1010-Texto Del Artículo-2909-1-10-20230314
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ISBN: 978-1-5359-8360-0.
Más que un rabino. La vida y las enseñanzas de Jesús el judío (2020) es el último
libro que el Dr. César Vidal ha dedicado al estudio histórico de Jesús de Nazaret.
El propósito de la presente reseña es poner de manifiesto con la mayor claridad
posible lo que César Vidal quiere mostrar en Más que un rabino: por un lado, que las
visiones de Jesús que constituyen el pan de vida de cada día en muchos seguidores y
enamorados de Jesús son, mayoritariamente, equivocadas, tanto desde el punto de
vista de la historia como desde el de la Biblia; al mismo tiempo y por otro lado, que las
visiones heterodoxas provocadoras, historicistas y teoricistas en general que
continúan arrojándose sobre la identidad de Jesús exclusivamente en el campo
académico, son igual de perniciosas y falsas que las primeras.
En las páginas 16-17 de la Introducción cita un largo listado de obras que ha
dedicado a la investigación de Jesús desde un punto de vista histórico, entre las cuales
destacan: El testamento del pescado (2004), Jesús y los documentos del mar muerto
(2006), El Hijo del hombre (2007), Un judío errante (2008) y Jesús el judío (2010),
En la Introducción, explica también de qué trata el libro y la metodología
histórica empleada:
Vidal deja claro, por tanto, desde la Introducción que en la obra también hay
una referencia a la teología y que no solo hay un interés puramente histórico. De
manera que, a lo largo de la obra, se podrá constatar que la metodología histórica
empleada no es incompatible con un estudio de cuestiones teológicas, especialmente
cuestiones cristológicas. Bien al contrario, para Vidal es legítimo combinar, cuando es
necesario, ambos abordajes. Por eso, a lo largo del libro hay una citación de pasajes
bíblicos, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento, que se emplean
al mismo tiempo -aunque no siempre- como evidencias y pruebas históricas. Por
ejemplo, en el capítulo dedicado al mesianismo (pp. 169 y ss.), Vidal utiliza episodios
bíblicos para mostrar que, una vez se conocen ciertos hechos históricos en la vida de
Jesús, se hace evidente que se han cumplido en Él las profecías del Antiguo
Testamento sobre el Mesías.
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V. Páramo, reseña de C. Vidal, Más que un rabino La torre del Virrey Nº 33, 2023/1
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no sea cierto un dato histórico que puede ser empíricamente cuestionable, es decir,
que a un historiador ateo le supondría muy complicado aceptar. Por ejemplo, que se
confirmara históricamente que es cierto el relato de la multiplicación de los panes y
los peces. Por eso, el método científico, el verdadero método científico, sobre el que
reflexionan los filósofos y teóricos de la ciencia, cuando no sabe algo a ciencia cierta,
no puede negar su contrario: eso sería dogmático, y la ciencia es todo menos dogma.
El dogmatismo en ciencia sería cientificismo, más parecido a una ideología que al
verdadero conocimiento de la realidad.
Así, como dice el médico Manuel Pérez Alé en el prólogo de su obra ¿Murió
Jesús en la cruz? Fisiopatología de la muerte de Jesús de Nazaret, la ciencia no lo
sabe todo, no solo respecto a Jesús, sino respecto a cualquier objeto de conocimiento:
Aunque no escondo mi condición de creyente y cristiano, tengo una formación
científica donde cuestionar inicialmente un hecho a estudiar y buscar una explicación
razonada al hecho en cuestión es primordial para mí. También hay que tener presente
que el conocimiento científico está en constante expansión y crecimiento y no
debemos caer en la vanidad de pensar que lo que sabemos hoy en día es el
conocimiento absoluto. Si con el conocimiento actual no podemos explicar la
resurrección, no podemos ni debemos negarla de forma categórica, ya que puede
haber una explicación cuya base desconozcamos aún, porque si por algo se caracteriza
a la ciencia es por su continua evolución y desarrollo. Basta echar la vista atrás y ver
la historia de la ciencia para constatar su desarrollo continuo. 1
1 MANUEL PÉREZ ALÉ, ¿Murió Jesús en la cruz? Fisiopatología de la muerte de Jesús de Nazaret,
Samarcanda, Sevilla, 2018, p. 17
2 Nos remitimos al libro de ANTONIO MACAYA PASCUAL, Un latido en la tumba. Demostración histórica
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5 Cf. SANTOS BENETTI, Jesús y el cambio social, Lohlé-Lumen, Buenos Aires, 1998.
