios,
alternar la aplicación de calor y frío en la zona e incluso tomar probióticos. ¡Como lo
lees! La glándula mamaria crea su propia microbiota durante la lactancia materna y el
uso de probióticos durante la fase inflamatoria puede ayudar a disminuir el riesgo de
mastitis.
Si esta inflamación no se resuelve, con los días acabará apareciendo una infección:
esto ocurre porque las bacterias que habitan en la piel del pezón y la areola entrarán en
la glándula a través de las pequeñas fisuras y heridas que se producen durante la
lactancia, generando, ahora sí, una mastitis infecciosa que requerirá del uso de
antibióticos. En algunas ocasiones, si se llega a crear una gran colección de pus, será
necesario realizar un drenaje.
Aunque en la lactancia es más frecuente, la mastitis no es exclusiva de este periodo:
puede ocurrir en mujeres que no estén dando el pecho. El tratamiento será igualmente
con antiinflamatorios y antibióticos, pero en estos casos será razonable además realizar
una prueba de imagen (mamografía o ecografía), sobre todo si existe sospecha de
absceso o si no hay mejoría con el tratamiento. En este último punto será importante
descartar un carcinoma inflamatorio, un tipo de cáncer de mama que puede simular una
mastitis y, aunque poco frecuente, es agresivo.
CUARTA PARTE
—Creo que me pasa algo que no es normal. No consigo llegar al orgasmo cuando
tengo relaciones con penetración con mi pareja. De hecho, no estoy segura de
haber tenido nunca un orgasmo…
Voy a ser sincera contigo: cuando estructuré en mi cabeza por primera vez el guion
para este libro no me planteé incluir un capítulo sobre sexualidad. Y te diré por qué: no
es porque no creyera que es importante, sino porque al no ser sexóloga ni tener
formación específica en este ámbito, sentía que quizás tendría poco que aportar. Fue
mi querida editora la que me comentó: «Lorena, creo que podría estar bien incluir un
apartado sobre sexualidad». ¡Y vaya si fue buena idea! En cuanto me puse a leer,
revisar y pensar en todo lo que quería explicar al respecto, me di cuenta de que,
efectivamente, sí tengo mucho que aportar.
Quiero empezar diciendo que vivimos en un mundo en el que, lamentablemente,
la educación sexual brilla por su ausencia. No sé cuál fue tu experiencia, pero yo lo
único que recuerdo de mis clases de educación sexual es cómo se le pone un
preservativo a un plátano, y ¡ni siquiera lo pusimos los alumnos! Lo peor de todo es que
puedo estar contenta de que, a diferencia de muchas otras escuelas, la mía al menos
impartió «algo» de «educación sexual». Y sí, mejor lo ponemos todo entre comillas.
Parece paradójico a la par que incoherente que la educación sexual sea opcional
en los colegios de la mayoría de los países cuando más del 68 % de los menores
han tenido acceso a la pornografía en algún momento, según un informe reciente. El
porno siempre ha existido, pero actualmente, con internet y las redes sociales, está al
alcance de todos, incluidos menores y adolescentes impresionables que no están
recibiendo la educación sexual y afectiva que les correspondería y que toman lo que
ven en el porno como un ejemplo de la vida real. ¡Qué gran error creer que la
sexualidad es como la pornografía!
Tristemente, esto no les pasa solo a los adolescentes. En consulta veo a mujeres de
todas las edades preocupadas porque creen que «no son normales» o que «les pasa
algo» por no llegar al orgasmo con la penetración y piensan que así no pueden disfrutar
de sus relaciones. Unas veces son sus propias parejas las que les han hecho sentir así,
otras veces, la imagen distorsionada de la pornografía, y frecuentemente, ambas
cosas. Si eres de las que en alguna ocasión también te has planteado esto, déjame que
te diga algo: tranquila, eres normal y te voy a explicar por qué.
Vamos a aclarar un par de conceptos. Para empezar, las mujeres y los hombres
vivimos la sexualidad de forma diferente (aunque constantemente se nos compare).
Esta manía de equiparar ambas sexualidades nos induce a creer —equivocadamente—
que si no reaccionamos como los hombres es que nos pasa algo. En segundo lugar, la
realidad es mucho más simple: ¡cada mujer es única y experimenta el deseo sexual
a su propia manera y ritmo!
Se habla mucho de sexo, pero casi nada de sexualidad, y encima lo poco que nos
han contado nos lo han contado mal. Además, históricamente hablando, la cultura
patriarcal en la que llevamos tiempo viviendo y en la que se ha ignorado a la
mujer no nos ha puesto las cosas fáciles precisamente. Con todo esto es lógico
que persista en el inconsciente colectivo femenino esta idea de que el sexo es «malo»,
«impuro» o «sucio». Durante muchos años parecía que a la mujer solo se le permitía
pensar en sexo como fin para la procreación, y ni siquiera era necesario que fuera
placentero. Y bueno, claro está que esa es una de sus funciones, pero como ya sabes,
las mujeres tenemos un órgano diseñado exclusivamente para el placer sexual.
Déjame que te pregunte algo: ¿habías pensado alguna vez que el sexo no es
únicamente conseguir un orgasmo? ¿O que para el orgasmo no necesitas la vagina?
En los últimos años sin duda hemos avanzado en la materia, pero todavía nos queda
mucho camino por recorrer.
Pues esto y algo más es lo que te depara este capítulo. Tras leerlo espero, por lo
menos, que se sacudan algunos de los «cimientos» sobre sexualidad de tu cabeza.
1. Comunicarnos con nuestra pareja sobre gustos y preferencias (tanto lo que sí,
como lo que no).
2. Mirarse en un espejo y autodescubrirse.
3. Respetarnos a nosotras y a nuestro cuerpo.
4. Conocer nuestras necesidades sexuales y afectivas.
Muchas de las cosas que sabemos sobre la respuesta sexual se las debemos a
Masters y Johnson, dos investigadores pioneros de la Universidad de Washington que
en los años sesenta decidieron revolucionar la medicina interesándose por la
sexualidad humana, un tema del que, como te puedes imaginar, no se hablaba mucho
por aquel entonces. ¿Te suena la serie Masters of Sex? Pues trata ni más ni menos
que de esta pareja y de sus investigaciones.
Uno de sus principales descubrimientos fue el modelo de las cuatro fases de la
respuesta sexual humana: excitación, meseta, orgasmo y resolución. Este modelo fue
modificado unos años después por Kaplan, quien añadió una fase previa igual de
importante: el deseo sexual.
Deseo sexual: primero tiene que aparecer un interés sexual, el impulso que te
mueve a buscar esta experiencia o al menos, a estar receptiva a ella.
Excitación: luego, cuando empieza la estimulación (táctil o no), la tensión sexual
va a ir in crescendo más o menos rápido. Aquí es cuando aumenta la respiración y
la frecuencia cardiaca, la vagina se lubrica y empieza a llegar mayor flujo
sanguíneo a los genitales.
Meseta: las glándulas vestibulares se ponen a trabajar aumentando la lubricación
de la entrada de la vagina, el clítoris se erecta y el cuerpo se prepara para el
culmen final.
Orgasmo: momento en el que ocurre una secuencia de espasmos rítmicos por la
contracción de toda la musculatura pélvica, liberándose de repente toda esa
tensión acumulada previamente.
Resolución: … y volvemos al punto de partida.
Esta es una descripción de lo que le ocurre al cuerpo de forma fisiológica ante una
respuesta sexual que, si bien es importante para entender parte de los problemas
sexuales, se queda corta en algunos otros. ¿Y eso por qué? Porque es igual de
importante conocer el mecanismo cerebral que controla todos estos aspectos y que al
final es el que permite que todo ocurra de una manera u otra.
Este sistema en cuestión se rige por el llamado modelo de control dual de la
respuesta sexual, según el cual esta está mediada por dos procesos —uno inhibitorio
y otro excitatorio— que controlarán nuestra respuesta sexual, variable en función de la
persona y que la hace más o menos predispuesta a la excitación y más o menos
predispuesta a la inhibición. Este sistema explica por qué a veces «se te corta el rollo»
cuando temes adquirir una infección de transmisión sexual o un embarazo no deseado,
o te enciendes cuando ves contenido que te resulta erótico estando tranquila en casa.
Como lo describió Emily Nagoski en su libro Tal como eres, se trata en esencia de
nuestro acelerador y nuestros frenos.
Todo esto que acabamos de ver nos influye de forma distinta a cada una de nosotras
y participa en cómo vivimos nuestra experiencia sexual. Falta, no obstante, un
elemento más: el contexto.
¡Que empiece el debate! Antes de que te explique nada, ¿tú qué opinas? ¿Crees que el
orgasmo es vaginal, es clitoriano o que existen ambos? Spoiler: no importa.
Da igual si el orgasmo «viene» de un sitio u otro, porque la experiencia en sí misma
ni es igual para cada mujer ni es igual en cada momento (contexto, ¿recuerdas?). La
sexualidad es un camino de descubrimiento y de autoconocimiento y nuestra
propia experiencia subjetiva juega un papel fundamental.
Sin embargo, el debate sobre cuál es el orgasmo «verdadero o real» no es algo
nuevo, sino que ha llevado de cabeza a científicos e investigadores durante años. De
hecho, la idea en sí misma empezó con Freud, quien en 1905 lanzó una teoría que
afirmaba que el orgasmo «real» o «maduro» era el vaginal, mientras que el placer
obtenido de la estimulación del clítoris era de mujeres infantiles e inmaduras. Las
opiniones del amigo Freud no se quedaron ahí: además creía que a las mujeres que no
llegaban al orgasmo por penetración vaginal cabía considerarlas frígidas.
Ya te adelanto que estas declaraciones no tenían evidencia empírica de ningún tipo;
sin embargo, a partir de ahí se aceptó la premisa de que el orgasmo femenino debía
ser vaginal, lo que ha confundido y generado presión a partes iguales a generaciones
enteras de mujeres. A pesar de ello, ya desde los años cincuenta y sesenta tenemos
estudios que demuestran que la gran mayoría de las mujeres consiguen un orgasmo a
través de la estimulación directa o indirecta del clítoris.
Hablemos de porcentajes: el 70 % de las mujeres tienen orgasmos exclusivamente
clitorianos versus el 30 % que tienen orgasmos vaginales sin estimulación directa
clitoriana. Y pensarás: ¿por qué no nos lo han dicho antes? Posiblemente porque
reconocer la realidad del orgasmo clitoriano podía amenazar el papel del pene, de
la penetración y hasta de la heterosexualidad.
Hoy en día sabemos de sobra que el principal órgano de placer femenino es el
clítoris; de hecho, tampoco se le conoce otra función distinta. Es decir, por lo que
sabemos existe exclusivamente para darnos placer. No obstante, la vagina puede
también tener un papel en todo el proceso, ya que la pared anterior contiene muchas
terminaciones nerviosas en comparación con la pared posterior. De esta forma, el
ansiado orgasmo se puede conseguir a través, o bien de la estimulación directa del
glande del clítoris de forma externa, o bien de forma indirecta a través de la pared
vaginal anterior mediante el contacto digital, con penetración o con juguetes sexuales.
Qué puedo decirte…, ¡el límite es tu imaginación!
Como acabas de ver, las causas son muchas y muy variadas, así que será
fundamental una buena historia clínica, una exploración física minuciosa y un abordaje
multidisciplinar (frecuentemente necesitaremos la intervención de otros especialistas
como sexólogos, fisioterapeutas o psicólogos) para encontrar la causa definitiva y, por
tanto, el tratamiento adecuado para cada paciente.
Vaginismo 1.0
Los anticonceptivos son métodos que existen para controlar nuestra fertilidad y evitar
un embarazo no deseado. Hasta aquí, bien. También es importante saber qué no son:
no son perfectos, ¡olvídate de la opción cien por cien ideal, porque probablemente no
exista! Al final acaba siendo más una cuestión de ensayo y error que de acertar a la
primera.
Además, nuestras necesidades van evolucionando a lo largo de la vida, por lo
que es habitual ir cambiando de método en función de nuestras circunstancias
personales durante la etapa reproductiva. Hay que tener en cuenta, asimismo, que
cuando una relación no es estable, deberíamos pensar también en la prevención
de las infecciones de transmisión sexual, y eso no lo hacen todos los
anticonceptivos.
Para entender mejor qué opciones tenemos y cuál es su funcionamiento, lo ideal es
acudir a una clasificación detallada. Podríamos clasificarlos de mil maneras, pero lo
más práctico es hacerlo en función de si:
Seguro que lo primero que has pensado al leer el título ha sido en el preservativo
masculino. Sin duda es una opción y, de hecho, es de los métodos más usados en todo
el mundo. Según los datos de Naciones Unidas, en 2019 había unos 189 millones de
usuarios del preservativo masculino, lo que lo hace el método escogido por el 21 % de
la población mundial, curiosamente superado por la esterilización femenina (24 %).
Está claro que el preservativo masculino es muy popular, pero no es el único
que existe. Y es que cuando hablamos de opciones no hormonales, también estamos
refiriéndonos al preservativo femenino, al DIU de cobre, a los métodos irreversibles
(vasectomía o ligadura de trompas) y a los llamados anticonceptivos pericoitales (el
diafragma, el capuchón cervical, los espermicidas o la esponja). ¿Cuántos de estos
conocías y cuántos no?
Vamos a verlos con un poco más de detalle.
Por otro lado, son fáciles de conseguir, cómodos de usar y sin efectos adversos
para la salud, excepto si tienes alergia al látex, en cuyo caso deberás optar por
condones sin látex.
Una vez visité a una chica joven que me preguntó acerca de las pastillas
anticonceptivas. ¿Adivinas cuál era el motivo por el que había venido en realidad a
consulta? Por una infección de transmisión sexual. Y, aunque le aclaré sus dudas
acerca de la píldora, mi consejo fue que utilizara preservativo con o sin las pastillas (lo
que llamamos doble método). Dudó un poco y acabó explicándome que, aunque sabía
que su pareja se veía con otras mujeres, con ella no quería usar preservativo.
Yo ya había escuchado antes el cuento de «con el condón no noto nada» o «es que
quiero sentirte» o «si somos pareja, no debemos usar preservativo», pero lo del novio
de esta chica era otro nivel. A la pobre le había estado diciendo que si usaba condón él
se quedaría estéril porque el semen iría hacia atrás y le «bloquearía». También le había
contado que el semen es necesario para la salud de la mujer. A ver, ¡que no es comida!
En fin, como te puedes imaginar, todo esto no eran más que excusas baratas sin
fundamento científico alguno para no utilizarlo.
¿Y qué hay del preservativo femenino? La idea es similar, pero a la inversa, es
decir, en vez de cubrir el pene, por fuera, el condón femenino es como una bolsita que
cubre la vagina, por dentro. Es más difícil de usar, ya que requiere cierta práctica para
que quede bien ajustado, y no es tan accesible. Por lo demás, aparte de proteger
también de las ITS, ofrece la ventaja extra de que lo puedes dejar colocado unas horas
antes de la relación y no están fabricados de látex, por lo que no es un problema para
los alérgicos. Un punto negativo es que son menos efectivos para evitar un embarazo,
con un 79 % de efectividad con el uso habitual (es decir, 79 de cada 100 mujeres que
usen este método no se quedarán embarazadas) y un 95 % con el uso perfecto.
Por lo que sabemos, ya en Oriente Medio habían aprendido que colocando guijarros dentro
del útero de las camellas estas no se embarazaban. Una bestialidad, a mi parecer. Sin
embargo, no fue hasta 1909 cuando se creó el primer DIU para la mujer, fabricado a partir
de intestino de gusano de seda. Un poco asqueroso, sí.
