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Ashes and Metal (Cyborg Shifters 5) - Naomi Lucas

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Este libro ha sido realizado en colaboración por The

Man Of Stars y El Desván de Effy, sin fines de lucro y no


pretende perjudicar al Autor. No reciben
compensación económica alguna por la traducción,
corrección o edición del mismo; solo con la finalidad de
dar a conocer nuevas historias a lectores de habla
hispana. Por seguridad no menciones nuestra labor ni
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de los autores. Apoyemos a los autores adquiriendo
sus libros en idioma original.
CONTENIDO
Sinopsis ..................................................................................................... 4
Capítulo 1 ................................................................................................... 5
Capítulo 2 ................................................................................................. 16
Capítulo 3 .................................................................................................32
Capítulo 4 ................................................................................................ 48
Capítulo 5 .................................................................................................63
Capítulo 6 ................................................................................................ 74
Capítulo 7 ................................................................................................ 89
Capítulo 8 ...............................................................................................104
Capítulo 9 ............................................................................................... 127
Capítulo 10 ..............................................................................................150
Capítulo 11 .............................................................................................. 160
Capítulo 12 ..............................................................................................166
Capítulo 13 .............................................................................................. 177
Capítulo 14 ..............................................................................................188
Capítulo 15 ............................................................................................. 203
Capítulo 16 ............................................................................................. 226
Capítulo 17 ..............................................................................................243
Capítulo 18 .............................................................................................. 251
Capítulo 19 ............................................................................................. 269
Capítulo 20 .............................................................................................278
Capítulo 21 ............................................................................................. 290
Capítulo 22 .............................................................................................298
Capítulo 23 ............................................................................................. 305
Capítulo 24 ..............................................................................................317
Epílogo 1 .................................................................................................325
Epílogo 2 ................................................................................................ 338
Sinopsis

Nadie se metía con Gunner. Nadie.


Era el Chacal, el caos viviente, el infame Cyborg excluido de la sociedad
civilizada. También era el único cazador de monstruos del DEPT que
aceptaba los trabajos duros, los que se hacían por debajo de la mesa.
Trabajos que a menudo dejaban un rastro de sangre y huesos a su paso.
Cuando un pirata se apodera de su nave, Gunner se encarga de llevar a
cabo una venganza que encenderá un fuego de rabia, muerte y
tormento sobre aquellos que cometieron el error de arrebatarle lo que
era suyo por derecho.
Elodie ha pasado la mayor parte de su vida fingiendo ser un chico para
permanecer junto a su padre en el espacio. Es la única familia que le
queda. Cuando la nave en la que trabajaban es atacada, cae prisionera.
Desde entonces, cada día teme que se descubra su secreto: que es una
mujer sola entre los hombres.
Cuando arrastran a un desconocido a la celda contigua, se da cuenta de
que estaba viviendo un tiempo prestado.
La miraba como si conociera su secreto...
Capítulo 1

Elodie levantó la cabeza de las rodillas cuando las puertas se abrieron de


par en par. La luz brillante del pasillo inundó su visión haciendo que se
estremeciera cuando hizo retroceder la penumbra del calabozo.
—Ely, despierta.
—Estoy despierta —susurró, con la garganta encogida. Tratando de
disipar la sensación de pesadez de sus ojos, miró a su padre y a los
hombres que estaban entrando.
Sus ojos recorrieron todas las celdas, incluida la suya. Las oscuras
miradas de sus captores buscaban algo -algo que ella se negaba a dar-
por lo que se encogió sobre sí misma.
—Puede que estén reclutando de nuevo —murmuró esperanzado.
—Shhh... —Le dijo alguien desde el final de la línea.
Ely se acercó a su padre. Lo tenían en la celda contigua a la suya, más
cerca de la puerta de entrada.
—Papá, no —suplicó por enésima vez—. Por favor...
Su rostro se endureció y sus labios se aplanaron en una línea recta. Era
la única reacción que obtenía de él cuando se trataba de los piratas que
los retenían.
Varias semanas antes, su nave minera había sido atacada
repentinamente y sin motivo por una flota la cual no pudieron resistir.
En cuestión de horas su vida había pasado de la monotonía al infierno.
—Mataron a tus amigos —Le recordó Elodie—. Casi nos matan.
Pero él ni se inmutó. Sus palabras entraban por un oído y salían por el
otro, e incluso con la mejilla apoyada en la rodilla, podía ver lo poco
efectivas que eran sus súplicas.
No estoy preparada para decir adiós.
Nunca lo estaría. Incluso cuando creía estarlo, cuando llegaba el
momento, siempre se acobardaba y se quedaba. Porque sabía que una
vez que su padre, Chesnik, la dejara, o cuando ella lo dejara a él, ahí se
acabaría todo. La probabilidad de volver a verse era minúscula. Su padre
había sido una abeja obrera toda su vida, trasladándolos de una nave a
otra, llevándola con él a donde fuera, sin importar lo peligroso que fuera
para ella.
Cuando tuvo edad suficiente para cortar lazos y encontrar su propio
camino, eligió quedarse con él.
Los días se convirtieron en semanas, las semanas en trabajos a tiempo
completo, y los trabajos en años, y aquí estaba ella. Lo había seguido
directamente a las unidades de esclavitud de una nave pirata.
Y ahora él la dejaba a ella.
—Por favor... Papá...
—¡No empieces, joder! Sé un hombre, muchacho —Le espetó.
—Soy un hombre —siseó Elodie—. Esto no tiene nada que ver
conmigo....
—Todo tiene que ver contigo.
Se puso rígida y se aseguró de que los guardias no le prestaran atención.
—Arriesgarte para unirte a ellos no es algo que hayamos decidido. Así
de simple —respiró hondo esperando que eso calmara sus nervios—,
piensa en lo que estás haciendo. No tienes ni idea de lo que pasará
cuando salgas de esta habitación. Nadie ha vuelto del reclutamiento.
Nadie.
—Eso es porque no son tan tontos como para poner a prisioneros
recientes a cargo del almacén de carne.
—¡Cállate la boca! —Kallan se mofó al otro lado de ella—. Sigue
hablando y harás que nos maten a todos.
Su padre se apartó, distanciándose. De ella. Elodie sabía por qué lo hacía.
Intentaba protegerla sacrificándose. Estaba guardando su secreto.
Entendía su razonamiento, pero no por eso dejaba de dolerle.
Estaba cometiendo un grave error y ella no podía convencerlo. Lo había
intentado desde la primera vez que él habló de unirse a la tripulación
pirata. La impotencia no era algo que sintiera a menudo, pero en ese
momento, la sensación la ahogaba.
Si tuviera más tiempo para convencerlo podrían idear un plan mejor.
Elodie observó los mecanismos de cierre de su celda.
Los guardias recorrieron todo el calabozo mirándola a ella y a todos los
demás como si fueran trozos de carne.
No habían traído la cena, lo que significaba que esa noche no tendrían
cena. Intentó no concentrarse en el nudo que le corroía el estómago
mientras seguía los movimientos de los piratas de un lado a otro.
Todos se habían quedado callados, esperando, preguntándose que es lo
que va a pasar, sabiendo colectivamente que no les darían de comer.
Pasarían otras doce horas o más antes de que tuvieran la oportunidad
de volver a comer, si es que no llegaban antes a donde demonios se
dirigían.
Uno de los hombres se apartó del otro y sonrió, sacando una barra
eléctrica de su cinturón para golpearla en la mano.
A pesar de la fachada de calma que Elodie trataba desesperadamente
de transmitir, sentía que se hundía, que su fachada se resquebrajaba.
Estaba a punto de llorar, pero ni siquiera el llanto aliviaría el dolor que la
agobiaba.
Los hombres no lloran. Las despedidas no son nada.
—Bueno, maricas y caballeros, tenemos dos vacantes en nuestra
tripulación. Tuvimos algunos hombres que se mataron entre sí. ¿Alguien
interesado?
Era una pregunta trampa.
Esta no era la primera vez que los otros y ella habían pasado por un
reclutamiento. Alguien moriría o sería apaleado hasta perder la vida.
Ocurría siempre.
Cuando al principio nadie habló, miró a su padre, con la esperanza de
que lo reconsiderara. Pero él se levantó cuando la miró.
La esperanza era algo tan efímero.
—Tomaré una de esas vacantes. Cualquier cosa tiene que ser mejor que
morir sin cenar —anunció.
Elodie miró al hombre de la celda de enfrente, mirando más allá de él
hacia la pared. Se concentró en él como si fuera a salvarle la vida. Los
guardias atravesaron su campo visual, pero pasaron como sombras,
oscurecidos y desenfocados.
—¡Tenemos un ganador! —bramó el hombre de la barra eléctrica. Su
periferia se difuminó, los bordes se volvieron borrosos, hasta que no
quedó nada más que ella y la pared gris— ¡Ding ding ding ding! —La
barra chocaba con los barrotes metálicos con cada sílaba.
Oyó el gruñido de su padre y el arrastrar de sus pies, impertérrito e
incauto, seguido del zumbido de la cerradura de su celda al abrirse.
Los sonidos llenaron sus oídos, su mente trataba con fuerza de levantar
la cabeza y obligarla a observar lo que ocurría.
La palabra adiós martilleaba su cráneo una y otra vez, de forma
monótona y deprimente.
¿Cómo has podido?
Se le hizo un nudo en la garganta. La traición le resultaba difícil de
digerir.
—¿Qué sabes hacer, viejo? —preguntó uno de los guardias.
—Sistemas, mecánica, el mantenimiento de las entrañas cuando es
necesario, y la minería de recursos en ocasiones. Conozco media docena
de configuraciones diferentes de aparejos y tengo práctica soldando
exotrajes.
También puedes hablar varios idiomas, contar una buena historia y dar un
abrazo decente.
—Ah, carroñero espacial, eres un jodido carroñero espacial. No pasa
nada, no pasa nada. Lástima que no seas médico —murmuró El hombre
vara.
—O una mujer —dijo el otro.
—Iré donde me necesitéis —remató Chesnik imperturbable.
—¡Ya lo has oído todo! ¡Irá donde le necesiten! ¿Quién más quiere unirse
a la tripulación hoy? Última oportunidad, cabrones.
La barra eléctrica volvió a golpear los barrotes, con más fuerza que
antes. La pared gris de Elodie desapareció por completo de su campo
de visión al volver a la realidad. Levantó los ojos y vio que su padre la
miraba de reojo.
La puerta de su celda se cerró con un golpe y, por primera vez en
semanas, estaba vacía.
—Uno más, cabrones, ¿quién va a ser? —El hombre vara la recorrió con
la mirada y se dirigió a los demás presos de las celdas contiguas. Sus
pasos se alejaron y su voz se desvaneció a medida que avanzaba por la
fila.
Por un momento, sólo quedaron ella, Chesnik y el guardia que sostenía
un arma al lado de Chesnik. Los observó.
La tensión entre ellos era asfixiante, abrumadora. Una chispa feroz se
encendió en su interior que le exigía que se ofreciera voluntaria también,
que desbaratara cualquier plan suicida de su padre y consiguiera que los
guardias abrieran su celda sólo para poder atacarlos, sabiendo que eso
le costaría la vida.
Te quiero. Pronunció la frase, volcando su corazón en ella.
Frunció el ceño y apartó la mirada. Elodie no pudo. No le quitó los ojos
de encima y se esforzó por memorizar todos sus detalles.
Pero lo único que vio fue a su padre bajo las tenues luces del ciclo de
descanso, con la ropa manchada de suciedad que colgaba flácida
alrededor de su cuerpo, con arrugas cada vez más profundas alrededor
de la boca y una ligera chepa que encorvaba su figura antes erguida.
¿Cuándo se había vuelto tan frágil?
Se le encogió el corazón y apretó más las piernas contra el pecho. El
estruendoso sonido de la porra contra los barrotes metálicos fue el
acompañamiento musical de su desdicha. Pronto, los gruñidos y gritos
se unieron al coro mientras un hombre era molido a golpes.
—Me uno al grupo —dijo una voz desconocida, pero el hombre Vara ya
arrastraba tras de sí a otro prisionero.
Tres prisioneros... Elodie asomó el cuello para ver mejor, moviendo los
pies bajo ella.
El guardia empujó al otro prisionero hacia su padre antes de escuchar la
tercera voz, pero Chesnik no atrapó al hombre, sino que dejó que
tropezara y cayera de rodillas.
Sonó la apertura de la puerta de una tercera celda.
—¿Quieres formar parte del equipo? —preguntó el guardia.
—Sí, quiero. Tuve que pensarlo, pero luego recordé lo jodidamente
hambriento que estoy.
—Tenemos dos plazas y tres interesados. ¿Cuánta hambre tienes,
imbécil? Porque todos queremos saberlo. ¿Qué estarías dispuesto a
hacer?
Elodie se arrastró hacia delante, sin poder evitarlo. El tercer hombre
estaba a la altura del guardia. Gilipollas. Tiene una maldita arma eléctrica.
—Estoy malditamente hambriento. Suficiente para decirte que valgo
más que esos dos juntos. Suficiente para no estar sentado en una celda
todo el día pudriéndome.
Lanzó una mirada furtiva a su padre y deseó no haberlo hecho al ver
que en su frente aparecían arrugas de preocupación. Su cabeza se echó
hacia atrás cuando un chirrido chisporroteante llenó el espacio, seguido
de aullidos y convulsiones. Conocía ese sonido, pero siempre la
sobresaltaba: cuando se utilizaba una porra contra un humano.
—¡Eso no ha respondido a mi puta pregunta! ¿Qué harías por comer? —
bramó el hombre vara. El prisionero cayó de rodillas cuando el guardia
le clavó el arma en el muslo. Cayó al suelo con un ruido sordo,
retorciéndose como un pez.
El olor a carne quemada y asada, a tela carbonizada y a pelo frito asaltó
su nariz. Apretó las palmas de las manos contra el estómago para
impedir que le salieran arcadas, sabiendo que la bilis no sería capaz de
lavarle el sabor de la boca. Enterró la nariz en su hombro asqueada.
—¡Levántate! —gritó— ¿Todavía tienes puta hambre? Pues levántate de
una puta vez.
Elodie se encogió y se escurrió hacia la pared mientras sacaban al
prisionero de su celda y lo llevaban junto a la suya. Se agarró la nariz
mientras el muslo cojo y parcialmente quemado se arrastraba por el
suelo, como si estuviera pegado a un hombre que chillaba.
—¡Por favor, basta! Por favor. Haré lo que sea, lo que haga falta.
Demostraré mi lealtad, pero por favor, ¡Paraaa!
El segundo prisionero se había puesto en pie sujetándose el brazo inerte.
Lo que había sido una descarga de iniciación ahora sólo parecía un feo
moratón comparado con el número tres y su piel abrasada.
—Bueno, Trainet, tenemos un carroñero espacial, un empollón de
seguridad y un cojo... —El hombre vara levantó al hombre que lloraba y
le miró a los ojos— ¿Qué te hace mejor que los dos que no necesitan
atención médica inmediata?
—Yo-yo-yo-i-inv...
—¿Eres un qué, un n-n-n-n-niño llorón?
—Nooo, soy un i-inversor en criptomoneda —Se le entrecortó la voz.
El hombre Vara soltó al hombre que lloraba y se volvió hacia el que se
llamaba Trainet.
—Mátalo.
—¡No! ¡Espera! Tengo dinero —suplicó el hombre sollozando—, ¡mucho
d-dinero! —Trainet rodeó a los demás y apuntó su arma a la sien del
prisionero. Éste retrocedió y Trainet le siguió. Burlándose.
Elodie se arrimó todo lo que pudo a la esquina de su celda mientras los
hombres se acercaban a su jaula.
Nadie hizo ruido. Ninguno de los doce prisioneros se atrevió. Alguien iba
a morir, y nadie quería que le tocara a él.
—Espera, tengo una idea —El hombre vara se acercó al guardia que
sujetaba el arma, se inclinó y volvió a agarrar al prisionero por el
pescuezo arrastrándolo hacia donde estaban su padre y el otro
hombre— ¿Cómo te llamas?
—J-Jacob.
—Bueno, Jacob, es tu día de suerte. Conseguiste un lugar.
Elodie se arrastró hacia delante, agarrando los barrotes con las manos
mientras sus ojos se abrían de horror. No.
—Gracias...
—Pero tienes que matar a uno de estos dos —El hombre vara asintió.
Trainet le entregó el arma a Jacob.
Lo vio todo a cámara lenta y vagamente desenfocado, mientras Jacob
levantaba el arma de fuego, con las extremidades temblorosas, y
apuntaba a su padre, hacia el otro hombre y de nuevo a su padre. Su
boca se abrió en un grito silencioso, pero el único ruido que se oyó fue
el chasquido de la pistola y el estallido de una bala.
¡NO!
Un cuerpo cayó al suelo echando humo.
Elodie captó la mirada de Chesnik sobre el cadáver que se movía entre
ellos cuando se dio cuenta de que su padre aún vivía. Se miraron
fijamente durante lo que pareció una eternidad desgarradora, hasta que
el tiempo volvió a fluir con normalidad.
—Devuelve a Jacob a su celda con el cadáver. Si sigue cuerdo por la
mañana después de una noche junto al muerto, no tendremos que
volver a reclutarlo.
Adiós. Chesnik pronunció la última palabra.
Elodie no pudo devolverle la palabra.
Veinte minutos fue todo lo que tardaron en separarse.
Elodie apoyó la frente contra los fríos barrotes y escuchó los sollozos de
Jacob a lo lejos.

***

En algún momento se había arrastrado hasta el fondo de la celda. Las


luces del techo volvían a estar bajas, sincronizadas con el ciclo
preconfigurado de la nave para indicar que era de noche. Era la única
forma de saber la hora, pero sus sospechas aumentaban a medida que
se hacía más profundo el silencio a su alrededor.
La noche más larga de mi vida.
Elodie ni siquiera intentó dormir, sabiendo por su corazón acelerado
que nunca lo lograría. Con la mirada fija en la celda vacía de al lado,
esperaba que su padre reapareciera por arte de magia, que no la
hubiera dejado sola en el calabozo.
Chesnik era su única familia y el único que sabía quién era realmente. El
espacio profundo y los viajes largos -algunos financiados con fondos
privados y otros por el gobierno- no eran lugar para una mujer. Pero el
espacio profundo era exactamente donde ella estaba y donde había
estado toda su vida. Después de haber interpretado ese papel desde
que tenía ocho años, ser un hombre era algo natural para ella. Cuando
tomó esa decisión, era demasiado joven para entender lo egoísta que
era su padre. No hasta después de que le cortara su largo cabello rubio.
Era quedarse en la Tierra y hacer una vida entre las ciudades de
suciedad metálica y los yermos, o conservar un poco de libertad en ello.
Como niño, y luego como hombre.
Apoyó la cabeza contra la pared mirando la larga franja de luz que había
sobre ella.
—No va a volver.
La voz la sobresaltó y miró a Kallan a su izquierda. Había estado aquí
mucho antes de que la arrojaran junto a él, y aún seguía aquí.
Elodie se frotó la cara con la esperanza de que la suciedad cubriera aún
más sus rasgos, y empujó ligeramente la cabeza hacia dentro para
reducir el exceso de piel en la mandíbula y las mejillas. Apenas le
quedaba nada con lo que trabajar; las semanas de escasas raciones le
habían pasado factura. Aquel pensamiento hizo que se le revolviera el
estómago.
—Nunca vuelven —continuó Kallan—. Lo sé. Llevo aquí más tiempo
que tú.
Cerró los ojos y trató de ignorarlo.
—Muchacho, tienes que desarrollar un carácter más duro.
—¡Cállate de una puta vez! —gritó otro prisionero cercano. El sollozo
lejano de Jacob volvió a sonar.
Kallan se acercó a los barrotes que los separaban y se acercó a ella todo
lo que pudo. Elodie se apartó contra los barrotes que había compartido
con su padre. Kallan la había alcanzado con frecuencia, pero ella nunca
se acercó lo suficiente como para que él la agarrara. Al menos no lo
suficiente como para que no pudiera zafarse fácilmente. Pero vio cómo
se acomodaba y bajaba la voz.
—¿Chesnik es tu verdadero padre?
Lo miró fijamente.
—Los dos os parecéis. No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.
Debe ser agradable conocer a alguien en este infierno. Lástima que se
fuera y te abandonara. Supongo que eso significa que puedo ser tu
nuevo papá —La sonrisa que mostró la puso enferma—. Siempre me he
preguntado cómo un chico frágil y con brazos de palo como tú eligió
trabajar en un campo que podía llevar a esto —Kallan apretó los
barrotes—. Sabes que no nos llevan directamente a los anillos de
esclavos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Elodie.
Sonrió.
—He estado en el otro lado. No. Si sólo fuéramos esclavos, ya nos
habrían vendido. No. Estamos aquí para otra cosa.
—¿Otra cosa? —preguntó ella. ¿De verdad quiero saberlo?
Kallan atravesó los barrotes e intentó agarrarla, pero sus dedos no
llegaron ni a la mitad.
—Puede que tu pa tenga razón. Pero ¿merece la pena el riesgo? —
Retiró la mano y se apartó.
Se levantó el cuello de la camisa de trabajo y aspiró el aroma de su
sudor. Aunque desagradable, era mejor que el hedor que a menudo
desprendía el resto del calabozo. Todo, cada centímetro cuadrado de
carne y tela de su cuerpo estaba sucio. Le picaba la piel, el pelo corto le
caía en mechones alrededor de la cara, tenía las uñas rotas y llenas de
suciedad, manchas de sudor en la camiseta interior, pero lo peor de
todo era el sujetador deportivo de doble banda que llevaba debajo.
Llevaba semanas usándolo y Elodie estaba segura de que la piel de
debajo estaba tan desesperada como sus pulmones por respirar aire
fresco.
No tenía pechos grandes, realmente no tenía pechos. Elodie no podía
estar segura, no había pasado mucho tiempo en presencia de mujeres,
pero no estar bien dotada le había ahorrado muchas penurias.
Las puntas de sus dedos rozaron su pulso. Sentir la vida bajo su piel,
tocarla literalmente, le recordó lo afortunada que era en realidad.
—¿Tu padre y tú lo planeasteis? —La voz de Kallan impidió que sus
dedos se deslizaran bajo la camisa provocándole picor.
Soy la personificación de la estupidez. En lugar de eso, se pasó los dedos
por las rozaduras de los nudillos, sintiendo una ligera punzada de dolor.
Le ayudó a distraerse de sus pensamientos.
—¿Planear qué? —preguntó.
—¿Él reclutado y tú aquí? ¿Tenéis un plan?
Elodie soltó la mano repentinamente cansada.
—Eso es, ¿no? Tenéis un plan.
Se dio la vuelta y se tumbo.
—Será mejor que me avises antes de que ocurra. O tu parentesco no
seguirá siendo un secreto. ¿Me estás escuchando, chico? Encontrarían la
forma de usaros el uno contra el otro.
Cerró los ojos. No le quitaba el dolor, pero evitaba que se quedara
mirando la celda vacía de su padre. Le permitía fingir, por momentos
cortos y desesperados, que él seguía allí. Que, de algún modo milagroso,
no estaba encerrada y que no tenía secretos que ocultar.
No me importa si saben que es mi padre.
Me importa si descubren que soy una mujer.
Necesito un plan.
El sueño se desvaneció a pesar de que Kallan guardó silencio. Elodie se
cubrió el estómago vacío con un brazo y rezó a quienquiera que la
escuchara y la ayudara a salir de la celda antes de que no pudiera
esconderse más. Dejó que una lágrima solitaria recorriera su mejilla.
Sólo una.
Capítulo 2

Un único reguero ámbar de cerveza le llamó la atención. Gunner


introdujo el lúpulo por la válvula que marcaba el final de la ebullición y
se sentó mientras el líquido entraba en su tanque de hidromasaje para
mezclarse. Parte del líquido goteaba contra el suelo desde donde se
había formado una pequeña fuga. La cerveza goteó cayendo del tanque
y salpicando el suelo, donde fue rápidamente atrapada por la
ventilación de su nave.
No podía ver detrás de la tubería de cobre -que había sido extraída de
otras partes de su nave- mientras la fuerza centrípeta empujaba los
restos hacia el centro del fondo del tanque. Y como tal, el fragante
aroma del lúpulo llenó su cuarto de baño.
Cogió un paño y se limpió las manos, pero no se esforzó demasiado por
limpiarlas. Sus ojos se desviaron de la maquinaria a sus uñas que
estaban agrietadas y manchadas. Nunca volvería a tener las manos
limpias. Ni siquiera un paño químico, diseñado para la desinfección,
podría limpiar la grasa, el sudor y la sangre que habían ensuciado su piel
cibernética hacía tiempo. Ni siquiera si liberaba a la bestia que llevaba
dentro, dejando que el metal se desplazara y haciendo que sus células
cibernéticas lo reconstruyeran desde dentro.
Estaba sucio.
Y estaba condenado a seguir estándolo.
—Cógelo —Gunner empujó el paño hacia Browning, su compañera en la
elaboración de cerveza, y la número tres de su vida. Vino después de su
IA1, su segundo debido a la lealtad inquebrantable basada en códigos.
—Sí, señor.
Sus pasos resonaron en el pequeño lavabo convertido en fábrica de
cerveza mientras comprobaba el proceso. El silencio que siguió fue un
zumbido bajo para sus oídos. Incluso Browning era un corderito
silencioso a su lado, sosteniendo su suciedad como si hubiera sido
creada para ello.

1
IA : Inteligencia Artificial
Que, en cierto modo, lo estaba.
No recordaba la última vez que había estado en presencia directa de un
ser humano vivo. Los juguetes de los que se rodeaba eran todo lo que
conocía ahora, y mientras calculaba cuánto tardaría su cerveza en
terminar de prepararse, también sabía que lo inevitable se acercaba
rápidamente.
El próximo punto de encuentro con Stryker.
El calor en la habitación aumentaba, aunque fuera lentamente,
estropearía la fermentación.
Giró sobre sus talones y se dirigió al panel de control, apretando la
mano contra el cristal engrasado.
Somos iguales. Los dos estamos cubiertos de grasa.
Programó la temperatura para que bajara cuando terminara el proceso
de hidromasaje y se puso una cuenta atrás para recordarle que tenía
que volver. El tiempo corría por segundos. Sentía como un tirón interno,
el tipo de tirón que te hace mirar el reloj del otro lado de la habitación
mientras intentas dormirte.
Gunner se pasó los dedos por el pelo, echándoselo hacia atrás y tirando
de él con fuerza antes de soltarlo.
Justo al hacer ese movimiento, el fantasma de algo cálido, provocador
de piel suave, con un filo con forma de uña de porcelana se posó en la
mitad de su cuello para deslizarse en sutiles ondas por su columna
vertebral, terminando con un ligero golpecito en la parte baja de su
espalda a la altura de la cintura de sus vaqueros. Cuando se alejó de él,
rodó los hombros y aceptó el calculado toque como lo que era.
Falso.
Browning se alejó de él como la sombra al amanecer, un momento
estaba allí, en silencio y a la sombra, y al siguiente había desaparecido.
Pero la cuenta atrás y el movimiento del hidromasaje continuaron en la
realidad.
Browning era falsa -una androide diseñada específicamente- y él odiaba
y amaba cada vez que su programación fingía no serlo. Gunner la agarró
del largo pelo castaño y tiró ligeramente de él, provocando otra
respuesta por su parte: una tímida sonrisa sólo para él. Soltó la mano y
se sacudió el tacto.
—¿Necesitas algo más de mí? —Le preguntó con dulzura. No contestó.
Tal vez sea la hora. Sus labios se fruncieron. ¿Hora de qué? Gunner
apartó la mirada de ella incómodo como siempre le hacían sentir sus
artilugios. Se acercó al remolino para observar cómo se arremolinaba el
líquido de color ámbar intenso.
¿Hora para qué? El murmullo de las aguas le llenaba los oídos. Era la
misma pregunta que le atormentaba día tras día, desde que aceptó su
exilio. ¿Qué hay que hacer?
‘Hay una estructura anómala en nuestro camino.’
La IA de su nave, APOLLO, interrumpió sus pensamientos. Con la cabeza
aún metida en los sistemas de su nave, repasó los datos de los sensores
y volvió a apoyar la mano en el panel de control.
‘¿Qué tipo de estructura?’, preguntó.
‘Según los escáneres más recientes, otra nave. ’
Gunner descargó los escáneres y los revisó. Una nave. O un gran pedazo
de escombros abandonados por otra nave más grande, o ambas cosas.
‘Sigue escaneando. Acércate. Utiliza los sensores activos si es necesario, no
vamos a escabullirnos, ordenó.
Sintió el cambio antes de que se cargara el comando y se desviaron por
completo de su rumbo, dirigiéndose hacia una anomalía abrupta en vez
de hacia el punto de entrega de la nave y hacia Stryker. Browning se
colocó detrás de él anticipándose a sus necesidades, medio controlada
por el propio APOLLO, pero no hizo ningún movimiento para acortar
distancias o tomar el mando de la preparación.
‘Aproximándose a obstrucción en cinco... ’
‘Cuatro. ’
‘Tres. ’
‘Dos. Escaneando de nuevo. ’
Flexionó el bíceps y golpeó con el dedo en el panel, esperando. No
había nadie en el universo que odiara esperar más que él.
‘Comprueba la potencia’, añadió Gunner.
Pasaron varios instantes antes de que la lA respondiera.
‘Nave confirmada. Energía detectada en el interior, incluidas señales de
menor importancia. No hay llamadas de socorro ni correspondencia con el
exterior. Un humano a bordo’.
Apartó la mano de la pared y cogió el paño que le había dado a
Browning, pasándoselo de nuevo por las manos, y esta vez lo dejó caer
al suelo cuando hubo terminado. Se sacó un porro del bolsillo, lo
encendió para darle una calada y esperar.
El temporizador avanzaba en su mente, evaporándose con el calor de su
concentración. Sus ojos volvieron a recorrer las caóticas instalaciones y
se llenó la nariz con los olores que desprendían. Olores a quemado,
almizcle y tierra.
Gunner lo sabía todo sobre esta sala, todo sobre su nave. No había una
línea de código fuera de lugar, un olor que no pudiera detectar o un
androide o robot sexual que no hubiera reconfigurado según sus
especificaciones exactas. Dommik tenía su modelo estándar de
androides, los Bins, y Stryker tenía al alcohólico Matt. Él, en cambio,
tenía a su hermosa tripulación robótica. ¿Qué mejor que pasar
incontables días contemplando algo hermoso?
—Sígueme —ordenó por encima del hombro a Browning mientras
abandonaba la salapara dirigirse al puente.
Los tonos grises oscuros y el reguero de luces LED bajas que se
alineaban en el suelo brillaron mientras él pasaba junto a una docena de
puertas cerradas con llave y ventanillas que daban al espacio. Desvió la
mirada hacia la izquierda, donde pudo ver el enorme armatoste que
APOLLO estaba escaneando en ese momento.
Malditos piratas.
Las puertas del puente se abrieron silenciosamente cuando se acercó.
Colt y Flashbang, otros dos robots como Browning, ya estaban allí,
ocupándose de los controles en su ausencia. Cuando se acercó, se
colocaron en los extremos de la cabina y Browning se unió a ellos en los
laterales.
—Enviadles una comunicación, intentad llegar a cualquier forma de vida
que haya en ella —ladró Gunner. APOLLO respondió a la orden al
instante.
Esperaron una respuesta que no llegó.
Gunner sacó la ropa que tenía guardada y se puso una camiseta sencilla,
renunciando a su uniforme del DEPT para ponerse el traje de faena y la
chaqueta de camuflaje. En los bolsillos llevaba más provisiones de las
que uno podría llevar encima.
Cuando se sentó en su autoproclamado trono -un asiento de capitán
usado y golpeado-, seguía sin recibir respuesta de la nave más
insignificante y averiada.
Ordenó a APOLLO que enviara otro mensaje. Los escáneres
actualizados le alertaron de movimiento y actividad confirmando de
nuevo que sólo había una forma de vida en la nave de salvamento
derribada. Quienquiera que estuviese en el montón roto estaba lo
bastante bien como para moverse. Con suerte, también estaría en
condiciones de hablar.
Gunner sabía que su curiosidad estaba lejos de ser útil. Sólo estaba
aburrido. Pero, a pesar de todo, estaba allí, esperando a que pasara algo
y sintiendo una punzada de fastidio por haber dedicado su valioso
tiempo a alguien sólo por curiosidad.
Sus ojos se desviaron hacia las varias misivas sin respuesta que había
enviado a Stryker. Habían empezado a amontonarse y, aunque le
encantaba amontonarlas, se preguntaba por qué su compañero de
trabajo no respondía.
Un ciclo más... Un agujero de gusano más... Varios saltos más... Entonces
habría llegado al punto de encuentro en los confines del sistema solar
de la Tierra, lo más cerca que le estaba permitido.
Tenía prohibidas las rutas espaciales comerciales y todas las rutas de
viaje conocidas entre la humanidad y los alienígenas trentians.
Lo que le llevó de nuevo al armatoste roto fuera de su nave y al misterio
de su presencia.
Aburrimiento. Aburrimiento de grado A.
Se pasó el dedo por el labio inferior y sintió una extraña oleada de
expectación.
—Llama al equipo —anunció.
Colt y Flashbang se adelantaron. Los ojos de Gunner siguieron sus ágiles
cuerpos a través del cristal reflejado mientras hacían lo que se les
ordenaba. No era un completo pervertido: sus sexbots, convertidos en
tripulación, vestían uniformes e incluso llevaban armas con las que él los
había entrenado. Si ocurría algo, podían luchar a su lado y defenderse.
Nadie tocaba lo que era suyo. Nadie.
Cada una de sus chicas tenía una personalidad aprendida, aunque
codificada, y las conversaciones que a veces tenía con ellas rompían su
monotonía.
Justo entonces, recibió una respuesta y se sentó hacia delante. ¿Con
quién estaría tratando?
Las puertas del puente se abrieron de golpe, dejando paso al sonido de
una docena de androides reconfigurados que tomaban posiciones.
Colt, Flashbang, Winchester, Remington, Glock, Super Soaker, Gatling,
Turret, Smith, Wesson, Weatherby, Ammo y su favorita, Browning,
todas alineadas a sus lados. Sus hermosos y perfectos robots sexuales
de plástico. Su falso reino, todo en una habitación. Un faro de la
tecnología que formaba su silencioso imperio.
Sus chicas artilleras.
Te matarían tan fácilmente como te follarían. Sus labios esbozaron una
sonrisa, recordando el caos que había creado al reprogramarlas para
que le mataran. Trece monstruos creados por él que iban tras la sangre
de su propio amo. En aquel momento quería darles una oportunidad,
ver si realmente podían hacerle daño, permitiéndoles aprender y
calibrarse a lo largo del estimulante proceso.
Pero al final, ni siquiera pudieron tocarle.
APOLLO encendió un visual y lo alimentó directamente a su mente
antes de proyectarlo en la pantalla de hologramas al otro lado del
puente.
Apareció un hombre joven de pie pero encorvado sobre un panel de
control propio. Gunner se inclinó hacia delante y el hombre hacia atrás.
Humano. Ni mestizo, ni alienígena... humano.
—¿Hola? ¿Puede oírme? ¿Hola? —gritó el hombre.
—Puedo oírte —Gunner apoyó los codos en las rodillas. El chico no
podía tener más de veinte años. La imagen era clara, pero con algunas
interferencias, y no necesitaba introducirse en las líneas para saber que
las fluctuaciones de energía del chico eran la causa de la perturbación
entre ellos.
—Por fin buenas noticias —Se rió el chico y desplazó la vista por su
campo visual. Gunner sabía lo que estaba viendo, sabía qué aspecto
tenía la visión de sus favoritas detrás de él, pero se guardó su
diversión—. Llevo meses aquí fuera y no ha pasado nadie.
—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó Gunner.
APOLLO respondió antes que el chico:
‘Los documentos encriptados de la nave sugieren que estamos hablando
con un tal Nickel Smith, uno de los doce tripulantes de una nave llamada
Blessed.’
‘¿Blessed?’
‘La historia de la Blessed sugiere que sus orígenes provienen de los
portaaviones estelares de la nueva ola de Gliese, hechos de las partes de
cruceros de batalla de guerra que estaban más allá de la reparación. Es una
de una serie de tres naves para los misioneros de la luna, seguida por
Touched, y precedida por Reborn.’
—Me llamo Nickel, ¿y tú? —dijo el chico.
Gunner gimió.
Religión.
Incluso en el espacio profundo, no podía escapar de ella. Browning
soltó una risita a su lado y fue suficiente para arrancarle una sonrisa.
Mi favorita.
—Gunner. Entonces, Nickel —volvió a sentarse—, ¿qué ha pasado?
Nickel apartó notablemente la mirada de la belleza uniformada de sus
chicas artilleras. Aún podía entretenerse, mientras Gunner esperaba a
que aquel Stryker con cara de serpiente volviera a ponerse en contacto
con él y respondiera a su último mensaje.
—¿Me ayudarás si te lo digo?
—Depende de mí humor —dijo encogiéndose de hombros.
—Yo puedo ayudarle —sugirió Flashbang. Los demás robots se rieron y
asintieron, hasta que él levantó la mano y los silenció. Los ojos de Nickel
se abrieron de par en par y Gunner los enfocó con el zoom de su
pantalla, haciendo reír de nuevo a sus chicas.
—Soy el que tiene todas las cartas, Nickel. ¿Por qué haces preguntas
tontas? —Vuelve a los negocios.
—Porque si voy a perder el tiempo contándotelo cuando estás
planeando matarme de todos modos, me gustaría acelerarlo. Ya lo he
aceptado —amonestó el chico.
—¿Aceptado qué?
—Que mi muerte es inevitable. Que mi vida, actualmente, es un castigo
interminable.
Gunner se carcajeo.
—Con una actitud así, seguro que lo es.
—Las diosas de las lunas sagradas nos han dado la espalda a mí y a la
tripulación —La voz del chico tembló y luego se endureció—. Y he
perdido la esperanza de que nos ayuden.
—Tal vez yo sea la ayuda que ellas ofrecen —Gunner apenas moderó su
sarcasmo.
No creía en el destino ni en el karma, ni en ningún otro elemento místico
y espiritualmente viciado que hubiera por ahí. Las religiones se
propagan como enfermedades y de las fuentes más idiotas posibles: un
árbol que crece hasta la edad adulta de la noche a la mañana; un millón
de estrellas fugaces que se posan sobre un campo de cultivo; la muerte
repentina e inexplicable de un tirano; el final abrupto de una guerra que
sembró el terror durante cien años.
Maldito Lysander.
Sabía bastante sobre las diversas sectas espirituales que se habían
establecido en la nueva oleada de colonias de Gliese, Kepler y Elyria.
Después de todo, el universo era un lugar grande, y todos los días
ocurrían maravillas inusuales e inexplicables.
A menos que fueras un Cyborg. A un Cyborg nada le maravillaba. Su dios
era la ciencia, y su fe corría por sus venas como las nanocélulas que le
atravesaban. Siempre había una explicación. Incluso si la explicación era
pura mala suerte.
Al fin y al cabo, su maldito trabajo consistía en llevar los materiales
necesarios al DEPT para averiguar esas explicaciones.
Gunner sonrió satisfecho.
El asesino de humor de todos los asesinos de humor... Deja que te joda la
mente.
Los últimos escáneres de APOLLOS inundaron su cabeza con toda la
información que necesitaba saber sobre la moribunda nave de Nickel.
—Nickel, aunque seas un zombi religioso degenerado, chupasangre y
con el cerebro lavado —El resplandor de sus ojos enrojecidos se reflejó
en la pantalla de cristal—, parece que tu reactor se está muriendo, y la
energía que te queda almacenada no es suficiente para llevarte a
ninguna parte. Yo le daría, ehh, ocho o nueve ciclos antes de que el
soporte vital se apague. Morirás por despresurización en un lapso de
varias insoportables horas. Pero todo depende de la cantidad de comida
que te queda, y teniendo en cuenta la forma en que te ves, tu
suministro es bajo.
—Muy acertado —Nickel se movió sobre sus pies—. Por desgracia,
este zombi con el cerebro lavado no tiene nada que ofrecerte a cambio
de tu ayuda.
—Por desgracia no —Estuvo de acuerdo. Por encima de su cadáver
emplearía a un humano como Nickel—. Hazme una oferta con lo que sí
tienes.
—¿Mi alma?
—No, no soy un coleccionista de almas. ¿Qué más?
—¿La oportunidad de corromperme?
—¿Estás tan desesperado por vivir que renunciarías a tus creencias tan
fácilmente?
—Una oportunidad. No una conversión —respondió Nickel—. Los
hombres como tú -puedo verlo en tus ojos humanos mecánicos-
necesitan una distracción.
Gunner reflexionó.
—Bonito. Pero estás muy por debajo de mi nivel salarial y corromper
jovencitos no es lo mío, no es que seas capaz de distraerme lo suficiente
como para que me importe.
Sus ojos se desviaron hacia las misivas sin respuesta a Stryker.
Quizá el chico tenga algo. Le tembló la mandíbula.
—Ah —Nickel inclinó la cabeza—. Lástima que no tenga un coño para
comerciar con él. ¿Es eso? ¿O es dinero lo que quieres?
—El dinero es un medio para un fin y ni siquiera un coño vale la cantidad
de gas que tu nave necesitaría para salir de aquí. Y ya tengo bastante de
ambas cosas —Indicó a sus chicas y a las relucientes paredes plateadas
del puente—. Mis armas no tienen oportunidad de decir que no. Es la
belleza de apretar el gatillo.
—¿Y una buena conversación?
—Trato hecho —Gunner resopló, habiendo decidido de antemano
ayudar un poco al chico. No muchos le miraban a los ojos y no
apartaban la mirada.
—¿En serio? —Nickel carcajeó antes de recuperarse para clavarle una
mirada suspicaz.
‘Atraquen nuestras naves’, ordenó a APOLLO. ’Escanea el perímetro.’
‘Atracando ahora. El perímetro está despejado aparte de Blessed y
nosotros. Dos lunas están al alcance…’
‘Eso es todo.’
Gunner hizo un gesto a sus robots y todos volvieron a sus posiciones.
Colt, Flashbang y Browning permanecieron con él en el puente.
Manoseó el fusil automático bajo la solapa de la chaqueta, de espaldas a
la pantalla y al muchacho. Cuando su nave tembló, supo que el
acoplamiento se había completado y que Nickel y él estaban ahora
conectados.
—Nickel, aléjate de los paneles de control de la Blessed —ladró con los
ojos aún puestos en sus chicas.
—¿Qué? ¿Por qué?
‘Hazte cargo del Blessed’. Dio la orden a APOLLO sin esperar.
Su IA salió de su propia nave e inundó la moribunda dándole vida.
Gunner se sumergió después en los canales, con una mueca de dolor,
odiando las débiles conexiones y las corrientes parpadeantes. Se retiró
y volvió a su cuerpo rápidamente.
Pero no antes de bloquear a Nickel, reescribiendo los programas
actuales y el acceso de seguridad. Gunner no pudo contener un
desagradable gemido, su yo digital se estremeció al penetrar en la
tecnología medio muerta.
—¿Qué estás haciendo? ¿Ya no me contestas? —La frustración de Nickel
rozó el borde de su conciencia.
—¿Se encuentra bien, señor? —La voz de Browning se apoderó de él y
lo sacó por completo de su inquietante disgusto. Gunner volvió a la
pantalla sin contestarle, sus ojos volvieron a posarse en los mensajes sin
respuesta a Stryker.
Pedazo de mierda de serpiente cibernética.
—Te he bloqueado —dijo—. Prepárate para el embarque. Voy para allá.
Una jodida conversación para un despojo.
Gunner cerró la comunicación sin esperar respuesta. El resplandor que
reflejaban sus ojos se desvaneció cuando la pantalla del holograma
regresó a los paneles del puente. Se acercó a Browning y pasó los dedos
por su fría mejilla. El contacto no le provocó nada.
—Necesito que te encargues de la cerveza, muñeca.
—¿Necesitas que me encargue de algo más? —Una sonrisa adornó sus
labios mientras sus párpados caían. Le apartó un mechón de su largo
pelo castaño del cuello hacia atrás y se inclinó hacia su cuello para
aspirar su fabuloso aroma a excitación y a lúpulo.
—Siempre. De todo —susurró Gunner en voz baja contra su piel. Se le
puso la piel de gallina, pero no siguió tocándola. Se retiró y miró a
Browning de arriba abajo—. Volveré pronto, pero pórtate bien y
asegúrate de que la tripulación se comporte. No quiero tener que
recordar lo que hiciste la última vez.
—Te gustó lo que hice la última vez.
—Claro —Gunner se dio la vuelta y comprobó los bolsillos de su
chaqueta—. Pero me gusta más que se cumplan mis órdenes —Agarró
la muñeca de Browning y empujó su piel hacia atrás, revelando las
anulaciones de control y suprimió el falso libre albedrío que
normalmente le permitía, antes de soltarle el brazo. Su cabeza se irguió
de golpe y sus párpados se levantaron. La piel de gallina que había
enrojecido su piel volvió a instalarse en ella.
Le levantó la otra mano, le besó el dorso y se marchó.

***

—Nickel.
—¿Gunner? —Le devolvió el saludo el chico, mirando más allá para ver si
había traído a alguna de sus chicas.
¿Está de broma? Las necesito a las trece.
—¡Dioses, tus ojos! ¿Estás... estás realmente ciego?
—¿Lo estoy? —Sus ojos eran una rareza, un mal funcionamiento de
tiempos pasados. No había color en sus iris, sólo un gris lechoso como el
de un humano completamente ciego. El color real nunca aparecía a
menos que se concentrara en algo o se sintiera especialmente excitado.
Gunner rodeó al chico y se dirigió al ordenador central de la nave, con
los planos en la cabeza y su IA guiándole. El desorden y el maltrato
interior estaban a la altura de algunas naves antiguas. Observó el metal
abollado, cubierto de óxido en los bordes, y la suciedad del suelo. Su
nariz se agitó, llenándose de moho, olor corporal y lo que juraría que era
putrefacción orgánica. Vieja putrefacción corporal.
—¿Te deshaces de los cadáveres? —preguntó mientras seguía
recorriendo la nave.
—¿Qué? ¿Qué? Sí. ¿Cómo lo has sabido? Los envié al espacio.
—Todavía puedo olerlos.
—¿Cómo? El último... murió hace más de dos semanas —Había un matiz
de remordimiento en la voz de Nickel que lo decía todo. Lo que
sorprendió a Gunner que de todos los que deben haber estado en la
tripulación de Nickel, que él era el único que sobrevivió.
—Tengo un gran sentido del olfato —murmuró ante la entrada del
reactor.
Nickel se acercó a él.
—Eso sí que apesta. Ahora mismo no soporto el olor, y ya ni siquiera
puedo oler la descomposición. ¿Te has mejorado con cibernética? Antes
tus ojos tenían un brillo rojo.
Gunner forzó la seguridad independiente del reactor y APOLLO
suprimió la alarma de intrusión sin rechistar.
—Podría decirse que sí.
—Me gustaría hacerme alguna mejora yo mismo...
Entraron juntos en la sala de máquinas, con su pistola de revestimiento
golpeándole el pecho a cada paso. El chico no se imaginaba a un Cyborg.
No muchos lo hacían cuando se trataba de él, porque su complexión no
era tan voluminosa como la de algunos de sus hermanos; en cambio,
tenía una estructura interna alta y enjuta. La bestia no necesitaba masa
extra para ponerse en forma. El chacal prefería la velocidad a la fuerza.
Y mi chaqueta oculta el resto. Gunner sacó lo que necesitaba de sus
bolsillos y empezó con el reactor. Había que codificar antes de que su
nave pudiera conectarse directamente a él, una codificación que era
más fácil de realizar en persona que en el ciberespacio. Descorrió la
estructura principal de tres capas hasta que dejó a la vista el ordenador
que contenía.
—¿Qué tipo de trabajo? —preguntó Gunner.
—Una gran polla, para empezar —Se rió Nickel—. Del tipo que nunca se
cansa a menos que se lo ordenen y que hace todo el trabajo por ti. Pero
no, es broma, si pudiera hacerme algo, sería un regulador del
metabolismo. Después de estos últimos meses, obligar a mi cuerpo a
apagarse habría sido genial. Tenías razón sobre la comida. Ahora sólo
me queda un cuarto de ración —Mientras lo decía, su estómago gruñó
bajo y hueco. Gunner sacó una barrita de proteínas de uno de sus
muchos bolsillos y se la dio.
—Gracias, tío... —Nickel la tomó sin preguntar.
—Hmm.
Gunner se dio la vuelta y abrió el reactor como si fuera un huevo, casi
sorprendido de lo fácil que era. Cualquier hacker con medio cerebro
podría haber hecho lo que él hizo. La Blessed era una vergüenza para
toda la ciberseguridad terrestre.
La seguridad de su propia nave había empezado siendo la mejor que el
dinero podía comprar y luego fue mejorada por un equipo de sus
hermanos Cyborg más paranoicos. Aprendió de ellos y ahora la
mantiene con APOLLO. A diferencia de los demás cyborgs del DEPT, él
necesitaba la mejor seguridad. Se le asignaron trabajos que trataban
con monstruos de un nivel totalmente distinto. Monstruos humanos.
Era un juego de ruleta rusa con sus empleadores. Para el DEPT era fácil
enviarle a misiones que tenían más probabilidades de causarle la muerte
que de no hacerlo. Era prescindible y siempre lo sería. Pero también era
un activo porque nunca. Jodidamente. Moría.
Y, sobre todo, nunca cuestionaba.
Browning le dijo una vez que su muerte causaría tanto una celebración
como un velatorio. Que tanto si vivía como si moría, el universo se
interrumpiría durante un latido, pero luego continuaría sin él. Su muerte
nunca sería más que una molestia. Pero entonces le metió la polla en la
boca, ella se la sacó, y él vio con resentimiento cómo ella se dirigía al
lavabo de su habitación, escupía su semilla y se limpiaba la boca tan a
fondo que le había cabreado. Un sexbot le había cabreado. Browning
había sido degradada a mantenimiento durante un año después de
aquella hazaña y tuvo que conformarse con las demás.
Al final, ella ganó, y le devolvió el favor con su diversión.
La conexión con sus naves se fusionó y dejó que su unidad IA se
encargara del proceso de trasvase. Gunner se alejó.
—Tendrás energía suficiente para llegar al puerto más cercano en varias
horas —dijo.
Nickel se embolsó el envoltorio proteínico y miró el ordenador del
reactor.
—Muchas gracias. ¿Y esa conversación? ¿Te sientes solo en el espacio?
Gunner golpeó una de las barricadas para volver a su nave.
—¿Qué te hace pensar que estoy solo?
—Basado en lo que vi, lo estás. Los androides no son más que un
escudo. Las diosas no les conceden ningún favor.
Se volvió hacia el chico.
—Es verdad, muy acertado, no me gusta compartir. Los humanos
necesitan a otros en sus vidas, los robots no —No era la verdadera
razón por la que no había humanos en su nave, pero el chico no
necesitaba saberlo.
Nickel se rió y se sentó en una tubería cercana.
—Una pena. Me hubiese corrompido con ellas, si sabes a lo que me
refiero.
Gunner entrecerró los ojos. La risa de Nickel se marchitó.
—Si tan siquiera respiraras en mi nave, ya estarías muerto. Cuando dije
que no me gusta compartir, lo decía en serio. Y tampoco toleraré el
mero pensamiento.
‘Nave aproximándose, entrando en perímetro’ Gunner salió de su enojo y
sacó su arma.
—¡Mierda! ¡Lo siento, estaba bromeando! —Nickel se echó hacia atrás.
‘Enciende los cañones, llámalos, envíame diagnósticos’ inundó su IA con
comandos.
‘Armas bloqueadas mientras abordaba. Llamada ignorada. Cargando
escáneres actuales.’
Gunner cortó la conexión entre sus naves sin volverse atrás, y salió
furioso hacia los pasillos de la Blessed. Nickel le pisaba los talones con
un aluvión de preguntas.
La carga no podía venir lo suficientemente rápido.
‘Cuatro naves, fuertemente armadas y apuntándonos. Más están entrando
en nuestro espacio aéreo, señor. Aún no han aceptado nuestra llamada.
¿Deberíamos desatracar?’
‘¡Sí!’, gritó en su cabeza, sus pies acelerando, su cuerpo empujando
hacia adelante en un sprint. El muelle ya se estaba desacoplando
cuando dobló la esquina y las puertas se cerraron.
—¡Gunner! ¿Qué esta ocurriendo? —Nickel gritó desde algún lugar
detrás de él. Gunner estaba a varios metros de la salida.
Voy a conseguirlo. Estaba aburrido, pero no tanto.
Pero sintió el misil antes de que golpeara su nave. Sintió la potencia y el
impacto cuando golpeó el lateral de la bahía de atraque, reduciendo al
olvido sus posibilidades de volver con vida a bordo de su nave. El metal
se aplastó y rechinó, hundiéndose hacia dentro y luego hacia fuera,
haciéndole perder el equilibrio golpeándose contra el oxidado y usado
revestimiento lateral de la Blessed.
Un rugido le llenó los oídos hasta la cabeza, y consumió su ordenador
central con una oleada. Fue suficiente para que se pusiera en pie,
aunque sólo fuera por un momento, antes de sufrir un cortocircuito en
el acto. Su cara golpeó el suelo y sus ojos parpadearon una vez más
antes de desvanecerse también. Extendió la mano, con los dedos tensos,
intentando agarrar algo que estaba fuera de su alcance.
‘Browning,’ susurró mientras la rabia crecía en su interior.
‘¿Qué puedo hacer por ti?’, su mensaje parpadeó detrás de sus ojos.
‘Destruir. Destruir todas y cada una de sus armas...’
Su programación agonizante fue lo último que percibió antes de
reiniciarse, y el olor a gasolina sustituyó al del lúpulo.
Capítulo 3

Elodie abrió los ojos observando que la celda de enfrente estaba vacía y
que las luces del ciclo de descanso seguían apagadas en una lúgubre
penumbra. Permaneció inmóvil mientras sus sentidos volvían uno a uno,
empezando por los peores: el hambre, el dolor y su estado emocional.
Se ha ido.
Al menos no está muerto. Al menos no le he visto morir. El corazón le latía
con fuerza.
Sus ojos atravesaron el espacio vacío y la doble fila de barrotes para
posarse en el hombre que estaba al otro lado de la celda de su padre.
Estaba de espaldas a ella, mirando hacia los barrotes. Era un tipo
malhumorado, y ni a ella ni a su padre les gustaba conversar con él.
Elodie no recordaba su nombre. Fingió que era su padre, sólo por unos
minutos, mientras se armaba de valor para levantarse.
Se levantó despacio, en silencio, sintiendo la necesidad de su cuerpo de
expulsar el pequeño residuo que había creado desde su última comida.
Era la parte del día que más odiaba, y mientras observaba las celdas
cercanas y a los prisioneros que había dentro, su suerte la animaba.
Están todos durmiendo...
Era el mayor punto a favor de su tabla interna de pros y contras sobre el
hambre. Hacía que todos a su alrededor fueran tan débiles como ella.
Los débiles dormían.
Le dolían todas las articulaciones del cuerpo mientras se dirigía a la
rejilla de desagüe situada en el centro de la celda, donde, temblando de
inquietud, se bajó los pantalones, se ajustó los calzoncillos y se puso en
cuclillas. Terminó su trabajo en segundos y volvió a la pared.
Otra ventaja del hambre... menos interrupciones para ir al baño. Vestirse
como un hombre también tenía sus ventajas. Hacía varias semanas se
había hecho un agujero más grande en los calzoncillos para no tener
que quitárselos. Kallan había cuestionado sus payasadas una vez
cuando la observó sin que ella lo supiera, y ella no se había dado cuenta
hasta que fue demasiado tarde.
—¿Tienes algún problema con tu polla?
Elodie se sacudió y se subió los pantalones.
—No.
—¿Qué clase de hombre se pone en cuclillas para mear? ¿Tienes un coño
ahí debajo? —Se burló y miró lascivamente—. Lo tienes, ¿verdad? Un
coñito sucio.
Se contuvo para no saltar a la pared y delatarse. En lugar de eso, luchó por
calmar sus nervios para poder volver lentamente a su posición. Elodie se
agachó para ajustarse.
—¿Crees que seguiría aquí si lo tuviera? Si tuviera un coño, habría
negociado mi salida de este infierno antes de que tuvieran la oportunidad
de cerrar la puerta de mi celda —Soltó una carcajada.
—Pues demuéstralo, chico —Kallan se apretó contra los barrotes y
sonrió—. A ver qué tienes entre las piernas.
Varios prisioneros a su alrededor gruñeron, se rieron y se burlaron. Su
padre permaneció en silencio, y ella lo agradeció. Las cosas sólo
empeoraban cuando él se involucraba.
—¿Tan desesperado estás, viejo? Busco coños, no pollas. Primero
enséñame tú la tuya y luego hablamos —Se mofó Elodie y apoyó la cabeza
en la pared, cerrando los ojos. Oyó a Kallan escupir en su dirección, lo oyó
dejarse caer, pero no miró. Se concentró en mantener la calma... en
parecer indiferente. El asunto se olvidó.
Eso había ocurrido hacía semanas, y ahora su cuerpo estaba entrenado
para contenerlo todo hasta el último momento.
Sabía que Kallan tenía sus sospechas. No había mucho más que hacer
que observar a los otros prisioneros, pero ella hizo todo lo posible por
mantener su curiosidad a raya. Elodie miró en su dirección, agradecida
de que tuviera los ojos cerrados.
Su espalda chocó contra la pared justo cuando las luces se encendieron
para indicar que era de día. Los gemidos de los demás no tardaron en
llegar, y pronto los sollozos de Jacob se elevaron para dar la bienvenida
a la mañana.
Lo ignoró y se concentró en la doble puerta cerrada del calabozo,
esperanzada y temerosa de que se abriera. Estaba hambrienta y su
mente volvía a aquel momento con Kallan en el que habría cambiado su
coño por la libertad.
No lo hagas. Se gritó Elodie a sí misma, incluso cuando su nariz percibió
el primer olor a putrefacción del cadáver. No lo hagas.
Se pasó los dedos por el pelo y deseó tener unas tijeras para cortarlo. Se
frotó las mejillas y la mandíbula con el dorso de las manos, sabiendo que
era uno de los únicos hombres a los que no les crecía pelo en esa zona.
Al menos, el único en su entorno inmediato. Su disfraz tenía sus límites,
pero no se trataba sólo de su aspecto, sino sobre todo de cómo actuaba,
y crecer rodeada de hombres, y sólo de hombres, la había ayudado
enormemente.
Llevaba el pelo corto y, aunque al principio le resultaba difícil bajar la
voz, con los años se había convertido en algo natural. Elodie había
tenido la suerte de heredar la estatura de su padre (medía casi 1,80 m) y
el metabolismo unido al esfuerzo constante del trabajo habían evitado
que su cuerpo se rellenara. Incluso se recortaba las pestañas, ya que
había nacido con unas inusualmente gruesas, y vestía ropa demasiado
grande para ocultar lo poco que se curvaba de su cuerpo.
Pero a pesar de intentar parecer un ‘hombre’, sólo conseguía tener un
aspecto infantil. Los hombres se creían esa apariencia, pero aun así
atraía una atención no deseada. Del tipo que grita ‘fácil de dominar’,
fácil para un hombre interesado. También había insinuaciones de
hombres que tenían sus propios secretos que guardar, o el acoso
descarado y prepotente de aquellos a los que no les importaba.
Mentir sobre las ETS era una buena forma de acabar con la mierda antes
incluso de que empezara.
Las puertas se abrieron de golpe. Sus manos se paralizaron en el pelo.
Entró un guardia, uno distinto al de la noche anterior, seguido de un
androide cuadrado. Pasaron por delante de su celda y fueron directos
hacia Jacob y el cadáver.
Al cabo de unos minutos, ambos fueron sacados del calabozo. Pudo
captar la mirada atormentada de Jacob cuando pasó junto a su celda.
No debería haber hablado. Elodie se sintió peor por el cadáver. Murió por
su culpa. Entonces los odió a ambos y ese odio se extendió brevemente
a su padre.
Los paneles se cerraron. Sin comida ni agua...
La puerta volvió a abrirse y se encendió una nueva brasa de esperanza.
Dos guardias entraron con un nuevo equipo de androides, pero su
esperanza de recibir comida se desvaneció cuando vio que arrastraban
algo detrás de ellos.
Los ruidos de los otros prisioneros sonaban por todas partes mientras
todos se acercaban a ver el nuevo entretenimiento.
Inmediatamente se dio cuenta de que lo que arrastraban era un cuerpo,
un hombre, y de gran tamaño. Elodie se agarró a los barrotes contra los
que solía apoyarse repentinamente cautelosa. El escuadrón se acercó a
la celda de su padre y la abrió. Se apartó de un tirón, adentrándose en el
territorio de Kallan.
Era el primer prisionero que llegaba desde que ella, su padre y el resto
de la tripulación de su último trabajo habían sido encerrados allí.
Los androides, evidentemente forzados, introdujeron al hombre en la
celda junto a ella, dejándolo caer con un golpe seco.
—Pesado hijo de puta —comentó uno de los guardias.
—Tiene metal en la cabeza. Las mejoras cibernéticas que nos dijo el
escáner... No tienen en cuenta su puto peso.
Los androides salieron de la celda y el mecanismo se cerró tras ellos. El
panel eléctrico sonó como un último gong fatal. Se le humedecieron las
palmas de las manos y se las frotó contra los pantalones con la mirada
clavada en la nueva incorporación, mientras sus pensamientos iban a
mil por hora.
—Pero es un cabrón rico, he oído que su nave era un tesoro escondido.
Debe de ser uno de esos traficantes de la lista negra, escondido en el
espacio profundo. Lo averiguaremos cuando despierte.
—Si alguna vez lo hace. ¡Ni siquiera los jumpers y las barras eléctricas
consiguieron que abriera los ojos! ¿Acaso importa?
El otro guardia se encogió de hombros.
—El jefe quiere saber los códigos de su nave. Ballsy tiene problemas
para piratear algunas partes. Si yo fuera él —señaló el cuerpo inmóvil—,
no me despertaría. No le va a gustar lo que le espera cuando lo haga.
Ambos rieron y Elodie apartó la mirada. Ya ni siquiera podía contener un
escalofrío de inquietud. Pero sus ojos, sin querer, volvieron a encontrar
el rostro inconsciente del nuevo y divisaron el tatuaje delineado en
negro de una pistola en su mejilla.
No te despiertes.
Sabía que él no podía oír sus pensamientos, pero no importaba.
Uno de los guardias se agachó y lo miró.
—¿Qué clase de hombre tiene un nave de clase A y lo deja desprotegida
por un salvamento? ¿Y tatuajes de armas en las mejillas?
—No uno inteligente —ironizó el otro.
—Hmm...
Finalmente, el guardia se enderezó y miró a su alrededor y a los demás
prisioneros antes de volverse hacia los androides.
—Dales de comer.
Salió con el otro guardia y, con la misma rapidez, su mente pasó del
entretenimiento a la perspectiva de la comida. Una palpable oleada de
expectación recorrió el calabozo.
Dejaron caer raciones de proteínas sin sellar en cada celda, junto con
tres geles de agua. Elodie gimió alrededor de su comida y saboreó cada
bocado, pero su atención se centró en el recién llegado, y permaneció
en él mucho después de que los androides se marcharan.
—¿Crees que está muerto? —dijo Kallan detrás de ella.
Elodie no le respondió. El hombre gruñón del otro lado estaba metiendo
la mano en la celda y tirando de la chaqueta del nuevo prisionero. Pero
sus ojos seguían dirigiéndose a la cara del desconocido y a la pistola que
apuntaba directamente a su boca. El tipo de hombres que se tatuaban
así eran los que ella evitaba como a la peste.
—Este pedazo de mierda pesa mucho —espetó el hombre gruñón,
echando el brazo hacia atrás, dándose por vencido tras su quinto
intento de mover al desconocido.
La curiosidad general de los demás disminuyó después de eso.
La suya no.
No importaba cómo se desarrollarán los acontecimientos en su cabeza,
no acabarían bien. Su lugar seguro contra los barrotes ya no lo era y
ahora, mientras sus ojos recorrían el enorme cuerpo del recién llegado,
tenía que elegir entre el mal conocido o el mal desconocido. En
cualquier caso, estaba jodida.
No te despiertes.
Esta vez, lo pensó por una razón totalmente egoísta.

***

Gunner reconoció su pésimo juicio.


No debería haber parado a ayudar a la Blessed.
Sabía que estaba en un calabozo y que no estaba solo. También sabía
que había perdido una buena cantidad de su valioso tiempo.
Tienen mi maldita nave.
Nickel no se había subido a bordo con él, y no estaba seguro de si el
chico estaba vivo o muerto. Gunner trató de olfatear a su alrededor,
pero fue incapaz de encontrar un rastro, ni siquiera uno débil.
Una y otra vez intentó introducirse en los sistemas de su nave y
conectar con APOLLO, pero no lo consiguió. Estaba fuera de alcance.
Sus dedos se tensaron contra el suelo, clavándose en el metal bajo su
chaqueta. Cuando sus uñas perforaron la superficie, su ira aumentó.
Pero como fingía estar inconsciente, nadie lo sabría. Podía fingir la
muerte, pero no quería que su cuerpo saliera disparado al espacio, no
cuando no tenía pistas.
Los piratas neutralizaron su nave e invadieron la Blessed mientras él se
reiniciaba. Recordó vagamente a varios hombres intentando levantarle,
sin éxito, y más tarde el chasquido de energía cuando varios androides
le agarraron la piel.
Lo habían pateado, golpeado y electrocutado, pero todo ello no había
tenido ningún efecto en él, salvo despertarlo aún más. Los hombres le
habían revuelto los bolsillos, le habían quitado lo que encontraron, le
habían robado las armas y habían intentado despertarle de nuevo. En
ese momento ya era plenamente consciente de que su nave ya no
estaba a su alcance.
Gunner clavó las uñas un poco más en el suelo, respirando los olores de
las sucias masas.
Los piratas lo tenían. Un ataque fortuito de una flota que pasaba por allí
lo había dejado inconsciente. Se habían llevado su nave, su propiedad, y
habían cometido el maldito error de llevárselo también a él.
Sus fosas nasales se agitaron, apretadas contra el metal, y fue
consciente de que otros comían raciones espaciales de baja calidad.
Volvió a respirar hondo cuando sintió algo más, algo intrigante,
enterrado bajo semanas de mugre del calabozo.
Sus labios esbozaron una breve sonrisa cuando se dio cuenta de que lo
que olía eran sus porros. Los piratas habían olvidado sus putos porros.
Gunner casi podía perdonar las transgresiones contra él sólo por su
estupidez.
Casi.
Había otro olor, también atrayente, pero no pudo localizarlo y lo dejó
caer de nuevo en el hedor predominante que lo rodeaba. Su atención
volvió a la nave en la que se encontraba.
El prisionero al que se enfrentaba arrastraba los pies y suspiraba, los
ruidos eran suaves, y Gunner tuvo el impulso de abrir los ojos para ver.
Alguien tiró de su chaqueta.
—¿Crees que está muerto?
—Este pedazo de mierda pesa mucho.
El recuento de muertes aumentó en su cabeza. Todos los que le
hubiesen tocado se habían ganado un puesto en su lista.
Su nariz se agitó de nuevo y el mismo olor interesante le incitó a
investigarlo. Pero la mano en su chaqueta se soltó y con ello su
curiosidad, y volvió al ciberespacio.
Las barreras de seguridad con las que se topó eran de alta gama, pero
no infranqueables, y comenzó el proceso de descifrar sus
encriptaciones.
La nave en la que se encontraba estaba privatizada, los sistemas que
albergaba no eran gubernamentales. Para él, parecía militarizada y
mejorada, probablemente construida y comprada en los escabrosos
mercados comerciales de Elyria. La tecnología era terrícola y, aunque no
pudo distinguir a ningún trentino a bordo, eso no significaba que no los
hubiera.
Sus códigos cibernéticos se deslizaban por las partes a las que no podía
acceder fácilmente, royéndolas como bacterias carnívoras. Podía entrar
por la fuerza, pero eso haría saltar las alarmas, y no quería que sus
marionetas supieran que estaba allí. Todavía no.
Gunner escaneó el perímetro inmediato y contó veintiséis humanos más
en el calabozo con él, y al menos ocho guardias en los pasillos cercanos.
Amplió su búsqueda hasta que tuvo un plano figurativo, reforzado por
lo que había aprendido al ser arrastrado por la nave al entrar.
Ochenta y tres ocupantes, incluidos los prisioneros, yo mismo y cuarenta
androides, actualmente encendidos. Ninguna otra fuerza vital a bordo, ni
animales ni criaturas. Los piratas se lo llevaron, pero no las adquisiciones
de DEPT que había recogido.
Sus pensamientos se centraron en Stryker y en las ganas que tenía de
hacer papilla la cara de mierda del Cyborg. Si perdía sus adquisiciones,
alguien más iba a pagar el precio.
—¡Ely! Muchacho —dijo una voz rompiendo su concentración y
devolviéndole a su cuerpo—. Revisa ya al cabrón. Mirar fijamente a un
cadáver no va a hacer que se mueva.
Gunner sabía que se referían a él.
Sí, Ely, revisa mi cadáver.
Pero quienquiera que fuera Ely no hizo ningún movimiento para hacerlo.
—Joder, tócale el pulso. Está más cerca de ti que de él —gritó el mismo
hombre.
Gunner supuso que se trataba del mierda que había intentado robarle la
chaqueta. Esperó a sentir las manos sobre él, pero no pasó nada. Sé
listo, Ely.
—Te haré un maldito trato —insistió el hombre—. Le tomas el pulso, y
si está muerto, me das su chaqueta, y yo te doy la mitad de mis raciones
de agua para la próxima semana.
No lo hagas, Ely. Oyó movimiento antes de que el hombre hablara, el
sutil cambio de posición.
—Como si fuera a confiar en ti.
Gunner se puso rígido.
El sonido de la voz de Ely chocó en su cabeza. Estaba deliberadamente
entonada, grave, con una aspereza provocada por la saliva atrapada en
la parte posterior de la garganta. No provenía directamente de las
cuerdas vocales ni estaba dañada por inhalar demasiado humo. Estaba
alterada a propósito.
Sus dedos se contrajeron.
Matices femeninos...
¿Ely es una mujer?
De repente, se le presentó un nuevo enigma y mordió el anzuelo de
buena gana.
La probabilidad de encontrarse con una mujer en medio de la nada
espacial era tan minúscula, que incluso los cálculos que corrían por su
cabeza...
No tienen sentido.
Incluso teniendo en cuenta las probabilidades de estar en una nave, en
una flota pirata, donde seguro que había al menos una puta a bordo,
era improbable. Los robots sexuales como su Browning solían
desempeñar esa función, si uno podía permitirse algo como Browning.
Habían pasado años desde la última vez que estuvo en presencia de una
mujer, años desde que se le ocurrió la posibilidad de dominar a una. El
gobierno le había prohibido entrar en las principales rutas espaciales
terrestres, comerciales o de otro tipo, y aunque seguía entrando en
ellas, nunca se quedaba el tiempo suficiente como para que lo
atraparan.
—¡No es que tengas mucho que perder! Chesnik no va a volver —El
hombre soltó una carcajada alegre y fuera de lugar—. Te endulzaré el
trato. Comprueba el pulso del cabrón y te dejaré en paz. Durante tres
ciclos.
¿Quién es Chesnik?
Gunner esperó, olvidando los códigos, y se centró en los
acontecimientos que estaban ocurriendo. Permaneció quieto, curioso e
intrigado. Toda su atención estaba puesta en el prisionero que se
encontraba entre él y el provocador.
No puede ser que una chica esté encerrada en el calabozo.
Lo absurdo de aquello, entre tantos hombres, le resultaba difícil de
comprender.
De ninguna puta manera. Volvió a comprobar las probabilidades, y las
probabilidades estaban en su contra.
Ely se acercó más a él.
Percibió cada sonido y vibración, cada latido y no pudo saber quién o
qué era Ely. De ninguna maldita manera.
—Eso es. Sólo tienes que comprobar su pulso. Hazlo y no intentaré
hacerte daño durante tres ciclos. Este papá no tocará a su hijo.
Le costó mucho quedarse quieto porque si Ely era realmente una mujer,
iba a descubrirlo.
Hazlo, Ely. Tómame el pulso.

