Troyanas Euripides
Troyanas Euripides
Troyanas Euripides
EURÍPIDES
PERSONAJES
POSEIDÓN, dios del mar.
ATENEA, diosa del pensamiento y la guerra. Símbolo del progreso
intelectual. Divinidad epónima de Atenas.
HÉCUBA, ex reina de Troya, ahora esclava de Ulises. Esposa de Príamo.
Madre de Héctor, Paris, Polixena y Casandra entre otros.
CORO, de mujeres troyanas cautivas.
TALTIBIO, heraldo y mensajero de los griegos.
CASANDRA, hija de Hécuba y Príamo. Sacerdotisa de Febo, quien le había
concedido el don de la profecía por precio a su virginidad.
ANDRÓMACA, viuda de Héctor.
MENELAO, rey de Esparta.
HELENA, esposa de Menelao y Paris. Causante de la guerra
POSEIDÓN: Yo, Poseidón, vengo del salado abismo del mar y desde que
Febo yo edificamos las altas torres de piedra de este campo troyano, he
favorecido siempre esta ciudad, que ahora humea, destruida por el ejército
argivo, quienes fabricaron un caballo preñado de armas, un corcel bélico,
contaminando esta ciudad de una carga funesta. Desiertos los bosques
1
Librodot Las Troyanas Eurípides
sagrados, los templos de los dioses destilan sangre, y Príamo, moribundo cayó
a los pies del altar de Zeus. Los griegos ahora esperan que sople un viento
favorable que les proporcione el placer de abrazar a sus esposas y a sus hijos,
ya que han estado diez años lejos de sus familias. Y yo, vencido por Hera y
por Atenea que derribaron juntas a Troya, abandono mis altares, que si reina
en la ciudad triste soledad, sufre detrimento el culto de los dioses y no suelen
ser adorados como antes. Adiós, pues, ciudad feliz en otro tiempo. Si no te
hubiera derrotado Atenea, aún subsistirías en tus cimientos.
(ENTRA ATENEA)
ATENEA:
¿Puedo hablar a un pariente de mi padre, depuesta nuestra antigua enemistad?
POSEIDÓN:
Habla, Atenea, que si los parientes se conciertan, pueden conciliar los ánimos
discordes.
ATENEA:
Pues bien. Vengo a hablarte de un asunto que a ambos interesa y recurro a tu
poder para que me ayudes.
POSEIDÓN:
Primero deseo conocer tu voluntad, y si has venido para favorecer a los
griegos o a los troyanos.
ATENEA:
Anhelo ahora llenar de júbilo a los troyanos, mis anteriores enemigos, y que
sea infortunada la vuelta del ejército aqueo.
POSEIDÓN:
¿Cómo cambias así de parecer, y odias y amas con pasión, dejándote llevar del
viento de la fortuna?
ATENEA:
¿No tienes noticia del insulto que han hecho a mi divinidad y a mi templo?
POSEIDÓN:
Librodot Las Troyanas Eurípides
Sí, cuando Áyax arrastraba por fuerza a Casandra fuera del lugar sagrado.
ATENEA:
Por eso quiero afligirlos.
POSEIDÓN:
Dispuesto estoy a complacerte, pero ¿cuál es tu propósito?
ATENEA:
Deseo que sea infortunada su vuelta.
POSEIDÓN:
¿Que sufran desdichas mientras permanecen en tierra o cuando entren en
salado mar?
ATENEA:
Haz tú lo que puedas: que graves borrascas retiemblen en el mar, que
revuelvan sus ondas saladas y se
llene de cadáveres. Así respetarán los aqueos mis templos y venerarán a los
demás dioses.
POSEIDÓN:
No hablemos ya más, que no es necesario. Haré lo que anhelas, removeré el
mar y lo llenaré de cadáveres. Necio es cualquier mortal que conquista una
ciudad y abandona sus templos y sepulcros, sagrado asilo de los muertos.
Inevitable es su ruina.