Entre los casos de infección que dicho DIU generaba y que en la época no estaban muy
a favor de la anticoncepción, digamos que tuvo poco éxito. Tuvieron que pasar unos 20
años hasta el segundo intento: Ernst Gräfenberg (sí, el señor del punto G) diseñó un nuevo
modelo de DIU, en anillo, que era similar, pero con algunos cambios: se añadió plata. Este
hecho provocó en algunas mujeres la llamada argirosis gingival, es decir, que las encías se
les tiñeron de azul por culpa de la plata que liberaba el DIU.
El despunte del DIU llegó en los años sesenta, cuando se comercializaron los primeros
DIU de plástico y que incorporaban un hilo para poder extraerlos con facilidad. Y,
finalmente, en los ochenta se desarrollaron y perfeccionaron modelos de DIU de plástico
en forma de T y recubiertos de cobre como los utilizados actualmente.
1. ¿Se me puede caer el DIU? En general la tasa de expulsión del DIU es baja: un 2-
10 % el primer año tras la colocación. Sin embargo, se ha visto que es más frecuente
en mujeres con úteros miomatosos (especialmente aquellos que distorsionan la
cavidad) y con reglas abundantes. No parecen influir, en cambio, el tamaño del
útero, el número de partos ni el número de miomas.
2. ¿El DIU puede producir esterilidad? No. El DIU no afecta a tu capacidad para
quedarte embarazada, tampoco se asocia con riesgo de sufrir abortos.
3. ¿En qué mujeres no sería recomendable el DIU de cobre? Como hemos comentado,
este tipo de anticonceptivo no sería la mejor opción en mujeres con endometriosis,
reglas abundantes o muchos días de sangrado. En estos casos, se recomienda optar
mejor por un DIU hormonal.
Aunque parezcan los métodos más sencillos del mundo, no te dejes engañar, no lo
son, ya que requieren un nivel importante de autoconocimiento. Aprender a
diferenciar el moco cervical o los signos ovulatorios (de los que hemos hablado en la
parte 2 del libro) no siempre es tarea sencilla, requiere práctica y asesoramiento.
El riesgo de embarazo en mujeres que deciden usar métodos naturales depende de
la técnica usada. Lo más efectivo es observar todos los marcadores de fertilidad de que
disponemos, lo que llamamos el método sintotérmico, que se basa en la
determinación del moco cervical, la temperatura basal y otros signos ovulatorios.
En general, unas 15 mujeres de cada 100 que usen estos métodos se quedarán
embarazadas durante el primer año, aunque con un uso perfecto la efectividad
podría llegar a alcanzar el 99 %. No está mal. A pesar de que (obviamente) no te
proteges de las ITS, es un método seguro, económico, natural y sin efectos adversos ni
riesgos para la salud.
Justo hace un par de días estaba viendo un episodio de la serie de Netflix Sex Education en
el que salía el tema de la marcha atrás. La marcha atrás, o coitus interruptus, consiste en
retirar el pene de la vagina antes de la eyaculación con el objetivo de mantener el semen
lejos del útero.
Y te preguntarás: ¿qué pasaba en la serie? No quiero hacer spoiler, pero tras hablar con
una experta en planificación familiar, los implicados acababan por cambiar de método. ¿Y
por qué? Pues porque la efectividad es muy baja: tiene un 20-30 % de riesgo de
embarazo.
Las hormonas tienen mala prensa en general, ya sea usadas como anticonceptivas,
como terapia hormonal sustitutiva o como tratamiento para controlar las reglas
abundantes o dolorosas. Como te comentaba al inicio del capítulo, la base es siempre
la misma: miedo, falta de información o, en el peor de los casos, desinformación. De
hecho, la tendencia en los últimos años parece haber ido a la baja y constituye el
método usado por el 16 % de la población mundial femenina, en el cuarto puesto por
detrás de la ligadura tubárica, el preservativo masculino y el DIU.
Como todos los métodos, tiene sus indicaciones y sus contraindicaciones, por lo que
será necesario consultar con tu médico para asesorarte sobre cuál puede ser la
opción anticonceptiva más eficaz en tu caso.
Los anticonceptivos hormonales son fundamentalmente de dos tipos:
Los medios de comunicación se hicieron eco de esta noticia hace pocos años. Cuando lo
leí por primera vez, reconozco que me sorprendió. Tenía entendido que, cuando se creó la
píldora allá por los años cincuenta y sesenta, a pesar de que inicialmente se pretendía una
toma continua, la semana de descanso resultó necesaria para reducir los efectos adversos
(piensa que antes las dosis hormonales eran muchísimo más altas que ahora).
Según la prensa, en cambio, fue el papa Pablo VI quien tuvo algo que ver en esta
decisión. De entrada —por razones obvias—, la Iglesia católica se opone al uso de
cualquier tipo de contracepción artificial. Sin embargo, al parecer una de las formas en que
se consiguió convencer a la Iglesia de tolerar el uso de la píldora fue con el descanso de
siete días, ya que, de alguna manera, al imitar la regla se parecía más a un ciclo natural.
¿Será verdad?
Anillo vaginal
El anillo vaginal es otro tipo de anticonceptivo hormonal combinado (es decir, lleva
derivados de estrógeno y progesterona) que consiste en un anillo flexible de plástico,
como las pulseras de goma que llevábamos de pequeñas. Este anillo se debe llevar
puesto durante tres semanas seguidas, tras lo cual se retira para hacer una semana de
descanso y se vuelve a colocar otro nuevo pasado este periodo. Las hormonas se
liberan a través del anillo, serán absorbidas por la pared vaginal y llegarán al torrente
sanguíneo.
Es un método bastante cómodo y, a diferencia de lo que temen muchas mujeres, el
anillo no se nota ni molesta con las relaciones. Su efectividad es la misma que la
píldora, del 93 %. En el caso del anillo, la dosis de estrógenos es ultrabaja (15 μg de
etinilestradiol), motivo por el cual no es raro que algunas chicas presenten spotting o
sangrado escaso fuera de la semana de descanso. Si esto ocurre y persiste más allá
de los tres primeros meses de uso, mi recomendación es optar por otro método que
tenga una mayor dosis de estrógenos.
Parche transdérmico
El parche transdérmico es la otra alternativa para aquellas mujeres que no quieren
tomarse una pastilla: se trata de una pegatina que se adhiere a la piel y que irá
liberando progresivamente las hormonas al torrente sanguíneo. Te lo puedes poner en
las nalgas, el abdomen o el brazo y su acción no suele afectarse por el calor o el
ejercicio. A diferencia del anillo, el parche debe cambiarse cada semana y llevarse
durante tres semanas, tras lo que se puede hacer la semana de descanso.
¿Te acuerdas de la chica que se hizo viral por convertir el prospecto de unos
anticonceptivos en un minivestido? Si alguna vez has tenido la ocasión de leer uno, habrás
comprobado que hay una ingente cantidad de información que a cualquiera asustaría. No
obstante, cabe recordar que todos los medicamentos tienen efectos secundarios que, por
muy improbables que sean, los fabricantes se ven en la obligación de recoger.
Si nunca has leído uno de estos prospectos, no te preocupes, a continuación iremos
desgranando las dudas más frecuentes sobre anticonceptivos combinados.
Lactancia materna.
Hipertensión arterial (sobre todo si está mal controlada).
Antecedentes personales de cáncer de mama.
Enfermedad hepática grave (tumores, cirrosis, hepatitis).
Migrañas con aura (sin aura, la contraindicación es relativa).
Lupus eritematoso sistémico con anticuerpos antifosfolipídicos positivos o
desconocidos.
Diabetes con complicaciones vasculares.
Múltiples factores de riesgo de enfermedad cardiovascular (obesidad, edad, el
consumo de tabaco, la diabetes o la hipertensión).
Mutaciones trombogénicas conocidas.
Antecedentes personales de trombosis venosa profunda o embolismo
pulmonar.
Antecedentes personales de enfermedad cerebrovascular.
Antecedentes personales de problemas cardíacos (valvulopatías complicadas,
enfermedad coronaria…).
Mayores de 35 años fumadoras.
Cirugía mayor que requiera inmovilización prolongada.
Implante subcutáneo
El implante es una varilla de plástico de unos 4 cm de largo, flexible, que se coloca en
la cara interna del brazo y durante 3 o 5 años va liberando un gestágeno que impedirá
el embarazo con una efectividad del 99 %. El mecanismo anticonceptivo, así como los
efectos secundarios, son muy similares a los que acabamos de ver con la pastilla de
solo progesterona. Y, de hecho, también es similar el patrón irregular de sangrado
que puede ocasionar, aunque en el caso del implante suele ser más frecuente la
amenorrea a partir de los nueve meses de uso y solo un 5 % de las usuarias tendrán
sangrados frecuentes.
Este es también el principal motivo por el que 2 de cada 10 mujeres deciden dejar de
usarlo, aunque por otro lado entre el 65 y el 80 % de las mujeres están satisfechas
con el implante. Ofrece una gran ventaja y es que ¡no tienes que acordarte de tomarte
nada!, ya que el implante va trabajando sin que tú te des cuenta.
La colocación es algo que suele dar cierto respeto a algunas pacientes, pero el
procedimiento se hace bajo anestesia local y de forma rápida y sencilla por parte de un
profesional sanitario. Una vez puesto, no se nota. Obviamente si te tocas el brazo
percibirás una fina varilla por debajo de la piel, pero poco más. Se suelen colocar los
días 1 a 5 de la regla, aunque —igual que las pastillas— pueden ponértelo cualquier
día del ciclo siempre y cuando te acuerdes de usar un método anticonceptivo adicional
los días siguientes.
Inyectables de gestágenos
Los inyectables de gestágenos no son una opción muy utilizada en nuestro entorno,
seguramente en parte porque somos un poco «pildorocentristas» y desconocemos que
existe un mundo de alternativas anticonceptivas como las que estamos tratando en
este capítulo. Este método consiste en una inyección de progesterona que tiene una
duración anticonceptiva de tres meses. Imagínatelo como una vacuna. Es una
alternativa muy cómoda, aunque tienes que acordarte de volver a ponerte la siguiente
inyección pasados los tres meses o tendrás riesgo de embarazo.
Si has optado por este método (o piensas hacerlo en el futuro), te aconsejo que
promuevas tu salud ósea con una buena alimentación rica en vitamina D y calcio, evites
el tabaco y el alcohol y practiques ejercicio físico de manera regular.
DIU hormonal
¿Recuerdas lo que te he explicado unas páginas atrás sobre el DIU de cobre? Bien,
pues el DIU hormonal es igual salvo porque no es de cobre: libera una hormona (el
levonorgestrel, un tipo de progesterona) que impedirá el embarazo. Es un poco más
efectivo que el DIU convencional (más del 99 %) y es una buena opción para
aquellas mujeres con reglas abundantes o dolorosas, pacientes con endometriosis
o que simplemente no quieran tomarse pastillas o estar pendientes de un método que
haya que ir recambiando cada poco.
Los DIU hormonales tienen una duración de 3 a 5 años (los de 5 años tienen
efectividad anticonceptiva durante 8 años) y existen fundamentalmente dos tipos: uno
con más cantidad (y un pelín más grande) y otro con menos cantidad (y un pelín más
pequeño). ¿Y cómo decidir por cuál decantarse? Mi recomendación es que, si no tienes
reglas muy abundantes y no has tenido partos vaginales, optes por el pequeño.
Lo bueno del DIU hormonal en comparación con el no hormonal es que gracias a la
progesterona que se va liberando, el endometrio se mantiene fino y no aparecen
reglas abundantes, más bien al contrario: los sangrados serán escasos (y también
irregulares los primeros 3 a 6 meses) o ausentes a medio plazo. ¡Más comodidad!
Muchas mujeres creen que cuando están dando el pecho no pueden quedarse embarazadas.
En parte es verdad y en parte no. La lactancia estimula la producción de prolactina y esta
hormona, a su vez, es responsable de que nuestro cuerpo deje de ovular de manera natural.
Así que teóricamente sería un buen método anticonceptivo. Sin embargo, hay tres
condiciones que deben cumplirse para evitar eficazmente el embarazo:
El DIU de cobre
Efectivamente, el DIU de cobre (no el hormonal) se puede utilizar también como
anticonceptivo de urgencia, con la ventaja de que una vez puesto ya nos sirve como
método de planificación familiar habitual. El DIU de cobre, tal y como hemos visto
antes, tiene un efecto tóxico para el esperma: afecta a su movilidad y viabilidad, por lo
que evitará que se una al óvulo. Lo vamos a poder colocar hasta el quinto día tras
la relación desprotegida, antes de que el proceso de implantación ocurra,
evitando así el embarazo en más del 99 % de los casos.
¿Cómo escoger el mejor método anticonceptivo?
Este tema merecía un capítulo en el libro, porque, aunque nos pasemos la mayor
parte de nuestra etapa reproductiva evitando el embarazo, para algunas llegará
un momento en el que nos pondremos a buscarlo. Es curioso como a veces el
miedo por un embarazo no deseado se puede transformar a los pocos años en miedo a
no poder quedarte embarazada.
Independientemente de si ahora estás o no estás buscando un embarazo, ser
consciente de cómo funciona nuestra fertilidad es importante, porque forma parte
de nuestro autoconocimiento. Y aunque la mayoría de los embarazos son
planificados, en realidad todavía hay muchos embarazos «Kinder Sorpresa», como los
llamo de forma amistosa.
No hace mucho vino Mireia a verme a la consulta. Mireia es una chica de 30 años,
diagnosticada de SOP desde los 25, y me explicaba que llevaba cuatro meses sin la
regla. En ella era normal que algún mes tardara en venir, pero nunca había estado más
de tres meses sin menstruación y estaba convencida de que el SOP le había
empeorado.
—Mireia, ¿existe posibilidad de que estés embarazada? —le pregunté.
—No… —dijo, pero al pensarlo un poco, añadió—: No creo, vaya.
¿Adivinas el final de la historia? Efectivamente, Mireia estaba embarazada de nada
más y nada menos que ¡diez semanas! Y tras la sorpresa inicial, lo primero que le
preocupó es que no se había preparado para este embarazo. Pero ¿qué entendemos
por planificar y preparar un embarazo?
En este capítulo vamos a hablar de todo lo que debemos tener en cuenta cuando
buscamos un embarazo: conocer nuestros días fértiles, cómo influyen la alimentación
y el estilo de vida, qué suplementos tomar, cómo dejar los anticonceptivos y cuándo ir
al médico. Por otro lado, hablaremos también de las principales causas de esterilidad,
de la famosa reserva ovárica y de cómo interfieren algunos de los trastornos
ginecológicos más frecuentes, como el SOP o la endometriosis.
Por último, te explicaré todo lo que tienes que conocer acerca de la
criopreservación de ovocitos, una técnica de planificación de la fertilidad para
aquellas mujeres que quizás ahora no desean un embarazo, pero sí quieren disponer
de ovocitos de reserva en el futuro.
Quedarse embarazada no es tan sencillo como parece. ¿Sabías que solo existe un 20-
25 % de posibilidades de embarazo cada mes? Y no cualquier día del mes, sino los
días fértiles. Si no te quieres quedar embarazada, este porcentaje claramente te
parecerá una barbaridad, pero si estás buscando un bebé, leer esto puede ser
descorazonador.
La verdad es que, teniendo en cuenta que el objetivo de la especie es perpetuarse, el
ser humano es muy poco eficaz en cuanto a reproducción se refiere.
La mayoría de las parejas (84 %) se quedarán embarazadas durante el primer
año de búsqueda activa —un tercio de ellas durante los primeros tres meses de
búsqueda—, mientras que, de entre los que aún no lo hayan conseguido para ese
momento, el 92 % lo hará durante el año siguiente.
