Libro Una Mision Sin Frontera
Libro Una Mision Sin Frontera
Libro Una Mision Sin Frontera
fronteras
Hermanas Dominicas
de la Presentación
Una misión sin fronteras
Autor:
Hna. Martha Inés Escobar
Medellín - Colombia
2022
A mi papá, que con su honestidad
y disciplina me enseñó el camino
de la entrega desinteresada.
9 Recuerdos de mi pasado
35 La lepra
51 La obra de la Providencia
67 El accidente
75 Mi regreso al concierto
85 El mundo de la salud
99 ¿Y después?
Francia fue una época dura, el idioma se me hizo fácil pues casi
todas mis compañeras hablaban francés. Había que aprender
para sobrevivir. Para que me iniciara en la lengua, me asignaron
una hermana colombiana, que hablaba el francés poco y mal. A
los tres días renuncié y pedí a la maestra de postulantes que me
permitiera integrarme al grupo. No sé qué pensaría de la novicia
rebelde, pues nunca me lo dijo, pero aceptó. Con las jóvenes
aprendí más fácil y rápido.
Tenía que empezar por estudiar inglés, puesto que no tenía sino
lo del bachillerato, y ya olvidado para darle lugar al francés durante
varios años. Llegué a la casa de Fall River, en Massachussets,
donde en ese momento ninguna hermana hablaba español, esto
me facilitó el aprendizaje del inglés. A los pocos días de haber
llegado, una explosión de gas destruyó gran parte de la casa
provincial en Dighton, una de nuestras hermanas murió y otra
quedó gravemente herida, lo que la obligó a pasar largo tiempo
en el hospital. Solía acompañarla con frecuencia y me pedía que
rezara las Vísperas con ella, yo le prometía que lo haría más tarde
y le rezaba a Dios para que se durmiera y me evitara esa tortura de
Había todavía un paso difícil para dar, tenía que decir adiós a
mi papá, y sería un adiós definitivo, pues su salud se deterioraba
día a día. Los dos lo supimos cuando nos dimos el último abrazo,
pero su generosidad me daba fuerza.
El islam
Los cristianos
Miro su bohío y no hay nada en él. Sólo una cama de tierra, una
estera plástica sobre ella y una cobija vieja que difícilmente aún
se puede llamar así. No hay una puerta de entrada, solo el espacio
abierto para colocar la puerta que nunca llegó. Como en todos los
bohíos, no hay ventanas. Mientras yo miro el entorno la hermana
le habla con toda su ternura: “Yo debo dejar el leprosorio y he
venido a presentarte a la hermana que me va a reemplazar”. Aun
no entiendo la lengua y la hermana me traduce. Yo mientras tanto
preparo mi respuesta. Quizás va a preguntar si soy enfermera o si
conozco la lengua o si tengo experiencia en cuidado de leprosos…
y otras tantas ideas absurdas pero que son lógicas a los ojos del
mundo. Cuando la hermana termina sus palabras y me traduce lo
que él ha dicho, él hace solo una pregunta: “¿Será que ella podrá
amarnos como tú nos amas?” Nada de lo que yo creía importante
cuenta para él, solo el amor.
El pozo
El funeral de Dahjá
Desde niña siempre pensé en lo duro que sería para una madre
el tener varios niños aferrados a su ropa y diciendo: “mamá, tengo
hambre”. Tal vez, porque nací en una familia donde siempre
tuvimos lo que necesitábamos, me impresionaba ver las caras
tristes, caras de hambre, de algunos pequeños que mendigaban
junto a sus madres en el centro de Medellín o algunos chiquillos
que venían a la clase de catecismo que dábamos en los barrios o
en la finca.
Encuentro con un
samaritano musulmán
Por fin llegué a Maroua y no podía creer que fuera posible. Con
mis hermanas de comunidad, llenas de alegría, seguimos hasta
Mokolo. Una hermosa ceremonia de acogida me introduce en mi
casa. Después del largo viaje y las emociones es necesario una
buena noche para enfrentarme a la acogida de los enfermos al día
siguiente. Me advierten que no debo llegar antes de las 11:30 de
la mañana, pero con mi urgencia, salgo a las 11:00 manejando el
mismo carro del accidente, eso sí, acompañada del mecánico que
lo reparó. ¡El carro se siente más rápido y seguro que yo!
Querido Dios:
Gracias Señor por los años de colegio. Allí aprendí a pasar más
tiempo contigo ante el tabernáculo. Allí aprendí a gustar el rezo
del Rosario y le consagré mi corazón a tu Madre. En el colegio
creció mi deseo silencioso de vida consagrada y misionera. Allí
aprendí a comprometerme en grupos de acción apostólica y a
descubrir el servicio a los demás.
Te quiere tu hija,
Martha