Gilles de Rais I

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Gilles de Rais

«Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el
sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia
abajo [...]. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla»

Además de ser el epígrafe de la presente guía, las anteriores fueron algunas de las últimas
palabras de Gilles de Rais, antes de ser ultimado en 1440. Parece que suponía –y según
sus declaraciones- que violar, torturar y asesinar a 150 niños –o más- es lo que cualquier
persona de a pie tiene como un sueño. Pero, ¿Qué tanto hay de cierto en las controversias
que le rodean y en las acusaciones en su contra? Todo supone que, al ser parte de la
aristocracia de la época, tenía un aval generalizado para matar a sus anchas y de manera
impune. Veremos a grandes rasgos la historia de quién presuntamente fuera el primer y
más cruel asesino en serie de la historia.
Se hace preciso viajar atrás en el tiempo, a la Francia
medieval y más exactamente a la ciudad de Nantes. Es el
26 de octubre de 1440, en un lugar conocido como el
Prado de la Magdalena, un gran número de personas se ha
reunido ahí, en su inmensa mayoría personas
pertenecientes a las clases bajas de Francia: campesinos,
gente que trabaja en los establos, algún panadero, gente
del común. Se encuentran reunidos allí, porque en aquel
prado se encuentra ubicado un patíbulo, un sitio donde las
personas son colgadas hasta morir. Pero este día hay algo
más, adicionalmente a las disposiciones normales del
lugar, hay una inmensa hoguera en construcción,
rodeando un madero clavado en la tierra; alguien será
incinerado. Los murmullos dicen que van a quemar a un
verdadero monstruo, a un ser despreciable, a un sádico sin par, un asesino de niños, un
necrófilo que ha pactado con el demonio por medio de las malas artes, un ser repulsivo
que ha cometido las barbaries más horrendas que alguien pudiera imaginar.
No hay que esperar mucho tiempo, cuando en escena aparece un cortejo con numerosos
soldados que rápidamente abren paso, para que un hombre relativamente joven suba al
cadalso. Es un hombre de mediana edad, con una barba muy tupida y de un intenso color
negro, el pelo luce crecido y descuidado, sucio. El sujeto, da unos pasos hacia el frente,
para quedar más cerca a la turba y al parecer se dispone a hacer un discurso.
Extrañamente el discurso insta a las personas a ser cuidadosas con sus hijos, a educarlos lo
mejor posible, a ser temerosos de Dios y respetar la iglesia. El remate de tan enrarecido
discurso no es otro que el que abre el presente documento.
Acto seguido, gira su cuerpo dando la espalda a la muchedumbre, la soga le es colocada
alrededor de su cuello y sin más, es ahorcado. Como es normal, durante algunos minutos
el cuerpo enjuto se mueve al ritmo de los estertores de la muerte, meciendo las piernas.
Entre tanto, el grueso de los presentes, vitorea y celebra. Cuando el cadáver deja de
moverse, los soldados toman el cuerpo y lo arrastran hacía la hoguera, en donde es atado
firmemente al tronco central, mientras alguien se acerca con intenciones de dar inicio al
fuego. Pero en ese instante, otro contingente de soldados aparece y abriéndose paso
entre la muchedumbre, intenta evitar la quema del cuerpo. En vez de eso, el difunto es
trasladado a la catedral de los Carmelitas en Nantes, en donde un ritual funerario es
llevado a cabo y enterrado al interior de los límites de la iglesia, con los honores propios
de un noble, pero y es que al que acaban de sepultar no es otro que el mariscal de Francia,
el mayor rango dentro del ejército francés de la época. Su nombre, Gilles da Rais. Acusado
de hechicería, sodomía, asesinato de niños, practica de acciones demoniacas y toda clase
de actos monstruosos.

Si bien la historia es maravillosa, tiene algunos sesgos naturales, en tanto versiones de los
hechos son. Generalmente es imposible ver a ciertos personajes como Gilles de Rais en
sus dimensiones reales, pues se venden como sujetos monolíticos y de una única cara. Es
decir, sabemos a fuerza de estar vivos, que las personas no son solo oscuridad, ni tampoco
pura luz. Todos tenemos matices que se desdibujan en ciertos relatos históricos,
concernientes a ciertos personajes, por supuesto Gilles no es la excepción. Y es que, si se
revisa con un poco más de detenimiento, el contexto, lo que sucedía a su alrededor y
demás datos históricos podría incluso ponerse en entredicho la naturaleza netamente
malvada del Mariscal francés.