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último, marginado y vituperado en la cruz. Pero para entender esto hay que entender
también que hay otro significado que está en la historia de Roma, y no en la de Israel,
historia de la que Israel se apropia para hundir, si cabe, más a Jesús; es el significado
social de la crucifixión que quieren los enemigos de Jesús que se le dé con el objeto de
“desacreditarlo para siempre” (p. 284).
Este significado histórico es importante para entender qué es la cruz como
marginalidad real desde una óptica teológica (Jesús poniéndose en el lugar de los
últimos, los crucificados por el ser humano: los injustamente asesinados, los inocentes
que sufren una enfermedad dolorosa y que les quita el sentido de la vida), pero también
para entender que históricamente era verdaderamente la intención que se tenía por
parte de sus enemigos: con la crucifixión, el mensaje de Jesús caería en desgracia y
bancarrota. ¿Quién seguiría a un crucificado?
Los enemigos judíos de Jesús veían en la crucifixión una oportunidad única no
solo de erradicarlo a él, sino a todo el que quisiera continuar siguiéndolo después de
muerto:
La crucifixión no solo implicaba un doloroso suplicio reservado a lo que se
consideraba la hez de la sociedad —los reos eran clavados en la cruz y no pocas veces
torturados con anterioridad—, sino la suma humillación. El crucificado era un
verdadero desecho social ante el cual, los testigos de la ejecución solo podían mostrar
desprecio y asco. (p. 282)
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identificación entre una profecía y dos personajes históricos (Juan y Jesús). Para
entender el texto del evangelio, no podemos pensar que el libro quiere describir la
historia de Juan y Jesús, sino entender los actos que Dios ha hecho en ellos, y que
estaban pre-dichos siglos antes en el libro de Isaías. Si cita hechos históricos, es para
constatar que la profecía se ha cumplido y para “demostrar” que se está cumpliendo
en Jesús esa profecía. Esa es la dinámica con la que comienza el texto.
Teniendo esto claro a modo de ejemplo, ¿qué hará un historiador moderno con
este texto? ¿Lo considerará útil para la ciencia histórica? ¿Lo considerará verdad
histórica? ¿Lo utilizará como un documento historiográfico que sirva para describir
los hechos de la vida de Juan y Jesús? ¿Lo tendrá solamente por una construcción
literaria que lee los hechos de la historia de manera subjetiva, partidaria y conforme a
pre-conceptos religiosos propios de los judíos? ¿Lo entenderá como una manera
fundamentalista religiosa de entender hechos en los que, fuera de una mentalidad de
fe, no se habría nunca pensado? ¿Declarará el texto, finalmente, como un documento
propio de una religión de oriente medio que habla más de la confusión del autor del
texto —inducida por su educación y mentalidad religiosa— que fuerza los hechos
históricos, que los tergiversa y los describe conforme a sus propios propósitos o, al
menos, conforme a sus propias creencias? Sin conocer el Antiguo Testamento y sin
creer que Dios enviaría un mensajero, ¿podría un historiador jamás haber visto en esos
hechos lo que el autor del evangelio ve? ¿Habría llegado a la misma conclusión que el
texto un ciudadano romano ateo que viera a Juan bautizando en el desierto? Ni un
historiador ni tampoco una persona cualquiera fuera de la religión de Israel habrían
podido entender nada de lo que estaría sucediendo en esa escena según el autor. Pero
peor aún que no entenderlo es querer imponer una forma de entender esa escena —no
solo la escena histórica que presuntamente describe el texto, sino la forma en que el
texto describe esa escena histórica— que nada tenga que ver con lo que realmente está
diciendo y que, además, se autoproclame como autoridad científica sobre lo que dice
el texto.