Ahora bien, estos porcentajes son válidos siempre y cuando no tengamos que contar
con la posibilidad de que exista algún problema asociado, es decir, partiendo de la base
de que los dos miembros de la pareja están sanos como una manzana. En caso de que
haya alguna patología, ahí ya sí, la cosa se empieza a complicar. La esterilidad es un
problema que afecta al 15 % de las parejas, ¡a una de cada seis!
Antes de seguir, déjame que te aclare un par de conceptos que a veces usamos
indistintamente, pero que en verdad significan cosas diferentes.
Me estoy refiriendo a esterilidad e infertilidad. La esterilidad es la incapacidad que
tiene una persona de quedarse embarazada tras un año de relaciones desprotegidas.
Es decir, una mujer que nunca ha conseguido concebir es estéril.
La infertilidad, en cambio, es la dificultad a la hora de conseguir llevar un embarazo
a término. Dicho de otro modo, de tener un bebé sano. En esta definición incluiríamos,
por tanto, a las parejas que sufren abortos de repetición, muertes fetales o partos
prematuros.
Existen muchos motivos por los que a lo largo del proceso de fecundación puede
ocurrir algún fallo que impida el embarazo. Y no solamente hablamos de problemas en
la mujer, recordemos que para crear vida hacen falta dos gametos: ¡el espermatozoide
es tan importante como el óvulo!
Cuando explico a mis pacientes las causas más frecuentes de esterilidad, me gusta
repasar el viaje que hace el espermatozoide desde su salida hasta que se encuentra
con el óvulo; de esta manera podemos ir analizando los diferentes fallos que se pueden
producir durante el proceso y que explicarían la dificultad de conseguir un embarazo,
así como las diferentes pruebas que realizamos para detectar estos problemas.
Vamos a imaginarnos que somos un simpático e inquieto espermatozoide. ¿Has visto
alguna vez un vídeo de espermatozoides en pleno movimiento? ¡A mí me parecen la
mar de divertidos! Los espermatozoides se mueven gracias a una cola (o flagelo) que
los impulsa y les permite nadar libremente. Pero hay situaciones en que los
espermatozoides pueden no estar en buena forma.
Entre el 25 y el 35 % de los casos, la causa de la esterilidad vendrá por la parte
masculina. ¿Y qué problemas puede haber? Diversos factores podrían estar detrás,
pero en la mayoría de los casos se debe a una mala calidad del semen: quizá los
espermatozoides son pocos, son lentos, no se mueven, o puede que directamente no
los haya. Por eso en un estudio de esterilidad una prueba básica pero imprescindible es
el seminograma: una muestra del eyaculado que permite analizar varias
características de los espermatozoides.
Me he encontrado mujeres que vienen solas a consulta porque no se quedan
embarazadas, y lo primero que les pregunto es siempre: «¿Dónde está tu pareja?». Es
curiosa esta sociedad en la que vivimos, donde parece que la esterilidad en una pareja
sea responsabilidad solamente de la mujer, y nos olvidamos de que, como decía la
famosa canción de Marvin Gaye y Kim Weston, «It takes two».
Sobre todo, es llamativa esta creencia porque va en contra de una evidencia que sí
tenemos en las últimas décadas: la de una comprobada tendencia global a la
disminución del número de espermatozoides presentes en el semen del hombre.
Suponiendo que, como espermatozoide en este viaje de búsqueda del óvulo,
estamos bien y somos de buena calidad, uno de los primeros problemas con los que
podemos encontrarnos al llegar a la vagina es con dificultades para entrar al útero.
Imagínate la situación: estamos rodeados de millones de otros compañeros
espermatozoides (¡en una eyaculación hay entre 33 y 46 millones!) dispuestos a
atravesar la puerta del reino (vamos a llamar así al cérvix), pero de repente nos
encontramos que está cerrada a cal y canto. Este sería el factor cervical, causa muy
rara y poco frecuente de esterilidad. Puede deberse a alteraciones anatómicas
originadas por pólipos o quistes, o bien a malformaciones congénitas o traumáticas
(como cirugías) que causen una estenosis o cierre e impidan la entrada y el ascenso de
los espermatozoides. Todo ello puede alterar la producción del moco cervical, que,
como hemos visto en capítulos anteriores, los días periovulatorios se vuelve más fluido
y acuoso para permitir así la entrada de los espermatozoides al útero.
Sigamos en este viaje imaginario: no hay factor cervical, el flujo periovulatorio nos es
favorable y conseguimos al fin entrar al ansiado útero. ¿Con qué otro problema
podemos toparnos? En ocasiones existen alteraciones en la forma del útero, ya sea
por malformaciones congénitas, miomas, pólipos u otros trastornos. Estas anomalías
son en general poco frecuentes y pueden estudiarse con una ecografía transvaginal (o
una resonancia magnética).
Lo siguiente será la llegada a las trompas uterinas: el camino en donde nos
encontraremos con el anhelado óvulo. De manera normal, estas «autopistas» tienen
que poner las cosas fáciles para este encuentro de película entre óvulo y
espermatozoide; sin embargo, en un 17-20 % de las mujeres, estas trompas supondrán
un camino verdaderamente intrincado y lleno de obstáculos. Es lo que llamamos factor
tubárico o tuboperitoneal y puede consistir en alteraciones en la movilidad de la
trompa, en la captación del óvulo o en el transporte del óvulo fecundado, ya sea por
adherencias quirúrgicas, por endometriosis, debido a una enfermedad pélvica
inflamatoria o al hidrosalpinx, una dilatación de las trompas con acúmulo de líquido en
su interior.
En condiciones normales no es posible ver las trompas por ecografía; si se
visualizan, significa que existe alguna alteración, como, por ejemplo, el hidrosalpinx que
acabamos de comentar. Una ecografía normal, por tanto, no es suficiente para saber si
las trompas uterinas funcionan o no correctamente. Una prueba que puede comprobar
la permeabilidad de las trompas (es decir, si dejan pasar líquido o no) es la
histerosalpingografía, aunque no siempre es necesario realizarla. En el caso de que
se confirme que las trompas no funcionan correctamente, la fecundación in vitro
(o FIV) será el tratamiento de elección, ya que en este caso no necesitamos las
trompas, al realizar la fecundación en el laboratorio.
Imaginémonos, sin embargo, que las trompas están bien. ¿Cuál sería el siguiente
impedimento para conseguir un embarazo? Nos queda un factor más: el ovulatorio.
¿Dónde está el óvulo? El problema ovulatorio supone hasta un 25 % de los problemas
de esterilidad y se basa en la incapacidad de obtener ovocitos sanos (si la alteración es
por afectación endometriósica el porcentaje aumenta al 35 %). Lo podemos estudiar
con una ecografía y un análisis hormonal en función de la alteración.
¿Qué problema podrían tener los ovarios para fabricar óvulos? Principalmente
desórdenes ovulatorios por amenorrea, síndrome de ovarios poliquísticos, quistes
ováricos (como los endometriomas) o el propio envejecimiento. Y sí, lo sé, es un tema
un poco deprimente, pero nuestros ovarios envejecen antes de lo que nosotras
pensamos, así que ha llegado el momento de hablar de la reserva ovárica.
La reserva ovárica
Recuerdo muy bien la primera vez que le presté atención al gráfico de la reserva
ovárica. Fue durante la residencia, en una presentación sobre la criopreservación de
ovocitos. Ahí estaba yo, con 26 años, calculando en qué punto exactamente del gráfico
me encontraba por edad y haciendo cábalas para ver qué límite de tiempo tenía si
quería acabar la residencia, tener un trabajo estable, casarme, tiempo para viajar y vivir
un poco y decidirme por tener hijos en un futuro. Imposible: cuando llegara el momento
mis ovarios andarían ya con bastón.
Igual esta situación no es muy diferente a la tuya, y es que realmente veo en muchas
de mis amigas y pacientes que nuestros ovarios siguen un calendario distinto a
nuestro desarrollo laboral y social.
Nunca olvidaré una visita, hace algunos años, de una mujer de 39 que acudía porque
quería buscar un embarazo, pero llevaba un año intentándolo con su pareja y nada. Lo
primero que quiero remarcar es que acudió sola, pero lo segundo es que cuando
repasamos juntas las distintas causas de esterilidad (como estamos haciendo ahora),
se sorprendió muchísimo de que una de las posibles razones fuera su edad.
Obviamente hay mujeres que se embarazan más allá de los 40, pero no es una
apuesta segura dejar pasar el tiempo, porque puede que tu caso sea como el de la
mayoría, y es que, a partir de cierta edad, disminuye la cantidad de ovocitos, así como
su calidad, lo que se traduce en una dificultad para conseguir embarazo y un mayor
riesgo de abortos.
El concepto reserva ovárica hace referencia a esto mismo, a la cantidad de
ovocitos que tenemos disponibles en un momento dado. Todas las mujeres, como
vimos en los primeros capítulos, nacemos con un número determinado de folículos
ováricos con sus óvulos inmaduros (alrededor de 2 millones), los cuales se irán
perdiendo con cada ciclo menstrual y se agotarán a la llegada de la menopausia.
Nuestra reserva ovárica viene, pues, determinada genéticamente e influida por otros
factores externos, pero se trata de un proceso continuo e irreversible de toda mujer.
Digamos que tenemos un depósito finito en el banco de ovocitos, de los cuales pocos
llegan a la ovulación. Algunas mujeres tendrán lo que llamamos una baja reserva
ovárica, cuyos factores de riesgo son: antecedentes familiares de menopausia
temprana, algunos problemas genéticos (ciertas mutaciones), enfermedades o cirugías
que afecten a los ovarios, antecedentes de quimioterapia gonadotóxica o radioterapia
pélvica o el hábito tabáquico. Sin embargo, el factor más importante en la baja reserva
es…, música de suspense…, la edad.
Esta pérdida continuada de ovocitos empieza a acelerarse a medida que cumplimos
años, especialmente a partir de los 35, acentuándose sobre los 37-39 años. Esto
significa que, a más edad, menos reserva ovárica y, por tanto, más dificultad de
quedarnos embarazadas. La edad, además, también tiene relación con la calidad
ovocitaria: cuanto mayores somos, peor calidad tienen nuestros óvulos, con lo que
mayor es también la posibilidad de abortos o alteraciones cromosómicas en la
descendencia.
Y ahora, la pregunta del millón: ¿cómo podemos medir la reserva ovárica? ¿Es útil
determinarla? La reserva ovárica podemos medirla fundamentalmente de tres formas:
1. conociendo la edad,
2. por recuento de folículos antrales mediante ecografía ginecológica y
3. por parámetros bioquímicos como la FSH, estradiol, inhibina B y la hormona
antimulleriana (HAM).
No hace mucho colaboré en un artículo de una conocida revista en el que se trataba el tema
de la maternidad en las influencers. La idea era que cada vez más y más influencers
estaban teniendo hijos en edades más jóvenes, por lo que se planteaban si esto reflejaba o
no un cambio de paradigma en la sociedad.
Mi opinión, por lo que veo en consulta y avalan los estudios, es que probablemente la
situación de las influencers en cuanto a estabilidad laboral y facilidades económicas diste
bastante de la realidad en la que nos encontramos el resto de los comunes mortales. En la
mayoría de los países occidentales y con recursos económicos, la edad del primer
embarazo se sitúa no antes de los 35 años, una tendencia que se atribuye a los cambios
sociales, educativos y laborales.
Imagínate: hemos pasado de una media de edad para el primer embarazo de 21 a 27
años en cuestión de tres décadas. Y no me extraña: los millenials somos ya la «generación
de la doble crisis» y es que, entre tanta crisis económica y una pandemia de por medio, es
imposible para muchas mujeres plantearse siquiera la opción de la maternidad, por lo
menos a corto plazo. Sin embargo, el reloj biológico sigue sonando… Y es en parte por
este retraso en ser madres que cada vez encontramos mayores tasas de esterilidad en la
población y mayores problemas de baja reserva ovárica, asociados, en gran parte, al propio
envejecimiento.
Trastornos ginecológicos en la búsqueda de embarazo
Como te decía al inicio del capítulo, cuidar de nuestra salud ginecológica es importante
quieras quedarte embarazada o no, y es que algunos trastornos pueden tener un
impacto negativo en nuestra fertilidad e incluso complicar un embarazo. Vamos a
revisarlo más en profundidad.
La endometriosis
Entre el 30 y el 40 % de las mujeres con endometriosis se encontrarán con problemas
para concebir por múltiples causas, tal y como te contaba en el capítulo dedicado a
este trastorno. Sin embargo, eso no significa que una mujer con endometriosis tenga
siempre problemas de fertilidad. En cualquier caso, lo ideal es estar informadas de las
dificultades que podrían surgir, así como consultar si pasan más de seis meses sin
conseguir embarazo.
De vez en cuando viene alguna chica a consulta explicando que en unos meses ha
planificado, junto con su pareja, empezar a buscar embarazo y me pide que le explique
qué es lo que deben hacer o cómo se deben preparar. Este tipo de consulta es cada
vez más frecuente, así como los packs de «estudio de la fertilidad», y si bien está de
maravilla contar con cierta planificación de antemano, es normal plantearse: «En una
pareja joven que a priori no presenta problemas de salud, ¿es realmente necesario este
tipo de visitas?».
Definamos antes en qué consiste una visita preconcepcional: se trata de aquella
consulta que va a permitirnos optimizar las posibilidades de embarazo a partir de
la detección de condiciones y factores de riesgo que podrían interferir con la
concepción, pero también mejorarse si se detectan en un primer momento.
Si sois una pareja sana que os planteáis a corto plazo ampliar la familia, te
recomiendo que aproveches tu revisión ginecológica para asesorarte sobre fertilidad.
Sin embargo —y esto es importante remarcarlo—, cuando algún miembro de la pareja
presenta alguna enfermedad para la que precise medicación o seguimiento, o la mujer
tenga un trastorno ginecológico que pueda interferir en el embarazo, sí es necesaria
una visita preconcepcional para aclarar dudas, revisar que todo esté bien y, quizás,
hacer algún ajuste o cambio en el tratamiento de base.
Más allá de estos casos puntuales, es posible que, si tu revisión está al día, no sea
necesaria tanta preparación y en cambio resulte más práctico pasar a la acción y acudir
al médico en el caso de que el embarazo no llegue.
Y, para ayudarte con esto, en este apartado vamos a repasar juntas una checklist
con todo aquello que debes saber y entender para el momento en el que
decidas/decidáis ampliar la familia.
Cada vez nos bombardean más y más con mil marcas de suplementos prenatales que
nos insisten en que son «imprescindibles» si estás embarazada o buscando embarazo.
He recibido incontables mensajes a través de mi cuenta de Instagram preguntándome
sobre el «mejor» suplemento. Y es que el tema de los suplementos sigue generando
debate: en el mundo occidental y lleno de recursos alimentarios en el que vivimos,
¿realmente es necesario tomar suplementos?
Pues mi respuesta es: sí y no. Vamos a ir desgranándolo punto por punto. Verás que
no incluyo todas las vitaminas.
Vitamina D y calcio
Como ya te puedes imaginar, durante el embarazo las necesidades tanto de calcio
como de vitamina D están aumentadas, aunque también el cuerpo es sabio y se adapta
a esta nueva situación haciendo que su uso sea más eficiente. En cuanto al calcio,
podemos decir que se recomienda una ingesta aproximada de entre 1.000 y 2.000
mg/día.
