Metodología en Contexto de Oto

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Metodologías

en contexto
Intervenciones
en perspectiva feminista/
poscolonial/ latinoamericana

Mariana Alvarado y Alejandro De Oto (Editores)

Alejandro De Oto | Mariana Alvarado | Karina Bidaseca


Claudia Anzorena | Paula Ripamonti | Valeria Fernández Hasan
Natalia Fischetti | Pablo Chiavazza
Alejandro De Oto

Notas metodológicas
en contextos poscoloniales
de investigación

Contextos y problemas
El presente capítulo está enfocado en dimensiones de mi trabajo de
investigación en contextos poscoloniales de reflexión y pretendo con
él desagregar algunos planos implicados en ese escenario. Cuando
hago mención de contextos poscoloniales de investigación me refiero
concretamente a trabajos realizados en el dominio discursivo de las
teorías y discursos poscoloniales. Las genealogías poscoloniales han
tenido un impulso sostenido en la investigación social y en las huma-
nidades desde los tempranos años ochenta y con mayor intensidad
desde la década de los años noventa del siglo pasado hasta el presente.
No es este el espacio para realizar una historia de estos despliegues
pero en términos generales se podría decir que hay dos grandes movi-
mientos vinculados. Por un lado, lo que genéricamente se llama crítica
poscolonial (aunque admite otras denominaciones) que emergió en el
contexto de estudios el “discurso colonial”. Esa línea se puede trazar
desde los trabajos seminales de Edward Said, (1978, 1983, 1993), de
Homi Bhabha (2002 [1994]), Gayatri Spivak, (2009 [1988]) entre otros,
y se conecta también con el desarrollo de los estudios subalternos en
India, en especial con el grupo de Subaltern Studies Collective vincu-
lados a la tarea historiográfica. Las tramas teóricas que convergen en
la critica poscolonial son muy heterogéneas y en general responden

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Metodologías en contexto

a las disciplinas de origen de sus practicantes. Así, se pueden seguir


lecturas gramscianas, psicoanalíticas, marxistas, etc., en el entramado
conceptual, pero el dato destacado en conjunto es la pregunta por las
procesos de subjetivación que el colonialismo produce en la cultura
contemporánea. El otro despliegue de la palabra poscolonial, aunque
con matices y diferencias que dependiendo de los/as autores/as pue-
den ser de fondo o no, se da en giro decolonial. Este último en general
sostiene que los colonialismos en América produjeron una matriz del
poder que funciona como estructura de larga duración en la confor-
mación de lo que llama la colonialidad la cual se estructura en la triple
relación entre sexo, raza y clase. Como tal, entonces, esa colonialidad
es constitutiva de las formas sociales históricas de la modernidad, es
su correlato. En el momento afirmativo del giro se propone lo que
se denomina el desprendimiento de esas matrices del poder colonial
las cuales no sólo afectan las relaciones sociales sino también las di-
mensiones epistémicas y filosóficas. Lo común de ambas perspectivas,
además de que están desplazadas temporalmente una de la otra (fue
primero la crítica poscolonial), es que ambas consideran el colonialis-
mo, sus formas históricas, como una dimensión central para pensar el
mundo moderno y crucial para entender los procesos que se dan tanto
en el orden de los discursos sobre la cultura y la sociedad como para
entender las formas de subordinación/borramiento/desplazamiento
que sufrieron las formas nativas de conocimiento y experiencia. Al
mismo tiempo, pero con mayor énfasis, en el giro decolonial hay un
intento concreto por configurar y relacionarse genealógicamente con
momentos de resistencia a los colonialismos en el pasado1.
En tal contexto de reflexión he privilegiado aquí un objetivo más
conversacional sobre el problema de la metodología. No hay por ello
notas concluyentes ni guías de trabajo sino preguntas que aparecen
en mi experiencia de investigación y que he preferido mantenerlas,
cuando me fue posible, en el tono de cuestiones abiertas antes bien
que hacer de ellas una prescripción. Asumo las afirmaciones (con-
tingentes), en especial de la parte del texto referidas a las epistemo-
logías, como un problema presente y en absoluto cerrado. Es muy
probable que las cosas que digo aquí vinculadas a esos contextos
poscoloniales en los cuales desarrollo mi trabajo tengan similitudes

1 El término decolonial/descolonial evoca con notable claridad una filiación con


el proceso de descolonización iniciado a mediados de siglo XX en Africa y Asia cen-
tralmente. Los trabajos relevantes son varios pero se destacan Walter Mignolo (1995,
2003), Aníbal Quijano (2000a, 2000b), Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel
(2007) entre otros y para una revisión crítica del giro continúa siendo muy útil el
libro de Eduardo Restrepo y Axel Rojas, La inflexión decolonial. Fuentes, conceptos y
cuestionamientos (2010).

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Alejandro De Oto

y hasta recorridos idénticos en otras experiencias. No excluyo esa


posibilidad, por el contrario, sólo la aclaro para señalar que no he
hecho un ejercicio comparativo sino que intento describir mi am-
biente de trabajo y los problemas que veo en él en relación con la
metodología de investigación.
También quiero señalar que las notas siguientes surgieron a par-
tir de un doble proceso que se vinculó al diseño de un curso de meto-
dología y de epistemología2 que se centrara en las experiencias prác-
ticas del trabajo de investigación por un lado y que señalara en esa
especificidad los modos en que se producen afectaciones del dominio
teórico-político, por otro.
En esa dirección y entre las varias cuestiones a considerar la más
importante de todas es la de pensar la especificidad, en lo que respecta
a los problemas metodológicos y epistemológicos, cuando se indica de
entrada que se trata de un trabajo que acontece en el espacio reflexivo
definido por genealogías teóricas poscoloniales y latinoamericanas3.
En lo que respecta a esta experiencia lo identifico como un ítem cen-
tral porque pone en primer plano las relaciones entre los temas, los
problemas, las teorías (entendidas como marcos conceptuales) y los
materiales de investigación. Con ello pretendo señalar que las dos pa-
labras, “poscolonial” y “latinoamericana”, componen un complicado
sintagma que conduce a preguntas tales como: ¿de qué manera influye
en nuestros análisis pensar en términos de genealogías latinoamerica-
nas y/o poscoloniales? ¿tienen un impacto directo esos dos términos
en la manera en que se producen relaciones entre problemas, materia-
les y conceptos o son simplemente contextos generales de enunciación
sobre los cuales se referencia un conjunto de prácticas heterogéneas?
Debo aclarar aquí que mi campo de trabajo se sitúa decidida-
mente en la crítica poscolonial, es decir, en el horizonte conceptual
que ella produce y en sus relaciones con genealogías criticas del pen-

