Bloque 02 La Edad Media Tres Culturas y Un Mapa Político en Constante Cambio
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A) AL-ANDALUS
1-Introducción
5-Origen y evolución de los primeros núcleos cristianos de resistencia. El nacimiento de León y Castilla
AL-ANDALUS
1-INTRODUCCIÓN
El Islam, el cristianismo y el judaísmo son las tres religiones monoteístas. También son conocidas como
“religiones reveladas”, porque según sus seguidores han sido reveladas por Dios, o “religiones del libro”,
porque cada una de ellas recoge esas revelaciones en un libro que consideran sagrado. En el caso del
Islam ese libro es el Corán que para los musulmanes contiene la palabra del dios único (Allāh), revelada a
su profeta Mahoma. Esta religión apareció en Arabia en el siglo VII y consiguió rápidamente un gran
número de seguidores. Tras la muerte de Mahoma, los árabes musulmanes se lanzaron a extender el
Islam por el mundo.
En su expansión los musulmanes ocuparon el norte de África y en el año 711 iniciaron la conquista de la
Península Ibérica, paso obligado hacia Europa. En apenas dos años ocuparon toda la Península, salvo
una pequeña franja en la cornisa cantábrica desde donde se organizó la resistencia cristiana. La presencia
musulmana en la Península se extendió hasta 1492 en que fueron expulsados tras la conquista de
Granada por los Reyes Católicos. En ese tiempo se desarrolló una sociedad heterogénea, urbana y
avanzada en su época. Sin embargo, en esos casi ocho siglos de permanencia en la Península la
extensión del territorio controlado por los musulmanes varió, si bien siempre recibió el nombre de al-
Ándalus.
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En el año 711, un pequeño ejército expedicionario musulmán dirigido por Tariq ibn Ziya, lugarteniente del
gobernador musulmán del norte de África, llegó a la península como aliado de una de las facciones
visigodas que luchaban por el control del reino tras la muerte del rey visigodo Witiza. En la batalla de
Guadalete (711) fue derrotado el último rey visigodo, Rodrigo. En los dos años siguientes los musulmanes
acabaron dominando la Península, excepto la Cornisa Cantábrica (Asturias). Esta rápida expansión tiene
dos causas principales: la debilidad del Reino visigodo minado por continuas guerras civiles, así como el
ímpetu expansivo musulmán.
Los nuevos territorios conquistados se convirtieron en una provincia más del gran imperio Omeya y el
califa de Damasco nombraba a los gobernadores (emires). Los conquistadores musulmanes no eran un
grupo homogéneo y todos los que participaron en la conquista se establecieron en distintas zonas: árabes
en el Guadalquivir, sirios en Granada, egipcios en el Levante y los bereberes, los más numerosos, en el
norte y centro de la península. Los enfrentamientos entre sus diferentes líderes fueron continuos.
Durante este período continuaron sus ataques por el sur de la Galia donde fueron frenados por los francos
en la batalla de Poitiers (732). También en estos años aparecen los primeros núcleos de resistencia en el
norte peninsular: el asturiano en la Cornisa Cantábrica (hacia 718, más mítica que real batalla de
Covadonga) y el navarro en la zona pirenaica.
En el año 750 se produjo el derrocamiento de la dinastía Omeya en Damasco por la familia rival de los
abasíes. Se inició así el imperio abasí con capital en Bagdad. Todos los miembros de la familia Omeya
murieron salvo Abd-Al-Rahman, que logró huir hasta la península Ibérica y establecerse como emir
independiente con capital en Córdoba.
Con Abd-Al-Rahman I (756-788) al-Ándalus se independizó políticamente del Califa de Bagdad, aunque
siguieron manteniendo una dependencia religiosa. En este periodo se produce la consolidación del Estado
andalusí y el afianzamiento de la autoridad del emir, gracias a la creación de un ejército permanente de
mercenarios (eslavos, bereberes, francos, etc.) y a la recaudación de impuestos. Durante este período se
produce una gran islamización de la población y la creación de una sociedad compleja. Esta sociedad
heterogénea protagonizó frecuentes levantamientos y sublevaciones contra el poder de los emires omeyas
durante todo el emirato.
En 912 accedió al emirato Abd-Al-Rahman III (912-961). La desintegración del poder era casi total. El
emir sólo controlaba la zona de Córdoba y Sevilla. Los gobernadores de muchas zonas fronterizas trataron
de proclamarse reyes independientes y los reinos cristianos avanzaban en sus conquistas, demostrando
que eran una auténtica amenaza para Al-Ándalus. Abd-Al-Rahman III sometió a todos los jefes sublevados
y se autoproclamó califa en 929, rompiendo sus lazos de dependencia religiosa con Bagdad.
El Califato de Córdoba (929-1035), especialmente con Abd-Al-Rahman III constituye el periodo de mayor
esplendor económico, político, militar y cultural de Al-Ándalus. Córdoba era la mayor ciudad de Occidente
y competía en riqueza con Constantinopla. Este apogeo se cimenta sobre una gran prosperidad
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económica basada en un importante comercio marítimo con África, en el papel de intermediario entre
Oriente y Europa, en innovaciones técnicas en la agricultura y artesanía, en una saneada política fiscal y
en el cobro de tributos (parias) a los estados cristianos del norte. Construyó una ciudad-palacio de Medina
Azahara, desde la que gobernó su enorme imperio.