Para poder entender un poco todo lo que ocurría entonces, hay que asomarse a esa
Francia medieval. El país galo venía saliendo de un conflicto bélico conocido como la
guerra de los cien años.
Durante un extenso periodo Inglaterra y Francia
estuvieron enganchados en una guerra
intermitente, pero sin descanso, casi 116 años
estos dos países estuvieron en pugna. El
monarca Inglés quería conquistar Francia,
Francia se defiende; luego intentan tomar
posesiones, entrar a sangre y fuego y así. Lo
importante es que Gilles de Rais nace muy
avanzada la guerra de los cien años, en 1404.
Precisamente en ese punto histórico Francia
atraviesa uno de los peores momentos de su historia. El rey de Francia, era un sujeto que
padecía de esquizofrenia, además de sufrir delirios y tener extrañas visiones. Tomaba
decisiones erráticas, se ausentaba de sus funciones durante días y días, al regresar quería
con firme convicción, trasladar sus mundos oníricos a la realidad, todo se tornaba caótico.
Por su parte Inglaterra, estaba gobernada por un descendiente de la corona francesa,
Enrique V. El monarca sabía que, si el Rey moría, el heredero al trono sería precisamente
el hijo del Rey Carlos VII, así mismo si éste último era desechado el Rey de Francia sería el
mismo Enrique V de Inglaterra. Así que, sin necesidad de guerras, las coronas y por lo
tanto las naciones se unirían bajo un solo mandato. Una situación atípica. Como atípico
fue el marco en que el pequeño Guilles vino al mundo. Hijo de Guy de Rais y la hija de su
peor enemigo Jean de Craon. Este matrimonio es arreglado buscando resolver un
problema de propiedades entre ambas familias. Estrategia que funcionó durante algún
tiempo. Hasta que el padre de Gilles muere en un accidente de cacería, tras ser destripado
por un jabalí salvaje. Suceso, que el menor presencia de principio a fin.
A pesar de que su padre dejaría dictaminado que el y su hermano fueran educados por
institutrices comunes, caen al cuido de su abuelo materno. Se dice que era un hombre de
guerra, excéntrico y antipático. Los excesos en su Castillo que ahora era habitado por los
menores, era pan de cada día. Gilles y Rene, conviven ahora con la brutalidad y las
perversiones de todo tipo. Casi que inmediatamente después de pisar el recinto, son
incorporados al entrenamiento militar, en el que reciben un trato de soldados. Allí, tanto
Gilles como Rene muestran grandes habilidades para la batalla. Por su parte Gilles, de
gran tamaño, muestra valentía y habilidad para las armas. Rene, más cerebral y sereno, se
proyecta como un gran estratega.
Rápidamente son probados en el campo, donde a los 1 años, Gilles asesina por primera
vez. Usando una daga de doble filo, corta el cuello de un adversario. Su bautizo de sangre
y muerte. La constante siempre fue su arrojo y valentía, actitudes que la valieron el ser
comandante de tropas completas a una muy joven edad. Sus soldados lo seguían con
fervor, pues siempre iba al frente; siendo paje o comandante, siempre iba al frente.
Entre tanto su abuelo, Jean de Craon, busca como matrimoniar a Gilles procurando
extender sus dominios y multiplicar sus posesiones. Al ver que la nobleza en pleno se
negaba a emparentarse con ellos, ordena a su nieto secuestrar a su propia prima, con la
que contraería nupcias. De esta unión nace una única hija, Marie, de la que no se sabe
gran cosa, más allá de su parentesco con el mayor de los hermanos de Rais. De igual
manera con su prima y esposa, los datos son casi nulos.
El prestigio de Gilles como militar, sigue creciendo incluso entre los monarcas. Así mismo
se murmura a gritos, con intenciones soterradas, que disfruta mucho más de la compañía
masculina en campaña, que la de su propia esposa en el Castillo. Hecho al que sumó
razón, pues una vez su esposa e hija lograron apartarse de su lado, jamás las buscó.