Seguramente te estarás preguntando: vale, ¿y esto exactamente cómo se traduce en
comida? Pues para que te hagas una idea, vendrían a ser tres raciones de alimentos
ricos en calcio, como lácteos y derivados (leche, queso, yogur), frutos secos, legumbres
y hortalizas (col, brócoli…), no siendo necesario a priori añadir un suplemento
farmacológico si la dieta es adecuada.
La vitamina D la incluyo aquí porque es fundamental para poder absorber el calcio y
para la integridad ósea. Es por eso que tanto en el embarazo como en la lactancia es
importante tener unas reservas correctas y suplementar en caso necesario. De hecho,
su déficit se ha relacionado no solo con riesgo de subfertilidad, sino también con
complicaciones obstétricas como hipertensión gestacional, preeclampsia, diabetes, bajo
peso al nacer, alteración en el desarrollo óseo fetal y retraso de crecimiento
intrauterino.
¿Y cómo obtenemos la vitamina D? Fundamentalmente a través de dos fuentes: la
dieta y el sol. Cuando estamos en nuestro «momento fotosíntesis» tomando el sol,
estamos recargando vitamina D, así que es recomendable al menos un ratito a la
semana de exposición solar.
La segunda fuente es a través de la alimentación y es que esta vitamina la
encontramos en los productos lácteos, en las bebidas de soja, el salmón y otros
pescados, las setas y el huevo, entre otros.
Curiosamente, el déficit de vitamina D está a la orden del día; de hecho, algunos
lo llaman la epidemia silenciosa, y es que ni más ni menos que el 40 % de la población
española tiene niveles de vitamina D por debajo de 20 mg/ml.
Si estamos en búsqueda de embarazo (o ya embarazadas) y nuestros niveles de
vitamina D son insuficientes, tu gine puede aconsejarte suplementar con vitamina D3 (o
colecalciferol) para obtener niveles entre 400 y 600 unidades internacionales (UI)
diarias.
Yodo
Es un nutriente fundamental y lo necesitamos para el funcionamiento correcto de la
tiroides. Si la mujer embarazada presenta un déficit de yodo, formará menos hormona
tiroidea y, aunque esto pueda no causarle ningún síntoma de hipotiroidismo a ella, sí
supondrá un riesgo para el bebé, ya que las hormonas tiroideas están implicadas en el
desarrollo cerebral y del sistema nervioso fetales. Así que tener unos buenos niveles de
yodo es muy importante sobre todo durante el primer trimestre del embarazo y ya
desde el momento de iniciar la búsqueda. ¿Y qué alimentos son ricos en yodo? El
pescado azul y el marisco, las acelgas, las judías verdes, el huevo, la leche y… la sal
yodada. La sal yodada es la gran olvidada; se estima que en España menos del 90 %
de los hogares consumen este tipo de sal y, en cambio, solo necesitamos unos 3-4 g
de esta sal para cubrir en un día las necesidades de yodo, todo ello sin superar el límite
de los 5 g al día de sal que recomienda la OMS. Así que a las mujeres en búsqueda de
embarazo, embarazadas o en lactancia les aconsejamos suplementar con 200 μg/día
de yoduro potásico.
Hierro
Durante el embarazo aumenta el riesgo de que tengamos anemia, porque las
necesidades son también más altas. Y no es infrecuente ver en consulta mujeres
embarazadas con anemia; por eso debemos asegurar el aporte de 30-60 mg de hierro
elemental al día durante la gestación y comprobar que partimos de unas reservas
adecuadas ya en la búsqueda de embarazo, sobre todo si existen antecedentes de
anemia.
El hierro lo conseguimos a través de una dieta con alimentos ricos en hierro (carne,
pescado, verduras, legumbres, frutos secos), junto con el consumo de suplementos de
hierro oral a dosis bajas en aquellas mujeres que presenten baja reserva de hierro y
siempre ajustándolo a las necesidades individuales. Recuerda tomarlo entre comidas o
junto con vitamina C (como agua con zumo de medio limón) para favorecer su
absorción y evita tomarlo junto con la leche y el café.
Omega 3
He querido incluir los ácidos grasos aquí porque, aunque no se hable mucho de esto,
su papel en la fertilidad de la mujer es relevante, ya que se ha visto que los ácidos
grasos poliinsaturados pueden mejorar la calidad de los ovocitos y la implantación del
embrión. También en el embarazo son importantes para el desarrollo cerebral del bebé
y para un buen funcionamiento del sistema inmune; además, podrían reducir el riesgo
de prematuridad y de preeclampsia. La ingesta diaria recomendada de omega 3 es de
1-2 g al día.
Esta idea que hoy nos puede parecer de ciencia ficción, la criopreservación de ovocitos, se
planteó y empezó a usar, en realidad, para ayudar a aquellas pacientes diagnosticadas de
cáncer que desearan —o pensaran que podrían desear— ser madres en el futuro. Era algo a
tener en cuenta porque, debido al tratamiento quirúrgico, quimio o radioterápico, podían
perder sus ovocitos y, por lo tanto, desarrollar una esterilidad secundaria.
De hecho, hoy en día las técnicas de preservación de la fertilidad no solo se dirigen a
mujeres afectas de cáncer, sino también a aquellas con otras enfermedades no malignas
como las cirugías ováricas (por tumores benignos, endometriosis, mutaciones de riesgo de
cáncer de ovario) o con riesgo de menopausia precoz (como el caso de enfermedades
autoinmunes como la artritis reumatoide, el lupus eritematoso sistémico, etc.).
Hay que tener en cuenta que no todos los fármacos citotóxicos usados en el tratamiento
del cáncer son igual de lesivos para los ovarios ni quizá toda paciente sea candidata a estas
técnicas; por eso siempre se hace una valoración individual para determinar qué es lo
mejor en cada situación, ya que tampoco queremos demorar el tratamiento oncológico.
Además de la criopreservación de ovocitos, también se pueden criopreservar embriones
o tejido ovárico.
QUINTA PARTE
Mejor prevenir
Enhorabuena, ¡has llegado a la última parte del libro! Ya podemos decir que eres una
experta en salud ginecológica: conoces cada parte de tu aparato reproductor y sabes
cómo nombrarla, entiendes cómo funciona tu ciclo menstrual y puedes reconocer si
algo se sale de la normalidad, eres consciente de los diferentes problemas con los que
toda mujer puede encontrarse a lo largo de su vida —infecciones, trastornos vulvares,
en el útero o los ovarios— y tienes el conocimiento necesario para abordar posibles
problemas de sexualidad y escoger los anticonceptivos adecuados para ti. Puedo
decirte con total seguridad que, llegados a este punto, estás muy por encima de la
media en conocimientos ginecológicos. ¡Y eso es un gran logro! Sin embargo, nos falta
la piedra angular: la prevención.
La prevención es todo aquello que nos va a permitir cuidarnos para evitar que
aparezcan los trastornos de los que llevamos hablando todo el libro. ¿Cómo puedo
evitar las infecciones de transmisión sexual? ¿Cómo debo cuidar la piel de mi vulva?
¿Cómo prevengo la incontinencia urinaria o el prolapso? Y una de las más importantes:
¿qué puedo hacer yo para disminuir el riesgo de que me aparezca un cáncer
ginecológico? Es posible que creas que poco depende de ti, pero te prometo que al
acabar este bloque te habrás dado cuenta de que, en realidad, hay mucho que puedes
hacer para evitar —o retrasar— la aparición de algunas enfermedades. Te daré
herramientas y consejos para ayudarte a prevenir muchos problemas.
¿Te atreves a tomar las riendas de tu salud ginecológica? Como sé que tu respuesta
es afirmativa, déjame que te explique —igual que haría a mis mejores amigas— todo lo
que necesitas saber para cuidar y prevenir problemas ginecológicos.
19
¿Cuál es tu estilo de vida?
—No entiendo por qué tengo las reglas tan mal. Me dicen que tengo SOP y solo
me dan anticonceptivos, ¡no me dan otra solución!
—El estilo de vida tiene un papel importante: ¿comes bien? ¿Haces ejercicio?
¿Descansas correctamente?
—No, no hago ejercicio, y tampoco descanso porque estoy muy estresada, así que
eso me hace comer más de la cuenta cosas que sé que no son saludables… Pero,
de todas formas, ¿qué tiene eso que ver con el SOP?
Si te digo que el estilo de vida que llevas afecta directamente a tu estado general de
salud, probablemente pensarás: «¡Bah!», claro, porque ya lo sabes. Todas somos
conscientes de que la alimentación, la actividad física, el estrés y el descanso
nocturno son factores que juegan un papel relevante en nuestra salud física y mental.
Ahora bien, ¿realmente sabemos hasta qué punto nuestros hábitos impactan en lo que
ocurre en nuestro cuerpo? Yo creo que no. ¿Y si te digo que las principales causas de
muerte en el mundo occidental tienen que ver con el estilo de vida? Pues como mínimo
da que pensar.
En 2020 la OMS reveló que las principales tres causas de defunción en todo el
mundo fueron, en este orden: cardiopatía isquémica, accidente cerebrovascular,
enfermedad pulmonar obstructiva crónica. «La mayoría de las muertes son evitables y
tienen que ver con lo que comemos.» Recuerdo esta frase del libro Comer para no
morir, de Michael Greger y Gene Steve, que me tuvo varios días reflexionando.
Pensaba: culpamos a la genética por todo y, en realidad, influyen mucho más las
decisiones que tomamos a diario en cuanto a nuestro cuerpo que el hardware que
llevamos incorporado de serie cuando nacemos.
No sé si alguien ha usado esta comparación informática antes (probablemente), pero
así es como a mí me gusta explicarlo para entendernos: todos nacemos con un
hardware, o sea, con un conjunto de componentes físicos —palpables— formado por
nuestros órganos, tejidos y células. Y, por otro lado, tenemos también un software, una
serie de programas y códigos que necesitan ser instalados para que aquel funcione.
Este software vendría a ser nuestro ADN, el material genético. El ADN puede sufrir
mutaciones, es decir, cambios permanentes en su estructura, que pueden producir
cáncer —si afectan a las células somáticas— o transmitirse a generaciones sucesivas
en el caso de que afecten a la línea germinal (como en las enfermedades hereditarias).
A pesar de que disponemos de mecanismos muy sofisticados de reparación de errores
(se corrigen el 99,9 % de ellos, por suerte para nosotros), algunos pueden pasar
desapercibidos y tener consecuencias graves (pocos). Y este puede ser el punto de
partida para desarrollar una enfermedad como, por ejemplo, un cáncer.
Tendemos a pensar que el cáncer es siempre hereditario y muchas mujeres en
consulta creen —equivocadamente— que como su abuela tuvo cáncer, ellas también lo
van a sufrir. Ya hemos visto que genético no es lo mismo que hereditario. Hoy en día
sabemos que no son únicamente las mutaciones hereditarias las que pueden
predisponernos a desarrollar una enfermedad, ya que estas son tan solo responsables
de, aproximadamente, el 5-10 % de ellas.
Existen, además, otros mecanismos que pueden explicar aquellos casos de
predisposición sin que haya un gen claro responsable de ello. Aunque el genoma sea
99,9 % idéntico entre individuos, no somos todos exactamente iguales, y aquí es donde
entran en escena los polimorfismos y la epigenética.
No pretendo darte una clase de genética médica, pero sí quiero que sepas que los
polimorfismos son variaciones en una secuencia particular del ADN presente en al
menos un 1 % de la población. En resumen, vienen a expresar la diversidad del
genoma en nuestra especie y explican por qué algunas personas son más susceptibles
que otras a presentar determinadas enfermedades o diferencias en la respuesta a los
fármacos.
¿Y qué es eso de la epigenética? La palabra epigenética viene del griego y significa,
literalmente, ‘por encima de la genética’. Se trata de un campo relativamente novedoso
del que todavía nos queda mucho por aprender. Podríamos decir que epigenética es
la respuesta o adaptación de la genética a nuestro estilo de vida y factores
ambientales o, como lo define el National Human Genome Research Institute: «Los
cambios hereditarios causados por la activación y desactivación de los genes sin
ninguna alteración en la secuencia de ADN subyacente». Para entendernos: en la
metáfora del ordenador, la epigenética sería la manera como el hardware responde a
aquellos cambios que se van produciendo en el software, por ejemplo, en función de
las páginas que visitas en internet, las aplicaciones que abres o los programas que
instalas, etc.
Todos tenemos dos copias de genes: una heredada de nuestra madre y la otra de nuestro
padre. ¿Y qué son los genes? Son secuencias de ADN, secuencias de información, de
instrucciones para que nuestras células sepan cómo funcionar.
Estas moléculas de ADN se organizan en forma de cromosoma, de los que tenemos un
total de 46 (23 de la madre y 23 del padre). Cuando se da una mutación, tiene lugar un
cambio en la información que lleva el gen, y esto a su vez puede contribuir a que se
desarrolle una determinada enfermedad. Sin embargo, la genética no es lo único que
determina que una enfermedad se acabe manifestando: también existe una interacción
importante con el medioambiente y el estilo de vida que lleve la persona.
Como ya te habrás podido imaginar, aunque cada vez se investigue más acerca de la
influencia de la epigenética y el estilo de vida en las enfermedades en general, sigue
faltando evidencia científica sobre el impacto que tienen, más concretamente, en la
mujer y en el campo de las enfermedades ginecológicas. Porque no nos engañemos:
sí, los hábitos de vida afectan también al dolor de regla, al síndrome premenstrual, al
SOP, a la infertilidad y al desarrollo de cánceres ginecológicos. Al final, nuestro
organismo es el que es en gran medida por las decisiones que tomamos a diario. Quizá
los efectos no los vemos de forma evidente e inmediata, pero cada elección influye en
nuestra salud. ¡Nuestro cuerpo tarde o temprano nos acabará pasando la factura de lo
que hagamos con él!
Te propongo un ejercicio. Piensa en los últimos siete días. ¿Cuántas veces hiciste
deporte? ¿Cuántos días tomaste alguna bebida con alcohol? ¿Cuántos días te
levantaste con la sensación de no haber descansado nada? ¿Qué nivel de estrés crees
que experimentaste durante esos siete días (bajo, medio o alto)? No hay una respuesta
correcta (aunque espero de corazón que durmieras bien, no tuvieras estrés, tomaras
poco o cero alcohol e hicieras ejercicio al menos tres veces durante la semana),
solamente quiero que hagas un poco de introspección y valores aquello que podrías
cambiar para mejorar tu salud ginecológica (¡y general!).
En este capítulo vas a aprender cómo la alimentación, la práctica de deporte regular,
el manejo del estrés y el descanso influyen en nuestra salud ginecológica de formas
que posiblemente nunca habrías imaginado.
La alimentación
Hay algo que me llama poderosamente la atención: si tenemos tan claro que somos lo
que comemos y que las principales causas de muerte en el mundo son debidas al estilo
de vida que llevamos, es decir, evitables, ¿por qué no se habla más de ello? ¿Por qué
no se nos educa sobre nutrición ya desde niños para aprender a tomar buenas
decisiones en nuestra alimentación? ¿Por qué cuando vamos al médico, en vez de
prescribirnos medicamentos para todo, no se nos prescriben cambios alimentarios o
ejercicio? Y sí, es interesante que yo diga esto, puesto que soy médico.
He aquí la respuesta. Estoy segura de que en los colegios se habla algo (o eso
espero) de nutrición y también de que muchos médicos ya promueven buenos hábitos
alimentarios a sus pacientes, pero ¿es eso suficiente? Posiblemente, no. Y en parte se
debe a que:
En resumen: es esa dieta que incluye una variedad de alimentos repartidos a lo largo
del día en cantidades suficientes como para mantener nuestro peso y, a la vez, cumplir
con nuestras necesidades nutricionales. Y todo ello de forma que el reparto de la
energía procedente de los macronutrientes sea, en general, de: 20-35 % de grasas, 10-
15 % de proteínas y 50-70 % de carbohidratos. Y, no, ya te digo que no siempre es
fácil.