Podemos entender así ahora que hablar de la “historicidad” de esos hechos —
del hecho de que Juan predice en el desierto como cumplimiento de la profecía de
Isaías— es problemático porque hay primero que precisar qué entendemos por
historicidad. Para el autor del evangelio de Marcos, la forma en que presenta los
hechos es perfectamente la de un “historiador”, donde hablar de Dios y su Enviado
forma parte de la descripción histórica. Su principal objetivo no es demostrar la
historicidad de los hechos ocurridos —como si la descripción de hechos históricos
fuera en sí mismo el fin—, sino evidenciar que esos hechos ocurridos demuestran por
sí mismos que Jesús es el Cristo, el Mesías, el Enviado, el Mensajero: ¡Porque se está
cumpliendo la profecía en acontecimientos históricos concretos! ¿Qué historiador hoy
podría hacer historia implicando la acción del Dios de Israel en la vida de las personas,
o su presencia en ciertos hechos, y el hecho de que en ciertos acontecimientos veamos
perfectamente que se ha cumplido una profecía? Para el Evangelio de Marcos,
presentar de esta manera los hechos es totalmente plausible. No hay ninguna falla en
cuanto al método histórico —si así se puede llamar— que emplea: el propósito de ese
método no es describir hechos sin más, sino mostrar mediante la descripción de
hechos que en ellos se cumplen las promesas de Dios. Además, no una promesa
cualquiera, sino la del envío de su mensajero. Por eso es tan importante que Israel
“enderece sus caminos”, porque, si no los endereza, Jesús no pasará por ellos y no
causará restauración, no ocurrirá el propósito para el que ha sido enviado. Por eso, de
manera urgente, Juan está llamando al “arrepentimiento de los pecados”, que es la
manera de “enderezar sus caminos”, para que cuando venga Jesús puedan recibirlo.
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Estando en pecado, no pueden recibirlo. Y, como señala Vidal, esa será la forma misma
que adoptará Jesús cuando predique la venida del Reino de Dios: “el mensaje de Jesús,
como Mesías, como Hijo de Dios, sería semejante al que había proclamado durante
cerca de medio año Juan el Bautista (Marcos 1:14,15)” (p. 48).
La descripción histórica con la que comienza el evangelio de Marcos se hace
bajo la óptica de las promesas del Antiguo Testamento y la óptica de la fe. Mezclar la
fe con la historia no es problema para el evangelio. Cuadra totalmente con su
concepción de la historicidad del relato —que el relato se ajuste a y describa los hechos
sucedidos verdaderamente—, que apoya la historicidad de los hechos (que no es la de
demostrar que los hechos han ocurrido, sino que los hechos ocurridos —y relatados
ahí, dando por hecho, al relatarlos, que han ocurrido— demuestran que Jesús es el
Mesías).
El evangelista no tiene en mente intentar ser lo más objetivo y neutral posible
para que los lectores no piensen que está implicando sus propias creencias. ¡Al
contrario, implica hasta el fondo sus propias creencias, y no trata de ocultarlo! El solo
hecho de creer que se le presenta el dilema de tener o no tener que ocultarlo, de creer
que tendría que ocultarlo, es aplicar inconscientemente nuestras propias categorías
modernas historicistas, que no tienen en cuenta en absoluto que Marcos se dirige a
una comunidad de creyentes conversos, en su mayoría no judíos de origen, donde ya
se da por hecho que es cierto eso mismo que se está narrando, eso que se ha comenzado
a narrar (que Jesús es el Hijo de Dios, como anuncia el texto al principio). El texto solo
trata de fundamentarlo más, de manera que los creyentes de esa comunidad tengan
una fe más firme y no duden ante el sufrimiento.