***

Elodie se acercó al hombre inmóvil, pero no se atrevía a atravesar los


barrotes y tocarlo. La voz de Kallan llenaba el débil espacio de su mente,
incitándola, y le resultaba difícil dejar de oírla. Aunque su hambre había
disminuido, su capacidad mental seguía al borde del abismo. Al borde
de no saber nada.
Una parte de ella quería cerrar los ojos y desconectar, encontrar su
espacio nebuloso y acomodarse para una agradable pausa en el olvido.
Pero la otra parte de ella, la que analizaba todas las situaciones
horribles que podrían ocurrir, la que tenía un control más estricto de sus
instintos de supervivencia, la empujó a comprobar el pulso del hombre.
Ahora mismo, Kallan estaba incitando a esa parte de su cerebro, y venía
con incentivos.
Su atención permaneció fija en los ojos cerrados del hombre.
Por favor, despierta. No, No te despiertes. Y cuanto más los miraba, más
se convencía de que estaba muerto.
—Está muerto —dijo, lo bastante alto para que Kallan la oyera. Tal vez
si lo decía en voz alta, sería verdad.
—No lo has comprobado, muchacho. Quiero su chaqueta.
De eso se trataba, no del hombre en sí, sino de lo que llevaba puesto y
de lo gélido que era el calabozo. Ni siquiera se trataba de ella.
El tipo gruñón habló.
—Yo también la quiero, pero no tengo fuerzas para acercarlo, y si yo no
las tengo, ¿de verdad crees que él va a poder? —Los gruñidos y
murmullos de otros prisioneros respondieron de acuerdo y Elodie le
echó el ojo al prisionero inconsciente, sintiéndose mal.
Yo también quiero su chaqueta. La miró por enésima vez. Era grande, lo
suficiente para cubrirla -la mayor parte de ella- y mantenerla caliente
durante el tiempo que la tuviera. También estaba limpia. Pulcra.
Todo de ella estaba limpia. Aunque estuviera manchada, seguía teniendo
un aspecto limpio. Hace un mes lo habría considerado sucio, pero ahora
sabía lo que era realmente. Estaba pensando en robarlo, como los
demás, y se sintió un poco incómoda.
No recordaba qué se sentía al estar caliente. Una risa triste murió en su
garganta.
—¡Todos queremos su puta ropa! ¡Averigua si ya está muerto! —alguien
más se unió y más murmullos se sucedieron, cada vez más fuertes.
Ahora yo soy el entretenimiento.
Su corazón tronó. Kallan gritó a su espalda. Se acercó a los barrotes que
tenía delante. Elodie los agarró y estudió más de cerca al hombre
posiblemente muerto. No respira. No le tiemblan los párpados. No tenía
nada en su persona para reflejar la luz sobre su rostro. El sudor de sus
manos las hacía resbalar por el metal.
—¡Por el amor de Dios!
—¡Revísale ya!
Metió la mano entre los barrotes y le tomó el pulso.
¡Está vivo! Su piel está... caliente. Elodie se lamió los labios agrietados y
presionó aún más, encontrándolo, sabiendo también que estar muy
caliente no significaba que estuviera vivo. Uno podía morir caliente.
—¿Y bien? —Se hizo el silencio.
—Está vivo —susurró ella, levantando la vista de su cuello para mirar el
tatuaje de la pistola en su mejilla, su pelo despeinado, asimilándolo todo.
Sus párpados se abrieron.
Estoy muerta.
Todo se detuvo. Se miraron fijamente y su vida pasó literalmente ante
ella, roja neón y furiosa. Unas cejas gruesas y arqueadas se arrugaron
para enmarcar unos ojos salvajes y entrecerrados que la miraban.
El pavor la mantenía en su sitio. Incluso cuando el prisionero no se
retorcía para agarrarla del brazo, no podía moverse. Era un punto
muerto. Elodie tenía la sensación de que si intentaba retroceder, sería
su fin. Se le cerró la garganta, incapaz de tragar.
El ruido de los prisioneros ahogaba los latidos de su corazón en los
oídos, y era vagamente consciente de que nadie podía ver que estaba
despierto, excepto ella. Ninguno de los dos parpadeaba, y aunque le
escocían los ojos, el miedo la mantenía hipnotizada y quieta.
Lentamente, apartó los dedos de su piel caliente, dejando una huella
sucia, y los cerró en un puño junto a su cuello. Elodie se apartó con la
misma lentitud, y él se levantó como si ella moviera los hilos que movían
su cuerpo. Sólo estuvieron ellos dos durante todo el abrumador
proceso, y cuando volvió a tener la mano a salvo dentro de los confines
de su celda, supo que se había librado milagrosamente del
desmembramiento. De la muerte.
Se sintió... agradecida... No la había matado en el acto, ni le había roto el
brazo.
Su espalda chocó con la pared y se deslizó hacia el centro, temblorosa y
drogada por la adrenalina, y cuando por fin consiguió desprender su
mirada de la de él, la cerró con fuerza y apoyó la barbilla en su pecho.
Sin embargo, su amplia confusión seguía y no eran las divertidas burlas
de Kallan en su oído lo que le impedía encontrar algo de paz... era la
mirada del recién llegado.
Sus ojos habían ardido con un brillo diabólico antes de convertirse en
una mirada lechosa y macabra, y ella había observado todo el proceso
en una intensa cámara lenta.
Sus ojos cambiaron de color.
Nunca había visto nada igual. Su rojo brillante y sangriento la había
impactado, pero cuando el rojo se desvaneció, parecía ciego. La
curiosidad y posiblemente un poco de intriga, la hicieron querer
estudiarlos. Le hizo preguntarse si podía ver o no. Los guardias habían
mencionado que estaba ‘repleto’ de implantes cibernéticos y ella se
preguntó cuáles tendría. Si su nuevo vecino de celda tenía algún
problema en los ojos, quizá no había perdido del todo su lugar seguro.
Y, sin embargo, podía sentir sus ojos sobre ella como una quemadura
arrastrándose por toda su piel, poniéndole la piel de gallina en brazos y
piernas, despojándola de su ropa y desnudándola ante el mundo.
—¿Qué te pasa por la cabeza? Tu pulso está agitado —Su voz, nueva
entre lo familiar, terminó en un profundo susurro que parecía
proyectado justo al lado de su oído. Elodie reprimió un escalofrío y se le
erizó el vello de la nuca. Fingió que no le había oído. Tenía que fingir
porque su voz le producía algo, en lo más profundo de su ser,
ronroneaba, vibraba y la hacía desear oír más.
Su piel se erizó aún más y agradeció que nadie pudiera ver lo que sentía.
Nerviosa.
—No va a funcionar —dijo Kallan a su otro lado—. No habla.
Alguien le dijo a Kallan que se callara.
—Vete a la mierda —chilló, tosió y luego se rió, provocando la habitual
cantidad de amenazas de muerte— ¿Quieres hacer un trato? —Elodie
debería estar acostumbrada a esto, a que Kallan hablara por encima de
ella, pero la idea de que hiciera un trato con el recién llegado la asustaba.
Ya estoy atrapada en el medio.
—¿Trato, dices? —La voz del nuevo prisionero resonó en voz baja,
atravesándola y, de algún modo, no estaba segura de si le hablaba a ella
o a Kallan.
—Hrmm, sí, los guardias te quieren despierto, y estás despierto gracias
a Ely, pero eso también significa que eres un muerto viviente. Y tienes
ropa bonita y abrigada, sobre todo esa chaqueta tuya. Ha causado un
gran revuelo entre nosotros, porque las comodidades son pocas y
distantes entre sí, y viendo que estarás muerto en el ciclo de descanso...
¿Lo estará? Elodie no estaba tan segura de eso. Era más grande que
Kallan y parecía inmensamente más fuerte, incluso más duro que él.
Había vislumbrado músculos fibrosos en los bordes de su ropa, incluso
el crujido de un tendón en el cuello.
Kallan, en cambio, tenía la edad de su padre, quizá un poco menos.
Tenía cicatrices, viejas heridas faciales de un consumidor de
estimulantes, y su palidez era enfermiza y húmeda. Tenía el pelo largo y
desgreñado, de un castaño oscuro que dejaba ver fácilmente su caspa.
Volvió a estremecerse al pensarlo, agradecida, siempre agradecida, de
que hubiera gruesos barrotes metálicos entre ella y los demás.
—...así que no hay razón para que un muerto se quede con todos los
bienes. Pero yo soy el que lleva más tiempo aquí y quizá pueda
mantenerte con vida el tiempo suficiente para que a los cabrones de
fuera deje de importarles un bledo —Se pavoneó Kallan.
—¿Por mi chaqueta?
—¡Brillante! Eres brillante —Se burló Kallan y Elodie sintió su saliva caer
sobre ella. Elodie se la limpió con asco— ¡Eh, chicos, tenemos a un genio
entre nosotros!.
—Eso pienso —dijo el nuevo prisionero sin gracia.
—No lo pienses mucho. Esos guardias podrían volver en cualquier
momento y, por lo que he deducido, quieren tu sangre.
—Hmm... —El sonido volvió a deslizarse hasta su oído.
El corazón de Elodie dio un vuelco y sus ojos se abrieron de golpe. Quizá
sea idiota. Se miró la parte superior de las rodillas, pero en realidad se
centró en él en su periferia. Tiene que fingir que sigue inconsciente. Eso es
lo que haría yo.
El desconocido estaba a unos metros, apretado contra los barrotes que
compartían. Sus barrotes. Mi lugar seguro. A nadie le importaba
ponerse a su alcance y una ira repentina chispeó en su interior, caliente
y rápida.
Los hombres que la rodeaban discutían y la risa de Kallan se hizo más
fuerte. Su periferia se desdibujó. El desconocido se cernía a su lado,
grande como una enorme ola a punto de estrellarse en cualquier
momento, ensombreciéndola a pesar de que la luz le llegaba
directamente desde arriba.
—¿Qué vamos a hacer con... él? —dijo. Ely volvió a cerrar los ojos.
Están hablando de mí.
—¿Ely estás? —preguntó Kallan—. Nada. El muchacho sabe lo que le
conviene.
Oyó el roce de la ropa y el movimiento del cuerpo del desconocido a su
lado.
—¿Ely? ¿Sabes qué es lo mejor para ti? —preguntó en voz baja para que
sólo ella lo oyera. Se mordió la lengua y guardó silencio.
—¿No quieres mi chaqueta, Ely? —Su voz bajó aún más, sonando más
profunda, más suave, y los ruidosos sonidos de los otros reclusos se
desvanecieron en el fondo.
La quiero.
—La quieres, ¿verdad?
Apoyó la cabeza contra la pared y la giró hacia un lado, fingiendo
irritación mientras lo miraba. En cuanto lo hizo, deseó no haberlo hecho.
Elodie buscó en su rostro, trazando cada contorno duro, pero siempre
volvía a esos ojos vidriosos que parecían mirarla directamente a través
de ella. Sus conocimientos de anatomía le gritaban que aquel hombre
era ciego, pero ella sabía que no lo era.
Sólo aparentaba ser ciego.
Su mirada se reflejaba en la suya contra la pared y ella sabía
exactamente lo que el hombre estaba haciendo. Intenta ganarse mi
confianza.
Sus ojos se entrecerraron al ver cómo su boca se contraía en una sonrisa
de lado. Una de las pistolas se le hinchó en la mejilla mientras la otra se
enderezaba. Su sonrisa se amplió. Elodie retrocedió antes de poder
contenerse.
—Hola, Ely —dijo.
Elodie quiso retroceder en el tiempo.
Hoy he cometido demasiados errores.
—Me llamo Gunner. Creo que vamos a ser grandes amigos.
Capítulo 4

Había transcurrido un ciclo desde su llegada, pero había hecho


progresos. Gunner reforzó su señal, dejando que su cuerpo entrara en
una fase de reposo, y comprobó las grietas digitales en toda la
seguridad de la nave. Encontró huecos lo bastante grandes como para
desgarrar el código y volver a parchearlo con otros corruptos a su paso.
No quería dejar rastro.
Lo que necesitaba era a APOLLO.
Sus dedos se agitaron en el muslo. Cada minuto que pasaba, su control
sobre los sistemas de la nave se fortalecía, pero mantener el rumbo de
su progreso estaba resultando difícil. Hacerse pasar por humano, sobre
todo si tenía la atención de todo el mundo, era una molestia. Sus otros
compañeros de calabozo temporales tenían conversaciones e intrigas
que le atraían cada vez que abandonaba su cuerpo.
Pero Ely resultó ser la peor. Si Ely suspiraba profundamente, Gunner
abandonaba los sistemas de la nave y volvía para investigar. Si Ely
cambiaba de posición, Gunner seguía su movimiento.
Aún no sabía si Ely era un hombre o no.
Sus fosas nasales se agitaron al aspirar una bocanada de aire, pero no
dejó entrever ningún indicio que demostrara si Ely era hombre o mujer.
Lo único que demostraba era que todos, en todas jaulas, estaban sucios.
Tenía un gran sentido del olfato, uno de los más potentes para un
Cyborg, e incluso ese sentido era menos fiable entre la mugre.
Olía a mierda y se sentía asqueado y a gusto a partes iguales.
Llevaba aquí dieciocho horas y dieciocho minutos.
Dieciocho horas y dieciocho minutos eran suficientes para que su nave
estuviera al otro lado de la galaxia. Era tiempo suficiente para llegar a
medio camino del agujero de gusano más cercano. Gunner no podía
contabilizar el tiempo que había pasado reiniciándose, pero basándose
en reinicios anteriores, había estado inactivo menos de una hora.
Alguien tosió y Gunner volvió en sí.
Gunner miró a su alrededor con desprecio y se encontró con que el tipo
de enfrente le miraba fijamente. Volvió a olfatear por costumbre y se
inundó de los desechos que sólo le recordaban que no estaba donde se
suponía que debía estar: con sus chicas y APOLLO en su nave con sus
adquisiciones. Incluso su ropa empezaba a delatar su olor.
Gunner se puso en pie.
Todo el mundo se detuvo para mirarle.
Buscó en su celda y comprobó los barrotes con cuidado de no doblarlos
ni romperlos.
—No hay salida, tío —dijo el hombre de su derecha. El que le había
tirado de la chaqueta.
Gunner se encogió de hombros.
—No hace daño intentarlo. ¿Cómo te llamas?
—Royce, ¿y tú?
—Gunner —murmuró y posó sus ojos en Ely. Quien se niega a reconocer
mi existencia. Parecía estar dormido, pero Gunner sabía que no era así.
Sabía que estaba escuchando. Escuchando todo. Como yo.
Los ojos de Gunner se dirigieron a Kallan, una celda más allá, que le
dirigió una mirada asesina. Hacía varias horas que el hombre había
renunciado a buscar su chaqueta.
—¿Te llamas así por los tatuajes que tienes en las mejillas o al revés? —
Royce preguntó.
—Al revés —Gunner rodeó su celda. Tres paredes de barrotes le
rodeaban, con una pared entera a su espalda. La punta de su bota tocó
el conducto de ventilación que se hundía y atravesaba el centro hasta
llegar a las unidades situadas a ambos lados. Había un agujero con rejilla
en el centro, uno en cada celda también. Levantó la vista hacia el techo,
que estaba seguro de que se abría en dirección contraria.
Pero no podía llegar tan alto como para tocarlo o desmontarlo sin
delatarse.
—A veces los usan —dijo Royce, interrumpiendo su lectura—. Los
guardias los activan desde el panel al otro lado de la puerta de tu unidad,
abre las ataduras.
—Ya me lo imaginaba —murmuró Gunner.
—Nunca es una buena señal cuando eso sucede. El último tipo al que
encadenaron no sobrevivió y también tardó en morir. Cuando
terminaron, dejaron su cadáver durante días antes de que los androides
vinieran a limpiarlo.
—¿Qué hizo?
—Se negó a ser reclutado. Le dieron un escarmiento.
Es lo que yo haría. Colgar a alguien y darle un escarmiento.
Gunner se acercó a la puerta de su celda y estudió el revestimiento
metálico de los barrotes. No podía meter la mano para alcanzarlo, pero
sentía la electricidad y la conexión. Observó el mecanismo de la unidad
vacía frente a él y memorizó la interfaz, el orden de los números, y
luego lo reflejó en su cabeza. Pasó los dedos por la abertura de dos
centímetros y tanteó.
—Lo hemos intentado todo. Esos paneles son inalcanzables e
indestructibles. Incluso desperdiciamos buenos geles de agua tratando
de cortocircuitarlos —dijo Royce.
Idiotas. Claro que son indestructibles. Deberías ver mi calabozo.
En el suyo podría caber un Cyborg, al menos durante un tiempo, según
quién. Una vez encerró a Dommik en él y la araña tardó casi un día
entero en liberarse. Sobre todo, porque se negaba a cambiar de forma.
Gunner se quedó pensativo al recordar las cientos de imágenes que
tenía de sus hermanos en su ‘otra’ forma. Dommik tardó ese tiempo en
transformarse y deslizar sus sinuosos brazos metálicos fuera de las
barricadas láser para llegar al otro lado de la sala y liberarse.
No había nada como hacer que un hombre viviera con su yo más odiado
y capturarlo en un disco duro para utilizarlo en el futuro. A veces incluso
enviaba las imágenes marcadas como ‘alta prioridad’ a Dommik por
diversión.
Había merecido la pena. Hasta entonces, Gunner nunca había visto a la
araña como una auténtica bestia metálica.
La nueva ayudante de Dommik se lo va a pasar muy bien cuando se entere.
Se preguntó cómo se las había arreglado la pelirroja para subir a una
nave DEPT Cyborg. Sus ojos volvieron a Ely.
Kat parecía una mujer. Incluso desde el otro lado del universo y con una
imagen borrosa, supo al instante que la ayudante de Dommik era una
mujer. Pero a pocos metros de Ely, no estaba seguro. Su chacal decía
hembra, su máquina decía macho, y el hombre no podía racionalizar
ninguna de las dos cosas.
Ely era alto y delgado por lo que podía ver a pesar de su ropa demasiado
grande. Actuaba como un hombre, al menos lo intentaba, pero había
cierto tipo de... vulnerabilidad en él. El tipo de vulnerabilidad que le
hacía querer hurgar y ver qué pasaba, y posiblemente protegerlo. Tal
vez era porque Ely parecía ser demasiado joven para estar en una
situación de mierda, o tal vez era porque él era realmente una ella. Y
este lugar no era lugar para una mujer. Especialmente para una sin
pistola.
Gunner tomó aire. Su nariz volvió a llenarse de los peores olores de la
humanidad mientras se volvía hacia Royce.
—¿Has probado la sangre?
Royce ladeó la cabeza y miró hacia la puerta de su celda.
—¿Sangre? La sangre no puede hacer nada que no pueda hacer el agua
y nadie va a renunciar a esa cantidad de sangre para verterla sobre ella .
—El agua no conduce la electricidad, Royce —dijo—. La sangre tiene
toneladas de mierda de sales y metales en ella y es, digamos, un muy
buen conductor.
De repente, Ely se levantó y se dirigió al mecanismo de cierre de su
celda. La acción llamó la atención de Gunner. Vio cómo Ely introducía
una mano fina entre los barrotes para tantear. Como había hecho
momentos antes.
Royce resopló.
—Nadie se arriesgará a morir para abrir su puerta.
—No, supongo que no. Ely, ¿qué piensas? —Gunner ladeó la cabeza,
mirando la escena. Los dedos de Ely se estiraron y tantearon la interfaz.
Manos finas, dedos largos, firmes a pesar de la situación. Su vista se
concentró. No es débil, sino que busca específicamente. No era la primera
vez que Ely jugaba con las cerraduras.
Un tic fue la única respuesta de Ely. Lo ignoró.
Sonriendo, Gunner se acercó al agujero enrejado del centro de la celda
con los ojos fijos en Ely.
—Royce —gritó sin mirar al hombre—, ¿qué es el reclutamiento?
—¡Mantén la boca cerrada! —disparó Kallan—. No le digas una mierda.
La sonrisa de Gunner creció. Royce vaciló.
—Dímelo, Royce, y podrás quedarte con mi chaqueta.
—¡Qué coño! —Kallan se puso en pie de un salto.
Ely dejó de investigar la cerradura y ahora miraba al frente. Gunner
siguió su mirada a través de los barrotes hasta la pared gris del otro lado
de la habitación.
—Dímelo, Royce, y será tuya.
Ely se estremeció y se volvió hacia él. Yo siempre gano, joder.
Gunner evitó que su mirada parpadeara en rojo y capturó el momento.
El foco de Ely se desplazó para buscar su cara, su boca. Se tranquilizó
cuando Ely le dirigió la mirada con sus ojos recorriendo su cuerpo.
Gunner estaba de pie con los pies ligeramente separados, la espalda
recta, sabiendo que lo estaban examinando.
No le importaba si se trataba de una mujer o de un obstáculo peligroso.
Sobre todo, porque él era un obstáculo peligroso.
Le gustaba tener la atención de Ely. ¿Por qué?
Gunner se pasó los dedos por el flequillo y se lo echó hacia atrás. No
podía distinguir bien los rasgos de su vecino bajo las gruesas manchas
de suciedad que los cubrían. Ely tenía la cara más sucia de todo el
calabozo.
Punto a favor de ser mujer. La suciedad como camuflaje. Inteligente.
—Reclutamiento es cuando necesitan cubrir un reemplazo en la
tripulación —dijo Royce, interrumpiendo los pensamientos de Gunner, y
Kallan rugió—. Vienen aquí primero y ofrecen la plaza o plazas y
nosotros tenemos la oportunidad de salir de aquí.
—¿Por qué no os habéis unido todos entonces? —preguntó con
indiferencia, sin dejar de prestar atención a su vecino. Ely volvió a su
sitio habitual contra la pared, deslizándose hasta descansar en el centro
de su celda.
—A veces es un juego —respondió Royce.
Gunner sacó lentamente el brazo de una manga y lo dejó caer a su
espalda.
—¿Qué clase de juego?
—Del tipo en el que todo es mentira y te apuntas a que te golpeen o te
maten.
—¿Las probabilidades no están a favor entonces? —Se quitó la
chaqueta de un tirón y dejó que se deslizara hasta sus dedos. Cada
movimiento que hacía estaba siendo controlado, pero sólo hizo un
espectáculo para él.
Gunner sacudió la chaqueta en dirección a Ely. Éste abrió los ojos y
frunció el ceño. Gunner olfateó de nuevo el aire y apretó los dientes.
Nada.
—Aunque te lleven, no significa que no te lleven después de mucho
dolor.
—Ely —dijo Gunner, ignorando a Royce—, nunca respondiste a mi
pregunta —El agarre de su chaqueta se tensó. Contéstala y te daré la
chaqueta en su lugar. Quería dársela a él, se dio cuenta, no a Royce ni a
nadie más. Ely volvió a temblar bajo su mirada. Podría darte calor,
depende de ti.
El silencio fue todo lo que obtuvo de su víctima. Un silencio estoico y
molesto. Los iris de Ely no eran de un simple marrón barro. Había una
chispa de ámbar en ellos, dorado, como su cerveza giratoria. Gunner
sonrió suavemente.
—¿Sobre la sangre? —susurró— ¿Qué te parece?
Aun así, no hubo respuesta.
Gunner se dio la vuelta y se acercó a Royce, dejando caer su chaqueta
contra los barrotes para que el otro hombre la revisara. Pasaron
segundos mientras tiraba de ella hacia el otro lado, seguidos de minutos
de un silencio cuestionable que pesaba entre Ely y él. Gunner esperó a
que hablara. Pero no lo hizo.
Royce se puso la chaqueta. Los escalofríos de Ely se intensificaron.
Un punto para hombre.
Gunner apretó las manos. Dieciocho horas y cuarenta y cinco minutos.
Volvió a colocarse de espaldas a la pared y miró a través de su celda el
interminable metal gris que mantenía la inquebrantable atención de Ely.
Voy a conseguir que hable.
Royce tenía ahora su chaqueta por el momento, que se asentó como
una piedra en las tripas de Gunner. La sola idea de que el mugriento
forastero manchara su territorio con su olor le irritaba. La recuperaría.
Pronto. Kallan siseó su disgusto al otro lado.
Nunca pensó que sentiría afinidad con un hombre como Kallan, pero
lamentablemente ahora sí. Ambos querían que Ely hablara.
Gunner subió su temperatura interna para contrarrestar el frío que
invadía el aire y volvió a sumergirse en su trabajo, moviendo el hombro
contra los barrotes. Su compañero miraba fijamente hacia delante.
Gunner bajó la voz.
—¿Creías que iba a matarlo? —preguntó.
Ely suspiró.
—Creo que sí —Gunner se acomodó—. Lo pensé, pero no quería
delatarme....
Esperó una respuesta, pero una vez más, no obtuvo nada. Apretó los
dientes.
—Si te acercas, mi calor corporal te calentará —Verdad.
Nada.
—Sé lo que eres —fanfarroneó Gunner.
Todavía nada. Ely no le dio ni una maldita señal de que le estaba
escuchando. Gunner quería atravesar con el puño el metal que los
separaba y agarrarlo, pero sabía que en cuanto lo hiciera, decenas de
hombres y androides armados se pondrían en marcha. Se lanzarían
sobre él y estaría un paso más lejos de averiguar dónde estaba su nave.
Gunner echó los hombros hacia atrás y se rindió. Su control sobre la
seguridad de la nave seguía fortaleciéndose y, con él, su necesidad de
venganza.
El tiempo terminó por deslizarse a medida que el ciclo avanzaba y no
ocurría nada más. Las conversaciones silenciosas habían muerto en
algún momento en que él no había sido consciente, pero ahora que lo
era, se dio cuenta de que una nueva tensión llenaba el aire.
Era diferente a la de antes, más pesada, melancólica y llena de
anticipación. Se encontró mirando la puerta como todos los demás.
Y supo, mucho antes que los demás, cuándo se acercaban los guardias.
Dos hombres entraron en el calabozo con un androide detrás. Se
dirigieron directamente hacia él.

***

La puerta se abrió demasiado pronto y los ojos de Elodie se clavaron en


los hombres que entraban. Lo primero que sintió fue decepción al ver
que su padre no era uno de ellos. El miedo sustituyó a la decepción
cuando se acercaron a la antigua celda de su padre.
Por una fracción de segundo, volvió a ver en su cabeza los
acontecimientos de aquella noche.
Esta vez, en lugar de su padre, el protagonista era el nuevo hombre.
Elodie había contado cada minuto que había pasado, sabiendo que era
una cuenta atrás para algo malo, y el hombre que invadió su lugar
seguro sólo hizo que la cuenta fuera mucho más difícil. Sabía que
Gunner no había descubierto su secreto. Era imposible sin pruebas, y
ella no iba a dárselas si tenía algo que decir al respecto.
Si eso significaba silencio, que así fuera.
Le robaba miradas cuando sabía que no la estaba mirando. Pero cada
vez que él la descubría, se sentía atrapada, enjaulada. Ningún otro
hombre la había hecho sentir así antes, ni siquiera cuando no había
barrotes entre ellos.
Así que contaba el tiempo en su cabeza, esperando a que los guardias
entraran para su visita nocturna y encontraran a Gunner despierto.
Todos sabían que él iba a ser el entretenimiento de la noche.
Eso la ponía enferma. Y más cuando sintió alivio al saber que aguantaría
un ciclo más con vida.
No le había hecho nada, nada que no le hubiera hecho ninguno de los
otros hombres del calabozo, y sin embargo ella deseaba en secreto que
se lo llevaran.
—Mira quién se ha despertado —dijo uno de los guardias.
—El jefe estará contento.
Gunner se levantó y se dirigió hacia ellos.
—Me habéis robado la nave —Su voz era más grave que antes y lo
bastante baja como para que ella tuviera que esforzarse por oír las
palabras.
—La robamos. Y fue fácil —Se burló uno de ellos—. También la hemos
saqueado.
—¿Lo habéis conseguido? —Gunner ladeó la cabeza.
—Dejad de hablar con él y llevémoslo ante el jefe. Abre la puerta —El
otro guardia levantó su arma y la centró contra la cabeza de Gunner
mientras abrían su celda. Juntos, sin dejar de apuntarle con sus armas,
los guardias retrocedieron un paso, dejando que el androide que iba
detrás avanzara y lo sujetara. Nunca había visto a los guardias actuar
como lo hicieron con él. No era la única que tenía una opinión distinta
del recién llegado.
Elodie miró a los tres hombres. Sólo por sus ojos sabía que Gunner no
era normal, pero al estar junto a los otros guardias masculinos, su
extrañeza era aún más evidente.
Los grilletes eléctricos encajaron en sus muñecas. De algún modo, el
ruido le hizo soltar una risita.
Era más alto que los otros guardias, más delgado, y la silueta de sus
músculos bajo la ropa era más evidente ahora que ya no llevaba
chaqueta. En cualquier otra circunstancia, no le habría importado el
aspecto de los hombres, pero esta vez algo la obligó a fijarse en ellos. A
compararlos entre sí.
A compararlos con él.
Gunner daba más miedo que los guardias. Tanto que creía -esperaba-
que se soltaría, los mataría a los dos, destruiría el androide y mataría a
todos los de la nave excepto a ella y a su padre. Que la liberaría.
¿No sería una fantasía épica?
Salió despreocupadamente de su celda.
¿No tiene miedo?
Se acercó.
Uno de los guardias sacó una vara de su cinturón y la golpeó contra la
parte posterior de las rodillas de Gunner. Cayó hacia delante con un
ruido sordo. En cuanto aterrizó, la vara volvió a caer sobre él.
Y su nostálgico e imposible sueño desapareció de su mente mientras los
golpes seguían cayendo sobre él.
Elodie contempló horrorizada cómo le daban una paliza, dirigiendo sus
golpes sobre sus articulaciones y sus órganos no vitales. Cada golpe
agonizante latía al ritmo de su corazón, y se encontró agarrada a los
barrotes más cercanos a ellos con los nudillos blancos como fantasmas.
Quería gritar y rogarles que se detuvieran, pero no lo hizo. Mientras la
paliza continuaba y Gunner no hacía ningún movimiento para
defenderse -ni ningún sonido que indicara su dolor-, Elodie se arrepintió
de desear que se lo llevaran. No se lo merecía. No merecía morir.
Finalmente, se desplomó hacia delante, sin reaccionar.
Terminó tan pronto como empezó y los guardias intentaron levantarlo
de nuevo para ponerlo de rodillas. Rápidamente se rindieron y dejaron
que el androide sacara su cuerpo del calabozo.
No supo cuánto tiempo estuvo agarrada a los barrotes, pero al final
comprendió que ya no estaba y que la puerta se había cerrado hacía
tiempo. Las luces del techo se atenuaron aún más mientras ella retiraba
los dedos y volvía a su lugar seguro. A salvo una vez más.
—Esa celda está maldita —murmuró alguien, devolviéndole la mirada al
espacio vacío a su lado.
No volverá.
Una vez más, estaba sola. Había pasado más de un ciclo entero sin su
padre y no se había dado cuenta hasta ese momento. Y mientras su
estómago se llenaba de aire vacío, no podía decidir si echaba de menos
a Gunner como la distracción temporal que había sido, o si se sentía
aliviada de que se hubiera ido y le hubiera devuelto su espacio seguro.
Elodie se frotó la piel de gallina de los brazos, optando por olvidarlo y
centrarse en sobrevivir.
No puedo sobrevivir estando muerta. Sus ojos recorrieron a los demás
prisioneros y se detuvieron brevemente en Royce y su nueva chaqueta.
No puedo sobrevivir si soy idiota. Se acercó en silencio a la rejilla de
ventilación e hizo sus necesidades antes de acurrucarse de lado.
Era difícil dormir, resultaba peligroso dormir, pero no podía resistirlo
más. Le dolían todos los músculos del cuerpo, le dolía cada fibra de su
ser y tenía los nervios tan de punta que a veces pensaba que no podría
volver a dormir.
Hasta que se obligó a permanecer despierta durante días. No había
dormido desde antes de que se llevaran a su padre.
Elodie se pasó la mano por debajo de la cabeza y dobló las rodillas,
dejando el otro brazo apoyado en el estómago. La presión parecía
ayudarla, aunque en realidad no lo hacía. Dejó que la presión sobre su
corazón aumentara.
Elodie intentó imaginarse a su padre a su lado, pero no pudo. En su
lugar, sólo veía al hombre con tatuajes de pistolas en el espacio de al
lado.
¿Cuándo habían cambiado de lugar?
Quizá por fin se estaba volviendo loca.
No puedo sobrevivir si no duermo.
Fue lo último que se dijo a sí misma antes de dejar que su cuerpo
cediera y se rindiera.

***
Un androide lo sacó del calabozo, agarrándolo por el brazo,
arrastrándolo de forma torpe sobre las rejillas del suelo para mantener
su agarre alejado de los grilletes eléctricos.
Si fuera humano, le habrían dislocado el hombro, y por eso se lo dislocó.
Tenía que mantener las apariencias después de todo. Si se enteraban de
que era un Cyborg armado, le dispararían, lo expulsarían por la esclusa y
le volverían a disparar con los cañones de la nave. Eso si los piratas
vivían lo suficiente para hacerlo.
Gunner dejó que el dolor se filtrara a través de sus sistemas como una
droga.
No tardaron en atarlo a una silla. Los guardias lo dejaron solo en la
habitación con el androide que se había colocado junto a la puerta
abierta, y Gunner escuchó pasos que se alejaban. En esta sala estaba
más cerca de los sistemas principales de la nave y, por eso, le resultaba
más fácil conectarse. Sus códigos infecciosos estaban trabajando duro
para abrirse paso.
Pero esperaba encontrar su información de otra manera.
Se inclinó hacia delante y se dejó caer, obligando a sus sistemas a
apagarse y entrar en estasis. Su piel se enfrió de inmediato, su frente se
puso a sudar y su hombro se hundió hacia un lado. Miró al androide a
través del flequillo.
Un hombre entró por la abertura y se arrodilló ante él. A diferencia de
los guardias, iba vestido un poco mejor, y al decir mejor, Gunner lo decía
al ver la pistola que llevaba.
—Dicen que te llamas Gunner. Estoy a cargo de las patrullas, y a cargo
de tu destino. Soy tu dios.
¿En serio? murmuró Gunner. El hombre agarró el pelo de Gunner y tiró
de su cabeza hacia arriba hasta que sus ojos estuvieron a la misma
altura.
—Podemos hacer esto rápido.
¿Podemos?
—¿En serio? —Gunner dijo— ¿Dios?
¿En serio?
Su torturador sonrió y echó la cabeza más hacia atrás.
—Danos tu nave.
—Creía que ya la teníais.
La sonrisa del hombre no hizo más que crecer. Le dieron ganas de
devolverle la sonrisa.
—Ah, así es, ¿por qué si no crees que te lo pido?
—Para tenderme una trampa.
Le soltó el pelo y Gunner se recostó en la silla observando al tipo. No
podía saber si era un guardia más o si era el capitán. Se conformaría con
un miembro de la tripulación del puente si obtuviera alguna pista. Los
piratas no llevaban identificación... sólo los trabajadores del gobierno, y
aunque él trabajaba para el DEPT, tampoco la llevaba nunca.
—¿Por qué íbamos a tenderte una trampa?
—Porque no sabéis quién soy —replicó Gunner—. Eso es un problema,
¿no, Dios? —Se burló.
La sonrisa del hombre cayó y supo que había acertado.
Porque yo tengo el mismo puto problema. No tenía ni idea de quién le
había atacado y su paciencia para obtener esa información no tardó en
agotarse.
Una barra de metal volvió a caer sobre él, y estaba preparado para ello,
incluso sin los efectos adormecedores que le proporcionaban sus
nanocélulas y la curación acelerada que soportaba.
Le golpeó las tripas y la parte superior de los muslos con la intención de
romper algo dentro de su cuerpo. Nada se rompería. Al menos no por
mucho tiempo. Su único problema era que, si el hombre realmente
quería matarlo, no se le daba bien hacerse el muerto. Su chacal tenía sus
limitaciones en cuanto a trucos.
—Por favor —espetó, gimiendo, y riendo un poco a través de él, pero
sus risas sonaban como gemidos dolorosos—. Por favor, para.
Le golpearon varias veces más antes de que el hombre se inclinara hacia
él y le mirara a la cara.
—¿Quieres morir?
Gunner se lamió los dientes.
—No.
—¿Sabes cómo un hombre como yo llega a golpear a un cabrón como
tú?
Hrrmm...
—¿No?
—Porque los hombres como yo no toleran a mierdas como tú.
El hombre le clavó el puño en el hombro dislocado. Jodeeer. Gunner
cayó en un breve vacío provocado por el dolor antes de que pudiera
reaccionar e impedir que sus sistemas volvieran a funcionar como
consecuencia del ataque. El hombre volvió a levantar el puño y las luces
parpadearon, deteniéndolo y deteniendo a Gunner a punto de matarlo.
El androide de la esquina avanzó en su ayuda, percibiendo una amenaza
para el guardia al que estaba programado para proteger. El androide
podía leer su violencia mejor que cualquier humano, las señales eran
difíciles de fingir incluso para un Cyborg, más aún para uno que estaba
conteniendo su fuerza.
—¿Por qué un tipo como tú tiene una nave así?
—Suerte, imagino.
Volvió la sonrisa.
—Venga ya, la suerte no tiene nada que ver. Tienes cibernética en tu
cuerpo y no la mierda de segunda mano. Sólo un rico sin antecedentes
puede hacerse eso. Y tú no eres un Cyborg, ningún Cyborg sería tan
tonto como para que le robaran la nave delante de sus narices.
Gunner mantuvo la boca cerrada y su ira bajo control.
—No, pero eres algo o alguien especial, y voy a averiguarlo de una
forma u otra. No hace falta que te torture. Podríamos trabajar juntos —
El hombre caminó en círculos a su alrededor mientras hablaba, pero se
detuvo a su espalda.
—O no lo hacemos y puedo divertirme un poco...
—¿Trabajar juntos? —Gunner hizo ademán de mirar la habitación
desnuda, el diseño anticuado y las tuberías metálicas a lo largo del
techo y los laterales—. Estoy mejor por mi cuenta.
—Ah, ¿sí?
—No soy yo quien no puede descifrar los códigos —Gunner se preparó
cuando un puño volvió a golpearle en el hombro, con más fuerza que
antes, pero continuó a pesar del dolor: —Lo hago mucho mejor solo —
Oyó la varilla surcar el aire.
—Incluso siendo golpeado por un hombre como tú, lo estoy haciendo
mejor —Se burló Gunner.
—¿Realmente no sabes cuando callarte? —Y una y otra vez.
No. La verdad es que no.
Todo lo que sabía era que tenía más hombres en su lista para matar, y
que algunos hombres tenían sus nombres en una lista doble. Y que sus
tatuajes no se veían tan bien con moratones.
Capítulo 5

Elodie se despertó con las luces de un nuevo ciclo de la nave brillando


sobre su cabeza. Miró hacia la celda de Gunner.
Quiso excusar su lentitud de reflejos atribuyéndola al hambre y al
cansancio, pero no fue el hambre ni el cansancio lo que le impidió
apartarse bruscamente y correr hacia la esquina opuesta de su celda.
Era el prisionero de la celda contigua, Gunner, que la miraba
intensamente y la apretaba contra los barrotes que compartían. La
había inmovilizado.
Había vuelto.
Lo habían traído de vuelta mientras ella dormía. Le preocupaba que su
regreso no la hubiera despertado. Siempre estaba despierta cuando
venían los guardias.
Su mano se extendió lentamente entre ellos para colocar un solo dedo
sobre sus labios.
Cada fibra de su cuerpo se solidificó en un silencioso monumento
forjado por el terror.
Quería que ella permaneciera callada.
¿Por qué?
Elodie separó los labios y llevó la mano que descansaba bajo su mejilla
hasta deslizarla sobre su boca, ocultando el sonido de su respiración y
para ocultarle parcialmente el rostro. Si ambos estiraban la mano, sus
dedos podían entrelazarse a través de los barrotes.
—Buenos días —susurró él, con voz grave y áspera. Empezó a sudar—.
Veo que no me has esperado levantada —dijo él.
Lo hice. Al menos hasta que... me dormí.
Tenía el ojo hinchado y unos moratones manchaban su carne. Pero
volvió. Sólo eso ya significaba algo, que no lo metieran en el mismo saco
que a ella y al resto de los presos.
Había deseado que su padre regresara, pero en su lugar lo había hecho
Gunner.
Bajó el dedo y golpeó el metal, haciendo que los ojos de ella fueran y
vinieran entre su boca y el barrote. Sus rostros estaban a un palmo de
distancia, sus dedos apenas a un palmo. Retrocedió un poco.
—No lo hagas.
Se estremeció y se petrificó, apretando su brazo libre contra el pecho.
Apretó los dedos contra el corazón. Al igual que su estómago, no podía
presionar lo suficiente para que dejara de dolerle.
—Sigue siendo lista, Ely.
Elodie se puso rígida ante sus palabras y se odió un poco más por ello,
sabiendo que estaba expresando en voz alta lo mismo que le rondaba
por la cabeza mil veces al día.
Se apretó más la mano contra la boca y respiró hondo por la nariz,
trayendo consigo el hedor de la sangre fresca y cobriza. Desvió su
atención de la cara destrozada de Gunner a lo que podía ver de su
cuerpo.
Estaba tumbado de lado, no encorvado como un hombre que sufre
mucho. El viejo traje de combate y la camiseta interior de antes seguían
en su sitio, pero ya no estaban limpios, sino salpicados de sangre. Aquí
nada permanece limpio mucho tiempo.
—Me dieron una paliza, aunque no literalmente. A menos que cuentes
la sangre y el sudor —Le dijo mientras ella miraba las numerosas
manchas de su ropa. Algunas manchas aún estaban húmedas y se le
pegaban al cuerpo, pero la mayoría parecían costrosas y secas.
¿Cuánto tiempo había pasado? Perder tiempo no era nada bueno.
El dedo de Gunner detuvo su golpeteo, poniendo fin a su escrutinio.
Me está provocando.
—¿Todavía no quieres hablar conmigo? —preguntó.
¡Me dijiste que me callara! Quería gritar y preguntarle por qué le
importaba tanto. Elodie cerró los ojos y decidió hacerlo desaparecer.
—No me ignores...
Dejó caer la mano y se la puso sobre la cabeza, apartándose de él para
tumbarse boca arriba.
—No le diré a nadie que eres una mujer —susurró Gunner lo
suficientemente bajo como para que sólo ella lo oyera.
Elodie refunfuñó e igualó su respiración. Un farol. No había forma de
que lo supiera con certeza, ni de que lo averiguara sin atravesar el acero.
La última vez que lo comprobó, los hombres, incluso aquellos con
mejoras cibernéticas, no podían averiguarlo.
La risa áspera que soltó le llegó a los oídos, provocándole un escalofrío.
No debería sentir tanta curiosidad por él, y le preocupaba
profundamente que, en lugar de disminuir, su curiosidad aumentara.
Le oyó alejarse y apretó los párpados con más fuerza.
Si hablo con él... sería una distracción. Podría aprender nueva información.
Ha estado fuera del calabozo y ha vuelto. Puede que haya visto a mi padre.
Aunque sabía que la posibilidad de eso era escasa.
Si hablo con él y me pongo de su lado bueno, tal vez consiga mantener mi
lugar seguro, tal vez no me toque como Kallan...
Sólo en los dos últimos ciclos, el recién llegado no la había tocado en
absoluto, ni siquiera cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.
Pero ella sabía que nunca podría confiar en él, ¿verdad? Elodie curvó los
dedos bajo la mejilla. No podía esperar que cumpliera su palabra.
¿O sí?
Elodie podría alcanzarlo de nuevo y tocarlo. También podía atacar a
Kallan, pero las consecuencias negativas eran más de lo que ella
deseaba. ¿Sería lo mismo con Gunner?
Y estaba lejos de ser el único prisionero reservado.
No había podido confiar en nadie desde que su padre se ofreció voluntario
como un tonto.
El pensamiento caprichoso la llenó de amargura durante un breve
segundo antes de desvanecerse. Me abandonó. Y no había nada que
pudiera hacer al respecto, ya no. Todavía no tenía planes para escapar, y
la variable añadida de llegar hasta su padre hacía que los planes que se
le ocurrían fueran mucho más imposibles.
Volvió a golpear los barrotes, pero se negó a reaccionar.
Al final, acabará aburriéndose.
A veces, Kallan olvidaba su existencia durante días. Había pasado tres
ciclos sin que él le prestara atención.
Los golpecitos se hicieron un poco más fuertes.
Si hablo con él y le caigo bien, podríamos aliarnos, aunque sea por poco
tiempo.
¿Aliarnos para qué? Casi se rió de la idea. Gunner no era un plan. Era sólo
otro hombre desafortunado.
No había escapatoria real de este calabozo, e incluso si la hubiera, ella
no sabía lo grande que era la nave, cuántos hombres lo tripulaban. No
tenía ni idea de cómo pilotar o dónde encontrar las cápsulas de
emergencia. Lo único que sabía era que los iban a entregar en algún
lugar, para algo, y que la entrega podía ocurrir en cualquier momento.
Si sobrevivía hasta entonces, las posibles conexiones dudosas que
pudiera hacer aquí en el calabozo no significarían nada. Si la sangre no
podía mantener unidas a dos personas, unas simples palabras dichas
con desesperación no tendrían más peso que un sueño olvidado.
Elodie suspiró. El golpeteo junto a su cabeza se detuvo. Luego volvió a
sonar. Contuvo un segundo suspiro.
No se le ocurrían muchas ventajas de conocer a Gunner, aparte de las
inmediatas.
—¿En qué estás pensando? —preguntó él como si supiera la discusión
que le rondaba por la cabeza.
¡Comida! gritó internamente. En ti. Tú y comida.
No tenía fuerzas para mirar si había raciones junto a la puerta de su
celda. Sobre todo, no tenía valor para abrir los ojos y alejarse de Gunner
sabiendo que estaba tan cerca que podría hacerle mucho daño si
quisiera.
Tampoco quería saber si una vez más se les habían negado el desayuno.
No mirar significaba que podía fingir un poco más.
Estoy pensando en ti sosteniendo la comida. Tú con tanta comida para
ofrecerme que puedo recordar lo que era sentirse llena. Me vino a la
mente una imagen de su cara y sus tatuajes y la forma en que podrían
moverse sobre sus mejillas mientras masticaba. De ahí, a un festín de
todo lo que le gustaba comer...
Elodie se lo imaginó con un tesoro de productos frescos, de los que
escasean en el espacio profundo, frutas y verduras mejoradas
genéticamente. Granos de café que habían salido directamente de la
tierra en lugar del falso polvo del que salían habitualmente. Gunner no
tenía tatuajes de armas en las mejillas, sino de trozos de tarta. Le
lamería la sangre y la suciedad de la cara si debajo hubiera una promesa
de tarta de chocolate.
Su estómago le gritaba que parara, pero no podía.
—Estás pensando en comida, ¿verdad?
Su pequeña fantasía murió tan rápido que ni siquiera recordaba cuándo
había empezado. Abrió los ojos de golpe y levantó la cabeza para
encontrar un espacio vacío donde los androides solían colocar las
raciones. Pasaron minutos mientras miraba fijamente, esperando que
aparecieran por arte de magia. El golpeteo a su lado continuó a pesar de
su decepción y su dolor, obligándola a mirar hacia él.
—¿Buscas esto? —Gunner levantó algo.
Entre sus dedos había una ración, golpeando de un lado a otro como lo
había hecho su dedo. Ya no estaba tumbado de lado, sino que imitaba
su misma posición y continuó haciéndolo mientras ella se deslizaba
hacia arriba y apoyaba la espalda en la pared.
No era exactamente la fantasía que había imaginado, pero se parecía lo
suficiente como para asustarla.
—Puedes recuperarlo si hablas conmigo. Y por si aún no te lo has
imaginado, lo he cogido y te lo he robado mientras estabas dormida.
Apagada por completo, como una bombilla fundida, prácticamente
muerta. No quería que se desperdiciara si ese era el caso —Se inclinó
más cerca—. Y tu amigo de allí también lo estaba intentando.
El dolor de su estómago emitió su triste canción y, por primera vez, se
lanzó a por él, arrebatándole la ración de la mano. No podía creer lo que
había conseguido, ni su audacia, pero al instante siguiente se escabulló
con su premio.
Risas estridentes la siguieron y no le importó una mierda. Hundió los
dientes en la mugre insípida y masticable saboreando cada rápido
bocado durante los escasos instantes que duró.
Kallan refunfuñó a su lado y ella supo que se había vuelto a divertir,
pero ya no le importaba, pues la saciedad se había apoderado de ella.
Cuando terminó, se encontró sentada frente a Gunner. Volvió a sentir
curiosidad.
La observaba como un depredador. Reprimió el repentino malestar y las
náuseas que amenazaban con acabar con su comida.
Elodie regresó a la pared, sabiendo que sus ojos la seguían todo el
camino.
—¿No vas a recompensarme? —preguntó Gunner, riendo entre
dientes—. Creo que merezco una recompensa.
Sistemas de recompensa entre prisioneros de poca monta... ¡Ja!
Kallan respondió por ella.
—Le ofrecí el sol y la luna cuando lo metieron por primera vez y
descubrí que cuanto más lo intentas, más se le endurecen los labios.
Pero a mi hijo le gusta escuchar... Cuando está de humor —Se rió
roncamente. Todo lo que decía Kallan sonaba repugnante.
Los ojos de Gunner parpadearon con luz roja, sólo un instante, antes de
volver a ser lechosos. Estaba a punto de inclinarse para verlos más de
cerca cuando él se apartó de ella y miró a Kallan, con el rostro más duro
que antes.
—¿Tu... hijo? —preguntó en voz baja y profunda. De un modo aterrador.
—¡El mejor chico que un hombre como yo podría tener! ¿No es cierto,
Ely? Papá se fue, pero uno nuevo ocupó su lugar. Un niño siempre
necesita un papá.
Que te jodan, Kallan.
—¿Es así? Ely no me parece un niño, parece...
—¿Una mujer? —Kallan intervino.
—Iba a decir hombre —terminó Gunner, inexpresivo.
Kallan soltó otra carcajada.
—Es una pena. Aun así, sólo habla con su padre y ya habíamos decidido
quién era antes de que llegaras. Si quieres hablar, mejor elige a otro —
espetó—. Como tu compañero de chaqueta.
—¿Y si quiero hablar contigo, Kallan?
—¡Deberías haber pensado en eso antes de regalar tu jodida ventaja!
Al momento siguiente, Gunner se apartó de su lado y se agachó en el
otro extremo de la celda sobresaltándola. Algo brillante y redondo rodó
por el suelo, a través de su espacio, con suficiente velocidad que no fue
hasta que se deslizó perfectamente a través de los otros barrotes y
entró en la unidad de Kallan cuando se dio cuenta de que era un gel de
agua. Su gel de agua robado.
Kallan lo atrapó, preparado para ello, tomándolo antes de que ella
tuviera oportunidad de moverse. Se lo bebió mientras ella lo miraba con
desesperación, sonriéndole cruelmente a través de sus dientes
amarillos cuando terminó.
—Ahora tengo una nueva ventaja —dijo Gunner, levantando el segundo
gel—. Tengo agua de sobra.
Mi agua.
—Si estás seguro de que puedes conseguir que pase de nuevo por
delante de Ely, supongo que podré responder a algunas preguntas —
refunfuñó Kallan.
Elodie estaba mirando con nostalgia el agua en su mano y no se había
dado cuenta de que Gunner estaba hablando con ella ahora.
—Te devuelvo esto si me dices una palabra.
Sus labios se entreabrieron.
En un instante, el rostro de él volvió a los barrotes, alineado con la
cabeza de ella. Se echó hacia atrás.
Gunner la inmovilizó con la mirada.
Casi podía saborear el refrescante líquido en su boca, sentir cómo se
movía por sus labios y su lengua, bajando por su garganta, hidratándola
desde fuera hacia dentro.
Sus labios se movieron para decirle una palabra...
—¡Pérdida de tiempo! Te lo dije —La voz chillona de Kallan estaba llena
de risas.
Elodie cerró la boca.
Gunner se levantó y se agarró a los barrotes que compartían, su
semblante cambió con un movimiento tan preciso, tan cuidadoso, que
era casi indetectable. Absorbía el espacio y lo había estado absorbiendo
desde que llegó. Elodie lo observó con inquietud, preguntándose si
estaría enfadado, sabiendo que Kallan mantenía su atención lo vio
realmente por primera vez. No en comparación con otros hombres, no
como un prisionero, o un hombre con mala suerte deteriorándose en el
suelo de una celda, sino como un ser singular. Uno con mucho más
poder del que debería tener.
Antes había estado asustada, pero ahora estaba embrujada.
Se está conteniendo. Elodie no sabía cómo lo sabía, simplemente lo sabía,
medio esperando que el metal de sus manos se hiciera añicos como el
cristal. Una vez más, la intimidación que le producía su presencia la
hacía imaginarlo destruyendo los barrotes. Liberándose.
Si digo algo, me devolverá mi gel de agua. Sabía que intentaba
convencerse a sí misma de que debía hablar con él, pero sus instintos
seguían en guerra.
Había algo en Gunner que la estremecía hasta los huesos, algo en su
forma de moverse, de observar y.… de acechar que no parecía humano.
Aun así, nunca podría confiar sólo en su palabra. Si tuviera una libreta,
podría escribir un mal libro de reglas sobre cómo sobrevivir en una
prisión, y la primera regla que pondría, la que estaría al principio de la
página, sería: nunca confíes.
No confíes en nadie, en nada, y no confíes en ti mismo. Especialmente
en ti mismo. Cuanto más terribles fueran las circunstancias, más
probable era que tu humanidad quedara sepultada por la bestia.
Kallan también pareció notar la diferencia, y al mirar a los demás
prisioneros, muchos también miraban con recelo a Gunner, que se había
solidificado en una terrorífica estatua de aspecto asesino. El silencio
abrupto llenó el aire de tensión.
—Mira, sólo estoy diciéndote la verdad —añadió Kallan vacilante.
Por favor, cállate.
—De todos modos, él no es quien debería interesarte —continuó,
intentando cambiar de tema.
—¿Quién debería interesarme? —murmuró Gunner por lo bajo.
La tensión estalló como una burbuja en cuanto habló y Elodie lo
agradeció.
—Los hombres que obviamente quieren algo de ti —dijo Kallan—. Mi
hijo no quiere nada de ti.
Royce añadió:
—Eres el único al que se han llevado de aquí y ha vuelto. ¿Qué tienes de
especial?
Gunner se volvió hacia él.
—Mi nave.
—¿También robaron la tuya? —preguntó Kallan, murmurando— ¡Parece
que todos tenemos algo en común!
—Lo hicieron, pero ahí es donde terminan las similitudes —Letal,
enfadado, en voz baja. ¿Nadie ve sus manos apretadas? No podía
quitarles los ojos de encima.
—Sí, algunos de nosotros no necesitamos llevar tatuajes de armas para
mostrar lo amenazadores que somos —Se burló Royce, provocando
una serie de risitas.
Elodie permaneció en silencio mientras los hombres a su alrededor se
burlaban, escuchando, con la esperanza de averiguar algo. Tenía ganas
de hacer sus propias preguntas, pero no quería arriesgar su invisibilidad
momentánea.
Nadie me presta atención. Parecía la primera vez en días. Su mirada
inquieta seguía clavada en Gunner, pero ni siquiera él le prestaba ya
atención.
Echó la cabeza hacia atrás y la posó contra la pared con un suspiro.
Debería estar pensando en papá y en cómo sacarnos a los dos vivos de
aquí. La única idea que se le ocurrió fue exponerse a los guardias y
esperar algo... Y ella no estaba preparada para eso.
—Toma —La voz de Gunner rompió sus pensamientos.
Elodie se giró para encontrarlo sosteniendo su gel a través de los
barrotes con los dedos. En el momento en que sus ojos se posaron en él,
lo hizo rodar por el suelo en su dirección hasta que se detuvo a medio
metro de su lado, oculto para todos menos para ellos.
¿Se lo estaba dando? ¿Por qué?
Su desconfianza aumentaba cuanto más se concentraba en el gel, que
volvía a ser claramente suyo, y esperó a ver si era una trampa.
Deslizó los dedos lentamente por el frío suelo y lo cogió, sin perder de
vista a Gunner, y cuando éste no hizo ningún movimiento, se lo llevó a
los labios y se lo metió en la boca, apretando el recubrimiento elástico
hasta que se disolvió y explotó en su boca. Elodie apretó los labios para
que no se le escapara nada, pero la excitación de tenerlo -cuando lo
había dado por perdido- fue demasiado. El agua se acumuló en su
garganta y se asentó en su vientre demasiado rápido para su gusto. A
pesar de sus esfuerzos, las gotas se escapaban y lo que su lengua no
podía atrapar se deslizaba por su barbilla.
Las atrapó con el dorso de la mano y se frotó la humedad contra los
labios. No podía desperdiciar ni una gota de agua. Elodie sintió sus
penetrantes ojos clavados en ella todo el tiempo. Una fuerte respiración
le hizo cosquillas en el pelo junto a la oreja, cada vez más pesada y
fuerte.
Se obligó a mirar.
Sus labios se hundieron. Unos iris rojo sangre llenaron su visión, más
brillantes y profundos que antes. Hacían que los barrotes de metal
brillaran en carmesí y, más allá, su boca estaba entreabierta. Su aliento
salía entrecortado, y entre sus labios, ella podía ver afiladas puntas de
dientes.
Dientes que no eran humanos. Dientes que no habían estado allí antes.
Se acercó para ver mejor, pero la boca de él se cerró de golpe y sus ojos
volvieron a la normalidad sobresaltándola.
Rompió primero el contacto visual con ella y se dio la vuelta
apoyándose contra la pared.
Siguió mirándolo durante un rato, sin saber si lo que había visto era real
o no. Cuanto más pensaba en ello, más se convencía de que sus incisivos
habían sido una ilusión, un truco de su mente causado por el
agotamiento. Que estaba alucinando.
—De nada —susurró lo bastante alto como para que sólo ella lo oyera.
Elodie se frotó los pantalones con las palmas de las manos y volvió a
recostarse, cerrando los ojos y perdiendo la conciencia.
Regla número dos: no esperes algo a cambio de nada.
Si le doy lo que quiere y hablo con él, gana. Si gana, ¿qué es lo que gana? Mi
voz y su juego. Elodie sabía muy bien que la única razón por la que quería
volver a oírla era para satisfacer sus sospechas de que no era un hombre.
Me devolvió el agua y la ración sin pedir nada y él aun no lo sabe, no podría
saberlo.
No tiene por qué saberlo nunca.
Abrió los ojos y miró hacia él. Los suyos estaban cerrados con fuerza, su
pelo en ondas los ocultaba y su cuerpo estaba relajado.
Elodie agarró la tela de su camisa y se tragó lo que iba a decir. Tendría
que esperar.
Incluso los hombres con ojos de loco, tatuajes llamativos y posibles
colmillos también necesitaban dormir.
Capítulo 6

A los pocos días de ser capturado, Gunner había recuperado suficiente


energía en sus sistemas para espiar a través de las cámaras, dejando un
rastro irreconocible tras de sí. No era su fuerte, estando en el espacio
digital, pero tenía conocimientos suficientes para dominar sistemas
anticuados y no gubernamentales.
Gunner pasó un buen rato vigilando a los guardias por toda la nave,
aunque enseguida se aburrió y volvió a centrarse en el puente, donde
terminaban las señales de seguridad principales y empezaba unas
nuevas.
El puente le iba a dar problemas.
Se dedicó a explorar las líneas con las suyas y aprendió lo que pudo con
lo que tenía.
La paciencia era algo con lo que luchaba, y ahora tenía un medio para
conseguir lo que quería. Quería recuperar su nave y la quería ya.
Exploró la zona y sus ojos se posaron en cada uno de los prisioneros de
su entorno inmediato. El mundo era silencioso a sus oídos, y los
llenaban los pesados resoplidos del sueño, incómodos pero
inconfundibles. Todos los hombres estaban en estado de reposo,
provocado por años de haber sido programados para relajarse cuando
las luces se atenuaban.
Llevaba tres días fuera y su cuerpo temblaba por haber estado
enjaulado tanto tiempo. Tuvo que esperar pacientemente la pista que
necesitaba.
Había una docena de cámaras incrustadas en las luces del calabozo, por
encima y detrás de barreras que no podía alcanzar físicamente, todas
situadas en zonas fuera de las filas de celdas.
Su mirada se posó en Ely y su atención se centró en su cuerpo. Gunner
aún no podía decidir si Ely era un hombre o una mujer.
En cualquier momento, Gunner podría agarrarlo, arrancarle la ropa y
averiguarlo, pero incluso él sabía que era una idea terrible.
Si realmente era una mujer y la exponía mientras estaba en un espacio
tan vulnerable, estaría jodida porque no se quedaría el tiempo
suficiente para hacer algo al respecto. Mi nave es lo primero, mis chicas
artilleras, mis armas y mi IA. Eso es lo que me importa. Le vinieron a la
mente algunos pensamientos más, como sus adquisiciones de DEPT y
las plantas, animales y monstruos que albergaba en su laboratorio, pero
no estaba del todo preocupado por ellos. Todavía no.
Confiaba en sus sistemas de seguridad, electrónicos y cibernéticos.
Ely se estremeció bajo su mirada y soltó una tos seca, pero sus ojos
volvieron a cerrarse con fuerza.
Había vuelto al centro de su celda para descansar y Gunner no podía
culparle. Era lo más seguro, incluso si resultaba tener una polla entre las
piernas. El tipo es pequeño. Fácil de dominar. Más pequeño que la
mayoría, y alto, dedujo Gunner de los breves instantes en que había
visto a Ely de pie, pero delgado y musculoso si realmente era una mujer.
La ropa sucia y raída de Ely dejaba entrever un poco de musculatura. Al
menos, había tenido músculos antes de estar encerrado en una celda
durante semanas sin comida ni agua.
También tenía cicatrices en las manos y los brazos, donde la carne
quedaba al descubierto. Esas cicatrices significaban un trabajo duro,
posiblemente peligroso; tal vez un soldador, un constructor,
posiblemente incluso un cocinero. Hiciera lo que hiciera, había una
posibilidad de daño.
¿Un asesino a sueldo?
Ely estaba de lado, acurrucado sobre sí mismo para protegerse del frío y
encapsular todo el calor posible. Era la misma posición en la que Gunner
lo había visto cuando lo trajeron del interrogatorio. Muchos de los
hombres que le rodeaban descansaban de la misma manera.
Cuando no había esperanza, a nadie le importaba realmente su aspecto.
Gunner juntó las manos en silencio. Agradecía el calor interno de su
ordenador central que siempre lo mantenía cómodo. Se tapó la nariz
con las manos y aspiró su propio aroma, suspirando por la familiaridad y
el bienestar que le proporcionaba.
Con las manos aún sobre la cara, volvió a la tarea que tenía entre manos
y se dirigió al centro de la celda.
¿Ho, a dónde, ho, a dónde se ha ido mi perrito?2 Deshizo largos hilos de
electricidad, impulsados desde lo más profundo de su hardware, en
busca de la conexión más cercana -una que estuviera a su alcance- a su
celda. El panel eléctrico le atrajo, pero hizo caso omiso, sabiendo que
necesitaba algo más cercano... Algo dentro de su espacio que pudiera
tocar a voluntad y sin tener que romperse el brazo para llegar a la
cerradura.
El chorro de luces de arriba fue lo siguiente, y el mecanismo que
liberaba las ataduras, poco después. Sus ojos se desviaron hacia arriba,
hacia el techo, que seguía estando varios metros fuera de su alcance. El
viejo techo metálico se encontró con su mirada.
Todavía demasiado lejos.
Gunner se agachó sobre los conductos de ventilación que atravesaban y
pasaban por debajo de sus pies, pero no sintió nada cerca. El agujero del
centro no tenía más de varios centímetros de diámetro, y bajo él había
un sistema de rejillas que él divisó con respiraderos de succión a lo largo
de sus paredes.
Así que atrapa la mierda y luego la succiona hacia las paredes.
Con los continuos sonidos del mal sueño llenándole los oídos, Gunner se
apartó y pasó meticulosamente las manos por las paredes, el suelo y los
barrotes de su recinto, encontrando pequeños fogonazos de energía
bajo el metal. Cuando todo estuvo dicho y hecho, su atención volvió al
conducto de la mierda.
¿Por qué coño me hicieron chacal?
Volvió a agacharse ante el conducto y lo miró con asco. Flexionó los
dedos y sus garras se alargaron hasta convertirse en afiladas puntas.
Pasó la yema del pulgar por una de ellas hasta que la piel se cortó y se
desgarró goteando sangre parcialmente sintética.