(SALEN ATENEA Y POSEIDÓN. ENTRA
HÉCUBA Y EL CORO)
HÉCUBA:
¡Levanta tu cabeza, desventurada! Levanta tu cuello, ya no existe Troya, y
nosotros no reinamos en ella. ¡Ay de mí! ¿Cómo no he de llorar sin patria, ni
hijos y sin esposo? ¡Desdichada de mí! ¡Tristemente reclino mis miembros,
presa de insoportables dolores, yaciendo en duro lecho! ¡Ay de mi cabeza!
¡Ay de mis sienes y mi pecho! ¡Cuánta es mi inquietud! ¡Cuánto mi deseo de
revolverme en todos sentidos para dar descanso a mi cuerpo y abandonarme a
Librodot Las Troyanas Eurípides
perpetuos y lúgubres sollozos! ¡Proas ligeras de las naves, que arribaron con
vuestros remos a la sagrada Ilión, para rescatar la aborrecida esposa de
Menelao, por cuya causa fue degollado Príamo, padre de cincuenta hijos, y
cayó sobre mí, sobre la desdichada Hécuba, esta calamidad! Funesto destino
que me obligas a habitar ahora en las tiendas de Agamenón. ¡ Llévanme, vieja
esclava, de mi palacio, y lúgubre rasura me ha despojado de mis cabellos!
Míseras compañeras de los guerreros troyanos, míseras vírgenes y
desventuradas esposas, ¡lamentémonos quehumea Ilión!
CORO 1:
Hécuba, ¿a qué esos clamores?, ¿a qué esos gritos?, ¿qué pretendes? Oí tus
lamentos y el miedo se apoderó de las troyanas, que lloran su esclavitud.
HÉCUBA:
¡Oh, hijas, ya se mueven los remos de las naves argivas!
CORO 1:
¡Ay de mí, desventurada! ¿Qué quieren? ¿Me llevarán, a las naves,
arrancándome de mi patria?
HÉCUBA:
No lo sé, pero mucho me lo temo.
CORO 1:
¡ Infelices troyanas! Vengan y sabrán los trabajos que les esperan: los argivos
se preparan a navegar.
HÉCUBA:
¿Ay de ti, mísera Troya! ¡Pereciste con los desdichados que te abandonan,
vivos y muertos!
CORO 2:
Temblando oiré de tus labios, ¡oh reina!, si los argivos me han condenado a
muerte o los marineros se aprestan a agitar en la popa los remos. ¿Ha venido
algún heraldo de los griegos? ¿Quién será el dueño de esta mísera esclava?
HÉCUBA:
Pronto lo decidirá la suerte.
Librodot Las Troyanas Eurípides
CORO 2:
¿Cuál de los argivos me llevará lejos de mi tierra a una isla?
HÉCUBA:
¿A quién serviré yo, infeliz anciana, después de disfrutar en Troya de los mas
altos honores?
CORO:
¿Qué lamentos bastarán para deplorar tu indigna suerte? Por última vez saludo
los cuerpos de mis hijos, por última vez; más graves será mis trabajos en el
lecho de los griegos. (Maldita noche, funesto destino).
(ENTRA TALTIBIO)
TALTIBIO:
Te acordarás, ¡oh Hécuba! de haberme visto en Troya en distintas ocasiones
de heraldo del ejército aqueo; yo, Taltibio, vengo a anunciarte una ley
sancionada por todos los griegos: ya han sido sorteadas, si tal es la causa de
vuestros temores. Cada cual ha tocado a distinto dueño; una sola suerte no ha
decidido a la vez de todas.
HÉCUBA:
¿Y a quién servirá cada una? ¿Quién será el dueño de mi hija? Di, ¿quién será
el dueño de la mísera
Casandra?
TALTIBIO:
La eligió para sí el rey Agamenón.
HÉCUBA:
¿Para ser esclava de su esposa?
TALTIBIO:
No; ocultamente lo acompañará en su lecho.