Así, el propio Evangelio tiene una estructura en dos partes realizada bajo esa
misma intención: en la primera se habla de un aparente Mesías triunfalista —lo que
ellos quieren que sea Jesús y lo que ellos quieren que sea su propia vida al seguir a
Jesús—, para continuar con una segunda parte que muestra la identidad verdadera de
Jesús (el Mesías sufriente), para lo cual vuelve —como al principio del evangelio— a
citar al profeta Isaías.
Arrebatar al propio texto la materia de la que está hablando, así como sacarlo
de su propio contexto histórico y literario, fueron estrategias filológicas exentas de
verdadera exégesis bíblica muy habituales por parte de los primeros eruditos que
iniciaron la denominada “primera búsqueda del Jesús histórico”.
En algunas interpretaciones de los textos evangélicos por parte de historiadores
agnósticos contra los que se posiciona Vidal, hay demasiadas asunciones previas
injustificadas, como la de que el texto evangélico se escribe bajo un género literario
histórico y tiene como última intención describir hechos. Si el texto de suyo, por sí
mismo, no tiene la intención de historiar el pasado, ¿cómo va a servir como material
historiográfico? Realmente, los materiales historiográficos que le sirven a la ciencia
histórica para conocer el pasado no siempre o casi nunca se hicieron bajo la conciencia
de ser un material histórico, un material que sirviera a los futuros historiadores para
conocer hechos del pasado. Así, los fósiles, papiros, rollos y códices descubiertos por
la arqueología bíblica estaban ahí porque estuvieron en el pasado, y sirven a la ciencia
histórica para sus propósitos.
Ahora bien, eso es muy distinto —servirse de un material con fines históricos, a
pesar de que ese material no tuviera como intención servir para que los historiadores
futuros conocieran su tiempo— a leer un texto con las gafas del historicismo y
adscribirle solamente una intención histórica. Porque esto significa, en términos
exegéticos, falsificar lo que un texto dice por sí mismo. Eso es más bien la lectura que
hace del texto, para Vidal, una mentalidad moderna historicista, mentalidad que, en
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lugar de fijarse en el mensaje y significado teológico del texto, se fija solo en lo que a
ella le interesa y en lo que, dentro de su bagaje hermenéutico, puede comprender del
texto. Si no tiene una mente abierta —como mínimo, abierta a reconocer que el texto
no trata de lo que quiere que trate el historiador agnóstico—, es casi imposible que
pueda comprender el texto conforme a la comprensión que tiene de sí mismo,
conforme a lo que Leo Strauss, en distintos trabajos, entendió como comprender “a los
autores como se comprendían a sí mismos”.
Como previamente a esa lectura historicista del texto no cree en Dios ni en los
milagros, lo único en lo que le va a interesar fijarse a esa forma de leer es en si ese texto
es histórico, es decir, si realmente está narrando hechos del pasado o si, en realidad,
no hay una conexión ni referencia verdadera a los hechos reales. Si constata que el
texto no contiene historicidad —no narra hechos del pasado tal y como fueron o de una
manera aproximada a como fueron, siempre bajo la consideración de subjetividad de
todo testimonio del pasado—, entonces ese texto “no sirve”. ¡Vaya juicio! Ha
sentenciado a muerte un texto por el solo hecho de no servirle al historiador para
conocer el pasado, lo cual significa proyectar y asumir injustificadamente que ese texto
quiere historiar el pasado, pero, en realidad, no lo hace. Así, se da una contradicción
en las conclusiones del lector historicista: asume que el texto quiere historiar el pasado
—cuando, en realidad, al menos en el contexto evangélico, casi nada quiere
simplemente narrar un hecho del pasado, sino más bien transmitir un hecho por su
significado teológico, por el significado teológico que le da su autor—, pero como
constata que no lo hace, lo acusa de “engañarle” y de ser un texto inventado.