Su hijo Al-Hakam II (961-976) mantuvo la prosperidad y protegió a la cultura, la ciencia y el arte. El califa
Hixam II (976-1013) dejó las riendas del Estado a Abu Amir, conocido por los cristianos como Almanzor
(976-1002). Este centralizó todo el poder y se apoyó en los sectores religiosos más integristas. Llevó a
cabo numerosas campañas contra los reinos cristianos del norte (Santiago de Compostela y Barcelona) y
en el norte de África. Tras la muerte de Almanzor (1002) comienza la decadencia económica, política y
militar y el avance de los núcleos cristianos norteños (León, Castilla, Navarra, Aragón y Condados
Catalanes).
Los hijos de Almanzor fueron incapaces de mantener la autoridad. La aristocracia árabe se levantó contra
uno de ellos, comenzando una serie de guerras internas en la que otros clanes (eslavos y bereberes)
buscaron el apoyo de los reinos cristianos en sus enfrentamientos con los árabes que monopolizaban el
poder. Así se iniciaba la injerencia de los reinos cristianos en la política interna de Al-Ándalus. A partir de
ese momento los califas se sucedieron rápidamente, a la vez que su autoridad disminuía, hasta que en el
año 1031 el Califato de Córdoba quedó fragmentado en pequeños reinos independientes (27) conocidos
como reinos taifas o taifas, con menor poder económico y militar, más débiles y frecuentemente
enfrentados entre sí. Eso favoreció el avance de los reinos cristianos en el proceso de Reconquista.
La amenaza militar y la imposición de parias por parte de los reinos cristianos acentuaron su debilidad
política.
3.2-LOS ALMORÁVIDES
Tras la conquista de Toledo (1085) por parte de Alfonso VI de Castilla y León, los reinos taifas pidieron
ayuda a un poder norteafricano formado por una confederación de tribus bereberes, los almorávides. Éstos
llegaron en 1086, derrotaron a Alfonso VI, recuperaron Valencia y frenaron el avance reconquistador. A
partir de 1094 unificaron Al-Ándalus e impusieron guarniciones militares en casi todas las ciudades.
Hacia 1140 el poder almorávide se desintegró ante el empuje de un nuevo imperio norteafricano, los
almohades. En 1195, con la batalla de Alarcos los almohades derrotaron a los cristianos y se hicieron con
el control de Al-Ándalus. Este dominio duró hasta su derrota a manos de una coalición de reinos cristianos
del norte en la batalla de las Navas de Tolosa (1212).
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Tras quinientos años de Reconquista, en pocos años (cincuenta), de 1212 a 1262, los cristianos acabaron
con todos los reinos de taifas menos el pequeño reino de Granada, convertido en feudatario de Castilla, y
que logró sobrevivir hasta que en 1492 fue conquistado por los RR.CC.
El gobierno estaba centralizado en el palacio donde los emires y califas ejercían un poder absoluto. La
administración pública estaba en manos de los diwanes o ministerios. Al frente de cada uno estaba un
visir y por encima de éstos un primer ministro o hayib. La administración de justicia estaba en manos de
los cadíes. El territorio estaba dividido en coras (provincias) a cuyo frente se encontraba el walí
(gobernador). Los territorios fronterizos con los cristianos estaban divididos en marcas donde el
gobernador tenía poderes militares.
Esta organización se sostenía gracias a los impuestos y a un poderoso ejército. Todos los ciudadanos
pagaban impuestos: los musulmanes la zakat, una especie de limosna obligatoria, y los no musulmanes
(cristianos mozárabes y judíos) la yizya, un impuesto que se debía pagar para poder practicar su religión.
El ejército era fundamental para el control de las fronteras y la política de expansión militar.
4.2-LA SOCIEDAD
La sociedad era muy heterogénea desde el punto de vista étnico y religioso, urbana, la más desarrollada y
avanzada de Europa.
a) Desde el punto de vista étnico, dentro de ellos había una importante jerarquía que se traducía en
cotas de poder.
En lo más alto de esa jerarquía estaban los árabes que por proceder de la tierra del Profeta y ser
“musulmanes viejos” ocupaban los altos cargos de la administración y el ejército, además de las
tierras más fértiles de Andalucía.
En segundo lugar, estaban los sirios que, por proceder de la tierra de la dinastía en el poder, los
Omeya, también tenían puestos importantes en la administración y el ejército, aunque ya tuvieron que
asentarse en Granada.
Por debajo de estos dos grupos estaban los egipcios, con cargos de menor relevancia y que se
asentaron en la zona de Levante;
y en el último escalafón, los bereberes, eran el grupo más numeroso, generalmente apartados de la
administración y el ejército, tenían una situación humilde y se les dejó para asentarse las tierras frías
y áridas del norte y centro peninsular donde practicaban el pastoreo. Lógicamente, estas diferencias
generarían importantes problemas de luchas intestinas.
La mayoría de la población hispanogoda quedó apartada del poder, incluso después de convertirse
al Islam (muladíes). Esto provocará numerosas sublevaciones contra el poder de los emires Omeya.