En cierta ocasión, al rey de Francia, Carlos V, tras un delirio de los acostumbrados, se le
ocurrió sin más, desheredar a su hijo. Así, deja sin trono al delfín, sangre de su sangre. En
este momento, empieza a negociar con Enrique V, la forma en que entregará Francia.
Entonces, el legítimo heredero, Carlos VII, convoca a sus pares de la región para que le
acudan en la defensa de la corona francesa. Extrañamente no todos acuden, incluso
algunos se alían con Inglaterra. Pero toda la estirpe de Rais, se unen al delfín logrando con
éxito su cometido.
En un hecho sin precedentes, cierta tarde
en la que se encontraban Gilles, su abuelo,
el Rey y el delfín departiendo a cerca de los
pormenores de las batallas venideras, se
presenta en el salón una muchacha
humilde, más bien desgarbada, al parecer
de origen campesino. Tras una larga
pleitesía, logra inmiscuirse en palacio y ser
escuchada por el Rey. Se dirige a Carlos VII,
diciendo que Dios ha enviado con ella un mensaje trascendental para la nación entera.
Alguno de los presentes, quiere hacerla caer en su error, pues a quien le habla es apenas
el delfín. Pero de repente, ella gira y señala con el dedo al verdadero Rey y prosigue. Este
hecho, le hace acreedora a la oportunidad para seguir hablando sin ser interrumpida. Es
entonces, cuando testifica haber oído la voz del propio Dios, que le encargaba liderar el
asalto a Orleans y llevar al delfín a buen término como Rey y por ende a la libertad de
Francia. Se supone debió ser un discurso impresionante, pues tuvo eco en el Rey, más allá
de señalarle hechos evidentes. Orleans llevaba mucho tiempo bajo el dominio inglés y en
muchas ocasiones ejércitos enteros habían sucumbido intentando retomarla.
Más sin embargo, aquella delgada muchacha, insistía en que era capaz, pues obedecía una
orden directa del cielo. Cuando el Rey empezaba a descreer, el propio Gilles, rodilla en
tierra, se ofreció para liderar aquel ejército, a pesar de las escasas chances de lograr el
cometido. El monarca accede, como un gesto gratitud con Gilles y ofrece 10.000 soldados.
Número menor para las multitudinarias guerras de la época. Todo ha sucedido en un abrir
y cerrar de ojos. El propio Rey repara y pregunta el nombre a hasta entonces desconocida
muchacha. Mi nombre es Juana de arco y traeré la gloria a Francia. Desde ese instante,
Gilles de Rais, se convierte en su sombra y más fiel soldado. No se trata de una relación
romántica o carnal, pues Juana era fiel devota del altísimo, para el que solo tenía ojos y
bien era sabido a Guilles le interesaba más la compañía masculina. Solo, testificaba, Gilles,
cabalgando y combatiendo al lado de Juana, por alguna razón, se sentía enorme e
invencible. Además, aseguró siempre que el ser divino de la mujer era incuestionable, ya
que con sus ojos había visto lo imposible: el viento soplar de acuerdo a los designios de su
voluntad, las lluvias venir intempestivamente tras sus ruegos, o ver curarse en un corto
tiempo a la propia Juana de Arco de una herida tal, que cual otro humano hubiera
perecido sin remedio.
Su trasegar es leyenda y entre ambos prácticamente sacaron a los ingleses de Francia. Es
tal el éxito alcanzado que, tras una vuelta de la batalla de Gilles, es nombrado Mariscal de
Francia, honor militar máximo. Todos veían con admiración los logros de Gilles, todos
menos su abuelo, quién veía aún en él los rezagos de su padre. Así, que en su lecho de
muerte le deshereda, entregando todo a su hermano René. Entretanto, los pocos ingleses
y en una guerra menor, logran apresar a Juana y piden una gran recompensa a cambio de
su vida. A lo que el rey, sobre quién recaía la respuesta, responde de manera dubitativa,
pues posterior a los triunfos militares habría logrado acuerdos diplomáticos y militares,
que podrían llegar a tambalear si accedía a aquellas demandas. Son días enteros los que
pasan sin tomar una determinación, Gilles, colérico desconoce al rey e intenta
confabularse con otro noble, quién al parecer es un traidor, pues de forma extraña, los
ingleses saben de la cruzada para rescatar a Juana. Antes de que el Mariscal llegue, La
Santa es juzgada de brujería y quemada en la hoguera por la madre iglesia.