2 Me refiero concretamente a la organización de un seminario que dictamos con al-


gunas de las participantes de este volumen en la red de posgrados virtuales de CLAC-
SO en 2015 y 2016. AL mismo tiempo hago referencia a la cátedra de Metodología de
la Investigación Filosófica de la cual soy responsable en la Universidad Nacional de
San Juan.
3 Hay una extensa bibliografía para el pensamiento latinoamericano cuyo desplie-
gue en cuanto a temáticas y problemas haría imposible desarrollar esta nota. El cam-
po filosófico constituye un capítulo aparte. Si sólo se recuperan las discusiones de
fines de los años sesenta y principios de lo setenta sobre la naturaleza de la filosofía
latinanoamericana habría suficiente material para varios libros. En mi caso, la men-
ción de este espacio reflexivo es pertinente porque en mi trabajo de investigación
conecto los pensadores caribeños francófonos con el las problemáticas relevadas por
la filosofía latinoamericana y porque es en ese contexto principal donde entiendo que
están sus resonancias más significativas.

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Metodologías en contexto

samiento latinoamericano. Sin embargo, una cuestión importante al


momento de pensar las metodologías de investigación es si ellas de-
penden o no de esa instancia. Es decir, la tensión que subyace en esta
pregunta es si la metodología responde más al género metodológico
de conocimiento o sí responde a un problema especifico de investiga-
ción en dichos contextos.
La idea de cierta condición universal de la metodología de in-
vestigación para estudios situados, por ejemplo, en la historia de las
ideas o en clave poscolonial, tiene complicaciones adicionales que
son evidentes en la critica epistemológica pero dichas complicaciones
son más profundas a la hora de pensar metodológicamente. Esto es
así porque resulta relativamente fácil detectar los modos en que un
discurso teórico/cultural deviene en la premisa organizacional de un
conjunto de materiales heterogéneos, y ello se ve tanto en los escritos
considerados filosóficos por una genealogía critica del pensamiento
latinoamericano como en los trabajos críticos de los colonialismos
históricos considerados como la base de las posiciones fundacionales
dentro del universo poscolonial de reflexión. Es decir, hay un grado de
dificultad menor en situar y marcar los enunciados que se interponen
frente a una consideración y análisis contextual de cada experiencia.
Por ejemplo, en los trabajos sobre el llamado discurso colonial (utilizo
el singular por una cuestión expresiva pero correspondería en rigor
pensarlos en plural dada la variedad de prácticas que se subsumen
en cada caso) lo relevante es el hecho de que rápidamente se llega al
punto donde se vuelve evidente que su función central es constreñir
realidades históricas diversas a una sola matriz de conocimiento y
poder. Gran parte de la literatura poscolonial con mayor o menor én-
fasis define esta encrucijada como punto de partida. Así entonces, las
representaciones que los discursos coloniales dispensan sobre los su-
jetos del enunciado son al mismo tiempo las que validan los criterios
de universalidad, de estabilidad categorial y conceptual del conoci-
miento y de los subsecuentes dominios generados.
El vínculo entre representación y universalidad (autoasignada) de
las categorías es objeto de una larga reflexión en el campo filosófico
pero reconoce una crítica de la misma intensidad y profundidad en las
escrituras anticoloniales de mediados de siglo XX, las cuales fungen
como una suerte de antecedente4. Mucho y parecido podría decirse

4 El problema de la crítica de la representación es un tema caro al pensamiento


filosófico contemporáneo. Lo que me interesa señalar aquí es que tal crítica, presen-
te en los años noventa del siglo XX, reconoce antecedentes en procesos ocurridos
en campos no especializados. Los trabajos de Frantz Fanon, en especial sus textos
centrales, Piel negra máscaras, blancas y Los condenados de la tierra (1994) y algunos
de los poemas de Aimé Césaire (1984), por poner dos ejemplos sobre los que hemos

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del debate filosófico que alienta gran parte del pensamiento latinoa-
mericano5. En él se distinguen, con matices e intensidades diferentes,
sobre las autorizaciones ideológicas y epistemológicas de la disciplina
filosófica, la crítica a una razón eurocéntrica que funciona de modo
similar al discurso colonial.
Ahora bien, cuando la discusión pasa al terreno metodológico
más concreto, en particular al de una investigación, la posible clari-
dad de una posición epistémico política aquí desaparece o, al menos,
da paso a una zona brumosa donde no es tan simple dirimir domi-
nios y pertenencias. Ello ocurre así porque la metodología lidia di-
rectamente con los materiales de investigación y su organización. En
esa instancia lo que podríamos llamar, sólo metafóricamente, efecto
de proximidad, hace que los vínculos con niveles considerados ha-
bitualmente como más estructurales de la investigación, tales como
los marcos teóricos, no estén tan presentes y haya una sobre-repre-
sentación de los materiales. Por materiales me refiero al conjunto de
recursos con los que se lleva adelante un estudio, pero en particular
aquellos que tienen el carácter más preciso de fuentes, tal como en el