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b) Desde el punto de vista religioso, la mayoría de la población peninsular acabó convirtiéndose al Islam
y recibieron el nombre de muladíes. El respeto de los musulmanes por las otras “religiones del Libro” les
llevó a practicar cierta tolerancia religiosa y permitieron la existencia de minorías religiosas de cristianos y
judíos; no obstante, esa tolerancia no implicó la ausencia total de conflictos religiosos. Los cristianos en
territorio musulmán (recibieron el nombre de mozárabes) pervivieron especialmente en las ciudades, en
comunidades cristianas muy numerosas. Mantenían sus iglesias, sus autoridades e incluso sus leyes. A
pesar de mantener sus rasgos peculiares sufrieron un gran proceso de aculturación y hablaban en árabe,
vestían como los musulmanes y era muy difícil distinguirlos. Su relación con el poder musulmán no fue
estable y pacífica. En las ciudades comerciales existió una importante comunidad judía. Aunque algunos
de sus miembros alcanzaron relevancia política o social, en líneas generales permaneció al margen de las
luchas por el poder. Por último, los esclavos.
4.3-LA ECONOMÍA
En Al-Ándalus se desarrolló una economía urbana y de mercado. A diferencia del resto de Europa donde
predominaba una economía cerrada, ruralizada y con un escaso comercio, los musulmanes desarrollaron
una amplia red de ciudades, revitalizaron las viejas ciudades de origen romano y crearon otras 30 nuevas.
La mayor parte de la población era urbana. Los grandes latifundios de origen romano o visigodo siguieron
subsistiendo e incluso en algunas zonas surgieron otros nuevos. Se dedicaron fundamentalmente a la
producción de cereales y se incorporaron el cultivo del olivo y de la vid. El objetivo era su venta en el
mercado urbano. Además, desarrollaron una agricultura irrigada muy eficaz introduciendo la naranja, el
arroz, el algodón, la caña de azúcar y algunas especies (azafrán). En las ciudades surgió un potente
artesanado. Se desarrolló la artesanía textil (seda, bordados, lino, algodón, etc) para el consumo interno y
sobre todo productos de lujo para la exportación a Europa y Oriente. Se desarrollaron así mismo
importantes talleres de orfebrería, de cueros, taraceas, papel, pergamino, armas...
El comercio interior aprovechaba las viejas calzadas romanas. El comercio exterior se realizaba por rutas
marítimas mediterráneas gracias a una potente marina mercante y militar. Los puertos del sur, Almería,
Algeciras y Cádiz se convirtieron en una zona de contacto entre Oriente, África y Europa. Allí llegaban
productos de lujo orientales y especias, marfil, oro, esclavos y pieles de África y se reexportaban a Europa.
Una parte fundamental del auge de la economía se debió al mantenimiento de una economía monetaria: el
dinar de oro y el dírham de plata.
4.4-LA CULTURA
Al-Ándalus a nivel cultural tiene una importancia básica en la cultura española y europea. Los musulmanes
tradujeron al árabe todos los autores griegos y romanos y a través de estas traducciones se han
conservado hasta nuestros días. Por otra parte, fueron grandes estudiosos en materias como la medicina,
matemáticas (álgebra), astronomía..., además de perfeccionar las técnicas agrarias artesanales y
comerciales. En cualquier oficio se encuentran multitud de términos árabes (acequia, albañil, azahar,
alfombra...). Al-Ándalus tiene varias de las más importantes joyas del arte musulmán mundial como son la
mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada y la Giralda de Sevilla.
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Los siglos de permanencia del Islam en la Península Ibérica (siglos VIII-XV) han dejado un legado cultural
de enorme relevancia. Sin embargo, su presencia, su asentamiento y el tiempo de permanencia fueron
muy diversos según los territorios. Así, en el norte de la Península la Islamización fue escasa, mientras
que, en el sur, la huella andalusí se mantuvo hasta el siglo XV. No obstante, la impronta de su presencia y
la herencia cultural afectaron a todas las culturas hispanas.
En el siglo VIII una nueva fuerza religiosa y militar procedente de Arabia llega a Europa por el sur de la
península ibérica: el Islam. Los musulmanes llevaron a cabo una rápida conquista del Reino visigodo
ayudados por la debilidad de la monarquía visigoda y a la apatía del pueblo ante la ocupación. Se creó así
Al-Ándalus. Esta expansión, sin embargo, sería frenada por los francos en la batalla de Poitiers (732), lo
que hizo que se replegaran a la Península Ibérica.
Con todo, los musulmanes no consiguieron conquistar completamente el territorio peninsular, quedando
una zona en la Cornisa Cantábrica donde se refugiaron algunos cristianos que iniciaron desde allí un
proceso militar que se conoce como “Reconquista” y que se prolongó hasta 1492. Desde esos núcleos de
resistencia los cristianos fueron creando poco a poco nuevos condados y reinos que se fueron
consolidando entre los siglos VIII y XIII: Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón…
Esa consolidación no hubiese sido posible sin el asentamiento de población cristiana en las zonas
arrebatadas a Al-Ándalus, es el llamado proceso de “repoblación”, que tuvo diferentes formas según la
zona y el momento en el que se produjeran. Por otra parte, la política expansionista inherente a la
reconquista y la repoblación supuso con frecuencia no sólo la lucha de los territorios cristianos contra los
musulmanes, sino también entre ellos. De esa pugna saldría hegemónica la Corona de Castilla.