2
Where oh where can my little dog be?, canción infantil estadounidense.
Gunner se cortó más profundamente, dejando al descubierto la punta
del hueso del pulgar y el brillo del metal sin corromper que formaba su
armazón.
Un movimiento a su izquierda le detuvo. Retiró las uñas y cerró las
manos sobre el corte que ya había empezado a cicatrizar. Ely apareció a
su lado y le miró la mano.
Gunner abrió el puño y se lo mostró cicatrizado de nuevo.
—Aquí no hay nada que ver —susurró, pero su atención no se detuvo y
volvió a centrarse en los ojos de Ely, en la forma en que le crecía el pelo,
así como en la forma de sus labios. Aunque la luz era tenue y borrosa,
pudo ver la cara de Ely con más claridad que nunca.
Tenía la nariz recta, ojos almendrados, pómulos fuertes y altos y
mandíbula afilada. Todo cubierto de capas de suciedad, pero también
había franjas de piel fantasmagóricamente pálida bajo la mugre. El tipo
de palidez que significa años de tomar pastillas de vitamina D, porque
nunca ha visto la luz del sol.
Su pelo es rubio, o castaño claro. Él no sabría decirlo. Le caía en
mechones gruesos sobre las orejas y a los lados de la cara, ocultando
algunos de sus rasgos.
Un muchacho bonito... o una joven hermosa.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Gunner lo suficientemente
bajo como para que sólo lo oyeran ellos dos. No quería despertar a
nadie. Especialmente a Kallan.
Si Kallan se despierta, pienso matarlo.
Ely había estado a punto de decirle algo antes de que Kallan se
interpusiera. Gunner había visto sus labios entreabiertos.
Si volvía a ocurrir, iba a haber aún más muertes de las que había
planeado. En silencio, Ely volvió a su lugar junto a la pared y dejó caer la
cabeza sobre la rodilla mirando en su dirección.
Gunner se volvió hacia el conducto de ventilación, se cortó el centro del
pulgar y arrancó el metal junto con los cables y la tecnología que lo
hacían funcionar dejándolo caer sobre la rejilla. Pasó un momento antes
de que fuera absorbido por los sistemas más profundos de la nave.
Lo sintió moverse por los sistemas de la nave.
Gunner protegió su cirugía improvisada, pero seguía sintiendo ojos en
su espalda. Apretó los dientes contra el dolor de su mano iniciando el
largo y arduo proceso de reconstrucción de su pulgar, y la incómoda
sensación del exceso de energía que se utilizaba para reparar el daño.
Por desgracia, al mismo tiempo reparó el resto de su cuerpo: el hombro
dislocado, los moratones de la cara y el resto de su falso yo humano
bajo la ropa.
Supo el momento en que su pulgar desprendido fue separado de los
residuos de la nave y reciclado, descompuesto y creado en algo nuevo
para uso del ecosistema artificial. Arrojado a una máquina donde la
energía de la nave era abundante.
Sus labios esbozaron una sonrisa de satisfacción. Directamente
conectado.
Gunner quiso que las luces parpadearan suavemente y así ocurrió.
Hizo que el panel de la puerta de su celda se desbloqueara
silenciosamente, y así ocurrió.
Abandonó su cuerpo y se conectó con la seguridad de la nave,
apagando las señales visuales del pasillo. Gunner suprimió las sirenas. Se
volvieron a encender un segundo después.
Poder. El poder era mejor que la paciencia.
Echó la cabeza hacia atrás y gimió. Aunque le dolía, su cuerpo se había
convertido en un imán, y podía dar o recibir todo lo que quisiera.
Si se trataba de ver quién conseguía antes lo que quería, si él o los
capullos que le habían robado la nave, estaba seguro de que iba a ganar.
Aunque la forma de ganar fuera poco convencional.
Se puso en pie, sintiéndose bien, y se desabrochó los pantalones. Sus
oídos se aguzaron ante los ronquidos y gruñidos de los que le rodeaban,
su concentración estaba en alerta máxima mientras liberaba su polla y
orinaba.
Ahora tu nave es mía.
Gunner observó cómo la corriente se desvanecía hacia dondequiera que
fuera, sabiendo que su olor estaba marcando el navío desde dentro
hacia fuera. Se sacudió el pulgar flácido, disfrutando de la incomodidad
de su piel hinchada y débil mientras su olor dominaba a todos los demás.
Miró por encima del hombro a Ely, quien había cerrado los ojos.
Punto para mujer.
Gunner se movió alrededor de su celda y marcó cada esquina, rociando
lo que ahora era suyo: el pasillo de al lado y la puerta de la celda,
prestando especial atención a la cerradura. Continuó hasta que su olor
llegó a la unidad de Royce y a los espacios exteriores, pero se detuvo en
los barrotes que compartía con Ely. Cuando agotó sus reservas de agua
y secó, limpió y reclamó las nanocélulas que había distribuido por todas
partes, se subió la cremallera y se sentó contra los barrotes más
cercanos a su pequeño entretenimiento.
—Ya puedes abrir los ojos —dijo.
Inclinándose hacia delante, Ely suspiró y frunció el ceño, pero al final
abrió los ojos y le miró. Sus labios se fruncieron y se movieron, pero no
salió ninguna palabra. Gunner no pudo evitar que su sonrisa creciera, y
cuanto más crecía, más respondía Ely. Con sus fosas nasales agitándose
y de nuevo erguida, Ely buscó en su celda e hizo una mueca.
—¿Quieres saber por qué me he meado encima de todo? —Le espetó
en voz baja.
Ely lo miró con el ceño fruncido.
Está enfadado.
¿Por qué está enfadado? Su entretenimiento se volvió un poco más
entretenido.
Su boca se abrió, se cerró y volvió a abrirse, y un largo silbido de aire
salió de entre sus labios.
Habla, Ely, habla. Gunner se sentía como un canino dando órdenes a un
gatito, y a diferencia de su ADN Canis mesomelas3, sabía que a un gato
no se le podía dar órdenes. A un humano sí.
—¿Por qué? —exhaló Ely.
Las palabras inundaron sus oídos como una descarga triunfal y se
agarró a los barrotes que los separaban. Se acercó y su nariz se
3
Chacal de Lomo Negro
interpuso en el espacio de Ely, haciéndole retroceder sobresaltado. ¿Por
qué? Dos simples sílabas, roncas y bajas, ocultas bajo la intriga. Gunner
estaba intrigado. Aquellas palabras se le metieron en la cabeza y se
incrustaron en sus sistemas. Reprodujo, una y otra vez, el tono, el matiz
y el contexto y todo...
Gritaba femenino.
Te has descubierto, mujer.
Gunner aspiró el aire recién perfumado del calabozo, tratando de olerla
sólo a ella, pero descubrió que su propio olor lo dominaba. Se agarró a
los barrotes, molesto, frustrado de nuevo en su esfuerzo por encontrar
respuestas. El pulgar le dolía y le ardía bajo la presión, y el metal se le
doblaba bajo los dedos.
‘¿Por qué?’ La voz de Ely había sido femenina y molesta. Ely pasó de ser
posiblemente un hombre en su cabeza a ser incuestionablemente una
mujer.
Demuéstrame que me equivoco, pensó para sí, exigiendo a su propia
tecnología que lo hiciera y exigiéndoselo a ella en silencio.
Gunner recuperó el control y soltó los barrotes.
Necesito que se acerque, necesito oler lo que realmente es ella. De
repente, el poder que había alcanzado se esfumó en el pasado y la
impaciencia reclamó su lugar en el trono de su ordenador central.
Su concentración volvió en un abrir y cerrar de ojos y le respondió:
—Estaba marcando mi territorio.
Su mirada agotada por el miedo se atenuó ligeramente.
Por favor...
Ely separó sus labios agrietados y sucios.
Por favor, vuelve a hablar.
—No es tuyo —dijo ella.
Su boca se curvó en una sonrisa ladeada mientras añadía sus palabras al
resto que ahora poseía él en su memoria.
—¿Estás segura de eso?
Volvió a echar un breve vistazo a su espacio, y la ira de antes volvió a
encenderse.
—Sí.
—Todo lo que toco es mío. Mientras yo quiera —afirmó.
—No, no lo es. Esa celda no es tuya. Eres hombre muerto y aún no te
has dado cuenta. Todos sabemos que eres diferente y que quieren algo
de ti que no quieren de nosotros. Esa celda —dijo señalándola—,
pertenece a otra persona.
—¿A quién?
Apretó los labios.
—¿A quién? —volvió a preguntar, sintiéndose extrañamente amenazado.
Gunner no quería que dejara de hablar; no había guardado suficientes
de sus palabras. Ya era bastante difícil sonsacarle información, pero si
dejaba de hablar ahora, existía la posibilidad de que no volviera a
hacerlo.
Miró detrás de ella al bulto dormido de Kallan.
Ely le entendió cuando intercedió.
—No lo hagas.
—Y no quiero —Ninguno de los dos quería que Kallan se despertara—.
Haré un trato contigo.
Ely no respondió y Gunner se preguntó en que estaría pensando.
Diablos, se preguntó cómo se había acabado en un calabozo lleno de
escoria. Incluso él era considerado escoria. Escoria de la Tierra. Escoria
del universo. Escoria de mil Cyborgs porque destruía por la fuerza el
autocontrol que a menudo mantenía a raya sus decisiones para
perderse en lo más profundo de sí mismo. No tenía tiempo para
contenerse y, por eso, era una pieza de tecnología que funcionaba mal y
no era de fiar para el gobierno terrícola.
Cuando ella continuó mirándole fijamente, con la mirada perdida y los
pensamientos en otra parte, Gunner continuó.
—Háblame —Le dijo, sin saber por qué, pero sabía que quería más de
ella—. Sólo háblame y pasa el tiempo. Si van a arrastrarme y matarme
en cualquier momento, ¿qué daño puede hacer un poco de
conversación?
La mirada vidriosa de sus ojos desapareció y volvió a centrarse en él.
—No soy una mujer —dijo inesperadamente—. Tengo polla, me gustan
las mujeres y no me gustan los hombres. Si estás intentando jugar a
algún juego idiota conmigo, déjame decirte la verdad sin rodeos. Aquí
no hay juego —Ely agarró su camisa y la soltó—. Hablaré contigo si
respondes a mis preguntas y.… responderé a las tuyas. Con la verdad.
Pero si vamos a empezar entonces deberíamos sacar eso entre
nosotros ahora porque ya he tenido suficiente de la mierda de Kallan y
—entrecerró los ojos—, me gustaría hacer un trato.
Bingo... Maldita sea. Gunner apretó la lengua contra el paladar para no
estallar en carcajadas.
Una pregunta por una pregunta. Una mentira por una mentira. Sus ojos
se desviaron del rostro de Ely para deslizarse por su cuerpo. Se ajustó la
entrepierna en un esfuerzo por despistarlo. Pero la has ajustado mal.
Está a la izquierda o a la derecha. No tienes espacio suficiente en el centro.
—Nunca pensé que fueras una mujer —mintió a medias y volvió a
mirarla a la cara—. Y no eres mi tipo. Ni siquiera los chicos guapos me
gustan —Gunner se encogió de hombros—. A mí personalmente me
gusta un coño bonito y limpio, preferiblemente mojado y apretándose
porque no puede esperar a que le dé de comer mi polla. De los que van
acompañados de una cara y un cuerpo bonitos. Sí. Ya me entiendes —
Cerró los ojos como si se lo estuviera imaginando—. Una cosita sumisa
que se retuerza ante mis caricias y reciba todo como yo se lo dé —Se
puso de espaldas a la pared y se acomodó—. Maldita sea. Me
encantaría un coño ahora mismo.
—Sé lo que quieres decir... —dijo ella, con la voz tensa.
Gunner olfateó el aire y no encontró nada más que su propio olor,
maldiciéndose a sí mismo por añadir más obstáculos para olfatear.
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste una mujer? Una mujer de
verdad. No uno de esos sexbots tan usados.
Miró hacia ella, pero no pudo ver ningún rubor bajo la suciedad de sus
mejillas.
—¿Es esto de lo que realmente quieres hablar? Tengo condiciones.
—Claro. ¿Cuáles son tus condiciones? Las mías son conversación.
Gunner se puso rígido cuando ella hizo algo que él no esperaba. Ely se
acercó a él y se sentó al otro lado de los barrotes. Volvió a olfatear.
Podía discernir ligeros y difuminados vestigios de su olor y se dio cuenta
de que era aquel extraño y seductor aroma que había percibido al llegar.
Se acercó un poco más a ella y, cuando ella no retrocedió, quiso aullar
de satisfacción porque si estaba en lo cierto...
Era la primera vez que una mujer, una mujer de verdad, decidía
voluntariamente acercarse a él. Que además, no sólo estaba en
presencia de una real -traída por un mal giro del destino- sino de una
que quería estar en su presencia.
—Este es mi territorio. Aquí mismo. No me tocarás, no atravesarás mis
barrotes, no intentarás hacerme daño de ninguna manera mientras yo
esté aquí. Si quieres intentar reclamar tu espacio, entonces yo quiero
reclamar el mío. Y este lugar es mi lugar seguro.
—Bien —dijo—. Trato hecho.
—No he terminado. Sólo porque digas trato no significa que confíe en ti.
En el momento en que rompas los términos es el momento en que esta
conversación termina.
Gunner reprimió una sonrisa.

***

Estaba siendo más atrevida de lo que había sido nunca y eso le hacía
sentir bien. Elodie sabía que no todos los hombres encarcelados con ella
eran malos. Aún no tenía veredicto sobre Gunner, pero podía fingir que
bajaba la guardia, al menos hasta que él bajara la suya. Conseguir lo que
quería de él y dejar que se pudriera si llegaba el momento.
Apoyó el hombro en los barrotes que los separaban y apoyó la frente en
ellos como había hecho tantas veces con su padre. Se sentía bien
haciéndolo. Cuando él no hizo ningún movimiento para tocarla, herirla o
hacerle algo, una chispa de inquietud floreció en su estómago.
—Quiero saber qué viste cuando te sacaron del calabozo —susurró—.
A quién viste.
Giró la cabeza en su dirección.
—¿Planeas escapar?
Se le pasó constantemente por la cabeza, pero decírselo quizá no fuera
tan buena idea. Elodie reflexionó sobre qué decir cuando las luces se
encendieron sobre ella, indicando el final de otro ciclo de descanso.
Parpadeó hasta que pudo volver a ver con claridad. Algunos de los
hombres que la rodeaban gimieron y se incorporaron. La tensión llenó
el calabozo, como ocurría con cada nuevo ciclo matutino mientras los
pensamientos de todos se alineaban brevemente: ¿recibirían una ración
matutina?
Levantó la cabeza de los barrotes y se apartó ligeramente, sin querer
que nadie en las celdas que la rodeaban supiera que se había acercado a
Gunner.
Lo suficiente como para apoyarse en los barrotes.
Se le hizo un nudo en el estómago cuando se unió a las masas que
vigilaban la puerta. En la falsa luz del ciclo diurno, su desánimo por la
situación regresó, y con él, su decisión de reducir la distancia que la
separaba de su nuevo vecino de celda.
—¿Tú. Estás. Intentando. Escapar? —Las duras palabras le retumbaron
en el oído.
—No lo sé —susurró.
—Entonces, ¿por qué quieres saber lo que está pasando fuera de esas
puertas?
Elodie sacó la barbilla.
—¿Y bien?
Deseaba que la puerta se abriera y revelara a su padre -su padre y la
comida de la mañana-, pero el desconocido que estaba a su lado seguía
interrumpiendo sus fantasías.
—Si estás intentando escapar, vas a fracasar. Créeme, fracasarás.
No, no lo haría. Y, no lo haré. Su corazón latió un poco más rápido ante la
perspectiva. La puerta permaneció cerrada y su estómago se hundió un
poco más. Claro que lo haría, suspiró. Esperar la oportunidad...
—Ya sé cómo escapar —dijo, de repente llena de rabia y tristeza, pero
sobre todo de hambre. Por el rabillo del ojo, notó que él se acercaba.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
—¿Qué te lo está impidiendo?
—Alguien —respondió.
—¿Quién?
Esta vez casi pudo sentir el calor de su aliento en su mejilla. Elodie miró
hacia él y deseó no haberlo hecho, encontrando sus ojos rojos y
sangrantes en lugar de sus habituales ojos muertos. ¿Por qué están rojos
otra vez? Un escalofrío la recorrió con la violencia de una mujer medio
muerta de hambre.
—Tengo una condición más para nuestro trato —dijo en lugar de
responderle.
Gunner le dedicó la más lúgubre de las sonrisas.
—¿Cuál?
Ladeó la cabeza y miró a Royce.
—Quiero tu chaqueta —susurró.
—¿A cuánto asciende el valor de su voz?
Gunner miró a Royce. Permaneció en esa posición durante un tiempo
incómodo.
Elodie se alegró de no poder verle la cara.
Se hizo el silencio entre ellos y las cosas volvieron lentamente a la
normalidad.
Y para su sorpresa -después de haber renunciado a la comida aquella
mañana- oyó que se abría la puerta del calabozo. Como de costumbre,
entró un guardia seguido de un androide. Se detuvieron uno a uno en
cada celda y distribuyeron las raciones. Y como todos los días, el guardia
se asomaba y miraba fijamente a cada prisionero, haciéndose pasar por
un rey.
Lo odiaba, odiaba que la miraran, odiaba temer siempre que, de algún
modo, algún día la miraran y la vieran de verdad.
Se le aceleraba el corazón una y otra vez mientras se desarrollaba el
desenlace de aquella pesadilla. Si renunciaba a su secreto, sería porque
así lo había decidido, no porque alguien se lo hubiera arrebatado.
Elodie bajó la cabeza y dejó caer el pelo hacia delante. Levantó una
rodilla hacia el pecho y encorvó la espalda, intentando que su cuerpo
pareciera más pequeño; lo bastante pequeño como para desaparecer,
lo bastante pequeño como para ocultarse tras los delgados barrotes.
El guardia se acercó a la celda de Gunner y gruñó.
—Pensé que el jefe te haría algo más que eso —dijo—. Nunca he visto a
un hombre salir de allí sin los ojos hinchados y los vasos sanguíneos
reventados.
—Él y yo llegamos a un acuerdo —replicó Gunner.
Elodie ladeó la cabeza para observar el intercambio. El guardia se había
dado cuenta de algo que ella no...
Ya no tiene moratones.
Se acercó la rodilla al pecho. ¿Cómo?
—¿Qué tipo de acuerdo sería ese?
—Tal vez quieras preguntarle a él. No sé si le gustaría que se lo dijera al
repartidor.
El guardia sacó el brazo antes de que el androide pudiera dejar caer las
raciones en su celda, deteniéndolo.
—Ah, qué pena por ti —Sonrió satisfecho—. He oído que pasar hambre
es un verdadero dolor, no el tipo de dolor que un hombre elige si es
posible, pero está bien, tal vez elijas mejor la próxima vez.
Se acercó a la celda donde se encontraba ella.
—Quizá quieras replantearte eso —La voz de Gunner se elevó más alto
que antes haciendo que su corazón diera un vuelco, recordando cómo
sonaba momentos antes, apenas por encima de un susurro.
—¿Qué has dicho? —preguntó el guardia, encarándose de nuevo con
Gunner.
Él se puso de pie.
Elodie iba a vomitar bilis mientras se acercaba al guardia.
—El nuevo tiene ganas de morir —resopló Kallan al otro lado de ella.
—He dicho que quizá deberías replanteártelo —dijo Gunner con una
voz llena de inquietante advertencia.
—¿Replantear el qué?
Señaló las raciones.
—Eso.
—¿La comida, cabrón?
—Lo entendiste. Sabía que alguien en esta nave tenía que ser
inteligente —Se burló Gunner. El guardia se tensó y su mano cayó sobre
la varilla que colgaba de su costado—. Eso es. Pégame una paliza, no
me des mis raciones, y cuando vuelva a hablar con tu capitán y regrese
sin una herida, le contaré todo esto. Todo sobre su peón
extralimitándose.
Estaba mintiendo. Había visto lo herido que estaba el día anterior. Miró
a los demás prisioneros, pero todos lo miraban con curiosidad morbosa.
¿Nadie más se había dado cuenta de sus magulladuras de ayer?
Su atención volvió a Gunner. No quería que le pegaran, no quería que
hubiera violencia. Y se dio cuenta de otra cosa que la enfurecía...
Le importaba.
El guardia retrocedió un paso, pero su sonrisa se mantuvo hasta que
empezó a reír. Agarró el mango de la vara y profirió una carcajada. El
ronco rugido era forzado, tenso y siniestro y no cesaba. Cuanto más se
reía, más le dolían los tímpanos. Cada hipo y cada carcajada se
convertían en un puñetazo en las tripas y parecía que había pasado una
eternidad antes de que por fin se detuviera y la locura que había creado
volviera al silencio.
Elodie se quitó las palmas de las orejas sin darse cuenta de que las había
colocado allí en primer lugar.
—Eres gracioso. Eres jodidamente gracioso —jadeó el guardia entre
risitas. Su horrible risa volvió a aumentar y ella pensó que había caído en
el país de las maravillas.
—Por favor, haz que pare —susurró ella.
Y de repente, paró. La voz de Gunner retumbó a través del sonido:
—Nunca se sabe —Se encogió de hombros, con los labios torcidos en
una sonrisa—. Pero deberías pensar un poco más en tu propia piel.
Puede que mañana no la lleves puesta.
Sin tirar a Gunner su ración, el guardia se encorvó y se dirigió a la celda
de ella con una sonrisa burlona en la cara. Dejó caer su comida, y luego
la de Kallan, y luego la de todos los demás de su fila hasta que terminó
su circuito y regresó a la celda de Gunner. Se comió tranquilamente el
resto de las raciones que tenía -delante de todos ellos- e hizo alarde de
ello.
Con una última y horrible carcajada, se marchó.
Elodie miró su ración sin sentir hambre por primera vez en semanas.
Capítulo 7

El resto del día transcurrió sin incidentes y cuando por fin le dijo a Ely
que comiera, ella suspiró y lo hizo. Era la única reacción que había
obtenido de ella desde aquella mañana.
Se estaba acostumbrando a la vida cotidiana de un prisionero,
encontrándola algo encantadora.
Simple y aterradora.
Cuando la puerta volvió a abrirse más tarde ese mismo día, estaba
preparado para ello, observando a través de los canales externos a su
cuerpo cómo un guardia diferente y un androide con provisiones se
dirigían hacia ellos. Cuando repartieron la comida, mantuvo la boca
cerrada y la cabeza gacha, sabiendo que ya era casi la hora.
Contó los segundos hasta que se atenuaron las luces del techo, y siguió
haciéndolo hasta que se apagaron del todo. Hasta que ya no hubo más
luces. Hasta que una oscuridad impenetrable llenó el espacio y cubrió
sus huellas de todas las miradas indiscretas. Sofocó toda la energía del
calabozo.
Esperó al ciclo de descanso para asegurarse de que el mayor número
posible de guardias y tripulantes estuvieran fuera de circulación para
ejecutar su plan. Sus ojos cambiaron a visión nocturna.
En silencio, se levantó y se dirigió a la puerta de su celda, la desbloqueó
y salió. Los murmullos y el ligero pánico de los que le rodeaban no
hicieron más que ocultar aún más su rastro.
Gunner los ignoró y siguió avanzando aprovechando su confusión antes
de que sus sentidos cambiaran de prioridad.
Se quedó parado en la puerta de salida del calabozo, con la mano
extendida...
Algo le impedía avanzar.
Olfateó el hedor enclaustrado y buscó el único olor que había llegado a
reconfortarle en cierto modo.
Gunner giró sobre sus talones y se acercó a la celda de Ely. Se quedó
fuera de su unidad, observándola en la oscuridad, con los ojos muy
abiertos y parpadeando, mirando en dirección a su propia jaula. Su
mano se posó sobre la cerradura sabiendo que podía abrirla, entrar,
hacer lo que quisiera y conseguir por fin la última prueba condenatoria
que necesitaba, pero una vez más su mano se detuvo.
En su lugar, las voces de los demás se alzaron a su alrededor, tratando
de penetrar en su pequeño y oscuro mundo recordando el tictac
constante del reloj.
No apartó los ojos de Ely, que se movía con desconfianza y acabó
escabulléndose hacia los barrotes que unían sus unidades. Gunner no
tenía ni idea de por qué se sentía más segura a su lado que en medio,
pero la razón por la que se mantenía alejada de Kallan era obvia.
No necesitaba acercarse a él ahora, no en la oscuridad. La oscuridad la
protegía como a él. Sus manos se aferraron a sus costados cuando sus
labios se abrieron para hablar, olió un hilillo de miedo. Provenía de ella y
por alguna razón, eso le molestó.
¡Joder!
Volvió a meterse en su celda y se agachó junto a ella.
—shhh —susurró junto a su oído, haciéndola saltar—. Subida de
tensión, acabará pronto —La consoló. Ely recuperó la compostura y se
acomodó. Él, por su parte, tuvo que estirar los dedos a la fuerza para
liberar la tensión de sus tendones, sabiendo que podía tocarla
accidentalmente. Su trato no se vería interrumpido por un accidente.
¿Verdad?
¿Cuándo me convertí en un santo? Gunner volvió a ponerse en pie y
frunció el ceño, negándose a dedicar otra mirada a su entretenimiento.
Reanudó su misión y volvió a la puerta, apagando las luces de más allá
de la misma antes de atravesarla, sin que nadie se diera cuenta, sólo
perceptible para los que creían estar oyendo cosas.
Intentó aliviar parte de la tensión que se había acumulado en su cuerpo,
pero cuanto más se adentraba en la nave, peor se sentía.
Incluso mantener una parte de sí mismo vigilando la seguridad de la
nave, evitando que saltaran las alarmas y reproduciendo bucles de
transmisiones anteriores, sirvió de poco. Su lógica le exigía que volviera;
su bestia le exigía que volviera.
Extendió las garras de la mano derecha y se las clavó en la palma.
Claridad a través del dolor.
Gunner se apretó contra la pared cuando unas voces llenaron el pasillo.
Procedían de una puerta abierta por la que tenía que pasar. Al olfatear
el aire, aunque ventilado y esterilizado, el agrio sabor del sudor, el
malestar y los cuerpos sucios le llenó la nariz.
No eran los hombres que buscaba.
Esta noche perseguía un objetivo diferente.
—El capitán dice que nos dirigimos a Elyria.
—Ya era hora. Necesito algo más que acero viejo y vosotros para mirar.
Asimiló la información y se agachó, dejando su cuerpo para comprobar
la alimentación de la sala. No estaban mirando hacia él. Pasó a toda
velocidad. Sus voces se desvanecieron cuando los dejó atrás.
El pasillo llegó a su fin, a una pequeña abertura de piezas inconexas,
cajas y manchas de grasa. A un lado había otro pasillo que sabía que le
llevaría a las salas de máquinas y a los bajos fondos, el otro camino
conducía al almacén, pero era el ascensor que tenía delante el que le
llevaría a la planta superior, donde se encontraban las habitaciones de la
tripulación.
Bajó y se quitó las botas en silencio, deslizándolas detrás de una de las
cajas.
Gunner puso la mano en el panel del ascensor y forzó sus puertas para
que se abrieran. Una vez encerrado en el estrecho espacio y subiendo
por él, el hedor del calabozo desapareció. Apretó los dientes contra el
impulso de volver, clavándose nuevas heridas en la palma de la mano.
Un momento después, el ascensor se abrió para mostrar la cubierta de
la tripulación. La tensión que antes le aullaba se transformó en una
hambrienta, deliciosa y dulce expectación.
Entró en el rellano, un poco más lujoso, y se crujió el cuello. Todos los
que busco están aquí.
Gunner levantó la nariz y volvió a respirar hondo, ordenando lo que
necesitaba y lo que quería. El capitán está en el puente. Pero Gunner aún
no iba tras él y el puente estaba en otra planta.
Tardó un poco en entrar y salir de las habitaciones, más que si hubiera
esperado a que el ciclo de descanso fuera más profundo, pero mantuvo
sus pasos y movimientos en silencio. Aunque podía poner estática la
señal o reproducir en bucle el mismo minuto anterior, no podía ocultar
el ruido sin que resultara sospechoso.
Incluso un idiota podría discernir un patrón de sonido en repetición.
Los pasillos se cruzaban en varios puntos y, a medida que avanzaba por
la nave -que estaba seguro de que era un híbrido entre un carguero y
una unidad de armamento mal reacondicionada-, se sorprendió de lo
fácil que era moverse por el interior.
El penetrante hedor a comida mal elaborada y verduras rehidratadas -
probablemente cultivadas años antes- le condujo a una sala aislada. Los
suelos enrejados se habían alisado en paneles de metal. Gunner cerró
los ojos y escuchó.
La estática de una teletransmisión y la de un hombre respirando
tranquilamente en estado de relajación llenaron sus oídos. La
electricidad que fluía de su interior era fuerte y él la absorbía, dejando
que llenara las corrientes de todo su cuerpo. Hinchó el pecho, sintiendo
cómo la camiseta se tensaba contra sus músculos.
Se oyó un gemido y un gruñido. La energía ya no era tan densa y
vibrante como antes, ahora que se había alimentado de sus reservas.
Las voces de la transmisión emitieron sonidos entrecortados.
—¡Mierda, estúpido técnico!
Gunner oyó que el hombre se levantaba y sus ojos encontraron la pared
de metal gris, casi reluciente, frente a él. El rojo de sus ojos se
emborronaba en el reflejo que le devolvía la mirada. No sabía qué veía
Ely en el turbio brillo de las paredes.
Sólo veo rojo.
Dejó que sus ojos se volvieran blancos.
Un ruido sordo y varias maldiciones le devolvieron al presente y, con los
nudillos apoyados en la puerta, empezó a llamar a la vieja usanza.
—¡Más vale que sea por la puta subida de tensión! —Los pasos se
acercaban—. Malditos cabrones, ni siquiera pueden mantener la señal
—Lo dijo en voz baja, pero Gunner lo oyó alto y claro.
La puerta se abrió y, antes de que se cerrara, ya tenía al hombre
agarrado por el cuello y dentro de la habitación. La puerta se cerró
detrás de él, atrapando el grito entrecortado en el interior.
—Te dije que me las arreglaba mucho mejor solo.
Llevó a su objetivo al lavabo contiguo, disfrutando del trozo de carne
que le colgaba de la mano, y lo dejó caer en el sumidero vertical de la
ducha.
—¿Cómo? Cómo...? —Las manos del pirata rodearon su garganta,
inclinándose sobre sí mismo. Gunner dio un paso atrás.
—Cómo —Se burló—. Cómo.
El hombre jadeó y se puso en pie.
—¿Cómo saliste? —dijo tosiendo— ¿Quién…?
Gunner le empujó de nuevo a la unidad cuando trató de salir.
—Tienes que quedarte ahí —Le advirtió, viéndole tragar saliva y
balbucear con las mejillas enrojecidas.
—¿Quién coño te crees que eres? Decirle a alguien como yo...
—¿Alguien como tú? ¿Un dios? —Su objetivo agarró el grifo y lo arrancó
por el tubo y, cuando intentó salir, Gunner volvió a empujarlo—.
Realmente necesito que te quedes —Miró el tubo colgando y se
encogió de hombros—. Creí que habías dicho que podíamos trabajar
juntos —añadió a modo de medida, retrocediendo de nuevo. Miró a su
alrededor y encontró una placa de identificación sucia sobre el
fregadero. Brent—. Dios se llama Brent —Se rió Gunner—, qué
decepción.
Brent digirió sus palabras de una forma que sólo los que estaban
cargados de adrenalina podían hacerlo: sin pensárselo mucho.
—¡Te golpeé hasta convertirte en un pedazo de pulpa podrida! Ahora
mismo deberías estar cantando los últimos ritos en la puerta del infierno.
¿Quién coño te crees que eres?
Gunner suspiró y se quitó la camisa. El hombre golpeó con la alcachofa
de la ducha el costado de la cabeza de Gunner, pero éste estaba
preparado para ello. Dejó que le diera uno o dos golpes más antes de
quitarse a Brent de encima y empujarlo de nuevo a la cabina.
—No te gusta escuchar, ¿verdad?
Compartieron una mirada y Gunner pudo ver el carmesí de sus ojos en la
mirada del hombre. Cada uno tiene un límite de adrenalina. Ninguno de
los dos rompió el contacto durante lo que pareció una eternidad.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Brent.
Gunner sonrió. Arrojó su camisa a la habitación.
—Podemos trabajar juntos... —El pirata tragó saliva, empezando a
comprender el aprieto en el que se encontraba.
Gunner desabrochó el gancho de sus pantalones y los dejó caer sobre
sus caderas.
—Podemos trabajar juntos.
Brent asintió levemente y enderezó la espalda contra la pared de la
ducha. No soltó su arma inútil, pero Gunner no esperaba que lo hiciera.
Movió los dedos de los pies y los estiró, girando la cabeza y crujiendo el
cuello. Esto huele bien. El miedo del hombre huele bien.
—Podemos. Si, podemos. Puedo asegurarte la libertad, diablos, un
puesto alto en la tripulación, o dinero. Dime lo que quieres y podemos
trabajar juntos.
Pasaron unos tensos segundos antes de que Gunner respondiera.
—Quiero mi nave.
Brent apretó más fuerte la alcachofa de su ducha.
—No puedo dártela. No la tengo.
Gunner se metió los pulgares en los vaqueros y dejó que se deslizaran
por sus piernas.
—No. No pensaba que la tuvieras. Pero trabajar requiere trabajo, ¿no?
—preguntó, ladeando la cabeza cuando el pirata se puso rígido,
temblando al asimilar su desnudez. Gunner se quitó los pantalones y los
pateó hasta la habitación, ordenando cerrar la puerta del lavabo.
—Sí, es cierto. Así que quieres información, y por ella... ¿Puedo vivir? Los
dos podemos vivir. Puedo fingir que esto nunca sucedió y puedo sacarte
del calabozo y llevarte a un lugar mejor —Brent tentativamente dio un
paso fuera de la ducha.
—No haría eso si fuera tú —advirtió Gunner.
Volvió a entrar.
—Lo que va a pasar es que voy a hacerte varias preguntas y vas a
responderlas con la verdad. Si lo haces, te dejaré salir vivo de aquí —
Gunner no le dio tiempo al tipo para pensárselo— ¿Cuál es tu rango?
—No tenemos rangos en esta nave, sólo trabajos, y mi trabajo es
Guardián Inferior.
—¿Estás a cargo de los guardias?
—Y de los reclutas. Las mercancías y los bienes y el funcionamiento de
la escoria inferior.
—¿Tienes acceso al puente?
—Sólo cuando me llaman. No tengo los códigos si estás buscándolos
para tomar la nave
Gunner se sentó en el asiento del inodoro cerrado y apoyó los codos en
las rodillas. No, no iba a tomar la nave. Al menos no todavía.
—¿Quién está por encima de ti?
—En la cubierta superior sólo está el capitán de esta nave, se hace
llamar Juke. También está el copiloto, los que manejan las armas y el
equipo de navegación, pero aquí tenemos el mismo poder. Ballsy es
nuestro jefe de tecnología y seguridad, si quieres conocer el
funcionamiento interno de la nave, lo primero que tienes que saber es
de él. Es nuestro centro de datos.
—¿Quién está por encima de ellos?
Brent se secó el sudor de la frente.
—La flota. Somos sólo uno en un grupo de mercenarios que trabajan en
el mercado negro fuera de los canales principales. No sé cuántas naves
trabajan -esa información no está abierta-, pero somos uno de los más
altos de la armada, eso sí lo sé.
—¿Nombre?
—Ninguno. Nadie da nombres desde que cayó el imperio de Larik. Una
vez que se da un nombre, desaparece.
—Y sin embargo, los nombres siguen existiendo —Gunner hizo girar sus
pulgares— ¿Cómo llamarías a la organización para la que trabajas?
Dudó.
—Flota Negra. Todas nuestras naves son negras y si no lo son, se
cambian.
—¿Y en qué se especializa esta Flota Negra?
—Salvamento. Rebautizamos lo que cogemos y lo vendemos a los que
buscan lo que ofrecemos. Abordamos naves solitarias que encontramos
en el espacio de nadie, y a los que no matamos, traficamos y vendemos
al mejor postor. Como tú y los tuyos...
—Como los míos...
El pirata respiró hondo y Gunner pudo oler la agria bilis liberada en el
aire entre ambos.
—Sí —aceptó.
Gunner suspiró y se puso en pie, haciendo que su cautivo retrocediera
bruscamente.
—¿Dónde está mi nave?
—Salvamento. En una estación de salvamento. Seguramente en una
estación de desguace.
Dio un paso más cerca, respirando los deliciosos momentos inminentes
antes de matar.
—¿Dónde está?
—No lo sé. Es la pura verdad. No lo sé. No tengo números en la cabeza.
Pregúntame cualquier cosa sobre los bajos fondos de esta nave y te
podré decir, pero eso, ¡eso no lo sé! —Brent apretó la espalda contra la
pared de la cabina y sus pies se separaron más.
Ahora está agitándose... Gunner podía oír el flujo de sangre bombeando
a través del sistema de Brent...
—Cálmate. Te dije que te dejaría salir vivo de aquí —Gunner sonrió
cruelmente. El hombre no se calmó.
—Vivo no tiene nada que ver con el dolor.
—Cierto, pero te estás desmoronando sin dolor, ¿no? Dime, por pura
curiosidad, ¿adónde transportan a los que están en el calabozo?
¿Adónde me transportarían si por casualidad sobreviviera a todas esas
sesiones de tortura que tenías planeadas para mí?
—Las casas de subastas Elyrian.
—Hmm... —Gunner miró el pequeño espacio que ocupaban. Apenas
cabían dos personas cómodamente y todos los elementos estaban
desgastados por incontables años de uso y reutilización.
Había óxido en las esquinas y en las paredes, marcas en el metal y
manchas sobre el plástico desprendido. No era grande, ni estaba limpio,
pero conocía a un grupo de gente que mataría por usarlo tal y como
estaba. Faltando el cabezal de la ducha y todo.
—¿Hemos terminado? —preguntó Brent con un temblor en la voz que
le hizo volver a la conversación que tenía entre manos.
Gunner le dio la espalda a Brent y encendió el fregadero, cogiendo la
toalla que tenía al lado y empapándola.
—No del todo —murmuró, limpiándose días de sangre seca y sudor de
la cara y las manos—. Debo decirte que nadie me dejó salir del calabozo
y nadie me ayudó a llegar hasta ti —Se pasó el pulgar por donde el
nuevo metal seguía creciendo bajo su piel, disfrutando del efecto
adormecedor que tenían sus nanocélulas— ¿Cómo, me preguntaste? —
Dejó caer la toalla sucia y agitó los dedos bajo el chorro de agua—. Es
que soy así de bueno.
—¡Ballsy te habrá visto! —siseó Brent—. Hay cámaras por todo la nave.
—Lo sé.
—Entonces sabes que estás jodido, aunque me mates ahora mismo,
aunque mates a los primeros hombres que vengan a por ti. No hay lugar
a donde ir en la nave y las cápsulas de escape no están cerca de aquí. Y
si consigues llegar a ellas, no son lo suficientemente rápidas como para
escapar del alcance de nuestras armas, eso lo sé.
—Como dije antes, me las arreglo bien solo.
Siempre lo he hecho, siempre lo haré.
Gunner se dio la vuelta y la puerta del lavabo se abrió. Brent lo miró con
agotamiento, sin creer que fuera a salir vivo de esta. Observó cómo el
pirata salía lentamente de la cabina y, al no ser empujado de nuevo al
interior, entró de lleno en el cuarto de baño. Dio otro paso lento y torpe,
calculado y bien colocado para rodearle. El cordón metálico de la
alcachofa de la ducha se arrastraba y golpeaba a su paso.
Cuando Brent estaba en la puerta, Gunner lo detuvo.
—Tengo una pregunta más, sobre la escoria, ya que conoces tan bien tu
trabajo.
El hombre agarró el panel lateral con la mano libre y se estremeció.
—¿Qué quieres saber?
—El preso de la celda contigua a la mía... —Gunner soltó un suspiro
entre los labios cuando le vinieron a la mente los ojos marrones de Ely.
—¿Qué pasa con ellos?
—¿Es una mujer? —preguntó.
El hombre se detuvo y le devolvió la mirada, con la cabeza ladeada y las
cejas fruncidas. No contestó inmediatamente.
—No lo sabes, ¿verdad?
Brent negó con la cabeza y entró en la habitación.
—No es posible.
—¿No lo es?
—Es un muchacho frágil, medio muerto...
—Esa es la verdad tal como la oigo —murmuró Gunner agarrando a
Brent por el pescuezo y tiró de él hacia el lavabo. Lo arrojó a la ducha,
quitándole el cordón de la mano.
—¡Espera, te dije la verdad y me disté tu palabra! Dijiste que viviría si te
contaba lo que sé.
—Y la cumplí. Te dejé salir de aquí —Gunner hizo un gesto con la mano
hacia el baño—, vivo.
El metal en su columna vertebral se expandió y la piel a lo largo de sus
muslos se hundió. Sus garras se alargaron, empujando los huesos de sus
dedos hacia fuera mientras sus manos se transformaban en zarpas. Las
apretó contra la tráquea de Brent antes de su siguiente grito,
silenciándolo para siempre.
Sus caninos emergieron, haciendo saltar sus dientes mientras
tintineaban en el suelo a sus pies. Sus fosas nasales se ensancharon con
el olor a sangre fresca, lo suficientemente potente y espesa como para
sentirla en el aire. Gunner echó la cabeza hacia atrás mientras su hocico
salía disparado de su cráneo, tirando y tirando, tensando y retorciendo
su piel elástica hasta que se puso rígida en su sitio. Sus patas inferiores
se encorvaron y su cola golpeó contra sus patas traseras. Metal contra
metal.
Se sentía tan bien.
Brent se retorció ahogándose bajo su agarre, con los ojos inyectados en
sangre abiertos de terror. Pero el forcejeo, los movimientos de agonía
era lo que realmente le atraía.
Lo que realmente le hizo desear comer carne.
Un ruido sordo se formó en el fondo de su garganta. Un gruñido llenó el
pequeño espacio. Gunner retiró los labios y las armas de sus mejillas se
cortaron por la mitad mientras su mandíbula se abría para revelar los
afilados dientes que había tras ellas. Sopló un aliento caliente sobre la
cara de Brent antes de arrancársela.
El cuerpo que sostenía tardó en morir. Se agitó, se sacudió y luchó
contra él hasta el final, y cuando por fin se detuvo, él ya se había
transformado en el hombre que pretendía ser. Uno que miraba la
sangre acumularse a sus pies con ojos rojos como la sangre.
Gunner soltó el cadáver y cogió el cable de la ducha, lo introdujo en la
pared y volvió a enroscar el cabezal. Cuando terminó, el agua le salpicó
a chorros. El tiempo seguía corriendo en su cabeza.
Se lavó la sangre del cuerpo, de debajo de las uñas y del pelo, luego
levantó el pie y se lo lavó también antes de salir y alejarse del cuerpo
desmenuzado del fondo. Buscó por el suelo y encontró todos sus
dientes, tirándolos a un contenedor de basura cercano.
Cuando Gunner hubo terminado, utilizó sus visores para buscar
cualquier rastro de su persona, y no encontró nada más que nanocélulas
rebeldes que ya se estaban desintegrando y muriendo.
Dejó el agua corriendo y el cadáver bajo ella, cerró la puerta tras de sí
para recoger su ropa y vestirse en un tiempo récord.
Se quedó quieto. Sus dedos se estiraron y se apretaron a los lados
mientras una lenta sonrisa se dibujaba en sus labios. Gunner se acercó a
la mesilla de noche junto a la cama y el primer cajón. En el yacía una de
sus pistolas. Siempre percibía cuando había una cerca.
Su pistola. Una AMT AutoMag Starnaught III. No era una de sus
favoritas, pero era una de sus armas personales. Oh, dulce bebé,
pequeña artillera. Recorrió su costado con los dedos antes de
empuñarla y comprobar la recámara. Sus balas permanecían dentro, sin
disparar y en perfecto estado. Se llevó el arma a la nariz y respiró.
Asqueado y excitado por los olores que inundaron su nariz.
Olía como el hombre al que acababa de matar.
Gunner volvió al cuarto de baño y limpió el metal, ignorando el cuerpo
en la ducha, y volvió a frotarlo con su propio olor. Encontró una correa
de cuero para pistola y se la ató alrededor de la cara interna del muslo,
cubierta por los pantalones, y aseguró su arma de fuego en su sitio.
Una extensión de sí mismo. Su primera prueba de conquista con el
trabajo que tenía entre manos.
Regresó a la cubierta de la tripulación, ansioso por llegar a su celda. Se
le escapó una risita. Su polla estaba tiesa por la acción.
Las señales de seguridad saltaron y se apagaron una vez para
compensar el tiempo perdido.
Las puertas del ascensor se abrieron y los agrios olores del calabozo
volvieron a él con toda su fuerza y, con ellos, el débil y dulce olor de Ely,
escondido como una aguja en un pajar. Gunner buscó sus botas cuando
una risa familiar lo detuvo.
Un olor familiar empezó a percibirse. Se enderezó, siguió el ruido y
acabó en la misma habitación por la que había pasado antes.
—Juke tiene un sitio que ocupar.
—Por supuesto que sí. El cabrón no puede mantener en marcha una
nave tan grande con lo que tiene —Se rió el hombre.
Esa risa. Gunner dejó caer sus botas dejando que el ruido resonara
pesado y fuerte por el pasillo.
—¿Qué ha sido eso?
—¿Yo qué sé?
—Alguna mierda debe haberse caído —suspiró uno de ellos
audiblemente—. Iré a ver.
—Hazlo tú —gruñó el hombre de la risa.
Gunner esperó, escuchando las pisadas que se acercaban cada vez más
a su ubicación. Estiró la mano y separó los dedos mientras aflojaba las
articulaciones. Las luces se atenuaron sobre él y cerró los ojos. Sonó el
silbido del aire expulsado, el último ruido de un hombre que no había
mantenido la guardia alta al entrar en el pasillo.
Las luces se apagaron. Gunner abrió los ojos, agarró al hombre por la
nuca y tiró de él contra su pecho. Sintió el pulso acelerado del guardia
antes de romperle el cuello.
—¿Pero qué...? —Una serie de ruidos -una silla de acero patinando, una
respiración entrecortada, objetos golpeando el suelo- llenaron los oídos
de Gunner desde la habitación de más allá— ¿Qué le habéis hecho a las
putas luces?
El cadáver se desplomó y Gunner lo bajó suavemente al suelo.
—Lenny, ¿estás ahí? Más vale que no sea una broma.
Pasó por encima del cuerpo y empezó a reírse.
—Mierda, tío, ¿qué te pasa? Vuelve a encender las luces. Ballsy nos va a
matar por esto.
No, yo te voy a matar por esto. Continuó Gunner riendo, carcajeándose
mientras se acercaba a su presa. Los huesos de su cara vibraban,
esperando de nuevo otro cambio. La oscuridad no podía detenerle.
Sabía dónde estaba su víctima sin visión nocturna, sin luces.
—Deja de reír, Lenny...
Eso sólo hizo que Gunner emitiera un alarido y soltara una carcajada
más fuerte, moviéndose en círculo alrededor del guardia, sin hacer caso
de las sillas y los suministros derribados que se interponían en su
camino. Esto es divertido. Su risa se volvió genuina. El sudor recién
expulsado se espesó en el aire, y el hedor del miedo sustituyó a todo lo
demás en su cabeza.
—Voy a matarte por...
Gunner rugió de risa. Acortó la distancia y agarró al hombre antes de
que pudiera escabullirse más lejos carcajeandose en su cara
aterrorizada.
La risa ahogó el forcejeo mientras Gunner tiraba del hombre hacia arriba
y dejaba que sus propios ojos se tiñeran de rojo.
El guardia le dio un puñetazo en las tripas antes de alcanzar la pistola
que colgaba de su costado. Gunner expulsó aire y cubrió la mano del
guardia con la suya. El dedo del hombre presionó el gatillo, y Gunner
empujó el suyo sobre el de él, aplastándolo y forzando la muñeca del
hombre hacia otro lado.
Ambos se contorsionaron hasta caer al suelo, llenando la habitación de
gritos de amenaza y gruñidos y, por supuesto, de risas. Gunner se
colocó a horcajadas sobre él en el suelo, haciendo presión. Mantuvo el
arma apuntando hacia otro lado, presionando los huesos rotos de los
dedos del hombre para someterlo, con sólo el rojo de sus ojos para
iluminar la escena.
Con la otra mano, golpeó la cabeza del guardia contra el suelo y luchó
con el arma para apuntarle. Su víctima sacudió las piernas y estampó el
puño contra la nariz de Gunner.
—No te rindes, ¿verdad? —Se rió a través del momentáneo escozor.
Pero el tiempo corría y ya había pasado demasiado tiempo fuera de su
celda.
Las sirenas de la nave sonaron como si el destino mismo observara los
acontecimientos y conociera sus pensamientos.
—¡Te voy a matar! Te voy a matar, ¡joder! —gritó el guardia.
—Te dije que te cuidaras el pellejo —Gunner dijo. Y con una última risita
enfermiza, aplastó los huesos en su agarre y empujó el cañón de la
pistola contra la boca del pirata, silenciando lo que ya no quería oír. El
disparo fue amortiguado, pero resonó lo suficiente como para alertar a
cualquier otro que pudiera estar cerca.
Antes de que Gunner pudiera ver la última sacudida de vida del guardia,
se levantó y salió de la habitación, recogiendo sus botas en el pasillo.
Se detuvo al ver las raciones sobrantes. Gunner las recogió y se las
guardó en el bolsillo.
Parpadeó para alejar el brillo rojo de sus ojos y regresó silbando al
calabozo, oyendo el ruido de pies que corrían en algún lugar lejano de
los pasillos de la nave. La oscuridad le acompañó hasta que cruzó las
puertas del calabozo. Las luces permanecían apagadas, envolviendo las
instalaciones en una penumbra perpetua.
Las sirenas atronadoras ocultaron los sonidos de sus pasos mientras se
deslizaba en la jaula de Royce y lo mataba rápida y silenciosamente. Le
quitó la chaqueta al cadáver y se la colgó del hombro.
Cuatro muertos esta noche.
Gunner arrastró el cuerpo de Royce hasta la puerta de la celda, arañó la
muñeca del hombre y enganchó el brazo alrededor de los barrotes,
dejando que su sangre se escurriera sobre la cerradura. Empujó la
puerta de la celda para cerrarla, comprobó la cerradura de Ely y volvió a
entrar en su propia jaula.
Con una última carcajada escapándosele, apoyó la espalda contra la fría
pared, justo al lado de donde Ely se encontraba acurrucada en la otra
celda, e inclinó la cabeza hacia atrás.
A la mierda la paciencia. Su palma recorrió el arma de fuego oculta bajo
sus pantalones. Volvió a salir de su cuerpo y comprobó tres veces las
señales de seguridad, lo que provocó otra oleada en el sistema y añadió
más confusión al caos, que era cada vez mayor. No aparecía en ninguna
de ellas y, en cuanto a las posibles huellas que pudiera haber dejado, no
se preocupó en absoluto.
Apoyó los brazos en las rodillas y se pasó el dedo corazón por el pulgar
medio crecido, dejando que la satisfacción fluyera sobre él, y la
sensación de su arma en el muslo era como la caricia de una amante. El
cansancio se apoderó de él y su cuerpo lo arrastró a la agonía del sueño,
recordándole que la energía no se creaba ni se destruía, pero que sin
duda había abandonado sus sistemas.
Quedaban setenta y nueve ocupantes.
Capítulo 8

Elodie había entrado en trance dos veces en las últimas horas.