HÉCUBA:
Librodot Las Troyanas Eurípides
¡Ay de mí, hija! ¡Cómo había yo de pensar que celebraras estas bodas en
medio de soldados enemigos. ¡Troyanas: contesten con lágrimas a sus cantos
nupciales!
CASANDRA:
¡Adorna, madre, mi sien victoriosa, y alégrate de mis regias nupcias, porque si
Febo existe, más funesto que el de Helena será el matrimonio que contrae
conmigo Agamenón, el rey de los aqueos. Yo lo mataré y devastaré su palacio,
pagándome así por lo que me debe por haber dado muerte a mi padre y a mis
hermanos. Morirán los victoriosos apenas se embarquen, no por defender a su
país, no verán a sus hijos y no serán vestidos por las manos de sus esposas,
sino yacerán en país extranjero. Sus mujeres morirán viudas, otras perderán a
sus hijos. Los troyanos, en cambio, dieron la vida por su patria que es la más
pura gloria, y los muertos fueron llevados a sus casas por sus amigos y
cubríalos después una capa de tierra natal, y vestíanlos las manos de sus
parientes. El hombre prudente debe evitar la guerra; pero si se llega a ese
extremo, es glorioso morir sin vacilar por el destino de su patria, e infame la
cobardía. Así, madre, no deplores la ruina de Troya, ni tampoco mis bodas,
que perderán a los que ambas detestamos.
CORO:
¡Cuán dulcemente sonríes pensando en tus desdichas! Profetizas lo que acaso
no suceda.
TALTIBIO:
Si Febo no trastornara tu juicio, no amenazarías a mis capitanes con tus
fatídicos augurios. Mi general se enamora de esta bacante, cuya mano
rechazaría yo, a pesar de mi pobreza. El aire se llevará tus maldiciones contra
los argivos y tus alabanzas a los frigios. Más, sígueme ahora a las naves. Tú,
Hécuba, harás lo mismo cuando lo mande Ulises.
CASANDRA:
Cruel es, sin duda, el siervo; ¿aseguras tú que mi madre irá al palacio de
Ulises? ¿Y los oráculos de Febo, según los cuales ha de morir aquí? ¡ Infeliz
Ulises! Diez años de penalidades le restan, además de las que aquí ha
experimentado, y volverá sólo a su patria; errante atravesará los escollos del
angosto estrecho, en donde habita la cruel Caribdis, y verá el cíclope que mora
en los montes y se alimenta de carne humana, también verá a Circe, que
transforma a los hombres en cerdos. Pero ¿para qué referirme al trabajo de
Librodot Las Troyanas Eurípides
sus brazos y Ares salió de su escondite por obra de Atenea. Alrededor de los
altares morían mis hermanos, y en los aposentos destinados al sueño, y en el
silencio de la noche, nos arrebataban nuestros esposos, y nos vencía la Grecia,
madre de jóvenes guerreros.
(ENTRA ANDRÓMACA)
HÉCUBA:
¡Dónde te llevan a ti, mujer desdichada!
ANDRÓMACA:
Llévanme mis señores los aqueos.
HÉCUBA:
¡Ay de mí!
ANDRÓMACA:
¿A qué gimes, cuando yo debo entonar fúnebre canto, por estos dolores y esta
calamidad?
HÉCUBA:
¡Hijos míos!
ANDRÓMACA:
En otro tiempo lo fuimos.
HÉCUBA:
Adiós dicha, adiós Troya. Adiós, nobles hijos. ¡Ay también de mí! ¡Cuán
deplorables son también mis...!
ANDRÓMACA:
Males.
HÉCUBA:
Calamidad funesta.
ANDRÓMACA:
De la ciudad...
Librodot Las Troyanas Eurípides
HÉCUBA:
Que humea.
ANDRÓMACA:
¡Vuelve a mis brazos, oh esposo!
HÉCUBA:
¿Llamas a mi hijo que está debajo de la tierra?
ANDRÓMACA:
¡Escudo de tu esposa!
HÉCUBA:
Mas tú, azote de los griegos en otros tiempos, tú, que eras mi primogénito,
llévame a los infiernos para descansar al lado de tu padre.