Etapa caracterizada por la hegemonía militar musulmana, por lo que los reinos del norte se expandían
cuando en Al-Ándalus había problemas internos, y retrocedían cuando el poder del emir o del califa se
centralizaba. Otra consecuencia de esa hegemonía militar fue el pago de parias por parte de los núcleos
cristianos a los musulmanes.
El dominio musulmán sobre la Península no fue total. El territorio situado al norte de la Cordillera
Cantábrica y de los Pirineos había quedado al margen del dominio musulmán. Allí vivían unos pueblos
(astures, cántabros y vascones) que apenas habían recibido influencias de los romanos y los visigodos,
escenario del nacimiento de los núcleos cristianos de la península ibérica.
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En la zona cantábrica surgió el reino astur. La existencia de una extensa “tierra de nadie” en la cuenca del
Duero posibilitó la expansión del reino astur a lo largo del siglo IX y las primeras décadas del siglo X. A
partir de esa fecha se habla del reino astur-leonés, o simplemente leonés, que reivindicó la herencia del
reino visigodo.
En los Pirineos podemos distinguir tres áreas: en los Pirineos occidentales se construyó un núcleo
independiente, el reino de Pamplona, aunque sometido brevemente a los francos. En el resto del Pirineo
surgió la “Marca Hispánica”, un territorio conquistado por el reino franco para asegurar su frontera frente a
los musulmanes, pero que muy pronto comenzó a ganar independencia en el contexto del sistema feudal.
Parte de esta Marca Hispánica fueron el Condado de Aragón (Pirineo central) y los condados catalanes
(zona nororiental de la península Ibérica), destacando el Condado de Barcelona, que terminó dominando
a los demás.
a) Asturias y León
El primer núcleo de resistencia al Islam surgió en las montañas astures. El origen del reino astur está
ligado a la batalla de Covadonga (722), acción de armas en la que los habitantes de la región cantábrica,
dirigidos por el noble visigodo Pelayo, vencieron a los musulmanes. Pelayo, convertido en rey, creó el
Reino de Asturias, separado del territorio dominado por el Islam por una amplia zona, casi despoblada,
que se extendía desde la cordillera Cantábrica hasta el Duero.
La consolidación del reino y su expansión hacia Galicia y la Meseta Norte fue obra de Alfonso I (739-757)
y sus sucesores (Alfonso II “el Casto”, Ramiro I, Alfonso III “el Magno”). Su principal preocupación era la
defensa de la frontera entre los valles del Ebro y el alto Duero, donde los musulmanes estaban asentados
y donde existían rutas de acceso a las tierras de cántabros y vascones. Como este territorio (zonas de la
actual Álava y Burgos) resultaba muy vulnerable, se levantaron gran número de fortalezas, que dieron a la
región el nombre de Castilla.
La consolidación del reino se vio fortalecida por el hallazgo del sepulcro del apóstol Santiago a comienzos
del siglo IX. Compostela se convirtió en centro de peregrinos y Santiago en símbolo de la resistencia frente
al Islam. Alfonso II “el Casto” (791-842) consiguió llevar la frontera hasta el Duero, aprovechando que los
emires cordobeses estaban ocupados con las revueltas internas (sublevación del muladí Omar-ben-
Hafsun).
Quedaron así configuradas las dos unidades políticas que se distribuyeron el territorio:
El Reino de León surge en 910 al cambiar Asturias su nombre y capital (pasa de Oviedo a León) e incluía
Asturias, Galicia y León, pero también el Condado de Castilla. Este último en la segunda mitad del siglo
X, bajo el mandato del conde Fernán González, se transformaría en condado independiente.
La línea del Duero se consolidó durante el reinado de Alfonso III “el Magno” (866-910) con la
reconstrucción de una serie de plazas fuertes (Toro, Simancas, Zamora) y con la presencia de los
castellanos en la zona oriental del Duero (San Esteban de Gormaz, Osma).
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b) Reino de Navarra
En la vertiente sur del Pirineo los francos habían establecido una franja defensiva entre su territorio y al-
Ándalus. Conquistan Pamplona hacia el 780. Sobre el año 830 la familia Arista expulsó al conde carolingio
y fue capaz de mantener su independencia con respecto a los musulmanes de Córdoba. Iñigo Arista fue su
primer rey.
Los territorios situados hacia el este (Jaca, Sobrarbe, Ribagorza) dependían de los condes francos. A
principios del siglo IX la población hispana asentada alrededor de la actual Jaca expulsó a los francos. El
primer conde independiente de los francos fue Aznar Galíndez, quien unió bajo su gobierno los territorios
atravesados por el río Aragón de donde proviene el nombre de su teritorio. Al mismo tiempo surgieron los
condados de Sobrarbe y Ribagorza.
En cuanto a los territorios del nordeste (condados catalanes), vivieron bajo la dominación franca (“Marca
Hispánica”) hasta finales del siglo IX, en que el conde de Barcelona Wifredo el Velloso (874-898), reunió
bajo su gobierno varios condados catalanes y se convirtió en el fundador de una dinastía y de un condado:
el Condado de Barcelona. Wifredo construyó fortalezas para asegurar sus dominios.