Realmente no. Como estoy segura de que a estas alturas ya sabes bien, en cada momento
del ciclo ocurren unos cambios hormonales que pueden influirnos en aspectos como el
apetito o la saciedad. De hecho, es de sobra conocido el aumento de antojo por dulce (o
salado) durante la fase lútea —premenstrual— en comparación con el resto del ciclo.
También las necesidades energéticas cambian: por ejemplo, son superiores durante la
menstruación. En este sentido, está genial si eres consciente de ello, escuchas lo que te
pide el cuerpo y decides modular el aporte nutricional y calórico en función del momento
del ciclo.
Pero no es tarea sencilla a no ser que seas experta en el tema, así que, realmente, no es
necesario cambiar tu alimentación en función del ciclo menstrual siempre y cuando
mantengas unos hábitos en general saludables durante la mayor parte del tiempo. Si a mí
ya me cuesta planificar la comida de la semana, ¡como para encima tener que adaptar el
menú al momento de mi ciclo!
El deporte: eso que puedes amar y odiar a partes iguales. Sé que no hace falta que te
cuente la importancia de la práctica de actividad física regular para mejorar nuestra
salud, pero te lo voy a recordar de todos modos: previene la patología cardiovascular
(enfermedad coronaria, accidentes vasculares cerebrales, hipertensión arterial…),
también disminuye el riesgo de diabetes tipo 2, reduce los niveles de colesterol en
sangre y (¡atención!) disminuye el riesgo de cáncer. Eso por no hablar de los beneficios
que nos aporta también para nuestra salud mental, ya que practicar alguna actividad
física puede mejorar significativamente los síntomas de ansiedad y depresión.
Si llegados a este punto todavía no te he convencido de que debes incorporar el
ejercicio físico a tu planning semanal, aquí va otro argumento: mejora el síndrome
premenstrual, el dolor de regla, el riesgo de SOP, la fertilidad, disminuye el riesgo de
osteoporosis y previene algunos cánceres ginecológicos como el de mama o el de
endometrio.
Esto significa que, tengas la edad que tengas, el deporte tiene algo positivo que
aportar a tu vida.
Bueno, no lo tenemos claro al cien por cien. Hay pocos estudios de calidad sobre este
tema. Sin embargo, parece que tu cuerpo no responde exactamente igual cuando ovulas
que cuando tienes la regla y, en parte, desde un punto de vista fisiológico tiene cierto
sentido, aunque eso pueda fastidiarte la rutina del gimnasio.
Hay mujeres que lo notan más que otras (yo, personalmente, más allá de que con la
regla estoy más cansada, no noto mucha diferencia), pero, a modo de resumen, sucede lo
siguiente: durante los días de la menstruación, los niveles hormonales están en su punto
más bajo, estamos más cansadas y, en general, rendimos peor.
Después de la regla, los estrógenos van subiendo paulatinamente y cada vez vamos a
responder mejor a los entrenamientos de fuerza, pues esta es una hormona con acción
anabólica sobre el músculo, es decir, crea y consume energía. Llega la ovulación y
fabricamos progesterona, los estrógenos irán poco a poco disminuyendo y, a medida que
avancemos hacia la siguiente regla, el rendimiento irá también empeorando levemente. De
todas formas, no te tomes esto al pie de la letra, ¡cada mujer es un mundo!
Por poder, claro que puedes. No hay ninguna contraindicación desde el punto de vista
médico. La cuestión aquí es: ¿te apetece?
Algunas mujeres padecen molestias durante los días de la regla, están incómodas,
cansadas y prefieren aprovechar para tomarse las cosas con calma. Otras, en cambio,
siguen haciendo ejercicio, pero limitan el tipo de actividad, por ejemplo, optando por
caminar o hacer yoga. ¡Y luego están aquellas a las que nada las para! Eso ya depende de
ti, no pasa absolutamente nada por descansar si es lo que tu cuerpo te pide esos días.
Como probablemente ya sabías, el nivel de estrés que llevamos en nuestro día a día
puede afectar al funcionamiento de nuestro sistema reproductor. Vamos a ver ahora
algunos consejos para gestionarlo con éxito.
Meditación. Menudo tópico, pensarás. Lo sé, es lo que dice todo el mundo, pero
realmente la meditación puede hacernos mucho bien. Nuestro cerebro está
saturado con mucha información, le llegan inputs constantemente y en especial
hoy en día, que vivimos pegados al móvil 24/7. Pero nuestro cerebro también
necesita un respiro. La meditación es ese respiro. No hace falta convertirse en
maestro zen ni recluirse en un monasterio del Nepal. Es suficiente con sentarse 5-
10 minutos cada día a respirar tranquilamente y dejar fluir los pensamientos. Y no
te agobies, aprender a meditar requiere tiempo y práctica.
¡Muévete! Y aquí aparece el ejercicio otra vez. El deporte ayuda a la salud
mental, de manera que las personas que practican ejercicio regularmente tienen
niveles inferiores de ansiedad y depresión, así como una mayor habilidad para
gestionar situaciones estresantes.
Respira. Algo tan básico puede ayudarte mucho. Si te sientes agobiada, para y
respira profundamente cinco veces. Céntrate en cómo entra y sale el aire por tu
nariz y aprovecha también para prestar atención a esas partes tensas de tu
cuerpo: la mandíbula, los hombros, las manos… ¡Relaja de verdad!
¡Equilibrio! No hace falta que te diga que la vida es equilibrio. Estar de
vacaciones es genial, pero seguro que perderían parte de su gracia si siempre las
tuviéramos. Y es que de eso se trata, de no estar todo el día trabajando y siendo
productiva, sino también de reservar un espacio para ti, para aquello que te llena y
te apetece, incluso si eso significa no hacer nada.
Aprende a decir que no. Este punto es vital. A veces es importante saber decir
que no y no debes sentirte mal por ello.
Evita la cafeína y otros excitantes. Una vez me sorprendí a mí misma
tomándome el quinto café del día; llegó un punto en que sencillamente perdí la
cuenta. Bromeamos acerca de lo mucho que necesitamos el café por la mañana
para «funcionar», pero no nos engañemos: la cafeína es una droga que estimula
nuestro sistema nervioso y activa nuestro nivel de alerta. ¿Y cómo nos afecta?
Eleva los niveles de algunas hormonas en nuestro cuerpo, como el cortisol, la
dopamina (la hormona del placer, por eso te sientes bien cuando lo tomas) y la
adrenalina (responsable de encender el turbo). El café también inhibe los
receptores de adenosina, llevando a que tu mente ignore las señales de cansancio
de tu cuerpo y haciendo que te cueste dormir.
No te aísles, busca tiempo para estar con los tuyos. Cuando estamos muy
estresadas, tendemos a recluirnos más de la cuenta o a no compartir nuestras
inquietudes con nuestras personas de confianza. En cambio, es precisamente la
compañía de nuestros seres queridos lo que puede ayudarnos a sentirnos mejor.
¡El poder curativo de un buen abrazo es innegable!
Come bien. Es curioso cómo funciona la ansiedad. A veces te comerías la nevera
entera y otras veces vivirías simplemente del aire. Es un pez que se muerde la
cola: nos encontramos mal, comemos mal; comemos mal, nos encontramos peor.
Sin embargo, debemos procurar no descuidar la alimentación y que esta sea lo
más saludable posible. ¿Sabías que la dieta mediterránea se ha asociado a un
menor riesgo de padecer ansiedad y depresión? Pasa lo mismo con las dietas
japonesa y noruega, todas ellas caracterizadas por proporcionar un alto aporte de
nutrientes con propiedades antioxidantes y antiinflamatorias. ¡Toma nota!
Mientras dormimos se llevan a cabo muchos procesos en nuestro cuerpo sin darnos
apenas cuenta. Dormir es esencial para nuestra función cerebral y nuestro estado
de salud: el cuerpo se repara y revitaliza, se deshace de algunas toxinas y recicla otras
sustancias, juega un papel en la plasticidad cerebral promoviendo procesos de
aprendizaje y memoria, etc. En resumen: se restaura.
Cuando dormimos, nuestro cerebro procesa toda la información que le ha ido
llegando durante el día y la clasifica, la ordena y la almacena, deshaciéndose de
aquello que no necesita. Durante el sueño, hacemos una especie de reset y nuestro
cerebro reorganiza toda esa información, borrando definitivamente la que no
necesitamos y clasificando la que sí como si de una biblioteca se tratase.
El descanso insuficiente no solamente se relaciona con el número de horas de sueño
(es decir, la cantidad), sino también con el nivel de profundidad que se alcanza (la
calidad). Puedes dormir nueve horas y despertarte cansado, y esto ocurre porque tu
sueño se ha interrumpido varias veces a lo largo de la noche posiblemente sin que te
dieras ni cuenta, por lo que tu descanso habrá sido de mala calidad. Cuando nuestras
necesidades de sueño no se satisfacen (tenemos un bebé, trabajamos por turnos,
padecemos insomnio…) sufrimos lo que se llama una privación del sueño, que puede
ser aguda o crónica cuando se prolonga en el tiempo. Todo ello resulta en cambios en
nuestra función cognitiva cerebral y también de comportamiento, como cierta lentitud
ante la respuesta de estímulos, dificultad en la realización de tareas, pérdida de
habilidad para elaborar frases complejas, afectación del razonamiento lógico o
disminución de la capacidad de concentración.
Todas nos hemos sentido un poco lentas cuando llevamos días durmiendo poco o
mal, como si el cerebro estuviera con el simbolito de «pensando» o «cargando» del
ordenador. ¡Se nos bloquea! Y no solo eso, también nuestro humor se ve afectado:
estamos gruñonas, irritables, con poca energía y menor deseo sexual.
Eso no es todo. Además, el tema del descanso nocturno se nos escapa
frecuentemente en consulta y se nos olvida el impacto que tiene algo tan básico.
¿Recuerdas cuándo fue la última vez que tu gine te preguntó sobre tu patrón de sueño?
Es más que probable que nunca lo haya hecho. Piensa que las personas pasaremos
durmiendo de media unos 20 años de nuestra vida (aunque creo que, si tienes hijos o
trabajas por turnos, igual son menos). Y, claro, dormir mal o poco (cosa que veo mucho
en mis pacientes) altera nuestro querido eje hormonal.
Pero también hay otra hormona de la que hasta ahora no hemos hablado que va a
jugar un papel relevante: la melatonina. La melatonina es una hormona liberada por la
hipófisis en respuesta a la oscuridad. Es la señal bioquímica de nuestro cuerpo que nos
dice: «Venga, deja ya el móvil y a dormir», la reina del ritmo circadiano. Poco se ha
hablado de su relación con el ciclo menstrual, pero algunos estudios han visto que sí
están relacionados. ¡Todo en nuestro cuerpo lo está!
Los niveles de melatonina parecen incrementarse en la fase lútea, tras la ovulación y
la posterior elevación de la progesterona. Quizá también por eso estemos más
somnolientas en estos días del ciclo.
Y se ha sugerido que la melatonina tendría también un papel en el control del ciclo
menstrual —todavía por definir—, por lo que las alteraciones en esta hormona tendrían
repercusiones en el funcionamiento del eje hormonal reproductivo.
Los problemas para dormir también están presentes en la menopausia, o bien por los
sofocos nocturnos, o bien por la alteración hormonal (fundamentalmente por déficit de
progesterona) y la disminución en los niveles de melatonina. Ahora ya sabemos hasta
qué punto dormir bien es importante para nuestra salud ginecológica, pero ¿has caído
en la cuenta de que las alteraciones hormonales durante el ciclo menstrual también nos
afectan el patrón del sueño? Efectivamente, la relación entre ciclo menstrual y
sueño es bidireccional: la falta de sueño afecta a nuestras hormonas, ¡pero es
que nuestras hormonas también afectan a nuestro descanso!
Quizá hayas notado que no duermes igual cuando tienes la regla —o cuando te tiene
que venir— que cuando ya la has pasado. Esto tiene una explicación: los estrógenos y
la progesterona tienen receptores en zonas del cerebro encargadas de la regulación del
sueño, de forma que las fluctuaciones hormonales durante el ciclo menstrual pueden
modular nuestro descanso, influir en los ritmos circadianos y en la actividad sueño-
vigilia. Antes de seguir, déjame decirte que en este campo no disponemos de estudios
de calidad y que no todos ellos encuentran asociación entre los cambios del sueño y
los cambios hormonales. Sin embargo, parece que, en general, los problemas para
dormir aparecen, o bien durante los días de menstruación (posiblemente de forma
secundaria a las molestias), o bien en la fase lútea tardía, es decir, unos pocos días
antes de la regla.
¿Sabías que un 21 % de la población activa europea trabaja por turnos? Trabajar por turnos
supone trabajar de noche o ir rotando entre día y noche (que no sé si es peor). Como
médico, he sufrido muchos desajustes en mi sueño por las guardias de 24 horas. El
problema es que no solo te afecta el mismo día de la guardia, sino que parece que vas
arrastrando ese cansancio y esa falta de sueño los días posteriores. A veces es como si tu
cuerpo nunca acabara de acostumbrarse y vivieras en una especie de jet-lag permanente.
Ya hay estudios que han asociado el trabajo por turnos con efectos adversos para
la salud, como riesgo de diabetes tipo 2, de patología cardiovascular, trastornos del
sueño (obviamente) e incluso cáncer.
De hecho, me sorprendió leer el resultado de algunos estudios que encontraban un
aumento del riesgo de cáncer de mama de entre el 6-20 % en las mujeres que trabajaban de
noche. También se han encontrado mayores desajustes hormonales, con reglas irregulares
que podrían reducir la fertilidad, y algunos estudios incluso sugieren que puede haber
mayor riesgo de aborto o parto prematuro, aunque otros señalan que no hay diferencias,
por lo que no lo podemos saber con seguridad.
—Tengo un bulto en el pecho y estoy muy asustada… Por favor, no me digas que
es cáncer.
El cáncer de mama
El cáncer nos da miedo. Las dos palabras más temidas por una mujer que acude a
consulta por un bulto en el pecho son: «Es cáncer». Y, sin embargo, ¡qué pocas veces
las decimos! En parte porque el diagnóstico definitivo es por biopsia, pero otras veces
—la mayoría— no las decimos porque sencillamente no es un cáncer.
No olvidaré nunca uno de los primeros días del máster de patología mamaria que
cursé hace un par de años. El profesor pidió que todas las mujeres levantáramos los
brazos, contó alrededor de 40 alumnas y, a continuación, dijo en voz alta: «De las
mujeres que estáis en esta aula, entre 4 y 5 de vosotras tendréis cáncer de mama». A
todas se nos puso la piel de gallina, pero sí: efectivamente, los cálculos estaban bien
hechos, todos allí conocíamos las estadísticas. Sin embargo, qué diferente es cuando
lo ves como una posibilidad real. El cáncer de mama afecta a 1 de cada 8 mujeres o,
lo que es lo mismo, a alrededor del 12 %. Y ¿sabes cuántos nuevos casos de cáncer
de mama se diagnostican al año en todo el mundo? ¡Dos millones! Por eso, a pesar de
que la mortalidad ha descendido significativamente en los últimos años gracias al
cribado con mamografía y a los avances terapéuticos, sigue siendo la causa de muerte
por cáncer más frecuente en la mujer. Afortunadamente, la supervivencia es de más del
90 % cuando se diagnostica en estadios iniciales, de ahí la importancia del cribado con
mamografía y la autoexploración. Lo veremos más adelante.