En realidad, todo este enjuiciamiento que acaba con una sentencia historicista
en contra de la veracidad del texto evangélico —tema que le preocupa mucho a Vidal,
dado que al fin y al cabo su libro trata sobre la historia de Jesús de Nazaret narrada en
los evangelios y en otras fuentes extrabíblicas— es solo un producto imaginario de esa
mente que solo busca datos históricos en el texto, es decir, datos verídicos sobre el
pasado, porque se asume, antes de leerlo, que el texto quiere historiar el pasado y
luego, una vez lo lee, busca en el texto datos históricos que, lógicamente, no va a
encontrar (porque, en realidad, el texto, por sí y en sí mismo, no tiene una intención
histórica): como este lector constata que lo que narra el texto evangélico sobre la vida
de Jesús no pueden ser datos históricos, concluye rápidamente que el texto es falso
históricamente.
Pero esta “constatación” —entrecomillada porque no tiene ningún fundamento
filológico—, hecha tanto por medio de un supuesto método científico como por medio
de la sola asunción de que no puede ser histórico porque cuenta datos milagrosos —
datos que son imposibles en términos históricos—, se ha hecho, evidentemente, bajo
un pre-juicio injustificado: como si, realmente, para el autor del texto evangélico, el
hecho de que no estuviera describiendo un hecho histórico fuera algo dramático o
perjudicial para la transmisión del mensaje que trata de enseñar.
Así, estas interpretaciones con pre-juicios historicistas se acometen
abiertamente con la previa intención de negar que un milagro narrado en el texto sea
posible y que, por tanto, no hay posible historicidad del texto, puesto que los milagros,
bajo su concepción, no son posibles, de manera que se deduce lógicamente la no
historicidad del texto. Así, concluyen sencillamente: si los milagros no son posibles,
un texto que describe como hecho histórico un milagro, no puede ser un texto verídico.
No sirve como material historiográfico, porque la referencia a un hecho del pasado se
ve claramente como falsa, porque lo que dice que ha sucedido es imposible
empíricamente.
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La intención del evangelio no ha sido narrar puros hechos del pasado, sino
narrarlos para llevar a la fe a las personas que lo lean.
El propio César Vidal ha confesado en distintos lugares que su conversión fue a
través de la lectura del Nuevo Testamento; en concreto, de la carta a los Romanos. De
manera que esa intención de llevar a la fe a personas es la verdadera intención del
texto, y no la de historiar el pasado. Otra cosa es que esto nos guste o no “sirva” a la
ciencia histórica.
Por eso, cualquier lectura historicista de los evangelios bíblicos cae en
contradicciones tras contradicciones.
Así, la historia de Jesús que narran los evangelios es cierta —es decir, que es
una narración que relata hechos históricos— para quienes confiesan previamente a la
Biblia como Palabra de Dios (así como otras asunciones previas demasiado evidentes
en el autor del texto, como la de que cree en Dios, y no en cualquier Dios, sino en el
Dios de los judíos). Pero ¿es realmente necesario que esos hechos descritos sean
hechos históricos para quienes confiesan a la Biblia como Palabra de Dios, así como
que el texto bíblico tenga una intención histórica al contarlos? Para el historiador
“neutral”, que no cree que la Biblia sea Palabra de Dios, puede suscitarle esta narración
dudas sobre la historicidad de los hechos que narra, lógicamente. Quizá puede no
6 “Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han
sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron
ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas
las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la
verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lucas 1, 1-4).
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dudar de la intención histórica del relato, pero sí de que esos relatos ocurrieran tal y
como los describe y, por tanto, de la historicidad exacta de los hechos relatados: de que
eso que se relata sucediera verdaderamente tal y como se relata. Pero, de nuevo, eso
es leer el texto simplemente con una mentalidad ajena al que tiene el texto, y esto
llevará a no comprender por sí mismo el relato. No se trata de exigir la fe para
comprender el relato, sino de que, incluso sin fe, el exegeta científicamente honesto
tiene que comprender el texto por sí mismo, incluso comprendiéndolo a partir de los
pre-juicios del texto y no a partir de sus propios pre-juicios. Porque se trata, como
tarea primera, de comprender correctamente el texto. Después ya hablaremos de
historia y de fe: primero va la exégesis.