Los núcleos de resistencia al Islam a partir del siglo XI iniciaron una política de expansión y ampliaron su
espacio geográfico a costa de los territorios musulmanes. El momento era propicio debido a la ruptura de
la unidad política del califato de Córdoba y su disgregación en numerosos reinos taifas que provocó en al-
Ándalus frecuentes guerras civiles. Los reinos cristianos, cada vez más poderosos, dejaron de pagar
parias a al-Ándalus para ser ellos los que cobraban estos tributos a los reinos taifas. Esos ingresos
permitieron una mejora del ejército acorde ahora con el carácter ofensivo de su acción militar. No obstante,
esta expansión no se explica sólo por la debilidad de al-Ándalus y la capacidad expansiva de los reinos
cristianos peninsulares. Este proceso hay que entenderlo también en el contexto de crecimiento
demográfico de Europa occidental, que llevó a una serie de acciones expansivas hacia el este contra
eslavos, húngaros y turcos (Cruzadas). Todas esas acciones estaban impregnadas de un fuerte espíritu
religioso, alentado por una Iglesia combativa y por la poderosa autoridad del Papa.
Este proceso de ocupación militar de tierras habitadas por musulmanes, que tradicionalmente se conoce
con el nombre de Reconquista, se hizo, alternativamente, a través de una colonización pacífica y de
enfrentamientos bélicos.
El avance sobre Al-Ándalus se desarrolló en una serie de etapas que coinciden con la ocupación de los
valles de los grandes ríos peninsulares y el litoral mediterráneo. El resultado inmediato fue la consolidación
de cinco áreas políticas diferentes: el conjunto de Asturias, León y Galicia; Castilla; Navarra; Aragón y el
territorio pirenaico oriental, más tarde Cataluña.
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Fase 1: el inicio de los avances cristianos (1008-mediados s. XI): Esta etapa se desarrolló entre el
inicio de la crisis del califato cordobés (1008) y el comienzo de los avances cristianos a mediados del
siglo XI. El objetivo principal era el fortalecimiento de la línea defensiva que había establecido Alfonso
III en el Duero y completar el dominio del valle del río. En ese momento, la máxima autoridad era el
monarca navarro Sancho III, el Mayor (1000-1035), que extendió su dominio a los condados de Castilla
y Aragón. A su muerte (1035) su gran reino se repartió entre sus hijos y Aragón y Castilla se
convirtieron en reinos. Fernando I fue rey de Castilla (y después de León también), Ramiro I lo fue de
Aragón (que acabará absorbiendo los condados de Sobrarbe y Ribagorza que habían correspondido a
su hermano Gonzalo) y el reino de Navarra quedará para García de Nájera.
Fase 2: La ocupación de los valles del Tajo y el Ebro (1085-1195): Los reinos cristianos
consiguieron trasladar la línea fronteriza del Duero hasta el Tajo con la ocupación de la importante taifa
de Toledo (1085). Alfonso VI de Castilla y León y Alfonso el Batallador de Aragón, fueron los
principales protagonistas. Ante esa amenaza las restantes taifas pidieron ayuda a los almorávides, que
llegaron a la Península en 1085 y derrotaron a Alfonso VI en Zalaca y Uclés y a Alfonso I de Aragón en
Fraga. Tras estos hechos los almorávides unificaron al-Ándalus bajo su mando y frenaron el avance de
los cristianos, que no obstante conservaron Toledo y Zaragoza. Poco después, al-Ándalus disminuyó
su extensión al perder los valles del Tajo y del Ebro. La empresa fue llevada a cabo por catalanes y
aragoneses, unidos bajo el poder de Ramón Berenguer IV (conde de Barcelona y regente de Aragón),
por portugueses (ya independientes de Castilla y León) y por castellanos con Alfonso VII.
Fase 3: Ocupación de los valles del Guadiana, Turia y Júcar (1195-1212): Una nueva reacción
musulmana fue protagonizada por los almohades, que consiguieron nuevamente detener el avance
cristiano y unificar al-Ándalus bajo su autoridad, aunque por poco tiempo. En 1212 en la batalla de las
Navas de Tolosa la mayor parte de los reinos cristinos, , consiguieron derrotar a los almohades. Esta
fue una de las victorias más importantes de la reconquista, pues con ella los cristianos controlaron las
comunicaciones del Guadalquivir con la Meseta. Hechos reseñables del siglo XII fueron el
reconocimiento de Alfonso Enríquez como rey de Portugal por Alfonso VII de Castilla y León, la
configuración del nuevo Estado de la Corona de Aragón con Alfonso II, integrado por catalanes y
aragoneses, y la firma del tratado de Tudillén (1151) entre las Coronas de Aragón y Castilla.