Sexo femenino. Es 100 veces más frecuente en las mujeres que en los hombres,
aunque en los hombres también existe.
Raza. Las mujeres de raza blanca tienen más probabilidades de sufrirlo.
Edad. Ya sabemos que el riesgo de cáncer de mama aumenta con la edad. En
este sentido, 2 de cada 3 casos se darán en mujeres de más de 45-50 años, y la
incidencia es mayor en los 50-70 años.
Talla. Siempre me ha parecido curioso este dato. Las mujeres más altas tienen
más riesgo de cáncer de mama. No queda claro por qué, pero puede ser debido a
factores nutricionales de la infancia.
Peso y grasa corporal. Sí, la obesidad aumenta el riesgo de padecer cáncer de
mama, sobre todo en la posmenopausia (quizá por los niveles más altos de
estrógenos). Recuerda lo que hablamos en capítulos previos: cuanta más grasa,
más conversión periférica de estrógeno, así que más riesgo de desarrollar
trastornos dependientes de estos.
Ejercicio físico. Practicar ejercicio físico de manera regular está relacionado con
un menor riesgo de cáncer de mama.
Densidad mamaria. La densidad de una mama refleja la cantidad de tejido
glandular y fibroso que tiene respecto al tejido graso, y aquellas que tengan las
mamas densas presentan mayor riesgo de cáncer.
Patología benigna de la mama. No nos alarmemos: algunos de los trastornos
benignos más frecuentes de la mama no van a incrementar el riesgo de cáncer
por sí mismos (los fibroadenomas o los quistes, por ejemplo). Lo que pasa es que
este tipo de trastornos benignos se producen en mayor medida en mamas densas
que, como hemos visto en el punto anterior, son más susceptibles de desarrollar
un cáncer de mama.
Factores reproductivos. Así es: el número de partos que tuviste o cuándo te vino
la regla son elementos que influyen en el riesgo. De manera resumida, lo que hay
detrás de estos factores es un nivel más o menos alto de exposición a estrógenos
a lo largo de tu vida (o impregnación estrogénica). Por ello, existe mayor riesgo de
cáncer de mama en aquellas mujeres a las que les vino la primera regla pronto (lo
que llamamos menarquia temprana) y a las que se les fue tarde (menopausia
tardía). También este riesgo aumenta en las que no han tenido hijos o en las que
han tenido hijos tarde.
Factores hormonales. Acabamos de ver que el tiempo de exposición a las
hormonas sexuales es un factor de riesgo, ¿qué pasa entonces con la toma de
anticonceptivos o la terapia hormonal sustitutiva en la menopausia? Con los
anticonceptivos, el riesgo absoluto es bajo (al mismo nivel que la obesidad o el
sedentarismo) y desaparece en 2 a 5 años tras el cese. Con la terapia hormonal
sustitutiva pasa un poco lo mismo.
Alcohol. La relación entre el consumo de alcohol y el mayor riesgo de cáncer de
mama está clara, incluso en niveles bajos.
Tabaco. Múltiples estudios sugieren que existe un aumento del riesgo de cáncer
de mama en mujeres fumadoras, sobre todo si la exposición es antes del primer
embarazo.
Lactancia materna. ¿Sabías que por cada año de lactancia el riesgo de cáncer
de mama disminuye un 4 %? El efecto protector de la lactancia ha sido
demostrado por múltiples estudios.
Factores medioambientales. Ya hemos hablado de los disruptores endocrinos.
Pues bien, parece que también podrían jugar un papel (que por ahora no
conocemos del todo bien) en el desarrollo del cáncer de mama.
Exposición a radiación ionizante terapéutica. La radiación, como sabes, es
altamente carcinogénica. Ocurre algo similar en las pacientes que han sido
sometidas a radiación a nivel del tórax, como en el linfoma de Hodgkin.
Antecedentes personales de cáncer de mama. Las mujeres que han padecido
un cáncer de mama presentan unas 3 o 4 veces más riesgo de desarrollar un
segundo cáncer en la misma mama o en la contralateral.
Antecedentes familiares de cáncer de mama. Tener un mayor o menor riesgo
depende del número de familiares afectos, así como la edad de aparición de
dichos cánceres. Si tienes un familiar de primer grado (es decir, padres o
hermanos) presentas el doble de riesgo de tener un cáncer de mama en
comparación con alguien que no lo tiene. Sin embargo, no debemos olvidar que
solamente el 10-15 % de las mujeres diagnosticadas de cáncer de pecho van a
tener antecedentes familiares. Otro tema son las mutaciones genéticas
hereditarias, de las que hablaremos a continuación.
Observa. Ponte frente al espejo y observa ambos pechos. ¿Ves algún cambio en la
textura de la piel? ¿Hay bultos, arrugas o deformidades? ¿Están los pezones
invertidos y antes no lo estaban?
Palpa, tócate. Para explorar la mama derecha pondremos el brazo derecho detrás de
la nuca y, con nuestra mano izquierda (concretamente con el pulpejo de los dedos y
la mano plana), iremos tocando la mama por cuadrantes (divide la mama en cuatro
cuartos), siguiendo un patrón y efectuando movimientos circulares pequeños. No te
olvides de los laterales, la zona inferior y la superior cerca de la axila, ¡ni tampoco de
la areola y el pezón! Para explorar la mama izquierda haremos lo mismo, pero al
revés. ¿Cada cuánto? Algunas guías recomiendan realizar la autoexploración
mensualmente, aunque, si no te acuerdas, tranquila, lo importante es que lo hagas de
forma regular.
Consejo: siempre que te vayas a inspeccionar el pecho procura que no sea durante
la fase premenstrual, ya que el tejido mamario está más sensible, más terso y pueden
notarse nodularidades que son normales, pero te podrían confundir. Por eso, es mejor dejar
pasar unos días tras la regla para realizar tu autoexploración.
Hablemos de prevención
¡Estamos haciendo un verdadero curso acelerado de cáncer de mama! Y llegamos al
final con el apartado más interesante y práctico de todos: la prevención. Sí, sabemos
que hay factores que no podemos cambiar (la edad, los antecedentes, la densidad de
nuestros pechos) y que hay otros que no dependen de nosotros (esa primera mutación
celular que se convertirá en cancerosa). Sin embargo, hay algo que sí está en nuestras
manos: el estilo de vida, ¿recuerdas?
A continuación, te dejo mi lista de recomendaciones para disminuir el riesgo de
cáncer de mama:
El cáncer de cérvix
El siguiente cáncer ginecológico del que te voy a hablar es el cáncer de cérvix, del cual
ya conoces muchísimas cosas llegados a este punto del libro. En el capítulo sobre el
virus del papiloma humano vimos cómo es la historia natural de la infección del virus en
nuestro cuerpo y entendimos también cómo es el proceso por el cual puede
desarrollarse un cáncer de cuello uterino. Además, hablamos de los factores de riesgo
asociados a las lesiones precursoras y aplicables, por tanto, al cáncer de cérvix. ¡Así
que llegas con los deberes hechos!
Previamente te contaba que el cáncer de cérvix es realmente una complicación muy
poco frecuente de una infección muy prevalente en nuestro medio: la del VPH. Vamos
a ver algunos números: en España se diagnostican unos 2.000 nuevos casos de cáncer
de cuello uterino al año, con una tasa de 7,8 casos por cada 100.000 mujeres al año.
Sin embargo, se estima que el 30-40 % de la población femenina son portadoras del
VPH, con una prevalencia de hasta el 80 % en chicas jóvenes con mayor actividad
sexual. Así que el VPH es condición necesaria —pero no suficiente— para desarrollar
un cáncer de cuello uterino.
La mortalidad por este tipo de cáncer es en general baja, y debemos darles las
gracias al diagnóstico precoz y el sistema de cribado, con el cual hemos visto una
disminución en la incidencia del 75 % en los últimos 50 años.
Fuente: Asociación Española de Patología Cervical y Colposcopia (AEPCC).
Hay que tener en cuenta, además, que cuando hablamos del cáncer de cuello uterino
asociado al VPH hablamos de un tipo histológico de tumor conocido como carcinoma
escamoso. Es el más frecuente con diferencia, ¡pero no el único! Y es que existe otro
tipo de tumor maligno cervical que no está relacionado directamente con el VPH, el
llamado adenocarcinoma.
Lo más frecuente es que el cáncer de cuello uterino no se manifieste con ningún
síntoma. En estadios iniciales, solo podemos detectarlo gracias a la citología o la
biopsia, aunque podría aparecer sangrado con las relaciones o sangrado fuera del
ciclo menstrual. En casos de enfermedad avanzada, otros síntomas serían el dolor
pélvico, dificultad o molestias al orinar o incluso linfedema (hinchazón de las
piernas por acúmulo de líquido linfático que no se puede drenar por culpa de algún tipo
de obstrucción).
Ante la sospecha siempre vamos a necesitar una confirmación histológica, es decir,
una biopsia. Si se confirma, se pondrá en marcha el protocolo correspondiente con las
pruebas y tratamientos necesarios en función del estadio.
El cribado de cáncer de cuello uterino
El concepto de cribado acabamos de conocerlo en el capítulo del cáncer de mama y,
como también hemos visto, tenemos mucho que agradecerle al sistema de cribado que
llevamos utilizando durante los últimos 50 años o más: la citología cervical. No
obstante, parece que le está llegando la hora de jubilarse, ya que un nuevo tipo de
prueba está a punto de cogerle el relevo. Me estoy refiriendo a la detección del virus
del papiloma humano. Se ha demostrado que la prueba de detección de VPH es más
sensible (aunque menos específica) que la citología para detectar lesiones premalignas
y presenta un mejor rendimiento para la prevención del cáncer de cuello de útero
(CCU), especialmente en mujeres de más de 35 años, lo que relegaría la citología al
rango etario de entre 25 a 30-35 años.
Esto significa que los nuevos programas de cribado se basarán en detectar a
aquellas mujeres positivas para VPH en vez de aquellas que tengan —o no— lesión
cervical (como hacíamos hasta ahora). ¿Y qué será de la citología? Seguiremos
realizándolas, pero como prueba de triaje en aquellas mujeres con el VPH positivo. A
partir de aquí, se decidirá si es necesario o no hacer una colposcopia según el
resultado de la prueba y en función del riesgo de cada paciente. Porque sí, esta es otra
novedad: vamos a ir individualizando el riesgo cada vez más, lo cual significa que, en
vez de guiarnos solamente por el resultado de una citología, tendremos en cuenta otros
factores (los resultados previos, si el VPH es positivo o no y el tipo de VPH) que
clasificarán a las pacientes en función del riesgo. Es decir, en vez de seguir la premisa
de «mismo resultado = mismo manejo» se convertirá en «mismo riesgo = mismo
manejo».
Piensa, por ejemplo, que dos personas pueden tener una citología con LSIL pero
riesgos muy distintos (quizá una de ellas lleve dos años con esta lesión y la otra no,
una tiene un VPH de alto riesgo y la otra de bajo riesgo, o quizá una tenga el
antecedente de una conización previa mientras que la otra no). Esta nueva estrategia
de cribado está apoyada por sociedades nacionales y europeas, así como también
recomendada por la OMS. Lo único que necesitamos para implantarla de forma
definitiva es… ponernos manos a la obra, así de simple.
Hay dos ideas que «incendian» con comentarios las redes sociales cuando publico
contenido sobre el tema:
Hay algo que tenemos ya muy claro: la implicación del virus del papiloma humano en
el desarrollo del cáncer de cérvix. Y sabemos, por tanto, que la prevención de este tipo
de cáncer engloba, fundamentalmente, evitar todos aquellos factores de riesgo
asociados a la infección por el VPH. Cuando digo evitar me refiero a «evitar en la
medida de lo posible», pues muchas veces las infecciones aparecen en el momento y
el contexto más inesperados y fuera de nuestro control. Te aconsejo que vuelvas unas
páginas atrás para repasar sobre alimentación y VPH en su capítulo correspondiente,
donde también podrás releer los cofactores que se asocian a este cáncer.
El cáncer de endometrio
El cáncer de ovario
Una de las cosas que más nos asustan cuando nos hacen la ecografía es que nos vean
«algo» en los ovarios. Las masas ováricas no son infrecuentes, y aunque la mayoría
son benignas, hasta un 10 % de ellas pueden ser tumores malignos, lo que ocurre más
frecuentemente en la menopausia. Ojo, que estoy hablando de masas y no de quistes
funcionales, que como vimos en su capítulo correspondiente son algo fisiológico que
forma parte del ciclo menstrual normal.
La incidencia del cáncer de ovario en Europa en 2020 fue de media de 16 casos por
cada 100.000 habitantes (si lo comparamos con el de mama, que fueron alrededor de
132, nos puede parecer muy poco). Sin embargo, ¿imaginas en qué puesto se sitúa el
cáncer de ovario en términos de mortalidad? En la primera causa de muerte por cáncer
ginecológico y la quinta tras el de mama, pulmón, cáncer colorrectal y de páncreas en
mujeres en Europa.
La mortalidad de este tipo de cáncer es elevada porque hasta en 3 de cada 4
pacientes se diagnostica en estadios avanzados de la enfermedad. ¿Y por qué
sucede esto? En parte se debe a que los síntomas son muy inespecíficos, leves o
pueden simular otras alteraciones más frecuentes y benignas, como problemas
gastrointestinales. Y también porque, debido a esto, no hemos encontrado todavía la
forma de implantar un programa de cribado exitoso que nos permita diagnosticarlo en
fases precoces y mejorar así su supervivencia, como hacemos con el de mama o el de
cérvix.
El cáncer de ovario suele aparecer alrededor de los 60-65 años y puede causar dolor
pélvico o de barriga, distensión abdominal, sensación de hinchazón o gases, pérdida de
peso, sensación de plenitud al comer… Como ves, son síntomas todos ellos muy poco
específicos y fácilmente atribuibles a otros problemas digestivos. Por este motivo al
cáncer ovárico se lo ha conocido históricamente como el asesino silencioso. Existen
algunos factores de riesgo asociados al desarrollo de este cáncer, entre los cuales
encontramos también alteraciones genéticas. Otros factores de riesgo que pueden
estar implicados son el tabaco o la obesidad.
La pregunta del millón: ¿cómo podemos diagnosticar el cáncer de ovario? En las
masas ováricas la sospecha se activa cuando vemos por ecografía ciertas
características que se asocian con malignidad. Algunos marcadores tumorales por
análisis de sangre u otras pruebas de imagen como el TAC pueden apoyar este
diagnóstico de sospecha; sin embargo, el diagnóstico definitivo lo haremos una vez
extirpado y analizado el tumor en el laboratorio.
En este capítulo hemos hecho un buen resumen de los principales cuatro cánceres
ginecológicos, hemos visto cómo sospecharlos desde el punto de vista clínico, hemos
repasado los programas de cribado que existen (y los que faltan) y, por último, pero no
menos importante, hemos revisado aquellas medidas de prevención para ayudarnos a
disminuir el riesgo de sufrir alguna de estas enfermedades, aunque solo sea un
poquito. ¡Espero que hayas tomado nota!
21
¡A cuidar tu suelo pélvico se ha dicho!
—Tengo incontinencia de orina, pero no puede ser, ¡tuve un parto por cesárea!
Vamos a repasar algunos de los factores de riesgo que pueden debilitar nuestro suelo
pélvico. El principal y que todas (o muchas) tememos es el parto, pero la realidad es
que ya hay estudios que demuestran que el parto por sí solo no es el único factor
que influye en el debilitamiento del suelo pélvico, sino que el propio peso del
embarazo también representa un factor clave.