La profunda oscuridad que reinaba en el calabozo y la abrumadora
sensación de haber perdido uno de sus sentidos más necesarios la
habían sumido en un desorden inestable, poniéndola nerviosa mientras
se esforzaba por escuchar todos y cada uno de los sonidos que la
rodeaban. Cuando empezaba a acostumbrarse a la falta de vista, la
sirena de la nave emitió un potente pitido que le devolvió la cordura.
Ahora no podía ver ni oír. Llevaba dos semanas y media encerrada, pero
ésta era la primera noche en la que volvía a sentirse realmente viva.
Apretó la mano sobre su corazón palpitante y sintió placer al sentirlo
bajo la palma. Deslizó la mano hacia arriba hasta agarrar su cuello y
sentir su pulso acelerado. Era salvaje y maravilloso, y sólo suyo.
Elodie entrecerró los ojos, pero la oscuridad seguía siendo impenetrable.
Nadie podía verla.
Quizá él sí. Pensó brevemente en su nuevo vecino, pero se encogió de
hombros, disfrutando demasiado de la libertad que le proporcionaba la
oscuridad.
Al principio había desconfiado, pensando que era un truco, pero
después de tanto tiempo sin cambios, disfrutó de la repentina intimidad.
Elodie se pasó las manos por el cuerpo, masajeando los dolores y los
nudos, metiéndose la mano bajo la ropa y reajustándose por primera
vez la banda que le rodeaba el pecho desde que la habían encarcelado.
Le picaba todo y disponía de tiempo y tranquilidad para aliviarlo,
frotando las partes de su cuerpo que llevaban tanto tiempo suplicando
ser liberadas. Era una dicha.
Podía renunciar a la comida de medio ciclo por esto.
Quería más, y aunque estaba segura de que al final estaría parcialmente
sorda por las sirenas, merecía la pena. Cada pequeña comodidad no
podía darse por sentada.
El vértigo la asaltó cuando debería haber estado cansada, lo mismo que
la emoción cuando debería haber estado asustada. Se levantó y se
estiró, sintiendo que la presión de sus músculos desaparecía mientras se
movía sin restricciones, manteniendo los brazos extendidos delante de
ella para tantear el terreno.
Levantó los brazos por encima de la cabeza y se echó hacia atrás. Cerró
los ojos y dejó que los sonidos la invadieran. Una brisa fresca le acarició
el estómago. La sensación de la sangre fresca bombeando por todas sus
extremidades la hizo bajar de nuevo al suelo y reclamar su sitio. A
continuación, se quitó los zapatos y dejó que sus pies respiraran,
moviendo los dedos y doblando los empeines.
Ahora, si los aspersores se activaran. Estaba dispuesta a arriesgarse a una
ducha fría, aunque el frío le sentara mal después.
Pequeñas comodidades. Pagaría cualquier precio por las pequeñas
comodidades.
Una corriente de aire la golpeó y volvió a calzarse, dejando caer una
rodilla a un lado mientras se abrazaba la otra al pecho.
Sus ojos se dirigieron hacia la puerta del calabozo. ¿Se había abierto? Le
molestaba, pero lo atribuyó a la paranoia y entornó los ojos hacia la
celda de Gunner. Se apoyó en los barrotes que compartían y apoyó la
cabeza en ellos. Su mente empezó a divagar, y agradeció la evasión.
El aire frío desapareció de repente y una burbuja de calor espesa,
pesada y envolvente la rodeó.
Su nariz se estremeció y el olor a óxido y sudor la invadió. Se concentró
en ello y se puso rígida.
Es él. Todo es Gunner. El calor y la sal, y ahora, al inhalar más, el mismo
leve olor a lúpulo del primer día. El olor de la chaqueta de Gunner.
El sudor le corría por la frente y se inclinó para frotárselo en la rodilla.
Cuanto más asimilaba los olores que la rodeaban, más la consumían. Y
más le gustaba. Era denso y abrumador, oscuro y lúgubre. Por un
momento, el olor la hizo sentirse como en casa.
Se acercó un poco más a su lado y disfrutó de su aroma, cerrando los
ojos y dejando que su mente creara una fantasía que la llevara lejos. Una
en la que no tuviera que estar nerviosa cada segundo de cada día. Una
en la que pudiera apreciar su olor por lo que era para ella -deseable- y no
sentirse mal por ello. Dejó caer los muros hasta que pudo imaginarse a
sí misma como lo que realmente era.
Una mujer. Una que no estaba sola entre los hombres. Sólo un hombre.
Soltó la rodilla y enroscó la mano alrededor de la barra bajo su cabeza,
el dorso de los dedos entró en contacto con la ropa de él al otro lado.
Un estremecimiento la sorprendió, pero no rehuyó el contacto.
Elodie sintió que él se movía y se acercaba más a ella, aunque no estaba
segura de que supiera realmente que estaba allí. Movió los dedos,
buscando más contacto, queriendo realmente que él supiera que ella
estaba allí, pero Gunner no volvió a moverse.
Deja de querer cosas peligrosas. No con este calor que desprende. Su
cuerpo estaba caliente, mucho más de lo que podría ser normal para
cualquier hombre.
Había estado en esta posición antes, apoyada en los barrotes, con los
pensamientos perdidos en su cabeza cuando su padre aún estaba con
ella. Esto era diferente. Con su padre, había sido seguridad; con Gunner,
era comodidad.
Gunner era atractivo. Elodie lo había notado desde el principio. Estaba
en la forma en que se movía y el aire que tenía sobre él. Había algo tan
diferente en él en comparación con los demás hombres que la rodeaban
que ella lo había notado.
No sólo la asustaba, sino que la atraía. Había una brusquedad en su
forma de moverse, en su forma de hablar, y era tan exigente que la
obligaba a creer en él.
Todo en mí es falso. Volvió a mover los dedos sintiendo cómo la ropa de
él le rozaba los nudillos. Sé que es falso. Él no es falso. Huele tan bien. Se
le hizo un nudo en la garganta cuando un aliento cálido le rozó la sien.
Elodie no se echó hacia atrás, aunque sus instintos se lo advirtieron. En
cambio, permaneció quieta con la esperanza de prolongar el momento,
sabiendo que sus labios estaban a un pelo de distancia.
Si las cosas fueran diferentes...
La idea era casi demasiado peligrosa. Apretó los párpados con más
fuerza.
Si las cosas fueran diferentes, ni siquiera estaría en esta situación.
Su aliento le acarició la frente y ella suspiró satisfecha.
No supo cuánto tiempo permanecieron así, pero cuando por fin cesaron
las sirenas, no estaba preparada para que todo terminara.
Elodie se incorporó y se llevó las manos a los oídos, intentando
inútilmente que desaparecieran las punzadas, amasando la carne del
lóbulo. El sonido real volvió lentamente, y con él, las voces de los que la
rodeaban. Las luces se encendieron con un parpadeo de advertencia.
La puerta gimió antes de que recuperara la visión y se desatara otro
caos muy diferente.
—¡Mierda! —La voz de Kallan eclipsó al resto— ¿Royce?
Su exclamación fue seguida por otras y ella apartó su atención de los
guardias que irrumpían en el calabozo para mirar al hombre que estaba
al otro lado de la celda de Gunner. Los ojos de Elodie se abrieron de par
en par.
—¡Todo el mundo en pie! —gritó uno de los guardias.
Siguió la orden sin pensar, mirando fijamente a Royce. Estaba colgado
de la puerta de su celda, con el brazo enganchado y aplastado por los
barrotes del panel de cierre de la puerta. La sangre fluía, goteaba por
debajo y corría en riachuelos de color burdeos oxidado hasta
acumularse en el suelo.
Ese olor...
—Ponerse en el centro de las celdas y pongan los brazos por encima de
la cabeza —rugió el mismo guardia.
Gunner se adelantó, bloqueando su línea de visión del cuerpo de Royce.
Miró a Gunner, pero él estaba mirando a los guardias.
Mierda. Elodie corrió hacia el centro de su celda y levantó los brazos.
Todos los demás ya estaban en posición y ella agradeció que nadie le
prestara atención. Todos miraban fijamente el cuerpo colgante y
sanguinolento de Royce.
—¿Qué crees que ha pasado aquí? —dijo uno de los guardias, tapándose
la nariz—. Tío, el olor aquí es asqueroso.
—No lo sé —respondió otro—, ¿pero tal vez hizo que saltaran las
alarmas? Aunque eso no explica lo de los otros.
¿Los otros? No le gustaba como sonaba eso y solo rezaba para que su
padre no estuviera entre esos otros.
—A Ballsy le van a disparar en la polla por esto y nosotros somos con
los que se va a desquitar. Joder, ¿se arañó la muñeca? Está toda rota.
Elodie echó un vistazo a los guardias que inspeccionaban la celda. No se
había dado cuenta entonces, ni en la oscuridad ni junto a Gunner, pero
el calabozo volvía a oler a sangre. Había estado demasiado concentrada
en su repentina libertad y en la proximidad de Gunner para darse cuenta.
Le entraron arcadas.
—Quizá no pudo aguantar más —musitó uno de ellos.
—¡Joder! Y vamos a tener que informar de esto a Juke. Mierda, puede
que nosotros también estemos muertos después de dar la noticia.
Carne perdida... Odia perder un beneficio —El guardia se apartó del
cadáver, sujetándose la nariz con una mano, mientras la otra
descansaba sobre la pistola que llevaba en la cadera. Su mirada se
centró en ella mientras desabrochaba el cierre y la sacaba de su funda.
Apoyó la mano en ella, con un dedo sobre el seguro—. Bajémoslo y
llevémoslo con los otros cadáveres. El doctor también querrá
inspeccionarlo.
Se le entumecieron los brazos por encima de la cabeza.
Otros cadáveres...
—No voy a tocarlo.
—¡Trae a los androides entonces! —El de la pistola dirigió su atención al
resto del calabozo y ella miró hacia delante, esperando no llamar su
atención. Le reconoció, y también a los demás. Todos habían tenido
turnos antes, pero no vio a los que más odiaba entre los que estaban allí.
Por el rabillo del ojo, varios androides avanzaron y empezaron a trabajar
en el cuerpo de Royce.
—Comprobad todas las cerraduras de aquí, aseguraos de que ninguna
ha sido manipulada. Compruébalo dos veces. Las luces sólo estaban
apagadas en esta sección de la nave... ¿Qué coño crees que estás
mirando? —Le gritó el guardia principal a un prisionero cercano.
—No hay forma de que hayan podido salir. ¿Por qué tanto esfuerzo? —
dijo otro. Avanzaron y empezaron simultáneamente a revisar el panel
de cada celda.
—Mira qué flacucho es éste —dijo uno de ellos señalándola. Elodie se
puso rígida, pero mantuvo su postura—. Semanas con un mínimo de
comida, no podrían salir, y mucho menos ir de matanza —Pasó por
delante de su celda y ella se hundió un poco.
Uno a uno, los guardias revisaron cada unidad. Dos veces, dos en cada
cerradura, comprobando que no se hubiera manipulado nada. Miró
hacia donde Royce había estado colgado y se preguntó por qué
importaba.
Tiene razón. Ninguno de nosotros podría haberlo hecho. Su mirada se
dirigió a Gunner y un escalofrío recorrió su espalda como si fueran los
dedos de la muerte.
Miraba al suelo delante de él, con la cabeza inclinada hacia abajo, el pelo
caído hacia delante y tapándole la cara, y los brazos levantados pero
sólo hasta la mitad. Parecía cansado, y su pose así lo sugería.
Pero era sólo eso, una pose. Podía hacerlo.
Pudo haberlo hecho.
El segundo guardia comprobó su cerradura y se apartó. Gunner ladeó la
cabeza y captó sus ojos. La lechosidad de los mismos no delataba nada.
Shhhh. Sus labios se movieron para que sólo ella los viera.
—Todo despejado —gritó uno de los guardias—. Dejemos la limpieza
para los androides.
El de la pistola pasó junto a su celda, se detuvo y se volvió hacia ella.
Elodie tragó saliva, pero siguió girándose para mirar al resto del
calabozo.
—Podéis bajar todos los brazos —dijo y esperó a que obedecieran.
Sus brazos cayeron a los costados, punzantes por el renovado flujo
sanguíneo. Se giró ligeramente hacia Gunner para no perder de vista ni
a él ni al guardia.
—No os pongáis cómodos. Volveremos pronto —gritó. Enfundó el arma
y salió por la puerta, dejándolos tan repentinamente como había
entrado. Los otros guardias siguieron su estela, con un aspecto tan
atormentado como el de cualquier preso del calabozo, y Elodie se
preguntó brevemente si el tal Juke realmente los mataría.
Elodie permaneció de pie durante un rato, observando a los robots que
habían empezado a limpiar la celda de Royce. Lanzaban un gas turbio
con olor químico sobre todas las cosas y luego proyectaban rayos láser
sobre ellas.
No fue hasta que las piernas empezaron a fallarle que se acercó de
nuevo a la pared, deslizándose por el centro de la misma.
Sintió que la miraban.
Sintió que su calor abrasador derretía la piel de su cuerpo y atravesaba
sus capas.
Sabía que Gunner estaba deseando que mirara hacia él, y luchó con una
fuerza de voluntad mucho más poderosa que ella misma. La de él.
Estaba sentado en su sitio habitual, justo donde ella lo imaginaba, en la
oscuridad, apoyado en los barrotes.
No quería mirar, aunque ella ya sabía lo que vería.
Si miraba, vería su chaqueta, la vería amontonada junto a su cadera y
ella no podría reunir el valor suficiente para hacerlo. Y su falta de valor
en ese momento era más fuerte que su fuerza de voluntad. Aunque
quisiera preguntarle, no podría hacerlo delante de los androides.
Sólo un idiota hablaría entre la tecnología de otro. Así que observó a los
androides, quemando, rociando, iluminando la suciedad hasta que el
espacio prácticamente brilló. La sangre se desvaneció en una bruma.
Le pedí la chaqueta.
Elodie no podía evitar sentir que la muerte de Royce era culpa suya,
pero incluso mientras lo meditaba, no dejaba de cuestionarse a sí misma.
Ninguno de los otros prisioneros dijo nada cuando ella miró brevemente
a su alrededor.
Todos parecían sumidos en sus propios pensamientos o desmayados
porque no había mejor forma de pasar el tiempo. Nadie les prestaba
atención, ni a ella ni a Gunner, y nadie la miraba a los ojos. Estaba casi
convencida de que se le había pasado algo por alto y estaba segura de
que en la oscuridad ocurrían más cosas de las que ella sabía.
Entonces, ¿cómo recuperó su chaqueta?
Los androides salieron de la celda de Royce y empezaron a limpiar la
zona. Se dividieron en dos grupos, cada uno de los cuales siguió el
camino en direcciones opuestas. El aerosol que salía disparado de sus
manos llenaba los espacios alrededor de los barrotes, el suelo, las
paredes y se asentaba sobre las capas de suciedad que enturbiaban sus
superficies. El calabozo se estaba limpiando por primera vez desde su
llegada. A Elodie ni siquiera le importó cuando uno de los robots se paró
frente a su propia jaula y le roció los productos químicos por todas
partes, haciéndola toser, y tampoco le importó cuando sus escáneres la
iluminaron después y desintegraron la suciedad. Los láseres hacían que
le dolieran los ojos.
Los robots pasaron a la celda de Kallan y a las de más allá.
Seguía sucia cuando acabaron, pero más limpia de lo que había estado
en semanas. Sus ojos siguieron las curvas huesudas de sus dedos
mientras se frotaba las palmas de las manos. Ya no estaban sudorosas y
pegajosas, sino suaves al tacto y pálidas. Después se tocó el pelo, que
aún le colgaba en mechones alrededor de las orejas, grueso y grasiento,
pero ahora más ligero y suave. Elodie respiró hondo, encantada de no
oler nada por un momento.
—Así que tu pelo es rubio —murmuró Gunner.
Elodie se dejó caer el pelo corto sobre la cara y apoyó las mejillas en las
rodillas flexionadas, con la esperanza de mancharse la cara un poco más.
—Y yo que pensaba que tenías el pelo castaño claro. Eso demuestra
que las primeras impresiones rara vez son acertadas.
No le contestó, aún insegura de si le convenía o no, pero él siguió
deslizando su voz en su oído.
—¿Así que volvemos al silencio? —Su voz era más baja que antes. Sus
ojos se desviaron hacia los androides en funcionamiento, insegura de si
estaban lo suficientemente lejos como para oírle.
—Eres muy lista, Ely, pero no pueden oírnos ni grabarnos.
Frunció el ceño. Estoy siendo demasiado fácil de leer. ¿Cómo lo sabe? Su
ceño se frunció aún más. ¿Cómo parece saberlo todo? ¿Por qué nadie más
se fija en él? Había algo que se le escapaba de las manos y, cuanto más lo
intentaba, más insegura estaba de querer entenderlo.
Elodie se concentró en su espacio gris mientras la imagen de unos ojos
lechosos, inyectados en sangre, luchaba por consumir sus
pensamientos. Se apoyó la palma de la mano en la frente, donde
Gunner había respirado sobre ella horas antes.
Aún lo siento a él. El lugar ardía.
Los androides pasaron junto a su celda y se dirigieron a las puertas,
reuniéndose con los demás que habían terminado al mismo tiempo en
perfecta sincronía. Salieron al unísono, saliendo por la puerta antes de
que se abriera del todo y, cuando se cerró tras ellos, se reanudaron las
conversaciones en voz baja por todo el calabozo. El sistema de
ventilación se encendió aspirando la bruma restante.
—Ha sido divertido —Se rió Kallan—. Nunca había visto algo así.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Gunner.
—Difícil de decir, ¿un mes tal vez? Más que el resto.
—¿Y tú, Ely? —Gunner le preguntó a continuación.
Kallan respondió por ella.
—Ely llegó aquí, ¿hace cuánto? ¿Hace dos o tres semanas? Es difícil
seguir la pista del tiempo cuando la mayoría de los ciclos se mezclan con
el siguiente. Vino aquí con el resto de esos cabrones que no se
defendieron.
Hace dos semanas y media.
—Forman parte de una tripulación minera que volvía de Andrómeda
con un cargamento completo de mineral para Gliese —continuó—.
Fueron atacados y abordados justo fuera del espacio comercial.
—No podíamos viajar sin un agujero de gusano con nuestra capacidad
sobrecargada —añadió otro—. No podíamos huir por la misma razón y
nos superaban en número.
—¿Enviaste una llamada de socorro? —Gunner preguntó.
—Joder, claro que lo hicimos, y se podría pensar que estando justo en
las afueras habríamos llamado la atención de una de las naves patrulla,
pero nadie respondió. Ninguna de las otras naves mineras estaba cerca
tampoco. Nos bombardearon, destruyendo nuestros propulsores.
Nuestros motores fueron los siguientes. Dispararon nuestros sistemas
de soporte vital y nos bombardearon, intentamos aguantar, esperando
ayuda. Pero no estábamos preparados y nuestras reservas ya estaban
por los suelos. Nuestro capitán de mierda negoció nuestras vidas si nos
rendíamos, de poco le sirvió eso. La tripulación del puente y él murieron
en el lugar. Me alegro de que así fuera.
Recordaba perfectamente el momento en que todo se vino abajo:
estaba con su padre reparando las excavadoras gigantes y los camiones
de transporte. Habían estado tan metidos en las máquinas en aquel
momento -ella y algunos otros que estaban aquí sentados en sus
propias celdas en el calabozo- que no tenían ni idea de lo que estaba
ocurriendo en las cubiertas superiores. Cuando reparaban máquinas tan
grandes como para cosechar continentes, a veces no salían durante días.
Empacaban suficiente comida y suministros para ir a una expedición de
reconocimiento, llevando consigo lo mínimo indispensable, porque
todo lo que se traía había que maniobrarlo a través de un laberinto de
engranajes y metal. Los behemoths en los que ella solía trabajar eran
auténticos cementerios en una nave minera. Su padre y ella se habían
encontrado con más de un cadáver perdido entre el metal.
Su pequeño equipo se había encontrado con extraños apuntándoles
con armas, y armas que siguieron apuntándoles hasta que los sacaron
de la nave y los llevaron a donde ella estaba sentada ahora.
No luchamos contra ellos. En las paredes había sangre. Era fácil saber
que curso había que seguir para mantenerte con vida cuando te
enfrentas a paredes ensangrentadas.
—¿Qué hay de ti, Kallan? ¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó
Gunner, sacándola de sus recuerdos.
—Igual que ellos, pero menos climático. Me cogieron en campo abierto
y me capturaron. Me cogieron a mí y a mi nave, incluso vieron a través
de mi dispositivo de ocultación, y confiscaron todo lo que tenía. Pero mi
pellejo se recuperará, sé lo que nos espera —refunfuñó—. Royce sin
embargo, no me esperaba algo tan desesperado como el suicidio para
salir de aquí.
Sus orejas se agudizaron. Alguien más se había dado cuenta. No
necesitaba mirar para saber que Gunner no lo ocultaba.
—Si lo hubiera sabido, lo habría detenido —La voz de Gunner le hizo
cosquillas en el oído. Elodie sintió que se le aceleraba el pulso—.
Anoche me devolvió la chaqueta en la oscuridad, yo mismo me
sorprendí cuando la empujó a través de los barrotes. No pude
preguntarle qué hacía antes de que sonaran las sirenas.
Mentiroso.
—Curioso —reflexionó Kallan.
—De acuerdo. Parece que no somos los únicos que lidian con la muerte
hoy.
Está cambiando de tema...
Elodie echó un vistazo a Gunner a través de su pelo, pero rápidamente
apartó la mirada cuando sus ojos se encontraron.
—Parece que alguien se ha puesto a matar arriba —intervino otro de
los prisioneros—. Mejor ellos que nosotros.
—Hmph. Hasta que vuelvan aquí para el reclutamiento —dijo Kallan.
—Esta vez nos han avisado, joder. Me pregunto cuántas plazas habrá
que cubrir esta vez. Porque a este paso, no quedamos muchos para
llenarlos, no si planean sacar provecho de nuestra carne como parece.
—Más posibilidades de sobrevivir si no se les permite matarnos...
Elodie los ignoró a medida que avanzaba la conversación. Gunner
también se había callado y, a medida que pasaba el tiempo sin más
incidentes, el silencio reclamaba el espacio a su alrededor. Su estómago,
siempre hambriento, la devoraba por dentro y cada vez le resultaba más
fácil entrar en el vacío gris. Perderse la comida de la mañana le pasó
factura y cerró los ojos, quedándose dormida sin darse cuenta.
Cuando despertó, las luces se atenuaban y la puerta del calabozo se
abría. Un androide entró, solo y sin un guardia que le distribuyera
comida. En la última media semana le habían ocurrido muchas cosas por
primera vez, y la energía para sorprenderse casi la había abandonado. El
robot les dejó con el hambre apenas saciada.
Cuando terminó de engullir su ración y de meterse en la boca uno de los
geles de agua, se dirigió hacia los barrotes más cercanos a Gunner. La
oscuridad, aunque no como la noche anterior, le devolvió el valor
suficiente para hablar con él.
Levantó sus ojos muertos para seguir sus movimientos, y ella se perdió
en su aspecto congelado. Una de sus comisuras se movió durante un
segundo apenas perceptible.
Permanecieron así durante algún tiempo, observándose mutuamente
en la oscuridad mientras el ciclo avanzaba. Aumentaban las toses y los
ronquidos estridentes de los que les rodeaban. Era como si hubieran
esperado hasta la hora bruja para estar solos y Elodie casi echaba de
menos la intimidad estrepitosa que les habían concedido la noche
anterior. Echaba de menos la cercanía temporal con otra persona.
Echaba de menos la libertad.
Había llegado a necesitar su atención y eso la perturbaba hasta la
médula.
Las sombras ocultaban la mayor parte de sus rasgos y ella dejó caer la
mirada para seguir los tonos grises y negros de los tatuajes de sus
pistolas y su ancha mandíbula.
Elodie se dio cuenta de que la respiración de él expandía su pecho, lo
que atrajo su atención hacia el contorno de su camisa y los músculos
que había debajo. Se ceñía y se tensaba en todos los puntos adecuados
y, al concentrarse en los sutiles movimientos de la tela, sus músculos se
abultaron un poco más. Su ceño se frunció y sus mejillas se encendieron.
Una sonrisa burlona levantó los laterales de sus labios enfriando su
repentina fogosidad. Se estremeció y apartó rápidamente la mirada,
gritando en su cabeza el peligro en que se estaba metiendo.
El sonido de su movimiento le devolvió la atención. Cogió la chaqueta
por el otro lado, la colocó en el suelo entre los dos y, sin mediar palabra,
introdujo de un tirón el material. Elodie agarró el otro extremo y tiró, y
en poco tiempo tuvo el material en sus manos.
Se lo puso y su olor la consumió. Era delicioso y picante, mentolado y
fuerte. Se acercó el cuello a la nariz y percibió una pizca de mentol,
lúpulo y cannabis.
La tela le cubría los hombros, pesada y gruesa, pero no le importó, ya
que el frío al que se había acostumbrado le abandonaba la piel. La
chaqueta la cubría por completo y no dejaba sin esconder. Era un
escudo, un capullo, una capa de protección añadida. Seguridad. Gunner
le había dado seguridad... Quería gritar de felicidad al sentir la franela
gastada rodeando sus manos.
Subió la cremallera y comprobó los bolsillos, sabiendo que no
encontraría nada.
—Yo que tú no haría eso —dijo, con voz de susurro.
—¿Hacer qué? —preguntó ella, encorvándose dentro de la chaqueta y
toda su gloria de capas. Su pesada calidez.
—Subirle la cremallera. Te hace parecer una mujer con lo grande que te
queda. Mantenla sin cerrar y con las mangas remangadas por encima de
las muñecas, y no la lleves durante el día.
Reflexionó sobre la sugerencia, ya que había decidido quitárselo
durante el día de todos modos.
—Gracias.
—De nada.
Pasaron unos minutos mientras luchaba con las mangas y se volvía a
vestir con su nuevo escudo. Sus ojos se agrandaron de repente al
comprender lo que acababa de pasar.
¡Mierda! ¡Me acabo de delatar!
Elodie se convirtió en piedra, con la boca abriéndose y cerrándose como
un pez asfixiado. Sus ojos se clavaron en ella.
—No soy una mujer —Se defendió, tratando de convencerlo con calma
y deseando que su corazón dejara de latir con fuerza—. Pero no quiero
echar más leña al fuego. Con el tiempo, quizá dejen de preocuparse por
lo que soy en realidad y sólo se centren en lo que aparento ser.
Gunner giró la cabeza para mirarla directamente.
—No es un pensamiento reconfortante.
—No —susurró ella.
—He cumplido mi parte del trato. Ahora te toca a ti.
Elodie asintió.
—¿Mataste a Royce? —Miró su cara, pero no le dio nada, sólo dejándola
con más preguntas que antes.
—¿Acaso importa?
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó.
Gunner dejó caer la cabeza sobre los barrotes y chasqueó los dedos
hacia la celda de Royce.
—Apagué las luces del calabozo, salté la seguridad de la puerta de mi
celda, me fui y, cuando volví, recordé nuestro acuerdo y entré en su
celda. El resto ya lo sabes.
Elodie no sabía si se estaba burlando de ella o no, pero se le revolvió el
estómago y se giró para mirar a los otros presos que los rodeaban para
ver si alguien estaba escuchando su conversación.
—Están dormidos.
—No te creo —Se volvió hacia él.
—¿No me crees? Ni siquiera me conoces.
—¿Entonces por qué has vuelto? Si puedes escapar tan fácilmente,
moverte por una nave desconocida sin perderte, ¿por qué has vuelto?
Sus labios se levantaron de nuevo. Elodie seguía sin poder leerle.
—Quizá volví por ti.
Sus palabras dejaron huella y ella se sacudió el escalofrío de miedo que
quería recorrerla.
—Dime la verdad.
—Lo hice. Soy la verdad encarnada.
—Demuéstramelo —siseó ella y la sonrisa de él se ensanchó hasta
convertirse en una mueca.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Porque no es posible —No puede porque es ilógico y es imposible—.
Entonces, ¿cómo mataste realmente a Royce?
De repente aparecieron en su mano varias barritas de racionamiento y
un par de geles de agua. Gunner las empujó a través de los barrotes
donde nadie más podía ver.
—Te lo dije.
Elodie se quedó mirando la comida como si respondiera a todas sus
preguntas. Una prueba. ¿Pero lo era? Podría haberlas estado guardando...
Sus dedos los recorrieron ligeramente para demostrarse a sí misma que
eran reales.
—¿De dónde las has sacado? —preguntó.
Gunner sonrió satisfecho, pero no le contestó. Pasaron varios minutos y
su estómago gimió.
—Esa es mi prueba —dijo—. Ahora come algo antes de que te mueras
de hambre.
Elodie se preguntó si sería una trampa, esperando a que él atravesara la
barrera y le agarrara la mano o la garganta y le hiciera daño, pero a
medida que pasaban los segundos y Gunner no hacía más que
observarla, ella cerró las manos sobre una de las raciones y se subió el
largo sobrante de la chaqueta. Se giró para mirarle de frente y se comió
la comida lejos de las miradas indiscretas de los demás. La satisfacción
no era lo único que le daba vueltas en la cabeza, sino el shock.
¿Por qué me da de comer? No podía mirarle a los ojos.
Cuando terminó, y tras esconder el resto de las raciones en sus bolsillos,
preguntó:
—¿Qué quieres de mí?
Se echó hacia atrás y ella se dio cuenta de que él también la había
estado protegiendo de ser vista. Se le oprimió el pecho y de repente
quiso acercarse más a él. Eso la devolvió a la realidad.
Eso es exactamente lo que quiere que haga. Se echó hacia atrás.
—Quiero que me ayudes a pasar el tiempo —suspiró—. Que me
distraigas.
Elodie suspiró y asintió.
—Lo intentaré —Si estaba dispuesto a darle comida, al menos podría
hablar con él un rato— ¿De qué quieres hablar?
—¿Qué hiciste antes de esto? —preguntó Gunner, agitando la mano. La
pregunta era inocua y la pilló por sorpresa.
—Era maquinista, como la mayoría de los que están aquí. Mantenía la
tecnología minera en todas las fases del proceso, es para lo que me
entrenaron y para lo que soy bueno.
—Así que te gustan las máquinas...
—Tienen sentido, no cambian, y no necesitas ser nada más que lo que
eres a su alrededor. Una vez que aprendes lo que estás haciendo, lo que
tienes que buscar, cómo mantenerla, no hay nada más que necesites
saber. Son fáciles.
—Sí que lo son —Se rió por lo bajo y ella no supo por qué—. Así que las
máquinas... ¿Es lo que has hecho toda tu vida?
—Sí.
—¿Y te gusta lo que haces?
¿Le gustaba?
—Claro.
—Simplemente no lo veo. ¿Cómo alguien como tú se mete en un trabajo
como ese? Y la minería de todas las cosas... ¿Se puede hacer un trabajo
más aburrido? Aunque hacer máquinas no tiene por qué ser todo
aburrido.
Elodie entrecerró los ojos.
—¿Alguien como yo?
—Perdóname. Me he expresado mal. ¿Alguien tan poco preparada
como tú para dedicarse a un campo así? Pareces más —Hizo una pausa,
pero continuó antes de que ella pudiera intervenir—, del tipo que se
dedicaría a.… no sé... ¿algo menos exigente físicamente? Como la
medicina. O servicio de comidas....
Se echó hacia atrás apoyando el cuerpo contra la pared, mientras se
debatía sobre qué responder. Volvió a meterse las manos en los
bolsillos y curvó los dedos. Le vino a la mente su padre y las largas horas
de su juventud a su lado. Era la razón por la que hacía lo que hacía,
aprendiendo el oficio que él desempeñaba porque era fácil y porque no
había nada mejor que hacer. Una vez muerta su madre, firmó un
contrato de varios años con el gobierno, sabiendo perfectamente que
no volvería a la civilización, o a ella si decidía quedarse. Elodie dejó que
sus decisiones se convirtieran en las suyas y no había pasado ni un solo
día en el que no estuviera segura de si se arrepentía o no.
La vestía como a un chico, le rapaba el pelo largo y le compraba ropa
nueva. Aunque era una niña, sabía lo que hacía y nunca discutió ni se
opuso. Chesnik nunca le ofreció otra opción y ella nunca intentó
buscarla. Nadie se opuso a sus decisiones, no desde que murió su madre
y ella se convirtió en su aprendiz, un joven que aprendía el oficio de su
padre. El personaje era fácil y le suponía poco esfuerzo.
Durante años funcionó a la perfección, yendo de un trabajo a otro,
pasando desapercibida como todas las abejas obreras. Hasta que le vino
la primera regla y su cuerpo empezó a cambiar.
—Te he ofendido —Su voz la devolvió al presente.
—Estaba pensando... Me uní porque era el oficio de mi padre y era fácil.
Le dirigió una mirada dura que ella no pudo leer.
—Eso responde a una cosa. Realmente no quería llamarte idiota por tus
terribles elecciones profesionales.
Eso la hizo erizarse.
—Pero sigo confundido sobre por qué te quedaste.
¡Porque no sabía hacer otra cosa! quería gritarle Elodie. Odiaba que él
expresara sus propias preguntas con tanta facilidad. Apretó los dientes
y las manos, sintiendo cómo aumentaba la tensión antes de soltarla.
—Me quedé por mi padre —dijo.
—¿Y dónde está ahora? ¿Muerto?
—Está en algún lugar de esta nave —Le tembló la voz—. Y ahora no sé
si está muerto.
Gunner se sentó derecho y agarró la barra entre ellos. Se puso rígida y
se echó hacia atrás.
—¿Está en esta nave?
Elodie tragó saliva y asintió.
—Se lo llevaron en el último reclutamiento. El ciclo anterior a tu llegada
y te quedaste con su celda.
—¿Qué aspecto tiene? —preguntó él con la voz más dura, más grave
que antes, haciendo que el corazón de ella latiera más deprisa.
—¿Por qué importa?
—Dímelo.
Elodie apretó las manos con más fuerza.
—Calvo. Es calvo y alto, más alto que yo, con arrugas finas. Le faltan dos
dedos en la mano izquierda y ambas manos y brazos están cubiertos de
cicatrices. Como las mías —Levantó los brazos para enseñárselos,
trazando algunas de las quemaduras que había recibido a lo largo de los
años y mostrando las yemas de los dedos donde su piel se había curado
más de una docena de veces—. Pero muchas más y mucho peores.
Gunner se relajó, visiblemente, mientras observaba su mano.
—Bien —dijo confundiéndola aún más.
—¿Por qué bien?
—No era uno de los hombres que maté anoche.
No sabía si se estaba burlando de ella o no, y se inclinó un poco hacia
atrás para verle mejor. No le sirvió de nada. Nada en Gunner era fácil de
leer.
—Por eso dijiste que esta celda no me pertenecía. Ahora lo entiendo —
resopló—. Hablando de eso —Se puso en pie y giró sobre sí mismo
lentamente antes de detenerse y volver a mirarla—. Tengo que marcar.
Elodie frunció el ceño.
—¿Necesitas qué?
Pero él ya se estaba agarrando el cierre de los pantalones y bajando la
cremallera. Pasaron varios instantes de confusión hasta que se dio
cuenta de lo que estaba haciendo, quitándose la ropa y agarrándose la
polla. Se apartó, corriendo hacia el centro de su celda, pero no antes de
verlo.
—Quizá quieras darte la vuelta —Se rió por lo bajo, haciendo que sus
oídos ardieran y que un desagradable rubor calentara su piel. Lo he visto.
Vi su miembro.
Un leve chorro de agua jugueteó con su asco mientras ella lidiaba con
qué demonios estaba pasando. Siguió burlándose de ella mientras se
movía a su alrededor y ella apretó con fuerza las palmas de las manos
contra sus ojos cerrados.
—Sabes, Ely, es de mala educación mirar cuando un hombre está...
haciendo sus cosas. Alguien debería habértelo enseñado ya —Sus
palabras fueron acompañadas de risas ásperas.
—No miré —tartamudeó ella, avergonzada. No porque no hubiera visto
una polla en su vida, sino porque era su polla.
—Tsk, tsk.
Contó los segundos, esperando a que parara, y deseando por Dios que
nada de eso llegara a su espacio para no tener que oler el hedor de la
orina toda la noche. ¿Quién demonios es este hombre?
Maldita sea, me estoy delatando otra vez...
Elodie bajó las manos y miró por encima del hombro. Gunner estaba de
espaldas a ella. Aspiró entrecortadamente y se recompuso, satisfecha
del valor que había reunido para mirarlo de frente.
Y entonces él se volvió hacia un lado sujetándose el miembro, y ella se
arrepintió de todas las decisiones que había tomado en los últimos
veinticuatro años de su vida. Porque Gunner era enorme.
Se detuvo y sus miradas se cruzaron, la de él se ensanchó de asombro,
sabiendo que la de ella tenía el mismo aspecto. Soltó un largo silbido de
aire, casi doloroso, mientras esperaba el siguiente movimiento. Su
asombro duró poco y terminó en una sonrisa cómplice que ella quiso
arrancarle. Pero ella ya había jugado sus cartas y se negaba a echarse
atrás.
—¿Tienes curiosidad? —Gunner se aclaró la garganta y la miró de frente,
dándole acceso a una visión frontal completa. Elodie bajó la mirada por
curiosidad y se encogió de hombros.
—Esperaba más.
—¿Qué quieres decir con más?
El miembro de Gunner se endureció ante sus ojos. Su mano lo acarició
una vez, lenta y deliberadamente. Sus largos dedos se enroscaron
alrededor de su propia circunferencia. Sus piernas se cerraron y volvió a
encogerse de hombros. De pronto se sintió aún más agradecida por la
chaqueta; era una capa más tras la que ocultar su recién descubierta
conmoción y horror.
Se acababa de mear. Sobre toda superficie. Y me centro en su tamaño.
Elodie se sentía cada vez más confundida.
—Más —balbuceó—. No te hagas el ofendido. No todo el mundo
puede estar bien dotado.
Así es. Mi polla es más grande que la tuya. Lo es ahora, al menos. Ahora
que tenía una imagen mental.
Se apartó la erección con un gruñido, pero volvió a sobresalir una
pesada tienda de campaña.
—¿Quieres comparar tamaños?
—No.
—Bájate los pantalones y veamos.
—No me bajo los pantalones para los hombres, sólo para las mujeres —
dijo rápidamente, con el corazón latiéndole un poco más rápido—. Está
claro que no eres una mujer.
—Está claro que no —Volvió a reírse—. Pero ahora me tienes intrigado
por si tengo un rival. No puedo tener un rival.
—¿Y eso por qué? —preguntó ella antes de poder contenerse.
—Porque la primera mujer que yo vea será mía.
Se puso rígida, con el corazón acelerado y con ganas de salirse del
pecho. Las palabras que salieron de su boca eran palabras que ella no
quería oír.
—Y no permitiré que huya con un hombre con mejor paquete. Las
mujeres tienen un millón de hombres para elegir en el espacio, tengo
que asegurarme de que no pasen de mí.
Elodie se encogió bajo la presión de su mirada, sintiendo su intensidad
como siempre lo había hecho, directamente hasta la médula. Todas sus
capas quedaron hechas cenizas, débiles e inútiles en el suelo. Sentía que
su lengua era demasiado grande para su boca.
Lo observó con recelo mientras él recuperaba su sitio junto a los
barrotes, con los brazos sobre las rodillas, consciente de que la tienda
de sus pantalones parecía crecer cuanto más se acercaba a ella. Son
imaginaciones mías.
La tensión entre ellos era asfixiante y ella no podía responder. No se le
ocurría una buena respuesta. Su silencio siempre había sido un escudo
para ella, pero ahora no le parecía mejor que otra prisión.
¿Y si se entera de que soy una mujer? La pregunta la hizo estremecerse y
deseó de nuevo que volviera la oscuridad.
A medida que pasaba el tiempo, su cabeza se llenaba de todo tipo de
pensamientos mientras intentaba imaginar lo que Gunner había querido
decir realmente. Le hacía sentir cosas que no necesitaba sentir, porque
la idea tenía su encanto.
‘Porque la primera mujer que yo vea será mía’.
Mía. La palabra tenía peso. La atrajo hacia ella. Se llevó las rodillas al
pecho y las abrazó, apretando las piernas todo lo que pudo. Un nudo
crecía en su vientre, un atisbo de excitación que aún se estaba
formando.
Elodie ahogó una risita de autodesprecio. Semanas en una celda, apenas
alimentada y cubierta de suciedad, y ahora... jodidamente excitada. Era de
risa. Realmente lo era.
Intentó discutirlo. Seguramente lo que sentía no era excitación, sino
otra cosa, algo menos femenino, posiblemente afecto. Pero la idea fue
rechazada tan pronto como surgió. No quería abrazar a Gunner, ni
meterse en su regazo y acariciarlo, ni susurrarle cosas dulces al oído. No
quería colar un beso suave entre los huecos de metal que los separaban.
No era afecto lo que sentía.
Tal vez lo atribuiría a la lujuria. Magnetismo animal. Elodie se rascó el
labio inferior. Después de todo lo que había pasado -y que aún iba a
pasar-, un poco de alivio parecía una buena idea. Al menos su cuerpo así
lo sentía.
Elodie se puso en pie y empezó a caminar. El olor la siguió, al igual que
sus ojos; no necesitó dedicarle una mirada para saberlo. Su sexto
sentido había cobrado fuerza desde que lo arrojaron a la celda contigua
a la suya.
—Ely.
Se detuvo en seco.
—Vuelve conmigo —Le hizo señas Gunner.
No se movió.
—Por favor —Lo dijo tan bajo que ella no estaba segura de haberlo oído.
Se volvió hacia él y se deslizó hacia abajo hasta su lugar junto a él—.
Gracias —Su cabeza cayó sobre los barrotes, y Elodie se sorprendió de
lo cansado que parecía.
—¿Estás bien? —Le preguntó, repentinamente preocupada.
—¿Lo estoy?
Sus ojos se dirigieron a las raciones de comida que él no había tocado y
que estaban al otro lado.
—Tienes que comer. Aún no has comido.
—No tengo hambre de comida...
Elodie sacudió la cabeza y se arrastró hacia delante, oyéndole
levantarse para observarla mientras colocaba el hombro en el hueco
más cercano a la comida. Dejó caer la chaqueta, coló los dedos
torciendo la muñeca, empujando su brazo entre el pequeño espacio.
Fue lento y, por una vez, su cuerpo demacrado le resultó útil. El frío
metal rozaba incómodamente la piel de sus brazos mientras ella se
esforzaba y extendía los dedos, logrando hacer rodar los dos geles de
agua en su dirección.
Acercó la ración hasta que pudo agarrarla con la punta de los dedos.
Sacarla fue igual de difícil.
Una vez completada su conquista y con la comida en las manos, volvió
hacia Gunner, que no se había movido en toda la demostración. No se
había levantado para agarrarla, sino que simplemente la miraba con una
fascinación exhausta. Elodie se echó el flequillo hacia atrás y le ofreció
el alimento.
—Necesitas comer. Los primeros días son los peores.
—¿Por qué no te lo quedas? —Sus ojos parpadearon luces rojas,
sobresaltándola, pero volvieron a su lechoso brillo poco después.
—No tengo hambre —Empujó la comida de nuevo en su celda. Una
ofrenda de paz—. Y porque no quiero saber qué les pasa a los que te
roban.
—Mueren.
—Eso es —Elodie empujó la comida un poco más adentro y volvió a
sacar los dedos—. Razón suficiente para no comer tu comida.
—No tengo hambre de comida —susurró.
—¿De qué tienes hambre?
Sus iris carmesí la clavaron en el sitio. Era toda la respuesta que
necesitaba, tan condenatoria como el momento en que decidió hablar
con él. Su mirada hablaba más que cualquier palabra.
Su destino estaba sellado.
Se apartó lentamente y se acurrucó de lado. Cerrando con fuerza los
párpados, se apretó la mano contra el corazón y deseó volver al
santuario de su lugar gris. Cómo deseaba ir allí y no volver jamás.
Lo sabe.
Capítulo 9

Gunner maldijo.
Y maldijo.
Un torrente de blasfemias airadas pasó por su cabeza sin parar. Ely le
ignoraba.
No sabía por qué le molestaba tanto, pero así era, y cuanto más tiempo
tenía que aguantar, más se enfadaba. El tiempo corría como un bucle
sin fin en sus sistemas, y la cantidad de tiempo que había pasado desde
que ella se apagó había sido menos de doce crueles horas terrestres.
Doce. Ya era un hombre impaciente, pero la paciencia que tenía estaba
siendo puesta a prueba.
Gunner se agarró a los barrotes que los separaban y apoyó la frente en
ellos. No se había movido de allí desde que ella le había dado la espalda.
Sabía que debía concentrarse en descifrar los sistemas de la nave desde
dentro, que debía hurgar en las encriptaciones que aún no había
descifrado, pero no podía apartar los ojos de ella.
El secreto absorbía el aire entre ellos, dificultándole la respiración y
haciéndola escabullirse como un animal asustado. Los caninos
enterrados en sus encías hurgaban en su dentadura actual, queriendo
ser liberados, queriendo cazar y enterrarse profundamente en el animal
que le esquivaba. El metal estaba caliente bajo sus apretados dedos.
—Ely... —dijo, esperando un movimiento, pero ella no le dio nada. Y
Gunner tenía los ojos de la mitad de los prisioneros mirando a su
espalda.
¿Cómo podían no darse cuenta? Cuanto más los ignoraba, más se
interesaban, y cuanto más se interesaban, más deseaba matarlos para
que dejaran de desfilar al borde de sus pensamientos.
Las risitas intermitentes de Kallan ya no le parecían humanas, ni
tampoco las otras voces que hablaban. Las toses y gruñidos de los
demás ya no tenían sentido; no hacían más que provocar en su chacal
hambre de silencio.
—Ely —volvió a llamarla Gunner. Sus ojos recorrieron las curvas de su
cuerpo, observando la forma en que su corto cabello caía sobre sus
orejas, sus ojos cuando podía verlos, y la forma en que sus piernas se
cerraban y se acercaban a su cuerpo cada vez que él hablaba... y la
forma en que su chaqueta caía sobre ella como si la protegiera... De él.
¡Joder!
—Ríndete ya —gruñó Kallan—. Mi chico va a hablar.
Gunner nunca había deseado tanto estrangular la vida de otro hombre.
El metal se dobló bajo su agarre. Kallan al menos podía verle la cara
donde Gunner sólo podía verle la nuca. Kallan llamaba a Ely su chico y
Gunner no tenía nada que llamarle.
Incluso la idea de que el hombre astuto y grasiento reclamara a Ely lo
enfurecía. Era suya. Al menos por ahora.
Hizo sus promesas, nada menos que a ella, y sólo había un camino para
los dos a partir de aquí. Aunque ella no lo supiera, desde el momento en
que se puso su chaqueta, él la había marcado. Su olor, su propiedad, la
rodeaba y la mantenía cautiva en una pequeña burbuja creada por él. Su
polla se sacudió en sus pantalones.
—¡Por el amor de Dios, háblame! —rugió Gunner, sin importarle quién
lo oyera y soltó los barrotes antes de aplastarlos. La excitación se
apoderó de él cuando ella se incorporó, sobresaltada, y miró hacia él.
Parecía un animal asustado con los ojos muy abiertos y el corazón
acelerado. Con miedo.
Se acercó todo lo que pudo a los barrotes. Por un momento, estuvo
convencido de abandonar la nave -su nave-, irrumpir en su celda,
cogerla delante de todos, especialmente de Kallan, y marcharse.
¿Lo seguiría ella? Se miraron fijamente y él le pidió que se diera la vuelta
y lo mirara. Permaneció inmóvil.
—¿Me seguirías? —preguntó él, sin importarle quién lo oyera.
Su rostro se nubló de confusión. Arrugó las cejas y torció los labios.
Sintió el impulso de lamerlos, de lamer el sudor y la tensión de sus
rasgos y seguir lamiendo hasta que su saliva cubriera su piel con un
brillo húmedo, hasta que su lengua encontrara su coño y no hubiera
más barreras entre ellos.
—¿Qué? —Ely se incorporó.
—Podría llevarte —dijo bajando la voz. Se acercó, con la cabeza ladeada,
aún confusa—. Podría llevarte... ¿pero me seguirías?
Al pensarlo, su miembro se agitó.
Una expresión de comprensión enrojeció sus facciones y una sonrisa
dentada se dibujó en el rostro de él. Sus fosas nasales se encendieron
cuando el embriagador olor del miedo floreciente llenó el aire entre
ellos. Ely dejó de moverse hacia él y le dedicó su expresión más
vulnerable y horrible. La idea de penetrarla aquí y ahora, con sudor,
suciedad y mugre incluidos, le puso aún más duro. La cabeza de su
miembro rozaba sus pantalones luchando por liberarse.
—Acércate —La atrajo.
—No.
—Tenemos que hablar.
—No, no tenemos que hacerlo. Hablar contigo fue un error —Se movió
para alejarse y él se dispuso a romper lo que fuera necesario para
detenerla, pero el zumbido de la puerta del calabozo al abrirse los
detuvo a ambos.
Dos hombres entraron: el nuevo jefe de guardia de ayer por la mañana y
otro.
Su atención se centró en el nuevo hombre. Tenía rasgos de halcón, nariz
aguileña y una palidez peor que la de un cadáver, pero ojos inteligentes,
ojos que miraban cabizbajos a un holograma que sostenía en la mano.
Se hizo el silencio en el calabozo.
Gunner se puso en pie, con la erección erguida, y se encaró a los
cabrones que interrumpían constantemente su intimidad con Ely.
La nariz del guardia se agitó pero, a diferencia de los días anteriores,
ninguno de los dos retrocedió ante el olor; los androides habían hecho
bien su trabajo.
Se acercaron a la celda de Royce y el hombre del holograma levantó los
ojos hacia el panel de la puerta.
—Aquí es donde murió. Nunca había visto un suicidio tan desastroso, se
arañó la muñeca y se desangró por todo el mecanismo de cierre —Le
dijo el guardia al hombre nuevo.
—Hmm... —El holograma se levantó hasta expandirse y encapsular la
cerradura.
Gunner apoyó la espalda contra la pared. Escuchó cómo Ely volvía a su
lado, y él se agachó para rodear con un dedo el barrote que tenía junto
a la cabeza.
La holosfera azul vibraba y se expandía, y él podía saborear la energía
que desprendía. Gunner salió de su cuerpo y penetró en la conexión,
probándola y captando la información que podía.
El holograma parpadeó en rojo.
¿Qué demonios ha sido eso?
—¿Qué ha ocurrido? —Le preguntó el guardia.
—Interesante... —murmuró su amigo el técnico, pero no contestó.
Un tipo diferente de chispa inundó su ordenador central, una que se
sentía como espinas atravesándole la piel desde dentro hacia fuera.
Luchó contra mí. Se defendió, joder. Gunner, reconfigurándose, se
acercó a la tecnología con más precaución. Lo observó desde una
longitud de onda diferente, acechándolo como si fuera una presa, y se
acercó lentamente. Cuanto más se acercaba, más se fortalecían las
espinas y más se defendían sus propios sistemas.
El holograma volvió a ponerse rojo y permaneció así mientras él luchaba
contra el creciente dolor. La batalla era interna, invisible para los
espectadores.
La tecnología le eludía, un cortafuegos de alambre de espino protegía
sus secretos. Cuanto más luchaba, más deseaba saber qué ocultaba.
Contraseñas. Información. Dónde se llevaron mi maldita nave. Se le
desencajó la mandíbula. Un virus de red bailaba como un duende en su
mente.
De repente, una suave caricia y una repentina descarga de calor
golpearon el dorso de su dedo alejándolo de su mente. De repente,
Ballsy no estaba en su cabeza, sino Ely. El calor se extendió. La miró. La
sien de ella descansaba sobre su piel.
Llenaba sus pensamientos y anulaba todo lo demás. Ese toque, su
toque. Una sensación hipnotizante y cautivadora, tan fuera de lugar con
lo que estaba ocurriendo que le sorprendió. Era una pequeña conexión,
la de su frente contra el dorso de su dedo, pero despertó algo en su
interior para lo que no estaba preparado.
No tuvo la oportunidad de asimilarlo, ser tocado voluntariamente por
una mujer, por Ely, antes de ser interrumpido... OTRA VEZ.
—¿Quién es él?
Los ojos de Gunner se volvieron hacia el guardia y su compañero, que
ahora miraban hacia él. Quería que se fueran.
—Es el idiota que era dueño del crucero de batalla que recogimos. El
que nos tiene bloqueados.
—¿Cómo es que un hombre con una nave como esa fue atrapado en
primer lugar? Viste los cañones de esa plataforma. El idiota debe haber
estado cagándose como nunca —El holograma desapareció en la mano
del hombre mientras se alejaba del panel para situarse frente a la celda
de Gunner.
No rezumaba fuerza exterior, sino inteligencia calculadora y mordaz. El
hombre olía a limpio, excepto por la fruta artificial que desprendía el
aire cada vez que respiraba. ¿Vitaminas? No, Gunner lo tamizó.
Suplementos energéticos. La droga elegida por este tipo era la cafeína,
y mucha.
Gunner también pudo percibir la tecnología cibernética de segunda
mano dentro de este nuevo hombre y se preguntó si el holograma que
intentó penetrar era en realidad parte de una pieza más grande, oculta
bajo capas de sangre y carne.
Si se le ocurre mirar a Ely...
Sus escudos ya estaban activados, pero volvió a comprobarlos para
asegurarse.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre.
—Gunner. ¿Y tú?
El hombre entrecerró los ojos y resopló.
—Ballsy. Me suena el tuyo.
—¿Ahora te suena? —Gunner sonrió satisfecho.
—Un misterio que se resolverá en otra ocasión, pero he visto tu nave.
Caminé por ella, me puse cómodo, pasé algún tiempo allí. Siento
curiosidad —El hombre levantó la vista para mirar la pared, con los ojos
brillando—. Mucha curiosidad.
Gunner soltó lentamente el dedo de la barra y se apartó de la pared
para colocarse frente a Ballsy. El hombre no se movió ante su
aproximación.
—Qué curioso. ¿Has entrado a robar?
Ballsy sonrió débilmente, con la mirada aún desviada.
—Sí y no. ¿Estás preocupado? —Sus ojos volvieron a los de él—
¿Escondes algo bueno? Aparte de los sexdolls, claro.
—No me estarías preguntando eso si lo supieras. Tampoco estarías aquí
si lo supieras.
La sonrisa de Ballsy vaciló antes de volver.
—Todos tenemos nuestros secretos —Ladeó la cabeza— ¿Te han
instalado un nuevo par de ojos? ¿O estás ciego, Gunner?
—Te veo claramente —dijo amenazador, bajando la voz. No le gustaba
la idea de que ninguno de esos cabrones de mala muerte tocara sus
cosas—. Claro como el agua.
—Estoy seguro de que me ves. No serás el primero en amenazarme, y
no serás el último. Pero dime, de un hombre con un implante a otro,
¿valió la pena?
La pregunta de Ballsy lo desconcertó y Gunner pudo sentir los ojos de
todos los que observaban su intercambio en el calabozo. Sintió los ojos
de ella en su espalda. La cruda y lenta ebullición de su contención
empezaba a resquebrajarse.
—No —mintió.
—Interesante... No espero que me des las claves de acceso a tu nave,
pero tengo que preguntarte... ¿merece la pena tu vida?
—¿Lo vale la tuya?
La risa de Ballsy era suave y tenue y tan desquiciada como una mariposa
con las alas arrancadas.
—No. No, no la vale —Se volvió hacia el guardia—. La cerradura fue
manipulada. No sé cómo, pero lo averiguaré. Siempre lo hago.
El guardia gruñó de aceptación, mirando de nuevo a la celda de Royce.
Gunner crujió el cuello mientras Ballsy lo volvía a abordar.
—Volveremos a hablar pronto... espero.
Esperanza es una mala elección de palabras. Gunner le vio alejarse,
quedando lejos para un ataque directo, mientras abandonaba el
calabozo con la cabeza inclinada y su holograma manteniendo su
atención.
Escuchó cómo los pasos de Ballsy se alejaban por los largos pasillos
enrejados, y siguió el rastro de la tecnología del hombre hasta que se
desvaneció en la distancia. Fue suficiente para que Gunner lo rastreara
cuando estuviera listo.
—¡Escuchad! —gritó el guardia restante palmeando su porra—. Todos
sabemos lo que es esto, así que no me causéis ningún puto problema.
Hacedlo y no os daré una paliza.
Gunner se retiró a su sitio junto a Ely y volvió a rodear la barra con los
dedos. Una momentánea oleada de decepción le golpeó cuando ella no
le devolvió el toque.
—¿Qué está pasando? —Le preguntó, susurrando.
—Reclutamiento.
Gunner pudo oír el temblor en su voz. Observó al guardia que recorría el
camino. Quería acecharlo, arrastrarse sobre él hasta que entrara a
matar.
—No digas nada —volvió a susurrar Ely a su lado.
Asintió y calmó a su bestia.
—¿Por qué?
—Es un juego. Siempre es un juego...

***
Elodie apoyó la palma de la mano en el frío suelo, a medio camino de
arrodillarse y lista para ponerse en pie de un momento a otro. No se
sentía bien. Nada había sido igual desde que su padre se marchó y
Gunner ocupó su lugar.
Y ella lo había tocado. Había roto sus propias reglas. ¿Eso contaba?
¿Gunner la tocaría ahora y usaría ese pequeño contacto en su contra?
¿Por qué no tenía miedo?
Sacudió ligeramente la cabeza, sintiendo aún la piel de él en su sien, su
dedo, y cómo había apoyado ligeramente la cabeza en él. Por un
instante quiso volver a sentir su aliento en la frente y el consuelo que le
proporcionaba. Y ahora se dio cuenta de que su mano estaba allí de
nuevo, haciéndole señas para que se acercara a ella, para saciarse.
Contacto humano.
El guardia se alejó por la fila y desapareció brevemente de su vista, y ella
se quitó lentamente la chaqueta de Gunner de los hombros y la empujó
hacia atrás. No quería que el guardia la viera con ella puesta. No quería
llamar la atención en absoluto.
A diferencia de las veces anteriores, su corazón no se aceleró. Sabía que
estaba más segura con Gunner a su lado. A pesar de no tener pruebas
reales de que hubiera matado a Royce, Gunner había salido de alguna
manera de su celda. Una fugaz sensación de seguridad se apoderó de
ella. Las raciones extra que le había dado permanecían ocultas en los
bolsillos interiores de su chaqueta.
Los ojos de Elodie recorrieron a los demás prisioneros.
Estoy a salvo, me siento segura con él, por ahora. ¿Pero por cuánto tiempo
más? Cada día podía ser el fatídico día en que llegaran a su destino.
Cuando lo pensaba, Gunner nunca había estado encadenado a su lado.
Si eso era un augurio, no estaba segura. Pero le dio una pizca de
esperanza de que tal vez la conexión que hizo con él ahora podría
salvarla a ella y a su padre más tarde.
—Quedáis veinticinco, joder —arremetió el guardia— ¿Cuántos había
aquí cuando os trajimos? —preguntó a un preso al final de la fila.
Elodie no pudo oír la respuesta del pobre hombre, pero la supo.
Cuarenta y dos. Cuarenta y dos más Kallan. Desde entonces, los demás
se habían unido a la tripulación, habían sido asesinados o habían caído
muertos. Añade un posible suicidio a la lista.
—¿Queréis saber cuánto tiempo más estaréis aquí? —volvió a gritar.
Nadie habló.
—Qué lástima. Supongo que la respuesta no sería reconfortante de
todos modos. Tenemos cuatro plazas que cubrir. Cuatro malditas plazas.
Nuestra puta mala suerte es vuestra puta mala suerte.
El reclutamiento sólo había ocurrido dos veces antes de que su padre se
marchara. Y las dos veces anteriores sólo habían buscado una o dos
plazas que cubrir tras su captura inicial.
Miró al guardia, que gritaba a celdas de distancia, oculto a través de los
barrotes. Cuatro era un cambio. Disminuiría significativamente el
número de hombres a su alrededor, haciendo que el calabozo fuera
mucho más silencioso, pero no se sentía segura. Elodie prefería que los
que la rodeaban estuvieran amurallados a que estuvieran libres en los
pisos y pasillos. Para ella, la celda no era tanto una jaula como una
fuente adicional de protección.
También aumentaba las probabilidades de que se ofreciera voluntaria.
Dos hombres al otro lado se levantaron juntos.
—Voy a coger sitio —dijo uno de ellos.
El guardia giró sobre sus talones.
—Yo también —dijo el otro.
Se esforzó por oír el intercambio.
—¿Son compañeros? ¿Amigos? ¿Amantes? No me importa —Levantó la
picana de su broche— ¿Cuál es tu vocación?
—Soy ingeniero mecánico.
—Lo mismo —gruñó el otro. Elodie los reconoció, sólo había visto sus
caras antes de su captura, pero no sabía nada más.
—Trabajamos bien juntos... —dijo uno de ellos.
—¿Ah, sí?
Ninguno de los dos respondió.
Gunner bajó al suelo junto a ella, apartando parcialmente su atención
del intercambio.
—¿Los conoces? —susurró.
Negó con la cabeza. El tintineo de una de las puertas de la celda al
abrirse resonó en el espacio.
—¿En qué estás pensando?
Volvió a negar con la cabeza, mirando brevemente hacia él.
—No nos oyen —Gunner dio un golpecito en la barra que los
separaba—. Acércate.
Elodie se humedeció los labios y, lentamente, arrastró medio pie hacia
él.
—¿Cómo lo sabes? —Le susurró.
—¿Saber qué?
—¿Que no pueden oírnos?
Él gruñó y a ella se le puso rígida la columna vertebral. Mantuvo la
mirada fija en los hombres de la fila.
—Sistemas sensoriales de audio, tecnología de ultrasonido y software
de proyección de voz calculado con precisión. Los códigos nunca dejan
de moverse, los números se actualizan constantemente. Es jodidamente
molesto.
¿Qué? Elodie frunció el ceño. No puso mucho empeño en tratar de
entender.
—¿Has visto cómo mataban a un hombre, Ely?
La pregunta la tomó desprevenida y miró completamente hacia él,
encontrándose con sus macabros ojos grises.
—Sí.
Su dedo siguió golpeando la barra.
—Quiero decir, asesinado de verdad, de cerca y en persona, con el
blanco de la córnea al descubierto y las pupilas negras mirándote
fijamente mientras se les escapa la vida. ¿Has matado alguna vez a un
hombre?
¿Lo había hecho? No. Hizo memoria. No. Había habido ocasiones en las
que había sido necesaria la defensa propia, el uso de pistolas
paralizantes, tuberías que rompían cabezas de hombres, pero no, nunca
había matado a nadie a propósito, pero nunca se quedaba para
asegurarse. Nunca di un golpe mortal. No me siento culpable.
—No. ¿Tú lo has hecho? —sabía la respuesta, pero preguntó de todos
modos.
—Soy la razón de que esto esté pasando ahora... —Gunner asintió en
dirección al guardia.
El guardia sujetaba la porra detrás del cuello con ambos brazos mientras
se burlaba de los hombres. Se había perdido parte de la conversación y
se inclinó un poco hacia delante para oír mejor.
—Malditos ingenieros. Todo el mundo es ingeniero en el espacio
profundo. Vuestras habilidades aportan muy poco. ¿Sabeis luchar? —
preguntó el guardia.
—Tan bien como cualquier hombre en mi campo —Uno de ellos entró
en su celda abierta e incluso desde donde estaba sentada, Elodie podía
cortar la tensión con un cuchillo—. Sé luchar —dijo.
—¿Tú? —El guardia miró al otro.
—Sí...
—Bien —El guardia dio un paso atrás para permitir que el prisionero
saliera—. Enséñamelo —Cuando el prisionero no se movió, se rió— ¡Oh
vamos, vosotros dos debéis haber esperado esto!
Los hombres se miraron y, por primera vez, a ella se le oprimió el pecho.
Son amigos. Están atormentados. Y tan, tan cansados. Tenían que haberlo
sabido.
—Gunner... —Elodie susurró, preocupada. Se acercó más a ella.
Los minutos pasaban sin que ocurriera nada. El guardia esperó como los
demás. Finalmente, los hombros del prisionero liberado se hundieron y
los rasgos afilados y hambrientos de su rostro se endurecieron. Salió
lentamente y se dirigió hacia la celda de su amigo. El guardia le apuntó
con el arma mientras agitaba una llave sobre el panel y la puerta se abría
con un chasquido.
Empujó al hombre y cerró la puerta.
Le dolió en el alma ver cómo se abrazaban.
—Putos maricones —Se mofó el guardia y lanzó su porra a través de los
barrotes— ¿De verdad creéis que os voy a dejar salir a los dos para que
intentéis asaltarme? —El arma repiqueteó contra el suelo—. Se va el
último que quede en pie. No hay más lealtad que hacia el capitán. No
me hagáis esperar, sólo será peor si lo hacéis —El guardia no se quedó a
mirar, aparentemente aburrido, y volvió a mirar al resto de los
prisioneros. Elodie bajó los ojos hasta que su mirada pasó de largo—
¿Quién más quiere un sitio? Nadie come hasta que haya carne en las
literas —gritó.
—Yo... cogeré uno —habló otra persona, tirando del guardia en una
nueva dirección.
—Vigílalos —murmuró Gunner—. Los dos de la celda.
Los hombres hablaban entre sí, pero en voz demasiado baja para que
ella pudiera oírlos. Ninguno de ellos hizo un movimiento hacia el arma.
—¿Qué dicen? —preguntó ella.
—Sabían que podría llegar a esto, pero eligieron las probabilidades que
les favorecían. El que está de espaldas a la pared necesita atención
médica —Hizo una pausa—. No sé para qué. Están decidiendo quién va
a recibir la paliza.
—¿Se preocupan el uno por el otro?
—Eso parece.
La sorprendió.
—Podrían haber esperado, podrían haber esperado llegar hasta el final.
Sea lo que sea.
Elodie vio a Gunner encogerse de hombros por el rabillo del ojo.
—El mal que conoces…
—…sobre el mal que no conoces —terminó.
—¿Has visto alguna vez un circuito de carne? ¿Mercado de esclavos?
¿Pruebas con cadáveres?
—No —Y ella no quería. Pensó mucho en ello al principio, creyendo que
su tiempo encarcelada no sería largo, pero cuando resultó ser así, se
obligó a alejar sus pensamientos. Era inevitable, viniera lo que viniera al
final, y estaba decidida a sobrevivir el mayor tiempo posible.
—No son bonitos. Al menos los que no venden mujeres. A los que van al
mercado los desnudan delante de una multitud y los amordazan si no
les han cortado la lengua antes. Si crees que una multitud en directo es
malo, piensa en los miles de ojos que miran desde transmisiones
encriptadas. Los esclavistas te inyectan estimulantes, sobrecargando
tus sistemas, un cóctel de drogas que te dará una erección que durará
un día o más, y suficiente energía para enrojecer tu piel, hacerte sudar y
volverte loco.
—Algunos mercados están diseñados para cosas específicas: sexo,
trabajo, carne. Pero la mayoría son una batalla campal. No sabes lo que
el comprador tiene reservado para ti. El sexo y el trabajo al menos
significan vida, aunque sea desagradable y dolorosa, pero es mejor que
la tercera opción. Si tienes una afección médica, ya estás casi muerto. Si
es que llegas tan lejos.
Gunner dejó de hablar cuando el voluntario más reciente fue escoltado
hasta la salida a un androide que le esperaba y le cogió del brazo. Este lo
consiguió sin dolor, uno de los afortunados. Le odió a él y a su suerte.
Odiaba pensar en un mercado de esclavos. Odiaba no saber si su padre
estaba a salvo.
Se preguntaba cómo Gunner sabía tanto.
—Los hombres lo pasan tan mal como las mujeres en esos lugares —
dijo—. Los resultados nunca son buenos. A los afortunados los compran
para dirigir naves como ésta, y la elección es fácil si lo piensas. Al menos
para algunos.
—¿Qué les pasa a las mujeres?
—De todo.
Bajó la mirada y se quedó mirando el suelo gris que tenía delante. Sus
opciones eran mínimas y el tiempo que le habían concedido le resultaba
mucho más precioso. De repente, la idea de ocupar un puesto en la
tripulación no le pareció tan mala. Papá me lo advirtió. Sólo que él no
sabía tanto.
—No —siseó Gunner, arrastrándola de nuevo desde la neblina gris—.
No pienses en ello.
No respondió, no podía porque ahora estaba sopesando todas sus
opciones de nuevo.
El guardia gritó, haciéndola estremecerse.
—¡Un puesto más!
Un puesto más. Elodie se estremeció y sus ojos recorrieron a todos los
jugadores.
—No abras la puta boca, Ely —Apenas le oyó.
¿Debería ir a por todas? Los dos hombres de la celda aún no se habían
movido para luchar entre ellos.
Podría estar con mi padre. Podía esperar mi momento y esperar. Su
secreto ya estaba a punto de ser descubierto y lo sería en cuanto
llegaran al mercado de esclavos. Aquí, al menos tenía la oportunidad de
seguir escondiéndose.
Separó los labios.
—¡Me lo quedo!
Pero no fue su voz la que lo pronunció.
Kallan se puso en pie a trompicones y el guardia se acercó. Se
escucharon varias preguntas. Observó todo en silencio, atemorizada.
Kallan ya sospecha que soy una mujer.
Captó la mirada pervertida de Kallan dirigiéndose hacia ella, mirándola a
ella y a Gunner acurrucados un poco demasiado cerca mientras se
entregaba al androide. La sonrisa retorcida de sus labios arrugados y
secos fue el último clavo en su ataúd. Gunner permanecía en silencio,
pero ella podía sentir su abrumadora presión tratando de sofocar
cualquier opción que ella tuviera hasta convertirla en polvo.
El guardia gruñó y volvió hacia los dos hombres que seguían en un
silencioso empate y los observó en silencio, al igual que todos los demás.
El guardia, aún en silencio, se dio la vuelta y salió del calabozo con
Kallan y el hombre. La porra se quedó allí.
Elodie cerró los ojos.
—Gunner... —respiró ella, sin esperanza.
—¿Qué?
—No le dirás a nadie sobre mí, ¿verdad?
—Me lo llevaré a la tumba.
Algo cálido y fuerte apretó su dedo, el reconfortante contacto humano,
y ella miró hacia abajo para verlo entrelazado con el de Gunner. Lo miró,
perpleja, pero no se apartó.

***

Pasaron varias agobiantes horas y el dedo de ella seguía enganchado al


de él. Ninguno de los dos hablaba y a ella le parecía bien, contenta por
el tiempo que necesitaba para aceptar su alianza temporal con él.
Su dedo era cálido, abrasador, con una conexión frágil. No era real, se
repetía a sí misma. Su conexión era fruto de los acontecimientos que les
rodeaban. Si se hubiera encontrado con Gunner en cualquier otra
circunstancia, no habría pasado de ser un encuentro, uno que tendría la
suerte de vivir. Era un hombre aterrador, intimidante y, en el fondo de
su mente, un hombre del que, incluso ahora, debería mantenerse
alejada.
Pero él le agarró el dedo y ella le agarró el suyo. El contacto la
tranquilizó y quiso más. Elodie movió los otros dedos, buscando, pero
no hizo ningún movimiento para entrelazarlos. Cuando miró hacia él,
tenía la cabeza apoyada en la pared, con los ojos cerrados y el cuerpo
relajado e inmóvil, dando la impresión de estar durmiendo.
El calabozo se había vuelto más silencioso desde que Kallan se marchó,
y era casi relajante, si no fuera por los dos hombres de la fila que
seguían conversando en voz baja.
Los veía como si fueran su padre y ella, peleando, en un punto muerto,
sin saber cómo proceder. Nunca podría vencer a mi padre. Jamás.
Tampoco podría haberla vencido. No era su forma de ser. Elodie juraría
por la vida de ambos que él jamás levantaría una mano para hacerle
daño.
Suspiró, rezando para que estuviera bien. Que estuviera vivo, y en algún
lugar seguro en su elemento en otra parte de esta nave.
Uno de los dos hombres se levantó bruscamente y gruñó. Comenzó a
pasear furiosamente por el interior de la nave.
—¿Gunner? —susurró.
—Hmm...
—¿Podrían utilizar la vara eléctrica en su beneficio?
Tenían un arma entre ellos después de todo.
—Podrían intentarlo.
—¿Crees que lo lograrían?
Levantó la cabeza de la pared y abrió los ojos, clavándolos directamente
en los hombres. Pasaron varios minutos en silencio antes de que
respondiera.
—Es una posibilidad, pero estúpida. Esas armas tienen una carga
limitada y sólo funcionan con contacto directo. Serían blancos fáciles
contra los disparos. Supongamos que sólo regresa un guardia y que lo
matan, le quitan el arma y se llevan la llave. Digamos que se dan cuenta
y liberan a todos en el calabozo. Seríamos dos docenas de hombres
medio muertos de hambre contra al menos el triple de nuestro número
con armas. Ya lo ves —Señaló una tubería que corría a lo largo del
calabozo—. Hay un agujero cada dos metros y una cámara que alimenta
a la seguridad…
—¿Cómo lo sabes?
—Puedo introducirme en ella y ver a través de ellos. Si —continuó antes
de que ella pudiera preguntar más—, consiguieran hacer todo eso,
quienquiera que esté vigilando y manteniendo la seguridad, IA o
humano, lo sabría inmediatamente y sonaría una alarma, encerrándonos.
Ahora bien, supongamos que logramos salir de esta celda antes de que
eso se dispare, ahora tenemos que enfrentarnos a una gran nave
desconocida que no sólo tiene hombres armados, sino también
androides protegiéndola. No hay final feliz en ese plan, ninguno en
absoluto, y el guardia que dejó su arma lo sabía.
—¿Y si conseguimos salir de aquí y entrar en la nave? Algunos de
nosotros somos hábiles pistoleros y luchadores aunque estemos débiles,
la adrenalina se apoderaría de nosotros. Podríamos matar a algunos
guardias más, conseguir algunas armas más y abrirnos camino.
Podríamos tender trampas.
—¿Estás pensando en escapar, Ely? —Gunner se burló de ella con una
sonrisa burlona.
—Estoy pensando en todas nuestras opciones —murmuró y se llevó las
rodillas al pecho—. Es mejor que ser miserable.
Se rió entre dientes.
—Digamos que llegamos hasta allí. ¿Cómo pasaremos los bloqueos de
seguridad? Porque habrá bloqueos.
Elodie gimió y se pasó los dedos por el pelo lacio.
—¿No lo sé? ¿Cómo lo hiciste? —Todavía creía Gunner sabía más acerca
de lo que pasó con Royce de lo que estaba dejando escapar.
—Fui de noche y estaba solo. En cualquier caso, primero tendría que
estar dispuesto a ayudarte. Y, Ely, si toda esta hipotética gilipollez del
suicidio se consumara, me inclinaría por quedarme atrás y echarme una
siesta en mi celda. Tendría que tener una muy buena razón para ayudar
a un grupo de prisioneros desesperados en un último intento de fuga.
Una muy buena razón.
Apartó la mirada de los dos hombres y miró a Gunner. Sus ojos se
clavaron en los de ella, parpadeando en rojo y blanco, haciendo que se
sonrojara. Una maldita buena razón. Que te jodan. Pero las armas de su
mejilla se arrugaron con el diabólico movimiento de sus labios y su
mirada se desvió de sus ojos a su boca.
Elodie se mordió el labio inferior mientras el corazón le latía con fuerza
ante la insinuación. El dedo de él atrapó el de ella con más fuerza en el
gancho. La pequeña cantidad de contacto carne con carne que
compartían amenazaba con ser mucho más.
Sabía cómo ser un hombre, pero para estar con un hombre, su
experiencia era limitada y esporádica. No era virgen, se había educado a
sí misma durante los breves periodos en los que no trabajaba, pero sus
conocimientos eran muy escasos. Sus ojos se desviaron de su rostro
para recorrer su cuerpo. Fuerte. Musculoso. Intenso. Gunner la
masticaría y la escupiría. Elodie no estaba segura de sobrevivir a la
experiencia.
Pero la idea había echado raíces y su vientre se apretó.
Estoy fuera de mi terreno. Él está fuera de mi terreno.
Todos los hombres que había aceptado en el pasado tenían algo en
común: eran fáciles de manejar. O bien se acobardaban ante su
insistencia en que haría correr rumores terribles si empezaban a
alardear de su conquista, o bien nunca supieron su nombre. Gunner no
podía ser manejado, y mucho menos fácilmente.
—Estoy sucia —argumentó ella, sin saber por qué—. Asquerosa.
Gunner tiró de su mano, el calor de su piel ardiendo.
—Yo estoy más sucio. Ely... mi piel está manchada de tanta mierda que
nunca volverá a estar limpia.
Sacudió la cabeza.
—Todo esto es hipotético.
Por favor, por favor, sigue siendo hipotético.
—¿Lo es? Porque ahora estoy mucho más interesado.
Apartó el dedo de su agarre y juntó las manos, llevándoselas a la cara.
—Primero tendríamos que sobrevivir. No, no, tienes razón. La idea es
un suicidio.
—No tiene por qué serlo.
—¡No puedes garantizar eso!
—Claro que puedo.
Se quedó sin aliento. Las posibilidades surgieron como olas en su cabeza.
La esperanza. Miedo. Incluso la maldita excitación bailaba una danza
terrible en su mente. Hambre. Miedo.
Esperanza. Excitación. Gunner. Elodie quería confiar en él, pero sabía
que no podía, que sería estúpida si lo intentara. Pero aquí estaba, una
de las prisioneras desesperadas participando en una conversación que
había comenzado con dos hombres y un arma en el otro extremo del
calabozo.
—No puedo fiarme de ti —espetó—. Nunca debí hablar contigo. Ni
siquiera te conozco.
Se giró para mirarla de frente y ella le miró desde detrás de las manos y
a través del pelo.
—Nunca te he mentido.
—¡Sí lo has hecho! —siseó ella, bajando los puños—. Varias veces. ¿Qué
pasó realmente con Royce? Todo grita que lo mataste, pero eso no tiene
sentido. La sangre en el panel. Lo recuerdo. Es imposible. Pero sé que es
verdad. ¿Pero cómo? Quiero saberlo. ¿Cómo sabes que hay señales de
seguridad en la tubería sobre nosotros? ¿Cómo puedes ver a través de
ellos? ¿Cómo es que no tienes miedo, que nunca pareces hambriento?
Nunca te he visto comer, y no respondes al frío, a nada. No reaccionas
con normalidad, en absoluto —Su voz se elevó mientras hablaba y
también lo hizo su rugiente intensidad.
Se había ganado las miradas curiosas de los otros prisioneros, y eso
disminuyó su creciente temperamento, pero continuó de todos modos
en un susurro furioso.
—Tus ojos, nunca he visto nada igual, y es obvio que te han hecho
mejoras, pero no pareces completamente humano. Gunner, ¿quién
demonios mea por todo el lugar donde duerme?
Estaba acobardada y Gunner se reía de ella.
—Marco mi territorio, si no, no puedo descansar —dijo—. Es instintivo
Elodie entrecerró los ojos.
—Los humanos no tienen instintos así.
—No, pero los animales sí.
—Tú no eres un animal.
Sus ojos brillaron.
—¿No lo soy? Podría demostrártelo, pero no es muy agradable.
Negó con la cabeza. Deja de mentirme.
—¿Mataste a Royce?
—Sí.
Su corazón cayó en su vientre hambriento.
—¿La verdad?
—Sí.
—¿Cómo?
—Ya te lo he dicho —respondió él.
—No. Quiero decir... —Se frotó las manos, acurrucándolas contra su
pecho— ¿Cómo es posible?
Gunner se agarró a los barrotes y apoyó la cabeza en ellos, acortando la
distancia que quedaba entre ellos. Su calor se filtró en su espacio para
rodearla. Cada articulación de su cuerpo se puso rígida, su cuerpo en
vilo. Se miraron a los ojos y la angustiosa conexión que había empezado
a crearse se fortaleció. Aún podía sentir su tacto y su aliento en la frente
de noches pasadas. Y esperó a que todas las piezas encajaran.
—Mírame —Su susurro salió ronco, bajo y oscuro, y sólo para que ella lo
oyera—. Mírame —susurró.
—No. Mírame de verdad.
Y lo hizo.
Elodie retrocedió un poco y le miró los ojos, la curvatura de la cara y la
falta de vello facial. Sus orejas llegaban a un punto extraño en la parte
superior, y su pelo castaño despeinado de longitud media le caía hasta
el cuello, donde tendría el pulso. Quiso tocarlo, pero le dio miedo. Sus
ojos se fijaron en sus manos, que estaban tensas y apretaban las barras
de metal a ambos lados de sus mejillas, y en cómo eran lo bastante
grandes como para rodear toda la barra de metal.
Ya le había mirado de cerca antes, pero no de un modo que le
permitiera descubrir sus secretos. Gunner nunca se había colocado de
forma que se le pudiera leer. Tal vez haya algo más en él al igual que en
mí... Nunca se le había ocurrido esa idea.
Sus ojos recorrieron sus hombros y la camiseta que delineaba sus bíceps
y su pecho, hasta sus rodillas dobladas, arrodillado tras la barricada que
los separaba, y bajaron hasta las botas desgastadas de sus pies.
Cuando se sació, volvió a mirarle a la cara, a las cejas arqueadas que
enmarcaban unos duros ojos, hasta que su sonrisa se apagó y su boca
se entreabrió ligeramente.
Algo salió de entre sus labios y cayó al suelo de acero, junto a sus
rodillas. Lo buscó inmediatamente y entrecerró los ojos, confusa, ante
la pequeña forma blanca.
Un diente.
Elodie se quedó mirándolo durante lo que le pareció una eternidad.
Lentamente volvió a mirar hacia la boca de él, donde sobresalía un único
canino afilado. Brillante y gris como el acero nuevo. Metal.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y se dio cuenta de lo que se había
pasado por alto. Lo que había estado buscando. Por qué sentía algo
distinto por él que por todos los demás. Por qué él era diferente a los
demás.
Gunner no era sólo un hombre con un par de mejoras cibernéticas.
Es un Cyborg.
—No...
—Sí —replicó, cerrando los labios. Cuando volvió a abrirlos, el canino ya
no estaba allí.
—No. No tiene sentido.
—Sí lo tiene —Le oyó, pero le entró por un oído y le salió por el otro—.
Ahora los dos conocemos los secretos del otro.
Elodie negó con la cabeza.
—No —Fijó los ojos en el diente solitario. Gunner es un Cyborg. Es un
Cyborg. Él es un Cyborg y yo soy una mujer y se supone que no deberíamos
estar donde estamos.
—Sí.
Pero su mente seguía diciendo no. No. De ninguna manera. Los Cyborgs
eran una creación del pasado, de una guerra que había terminado antes
de que ella naciera. Sabía de ellos, no como una realidad, sino como una
leyenda. Pasaron a la historia como los gladiadores, los vaqueros, los
caballeros medievales. Existieron una vez, pero ya no.
—Mírame, Ely.
No podía, no podía apartar los ojos del diente.
Pero él continuó con su áspero susurro, llenando sus oídos.
—Soy un Cyborg. Hace dos noches, apagué las luces y salí de mi celda.
Encontré al alcaide y lo maté. También maté al cabrón que no paraba de
reír. Maté a otro y maté a Royce. Y planeo matar de nuevo esta noche.
Elodie se humedeció los labios agrietados y cogió el diente, deslizándolo
por el suelo hasta que lo tuvo entre los dedos. Era completamente
normal, hasta el tallo alargado que lo sujetaba en las encías. Estaba frío
al tacto y cuanto más lo estudiaba, más sentido tenía todo. No hay
sangre.
Sintió sus ojos clavados en ella, sabía que estaba esperando.
—Abre la boca —Le ordenó.
Gunner lo hizo y allí, donde habría estado el diente, había ahora una
nueva pieza de color blanco nacarado. La que tenía en la mano era
pesada y real, no imaginaria.
—¿Nadie lo sabe? —preguntó.
Dejó caer las manos y apoyó la espalda contra la pared, disipándose la
tensión de antes.
—No. Al menos todavía no, y me gustaría que siguiera siendo así.
—Entonces, ¿por qué te revelas ante mí? —seguía sin creérselo.
Se encogió de hombros.
—Hipotéticamente.
Miró por encima del hombro a los hombres alborotados.
—Hipotéticamente —repitió, y al decirlo, uno de los hombres que
estaba en la celda, levantó la vara y se la clavó al otro en la cabeza.
Elodie se sobresaltó y gritó, incorporándose con los ojos muy abiertos
mientras el calabozo se llenaba de gemidos y gruñidos estrangulados.
Oyó que Gunner se movía a su espalda mientras los hombres luchaban,
aunque claramente de forma unilateral. El hombre herido sin la vara se
acurrucó en el suelo y gritó como un animal herido.
Los golpes de la paliza -los impulsos eléctricos- continuaron hasta que
los ruidos cesaron, hasta que hubo un claro vencedor. Subió las manos
para taparse la boca, súbitamente contenta de que no les hubieran
dado raciones aquella mañana.
Las náuseas le dieron una patada en el estómago y el rocío húmedo de
sus propias lágrimas se deslizó por sus mejillas. Se le pegaron a los
nudillos y le hicieron cosquillas en el dorso de las manos.
Cuando terminó, el hombre dejó caer la vara a sus pies y se arrodilló,
encogiéndose y llorando junto a su amigo. Nadie en el calabozo habló,
nadie se atrevió, y ella supo que no era más que otro horror que
catalogar en un archivo ya repleto de pesadillas.
Elodie lloró por los desconocidos, desconsolada por los dos hombres y
las decisiones que tomaron, por el desenlace que podría haber sido tan
diferente, aunque no menos brutal.
Su cuerpo temblaba y se sentía extremadamente cansada. Sentía un
intenso odio.
Con los lamentos del hombre en sus oídos, se dio la vuelta para mirar a
Gunner, con los ojos húmedos.
—Demuéstramelo —dijo—. Mata a ese guardia esta noche.
Capítulo 10

El resto del ciclo transcurrió en silencio.