trabajado, dan cuenta de que el proceso de crítica del colonialismo constituye una
puesta en cuestión de la estructura representacional del colonialismo desde el punto
de vista simbólico. Estos autores advierten que el vínculo productivo entre represen-
tación y modernidad se tensiona de un modo único cuando aparece el colonialismo
en escena, ya no como una suerte de derivado de segundo orden de las historias
modernas y sus formas de sociabilidad sino como una parte inextricable de su cons-
titución. En ese momento, la crítica al colonialismo prefigura y compone el cuadro
de lo que luego serán esfuerzos sistemáticos por minar el edificio de la representa-
ción en la filosofía. Sobre esta discusión remito a los siguientes trabajos que hemos
realizado en el marco de la investigación sobre las relaciones entre las filosofías lla-
madas genéricamente postestructuralistas y los trabajos críticos del colonialismo en
particular en Frantz Fanon: Leticia Katzer y Alejandro De Oto (2013), Alejandro De
Oto y Leticia Katzer (2014a), (2014b), Alejandro De Oto y Cristina Pósleman (2016).
5 En las discusiones y propuestas de varias zonas del pensamiento filosófico latino-
americano más que haber una crítica de la representación en el modo en que se ex-
perimentó en el movimiento postestructuralista (para usar una denominacón general
de un fenómeno complejo), hay críticas que ponen en primer plano los procesos de
exclusión que los hegelianismos habían producido en la imagen misma de América
Latina. Al respecto refiero nuevamente a la saga entre Augusto Salazar Bondy y Zea.
Ellos argumentaron alrededor de la idea de si un continente no emancipado podría
tener o no un pensamiento filosófico establecido. Las posiciones de uno y otro reve-
laban grandes contactos con los pensadores anticoloniales de mediados de siglo XX,
en particular Frantz Fanon, quién, no por causalidad, es una pieza crucial tanto de la
crítica poscolonial como del giro decolonial. No obstante, es preciso decirlo, tanto en
la trama de la Filosofía de la Liberación como en la trama de la Historia de las Ideas
latinoamericanas, la concepción de la historia remite con no poca intensidad a mar-
cos hegelianos aunque sean objeto de disputa. Los deberes que impone la dialéctica
cuando se entroniza como metacategoría no son pocos.

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Metodologías en contexto

lenguaje historiográfico se denominan. Dependerán esos materiales


de la naturaleza del trabajo, en mi caso en el campo genéricamente
descripto como historia de las ideas6 ellos presentan la característi-
ca de estar acuñados dentro de la ciudad letrada7. Ello implica que
debo pactar con materiales que por lo general se presentan con un
grado de formalización muy alto, cuyas configuraciones son propias
de las reglas de enunciación en las que fueron producidos y que se
encuentran dispuestos en procesos discursivos precisos, los cuales
adquieren los nombres generales que aquí he mencionado, “pensa-
miento latinoamericano”, “crítica poscolonial”, “giro decolonial”, etc.
Por otro, dada la relación que sostienen con respecto a tal formali-
zación no siempre su emergencia responde a las dimensiones de la
ciudad letrada, dado que se intersecan en ellos prácticas específicas
de lectura, de uso podríamos decir, que responden de modo diferente
a la de un conjunto de textos especializados en una temática. En otras
palabras, no atienden a las reglas de un campo de conocimiento sino,
por ejemplo, a urgencias morales y políticas más extensas.
El caso de la escritura anticolonial, como la de Fanon, constituye
un buen ejemplo de situación. Ella se mueve en registros estéticos,
filosóficos técnicos e incluso disciplinarios reconocibles pero las de-
mandas organizacionales para esa escritura desbordan dichos límites
y hacen suyas zonas innominadas de las experiencias sociales que le
son sincrónicas. En un sentido, participan de la ciudad letrada pero
también establecen líneas de fuga con las que conectan con otras ex-
periencias más allá de ella. En mi trabajo entiendo que tales operacio-
nes hacen que estos materiales sean restos no integrados a un corpus
relativamente estable dentro de un dominio discursivo o disciplinario.
Sin embargo, a la par de avanzar sobre estas implicaciones de la
relación con los materiales quisiera extenderme también señalando
una serie de problemas y dimensiones adicionales comunes que se
inscriben entre epistemología y teorías siempre en el marco de la in-
vestigación situada, en particular en mi propia tarea de investigación.
Por ejemplo, el problema de la concordancia entre la red o trama de
conceptos y categorías con los cuales trabajamos aún en el momento
mismo de imaginar una investigación hasta incluso en el pleno de-

6 Utilizo esta denominación por una convención expresiva más que por creer que
con ella designo un campo estabilizado de trabajo. Por el contrario, los debates sobre
los límites y dificultades que enfrenta tal disciplina se emparentan directamente con
el tipo de problemas que intento poner en juego en este escrito.
7 Recomiendo expresamente el trabajo de Laura Catelli (2013) que hace un uso
crítico de este concepto de Ángel Rama. Catelli lo discute y produndiza de manera
sugerente y lo relaciona con la ciudad colonial de Guaman Poma de Ayala y los es-
quemas corporales en Frantz Fanon.