Un aspecto importante en este punto es que hay otros historiadores
“agnósticos” que creen que en la narración de estos hechos no se puede ni confirmar
ni des-confirmar nada porque no hay hechos históricos que contrastar con
documentos historiográficos verídicos: es sencillamente imposible que Jesús fuera
tentado en el desierto, por ejemplo, porque para el agnosticismo no existen dioses, ni
ángeles, ni seres superiores. ¿Para qué molestarse en comprobar si el texto
verdaderamente es auténtico y describe hechos de la historia cuando los hechos que
narran son aceptados desde el principio como imposibles? Pero este historiador debe
caer en la cuenta de que la creencia en la imposibilidad de esos hechos constituye,
valga la redundancia, el objeto de una creencia. Ese es el pre-juicio oculto del
historiador agnóstico: da por sentado que esos hechos son imposibles, de manera que
cualquier historia que hable de esos hechos será tomada de antemano —sin
justificación alguna de esa creencia en que los hechos sobrenaturales son imposibles
más que el decir mismo que los hechos sobrenaturales son imposibles— como relato
de ficción.7
Así, argumentan que por detrás y por debajo de la narración está implicada la
fe, el creer, porque está hablando de situaciones que son, a priori, solo de índole
teológico-bíblica, esto es, de acontecimientos leídos bajo categorías propias de la
religión de Israel. Si un historiador no cree en el Dios de Israel, ¿qué pensará entonces
respecto a este episodio según el cual Jesús fue tentado en el desierto? Esa es la
falsedad, la falacia involucrada del historiador: dice que no tiene creencias, pero sí las
tiene, y además muy manifiestas. A pesar de manifestarlas a plena luz del día, consigue
que pasen desapercibidas.
La finalidad de señalar estos prejuicios del historiador agnóstico de los
evangelios no es, en absoluto, que se exija a este historiador que para poder entender
el texto correctamente tenga que aceptar la historicidad de los hechos, tenga que tener
fe en el Dios de Israel, sino de hacerle percibir que él también está involucrado en una
clase de creencia ya, una ideología, que le impide estar verdaderamente abierto a lo
que narra el texto, a saber, la creencia de que para ser verídico en algún sentido tiene
que ser previamente verídico en términos históricos. Más aún, la creencia de que el
texto quiere por sí mismo ser un texto verídico en términos históricos, la creencia de
que el texto tiene la intención siempre de historiar el pasado.
Lo más conveniente es hacer una epojé de los pre-juicios, tanto agnósticos como
confesionales, porque la predisposición a no aceptar de antemano nada de lo que diga
el texto es, cuanto menos, una lectura acrítica: significa estar aferrado a unas creencias
y no estar dispuesto a cambiarlas. Eso no es ciencia, es dogmatismo. El historiador
agnóstico también es presa de sus propias creencias y dioses —esos que dice que no
7 Esta sencilla argumentación constituye la base declarada de libros como el de JAVIER ALONSO, La
resurrección de Jesús. De hombre a Dios, Arzalia Ediciones, Madrid, 2018, p. 16.
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tiene— cuando él cree ser libre de pre-juicios e ideas impuestas. Lo más irónico es esta
falsa libertad, libertad que el historiador cree firmemente que tiene.
En el otro extremo, podemos considerar que, para algunos lectores creyentes
fundamentalistas, es en la Biblia donde está la propia intención de historiar el pasado:
no perciben que en realidad no es para la propia Biblia sino para ellos mismos y su
lectura de la Biblia, que lo que se está narrando cuando se habla de la vida de Jesús es
una historia verdaderamente histórica, en la que se narran acontecimientos históricos
reales.