ANDRÓMACA:
¡Tal es nuestro anhelo! Tantos los dolores que sufrimos, asolada nuestra
patria, desde que los dioses nos fueron adversos. Cadáveres ensangrentados
yacen en los templos para servir de pasto a los buitres, y Troya sufre el yugo
de la esclavitud.
HÉCUBA:
¡Oh patria! ¡Oh prendas amadas!, vuestra madre, sin hogar, se separa de
vosotros. ¡Cómo los lamentos, cómo las lágrimas suceden a las lágrimas en
nuestra familia! Pero el que muere, ni llora ni siente dolores.
ANDRÓMACA:
Me llevan con mi hijo como parte del botín, y mi libertad se trueca en
servidumbre, víctima de horribles mudanzas.
HÉCUBA:
Inevitable es la necesidad; ahora poco me arrebataron por fuerza a Casandra.
ANDRÓMACA:
Varios son los males que te afligen.
HÉCUBA:
Librodot Las Troyanas Eurípides
MENELAO:
Todo el ejército te odia y te pone en mis manos, para que yo te quite la vida.
HELENA:
¿Puedo yo responderte que, si muero, será injustamente?
MENELAO:
No vengo a disputar contigo, sino a matarte.
HÉCUBA:
Óyela, Menelao, para que no muera sin defensa, y nosotras, si lo permites, le
replicaremos: tú ignoras las faltas que cometió en Troya, y todas juntas serán
bastantes para perderla y condenarla a muerte sin demora.
MENELAO:
Si quiere hablar, que hable. Sepa, sin embargo, que a tu intercesión lo debe, no
a sus méritos.
HELENA:
Responderé anticipadamente a tu acusación, oponiendo mis cargos a los tuyos.
Lo que contribuyó a la dicha de la Grecia fue fatal para mí: me perdió mi
belleza y me acusan de infame, cuando debía ceñir mis sienes una corona.
Dirás que ni siquiera he aludido a la huida de tu palacio. Vino protegido por
Afrodita (deidad no despreciable) mi mal genio: Paris, el cual tú, el mas
descuidado de los hombres, dejaste conmigo en tu palacio mientras navegabas
de Esparta a Creta y me raptó a la fuerza. Me acusarás, también, porque
después de muerto Paris y de descender al seno oscuro de la tierra, hubiera yo
debido, no ligándome a mi lecho ninguna ley divina, dejar estos palacios y
encaminarme hacia Argos. En efecto, intenté hacerlo; testigos son los
centinelas de las torres y los espías de los muros, que muchas veces me
sorprendieron en las fortificaciones descolgándome con cuerdas. ¿Cómo, pues,
Menelao, moriré justamente, y sobre todo por tu mano, ya que esta belleza
mía, en vez darme la palma de la victoria, me ha condenado a dura esclavitud?
CORO:
Defiende, reina, a tus hijos y a tu patria, refutando sus elocuentes palabras;
habla bien, a pesar de sus maldades, don en verdad amargo.
Librodot Las Troyanas Eurípides
HÉCUBA:
Fue mi hijo de notabilísima hermosura, y tú, al verle, la verdadera Afrodita. A
todas sus locuras llaman Afrodita los mortales, y el nombre de esta diosa tiene
en ellas sus raíz, y tú, al admirarlo con sus lujosas galas y vestido de oro
resplandeciente, sentiste arder en tu pecho el fuego de la lujuria. Pocas
riquezas poseías en Argos, y al dejar Esparta esperabas que la opulenta ciudad
de los frigios soportaría tus excesos, no satisfaciendo tus placeres en el palacio
de Menelao. ¡Te atreves a decir que mi hijo te robó a la fuerza! ¡Qué
espartano podrá asegurarlo! Sólo te cuidas de la fortuna, sólo a ella sigues, no
a la virtud. ¿Y añades que quisiste descolgarte con cuerdas desde las torres,
indicando quizá que permanecías en ella contra tu voluntad? ¿Cuándo te
sorprendieron preparando fatales lazos? Hubiéralo hecho mujer noble, sensible
a la pérdida de su anterior esposo. Yo, incluso, te aconsejé así muchas veces:
"Vete, mis hijos contraerán matrimonio con otras, yo te llevaré a las naves
griegas, y te ayudaré en tu oculta huida; pon término a la guerra entre griegos
y troyanos". Pero esto te desagradaba, y a pesar de todo, sales tan galana y
contemplas junto a tu marido el mismo cielo, cuando debías aparecer humilde
y desaliñada en tu traje, temblando de horror, con la cabeza afeitada y
fingiendo modestia en vez de imprudencia, en expiación de tus anteriores
faltas. ¡Oh, Menelao! no es otro mi objeto sino que honres a la Grecia dándole
merecida muerte, como corresponde a tu dignidad.