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sarrollo de la misma. Es preciso señalar allí que el pensamiento teó-


rico está vinculado a los objetos de estudio, pero más que nada a los
materiales. Utilizo la expresión pensamiento teórico con la intención
explícita de marcar que si bien converge como parte del proceso glo-
bal de una investigación y es al mismo tiempo una parte sustancial
de la misma, el estatuto de una forma de pensar la teoría excede ese
marco y en más de un instancia compone un género en sí mismo.
En ese nivel funciona más como discurso que compone dominios, ex-
tensiones y escansiones en y de un cuerpo de materiales y fuentes
antes bien que como operación productora de conceptos que intenta
formalizar la configuración de determinado proceso. Hay un registro
de la teoría como género reflexivo y analítico que tiene un extenso
desenvolvimiento en los últimos años, en especial en las academias
norteamericana e inglesa en el contexto de los estudios culturales y la
crítica poscolonial.
Le aplico la denominación de género porque se recorta de otros
campos al mismo tiempo que los atraviesa pero claramente se destaca
menos por sus aspiraciones científicas y mucho más por sus operacio-
nes narrativas e ideológicas. Como género produce intervenciones que
disputan las formas de razonar y de organizar procesos culturales,
sociales e históricos y centralmente afecta el universo de las metáfo-
ras y analogías con las que funcionan las ciencias sociales. El texto de
Clifford Geertz de los tempranos años ochenta, “Géneros confusos o
la refiguración del pensamiento social” (1991 [1980]), apunta con agu-
deza hacia ese escenario. Del mismo período es el escrito de Edward
Said, “Teorías ambulantes”, capítulo de El Mundo, el texto y el crítico
(2008 [1983]) y Travelling theories revisited (1999 [1994]), los cuales
adoptan una noción de teoría como pensamiento organizado cuyas
reglas reflexivas están delimitadas por procedimientos mensurables y
que se pueden afectar si se desplaza de su contexto de emergencia a
otro. Homi Bhabha es quién, tal vez, más explícitamente defiende la
idea de que la teoría es un campo de disputa específico que puede en-
tenderse más allá de los registros oposicionales. En el “Compromiso
con la teoría”, capítulo de El lugar de la cultura (2002 [1994]) Bhabha
se pregunta por cómo debe actuar la teoría crítica y propone que ella
debe desplazarse de aquellas zonas donde se convierte en una expre-
sión de oposiciones dadas por una idea de Historia que no requiere
sino hacer explícitos sus fundamentos. Bhabha escribe contra las sim-
plificaciones que él cree observar en los discursos oposicionales cons-
tituidos a partir de formas fijas de la identidad. La idea explícita que
sostiene es que “cada posición es un proceso de traducción y trans-
ferencia de sentido” (47) y por ello, el problema de la representación
de lo político deviene central para comprender la función de la teoría

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Metodologías en contexto

porque no hay posibilidades de admitir una línea clara y autotrans-


parente entre el objetivo político y sus medios de representación (47).
No obstante, para mi discusión sobre el problema de la teoría en
relación con la investigación situada en contextos poscoloniales, que
Bhabha describa la teoría crítica como occidental es muy importante.
La idea en juego es que la teoría crítica para desplegar su carácter uni-
versal se mueve dentro de un grupo de textos que también alimentan
a la antropología colonial. Ya sea para hablar de su carácter univer-
sal o para afectar el carácter logocéntrico de su configuración lleva a
cabo un proceso de apertura de la diferencia y de contención que en
realidad lo que hace es forcluir8 el conocimiento de la diferencia en el
Otro. Las consecuencia directa de semejante operación es que el Otro
no tiene posibilidad alguna de significar, “de negar, de iniciar su deseo
histórico” (52). Entonces, los contenidos de una cultura otra pueden
ser muy conocidos anti-etnocéntricamente pero ese no es el proble-
ma, el problema es “su ubicación como la clausura de las grandes
teorías, la demanda de que, en términos analíticos, sea el objeto de
buen conocimiento, el cuerpo dócil de la diferencia, lo que reproduce
una relación de dominación, y es el motivo de recusación del poder
institucional de la teoría crítica” (52).
Más allá de las distinciones sobre el potencial para el cambio que
luego Bhabha describe para esta última, me interesa señalar que el
carácter de género de la teoría así pensada no está dado por el hecho
de moverse en registros expresivos y contenidos específicos, como po-
dría caracterizarse cualquier otro género, sino por la operación que
hace de la diferencia, casi en cualquier orden posible, un insumo de
su propio despliegue. Este me parece un problema de primer orden
porque los materiales pueden “responder” de manera muy distinta si
ellos están allí para confirmar una operación que excede el campo de
su despliegue performativo o si, por el contrario, ellos son los restos

8 Aquí la noción funciona como cierre en el Otro. De esa manera su agencia, su


deseo nunca se inicia, como señala Bhabha (2002_52). El término reconoce una larga
historia en el psicoanálsis que se inicia en Freud y se continúa en Lacan. De las mu-
chas consideraciones que se pueden hacer al respecto me interesa la forma imagina-
tiva en que Judith Butler lo asume para pensar la censura. Ella señala que el término
define una acción que como tal debería tener un sujeto. Sin embargo, eso no sería
sino un truco de de la gramática. Para el psicoanálisis la forclusión es el efecto rei-
terado producido por una estructura que excluye y donde ningún sujeto lleva a cabo
la acción. Así entonces la exclusión no acontece sobre un sujeto anterior sino que
produce un sujeto performativamente en la misma exclusión. El resto o aquello que
ha sido separado constituye lo ‘no realizable’ de toda performatividad. De ese modo,
lo que está antes de la exclusión es algo afectado por la imaginación de eso previo y
está, dice Butler literalmente, “invadido por ese a posteriori de lo imaginario mismo,
su nostalgia frustrada” (Butler, 2004: 226-227)