Con todo esto, el Mariscal francés siente que sus días de gloria fueron calcinados junto al
cuerpo frágil de lo único por lo que vivió desinteresadamente. Hubiera dado la vida,
traicionado al Rey, traicionado al que sea, pero ahora impotente, destrozado y en medio
de una tregua binacional, solo quedaba encerrase en sus castillos para intentar sepultar la
imagen de Juana retorciéndose en el fuego.
Empieza la caída libre de Gilles de Rais, quién solo se empeña en organizar festines y
dilapidar su patrimonio. Entre desafuero y desvarío, efectivamente el dinero empieza a
escasear y es entonces cuando debe vender una a una sus propiedades. René, su hermano
sin poder hacer mucho y tratando de cuidar algo de lo que también le correspondía,
negocia con la corona para que a su hermano se le prohíba vender alguno más de sus
inmuebles o posesiones. El Mariscal cercado y maniatado empieza a consumirse. La
bebida, los desmanes y el caos lo empiezan a minar desde dentro.
En su castillo todo es turbio y los rumores empiezan a crecer. Hay un primer incidente. En
1432, un pequeño paje de doce años desaparece de los alrededores del castillo de Gilles.
Sus padres lo buscan desesperadamente, pero lo único cierto es que pasó por el castillo
del Varón. A este suceso le prosiguen más y más de la misma índole: niños desaparecidos
en las lindes del castillo de Rais. Incluso se llegó a decir que una extraña mujer los seducía
y raptaba. Algunos aseguraban que era alguien cercano a Gilles, llegaron a identificarla
con nombre propio. Entre tanto, al interior del castillo las finanzas eran cada día peores y
el estado mental y anímico del Mariscal no estaban mejor. En su afán torpe el otrora
héroe de Francia, no atina sino a traer alquimistas y nigromantes para que por medio de lo
mágico pueda obtener oro y cubrir sus numerosos faltantes. En estas lides, siempre fue
casi crédulo, eso sumado a su situación, le convirtieron en alguien manipulable. Uno de
sus consejeros le aseguró que la solución a todo era simplemente hacer un pacto con el
demonio, a lo que accedió. La cuota de sangre, el sacrificio debía venir de un menor. Esta
exigencia infame fue sabida por todos, sin embargo, no hubo mayor consecuencia que la
del fortalecimiento de las habladurías.
Muchos concuerdan, en que el error capital de Gilles de Reis y quizás el último digno de
ser nombrado ocurrió al interior de una iglesia. Cabalgando, irrumpió en el plena
eucaristía y no contento con secuestrar al sacerdote, se llevó consigo también los objetos
rituales. Este hecho le valió la acusación frontal de la iglesia. Primero de herejía, después
es señalado por practicar actos de brujería, y a la postre por pactar con el demonio. Tras
este pliego de cargos, empezaron a aparecer en procesión testigos que daban cuenta de
las atrocidades cometidas al interior de sus dos castillos. Tanto así, que en 1440, la iglesia
consigue una orden de aprehensión y en septiembre del mismo año, Gilles es llevado a
prisión. Una vez allí, ve desfilar más y más testigos, ya no solo provenientes de las clases
populares, esta vez incluso colaboradores suyos, que instados por la iglesia y atendiendo a
los conatos de tortura, narran descarnadamente toda la barbarie intramural. Se le acusó
de comer de sus víctimas la carne y beber su sangre, de abusos sexuales pre y pos
mortem, hasta se llegó a decir que, en sus castillos, se hallaban lanzas coronadas con las
cabezas de los niños más bellos, para poder ser contemplados hasta la putrefacción por el
Varón.
Gilles es excomulgado. Sabe entonces que está condenado y que su vida ahora vale poco.
Sin someterse a tortura, confiesa y acepta haber cometido todas las atrocidades de las
que se le acusan. Solo pide no juzgar a nadie más que a él. No es así, no es cumplida su
demanda y colaboradores y parientes son sacrificados. Ya solo queda caminar arrastrando
los pies camino al Prado de La Magdalena.

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