Fase 4 Ocupación del valle del Guadalquivir y el litoral mediterráneo: Durante el siglo XIII Castilla
se expandió por el valle del Guadalquivir, la Corona de Aragón por el litoral mediterráneo, los
portugueses completaron sus dominios al sur del Tajo. La conquista de Córdoba, Jaén y Sevilla por
Fernando III el Santo (1217-1252), situó la frontera de Castilla en el valle del Guadalquivir, mientras
Jaime I el Conquistador (1213-1276), de la Corona de Aragón, ocupó Mallorca y Valencia, haciendo
entrega del reino de Murcia a su yerno Alfonso X el Sabio, hijo del rey castellano.
6.3-MODELOS DE REPOBLACIÓN
Repoblación por presura: entre los siglos VIII y X. Consistía en la libre ocupación de tierras por
parte de los repobladores-campesinos, animados por los nobles y la monarquía. Se les concedía la
tierra que cultivasen y eran hombres libres.
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Repoblación concejil por fueros: se desarrollaron en los siglos XI, XII y XIII. Consistía en la
concesión por parte del rey de una serie de leyes particulares (privilegios) a ciudades y villas
amuralladas que dominaban un amplio territorio agrícola denominado alfoz. Todo esto se gobierna
mediante un concejo o ayuntamiento. Estas leyes (FUEROS) se les concedían a los territorios para
animar a la población a asentarse y repoblar. Ciudades con fueros importantes Logroño, Burgos,
Salamanca, Zaragoza y Valencia…
Repoblación por donadíos reales (grandes latifundios): en los s. XIII y XIV. Consistía en la
entrega de grandes latifundios en las zonas rurales a las Órdenes Militares (Calatrava, Alcántara,
Santiago y Montesa), a la Iglesia o a la nobleza. Estos latifundios se van a dedicar fundamentalmente
a pastizales (Mesta) y producción de cereales. La densidad de población escasa, muy pocos
propietarios y gran cantidad de jornaleros y asalariados.
Repoblación por repartimiento: Se repuebla con este sistema las ciudades conquistadas a partir de
1212 y consistía en el repartimiento entre los conquistadores de las viviendas dentro de las murallas y
las tierras circundantes.
Como en el resto de Europa, entre los siglos VIII al XIII se fue produciendo una feudalización de la
sociedad hispánica. Sin embargo, el hecho de que en ese tiempo en la Península Ibérica se estuviese
llevando a cabo una repoblación en las zonas fronterizas mediante el asentamiento de pequeños
propietarios libres, hizo que no se siguiese el modelo francés, salvo en la zona de la Marca Hispánica,
donde la influencia franca era mayor. No obstante, para el siglo XIII prácticamente toda la sociedad del
territorio cristiano peninsular estaba regida por una red de relaciones señoriales, según las cuales los
nobles obtenían rentas de sus propiedades y ejercían derechos jurisdiccionales, mientras los campesinos
disponían del dominio útil de la tierra, pero estaban sometidos a la jurisdicción señorial. La sociedad feudo-
vasallática estaba basada en la existencia de unos vínculos de dependencia hacia un señor a cambio de
un beneficio. La debilidad económica de los reyes en esta época, los llevó a conceder a nobles y
eclesiásticos señoríos territoriales (feudos) para su explotación económica, que podían llevar aparejado
unos derechos jurisdiccionales sobre la población allí asentada (señorío jurisdiccional), con el fin de que
éstos ejercieran el control del territorio en su nombre. Por otra parte, con el avance de la reconquista, los
campesinos libres poco a poco vieron la necesidad de ponerse bajo la protección de los señores a cambio
de entregarles sus tierras, convirtiéndose así en siervos.
Por otra parte, la sociedad feudal era una sociedad fuertemente jerarquizada, dividida en estamentos y
de estructura piramidal.
Así, en la cúspide estaba el rey, a continuación, los estamentos privilegiados, nobleza y clero, que eran
los propietarios de la mayor parte de las tierras, estaban exentos del pago de impuestos y gozaban de
leyes especiales.
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Por último, en la base se encontraba el llamado estado llano formado por campesinos y la incipiente
burguesía de las ciudades, todos ellos pagaban impuestos (pecheros) y estaban sometidos por relaciones
de dependencia al rey o a los señores.
Al margen de esta sociedad existían dos minorías que a menudo fueron perseguidas:
Los judíos (sefardíes) vivían preferentemente en las ciudades, en unos barrios específicos (juderías
o aljamas) y se dedicaban a la artesanía y al préstamo.
8.1-LA AGRICULTURA
La economía durante la Alta Edad Media fue fundamentalmente agraria. La mayor parte de la población se
dedicaba a la agricultura. La propiedad de la tierra era muy diversa; los nobles y la jerarquía eclesiástica
tenían señoríos (trabajados por siervos) y grandes latifundios donados por la monarquía durante la
repoblación. En el centro y en el norte peninsular predominaba la mediana y pequeña propiedad agraria de
las zonas repobladas con presura y con el método concejil. En los valles del Ebro, Levante y Andalucía
permanecieron grandes grupos de población musulmana (mudéjares) que siguieron manteniendo una
agricultura de regadío. Las técnicas de cultivo eran muy pobres: arado romano, barbecho, cereales y
vides, ausencia de abonos… Dentro de la economía agraria destacará rápidamente la ganadería, sobre
todo tras las grandes conquistas del siglo XIII, así surgirán la Mesta y la Casa de Ganaderos de Zaragoza.