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Alejandro De Oto

y las marcas de prácticas significantes que pueden llegar a informar


sobre los complejos procesos de negociación del significado social a
los que remiten o aluden.
En tal sentido, si uno hace más explícito aún que el problema de
la forclusión en el Otro también está presente en las teorías y domi-
nios discursivos que se presentan a sí mismos como poscoloniales y
decoloniales, tomando el registro lacaniano de Bhabha, el grado de
complicaciones aumenta. El principal problema involucrado, como
puede resultar obvio a esta altura, es que en realidad el trabajo de
investigación situado se transforma en el ejercicio propio de la teoría
en tanto ventrílocuo de lo particular y las posibilidades performativas
en juego se disipan dentro de un ambiente regulado por ese ventrílo-
cuo. La escritura de Fanon es un claro ejemplo de conflicto con tal
funcionamiento de la teoría porque se tensiona entre lo que los da-
tos de la observación producen y las demandas porque los mismos
se inscriban en movimientos regulados y canalizados por una razón
organizacional que proviene de inscripciones muy estabilizadas en los
propios cuerpos teórico-políticos. Cómo entender, si no, el hecho sim-
ple y concreto de que Fanon retome al tiempo que desplace las tramas
de la fenomenología y de la dialéctica para explicar el mundo colonial
en el que su propia vida acontece. Me explayo en el ejemplo pero no
quiero detenerme largamente en él, simplemente pretendo mostrar
la tensión. Fanon es uno de los pensadores anticoloniales más enfá-
ticos a la hora de no admitir simples transposiciones de conceptos,
categorías y cuerpos teóricos completos a situaciones nuevas. Esa es
tal vez la clave más importante para acceder a sus textos y para en-
tender la relación flexible que tiene con sus materiales de trabajo, sus
fuentes y el tratamiento que hace de ellos. Él trabaja con los procesos
de repetición, con las iteraciones de los discursos sobre la raza, sobre
la diferencia cultural, sobre lo civilizatorio. Es por ello que el colo-
nialismo en su escritura aparece a partir de procesos iterativos que
forman parte de sus propias estrategias de organización del material9.
Al hacer eso ocurren dos cosas significativas. La primera es que pre-
siona sobre los límites representacionales de las teorías y categorías.
Por ejemplo, en el capítulo V de Piel negra, máscaras blancas lleva el
argumento de la condición sustancial de la Negritud a un extremo,
iteración mediante, para dislocar la dialéctica de la filosofía de la his-

9 En una comunicación personal Juan Pablo Cedriani (abril, 2017) me señaló un


aspecto crucial de esta forma de trabajo de Fanon y ella es que él se sitúa en “una
punta del hilo del fenómeno colonial, un dato, en una cita o en un axioma arraigado
culturalmente y comienza a tirar de él, [y] muchas veces nos encontramos con una
continuidad de este hilo, tramado en la propia lógica su texto”.

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Metodologías en contexto

toria que Sartre defiende de manera no explicita cuando sugiere que


el movimiento estético de la Negritud representa la antítesis de las
tesis racistas de la sociedad colonial. No se trata de que Fanon sospe-
che por completo de la dialéctica, aunque justo es decirlo ella no sale
indemne de ese trance, sino que combate con un argumento esencia-
lista, empujado iterativamente hasta el límite mismo del sinsentido,
el argumento esencialista de una filosofía de la historia residente de
manera subrepticia en el texto de Sartre10.
Si lo pensamos con relación a los problemas listados antes aquí
lo que ocurre es que detiene esa forclusión acentuando paroxística-
mente todos los rasgos que hacen de la sociedad colonial un objeto
disponible para el conocimiento metropolitano, sea de la naturaleza
que sea en términos ideológicos. Este modo de proceder muestra, eso
creo, un trabajo con los materiales y las teorías que es contextual, que
afronta precisamente toda la carga de teorías altamente organizadas,
contenidas en sí mismas, pero no se somete a ellas sino que las disloca
con respecto a los dominios que organizan dando preeminencia a lo
que emerge en contexto y ello es, precisamente, las articulaciones ar-
bitrarias de significantes. En cierta forma y con no pocos argumentos
a favor se podría decir que estamos en presencia de un contextualismo
radical avant la lettre11.
Quisiera volver ahora al problema de las analogías que mencio-
né antes en ocasión de referenciar el texto de Clifford Geertz. A mi
juicio, el tipo de trabajo que llevaron a cabo intelectuales y activistas
como Fanon en relación con el colonialismo ha permitido cuestionar
extensamente los procesos de las teorías, sus cerramientos y límites
representacionales. En un sentido extenso, ellos imprimieron a las
teorías, por la naturaleza misma de sus objetivos políticos y sus mar-
cas morales, menos deberes relacionados con los dominios que ellas
expresaban y más articulaciones impensadas para las mismas. Para
decirlo más claro, lo que le pasaba a sus cuerpos, lo que ellos creían
que les pasaba, adquiría preeminencia sobre otras dimensiones y eso
determinó un tipo de actividad que dejó un resto significante que ha
estado presente de manera explícita en las genealogías poscolonia-

10 El texto de referencia aquí es Black Orpheus (Orfeo negro) (1976), que fue un
escrito para la introducción del libro sobre poesía negra y malgache en francés orga-
nizado por Leopold Senghor.
11 Evoco esta noción muy extendida en los estudios culturales acerca del con-
textualismo radical. En particular me interesa asociada a ella la discusión sobre
el desplazamiento de los significantes que postula Derrida y a la que Stuart Hall
propone agregarle la noción de articulación, la cual sería una fijación más o menos
arbitraria de esos significantes, lo que Hall entiende como el trabajo de la ideología.
(Hall, 2010: 196)

