Libro Una Mision Sin Frontera

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U na


fronteras

HNA. MARTHA INÉS ESCOBAR


U na

fronteras
HNA. MARTHA INÉS ESCOBAR

Hermanas Dominicas
de la Presentación
Una misión sin fronteras

Edición: febrero 2022


Fecha de impresión: marzo de 2022

Tiraje: 100 ejemplares


ISBN: 978-958-49-5509-8

Autor:
Hna. Martha Inés Escobar

Correción de estilo, diseño y diagramación


Divegráficas S.A.S
Carrera 50 # 35-62
(604) 322 50 96

Medellín - Colombia
2022
A mi papá, que con su honestidad
y disciplina me enseñó el camino
de la entrega desinteresada.

A mi mamá, que con su paciencia


y escucha me mostró el camino
de la paciencia que aún busco.
CONTENIDO

9 Recuerdos de mi pasado

13 Un tiempo largo de espera

35 La lepra

51 La obra de la Providencia

59 El trabajo con los leprosos

67 El accidente

75 Mi regreso al concierto

85 El mundo de la salud

99 ¿Y después?

111 Mis primeros 75 años

Hna. Martha Inés Escobar 5


PRÓLOGO

No puedo negarme a la sugerencia que se me hizo de introducir


este libro con unas cuantas palabras que no pueden sino brotar del
corazón, puesto que el Señor me ha permitido vivir muy de cerca
muchos de los momento descritos en este texto. A pesar, de que
la Hna. Martha y yo, no hemos vivido juntas por largos periodos,
sí hemos tenido la oportunidad de compartir profundamente en
muchos momentos cruciales para la vida de ambas.

Las dos recibimos el regalo de empezar nuestra vida religiosa


en Francia, cuna de la Congregación. Inútil decir que este ha
sido no solo un lazo de unión, sino también una cierta unidad
de pensamiento y búsqueda común. Yo fui testigo de su entrega
personal a los leprosos en Mokolo cuando se me pidió hacer
una visita oficial de la Congregación que más bien fue para mí
una oportunidad inmerecida, pero que me abrió los ojos a una
realidad con la que nunca pensé encontrarme tan de cerca y de la
cual estaré siempre agradecida. Pude entonces en ese momento
darle gracias al Señor por la entrega y el amor que Martha desplegó
entre aquellos que casi podríamos llamar en ese momento los
más pequeños y abandonados de nuestros hermanos.

Después del África, el Señor nos ha permitido compartir muchas


experiencias de vida en común y, sobre todo, de pensamiento y
búsqueda similares.

Quiero agradecer a quienes tuvieron la maravillosa idea de


publicar sus memorias, y le pido al Señor que muchas jóvenes se
sientan inspiradas por su entrega y generosidad, para que ellas
también ofrezcan y pongan sus vidas al servicio de los demás.

Hna. Marina Mejía T. OP


Dominica de la Presentación.

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Recuerdos
de mi pasado
El tiempo de Dios

Nacida en una familia de católicos practicantes, con dos


hermanas y ocho hermanos, entré al Colegio de las Hermanas
de la Presentación en Medellín, el colegio del Centro como lo
llamábamos. Era un colegio más bien para niñas de una categoría
media alta, pero las hermanas daban algunas becas para niñas
pobres. Descubrí en mi clase, que algunas de ella no tenían con
qué comprar los libros o cambiar el uniforme cada año. Aun
cuando las hermanas no nos decían los nombres, no era difícil
identificarlas, los uniformes brillaban de tanto plancharlos.
Tratábamos de darle a la hermana responsable del curso algunas
cosas que aquellas niñas pudieran necesitar.

Aprender lo básico de los primeros años no fue una prioridad


para mí. Me hicieron repetir kínder y segundo de primaria. No
empecé la vida brillando como un genio. Pero había otras cosas
que sí me interesaban, como aprender a orar y prepararme para la
Primera Comunión, aún no había cumplido los siete años cuando
recibí la eucaristía por primera vez.

El día de mi Primera Comunión, el 16 de Julio de 1952,


marcaría una primera etapa en mi camino. Aún recuerdo la capilla
del colegio, las flores que adornaban el altar y las que llevábamos
en las manos, azucenas blancas, símbolo de la pureza con que
recibíamos a Jesús por primera vez. También recuerdo la banca en
que me tocó sentarme en el lado izquierdo de la capilla. Y, si puedo
recordar todo eso, es porque ese día decidí (o tomé conciencia de
que el Señor había decidido por mí) que daría mi vida al África. No

Hna. Martha Inés Escobar 11


recuerdo haber oído hablar del África antes. No tengo la imagen
de alguien que haya hablado de eso; no recuerdo lo que África
significaba en el mapa. Tampoco recuerdo haber asociado el
África con vida misionera en una congregación y menos aún sabía
quiénes eran los leprosos, fue como una de esas flechas en el
camino que me indicaba la dirección. La flecha no decía cuántos
kilómetros o cuántos años, solo indicaba una dirección: África. La
vida dio muchas vueltas antes de que este sueño se materializara,
pero la semilla estaba sembrada y siempre estuve a la expectativa.
El tiempo de Dios no es el nuestro y sus planes solo se realizan
cuando ya nos ha preparado para ellos.

12 Una misión sin fronteras


Un tiempo
largo de espera
Francia

Una vez terminado mi bachillerato ya no quise esperar más. La


universidad me tentaba, pero al mismo tiempo no quería perder
el camino. La flecha seguía indicando el camino del África. Escribí
una carta pidiendo la entrada en la congregación de las Hermanas
Dominicas de la Presentación, y en ella, dejaba muy claro mi
ideal: quería ser misionera en África y buscaba la congregación
porque sabía que tenían misiones allí. No me hicieron ningún
comentario a la carta, pero seis meses después me enviaron a
recibir mi formación religiosa en Francia. Yo me sentí inicialmente
a las puertas del África, pero los planes de Dios eran otros.

Francia fue una época dura, el idioma se me hizo fácil pues casi
todas mis compañeras hablaban francés. Había que aprender
para sobrevivir. Para que me iniciara en la lengua, me asignaron
una hermana colombiana, que hablaba el francés poco y mal. A
los tres días renuncié y pedí a la maestra de postulantes que me
permitiera integrarme al grupo. No sé qué pensaría de la novicia
rebelde, pues nunca me lo dijo, pero aceptó. Con las jóvenes
aprendí más fácil y rápido.

El idioma no fue lo más difícil en Francia, pues me encontré


frente a una realidad imprevista: no sabía quién era. Crecí como
niña protegida a la sombra de mis padres y de mis hermanos.
Siempre fui la hija del doctor Escobar o de Emilita, entre los jóvenes
era la hermana chiquita de Ángela o María Eugenia o la hermana
de los Escobares (mis ocho hermanos). Así nunca tuve que pensar
quién era. Al llegar a Francia, todos esos parámetros se perdieron

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y me quedé sin piso, nadie sabía quién era mi familia ni de dónde
venía, ni cual era mi pasado. Solo tenía que mostrar quién era yo
y no lo sabía. Muy pronto, después de acabar mi formación inicial
como religiosa y como enfermera, alguien inteligente, Mere Marie
Sainte Therese, me envió de regreso a Colombia en busca de mis
raíces; entonces creí que la flecha del África se había volteado o se
había caído.

16 Una misión sin fronteras


El Chocó

El regreso tampoco fue fácil, pero caminé hacia el encuentro de


mí misma. La Provincial del momento, Hermana Margarita de la
Encarnación me envió al Chocó. Es un departamento de Colombia
con el 95% de la población negra. Aprendí que eran descendientes
de los esclavos africanos que lograban evadirse de sus amos. Me
sentí bien entre ellos. Era mi pequeña África en miniatura y me
propuse conocer las costumbres y las tradiciones. Muchas cosas
se conservaban intactas desde que llegaron a ocupar esa densa
y húmeda selva donde llueve 300 días al año. Muchos nombres
de ciudades, ritos funerarios, celebraciones… que vi en el Chocó
pude entenderlas luego en el África. La mayoría de los habitantes
del Chocó no tenían explicaciones claras para lo que hacían, pero
seguían los ritos porque así lo hacían los antepasados.

También allí pagué por mi ignorancia. Yo era una joven


religiosa que creía que todos debían seguir el mismo camino.
Me impresionaron los ritos de los muertos porque tenían mucho
de vudú. Al ver que hacían la novena de los muertos con una
mariposa negra que subía un poco cada día, un vaso de agua con
una rama dentro para que el muerto bebiera durante su caminar
y otros signos que no correspondían a mis ideas, quise cristianizar
la novena. Cada noche iba con ellos, hacíamos lecturas bíblicas
sobre la resurrección, un pequeño comentario y el rezo del
rosario. Seguí mi novena hasta el penúltimo día muy orgullosa de
mi evangelización. Dios se encargó de hacerme ver la humildad
cuando al salir ese día, a solo unos pasos de la casa, oí que decían:
“Ya podemos rezar, ya se fue la hermanita”. Me reí sola, pero traté
de aprender la lección.

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Otros también recibían su tratamiento contra el orgullo.
Llevaba dos años ocupándome de la maternidad y sabía que la
mayoría de los médicos no se ocupaban de los prematuros, sino
que los ponían en una bandeja para esperar a que murieran. Me
autoinicié en el cuidado de los prematuros con ayuda telefónica
del pediatra de nuestra familia en Medellín. Los médicos, aunque
siguieron sin ocuparse de los prematuros, aprendieron a llamarme
a cualquier hora del día o de la noche, sin ningún remordimiento
me decían: “Aquí le tengo otro juguete”. Un día, uno de ellos quiso
al menos ayudar en algo y cuando llegué lo encontré dándole
oxígeno al bebé que sólo quería aire libre y espacio para llorar.
Me dijo: “Está muy morado”, yo me reí y le dije: “Doctor, así son
todos los bebés negros”. Me dejó el bebé y siguió ocupándose de
la madre. Todos tenemos mucho que aprender cuando dejamos
el territorio conocido.

Uno de los casos más difíciles fue el de una madre que se


presentó después de seis horas de viaje por el río; me mostró algo
envuelto en un trapo, que inicialmente no supe qué era. Me dijo:
“Sálveme este por favor, llevo seis abortos y quiero tener un hijo”.
Miré la bebé que apenas pesaba dos libras y que, esta sí, estaba
completamente morada. Inicié un trabajo que duró seis meses. La
bebé estaba en la maternidad durante el día y en mi celda durante
la noche para responder al primer signo de alarma. Perdió aún
más peso en los primeros días, hizo varios paros cardíacos, todo
tipo de infecciones, pues no tenía defensas, pero fue creciendo.
Después de cuatro meses empecé a pasarla poco a poco a su
madre. Uno o dos teteros al día, baño, un poco de contacto físico
y de olor a mamá. La madre hacía todo cuanto podía por su hija.
Al cabo de seis meses pudo dejar el hospital y llevársela a la casa.
Después de esta niña, que se llamó Marta Lía, la madre tuvo
otros tres niños sin ningún problema. Hoy Marta Lía es enfermera
especialista en Geriatría.

Otro caso que destaco es el de una mujer conocida como la


“loquita del pueblo”. Había tenido tres pares de mellizos, cinco
de los niños ya habían muerto y solo le quedaba una bebé de

18 Una misión sin fronteras


cuatro meses. Me la entregó para darla en adopción. Encontré
varias familias de blancos que quisieron adoptarla, pero no quise
entregarla, pues pensé que nunca la verían como a su hija. Creció
con las hermanas en nuestra casa y dormía en la celda contigua
a la mía para poder oírla en la noche. A las cinco de la mañana
me despertaba diciendo: “Tata”. Toda la comunidad se levantaba
sonriendo. Le enseñamos a caminar y a hablar. Nuestra casa era su
casa, pero tenía miedo de los negros que venían a vernos. Me tocó
hacerle un tratamiento frente al espejo para que se identificara
con su pueblo, las primeras veces lloró de susto. A los dos años
una enfermera la adoptó y fue una separación difícil para ella y
para mí.

Después de tres años salí del Chocó hacia Panamá; mi


alegría fue inmensa al ver mis prematuritos sentados en fila
despidiéndome. También me sentí triste al dejarlos, pero sabía
que el personal de enfermeras había aprendido a cuidar de ellos y
ya no los dejarían morir en la bandeja.

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Panamá

Panamá me ofreció la oportunidad de enfrentarme a dos


culturas muy diferentes: los indios y los negros que se han visto
distanciados desde el origen de la colonización. El negro fue
esclavo con frecuencia, el blanco fue el opresor e hizo de él un
siervo y un esclavo. El indio ya tenía sus raíces en el continente,
esta era su tierra, también fue oprimido por el colonizador,
pero casi siempre en vez de aceptar la esclavitud, optó por el
enfrentamiento y la muerte antes que perder su libertad.

La distancia entre las dos razas es enorme y con frecuencia


nos veíamos obligados a tener programas de salud paralelos
para evitar encuentros. Tres días por semana trabajábamos en
el Centro de Salud con los negros y otros tres días viajábamos
por los ríos o por la costa del Pacífico hasta las primeras aldeas
indígenas de Colombia donde no había servicio médico.

Un trabajo de enfermera en un sitio donde el médico más


cercano se encuentra a una hora de avión no es fácil. Cambié mis
libros de enfermería por libros de medicina. Con frecuencia me
pasaba la noche estudiando antes de poder dar un diagnóstico
y un tratamiento adecuado a un paciente. Por radioteléfono
aprendí a poner anestesia para las extracciones dentales, llegué
hasta hacer casi treinta extracciones en un día en las aldeas
indígenas. Atendí partos complicados y realicé procedimientos
reservados al médico: era eso o la muerte. Toda esta etapa fue
una buena escuela para aprender a defenderme sola, como me
tocaría luego en el África. De nuevo hay que reconocer que Dios
tiene sus caminos, solo hay que seguirlos.

Una vida misionera implica riesgos de todo tipo. Una de las


experiencias más fuertes de mi vida, donde descubrí la mano del
Señor que me protege, fue una gira de vacunación por las aldeas
de la costa Pacífica. Salimos, como de costumbre, respetando el

20 Una misión sin fronteras


choque de la marea y el agua dulce de la desembocadura del río,
lo que provoca olas de hasta dos metros. Solo en marea alta se
puede salir. Ya en mar abierto el mar parecía tranquilo pero el
boga no vio una roca que se encontraba casi a nivel del agua, la
lancha chocó con la roca y se partió en dos. Estábamos lejos de la
playa y de toda aldea. Todos los miembros del equipo cayeron del
lado del mar, yo me encontré entre la roca y la mitad de la lancha.

Recuerdo haber abierto mis ojos bajo el agua; había buena


luz pues el sol estaba en la mitad de su curso. Pensé que era mi
último día. Logré sacar la cabeza y respirar, pero me encontré
frente a una ola enorme que me podía aplastar entre los pedazos
de la lancha y la roca. Oí los gritos de los empleados que veían
lo que estaba sucediendo. En ese momento no entendí qué pasó,
pero los pedazos de bote se partieron a lado y lado de mi cuerpo
y la ola se alejó. Los empleados me dieron la mano, me ayudaron
a subir a la roca y esperaban ver mi espalda despedazada, pero yo
estaba ilesa. Vimos cómo había una hendidura en la roca, solo lo
suficientemente grande como para alojar mi cuerpo y protegerme.
Todo lo que llevábamos para trabajar cayó al mar.

Unos pescadores pasaron cerca y al vernos nos recogieron y nos


llevaron a la aldea. En la tarde alguien llegó con un cooler diciendo
que el mar lo había depositado en la playa. Recuperamos así,
todo lo que necesitábamos para vacunar los niños, organizamos
una vacunación nocturna, todo estaba intacto y seco.

Al atardecer tuvimos la dicha de participar en la eucaristía. No


habíamos tenido una eucaristía durante toda la Cuaresma. Cuál
no sería la sorpresa de todos cuando escuchamos la lectura de la
misa: Ex: 33,22 “Al pasar mi gloria te meteré en la hendidura de la
roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado”. Dios nos
hacía saber que su presencia estaba con nosotros y nos protegía
en nuestra misión. Él era quien me protegía en la hendidura de la
roca mientras todo se destruía a mi alrededor. Mis acompañantes
creyeron que yo había escogido la lectura.

Unos días más tarde mataron allí un tiburón de más de mil


libras, tenía en el estómago relojes y anillos entre otros.

Hna. Martha Inés Escobar 21


Estados Unidos, una
maestría para el desierto

El trabajo en el Chocó y en la selva del Darién mantuvieron vivo


mi sueño del África, pero una vez más el Señor quería continuar
mi preparación y hacerme crecer en el amor y la confianza.