El Honrado Concejo de la Mesta fue creado por Alfonso X “el Sabio” en 1273 y perduró hasta 1836, tras
diversos avatares. Alcanzó su máxima pujanza con los RR.CC. y pues concedieron numerosos privilegios
a esta por lo rentable que era económicamente. Es una institución que se encargaba de regular todos los
aspectos relativos a la ganadería trashumante de ovejas merinas. Los objetivos de la Mesta eran muy
variados: había que explotar los enormes territorios ocupados por Fernando III con una escasa
demografía, beneficiar y controlar a la nobleza e Iglesia, dueños de los inmensos rebaños, y homogeneizar
la explotación del medio rural sometida a muchas particularidades por los fueros y costumbres de la
repoblación. La monarquía la protegió y benefició a lo largo de su historia. La lana de la oveja merina era
la de mayor calidad en Europa. Miles de compradores acudían a la feria de Medina del Campo a comprar
la lana para su exportación. Para centralizar la exportación de la lana surgió el Consulado de la Lana con
sede en Burgos. Los derechos de exportación eran enormes. A la larga, el desarrollo de la producción y
comercialización de la lana frente a la agricultura originará graves problemas a la agricultura sobre todo en
períodos de expansión roturadora.
La artesanía se desarrolló en las ciudades que fueron surgiendo a lo largo del Camino de Santiago y en
las ciudades conquistadas a los musulmanes. Se regía por un férreo sistema gremial. La artesanía
destacó en Andalucía y sobre todo en Cataluña a partir del siglo XIII.
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El comercio se desarrolló muy tardíamente. La economía hasta el siglo XIII era prácticamente de
subsistencia y cerrada. Con la expansión del cultivo y con el desarrollo de la Mesta empezaron a surgir
rutas interiores. Los monarcas para animar este movimiento y conseguir un desarrollo de la burguesía que
frenase las ansias de poder de la nobleza, crearon numerosas ferias a lo largo de sus territorios, entre las
que destaca Medina del Campo. El comercio internacional se extendió con el dominio del estrecho de
Gibraltar. Los castellanos tendieron al dominio de las rutas atlánticas que comunicaban las villas
cantábricas con el Canal de la Mancha y Flandes, llegando a ser la flota mercante y militar más importante
de la zona. Los catalano-aragoneses tendieron hacia el Mediterráneo y el norte de África, compitiendo
para ello con las ciudades italianas.
Durante la Edad Media surgirán diferentes fórmulas de gobierno que perdurarán durante siglos y que
tendrán mucha repercusión en la historia de la península.
La Corona de Castilla acabará englobando a los reinos y territorios de Galicia, Asturias, León, País Vasco,
Castilla, Extremadura, Andalucía y Canarias. La monarquía tuvo un gran peso político debido sobre todo a
la existencia de pueblos de realengo y de ciudades con fueros, pero los enormes territorios entregados en
la repoblación a las Ordenes Religiosas, a la Iglesia y a los nobles hicieron surgir una nobleza terrateniente
muy poderosa, en algunos casos incluso más poderosa que la misma monarquía. Con el fin de simplificar
las diferencias legales entre todos los territorios y ciudades con fuero, Alfonso X "el Sabio" elaboró el
"Código de las Partidas" y concedió el "Fuero General " a todas las ciudades. Existían unas Cortes
medievales (León 1188), donde se reunían representantes de las ciudades, nobles y eclesiásticos, que
sólo tenía poder para vigilar los nuevos impuestos. A lo largo del siglo XIII y XIV existieron numerosas
"minorías" y guerras civiles en las que la nobleza arrebató a la monarquía muchas de sus funciones y
gobernaron sus señoríos como "reinos de taifas". El País Vasco se administrará según unas leyes distintas
debido a la pobreza del territorio y a la dispersión de la población.
Con el matrimonio entre Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV nace la Corona de Aragón. Cataluña
seguirá manteniendo su ordenamiento legal ("usatges") y su administración y moneda. Dispondrá de unas
Cortes que vigilarán al poder del rey para evitar que éste fuera contra sus tradiciones políticas (pactismo).
La ciudad de Barcelona mantendrá su Consejo del Ciento. El reino de Aragón mantendrá también sus
Cortes e instituciones entre las que destacará el Justicia Mayor de Aragón que vigilará al poder del rey
para que no cayese en contrafuero.
Cuando Jaime I (1214-1276) conquiste Valencia y las Baleares, en vez de integrarlas en los anteriores,
decide convertirlas en reinos separados con sus instituciones propias. Lo único que tienen en común todos
los territorios de la Corona de Aragón es el monarca.
La convivencia en tierras hispánicas, durante la Edad Media, de cristianos, musulmanes y judíos supuso
un inevitable trasvase de elementos culturales entre los tres grupos. Por eso se ha hablado con frecuencia
de que España fue un crisol de estas tres culturas. Los cristianos que vivían en territorio musulmán eran
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conocidos como "mozárabes", los musulmanes que vivían en territorio cristiano eran llamados
"mudéjares" y los judíos que vivían en uno u otro territorio de la península eran conocidos como
"sefardíes", pues llamaban "Sefarad" a la Península Ibérica.