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Alejandro De Oto

les. Un resto que privilegia el contexto de articulación entre cuerpos,


historias, discursos y teorías y por consiguiente que conjuga nuevos
itinerarios para cada uno de los términos involucrados.
Ese resto se ha extendido en numerosos trabajos hasta alcanzar
una forma equivalente a lo que Geertz describe como analogías en el
pensamiento social. En un texto reciente trabajo sobre esta idea (De
Oto, 2017) extendiendo los alcances de las indicaciones que Geertz
había realizado con respecto al juego, al teatro y el texto en tanto ana-
logías organizacionales de los modos pensar de las ciencias sociales, y
que hago extensivas a las humanidades. A las tres primeras analogías
le sumo, desde los tempranos años ochenta también, la cuarta analo-
gía, la colonial, que ha impactado en varios escenarios concretos. El
más significativo, sin duda ha sido el del número. Quiero decir con
ello que el mayor impacto se ha dado al discutir la representatividad,
casi en términos estadísticos, que los conceptos y categorías tienen en
la teoría social y la filosofía si se toma en cuenta el problema de la re-
lación entre colonialismo y modernidades que en el lenguaje metateó-
rico de nuestro presente se configura con el nombre de colonialidad/
modernidad. Es una pregunta relativamente simple y, por lo tanto,
no exenta de riesgos la que se puede formular allí: ¿de cuántas expe-
riencias hablan las categorías y conceptos en la teoría? Dicha de otro
modo, cuántas experiencias y procesos vinculados a la racialización,
a los cuerpos, a la subjetividad, al sexo y al género, a la explotación
económica, quedan dentro de esa representatividad de los conceptos
y categorías si se tiene en cuenta el colonialismo en sus formas histó-
ricas y si se traslada al universo reflexivo como analogía.

Problemas prácticos
En todo este contexto, donde estoy tratando de mostrar los proble-
mas con la teoría en investigaciones situadas en mi campo de traba-
jo y, en particular, en mis estudios, quisiera ahora señalar algunas
cosas que remiten a un universo de cuestiones prácticas. Es verdad
que aunque el pensamiento teórico puede confundirse con una abs-
tracción no hay que perder de vista que sus operaciones representan
una positividad en la investigación, producen efectos y se llevan a
cabo sobre una o varias espacialidades y sobre una o varias tem-
poralidades. Así deberíamos decir que está referido, o que predica
con respecto a algo bien concreto aunque luego no se perciba de ese
modo o se lo “operacionalice” en una dirección que crea el efecto
anticipatorio de responder todas las preguntas antes de que ocurra
cualquier indagación, como parece suceder, por ejemplo, sin que se
reconozca con mucha frecuencia, en el llamado marco teórico de los
proyectos de investigación.

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Metodologías en contexto

El punto allí, interesante para una reflexión de esta naturaleza


situada en los problemas prácticos, es detectar y mostrar la situación
del pensamiento teórico en contextos específicos, en el sentido de que
el mismo participa de una red de enunciados que son conocidos más
allá del caso en cuestión, de la investigación en particular pero, a su
vez, su significación está ligada inexorablemente a la particularidad
dado que allí es donde, para evocar nuevamente la imagen de Ed-
ward Said de las teorías en viaje, se re-enciende. La reflexión sobre
el modo en que Fanon hace la crítica de este problema está desti-
nada a mostrar, además de la potencia crítica sobre la forclusión, el
momento en que esas teorías pueden dejar de producir iteraciones y
pasan a implicarse con lo que en un abordaje metodológico llamaría
“soluciones de compromiso”. En este nivel hay una diferencia y un
desplazamiento de la teoría como género, tal como la discutí antes,
aunque los riesgos de que se integre de ese modo estén presentes por-
que dicho re-encendido no debería ocultar el hecho de que su ocurren-
cia, llegado el caso, podría producir nuevos cierres. No obstante, más
allá de ello, lo que quiero implicar es que el registro teórico, entendi-
do aún como algo diferente de los problemas que se presentan en la
investigación, problemas prácticos por cierto, sigue siendo útil para
interpelar posibles relaciones entre los materiales y analizar formas
de organizarlos. Pero también quiero indicar que cuando uno piensa
ese registro teórico contextualmente, sus supuestos deberes represen-
tacionales hacia el dominio que configura discursivamente, sea en el
plano de una epistemología, sea en el plano de una disciplina, o sea
directamente en términos de cierta homogeneidad de enunciados con
respecto a un objeto, ya no son los mismos y el compromiso ahora
muta hacia los problemas a resolver en la escala específica de la orga-
nización de las fuentes, de los archivos (simbólicos y materiales) y de
los objetos/sujetos emergentes de la investigación situada. Deviene en
un problema de articulación. Para ser claro, la impronta general de
un conjunto de conceptos y categorías provenientes de un universo
teórico particular permanece y eso sin duda es crucial para definir el
tipo de indagación que se llevará a cabo sobre un conjunto heterogé-
neo de materiales. Pero el contexto de la encuesta no está dado, por
el contrario, él es un problema del propio proceso de investigación y
de las posibilidades de articulación que allí se dan. De la intensidad
y el modo con que nuestra tarea desagregue los pliegues en juego en
la constitución de ese contexto, depende de que la teoría entendida
como género no sea el ventrílocuo de la diferencia. Cuando señalo las
espacialidades y temporalidades no lo hago con el espíritu de marcar
instancias meta-teóricas con los dos términos sino precisamente para
destacar la dimensión descriptiva necesaria para entender las capas,