CORO:
¡Oh, Menelao! Acuérdate de tus nobles abuelos y de tu linaje. ¡Castiga a
Helena!
MENELAO:
Creo, como tú, que esta huyó voluntariamente de mi palacio y que sólo invoca
a Afrodita para cohonestar su delito. Anda, ve a buscar a los que han de
apedrearte, y que tu pronta muerte expíe los prolongados padecimientos de los
griegos, para que aprendas a no deshonrarme.
HELENA:
¡Oh, no; de rodillas te ruego que no me mates, imputándome un crimen, obra
de los dioses! ¡Perdóname!
HÉCUBA:
Librodot Las Troyanas Eurípides
No te olvides de los aliados, que por Helena murieron: por ellos y por mis
hijos te lo pido.
MENELAO:
Déjame, anciana; Helena sólo merece mi desprecio. Que mis servidores la
arrastren a las naves para ser llevada a Grecia.
HÉCUBA:
Que no vaya en la tuya.
MENELAO:
¿Por que, pues? ¿Pesa ahora más que antes?
HÉCUBA:
No hay enamorado que no ame siempre, piense como quiera la mujer amada.
MENELAO:
Se hará lo que deseas: no entrará en la nave que yo vaya, que no es
despreciable tu consejo. Cuando llegue a Argos morirá indignamente como
merece.
(SALEN HELENA Y MENELAO)
CORO:
¡Así nos abandonas, oh Zeus, dejando a los griegos tu templo edificado en
Troya! ¡Oh, rey! que abundas en el éter y en el palacio celestial, penosa
incertidumbre si atiendes o no a mi ciudad arrasada, que devoró el furor
impetuoso del fuego. ¡Oh, esposo querido: vagas muerto, insepulto, no lavado
por mis manos. Muchedumbres de hijos lloran a las puertas, agarrándose a
nuestros vestidos. Ojalá que en la nave de Menelao, cuando hienda el mar
profundo, caiga en el Egeo el fuego sagrado que vibra en tus dos manos y la
reduzcan a cenizas. Que Menelao no recobre a Helena, cuyo maldado
matrimonio sólo ha servido de oprobio a Grecia. ¡Oh dolor! ¡Nuevas
desdichas agobian a mi patria! El hijo de Andrómaca ya ha sido sacrificado
por orden de los griegos.
(ENTRA TALTIBIO)
TALTIBIO:
Librodot Las Troyanas Eurípides
CORO:
Ahora nos toca a nosotras hincar la rodilla, llamando a nuestros esposos
desdichados, que moran el infierno.
HÉCUBA:
Nos llevan, nos arrastran...
CORO:
La negra muerte cubre tus ojos.
HÉCUBA:
El polvo semejante al humo, me roba la vista de mi palacio.
CORO:
Se olvidará el nombre de esta región como todo se olvida; ya no existe la
desdichada Troya.
HÉCUBA:
¿Lo han visto? ¿Lo han oído?
CORO:
¿El fragor de la ciudad al derrumbarse?
HÉCUBA:
Tiembla la tierra, tiembla toda la ciudad al desplomarse. Trémulos miembros,
arrastren mis pies. Vamos a vivir en la esclavitud.
FIN