La Hermana Inés Mercedes Mejía, entonces Superiora General,


me propuso hacer una Maestría en Enfermería en Washington.
¿Para qué? ¿Para servir a quienes? Me dijo: “Si Dios la quiere
en el África, allá es donde la va a necesitar”. Palabras sabias
pero incomprensibles para una joven soñadora con deseos de
actividad en un medio exótico. Siempre segura de que lo que
importa es seguir el camino que el Señor nos traza, me embarqué
para Estados Unidos, un país que nunca me había atraído y donde
nunca pensé llegar.

Tenía que empezar por estudiar inglés, puesto que no tenía sino
lo del bachillerato, y ya olvidado para darle lugar al francés durante
varios años. Llegué a la casa de Fall River, en Massachussets,
donde en ese momento ninguna hermana hablaba español, esto
me facilitó el aprendizaje del inglés. A los pocos días de haber
llegado, una explosión de gas destruyó gran parte de la casa
provincial en Dighton, una de nuestras hermanas murió y otra
quedó gravemente herida, lo que la obligó a pasar largo tiempo
en el hospital. Solía acompañarla con frecuencia y me pedía que
rezara las Vísperas con ella, yo le prometía que lo haría más tarde
y le rezaba a Dios para que se durmiera y me evitara esa tortura de

22 Una misión sin fronteras


tener que orar en inglés cuando sentía que era algo superior a mis
fuerzas. Afortunadamente, con frecuencia la hermana se dormía,
Dios me había escuchado, y yo seguía haciendo mis tareas.

Entre mis hermanas descubrí dos cosas que me sorprendieron,


dada la idea que yo tenía del pueblo americano. Había un clima
de trabajo intenso, pero asociado a un espíritu de silencio y
contemplación, más tarde pensé que quizás el compartir con las
hermanas de la India, había hecho esta síntesis maravillosa.

Solo habían pasado cuatro meses desde mi llegada y Sister


Mary Patricia, superiora Provincial, decidió que estaba lista para
pasar el TOEFL que me daría acceso a la universidad. Yo sentía
que no era la hora pues apenas entendía un poco, escribía algo y
hablaba menos, pero pensé que, frente al fracaso, la superiora me
daría una nueva oportunidad.

Me presenté a la prueba con más de cien estudiantes de


diferentes países. La tecnología lejos de donde está hoy. Nos
dieron unas hojas de respuestas donde teníamos que escribir la
opción correcta: A, B, C, D. Las preguntas eran pequeños textos
que escuchábamos en una grabadora antigua a la que le habían
colocado al frente un micrófono para deformar más la voz, no
entendí nada y coloqué C en todas las preguntas (según la ley de
probabilidades es mejor no cambiar las opciones). Entregué la
hoja antes de terminar la grabación y me fui alegre pensando que
el mensaje para la Provincial estaba dado. ¡Sorpresa! Tuve uno
de los puntajes más altos de Estados Unidos y me empezaron a
llamar de distintas universidades que querían tener ese genio en
sus aulas. Ya había decidido que iría a la Catholic University y me
tocó hacer frente a mi ignorancia. Moraleja: no respondas si no
sabes, porque luego lo pagarás.

Sin embargo, la Maestría fue una experiencia maravillosa que me


ayudó enormemente en el África donde tendría que enfrentarme
al mundo sola. Razón tenía la hermana Inés Mercedes.

Hna. Martha Inés Escobar 23


Encuentro con
una nueva cultura

Muchos años pasaron desde ese día de la Primera Comunión,


cuando el África se convirtió en un objetivo, incierto, pero
objetivo de todos modos. El cáncer fue la última barrera en el
camino. Cuando ya creía que el camino estaba abierto apareció
un nuevo obstáculo, más tarde entendería el papel que jugó. En
ese momento vi que lo importante era dar mi vida por el África
sin importar la manera. Tal vez a través del sufrimiento podría
hacer tanto bien como con una presencia física. Así lo acepté
en el momento y, más tarde, cuando los problemas de salud
me obligaron a dejar el leprosorio y salir del África con el alma
partida, recordé este momento y acepté seguir dando mi vida a
los leprosos, pero de otra manera y a pesar de los kilómetros que
nos separan.

En una visita de la Superiora General, Hna. Inés Mercedes Mejía,


esta quiso hablar con el médico para ver la mejor solución en mi
caso. ¿Qué respuesta recibió del doctor?: “Hermana, si quiere
ayudarla, déjela ir, su vida está allá hace muchos años”. ¡Por fin se
abrió la puerta!

Había todavía un paso difícil para dar, tenía que decir adiós a
mi papá, y sería un adiós definitivo, pues su salud se deterioraba
día a día. Los dos lo supimos cuando nos dimos el último abrazo,
pero su generosidad me daba fuerza.

24 Una misión sin fronteras


Quienes nos preparábamos para la nueva misión, nos
reunimos en Francia. Éramos doce entre francesas y colombianas
y comenzaríamos tres casas en Camerún. Nunca se había visto
en la congregación tal despliegue, sobre todo, que ninguna de
nosotras conocía ni el país ni la cultura africana. Empezamos a
mirar libros, mapas, informaciones de la Iglesia y de la cultura y,
en especial, tratábamos de comunicarnos entre nosotras, pues
algunas solo tenían un nivel rudimentario del francés.

Todo se preparó, hasta la Nivaquina, remedio de la época


contra el paludismo. La Hermana Rosa Ofelia se preocupó porque
cada una tuviera las dosis que necesitaba. Con ella, yo acababa
de hacer un curso de medicina tropical en Lyon, donde en más
de una ocasión sentí temor, pues no sabía si se ella se sentía
mal o si era un presentimiento mío, pero me parecía que algo
fallaba en su salud y que en cualquier momento podía morir en
una ciudad extraña donde solo nos encontrábamos las dos sin
ninguna persona conocida. Las hermanas de la casa estaban de
vacaciones. Cuatro días antes del viaje murió en unas pocas horas
como consecuencia de la rotura de un aneurisma en el cerebro.
Gracias a Dios ya habíamos llegado a la casa Madre y yo había
entregado la responsabilidad.

El día del viaje, aun sintiendo la ausencia de Rosa Ofelia,


salimos de La Breteche con la seguridad de que teníamos una
intercesora a quien podíamos confiar la misión.

Hna. Martha Inés Escobar 25


Camerún, el país

Camerún es un país de África Central en el golfo de Guinea, su


capital administrativa es Yaoundé, pero su capital económica y
el puerto principal del país es Douala. Los idiomas oficiales son
inglés y francés, sin embargo, la mayoría de la gente solo habla las
lenguas locales; actualmente tiene una población de 24 millones
de habitantes y cerca de 250 lenguas y dialectos

El país se encuentra dividido en dos partes muy distintas


separadas por una cadena de montañas. La parte sur es selvática,
con lluvias abundantes y mayores posibilidades para la agricultura
y la ganadería. La parte norte es desértica, con innumerables
montañas volcánicas que dan al paisaje un aspecto casi lunar. Las
tierras son pobres y las lluvias escasas, solo tres o cuatro meses al
año, las ciudades más desarrolladas y los centros educacionales
se encuentran en el sur y las posibilidades de trabajo para jóvenes
y adultos en el norte son pocas.

Debido a la forma particular del país y su situación entre


Nigeria y el Chad, “el cuello” del Camerún en la región vecina a
Mokolo, se ha convertido en el corredor favorito para el tráfico de
armas y droga, la población joven se ve tentada a optar por otras
fuentes de ingreso.

Seis horas de vuelo nos llevan de París a Garoua, ciudad


intermedia en el centro del Camerún. Cuántas cosas pueden cruzar

26 Una misión sin fronteras


por una cabeza mientras se viaja hacia lo desconocido y a la vez
deseado. ¿Qué pasará con mi sueño de infancia, con el deseo que
llevo dentro de mí desde la Primera Comunión? ¿Es solo un sueño
o la realización de un ideal? Y si solo era un sueño, ¿cómo será
el despertar? Ninguna de las compañeras veía el África como el
sueño de toda una vida. Algunas iban con alegría, otras aceptaban
el encargo por obediencia, pero yo me sentía sola frente a mi
sueño. Cuando el avión comenzó a descender, sentí lo que podría
describirse como una crisis de pánico, ya no había forma de volver
atrás, así que puse todo en manos de Dios y me preparé para pisar
tierra africana. En Garoua, entré en contacto directo con los olores
característicos del África, el color de la gente, los vestidos típicos
con grandes coloridos que resplandecen aún más en la piel
oscura: las mujeres con su cabeza siempre cubierta y los hombres
con sus largas túnicas y turbantes. Son pocos los blancos que se
ven y, en general, se trata de misioneros católicos o protestantes,
también hay algunos comerciantes. El calor es intenso y el sol
ardiente. Apenas recogemos nuestras cosas, emprendemos el
camino hacia Maroua y Mokolo, más al norte, más en la montaña
y con un clima un poco menos duro. Ya en el carro, después de las
horas en Garoua, me doy cuenta de que llegué a mi casa después
de una larga espera de muchos años. Aquí comenzó para mí, lo
sentí de inmediato, algo completamente distinto, una nueva vida.

A veces pienso que el cielo es un poco parecido, es también


un camino hacia lo desconocido, pero también hacia lo esperado
durante todo el tiempo de nuestro caminar en la tierra.

Hna. Martha Inés Escobar 27


La Orden de Malta

La Orden Soberana de Malta es una orden religiosa del siglo


XI, nacida dentro del marco de las Cruzadas. Es una de las
instituciones más antiguas del mundo. Un organismo Soberano
que mantiene relaciones diplomáticas con más de 100 países.
Su originalidad consiste en que es el único país reconocido en
el mundo como estado, sin territorio. Sus líderes son laicos que
toman sus votos de pobreza, castidad y obediencia al Papa.

Trabajan actualmente en 120 países, sobre todo en África y el


tercer mundo con proyectos médicos, sociales y humanitarios en
favor de los más necesitados. Desde antiguo, los leprosos se han
contado entre sus prioridades.

Con la Orden de Malta tuve la suerte de trabajar durante toda


mi estadía en África. Conté siempre con su confianza y apoyo y
pude emprender nuevos programas sabiendo que siempre habría
presupuesto para lo más necesario.

28 Una misión sin fronteras


El pueblo Mafa

El pueblo Mafa es uno de los 70 grupos Kirdis que viven en los


Montes Mandará de la provincia del extremo norte de Camerún. Es
la región más árida del país pues limita con el desierto del Sahara.
Sus montañas ofrecen impresionantes paisajes volcánicos cuasi
lunares, el extremo Norte posee una fauna extraordinaria que
atrae numerosos turistas.

Mokolo es ya territorio Mafa. Gran parte del pueblo vive al


ritmo de la oración de la Meca, pues la mezquita ocupa el sitio
central junto con el mercado. Allí vería los primeros rostros de la
etnia con la que más trabajé durante los siguientes veinte años.
Me llama la atención la belleza de los rostros femeninos, rostros
morenos con rasgos muy finos, y las sonrisas acogedoras de los
niños, aunque algunos todavía se asustan ante los blancos; más
tarde supe que para ellos el diablo es blanco.

Desde el principio siento la necesidad de llegar a conocer


la lengua para poder acercarme a ellos. Algunos jóvenes
escolarizados hablan francés, pero la mayoría de las personas
mayores solo habla las lenguas locales, que son muchas, bien
estructuradas y con gramática propia. Muchas de ellas tienen
traducciones de la Biblia o al menos del Nuevo Testamento, a
veces basta recorrer veinte kilómetros para encontrar otra etnia
y otra lengua. La entrega de los primeros evangelizadores se
descubre rápidamente.

Hna. Martha Inés Escobar 29


Encuentro de religiones

El encuentro con el África pasa necesariamente por el


encuentro con otras religiones. En el norte de Camerún, más
o menos la mitad de la población son a día de hoy cristianos,
entre católicos y protestantes. Algunos abiertos al diálogo y otros
muy radicales, hasta el punto de no permitir que una enfermera
católica vacune un niño evangélico.

El islam

Ha dominado sobre todo en las ciudades más desarrolladas y


en los medios con mayores recursos. Las comunidades islámicas
de Mokolo, al menos cuando yo estuve allí, eran abiertas hasta
cierto punto, pues nos invitaban a celebrar el Ramadán que
concluía su mes de ayuno anual. Podíamos comer y sentarnos a
la mesa con los hombres, cosa que sus propias mujeres no podían
hacer, pues después de servirles se retiraban y comían con los
niños en la cocina.

También acostumbrábamos invitar los musulmanes de la


aldea a la celebración de grandes fiestas como la Navidad, para
ello era preciso que tuviéramos en cuenta algunas restricciones
alimentarias, por ejemplo, degollar las reses para que ellos
pudieran comer la carne sin sangre.

30 Una misión sin fronteras


El Animismo

Es la religión tradicional africana, se caracteriza por ser una


religión familiar, sin templos ni reuniones de comunidades. Para
el animista tanto los objetos como cualquier elemento del mundo
natural, montañas, ríos, cielo, tierra, rocas, plantas… están
dotados de movimiento, vida y alma. El animismo es una fuerza
que conecta todos los seres y crea una relación entre los vivos y
los muertos. El animismo es aún la religión del 35% del pueblo del
norte de Camerún, sobre todo en las montañas y en los sitios con
poco acceso a la cultura moderna. Tiene grandes valores como
el respeto, el sentido del perdón y la reconciliación entre los
miembros de un grupo familiar, quienes no se han reconciliado
no pueden ofrecer sacrificios a los antepasados y no serán nunca
escuchados por ellos.

Los cristianos

Vivir en el África, en un sitio apartado, sin internet en ese


momento, me ayudó a ver un poco lo que fue la Iglesia primitiva
que descubrimos en los Hechos de los Apóstoles. Ver la Iglesia
naciente en el Norte de Camerún, era como ver las primeras
comunidades cristianas. Evangelizar en un medio donde se
ha vivido en una religión familiar, donde se rinde culto a los
antepasados, donde se ofrecen sacrificios con derramamiento de
sangre, es a la vez encontrarse frente a una piedra de tropiezo y
frente a una piedra de apoyo. Es fácil que los creyentes se sientan
llevados a un sincretismo, donde sus creencias ancestrales se unan
a las nuevas creencias predicadas por los misioneros. También el
ofrecer sacrificios de animales donde se derrama la sangre, puede
ser un paso para empezar a introducirlos al sacrificio de la Cruz y
el Sacrificio Eucarístico.

La convicción de que los antepasados nunca aceptarán


los sacrificios de una familia donde sus miembros no se han
reconciliado, puede ayudar a introducir el sacramento de la
Reconciliación y a ponerlo en relación con la participación en la
eucaristía.

Hna. Martha Inés Escobar 31


Algunos aspectos son más difíciles de armonizar, como por
ejemplo el matrimonio católico y la poligamia, ser polígamo es
ser completamente hombre y es una señal de más alta posición
en la sociedad. Además, ven la poligamia como una necesidad:
si una de las mujeres se va a buscar agua y lavar la ropa a diez
kilómetros de distancia, otra tiene que cocinar, responder por los
niños y cultivar el campo. ¿Qué hacer con aquellos que han vivido
primero la poligamia, que tienen tres o cuatro mujeres y varios
niños de cada una de ellas, y al acercarse a la Iglesia descubren
que esta no acepta los polígamos para la recepción de los
sacramentos? ¿Habría que pedirles que abandonen sus mujeres y
sus hijos para poder pertenecer a la Iglesia? Algunos permanecen
como catecúmenos toda su vida.

Como dato curioso, el hombre pasa la noche con la mujer


que cocinó ese día. Como en la Iglesia primitiva, las normas y
las exigencias de vida son más estrictas que en nuestra sociedad
moderna. Cuando un adulto decide entrar a la Iglesia debe pasar
por un período de catecumenado bajo el seguimiento estricto
de los responsables de la formación y la mirada atenta de la
comunidad.

La preparación de un catecúmeno para el bautismo dura


al menos tres años. En el primer año empiezan a descubrir la
Iglesia, quién es Jesús y cómo viven los cristianos. Al terminar el
año, la comunidad se reúne para evaluar al catecúmeno, ver sus
progresos, su participación en la comunidad y el cambio de ciertas
prácticas incompatibles con la doctrina de la Iglesia. Si el sujeto
es aceptado para seguir adelante, en una celebración se le da la
cruz del catecúmeno que lleva siempre al cuello y lo identifica
como futuro seguidor de Jesús. Inicia entonces un segundo año
de preparación donde acude a algunas partes de la celebración
eucarística, pero se retira después de la homilía. Al finalizar el año,
la comunidad hace una nueva evaluación y si ven que el candidato
ha progresado, en una celebración se le da el nombre cristiano
que usará junto con su nombre tradicional. Inicia así su último
año de catecumenado donde se prepara para recibir el bautismo

32 Una misión sin fronteras


y los demás sacramentos, no todos logran hacer este camino en
tres años y deben perseverar hasta que la comunidad decida que
están listos para entrar de lleno en la iglesia.