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Alejandro De Oto

niveles y pliegues en juego en una investigación. Cada registro partici-


pante se enlaza con tiempos y espacios diferenciales.
Del lado, si se me permite la expresión, del problema epistemo-
lógico no es muy distinto pero en un punto el pensamiento epistemo-
lógico, en un sentido más bien tradicional del asunto, no requiere de
referencias tan contundentes como el teórico. Es decir, está mucho
más desanclado de las condiciones precisas aunque uno podría leer
a Bachelard y afirmar lo contrario. La idea, dicho de manera simple,
es que la dimensión epistemológica parece tener implicaciones de un
rango más variable que la teórica, la cual se despliega, por lo general
y aún con las advertencias que he hecho, más circunscripta a los pro-
blemas precisos de la investigación dado que de un modo u otro debe
relacionarse en la “cocina” del trabajo, allí donde se mezclan proble-
mas, conceptos y fuentes. En cambio, el plano epistemológico apunta
a los fundamentos del conocimiento, a su extensión, a su articulación
cultural y, por todas esas razones se desancla de dimensiones micro y
la presión que ejerce es, antes que molecular, más bien molar. Quiero
decir que predica menos sobre el objeto de la investigación concreta,
sus problemas particulares, y mucho más sobre las condiciones de
la investigación en general, sobre lo que usualmente se piensa como
sus fundamentos, al tiempo que sus legitimidades parecen producir-
se también más allá de la particularidad concreta. Ahora bien, esto
es equivalente a decir que en ese nivel la mayor parte del tiempo se
encuentra asegurando la reproducción antes bien que la creación o la
invención. Estoy consciente de los riesgos que conlleva afirmar algo
así pero asumo el carácter experimental que este libro propone y por
eso no quiero dejar de decirlo. En ese sentido, tal caracterización no
es discrecional o selectiva, sino que aplicaría tanto a las epistemolo-
gías tradicionales como a aquellas que se describen a sí mismas como
críticas o alternativas porque lo que todas hacen es privilegiar el cua-
dro de conjunto, cierto momento ulterior del conocimiento pensado
en términos contextuales pero también comprensivos. En el contexto
poscolonial de discusión, y también en el del pensamiento latinoame-
ricano, me arriesgaría a decir que las epistemologías enfatizan con
mucha claridad su faceta discursiva y, al hacerlo, se distinguen de las
“soluciones de compromiso” al tiempo que canalizan las premisas
del método, pero del método muchas veces escrito con M mayúscula.
Esta observación la derivo de mi propia práctica de investigación, es
decir, de las concurrencias en ella de discursos que abren el horizonte
epistémico al tiempo que lo regulan prescriptivamente.
En un tercer plano, está el problema bien concreto de cómo re-
suelvo un conjunto de datos, qué hago con ellos, cómo los agrupo o
los correlaciono, qué dominios genero con su manipulación (no tiene

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Metodologías en contexto

connotación negativa este término), cómo trabajo con ellos en rela-


ción con eso que llamamos teoría (sea en el modo de género o el modo
de producción de redes conceptuales) y que en su versión más básica
es construir conceptos correlacionados sobre una realidad compleja.
Este para mí es el momento que describe el término “cocina”. Podrán
decir, anticipando la objeción que no se puede pensar un plano sin el
otro, y no desacuerdo con ello, pero también parece pertinente pensar
los supuestos de articulación de esos planos. Una de las respuestas
automáticas de las ciencias sociales y de la las humanidades (filósofos
incluidos) es que la fórmula mágica “relación dialéctica” nos ahorra el
trabajo de pensar más allá de todas estas instancias descritas grosso
modo. Entonces, imaginando una dialéctica entre epistemología, teo-
ría, metodología y materiales se puede hacer un mapa de justificacio-
nes cruzadas y legitimidades varias para proceder. No digo que no sea
una posibilidad, lo que digo es que la fórmula resuelve poco a la hora
de evaluar, por ejemplo, en qué sentido se asiste a una originalidad
metodológica, si en vez de desandar las construcciones, cada pliegue
en el lenguaje en las investigaciones, de los dominios objetuales que
se constituyen en ellas (y subjetivos), de las filiaciones entre una di-
mensión no tratada y la tratada (pienso en términos hiperreales12 que
organizan la encuesta concreta), decimos que hay una dialéctica que
más o menos explica o conecta todas estas diferencias. Yo preferiría
pensar allí que es más productivo hacer un trabajo de desmonte de
cada pliegue que se produce en los objetos de estudio y en los proble-
mas investigados, justamente, pensando en las reglas de filiación que
se generaron para unir elementos diversos. No resulta sorprendente
encontrar que muchas metodologías no se legitiman en el plano de
lo que predican con respecto a las investigaciones concretas sino con
respecto a otras dimensiones situadas en universos discursivos exten-
sos, tal como lo intenté mostrar con respecto a la idea de la teoría
como género.
Esta tarea puede ser muy útil para alguien que dicta o toma un
curso de metodología de investigación o que lee un texto referido a
esa temática, porque por lo general lo que ofrecen dichos cursos y

12 Hago un uso sui generis de la noción de categoría hiperreal que Dipesh Chakra-
barty imaginó para explicar por qué, aún en las mejores condiciones críticas, la
historiografía de los estudios subalternos insistió con preguntas sobre los procesos
históricos de India, en especial los nacionales, que demandaban una respuesta cul-
turalmente ajena a ese espacio sociohistórico. Chakrabarty atestigua en las tramas
meta-teóricas la presencia de un significante llamado Europa (muy lejano de las rea-
lidades fácticas del continente) fuertemente codificado que funciona como categoría
hiperreal organizando las preguntas historiográficas, más allá de la realidad empíri-
ca del pasado indio (1999).

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Alejandro De Oto

los textos sobre la temática es, justamente, un recorrido por diversas


metodologías con cierto grado de formalización y no un ejercicio de
desmonte de los pliegues que se producen entre todos estos niveles y
en especial sobre los materiales de trabajo.