Ya en los primeros siglos de Edad Media, los mozárabes que emigraron a las tierras cristianas del norte
aportaron ideas y técnicas propias del mundo islámico debido a su arabización.
La conquista de Toledo (1085), Zaragoza (1118), así como Andalucía y Levante a partir de 1240,
supusieron la incorporación de una importante población musulmana y judía. Los reyes trataron de
mantener dichas poblaciones por intereses económicos; así Alfonso VI de Castilla y León, tras conquistar
Toledo prometió a musulmanes, judíos y mozárabes el mantenimiento de sus propiedades y sus leyes;
Alfonso I de Aragón tras conquistar Zaragoza y la cuenca del Jalón defendió la integridad de los mudéjares
(la mayoría de ellos artesanos y agricultores de regadío, muy importantes para la economía y el pago de
impuestos) para defender los intereses de la monarquía y de la nobleza.
Siempre se ha exaltado la gran labor cultural y científica de las escuelas de traductores, entre las que
destaca la Escuela de Traductores de Toledo creada por Alfonso X “el Sabio” (1252-1284), donde sabios
judíos, musulmanes y cristianos colaboraron en la traducción al latín y al castellano de las obras clásicas
(Aristóteles, Platón, Galeno, Ptolomeo, etc.) que previamente habían mandado traducir al árabe los
primeros califas.
Sin embargo, bajo esta aparente colaboración existió una convivencia marcada por la segregación y
marginación e incluso a veces persecución. A las comunidades musulmanas y judías, a partir del siglo XIII,
se les obligaba a vivir fuera de las murallas, en barrios especiales (los judíos en “juderías” y los
mudejares en “aljamas”), a vestir con señales distintivas de su religión y se les impedía el ejercicio de
determinadas funciones sociales o políticas, así como formar compañías con cristianos. A partir de finales
del siglo XIV hubo auténticas persecuciones, fundamentalmente contra los judíos (pogromos).
En el siglo XIII se había producido una notable expansión demográfica, pero en el siglo XIV tiene lugar una
gran mortandad debido a una oleada de malas cosechas (hambre) y a la peste bubónica o Peste Negra
que llegó a la península en 1348, matando en torno al 30% de su población.
Ante la disminución de sus rentas en el campo (menos población significaba menos gente pagando), los
nobles reaccionaron de dos maneras: respecto a los reyes, ampliando sus territorios mediante
concesiones reales que lograban sublevándose contra ellos y respecto a los campesinos de sus señoríos,
abusando de los derechos jurisdiccionales al imponer una serie de antiguos tributos (“malos usos”), lo que
a su vez favoreció rebeliones de campesinos. En las ciudades, los nobles también abusaron de los
artesanos.
Con respecto a la monarquía castellana, tras la muerte de Alfonso X (1284), hubo una larga crisis
sucesoria hasta que Alfonso XI (1312-1350) pudo restablecer la autoridad. Pedro I “el Cruel” (1350-
1369) fue uno de los reyes que intentó imponer su autoridad, pero fue derrotado en la Guerra Civil
Castellana en 1369 por su hermanastro bastardo Enrique II (1369-1379), que lo asesinó e inauguró
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además una nueva dinastía, la de los Trastámara. La influencia de la nobleza continuó con Juan I (1379-
1390), que intentó invadir Portugal, pero fue derrotado en Aljubarrota (1385). El reinado de Juan II (1406-
1454) fue muy conflictivo. Su valido (ministro que gobierna en nombre del rey) Álvaro de Luna consiguió
vencer a la nobleza, pero la aristocracia terminó consiguiendo que el rey ordenara la muerte del valido.
Enrique IV (1454-1474) venció al sector de la nobleza que pretendía deponerlo, consiguiendo controlar la
situación, pero a su muerte se desató una nueva guerra civil por la sucesión entre su hija Juana “la
Beltraneja” y su hermanastra Isabel (“la Católica”).
En cuanto a Aragón, Pedro IV “el Ceremonioso” (1336-1387) quiso incrementar el poder regio. Venció a
los nobles en repetidas ocasiones, y se enfrentó a Pedro I “el Cruel” de Castilla en lo que se llamó “la
Guerra de los Dos Pedros”, que acabó en tablas.
En 1410 hubo una crisis sucesoria en la corona al no haber herederos varones, ya que el derecho de este
reino impedía reinar a las mujeres. La crisis se resolvió mediante el Compromiso de Caspe (1412), que
eligió como rey a Fernando I de Trastámara (Fernando de Antequera, tío de Juan II de Castilla). Así
acabó gobernando la misma dinastía Trastámara en las dos Coronas. Fernando I tuvo un reinado breve
(1412-1416) en el que abundaron los problemas con la nobleza.
Alfonso V de Aragón (1416-1458), continuó el interés por conquistar territorios italianos y consiguió ser
rey de Nápoles. El ascenso al trono de su hermano Juan II (1458-1479) conduciría a una lucha de los
grupos sociales, urbanos y rurales que produjo una situación de crisis de la que no saldría la corona de
Aragón hasta el ascenso al trono de Fernando el Católico. Juan consiguió la victoria en la Guerra Civil en
Cataluña gracias al apoyo de campesinos y los pequeños burgueses. En definitiva, el siglo XV no fue tan
favorable para Aragón como para Castilla.
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