Algunos de los testimonios más bellos los recibí de ancianos,


quienes, siguiendo el ejemplo de otros, pedían ser cristianos y
emprendían con humildad y generosidad el largo camino que los
llevaba al bautismo.

Hna. Martha Inés Escobar 33


La lepra
La lepra

La lepra es una de las enfermedades conocidas y temidas desde


la antigüedad, actualmente se sabe que no es una enfermedad
hereditaria sino contagiosa, sin ninguna transmisibilidad cuando
está tratada, aunque los pacientes no tratados sí constituyen
una fuente de contagio. El bacilo causante de la enfermedad fue
descubierto en 1874 por Hansen, de donde también se le llama a
la lepra la enfermedad de Hansen.

En la historia universal y en la Biblia, la lepra era incurable,


mutilante y vergonzosa. Se sabe, por excavaciones arqueológicas
que la enfermedad afecta a la humanidad hace al menos cuatro
mil años.

En la Edad Media, los que padecían la enfermedad llevaban


pequeñas tabletas, llamadas tabletas de San Lázaro, las cuales al
golpear entre sí avisaban a la gente de su paso. San Lázaro ha sido
el santo de los leprosos. En Números 12, 10 se habla sobre la lepra
de Miriam, hermana de Moisés, adquirida por hablar mal de su
hermano, ella debe permanecer aislada por una semana.

La lepra siguió siendo estigmatizante durante siglos. En 1900


todavía existían leyes sobre la exclusión sistemática de los leprosos
y su reagrupamiento en leprosorios como medida de profilaxis. El
estigma social que se asoció con las formas avanzadas de la lepra
continúa en muchas regiones, y sigue siendo el mayor obstáculo
para el tratamiento precoz.

Hna. Martha Inés Escobar 37


En 1995 la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimaba
entre dos y tres millones de personas en todo el mundo que
estaban en situaciones de incapacidad permanente por la
lepra. Las cuarentenas forzadas o segregaciones de pacientes
constituyen medidas innecesarias y no éticas. El contagio se
produce por el contacto entre un enfermo en fase activa de la
enfermedad y una persona susceptible. Generalmente se requiere
un contacto de varios años.

Aun cuando el número de casos continúa disminuyendo,


todavía hay sitios de alta prevalencia en Brasil, India, parte de
África y el oeste del Pacífico. En la historia antigua, ignorando
las causas que provocaban la enfermedad, se recurría a ritos,
sacrificios y oraciones. Aún se hace entre pueblos muy primitivos
y con difícil acceso a los sistemas de salud. Actualmente,
siguiendo el tratamiento, la enfermedad puede curarse entre seis
meses y dos años. La prevención consiste en evitar el contacto
físico cercano y prolongado con personas que no hayan sido
debidamente tratadas.

Esto es lo que dicen los libros sobre la lepra, pero cuando


se vive con ellos y se comparte su vida no queda más que
encomendarse a Dios y observar todo su cuerpo cuidadosamente
al menos una vez al mes. Por otra parte, si queremos ser honestos
con el tratamiento que damos, tenemos que pensar que lo que les
ofrecemos a aquellos que visitan nuestros centros, tiene que ser
eficaz para nosotros en caso de contagio.

38 Una misión sin fronteras


Encuentro con un pueblo

Aun cuando las otras hermanas tuvieron un tiempo de


iniciación en el aprendizaje de la lengua, yo no pude hacerlo
porque era necesario reemplazar a la hermana encargada del
leprosorio de inmediato, así que tuve que iniciar, como quien dice,
tirándome de cabezas. No conocía la lengua, nunca había visto un
leproso y solo sabía lo poco que había leído sobre la enfermedad
(no hubo mucho tiempo para estudiar la lepra pues me enteré de
que iba a recibir el leprosorio una semana antes).

El idioma no es el primer problema, pues tengo la hermana a


mi lado y me traduce todo. El primer impacto es el contacto físico
con los leprosos que quieren acogerme. Después descubriría
lo importante que es para ellos este contacto cuando solo han
sentido el rechazo y el aislamiento. Pero, en aquel primer día, fue
duro estrechar tantas manos, cuando había mano, y no sentir el
riesgo del contagio. Cada cinco minutos encontraba una excusa
para ir al baño y lavarme las manos. Era difícil mirarlos de frente y
no poner una cara de sorpresa ante los rostros deformados, pero
para ellos era fundamental ese contacto visual. Después, muchas
veces sufrí viendo gente que venía de visita, pero rechazaban todo
contacto físico, incluso grandes monseñores venidos de Roma, no
sacaban las manos de las mangas de la sotana. Yo solo trataba de
entender recordando mi primer día.

Hna. Martha Inés Escobar 39


En la noche, en la soledad de mi cuarto traté de analizar el día y
sentí que tenía que llegar a abrazarlos, a acogerlos con su cuerpo
mutilado o no sería capaz de quedarme con ellos. En un acto de
confianza le entregué a Dios mi experiencia y desde ese día no
tuve necesidad de lavarme las manos después de cada encuentro,
poco a poco cuando los enfermos se convierten en amigos, ya no
se ven leprosos, son solo Dahjá, Matakon o Dukoya y ni siquiera
notamos sus limitaciones. Solo el Amor nos hace ver la gente con
otros ojos y hay tanta belleza en el alma de algunos de ellos que
es una lástima quedarnos en lo físico.

Un examen de admisión imprevisto

Recuerdo el primer mes en el leprosorio, poco a poco comienzo


a descubrir un mundo diferente. El agua es escasa, la limpieza y
la higiene dejan mucho que desear, es difícil soportar los olores.
Los ánimos no están en lo más alto porque siento que la misión
está por encima de mis fuerzas físicas y mi resistencia sicológica.

A todo esto, se suma la muerte de mi papá y mi imposibilidad


para estar con la familia. Una vez más él tomó la mejor decisión,
al solicitar que no me pidieran ir a acompañarlo en su agonía,
siempre lo hacía cuando se ponía mal, pero esta vez solo habían
transcurrido tres meses desde mi viaje al África. En cambio, pidió
que me dieran noticias cada día. No era fácil en esa época pues no
teníamos ni luz, ni teléfono, pero hacía el esfuerzo de ir al pueblo
y esperar la llamada.

El 31 de diciembre en la noche, despierta o dormida, no sé, vi


a mi papá en su cama de hospital tratando de bendecirme, quiso
sentarse, pero no pudo y dos lágrimas corrieron de sus ojos. Había
perdido mucho peso, estaba ojeroso y débil, yo sentí que era su
despedida y le agradecí a Dios esa presencia tan real. Un mes más
tarde me llegó una carta de mi mamá que lo describía tal cual.
Dios no se queda con nada.

La hermana encargada de pasarme el servicio, una religiosa


de la congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia de

40 Una misión sin fronteras


Bordeaux, entregada al máximo a los leprosos durante 15 años,
me había mostrado ya el dispensario, los empleados, la aldea, los
leprosos. Para esta tarde tiene reservado algo especial: Vamos a
visitar, según sus palabras, “al leproso más leproso de todos”. ¡Yo
creía haber visto lo suficiente!

Recorremos los senderos de la aldea entre los bohíos de tierra


pisada y techos de paja. El sol quema como suele suceder allí
durante la mayor parte del año por la cercanía del Sahara y la falta
de árboles que den sombra. Solo hay árboles pequeños porque el
suelo es árido y las lluvias escasas. Llegamos por fin a la casa de
Dahjá. Yo lo observo con sus piernas y brazos mutilados, sus ojos
con córneas blancas y sin luz, su rostro deformado por la lepra, lo
que le da un aspecto simiesco. Una sonrisa sin dientes pero que da
luz a todo su rostro. Algo sagrado se me escapa… ¿O Alguien que
no logro ver presente…? No entiendo la luz que ilumina todo su ser,
se me hace imposible que tanta luz pueda habitar en tanta miseria.

Miro su bohío y no hay nada en él. Sólo una cama de tierra, una
estera plástica sobre ella y una cobija vieja que difícilmente aún
se puede llamar así. No hay una puerta de entrada, solo el espacio
abierto para colocar la puerta que nunca llegó. Como en todos los
bohíos, no hay ventanas. Mientras yo miro el entorno la hermana
le habla con toda su ternura: “Yo debo dejar el leprosorio y he
venido a presentarte a la hermana que me va a reemplazar”. Aun
no entiendo la lengua y la hermana me traduce. Yo mientras tanto
preparo mi respuesta. Quizás va a preguntar si soy enfermera o si
conozco la lengua o si tengo experiencia en cuidado de leprosos…
y otras tantas ideas absurdas pero que son lógicas a los ojos del
mundo. Cuando la hermana termina sus palabras y me traduce lo
que él ha dicho, él hace solo una pregunta: “¿Será que ella podrá
amarnos como tú nos amas?” Nada de lo que yo creía importante
cuenta para él, solo el amor.

El impacto en mi vida fue grande, todo cambió desde ese día.


Entendí que no querían ciencia, ni técnicas, ni sabiduría, lo único
importante era el amor. Si quería de verdad servirles debía dejar
caer todos mis prejuicios y prevenciones y entregarme de lleno a

Hna. Martha Inés Escobar 41


ellos. Solo si era capaz de amarlos en su propia realidad podría
realizar mi misión en la aldea.

Desde ese día Dahjá se convirtió en mi gran amigo y maestro.

Es el examen de admisión más difícil que he tenido en toda mi


vida, pero también el que más me ha liberado y el que más alegría
me ha dado. Ese día resolví amarlos y ser parte de sus vidas.
Bendito sea Dios por los grandes maestros como Dahjá que desde
su pequeñez son capaces de cuestionar todos los esquemas de
los que creemos llamarnos civilizados.

Los problemas de comunicación

Desde que llegué a Zileng (la aldea de los leprosos), en las


afueras de Mokolo, empecé a sentir la necesidad de conocer el
idioma para poderme comunicarme con sus habitantes. En la sola
aldea se hablaban seis lenguas, pues los leprosos, aislados de sus
comunidades por la enfermedad, se reagrupaban cerca del centro
que les podía brindar cuidados de salud sin distinción de etnias o
lenguas; algunos, más hábiles, o más inclinados a comunicarse,
hablaban tres o cuatro lenguas, lo que para mí resultó beneficioso
pues inicialmente traté de entender el Mafa que es la lengua de la
región. La aldea estaba compuesta por unas 120 casas o bohíos
con un pequeño terreno alrededor.

El trabajo en el dispensario era difícil y con frecuencia


necesitaba traductores. Me volví experta en reconocer la lengua
que hablaban por los rostros que inicialmente parecen iguales,
pero después se ven muy distintos de un grupo étnico al otro.
Así identificaba las lenguas y sabía cuál de los empleados podía
ayudarme en la traducción. Acabé instalando un timbre en la sala
de consulta que servía como señal de alarma para los empleados
que acudían gustosos para ayudarme. Después de un cierto
tiempo empezaron a ver que el timbre empezaba a sonar después
de las 11 a.m. cuando ya mi cerebro estaba cansado de traducir.

42 Una misión sin fronteras


En una reunión de misioneros en la diócesis, hablando del
problema de traducción, salió a relucir la historia de uno de los
primeros misioneros en el norte de Camerún, él era un obispo muy
cercano a la gente, pero su vocabulario a veces era complicado
y muy francés, los catequistas tenían dificultades en traducir. En
una fiesta de Pentecostés, el obispo dijo: “Sopla en esta iglesia un
viento de Pentecostés”. El catequista no entendió la expresión y
tradujo: “Monseñor dice que va a llover, pero yo no creo”. Con
mucha frecuencia los catequistas no solo traducen, sino que dan
su propia interpretación y pasan su propio mensaje.

Un día, no pudiendo entender el problema de una mujer, llamé


a un catequista que pasaba por ahí y le pedí que le tradujera a la
señora lo que yo quería decirle; en ese momento ya podía entender
bastante la lengua, pero aún era difícil hablar. Me di cuenta de
que lo que tradujo no era lo que yo decía, sino que le habló de su
comportamiento en la aldea y de los problemas con su marido.
Cuando le llamé la atención porque eso no correspondía a lo que
yo había dicho, me contestó: “Sí hermana, yo sé, pero es bueno
que ella también sepa eso”. En conclusión, el conocimiento de la
lengua es indispensable para comunicarse y hasta para sobrevivir,
pues te hacen decir cualquier cosa y luego resultas responsable
de lo que nunca dijiste ni quisiste decir.

Vivir en un mundo sin Internet y teniendo necesidad de


comunicarse con los patrocinadores de La Orden de Malta en
Francia, nunca fue fácil, ni para mí ni para ellos, pero conocían y
aceptaban la realidad. Después de un tiempo en Mokolo, descubrí
que, en la ciudad más cercana, en Maroua, había cibercafés desde
donde podía comunicarme. Así organicé mi día de comunicaciones
con la Orden y con la familia los martes, cuando tenía que ir a
conseguir las provisiones y los medicamentos para el leprosorio.
Un día me reí de las ironías de la vida cuando vi en el directorio de
la Orden de Malta, mi nombre y mi número de teléfono con una
nota entre paréntesis: “Solo los martes”.

Hna. Martha Inés Escobar 43


El periódico de la aldea

Teniendo tantos amigos y donantes en diferentes países,


la comunicación personal se va haciendo cada vez más difícil y
no quería quitarle el tiempo a los de dentro para comunicarme
con los de fuera, pero esa relación era indispensable para la
sobrevivencia.

En uno de mis viajes a Francia resolví comprarme un


computador. ¿Cuál? El más barato. No tenía ni idea cómo
funcionaba ese aparato, aparecido en los tiempos de mi
permanencia en el desierto. Así que llegué con él a la aldea como
autodidacta que empieza por saber dónde es “este lado arriba” y
dónde se prende. Con ese pequeño instrumento empecé a escribir
mi periodiquito que daba la vuelta por distintos países: Canadá,
Estados Unidos, Colombia, España, Francia, Suiza…

Cuando creé el programa de becas y tenía padrinos de todas


partes, el periodiquito fue una ayuda enorme. Hoy me río de
esos inicios cuando veo cuan diferente sería este proceso con los
recursos de hoy y un poco más de conocimiento sobre informática.

El pozo

Todo gira alrededor del agua. El pozo y el oasis son la riqueza


de los pueblos del desierto, toda la vida se organiza en torno al
pozo. Muy pronto descubrí que el pozo era el mejor sistema de
comunicaciones en la aldea. Si tenía un mensaje urgente que
todo el mundo debía saber, enviaba un adulto o el primer niño
que pasara con el mensaje a los que encontrara en el pozo. En
media hora toda la aldea sabía y todos estaban presentes para la
reunión. ¡Cada cultura tiene su Internet!

La etapa final de mi amigo Dahjá

Dahjá, (el leproso más leproso), se convirtió en un gran amigo


y maestro, pero Dios lo quería llevar a su Reino, donde no hay
mutilaciones, ni ceguera, ni miseria, ni lepra, ni discriminación.

44 Una misión sin fronteras


Durante meses pude seguir su caminar (manera de hablar),
hasta que un día me manifestó su deseo de recibir el bautismo. En
su sencillez me dijo: “No sé si el Padre querrá bautizarme porque
no me he podido aprender el Padre Nuestro, yo lo rezo cuando los
otros cristianos vienen a rezar el Rosario conmigo, pero si estoy
solo se me olvidan las palabras y solo puedo hablarle a Dios a mi
manera y Él me sonríe”.

Organizamos la celebración del bautismo junto con la Eucaristía


al frente de su casa, todos sentados en el piso de tierra seca y
sobre esteras plásticas, él no podía ir más lejos. Hacía tiempos en
que solo esperaba que alguien lo sacara frente a la puerta para
recibir el sol. Con su camisa blanca y su pantalón negro lucía como
un príncipe radiante de felicidad. Yo me encontraba a su lado y le
sostenía su cabeza sobre mis rodillas para que estuviera un poco
más sentado. Durante la misa, varias veces me abrazó diciendo:
“Este es el día más feliz de mi vida. Estoy muy muy feliz”, y me
abrazaba sin importarle en que iba la ceremonia. Sus amigos lo
rodeaban y cantaban los cantos litúrgicos en su lengua. Recibió al
mismo tiempo el bautismo y la eucaristía. Ni antes ni después de
ese día he visto una celebración de sacramentos como esa. Dios
se sentía presente y creo que para Dahjá estaba aún más visible
en la oscuridad de sus ojos. A partir de ese día empezó a vivir lo
que él llamó “la mejor parte de su vida”. Siguió rezando el Rosario
todos los días con quienes lo visitaban y todos se enriquecían del
mensaje de alegría que les daba sin palabras.