Notas finales
Sé que suena algo obvio todo esto pero a veces creo también que resul-
ta bueno decir lo obvio por lo que quiero hacer algunas breves notas
adicionales sobre el problema de la escritura y el lenguaje. Por lo ge-
neral, la tendencia es ignorar la escritura porque se ve en la mayoría
de los casos como algo relacionado al vehículo expresivo antes bien
como lo que afecta el propio proceso de poner juntas cosas disímiles
entre sí o, para el caso, construir filiaciones y desafiliaciones entre
materiales, datos y conceptos. La escritura, en ese sentido, es crucial
porque la podríamos considerar como la espacialidad por excelencia,
al menos hasta ahora, de las humanidades y las ciencias sociales. Ano-
to simplemente este problema de la siguiente manera: luego de orga-
nizar los materiales referidos a un determinado espacio y una deter-
minada temporalidad, a un grupo determinado de personas, o incluso
si la investigación es conceptual (con más razón aún), exponemos los
resultados en textos que tienen por lo general, salvo mejores noticias
al respecto, una naturaleza muy distinta con respecto de lo que ha-
blan. Es decir, hay una instancia en que la separación, pero más que
nada el ámbito diferente de acción de la escritura de estas disciplinas
frente a sus temas, objetos y sujetos no puede ser soslayada o remitido
al cajón del armario con el rótulo “temas secundarios”. En todo caso,
una acción de ese tipo, o la inversa, la no reflexión al respecto, consti-
tuye uno de los tantos puntos ciegos de la legitimidad metodológica.
Muchos han señalado esto, en especial en las discusiones que se
suscitaron en el campo historiográfico luego de las tesis de Hayden
White acerca de la escritura de la historia, las cuales privilegiaban el
papel de la escritura en la constitución del campo de la explicación
histórica mediante la advertencia de que el lenguaje expresivo carga-
ba los significados en juego (1992a, 1992b)13. Hay un deslizamiento
adicional del problema en las reflexiones sobre el papel del lenguaje,
la escritura y las categorías en uso que un autor como Fanon detecta
con particular potencia en el espacio de las ideas críticas del colonia-
lismo hacia mediados del siglo XX. Fanon, lector tenaz de Paul Va-
lery, evoca la imagen producida por este para el lenguaje, la del “dios
extraviado en la carne”, para señalar que cuando se habla una lengua

13 Recomiendo para ampliar estas discusiones el libro de Verónica Tozzi, La historia


según la nueva filosofía de la historia (2009).

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Metodologías en contexto

no sólo se manejan sus reglas gramaticales y sintácticas sino tam-


bién se lleva consigo “el peso de una civilización”(2009 [1952]: 49),
que no es otra cosa aquí que los modos en que se estratifican en el
lenguaje categorías, formas expresivas, distribuciones de seres, etc.
Esta idea fanoniana pone en primer plano algo que Estela Fernández
Nadal y Alejandra Ciriza señalan con respecto al modo en que fun-
cionan las categorías en el análisis de Arturo Roig. Ellas dicen que
Roig trata las categorías como epítomes semánticos que mediante
procesos de abstracción constituyen poco a poco un sistema vivido.
Y, entonces, “[e]l olvido del proceso de abstracción, una vez estable-
cidas las categorías, hace que estas funcionen no sólo como modos
de clasificar, ordenar y jerarquizar lo existente, sino como guías para
la acción. Tal es el destino de las categorías de ‘civilización’ y ‘barba-
rie’” (1995: 124-135).
Bien, es poco probable que podamos pensar cosas semejantes sin
tener con ello una dimensión concreta del campo semántico, de la
retórica, de la poética y al final de cuentas, de la política implicada.
No me refiero al análisis del discurso tal como lo concebía Roig, sino
a dos cosas relativamente concretas: una, a la espacialidad que orga-
niza la escritura alrededor de, o sobre, “civilización y barbarie”, de la
cual la escritura de Roig participa. En otras palabras, me refiero al
dominio que, con todas las advertencias del caso, puede estar en juego
en una forma de escribir “civilización y barbarie”, dos, a la escritura
de Roig como evento particular, como acontecimiento en ese dominio
que afecta (de afección) la manera en que aparece su consideración
sobre las categorías que ordenan el espacio de las ideas.
Repasamos entonces. El punto es que tenemos al menos tres nive-
les, el epistemológico, el teórico y el de la “cocina”. Tal vez este último
sea el más implicado con los problemas metodológicos porque es allí
donde se dan las soluciones que en términos generales denomino de
compromiso. Allí hay que pactar con lo heterogéneo de los materiales
de investigación para lo cual no hay prescripción o nombre pero es
dónde las categorías que han puesto en segundo plano el proceso de
abstracción ejercen su mayor presión. En este último espacio creo que
es donde la escritura y el lenguaje (y me refiero al lenguaje en su faceta
instituyente en la cultura, como lo pensaba Fanon) se hacen presentes
con mayor intensidad, porque si bien ellos son un problema más entre
los muchos que resolvemos en la investigación, también queda claro
que exceden, por lejos, este espacio y podríamos decir, envuelven com-
pletamente la construcción de conocimiento.
Por último, una breve anotación final que refuerza el carácter
circular de este escrito, como sin duda resulta evidente. Dicha ano-
tación es que en mi trabajo de investigación puedo detectar varios

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Alejandro De Oto

predicados referidos al espacio y el tiempo de una metodología. Los


dejo aquí señalados a partir de la inspiración que ofrece la noción de
“operación historiográfica” de Michel De Certeau (1993) aunque no la
sigo al pie de la letra. El primero, referido a aquello que es el problema
investigado. Presupone a la vez que una articulación una dimensión
acontecimental concreta. Uno estudia algo referido a alguien y tal ac-
tividad supone una diferencia con respecto a los tiempos y espacios de
los objetos y sujetos en cuestión. El segundo, referido a la dimensión
concreta en la que ocurre y se produce la investigación, los dominios
de los que participa, si se tensiona o no, etc., de la cual he hablado
en ocasión de reflexionar sobre la teoría como género. Este espacio
es con frecuencia el más representado en la literatura especializada
bajo el formato de historias del método, historias de una disciplina,
etc. Y un tercero, que es más complejo, porque remite a una encues-
ta realmente amplia, y es a quién apunta el conocimiento, y toda la
saga conocida sobre los por qué, para qué, etc. De todos modos, este
predicado es muy interesante porque como resulta claro atraviesa de
manera vertical y horizontal los tres planos y, hasta mejores noticias,
parece seguir inquietando como lo ha hecho desde siempre.

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