Sin embargo, los tejidos de nuestro cuerpo envejecen —nos guste o no— y con el
tiempo es normal que esa malla, esa hamaca, se distienda y pierda la fuerza que tenía
antes. Hay gente que puede tener también cierta predisposición genética a sufrir un
mayor riesgo de alteraciones en el suelo pélvico y no podemos tampoco olvidarnos del
papel que juega el estreñimiento, la obesidad, las cirugías pélvicas o los
entrenamientos de fuerza/abdominales realizados incorrectamente.
La manera más rápida de saberlo es: ¿se te escapa el pipí al toser, reír o estornudar?
¿Y al coger mucho peso o hacer un esfuerzo grande? ¿Se te escapan la caca o los
gases habitualmente? ¿Has notado un bulto en tu vagina? Si la respuesta a alguna de
estas preguntas es sí, entonces tu suelo pélvico necesita atención urgentemente o, por
lo menos, deberías acudir a un profesional para una evaluación. Si tu respuesta es no,
tampoco te relajes mucho, porque es probable que puedas beneficiarte de trabajarlo.
No hay mucha evidencia al respecto, pero es de sentido común pensar que, aunque
seamos jóvenes y ahora no padezcamos estos problemas, entrenar nuestro suelo
pélvico de forma preventiva puede ser útil en un futuro. De hecho, se estima que en
España el 24 % de las mujeres presentan incontinencia urinaria, llegando al 40-
50 % a partir de los 65 años. Y no sé tú, pero yo no quiero ser incontinente con 60, ni
con 50.
¿Cómo valoramos el suelo pélvico en consulta? En la exploración física y
ginecológica se puede revisar si existe o no prolapso genital y también el tono de la
musculatura mediante un test sencillo (aunque también un poco subjetivo). Consiste en
colocar dos dedos en la entrada de la vagina y pedir a la paciente que contraiga la
musculatura (como si quisiera aguantar la orina), de esta forma se puede palpar la
fuerza de la contracción.
Los famosos ejercicios de Kegel
Apuesto a que ya habías oído hablar de los ejercicios de Kegel. Pero ¿sabes
exactamente lo que son? Los ejercicios de Kegel son ejercicios que realizamos con la
musculatura del suelo pélvico mediante contracciones voluntarias, con el objetivo de
controlarla, fortalecerla y permitir su función normal. No obstante, con ellos únicamente
conseguimos trabajar una parte de la musculatura, ya que solo podemos contraer
voluntariamente menos de la mitad de los músculos del suelo pélvico. Esto significa
que el entrenamiento de esta área requiere un abordaje integral donde se trabaje
asimismo la respiración, la higiene postural y otros grupos musculares (como los
glúteos o el abdomen).
Por si te lo preguntabas, se llaman así porque fue el ginecólogo estadounidense
Arnold Kegel quien, en los años cuarenta, rescató estos músculos del olvido y se
dio cuenta de que trabajándolos se conseguía mejorar los síntomas de las
mujeres con incontinencia urinaria de esfuerzo. Bravo, Arnold. De hecho, entrenar
el suelo pélvico no solamente sirve como prevención de la incontinencia de esfuerzo y
los prolapsos, sino que también es parte fundamental del tratamiento de otros
problemas más leves.
Algo importante a tener en cuenta sobre el entrenamiento de Kegel es que no es
para todas las mujeres. Como hemos visto en el capítulo sobre sexualidad, el
vaginismo es una condición en la que se contrae de manera involuntaria la musculatura
pélvica, ocasionando dolor y dificultad en la penetración.
En estas pacientes, de forma lógica, los ejercicios de Kegel no están recomendados
de entrada, o al menos no sin antes haber tratado el problema de vaginismo, que no
solamente requiere de fisioterapia, sino también de asesoramiento psicológico con una
sexóloga. Para el resto de las mujeres no existen contraindicaciones especiales. De
hecho, si algo positivo tienen los Kegel es que puedes realizarlos donde quieras y
cuando quieras, no necesitas ninguna preparación previa ni ningún aparato específico,
no importa la edad que tengas ni tampoco tu nivel de forma física. ¡Los Kegel no
discriminan!
Estos ejercicios no van a ayudarte si los haces de manera puntual algunos días. Al
principio, sobre todo, es necesario un entrenamiento regular y consistente para
notar mejoría, una mejoría que además va a ser progresiva. Como les digo a mis
pacientes: uno no puede esperar ponerse en forma por ir dos días al gimnasio. Lo
mismo ocurre cuando entrenamos la musculatura de ahí abajo: necesitamos práctica,
constancia y un abordaje integral.
Si bien es cierto que puedes realizar los ejercicios por tu cuenta, es también
aconsejable contar con una valoración previa por un profesional con experiencia en
este campo, especialmente cuando existan problemas de incontinencia, prolapso o si
no ves mejoría en un tiempo. En caso de presentar alguna patología, es con el
seguimiento y la supervisión de un profesional cuando se obtienen los mejores
resultados.
Como quiero que este libro sea tu santo grial de salud ginecológica, no puedo no añadir
un apartado con las instrucciones para realizar el entrenamiento de Kegel desde casa.
Recuerda, requiere práctica y, a veces, también alguna sesión previa con un
fisioterapeuta especialista en suelo pélvico, así que ¡no dudes en consultarlos si no
lo ves claro!
Fase 2 o ejercitación
Obviamente existen muchos ejercicios para trabajar el suelo pélvico, pero yo aquí te
voy a explicar dos, los dos más básicos y esenciales.
La primera vez que me planteé realmente por qué en general la sociedad tiende a
maltratar los genitales fue cuando una paciente me explicó que se ponía bicarbonato
para mantenerla «limpia». Más tarde, a través de redes sociales, fui descubriendo que
se comercializaban productos mucho peores. Si además era gente famosa quien los
publicitaba, el éxito estaba asegurado para su bolsillo; para tus genitales no, desde
luego.
Para aclarar el tema del bicarbonato: tu vagina no necesita bicarbonato; que
sepamos, no tiene gastritis. Por mucho que lo leas en internet (que a estas alturas
sabes que el hecho de que algo esté publicado en la red no es sinónimo de que sea
información veraz), los riesgos pueden superar los supuestos beneficios. Y suelen
hacerlo. Si hay algo con lo que espero que te quedes al acabar este capítulo (bueno,
espero que aprendas muchas cosas, pero esta es importante) es lo siguiente: tu
vagina está bien como está, que no te vendan que necesitas x para estar «limpia»,
para que «no huela», para que parezca «joven» o para que le «guste más» a tu pareja.
Si te aparece una candidiasis o vaginitis, a estas alturas ya sabemos qué
tenemos que hacer: primero, tratar la infección; segundo, evitar hábitos poco
saludables para tu vagina y, tercero, reforzar tu microbiota. Ni ponerse
bicarbonato, ni hacerse duchas vaginales ni frotarse con toallitas como si no hubiera un
mañana. ¡Tenemos que cuidar más nuestra vulva y nuestra vagina, hacen mucho por
nosotras!
El bicarbonato es una mera anécdota, porque la realidad es que he visto cosas aún
peores: barritas de talco para rejuvenecer la vagina (pésima idea: el talco puede estar
contaminado con asbesto, que es un agente cancerígeno), supositorios de hierbas para
«purgar tu vagina de bacterias, sangre vieja, mala energía y trauma» (no hace falta
decir más), cremas para aclarar el color de la vulva (despigmentando la piel, mala
idea), pastillas de purpurina para la vagina (aparte de ser tóxico, no necesitamos brillar
ahí), vapores vaginales (con el consecuente riesgo de quemaduras) y un largo etcétera.
Si ves algo así, no camines, ¡corre!
Por otro lado, me llama la atención que cuando sí es necesario ponerse algún
producto en los genitales, algunas mujeres no lo ven como algo tan importante.
Hablo especialmente de la menopausia, momento en el que la mucosa vaginal se
adelgaza, tenemos menos flujo y una mayor sequedad y molestias. Como vimos en
capítulos anteriores, también cambia nuestra flora vaginal, se vuelve más propensa a
las infecciones. Hay mujeres que lo asumen como normal y que, si bien sí se afanan en
lavarse la vagina, no ven con los mismos buenos ojos ponerse una crema para hidratar
la vulva.
Por tanto, en este capítulo vamos a ver qué debemos y qué no debemos hacer para
cuidar nuestra vulva y nuestra vagina. Empezaremos por el famoso debate de si
lavarnos o no e intentaré arrojar un poco de luz entre tanto mensaje contradictorio que
vemos por las redes. Veremos por qué la vulva sí puede lavarse y por qué la vagina no.
Luego hablaremos de la moda de la depilación y, tras esto, de la hidratación: tipos de
hidratantes, cómo usarlos y qué evitar. Por último, te mostraré algunos consejos y
medidas generales para cuidar los genitales. ¿Empezamos?
Este es uno de esos temas en los que parece que nadie se pone de acuerdo, ¿verdad?
Un día vemos una publicación en Instagram que asegura: «Tienes que lavarte tu zona
íntima»; al día siguiente, otra que dice: «¡No te laves los genitales!». ¿A quién hacer
caso? Para esto —y para todo en general— te recomiendo que apliques el sentido
crítico (y el común también) y valores los siguientes puntos clave:
Si alguna de las respuestas es sí, como mínimo me plantearía que puede que la
información esté sesgada por interés económico. En este apartado voy a mostrarte,
desde mi experiencia como ginecóloga y la evidencia médica, lo que debes conocer
sobre este tema tan controvertido.
La vulva
Esta es la parte que sí podemos limpiar y, no obstante, necesita muy poquita
limpieza. Que esto nos choque o no dependerá de factores culturales, experiencias
previas o de lo que tu entorno te haya enseñado al respecto. Muchas veces esta idea
de que la vulva es «sucia» y por tanto debe lavarse la llevamos incorporada de serie en
nuestro inconsciente. Pero ahora ya sabemos que no es así.
Me sorprendió leer un estudio canadiense de 2018 que afirmaba que el 95 % de las
mujeres encuestadas usaban algún tipo de producto en su área genital. ¡Eso son
prácticamente todas! Con esto no quiero decir que no pueda llegar ni una gota de agua
a la zona genital. Me explico: para los restos de sudor u orina, por ejemplo, puedes
lavarte por el pubis, las ingles, los labios mayores o la zona perianal, intentando
evitar siempre la entrada de la vagina y la parte interna de los labios menores, ya
que son zonas mucho más sensibles al tratarse de mucosas.
Sobre el eterno dilema de si solo con agua o con gel íntimo, te diré que, si soy
honesta, con agua es más que suficiente. Para las que no acabáis de estar
convencidas, podéis usar algún gel limpiador específico para la zona, que, a diferencia
de los jabones, no van a eliminar los aceites naturales de la piel y respetarán así su
manto hidrolipídico. La verdad es que no es imprescindible usar un gel específico, pero
si lo prefieres, escoge uno que no tenga perfumes, parabenos no autorizados,
colorantes, clorhexidina o irritantes como el metilisotiazolinona (aunque a priori en
Europa ya no se usa).
La vagina
Esta es la parte que no debes limpiar, y te cuento por qué: la vagina es
autosuficiente, tiene su propio ecosistema y la capacidad de autorregularse sin tu
ayuda. ¡Así de inteligente es! Por lo que mejor olvidemos las duchas vaginales, las
toallitas íntimas, los espráis, los supositorios vaginales y demás inventos extraños que
circulan por ahí.
Piensa que en la vagina viven felices los habitantes de nuestra microbiota, con sus
Lactobacillus como policías controlando que nadie se pase de la raya. Una ducha
vaginal para ellos sería como un tsunami que de repente arrasa con todo. A mí me da
pena solo de pensarlo.
Para acabar de convencerte, hay evidencia que asocia este tipo de prácticas con un
posible aumento de riesgo de padecer vaginosis bacteriana, candidiasis vaginal e
infecciones de transmisión sexual (¡incluyendo el VIH!).
Todo lo que has aprendido sobre cuidado de la vulva y la vagina no servirá de nada si
no dejas a un lado aquellos hábitos que pueden estar perjudicándola y que,
inconscientemente y por costumbre, acabamos haciendo. Nos limpiamos, nos
depilamos…, todo con la intención de evitar infecciones y, sin embargo, ¡conseguimos
todo lo contrario! Así que toma nota de las siguientes propuestas que te presento para
mejorar los síntomas y prevenir problemas.
Como ya hemos dicho: la vagina (por dentro) NO hay que lavarla (ni con agua),
así que olvídate de duchas vaginales, jabones y demás productos que solo
consiguen destruir nuestra querida microbiota.
La vulva: es suficiente con lavarla con agua una vez al día, sin esponja ni
manoplas, solo con la punta de los dedos, separando los labios y evitando la
entrada de la vagina.
Di no a las toallitas, aerosoles y los polvos en la vulva.
Evita usar productos con benzocaína u otros irritantes como los que hemos ido
mencionando en este capítulo (aunque a la vecina del tercero le haya cambiado la
vida).
Evita usar diariamente salvaslips; si lo necesitas, es mejor que optes por los
reutilizables de algodón.
Cuando tengas la regla intenta, en la medida de lo posible, no ponerte
tampones súper. Y no lleves tampones o la copa menstrual más de ocho horas.
Si tienes tendencia a las infecciones vaginales, la copa puede ayudarte a no dañar
la microbiota.
Si con la regla, el uso de compresa te irrita la zona, apuesta por las de tela o las
braguitas menstruales.
¡Come fibra e hidrátate! La fibra es un prebiótico que nos ayuda a mejorar
nuestra microbiota intestinal e indirectamente la vaginal, evitando el estreñimiento
y mejorando problemas secundarios como la aparición de prolapso genital.
Utiliza lubricante en las relaciones, no solamente al inicio, sino también durante.
¡El lubricante es tu amigo!
En las mujeres menopáusicas, o en aquellas con piel seca o incontinencia, es
recomendable hidratar semanalmente la vulva y la vagina.
Si pica, ¡no te rasques! Puede estimular todavía más las terminaciones
nerviosas de la piel y empeorar el problema. Recuerda: hay que salir del bucle
picor-rascado.
No uses el secador de pelo para la zona anogenital. El secador es para el pelo
de la cabeza, no para el de la vulva.
No te seques la vulva frotándola con la toalla, es suficiente con pequeños
toques o con un pañuelo.
23
Cómo prevenir las infecciones de transmisión
sexual
Vamos a repasar algunas de las ideas más importantes que tienes que tener en cuenta
para protegerte de las ITS:
1. Utiliza el preservativo, ya sabes que es el único método que nos protege de las
ITS. Algunas consideraciones a la hora de utilizarlo: nunca se debe poner antes
de las relaciones, abre la envoltura por uno de los bordes para evitar que se
rompa, asegúrate de que no se ha roto tras su uso, comprueba la caducidad, no
los lleves en la cartera, ya que con el calor se pueden dañar, usa lubricantes de
base acuosa y evita los aceites.
2. Vacúnate. Existen tres vacunas disponibles: la de la hepatitis B, la de la hepatitis
A y la del VPH.
3. Hazte revisiones: si crees que puedes tener una ITS, acude a tu médico para
hacerte un despistaje.
4. ¡Habla con tu pareja sobre las ITS! Cuanto más nos comuniquemos y le
perdamos el miedo —y la vergüenza— mejor.
Algunas pacientes se extrañan cuando les explico que pueden adquirir ITS a través del
sexo oral y que, para evitarlo, es recomendable el uso de preservativo o dique bucal.
Cuando oyen las palabras dique bucal su cara de asombro se exagera. ¿Qué es eso?