Vivió dos meses en este cielo anticipado (en medio de dolores


y sufrimientos) hasta que un día me mandó llamar. Qué Dios
perdone mi pragmatismo, pero solo se me ocurrió pensar en su
dolor físico y llevé conmigo las medicinas para calmar el dolor.
Cuál no sería mi sorpresa cuando me recibió con una sonrisa
maliciosa y me dijo: “Hoy te he hecho venir para nada, solo para
decirte Gracias. Gracias porque me has acompañado, gracias
porque me diste la puerta para mi bohío. Desde entonces ya no
tuve frío y aún en el cielo recordaré que gracias a lo que hiciste por
mí ya no sufrí más con el frío de la noche”. Me quedé un momento

Hna. Martha Inés Escobar 45


con él en silencio, es difícil hablar con alguien a la vez tan pequeño
humanamente y tan grande ante Dios. Su compañía me acercaba
tanto a Dios que era difícil dejarlo.

Al día siguiente vinieron a decirme que Dahjá había muerto.


Allí, donde se entierran los muertos con todas sus posesiones
enterramos a Dahjá con su estera y su cobija deshecha, no poseía
nada más. Mientras cavaban la tumba yo hacía mi examen de
conciencia: ¿Si a nosotros los extranjeros nos fueran a enterrar
aquí, de qué tamaño tendrían que cavar la tumba? Ese día le pedí
perdón al Señor por todas mis posesiones innecesarias mientras
otros pueden alcanzar la felicidad con tan poco o con nada. Con
menos carga se sube más rápido al cielo.

El funeral de Dahjá

Entre los Mafa (etnia del norte de Camerún a la cual pertenecía


Dahjá) lo que llaman funeral se celebra después de un cierto
tiempo de la muerte, la duración del duelo depende de la categoría
de la persona, para los grandes se puede tardar hasta un año. El
tiempo entre la muerte y la celebración del funeral, que es una
verdadera fiesta, representa el recorrido que hace el alma entre
la muerte y la entrada en la categoría de Antepasado, es en cierta
forma el equivalente de lo que nosotros llamamos los Santos. Un
antepasado es un intercesor ante Dios pues los humanos mientras
vivimos no tenemos acceso a ese Ser Supremo y solo podemos
llegar a Él mediante nuestros antepasados que ya viven junto a Él
y pueden oír nuestros ruegos.

El funeral de Dahjá se celebró un mes después de su muerte.

Durante el funeral se habla del muerto, de su trabajo, de su


familia, de lo que hizo durante su vida. En mi camino hacia lo
que fue su casa yo me preguntaba: “Qué van a decir de Dahjá
que no podía ni salir de su casa, que nunca tuvo familia que
conociéramos pues fue abandonado por leproso, que nunca supe
de algún trabajo que hiciera… y ni siquiera se aprendió el Padre
Nuestro…”. Me propuse no decir ni una palabra de lo que yo había
aprendido de él y escuchar lo que pensaba la gente de la aldea.

46 Una misión sin fronteras


Cuando empezaron a hablar, alguien dijo: Dahjá le enseñó
muchas cosas a la hermana, a los empleados, a nosotros todos…

Dahjá supo llegar a Dios….

Dahjá nos enseñó a vivir, a sufrir y a morir…

Todos, aun los que no lo visitaban, supieron leer el mensaje


que Dahjá les dejaba.

Después del funeral, mientras regresaba por los caminitos


de la aldea para llegar a mi casa me preguntaba: “¿Quién es el
misionero aquí?” Una vez más me sentí pobre y vi cómo Dios
me había enviado en medio de los leprosos solo para hacer
presencia y aprender de ellos. Gracias a todos los que como Dahjá
transformaron mi vida.

Todavía hoy me pregunto: ¿Quiénes son los santos?

Pasados dos o tres meses después del funeral, los viejos


amigos de Dahjá, de sesenta o setenta años (es difícil saber pues
nunca tienen papeles y parecen más viejos por la enfermedad,
el hambre y el sufrimiento), vinieron a buscarme para decirme:
“Después de haber visto a Dahjá, hermana, yo quiero empezar el
catecumenado para bautizarme”. Iniciar el catecumenado, sobre
todo a esa edad, significa un gran paso pues la preparación dura
tres años, se viven tres etapas distintas y solo con la aprobación
de la comunidad cristiana son admitidos para el bautismo. Tres
años después tuve la alegría de acompañarlos en la celebración
de sus bautismos.

¿Quién fue el Misionero? Envía Señor al mundo muchos Dahjás


que prediquen tu Evangelio en el silencio de sus vidas.

Cuando la fe entra en crisis

En medio de tantos testimonios impactantes y compartiendo


mi vida con gente tan profunda, nunca creí que llegara a
cuestionar mi fe, pero la muerte de mi papá me había afectado
demasiado y, sobre todo, yo vivía esa etapa sintiendo que en mi

Hna. Martha Inés Escobar 47


interior estaba completamente sola. La lejanía de la patria y la
imposibilidad de compartir lo que no había podido vivir con la
familia, derrumbaron todo un edificio que yo creía sólido. Empecé
a cuestionar todo acerca de la religión, de la Iglesia, de todo lo
que vivía y me preguntaba si después de todo había un más allá
y si mi papá podía tener algún tipo de existencia en otro mundo,
con nadie compartí mis sentimientos.

Un día se me presentó una ida al Chad, a la comunidad de


nuestras hermanas. Eran “nuestras vecinas” y para visitarlas
debíamos recorrer un largo camino de arena. Necesitábamos
al menos veinte horas para hacerlo y con unas temperaturas
de más de cuarenta grados. Quise revisar el carro antes de salir
del leprosorio la tarde anterior para ver que no me faltara agua,
aceite, llantas de repuesto y todo lo necesario para enfrentar el
desierto en soledad. A veces, en veinte horas, encontraba entre
seis y nueve vehículos. Mientras revisaba el carro me llamaron
porque había una urgencia. Fui a ocuparme del herido y regresé
para irme a casa y tener un poco de descanso antes del viaje.
Cerré la tapa del motor y me fui a la comunidad que quedaba a un
kilómetro por un camino de arena y tierra.

Durante la noche, mientras dormía vi a mi papá, él me advierte


que he olvidado cerrar el radiador antes de salir del leprosorio. Me
dice que no me preocupe que la tapa está en la esquina del motor
y que no se ha caído. Me levanto a las cuatro de la mañana para
salir y con miedo voy a verificar el carro, todo estaba como mi papá
me dijo, la tapa no se había caído a pesar del mal camino. Recordé
el rostro alegre de mi papá que me deseaba buen viaje y nunca
más volví a dudar de la presencia con nosotros de aquellos seres
queridos que nos han precedido. A veces es necesario tener esas
experiencias de crisis para poder ayudar al que duda y tropieza.

Afortunadamente, esta etapa estaba superada cuando tuve


que enfrentarme a un nuevo problema. ¿Cómo enfrentar la
lepra cuando ya no se ve en el otro sino en su propio cuerpo?
Era el momento de ver si creía en el tratamiento que daba a los
leprosos. Me apareció en una mejilla una mancha que yo reconocí

48 Una misión sin fronteras


inmediatamente como lepra. Ninguna de mis hermanas de
comunidad se dio cuenta de lo que estaba pasando, no tenían
por costumbre hacer este tipo de diagnóstico. Los empleados
del leprosorio si me aconsejaron que fuera donde el médico;
una doctora suiza, con muchos años en Camerún, me confirmó
el diagnóstico y me dio un tratamiento para dos años. Algunos
antibióticos que tomé en esa época no los volví a tomar pues
me imaginé la resistencia que quedaba después. Con el tiempo
supe de otros misioneros que también habían contraído la
enfermedad, entre ellos el Obispo de la Diócesis de Maroua y
el Párroco de nuestra parroquia. Ellos sí tuvieron problemas de
perforantes plantares que les dificultaban el caminar. Gracias a
Dios yo no tuve ninguna secuela, quizás por lo rápido del inicio
del tratamiento, esta experiencia me acercó más a los residentes
de la aldea.

Unos ocho años después apareció una nueva mancha, pero


ya sabía cómo manejarla y solo fue un tratamiento de un año.
Es el riesgo que se corre en una vida misionera en un medio
como el de los leprosos. Ya podía decir como el Padre Damián,
el Apóstol de los leprosos: “Nosotros los leprosos” aunque en
verdad nunca lo verbalicé, solo una hermana de la Congregación
lo supo y esto porque yo sabía que ella para guardar secretos era
como una tumba.

Hna. Martha Inés Escobar 49


La obra de
la providencia
La obra de la providencia

Desde niña siempre pensé en lo duro que sería para una madre
el tener varios niños aferrados a su ropa y diciendo: “mamá, tengo
hambre”. Tal vez, porque nací en una familia donde siempre
tuvimos lo que necesitábamos, me impresionaba ver las caras
tristes, caras de hambre, de algunos pequeños que mendigaban
junto a sus madres en el centro de Medellín o algunos chiquillos
que venían a la clase de catecismo que dábamos en los barrios o
en la finca.

Al llegar al leprosorio me encontré con más de mil personas


buscándome para decirme: “Tengo hambre y no hay nada en la
casa para darle a los niños”. Observé un poco como la hermana
responsable manejaba las donaciones y hacía sus compras, todo
era fácil y nada le faltaba. Ella era canadiense y sus compatriotas
enviaban grandes donaciones. Una vez que ella dejó la aldea me
di cuenta de que ya no enviaban medicamentos, no llegaban
cheques y la comunicación con el Canadá se acababa poco a poco.

Yo seguía comprando arroz, maíz, frijoles, aceite, sal, azúcar


y, todo lo que creía necesario, hasta que un día fui a ver el cofre
del dinero y estaba vacío. Empezaron mi lucha interna y las
noches sin sueño. ¿Qué puedo hacer? ¿cómo decirles que ya no
tengo cómo ayudarlos? Y si les digo, ¿qué cambia esto para sus
estómagos vacíos. Es duro sentirse responsable e incapaz de
responder. Pero Dios no abandona a nadie. Pensando una noche
en Marie Poussepin, la fundadora de nuestra Congregación, me

Hna. Martha Inés Escobar 53


acordé de lo importante que fue para ella y su obra el confiar
plenamente en la Providencia de Dios. Decidí entregar toda mi
misión y mi responsabilidad a la Providencia y seguir los caminos
que el Señor me fuera mostrando. Le dije entonces al Señor:
“Recuerda que los leprosos no son míos, son tuyos y yo con gusto
te los administro, pero dame la manera de hacerlo”. Ya con esto se
acabó el insomnio y al día siguiente me llegó una gran donación
que me permitió volver a arrancar. Nunca más vi la caja vacía.

Exponiendo mi situación a la orden de Malta me duplicaron el


presupuesto aun sin mirar las cuentas, cuando Dios interviene no
hay obstáculos. ¿Cómo no confiar en un Dios providente cuando
su mano está tendida en cada dificultad que experimentamos?

La Providencia de Dios se manifiesta siempre, aunque aún


había familias con hambre y niños que morían por falta de
proteínas. Solo tenían una dieta de harinas que les llenaba el
estómago, o mejor, que les inflaba el estómago mientras se morían
de anemia, eran muchos los que comían carne una vez cada tres
meses cuando sacrificábamos una res para compartir una comida
y darles un poco para el día siguiente. Un día murieron tres niños
de desnutrición, los pocos cacahuetes que los padres lograban
producir los vendían para poder pagar otros gastos como el
vestido, el médico, la escuela y a veces hasta el licor.

Decidí construir una casa donde los niños pudieran pasar


el día, tener al menos dos comidas seguras y prepararse para el
inicio de la escuela. Se abriría para niños de la aldea entre dos y
seis años. ¿Pero, dónde encontrar el dinero? No lo sabía. Esto me
lleva a otra historia de amor y generosidad.

En un viaje a Colombia me invitaron a una entrevista en la


televisión nacional, en un programa dirigido por Darío Arizmendi.
Pensé que después de haber recibido tanto podía compartir un
poco con mis compatriotas y acepté el desafío. La conversación
tuvo lugar en la Casa Provincial de las Hermanas Dominicas de la
Presentación en Bogotá. Después de un poco de tensión, sobre
todo al principio, olvidé las cámaras cuando empecé a hablar

54 Una misión sin fronteras


sobre mis amigos los leprosos. Esta entrevista que duró dos horas,
se difundió sin editar, en dos programas, por el canal Caracol.

Alguien de buen corazón se comprometió a ayudar, pero la


vida le reservaba sorpresas: pocos días después, fue víctima de
la explosión de una bomba en Medellín. Perdió a su esposa, gran
parte de sus posesiones y quedó casi ciego. La promesa se quedó
en espera hasta que supo de mi regreso a Medellín. Tan pronto
llegué me comuniqué con él para ver dónde y cuándo podíamos
vernos. Me habló entre otras cosas de la suma que pensaba darme.
Una media hora después tuvo un infarto y murió. Su secretaria
que había oído la conversación contó a la familia acerca de la
última persona con quien su jefe había hablado. Al día siguiente
fui al entierro de un amigo que nunca había visto y que amaba
mi misión. A la salida de la misa me esperaba la familia, y me
prometieron respetar la voluntad de su padre. Una vez distribuida
la herencia, me enviaron tres veces más de lo prometido, una vez
más Dios estaba comprometido con la misión. Y aquí vuelvo a la
historia de la casa de los niños.

Con el dinero de esa herencia empecé la construcción de una


pequeña casa con una sala para descanso, otra para actividades,
cocina, comedor y baños con duchas para poder bañarlos cada día
al llegar. La llamé “La Alegría de Vivir” pues era lo que pretendía
que los niños recuperaran. Teníamos siempre alrededor de veinte
niños que luego pasaban a la escuela en mejores condiciones
de salud. En las tardes los niños regresaban a su casa y cenaban
lo que sus padres tuvieran para que no se desacostumbraran a
comer en su casa y compartieran con el resto de la familia.

Un día me encontraba en “La Alegría de Vivir” cuando los niños


empezaron a pedirme jabón, azúcar, sal y otras cosas. Entonces,
les dije: ¿Yo les doy todo lo que ustedes me piden y ustedes qué
me dan? Se quedaron mirándome con sus grandes ojos negros y
yo veía cómo se interrogaban sobre lo que podían darme, hasta
que uno de ellos me respondió con una gran sonrisa: “Nosotros
te damos la alegría”. Que más podía pedirles cuando sabía que
estaban en lo cierto.

Hna. Martha Inés Escobar 55


El desierto verde

Sucedió en un lugar, no lejos de donde apareció el Principito,


que sin saber cómo, un avión me dejó en un desierto. No se veía un
oasis ni cerca ni lejos, solo había adultos con rostros que parecían
venir de otro mundo y caritas sonrientes de niños morenos que
querían saber quién era ese ser extraño y blanco que les caía del
cielo. Cómo hubieran querido comunicarse y cuánto hubiera
dado yo por decirles “Hola” yo quiero ser parte de su mundo, pero
como sucede con frecuencia el idioma también era una barrera.

El amor y un abrazo abren todas las puertas así que me


dediqué a conocerlos y descubrir sus vidas. ¡No fue fácil! Cuando
el avión volvió a buscarme, veinte años después ya empezábamos
a ser amigos. Hablábamos el lenguaje de los humanos y el de la
naturaleza y el desierto estaba verde de alegría y esperanza.

En espera del regreso del avión empezamos a cavar un pozo


que tardó mucho en aceptarnos y solo nos dio su agua cuando
llegamos a una profundidad de cien metros. El pozo era generoso
y nos regaló el agua más limpia que jamás se ha visto y nos hizo la
promesa de ocuparse de la sed de la aldea por años sin término
con la condición de que convirtiéramos el desierto alrededor
de él en un oasis. El pozo era límpido y daba agua que saltaba y
cantaba, pero se le veía un fondo de tristeza: nunca los hombres
le habían prometido domesticar al desierto y hacer que el mundo
fuera verde. Tal vez, esta vez sería diferente, porque los niños
estaban motivados y querían vivir en un mundo más amigable.

Un día, viendo que salían lágrimas del pozo, nos reunimos


con los niños para ver cómo darle un poco de alegría. ¿Pero cómo
hacer? Para crear un oasis se necesita sembrar árboles, para
sembrar árboles se necesita agua y para tener agua se necesita
el pozo. Decidimos que una delegación de los niños hablaría con
nuestro amigo el pozo, él nos prestaría el agua que ahorraríamos
al máximo y luego empezaríamos a pintar el desierto de verde, el
pozo era paciente y decidió aceptar.