Gunner esperó y se preparó, sabiendo que esta vez debía tener mucho
cuidado. Ya no tenía el factor sorpresa en sus manos -la tripulación
estaba vigilando a un asesino- y lo que había sido una simple misión para
averiguar adónde habían llevado su nave se había convertido en algo
más.
Se introdujo en los sistemas de la nave y atacó a los hombres que
quedaban a bordo, probando los nuevos dispositivos de seguridad que
Ballsy había implementado. Eran más fuertes y más difíciles de romper
que los anteriores, y todos procedían de una nueva fuente.
El holograma portátil que Ballsy utilizaba en el panel de la puerta de la
celda.
Gunner lo rodeó como antes, consciente de la sensación punzante que
producía cada vez que se acercaba demasiado.
Se deslizó a través de las corrientes, ingrávido y observador,
comprobando cada fuente de alimentación que le proporcionaba una
visión adicional del mundo, manteniendo la mitad de su conciencia
anclada en su cuerpo y en la realidad mientras la otra mitad... se
arrastraba. Acechaba. Era una experiencia inquietante, dividir su
conciencia para vagar por el reino digital, las corrientes eléctricas y las
ondas conectadas como una fina red entrelazada a su alrededor. Era
caótico e intuitivo a la vez. Le costó mucho tiempo acostumbrarse, y se
sentía más cómodo que la mayoría.
Gunner merodeaba por los bordes de la cibernética de Ballsy, deseando
atravesarlos y derribar sus muros digitales. Apenas se contuvo de
hacerlo porque, si lo hacía, dejaría un rastro directo de vuelta.
Aún no estaba listo para delatarse. Todavía no. Todavía no tenía ni idea
de a dónde se habían llevado los piratas su nave y seguía sin tener
acceso al puente.
Ni a la correspondencia del capitán Juke con los que estaban fuera de
las paredes metálicas de esta móvil prisión.
Su olfato avanzaba a un ritmo que no le delataría ni a él ni a ellos hasta
que fuera demasiado tarde.
Era un corruptor, aunque lento, pero un corruptor al fin y al cabo.
Gunner estiró los dedos antes de apretarlos, y volvió a hacerlo para
armarse de paciencia. Ansiaba enseñar los dientes y hundirlos en la
carne. Quería que todo este calvario quedara atrás y que sus enemigos
murieran.
Pero quería su maldita nave. Y matar a todos a bordo de la nave que era
su única pista sería una idiotez, incluso para él.
Así que esperó su momento, y esperó consumiéndose. Observó. Esperó
un poco más e hizo lo que pudo para distraerse lo suficiente como para
no prender fuego a todos a su alrededor y arrancarles la garganta.
Necesitaba encontrar paciencia, encontrarla y mantenerla encerrada en
su cabeza, pero era una virtud que eludía el cautiverio y que lo odiaba a
muerte.
Había tres hombres trabajando en los bajos fondos y en los pasadizos
del exterior del calabozo. Tres eran fáciles de eludir. En el piso superior,
donde estaban los cuartos de los piratas y la tripulación principal, había
al menos dos docenas más de hombres deambulando por diversos
lugares. La cubierta superior, que incluía el puente, los alojamientos de
la tripulación, la enfermería y la armería, era la más activa.
Rastreó la ubicación de Ballsy hasta una zona bastante remota de la
segunda planta y supo instintivamente que si llegaba tan lejos, era
imposible que pasara desapercibido. Los piratas solían ser paranoicos y
desconfiados, y más con un asesino a bordo. No había forma de entrar
en una zona que no hubiera explorado sin activar alguna alarma que no
tuviera controlada.
Debajo de él, en las salas mecánicas bajo el calabozo y el almacén, había
varios hombres más. Gunner los veía a todos como un plano digital
detrás de sus ojos y en su cabeza. El laberinto de pasillos y pasadizos
que había interiorizado la noche anterior bailaba detrás de sus ojos. Esta
noche tenía dos objetivos.
Ballsy y el guardia de Ely.
Abrió los ojos y la miró, acurrucada mientras dormía hambrienta en la
celda de al lado. Quería contemplarla hasta el fin de los tiempos, tal y
como estaba ahora: en paz. La vida era mucho más sencilla cuando no
te enfrentabas a la realidad. Quería que ella disfrutara de esa simple
evasión el mayor tiempo posible.
Los ojos de Gunner se entornaron mientras la observaba, sus fosas
nasales se abrieron en busca de su aroma. Ahora era capaz de
encontrarlo sin esfuerzo, incluso a través del suyo propio. Su olor era un
faro que lo atraía hacia ella. Era el perfume seductor que percibió el
primer día que lo trajeron.
Se acercó hasta que su hombro se apoyó en los barrotes que los
separaban.
Aún duerme a mi lado. Confía en mí.
No debería, joder.
Esperaba que ella se moviera hacia el otro lado, o al menos hacia el
centro de su celda ahora que Kallan se había ido y ya no la atormentaba,
pero no lo hizo. Ni siquiera después de que él revelara su secreto, lo
único que arruinaría su capacidad de recuperar su nave si lo descubrían
demasiado pronto. Había hecho muchas estupideces en su vida, pero
renunciar voluntariamente a una ventaja rara vez había sido una de ellas.
Ely tenía algo contra él y él tenía algo contra ella. Y no sabía por qué
parecía importar tanto, el intercambio de poder, pero importaba. Le
emocionaba. No era falso. Lo que él tenía siempre había sido falso.
Hasta ahora. Hasta este momento. Había una conexión, una maldita,
una trampa que él mismo había preparado pero en la que él mismo
había caído. Gunner dejó caer su frente sobre el metal y continuó
observándola.
No me odies.
Sus párpados se agitaron.
No me odies, por favor.
Quiso apartarle el pelo de la frente.
Por favor, no me odies.
No era un buen hombre, ni siquiera un buen Cyborg. El control que tenía
sobre sí mismo se había agotado y sus emociones se desbocaban la
mayoría de las veces. No se podía confiar en él. Gunner deslizó los
dedos y acarició la manga de la chaqueta que llevaba, deseando que ella
lo llevara a él.
Saboreó este momento y lo grabó, arrojándolo a sus bancos de
recuerdos más preciados. La forma en que le caía el pelo corto, el
pliegue de su frente, el resoplido intermitente y su profunda respiración.
Todo fue a parar a un lugar dentro de él donde podía guardarlo,
embotellarlo y saber, por un breve espacio de tiempo, que algo de lo
que tenía...
Era real.
La puerta del calabozo se abrió de golpe, interrumpiendo el momento y
desviando su atención de ella hacia el guardia de su lista de asesinatos.
Ely gimió, se movió bruscamente para levantarse. Una sensación de
pesadez se apoderó de su organismo. La ira creció en unos instantes y
pasó de ser una celda a encapsular todo su universo, y continuó
creciendo cuando el guardia pasó junto a ellos y se dirigió hacia los
hombres de la fila inferior.
La ha despertado.
Se pasó los dedos por el pelo.
Me ha quitado el momento.
—Gunner... —Le susurró su suave voz al oído cargada de preocupación.
Era el momento del segundo asalto.
Gunner estaba de pie con la mano en el panel de la celda antes de que el
pirata llegara a su destino. La voz de Ely sonó suavemente en sus oídos.
Su objetivo había vuelto demasiado pronto y había despertado lo que él
quería que siguiera dormido. Una fea carcajada burbujeó en el fondo de
su garganta. Era el momento de sembrar el caos.
La puerta del calabozo se cerró a su voluntad. El guardia miró hacia
atrás, pero ya era demasiado tarde.
Gunner sintió que el metal bajo sus dedos se calentaba en el instante en
que se rompió su control. El panel de su celda se desbloqueó justo
cuando la abría de un empujón y salía al pasillo.
—¡Qué demonios! —El guardia retrocedió sorprendido, una emoción
fugaz rápidamente sustituida por la incredulidad.
Oyó a Ely revolverse y levantarse, oyó los murmullos de los demás
prisioneros mientras se dirigía hacia su objetivo acortando distancias en
cuestión de segundos.
Gunner alcanzó al guardia mucho antes de que éste tuviera siquiera la
oportunidad de desenfundar su arma.
—¿Pero qué...?
Gunner apretó con la mano la gruesa tela de su chaleco y lo levantó del
suelo, sintiendo cómo sus ojos se volvían rojos. El color se reflejó en el
guarda, en los últimos momentos del hombre.
—¡No lo haga! Por favor —suplicó el guardia.
Las palabras del guardia no fueron registradas mientras Gunner lo
sujetaba con su comando asesino anulando su racionalidad.
Las luces se apagaron, cubriéndole a él y a todos los demás en una
oscuridad impenetrable. Los susurros de los demás prisioneros le
llenaron los oídos, pero un momento después los dejó de oír.
Gunner estrelló su objetivo contra el suelo metálico, descargando todo
su peso en un rápido movimiento.
No quería que ella viera esto. No quería que sintiera culpa o
remordimiento por la vida que pidió. Las luces no eran para protegerle a
él ni a nadie de la revelación, sino para proteger a Ely de su salvajismo.
La columna vertebral del hombre se partió, su espalda se hizo añicos
por el peso, el cráneo se golpeó quebrándose, abriéndose como un
huevo, cuyo contenido permanecía dentro y bajo una fina capa de piel
que no se había desgarrado. La fuerza del impacto resonó en las
paredes metálicas.
Gunner se inclinó sobre él, sujetando rígidamente la figura del guardia
mientras el cuerpo se ponía al día con su inevitable muerte. En cuestión
de segundos, todo había terminado, pero el cuerpo seguía
estremeciéndose y sacudiéndose. El último suspiro de muerte llenó la
oscuridad para que todos lo recordaran el resto de sus vidas.
Cuando el cuerpo dejó de moverse, Gunner lo levantó y lo arrastró
detrás de él hacia la salida, negándose a encender su visor nocturno
para no tener que ver la cara de Ely.
No había nada como el sonido y la sensación de arrastrar un cadáver,
aunque quedara amortiguado bajo la incesante agitación de los
prisioneros. Abrió la puerta del calabozo y empujó el cadáver fuera de la
prisión.
Y antes de que tocara el suelo, las sirenas sonaron en lo alto.
La grabación estaba allí, la borró en un momento, pero estaba allí, y sólo
esperaba que nadie la hubiera estado viendo. Sólo el tiempo lo diría.
Apretó los dientes, la ira seguía ardiendo en sus venas. El chacal que
llevaba dentro no estaba satisfecho. Gunner apoyó la palma de la mano
contra la pared y deseó recuperar el control. Su conciencia se adentró
en la nave, despojándola de todo el sistema de seguridad,
destruyéndolo sin precaución.
Porque necesitaba más. Su bestia necesitaba más. E iba a conseguirlo.
Había dado al guardia una muerte rápida y no había sido suficiente.
Gunner sintió que la nave se sumía en el caos, y cuando se dio la vuelta
para mirar hacia la oscuridad, el chirrido de las alarmas cubrió los
gruñidos que surgían de su garganta. Su polla se endureció en sus
vaqueros.
Quería más, necesitaba más, y al instante estaba frente a la celda de Ely,
con la mano en el panel abriéndolo y entrando en su espacio. Su olor
estaba en todas partes, él estaba en todas partes con ella, y aspiró
profunda y deliciosamente, dejando que sus olores mezclados
alimentaran a su chacal.
Quería luchar o quería follar, reprimió a los paneles metálicos de su
cuerpo vibraran por un cambio completo. Volvió a tragar saliva y apretó
los puños mientras miraba en su dirección. Su nariz se crispó,
deleitándose con las gotas de sudor fresco que humedecían su piel.
Pero Gunner no se acercó, manteniendo la distancia con apenas unos
centímetros entre ellos.
Cambió entonces de visión, mirándola por fin, preparándose para lo
peor. ¿Por qué? No tenía sentido. Nada de esto tenía sentido. Acababa
de matar por ella.
Cuando su visión cambió y la oscuridad desapareció de sus ojos, los
rasgos de ella llenaron su vista. Le recordó por qué era un indeseable.
Una creación errónea desterrada a los confines de la galaxia.
Que en ese momento era más animal que hombre, más animal que
Cyborg, y que cuando su monstruo se apoderaba de él, deseaba
quedarse.
Gunner sacó las garras de su piel, dejó que retrocedieran y sintió cómo
su carne volvía a entretejerse. Los paneles que vibraban y se
preparaban para desplazarse volvieron a su estructura humanoide. Dio
un paso hacia Ely, que estaba apoyada contra la fría pared del calabozo,
seducido por ella a pesar de lo mucho que se contenía.
Tenía los ojos muy abiertos y la mirada fija en él. Vio cómo sus brazos se
acercaban para taparle la boca. Estaba demasiado oscuro para que ella
lo viera, pero sabía que estaba allí.
—¿Gunner? —respiró, oyéndola perfectamente a través de todo el
ruido.
¿Qué es lo que más quiero? ¿Mi nave?
Apoyó las palmas de las manos en la pared, a ambos lados de su cabeza.
¿O a ella?
Se inclinó hacia ella hasta que su nariz se posó sobre su cabeza. El
cuerpo de ella se puso rígido, consciente de su proximidad. Los ojos de
Gunner se cerraron al reclamar el aire que la había tocado.
—¿Qué estás haciendo? —balbuceó ella, y la cálida brisa de sus palabras
le rozó la mejilla. Real. Era real. Su cuerpo se estremeció de necesidad.
—Todo —gimió él directamente en su oído—, este es mi territorio.
Justo aquí. Te tocaré, me colaré entre tus barrotes, pero nunca te haré
daño. Si quieres intentar recuperar tu espacio dilo ahora mismo porque
yo voy a reclamar el mío. Y este lugar, justo aquí —Besó el aire
directamente a la altura de su lóbulo—, es mi lugar seguro.
Ely se estremeció cuando sus palabras calaron hondo. Habían sido lo
bastante fuertes como para que sólo ella las oyera. Gunner esperó,
nervioso, y cuando las manos de ella se apartaron de sus labios para
caer suavemente sobre el pecho de él, él se convirtió en su lugar seguro.
Le agarró las muñecas y las apoyó contra la pared.
Se sobresaltó y sus cuerpos se juntaron brevemente antes de que ella
retrocediera bruscamente contra la pared. Gunner acortó la distancia
hambriento, y se apoderó de su boca, consumiendo las palabras que
ella nunca tuvo oportunidad de pronunciar.
—Todo —volvió a decir entre dientes, recorriendo con ellos los labios
preocupados de ella, aprisionándola más contra la pared. Esta vez no
había nada que lo detuviera. Nada, excepto el tiempo, que disminuía
rápidamente.
Los ruidos de las sirenas le retumbaban en los oídos, medio percibía la
carrera de varias docenas de hombres que registraban la nave fuera de
los muros que compartía con ella.
Gunner sabía que podía atraparla, estrecharla entre sus brazos y
dominarla, y a oscuras, desnudarla, revelar su secreto y rozar su carne
con los dientes.
Sus garras se extendieron desde la punta de sus dedos, sacando las
uñas. Las apretó contra sus palmas. El intenso calor de su sangre se
extendió por debajo de ellas. El olor a hierro le llegó a la nariz y su bestia
aulló de placer.
Joder, voy a hacer que me maten por su culpa. La adrenalina recorrió su
cuerpo, sus músculos se tensaron y se abultaron, y la cubrió con su
cuerpo de toda posibilidad de peligro. Le invadió una necesidad
imperiosa de protegerla de todo, incluso de sí mismo.
Pero la boca de ella sabía tan condenadamente dulce que apagaba el
caos que lo rodeaba. Gunner aplastó sus labios contra los de ella con la
necesidad de estar dentro de ella como fuera. Al diablo con todo.
Entonces, Ely le respondió; le correspondió a la fuerte necesidad de la
que él se alimentaba. Aquella necesidad le dio un puñetazo en las tripas
porque, a pesar de la inocencia que desprendía ella, en el fondo de su
cabeza sabía que lo que él estaba haciendo estaba mal.
La empujó contra la pared, diciéndose a sí mismo que era lo correcto. Le
soltó las manos y le levantó el culo para acariciarle la parte posterior de
los muslos; sabía que era una maniobra sucia.
Cuando le hundió la polla hinchada en la pelvis, supo que iba a
arrebatárselo todo a ella.
Ella gimió.
La devoró.
Ella clavó sus uñas.
Él empujó.
Los labios de Ely se movieron bajo los suyos y él estaba jodidamente
perdido, su cuerpo abriéndose para que él lo llenara.
Gunner le metió la lengua en la boca y lamió todo lo que pudo alcanzar,
consumiendo y tragando su sabor, hambriento de él. Sintió que las
manos de Ely subían por sus brazos arañando todo el camino, para
agarrarse a sus hombros y aferrarse a él.
La empujó más hacia la pared hasta que se vio obligada a cerrar las
piernas alrededor de sus caderas y tuvo que inclinar la cabeza para
mantener sus bocas entrelazadas.
Ella jadeó.
le agarró la cabeza.
Sus dientes chocaron.
Abrió los ojos. Era el único que podía ver de los dos.
Estaban rodeados de oscuridad y caos, ocultos a los ojos y oídos de
todos los demás en el calabozo.
Ely tenía los suyos cerrados y era un espectáculo erótico verla en la
oscuridad. Gunner apretó su pecho contra el de ella, listo para asaltar la
pared a su espalda cuando abrió los ojos y trató de mirarle. Tiró con los
dedos del borde de los pantalones de ella
Me ve. Incluso en la oscuridad, sabe dónde estoy.
Me la voy a comer viva.
Retrocedió, inquieto. Rápidamente ella le rodeó el cuello con los brazos
para aferrarse a él. La despegó de la pared sin querer soltarla.
—Gunner —jadeó ella, apretando su cuerpo contra él y enterrando la
cara contra su garganta. Tampoco quería soltarla, pero el eco de las
botas que se acercaban se oía al otro lado de la puerta cerrada del
calabozo. Sus ojos brillaron en la oscuridad cuando apartó su mirada de
la de ella para observar, un gruñido grave retumbó en su garganta.
Prácticamente podía ver cómo los piratas se acercaban al cuerpo
destrozado del guardia que acababa de matar. Asesinado y dejado a la
intemperie para que cualquiera lo encontrara.
Liberar a Ely fue lo más jodidamente difícil que había hecho en su vida.
Sentir cómo sus piernas y brazos se separaban de su cuerpo transformó
su lujuria en una furiosa impaciencia.
Joder. Se pasó los dedos por el pelo y se volvió hacia su chica. Estaba
temblando ante él en la oscuridad.
Gunner la cogió en brazos y la sentó en su lugar seguro, inclinándose
para acariciarle el oído:
—No hemos terminado.
Sabía que sonaba más como una amenaza que como una promesa, pero
no le importaba. Rápidamente, volvió a ajustarle la chaqueta sobre los
hombros y cerró la cremallera. Ya no le importaba cómo la vieran los
demás, sólo quería que nadie la viera más de lo necesario.
Gunner regresó a su celda en cuestión de segundos, aflojando y
crujiendo sus articulaciones llenas de furia justo cuando la puerta del
calabozo se abrió de golpe.
Capítulo 11

Pasó un ciclo de navegación y aún no podía asimilar lo que había pasado


con Gunner. Tenía los labios en carne viva y, aunque no la había
desnudado ni se la había comido, se sentía reclamada.
Después de que saliera de la celda, su celda, los guardias entraron y
encendieron las luces de todos los prisioneros, iluminándolos uno a uno
en la oscuridad. No se asustó como las veces anteriores, porque en lo
más profundo de su alma sabía que estaba a salvo.
Ninguno de los prisioneros delató a Gunner. Ninguno. Lo miraban como
ella sabía que lo miraba: como una brasa de esperanza personificada. Su
secreto estaba a salvo. Podía salir de su celda a voluntad, y ahora que
ese conocimiento era conocido, nadie estaba dispuesto a arriesgarse a
las consecuencias de hablar de ello.
Entonces se encendieron las luces del techo, cegando a todos de nuevo.
Se llevaron a los hombres de la fila de abajo, e incluso ver al golpeado y
enfermizo que seguía vivo no había disminuido su estado de ánimo.
Elodie sabía que Gunner iba tras su nave, pero ella no por qué se
quedaba, ahora sabiendo el poder que tenía, ese absoluto poder que
podía salvarlos a todos.
Su cuerpo nunca se había sentido tan vivo.
Permaneció a su lado durante las desalentadoras horas que siguieron,
de pie y burlándose, aceptando las preguntas que los guardias rugían
durante todo el proceso. Se llevó toda la atención de los otros
prisioneros lo mejor que pudo, ella sabía que no era por ellos. Lo hacía
por ella.
Gritaba cada vez que le pegaban. No podía respirar cuando le daban
descargas eléctricas. Y él se lo aguantaba todo con una mueca de dolor,
lanzando miradas furtivas en su dirección, con ojos oscuros que le
pedían que dejara de reaccionar.
Elodie no podía evitarlo. La visión le desgarraba el corazón, y sólo
empeoraba a medida que su camisa se rompía, se chamuscaba y se
quemaba mientras su piel se llenaba de ronchas y moratones o cuando
su cara se hinchaba y su piel se llenaba de remiendos. Pero él los incitó
hasta que los piratas fueron llamados a otra parte, y su cuerpo se
desplomó en el suelo inmóvil...
Después, media docena de androides armados se filtraron en el espacio
y se instalaron como centinelas, vigilándolos con sus ojos de metal y
plástico. Les dieron comida, pero ella no podía comer.
Los miró, pero no le devolvieron la mirada.
—Ely... —La voz de Gunner era ronca.
—Shhh —dijo ella, acercándose a los barrotes que compartían—. No
hables.
—No pueden oírnos, al menos ahora —Se acomodó para sentarse y se
desplomó sobre ella.
—No importa. Estás herido.
—Estoy fingiendo. Sabes que lo hago —Sus ojos brillaron por primera
vez en un ciclo.
Elodie frunció el ceño y le acarició la mejilla. Sus labios se contrajeron y
ella retiró la mano.
—Tu tacto parece real...
¿Real? Lo miró con dureza y confusión, con el dedo tembloroso
deseando tocarlo de nuevo. Tras una batalla interna, lo hizo, deslizando
la mano para peinarle el cabello.
—Porque lo es —susurró.
El tiempo pareció detenerse cuando ella le acarició el pelo con los dedos
y se lo apartó suavemente de la cara. Sus ojos macabramente muertos
la miraban, pero ella no podía leerlos. Ninguno de los dos quería que el
momento terminara.
Extrañamente, mientras seguía acariciándolo, consolándolo,
necesitando el contacto tanto o más que él, Gunner empezó a curarse
ante sus ojos. Empezó con los moratones que desaparecían de su cara y
su pecho. Luego siguió la hinchazón, hasta que sólo quedaron las
profundas ronchas de las quemaduras eléctricas, hasta que también
desaparecieron.
Cuando todo hubo terminado, él le cogió la mano y se la llevó a la boca.
El universo entero podría estar mirándolos en ese momento y ella no se
preocuparía.
Sus labios tocaron la palma de la mano de ella, besándola, chupándola,
su agarre se hizo más fuerte mientras movía la mano de ella hacia arriba
para enterrar la nariz en la palma mientras su lengua le lamía la muñeca.
Una estremecedora sacudida se disparó desde sus mejillas al rojo vivo
hasta su núcleo. Sus entrañas se retorcieron y su corazón se contrajo
mientras lo miraba chupándole la muñeca. Sus ojos no se apartaban de
los de ella. El deseo crecía con cada segundo que pasaba, haciéndola
sentir cada vez más vacía. Lo único que podía llenarla de nuevo era él,
su poder y la firme e implacable seguridad que desprendía. No le
importaba si era con palabras o con su cuerpo.
Sus dedos se tensaron al apretar las piernas mientras él la miraba
fijamente. Mentiría si no se lo imaginara mirándola fijamente mientras le
abría las piernas, mientras imaginaba sus brazos aprisionándola. A pesar
de todo, la fantasía era algo contra lo que ya no quería luchar. El plano
de su lengua se posó con sensualidad sobre su muñeca.
Lentamente, Gunner se incorporó, apartó la boca de su piel soltándola y
apoyó la espalda en la pared. Elodie se llevó la mano al pecho, con el
corazón retumbando bajo ella.
Siguieron mirándose con cierto recelo. El momento del descanso
terminó.
Elodie podía sentir cómo su poder rompía y desmenuzaba sus múltiples
caparazones, dejándola desnuda y vulnerable, y no había nada que
pudiera hacer para impedirlo, porque, a su vez, estaba haciendo lo
mismo con él. Ofrecía todos sus secretos de buena gana, mientras que
ella tenía que sacarlos a escondidas.
No fue hasta que uno de los androides revoloteó, dejando caer un
nuevo conjunto de raciones en sus celdas, que su encanto se rompió.
Gunner y ella compartieron su comida en silencio y mientras el gel de
agua se apresuraba por su garganta, ella decidió hacer el primer
movimiento.
—¿Vas a.…? —empezó. Sus ojos se endurecieron y ella tragó saliva,
empezando de nuevo— ¿Vas a salvarnos?
Gunner apartó la cara de la de ella y miró lentamente alrededor del
calabozo. El tiempo transcurría y ella no podía moverse ni respirar
esperando a que él respondiera.
—Mi precio es alto —dijo por fin.
Elodie asintió, sabiendo que así sería.
—Lo pagaré.
Volvió a centrar su atención en ella, con todo el cuerpo cargado de
tensión. Se le aceleró el pulso.
—No creo que entiendas el precio —La voz de Gunner bajo una octava.
—¿Yo? —susurró ella.
—Y mucho más.
Su ceño se frunció. No tengo nada más que dar... Sin embargo, sabía que
lo que pedía valía más que su cuerpo.
Elodie se movió bajo su mirada, insegura.
—¿Más?
Se movía como un depredador acechando dentro de una jaula,
esperando para abalanzarse. De repente, Gunner se agarró a los
barrotes, sorprendiéndola.
No habló, no dio más detalles, y ella asintió con la cabeza. Las manos de
él se unieron y ella se abrazó con más fuerza al pecho. Su intensidad era
aterradora.
Tenía que hacer algo antes de que él rompiera el metal que se retorcía
bajo su agarre y acabara delatándolos.
Elodie colocó sus manos sobre las de él y le dio un apretón. El tacto
consumió de inmediato la energía del cuerpo de él que se estremeció
visiblemente por el contacto. Apretó los muslos con fuerza mientras los
abdominales de él se tensaban con la sacudida y la enorme tienda sobre
su ingle se hacía más evidente.
Más vacío y expectación la invadieron mientras lo miraba fijamente,
imaginando de nuevo la sensación de él empujando contra su coño y las
manos de él recorriendo su cuerpo.
—Ely —exhaló, moviendo las caderas en su dirección, medio de rodillas
ahora, totalmente de cara a ella.
—Elodie.
—¿Qué?
Se mordió el interior de la mejilla.
—Me llamo Elodie.
—Elodie —repitió él—. Me gusta. Ahora es mío.
¿Suyo? El cuerpo de ella se estremeció y su corazón vibró. ¿Soy suya?
Nunca había sido de nadie. ¿Puedo sobrevivir a pertenecer a un Cyborg?
¿Sobrevivir a él? Su cuerpo gritaba de una forma que quería retorcerse,
gemir y gritar que sí. Su mente y las emociones que la acompañaban
pensaban de otro modo.
Un androide pasó junto a ellos y ella le soltó las manos, deslizándose
mientras lo observaba avanzar por las filas y a los prisioneros restantes.
—Esta noche —dijo Gunner cuando desapareció.
Asintió.
—Recuerda. Tú elegiste esto.
Lo sé.

***

Gunner se levantó lentamente y los ojos de todos se clavaron en él. Le


dolía el cuerpo, tenía el miembro dolorosamente erecto y, con los
niveles de energía medio agotados por la curación, Gunner merodeaba
por su celda sin prisa, en silencio.
Los seis androides que rondaban la entrada, y que sólo se movían por el
calabozo una vez cada hora, ya no pertenecían a los piratas. Se pasaba
el día tumbado en su propia sangre, acurrucado bajo su inflada carne
humana, sólo para tener energía suficiente para darles de comer con
vídeos en bucle que se repetían.
Si fuera inteligente, se quedaría un día más, seguiría recargándose, pero
ningún dolor podría borrar el sabor de Elodie de su boca. Ahora estaba
incrustado en su sistema. Su cuerpo ansiaba volver a sentir el contacto.
Incluso cuando los guardias le arrancaron los dientes, incluso cuando su
boca se llenó de su propia sangre, no pudo borrar su sabor.
La anticipación era algo palpable.
Sus ojos se deslizaron hacia ella mientras se acercaba al panel. Su rostro
se contorsionó de preocupación.
Ha pasado toda una vida... Gunner borró el pensamiento antes de que
pudiera terminar.
Su mano se topó con la fría puerta metálica de la celda y se introdujo en
los sistemas.
Lo primero que supo fue que había más androides encendidos que
antes. Lo segundo era que los hombres estaban ahora en grupos de dos
o tres. La mayoría estaban en movimiento, patrullando. El fuego se
había encendido bajo ellos, pero aún no había prendido.
Esta noche, sin embargo, su objetivo era Ballsy. No porque el hombre le
hubiera hecho algo personalmente... Además de intentar descifrar los
códigos de su nave -Gunner siseó entre dientes-, sino por la información
que poseía. Información que dejaría intactos al capitán y a la tripulación
del puente hasta el último momento.
Su mano palmeó el arma automática en el interior de su muslo.
Volvió a caer sobre su cuerpo, momentáneamente más débil de lo que
estaba antes. Sus ojos recorrieron a los prisioneros que le observaban.
—Gunner —La voz de Elodie le hizo girarse—. No le hagas daño a mi
padre.
Sabe tan jodidamente dulce.
Voy a tomar todo de ella.
Corrompió la alimentación de seguridad.
No tiene ni idea.
La cerradura se abrió y él salió. Nadie habló, los androides no se
movieron, y sólo con sus dientes, con sus puños y su pistola se escabulló
del calabozo en silencio.
Capítulo 12

Elodie se apartó el pelo de la cara y miró a los demás presos. Había


menos que antes y resultaba extraño que las celdas a ambos lados de la
suya y la de Gunner estuvieran vacías. La de él también estaba vacía.
Se fijó en el preso que estaba al otro lado del pasillo. No lo conocía, sólo
conocía su cara y que era un tipo tranquilo como ella. La saludó con la
cabeza antes de darse la vuelta.
Las luces se apagaron.
Su respiración se suavizó. Los sonidos del calabozo se acallaron de
golpe y el silencio de la incertidumbre se extendió como el humo.
Nadie sabe nada de Gunner aparte de mí y, de todos modos, depositan sus
esperanzas en él. Elodie sabía que Gunner no lo hacía por altruismo y,
aun sabiéndolo, había bajado sus barreras por él.
Su cuerpo le respondió. Los susurros de Gunner le pusieron la piel de
gallina. Se llevó las manos a la ingle y la apretó con fuerza provocándole
un escalofrío. No estaba bien. No es correcto. El deseo sigiloso y la
acechante lujuria se extendieron por sus nervios.
Se quitó las manos de encima y se hundió contra la pared, sintiéndose
indefensa y, una vez más, sola.
La oscuridad sacó a relucir sus deseos más perversos.
Elodie apretó los músculos.
Cerró los ojos.
Y deseó que él siguiera a su lado.
Me hace sentir segura. Y esa seguridad me adormece en una posición
peligrosa. Gunner también la hacía sentir mujer -la hacía sentir femenina-
y sentir esa seguridad y aceptación era como una droga.
Elodie se frotó la cara con tanta fuerza que sintió ardor.
Las luces se encendieron y ella se puso rígida, levantó los ojos y echó un
rápido vistazo al calabozo. Poco después volvió a oscurecerse, pero no
antes de que los androides apostados por todas partes empezaran a
hacer sus recorridos. El chasquido del metal y el aire expulsado le
llenaron los oídos, de modo que no se dio cuenta cuando se abrió la
puerta del calabozo y los sonidos se amortiguaron.
Sólo la sonido de un grito lejano y tres disparos la hicieron erguirse
asustada. La puerta se cerró y los sonidos se apagaron.
Gunner...
Las luces volvieron a parpadear y los demás prisioneros se quedaron
inmóviles, con los ojos muy abiertos, observando y esperando.
La silueta de un hombre se abrió paso hacia ella.

***

Gunner se escabulló por el pasillo y entró en la primera habitación


auxiliar que encontró, se quitó las botas y las dejó a un lado. Un
momento después se dirigía hacia su objetivo, recalibrando sus sistemas
para proyectar nada más que silencio, como si no fuera más que aire.
Corrió por los pasillos como un espectro, que no podía ser captado por
ninguno de los cinco sentidos. Su cuerpo no era más que un parpadeo
estático en los numerosos canales de seguridad por los que pasaba.
Sólo había un hombre cerca y Gunner pasó a su lado sin advertir su
presencia. Observó la espalda del hombre, percibiendo algo en él, pero
siguió adelante cuando se dio cuenta de que la botella vacía que
colgaba de su mano lo había dejado inconsciente.
Los androides esparcidos por el nivel, con las armas en posición de
defensa, eran hermanos lejanos. Una simple conexión, un breve código,
y le permitieron el paso sin objeciones.
Apretó la espalda contra la pared cuando los ascensores se abrieron y
salió un grupo de piratas. Sus cuerpos apestaban a tabaco rancio y
alcohol.
—Maldita pérdida de tiempo —balbuceó uno de ellos—. No es que los
prisioneros estén causando el caos... es una maldita pérdida de tiempo
vigilarlos.
—No estés tan seguro de eso —respondió otro—. Nada de esta mierda
ocurrió hasta que los subieron a bordo.
—No hay una puta manera de que puedan salir de sus celdas, y mucho
menos atravesar la nave sin ser vistos.
—Ese tipo nuevo con los tatuajes es un imbécil con el asesinato en su
mirada. Me da escalofríos.
Gunner sonrió. Qué mono. Me están haciendo cumplidos.
—¿Y qué? Sigue sin poder salir. En todo caso es uno de los nuevos
reclutas haciendo de las suyas. Y si te asusta, he oído que es bastante
amistoso con su compañero de celda. Podemos divertirnos esta noche.
Gunner se puso rígido y bajó las manos de la pared para cerrarlas en
puños. Elodie. Iba a dirigirse a Ballsy sin ser visto, pero ahora... sus
códigos se dispersaban. Sentía que su territorio estaba amenazado.
Los hombres se acercaban, cada paso de botas pesadas le quitaba un
poco más de control. El chacal chilló y aulló ante la idea de que esos
hombres se acercaran más a Elodie.
Saben que nos hemos acercado.
No lo había ocultado, no le había importado lo suficiente durante los
días que habían pasado acurrucados y hablando. De pronto, la idea de
que alguien -cualquier cosa- los observara, aunque fuera la IA de la nave,
lo enfurecía. Otros se habrían dado cuenta. Le vino a la mente Kallan.
Sus momentos con Elodie eran suyos y sólo suyos. Tenía que asegurarse
de que siguieran siéndolo.
Gunner se sacudió y se retorció, sus comandos de control se
extinguieron de su cabeza, su misión vaciló a medida que el hedor de los
hombres se espesaba.
—Por eso nos obligan a vigilarlos —dijo uno de los hombres.
—Ballsy está muerto después de este espectáculo de mierda ‘está bajo
control’. No puede descifrar los códigos de la nave de ese imbécil, y no
encontrar el gilipollas que está pintando los pisos con sangre...
—Tal vez... Pero Juke no tiene otro que ocupe su lugar.
—¡Ja! Cualquiera de nosotros podría ocupar su lugar. ¿Tan jodidamente
difícil es mantener la alimentación de la nave? Todo lo que tienes que
hacer es mirar los putos hologramas y enviar a los androides a investigar.
—He oído que la nave tiene un virus.
—Las naves no pueden tener putos virus, Ghet. En todo caso, Ballsy es
el asesino, ¡y uno muy malo he de decir!
Los hombres se acercaron y Gunner se puso en cuclillas con los ojos
inyectados en sangre, con los vaqueros destrozándose lentamente
mientras sus garras salían disparadas.
El chacal jadeaba, excitado. Territorial.
—No lo sé. Pero los sistemas podrían corromperse, he oído historias.
Pase lo que pase, si Juke no destripa a Ballsy, lo haré yo. Se suponía que
íbamos a estar en Elyria, pero ahora nos dirigimos a quien sabe dónde y
yo ya no soporto más vuestra presencia. Necesito algunas putas
mujeres. Maldita sea, necesito un poco de puta luz solar.
Los hombres rieron y aparecieron a la vista. Su espina dorsal se arqueó,
sus caninos salieron y sus largas orejas puntiagudas salieron disparadas.
Sus ojos brillaban en rojo neón.
Los hombres no se acercarían más a lo que era suyo.
—El capitán se ha encerrado en el puente y no ha salido desde que
encontraron el cuarto cadáver. Da que pensar —dijo uno de ellos.
—¿Pensar qué? Está perdiendo el control. Sigue queriendo reemplazar a
sus hombres con escoria prisionera.
—Me pregunto si tendrá miedo.
Se oyó una explosión de risa sádica.
—¡El cabrón debería tenerlo! Cualquier día tendrá un cuchillo en la
espalda.
Gunner creció y su forma se distorsionó, sus dedos se estiraron y
afilaron. Sus piernas y brazos se quebraron y enderezaron, y su piel
maleable se estiró hacia su forma de bestia, ahora oculta tras su
estructura principal de metal. Su nariz y su mandíbula se alargaron hasta
formar un hocico, y un gruñido bajo y hambriento se gestó en lo más
profundo de su garganta. El dolor era delicioso, relajante, eufórico.
Y entonces sus nanocélulas lo entumecieron.
En la esquina, los hombres se detuvieron y uno de ellos le tendió la
mano.
—¿Oyes eso?
—¿Oír qué?
—¡Eso!
El gruñido se hizo más profundo alargándose, vibrando y extendiéndose
desde su garganta en ondas bajas y penetrantes. Un monstruo en la
oscuridad. Gunner echó los labios hacia atrás mientras su cola se
arrastraba fuera de su columna vertebral para golpear contra el metal,
resonando por todo el pasadizo.
—¿Qué coño es ese sonido?
Gunner raspó el suelo con sus garras, saliendo de la oscuridad como
Anubis de las entrañas del inframundo. Los tres hombres
desenfundaron sus armas.
Sus fosas nasales se agitaron ante el olor a orina y se abalanzó al primer
chasquido de los disparos.
—¡Haced sonar las alarmas! —gritó uno de ellos. Las balas rebotaron en
su armazón metálico exterior. Dejó caer al suelo al hombre más cercano,
le arrancó la garganta y limpió de sangre su boca de bestia.
Al segundo siguiente, sus dientes rasgaban la tela, la piel y los tendones
del siguiente guardia, tirándolo al suelo. El guardia gritó cuando Gunner
le arrancó la pierna. El tercer hombre, el más listo del grupo, se dio la
vuelta y corrió hacia el ascensor.
Gunner soltó la pierna medio amputada con un siseo y aplastó los gritos
restantes del hombre bajo sus zarpas, pasando por encima de él y
matándolo con su peso.
El tercero murió de una embestida, golpeándose contra el hueco
abierto del ascensor justo cuando Gunner lo derribaba.
Un último estremecimiento y después muerte. El chacal se estiró
sonriendo despectivamente al tiempo que retrocedía.
Se levantó como un hombre, llevándose consigo las armas de su presa,
y pateó el cadáver para apartarlo del ascensor. Si Ballsy era un hombre
muerto, entonces es mi hombre muerto.

***
Elodie respiró hondo cuando la sombra se detuvo frente a la puerta de
su celda y, por un breve instante, cuando las luces volvieron a parpadear,
esperó que fuera Gunner, que hubiera vuelto ya, Que había perdido la
noción del tiempo y que los disparos que había oído sólo eran
imaginaciones suyas.
—Muchacho —gruñó el hombre y ella reconoció su voz.
—¿Ch-Chesnik? —Se agarró a los barrotes y corrió hacia delante.
—¿Eres tú, Chesnik? —preguntó otra persona.
Gruñidos y preguntas se filtraron por el espacio. No se lo podía creer.
No podía creerlo cuando las luces volvieron a apagarse y se encendió
una linterna. El rostro de su padre apareció.
—No tenemos mucho tiempo —murmuró mirando la cerradura—.
Tenemos que sacarte de aquí.
Le temblaron las manos cuando intentó tocarlo.
—Has vuelto —susurró.
—No fue fácil —gruñó—. Todavía no es seguro.
—Mírame, por favor
Levantó sus ojos arrugados y cansados, habiendo envejecido aún más
desde la última vez que ella lo vio y ella no pudo contener las lágrimas
que brotaron.
—¡No vayas a hacer una estupidez como esa, muchacho, no tenemos
tiempo!
Elodie retiró las manos.
—¿Qué quieres decir?
—Te voy a sacar de aquí.
—¿Qué? ¿Cómo?
Su padre sacó una llave-tarjeta, una de las que ella había visto usar
docenas de veces en las celdas, y la pulsó en su puerta. Sonó un ping y
se abrió. La barrera había desaparecido.
A Elodie no le importó y se abalanzó a sus brazos.
—Muchacho... —Se tensó cuando ella hundió la cabeza en su pecho,
secándose las lágrimas en su chaleco, y sollozó. No le importó quién la
viera ni lo que pensaran los demás.
Se aferró a él con fuerza y tembló de angustia cuando sus brazos la
rodearon en un abrazo.
—Papá —Se atragantó y aspiró su olor, provocando más lágrimas en el
proceso—. Nunca pensé que volvería a verte.
—Ya, ya, muchacho. No te dejaría atrás.
—¡Pero lo hiciste! Te fuiste...
Sus ojos cayeron, tristes, y ella levantó la mano para quitar el rocío de
sus pestañas.
—No quise darte esperanzas cuando las probabilidades eran malas.
Elodie moqueó y asintió, comprendiendo, pero dolida. Algo en su
interior se quebró cuando él le agarró la mano y se dio la vuelta, tirando
de ella. Retrocedió, con el corazón latiéndole con fuerza.
—¡Tenemos que irnos, muchacho! ¿Qué te pasa? —preguntó él, tirando
de ella de nuevo.
No podía moverse. Tenía los pies clavados en el umbral de la celda.
Tenía la garganta tensa y seca mientras sus ojos se desviaban hacia la
celda vacía de al lado. Los otros presos hablaban, pero ella no los oía.
Gunner tiene un plan. Le envié allí. Su celda vacía se cernía sobre ella,
desgarradora.
—¡Muchacho! Joder, ¿qué te pasa?
Chesnik la agarró del brazo y la arrastró fuera de su celda con los pies
arrastrándose pesadamente detrás de él y el pulso acelerado. Se
retorció para no apartar la vista de la celda de Gunner mientras él la
conducía hacia la puerta, con la linterna como un faro en la oscuridad.
Su lugar seguro se desvaneció en la penumbra.
El espacio que compartía con él. Se le hizo un nudo en la garganta.
—Ely —rugió su padre. La puerta del calabozo se abrió de golpe y ella
se detuvo para ver si las luces parpadeaban una vez más, rogando que
lo hicieran para poder ver su lugar por última vez.
Pero se perdió en la oscuridad.
La puerta se cerró.
—¿Qué te pasa? —Su padre la sacudió y ella volvió a la realidad.
—Todo —respiró.
—No tenemos puto tiempo para una crisis, Ely. He oído disparos en el
ascensor y la tripulación está alborotada. ¡Podrían estar aquí en
cualquier momento!
—¿Y los demás?
—No podemos salvar a todos —La condujo por una serie de pasadizos.
—¡Pero no podemos abandonarlos!
—¡Podemos y lo estamos haciendo! Pueden cuidarse solos. Tengo que
sacarte de aquí antes de que se reinicien los sistemas de seguridad. Oh
joder...
Su padre se detuvo y ella miró a su lado. Empezó a recorrerle un sudor
frío. Dos cuerpos destrozados, rotos y escupiendo sangre yacían en el
suelo. El olor acre de la muerte era fresco y no fueron las balas las que
acabaron con sus vidas.
Elodie lo rodeó y contempló la escena. Había sangre por todas partes:
en las paredes, acumulada entre las rejillas del suelo y salpicada en el
techo. Un hombre tenía la pierna medio arrancada, la ropa empapada
en sangre y la cara helada de dolor a la vista de todos.
—Elodie, tenemos que salir de aquí —instó Chesnik.
Se interpuso entre los cuerpos y los miró, el olor a hierro que
desprendían la asfixiaba. Reconoció a ambos como hombres que habían
entrado antes en el calabozo, hombres que se habían burlado de ellos y
les habían golpeado, recordó su disfrute y sus sonrisas mientras
presionaban a los prisioneros con todo el poder que tenían... y con
dolor.
Se le revolvió el estómago y tuvo arcadas. No sentía nada por sus
muertes y ni siquiera se atrevía a preocuparse por el dolor de su
fallecimiento, pero la sangre la hizo vomitar involuntariamente.
Chesnik le rodeó el hombro con el brazo y pasó junto a ellos,
deteniéndose brevemente para despojarlos de sus armas y tecnología
naval. Se encontraron con otro cadáver en el ascensor con marcas de
garras en la espalda.
—Joder —Su padre lo inspeccionó y tembló visiblemente—. No es un
hombre lo que mató a estos hombres —dijo—. Estaba corriendo hacia
el hueco.
No es un hombre...
Elodie miró a su alrededor y trató de no pensar en ello, pero no impidió
que la inquietud se abriera paso en ella.
—¿Qué hizo esto entonces?
—Un animal, una bestia, un monstruo, quién sabe. Pero acabó con tres
guardias armados —Se volvió hacia ella—. No tenemos ninguna
posibilidad si nos lo encontramos.
Miró fijamente las marcas de garras que aún se veían.
—¿Los asesinatos?
—¿Has oído hablar de ellos?
—Sí. Los guardias lo mencionaron de pasada durante una visita de
rutina.
—Empezaron después de reclutarme a mí y a los otros dos —Le puso la
mano encima de la cabeza. Era alta para ser una chica, pero su padre era
más alto—. Sospechan de nosotros.
Levantó los ojos.
—¿Sospechan?
—Sí. No podemos subir. Iba a esconderte en mis aposentos hasta que
te consiguiera ropa nueva para la tripulación en el replicador, pero ya no
podemos —Miró a su alrededor.
Elodie estaba aturdida, mirando a su alrededor, girando en un círculo
completo.
—¿Por qué no?
—Lo que hizo esto... vino de aquí abajo. Estos hombres no estaban aquí
abajo cuando me colé en este nivel. Tengo suerte de estar vivo, pero el
aposento está por encima de nosotros ahora y el rastro de sangre
conduce a él. Lo que haya hecho esto, está arriba, y si está encerrado en
el ascensor, estoy seguro de que no lo llamaré para que baje.
—Llévame de vuelta a mi celda —sugirió, girándose, pero fue detenida.
—Ely, no puedo.
—¿Por qué no?
—Kallan le dijo a la tripulación que eras mi hijo. Si ya sospechan de mí,
te usarán. Si se acercan lo suficiente, te descubrirán. Iba a esperar para
sacarte, esperar hasta que la nave aterrizara, pero ya no hay tiempo
para eso.
Se estremeció y se rodeó la cintura con los brazos, tirando de las
solapas de la chaqueta de Gunner para cubrirse más el cuerpo,
deseando ahogarse en ella. Sus ojos captaron sus movimientos y se
entrecerraron.
—¿De dónde has sacado esa chaqueta?
Bajó las manos.
—Me la dio uno de los prisioneros.
—No recuerdo que ningún prisionero llevara una chaqueta así cerca de
nosotros —Su padre extendió la mano y agarró la manga. Elodie se
apartó, no quería que la tocara.
—Apareció alguien nuevo. Ofreció su chaqueta a cambio de
información.
—¿Y tú se la diste? Oí que había un nuevo prisionero, no recuerdo
haberlo visto cuando te traje —La sospecha en su voz era evidente. La
hizo recelar. ¿Por qué se sentía en guardia? Sacar a relucir la existencia
de Gunner y todo lo que había ocurrido entre ellos, era algo secreto y
suyo. Su padre y ella nunca habían sido francos el uno con el otro, pero
tampoco habían ocultado nunca información importante. A pesar de
todo, se le cerró la garganta.
—Por la chaqueta, sí. Era mía, de Royce o de Kallan.
Entrecerró aún más los ojos, pero se golpeó la barbilla y la dejó caer.
No puedo volver atrás. Miró al techo y donde estaban los agujeros de las
tuberías, donde ahora sabía que estaba la alimentación de seguridad.
—¿Crees que pueden vernos? —preguntó.
—No lo sé. El sistema está estropeado, todo es un caos.
Elodie no sabía si la estaban viendo, no sabía si él la estaba viendo a ella,
pero esperaba que así fuera. Chesnik volteó el cuerpo a sus pies y
reconoció a otro hombre. Otro cretino.
—¿Hay algún sitio donde podamos escondernos?
—Sígueme —dijo después de pensarlo un momento.
Avanzaron por otro pasillo, en la dirección por la que habían venido,
hasta que los pasillos pasaron de paredes lisas a tuberías y varillas
metálicas, rejillas más gruesas y bocanadas de vapor. Al final había una
puerta con pestillo que se abría con la tarjeta de su padre. Sabía lo que
era: la sala de máquinas. Un lugar que había sido su hogar en
innumerables naves, en innumerables trabajos.
Con la barriga revuelta y el corazón dolorido, siguió a su padre hasta las
máquinas, con la esperanza de no equivocarse.
Su mirada no se apartaba de la espalda de su padre.
Sabía que Gunner había matado a esos guardias.
Sabía que había hecho un trato con el diablo.
Y él la encontraría.
Capítulo 13

Gunner mantuvo las sirenas apagadas mientras avanzaba por la cubierta


de la tripulación. Recuperaba el control poco a poco, minuto a minuto.
Quería volver con Elodie, pero no podía. La información que le habían
dado los guardias le incitó a seguir. No le gustaba que la nave hubiera
cambiado de rumbo, aunque para empezar no tenía ni idea de adónde
se dirigía, y sabía que no podía seguir pirateando la información de
seguridad antes de que su presa se diera cuenta de lo que estaba
haciendo.
Ya están atrapados. Si el capitán realmente se había encerrado en el
puente, sabía que estaba en problemas. Gunner se sorprendió de que el
hombre no hubiera colocado a toda la tripulación como escudo humano
ante su puerta.
Se escabulló por una habitación lateral al ver pasar a un par de hombres
y esperó a que sus pasos se desvanecieran en el pasillo antes de volver a
salir. Sus dedos se movieron sobre la pistola del pirata muerto que tenía
en la mano. Volvía a sentirse bien empuñando un arma.
Su cargador permanecía intacto en la muslera, su único premio y la
única propiedad que le habían robado devuelta. No iba a usar sus balas
contra cualquiera. Como un regalo de bienvenida. El karma le daba un
poco de algo por no haber incendiado todo en un ataque de ira el
primer día que lo trajeron a bordo.
Y por no volver a hacerlo cuando se trataba de la seguridad de Elodie.
El tirón a la tecnología de Ballsy le llevó justo delante de una puerta
cerrada de doble barrera, con torretas alineadas encima y cámaras que
seguían sus movimientos.
Los labios de Gunner se torcieron cuando se miró a sí mismo, desnudo
como el día en que fue creado, y su propio ordenador central aún a
punto de salirse de su piel para dejar salir a su bestia.
Se tranquilizó y se conectó con los sistemas de la primera puerta,
forzándolos a abrirse y erosionando las encriptaciones. Cuando terminó,
la puerta se cerró tras él con un ruido sordo.
En la segunda puerta, retiró la mano y la golpeó contra el mecanismo de
cierre. El golpe produjo un chispazo causando un cortocircuito y un
estruendo que resonó con furia en la pequeña cabina. Percibió a su
objetivo al otro lado.
Era casi demasiado fácil.
Calculó las probabilidades de una trampa. Pero incluso si las
probabilidades eran altas, iba a entrar en ella a pesar de todo.
La puerta se abrió a tirones, revelando el sueño de un nerd de los
servidores: gigantescas torres brillantes repletas de luces parpadeantes
y Ballsy encorvado sobre una tableta holográfica al otro lado de la
habitación.
—Te estaba esperando —dijo sin miedo.
Gunner se acercó, igual de indiferente.
—¿Me has echado de menos?
Ballsy se encogió de hombros sin levantar la vista.
—Claro.
—Tienes los ojos muertos.
—Los tuyos también.
—Sí —Gunner sacó un taburete y se sentó—. Supongo que lo están.
—¿Te crearon con ellos así? —Ballsy levantó la vista y se encontró con
su mirada.
—No. La guerra tiene ese efecto en la gente, según mi experiencia.
—Me hubiera gustado ver eso —dijo mirando más allá de él y hacia la
puerta interior que echaba chispas—. La guerra, eso es.
Gunner inclinó la cabeza y midió a su adversario. El hombre era delgado,
enjuto, pero fuerte. Algo en sus rasgos era serpentino, pero sólo en
destellos fugaces. Sobre todo, Ballsy parecía aburrido, constantemente
aburrido y siempre calculador.
—Nadie debería ver lo que yo he visto. ¿Cómo acabaste aquí?
—De la misma forma que lo haría cualquier otra persona. Era un hacker,
uno bueno, desde pequeño. Nacido y criado en Elyria de una madre que
pagaba las facturas con su propio cuerpo, y un padre que era un adicto
a las drogas. Fueron grandes modelos a seguir. Los mejores —dijo
Ballsy sin sarcasmo ni diversión—. Caí en la informática para acallarlos y
caí hondo, me hice muy bueno en la lectura y comprensión de sistemas
inteligentes y software de inteligencia artificial. No sé por qué, quizá
porque piensan de forma diferente. Siempre he apreciado la eficiencia
de una máquina. Lo entendía de una manera que no entendía a las
personas. Vendía mis servicios igual que mi querida madre, excepto que
esta vez era yo quien penetraba, robando datos para venderlos al mejor
postor. En el camino, me recogieron. Técnicamente secuestrado,
supongo, pero me sacó de Elyria.
El tono plano de la voz de Ballsy le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Eres un sociópata.
—Eres un Cyborg.
—¿Qué me delató?
Ballsy volvió a mirar la tableta que tenía en el regazo. Gunner la revisó
pero encontró más de las mismas punzadas ofensivas de antes.
—Eso de ahí. Estás intentando entrar en un espacio protegido contra
los de tu especie.
—Nada está protegido contra mi especie.
—Lo está si está hecho por los tuyos.
Gunner frunció el ceño y observó los sistemas de la sala con curiosidad.
—¿Quién?
Ballsy se rascó la mejilla.
—Como he dicho, entiendo mejor los sistemas inteligentes que las
personas.
—No soy gente.
—Y nunca vas a recuperar tu nave.
Gunner rodó su arma justo cuando Ballsy golpeó su mano hacia abajo en
su pantalla.
La descarga fue potente y abrasadora, haciéndole caer de su asiento.
Apenas consiguió rodar hacia atrás y encontrar el equilibrio antes de
que otro pulso atravesara la habitación.
Aturdido su tecnología se apagó y la maquinaria comenzó a vibrar.
Ballsy hizo una mueca de dolor y se acercó por encima de él.
Gunner se esforzó por moverse, se esforzó por asestar el golpe mortal,
pero cada vez que se movía, dentro de su yo digital y de su ordenador
central, lo rodeaban las mismas punzadas como agujas que había
llegado a conocer y que protegían la información de Ballsy.
El cabrón lo había bombardeado con malware basado en un pulso
electromagnético, un virus que actuaba como una onda expansiva de
pequeñas cargas de pulso electromagnético dirigidas. Sintió cómo
serpenteaba por su cuerpo y lo inutilizaba. Gunner vio con rabia cómo
un pie calzado le caía sobre el pecho y lo derribaba contra el suelo. El
arma permanecía tensa en su mano.
—No te enfades —Le dijo Ballsy—. En mi trabajo, nunca se es
demasiado precavido. No quiero matarte, pero tampoco ayudarte.
¿Cómo se dice? Se le pusieron los ojos brumosos— ¿Maldito si lo haces,
maldito si no lo haces? —Gunner miró a la muerte—. Mi cabeza está en
una pica de cualquier manera, así que estoy fuera —La bota se levantó y
él se dio la vuelta, cogiendo una bolsa y echándosela al hombro.
—¿Qué me has hecho? —gritó Gunner, sintiendo que recuperaba las
fuerzas.
Sin embargo, su control sobre la nave había desaparecido y las sirenas
volvieron a sonar. La sala de servidores, antes llena de vida eléctrica,
ahora no era más que metal inerte. El malware electromagnético había
destruido todo lo que había en la sala.
—Nanobots electromagnéticos —murmuró Ballsy a medio camino de la
primera puerta—. Te recuperarás. No tiene sentido destruir una
creación como tú —Su voz se apagó—. Estás dentro de una jaula de
Faraday, Cyborg. Deberías moverte. La jaula protege al resto de la nave
de mí, así como a mí del resto de la nave. Vendrán aquí primero.
—¿Cómo? —siseó entre dientes, su cuerpo se agarrotó como si
estuviera electrificado—, ¿no te afecta? —Ballsy tenía implantes dentro
de él también.
—Mi habitación no era la única cosa que puse un sello de Faraday
alrededor.
Y entonces desapareció.
Gunner golpeó el suelo con la cabeza, forzando su cuerpo con todas sus
fuerzas deseando que se moviera. Sus sistemas se agitaron cuando los
pulsos chispearon como petardos contra su piel. Neutralizaron su
tecnología, le hicieron de todo menos destruirla, como habían hecho
con el resto de la sala. Era como un enjambre de abejas microscópicas.
A lo lejos, podía oír a Ballsy alejarse y sabía que el único lugar al que el
hombre podía ir para alejarse de él era una cápsula de escape. Se
concentró en rastrear la fuente de energía de Ballsy, sus respuestas se
le escapaban mientras su objetivo se abría paso entre la confusión.
Sus dedos se contrajeron hasta que consiguió cerrarlos en puños. Oyó
llegar a la tripulación mucho antes de que alcanzaran la puerta.
Cuando se disiparon las primeras descargas fulminantes, Gunner se
puso lentamente de rodillas; su armazón metálico aún era demasiado
pesado para su cuerpo, pero a cada segundo que sus nanocélulas
combatían el impulso, recuperaba fuerzas.
Y nunca recuperarás tu nave.
Las palabras brillaron tras sus ojos cuando la primera bala le alcanzó la
espalda.

***

Elodie levantó la vista cuando el débil sonido de un timbre muy familiar -


sirenas lejanas- sonó en algún lugar distante, muy por encima de ella. No
se extendía con toda su fuerza entre los gigantescos artilugios
metálicos, la tecnología de impulsión y propulsión entre la que ella y su
padre se movían, pero aun así la detuvo en seco.
—Algo está pasando —Miró detrás de ella.
—Una sirena. Otra maldita sirena, parece. Si tenemos suerte han
encontrado a la criatura que mató a esos hombres. No es que me
importe que estén muertos, pero me haría sentir al menos algo más
seguro saber que no hay una bestia acechando.
—Pero las sirenas. Se supone que no deben sonar —Gunner. Se supone
que es escurridizo...
Elodie se mordió el interior de la mejilla, repentinamente preocupada.
—¿Qué diablos significa eso? Podría ser de cualquier cosa. Si
encontraron a esos hombres, pronto encontrarán tu celda vacía.
Tenemos que seguir moviéndonos, Ely.
—Papá, no hay lugar para nosotros en una nave en medio de la nada.
No podemos escondernos aquí para siempre. Nuestra mejor opción es
quedarnos en la entrada, no internarnos —Eso era exactamente donde
su padre la estaba llevando: más profundo—. Ni siquiera tenemos
comida.
—¡Podemos y lo haremos! Cielos, muchacho, ¿cuándo te he
decepcionado? Aprendí algunas cosas mientras estuve fuera de las
celdas y sé que escondernos en las entrañas de esta nave es muchísimo
más seguro que lo que ocurriría de otro modo.
Elodie le devolvió la mirada.
—¿De otro modo?
—El capitán sabe que algo va mal, no va a salir de su refugio a prueba
de bombas de un puente infernal y tampoco su tripulación del puente.
Se han refugiado ahí y han empezado a hablar. Más de lo que Kallan
está diciendo acerca de que estamos emparentados. Hablan de que ya
no se dirigen a Elyria, que vuelven a la flota principal, y no creo que sea
por una reunión. Creo que es por el caos que está a punto de estallar en
esta nave. Si consiguen volver a la flota principal...
—¿Qué? —Elodie estaba confusa. ¿Regresar no es algo bueno?
—Muchacho, esta nave es grande, costosa y está tripulada mejor y por
más gente que la mayoría de las naves piratas o de la lista negra.
También hay carga, más allá de los humanos a bordo, que vale un
dineral. Si el capitán no puede controlar a sus hombres, y esos hombres
se amotinan, con todos a bordo, vamos a estar en el fuego cruzado de
un montón de puta mierda.
Sus labios esbozaron una pequeña sonrisa. Gunner debe estar fuera de sí.
Aún no podía evitar la seguridad que sentía al saber que él estaba cerca.
Pero entonces le vinieron a la mente los hombres con las partes del
cuerpo destrozadas, la sangre brotando y las miradas de dolor en sus
rostros.
¿Seguiría Gunner protegiéndola? Sabía que habían hecho un trato, pero
¿cuánto tiempo y con qué exactitud? Cuanto más se alejaba del
calabozo, más angustiosos se volvían sus pensamientos. El aspecto de
aquellos cuerpos era como si hubiera perdido el control. Esos hombres
no sólo murieron; fueron eviscerados.
—Vamos a escondernos de una puta vez hasta que yo diga que hemos
terminado de escondernos, y luego vamos a llevarnos una cápsula de
escape.
Elodie se mordisqueó el interior de la mejilla mientras su barriga gruñía
en busca de comida.
—Esos hombres de ahí arriba están buscando cualquier cosa para salvar
su pellejo. Todo el mundo está al puto límite —Se detuvo y suspiró—. Si
te usan para llegar a mí... Elodie —Parpadeó. Nunca la llamaba por su
nombre—. Descubrirán que eres una mujer. No podemos permitirlo.
El sudor cubrió sus palmas.
—No ocurrirá.
—¡Ya lo creo que sí! Es un milagro que estés conmigo ahora —Ladeó la
cabeza y la metió entre las máquinas—. Déjame intentar salvarte,
salvarnos, el mayor tiempo posible. Si tenemos suerte, esta nave
aterrizará más pronto que tarde, y podremos salir de los propulsores o
del sistema de curvatura.
Adentrarse en las máquinas nunca le había parecido tan poco atractivo,
pero dio un paso adelante, abrazándose a la chaqueta de Gunner. Cada
segundo era una batalla para no darse la vuelta y encontrarle; quería
encontrarle y asegurarse de que estaba a salvo, luego gritarle un poco,
luego besarle un poco más.
Teníamos un trato. Lo tenemos. Tenemos un trato.
Le asustaba lo mucho que había llegado a depender de él en tan poco
tiempo. ¿Tal vez porque nunca me mintió? Incluso cuando era algo poco
creíble, algo aparentemente imposible, nunca mintió. Nunca me hizo daño.
Su rostro afilado apareció en su mente, con ojos rojos y armas. La hizo
estremecerse y calmarse. La hizo sentirse inquieta y contenta.
A medida que se adentraban, los sonidos se hacían más silenciosos.
Pronto, las sirenas fueron sustituidas por el zumbido de las máquinas. El
silencio familiar era a la vez relajante y peligroso, y ella se animó,
tratando de no dejarse llevar por una falsa sensación de seguridad por
la nostalgia de todo aquello. Incluso el calor que flotaba en el ambiente
le impedía concentrarse. El sudor había sido una constante en su trabajo.
A diferencia de algunos hombres, que a veces iban sin camiseta, ella
siempre tenía que llevar una chaqueta para ocultar su figura.
—Debería haber una sala de descanso más adentro —refunfuñó su
padre agachándose bajo una tubería.
—¿Crees que esta nave tendrá una?
—Tiene el funcionamiento de un Titan Legionario con modificaciones
de carguero, por supuesto hay una sala de ingenieros aquí abajo. Puede
que la hayan llenado de mierda, pero eso no significa que la planta sea
diferente.
Unos minutos más tarde, su padre dijo:
—Ahí. Hay una puerta ahí delante.
Levantó la tarjeta, pero ella le detuvo.
—No lo hagas. Podrían rastrear el acceso.
Les llevó varios minutos manipular la cerradura, pero con los dos y las
herramientas abandonadas que habían recogido en su viaje a las
entrañas, descerrajaron el mecanismo a la antigua usanza.
Una brisa fría la golpeó en la cara, junto con aire viciado y polvo.
Elodie respiró hondo al entrar, viendo primero el conjunto de taquillas,
en línea recta, y las estanterías desgastadas de la pared de al lado. Todo
era tan normal. Como cualquier otra nave en la que hubiera estado. El
pitido de una sirena y una esfera roja parpadeante sobresalían de la
pared por encima de ella, era la única conexión con el resto de la nave.
La puerta se cerró con un ruido sordo y ella se adentró en el espacio.
Detrás de las taquillas había un almacén casi vacío y, más allá, una sala
de estar.
—Papá, ven a ver esto —llamó Elodie. Chesnik se levantó de la
cerradura que estaba instalando en la puerta.
El salón era pequeño pero lujoso en comparación con el calabozo, con
una mesa de acero y cuatro taburetes arraigados al suelo, y un
replicador. Elodie corrió hacia él y lo encendió. Su corazón se aceleró
ante la perspectiva de la comida. El panel se iluminó y los códigos y las
opciones quedaron a la vista de todo el mundo. Vio estrellas en sus ojos
y, por un breve instante, todo estaba bien en el universo.
—Pruébalo —Le instó su padre. Eran como niños en una tienda de
golosinas mientras ella introducía el código para el café en la máquina.
El olor a polvo quemado llenó sus fosas nasales, pero apareció un gel
con un líquido marrón transparente en su interior. Lo cogió y se
maravilló. Un replicador de comida.
—¿Y bien?
Se lo metió en la boca y gimió mientras el falso, fabricado y magnífico
sabor del café negro se derramaba por cada centímetro de su boca.
—Café —Le dijo, con los ojos entrecerrados por el placer. Chesnik le dio
una palmada en la espalda y ella soltó una carcajada. Eso la sorprendió.
—Menos mal que tu viejo te cuida.
—Sí —Elodie dio un paso atrás—. Sí —repitió.
Lo siguió a una habitación lateral que estaba forrada de pared a pared
con literas vacías, y de vuelta a la puerta de al lado que daba a un
pequeño lavabo.
Se hundió en el suelo, mirando el grifo cerrado. Agua. Agua fresca y
corriente. Se le humedecieron los ojos y un brazo cálido la rodeó por los
hombros, uniéndose a ella en el suelo. Sus lágrimas cayeron como el
agua que pronto fluiría sobre ella.
—Está bien, Ely. Está bien. Por ahora, estamos a salvo. No hay dos
personas que sepan moverse mejor en una nave que nosotros. Estamos
a salvo —Las lágrimas siguieron cayendo y ella se restregó la cara—.
Nunca te habría dejado. Habría encontrado la manera de sacarte, sin
importar la oportunidad que se presentara. La suerte está de nuestro
lado. Siempre lo ha estado y siempre lo estará.
Intentó consolarla, pero sólo consiguió que rompiera aún más el silencio.
—No es eso... —empezó ella.
—Nunca me has dejado, ni una sola vez en toda tu vida, ni una sola. No
soy un buen hombre pero tuve la suerte de tener un buen hijo. Desde
que tu madre murió...
—Por favor —No quería oírlo.
—Huí y te llevé conmigo, te forcé a una vida que nunca deberías haber
experimentado, y por todo el esfuerzo de tenerte allí, amé cada
momento. No podía hacer lo correcto y dejarte atrás. Lo intenté. Tomé
todas las decisiones equivocadas, sabiendo que era mi forma de huir.
Pero a la hora de la verdad, no fue suficiente y te llevé conmigo en
todas mis malas decisiones —Su abrazo se hizo más fuerte—. Y nuestra
suerte no se ha acabado. Saldremos de ésta también, conseguiremos
salir de esta nave y, antes de que te des cuenta, todo esto será un mal
sueño.
Elodie asintió, incómoda. Los sonidos de alerta sonaban de fondo. Se
llevó una mano al corazón y esperó que dejara de dolerle, que
desapareciera el miedo.
Una gota de agua surgió en el borde del grifo y su mirada se concentró
en ella. Esperando a que cayera.
—Permanezcamos juntos, ¿vale? —dijo Chesnik— ¿Nunca me dejarás?
El rostro de Gunner, lleno de moratones, hinchado, mirándola con ojos
impasibles y oscuros le vino a la mente.
—Nunca —susurró ella.
Le dio otro apretón y se levantó, llevándola con él.
—Está decidido entonces. Voy a abrir el replicador para ver qué
tenemos de reactivos. Tú ve a asearte, hueles a cerdo.
—Como si supieras a qué huele un cerdo —Una sonrisa se dibujó en sus
labios— ¿De verdad crees que todo saldrá bien?
—Si tengo algo que decidir sobre nuestros destinos, sí, todo irá bien.
Le dio una palmadita a su nueva arma y se dio la vuelta para marcharse.
Su mirada le siguió hasta que cerró la puerta y el silencio llenó el espacio.
La única señal reveladora de una emergencia era la luz roja parpadeante
del techo. Elodie la miró fijamente mientras ésta le devolvía la mirada.
Roja como sus ojos.
El orbe crecía en su mente y ella lo observaba sin pestañear, deseando
que se detuviera y odiando no estar esperando a Gunner en el calabozo.
Ni siquiera había podido dejar una nota ni nada. Pero mi padre está a
salvo. Yo estoy a salvo. Los otros no. Se preguntó si su padre sabía lo de
Gunner y su nave. Elodie cerró la puerta por dentro.
¿Vendrá a por mí? No parece que nada en esta nave haya podido detenerlo
todavía.
Se le aceleró el pulso.
Quiero ir a verle. El sentimiento la condenó y enterró la nariz en su
hombro, respirando el olor de Gunner como si nunca más fuera a tener
la oportunidad de hacerlo.
Se sentía segura con Gunner, incluso tras los barrotes de su celda, se
sentía segura, más segura que ahora. Su carácter franco la hacía confiar
en él, creer en él.
Elodie comprobó el grifo del lavabo, negándose a mirar al espejo, y
tembló de alegría cuando el agua brotó a borbotones sobre sus manos.
La cabina de ducha reaccionó igual hasta que el agua helada fluyó
libremente por el receptáculo.
Dejó caer la chaqueta de Gunner al suelo, a sus pies. No quería
arriesgarse a lavarla y que dejara de oler a él. Elodie se metió bajo el
agua helada, con ropa y todo, y apretó las manos contra las paredes
para sostenerse. El agua se deslizó y se aferró a cada centímetro de su
cuerpo, empapándola en cuestión de segundos. La piel se le heló y el
pelo se le pegó a la cabeza. Un gemido estremecedor escapó de sus
labios. Se sorprendió al ver que no caían riachuelos de suciedad por el
desagüe.
Primero se quitó la camiseta y luego los vaqueros y la ropa interior. Los
tiró a la esquina de la cabina. Sus dedos subieron para tirar de la doble
banda que le rodeaba el pecho.
Por primera vez desde que la atraparon, miró su cuerpo desnudo.
Sin marcar, sin reclamar, sin usar nada excepto el agua. ¿Pero por cuánto
tiempo?
Él vendrá.
Capítulo 14

Necesito llegar a Ely.