Probablemente tú también te lo estés preguntando ahora mismo e imaginándote las
cosas más raras. Piensa que la clamidia, la gonorrea, el herpes, la sífilis, el VIH o el VPH
se pueden contagiar no solamente por la práctica vaginal, sino también por la oral o la
anal. Además, se han descrito factores que pueden empeorar el riesgo, como una higiene
dental defectuosa o presentar aftas bucales; también, el riesgo será mayor si, además del
contacto con la piel o la mucosa, nos exponemos al semen o el líquido preseminal de una
persona infectada. ¿Y qué hacemos para prevenirlo? Volvamos a lo del dique.
El uso del preservativo en el caso de la felación ya nos lo conocemos, ¿pero lo del dique
bucal? El dique bucal, barrera bucal o dental dam para los modernos, es una película de
látex o poliuretano que se usa entre la vagina y la boca (o la boca y el ano) para protegerte
de las ITS. Se pueden conseguir en algunas farmacias, online o, si te pilla el toro y no
tienes ninguno a mano, también puedes fabricártelo tú misma cortando un preservativo.
24
Ha llegado el momento de ir al gine: la revisión
ginecológica
Un día en consulta estaba con una paciente que me acababa de confesar lo mucho que
le había costado pedir hora para acudir a la revisión (hacía seis años de su última
citología) por el miedo que le daba venir al ginecólogo. Yo bromeé diciéndole que a mí
me daba mucho más miedo ir al dentista (y eso que mis peregrinaciones al dentista
fueron muchas en mi infancia al tener que llevar hierros). Mientras yo iba haciendo la
revisión, empezamos una animada charla sobre los dentistas y los ginecólogos y cómo
frecuentemente nos comparaban.
Aquello me llevó a lanzar una encuesta a mis seguidores de redes sociales en
Instagram con la pregunta: «Tú qué llevas peor: ¿ir al dentista o al ginecólogo?». El
59 % votaron dentista y el 41, gine. También recibí varios mensajes de chicas que me
comentaban que lo que realmente les daba más respeto eran los posibles diagnósticos
que te podías encontrar cuando ibas al ginecólogo. Y, desde luego, esto es más que
comprensible. Seguro que si estás leyendo estas líneas, ya habrás ido alguna que otra
vez al gine, pero como creo firmemente que toda información es poder, déjame que en
este capítulo te cuente qué solemos hacer en una visita.
¿Has tenido hijos? ¿Cómo fueron los embarazos y los partos? ¿Has tenido algún
aborto?
¿Cuándo te vino tu última regla? (Esta es un clásico.)
¿Cada cuánto te vienen las reglas? ¿Cuántos días te duran?
¿Percibes tus reglas como dolorosas o abundantes?
¿A qué edad te vino la primera regla? Y, en caso de menopausia, ¿a qué edad te
vino la última regla? ¿Has sangrado después?
¿Has tenido relaciones sexuales alguna vez? ¿Tienes actualmente? ¿Qué método
anticonceptivo utilizas y, si no utilizas ninguno, por qué motivo?
¿Cuándo te hiciste la última citología?
¿Has mantenido relaciones de riesgo de ITS en los últimos meses? (Dependiendo
de la respuesta, desarrollaremos más o menos el tema.)
Estos solo son algunos ejemplos de las preguntas más típicas de consulta, aunque
en función de por qué vengas y de lo que nos cuentes, iremos guiando la entrevista
clínica por uno u otro sendero. Lo importante es que respondas con franqueza: piensa
que todo lo que digas es confidencial y lo único que nos importa es tener toda la
información necesaria para poder hacer el diagnóstico correcto. No somos cotillas ni
vamos a juzgarte. La consulta del gine es como Las Vegas. ¡Lo que pasa en la consulta
se queda en la consulta! La confidencialidad médico-paciente es un tema muy serio
para nosotros y existe además lo que se conoce como «secreto profesional», un deber
médico incluido en nuestro juramento hipocrático por el cual debemos asegurar la
privacidad de la información que el paciente nos brinda. Existen sanciones por
incumplimiento, así que no es ninguna broma. Nos lo tomamos muy en serio.
«Perdona, no me he podido depilar», «¡No vengo preparada para que me explores hoy, qué
vergüenza!», «No me he podido lavar, que vengo del trabajo, lo siento», «Pero es que
estoy con la regla». Estos comentarios los escucho día tras día en mi consulta, y ¿sabes qué
es lo peor? Que yo también los he hecho. Creo que es oportuno dejar claro que a la
mayoría de los gines hay ciertas cosas que nos importan un bledo y a las que estamos
más que acostumbrados (aunque esta vez voy a hablar por mí):
1. Que estés o no depilada. Como dice una de mis compañeras: «Pues aquí hoy no te
vamos a depilar». Honestamente, que te hayas depilado —o no— no va a limitar mi
trabajo. Además, solo faltaría que una persona tuviera que estar depilada para ir al
ginecólogo.
2. Que tengas la regla. ¡Somos ginecólogos, la regla es lo nuestro! Solo debes saber
que si tienes la regla hay tres cosas que no podremos hacer: la citología, cultivos
vaginales y la colposcopia. Para todo lo demás, no es un impedimento.
3. Tu número de parejas sexuales, tus preferencias, tu orientación sexual, si has sido
infiel a tu pareja… No estamos aquí para juzgar, sino para ayudarte.
4. Si has tenido abortos voluntarios o si no quieres tener hijos: el aborto forma
parte de los antecedentes médicos y es información relevante, y de nuevo, no te
vamos a juzgar por lo que decidas hacer con tu vida.
5. Si no te has podido duchar antes de venir o si llevas las uñas de los pies pintadas
o no. La higiene es importante, eso está claro, pero no necesitas sacarles lustre a tus
genitales para ir al ginecólogo y mucho menos hacerte la pedicura.
6. Bonus: agradezco que pienses en traer lencería bonita a la consulta, pero siento
decirte que no la voy a mirar.
Y ahora es cuando toca pasar a la temida camilla ginecológica, incómoda donde las
haya.
Yo también tengo que pasar por ahí, como todas, y reconozco que, más allá de lo
rara que se siente una sentada de esa forma, es difícil que no te invada cierta
vulnerabilidad. Sin embargo, un pequeño truco: intenta apoyar bien la espalda y
deslizarte hacia abajo, dejar caer el culo y las piernas muertas. Pensarás: «Esto es más
fácil decirlo que hacerlo». Y tienes toda la razón, y quizá no salga a la primera, pero
puede ayudarte.
Lo primero que hacemos es una inspección de los genitales externos en busca de
lesiones, verrugas, sequedad, distribución del vello o cualquier otra anomalía en la
zona. A continuación, exploraremos la vagina y el cérvix. Si el símbolo médico por
excelencia es el fonendo, ya te digo que los ginecólogos nos identificamos más con el
espéculo. El espéculo es el separador de plástico (habitualmente, aunque también los
hay de metal y estos se esterilizan y se reutilizan) o, como una vez una paciente lo
llamó: «El pato ese». Seguro que sabes de lo que hablo: posiblemente el instrumento
más odiado (o menos adorado) por las mujeres.
El espéculo nos permite ver gracias a sus dos valvas, que separan las paredes
de la vagina. De esta forma podemos valorar el flujo vaginal, posibles lesiones de la
vagina, tomar muestras para cultivos, hacer la citología, quitar pólipos cervicales, hacer
colposcopias y biopsias de vagina o cérvix, entre otras. Sencillo y funcional.
Normalmente ponemos un poco de gel, que actúa como lubricante, para que la
introducción sea más sencilla y menos molesta, y lo suyo es ir entrándolo con
delicadeza y abrirlo poquito a poco. Igual hay algo que no sabes: existen diferentes
tamaños de espéculo. Habitualmente usamos tres tipos: el pequeño (mal llamado
«virginal», de 16 mm de ancho), el normal (de 24 mm) y el grande (de 30 mm). Por lo
general empleamos el mediano, pero si hubiese dolor, sequedad vaginal o prolapsos
genitales, optaremos por alguno de los otros dos.
Algunas veces realizaremos un tacto vaginal. Mi sensación personal es que cada vez
se utiliza menos, posiblemente porque resulta algo incómodo para las pacientes y en
una revisión normal y corriente puede no aportarnos más información si la ecografía
está bien. No obstante, sí es recomendable en caso de masas pélvicas, dolor pélvico o
dolor con las reglas o relaciones, ya que en ese caso nos puede ayudar a orientar el
diagnóstico.
A pesar de que la mayoría de los términos médicos provienen del griego, la palabra
espéculo tiene su origen en el latín speculum (‘espejo’, ‘reflector’) y specere (‘mirar’).
Tiene sentido, ¿no? De hecho, si algo los caracteriza es que te permiten mirar. ¿Sabías que
se trata de uno de los instrumentos más antiguos que existen en medicina? Ya entre las
ruinas de Pompeya se encontraron espéculos ginecológicos y en los textos de Hipócrates y
Galeno también se hacía alusión a ellos. Sin embargo, entonces eran algo enrevesados y
difíciles de utilizar. El espéculo se reinventó en el siglo XIX, con forma de tubo o cono y
posteriormente en formato bivalvo, parecido al que usamos en la actualidad. La verdad es
que existen muchos tipos de espéculos distintos, todos desarrollados durante este mismo
siglo, y cada cual más curioso que el anterior, aunque su uso estaba poco extendido en la
comunidad médica, pues se prefería el diagnóstico por palpación abdominal. No fue hasta
los 80-90 que se introdujeron los espéculos estériles y desechables de plástico que usamos
hoy en día.
¿Sabías que hay algunas consideraciones para antes de hacer una citología? Toma nota:
Evita las relaciones sexuales las 24-48 horas previas: por un lado, el semen puede
alterar la flora vaginal y, a pesar de usar preservativo, el cérvix podría inflamarse y
dificultar también la lectura de la citología.
No acudas con la regla, tampoco los últimos días cuando el flujo es escaso: es mejor
que no sangres, ya que se puede alterar la interpretación de la citología.
Evita las cremas vaginales, los espermicidas, lubricantes, óvulos… al menos los 2-3
días previos.
¡No te laves la vagina ni siquiera con agua! La vagina no necesita lavarse. Si lo
hacemos, corremos el riesgo de llevarnos parte de las células epiteliales.
Estamos aproximándonos al final del libro, y estoy más que convencida de que a estas
alturas has recopilado suficiente información para saber qué es lo normal y qué no en
cuanto a salud ginecológica se trata y confío en que sabrás tomar buenas decisiones.
No existe una fórmula para saber cuándo hay que acudir al médico, y este es uno de
los grandes retos que tenemos como pacientes: ¿cómo sé si esto que siento entra
dentro de lo normal o no? Y si no lo es, ¿cómo sé si es urgente o puede esperar? Y a
pesar de toda la información que tenemos, unas veces acudimos por cualquier tontería
y otras veces esperamos más de la cuenta y llegamos demasiado tarde. El sentido
común nos dicta que, ante cualquier duda que tengas, cualquier cambio, lo
recomendable es acudir al médico para asegurarnos de que no es nada.
Muchas madres que acuden a mi consulta aprovechan para preguntarme si sus hijas deben
ir ya o todavía se pueden salvar de la visita incómoda del gine. Siempre les respondo lo
mismo: que no hay una edad concreta para ir al ginecólogo por primera vez y que va a
depender de si existe algún problema específico o no.
Normalmente las revisiones se inician con las primeras relaciones sexuales, ya que será
importante hablar de ITS, hacer pruebas de cribado de estas infecciones y resolver posibles
dudas. Sin embargo, a veces es aconsejable acudir ya en la adolescencia, haya habido
relaciones o no: yo creo que la información es poderosa y, cuanto antes conozcamos
acerca de nuestra salud ginecológica, mucho mejor.
Acudir antes se presenta como una oportunidad para abordar temas de prevención,
revisar posibles alteraciones ginecológicas y resolver algunos de los muchos interrogantes
que se plantean a estas edades, ya sea en relación con la sexualidad, los métodos
anticonceptivos o problemas con la regla.
PARA TERMINAR
Si has llegado hasta aquí, solo puedo darte la enhorabuena. Para mí no ha sido nada
fácil resumir todos los conceptos que hemos tratado, pero estoy segura de que para ti
ha supuesto también todo un reto.
Por eso me siento orgullosa de ti, lectora, por atreverte a entrar en el emocionante
mundo de la ginecología, haber superado el miedo al desconocimiento y haberte
esforzado en entender este idioma de «medicino profundo» que tan indescifrable
resulta a veces. Y sobre todo porque creo que juntas hemos contribuido a algo muy
importante: intentar crear un futuro mejor, sin tabúes, en el que no nos avergoncemos
de hablar de vulvas y vaginas, en el que abracemos nuestra sexualidad desde el
conocimiento de cómo funciona nuestro cuerpo y no desde la ignorancia y en el que
tengamos un papel activo en la prevención de las enfermedades.
No olvidemos que la prevención es la piedra angular en la promoción de la salud. Ya
lo decía Hipócrates: «La mejor medicina de todas es enseñarle a la gente cómo no
necesitarla». Y aunque nuestro amigo no acertara mucho con su teoría sobre la
menstruación, sí estoy de acuerdo con él en esto.
Precisamente eso es lo que he intentado hacer en el ambicioso proyecto que ha sido
este libro: que aprendas a cuidar de tu salud ginecológica, conocer lo que es normal y
lo que no, que sepas consultar a tiempo al médico y que apliques todos esos consejos
para prevenir las enfermedades.
Es algo pretencioso por mi parte, lo sé, pero si has aprendido al menos que no debes
lavarte la vagina, que es bueno autoexplorarse de vez en cuando y te acuerdas de usar
el preservativo, yo ya me doy por satisfecha.
BIBLIOGRAFÍA
Quiero empezar agradeciéndote a ti, querida lectora, que estás leyendo estas líneas y
has llegado hasta el final del libro. Gracias de corazón por haberme dejado
acompañarte en este intenso pero apasionante viaje de autoconocimiento. Sé que ha
sido un tramo larguito, pero estoy segura de que con todo lo aprendido serás capaz de
tomar las riendas de tu salud ginecológica.
Gracias a mis padres. Por todo: por estar siempre ahí, por esa fe incondicional en mí,
por ser el push que me ayuda a dar ese pasito adelante. Gracias, mamá, por ser un
ejemplo de fuerza y voluntad. Gracias, papá, por tus valiosos y —siempre sabios—
consejos.
Gracias a ti, T., por ser la luz que ilumina mi camino y la brújula que lo guía. No tengo
palabras para expresar lo agradecida que me siento de tenerte en mi vida.
Gracias a mis amigas/os y consejeras/os, que ya sabéis quiénes sois. Por
escucharme, por las risas, las lágrimas, las largas conversaciones intentando cambiar
el mundo y por inspirarme cada día para convertirme en mi mejor versión.
Gracias a todo el equipo editorial de Planeta, liderado por Ángeles Aguilera, y en
especial a Sara Esturillo, mi editora. Gracias, Sara, por ese voto de confianza; gracias,
equipo, por haber cumplido uno de mis sueños.
Gracias a mis pacientes, por vuestro cariño y confianza. Gracias a todas las
seguidoras/es de mi comunidad: por apoyarme, valorar mi trabajo y retarme a seguir
aprendiendo. Quiero agradecer también a mi familia virtual: sois muchos para
nombraros aquí, pero gracias por vuestros consejos, vuestro apoyo y por ser fuente de
inspiración para mí.
A todas las personas con las que me he cruzado a lo largo de mis años formativos y
mi carrera profesional: porque todo lo que he aprendido, para bien o para mal, me ha
llevado a donde estoy ahora.
NOTAS