56 Una misión sin fronteras


El entusiasmo de los niños empezó a apagarse frente a la
resistencia de los adultos. ¿Cómo pueden los niños sembrar
cuando los adultos insisten desde siempre que quien planta
un árbol muere ese mismo año pues el árbol le roba la vida? Es
difícil enfrentarse a ideas ancestrales, sobre todo si llegas como
extranjero que ignora todo de la tradición. Una vez más la amistad
hace posible los sueños. Unos cuantos jóvenes corrieron el riesgo
de sembrar algunos árboles junto al pozo y ninguno murió ese
año, en cambio, todos disfrutaron de la sombra amigable cuando
iban a buscar agua, y el pozo seguía sonriendo de esperanza. Tal
vez los humanos empezaban a cambiar.

Los niños hambrientos disfrutaban de la sombra, pero cuánto


dieran por comer los frutos de algún árbol como los que se veían
en los libros de la escuela. Sus pequeños cerebros estaban ya
abonados, era el momento de lanzar la experiencia con ellos y los
arbustos de mango, limón, papaya y otros comenzaron a llegar.
Los arbolitos agitaban sus hojas bien verdes y reían emocionados
al ver tanto niño, todos querían ser adoptados. Los pequeños
empezaron a cavar hoyos con la ayuda de algún adulto que
empezaba a compartir su alegría, había que buscar un poco de
abono, pero los animales se comprometieron a fabricarlo. El
arbolito necesitaría agua, pero como era tan poca pues el pozo a
veces solo dejaba escurrir sus lágrimas, decidieron compartir las
aguas usadas en la cocina y el baño para que el arbolito no dejara
caer sus hojas de tristeza en los momentos más duros de sequía.
Cada uno cuidaría el árbol escogido durante un año y si al pasar
este tiempo el arbolito seguía vivo, verde y creciendo, recibirían
un nuevo árbol de la fruta que quisieran, así cada casa empezó a
tener al menos dos o tres árboles que daban sombra, alimento y
vitaminas para todos.

El ejemplo de los niños hizo que los adultos se entusiasmaran


a sembrar, toda la región se fue llenando poco a poco de árboles,
era necesario ir lentamente, pues siempre había que economizar
el agua, pero el pozo los vio tan entusiasmados que dejó de
derramar lágrimas y empezó a regalarles chorros de agua pura. El

Hna. Martha Inés Escobar 57


pozo era quizás el más feliz de todos pues logró mostrarles a los
humanos que el milagro del agua es posible aun en el desierto.

Los arbolitos se convirtieron en grandes árboles donde los


pájaros cantaban entre sus ramas, los viejos recordaban los
amigos idos mientras las jovencitas danzaban en espera de algún
enamorado y los niños corrían y jugaban a su sombra.

Tanto había cambiado el desierto que el avión que venía a


buscarme se perdió varias veces entre las arenas del Sahara
hasta que, enamorado del desierto verde, bajó para descubrir su
misterio, era el momento de la partida.

Desde el avión, mientras atravesaba el desierto inmenso veía


el pozo que ya sin lágrimas regalaba un agua pura que salía a
borbotones mientras reía a carcajadas viendo las danzas de las
jóvenes y los juegos inocentes de los niños. Finalmente, alguien
le había regalado un desierto verde. Esta vez era de mis ojos que
brotaban las lágrimas, pero de pronto recordé que en mi corazón
llevaba mi estuche de pinceles con los que podría pintar desiertos
de verde en otros rincones del planeta. Me sequé las lágrimas y
acaricié mis pinceles mientras soñaba con otras aventuras.

Hoy muchos niños siguen esperando pintores de desiertos,


capaces de soñar lo imposible.

Tegucigalpa, marzo 07, 2021

(Este cuento se presentó al Concurso Iberoamericano de


Cuentos Laudato Si’ y aún está pendiente si será publicado por
ellos).

58 Una misión sin fronteras


El trabajo
de los leprosos
El trabajo de los leprosos

En mi primer viaje a Colombia, después de haber permanecido


tres años en África, quise ir a conocer Agua de Dios, el viejo
leprosorio que había recogido muchos leprosos de América
Latina. Nunca lo había visitado y pensé que era el momento para
enriquecer mis ideas y encontrar algo diferente que pudiera poner
en práctica en Zileng. ¡Qué decepción! Encontré un mundo sin
alegría, pabellones enteros de locos (me dijeron que a causa de la
lepra). Muchos alcohólicos y gente deprimida sin ningún trabajo.

Tratando de conocer un poco sobre la historia de este lugar,


supe cómo llegaba la gente allí: era una muerte en vida. Debían
cruzar el “Puente de los Suspiros” que los llevaba a un sitio de
donde nunca podrían volver. A partir de allí, ya no habría relación
con la familia, aun la moneda que se utilizaba era diferente y se
hacía un entierro simbólico para significar que ya no hacían parte
del mundo de los vivos. El gobierno se había responsabilizado de
la alimentación, vestido, alojamiento y hasta les daba dinero cada
mes para “sus necesidades”, que como no las había, los llevaban al
consumo del licor. De los cientos de pacientes que aun vivían allí
no vi ni una décima parte que trabajara en algo útil. El aislamiento
ha sido lo peor para los leprosos, pero desgraciadamente viene
desde los tiempos de la Biblia.

Hna. Martha Inés Escobar 61


En algo tendríamos que haber aprendido de la cultura
africana, donde los leprosos han vivido en colonias, pero con su
grupo familiar. En Zileng, solo había una loca y no era leprosa. La
población más alegre con la cual he convivido es la comunidad de
los leprosos. La causa: vida familiar y trabajo. Cuando veo gente
en sillas de ruedas, sin practicar ninguna actividad física o mental
me pregunto: ¿No habría algo que pudieran hacer para ser menos
dependientes?

Desde el primer momento me llamó la atención la


independencia de los leprosos. ¿Cómo trabajar la tierra cuando
no se tienen manos? Ataban a la muñeca un pequeño azadón y
doblados prácticamente en dos limpiaban el campo, sembraban,
quitaban malezas y cosechaban. Qué alegría poderle decir a los
hijos, “esto lo cultivé yo”.

Tzata, un joven padre de familia muy mutilado trabajaba su


campo desde el alba hasta el anochecer. Sus úlceras plantares se
pusieron tan malas que estábamos a punto de hospitalizarlo para
evitar la amputación de los pies. Le dije que tenía que interrumpir
el trabajo para que las úlceras sanaran. Entonces empezó a
recorrer los sembrados sobre sus rodillas, cuando vi el estado de
las rodillas quise hospitalizarlo, pero se negó con mil promesas
de que pondría cuidado. Unos días después sus amigos me
dijeron: “No vaya por ahí para que no se sienta mal pues se está
desplazando sobre su trasero”. Y cuántos diciendo: yo no puedo.

Dagó era un hombre ya viejo y Koyon era su esposa, ambos


tenían un pequeño campo en las afueras de la aldea. Mientras
Koyon, que era ciega, limpiaba el campo, Dagó venía detrás
sembrando. Los meses de trabajo en el campo eran muy duros.
Un año me llamaron para ver si podía ir con el carro y traerlos de
regreso pues estaban muy agotados, los traje y los hospitalicé
agotados y deshidratados. Dagó, lleno de orgullo miraba los sacos
de sorgo que habíamos guardado frente al hospital, mientras
ellos estaban internados. Mientras miraba también a su esposa
le pidió que me diera la mitad de la cosecha en agradecimiento
por todo lo que había hecho por ellos durante tantos años. Dagó

62 Una misión sin fronteras


murió al día siguiente, mientras yo miraba el sorgo que habían
cosechado y pensaba que eso que se había convertido en un
regalo para mí, le había costado la vida a él, pero era su manera de
decir Gracias. Dagó no era cristiano, vivió como animista y murió
como animista, pero Dios hizo seguramente una gran fiesta en el
cielo para recibirlo. Koyon siguió viviendo varios años, limpiando
su patio de rodillas y tratando de que todo estuviera como Dagó
amaba. Estos son los detalles que dan vida a una comunidad
como la de Zileng.

Cada fin de semana les dábamos provisiones para la familia.


Todos necesitaban ayuda pues no alcanzaban a producir lo que
necesitaban, pero aun así todos podían llegar a la casa diciendo:
“De lo que tenemos, esta es la parte que produje yo para ustedes”.
Era un esfuerzo muy grande y aun así solo comían una vez al día.
Que Dios nos ayude siempre a ser agradecidos con lo que tenemos.

Hna. Martha Inés Escobar 63


El cielo se prepara

Este pequeño artículo, resumen de una experiencia, lo escribí


en enero del 2001, un mes antes del accidente y releyéndolo años
después me sorprendo al ver cómo Dios nos llena de confianza
cuando la necesitamos.

“La fe es la garantía de los bienes que esperamos,


la prueba de realidades que no vemos.”
He. 11,1

Era una tarde, después de una jornada particularmente dura.


¿Llegué a la capilla para una hora de adoración al Santísimo, fue
a causa de la liturgia o de la muerte de Poo dos horas después de
su bautismo? No lo sé. En todo caso, empecé a ver las rocas y la
tierra árida del Sahel que desaparecían poco a poco. Yo las veía
alejarse, pero no sentía ninguna nostalgia, y Dios sabe cuánto
amo yo esta tierra. Yo caminaba sin saber a dónde iba, pero una
fuerza me empujaba y sin preocupación ni angustia, yo seguía
llena de alegría.

Si había una puerta o no, yo no lo recuerdo, no la vi, dentro


todo era luz y alegría cuando me encontré frente al Maestro. Mi
viaje había sido imprevisto y no tuve tiempo de preparar algunas
palabras. ¿Habría tiempo? ¿Mis pobres palabras tendrían sentido?

Muda, lo miro de frente, no se parece al Jesús de mi imaginación.


tal vez lo había imaginado demasiado Dios o demasiado hombre,
sin embargo, lo reconozco inmediatamente en su mirada de

64 Una misión sin fronteras


misericordia. Él me mira y, es entonces, cuando me descubro
desnuda y sucia. Tal vez es el resultado de las caídas en el camino
cuando este se hacía más duro. ¡Él sabe cuántas caídas ha habido!
En el preciso momento en que empezaba a sentirme avergonzada
y trataba de dar una explicación, sentí detrás de mí una presencia
maternal que me cubrió con su manto. Levanté la cabeza para
mirar y me encuentro con la Madre que con una sonrisa le suplica
que no mire mi suciedad. Es culpa del camino y de una salida
precipitada. La Madre está allí, fiel a la cita. No podría ser de otra
manera, pues ella aún escucha el eco de mi voz que le dice: “Ahora
y en la hora de nuestra muerte”. Solo una pequeña frase, pero
repetida al menos cincuenta veces cada día.

Segura de su protección maternal y al abrigo de su manto,


empiezo a reconocer los rostros de los leprosos que cantan con sus
mejores voces salidas de sus bellos cuerpos donde no hay restos
de su enfermedad: “Teníamos hambre y ella nos dio comida,
teníamos frío y ella nos dio ropa, un techo y una puerta, teníamos
sed y ella nos dio un pozo, estábamos solos y abandonados y ella
nos vino a abrazar sin miedo a nuestra enfermedad. Tal vez está
sucia, pero no se ha avergonzado de caminar con nosotros…”.
Entonces veo una sonrisa en el rostro del Maestro. ¿Cómo podría
Él ser un juez severo cuando su Madre me cubre con su manto y el
coro de leprosos pide para mi perdón y misericordia?

Mirando alrededor, veo a mis padres como jóvenes recién


casados, cogidos de la mano. Vienen a acogerme con alegría. Sabían
que no podía ser de otra manera, pues el Maestro se había dejado
conquistar por la sonrisa de la Madre y el canto de los leprosos.

Entonces la Madre me lleva para recibir una túnica blanca y una


piedrecita con mi nuevo nombre escrito. Pero… no hubo vestido
blanco ni piedrecita pues la hermana encargada de la liturgia me
hizo descender a la tierra al comenzar el canto del Salve Regina.
Con un poco de nostalgia, pero con mucha alegría canto: “Eia ergo,
advocata nostra, illos tuos misericordes oculos ad nos converte”.
Sí, el cielo se prepara y los que nos han precedido nos ayudan en
el camino.

Hna. Martha Inés Escobar 65


El accidente
Un legista se levantó y preguntó a Jesús
Para ponerlo a prueba:
“y quien es mi prójimo”
Lc.10, 25.29

Encuentro con un
samaritano musulmán

Era una mañana fresca de fines de febrero del 2001, muchos


misioneros del norte del país queríamos asistir a la ordenación
episcopal de uno de nuestros compañeros de misión en
Ngaunderé, a más o menos siete horas de camino yendo por la
única ruta asfaltada del norte. Habíamos salido la víspera de
Mokolo para hacer el camino menos largo.

A las seis de la mañana nos fuimos en caravana, pues la zona era


peligrosa por la presencia de los salteadores de caminos; así que
lo mejor era no separarnos, pero algunos quisieron ir más rápido
y no lográbamos ajustar la velocidad, pues había muchas curvas.
Nosotras, que éramos dos en el carro, tratamos de acoplarnos,
pero en un momento dado no pudimos más. En una curva cerca
de un poblado habían puesto lo que llamamos túmulos, resaltos,
policías acostados y no sé qué más, pero era imposible verlos sin
ninguna señalización, y menos sin un color visible. Este, recién
colocado y en una curva, me hizo perder el control del carro que
salió volando; yo traté de frenar, pero no hay ese tipo de freno
para vehículos aéreos, así que nos estrellamos contra un árbol
que se partió en dos y cayó sobre el carro y mi cabeza. Hasta allí
supe lo que pasaba en este mundo y emprendí el camino del más
allá. Empecé a caminar por un trigal dorado, hermoso y diferente

Hna. Martha Inés Escobar 69


de todo lo que había visto en la tierra. Recuerdo que, desde el
sitio donde estaba, veía una figura cubierta con un velo blanco
y reconocí que esa figura era yo. En ningún momento miré hacia
atrás ni quise devolverme pues la luz que había al fondo me atraía.

Mientras yo seguía mi camino, la vida continuaba en la tierra


y bruscamente sentí un dolor agudo en el brazo, las piernas y la
columna. Fue el regreso a este mundo. Vi entonces varias personas
tratando de sacarme del carro, uno estaba casi a mis pies para
desbloquearlos mientras otros me tiraban por el brazo. Tuve la
presencia de espíritu de explicarles cómo hacerlo para no acabar
de partir la columna pues si los pies dolían era porque la médula
no estaba partida. ¡Reacción de enfermera!

Me sacaron del carro y me colocaron en el borde de la carretera


en espera de alguien que me pudiera llevar hasta la ciudad más
cercana a unas dos horas de camino. Mientras tanto, yo le daba
números de teléfonos e instrucciones a la otra hermana para que
encontrara ayuda en la ciudad, pues no sabía en qué condiciones
llegaría, la gente de la aldea recogía nuestras pertenencias y el
jefe juntaba todo para que nada se perdiera.

Muchos carros de sacerdotes y religiosas seguían pasando


hacia Ngaounderé, veían el accidente, pero no podían detenerse
porque llegarían tarde a la ceremonia. Después de un largo rato
pasó un musulmán que conducía un busecito de transporte
público. Se detuvo para ver cómo podía ayudar y viendo la urgencia
hizo bajar toda la gente que llevaba, les devolvió su dinero, se
excusó y emprendió el camino de regreso para llevarme. El jefe
de la aldea le entregó un saco con todas nuestras posesiones.
Después de un largo y doloroso camino por una carretera llena
de baches, llegamos al hospital. Me ingresaron a Urgencias y
oí cuando la hermana quiso pagar al chofer y que este dijo:
“Hermana, estos transportes no tienen precio, solo le deseo a la
hermana que pueda recuperar su salud”. Era un Samaritano como
el del Evangelio. Tres años más tarde lo busqué para agradecerle,
pero nunca me pudieron decir quién había sido. En todo caso viví
la historia del buen samaritano en carne propia.

70 Una misión sin fronteras


Luego, empezó una odisea en el hospital donde trataban
de hacer lo mejor con los pocos recursos que tenían. Primero,
había que comunicarse con el seguro de salud y organizar la
evacuación a Francia. El cónsul de ese país fue muy amable y vino
al hospital para sellar mi visa. Yo vi que su esposa poco a poco
perdía los colores de su rostro hasta que se desmayó. Allí empecé
a preguntarme: ¿Cómo estaré?

Era necesario llevarme primero a Douala donde había un


aeropuerto internacional. ¿Pero, cómo salir de allí? Recuerdo
que me envolvieron en algo que parecía un colchón inflable. Una
vez bien amarrado, estilo tabaco, lo inflaron. No podía mover ni
un dedo, pero eso me hacía sentir menos dolor. Me llevaron a la
pista donde esperaba un pequeño avión. Trataron de ponerme
dentro pero no supieron cómo hacer para que el “tabaco” diera
la vuelta, llegó entonces un moreno alto, fuerte y también curioso
y preguntó: “¿Qué pasa?”. Le explicaron y dijo: “pónganme “ESO”
en la espalda”. Así lo hicieron, y logró introducirme sin problemas.
El piloto le dio las gracias, pero viendo lo difícil que resultaba, le
preguntaron si podía ir con nosotros hasta Douala para ayudarles
a bajarme y que luego ellos lo devolverían al día siguiente. No supe
qué pasó con su regreso, pero pienso que disfrutó conociendo la
capital industrial. ¡Solo se ve en África!