Gunner se sacó una bala del brazo abriendo la piel con los dedos. Las
balas se detenían en cuanto impactaban contra su armazón metálico,
pero eso no impedía que se clavaran en los tejidos y los músculos.
Tras liberar el proyectil, lo dejó caer y se puso a trabajar en la quinta,
sintiéndose como una pieza de tiro al blanco de grado A.
Demasiado para permanecer bajo el radar.
—¡Ríndete! —Un hombre rugió en el otro extremo del pasillo. Gunner
se encorvó y arrancó otra bala de su hombro.
El dolor debería haber sido debilitante, pero apenas lo sintió. Pura
adrenalina orgánica corría por él manteniéndolo a raya.
—Tenemos que detenerlo ahora —susurró uno de ellos, pensando que
no podía oírlo— ¡Le he visto recibir más disparos que un goliat de Elyria!
Es imposible que siga vivo.
Oh, estoy vivo. Vivo y molesto.
El segundo piso de la tripulación se había convertido en un campo de
batalla. Cuando los hombres lo encontraron desnudo como el primer
hombre, sosteniendo un arma en el santuario de Ballsy, no habían
hecho preguntas. Disparar primero, preguntar después.
Sus ojos encontraron el cuerpo más cercano a él, el del último pirata
que intentó ‘abalanzarse sobre él’.
Que piensen que estoy muerto. Sacó otra bala, soltando un chorro de
sangre.
—No está muerto. Está encerrado como una puta araña ratonera. Si
quieres atacarle, adelante, pero yo me quedo aquí. Ya viste lo que le
pasó al último tipo. Sólo un idiota atacaría a ciegas así.
—¿Dónde coño está Ballsy cuando lo necesitas?
—El gilipollas destruyó la seguridad, no lo viste, el cadáver de Ballsy
probablemente esté entre la tecnología quemada.
Y siguieron parloteando.
Gunner abrió el cargador, comprobó la munición y volvió a cerrarlo. Al
menos había pasado algo bueno. Ya no tenía que preocuparse de que lo
descubrieran. El chacal estaba fuera de la jaula. No era el momento
oportuno, su descubrimiento, pero era una cosa menos de la que
preocuparse.
Si por él fuera, tendría las coordenadas de su nave antes de que
empezara el verdadero baño de sangre.
—El capitán no responde.
—El pedazo de mierda está a salvo, ¿por qué mierda saldría?
Ese pedazo de mierda es el hombre más inteligente de esta nave.
reflexionó Gunner. Excepto quizá por Ballsy. Ese cabrón hacía tiempo
que se había ido.
—Voy a ir —siseó uno de ellos y Gunner oyó el chasquido delator de una
recámara al ser cargada.
El pirata avanzó, con pasos ligeros, pero apenas silenciosos. Gunner se
mantuvo de espaldas a la pared de la esquina del pasillo. Al otro lado,
donde se juntaban los hombres, estaba el hueco del ascensor al que
tenía que llegar. No debería haber sido difícil, pero todavía estaba débil.
No contaba con que la pérdida de sangre o la docena de heridas de bala
adicionales en la espalda le desestabilizaran. Le habían arrancado
miembros, le habían expulsado al duro vacío del espacio, le habían
disparado en la boca y había sobrevivido a todo. No, era el maldito
programa de Ballsy el que lo debilitaba como nada lo había hecho antes.
Como si lo hubiera invocado, otro pulso electromagnético se disparó,
sumiéndolo temporalmente en la ceguera.
Las pisadas del hombre estaban a escasos metros. Un hombre normal
no lo oiría bajo las sirenas. Gunner estaba lejos de ser normal.
Gunner dejó caer la mano y cerró los ojos, bajando la cabeza, fingiendo
la muerte.
El guardia respiró agitadamente al verle.
—¿Y bien? —preguntó uno de los otros.
—Está muerto —gritó el hombre por encima del hombro— ¡Creo que
está muerto!
—¡Compruébalo!
En cuanto dobló la esquina y estuvo fuera de la vista de sus compañeros,
Gunner se abalanzó sobre él y lo arrastró hasta el suelo, apretándole
una mano contra la boca y aplastándole los huesos de la muñeca hasta
que soltó la pistola láser. El cuerpo del pirata se sacudió sorprendido, y
le miró fijamente justo cuando sucumbía a la muerte.
—¡Eh! ¿Está muerto?
—¿Adónde ha ido?
—Le dije a ese imbécil que estaba cometiendo un error. Le dije que ese
imbécil nos estaba esperando.
Gunner empujó el cuerpo lejos de él después de sacárselo de encima y
le quitó de un tirón la correa intacta del arma. Se colgó la correa del
hombro y se metió las piernas en los pantalones mal ajustados
vistiéndose.
—¿Qué vamos a hacer? No tenemos a la mitad de la tripulación. No
podemos llegar al puente desde este lado.
Gunner sonrió satisfecho. Y yo no puedo llegar al maldito calabozo. Se
sacudió y se estremeció al sentir otro pulso. Sus nanocélulas estaban
ocupadas combatiendo esta enfermedad cibernética, demasiado
ocupadas para reponer fuerzas.
—Podemos retirarnos —dijo uno de ellos—. Bajar. Hacer un
cortocircuito en el ascensor, o tenderle una trampa. Podemos
dominarlo a corta distancia si no hay nada que lo proteja.
Oh, mierda no.
—Seríamos blancos fáciles ahí abajo. Nuestra mejor oportunidad es
subir, no bajar.
—¿Nuestra mejor puta oportunidad? ¡No tenemos otra oportunidad!
Discutieron.
Ely estaba allí abajo. No iba a dejar que otro hombre se acercara a ella si
podía evitarlo. Gunner se apartó de la pared, estremeciéndose mientras
su carne se movía y se desgarraba. Se dispararon varios impulsos más,
provocando fallos en cascada en su ordenador central. Cuanto más se
movía, peor era.
Dejó caer el arma, pero la cogió antes de que cayera al suelo.
—Podemos poner a los prisioneros de nuestro lado —Elodie—. Diles
que es una cuestión de supervivencia.
—¡Diablos, eso funcionará! ¿Qué crees que pueden hacer esos bultos
medio muertos de hambre? Conocen mi cara. Le freí las pelotas a uno
de ellos su primer día.
—Necesitamos a uno de los nuevos reclutas para convencerlos.
Gunner se acercó a la esquina, escuchando.
—Si no has mirado alrededor, o no están aquí o están muertos. Me
arriesgaría con un enemigo, no con varias docenas. Y si Juke sale...
—¡Juke no va a salir! Mira, una patrulla bajó antes de que todo esto
ocurriera, y ese cabrón, el que no para de hablar...
—¿Kallan?
—Sí, él está ahí abajo. Tal vez pueda convencerlos.
Gunner apretó los dientes. ¿Cómo coño se había olvidado de Kallan? El
maldito tenía un lugar especial en su lista de muertes.
Y he dejado a Elodie allí abajo con él.
—No me gusta el tipo. No se puede confiar en él.
No jodas.
—¿Qué otra opción tenemos? Hasta los putos androides se han retirado.
Si le pongo las manos encima a Juke...
—Me gusta la idea de tener una tonelada de metal entre nosotros y él.
Los hombres se callaron como si estuvieran contemplando. Gunner
recorrió con la mirada la zona que le rodeaba. No puedo dejarles llegar al
ascensor. Ya había notado antes que los androides se retiraban, cuando
sintió que Ballsy se iba en una cápsula de escape, pero no se le había
ocurrido por qué.
Si pudiera llegar hasta ellos, podría controlarlos, pero no estaban cerca
y él era débil.
Miró el segundo hueco del ascensor, el que subía. Podría subir y tomar
la nave. Olvídate de los demás. Ya me han descubierto. Juke
posiblemente sabría dónde estaba su nave.
Los códigos que corroían los sistemas del carguero seguían haciendo su
trabajo. Gunner sabía que el capitán había cambiado de rumbo, pero no
sabía adónde. Pero si se dirigían directamente a territorio enemigo, su
trabajo iba a ser mucho más difícil.
Podría subir y tomar el control de la nave... Y esperar que no les pasara
nada a los de abajo. Elodie no tendría protección. Pero dirigiría su
rumbo. Si lo hacía, el resto de la flota pirata lo sabría.
Gunner escupió sangre. Podría llevarme horas, tal vez días. Dependía de
a qué se enfrentará. Incluso si Ely permanecía a salvo, no habría nadie
para mantenerla a ella y a los otros prisioneros alimentados hasta que
se las arreglara con los androides.
Se frotó la frente con el arma.
¿Cuándo se había vuelto todo tan jodidamente complicado?
—¡Vamos! —instó uno de los piratas. Oyó que se movían.
—¡Esperad! —rugió Gunner. Era la primera vez que hablaba—. Yo
tampoco confío en Kallan. Nadie en el calabozo lo hace .
Se detuvieron.
—¿Puedes oírnos? Joder —preguntó uno.
—Obviamente, idiota. También te oí mearte encima cuando empecé a
hablar. Haré un trato contigo —Salió de detrás de la pared. Los
hombres se agacharon y miraron desde el otro extremo, con las armas
en alto. Se oyeron dos disparos que no dieron en él.
—Un trato, ¡y una mierda! Nos vas a matar.
—¿Lo haré? Tengo una idea mejor.
—¿Y qué idea gilipollas de mierda? No somos idiotas.
Paciencia.
—Estáis solos. Tres de vosotros, lo deduzco, no tratéis de engañarme,
lo sé. ¡Ahora escuchad! —Sus sistemas parpadearon de nuevo—.
Vuestro capitán está escondido, y los sistemas de seguridad están fritos.
Nadie puede contenerme, al menos no por mucho tiempo. He tenido vía
libre en esta nave desde el momento en que me trajiste a bordo.
—Entonces, ¿por qué no te has hecho cargo?
—No quiero este pedazo de mierda. Quiero la mía. Tu capitán la tomó y
mataré a cada hombre, mujer y niño que se interponga en mi camino
para recuperarla —No lo haría, pero ellos no necesitaban saber eso—.
Tenemos algo en común.
Los hombres se callaron y se miraron, con los rostros semiocultos.
Calculó la puntería y la distancia para tres disparos consecutivos a la
cabeza, tres fracciones de segundo de muerte, y entonces otro pulso
electromagnético se disparó y lo interrumpió.
—Juke —murmuró uno. El más inteligente.
—Juke —coincidió Gunner—. Te dejó aquí para morir, por mi mano, y lo
harás. Morirás si no te unes a mí o al menos te apartas de mi camino.
—Si estás tan seguro, ¿por qué no te das la vuelta y acabas el puto
trabajo? El camino al puente está detrás de ti.
—Eso es —Se le desencajó la mandíbula. Dios, esto era vergonzoso.
Pero todo lo que podía pensar era en llegar a Elodie—. No quiero subir,
quiero bajar. Necesito información. Necesito influencia.
Se estaba arriesgando.
Uno de los hombres bajó su arma.
—La carga.
—Sí.
—Sólo conseguirás que te saquen por la escotilla.
—¿Quiénes? Por lo que sabemos, nadie saldrá de la cubierta superior.
—¿Cómo sabemos que no nos matarás?
No lo sabéis.
—No gano nada matándolos. ¿Por qué desperdiciar mi munición? Pero
si bajas ese ascensor, estás garantizando tu propia muerte. Si te quedas
y luchas, estás garantizando tu propia muerte. Confiar en mí podría ser
cualquier cosa, pero sigue siendo tu mejor oportunidad de sobrevivir —
Gunner arrojó hacia los piratas todas las balas cubiertas de sangre que
había sacado de sí mismo, disfrutando de sus caras de asco cuando las
balas rebotaban en el suelo metálico—. Os doy mi palabra. Os dejaré
vivir si me dejáis pasar. Y…
—¿Y?
—Cuando llegue el momento, os daré al capitán para que lo matéis .
Gunner levantó el arma hacia un lado en señal de paz, luego la dejó
colgar de su dedo y la bajó lentamente hasta el suelo. Los hombres le
observaron con cautela mientras se dirigía al centro del pasillo con nada
más que los pantalones de su compañero muerto y las armas que había
recogido al azar. Mantuvo las manos en alto y lejos de todos ellos.
Como halcones en la distancia, observaban todos sus movimientos. Él, a
su vez, calculaba cada resultado.
—¿Y cuando esto acabe? —preguntó uno de los piratas— ¿Qué pasará
entonces?
—No me importa, puedes quedarte con este montón de basura y toda
la carga de la bodega. Pero no los prisioneros, son míos. He jurado
protegerlos. Juraré protegerte a ti también.
Se miraron el uno al otro. Casi los tengo.
Gunner estaba a punto de aprovechar la oportunidad y matarlos cuando
el listo salió. Pasó otro minuto antes de que le siguiera un segundo
hombre.
—No merece la pena — El tercero murmuró antes de salir también.
Acortaron distancias y se encontraron en el centro, donde la mayoría de
los cadáveres empezaban a endurecerse. Gunner tuvo que hacer todo
lo posible para ocultar el cortocircuito que se producía constantemente
en sus sistemas.
Los piratas miraban con incredulidad los agujeros de bala que cubrían su
cuerpo.
—¿Quién demonios eres?
—Un Cyborg empleado por el DEPT.
—Maldita sea. Nunca tuvimos una oportunidad.
—No —Gunner estuvo de acuerdo.
—¿Juras que no nos matarás? —preguntó el último.
El rostro de Gunner se endureció mientras le clavaba los ojos.
—Lo haré si me traicionáis.
—¿Qué hacemos ahora?
Gunner se dio la vuelta y pasó junto a ellos, enfilando hacia el ascensor.
—Lo que te de la puta gana.
Preguntaron tras él. Oyó el chasquido de una pistola. Disparadme por la
espalda, a ver si os atrevéis. Pero nunca llegó.
—¿Eso es todo?
—Estad preparados —dijo.

***

Bajó en el ascensor por el hueco, apoyándose en la pared. La sangre que


había cubierto el suelo antes se había secado en una mancha oxidada a
sus pies. El viaje no podía ser más rápido. Odiaba las naves grandes.
La suya era pequeña, compacta y hermética. No había lugar al que no
pudiera llegar en menos de cinco minutos. Su nave era un dios entre las
naves, y su IA, APOLLO, se llamaba así. El dios griego del sol. Velocidad.
La luz. Su chacal odiaba el confinamiento, pero a su otra mitad le
encantaba. No podía complacer a todas sus partes todo el tiempo. Esa
guerra, la guerra en su cabeza, nunca terminaba.
Gunner se sacó otra bala del muslo mientras esperaba, pellizcando el
metal entre los dedos hasta que se aplanó formando un disco.
Desde el momento en que abrió los ojos, cuando cobró vida por primera
vez, las dos mitades de su alma habían estado enfrentadas. Desde el
interior de una cuba transparente y cristalina, miraba fijamente al
exterior. A veces pensaba que la única razón por la que no se volvía loco
eran los códigos que se lo impedían.
Estuve cerca.
Tan jodidamente cerca.
Había sido su propio tipo de locura, cuando su lado lógico vaciló y su
animal tomó el control por completo. Se había convertido en el dios
Anubis reencarnado, con ojos rojos rasgados y largas orejas
puntiagudas sólo superadas en esplendor por las puntas de sus caninos.
Había incendiado un planeta trentino, tomando por sí solo el control de
uno de sus principales bastiones.
Gliese no siempre había estado gobernada por humanos. No antes de
que él llegara. E incluso ahora, después de cuarenta y ocho años, partes
del planeta seguían siendo inhabitables.
La puerta del ascensor se abrió y Gunner entrecerró los ojos. Han
trasladado los cadáveres. Salió con cautela, escudriñando la zona a su
alrededor, con las fosas nasales abiertas y llenas de olores nuevos y
familiares.
Ely. Se estremeció y pasó junto a los cadáveres sin volver la mirada
sacando una pistola de su correa. Su aroma era más denso de lo que
debería. Le atraía como un perro atado a una correa. Una soga. Los
lacerantes impulsos de los nanobots seguían recorriéndole, pero cada
vez eran más débiles y los ignoró.
Allí estaba. El calabozo. La puerta estaba medio cerrada y las luces de la
habitación estaban apagadas. Se oían voces amortiguadas.
Gunner inhaló de nuevo. Elodie. Los prisioneros. Los olores putrefactos
de los guardias. Kallan. Incluso una punzada persistente de Royce. Y
otros...
Se abalanzó sobre la puerta y abrió los paneles de golpe, rompiendo el
metal sin cuidado.
—Ely —rugió, notando que ella ya no estaba. La oscuridad le golpeó
justo cuando cambió a visión nocturna— ¿Dónde está ella?
Gunner fue a sus celdas, pero ella no estaba dentro. Su puerta estaba
abierta.
—¿Dónde? —Su voz tronó.
Los prisioneros restantes se escabulleron y se levantaron mientras el
hedor del miedo se apoderaba de ellos. El suyo propio incluido.
—¿Ella? —preguntó desconcertado un hombre.
—Se la llevaron de aquí —habló el hombre de la celda de enfrente.
Gunner no se volvió, con los ojos clavados en el lugar donde la vio por
última vez. Donde la dejó. Su lugar seguro junto a él entre los barrotes.
—¿Cuándo?
El metal se arrugó en sus puños. Deseó que la joven se materializara y
comenzó a inyectar lo que le quedaba de energía en los sistemas,
aunque sabía que no serviría de nada. Ballsy había fundido todos los
enlaces que conectaban las cámaras de seguridad con el ordenador
central.
—Hace un par de horas, quizá más, no mucho después de que
empezaran los disparos.
Disparos. Horas atrás. Antes de que saliera de la parte inferior. Le vino a
la mente la sensación de haberle arrancado la pierna a aquel pirata, y
sintió deseos de volver a sentirla.
Gunner se giró lentamente y se acercó al prisionero de enfrente. El
hombre retrocedió.
—¡Detalles!
—Chesnik volvió y lo liberó. A ella. ¿Es Ely realmente una mujer?
Chesnik. Su padre. El conocimiento hizo poco para calmarlo.
—¿Entonces por qué el hedor de Kallan es denso en el aire?
Era más denso que el de Elodie. No estuvieron aquí al mismo tiempo. Se
fue antes de que él se deslizara por aquí.
—También estuvo aquí. Se enfadó cuando descubrió que Ely no estaba
aquí. ¿Qué cojones? ¿Qué está pasando?
Gunner sintió que se le caían los dientes, y oyó el tintineo al esparcirse a
sus pies. Arrancó una barra de metal y la arrastró tras de sí mientras se
acercaba al androide más cercano. Pero antes de que su mano lo tocara,
la sacudida de otra cadena de descargas le hizo caer de rodillas.
Todo lo que veía era rojo. Primero mi nave. Ahora ella. Lentamente,
acercando la mano al androide, repitió lo sucedido a través de sus ojos.
Se fue con un hombre extraño. Chesnik, supuso. Qué bien. Ahora sé a
qué pirata no puedo matar. Copió la imagen en su memoria personal. Las
estaturas y complexiones de Ely y su padre eran parecidas.
Salió por la puerta del calabozo y se puso a buscar al instante siguiente,
obligando a su cuerpo a seguir adelante.
Volvió al salón y no encontró nada. Su hocico se movió, extendiéndose
desde su cara, su bestia tomando un poco más de control. Le gustaba la
caza.
Kallan estaba en todas partes. Fresco, más fresco que Elodie.
¿Dónde están? ¿Dónde está ella?
Sintió una terrible vibración, un gruñido que surgió de la boca de su
vientre mientras buscaba su objetivo.
Gunner volvió a cruzarse con los cuerpos manipulados y esta vez los
revisó. Las armas habían desaparecido. No había pisadas que salieran de
sus charcos de sangre.
Se les había evitado. El saqueo había sido tranquilo.
Se levantó y volvió a abrir las puertas del ascensor con las manos,
encontrando los olores más débiles dentro, contaminados con los suyos.
No podían haber subido. Lo habría sabido.
Entonces lo captó. Un rastro que se alejaba y parecía dar la vuelta.
El pasillo al que se enfrentaba conducía a lo que la mayoría consideraría
un callejón sin salida; llevaba a las entrañas de la nave, a las máquinas
que mantenían a la tripulación provista de aire respirable, agua potable
y todas las demás minucias necesarias para la supervivencia humana.
Las partes de una nave espacial que estaban prácticamente prohibidas
salvo en caso de emergencia. Era demasiado peligroso estar dentro
cuando las máquinas estaban en marcha. Para las máquinas, la única
diferencia entre un residuo reciclado y una persona era que uno de los
dos tenía nombre.
Detrás de él estaba el camino a los contenedores de almacenamiento. El
hedor de Kallan iba en esa dirección, entrelazado con drogas. Humo.
Kallan había aprovechado al máximo su nueva posición como miembro
de la tripulación. Gunner levantó la cabeza y su oído se agitó. Un ruido
le llegó por detrás y se giró hacia los almacenes.
Allí es donde iría.
Pero no dio un paso hacia allí. ¿Elodie primero? ¿O Kallan? Otra ráfaga
vírica inundó su núcleo y su sentido del olfato se restableció. El rastro de
Kallan se reavivó antes que el de Elodie y tomó la decisión.
Gunner se movió rápidamente por los pasillos opuestos al olor de Ely,
con las suelas clavadas en el sucio suelo enrejado. La sensación de su
objetivo se hizo más fuerte y, con ella, su sed de sangre. Era un atractivo
que ya no cultivaba, sino que aceptaba. Podía alejar sus deseos, nublar
su mente, pero ¿qué tenía eso de divertido?
La fascinación de Kallan por Elodie le convirtió en el objetivo número
uno de Gunner. Si fuera un hombre mejor, se convencería a sí mismo de
que estaba matando al cabrón oportunista por Elodie, pero sabía que
no era cierto. Cazaba por su propio placer.
Se topó con una escotilla que, como otras que había visto en la nave,
estaba cerrada con un código de acceso personal. Golpeó la tecnología
con el puño mientras su mente inundaba los sistemas. Al cabo de unos
instantes, la unidad de almacenamiento se abrió y Gunner entró.
Grandes cajas cuadradas y rectangulares se alineaban en el oscuro
espacio abierto, cada una de ellas fabricada con diversos materiales.
Bienes robados. Adquisiciones de sus enemigos. El tesoro de un pirata.
Las pasó de largo sin mirarlas. Ahora podía oír a Kallan, el miedo y la
rigidez que invadían su cuerpo. Podía sentir el sutil cambio en las
sombras, su objetivo esperaba esconderse de quienquiera que se
acercara.
—Kallan —Se burló sombríamente, alargando los dedos. El aroma del
miedo floreció inundando su nariz y acariciándolo como una amante.
Gunner pasó a propósito junto al lugar donde se escondía su presa,
dejando que la inquietud y el desasosiego de Kallan se maceraran. Dio
media vuelta.
—Sé que estás aquí. Puedo oírte —Otra descarga del virus
electromagnético de Ballsy le atravesó. Gunner miró hacia el rincón
donde percibió que el prisionero convertido en pirata se escondía entre
dos grandes cajas, donde la oscuridad era más densa en la habitación.
Gunner permaneció de pie, paciente, con la respiración entrecortada y
jadeante. Si hubiera habido una luz en lo alto, su silueta se habría visto
demacrada y encorvada, medio preparada para atacar. Pero había pocas
luces encendidas, así que permaneció como un centinela en la
penumbra.
Oyó el chasquido de una cámara siendo revisada.
Pasaron minutos mientras Gunner esperaba a que Kallan se asomara
por la esquina de la caja para ver si por fin estaba solo. Que levantara su
arma y comprobara si el camino estaba despejado. Para salir
sigilosamente de las sombras y dirigirse hacia su propia muerte.
El hombre había acosado a Elodie, la había tocado contra su voluntad y
había interrumpido demasiadas conversaciones. Te habría matado por el
camino si no hubieras vuelto al calabozo.
Por ella. Para saciar su curiosidad enfermiza. Kallan y él se parecían en
eso. Razón de más para que muriera.
El movimiento, lento y deliberado, llenó sus oídos; el roce de la tela y el
poliéster contra el metal. Su presa avanzaba paso a paso por el
pequeño hueco entre dos cajas.
Los ojos de Kallan se encontraron con los suyos en cuanto apareció,
helados. Incluso en la oscuridad, se le veía la córnea inyectada en sangre.
—Gunner —Kallan tragó saliva y retrocedió— ¡No quiero problemas!
Intentó escabullirse entre las cajas.
—¡No, no lo harás! —Gunner salió disparado hacia delante y agarró a
Kallan por el cuello, arrastrándolo hacia el exterior y arrojando el arma
de fuego del hombre al suelo con desprecio. Hundió las puntas de sus
garras de chacal en la carne húmeda del cuello de Kallan, sintiendo la
sangre aparecer debajo de ellas, disfrutando de su húmedo calor.
Pronto se enfriaría.
Kallan balbuceó y forcejeó.
—¡No he hecho nada! —Se atragantó— ¡No tiene sentido matarme! He
venido a liberar a mi hijo —Los ruidos burbujeaban dentro de Kallan,
moviéndose bajo la palma de Gunner.
—¿Es así? ¿Dónde está entonces tu hijo? Estaba justo en el calabozo.
—¡A salvo! En la parte de atrás. Puedo enseñártelo.
Gunner apretó el cuello de Kallan antes de soltar su agarre. Kallan se
dejó caer y se escabulló hasta que su espalda chocó contra la pared de
un cajón con las manos agarrándose la garganta.
—Llévame hasta él —Sonrió Gunner satisfecho. ¿Hasta dónde llegarían
sus mentiras? Sabía que Elodie no estaba aquí. Nunca había estado en
este lugar. No había ni rastro de ella.
Kallan escupió y se puso en pie, con los ojos entrecerrados y brillantes.
—Los piratas te quitaron a tu nave, igual que a mí —El hombre intentó
cambiar de enfoque.
—Llévame a Ely.
—Ni siquiera la tienen a bordo. La nave, quiero decir. Quieres tu nave de
vuelta, ¿verdad? —siseó, haciendo caso omiso de la demanda de
Gunner—. Tienen nuestras naves en otro sitio. Puedo averiguar dónde.
La sonrisa de Gunner se transformó en una mueca salvaje.
—Ah, ¿sí? —La conversación de Ballsy se repitió en su mente, y con ella
otra oleada sacudió su ordenador central. Sus orejas de chacal salieron
de su cabeza.
—Van de camino a Elyria, pero el resto de la flota —Kallan tragó saliva,
notando sus largas y afiladas orejas. La metálica membrana exterior
tembló, generando aún más ruido—. El resto de la flota está en otra
parte.
—Sólo me has dicho lo que ya sé. ¿Cómo me ayuda eso a conseguir mi
nave?
—¡Puedo averiguar dónde está! Ambos queremos lo mismo. Podemos
trabajar juntos. ¡Me necesitas!
—¿Es así?
—¡S-sí!
Gunner se crujió el cuello. Nunca había querido trabajar con alguien con
menos ganas que con Kallan. El chacal que había en él se echó a reír,
enseñando los dientes y encendiendo el brillo rojo de sus ojos.
—Podemos trabajar juntos... si me llevas hasta Ely.
:
—El muchacho no significa nada para nosotros —Kallan balbuceó—.
Está a salvo en la retaguardia, pero no lo necesitamos —Se pasó la
mano por la boca—. Debemos movernos ahora y conseguir la
información. Vi los cuerpos mutilados —Kallan lo observó. Gunner sabía
que estaba plagado de heridas de bala. La sangre seca se desprendía de
su cuerpo cada vez que se movía—. Pronto inundarán la zona, si vamos
ahora, podemos emboscarlos... juntos.
—Eso no funcionará conmigo.
Gunner dio un paso atrás. Ahora estaba aburrido.
—Puedo hacer que funcione. No me estás escuchando. Puedo
conseguirte lo que quieres. ¿Qué estás haciendo?
Otro paso atrás. Era hora de terminar con esto.
—Conseguir lo que quiero.
Kallan se puso rígido, con la cabeza ladeada. El pelo grasiento le caía
sobre los hombros.
—¿Te vas?
Gunner no respondió, sino que volvió a fundirse en las sombras y calmó
sus pasos. Se alejó de la vista de Kallan y acechó hasta la parte trasera
de las cajas, escuchando el torrente de maldiciones que emitía su presa.
Cuando el olor a miedo empezó a disiparse y los estruendosos golpes
del corazón del hombre disminuyeron-cuando la adrenalina de Kallan se
acalló y comenzó a regresar una sensación de seguridad estresante....
Gunner se deslizó por la delgada abertura al otro lado de las cajas y
esperó a que el hombre regresara a su escondite.
Allí fue donde Kallan volvió a encontrar su mirada por última vez.
Gunner saboreó el momento: la brillante conmoción del terror de Kallan,
la alegría depredadora de la presa capturada, justo antes de sacar su
preciada pistola automática y dispararle en la cabeza.
Capítulo 15

Elodie se encorvó sobre la mesa frente a su padre jugueteando con la


comida que había conseguido crear. Había gominolas de palomitas en
una taza de gelatina que se disolvía lentamente. Las bolas de agua se
tambaleaban a los lados mientras ella las hacía rodar hacia delante y
hacia atrás, con movimientos forzados. Estaba cautivada por lo que
parecía el botín de un rey en agua comparado con los minúsculos geles
que les daban en el calabozo.
Después de semanas sin comida de verdad, aparte de las raciones
insípidas y masticables, debería haber estado hambrienta, pero no
conseguía comer. Elodie se abrigó con la chaqueta de Gunner y se
estremeció.
—¿Qué es eso? —Le preguntó a su padre. Tenía un artefacto en las
manos y varias herramientas y utensilios tirados por ahí.
—Lo encontré enganchado a la pared de nuestra puerta. Es una alarma,
pero algunas de las piezas más antiguas están oxidadas. Las piezas
principales parecen estar en buen estado.
—¿Para qué la vas a usar?
—Bueno —Se frotó los labios, frunciendo el ceño—, si puedo limpiarlo,
puedo cambiar su canal a emisión y convertirlo en una baliza de socorro.
Pero lo que quiero es una radio, algo que me sirva para comunicarme en
vez de emitir un mensaje prefabricado. Las personas desconfían de las
balizas de socorro, podríamos acabar con más piratas. Si tenemos
comunicación, lo tenemos todo.
Papá siempre se sale de los caminos habituales. Una sonrisa esperanzada
se dibujó en sus labios.
—Buena idea. ¿Crees que podrás hacerla funcionar?
—Depende.
—¿De qué?
—De si puedo encontrar las piezas —resopló—. Pero estamos
rodeados de máquinas y los dos somos muy buenos para mantener
estas cosas en funcionamiento. Si sacamos un transpondedor de uno de
esos vehículos terrestres que vi hace un rato y lo conectamos
directamente a uno de los raíles de alimentación secundarios de la nave
para aumentar la señal, puedo usarlo como relé para que el puente no
sepa dónde estamos. La red eléctrica sería demasiado peligrosa.
Después de eso, tal vez pueda sacar los dos altavoces de esta alarma
rota y usar uno como micrófono de baja sensibilidad...
—Yo puedo ayudar —añadió rápidamente.
Su padre asintió.
—Será necesario. Tus dedos son más firmes que los míos.
Se le ocurrió una idea mientras le veía cortar un cable.
—Papá, ¿y si... y si conseguimos que esto funcione? Si enviamos una
baliza o volvemos a la red, tendremos que tener una ubicación para
transmitir. Nadie va a esforzarse en triangularnos sin una recompensa, y
no tenemos mucho que ofrecer. Pero quizá podamos conseguir que
venga un crucero del gobierno si les decimos que es una nave pirata
inutilizada —Elodie se inclinó hacia delante—. Necesitaremos que la
nave se detenga lo suficiente para eso. Podemos hacer que la nave se
detenga.
Levantó los ojos.
—¿Romper las máquinas?
—¡Sí!
Chesnik inclinó la cabeza.
—Casi imposible con ellas en marcha. Pero es una buena idea. Pásame
esas pinzas.
Las probabilidades de detener la nave sin ayuda eran escasas, pero era
posible. Con la esperanza de una baliza funcional, se sintió un poco más
cómoda. Si podemos enviar una señal tal vez alguien venga. Si podemos
escondernos lo suficiente... ¡podremos sobrevivir!
Sus pensamientos volvieron al presente. Nada de esto tomaba en
cuenta su trato con Gunner y los planes que ya estaban en marcha. Los
planes de Gunner no tenían nada que ver con quedarse quieto y esperar
el momento oportuno. Le irritaba no saber dónde estaba o qué estaba
haciendo.
Era feroz, incluso aterrador. Había asumido la responsabilidad de su
huida sin pensárselo dos veces. Estaba atada a él. La decisión de seguir a
su padre fuera del calabozo seguía atormentándola. Volverá sin mí. Se
enfadará.
¿Verdad que lo hará?
Se habían hecho íntimos, compartiendo el mismo espacio durante
incontables horas sin nada más que la compañía del otro para mantener
a raya la locura y la desesperación. Aun así, no tenía ni idea de lo que él
sentía por ella. Está dispuesto a arriesgar su vida por la mía, por extraños
que no conoce, pero la arriesgaría como fuera por su nave.
Elodie se llevó los dedos a los labios, deseando que las cosas fueran
claras, deseando que... Gunner estuviera sentado a su lado en lugar de
su padre.
Me gusta. Tensó los dedos. Yo… le echo de menos.
¿Cómo me encariñé tanto?
—¿Tienes algo en mente? —Le preguntó su padre.
Levantó la vista y se encontró con él mirándola.
—Tengo miedo —Se atragantó. Tengo miedo. Su mirada se desvió hacia
la puerta—. No me gusta no saber qué está pasando.
O dónde estaba Gunner. ¿La había encontrado fuera? ¿Estaba en
problemas? Cuantas más preguntas le rondaban por la cabeza, más
pesaba su culpa.
—No te preocupes por eso ahora. Mientras permanezcamos
escondidos aquí abajo no nos afectará —dijo—. Tenemos armas,
herramientas, comida y agua. No nos buscarán aquí abajo, al menos de
momento, y si lo hacen, no son muchos en la nave. Tendrían que subir a
través de las máquinas en fila india o en parejas de dos. Estaremos listos
si eso sucede, los eliminaremos. Si nos mantenemos unidos, estaremos
bien.
—¿Y esa bestia? ¿La que destrozó a esos hombres?
Gunner.
—No podrá pasar estas puertas de metal sin una tarjeta llave.
—Papá... —comenzó, pero se interrumpió. Elodie no sabía cómo decirle
que había hecho un trato con un Cyborg. Las palabras se le quedaban
en la punta de la lengua y cada segundo que pasaba le costaba más
pronunciarlas.
Le dejó un sabor amargo en la boca. No sólo había desencadenado los
acontecimientos, sino que quería tener a su lado a la criatura que los
provocó.
Su forma de escoger a los hombres era suficiente para condenarla. Un
Cyborg tenía su corazón en la palma de la mano. Miró hacia la puerta.
¿Qué he hecho?
—Ely. ¿Recuerdas cuando estábamos estacionados en Far Seeing?
—¿Cómo iba a olvidarlo? —murmuró ella.
—Te acababas de convertir en una mujer entonces, parece que fue ayer,
estar en ese trabajo. Quizá porque lo que pasó aún me persigue. Era tu
cumpleaños —Su padre se rió—. Y te regalé una petaca de whisky para
celebrarlo. ‘Que lo disfrutes’; te dije.
—Lo recuerdo —Sus ojos permanecieron en la puerta cerrada detrás de
él. Todavía tenía pesadillas de aquella época.
—Y lo hiciste. Pude compartir una copa con mi hija y, durante un rato,
estuvimos los dos solos. Podíamos enfrentarnos a cualquier cosa, tú y
yo... Nunca te había oído reír tanto en mi vida antes de aquella noche.
Fue como si todos los años de estrés se desvanecieran. Estaba tan
orgulloso de ti.
Sus ojos se desviaron de la puerta y volvieron a él.
—¿Lo estabas?
—Sí. Formábamos un gran equipo. No había ninguna plataforma en el
universo que no pudiéramos manejar y arreglar.
—Todavía no la hay —Sonrió—, y tú me enseñaste todo lo que sé.
Tonterías.
—Tú me enseñaste más.
—Pero no duró... —Sacudió la cabeza.
—No. No duró.
Ver de lejos parecía ayer. Todavía podía saborear el amargo whisky en su
boca.
—Te desmayaste.
—Y lo lamento hasta el día de hoy.
—Tenía que orinar.
—Y te fuiste de los aposentos, como una rata borracha —Se rió de
nuevo, pero no había alegría detrás.
—Sabes que te perdono. Nunca te lo eché en cara. Sabía lo que el
alcohol le hacía a una persona y había estado cerca de él lo suficiente
como para saber lo que podía pasar. Lo que pasó después —Miró hacia
la puerta—, siempre fue una posibilidad.
La conversación se estancó entre ellos y el lejano y superficial pitido de
las sirenas fue el único sonido que llenó el ambiente.
Había salido de su habitación en mitad del ciclo de descanso, borracha y
desinhibida para ir al lavabo. La habían pillado con los pantalones
bajados cuando entró otro miembro de la tripulación. Había sido rápido,
el shock del descubrimiento, aterrador y liberador al mismo tiempo. Y
aunque estaba fuera de sí y todavía mareada por la bebida, recordó la
cara del hombre cuando sus ojos se centraron en sus partes íntimas.
Voló de vuelta a su camarote, despertó a su padre y, antes de que el
alcohol se les pasara a ninguno de los dos, desplegaron una cápsula de
escape y desaparecieron en el espacio, dejándolo todo atrás.
Compraron nuevas identidades para evitar ser arrestados por robar
tecnología, abandonaron la cápsula a la primera oportunidad y
permanecieron en tierra en un planeta fronterizo durante seis meses.
Eso era lo que tardaba en acabarse el dinero, y entonces hubo que
tomar decisiones. Su padre se apuntó a otro trabajo minero. Le había
seguido una vez más.
Pasaron otros seis años viviendo en un mundo de marines, otros seis
años fingiendo, hasta que los atraparon y los metieron en un calabozo.
—Lo superaremos. Como superamos aquello —dijo su padre.
De repente, un rugido atronador procedente del exterior sacudió la
habitación.
—¡Elodie! —Su nombre tomó forma de forma horrible y profunda. La
puerta sonó y su padre se puso en pie.
Tenía una pistola en la mano y al segundo siguiente estaba forcejeando
con el seguro.
—¿Qué demonios?
Las manos de Elodie se apretaron y su corazón latió con fuerza.
Gunner. Me ha encontrado.
Se quedaron mirando la puerta mientras Gunner golpeaba al otro lado.
El sudor humedecía las palmas de sus manos.
—¡Déjame entrar, maldita sea! —El rugido se convirtió en un gruñido.
Los golpes aumentaron de intensidad, sacudiendo toda la habitación.
Estaba furioso.
—¡Ely, retrocede!
El metal cedió hacia dentro.
—No puedo —susurró, poniéndose en pie. Gunner vino a por mí.
La puerta se abrió de golpe y un hombre al que apenas conocía se
plantó en el umbral. Un rostro emergió por encima del umbral de la
puerta, cubierto y enmarcado en un rojo intenso. Llevaba el torso
desnudo, cubierto de franjas rojas, y lo único que ella reconoció fueron
las abrasadoras orbes rojas de sus ojos.
El contorno de su cuerpo estaba parcialmente encorvado, torcido y
agitado, y su respiración agitaba todo su cuerpo. El vapor de las
máquinas enmascaraba su figura con un halo oscuro y aterrador.
Los labios de Elodie se entreabrieron y su boca se secó. La carne se le
puso de gallina. Las sombras acentuaban los rasgos del monstruo: las
orejas puntiagudas, el hocico parcialmente formado, las profundas
cavidades oculares. El brillo rojo de sus pupilas resplandecía en sus
dientes metálicos.
Las partes metálicas estaban cubiertas de condensación; el resto, de
sangre.
—¿Quién coño eres? —gritó su padre, protegiéndola con su cuerpo
mientras levantaba el arma.
—Gunner —susurró ella.
—¡Qué! ¡Demonios! ¡Joder! —tartamudeó su padre y volvió a gritar
cuando la criatura no respondió, haciendo que los dos se adentraran
lentamente en la habitación.
Agarró la espalda de la camisa de su padre y tiró, sin apartar los ojos de
los de Gunner, que la clavó en el lugar.
—Baja el arma —suplicó—. Por favor —Iba dirigido a los dos.
—¡Joder, lo haré!
Gunner ni siquiera se dio cuenta de su padre.
—¡Por favor! —Elodie suplicó, dando un paso adelante.
—No estabas en el calabozo —Su voz destilaba furia. Le quemó el alma.
—Ya no era seguro —dijo, tratando de exudar calma en medio del
frenesí de actividad. El rostro de Gunner era mitad metálico y mitad
demoníaco, con rasgos puntiagudos y bestiales. Sus dientes eran largos
y afilados, y su boca se retorcía en algún lugar entre la de un hocico y la
de un hombre. Pero eran sus ojos los que le erizaban la piel. Eran la
única parte de él que siempre reconocería. Aquellos ojos se habían
convertido en su ancla. Aquellos orbes escarlata habían quemado toda
necesidad de acudir a su neblina gris de distanciamiento.
Su padre la agarró y la acercó. Gruñendo, Gunner se lanzó hacia delante
y lo agarró del cuello.
Gunner lo sujetó bloqueándole la vista, y Elodie ahogó su horror cuando
el contorno de su rostro pasó de parecer apenas un animal a un
verdadero lobo. Cada borde de sus rasgos se separó, revelando planos
relucientes de acero pulido. Supo por instinto que eran tan afilados
como para cortar.
—¡Es mi padre! —gritó— ¡Mi padre! —Sus dedos recorrían la espalda
herida y desnuda de Gunner— ¡No lo mates! ¡Gunner!
Chesnik gimió y forcejeó contra el agarre de Gunner. Elodie renunció a
tirar de Gunner, y en su lugar liberó una pistola de la correa que llevaba
en el pecho. Le apuntó y le quitó el seguro. Esperaba que el arma no
tuviera ADN de algún miembro de la tripulación muerto recientemente.
—Déjalo ir —gritó.
—¡Te llevó lejos!
—¡Me fui con él!
—¿Por qué? —El agarre de su padre se aflojó un poco, y los sonidos que
salían de la garganta de Chesnik ganaron aliento.
—Porque ya no era seguro. Porque tiene un plan. Porque es mi padre.
Gunner soltó bruscamente a Chesnik. Con las piernas dobladas, su padre
se desplomó en el suelo sujetándose la garganta. Elodie bajó el arma y
se agachó junto a su padre para protegerlo y ayudarlo a levantarse. La
respiración entrecortada y agitada llenaba sus oídos, y los temblores
sacudían el cuerpo de ambos. Oyó que Gunner daba un paso atrás.
Cuando reunió el valor suficiente para darse la vuelta y mirarle de frente,
el Gunner que ella conocía había vuelto, como si hubiera estado allí todo
el tiempo.
Se apartó de ella y estampó el puño contra la pared abriendo un agujero.
Elodie se sobresaltó cuando él cayó de rodillas y todo su cuerpo se
convulsionó. Su padre le quitó la pistola de la mano.
—Yo que tú no haría eso —gruñó Gunner mientras su cuerpo se
agarrotaba y se contraía—. Otro disparo no me hará nada.
—¿Quién eres? —Se atragantó su padre.
Los ojos de Gunner se encontraron con los suyos.
—¿No se lo dijiste?
—No tuve tiempo.
Algo ilegible pasó por su rostro. Elodie se colocó entre los dos hombres.
Su padre se volvió hacia ella.
—¿Le conoces? ¿Quién es?
—Un Cyborg. Hice un trato con él. Nos sacará vivos de esta nave.
—¿Y no me lo dijiste?
—¡No tuve tiempo!
Ambos la fulminaron con la mirada. Gunner se levantó, tembloroso,
sobre sus rodillas, usando una mano en la pared rota para hacer fuerza.
Quería ir hacia él, pero al mismo tiempo quería huir. No había dolor en
sus ojos. Sólo crueldad.
Su padre se apartó y volvió a sentarse cansado a la mesa.
—Así que hay un Cyborg en esta nave —gimió, levantando una mano
para frotarse el cuello—. Eso explica el caos. ¿Y has hecho un trato con
él? —Le lanzó una mirada incrédula.
—Sí.
—¿Con qué?
Elodie miró de él a Gunner y de nuevo a él.
—Con lo que tengo.
—¿Qué es? —Entrecerró los ojos—. No me digas... Por el amor de Dios,
Ely, ¿lo sabe?
Gunner contestó antes de que ella pudiera.
—Lo sé.
Su padre volvió a levantar la pistola robada y le apuntó.
—Se acabó el trato. Ahora mismo. No queremos nada de ti.
Encontraremos nuestra propia salida.
Una sonrisa medio enloquecida se dibujó en los labios de Gunner,
haciéndola estremecer. Nunca lo había visto con esa expresión.
—El trato y sus condiciones no tienen nada que ver contigo. Y, Chesnik,
¿es así? Es hora de que tu hija pague.

***

A Gunner le estaba costando mantener sus sistemas en funcionamiento.


Cada dos minutos, se paraban y se reiniciaban. Se reseteaban. Pero cada
vez que lo hacían, el proceso era más corto, sus nanocélulas cambiaban
para combatir la interrupción de Ballsy. Poco a poco estaba volviendo a
ser una máquina completamente funcional. Pero no lo suficientemente
rápido.
Elodie estaba a salvo, a varios metros de él, aunque su padre tenía el
asesinato en los ojos. Se acabó la paciencia.
Sus músculos se contrajeron y la mayoría de las balas que aún tenía en
la espalda salieron disparadas hacia el suelo.
—Lárgate —Le gruñó a Chesnik.
—Vete a la mierda. No queremos nada de ti.
—No es decisión tuya.
Miró a Elodie que parecía perdida. ¿Cómo no iba a estarlo? Tenía que
elegir entre él, un maníaco, o su padre, un simple mortal que arriesgó su
vida para sacarla del calabozo. Ambos habían arriesgado sus vidas por
ella. Pero la diferencia, lo sabía, era que él no le hizo la vida más fácil en
el proceso. La hizo más difícil.
Gunner no iba a dejar la elección en sus manos.
—Si no te vas ahora —gruñó—, tendré que obligarte. Y si lo hago, no
volverás a ver a tu hija —Quiso decir que era mentira, pero después de
que las palabras salieron, ya no estaba tan seguro.
Para su sorpresa, Elodie habló.
—Papá. Vete.
Chesnik la miró fijamente.
—No voy a dejarte a solas con él. Antes tendrá que matarme.
—Hice un trato. Lo hice voluntariamente. Conocía los riesgos y lo que
pedía. ¡No soy una maldita niña! Escucha a Gunner y vete.
—¿Así que lo llamas... por su nombre? ¿Qué te pasa, muchacho?
Se mantuvo firme. Pero Gunner sabía que, si ella no podía persuadir a su
padre de irse pronto, él iba a forzar la situación y no sería agradable.
—Nada. No me ocurre nada —Elodie de repente se volvió contra él y
Gunner se apoyó en la pared dañada— ¿Es seguro para él salir?
—Sí. Si logra salir de los bajos fondos, pero al ver... —Un pulso lo
recorrió, deteniendo sus palabras. Elodie ya se había vuelto hacia su
padre antes de que pudiera continuar.
—Por favor, déjanos. Dice que es seguro. Si dice que es seguro, le creo.
Es parte de nuestro trato.
Chesnik se puso en pie.
—¿Cuál es el trato?
—Nuestra seguridad y la de los que están en el calabozo. Nos sacará a
todos vivos de esta nave. Esa es su parte del trato.
—¿Y confías en él?
Gunner observó su rostro. Quería saber la respuesta más que nadie.
Ahora que la pregunta estaba al descubierto, no podía concentrarse en
otra cosa.
—Sí.
Sí. La palabra le golpeó en las tripas. Lo era todo. Elodie confiaba en él.
Confiaba en él. ¿Había confiado alguien en él alguna vez?
—Has perdido la cabeza, muchacha —replicó Chesnik en un tono
amargo y abatido—. La maldita cordura.
—Vete. Fuera —Gunner no volvió a decírselo. Compartieron una mirada
fulminante, pero Chesnik golpeó la pistola contra la mesa y se dirigió
hacia la puerta. Gunner le acompañó hasta la salida.
—Papá —suplicó Elodie y dio un paso adelante. Gunner la detuvo con
una oscura mirada por encima del hombro.
No voy a dejar que te vayas. No tan fácilmente.
Apenas había recuperado el poco control que tenía. Cuando Chesnik se
dispuso a cruzar el umbral, Gunner alargó la mano y agarró el otro lado
del marco, impidiéndole el paso. Apretó los dedos, dejando una huella
en el acero. Chesnik le miró con un desprecio que lo alarmó. Gunner
estableció contacto visual con el hombre.
—Libera a los otros en el calabozo. Mantenlos a salvo hasta que vuelva.
Diles que sigues mis órdenes —dijo antes de soltar el brazo y permitir
que el otro hombre saliera.
Luego volvió a colocar la puerta en su sitio y rompió el mecanismo de
apertura.

***

Gunner pasó junto a Elodie y entró en el lavabo. Elodie le siguió con la


mirada. Oyó correr el agua durante un rato y luego se detuvo.
Un minuto después, él apareció en la puerta empapado y con una
pistola en la mano. Al instante siguiente, estaba sobre ella imponente,
furioso, como un glorioso guerrero poseído. Su propio cuerpo se tensó,
semidesnudo bajo su larga chaqueta, listo para el ataque.
El cañón de su arma le rozó la frente, inclinando la cabeza hacia atrás lo
suficiente como para verle a los ojos. El rostro de Gunner era el que ella
conocía, o había llegado a conocer, con los tatuajes de pistola en los
pómulos apuntando directamente a la boca.
La mirada de Elodie siguió las líneas de su rostro, posándose en su boca,
una línea aplanada que no ofrecía ninguna sensación de suavidad.
Observó sus labios mientras el arma presionaba sobre su piel.
—Estás a salvo —El movimiento de sus labios fue como de acero
prensado. Las palabras se pronunciaron lentamente, sin ninguna
sensación de urgencia.
—Estoy a salvo —aceptó ella.
El arma se deslizó desde la sien hasta la mejilla, dejando un rastro
invisible que siempre la perseguiría. Tragó saliva, con los dedos
moviéndose inútilmente a los lados, las manos tensas por el deseo de
llegar hasta él, su dios oscuro con la piel desgarrada y llena de balas.
Tanto dolor.
—¿Qué te ha pasado? —consiguió decir. De sus heridas manaba sangre
fresca quedando atrapada en los regueros de agua que se deslizaban
por su musculoso cuerpo.
Por todas partes.
—¿Cómo puedes seguir en pie? —preguntó.
—Ha sido una trampa —Gunner se sacudió de nuevo, con los ojos
parpadeando. La pistola contra su mejilla se clavó en su piel—. Ballsy
liberó... una onda de choque viral para perturbar mis sistemas. Elodie,
aún continúa, afectando a mi control —Las palabras salieron
doloridas—. No estabas en el calabozo.
Perdió el control. Se estremeció al pensarlo y, tímidamente, alargó la
mano y le cogió el dorso de la mano. Era dura, inflexible, como el resto
de su cuerpo. Pero el arma se deslizó desde su cara hasta su clavícula.
—No me ha pasado nada —Le tranquilizó. Le vinieron a la mente los
cadáveres por los que había pasado con su padre. No quería ver más, no
tan pronto—. Mi padre me hizo salir.
Los ojos de Gunner permanecieron en blanco, implacables.
—Kallan te perseguía.
Su vientre se encogió. Su agarre se tensó.
—¿Por qué?
—Tenía sus sospechas. Las mismas que yo. Sospechaba que eras una
mujer y estaba lo suficientemente convencido como para al menos
comprobarlo con certeza. Ya no tiene dudas. No volverá a molestarte. ¡Y
no estabas en el puto calabozo! —Temblor. Estremecimiento. Reinicio.
Su miedo aumentaba por momentos. Elodie miró a su alrededor, al
lúgubre espacio cerrado, convencida de que una multitud de hombres
se agolpaba en las sombras de las esquinas, cuando una mano golpeó la
pared junto a ella.
—Mantén tu mirada en mí —ordenó Gunner mirándola.
Le acercó la pistola que manejaba con cuidado a los labios y le pasó la
boca del cañón de un lado a otro. Estaba húmeda y caliente, acariciando
la muerte y todo lo que ésta escondía. Elodie separó la boca y lamió el
borde, observando su reacción. Una sonrisa se dibujó en la comisura de
sus labios mientras la vida volvía lentamente a sus ojos. Volvió a besar el
arma, llena de confianza y se mantuvo firme.
No me hará daño.
—Si saben que soy una mujer —exhaló Elodie en el metal que seguía
balanceándose por su boca—, se me ha acabado el tiempo.
—¿Es así? —Gunner la apretó más contra la pared. El calor abrasador y
sus ojos que capturaban su alma la atraparon. Su pecho desnudo estaba
a un palmo de distancia. Aquella repentina cercanía era difícil de
comprender para ella. Ya no había nada entre ellos, ni oscuridad, ni
barrotes, ni muros, ni cámaras. Su respiración se entrecortó y entre sus
piernas se agitó un dolor delicioso.
Él podía con todo. Someterme, poseerme, arrancar mi flor y desgarrar sus
pétalos. El cañón empujó sus labios, forzándola a abrir la boca. Se
deslizó por su lengua, con un sabor amargo y ahumado. Levantó los
ojos hacia los de él que estaban llenos de lujuria.
Estaba cautivada y hambrienta.
Confiaré en ti. Suplicó sin hablar. Confío en ti. Déjame confiar en ti. Le
ardían los ojos y la nariz. Estaba demente por sentirse segura confiando
en un psicópata.
Gunner retiró la mano de la pared con una calma espeluznante y le
cogió la nuca, metiéndole y sacándole el arma en la boca de un modo
muy suave.
Elodie acarició los bordes duros, oliendo el aroma a pólvora y sudor,
tomándolo y fingiendo que era él, una extensión de él. Y en ese
momento, era él. La mano que la sujetaba por la nuca bajó hasta la
cremallera de la chaqueta y sus dedos juguetearon con la pieza metálica.
Una vibración baja y jadeante le llenó los oídos, procedente de los labios
entreabiertos de él.
Le sacó la pistola de la boca con un ‘pop’. Estaba mojada con la saliva de
ella cuando se la pasó por la barbilla a lo largo del pulso, mientras él
seguía jugando con su única prenda de vestir y la última barrera entre
ellos. Se lamió el amargo sabor a metal de los labios.
—Elodie —ronroneó Gunner inclinándose sobre ella—. Quítate mi
chaqueta.
Algo en la forma en que se lo pidió la hizo apretar los muslos,
alimentando la necesidad de ser penetrada por él. De tener su poder
dentro de ella.
—Estoy casi desnuda. Mi ropa se está secando —Elodie le quitó la
cremallera de los dedos, y jugaron a un tierno juego mientras los suyos
se movían bajo los de él para tomar el control.
Un gemido golpeó el aire.
—Lo sé.
Lentamente, evitando su mirada, ella bajó la cremallera, el cañón de su
arma de fuego la siguió de cerca, recorriéndole la clavícula para
detenerse por encima de su corazón tembloroso -donde permaneció
unos breves latidos- y luego bajar hasta el centro de su pecho y entre
sus senos.
La chaqueta la cubrió hasta el último segundo, con los hombros
encorvados para mantenerla en su sitio. Elodie tiró de la cremallera muy
despacio, deleitándose con el hambre que reflejaban los ojos rojos del
Cyborg. No se atrevía a ir más deprisa, a pesar de que la necesidad de
que la tocara la desgarraba por completo.
El cañón de la pistola estaba ahora en el centro de su pelvis y, con el
corazón contraído por la inminente presión de su mirada, se retorció de
anticipación. El brillo rojo de sus ojos tiñó de carmesí su pálida piel,
ardiendo en la penumbra de la habitación.
Elodie jugueteó con el último eslabón de la cremallera, reduciendo la
velocidad hasta que finalmente bajó la cremallera. Una respiración
superficial escapó de su garganta. Echó los brazos hacia atrás, dejando
que Gunner la viera mientras la chaqueta se abría.
Las manos de Gunner se alzaron al unísono, una de las cuales aún
sujetaba la pistola, para quitarle la chaqueta de los hombros y dejarla
caer al suelo. Estaba desnuda, salvo por una tira de ropa interior que él
le arrancó rápidamente, destrozándola con los dedos. Estaba desnuda
delante de un Cyborg armado que acababa de matar a tiros a la mitad
de la tripulación. El peligro de su situación era embriagador.
Una emoción muy real y muy femenina la recorrió por completo. Lo
único que podía pensar en ese momento era que esperaba que a
Gunner le gustara lo que veía. Le dolía la necesidad.
Ansiaba que la tocara. Su corazón latía con fuerza y cada latido avivaba
más las llamas del infierno que había entre sus piernas. Podía sentir la
sangre caliente corriendo por sus venas.
En el fondo, Elodie lo deseaba. Quería que él no sólo viera que no le
faltaba nada, sino que también la encontrara deseable. Quería que la
estrechara contra él. Quería sentir su miembro atrapado entre los dos,
el calor antinatural del Cyborg amplificando el fuego dentro de ella.
Pero cuanto más la miraba Gunner, más insegura se sentía. Endureció la
espalda y se clavó las uñas en las palmas de las manos. Tócame. Por
favor, tócame. Vuelve a ponerme las manos encima. El tiempo se alargó
en un incómodo trance en el que predominaban las miradas
ininteligibles y el calor.
El misterio había desaparecido.
Todo lo que quería estaba a un toque de distancia, una breve palabra,
otro beso, no había nada que los detuviera. Pero se detuvo. Sus nervios
se quebraron bajo la abrasadora mirada de él.
Bajó los ojos.
—De rodillas, Ely.
—¿Gunner?
—Ahora.
De repente, la boca del cañón estaba presionada contra su frente de
nuevo.
La oscuridad de su voz había vuelto. La piel se le puso de gallina
mientras se deslizaba lentamente por la pared hacia el frío suelo,
contemplando el cuerpo firme de él a medida que se deslizaba. Sus
rodillas tocaron el suelo justo cuando su cara se niveló con su miembro.
Éste se sacudió y se agitó. Los movimientos de su eje eran similares a la
forma en que sus bíceps y los gemelos se agarrotaban con tensión.
Elodie se acurrucó en el espacio entre Gunner y la pared e inclinó la
cabeza hacia atrás para no tocarlo por accidente. No tenía el control ni
quería tenerlo en aquel momento.
La cabeza en forma de seta de su miembro estaba perforada en la parte
inferior, con una pequeña bala de metal que atravesaba la curvatura de
la punta. Se preguntó cómo no se había dado cuenta antes en el
calabozo, cuando Gunner había exhibido su polla al mundo.
Quizá no quería notarlo.
Ahora se había dado cuenta. Era grande y aterrador. Ella estaba
completamente fuera de su elemento y se ahogaba en la sombra de su
imponente cuerpo. Elodie se pasó las manos por los muslos mientras
sentía la mirada más intensa de su vida. Las sirenas, lejanas pero
intermitentes, seguían llegando a sus oídos, pero no eran nada
comparadas con el martilleo de la sangre que le llenaba la cabeza.
Ahora sonaban por algo diferente, lo sabía. Toda una nave sumida en el
caos por culpa del Cyborg que la acechaba.
Atemperó su inseguridad y poco a poco se acercó a él para agarrarlo.
Sus dedos se engancharon alrededor de su circunferencia y apretaron la
carne venosa e implacable. La presión de su arma apoyada en la cabeza
de ella ya no era la única conexión entre ellos.
Gunner se sacudió y se acercó con un gemido. Aquello la sobresaltó. Sus
ojos iluminados se apagaron antes de volver a brillar. Elodie se preparó
cuando otra oleada de lo que plagaba sus sistemas lo atravesó.
Su mano, demasiado pequeña para envolverlo por completo, masajeaba
y recorría su grueso tronco. Cuando tocó el piercing de la punta, sintió
que quemaba.
El aroma a sal marina y mantequilla inundó sus fosas nasales, muy
intenso en comparación con todo lo demás, mientras un hilillo de
cremoso semen goteaba de la punta. El arma apuntando a su cabeza se
desvaneció cuando sus manos golpearon la pared sobre ella, haciendo
retumbar el sonido provocado por la acción. Se agarró a la pared y ella a
él.
Elodie se apoyó en las rodillas y empezó a bombear, al principio
superficialmente y explorando -encontrando el ritmo mientras cogía
impulso-, luego con fuerza y persistencia.
Quería que se sintiera bien. Quería que se rompiera bajo sus manos,
pero sobre todo, quería que apareciera más semilla porque la hacía
sentir poderosa. Femenina. Deseada.
El calor se encendió entre sus piernas. Su núcleo se agitó. La esencia se
filtró de su coño para resbalar sobre sus pliegues y correr por el interior
de sus muslos. Quería que fuera su semen el que la mojara. Deseaba con
todas sus fuerzas que fuera su saliva.
El sonido de un jadeo áspero, casi doloroso, llenó sus oídos cuando más
semen de él brotó de su punta. Las caderas de Gunner se balanceaban
hacia delante, empujándola contra la pared, y ella tenía que forcejear y
maniobrar para mantener el equilibrio entre cada sacudida, pues el
espacio entre ellos se cerraba cada vez un poco más.
Su miembro le golpeó la nariz, luego le rozó la mejilla y una estela
húmeda sustituyó a la pesada estela dejada por la boca de la pistola que
él aún empuñaba. Y cuando esta vez se lamió los labios, el sabor de él, el
auténtico, cubrió su lengua.
Elodie separó la boca y se lo metió cuando la polla volvió a salir
disparada hacia delante. El piercing de él repiqueteó contra sus dientes
antes de que ella diera una sacudida hacia delante y su miembro
penetrara más profundamente en el interior de su boca. Balbuceando,
siguió presionando para tomar su garganta.
Le oyó gruñir su nombre.
—Gunner —Se atragantó con su miembro. Le abrió la boca hasta el
límite.
Su mano la agarró por la nuca y la sujetó a él. Su gruesa punta en el
borde de la garganta, tragando y medio atragantándose con ella. Elodie
se aferró a la longitud expuesta y apretó, levantando los ojos para
encontrarlo mirándola fijamente.
La soltó bruscamente y salió de su boca con un último y brusco
movimiento. Antes de que pudiera cerrar los labios, Gunner la arrastró
hasta el centro de la habitación. Con la boca repentinamente vacía,
levantó la mano para amasarse las doloridas articulaciones de la
mandíbula.
Gunner se elevó por encima de ella como un dios enloquecido, con los
orificios nasales dilatados y agitados, y una sonrisa demencial que se
compensaba con unos ojos tan intensos que le aceleraron el corazón.
—Gunner... —dijo al tiempo que bajaba la mano preocupada. Cuando
estaba a punto de levantarse, él se arrodilló y la empujó hacia atrás de
espaldas, el rostro de él desapareció entre las piernas de ella separadas
por sus manos.
Elodie se preparó para su lengua, sus labios, tal vez sus manos, pero
nada la tocó salvo su aliento pesado y caliente. El aliento recorrió su
carne dolorida. Ya estaba lista para él, húmeda por la necesidad, y su
aliento no hizo más que avivar las llamas.
Se levantó sobre los codos y lo encontró con los ojos cerrados,
respirándola. Sus muslos se estremecieron -la posición no era del todo
cómoda- y sus caderas se doblaron cuando él cambió la posición de sus
piernas, haciéndola caer de espaldas al suelo.
—¿Qué estás haciendo? —chilló mientras otro chorro de aire caliente
caía sobre su coño—. Deja de olerme y de respirar sobre mí —Se
retorció en su agarre y se sentó de nuevo.
—No es posible —gimió él y otra ráfaga de aliento la golpeó. Las manos
de él se retiraron de las piernas de Elodie y un brazo se posó sobre la
pelvis de ella sujetándola. Elodie volvió a flexionar las piernas hacia él,
apoyando los talones en el suelo.
—Mírame —Le pidió ella, observando cómo su boca se deformaba en
un punto intermedio entre la de un hombre y la de una bestia, con las
afiladas puntas de varios dientes inhumanos a la vista.
Sus ojos se negaron a mirarla.
—Estás tan excitada por mí.
El sentimiento la confundió.
—¿Por quién si no?
—Todo mío —dijo él mientras otra pesada respiración la abrasaba—.
Todo esto es para mí. Tu precioso coño rosa expuesto, para mí. No
sabes cuánto tiempo he esperado esto.
Apretó los labios. Lo que decía no tenía sentido.
Pero entonces él la tocó. El dolor de su interior se desató con un grito.
Esperaba el contacto cálido de unos dedos indiscretos, pero lo que la
tocó era frío, contundente y duro, sin ceder lo más mínimo.
Elodie dejó caer la cabeza al suelo mientras cada fibra de su cuerpo se
tensaba. Era la pistola la que estaba entre sus muslos, frotando su
esencia sobre su coño. Gunner intentaba ahuyentarla, advertirla, hacer
que luchara contra él, pero ella cerró los ojos y sucumbió
voluntariamente. Quería sentirlo, llevarlo dentro de ella, y si no pensaba
en el arma, podría fingir, de nuevo, que era una extensión de él.
Era él.
Y ella lo deseaba. Suplicaría por ello. Un horrible y tentador impulso hizo
que ella se agitara de nuevo, haciendo que su agarre sobre ella se
fortaleciera.
Gunner deslizó la boca de su pistola de arriba a abajo a lo largo de su
coño, a través de sus pliegues. Los bordes redondeados y duros se
deslizaban con más facilidad cada vez que se detenía en su entrada,
extendiendo su humedad por cada centímetro.
Elodie no tenía miedo. Estaba tan excitada como un aviador de combate
bajo los efectos de la adrenalina. Sus manos se aferraron a su pelo
mojado y tiraron de él.
—Bautizando a mi juguete favorito —Su voz era ronca mientras
penetraba en su interior con el cañón—. Tu olor es embriagador. Digno
de un festín —Avanzó un centímetro dentro de ella, temblando—.
Besando mi AutoMag y cubriéndola de suerte —Sus uñas se clavaron en
su cuero cabelludo cuando sus palabras la desinhibieron y ella se arqueó
lo poco que pudo dentro de ella—. El seguro está puesto, cariño, así
que demuéstrame cuánto te gusta mi pistola.
Una enorme masa de calor y sombra se cernió sobre ella,
oscureciéndole los párpados, los cuales ella abrió para ver cómo Gunner
se alzaba para proteger su cuerpo con su enorme y temblorosa figura.
Su codo se apoyó junto a su oreja. Presionó más el arma. Se apretó a su
alrededor cuando estuvo completamente introducida. Elodie desenredó
los dedos de su pelo y le pasó las uñas por la nuca hasta agarrarle los
hombros..
Con la cara de él suspendida sobre la suya y las piernas de ella ahora
enganchadas alrededor de su pecho, el arma se retorció y ella dio un
respingo. La introdujo más profundamente en ella hasta que el borde
del gatillo se clavó y rozó su entrada.
Estaba atrapada debajo de él, pero sus ojos la sujetaban mejor de lo que
jamás lo haría su pesado cuerpo, y ella observó, hipnotizada, cómo
pequeñas líneas de código recorrían sus iris. Se levantó mientras él
introducía y sacaba el arma de su interior.
Elodie se levantó para atrapar sus labios, pero él se apartó de su alcance.
—Está dentro de ti. Jodiéndote —Para enfatizar su afirmación, Gunner
la sacó y se la volvió a meter, sacudiendo todo su cuerpo hacia delante y
hacia arriba.
—Lo sé —Su voz apenas superaba un susurro. Soltó un chillido de
sorpresa cuando él volvió a clavarle la pistola. Ely quería sus labios, pero
él los mantenía fuera de su alcance mientras el vaivén crecía
peligrosamente.
—¿Te gusta esto? ¿Mi pistola dentro de ti? —gruño con los ojos
parpadeandole y sus músculos tensos—. Nunca se cansa —Se inclinó
hacia ella y le mordió la oreja—. Únicamente es usada.
—Me gustas tú —jadeó ella cuando él hizo girar la pistola de repente,
justo contra el punto dulce que encendió su necesidad y la hizo
levantarse completamente del suelo para aferrarse a él. Necesitaba el
calor de su piel en cada centímetro de la suya.
Gunner la folló con fuerza. Se movían al unísono, frenéticos y
desparejados con la piel resbalando por el suelo y pegándose entre sí.
Estaban cubiertos de sudor y sangre, y el olor de su sexo flotaba en el
aire. La asfixiaba.
De su garganta surgieron jadeos en una lucha contra su dominio.
Porque sabía que de eso se trataba. Una mordaz necesidad de control
sobre el otro. Cuerpos empujándose con intenciones primitivas, oscuras
y liberadoras al mismo tiempo. Su mano seguía empujando y
presionando entre sus piernas mientras sus dientes rozaban su cuello y
su oreja.
—Joder, te gusta esto, ¿verdad?
Su cabeza se golpeó contra el suelo hasta que la mano de él pasó por
debajo para protegerla. Empujar, apretar y retroceder.
—Me gustas tú —aceptó ella rápidamente.
Estirar, girar, retroceder.
El frenesí crecía, la necesidad de liberación absorbía toda la tensión de
sus miembros a medida que la tensión crecía, su clímax se tambaleaba
justo en el precipicio. Quiero más. Elodie necesitaba más, todo lo que él
estaba dispuesto a darle.
—¿Incluso si te follo con todas las armas de mi arsenal?
Tan cerca.
—¡Sí! —gritó ella levantándose para finalmente capturar la boca abierta
de él e impedirle hablar. En cuanto sus labios se tocaron, la pistola cayó
al suelo. Su gemido se perdió cuando él le empujó la cabeza con la boca
hacia su mano abierta, presionándola contra el suelo. Su beso se
convirtió en el suyo.
Los dedos sustituyeron el tembloroso vacío entre sus piernas llenándolo,
más suaves pero menos enérgicos y aterradores. Recorrieron su
estrecho canal con brusquedad, como si hubiera demasiado de lo que
apoderarse y conquistar. Las yemas de sus dedos eran brutales y pronto
dos dedos se convirtieron en tres para frotar su punto G al unísono
caótico. Pero cada vez que estaba a punto de explotar, él se detenía y
volvía a empujarla hacia abajo, sacando el animal salvaje que había
encerrado en su interior.
Elodie luchó por conseguirlo en medio de su abrasador fuego.
Gunner aprisionó su boca con su lengua reclamando y saboreando,
asolando cada rincón. Ella estaba medio aplastada bajo él, ahogándose,
y sin embargo él mantenía su liberación fuera de su alcance. Ella luchó
por llegar a ella. Se retorcía por ella. Pero cada vez que se acercaba al
borde, él la apartaba de él. Era desesperante.
Sus largos y exigentes dedos devastaron su coño y lo exprimieron hasta
que ella le mordió el labio y le devolvió el ataque. Cada instante estaba
lleno de dolor placentero.
Elodie le clavó los dientes.
—¡Por favor!
Su pulgar presionó bruscamente su palpitante clítoris. Se le cortó la
respiración y él volvió a llevarla al límite. Pidió más, esperando que él le
diera más. Le soltó el labio y él se levantó para mirarla a los ojos
mientras sus dedos se aceleraban.
Se tiñeron de rojo brillante cuando un grito salió de su garganta. ¡Por fin!
Llegó al clímax con fuerza y sin obstáculos, estremeciéndose y
quedándose sin voz. Gunner se elevó sobre ella.
Elodie perdió el control y se llevó las manos a la cara. Sus nervios se
encendían, se apagaban y volvían a encenderse mientras las pulsaciones
salían de su coño y se extendían por todo su ser. Todo su cuerpo se
retorció por el intenso momento.
—Tan jodidamente bueno. Tu beso de la buena suerte... tan
jodidamente bueno.
Apenas le oía mientras su cuerpo seguía convulsionándose
intensamente, para luego volver a tensarse. Sus caderas subían y luego
bajaban, persiguiendo los zarcillos de su orgasmo.
La cálida mano de Gunner aferró bruscamente su coño y continuó
prolongando su éxtasis hasta que sus movimientos se redujeron a una
sacudida, agotando la conmoción anterior; cada parte de ella estaba
hipersensibilizada.
Una deliciosa brisa le acarició la piel caliente donde antes habían estado
unidos. Le acarició entre las piernas, con una presión posesiva, y ella
abrió los ojos para verlo mirándola posesivamente.
Elodie le empujó la mano.
—No más —gimoteó, pero él continuó acariciándole el clítoris,
ignorándola, mientras sus dedos jugueteaban con su punto G. Y cuando
pensó que ya no podía más, volvió a correrse.
La tensión entre sus piernas se liberó y ella se desplomó en el suelo, con
las extremidades cayendo flácidas a sus costados. Gunner retiró la
mano y se colocó sobre su cuerpo agotado, con una sonrisa malvada.
—¿Preparada?
—¿Preparada para qué? —preguntó ella inquieta, saciada y exhausta.
—¿Para mí?
Capítulo 16

Elodie responde tan jodidamente bien.