Por su parte, el lector historicista agnóstico siempre va a pensar que esos
acontecimientos son imposibles, que nunca sucedieron más que en la mente de los
autores de los textos o, a lo sumo, en la mente de esas personas que protagonizan los
relatos y que dan testimonio (oral y escrito) de lo sucedido, en lo cual se basa el
evangelista para construir su historia. Que es una historia subjetivamente narrada y
que se edifica a partir de una lectura religiosa de la historia que no coincide con la
realidad, con la verdad histórica. ¿Por qué? Porque es la historia del Hijo de Dios, la
historia que hace Dios Padre con su Hijo, en la que se dice que hay acontecimientos
históricos reales. Pero, si se piensa de antemano que Dios no existe, ¿qué se pensará
del relato y de los supuestos hechos históricos que narra? El escepticismo frente a la
verdad de estos hechos narrados, no obstante, no lleva a pensar a todos los
historiadores agnósticos que en los evangelios no hay datos históricos.
Un párrafo importante de Más que un rabino lo encontramos en la página 51,
respecto al propio episodio de Juan 3, 1-12, donde Jesús habla del nacer de nuevo a
propósito de las preguntas de Nicodemo:
El texto precedente [a saber, Juan 3, 1-12] —referido al nacer del agua y del
Espíritu— ha sido señalado en repetidas ocasiones como una referencia de Jesús al
bautismo como sacramento regenerador. Semejante interpretación resulta
absolutamente imposible y denota fundamentalmente la triste ignorancia de algunos
exégetas con relación al trasfondo judío de Jesús y, muy especialmente, la deplorable
tendencia a proyectar dogmas posteriores sobre un texto bíblico que nada tiene que
ver. (p. 51)
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V. Páramo, reseña de C. Vidal, Más que un rabino La torre del Virrey Nº 33, 2023/1
tiene nada de extraño: ¡lo que se dice en la Biblia sobre Jesús ya es un acto de la
tradición! ¡No es el Jesús real, el de la historia, sino el Jesús bíblico el que habla! Y en
esto no hay problema: Jesús escogió a discípulos para que llevaran su noticia por
doquier y les confirió una autoridad para hacerlo (Marcos 16, 15-18), y esa misma
autoridad elaboró los documentos que más tarden formarían un Nuevo Testamento.
¡Es una falacia pensar que la Tradición que compuso el Nuevo Testamento es más
legítima que la que viene después! Jesús edificó una Iglesia de vida eterna, no solo una
iglesia a la que pertenecería la tradición apostólica: si la generación que viene después
de la apostólica es falsa y no tiene importancia alguna —como ve una visión radical
protestante—, ¿qué Iglesia eterna será esa? ¿Qué legitima desechar la tradición
posterior y que solo la apostólica valga? La falacia reside en pensar que la Biblia no
tiene una tradición —la apostólica— y que todo lo que sea acto de la tradición de la
Iglesia es sencillamente falso o tergiversa la Biblia. ¡Si la Biblia misma es fruto de esa
tradición! Se garantizaron formas religiosas y culturales para que los apóstoles
tuvieran discípulos, porque no había otra manera de seguir existiendo que sumando
personas nuevas y jóvenes.
Ahora bien, es lógico que Vidal ataque a lo largo del libro, en distintos
momentos cruciales, no solo a historiadores agnósticos, sino también interpretaciones
que la Iglesia específicamente romana ha hecho de la vida de Jesús; porque también
en ese ambiente se han cometido muchos errores y falsas interpretaciones de las
palabras (legómena, “lo que se dice”) y acciones (drómena, “lo que se hace”8) de Jesús
narradas en los evangelios, que han caído en los mismos errores de interpretación que
hemos señalado con respecto a los historiadores agnósticos.
8 José Luis Calvo, Los cuatro evangelios. Edición bilingüe, Trotta, Madrid, 2022, p. 17
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