Pasó la primera etapa, pero la tragicomedia continuó. Después


de varios días en Douala tratando de organizar los problemas con
el seguro, me enviaron un avión especial de Air France con un
médico especialista en cuidados intensivos para llevarme a París.
Al llegar al aeropuerto y ver el lujoso avión que me esperaba,
donde me suben en un ascensor con todas las precauciones,
hubiera estado bien decirles que podían estar tranquilos porque
yo venía de la espalda del negro.

Hna. Martha Inés Escobar 71


Llegada a París

Todos los trámites de migración se hicieron en el avión y


salimos directo de la pista de aterrizaje en una ambulancia que
recorrió toda la ciudad con luces y sirenas. ¡Era un caso urgente!
Los carros se alejaban, paraban y yo me reía al ver las ironías de
la vida, en medio de todas esas luces y sirenas, yo pensaba en la
espalda del negro.

Estuve casi cuatro meses en el hospital. Acostada sobre la


espalda, sin posibilidades de sentarme. Aprendiendo a comer
alverjas (o chícharos) boca arriba. Difícil que caigan en la boca.
Todo el terreno alrededor queda minado hasta que alguien tenga
piedad y recoja la cosecha.

Después de muchos exámenes descubrí que tenía diecisiete


fracturas, ocho de ellas en la cabeza, pero aún podía pensar. En
una visita médica los estudiantes le preguntan al profesor sobre
mi futuro y, ya saliendo del cuarto, les dice que nunca volveré a
caminar. No entiendo la razón, pues puedo mover las piernas. Así
que pido al médico que por favor opere mis talones quebrados
sin preocuparse por mi futuro. Tan pronto como lo hacen me
comunico con mis hermanas en Tours para pedirles el favor de
que me saquen de ese hospital sin esperanzas (era el mejor
hospital de rehabilitación ortopédica en Francia).

72 Una misión sin fronteras


La Breteche

Qué alegría llegar a la Casa Madre y encontrarme con mis


hermanas, aun cuando las enfermeras no saben si estando
acostumbradas a manejar ancianas podrán ocuparse de este caso
y volver a juntar todas las piezas, aún no sabían que la motivación
es el primer elemento para sobrevivir.

Empiezo después de algunos días mi lucha con la rehabilitación.


No es fácil poner de pie un cuerpo en pedazos y menos caminar.
Con una inyección de morfina lograba dar tres pasos antes de
desmayarme. Y así, se había terminado el trabajo del día. Empezaba
a pensar en el día siguiente: ¿Y si con la misma morfina, trato de
dar cuatro pasos? A veces resultaba y a veces no, pero había que
continuar. Un día logré llegar hasta la puerta del cuarto y descubrí
algo que da motivación a cualquier Escobar (mi papá decía que lo
que no se cura con baño es cáncer). Descubrí las duchas y eso me
obligaba a caminar un poco más. Entonces pude llegar y el caminar
se hizo más seguro. Era necesario fijarme una nueva meta: el final
del corredor que era bastante largo. Una vez lograda esa meta
empezaría a programar mi regreso al África. ¿Cómo quedarme en
Francia si el corazón se me había quedado en Zileng?

Un día vino una hermana amiga y le pedí el favor de reservarme


el pasaje de regreso. Parecía una locura y por eso no podía hacerlo

Hna. Martha Inés Escobar 73


por los medios oficiales, pero tener mi pasaje de regreso en la
mesa de noche era como tener mi cargador de pilas listo en los
momentos de más dolor.

En la enfermería tuve toda clase de aventuras con las


enfermeras que estaban acostumbradas a acompañar ancianas
que todos los días perdían un poco más, y llegaba yo con mis
ganas de vivir y mis deseos de hacer cada día un poco más, algo
que me acercara al regreso al África.

Con las hermanas mayores era otra historia, mi vecina que


había sido maestra confundía mi cuarto con la sala de clase
y venía saludando los niños a las dos de la mañana. Me tocaba
llamar a la enfermera para solucionar el problema. Otra se llevaba
mis gafas y las encontraban entre sus cosas. Otras me contaban
las historias más increíbles sobre los animales que las visitaban o
las experiencias del pasado. Ellas me divertían y me cambiaban
las ideas.

Mientras tanto, el tiempo seguía pasando y mis deseos por


ir de nuevo al África aumentaban, pero una vez más, me tocó
cambiar la fecha del viaje. Había soñado despierta y no estaba
lista para regresar. Fijé una nueva fecha y, esa sí fue la buena, aun
cuando regresaba con caminador, la aldea me daría las fuerzas
que faltaban.

74 Una misión sin fronteras


Mi regreso
al concierto
Mi regreso al concierto

Carta enviada a las hermanas de la Breteche el 29 de septiembre


del 2001 para contarles mi regreso y agradecer sus cuidados.

Una tarde de concierto, el célebre violinista Paganini


tocaba con tanto ardor que una cuerda se rompió.
La más fina. Imperturbable siguió tocando. Una
segunda cuerda se revienta, y luego una tercera. Es
casi el final de la pieza. La gente aplaude con todo
entusiasmo y Paganini termina el concierto con la
última cuerda, la más gruesa, la de Sol.

En la vida las cuerdas se van rompiendo una a una;


las piernas se debilitan, los pasos vacilan, la mirada
se hace menos lúcida, las tardes se hacen sentir con
la fatiga… ¿Cuánto tiempo podremos seguir en el
concierto de la vida?

Sin dárselas de Paganini, brillando hasta el fin, todos


podemos tocar músicas hermosas con las cuerdas
que quedan. Debemos amar y cuidar estas cuerdas
en vez de pensar en las cuerdas rotas.

Esta última cuerda de Sol, la última, la más grave,


es la cuerda de la Paciencia, de la Sabiduría, de
la Bondad, del llamado de Dios. ¡¡¡Cuántas notas
pueden saltar de la última cuerda!!! Esto es lo que

Hna. Martha Inés Escobar 77


todos esperan alrededor de nosotros: Una pequeña
música de paz, de alegría, de humor, una predicación
silenciosa sobre la esperanza. Cuando Dante describe
el paraíso exclama: Me pareció que todo reía. La
última cuerda está hecha para reír.

Este pequeño texto de autor desconocido dice bien lo que


pudo significar mi regreso a Camerún y al leprosorio. Después de
haber salido de La Breteche, en medio de las miradas inquietas
de mis hermanas, empecé un largo y agotador viaje de 48 horas,
pues la aerolínea Camair decidió dejarme una noche en Paris y
otra en Douala. Afortunadamente, en estos casos todo el mundo
se hace amigo y solidario. Mis compañeros de travesía tomaron la
responsabilidad de la silla de ruedas, de las entradas y salidas de
aeropuertos y toda clase de pequeños servicios; además, varios
quisieron ayudarme con becas para mis muchachos.

Por fin llegué a Maroua y no podía creer que fuera posible. Con
mis hermanas de comunidad, llenas de alegría, seguimos hasta
Mokolo. Una hermosa ceremonia de acogida me introduce en mi
casa. Después del largo viaje y las emociones es necesario una
buena noche para enfrentarme a la acogida de los enfermos al día
siguiente. Me advierten que no debo llegar antes de las 11:30 de
la mañana, pero con mi urgencia, salgo a las 11:00 manejando el
mismo carro del accidente, eso sí, acompañada del mecánico que
lo reparó. ¡El carro se siente más rápido y seguro que yo!

Apenas tuve el tiempo de abrazar algunos enfermos cuando,


mirando hacia la entrada, veo un desfile de carros que llegan
de la ciudad. Se trata de todas las autoridades políticas, civiles,
militares, religiosas y tradicionales de Mokolo desde el Prefecto y
el Alcalde hasta los más sencillos funcionarios. Todos han querido
asociarse a la fiesta para recibirme.

No hubo discursos sino palabras de hermanos. Los niños de


“La Alegría de Vivir” muestran su alegría con cantos y gestos
simbólicos. El delegado de los enfermos me acoge en nombre
de la aldea, El personal del Centro se une con cantos y danzas;

78 Una misión sin fronteras


el Prefecto en sus palabras reconoce la mano de Dios que me ha
conducido; el Alcalde muestra su sorpresa al ver que una blanca
que puede ser cuidada en Europa, regresa a Mokolo a vivir en
medio de los leprosos.

Las autoridades de la ciudad me sorprendieron al darme el


Bastón de Mando del Gran Jefe (es un bastón que lleva dentro
la espada del guerrero). En muy pocas ocasiones han ofrecido
este bastón, símbolo de la autoridad, a un extranjero y nunca a
una mujer.

Con palabras que salen difícilmente de mi boca a causa de la


emoción, trato de agradecerles a todos, les digo que mi regreso
se debe a que Zileng es mi casa, porque los amo a todos y porque
quiero, con mis limitaciones, compartir mi vida y estar un poco
más cercana a la de ellos.

Cada uno de los enfermos trae de regalo un huevo. Es el regalo


del pobre que quiere compartir su indigencia. ¡Tendremos huevos
para el resto del año! Una gran comida nos permite continuar la
celebración. Los enfermos han guardado la res que tenían para
Pascua, para mi regreso, la chicha de sorgo no puede faltar en la
celebración y la calabaza pasa de boca en boca.

Los enfermos que no pueden caminar se hacen traer en


carretilla para traer un pollo, un ramito de flores del campo, o
lo que puedan ofrecer. A veces no hay ni una palabra, pero sí un
abrazo silencioso en medio de sus lágrimas de alegría. También
yo lloré de alegría ante gestos como el de la abuela, sin manos,
ofreciéndome su brazo para evitarme un mal paso.

Solo tengo en mis labios una palabra: Gracias. Gracias a la


gente de la aldea que con sus gestos me dieron nuevas fuerzas.
Gracias a mis hermanas de la Breteche que con sus cuidados y su
fraternidad me ayudaron durante esos meses difíciles. Gracias a
todos los que de una u otra manera me ayudaron a hacer posible
este regreso.

GRACIAS A TODOS Y A TODAS. GRACIAS POR TODO.

Hna. Martha Inés Escobar 79


El Vendedor de cruces

Un día, poco tiempo después de mi regreso, yendo por la


misma carretera del accidente, me detuve en un monasterio de
Carmelitas donde solía ir a descansar. Siempre, en ese camino,
tuve mis encuentros extraordinarios. Estaba sola y aún sentía el
impacto al recorrer el mismo camino. Durante la cena empecé
a soñar despierta: mirando al Cristo pensé en el Carpintero que
fabrica cruces para todos los gustos. No quería dialogar, pero
como Él conoce las mujeres desde un encuentro que tuvo con una
en el pozo de Sicar escogió el momento en que me encontraba
sola para negociar. Traía cruces de todos los estilos y tamaños, de
toda clase de materiales y con todas las ventajas y desventajas y
como Él es paciente cuando se trata de cruces pues, después de
todo es su trabajo, empezó a mostrármelas una por una, claro,
para saber de cruces hay que ensayarlas.

Tomo la primera, es de un material duro, bueno para una


espalda partida. Me duele menos la espalda, pero la cabeza
queda en el aire, la rechazo y, además, como puedo escoger,
hay que aprovechar. Me muestra la segunda que me permite
descansar la cabeza y pensar menos. Hay menos preocupaciones
y pienso poco en los otros, entonces siento que la espalda duele
más al pensar en mí misma. Mi Carpintero, siempre paciente, me
muestra la tercera, con las ventajas de la primera y la segunda pero
demasiado pequeña para mis pies adoloridos por las fracturas. El
accidente los ha puesto rígidos y ya no tengo la agilidad de antes.

80 Una misión sin fronteras


Una cruz muy bella llama mi atención, pero es demasiado
pesada para alguien que apenas empieza a caminar. Ya no tengo
la fuerza de alguien que acostumbraba a cambiar llantas y reparar
lo que se presentara. Ya empiezo a fatigarme de buscar una cruz
a mi medida. ¿Es que no hay una cruz a mi medida o es que soy
demasiado exigente para encontrar una?

Mi Carpintero, siempre paciente me ofrece otra, la última


de las que tiene. No es la más cómoda, pero si la más preciosa.
La ensayo: los pies duelen un poco, la espalda no queda muy
cómoda con tantas fracturas, todo me duele y la cabeza no la
puedo colocar sino de manera que veo bien a los que me rodean.
De pronto, ya no pienso más en la espalda, los pies o la cabeza.
Ya no siento el dolor y puedo mirar a otros más adoloridos. Le
doy las gracias a mi Carpintero y cargo la Cruz sobre la que me
quedo dormida pensando en todos los que todavía necesitan mis
manos, mis pies, mi cabeza y mi espalda partida.

En cuanto al vendedor de Cruces, se queda sonriendo con aire


malicioso mientras piensa: La pobre inocente se ha llevado la
misma cruz que traía solo que ahora le pesa menos porque le he
mostrado otras más difíciles de llevar.

Figuil, marzo de 2002

Hna. Martha Inés Escobar 81


Los jóvenes y las becas

Aun cuando el trabajo de educación con jóvenes y niños


empezó muy al principio de mi misión en Zileng, este fue
creciendo y encontrando nuevos caminos. Cuando acababa de
llegar, los jóvenes quisieron mostrarse como víctimas para sacar
provecho de toda ayuda que se pudiera encontrar. Con frecuencia
oía: “Nosotros los hijos de los leprosos… Nosotros los que no
tenemos posibilidades…”. En parte era realidad pues no había
escuela en la aldea. En las escuelas cercanas los discriminaban
porque venían del leprosorio y no había recursos para enviarlos a
estudiar. Un día les dije: Yo me ocupo de su educación y ustedes
dejan de quejarse, pues tendrán oportunidades de estudiar como
los demás. Empecé a mandar algunos niños a la escuela primaria
que no quedaba lejos y algunos jóvenes al Liceo de Mokolo para
su educación media, estos debían caminar un poco más, pero era
parte de la motivación.

¿Dónde podría encontrar el dinero para la educación? Este


fue el inicio de un programa de becas y del famoso periodiquito
del que ya he hablado. Niños y jóvenes, como todos en la aldea,
comían una sola vez al día, hacia las cuatro de la tarde. Era
una especie de masa de sorgo cocinada con lo que se pudiera
encontrar de hierbas y/o cacahuetes, única fuente de proteínas.
Con esa pobre alimentación salían temprano en la mañana, sin
comer nada y debían soportar el hambre y el calor hasta que
regresaban en la tarde.

82 Una misión sin fronteras


A veces faltaba la motivación para el estudio, pero a veces
eran las fuerzas las que no permitían dar un mayor rendimiento
escolar. Empecé con unos quince niños en primaria y cuatro o
cinco en secundaria. La gente del exterior comenzó a ayudar y
se crearon lazos entre alumnos y padrinos. Cada alumno debía
mandar sus resultados escolares a sus patrocinadores y estos me
enviaban el dinero directamente a mí para evitar que los jóvenes
desviaran la ayuda.

Unos cuantos patrocinadores franceses se motivaron para


ayudar. Más tarde me empezó a llegar ayuda de Bélgica, España,
Estados Unidos y Colombia, entre otros. Conocer varios idiomas
ayuda para este tipo de programas. Mi periodiquito empezó a
publicarse en tres idiomas. Las ayudas fueron aumentando y el
deseo de ir a la escuela también. Los pocos niños de la escuela
primaria aumentaron hasta que al final de mi estadía en el
leprosorio tenía más de doscientos. Los de la escuela secundaria
también aumentaron y, al final, tenía casi cien.

Llevar jóvenes hasta el bachillerato quiere decir también,


ofrecerles posibilidades de estudios universitarios. Ya ellos
empezaban a soñar con un futuro diferente. No habiendo
universidades en el norte, empecé a mandar a la capital unos
cuantos estudiantes que se fueron abriendo camino. Pero no es
fácil hacerse a la vida de la capital cuando se viene de un sitio
donde no hay internet, ni luz, ni agua, ni transporte.

Poco tiempo después de haber dejado África hubo una reunión


de jóvenes en Yaoundé y me dijeron: “Hermana, nos hemos
reunido treinta profesionales formados gracias a su colaboración
y a su visión del futuro”. Ya la aldea no tenía las puertas cerradas,
sino que se abría al mundo.