Le miró agotada y temerosa. Su polla se sacudió en respuesta. Sabía
que iba a hacerle cosas perversas. Iba a hacerle cosas perversas.
Follársela con su pistola era su forma de hacerla huir, pero ella se quedó.
Lo aceptó, y con eso, lo aceptó él. En el momento en que supo que iba a
follársela con la pistola y que ella iba a aceptarlo, estuvo a punto de
estallar como un Cyborg sin experiencia.
Y su amenaza de penetrarla con todas sus armas se hizo realidad. Una
necesidad.
Sus ojos estaban nublados, su cuerpo delgado y esbelto en plena
exhibición, y él apretó las manos en un esfuerzo por evitar saltar sobre
ella. El territorio era importante para él.
Los ojos de Gunner se posaron en su abultada polla. Reclamar y marcar
con su olor formaba parte de su naturaleza y ayudaba a aplacar a la
criatura que llevaba dentro.
Los chacales se apareaban de por vida.
Gunner quería que el olor de su excitación se aferrara a cada centímetro
de la nave. A él. La deseaba tanto que rozaba la agonía.
Pero primero ella tiene que reclamarme.
—¿Para ti? —Elodie hizo una pausa y dejó caer los brazos sobre el pecho,
ocultándose. Sus ojos se abrieron de par en par. Era tan bella. Su
hermoso cabello rubio y corto caía en ondas sedosas hasta rodear su
cabeza.
Lentamente, sobre todo para asegurarse, se dejó caer de nuevo sobre
ella apoyando las rodillas a ambos lados de sus piernas y bajando aún
más para arrastrar su pesada polla a lo largo de sus muslos flexibles,
colocándose en posición, apuntando a su coño rosa pálido.
—Sí, ¿para quién más?
Liberó una nueva oleada de excitación. Saber que todo era para él le
puso a cien. Gunner volvió a meter la mano entre sus muslos
abriéndolos. Sus dedos, humedeciéndose de nuevo con el rocío de ella,
se movieron sobre su resbaladiza raja. Las piernas de Elodie se abrieron
y él se agachó entre ellas. Levantó la mano que tenía libre y le apartó los
brazos de los pechos para que pudiera ver cada parte de ella. Tan
jodidamente hermosa. Nada puede detenerme. Nada me detendrá. Es mía.
Necesitó más control del que creía para no abalanzarse sobre ella. Para
no estirar su apretado coño -un coño que clamaba tan hermosamente
por él- con su polla hinchada.
Podía imaginarlo, sentir cono ella lo estrangularía, mientras se inclinaba
un poco más sobre ella. La imaginó suplicando mientras le metía, uno a
uno, todos los objetos fálicos de su nave... excepto la polla.
Elodie se apoyó en los codos, se humedeció los labios y él supo que
quería volver a besarlo. La mirada de ella era estremecedora y lo
mantenía con los pies en la tierra.
Con la mano libre, guió la punta de su miembro hasta el centro de ella.
Por los dioses, Gimió él. La sensación de su calor besando la cabeza de
su miembro amenazaba con llevarlo al límite. Su corazón retumbó y el
chacal carcajeó con más reflexiones demoníacas y oscuras cuando ella
abrió las piernas para prepararse a él.
—¿Protección? —preguntó mirándolo. Sus brazos se deslizaron hacia
abajo para empujar ligeramente las caderas de él. Sigue dándome besos.
Podía estar besándola todo el día.
—¡Necesitamos protección! —volvió a decir, esta vez más alto.
Gunner gruñó.
—No conmigo.
Elodie ladeó la cabeza.
—No puedo quedarme embarazada. No puedo —Su voz era tensa.
Gunner presionó su espalda contra el suelo, metiendo y sacando la
punta de su miembro con los labios entreabiertos.
—No puedes. No puedes —bromeó. ¿Por qué tanta palabrería?—.
Conmigo, no. Puedo llenarte de cubos de mi semilla y ningún niño
echará raíces —Decidió ser impreciso. Sin embargo, la idea tenía cierta
fuerza—. Déjame follarte, Ely —Era su turno de suplicar. Empujó su
gruesa cabeza un poco más dentro de ella—. Si te preocupa lo que
venga después o que te hagan daño, no hay ser en el maldito universo
que pueda tocarte —Se acercó a ella para rozarle la mejilla y la
mandíbula con los labios—. Nadie más que yo.
El animal que llevaba dentro aullaba en señal de aprobación, pero
merodeó por los límites de su control. Quería reclamar a su compañera.
Él sólo quería reclamar el momento. Pero los gruñidos eran maníacos y
frenéticos en su cabeza.
Las uñas de Elodie perforaron la piel de sus caderas.
—¿Así que no me quedaré embarazada de este... tú?
¿De verdad es tan terrible?
—No.
La preocupación arrugó sus facciones.
—Sólo...
—¿Sólo qué? —rozó su nariz con la de ella.
Sacudió la cabeza mientras un rubor se extendía por sus mejillas.
—Siempre hay que ser... cauteloso.
Lo sabía. Sin embargo, no le gustaron sus palabras. Nunca conmigo.
Gunner apretó la frente contra la suya.
—No conmigo.
Una eternidad pasó mientras se miraban fijamente. Pero él supo que el
momento había terminado cuando un suave gemido escapó de los
labios de ella y sus manos dejaron de apartarlo y lo atrajeron hacia sí.
Gunner le dio un beso rápido en los labios antes de levantarse y mover
las manos para sujetar la parte posterior de sus rodillas, colocándose de
modo que pudiera ver el momento en que la reclamaba.
Elodie levantó los brazos por encima de la cabeza mientras los ojos de él
se posaban en el punto en el que su miembro penetraba
superficialmente en la entrada de su coño. Mía.
La penetró de un único y rápido empujón, su miembro conquistando el
territorio de su compañera.
Se retorció contra su conquista mientras un grito de sorpresa llenaba
sus oídos. Su cuerpo luchó contra el suyo hasta que finalmente cedió. La
había preparado, pero sabía que la súbita embestida y el estiramiento
serían un shock, así que esperó hasta que la tensión y el esfuerzo
abandonaron sus músculos y su cuerpo cedió ante el suyo. Gunner
esperó hasta que sus gemidos se entrelazaron con su nombre y su
cuerpo se relajó y se ajustó para encajar su miembro: la puta arma más
grande de todas.
Yo.
Empezó a moverse y ella le siguió, el ritmo aumentó a medida que el
fragor de la batalla comenzaba de nuevo. Grabó cada microsegundo de
Ely sucumbiendo a su bestia.
Él tomaba y ella cedía. Sus manos se movieron para agarrar su cintura
mientras se preparaba para conquistar con empujones que la harían
deslizarse por el suelo si no la mantenía bien sujeta a él.
—Tan jodidamente buena —siseó Gunner de nuevo apretando sus
caderas contra ella, tocando fondo, y levantando los ojos hacia su rostro
contorsionado—. Eres tan jodidamente exquisita y mía —Se inclinó de
nuevo sobre ella tomando su cuerpo con el suyo en un movimiento de
balanceo, perdiéndose en el momento.
Se corrieron juntos en el suelo en una danza frenética hasta que él
perdió la cuenta del tiempo que estuvo el cuerpo de ella retorciéndose
bajo el suyo, hasta que su propia semilla se acumuló en el suelo metálico.
Gunner mordisqueó y besó cada centímetro suyo, encontrando placer
en robarle el aliento mientras se ahogaba en su necesidad de él. Ella
temblaba bajo su cuerpo, donde no sólo podía mantenerla atrapada,
sino también caliente.
Volvió a correrse sobre su vientre, sus muslos, su pecho, y frotó su
almizclado aroma en su carne, medio masajeando, medio fuera de sí y
haciendo lo que podía para penetrarla con su aroma, su esencia, su
marca.
Gunner aspiró aire exhausto, y llenó sus sentidos y sistemas con nada
más que el olor del sexo. Nuestro sexo. Giró la cabeza y contempló el
cuerpo inerte de Ely, rodeándola con el brazo y poniéndola encima de él.
Ella murmuró somnolienta sobre su pecho mientras se movía y se
acomodaba.
El chacal que llevaba dentro bailaba a pesar de que su cuerpo había
agotado sus últimas reservas de energía. Las descargas
electromagnéticas habían desaparecido hacía un rato y lo único que
quedaba era la molestia de su nanotecnología, que restauraba
rápidamente los daños causados por la tecnología externa.
Levantó los ojos y los posó en las tenues rayas de luz que recorrían el
techo. Las sirenas lejanas habían cesado hacía algún tiempo.
El latido del corazón de Elodie llenaba sus oídos.
La puerta que conducía a ellos estaba cerrada a cal y canto. Gunner
rodeó la espalda de Elodie con los brazos y sincronizó su respiración con
la de ella.
Luego, cerró los ojos...
Y se durmió.

***

Elodie se despertó caliente y en una extraña posición. Los típicos


dolores de su cuerpo se intensificaron y el suelo metálico de su celda,
normalmente frío e incómodo, se mostró flexible y ligeramente blando
bajo su mejilla.
Si era un sueño, no quería que terminara. No era la primera vez que
soñaba con camas. O con tumbarse en ellas. Eran buenos sueños. Pero
éste la elevaba en oleadas, acompañadas por el subir y bajar de
ondulaciones profundas y calientes. Normalmente, las camas no respiran,
pensó, aunque hacía tanto tiempo que no estaba en una que podía
estar equivocada.
Abrió los ojos al darse cuenta y levantó la cabeza mientras una oleada
de tensión volvía a su cuerpo. Estaba tumbada encima de Gunner.
Su cabeza volvió a caer lentamente sobre el pecho de él.
Una ligera brisa le acariciaba la espalda.
También estaba desnuda. Él también.
Con cautela -sintiendo como si alguien le hubiera reordenado los
órganos- hizo balance de su situación. Se sentía dolorida y ágil a la vez.
Los latidos de su corazón aumentaban sin cesar. Volvió a levantar la
cabeza para mirar al Cyborg.
Tenía los ojos cerrados y eso la hizo retroceder. Elodie esperaba que la
estuviera mirando, como hacía siempre. Con los ojos vidriosos y
muertos, grises y apagados, o rojos escarlata con una intensidad que le
aceleraba la sangre.
Sus labios esbozaron una breve sonrisa. El sueño no le sentaba bien.
Volvió a apoyar la cabeza en el hombro de Gunner.
Nunca lo había visto dormir. Le recordó el primer día, cuando lo dejaron
caer sin contemplaciones en la celda contigua a la suya. Pensó que
estaba inconsciente hasta que descubrió que estaba fingiendo. Algo le
decía que ahora no estaba fingiendo. Otra sacudida de cuerpo entero, el
pecho de él subiendo y bajando sin cesar bajo ella, la arrulló de nuevo
hacia el sueño.
Elodie se resistió, pues lo único que quería era disfrutar de aquel respiro
inesperado. Todo estaba maravillosamente silencioso y era un lujo al
que no estaba dispuesta a renunciar.
En lugar de eso, hizo balance de sus heridas. Tenía la espalda tensa y
tirante, probablemente por los golpes contra el suelo. Tensó las piernas
-enredadas con las de Gunner- y sus pantorrillas y nalgas enviaron ondas
de choque a través de sus extremidades. El sexo era un deporte en el
que no estaba muy familiarizada pero, aun así, sabía que acostarse con
el Cyborg era una experiencia peligrosamente dura.
Gunner había agotado cada fibra de su ser y exorcizado su estrés. Pero
a pesar del dolor muscular, estaba relajada. Estaba más segura de lo que
se había sentido en mucho tiempo.
Elodie no se atrevió a pensar en el dolor pegajoso que sentía entre los
muslos. Estaba pegajosa por todas partes. Y cuando estiró los dedos y
luego los apretó -también tenía las manos pegajosas-, hizo una mueca.
Esta vez, cuando se levantó, se estremeció porque su piel luchaba a
cada segundo por permanecer pegada a Gunner. Se zafó de sus brazos
y se puso a horcajadas sobre su cuerpo, adelantando las piernas para
arrodillarse a ambos lados de sus caderas. Apretó los dientes todo el
tiempo. La sensación de su miembro dilatándose y endureciéndose bajo
su culo la hizo estremecerse, y se desplomó sobre él.
Luego, miró sus cuerpos y retrocedió.
El Cyborg tenía un aspecto delicioso después del sexo. Aún tenía
cicatrices del día anterior, pero la mayoría ya habían desaparecido. Su
físico imposible captó toda su atención. Pero a pesar de su buen
aspecto, los efectos de su feroz acoplamiento eran horribles en ella.
Gunner había destrozado su carne.
Tenía moratones por todos los brazos, el pecho y el vientre. Algunos
puntos mostraban claramente las huellas de los dientes y otros la
presión de las yemas de los dedos. Las palmas de las manos recorrieron
sus brazos erizados y la nuca, reprimiendo un escalofrío. Tenía los
pechos rosados y magullados y el torso cubierto de esperma seco desde
el cuello hasta el clítoris.
Recordó cómo se lo aplicaba con un masaje. La sensación de sus dedos
presionando sus apretados músculos había sido demasiado gloriosa
para detenerse, y ella había estado demasiado cansada y saciada para
preocuparse.
Elodie sabía lo que él había estado haciendo. Le gusta su olor en las cosas.
Sonrió. Gunner no tiene mejor aspecto. De hecho, quizá tenía peor
aspecto que ella. Delicioso pero peor. Su piel, que aún mostraba las
heridas de la pelea anterior con surcos blancos donde habían
cicatrizado, ahora tenía que lidiar con los arañazos que ella le había
añadido.
No tenía ni idea de cómo demonios seguía vivo y respirando después de
haber aparecido con suficientes daños corporales como para derribar a
un oso pequeño. Cómo había podido acostarse con ella a pesar de todo
era desconcertante, y su vientre se llenó de mariposas.
No se le puede matar y estoy a salvo con él. Eso le daba vértigo.
E incluso a pesar del dolor ardiente, lo deseaba de nuevo.
Elodie se mordió la lengua y apartó la mirada de sus cuerpos para
posarla en la puerta del lavabo.
Tres metros. Tres dolorosos metros la separaban del agua y la limpieza.
Puso una mano sobre el pecho musculoso de Gunner para iniciar el
horrible proceso de maniobrar hacia el baño justo cuando los ojos de él
se abrieron de golpe, vidriosos y blancos, para mirarla. Elodie se tensó
cuando se deslizaron sobre su cara para caer al resto de su cuerpo
marcado, y mientras él la registraba, su miembro se sacudió,
agrandándose aún más, donde ella estaba sentada sobre él.
Se humedeció los labios.
—Intento llegar al lavabo —Su voz era débil y áspera.
—¿Por qué? —Sus manos se posaron en sus muslos.
—Porque me veo y me siento como la muerte.
—Entonces la muerte tiene un aspecto jodidamente espectacular —Los
labios de Gunner se curvaron con suficiencia. Elodie arrugó la cara y
frunció el ceño, queriendo esconderse de él, pero en lugar de eso apoyó
la otra mano en su pecho para apoyarse—. La muerte te sienta bien —
continuó.
La miró con hambre y ella cruzó los brazos sobre el pecho.
—No hagas eso —dijo él.
Respondió con un gruñido y él le agarró los brazos, sujetándoselos a los
costados.
—Parece que eres mía —Le dijo levantándose. Elodie volvió a hacer una
mueca—. Eres mía —Gunner frotó la nariz entre sus pechos—. Hueles
como si fueras mía.
—Eso es porque tengo tu semen por todas partes —resopló ella
secamente. Pero su corazón se agitó—. Es asqueroso y pegajoso y hace
que no quiera moverme con la sensación que produce.
—Y.… se siente bien —Su nariz recorrió su piel en círculos y se acercó a
su pezón. Su boca lo rozó hasta que alcanzó su punto máximo—. Me
gusta pegajoso. ¿Por qué querrías quitártelo?
Gunner la levantó antes de que pudiera responder y la llevó al baño. Se
aferró a su pecho mientras él la levantaba y le pasó un brazo por debajo
del trasero para evitar que se cayera.
Aunque lo hiciera, no llegaría muy lejos. Qué pegajosa, pensó para sí sin
gracia. El aire era más frío aquí, pero la ducha no tardó en sonar a sus
espaldas y, mientras el agua se calentaba, Gunner los acompañó hasta
la estrecha cabina para una sola persona. Apenas cabían. Se las arregló
para hacerlo.
Gunner la lavó con la misma atención que la noche anterior, acariciando
cada centímetro de su piel. Sus manos la mantenían erguida mientras
sus dedos sacaban la tensión de sus músculos. No importaba que el
agua no subiera de temperatura, porque él la calentaba como nunca
podría hacerlo la tecnología de control de la temperatura.
Elodie le apartó el pelo mojado que le caía sobre la frente.
—Tenemos lo mínimo. Aquí no hay ni siquiera un dispensario de jabón
—Le dijo, después de haber buscado antes.
—Espera aquí —De repente, Gunner salió del cuarto de baño y
desapareció por la puerta, dejando un rastro de agua tras de sí. Se
deslizó por la pared como una marioneta con los hilos cortados para
enroscarse en el fondo, gimiendo por el esfuerzo, y se acurrucó en sí
misma. Él regresó poco después, con un botiquín en una mano y una
manta en la otra.
No discutió cuando él la levantó del suelo y la sacó de la cabina y la
subió a su regazo mientras él se sentaba en un taburete que había
traído. Gunner le envolvió los hombros con la manta para absorber el
exceso de agua que goteaba de su piel. Elodie se apoyó aletargada en
su pecho.
—¿Dónde has encontrado todo esto? —Le preguntó mientras él abría el
botiquín delante de ella, mostrando suministros de emergencia y ayuda.
—Hay un contenedor al otro lado del calabozo con suministros y hay
una sala para la tripulación fuera de la sala de máquinas y antes del
ascensor. He robado lo que había en la sala y, a diferencia de vosotros,
los humanos, no tengo que andar con cuidado por el laberinto de vapor
y metal caliente. Toma, coge esto —Le dio un estimulante y un gel de
agua. Se los tragó sin rechistar.
Elodie gimió en el momento en que golpearon su estómago. El dolor
empezó a desaparecer de inmediato. Los potenciadores podían
destrozar un sistema si se usaban con demasiada frecuencia, pero
cuando se utilizaban correctamente hacían maravillas. Gunner la
sostuvo mientras la energía recorría su cuerpo y, en cuestión de
minutos, su cabeza se despejó y las heridas más leves que había sufrido
ya habían empezado a curarse.
—Gracias —exclamó. Abrió la manta, dejando de nuevo a la vista su
carne desnuda, y sacó un bote de aerosol para rociar una niebla fría y
transparente sobre su carne expuesta. Su piel se sonrojó cuando le
abrió las piernas y le roció el coño. Le entumeció y le hizo cosquillas.
Terminó la lata.
Suspiró feliz. Estaré nueva al final del día.
—De nada. Pero soy egoísta y mis intenciones también —Gunner tiró la
lata vacía al otro lado de la habitación—. Cuanto antes te cures, antes
podré volver a estar dentro de ti.
Elodie apretó los dientes.
—No estoy preparada.
Se rió.
—Pronto lo estarás —Se burló, pero volvió a envolverla con la manta—.
Aún no te lo he dado todo.
—No tenemos tiempo. Le dijiste a mi padre que liberara a los
prisioneros y no sé a cuántos de la tripulación mataste antes de llegar.
Podrían estar buscándonos ahora mismo. La nave sigue volando y si no
nos están buscando, lo harán pronto.
—Cierto, pero soy un animal impaciente que ya está al límite. El mundo
nos esperará.
Elodie se echó hacia atrás y tanteó.
—No. No lo hará.
Su cara volvía a ser de suficiencia. Insensible.
—Cualquiera que se acerque a esa puerta con intenciones hostiles va a
tener una muerte muy desagradable. Lo mismo para cualquiera que
planee distraerme. Ya no estamos en el calabozo, Ely, no hay juego que
jugar ahora. No más pretensiones. Si alguien se interpone en mi camino,
morirá.
—¿Matas indiscriminadamente? —Agarró la manta hacia ella—. No
todo el que te hace daño tiene que morir.
Sus ojos parpadearon enrojecidos.
—¿Ahora mismo? Sí, tienen que morir. En la situación actual, el miedo a
mí nos mantendrá a salvo a los dos. La tripulación está en plena revuelta,
algunos con la intención de hacer una toma total de la nave. Me importa
una mierda lo que pase, mientras consiga lo que quiero al final, me
importa una mierda cualquier otra persona.
—¿Y si te equivocas?
Sus ojos se entrecerraron en los de ella.
—No te haría daño.
—Pero dijiste indiscriminadamente. ¿De qué otra forma debería
tomarme esto? ¿Y si te hago daño y es por accidente?
Gunner la rodeó con el brazo y la apretó contra su pecho. Elodie inclinó
la cabeza.
—Si es por accidente entonces una explicación estaría bien. Si me haces
daño o me traicionas voluntariamente —Hizo una pausa, sus ojos se
volvieron distantes—, no creo que pudiera hacerte daño, aunque
quisiera, pero no sería fácil ni para ti y sobre todo para mí. La confianza
es algo frágil, tú lo sabes mejor que nadie. Volvería a pedírtela, aunque
me hicieras daño —Su abrazo se hizo más fuerte—. Siempre te diré la
verdad o te la mostraré, aunque la verdad sea jodidamente dura, y
espero que tú hagas lo mismo por mí. ¿Piensas traicionarme?
Parecía que quería decir algo más, pero Elodie no insistió en ello,
aunque era la primera vez que oía a Gunner decir algo tan profundo.
Había algo que le ocultaba. Lo sabía.
A pesar de todo, pudo relajarse sabiendo que él no le haría daño.
—No —respondió—. No quiero hacerte daño y no tengo planes de
traicionarte. Pero nuestro trato... ¿Sigue en pie? Tú querías esto —Agitó
la mano sobre su cuerpo—, y lo conseguiste. ¿Seguirás cumpliendo tu
parte?
Gunner le dio un codazo en la barbilla para que le mirara de frente. La
mirada distante de sus ojos desapareció y volvió a centrarse
completamente en ella.
—Sigue en pie.
Se levantó bruscamente, la cargó en brazos y los condujo a la sala
principal. La sentó a la mesa y se alejó para recorrer la habitación. Ella
echó de menos el calor de su cuerpo en cuanto él la soltó, pero observó
en silencio cómo él recogía los objetos perdidos por el suelo que habían
sido desplazados el ciclo anterior.
Su mirada se posó en la pistola y un escalofrío recorrió su espina dorsal.
La recogió y la colocó sobre la mesa frente a ella con un ruido sordo.
Elodie apretó los muslos, sintiendo de pronto que su núcleo palpitaba,
como si el arma volviera a penetrarla. El recuerdo la afectó. Sintió que
sus paredes internas se estrechaban alrededor del metal duro e
implacable que exigía entrar en su alma.
Acercó aún más la manta a su alrededor mientras Gunner la observaba
en silencio. Y con un ruido sordo, volvió a levantar el arma, comprobó la
munición con un movimiento de cabeza y volvió a dejarla en el suelo,
mientras activaba y desactivaba el seguro.
Se movió incómoda y soltó:
—Tenemos que salir de la nave. ¿Tienes un plan?
Él gruñó.
Era extraño hablar con Gunner a solas y sin tener público. Ahora que se
veía obligada a enfrentarse a la realidad de su situación, todo lo que se
le ocurría decirle la ponía nerviosa. Seguían siendo una especie de
prisioneros, ya que no controlaban la nave. Seguían sin saber adónde
iban ni cuánto tardarían en llegar, y definitivamente no sabían quién les
esperaría una vez allí. Sin las barreras ni las celdas y sin la distracción de
una muerte inminente, no tenía nada tras lo que esconderse. Su lengua
se sentía demasiado grande para su boca.
—No podemos quedarnos aquí —dijo incómoda.
—De acuerdo.
—Entonces, ¿por qué no nos vamos? —Elodie miró hacia la puerta—.
Todavía te estás recuperando y estamos contra la espada y la pared,
prácticamente en un hoyo —Hizo una pausa, repentinamente
alarmada— ¿Sabe toda la nave que soy una mujer?
—No tienes por qué preocuparte —Gunner cogió bruscamente su
mano y se la llevó a la boca. Ella apartó los ojos de la puerta cerrada
para mirarle. Le besó los nudillos—. No tienes que temer a nadie. Nadie
en la nave puede hacerte daño, y mucho menos llegar hasta ti. Por
favor, relájate conmigo. Necesito tiempo...
—No has respondido a mi pregunta, y no es tan sencillo....
Le dio la vuelta a la mano y deslizó la lengua por la palma. Su mirada
viajó de su boca a su miembro visiblemente erecto entre sus piernas
abiertas. Aún no se había puesto ropa. Aún estaba un poco mojado... y
desnudo.
Volvió a sentir deseo por él y la idea de ser poseída se coló entre sus
preocupaciones. Aquellos sprays curativos eran buenos, pero podría
necesitar llenar una bañera con ellos si Gunner se salía con la suya.
Elodie se removió en el asiento.
—¿Tienes un plan? —Intentó mantener la concentración mientras la
otra mano de él subía por su brazo extendido y le hacía cosquillas con
los dedos en la carne sensible bajo el codo.
—Tengo varios posibles planes, pero depende de la información que
recibamos cuando volvamos con los vivos.
Se sacudió en su asiento.
—Entonces vamos a conseguir esa información ahora.
—¿Por qué?
—Porque tal vez...
Tal vez me siento insegura de estar en tu presencia. ¿Tal vez no confío en
mí misma contigo? Tal vez salir de esta nave será más fácil si mis piernas
todavía funcionan. No pudo decirlo en voz alta. Él continuaba
observándola intensamente mientras sus labios y sus dedos subían y
bajaban por la parte inferior de su brazo, moviéndose cada vez más
arriba.
—¿Tal vez? ¿Tienes prisa por alejarte de mí? Tienes un olor nuevo que
dice lo contrario —Sus fosas nasales se agitaron y olfateó el aire. Elodie
le quitó el brazo de encima y se lo volvió a meter en la manta. Ese
sentido del olfato podría ser un problema más adelante. Pero en cuanto
lo pensó, supo que era mentira.
Sonrió satisfecho.
—Tú quieres más. Yo también.
—No tenemos tiempo.
La sonrisa se volvió diabólica, casi alegre, y a ella le pareció ligeramente
monstruosa y desconcertante.
—Claro que sí —dijo él. Gunner le tendió la mano y ella se apartó,
resbalando de la silla.
—No podemos quedarnos aquí, cuanto más tiempo estemos más
ansiosa me voy a poner —Otro paso atrás—. Deberíamos dirigirnos a
las cápsulas de escape, ¡es un plan sencillo! —Gunner se puso de pie,
llegando a ella, y ella dio un paso más atrás.
—¿Te estoy haciendo enfadar? —preguntó él sonriendo—. Me gustaría
verte enfadada.
—¡El tiempo no se detiene sólo porque tú quieras!
Ladeó la cabeza casi burlonamente.
—¿Estás segura de eso?
—Tu incapacidad para querer preservar nuestras vidas hará que me
enfade, y que esto empeore —siseó ella bordeándolo mientras él
merodeaba tras ella—. Mis nervios también son culpa tuya. Y otra cosa,
no me verás enfadada. Nunca me verás enfadada. Llevo muchos años
practicando y manteniendo reprimidas mis emociones. Cualquier cosa
que pudiera romper mi fachada la enterraba.
—Así que tienes prisa por alejarte de mí. Ely, soy muy bueno leyéndote.
Ya deberías saberlo. Tu sangre se acelera y ambos sabemos que no es
del todo por los nervios.
Elodie esquivó la mesa en un esfuerzo por mantenerla entre ellos, pero
antes de que pudiera llegar al otro lado, él la cogió en brazos y apretó
su cuerpo contra el suyo. Se movía demasiado rápido para ella.
—Me excita suplicar —Le susurró al oído. Un escalofrío deliciosamente
oscuro la recorrió—. Déjame —Se dio la vuelta y la sentó sobre la
mesa—, el resto —Agarró su manta (su protección) y se la arrancó de
las manos—, a mí —Gunner le dio un empujón entre las piernas con las
suyas— ¿Me dejas que te ayude a relajarte?
¿Relajarme? La idea le parecía descabellada y tan fuera de su lugar que
hasta le daban ganas de reír.
Elodie se retorció y cerró los ojos, levantando las manos para ponerlas
en sus hombros y aferrarse a él. Respiró hondo y se abandonó a él. No
fue fácil, pero se esforzó y, con su ayuda, con su calor y su poder, al final
ganó la batalla.
Aspiró otra vez y se concentró en el calor de su cuerpo y en el frío de su
espalda. Los latidos de su corazón se equilibraron lentamente y, cuando
abrió los ojos, Gunner presionó su boca sobre la de ella, suave y feroz,
totalmente diferente a todo lo que él emitía.
El beso fue suave, luego despiadado, aterciopeladamente líquido y
silenciosamente salvaje. Lo profundizó y le succionó el alma azotándola
con la lengua. Dios, su lengua. Relajarse fue lo último que pensó
mientras se arqueaba hacia él.
Le agarró el pelo mojado y tiró de su cara con más fuerza.
Se apartó y la boca de ella se movió para volver a atrapar la suya. Elodie
abrió los ojos y lo encontró mirándola.
—¿Y bien? —preguntó.
Le clavó las uñas en los hombros y asintió.
—Inténtalo.
Un movimiento de sus labios, una sonrisa en sus tatuajes, y el dios lobo
bajo sus manos se llenó de poder. El repentino cambio la dejó sin aliento
y con la lengua trabada. Había invocado accidentalmente a un demonio.
Gunner se echó hacia atrás, le cogió los muslos y la atrajo hacia sí,
enterrando la cara entre sus piernas. Unos dedos frenéticos la palparon
y la penetraron hasta el fondo. Los petardos estallaron detrás de sus
ojos cuando encontraron su punto dulce y lo tocaron hasta que se
estremeció.
Gunner le lamió todo el interior con la punta de la lengua. Su cuerpo le
decía lo que más deseaba mientras su coño se deslizaba por su cara y su
clítoris golpeaba su nariz.
Elodie sintió que el primer clímax la desgarraba al poco tiempo, y la
tensión y la liberación frenética nublaron sus sentidos a medio camino
entre el orgasmo y el ataque de pánico, provocado por la desesperación
y la lujuria. Gunner la amasó y la pellizcó, la chupó y la tocó como un
instrumento, alargando su orgasmo.
La energía iba in crescendo.
Miró hacia abajo y lo vio observándola desde entre sus piernas y,
cuando sus miradas se encontraron, su boca abandonó el clítoris de ella
para pasar su gruesa lengua por sus pliegues, mordisqueándola por el
camino. La visión era oscura y erótica, su piel pálida se tiñó de carmesí.
Su mirada era hipnotizante, como un festín. Se quedó embelesada
mientras Gunner movía las piernas por encima de los hombros de él.
Las pistolas tatuadas en sus mejillas apuntaban a la parte de su cuerpo
que más le necesitaba. Su lengua se unió a sus dedos dentro de su coño,
estirándola aún más. Era aún más exigente que su mano.
Elodie lo cabalgó con energía renovada, persiguiendo el continuo
subidón hasta el borde del precipicio. Entonces, como si el precipicio
fuera real, fue arrastrada fuera de la mesa y tirada encima de él en el
suelo hasta que fue maniobrada para sentarse a horcajadas sobre su
lengua.
Sus manos la agarraron con fuerza, más fuerte que nunca, más allá del
punto de dolor, justo cuando la nave temblaba como si le hubiera caído
una bomba encima. Todos los objetos que Gunner había recogido
volvieron a esparcirse por el suelo, sonando más que gemidos en sus
oídos. Los estruendos y temblores se confundieron con otro clímax,
mientras Gunner seguía comiéndosela, pasándole la lengua sin
inmutarse en absoluto por el ruido metálico y estridente que los
rodeaba.
Cayó hacia delante y apretó las manos contra el suelo, luchando contra
los violentos temblores.
—Gunner —gritó, sintiendo cómo la gravedad se desplazaba a medida
que su lengua ganaba velocidad— ¿Qué está pasando?
—Curvatura —murmuró él, con su aliento abanicando su tembloroso
coño. Sus ojos rojos la miraban fijamente, imperturbables y
perversamente burlones.
Luego ronroneó.
Oh, ¡joder! Elodie se inclinó sobre él y se preparó porque no había
tiempo para nada más. Ni tiempo para encontrar algo a lo que atarse.
Pero Gunner la protegía.
Capítulo 17

Pasó medio ciclo mientras mantenía a Elodie a salvo con él en la sala de


descanso de los mecánicos. Chesnik había vuelto varias veces, pero
nunca le permitía quedarse mucho tiempo. Sin embargo, eso no le había
impedido intentarlo. Al final, Gunner le permitió ver a su hija, pero sólo
por un tiempo.
Gunner la dejó durmiendo en su interior, ahora cómoda en un conjunto
de mantas de lana, mientras regresaba a los pasillos principales hacia el
calabozo donde los demás ya estaban libres. El familiar olor acre de los
prisioneros fue sustituyendo al óxido amargo y a la humedad del vapor
que salía de las máquinas.
Pero cada paso que se alejaba de Ely era cada vez más difícil, como si
hubiera una soga alrededor de su cuello -o de su corazón- y ella se
aferrara al otro extremo.
Gunner atravesó el pestillo y hombres conocidos -ahora equipados con
pistolas- se apostaron al otro lado.
Cerró la puerta y atrancó el mecanismo de cierre. Nadie iba a entrar y
salir sin su conocimiento.
—¿Alguna novedad? —Se acercó al primero.
—Aparte del brusco salto de curvatura al que la mayoría sobrevivimos
milagrosamente, no hay muchas noticias. Estamos encerrados aquí en la
parte inferior. Los piratas han bloqueado el ascensor del segundo y
probablemente el del tercer nivel. Cada hombre vivo que hemos
enviado arriba ha vuelto a nosotros como un cadáver acribillado.
—¿Cuántas bajas?
—Un hombre se rompió el cuello durante la curvatura. Creemos que
estaba dormido y no tuvo tiempo de agarrarse a algo. El resto —El
prisionero se encogió de hombros con cansancio—, muertos.
Quedamos catorce, pero varios se niegan a luchar y permanecen en el
calabozo como ganado asustado. Malditos cobardes. Esos idiotas creen
que todos moriremos a pesar de todo y que no tiene sentido intentar
luchar por la libertad. Quiero decir, ¡ni siquiera quieren luchar por
comida! ¿Pero cómo puedes culparlos? Supongo que el miedo absorbe
el alma de algunas personas.
Gunner asintió. Sabía lo que el miedo podía hacer mejor que nadie.
Mezclar el miedo con la incertidumbre y añadir una pizca de ansiedad
era el peor de los cócteles. El hecho de que Elodie pudiera dormir más
de una hora seguida le convertía en una bestia agradecida.
—¿Y tú? ¿Estás dispuesto a luchar cuando el hedor se vuelva espeso? —
preguntó curioso.
—¿Como si no lo estuviera haciendo ya? Lucharé. La libertad sabe bien,
aunque sea mentira. En cualquier caso, no voy a morir con el estómago
vacío o acobardado en la oscuridad si se llega a eso. Moriré de pie antes
que de rodillas.
Gunner agarró el hombro del hombre.
—Bien —Le dejó para encontrar a los demás.
No tardó mucho en encontrar a Chesnik. Estaba sentado detrás de
varias barricadas improvisadas cerca del ascensor. La mirada de Gunner
se dirigió hacia donde la puerta estaba atascada por una caja metálica.
Debajo de ella y esparcidos por el suelo había androides rotos y
manchas de sangre que terminaban sin cuerpos adheridos. Se frotó la
nuca. No había carroña con la que distraerse.
Su objetivo jugueteaba con una pistola, pero se detuvo cuando se
acercó.
—¿Noticias?
—¿Ely? —replicó Chesnik.
Gunner se acercó y bajó la voz.
—Está bien. Durmiendo, por si quieres saberlo, y curándose. Ahora está
en mejores condiciones que hace semanas. Probablemente años —Casi
llamaría nido a lo que había creado para ella, pero nadie estaba al tanto
de sus pensamientos.
—Vete a la mierda, Cyborg —Se mofó Chesnik.
—¿Por qué? —Le espetó despectivamente.
Chesnik le miró con odio.
—Tú sabes por qué.
—Tengo algunas sospechas....
—¡La estás utilizando!
Gunner soltó un fuerte rugido para amortiguar la explosión de su ira y al
segundo siguiente estaba al lado de Chesnik, susurrando:
—Elodie es una mujer. Una adulta, debo añadir. Puede tomar sus
propias decisiones y me eligió a mí.
Chesnik rió con desprecio.
—Bajo coacción. ¿Qué crees que es esta situación? Podríamos morir en
cualquier momento, o podríamos ser invadidos y convertidos en
esclavos. Ninguna de las dos opciones es reconfortante. Ninguna de sus
opciones, ni las de nadie, son buenas.
Las placas de su mandíbula exigían moverse para revelar su chacal con
su perfil tenebroso. No había nadie en el universo que le hablara así sin
miedo a la muerte, una muerte que daría con gusto. Excepto Chesnik, al
parecer. El hombre sabía que era intocable, por Elodie y el trato que
tenían entre ellos.
Gunner entrecerró los ojos y se fijó en el padre de su compañera.
Quizá sepa lo que realmente quiero. Tiene miedo de que se la arrebate.
Chasqueó la lengua y la sangre que calentaba sus venas se enfrió a la
fuerza. Debería tenerlo.
—Tienes poca fe en tu hija —Su voz se resonó oscura y baja en el oído
del hombre— ¿Te ha seguido toda su vida por amor? ¿Tal vez?
¿Confianza equivocada? Si alguien está mal de la puta cabeza, eres tú.
¿De verdad crees que la estoy coaccionando? —Su risa era forzada y
silenciosa—. Soy yo el cabrón que se doblega a su voluntad. Por una vez,
tu hija tiene un poco de control sobre su vida. Déjala que lo tenga —
Gunner se limpió la boca con el dorso de la mano y dio medio paso atrás.
—Entonces, ¿cuál es su voluntad? Y no me sueltes que eres tú con la
esperanza de que me lo crea. Tus palabras pueden ser bonitas, pero la
conozco mejor que nadie.
—Salvarte a ti —espetó Gunner y le hizo un gesto con la mano—. Y
salvar a los demás. Más o menos hacer lo posible para asegurarme de
que vivís, de que no llegáis a los anillos de esclavos o a los puestos de
carne, y para sacaros de esta nave.
Hubo un momento de silencio mientras Chesnik se mantenía firme y le
miraba a los ojos.
—Suena como ella —dijo finalmente—. Lo único que yo no pude
sacarle de la cabeza, incluso después de todos estos años, fue pensar en
los demás —Chesnik suspiró—. En eso se parece mucho a su madre —
Su voz era melancólica antes de endurecerse de nuevo— ¿A qué te
dedicabas, Cyborg? Sé que la estás utilizando...
—No la estoy utilizando.
—Usándola. Pero el precio de un Cyborg va mucho más allá. Nadie
puede permitírselo. Nadie como ella, o como yo, o cualquier otra
persona en esta nave, excepto tal vez el capitán. Por lo general, sólo los
gobiernos de los planetas pueden contratar a un Cyborg, e incluso
entonces es complicado. ¿Qué le estás quitando a mi hija?
Todo.
Iba a quitarle todo lo que pudiera, todo lo que ella le permitiera.
Empezó con su voz y un trato por su compañía, había tomado su
nombre y luego le había robado sus caricias y sus besos. Elodie le dio su
cuerpo y él le dio una ventana a su cabeza, a la que ella miró sin
inmutarse.
Yo le entregaría mi alma. Gunner se llevó las manos a los costados
cuando el pensamiento le provocó un shock adormecedor.
Si ella la tomaba, él se la daría. Ella la mantendría a salvo y, a cambio, él
la protegería de los horrores del universo y de los pensamientos
desesperados del infierno, porque la soledad era el infierno. Y ambos
habían estado tan solos durante tanto tiempo.
Su todo y mi todo son diferentes. La idea no le hizo sentirse bien y, por
primera vez desde que tenía memoria, la bilis le subió a la garganta.
—Pregúntaselo tú mismo —gruñó.
Chesnik siguió hablando como si no supiera que Gunner estaba a punto
de perder la cabeza.
—Lo haría si me dejaras hablar con ella a solas.
—No. Joder. De ninguna maldita manera —De ninguna manera iba a
dejar que Chesnik volviera a meterse en su cabeza. No si podía
evitarlo—. Si estás tan empeñado en salvarla de mí y de las decisiones
que tomó, ahora no estoy con ella. No te detendré. Trata de llegar a ella
—Gunner ladeó la cabeza en dirección a la puerta atascada.
Una vena parecía a punto de saltar sobre el ceño de Chesnik. Las
arrugas alrededor de sus ojos se hacían más profundas a cada segundo.
—Tú y yo sabemos que no llegaría muy lejos —Le acusó.
Gunner retrocedió otro paso, liberando aún más el camino del hombre.
Le temblaba la mandíbula.
—¿Ni siquiera lo intentarás?
—No.
Una vez más la ira hirvió a fuego lento la sangre de Gunner.
—No confías en mí. Ni en ella. Y ni siquiera lo intentas...
—Sé que está a salvo.
Gunner resopló con sorna.
—De todos menos de mí. La próxima vez que la veas, porque habrá una
próxima vez, díselo. Te reto.
La enemistad entre ellos era palpable pero efímera. Un golpeteo junto a
Gunner le hizo volverse. La puerta del ascensor sacudió la caja al
intentar cerrarse. Luego se deslizó hacia el panel antes de volver a
intentarlo con otro golpe. Seguía traqueteando cuando Chesnik rompió
el silencio a su lado.
—No estás cumpliendo bien tu parte del trato. Eso se lo diré yo.
Algunos de nosotros morimos mientras tú te refugiabas y la utilizabas.
El hombre realmente deseaba morir. Se preguntaba si era para castigar a
su hija por elegirle a él antes que a su propio padre. Era una razón más
para no herir o matar al hombre. Gunner no iba a darle a Chesnik la
satisfacción.
—¿Te refieres a los hombres del calabozo, a los que dejaste morir antes?
—espetó Gunner—. No puedo controlar a la gente como a las máquinas.
Si hacen que los maten porque creen que saben más que yo, entonces
son idiotas a los que, para empezar, no podía salvar.
—¿Por qué esperar hasta ahora?
—Para dar a la tripulación de arriba un poco de tiempo para reflexionar,
y para llegar a un plan que no se aceleró por el calor de la batalla. Para
dejar que el malestar se congele y solidifique y para dar a todos aquí
abajo la oportunidad de reagruparse, comer y curarse. Estoy tratando
de dar a todos la mejor oportunidad posible para sobrevivir. Ya no
estamos en Andrómeda, lo que significa que tienen un destino en
mente y uno por el que siento mucha curiosidad. El capitán no
necesitaba hacer un viaje de curvatura si todavía nos dirigíamos a Elyria,
pero lo hizo. Entonces, ¿qué significa eso?
—¿No lo entiendo? ¿Por qué no crees que ya no nos dirigimos a Elyria?
Podría hacer curvatura y quedarse en la misma galaxia, incluso en el
mismo sistema solar.
Gunner se frotó los labios y se apartó del ascensor para volver a mirar a
Chesnik.
—Porque ahí era donde nos dirigíamos al principio. La curvatura es una
pérdida de energía, hacerlo para llegar a un lugar cercano un poco más
rápido no se hace a la ligera. Sé algo sobre puntos de encuentro y
entregas y Elyria está plagada de ellos. El tiempo es importante. O lo ha
acelerado... o lo ha abandonado por completo, cualquiera de las dos
cosas destruiría su reputación en el sistema. Un hombre que no puede
cumplir es un hombre al que no vale la pena permitirle vivir. Si no nos
dirigimos allí, significa que algo ha cambiado. Ya sea con la tripulación o
con el capitán, algo cambió. ¿Qué es ese cambio? No lo sé, pero creo
que es hora de que lo averigüemos.

***

La energía recorrió a Gunner mientras volvía hacia Elodie. Sólo la había


dejado una hora, pero a él le había parecido una eternidad. Su mano se
posó en su pecho, sobre su corazón, que latía con fuerza bajo su pulgar
aún en proceso de curación. Se dio cuenta de que era la primera vez que
le prestaba atención.
Las máquinas sonaban por todas partes, la energía y el poder las
alimentaban, lo alimentaban a él. Aunque sus planes ya estaban en
marcha, el órgano bajo su palma tamborileaba sin cesar.
Gunner encontró a su compañera durmiendo en la habitación trasera,
en su nido, justo donde la había dejado. Elodie estaba sumida en el
sueño cuando él se arrodilló a su lado. Su señal de socorro improvisada
estaba a su lado.
Aún no se sabía si podría repararse o no, pero él estaba impresionado
por su tenacidad. Sus dedos seguían aferrándola a su costado, como si
trabajara en ella mientras dormía, y cuando él mismo tocó el metal de su
artilugio pudo sentir cómo las piezas se desplazaban bajo las yemas de
sus dedos.
Pronto lo tendrá funcionando. Podía ayudarla a repararlo, lo sabía, pero
no se le daba bien reconstruir máquinas porque carecía de paciencia. Su
lavabo convertido en cervecería era una prueba de ello. Era una
pesadilla steampunk en forma de cuarto de baño.
Gunner le apartó el pelo de la cara. Quería despertarla, pero ahora no
podía. Elodie era toda suya cuando dormía. Estaba contenta. En paz.
Los párpados de Elodie aleteaban. Soñaba. Gunner se tumbó
tranquilamente a su lado y le acarició la sien con los dedos.
Sucio. Ahora sólo uno de los dos está sucio. Su mano se detuvo.
¿Por qué esperar hasta ahora? La pregunta de Chesnik se repetía. Tenía
muchas respuestas para responderla, dependiendo de quién le
preguntara, pero la verdadera respuesta le atormentaba.
Quiero que se enamore de mí antes de que tenga la oportunidad de
marcharse.
Soy un maldito bastardo egoísta.
Lo único que quería era aprovechar el tiempo que le quedaba para sus
propios deseos. No le importaban los demás, ni el capitán, ni el
carguero, y en cualquier momento podría marcharse.
Ahora mismo, podía prender fuego a la nave y escapar. Podía irse en
una cápsula de escape y ponerse en contacto con el DEPT y dejar que la
punta del pulgar que seguía enterrada en esta nave le sirviera de
rastreador para encontrarla más tarde y reunirse con Stryker.
Podía dejar su única pista sobre el paradero de su propia nave, pero si lo
hacía, Elodie, Chesnik y los demás saldrían heridos. Aunque podría
llevarlos él mismo a las cápsulas de escape, tendría que separarse de
Elodie. No podía atar su cápsula de escape a la de ella. Y si ella se
lastimaba...
Si su cápsula de escape funcionaba mal...
Gunner le pasó el dedo índice por la oreja, pasando por la frente y el
puente de la nariz. Trazó el contorno de su cara en un esfuerzo por
memorizar cada detalle. No podía arriesgarse. Los chacales se emparejan
de por vida.
—No me dejes —susurró. Ella murmuró y le dio un manotazo. Gunner
se acercó hasta que el aliento de ella le abanicó la cara.
Enamórate de mí, Elodie.
Deja que me quede contigo.
Capítulo 18

Los ojos grises y vidriosos de Gunner, espectrales y muertos


aparecieron ante ella. Se sobresaltó, no lo esperaba tan cerca.
—Ugh —Elodie se frotó la cara— ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
—Un par de horas.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Tanto tiempo? —No recordaba la última vez que había dormido
tanto tiempo. Aun así, sintió la tentación de volver a dormirse. Saber
que Gunner la vigilaba la hacía sentirse lo bastante segura como para
descansar en paz, sin miedo. Se humedeció los labios secos— ¿Por qué
no me despertaste?
—Necesitabas descansar.
—Necesito... —Gunner la agarró cuando intentaba ponerse en pie y
presionó su espalda contra el suelo. Tiró de la manta sobre ellos. Elodie
tragó saliva, pero no se resistió; en realidad, no quería hacerlo. Su calor
reconfortante la envolvió y, con la misma rapidez con la que se había
despertado, ahora le costaba respirar.
—¿Necesitas? —La miró a los ojos.
Arrugó las facciones y apretó las manos contra su pecho.
—Esto no —susurró.
—Esto —Su voz era una suave pluma mientras recorría su rostro—, es
descansar, curarse, recuperarse y prepararse para el siguiente
movimiento. Esto es exactamente lo que necesitas. Es lo que yo
necesito.
—Pero la espera —Tragó saliva de nuevo—, me está matando.
—¿En serio? —Sonrió satisfecho.
Elodie empujó. No cedió. Gunner era como un muro impenetrable. Era
una pared impenetrable. Incluso las balas se detenían en seco al chocar
contra su armazón interno. Había visto las balas de metal destrozadas
en el suelo.
—Deja de hacer preguntas que odio responder. Contigo no hay
respuestas.
Su sonrisa se ensanchó.
El calor era sofocante.
No quería que la dejara marchar. Su reflejo era claro en sus ojos fieros y
ella se miraba a través de él. A Elodie le gustaba ser lo único que él veía.
Y él la veía de verdad, la verdadera ella, el yo que nunca antes había
mostrado a nadie. Lo había hecho desde el principio. Quería creer que
ella llenaba su espacio tanto como él llenaba el suyo.
Gunner se dejó caer sobre los codos y se acercó, arrimándose. Su
sonrisa burlona se fundió en una línea tensa e ilegible. Estaba atrapada y
eso la emocionaba.
Porque él la atrapaba, la cautivaba, y ella estaba dispuesta. Sigo siendo
lo único que ve. Su pecho se apretó contra el de ella. Elodie le clavó las
uñas en la piel, tanteando el terreno pero sin apartarlo.
—No te desperté porque me gusta verte dormir —Sus labios rozaron
los suyos. Su respiración le hizo dar un vuelco al estómago.
—No debería agradarme, pero me gusta... ¿Has dormido?
Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—No —Le dijo—. No quería perder el tiempo.
Frunció el ceño.
—¿Perder el tiempo? ¿Los cyborgs no viven para siempre? ¿Envejecen
acaso? En cualquier caso, es probable que tengas una eternidad de
momentos que desperdiciar.
—No contigo.
Sus palabras la hicieron detenerse.
La pillaron desprevenida. No le gustaba la idea de que tuvieran
momentos que pudieran desperdiciarse, lo que significaba que algún día
podrían quedarse sin momentos por completo.
Le hizo querer aferrarse a este segundo tanto como pudiera. Como
aparentemente él estaba intentando hacer. Con tristeza y nostalgia. La
revelación no fue agradable.
Miró su cara, memorizándola.
Su nariz chocó con la suya, entrañablemente, y ella cerró los ojos. Sus
manos se soltaron de sus hombros y se hundieron en su pelo
alborotado. Le vinieron a la mente miles de pensamientos irracionales,
pero no consiguió abrir la boca ni encontrar el valor para expresarlos. En
lugar de eso, tiró de él para acercarlo y pegó sus labios a los de él,
eligiendo permanecer encerrada tras las paredes de sus párpados.
Gunner le desgarró el corazón cuando le acarició hasta abrirle la boca e
intensificó el beso. Una silenciosa, sutil y extraña desesperación crecía
entre ellos. Elodie se encogió y luchó por respirar, pero sólo consiguió
ahogarse aún más. Sus sentidos se inundaron de él: el sudor dulce y
embriagador, el almizcle cargado de adrenalina y el retumbar metálico
de su voz.
La mano de él agarró el borde de sus pantalones y se los bajó por las
piernas. Se desenredó de ellos apresurada por acortarr la distancia. Para
sentir su piel sobre la suya. Sus muslos se rasparon con la fricción
cuando él tiró de los suyos hacia abajo y, con la manta aún cubriéndolos,
ocultándolos a la vista, Gunner la colocó boca abajo y presionó su peso
contra su espalda.
Elodie pasó sus brazos por debajo de su pecho y se apoyó en ellos
mientras con sus manos se cubría la cara. Los brazos de Gunner
aparecieron a ambos lados de su cabeza.
Se quedó en silencio mientras la cabeza de su miembro se introducía
entre sus pliegues cerrados y buscaba la entrada. Ella levantó el culo
todo lo que él le permitió para acortar la distancia.
El proceso fue dolorosamente lento, desgarrador para su corazón al
tiempo que le llenaba el vientre de mariposas.
Gunner encontró su entrada, introdujo su gruesa punta y volvió a
sacarla. Elodie se estremeció a pesar de que su esencia le rozaba la piel,
pero él se lo tomó con calma y ella descansó hasta la sumisión.
El delicioso olor de su semen pronto se unió a la excitación de ella para
lubricar su camino. Era embriagador, como una droga que se deslizaba
sobre ella, era presa del hombre que la protegía. El aroma del sexo los
envolvía.
La boca de Gunner acarició su cuello, pasando por su nuca hasta llegar a
sus hombros. Ella apoyó más la cara en las manos y ahogó sus gemidos
cuando él la penetró más profundamente. Los ojos se le llenaron de
lágrimas por el repentino estiramiento.
Elodie rompió el silencio susurrando su nombre.
El pelo de Gunner le caía por la mejilla mientras acercaba su boca a la de
ella y susurraba su nombre. Empujó hacia abajo hasta que sus cuerpos
se pegaron. Encerrados juntos. Oh. Se quitó el sudor de las pestañas.
Entonces él empezó a moverse.
Cada una de las veces anteriores había sido un reclamo a su manera.
Esta vez era diferente: una marca. Se grabó a fuego en sus
pensamientos mientras tomaba su cuerpo, y cuando las piernas de ella
se separaron lo suficiente para que él pudiera introducirse por completo
en su interior, comenzaron a moverse al unísono.
El silencio que los había rodeado se desvaneció en el frenesí de sus
cuerpos. Elodie jadeó cuando Gunner aumentó el ritmo, empujando
cada vez con más fuerza. Sus rostros seguían pegados y sus bocas
compartían el húmedo aire. Gunner se balanceó dentro de ella, separó
más las piernas y la empujó contra el suelo, golpeándole la espalda con
el pecho.
Gunner deslizó la palma de la mano bajo la frente de ella,
amortiguándola de su implacable embestida contra su cuerpo.
Un gruñido gutural y una brutal embestida hicieron que ella alzara el
brazo para agarrarle la mano. Gunner pasó el otro brazo por debajo del
pecho de ella y se estremeció violentamente alcanzando el clímax,
mientras la estrechaba contra su pecho.
La semilla caliente llenó su coño y se derramó para aliviar la fricción
donde sus piernas se enredaban, frotaban y golpeaban. Ella esbozó una
sonrisa enloquecida mientras él se agitaba y se estremecía, preso de la
súbita e inesperada liberación. Gunner había perdido el control con ella
y le gustaba, y más aún porque él tenía al mismo tiempo el dominio
absoluto sobre ella.
—¡Joder! —Su mejilla se separó de la de ella mientras apoyaba la frente
en su nuca— ¡Joder! —volvió a gruñir con otra embestida, apretándole
el culo con más fuerza con la pelvis.
Se le escapó una carcajada. Elodie ni siquiera intentó ocultarlo. Siguió
riéndose mientras él la soltaba para desplomarse sobre la cama.
—¿Cómo voy a conservarte si ni siquiera puedo controlarme? —
carraspeó Gunner—. Te debo al menos media hora por eso.
Su coño se apretó. Le dio otro rápido y brutal empujón.
—No puedo creer que vaya a decir esto —Se rió y jadeó—. Pero eres...
—Se quedó sin palabras mientras él seguía clavándole su miembro—,
adorable.
La volteó sobre su espalda y unos perversos ojos rojos llenaron su visión.
Mi reflejo. La alegría sustituyó a la desesperación y ella rodeó sus
caderas con las piernas, deslizando de nuevo su grueso miembro dentro
de ella.
—Elodie, no soy adorable.
—Lo eres. Ahora mismo, lo eres.
La cara de Gunner se torció diabólicamente.
—¿Tengo que demostrártelo?
Sí. No. Sí.
—No creo que eso sea posible ya —Se burló.
Gunner aplastó su boca contra la de ella, tirando de ella. Su boca mordió
y recorrió el cuerpo de ella, rozando con los dientes las largas y sutiles
curvas de su cuerpo. Apretó su rostro entre las piernas temblorosas de
ella, y lo que sintió entre ellas no fue del todo humano. Él no estaba
jugando limpio, transformando su rostro en el aterrador semblante que
llevaba cuando la encontró en esta habitación. Elodie se negó a bajar la
mirada y darle esa satisfacción. Él torturó su obstinación con orgasmos.
Cuando el tercero se apoderó de su cuerpo, Elodie empezó a pensar
que a Gunner le gustaba ensañarse con su coño y disfrutaba teniendo su
cara entre las piernas.
Una emoción la recorrió. Lo estaba marcando a su manera.
***

Contempló cómo Gunner comprobaba sus armas y se las colocaba en


las correas que le cruzaban el pecho y los hombros. Al parecer,
necesitaba recargarse. Le costaba admitirlo, y al principio ella estaba
confusa, pero cuando su cuerpo se curó ante sus ojos y su aura
oscurecida volvió a la normalidad, lo comprendió.
Incluso un Cyborg tenía sus límites. El sexo no era uno de ellos.
Sus reservas habían aumentado cada día que habían pasado en la sala
de descanso. Gunner se había marchado en varias ocasiones, pero se
había negado a que ella le acompañara. Le habría importado si no
hubiera estado trabajando tanto en la construcción de la baliza de radio.
Y la había arreglado, a pesar de las adversidades, al menos en cierto
modo. Estaba cargada y se encendía al encenderla, pero la conexión
que esperaba que se produjera al instante no se había producido.
Elodie lo configuró para que pasara por las frecuencias más utilizadas y
supuso que le avisaría si establecía una conexión. Aún tenía que
conectarlo. Le pediría su opinión a Gunner cuando terminara de...
armarse.
Su clítoris seguía palpitando, incluso horas después de su último
orgasmo, debido a las continuas sesiones de sexo. Verlo vestirse no
ayudaba en absoluto. Le daban ganas de volver a fundirse con él y
pedirle otra sesión de sexo. Elodie entrelazó los dedos y apretó las
piernas en un esfuerzo por evitar que su cuerpo volviera a desear las
cosas equivocadas en el momento equivocado. Siempre puede olerlo.
Sabía que eso traería problemas.
Ya basta. Elodie apartó los ojos, se recolocó el sujetador deportivo de
doble banda y huyó al baño. De todos modos, ya era hora de ocultar su
feminidad. La presión del disfraz regresó cuando se colocó el sujetador
en su sitio.
Gunner apareció en la puerta, apoyando el hombro en el marco,
mientras ella se ponía un uniforme limpio que él le había preparado.
—Pareces un chico.
Se encogió.
—Ojalá no lo pareciera.
—¿Por qué? ¿No es eso lo que quieres?
—Sólo porque tengo que hacerlo. Ya estoy harta de todo. La fachada.
Del juego que no tiene fin. Ganarlo es imposible y ganar no es algo que
haya querido hacer en serio.
Tampoco quería que Gunner siguiera viéndola como un hombre, pero
nunca lo admitiría en voz alta.
Ladeó la cabeza.
—Entonces, ¿por qué lo haces? Ya sabes, aparte de la razón obvia.
—Tú ya sabes esa respuesta.
—Chesnik. Familia —suspiró—. Aunque sigo sin tener ni puta idea de
por qué. ¿Le seguirías a cualquier parte? ¿Hasta los confines del universo
oscuro? ¿Al infierno? —Su voz empezó a enfadarse y ella no supo por
qué.
—Sí. No. Quizá —Elodie frunció el ceño—. Ya no lo sé. Una vez le
hubiera seguido a cualquier parte. Es mi padre y era todo lo que conocía,
pero ahora... no estoy tan segura —respondió con sinceridad.
—¿Pero lo considerarías?
¿Lo haría?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque le quiero. Es lo único que he podido amar y es mi padre.
Siempre me ha asustado la idea de perder ese amor. Quiero decir, ¿qué
más hay sin él? —Elodie bajó la voz a su pesar, ya metiéndose en su
disfraz, aunque involuntariamente— ¿Qué sentido tiene vivir si nunca
vives de verdad? Perderlo en el calabozo fue una de las peores
experiencias de mi vida. No creo que los humanos estén hechos para
estar solos.
—¿Morirías por él?
—¡Por supuesto que lo haría! Es mi padre —¿Cuántas veces tendría que
decirlo?—. Pero sé que nunca tendría que hacerlo. Nunca me lo
permitiría y él también moriría por mí —Hablar de amor la incomodaba.
Especialmente con él— ¿No morirías por tu familia?
—No tengo familia. Así que no podría responder a eso. Además, morir
no es algo que un Cyborg pueda hacer fácilmente.
Le miró a los ojos en el espejo.
—¿No tienes familia? ¿Y los demás Cyborgs? ¿No los considerarías familia?
Negó con la cabeza.
—No estés tan desanimada. Estamos hechos así por una razón y,
aunque esa razón ya no exista, tenemos libertad y poder en lugar de
familia. Nos tenemos los unos a los otro, es cierto, pero nunca
consideraría al resto mi familia —Se echó a reír—. Los Cyborgs no
soportamos estar juntos durante mucho tiempo. Nos repelemos de
forma innata.
—¿Ah, sí?
—Personalidades fuertes.
Hmph.
—Puedo verlo.
—Tal vez sea nuestra tecnología. Si juntas suficientes ‘Cyborgs’
calentamos una habitación como una sauna situada en la superficie de
una estrella, y eso antes de empezar a pelear —añadió riendo—. En
cualquier caso, nos repelemos.
—¿No te molesta? —Se preguntó cómo sería su vida si no tuviera a su
padre, las decisiones que habría tomado. El poder y la libertad estarían
bien— ¿Te gusta estar solo?
Gunner no contestó inmediatamente. Observó su rostro en el espejo
mientras una expresión ilegible le quitaba la sonrisa que arqueaba sus
labios.
De repente se arrepintió de haber preguntado y estaba a punto de
disculparse cuando él habló.
—Es una pregunta difícil de responder.
—No tienes por qué contestarla.
Sacudió la cabeza.
—Lo haré. Es difícil de explicar.
¿Se quedó sin palabras? Arrugó el ceño.
—Fui creado hace medio siglo como un ser humano plenamente
desarrollado y funcional —Gunner volvió a hacer una pausa—. La
familia y la soledad significan cosas distintas para mí que para ti. Cuando
abrí los ojos por primera vez sabía exactamente qué era y quién era.
Nací con todos los conocimientos que necesitaba para existir en esta
realidad. La máquina era natural. Lo humano era natural —Se encogió
de hombros—. El chacal no tanto.
¿El chacal? Abrió la boca, pero él siguió hablando antes de que ella
pudiera preguntar.
—No todo el mundo sabe que cada Cyborg se construye de forma
diferente, con fines distintos. La tecnología puede hacer muchas cosas,
pero sólo algunas caben en el espacio de un cuerpo diseñado como el
de un ser humano en buena forma física. Lo que es comúnmente
conocido es que todos estamos diseñados con fuerza -algunos más que
otros- y el poder de introducirse en la red y drenar energía. Todos
tenemos velocidad. Todos tenemos memorias perfectas que funcionan
como unidades de almacenamiento y un disco duro con espacio
prácticamente infinito. Ésa es la máquina que llevamos dentro, y las
máquinas no necesitan familia ni se sienten solas. El problema es que no
todos estamos gobernados por la máquina, y con independencia de la
tecnología que nos den al nacer, seguimos teniendo conciencia y
seguimos teniendo emociones. Así que tu pregunta es difícil de
responder —Se apartó de la pared—. Cada Cyborg creado tiene una
función diferente y un poder diferente almacenado en su interior.
Algunos lo llaman control y equilibrio. Yo lo llamo intuición.
—¿Pero chacal? —Seguía pensando en el chacal.
—Deja que te lo explique —Dio un paso hacia ella—. En el momento en
que desperté, supe que había algo diferente en mí. Tenía todos estos
conocimientos y sabía que había otros cyborgs -como yo- despertando
en depósitos separados por toda la instalación cibernética. Mis
primeros recuerdos eran que me sentía mal. Sabía, por instinto, que los
Cyborgs no se despertaban sintiéndose así, pero allí estaba yo, recién
creado, y sintiéndome anormal. Había una tercera parte en mí, una
parte animal, que estaba de acuerdo con mi enfermedad. Acababa de
experimentar la vida y, sin embargo, sentía afinidad por la muerte.
En aquellos primeros minutos de despertar registré mi abrupta
obsesión como una calibración que funcionaba mal, tal vez un código
fuera de lugar, pero cuanto más aprendía de mi configuración y de los
demás que me rodeaban, rápidamente me daba cuenta de que la
enfermedad que sentía no era un error en absoluto. Estaba en mi mente.
Esa parte diferente de mí, la que me hacía único en comparación con
todos los demás Cyborgs, también me hacía impredecible. Algunas
bestias son dóciles, algunas bestias existen en perfecta armonía con su
entorno. Esas bestias no son chacales. Todos fuimos codificados para
ganar una guerra y la guerra significaba muerte, mucha muerte. Pero en
esos primeros años de mi vida, no sólo estaba lleno de sed de sangre
como mis hermanos. Estaba hambriento hasta el borde, y era voraz. Me
sentía como en casa entre los cadáveres. Los malditos doctores
mezclaron a un carroñero centrado en la manada con una máquina y
enviaron a su creación a la guerra.
Elodie endureció su columna vertebral y se mantuvo firme.
—¿Lo hiciste?
—¿Hice qué?
—¿Comer... carroña?
—Nunca.
Gunner se colocó a su espalda. Sus dedos se agarraron al borde del
lavabo con los nudillos blancos. Sentía alivio, pero también curiosidad.
—¿Pero tú querías?
Sus ojos parpadearon enrojecidos.
—Sí. El problema con un híbrido chacal-máquina-humano es que el
chacal cree que es una gran idea y la máquina ve una abundante fuente
de energía madura para el saqueo, pero el hombre... —Gunner hizo una
pausa—, el hombre está horrorizado. Horrorizado y superado en
número —Apretó una mano en su espalda baja—. Tengo más control
sobre mí mismo que eso, Ely, así que no pongas esa cara —Su palma
estaba caliente contra su columna vertebral—. Nunca me comí un
cadáver, pero tampoco soy infalible. No lo hice por maldito rencor. Los
que me obligaron sabían lo que hacían y quizá fuera una prueba
divertida para ellos, para ver hasta dónde pueden empujarnos antes de
que perdamos el control. No iba a darles esa satisfacción.
Gunner le pasó la mano por el cuerpo hasta sujetarle la nuca.
—No. Hice lo mismo que tú. Me escondí a plena vista y fingí normalidad.
Y aunque estuve rodeado de cadáveres -constantemente- durante años,
enterré esa tercera parte de mí hasta que fue como si nunca hubiera
existido. Porque soy un cabrón rencoroso que no quería que ganaran.
Probablemente fue mi mayor error.
Los ojos de Gunner se volvieron rojo oscuro y vidriosos como si
estuviera mirando al pasado. A algo que nunca vería de verdad. Cuando
no continuó, Elodie preguntó:
—¿Por qué fue un error? —Miró su traje de camuflaje y se preguntó si
ella misma estaría cometiendo uno.
—Me corrompí.
—¿Cómo?
—Borré algunos códigos que no debía —Apartó una de sus manos del
fregadero para cogerla entre las suyas—. Buscaba las partes de mí
mismo que daban el control al chacal, pero acabé reconfigurando mis
ajustes básicos en su lugar. Hacerlo equivale a suicidarse —Gunner se
encogió de hombros—. Pero en aquel momento estaba harto de
sentirme como en casa entre los muertos. Y ni siquiera soy una maldita
araña. Ni un murciélago. Conozco a un tipo que descansa
obsesivamente boca abajo. Obsesivamente. ¿Te lo imaginas? —Soltó
una risa macabra.
La confusión seguía apoderándose de ella.
—¿Funcionó? ¿Qué pasó después de que estropearas los códigos?
—Funcionó. Cuando ocurrió, yo era comandante de una estación de
combate y, de repente, me quedé sin ganas de luchar en una guerra que
no era mía. Los Cyborgs no quieren nada más que matar Trentians.
Acabar incluso con uno de esos bastardos alienígenas nos da un
subidón mejor que cualquier posible combinación de narcóticos. Los
científicos pensaron que el refuerzo pavloviano de nuestros deseos
básicos codificados era un buen sistema de seguridad. Sin darme cuenta,
desactivé esa parte de mi cerebro. Tenía docenas de naves en mi flota,
todas diseñadas para la guerra de guerrillas y las batallas en los planetas.
Me levanté, salí del puente, secuestré uno de los voladores y deserté. La
conmoción que provoqué hizo cundir el pánico entre los peces gordos
al mando. Mi abandono me condenó al exilio eterno.
Se hizo el silencio entre ellos.
No se había dado cuenta de lo poco que sabía del peligroso hombre que
tenía a sus espaldas hasta ese momento. Y tenía razón, la soledad y la
familia significaban cosas muy distintas para ellos. Por si fuera poco, la
guerra había terminado cuando uno de los Cyborgs derribó sin ayuda
una nave colonia trentiana, unos cuarenta y cinco años antes.
Todo el mundo lo aprendía de niño, pero eso tenía que significar que
Gunner llevaba ya casi medio siglo solo.
Quiso darse la vuelta y abrazarlo, hundir la cara en su pecho y aspirar su
fuerte olor, pero eso significaba que tendría que dejar de mirarlo,
aunque sólo fuera un segundo. Se miraron en silencio hasta que la
distancia que sus palabras habían creado al principio se fue reduciendo
poco a poco.
Hasta que desaparecieron por completo y volvieron a estar los dos
solos.
En una situación sombría.
Solos.
Gunner levantó unas tijeras que había dejado antes junto al lavabo y se
las acercó al pelo. Las hizo girar con los dedos y ella se quedó paralizada.
—¿Te arrepientes? —Le preguntó finalmente ella.
—No.
—¿Por qué?
Una pequeña sonrisa le torció la comisura del labio.
—Porque desde entonces ni siquiera han intentado crear otro Cyborg
como yo, al menos uno que prefiriera a los muertos antes que a los
vivos.
—¿Entonces ya no te escondes?
—Ya no. Perderme fue un golpe costoso -Dios, me encanta cuánto
dinero valgo- y un contratiempo. Creó algunos conflictos políticos, pero
a la larga fue lo mejor. Los que llegaron al poder tras el fin de la guerra
tuvieron en cuenta que no se podía controlar a los Cyborgs para
siempre. Si querían nuestra ayuda continua y que nunca nos
volviéramos contra ellos, tendríamos que ser tan libres como cualquier
hombre nacido de la naturaleza.
—¿Y tu exilio?
—No se me permite entrar en el espacio aéreo comercial ni en las
colonias controladas por los terrícolas sin una autorización notarial
previa del jefe del DEPT y del almirante de la flota que controla la región
que visito. No se me permite entrar en ningún puerto estelar o estación
de paso que esté bajo control total del gobierno bajo pena de
encarcelamiento. Mi contacto con el mundo civilizado debe ser mínimo
—dijo Gunner mientras tomaba los mechones más largos de su pelo
entre los dedos y empezaba a cortarlos.
—¿No te persiguió el gobierno cuando desertaste? ¿No intentaron
matarte o encerrarte? Incluso yo lo se, y la traición es uno de los
crímenes más graves que se pueden cometer. Deberías estar muerto.
—Poder y libertad —Sonrió satisfecho—. Elodie, todavía trabajo para
ellos.
Se quedó muda.
—¿En serio?
—Sí —Sus mechones caían suavemente sobre sus hombros en forma de
ondas mientras él le tiraba de la cabeza y le peinaba el cabello—. El
DEPT o División de Exploración Planetaria Terrestre. Una corporación
pseudo-privada bajo el paraguas del gobierno. Soy un recuperador para
ellos y el trabajo me viene bien. Pueden utilizarme y enviarme a los
confines del universo conocido para cazar y traer de vuelta lo que sea
que quieran estudiar. O hacer que desaparezca silenciosamente de la
existencia y, a cambio, me pagan lo suficiente para mantener mi nave y
tener un propósito.
—Pero después de todo lo que has pasado, ¿no quieres más? —No
estaba muy segura de la edad de Gunner, pero si había sido creado en la
misma época que el resto de los Cyborgs, al menos le doblaba la edad.
Querría más.
—¿Crees que merezco más?
—Sí, porque estás vivo y eres libre y pocos tienen las oportunidades que
tú tienes. Fuiste exiliado por la misma gente que te emplea, que te creó.
Pensaría que querrías más de la vida que vagar eternamente por los
confines del universo conocido y trabajar para ellos. ¿Por qué no huir?
—Ya lo intenté. Nada cambió.
Entrecerró los ojos.
—No lo entiendo. Podrías salir de la red, cambiar tu nombre y conseguir
nuevas mejoras. Podrías encontrar una nave nueva y llevarla tan lejos
que nadie volvería a encontrarte. Si estás por encima de la ley, ¿por qué
no irte? No te arrepentiste entonces, ¿qué tiene de diferente ahora?
Gunner dejó las tijeras y le revolvió el pelo.
—No quiero —volvió a decir y sonrió, girándola para que lo mirara—.
No me malinterpretes. Lo he pensado. Lo he intentado y todas las veces
me he echado atrás.
—¿Qué te detuvo?
—¿Qué me detuvo? No hay nada ahí fuera y eso también me asusta.
¿Qué más hay sin esto? —preguntó él, mirándola de repente
directamente de manera intensa.
Sus palabras de antes se le echaron en cara. Gunner la miró a los ojos,
implorante, y ella retrocedió un paso desconcertada. Los hilos que la
atraían hacia él se tensaron y envolvieron su corazón. Apoyó las manos
en el lavabo, a ambos lados de ella.
Va a besarme.
Se clavó las uñas en las palmas de las manos. Se inclinó y ella se inclinó
hacia atrás. Sus labios se separaron y las armas de sus mejillas
apuntaron a su hermosa boca en forma de arco.
Si me besa...
Pero sus labios nunca se encontraron con los de ella.
—Bueno, ¿estás lista? —Las palabras le pasaron por la frente y él dio un
paso atrás.
No estaba lista. Ya no lo estaba. Estaba abrumada.
—No —Se humedeció los labios contra el beso que él no le dio—. Pero
no importa —Elodie maniobró a su alrededor, huyendo y dejando atrás
el cuarto de baño. El valor que una vez tuvo había desaparecido—. Ya
no quiero estar aquí.
Su corazón se aceleró mientras recogía el resto de sus provisiones,
deteniéndose en la mesa para recoger su dispositivo y un trozo de
tubería que iba a utilizar como arma.
Cuando terminó, se dirigió a la puerta rota. Sus ojos observaron
brevemente la pared perforada, los restos de gel de la réplicadora de
comida que cubrían el suelo y el montón de mantas que había en un
rincón. Aquel lugar se había convertido en un santuario que siempre
recordaría... pero había llegado el momento de marcharse.
Gunner se quedó en silencio al borde de la habitación. Elodie se negó a
mirarle.
Una oleada de excitación la recorrió. Tenía el sabor de la libertad en la
punta de la lengua. Cuando por fin se acercó, tenía un aspecto sombrío
pero seguro de sí mismo y ella se preguntó en qué estaría pensando él.
Era hora de irse.
No dijo nada mientras agarraba el panel de la puerta y lo empujaba
contra la pared. Pesadas columnas de calor y humo, húmedas del vapor,
aparecieron sobre ellos cuando volvieron a aparecer las gigantescas
máquinas y, con ellas, los sonidos del metal que se movía.
Salieron juntos. Gunner tomó la delantera y su entusiasmo se esfumó al
verle alejarse de ella. Le corría el sudor por la frente mientras él
avanzaba con paso firme. Sabía que lo hacía por ella, pero eso no la
ayudaba. La distancia que los separaba era cada vez mayor. Eran muy
diferentes, pero ella se sentía unida a él, ahora más que nunca.
No quiero despedirme del único amigo verdadero que he hecho. La única
persona que me ve... Y cada sonoro paso adelante acercaba la inevitable
posibilidad.
Porque Elodie sabía que, una vez que salieran de este infierno, la vida
volvería, y con ella, sus diferencias tan reales.