Hna. Martha Inés Escobar 83


El mundo
de la salud
El mundo de la salud

Vivir en el leprosorio era un poco ser maestra, consejera,


enfermera, administradora y hasta alcalde de pueblo. Las vidas
de los pobladores estaban en mis manos desde el nacimiento
hasta la muerte.

En los primeros años me tocó ser enfermera y médico con una


disponibilidad de veinticuatro horas; contaba con un personal
bien dispuesto, pero sin ninguna formación. Era necesario
empezar por la escuela secundaria y algunos lograron hacerlo en
las tardes, después del horario de trabajo. Estaban dispuestos a
hacer todo lo que se les pedía, pero no podían tomar la iniciativa.
Poco a poco los fui sacando del área de trabajo para que se
formaran, uno a la vez, no había muchas posibilidades en el país y
era necesario enviarlos al exterior.

En los últimos años ya no era necesaria mi presencia en el


dispensario durante todo el día, pues contaba con un protesista,
un enfermero, un laboratorista, una auxiliar de enfermería y un
fisioterapeuta. Esto significó progreso para el Centro y promoción
para ellos. Enfrentarse a situaciones difíciles cuando no hay
recursos es un desafío, pero al mismo tiempo una alegría.

Matakon era un niño de cuatro años que llegó con un paludismo


cerebral, tenía muy pocas probabilidades de vida y poco apoyo
familiar. Lo conocía pues solía estar por los alrededores del

Hna. Martha Inés Escobar 87


dispensario buscando comida y amor. Con el personal nos
organizamos para acompañarlo día y noche. Empleamos todos
los medios para sacarlo del coma hasta que un día le puse una
bola de caucho en la mano. El contacto con esta lo despertó y
gritó con alegría: “Martha”. Miró la pelota y me la tiró, fue una gran
alegría para todos.

Mutsena era un niño del campamento protestante que se


encontraba cerca. Nunca supe por qué motivo, pero su salud
estaba muy descuidada. Mutsena aun cuando era de familia
protestante había optado por ir a la catequesis de la Iglesia
Católica, los padres habían respetado su opción. En un hospital
cercano le habían amputado una pierna, pero no hicieron un
diagnóstico correcto; el niño, de nueve años, llegó con una
tuberculosis pulmonar severa. Vimos pocas posibilidades de
recuperación, pero al menos podíamos intentar que se sintiera
mejor.

Mutsena una vez hospitalizado me dijo: “Yo me quiero bautizar


en la Iglesia católica y me quiero llamar Jean Marie”. Le expliqué el
problema con su familia, pero me dijo: “Yo sé que voy a ir al cielo
y quiero estar bautizado”. Se pidió la aceptación de los padres y
lo bautizamos en la sala de hospitalización. Mientras se realizaba
la ceremonia, me decía: “En el cielo me voy a llamar Jean Marie y
sonreía en medio de su dificultad respiratoria”.

Me pidió que lo acompañara hasta que Jesús viniera a buscarlo


y le prometí que lo haría después de la Misa. Él en cambio debía
esperar a que yo regresara. Entonces me dijo que quería morir
en su casa. Lo llevaron y apenas pude fui a verlo, pero la madre
me dijo que ya no respondía. Le dije: “Él está esperando mi
regreso pues se lo prometí”. Le pedí que apretara su manito si me
reconocía y lo hizo mientras moría con una gran sonrisa.

Fue un bello entierro, cantado por los niños de las comunidades


católica y protestante. En un país donde la relación entre católicos
y protestantes es difícil, Jean Marie nos mostró que el alma de un
niño puede ser lazo de unión.

88 Una misión sin fronteras


Los santos conocidos solo por Dios

En la Iglesia occidental tenemos muchos santos. Hay devociones


a ellos de todos los estilos y gustos. También en la historia de la
Iglesia primitiva encontramos algunos santos que pasaron a la
historia. Mientras descubría el alma de algunos leprosos llegué a
preguntarme: ¿Cómo se sentirán en el cielo los Santos que solo Dios
conoció mientras vivían en la tierra? Ya hablamos de la historia de
Dahjá, mi amigo y Dagó el animista, pero conocí a Cecile. Era guía y
consejera en la aldea, casi no veía, no tenía manos y solo la mitad
de cada pie. Cultivaba la tierra con su azadón atado a la muñeca, o
a veces de rodillas. En la comunidad cristiana era el apoyo de todos
y su casa era una verdadera oficina de consejería y oración. Oraba
día y noche con todos y por todos. Nunca fue a la escuela, pero la
sabiduría brotaba de sus labios. Tampoco se le oyó una crítica o
un comentario negativo sobre alguien. Su rostro deformado, casi
simiesco, estaba siempre alegre. Un día queriendo entrevistarla
para el periodiquito, le pregunté cómo veía ella el cielo y me
contestó: “Es como aquí, o mejor como lo hacemos aquí, pero hay
muchos ríos” (el río más cercano de Zileng está a 250 km), siguió
diciendo “muchos árboles” (siempre es el sueño de quien vive en
el desierto), “hay mucha comida y nadie tiene hambre. En el cielo
todo es paz y alegría”.

Hna. Martha Inés Escobar 89


Kouvé no era Mafa Ella era Kapsiki, de las montañas más
alejadas de la civilización. Como muchos de su aldea se contagió
de lepra y vivió mucho tiempo sin buscar tratamiento. Cuando la
conocí y vi que era una mujer inteligente le pregunté cómo era
posible que ella hubiera perdido tanto tiempo antes de venir al
leprosorio y me sorprendió con su respuesta: “¿Acaso nosotros
conocíamos el camino de la ciudad? Muchos adultos y personas
mayores de la aldea aun vivían desnudos. Me explicó que para
ellos solo los impuros necesitaban vestido.

Antes de abordar la salida de África, quiero transcribir dos


textos que considero iluminan esa partida y le dan sentido. Uno
fue escrito en 1998 y el otro en el año 2000. Ellos son como una
parábola del itinerario espiritual.

90 Una misión sin fronteras


Vamos a la Montaña del Señor

Caminando por el patio en un centro de retiro miré del otro


lado del muro una montaña muy cercana, casi pegada al muro, y
me prometí escalarla al día siguiente.

En el primer día, para llegar más rápido tomé el camino que


me parecía más corto. Caminaba casi corriendo cuando de pronto
me di cuenta de que el camino que había elegido me alejaba de
la montaña. Tendría que buscar otro camino, pero ya era tarde.

Al día siguiente, por otro camino, vi la montaña un poco más


cercana y más accesible. De pronto vi que amenazaba la tempestad
y debía regresar antes de que se hiciera noche. Además, había
comprendido que ese tampoco era el camino.

Se necesita valor cuando se quiere ser escalador y se ha


escogido la montaña. Entonces no me quise dar por vencida. Esta
vez, fuera de la tempestad que amenazaba (es normal en época
de lluvias), había unos campos de sorgo con tallos tan altos que
no me dejaban ver el camino y me perdí. Logré regresar y, de
inmediato, comenzó la tempestad. Desde el corredor miraba mi
montaña rodeada de rayos. Se veía aún más hermosa. Me prometí
escalarla al día siguiente.

Hna. Martha Inés Escobar 91


Cuando el sol comienza a brillar, salgo a vivir mi aventura. Creo
haber encontrado el buen camino y siento el corazón lleno de
alegría. La naturaleza se veía hermosa, el algodón estaba florecido
y las espigas de sorgo casi rojas. De pronto me doy cuenta de que
la lluvia viene hoy más temprano y en un minuto se acumulan las
nubes negras sobre mi cabeza. Por mirar lo que me rodeaba se me
había olvidado levantar los ojos. Una vez más logro llegar antes
de la lluvia.

Es mi último día pues el trabajo me espera y debo volver a


casa. Decido llegar al menos al pie de la montaña y mirar la cima
de cerca. Un campesino amable me saluda (es la primera persona
que encuentro desde que inicié mi búsqueda). Me pregunta:
¿Adónde vas por ese camino que no lleva a ninguna parte? Yo
sonrío pensando: él no sabe que voy a mi Montaña. Vuelvo a
emprender la marcha cada vez más rápido pues es mi última
oportunidad. Ya la veo, allí no más, pero los senderos se hacen
cada vez más estrechos, más vagos hasta que desaparecen en
medio de los sembrados. Efectivamente, mi camino no llevaba a
ninguna parte.

Entonces regreso y veo que desde el principio de la semana yo


no camino sola. Somos dos los escaladores. Miro a mi compañero,
el ríe. No se ve ni siquiera cansado mientras yo estoy agotada por
el esfuerzo. Entonces me propone que, ya que no encuentro mi
montaña, Él me puede llevar a la suya. Solamente me advierte
que el camino será aún más duro, demasiado duro para mí, pero
que Él se ofrece a llevarme en brazos hasta la cima de Su Montaña,
si lo permito y no trato de ir por mi cuenta.

Llegamos así a un acuerdo. Yo le doy la espalda a mi montaña


y emprendo el camino a casa donde me esperan las hermanas y
la misión. En el camino veo los pájaros más coloridos que cantan;
se ven aún más bellos. Yo también canto en mi corazón pues mi
amigo me ha prometido llevarme a la cima de Su Montaña. Dando
una mirada atrás veo que lo que fue mi montaña ha desaparecido
en la neblina.

92 Una misión sin fronteras


En adelante trataré de dejarme llevar.
Figuil, 1998

Ya no será sobre esta montaña


Jn. 4,21

Cuando uno se ha creado su propia cima acaba por sentirla


suya. Pero un día yo había decidido dejarme conducir por el Señor
a su montaña, el Horeb.

Después de haber tratado de caminar junto a Él, descubro


que he llevado todo mi equipaje y mis ídolos. En el camino tomo
conciencia de que quien se prepara para atravesar el desierto, un
gran desierto, pues el Horeb se encuentra en el desierto, no debe
estar cargado de equipajes. Es necesario entonces regresar a lo
que fue mi montaña para dejar allí lo que le pertenece. Debo estar
ligera de peso para el que me lleva.

Aquí llego de nuevo, con el corazón alegre pues ya conozco


mejor lo que me pesa y quien es el que me lleva. Solo pretendo
llegar esta vez hasta la base de la montaña. En mi asombro
constato que ella no era tan bella como parecía. Las rocas me
recuerdan las heridas del camino. Solo crecen espinas, nadie la
habita pues no hay de que alimentarse ni agua pura para beber.
Ningún camino lleva a la cima pues nada atrae allá arriba.

De pronto recuerdo que llevo conmigo mi equipaje. Mi mochila


está llena de perdones no dados, envidias, infidelidades, rechazos
de amor y otro montón de rocas pesadas que me impedían
avanzar. ¿Cómo he podido llevar este equipaje tanto tiempo?

Caminando siempre sin sandalias, (el lugar es sagrado) avanzo


hacia la parte más caudalosa del río y deposito allí mi equipaje.
Empiezo entonces a cantar con la alegría del que siente un corazón
libre de cargas.

Emprendo el camino del desierto, lugar del hambre y la sed,


lugar de la tentación, pero también lugar de la Alianza. Tomo
la mano de mi amigo que me dice: “No te acuerdes más de los

Hna. Martha Inés Escobar 93


acontecimientos antiguos, no pienses más en el pasado. He aquí
que yo voy a hacer todo nuevo… Sí, yo voy a hacer un camino en
el desierto”. Is.43,18-19.

Liviana como un pájaro, vuelvo la espalda a la montaña. Es


medio día, el sol está en su zenit, es el desierto. Tengo sed.

Figuil, septiembre de 2000

94 Una misión sin fronteras


La salida de África

Los caminos de Dios. Iniciaba mi historia hablando de los


caminos de Dios que a veces están hechos de esperas largas,
incertidumbres y en mi caso de enfermedades y problemas serios
de salud, pero que nunca me han hecho abandonar la misión.

Después de tres años de ocurrido el accidente, cuando ya


me sentía bien, caminaba como antes, trabajaba como siempre
y comenzaba a idear nuevos proyectos, apareció una sorpresa
más. Algo extraño sale en mi cuerpo y es necesario analizarlo. Una
vez más, es el cáncer el que aparece en mi camino. Es necesario,
realizar una cirugía en Francia y el futuro después de eso queda
en manos de Dios. Salgo pensando que como otras veces me
recuperaré y volveré al leprosorio. Después de la cirugía me dicen
que debo iniciar una quimioterapia por cuatro meses. Empiezo de
nuevo a manejar la aldea a control remoto. Gracias a Dios, esta
vez cuento con la colaboración de una hermana que ya conoce el
funcionamiento de la obra.

La Orden de Malta, tan atenta como siempre, se comunicó con


la hermana que estaba trabajando conmigo para saber qué era lo
que más desearía yo en ese momento, que pudiera contribuir a
mi recuperación. Decidieron llevar a Francia a mi hermana Ángela
para que me acompañara. Todo estuvo muy bien organizado y

Hna. Martha Inés Escobar 95


me sorprendieron con este gran regalo. En verdad fue una gran
ayuda en lo físico y psicológico, pues tenía con quien compartir y,
a alguien, que además era un lazo con la familia.

Una vez terminada la quimioterapia, me recomendaron treinta


sesiones de radioterapia. Esto significaba una mayor demora para
volver; y para completar, en medio de las dificultades tuve una
caída y me fracturé un brazo. Fue necesario inmovilizarme por
seis semanas y empezar la radioterapia después de esto. Gracias
a Dios Ángela pudo prolongar su estadía en Francia hasta mi
recuperación

Como puede verse, mis condiciones físicas no eran las mejores


en este tiempo, y un día se presenta la superiora general con el
anuncio que ya temía: no me permitirían volver al África. Fue un
choque más fuerte que el accidente y el cáncer juntos. Empecé
una serie de negociaciones con la Congregación y la Orden de
Malta. Esta última, en su deseo de permitirme seguir en África
me propuso un viaje a Francia cada tres meses, con un mes de
descanso. Me pareció una buena idea y quise aceptarla, pero
la Congregación ya había decidido. Luego tuve que encontrar
la mejor manera de hacer las cosas ya que “no había quien me
remplazara” (¡descubrí con dolor que era irremplazable!) y que
debía encontrar religiosas de otra congregación que se encargaran
del leprosorio. Hallé unas hermanas polacas que, aunque eran
muy buena gente, estaban marcadas por su cultura y no era fácil
cambiar latinas por polacas, pero después de insistir un poco más
con la Congregación, logré que me permitieran regresar por tres
meses para estar segura de que el cambio se haría de la mejor
manera y, también, para que las hermanas conocieran el medio
un poco más y la entrega de cuentas fuera correcta, de manera
que no se presentaran problemas en el futuro. Nunca los tuve y no
quería que algo se pudiera presentar después de salir.

Fueron tres meses muy difíciles; a la vez muy cortos y muy


largos. Quería entregar todo muy bien y, al mismo tiempo,
cortar todos los lazos para no interferir luego en el camino de
nadie. Fue duro entregar álbumes de fotos y romper aquellas

96 Una misión sin fronteras


más personales. Quise cortar la comunicación con empleados y
jóvenes y les dije que, aunque siempre los llevaría en el alma, no
contestaría correos, porque si para mí era duro salir, para ellos era
también difícil empezar a trabajar con personas muy diferentes
después de haberse acostumbrado a alguien durante veinte años.

Un último esfuerzo era necesario: pasar por el leprosorio


camino al aeropuerto. Sentí que el corazón se me rompía, que ya
no podía con todo lo que pesaba dentro, y una temperatura de 45
grados centígrados no refrescaba las heridas. Pero en medio de
todo llevaba en el corazón los pinceles con los que había pintado
el desierto de verde y que podría seguir usando para darle color a
otro mundo, que aún, no sabía cuál era.

Hna. Martha Inés Escobar 97


¿Y después?
Dighton

Salir del desierto, del mundo de los leprosos, después de


veinte años de hablar francés o Mafa, en medio del calor del
Sahel para llegar de nuevo a un mundo de blancos, un clima de
estaciones severas, hablar inglés y servir a un pueblo multicultural
compuesto de americanos, afroamericanos, portugueses y
latinos inmigrantes, no fue fácil. Pero descubrir que en todas
partes hay pobres y necesitados en busca de ayuda fue una buena
experiencia. Gracias a Dios me confiaron el servicio en Marie’s
Place donde venían los más pobres de Fall River en busca de ropa
y comida. Allí me familiaricé pronto con los exprisioneros en busca
de abrigo al salir de la cárcel, los mendigos que amanecían en las
calles aun en medio de la nieve y el frío, las mujeres portuguesas
sin papeles, pero en busca de un futuro mejor. Con todo este
grupo multicultural e internacional, empecé de nuevo a construir
mi mundo. Es bonito ver que cuando queremos siempre hay
nuevas puertas que se abren. Pero mi vida itinerante difícilmente
se instala. ¡No me dan tiempo!

Pasados tres años y cuando empezaba a sentirme “at home”,


llegó una nueva propuesta. (las superioras siempre están llenas
de ideas para las otras). Me propusieron asumir la dirección de
Rosary House en Washington D.C.

Hna. Martha Inés Escobar 101


Washington

A veces me reía al pensar que yo, que venía de un mundo de


elefantes y jirafas, debía circular ahora en medio de las calles de
la capital de los Estados Unidos. Definitivamente, la vida ha sido
para mí una escuela de internacionalidad y multiculturalismo.
Qué riqueza y qué bendición de Dios haber podido moverme en
tal diversidad de medios.

Rosary House era una residencia para estudiantes


internacionales, venían jóvenes de los cuatro polos del mundo:
América del Sur, Europa, China, Irak, Irán, Corea y unas pocas
americanas que ayudaban a las otras a entrar en esta nueva
cultura. Es importante para estudiantes internacionales encontrar
un refugio que les ayude a conocer una nueva cultura, pues
cuando llegan muchos de ellos, ni siquiera saben el idioma.

Unas jovencitas chinas llegaron a Catholic University creyendo


que “Catholic” era el nombre del dueño del establecimiento.
Venían enviadas por el Gobierno chino y debían estudiar lo que
este decidiera, según las necesidades del país. Gente con una
mentalidad matemática debía pasar días frente a un microscopio
descubriendo el mundo de la biología. Era necesario encontrar
un refugio después de las horas de clase, donde pudieran ser
ellas mismas. El único idioma permitido en la casa era el inglés

102 Una misión sin fronteras


y llamaba la atención cómo la mayoría de las estudiantes
respetaban las normas. (con las latinas era un poco más difícil).

Vivir en Washington implicó hacer un esfuerzo por conocer


la geografía, la historia y la cultura americanas, pues parte del
trabajo consistía en ser guía y orientadora sin que se note mucho
que uno viene del Sahara.

Al terminar mi período como superiora en Washington empecé


a preparar mi regreso a Dighton. Para mí, era la próxima y última
etapa. Creía que mi misión estaba ya terminada y solo me quedaba
preparar el encuentro definitivo con el que todo lo había planeado
en mi vida. Pero una vez más las superioras mostraron que tenían
una mente inagotable para imaginar misiones, un nuevo envío, y
esta vez al lugar que nunca soñé: Honduras.

Hna. Martha Inés Escobar 103


Tegucigalpa, Honduras

Otro mundo completamente distinto. Hacía casi cincuenta


años que había dejado la América Latina con su cultura y su
idioma. Una de las cosas que más me sorprendió al llegar fue
tener que aprender a rezar en español. Qué lejos estaban esos
días cuando aprendía a rezar y a cantar el oficio en mi lengua
materna. Lejos estaban también aquellos días en que vivía en un
clima caliente y constante todo el año; por ello, el primer año me
pareció largo y monótono sin estaciones. Gracias a Dios llegué a
una comunidad internacional donde todas éramos aprendices.
Incluso el español que creíamos común tenía una gran diversidad
entre un país y el otro. El español de Honduras debía ser también
objeto de aprendizaje.

¿Qué puedo hacer yo en Honduras con mi formación de


enfermera, mi experiencia en culturas nórdicas, europeas o
africanas? La creatividad de una comunidad religiosa una vez más
me mostró que todo es posible. Empezaron a hacer “reciclaje”
conmigo, la enfermera la transformaron en Maestra y Catequista.
Empecé a enseñar Biblia y a preparar adultos para recibir los
sacramentos. Yo era la primera alumna, pues todo era nuevo, pero
la colaboración de las hermanas fue de gran ayuda. En ocho años
aprendí más sobre Sagrada Escritura que en toda mi vida y, eso,
a pesar de la edad que empezaba a dejar huellas. Poco descubrí

104 Una misión sin fronteras


sobre el país, pues mis huesos desarmados no me permitieron
moverme mucho por caminos intransitables, pero en la capital
hice lo que pude.

También me confiaron la responsabilidad de formar las jóvenes


que querían ingresar a la Congregación. No sé cómo pudieron
confiarme una joven el día mismo de mi llegada a Tegucigalpa.
Con ella, descubriendo caminos encontré el Asilo San Felipe para
ancianos y limitados físicos. Ha sido el sitio donde más feliz me he
sentido durante estos ocho años.

Allí inicié una actividad un poco fuera de serie. Era necesario


que mis hermanas la entendieran. Empecé a visitar los residentes
dos veces por semana. Un día la visita era solo para compartir café
y rosquillas. Algo en lo que no había barreras religiosas. Trataba
de no hablar de religión sino cuando el tema venía de ellos. El
otro día estaba reservado para una celebración de la Palabra con
los católicos y los que quisieran unirse. Aun cuando al principio
podíamos contar con un sacerdote, después, cuando este murió,
fue muy difícil encontrar colaboración y generalmente debíamos
celebrar solos. Es difícil creerlo cuando se está en plena ciudad,
en la capital, y hay tantas parroquias; el mundo de los ancianos y
enfermos no es siempre el que más atrae.

Hna. Martha Inés Escobar 105


El milagro eucarístico

La parroquia era otro foco de atracción, me sentía bien entre


la gente sencilla y disfrutaba de las misas los domingos. Un día
del mes de enero fuimos a la misa, no era el mismo sacerdote
de siempre, sino alguien que lo reemplazaba. Nos llamó a dos
hermanas para ayudarle a distribuir la comunión. En general
nos daban la comunión primero y luego íbamos a distribuirla a
los hermanos. El Padre comulgó bajo las dos especies y luego
introdujo la hostia en el cáliz para darme la eucaristía. Cuál no
sería su sorpresa, la de las dos hermanas y del sacristán que
observaba detrás de nosotros cuando vimos que lo que había
sido vino se había convertido en sangre viva, roja y que resbalaba
por la hostia hasta que se coaguló. El sacerdote en su estupor
no sabía qué hacer, hasta que finalmente me ofreció la hostia.
Yo la tomé y para mayor sorpresa aún, no tenía el sabor del vino
sino de la sangre. Fue un milagro eucarístico que nunca se hizo
público. Quedó entre nosotros cuatro, pero cambió para siempre
mi manera de recibir la eucaristía y de hablar del sacramento en
las catequesis. Aún me pregunto por qué Dios tiene ese tipo de
detalles conmigo.

En 2018, celebré en Honduras mis Bodas de Oro de vida


religiosa. Fue una gran celebración en la Iglesia de Las Casitas
donde hacía cuatro años éramos parte de la comunidad cristiana.
Al terminar la Eucaristía, quise dar gracias a Dios por todo lo que
me ha permitido vivir y fue así como resumí mi vida:

106 Una misión sin fronteras


Carta abierta a Dios

Querido Dios:

Gracias por haberme permitido venir a la vida en el seno de


una familia grande y solidaria.

Gracias por mis padres que me hicieron entrar en la Iglesia


mediante el bautismo cuando apenas tenía quince días de nacida.
Gracias porque me cuidaron con mi salud frágil en muchas noches
de vela y en días de exámenes y angustias por los resultados.

Gracias por el día de mi Primera Comunión donde me hiciste


el primer llamado misionero. Solo tenía seis años cuando el África
entró en mi corazón y se quedó para siempre.

Gracias Señor por los años de colegio. Allí aprendí a pasar más
tiempo contigo ante el tabernáculo. Allí aprendí a gustar el rezo
del Rosario y le consagré mi corazón a tu Madre. En el colegio
creció mi deseo silencioso de vida consagrada y misionera. Allí
aprendí a comprometerme en grupos de acción apostólica y a
descubrir el servicio a los demás.

Gracias Señor por mi formación en Francia donde di los


primeros pasos en mi vida consagrada. Gracias por la oscuridad
del día de mi profesión donde descubrí que solo tu mano podía
sostener mi fidelidad. Gracias por esos tiempos difíciles en los

Hna. Martha Inés Escobar 107


que debí cortar el cordón umbilical de la sobreprotección y la vida
confortable donde otros me llevaban sin que yo tuviera que remar
en mi propia barca.

Gracias Señor por el llamado a la internacionalidad y a la


vocación universal. Una vez levantada el ancla todos los mares se
hicieron pequeños.

Gracias por el compartir con el indio y el negro en el Chocó y


en Panamá. Allí descubrí el valor de lo pequeño y lo sencillo en un
pueblo fraterno y acogedor. El naufragio en el Pacífico me llevó
a mirar el mar por debajo y a darte gracias porque los tiburones
no se acercaron en una zona donde abundan. Gracias porque me
escondiste entre las rocas. Aún no era el final de mi vida. Tenía
aún mucho que dar.

Gracias por los años de formación en Estados Unidos. Gracias


aun cuando no entendía para qué serviría una maestría en el
Sahara. Esos años ensancharon aún más mi tienda para acoger
a un pueblo que desconocía y rechazaba. La maestría resultó ser
un arma valiosa donde no tenía otro apoyo que tu ayuda y mis
conocimientos.

Gracias por el África, la realización de mi sueño de infancia.


Gracias por los niños africanos que a pesar de su hambre y su
pobreza compartieron conmigo el don de la alegría.

Gracias por los leprosos, ellos fueron mi mejor escuela de


amor, de fe y de confianza en la Providencia. Con ellos he llenado
el catálogo de los santos desconocidos del mundo, pero grandes
a los ojos de Dios.

Gracias por el accidente que casi me cuesta la vida. Gracias


por tu presencia en esos momentos de incertidumbre. Gracias
por todos aquellos que me ayudaron a volver a caminar física y
espiritualmente.

Gracias porque aun cuando me arrancaste el alma al salir del


África, me enseñaste que tú eres el único esencial y que hay una
comunicación que siempre es posible cuando amamos.

108 Una misión sin fronteras


Gracias por Honduras que me abrió de nuevo el camino de
América Latina con nuevas puertas apenas entreabiertas hasta
entonces. Gracias por las hermanas con quienes he vivido y por
las que me ayudan a seguir creciendo.

Es cierto que en este caminar con frecuencia el día se ha hecho


noche, pero mirando al cielo veía que las estrellas escribían:
GRACIAS y las arenas del desierto quemaban mis huellas mientras
escribían: GRACIAS

Al llegar a este momento de mi vida, Señor, solo me queda una


cosa por pedirte: que, aunque la noche sea noche y el desierto
sea desierto, haz que las estrellas y las arenas sigan escribiendo:
GRACIAS

Te quiere tu hija,

Martha

Te doy gracias, Señor por tu amor,


No abandones la obra de tus manos.

Hna. Martha Inés Escobar 109


Mis primeros
75 años
Mis primeros 75 años

La vida pasa rápido. No sé cuándo he vivido tanto tiempo y


frente al Señor he querido mirar dónde estoy. La víspera resuelvo
mirar el Evangelio de San Mateo en el capítulo 17 y me encuentro
con La Transfiguración. ¿Qué puede decirme este texto hoy?

Creo que Jesús me ha llamado a la montaña como a sus


discípulos más íntimos. Hemos recorrido un largo camino para
llegar a ese encuentro. Siento que mi vida ha sido una cadena de
gracias que me han conducido hasta la montaña. No me siento
nostálgica por lo que queda atrás, me siento tan bien que quisiera
decirle a Dios: hagamos tres tiendas y quedémonos aquí. ¡No
importa que yo me quede afuera! Pero el Señor me hace ver que
estoy soñando. No es tiempo para instalarme. No hemos llegado a
la meta. Y de pronto no veo sino a Jesús solo. La vida sigue y todo
lo extraordinario se borra del mapa. El ver a Jesús solo libra de
ambigüedades y lleva a lo esencial.

Hay un riesgo en ciertos momentos que nos hace querer


instalarnos. Jesús me dice: “Tenemos que bajar de la montaña
porque todavía te necesito allá abajo.”

A pesar del miedo a lo nuevo y a lo imprevisto, a lo cual nunca


nos acostumbramos, decido bajar con Él y seguir el camino.
Mis hermanas de comunidad están allí para hacerme una gran

Hna. Martha Inés Escobar 113


celebración y darme la bienvenida, aunque sin saber lo que para
mí significa bajar de la montaña.

Gracias a Dios por todo lo vivido. Tomo de nuevo mis zapatos


rotos de peregrino y la mochila con lo que necesito, con mis
pinceles gastados y casi sin cerdas, pero listos para seguir
pintando en la nueva etapa y me lanzo a lo que la vida me seguirá
presentando.

Una nueva etapa se prepara. Quizás esta sí será la última.


Dentro de dos meses regreso a Estados Unidos para una nueva
misión. Estaré en la casa de formación, donde no hay jóvenes
por ahora, pero donde trataré de crear un ambiente propicio
para invitarlas y decirles, como lo hizo Jesús con sus discípulos:
“Vengan y vean” (y los discípulos se quedaron con Él). Volveré a
Marie’s Place con los más pobres del área y con ellos trataré de
usar una nueva lengua que he venido aprendiendo sin saber para
qué: el portugués.

Aún nadie lo sabe en Honduras, pero voy preparando el


corazón para un nuevo desprendimiento. Definitivamente, no está
previsto para mí el tener raíces o arraigo. Mi misión es Universal
y el único idioma que se me permite llevar a todas partes es el
Amor. Me estoy despojando de todo lo que ya no será necesario,
pero siempre dejando espacio para mis pinceles gastados. Quizás
podré pintar otro desierto de verde, aunque sea chiquito y por
poco tiempo. Lo importante es empezar; alguien llegará detrás
con una caja de pinceles nuevos para seguir pintando hasta el día
del gran encuentro.

¿Qué me ha quedado de esta peregrinación larga y corta a la


vez? Como lo decía en mi celebración de las Bodas de Oro: solo
puedo dar gracias a Dios por todo lo vivido. Que muchas jóvenes
descubran hoy la riqueza de una vocación sin fronteras. Que
quieran vivir una vocación universal, yendo por todos los caminos
dejando la semilla del Reino para que otros la cultiven y cosechen

114 Una misión sin fronteras


Hoy me queda una gran libertad de adaptación a situaciones,
culturas, lenguas y países. El mundo se ha hecho más pequeño y
todo lo que sucede me interesa

Conservo la Alegría de Vivir que quise dar a los niños en el


África y que ellos me devolvieron al ciento por uno, dejando una
huella permanente que persiste a pesar de haber salido de allí.

Una Congregación Internacional me ha dado el tesoro precioso


de la internacionalidad y la interculturalidad.

Los leprosos marcaron mi vida y las dificultades y las


limitaciones propias tomaron otras dimensiones. El mundo de los
más necesitados estuvo en primer lugar y mis propias inquietudes
pasaron a segundo plano. Todos mis dolores hoy, y Dios sabe si
los hay, me unieron al sufrimiento del mundo. Ellos han llegado a
ser parte de mi misión universal.

Hoy me queda la oración que no tiene fronteras y donde me


reúno con todos los que han sido parte de mi vida: allí están
mis padres que me abrieron las puertas del mundo y siempre
confiaron en mi misión.

Mis hermanos que nunca cuestionaron mi camino y siempre


estuvieron allí para acogerme cuando pasaba, aunque fuera por
pocos días.

Dajhá, Cecil, Koyan y todos los otros leprosos que con


paciencia y sencillez me enseñaron la disponibilidad y la apertura
al plan de Dios; mis hermanas de las distintas comunidades que
me ayudaron a caminar cuando mis pasos se salían del camino o
cuando solo deseaba sentarme al borde del sendero y dejar que
el tiempo pasara.

Muchas cosas ahora se hacen innecesarias, lo importante en


esta etapa del camino no es lo que llevamos sino lo que hemos
dejado atrás.

Hna. Martha Inés Escobar 115


Hoy quiero seguir adelante con mi bastón, que cada vez es
más real, mis sandalias, que cada vez se me hacen más difíciles de
llevar y mi caja de pinceles destartalados por si encuentro algún
desierto que necesite una manito de pintura.

Como San Pablo quiero cerrar este pequeño resumen de mi


vida con estas palabras:

“Sin embargo, olvidando lo que queda atrás, me lanzo hacia


lo que está por delante, corriendo hacia la meta, al premio al
que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús”
Flp. 3,13-14

116 Una misión sin fronteras


Este libro se terminó de imprimir
en los talleres de Divegráficas S.A.S
Carrera 50 No. 35-62 Teléfono: (604) 322 50 96
en el mes de febrero de 2022
Es cierto que en este caminar con
frecuencia el día se ha hecho noche, pero
mirando al cielo veía que las estrellas
escribían: GRACIAS y las arenas del
desierto quemaban mis huellas mientras
escribían: GRACIAS

Al llegar a este momento de mi vida, Señor,


solo me queda una cosa por pedirte: que,
aunque la noche sea noche y el desierto sea
desierto, haz que las estrellas y las arenas
sigan escribiendo: GRACIAS

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