***
Gunner vigilaba cada pisada a sus espaldas, escuchando cómo Ely seguía
el camino que él trazaba para ellos a través de las plataformas. Se sentía
como en casa entre las máquinas y, aunque quería darse la vuelta y
ayudarla, no lo hizo. Necesitaba que ella le siguiera por su propia
voluntad y no quería que pareciera débil ni que se sintiera incompetente
con su nueva obsesión por su bienestar. Apretó los dientes y siguió
adelante.
Ella estaba en su entorno, aunque fuera inseguro, pero saber eso no le
hacía más fácil no querer darse la vuelta y protegerla.
—Pronto nos reuniremos con los demás prisioneros, ¿estás preparada?
—preguntó en su lugar, aumentando la distancia que ella ya había
creado. No era idiota. Sabía por qué se había alejado.
También fue para que él no se diera la vuelta y la apretara contra su
costado.
—Sí.
—Bien.
¿Estaba él preparado? La pregunta le hizo burlarse mientras pasaban
por debajo de una barandilla, esquivaban una salida de vapor y
doblaban la esquina. Incluso ahora, con la barrera todavía entre ellos y
los demás, ya podía empezar a sentir las actividades de los prisioneros.
Se estaban preparando.
—Si te hieren... —Odiaba el silencio—, mueren. Si tú mueres, todos
mueren. Así que mantente a salvo.
Elodie hizo un murmullo.
—No estoy preocupada. Ya no.
Su mandíbula hizo un tic.
—Nos moveremos rápido —La puerta que los conducía al resto de la
nave apareció a la vista. Gunner se detuvo ante ella y se dio la vuelta—.
Es hora de cumplir mi parte del trato.
El sudor le goteaba por el nacimiento del pelo y se le enredaba en las
cejas. Quería inclinarse y lamérselo.
—¿Así que finalmente nos dirigimos a las cápsulas de escape? —Elodie
se levantó la manga de su cazadora y se secó el sudor.
Sus dedos se tensaron.
—No. No lo haremos.
—¿No lo haremos? —Ladeó la cabeza— ¿Qué vamos a hacer entonces?
—Vamos a tomar el control de la nave —contestó él, y su mente ya se
llenaba de imágenes de cómo irrumpir finalmente en el puente y
enfrentarse al capitán. La preocupación nubló los rasgos de Elodie y él
levantó la mano para acariciarle la nuca. Su pulso latía y él le pasó el
pulgar por encima, acariciándola.
—¿Todavía quieres que te devuelvan la nave que te robaron? ¿Es por tu
nave? —preguntó.
—No —Gunner sonrió suavemente. Era la verdad, darse cuenta no era
sorprendente—. Voy a llevarlos conmigo.
—¿Quién? ¿Y a dónde?
—Trabajo para el DEPT, Ely. Como dije antes, soy un recuperador. Un
cazador de monstruos. Y he encontrado unos putos monstruos que al
DEPT le encantaría tener —Se inclinó ligeramente hacia atrás y sonrió
satisfecho—. Ves, no soy un capullo tan egoísta. Aunque nos deberán
una fortuna por mi nave perdida —La comisura de su labio se torció. No
era exactamente una sonrisa, pero él la aceptaría.
—Nunca pensé que lo fueras. A menos que seas un capullo adorable —
Se rió Ella.
—Este Cyborg no, y a pesar de mis putos tatuajes, soy un empleado del
gobierno —refunfuñó. —No suena tan mal cuando lo digo, pero
después de todo esto, les diré que cambien mi título de especialista en
adquisiciones a héroe o no aceptaré más trabajos.
Elodie rió un poco más. El sonido era una adicción. Si continuaba, él
volvería a por más. Le apretó ligeramente la nuca.
—Siempre serás Gunner para mí —Su expresión se tornó
repentinamente seria. Sus ojos se desviaron de los de él hacia la
puerta—. Los demás no estarán de acuerdo, creo, y podría ser peligroso.
—Todo es peligroso. ¿Pero me seguirás? —Su otra mano le cogió la
barbilla.
Sus ojos volvieron a mirarle, pero parecían distantes y vidriosos, como si
toda emoción se hubiera filtrado y desvanecido en el éter. Gunner
conocía esa mirada, sabía lo lejana y escrutadora que podía ser, y se
preguntó si Elodie estaría, una vez más, retrocediendo hacia su interior
su lugar gris.
De repente, sus ojos se aclararon y asintió.
—Sí, te seguiré.
Era la respuesta que él quería y, sin embargo, de algún modo, no le
tranquilizaba.
Capítulo 19

Gunner abrió la puerta.


Varios hombres, entre ellos Chesnik, les esperaban al otro lado. Se
pusieron en pie y les miraron a él y a Ely. Elodie pasó a su lado antes de
que él pudiera detenerla. Por un momento, su cuerpo alto y musculoso
rozó el suyo, trayéndole vívidos recuerdos de los últimos días. Una
oleada de celos se apoderó de él cuando ella corrió al lado de su padre.
Se inquietó al ver el reencuentro, pero les siguió poco después,
metiéndose él mismo por la puerta. Gunner se contuvo de tirar de
Elodie hacia sus brazos y alejarla de su padre.
Era suya. Se lo había prometido todo. El chacal le instó a merodear y
acorralar a su presa, pero detuvo el impulso de su bestia antes de que
ascendiera al primer plano de sus pensamientos. Sabía que entre Ely y él
no se había llegado a ningún acuerdo.
Dejó caer la mano sobre el hombro de Elodie y se conformó con
imponerse a su reencuentro.
—Chesnik —dijo.
—Cyborg.
Si las miradas mataran, el hombre se ahogaría en el brillo rojo de sus iris.
Elodie se separó de su padre y dio un paso atrás. Mientras lo hacía, un
par de expresos se acercaron y miraron con curiosidad.
Sacó la baliza de socorro del bolsillo interior de la chaqueta.
—¿Has conseguido que funcione? —preguntó Chesnik.
—Las piezas están en su sitio y se enciende. Sólo necesita algo que la
impulse. Aún tenemos que conectarlo a la nave.
Uno de los prisioneros se acercó.
—¿Qué es? —preguntó.
Elodie contestó:
—Es una baliza conectada a la red, una señal fuera de este lugar y,
como no hay seguridad, si consigo que funcione, quizá podamos
conseguir ayuda.
Gunner extendió la mano.
—Es un plan de emergencia.
Chesnik le miró con desconfianza a pesar de que Elodie le entregó el
artilugio. Gunner encontró el interruptor y lo encendió. Todas las
miradas se posaron en el Cyborg, para ver si la pieza de tecnología
casera contaba con su aprobación. Elodie lo había hecho funcionar y él
estaba orgulloso. No sabía cuándo había sucedido, pero sintió una débil
señal y agitada procedente del dispositivo. Cerró los ojos y compartió su
energía con la baliza. La señal se intensificó a medida que se volcaba en
ella, utilizando su propia tecnología para canalizarla hacia el exterior. Al
poco tiempo, la estática de ruido blanco de una señal de radio sonó en
la placa de audio.
Se introdujo en ella como en la nave y se perdió temporalmente
mientras la señal crecía. Una mano cayó sobre su brazo y le devolvió a la
realidad.
Elodie le apretó el bíceps.
—¿Estás bien?
Le devolvió la baliza.
—No podía conectarme a la red, pero la señal es fuerte ahora y me está
utilizando como adaptador. Si alguien se acerca a nosotros, podrá
captarla. Mantenlo a salvo, porque si se rompe perderemos la conexión.
Elodie asintió y dio un paso atrás.
Gunner se volvió hacia los demás.
—He oído que las sillas son más cómodas en el puente. Vamos a
averiguarlo.

***

—No me fío de él —dijo Chesnik.


Elodie se quedó rígida en el otro extremo del pasillo. Gunner y algunos
de los otros hombres estaban preparando las armas junto al ascensor.
La puerta intentaba cerrarse, pero se detenía una y otra vez, y su sonido
le estaba provocando un dolor de cabeza. Cada golpe era como un gong,
una cuenta atrás, y la inquietaba cada vez más.
—Yo sí —murmuró.
—Ir al puente es un suicidio. Ya hemos perdido hombres. Algunos ni
siquiera llegaron a salir del ascensor antes de ser abatidos. Sus
cadáveres volvieron destrozados por las balas y echando humo por las
heridas de láser. Deberías haberlos visto. Si lo hubieras hecho, sabrías
que tengo razón.
Sabía por qué su padre pensaba como pensaba, pero había tomado una
decisión y se aferraba a ella. Había elegido confiar en él. Confiaba en sí
misma; confiaba en su elección. Elodie se arrastró de un lado a otro
sobre sus pies.
Hacerse cargo de la nave nunca se le había ocurrido hasta que Gunner lo
mencionó, pero la idea era sólida, sobre todo porque sabía lo capaz que
era. Conocía la nave mejor que ninguno de ellos, y no porque hubiera
vivido en ella o recorrido sus pasillos, sino porque era una máquina,
como él. Las máquinas nunca cambiaban.
—Ely, no me estás escuchando. He estado allí arriba con la tripulación
pirata. Sé cómo son y lo que llevan. Tienen docenas de androides de su
lado. La única razón por la que no estamos todos muertos...
—Es por Gunner —terminó ella por él. La única razón por la que no
estaba desnuda en los mercados de carne de Elyria era Gunner. Si los
piratas no lo hubieran capturado, ella estaría en peores circunstancias.
A pesar de que su padre había venido por ella y la liberó del calabozo,
eso no significaba que todavía habría tenido la oportunidad si no
hubiera sido por Gunner crear una distracción.
—Es porque no pueden llegar fácilmente hasta nosotros, Ely —intentó
corregir. Elodie se volvió hacia su padre, apartando los ojos del Cyborg y
de los hombres reunidos a su alrededor.
—¿Por qué lo odias tanto?
—Negoció con el cuerpo de mi hija. No hay honor en eso. ¿Crees que
nos ayudaría ahora si fueras un hombre? No.
Entrelazó los dedos para evitar que se tensaran.
—Eso no lo sabes.
¿Gunner les habría ayudado? Gunner ni siquiera sabía que era una mujer
al principio. Nos hicimos amigos a través de las distracciones. Elodie se
mordió la parte interna de la mejilla.
—Sí que lo sé. Lo sé porque soy un hombre y tú también lo eras hasta
hace poco. Te están mirando.
Se apartó y miró a los demás. Algunos la miraban. Sus miradas se
sintieron pesadas en su piel, pero no sintió miedo. De hecho, era
liberador. No la miraban con amenaza, ni con lujuria, ni con ninguna otra
expresión de fastidio a la que se había acostumbrado por haber estado
entre hombres toda su vida.
—Puedo cuidarme sola.
Su padre suspiró.
—Me estás rompiendo el corazón, muchacho.
Un repentino estallido de ira inundó su visión y se dio la vuelta para
mirar a su padre.
—¡Tú rompiste el mío primero! —Sus ojos se abrieron de par en par y
sus labios se entreabrieron—. Tú me dejaste primero —acusó ella—. No
me digas que te estoy rompiendo el corazón. Es injusto después de
todo lo que me has hecho pasar.
Podía ver el sentimiento de culpa en él.
—No podíamos quedarnos los dos —empezó él.
Tanta culpa. Eso la enfureció aún más.
—Me dejaste sola allí —Señaló en dirección al calabozo—. No me
contaste tu plan, ni siquiera una idea a medias. No me tranquilizaste en
absoluto. Te seguí toda mi vida y cuando más te necesitaba,
desapareciste. ¿Cómo voy a perdonarte? No sé ni por dónde empezar.
—Debería haberte dicho algo, pero...
—No me importa.
—Muchacho...
—¡Deja de llamarme así! Pasó y se acabó. Sigo dándole vueltas en mi
cabeza y lo triste es que entiendo por qué lo hiciste, lo entiendo todo —
Bajó la voz y se desinfló con cautela. No era propio de ella dejarse llevar
por la emoción—. Y me alegro de que te fueras... Porque entonces tal
vez... Uno de nosotros habría tenido la oportunidad de sobrevivir.
Nunca lo olvidaré, aunque lo entiendo.
—Lo siento...
—Pensé que iba a tener que verte morir, papá. O ser golpeado. Cuando
ocurrió todo y los otros dos hombres se ofrecieron voluntarios, se me
rompió el corazón, se rompió algo dentro de mí y estaba convencida de
que cuando esa pistola se disparara sería tu cuerpo el que estaría en el
suelo —Cerró los ojos y se estremeció al recordarlo—. No sé cómo
describirlo. Horror. Agonía. Desesperación. Así que no me digas que te
roto el corazón.
—Ely —dijo, su voz era apenas por encima de un susurro. Puede que
fuera porque nunca antes le había levantado la voz. Elodie buscó en su
rostro, con la esperanza de encontrar arrepentimiento, pero no había
ninguno. Al menos, ninguno por sus actos. Sólo se hace el culpable
porque tiene que hacerlo.
Le acarició el hombro con torpeza y ella deseó que la abrazara, que lo
hubiera interpretado mal, pero no fue así. Había extraños rodeándolos y
tenían que mantener las apariencias.
—Salió bien —susurró entumecida. Sus ojos volvieron a fijarse en
Gunner. La miraba desde el otro lado de la habitación.
—Así fue —Asintió su padre tras un momento de pesadumbre.
—A Gunner lo metieron en tu celda pocas horas después de que te
fueras —Los ojos de su padre pasaron de implorantes a furiosos en un
instante—. Como te fuiste, lo metieron en la celda contigua a la mía.
Como te uniste a la tripulación, lo metieron, literalmente, en mi vida —
Su voz sonó temblorosa pero despreocupada. Ya no le importaba herir
sus sentimientos—. Me salvó la vida —Elodie se apartó, necesitaba un
momento para ordenar sus pensamientos.
—Nunca debí dejarte.
—No. No debiste, pero lo hiciste.
—Entonces me estás echando toda la culpa a mí, ¿no?
Se encogió de hombros.
—Lo acepto, muchacho, porque sé que tengo la culpa, pero no seas
estúpido sólo porque yo la tuve —Señaló hacia Gunner—. Porque al
final del día, tú cierras tus propios ojos. Nadie los cierra por ti.
Escuchó a su padre alejarse, y de repente fue más fácil respirar cuando
se había ido. Elodie volvió a levantar la vista y vio que Gunner seguía
mirándola. No había dejado de observarla y probablemente había oído
toda la conversación.
Se humedeció los labios y mantuvo la conexión un pequeño instante
más antes de que se le saliera el corazón y apartara la mirada. Sé lista,
Ely.
Poco después se distribuyeron y revisaron las armas. Gunner había
revisado cada arma de fuego como si fuera su deber de asegurarse de
que todas funcionaran correctamente. Cuando le entregó un rifle
automático y ella aceptó dándole un apretón con la punta de los dedos,
Elodie no había visto una expresión de tormento mejor expresada en
ningún hombre en toda su vida. La habría hecho reír si la tensión entre
ellos no fuera tan fuerte como para cortarla con un cuchillo.
Elodie se limpió las manos en las mangas demasiado grandes de la
chaqueta de Gunner. El transmisor estaba guardado en un bolsillo y
podía sentir su calor apretado contra el pecho. Mientras los hombres se
reunían, ella se apartó del grupo y se alejó de ellos. Era por costumbre.
Nadie se fijaba en los que estaban escondidos detrás.
—Subiré primero para despejar el camino —La voz de Gunner retumbó
en voz baja por el pasillo. Levantó el brazo y tiró de la manga para
mostrar una parte de su piel que se desprendía de la muñeca. Una
proyección de los esquemas de la nave apareció en el aire—. Hay tres
niveles principales en este legionario y estamos en el inferior —Su aleta
se movió por el mapa—. Nuestro objetivo es la parte superior.
La nave no se parecía a nada de lo que ella había imaginado.
La cubierta superior apenas estaba unida al resto de la nave y se
separaba como un pájaro al que le hubieran roto el cuello. Un pájaro
con las alas cerradas fuertemente contra sus costados. Y donde se
suponía que estaban los ojos y el pico era donde aparentemente residía
el puente.
—¿Dónde están las cápsulas de escape de emergencia? —gritó alguien,
preguntando.
Gunner señaló vagamente hacia el segundo nivel.
—No nos dirigimos hacia ellas, es demasiado peligroso. No sabemos
dónde estamos en el espacio, así que nos arriesgaremos aquí con la
tripulación y tomaremos la nave desde dentro.
—Pero las probabilidades...
—Las probabilidades... —Gunner rió inquietantemente— ¿Las
probabilidades contra un Cyborg? ¿Quieres apostar contra mí? ¿Sólo
para poder flotar en una pequeña cápsula, con la esperanza de estar lo
bastante cerca de un planeta habitable, o de un puerto? Arriesgar las
cápsulas es una opción, pero si estás ahí fuera y descubres que no hay
ningún lugar cercano donde aterrizar, estás jodido. Jodido en un
espacio pequeño, solo. Puedes tener suficientes raciones para una
semana, tal vez dos, y eso sólo si la tripulación actual mantiene las
cápsulas abastecidas. Te lo prometo, una muerte limpia es preferible a
la deshidratación. Nos dirigimos al puente.
Algunos de los hombres refunfuñaron, pero Ely no pudo ver quién.
Alguien más tomó la palabra.
—Tenemos que estar a pocos días de planetas habitables. Los anillos de
esclavos están en Elyria.
Los ojos de Gunner parpadearon en rojo.
—Así es.
—Nos curvamos recientemente...
—Es demasiado peligroso permanecer a bordo —dijo alguien más.
—Nos superan en número. Nunca lo lograremos —Elodie reconoció la
última voz como la de su padre.
Observó a los hombres a su alrededor, pero pudo ver la luz de los ojos
de Gunner brillando con intensidad en su periferia.
—Algunos de la tripulación se unirán a nosotros cuando lleguemos. Hay
disturbios arriba y estoy seguro de que los que estaban en el calabozo
antes de ser reclutados se unirán a nosotros. Como Chesnik —Gunner le
hizo un gesto con la cabeza con los ojos encendidos señalando a su
padre—. No se le debe lealtad a un capitán que se encierra tras los
muros para dejar que su tripulación se valga por sí misma,
especialmente cuando están muriendo. No nos superan en número.
—¿Los androides? ¿Qué pasa con ellos?
—Serán nuestros una vez que me acerque a ellos.
—¿Y se supone que debemos confiar en que puedes hacer eso?
—¿Qué otra opción tienes? —Gunner empujó la manga hacia abajo y el
mapa desapareció—. Comandé durante la guerra contra adversidades
mucho peores que esta. Siéntete libre de unirte a los cobardes que se
negaron a abandonar el calabozo. No te lo impediré, pero me interesa
mantenerte con vida. Así que puedes elegir unirte a mí, o puedes elegir
irte. Me importa una mierda si queréis o no mi protección, pero la
tendréis si seguís mis órdenes.
Un ruido atronador llenó sus oídos cuando el puño de Gunner golpeó la
pared. Los hombres se sobresaltaron a su alrededor por el violento
impacto. La expresión de Gunner era salvaje y furiosa. Su intensidad era
aterradora, más aún cuando el resplandor rojo se tornó gris.
Hizo un lento ademán de apartar la mano de la hendidura que su
violencia había creado, haciendo saltar las articulaciones metálicas y
volviendo a colocar en su sitio los dedos que se habían torcido en
ángulos extraños. Parte del metal de la mano le había atravesado la piel.
El silencio se apoderó del grupo. No mostraba dolor.
Elodie sabía que un puñetazo así habría atravesado a una persona,
destruyendo cada átomo a su paso. Entendía por qué lo había hecho,
pero odiaba que se hubiera hecho daño por su culpa. Quería ir a verlo,
pero algo la mantenía inmóvil. No ayudaría a nadie si se acercaba a él
ahora y tomaba sus manos entre las suyas.
—Yo iré primero y despejaré el camino. Cuando el ascensor vuelva a
bajar, os daré la señal. Os estaré esperando arriba. No tardaré —Gunner
la miró a ella y a nadie más. Asintió.
Nadie más dijo una palabra.
Se dio la vuelta y metió la caja en el ascensor.
Y se perdió de vista.
Elodie dio un paso adelante antes de poder contenerse.
Capítulo 20

El zumbido de un láser sonó justo cuando la puerta se abrió. Gunner


pegó la espalda a la pared lateral y dio una patada a la caja para impedir
que se cerraran las puertas. Se agachó y se escondió detrás del cajón
mientras recibía más disparos.
Androides. Escaneó la periferia y trianguló las firmas de energía. Le
asaltaron desde más adelante en el pasillo; los robots se habían
preparado para enfrentarse a él. Se abrió paso por el espacio y contó al
menos dos docenas. Podría haber más que aún estuvieran apagados y
esperando como refuerzos.
Rápidamente dominó a los que tenía más cerca y descifró sus códigos.
Buscó entre sus transmisores, los reorganizó para conectar los suyos y
tomó el control. Los que estaban bajo su poder se detuvieron
bruscamente, se dieron la vuelta por su voluntad y derribaron a los
otros androides al final del pasillo.
La batalla mecánica resonó en las paredes mientras el metal luchaba
contra el metal, e incluso cuando terminó, las vibraciones continuaron
retumbando por todas partes.
Cuando todo terminó, envió a los pocos robots que controlaba
remotamente a explorar el pasillo y comprobar las dependencias de la
tripulación.
Se levantó de su sitio y saltó por encima de la caja, flexionando los
músculos, y sacó una de sus pistolas de la funda.
El pasillo seguía en las mismas condiciones en que lo dejó, pero los
cuerpos que había matado se estaban pudriendo. El hedor de la
putrefacción era abrumador. Incluso el hedor de los restos del láser del
enfrentamiento con el androide se eclipsó rápidamente.
El hedor despertó recuerdos que hubiera preferido mantener
enterrados. Hizo aflorar un millón de minutos grabados de la guerra.
Gunner cerró los ojos, tratando de encontrar la manera de salir de la
vorágine de recuerdos caóticos. El rostro de Elodie apareció flotando
sobre el torrente de muerte que se apoderaba de su mente consciente.
Se aferró a su promesa de protegerla y salió de la pesadilla provocada
por el hedor de la carroña. Su bestia protestó por el dominio de Gunner,
pero sometió al animal tras una férrea resolución.
Cuando recuperó el control, levantó el arma que tenía en la mano -el
arma que aún olía a su compañera- y se la pasó por la nariz. El chacal
antes estaba enfurruñado, pero ahora estaba extasiado. Cuando sus
sentidos y sistemas se despejaron y sus androides parecidos a un zombi
regresaron, pateó la caja hacia dentro y dejó que el ascensor se pusiera
en marcha.
Sus labios se tensaron. Diez minutos. Tardó menos de diez minutos en
reclamar un nuevo territorio. Eso le recordó por qué era un hombre
impaciente y que andar a hurtadillas por la nave en la oscuridad no era
lo suyo. Mientras esperaba a que los demás se unieran a él, observó la
carnicería que decoraba el suelo y las paredes con una macabra
exageración.
El capitán no lo había despejado. Gunner pateó los restos de humanos y
androides, empujándolos hacia los lados con su bota. Tiene que saber
que hay un Cyborg en su nave. Tiene que saber que voy a por él. Eso
dependía enteramente de los dos hombres que soltó... El pensamiento
era inquietante. Volvió los ojos hacia arriba y miró al techo como si
pudiera mirar a través de él.
Esperaba que hombres de verdad -una lucha de verdad- le cerrasen el
paso. ¿Otra trampa? Ballsy se había ido, pero eso no significaba que no
pudiera haber una. El hueco crujió, interrumpiendo sus pensamientos.
Poco después, apareció la mitad del grupo, empuñando armas con
manos sudorosas. Miró por encima de ellos y encontró a Elodie al fondo
con Chesnik. Salieron del ascensor con los ojos muy abiertos e inquietos.
—¿Dónde están los demás? —preguntó.
—Pensamos que era mejor no subir todos a la vez —murmuró Chesnik
mientras miraba a su alrededor.
No se fiaban de él. Estaba claro que no querían hacerlo. Él, en cambio,
no tenía nada que demostrarles y casi deseaba que desistieran y lo
dejaran en paz. Mi vida sería más fácil por ello. Pero sólo mientras Elodie
permaneciera con él. Sus ojos se posaron en ella. Sólo si su desacuerdo
no se extendía a ella. Ella vino a él como si sus pensamientos pudieran
convocarlo.
Los ojos de Gunner seguían clavados en los de ella mientras gritaba a los
demás:
—Saquead lo que encontréis, pero no ataquéis a los androides, ahora
son nuestros. Manteneos en posición. No sabemos si hay trampas —Ely
volvió su atención a los muertos mientras él hablaba, su rostro
desprovisto de color.
—¿Tú hiciste esto? —preguntó.
Gunner cerró la corta distancia entre ellos y bloqueó su vista.
—Sí.
—¿Indiscriminadamente?
—En defensa propia —Bajó la voz—: Hubo supervivientes.
Apoyó suavemente la frente en su pecho y asintió. Los músculos de sus
brazos se contrajeron y sus dedos se tensaron. Quería envolverla en sus
brazos, estrecharla contra él, pero resistió el impulso.
—Lo hiciste por mí.
Entrecerró los ojos, interrogante.
—Por nuestro trato —añadió ella.
—Sí.
—Gracias.
El color volvió a su piel y él abrió la boca para preguntarle por qué. ¿Por
qué le daba las gracias? No le salieron las palabras porque el ascensor
volvió a abrirse y salieron los hombres que quedaban. Elodie se apartó
de él al oírlo.
El resto se reunió con ellos y recorrieron en silencio los sinuosos pasillos
de la nueva planta. Las puertas se dejaron entreabiertas a ambos lados,
dejando al descubierto las habitaciones de la tripulación, la ropa de
cama y todo el desecho humano que la acompañaba.
Aquí no había nada para ellos, a menos que alguien quisiera cambiarse
de ropa o buscar tecnología vieja. Con el tiempo, el olor a podrido se
desvaneció en el fondo.
Gunner volvió a mirar al techo. No había subido a la cubierta superior
desde que lo arrastraron a bordo, pero habría recordado la distribución
aunque no hubiera cargado los esquemas de la nave en sus sistemas.
La cubierta superior. La cubierta de trabajo. La mejor seguridad y las
salas más esenciales aparte de los motores. La bahía médica, la armería
y la tripulación del puente. Allí habría una plataforma de atraque, tanto
arriba como abajo. En las naves normales se disponía de dos puntos de
acceso; la plataforma de atraque de abajo estaba destinada a los
suministros, el almacenamiento y las maquinarias, mientras que la
entrada de arriba estaba destinada a la gente, a la diplomacia.
La entrada se situaba en la parte delantera de la nave, separada de los
pisos inferiores, y por eso sólo tenía un punto central de entrada y
salida al resto de la nave. Estaba diseñada así para que, si alguna de las
máquinas funcionaba mal o explotaba por cualquier motivo, los
cabrones importantes estuvieran bien lejos de ella.
Gunner se detuvo junto al panel del segundo hueco del ascensor y
apretó la mano contra él, estableciendo una conexión directa.
Nada. La seguridad estaba muerta en todas partes.
—Percibo señales de calor en movimiento, pero pueden ocultarse. Lo
único que puedo asegurar es que hay vida arriba y que nos
enfrentaremos a algo más que androides.
—¿Vas tú primero? —preguntó alguien.
—Sí. Igual que antes —dijo mientras Elodie volvía a colocarse al final del
grupo. Hubiera preferido que se quedara cerca de él, pero nadie le hizo
caso. Era lo único que mitigaba su necesidad de ella.
Uno de los hombres se acercó arrastrando una mesa metálica de una
habitación cercana. La colocaron junto a la puerta para usarla como
escudo.
—Iré en línea recta hacia el puente y podré cubrirte si dejas el camino
preparado. Los androides restantes irán primero. Esperad mi señal
antes de avanzar... Y no os distraigáis con vuestros conocidos que
fueron reclutados, nos ocuparemos de ellos al final. Si la situación se
complica —añadió—, vuelvan aquí.
Gunner llamó al ascensor.
—Todo el mundo atrás —El grupo se apartó hacia los lados mientras se
hacía el silencio.
Al cabo de un momento, uno de los prisioneros tomó la palabra.
—¿Qué pasará cuando todo esto termine?
No tendré que volver a ver vuestras putas caras.
Voy a romperle el cráneo a Stryker. Ese hijo de puta va a pagar por mi nave
perdida.
Me llevaré a Elodie a casa.
—Nos vamos a casa —Gunner bajó la mirada a sus manos, una de ellas
todavía aferrando su arma. Yo ya no tengo... Ya no.
—Nunca he oído mejores palabras en mi vida —Unas risitas suaves
sonaron en el aire.
—¡Gunner! —La voz de Elodie atravesó la risa— ¡Hay un ruido que viene
de la baliza! —Se movió en el centro del grupo y se dirigió hacia él justo
cuando un débil y bajo gemido cayó sobre sus oídos. Sus pasos se
acercaban.
Sacudió la cabeza y miró a su alrededor. Se le agudizó el oído. Ely estaba
a su lado cuando alargó la mano y la agarró del brazo.
El sonido no le resultaba familiar y se concentró en él mientras la
apartaba, pero se hizo más fuerte a cada segundo y al poco rato los
demás también lo habían notado.
No, él conocía ese sonido. Sus músculos se tensaron justo cuando su
tecnología interna lanzó una advertencia a través de sus sistemas.
Conocía ese zumbido bajo e inminente.
—¿Qué demonios es eso?
Gunner salió disparado del hueco justo cuando la puerta se abría,
tirando a Elodie al suelo y cayendo encima de ella apoyando su peso lo
justo para no aplastarla. Las puertas volaron y atravesaron el espacio,
una brisa abrasadora le golpeó la espalda y un rugido le llenó los oídos.
Cuando la bomba estalló, el fuego y los fragmentos de metal
atravesaron y destrozaron su piel expuesta junto con su ropa. El mundo
se convirtió en una bruma impenetrable de color naranja apagado.
Elodie gimió y él cambió su peso sobre ella.
Sus manos se aferraron a los lados de su cabeza para envolverla todo lo
que pudo. Pasó una eternidad antes de que cesaran las ondas de
choque. Gunner se levantó lentamente cuando el humo empezó a
disiparse. El aire era denso y sucio. Los ojos le lloraban y su visión estaba
distorsionada.
Elodie estaba tensa debajo de él, con el cuerpo bloqueado por el miedo,
e incluso después de que él la soltara, no se levantó inmediatamente
con él. Gunner se movió lentamente mientras un gruñido salía de su
garganta. El dolor le retorció las facciones mientras la ceniza que caía le
cubría la cara.
—¿Estás bien? —Se levantó sobre ella y le mantuvo la cabeza en su sitio
para que no pudiera apartar la mirada. Había soportado mucho peso—.
Prueba tus músculos, ¿te duele algo? ¿Elodie? —Lo miró sin
comprender— ¿Ely?
Se sobresaltó bruscamente contra él jadeando y asfixiándose. La rodeó
con las manos y la atrajo hacia sí. Agradeció que estuviera viva. Gunner
le acercó la cara y le sopló aire fresco filtrado en la boca. Ella aspiró
entre toses y, cuando recuperó el aliento, Gunner la levantó y la sacó de
entre los escombros.
Olas de calor estallaron y abrasaron las paredes a ambos lados de ellos.
Las placas metálicas a lo largo de su espalda ardían donde su piel se
había derretido.
Elodie le agarró la camisa mientras él los alejaba del humo y la camisa se
desprendía en jirones de su cuerpo. Ella siguió tosiendo y él le cogió la
nuca y le acercó la cabeza mientras la saliva y la ceniza limpiaban sus
pulmones.
—Estás bien. ¿Te duele algo?
Sus fosas nasales se agitaron mientras lágrimas de hollín caían por sus
mejillas, pero negó con la cabeza.
—No —tosió de nuevo—, estoy mal —La voz le salió áspera y débil. De
todos modos, Gunner le pasó las manos por todo el cuerpo, buscando
roturas y cualquier señal de carne hinchada. No distinguió nada, pero la
revisó dos veces más mientras ella seguía carraspeando.
—Estás bien.
Está bien.
Tardó un rato en convencerse y no podía dejar de tocarla. Temía que, si
lo hacía, ella se desmoronaría en un montón de ceniza. Su dolor se hizo
más notorio a medida que pasaban los minutos y no necesitó sentir o
echar un vistazo a su espalda para saber que partes de ella estaban
expuestas hasta el metal.
Con una mano aún sobre ella, se quitó de los hombros el resto de la
camisa hecha jirones y la tiró a un lado.
Elodie se inclinó hacia delante, se frotó la cara y parpadeó para quitarse
la ceniza de los ojos. Gunner observó con gesto severo cómo ella se
levantaba la manga de la chaqueta y dejaba al descubierto un golpe
lleno de sangre que le salía a lo largo del antebrazo. Las yemas de sus
dedos lo recorrieron suavemente y volvieron a comprobar que no había
nada roto.
—Eres —tose—, pesado.
—Es el metal, nena.
—Eso... —Hizo una mueca de dolor y volvió a bajarse la manga—, me lo
imaginaba.
—Dime que estás bien.
Ella moqueó.
—Estoy bien. ¿Y tú? —Sus ojos se deslizaron sobre sus hombros llenos
de ronchas.
—No te preocupes por mí, me curo rápido y mi cuerpo ya ha
adormecido el dolor —siguió observando su carne chamuscada y él
añadió—: Mi piel volverá a crecer en breve.
—Qué suerte —Elodie tragó saliva— ¿Los otros? ¿Mi padre?
Los demás le importaban un bledo, pero de todos modos se enderezó
con los dientes apretados y regresó al lugar de la explosión. Se
encontró con la mayoría de los hombres antes de volver a entrar en el
humo. Los más cercanos habían sufrido quemaduras de tercer grado y
algunos huesos rotos, pero otros habían salido sanos y salvos y estaban
ayudando a los heridos. Desplegó a los androides restantes para
protegerlos y encontrar suministros médicos.
Se dirigió a Chesnik en último lugar y le examinó personalmente. El
hombre dejó que Gunner volviera a ver sus heridas en un silencio
sepulcral. Gunner no podía permitir que el padre de Ely muriera bajo su
vigilancia. Una vez que alejó al hombre y le aseguró que Elodie estaba
bien, volvió a su lado.
Se sentó con la espalda apoyada contra la pared, apartando el humo y
las cenizas de sus ojos.
—Tu padre está bien, mejor que la mayoría, y todos están vivos —Se
agachó frente a ella. Uno de sus androides apareció con un botiquín.
Gunner lo abrió de golpe y rebuscó hasta encontrar paños de limpieza,
analgésicos y dos pequeñas latas de suero curativo.
De repente, la nave emitió un chirrido y ambos levantaron la cabeza
para mirar a su alrededor. Le siguió una vibración que hizo temblar el
suelo y las paredes.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Elodie con voz inquieta, mientras se
sentaba lejos de la pared.
—No lo sé —De todos modos, se acercó más a ella—. Aún —Pasaron
varios minutos mientras esperaban que volviera a suceder, pero no
sucedió.
—No eres bueno en esto, ¿verdad? —Le preguntó.
Su atención volvió a ella.
—¿En qué?
—En ayudar a los demás.
—No —Asintió él.
Se rió suavemente y él quitó la tapa de la lata.
—Dijiste que el tiempo se detendría para ti si lo querías. Sigo en
desacuerdo con eso. Ahora más que nunca.
Gunner se encogió de hombros y movió su ropa para rociar su piel.
—Soy un puto egoísta.
Elodie sonrió.
—Supongo que eso también me convierte en egoísta... porque me
gustaría que pudieras detenerlo de nuevo. Pero el tiempo no se detiene
para ningún hombre. Tampoco para ninguna mujer —terminó apenada.
Gunner le pasó las manos por los brazos y por el pelo corto.
—Ahí, Elodie, es donde te equivocas más que nunca.
Sus ojos se encontraron con los de él.
—Demuéstralo —susurró—. Demuéstralo y haz que el tiempo se
detenga de nuevo —La nave tembló mientras ella hablaba y ambos se
tensaron y prepararon para otro impacto repentino. La volvió a apretar
contra el suelo y la protegió de nuevo hasta que el temblor terminó.
—¿Qué ha sido eso? Ya es la segunda vez...
—No estoy seguro.
Y eso le preocupaba. Cuando intentó volver a introducirse en la nave, se
estremeció. Sus reservas de energía estaban casi agotadas. Los
microchips de sus nanocélulas estaban utilizando lo que quedaba para
reparar su cuerpo.
Como si nada, Elodie le cogió de la mano y le sacó del espacio digital. Se
movió a su alrededor, cogiendo el botiquín cerca de ella, y utilizó la
segunda lata de suero sobre su espalda. Él dejó caer la frente hacia
delante y cerró los ojos de placer, extendiendo la mano para agarrarle el
tobillo, asegurándose de que no le abandonaría mientras se introducía
de nuevo en la nave.
—¡La baliza! —Elodie se sacudió y la mano de él se apretó en su pierna.
Gunner se puso en pie mientras ella se movía para buscar el artilugio
como si fuera a aparecer por arte de magia.
—Déjame comprobarlo —Le dijo y volvió a los restos. Encontró el
artilugio junto a la pared. Elodie estaba detrás de él cuando se dio la
vuelta. Se lo quitó de las manos y volvió a encenderlo. Sintió que la
señal se desprendía de inmediato y el ruido estático volvió a llenar sus
oídos.
—Ya no hay voz. Antes había una voz.
La nave retumbó, aullando de nuevo, y Gunner la sacó del humo. Unas
oleadas explosivas de energía le recorrieron. Se concentró en ellas.
De pronto, una voz estática apareció desde la baliza y varios de los otros
prisioneros se unieron a su lado.
—Ret... nse... ret... iren...
—¿Qué dice?
—Retirada. Nos dicen que nos retiremos.
—¿Que nos retiremos? ¿Crees que viene del puente? —Elodie preguntó.
Las mismas palabras se repetían una y otra vez desde la baliza. Chesnik
se acercó y cogió el aparato de su hija, subió el volumen y cambió la
señal. La estática se aclaró ligeramente hasta que la voz del otro lado
fue fácilmente discernible.
Gunner giró sobre sus talones y regresó furioso al hueco del ascensor,
que ahora no era más que un agujero negro en la pared. Los pasos de
Elodie sonaron detrás de él.
—Volveré pronto. No te vayas.
—Yo no... ¿Gunner? Si no es del puente, ¿de quién es?
La nave volvió a temblar, esta vez más fuerte y con más violencia que
antes, y los ecos de las cosas derrumbándose resonaron a su alrededor.
Encontró la tubería de Ely, la recogió y se la devolvió.
—Nos están atacando —Y tenía una idea de quién les estaba atacando.
Gunner le cogió la cara y presionó fuertemente sus labios contra su sien
antes de apartarse—. Quédate aquí, Elodie, no te muevas de aquí.
Volveré pronto.
La preocupación se reflejó en sus facciones, pero ya no había tiempo
para consuelos. Tenía una puta nave pirata que salvar.

***

Gunner se asomó al hueco reventado del ascensor y subió. Incluso con


sus músculos humanoides parcialmente derretidos en la espalda,
consiguió subir. Utilizó la fricción de las suelas de goma de sus botas
como palanca para impulsarse más rápido.
El proceso fue agotador, pero lo consiguió.
Las explosiones seguían golpeando la nave, y cada segundo que pasaba
parecía empeorar. Numerosas ráfagas de energía caían sobre él y a
través de él, y él absorbía lo que podía de cada una de ellas. A pesar de
las ráfagas de energía, sabía que no podía detenerse a reagruparse
porque sentía física y mentalmente cómo los sistemas de la nave morían
a su alrededor. Sus dedos perforaron la pared del pozo y apretó los
dientes contra otra explosión.
Era hora de poner fin a este espectáculo de mierda. Se levantó.
La sangre le corría a chorros por la espalda hasta empaparle los
pantalones, pero ya notaba cómo sus heridas se cerraban, su piel se
reconstruía y su carne volvía a entretejerse.
Las puertas cerradas de la cubierta superior le devolvieron el ánimo.
Con una mano, introdujo los dedos entre el pliegue de la puerta y la
pared para forzarla a abrirse. Se echó hacia atrás, esperando un asalto
inmediato, pero no ocurrió nada.
Un silencioso pasillo carente de vida apareció ante sus ojos cuando se
asomó al saliente. Era lo último que esperaba. Gunner se levantó hasta
que se encontró en el pasillo vacío e inmaculado. Las paredes eran
blancas y limpias, muy distintas del infierno que se había apoderado de
los niveles inferiores. Aspiró con fuerza mientras su hocico desaparecía
de su cara. Los olores aquí arriba no eran menos desagradables. El aire
estaba cargado de odio y frenesí.
Se encontró con varios androides que habían sido apagados a la fuerza
a ambos lados de él. Gunner los encendió y los obligó a avanzar,
esperando otra trampa.
Observó a través de sus ojos cómo exploraban los pasillos hasta
encontrar el vacío más allá.
Su mano se alzó para apoyarse contra la pared cuando otra bomba
impactó en la nave. La explosión sacudió la nave con más fuerza esta
vez; pudo sentir cómo los estabilizadores de los sistemas de inercia
luchaban, y eso sólo podía significar una cosa...
Los escudos de la nave habían caído.
Gunner salió disparado hacia delante en un sprint. Cayó sobre la
tripulación pirata justo cuando los sintió y se unió a ellos en su caos. Los
androides tenían a unos cuantos contra las paredes. El resto se
sobresaltó al verle y algunos levantaron las armas, pero cuando no les
atacó, retrocedieron lentamente. Gunner reconoció a uno de los
hombres. Uno de los dos que había soltado tras perder a Ballsy.
Su arma seguía medio levantada y el sudor empapaba su ropa.
—Nos están atacando —dijo el hombre.
Gunner pasó junto a él y continuó hacia el puente.
—Lo sé.
—¿Puedes entrar en el puente? Juke va a derribar la nave si alguien no
lo detiene.
La rabia llenó sus venas y se giró hacia atrás para agarrar al hombre por
el cuello y empujarlo contra la pared.
—¿Quién puso la puta bomba en el ascensor? —Los ojos del hombre se
nublaron de miedo.
—No fui.
—¿Quién entonces? —Gunner dejó que el chacal transformara
parcialmente su cuerpo. Sus caninos se desgarraron de su mandíbula
para llenar su boca de sangre.
—Era para protegernos de los androides —tartamudeó, con la cara
enrojecida—. Juke los controla a distancia y necesitábamos una forma
de evitar que subieran a matarnos —Gunner soltó al pirata y lo dejó
jadeando en el suelo. No tuvo tiempo de matar a toda la tripulación
mientras las luces parpadeaban sobre su cabeza.
Necesitaba entrar en el puente. Porque no importaba quién poseyera la
nave si ésta era un montón de escombros sueltos flotando en el espacio.
Gunner corrió a través del caos hasta que entró en una gran sala con
pesadas puertas atrincheradas en el otro extremo. Había hombres
dispersos, intentando atravesar la última barrera que les impedía
hacerse con el control de la nave.
Se alejaron cuando él se acercó al campo del intento de motín.
Golpeó la puerta con ambas palmas, dejando marcas en el metal. Sus
uñas se hicieron largas y afiladas. Gunner se puso en cuclillas y dejó que
su piel se hundiera en su cuerpo y que las placas de su armazón
estallaran.
Cuando su energía de cambio alcanzó su cenit, destrozó la puerta con
todas sus fuerzas.
El acero y el hierro se hicieron pedazos bajo sus garras.
Capítulo 21

Miró hasta que Gunner desapareció en lo alto del hueco del ascensor
con la mano agarrándose al marco lateral mientras él desaparecía de su
alcance. Fuera de su vista.
Elodie se dio la vuelta y apoyó la espalda contra la pared cuando otra
explosión sacudió la nave. Le siguió un sonido hueco y quejumbroso. Un
escalofrío recorrió su espalda mientras el ruido aumentaba por
momentos. Parecía como si la propia nave estuviera gritando. No era un
sonido reconfortante.
Había devuelto la vida a máquinas muertas y moribundas, pero esto era
diferente.
Nunca había oído morir a una máquina.
Elodie se sacudió y se apartó del abismo del ascensor que reverberaba
el sonido que no quería oír: los sonidos desgarradores de la nave
desmoronándose, pero no el regreso de Gunner.
Se dirigió hacia los demás. Le dolía el cuerpo y le ardían los ojos por el
humo, pero siguió adelante sabiendo que tenía suerte de no haber
sufrido quemaduras graves ni fracturas óseas como otros. Tenía que
agradecérselo a Gunner.
Le había salvado la vida. De nuevo. La imagen de su espalda retornó a
sus pensamientos. No lo entendía. Podía atribuirlo a su trato, pero
después de todo lo que había pasado entre ellos, quería creer que era
algo más.
Su atención se centró en un hombre que estaba apoyado contra la
pared y ligeramente alejado de los demás. Tenía la piel cubierta de
ampollas y la pierna doblada en un ángulo extraño.
Elodie rebuscó rápidamente en algunos de los botiquines que había
esparcidos por el lugar, en busca de algún resto de material que no
hubieran utilizado los demás para ayudarle. Acercó lo que encontró y se
arrodilló junto al desconocido.
Sus ojos se entreabrieron para mirarla mientras retiraba la cinta
adhesiva que tenía en la mano. Elodie le vendó la herida del antebrazo y
colocó la cinta sobre ella. La cinta mantuvo la piel en su sitio y eso era
todo lo que ella esperaba.
La medicina nunca había sido su talento. El hombre se cubrió la herida
con la mano y la miró con recelo. Le retiró la ropa raída y descubrió aún
más quemaduras debajo.
Recogió la lata a medio usar y se limpió la boca con la manga, liberando
el resto del suero en sus heridas.
—Ely, ¿verdad? —preguntó él.
—Elodie —corrigió ella—. Me llamo Elodie.
—Muy bonito. Como una canción.
—Gracias... —Frunció el ceño.
La lata chisporroteó cuando se acercó a su pierna. Lo agitó hasta que
salió más spray.
—¿Tienes miedo? —Le preguntó mientras ella trabajaba en él.
—Sí.
—Yo también.
Le acercó la lata vacía a la cabeza. Tenía toda la parte derecha de la cara
enrojecida y irritada, con la piel desprendiéndose en tiras. Se encogió
cuando la nave tembló violentamente.
—Estaba en la celda de enfrente.
Bajó la mano y le miró a los doloridos ojos. Lo reconoció. El
reconocimiento la golpeó lentamente y su dedo casi rompió el gatillo de
la lata.
—Tú estabas allí —susurró, escrutando su rostro—. Nunca hablaste.
—Tú tampoco.
—No tenía nada que decir.
—Yo tampoco.
Elodie bajó los ojos y soltó la lata vacía. Inservible. Se secó la frente y
rebuscó entre los botiquines cercanos, buscando algo -cualquier cosa-
que pudiera aliviar el dolor del hombre. No era justo que hubiera
sobrevivido a la explosión sin más que unos rasguños y un par de
magulladuras.
—Aquí no queda nada —Empujó los kits de distancia con disgusto—. Lo
siento.
—No pasa nada —Le sonrió a través del dolor.
Forzó sus ojos para encontrarse con los de él.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué?
—Quería ayudar.
—Lo hiciste.
Elodie sacudió la cabeza y se frotó los ojos. No se sentía útil. Apenas
conocía a aquel hombre, pero le hablaba amablemente, y ella había
estado cautiva frente a él durante semanas enteras sin saber su nombre.
La culpa y la confusión la asaltaron. Deseó que Gunner estuviera a su
lado para ayudarla a ordenar sus turbulentas emociones.
—Lo siento —volvió a decir, poniéndose en pie y alejándose antes de
que él pudiera detenerla. Decidió que no quería conocerle, que no
quería formar otra conexión con otro ser. Gunner ya ocupaba todos sus
pensamientos.
Dios, espero que esté bien.
Una mano le agarró el brazo magullado.
—Papá —Elodie cayó derrotada sobre su pecho. Unos cálidos brazos la
rodearon por la espalda, los mismos que la acunaban cuando era niña, y
se hundió en él. ¿Dónde ha ido a parar ese tiempo? Nunca se había
sentido tan vieja y tan joven al mismo tiempo. En el peor momento. Su
padre le frotó la espalda mientras se le formaban lágrimas en las
pestañas.
—Es hora de irnos —La acurrucó bajo su brazo y ella se apretó contra
su costado.
—¿Ir a dónde? —Elodie dejó que la alejara de los heridos.
—A casa.

***
Con los últimos destellos de energía, Gunner apretó los dientes y
atravesó la última capa de metal que se interponía entre él y su presa.
Con las garras enroscadas en el acero destrozado, saltó a través del
agujero abierto.
Su mirada se posó en la silla vacía del capitán justo cuando el cañón de
la pistola le presionaba el costado de la cabeza.
—No quieres hacer eso —gruñó Gunner.
—Cyborg —reflexionó Juke—. Has tardado bastante.
Gunner se giró para mirar al capitán.
—Así que lo sabías —El hombre que tenía delante era inesperado
comparado con los demás de la nave. Era pulcro y.… discreto, con una
expresión pensativa y sombría. Unos fríos ojos azules se posaban en un
rostro pétreo que le devolvía la mirada con curiosidad.
—Lo sabía.
—¿No abandonaste la nave? —Ahora le picaba la curiosidad.
Juke le quitó la pistola de la sien y se alejó. Los ojos de Gunner le
siguieron hasta la gigantesca vista panorámica del espacio, hasta la
visión que tenía ante sí. Se le escapó una carcajada cuando sus ojos se
encontraron con decenas de acorazados que rodeaban la nave pirata
por todos lados.
Conocía esas naves, las conocía bien y se sintió un poco ofendido de
que hubieran aparecido tantas para un trabajo de un solo hombre. Lo
estaba haciendo bien, cabrones.
—No pude llegar —contestó Juke, volviendo a centrar su atención en el
capitán—. Mis hombres querían verme muerto antes de que tu secreto
saliera a la luz. Y salió rápido, debo añadir. ¿Lo sabías? —El hombre soltó
una carcajada.
—Ilumíname —Gunner dejó que el resto de su forma de chacal volviera
a su piel mientras merodeaba por el puente y tomaba asiento en la silla
vacía del capitán. Disfrutó de la sensación de su sangre empapando el
cuero— ¿Cuándo?
—Justo después de que empezaras a asesinar a mis hombres. Justo
antes de que Ballsy se fuera a la mierda. Era probablemente el hombre
más inteligente de mi nave, se fue cuando tuvo la oportunidad. Casi
mata a toda la tripulación cuando destruyó las señales de seguridad y
perdí la visión de mis hombres. Hubiera pensado que estaba muerto si la
nave no me hubiera alertado de la cápsula de escape. Sabía que tenía
que ser él o tú, pero sabía que no podías ser tú, porque ¿por qué iba un
Cyborg a abandonar -huir, en realidad- la única pista que tenía? ¿Para
vengarse? —Juke señaló la ventana con la mano enguantada.
—Eso no respondía a mi pregunta. ¿Qué me delató?
—Tu nave. Tu nave te delató.
Gunner se sentó hacia delante y apoyó los codos ensangrentados en las
rodillas ensangrentadas.
—¿Descifraste mis códigos? —Estaba extrañamente sorprendido
después de todo lo que había pasado. Ballsy sabía que era un Cyborg
cuando Gunner se había enfrentado a él, y había tenido un arma que
había jodido sus sistemas. El sociópata había burlado sus códigos de
seguridad.
—Entonces, ¿qué fue? ¿La correspondencia? ¿Mi laboratorio? ¿Fue la
unidad médica cibernética escondida detrás de mi armería?
Gunner abrió las piernas y se preparó para las violentas vibraciones que
lo sacudieron cuando otro misil impactó contra la nave.
Cuando se detuvo, Juke replicó:
—Nada de eso. Nada de eso te delató.
—No puedes ganar esta batalla, capitán, así que ¿por qué no te rindes
mientras aún te queda vida?
Juke se rió.
—No nos destruirán. ¿Por qué lo harían? Saben que estás en esta nave.
¿Por qué si no crees que no nos han disparado hasta hacernos
desaparecer? Tienen suficiente potencia de fuego para borrarnos.
Los ojos de Gunner se desviaron de las naves exteriores al capitán.
—¿Cómo? Ahora en serio ¿Qué me ha delatado? —Empezaba a ponerse
a la defensiva al recordar todo lo ocurrido en las dos últimas semanas.
—¿Cómo lo saben? De la misma puta manera que Ballsy y yo
descubrimos tu existencia aquí. Había un maldito rastreador en tu
crucero de batalla. De alguna manera, mis hombres no lo vieron. Incluso
Ballsy no lo vio.
Gunner debería haber sentido alivio de que no hubieran podido burlar
su seguridad, pero no fue así. Se echó a reír. Imposible.
Juke se dio la vuelta y entrecerró los ojos.
—Tuvimos tu nave menos de tres días, Cyborg, antes de que una flota
militarizada apareciera de la nada y acabara con toda la organización.
Docenas de naves, cargamentos, todo, todos los hombres murieron o
fueron capturados en cuestión de horas. Desaparecieron en un día. ¿De
verdad crees que mi tripulación quería amotinarse por un par de
asesinatos? —Juke se burló—. Alguien es asesinado todos los putos
días en esta nave. No. Se corrió la voz sobre lo que pasó. Esa fue la
razón por la que me perseguían. El miedo es una gran motivación y, de
repente, ya no tenían nada que temer.
Las fosas nasales de Gunner se abrieron y apenas percibió las palabras
de Juke. Su cabeza aún no se hacía a la idea de que había un rastreador
en su nave. Era imposible. APOLLO lo habría detectado. Lo habría
detectado. La idea era ridícula a menos que...
Gunner apretó las manos y volvió a centrar su atención en los
acorazados que había al otro lado de la ventana.
Respiró hondo para llenarse la nariz con el aroma de su sangre y sudor
residuales, la muerte persistente que tanto disfrutaba. Cada código era
suyo. Cada sistema configurado y examinado. APOLLO era suyo. Incluso
sus chicas artilleras estaban limpias -por así decirlo- con su
programación personal, una programación que nadie más conocía.
La idea de que el DEPT le hubiera estado observando, vigilando, le
llenaba de rabia. Invadir los sistemas personales de un Cyborg sin
permiso era una sentencia de muerte.
Años en el exilio. Años solo. Todo por culpa de la gente para la que
trabajaba.
Sus ojos se fijaron en las naves que los rodeaban, acercándose por
momentos. Vibrantes matrices de luz y restos metálicos ensuciaban el
campo de batalla.
Juke tenía razón; no había necesidad de luchar ni de retirarse porque los
cabrones de los Guardianes de la Paz probablemente ya estuvieran allí.
Probablemente, los cabrones de los Guardianes de la Paz ya estaban
abordando la nave.
—¿Vas a matarme, Cyborg?
Gunner estaba a medio camino antes de que Juke pudiera terminar su
pregunta. Un gruñido grave resonó más oscuro, más necesitado, desde
el fondo de su garganta. Una vez más, sus dientes humanos salieron de
sus encías y se esparcieron por sus pies. Sus ojos oscilaban entre Juke y
las naves que se acercaban.
¿Le observaban ahora?
—Negociaría mi vida por tu nave —dijo Juke—. Pero ellos la tienen. La
única razón por la que no estábamos con el resto de la flota era nuestra
carga. Íbamos camino de Elyria, como habrás adivinado, hasta que
decidimos no ir —Juke miró fijamente los dientes que castañeteaban
entre ellos.
Gunner ladeó la cabeza. ¿Mataría a Juke? La idea le favorecía.
—Los anillos de esclavos —susurró—. Ibas de camino a los anillos de
esclavos.
Elodie y todo lo que ella era surgió en su cabeza. Su figura temblorosa y
sucia apoyada contra las frías paredes del calabozo, el olor de su sudor y
el calor de su carne contra su piel, el sonido de sus suspiros y sus suaves
bocanadas de aire. Las barreras que ella erigía sobre cada respuesta
calculada y la forma en que sus ojos se abrían de par en par cuando él
penetraba esas barreras.
Gunner la imaginó desnuda en el mercado de carne.
Conocía su capacidad para actuar bajo la presión de una pesadilla.
¿Habría sobrevivido a los mercados de esclavos de Elyria? Algunos lo
hicieron.
Los hombres gritaban en los pasillos, sus voces se elevaban, el alboroto
aumentaba a medida que luchaban a través del túnel irregular hacia el
puente. La nave retumbaba, vibraba y gemía. Las luces del salpicadero
se encendieron en rojo. No necesitó conectarse con los sistemas para
saber que el proceso de abordaje había comenzado. Gunner retiró los
labios para sentir el aire sofocante recorrer sus caninos.
—Juke —Se puso lentamente en pie, encontrándose con los ojos del
capitán en el reluciente cristal del panel. Acortó distancias y negó con la
cabeza—. No voy a matarte.
Juke cerró aliviado los ojos.
Gunner se lanzó hacia delante y hundió los dientes en la espalda del
capitán, arrancándole las vértebras, tirando hasta que la columna
vertebral desgarró la carne, los músculos y, finalmente, las capas de tela
que antes la cubrían.
Los huesos se astillaron en su boca y la sangre salpicó el aire. A Juke se
le escapó un sonido gutural de asombro antes de dejar de emitir sonido
alguno.
Mentí.
Capítulo 22

Sus pasos fueron amortiguados por el ruido a su alrededor. El aire se


aclaró hasta ser casi fresco. Sin pudredumbre, sin humo, sin nada.
Levantó los ojos para ver que había otras personas más adelante, pero
no les prestó atención porque su padre le soltó el brazo de los hombros
cuando se acercaron.
Entraron en una gran sala. Se le cortó la respiración. Sus pies se
detuvieron.
Las cápsulas de escape.
Elodie se zafó de su agarre.
—No.
—La nave está bajo ataque. No podemos quedarnos aquí. Tenemos que
irnos.
—Ya oíste lo que dijo Gunner sobre las cápsulas, no estamos más
seguros en ellas que aquí.
Chesnik sonrió radiante, esperanzado, y eso la sorprendió. ¿Por qué
sonreía?
—Son los Guardianes de la Paz —Su padre levantó la baliza de socorro
que tenía en la mano—. Son los que están atacando la nave. Son los que
dicen que nos retiremos. Todo lo que tenemos que hacer es salir antes
de que hagan un agujero en el casco y seremos libres. No cazan cautivos.
Miró la baliza con recelo mientras su padre la encendía. Elodie podía oír
a los hombres que hablaban al otro lado, pero todo seguía siendo
entrecortado y débil. Sin embargo, podía distinguir palabras como
neutralización y el constante y monótono pitido de retirada.
—No podemos estar tan lejos del espacio aéreo comercial —dijo
Chesnik—. Es hora de irnos —Se alejó de ella, pero dio media vuelta
cuando ella no le siguió. Seguía intentando escuchar los ruidos difusos
que llegaban a través de la máquina— ¿Ely?
—Entonces, ¿por qué disparan contra la nave si saben que no todos
somos piratas? —preguntó ella. Varios hombres se filtraron a su
alrededor, dirigiéndose a las cápsulas de escape. Vio cómo cada
tripulante empezaba a preparar la suya.
—¿Quizá porque no nos quedamos quietos, joder? No podemos confiar
en que esta vieja nave tenga un sistema de soporte vital que funcione.
Si el maldito capitán vuelve a disparar entonces no les quedará más
remedio que pasar a la ofensiva. De cualquier manera, no podemos
quedarnos.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Dio un paso atrás. Gunner se
dirigía al puente en este momento, si no estaba ya allí.
—No seas idiota. Lo saben.
—¿Saber qué? —Una de las cápsulas de escape programadas se estrelló
contra la pared y desapareció. Sus ojos se desviaron de ella a su padre.
—Saben que la nave lleva cautivos, porque todos los piratas llevan
cautivos —Su padre volvió a acercarse a ella y ella dio otro paso atrás—.
Se conectaron a nuestra señal de socorro. Nos están esperando. No nos
dispararán. Vamos, es hora de partir.
En ese momento otra explosión sacudió la nave, peor que la anterior, y
ella y su padre cayeron al suelo. Un zumbido llenó sus oídos cuando
varios de los sistemas cercanos se reiniciaron. Elodie se balanceó contra
los temblores mientras su padre se recuperaba. Se giró para mirar hacia
el pasillo.
—¿Y los demás? —Los que acababan de abandonar. El hombre con la
pierna rota y quemaduras en la cara.
Su padre la levantó con un gruñido.
—No hay tiempo para ellos.
—¿Y Gunner? —siseó.
—Tiene sus propios planes. Lo sabes tan bien como yo —La agarró
violentamente del brazo y la empujó hacia delante. Se deslizó varios
pasos antes de luchar contra él. Su brazo se tensó dolorosamente.
—¡No me voy! —gritó.
—¡Están neutralizando la puta nave, muchacho! ¡Si no nos vamos,
moriremos! ¡Al espacio le importa una mierda si eres pirata o no! —La
arrastró hasta la cápsula y ella se resistió todo el camino, pero cuanto
más forcejeaba, más fuerte tiraba él. El dolor le subió por el antebrazo.
Una descarga de adrenalina la recorrió justo cuando llegaron a las
puertas de la cápsula.
Haciendo uso de todo su peso y sus músculos, Elodie dio un tirón hacia
atrás y soltó el brazo. El impulso la hizo caer de culo y hacer tropezar a
su padre. Elodie patinó mientras se ponía en pie.
—Papá —musitó, sin aliento por el miedo y la adrenalina—. Te he dicho
que no me voy.
Otra explosión la hizo caer hacia un lado, tirándola de nuevo al suelo.
Sus dedos se tensaron sobre el metal mientras luchaba por ponerse de
pie de nuevo, manteniéndose firme. De repente, las luces parpadearon,
desviando su atención el tiempo suficiente para que su padre se
abalanzara sobre ella y la abrazara por la espalda. La levantó del suelo
hasta que sus pies dejaron de tocarlo.
—¡Ely! Deja de pelear.
No podía dejar de luchar. No iba a dejar a Gunner.
Elodie hundió los dientes en el hombro de su padre. Maldiciones
llenaron sus oídos, y su agarre sobre ella vaciló. Un segundo. Fue
suficiente para apartarse y poner los pies en el suelo. Pero él era más
fuerte que ella y sabía que iba a perder el control. De ninguna manera su
padre la dejaría quedarse en la nave.
—Por favor —suplicó. Sabía que él iba a ganar y enviarla al espacio, y si
eso ocurría, sabía que nunca volvería a ver a Gunner— ¡Por favor!
—Joder —rugió su padre y la empujó dentro de la cápsula— ¡Estoy
intentando salvarte la vida!
—¡Y yo estoy tratando de salvar la suya! —Se giró, gritando y
golpeando su pecho. Su puño salió de la nada y ella no tuvo tiempo de
esquivarlo.
El dolor estalló en su cabeza y las estrellas cayeron en cascada sobre su
visión mientras ella se escabullía en el pequeño espacio. Elodie se
agarró la frente mientras la sangre le salía por la nariz. La conmoción
inundó sus sentidos. Me ha golpeado.
—¡Te meteré a golpes en esa cápsula si eso es lo que hace falta para
salvarte la vida! —Sus palabras golpearon y ella se encorvó sobre sí
misma, tapándose la nariz, incapaz de moverse mientras su padre
entraba en el pequeño espacio frente a ella—. Lo siento, muchacho —
Su voz era ronca y apesadumbrada.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Yo también lo siento —Su mano se acercó a la cadera para agarrar la
tubería que llevaba pegada al costado.
—Me perdonarás cuando...
Se la clavó en el hombro y él no llegó a terminar la frase. Elodie forcejeó
a su alrededor hasta liberarse del estrecho espacio. Sabía que su
sorpresa duraría tan poco como la suya.
Le recorrió una oleada de energía y lo tiró hacia atrás, apuntando con
todas sus fuerzas al hombro que había golpeado. Su padre se dejó caer,
aturdido, y la miró con los ojos muy abiertos mientras ella salía.
—Tú también me perdonarás, papá, pero no voy a dejarle —susurró ella.
La secuencia de la cápsula de escape sonó de fondo y comenzó una
cuenta atrás. Adiós, papá.
—Adiós, Elodie —dijo él justo antes de que la puerta del panel se
cerrara entre ellos. Dio otro paso atrás mientras la cápsula se desviaba
hacia la pared, alejándose de ella y adentrándose en la interminable
bruma gris que llenaba su visión. Y entonces, desapareció.
Elodie se quedó de pie, mirando el lugar donde acababa de estar su
padre.
La última vez tardaron menos de media hora en despedirse. Esta vez
sólo les llevó unos segundos.
Se limpió la sangre de la nariz y dio otro paso atrás, y luego otro. El
resto de los hombres ya se había marchado y sólo quedaban espacios
vacíos donde antes habían estado las otras cápsulas.
Cerró los ojos y respiró hondo cuando las luces se apagaron. Los ruidos
se intensificaron y la oscuridad la envolvió. Esperó a que sus ojos se
adaptaran al sutil resplandor mientras se encendían varias luces de
emergencia.
¿Qué he hecho? El mareo la asaltó y un dolor de cabeza punzante
comenzó a formarse detrás de sus ojos. Elodie se bajó la cremallera de
la chaqueta y se la levantó para contener la sangre que le salía por la
nariz.
—¿Ely? —dijo alguien detrás de ella.
Elodie se giró. Una figura sombría apareció a lo lejos, encorvada y
agarrada a la pared. Elodie levantó la tubería a la defensiva y retrocedió
un paso.
—Elodie, soy yo.
—¿Gunner? —respiró ella.
La figura gimió y se apoyó en la pared mientras otro temblor recorría la
nave. Se precipitó hacia delante y luego se detuvo. Un aura roja, casi
demasiado oscura para percibirla, se iluminó en sus ojos. Proyectaba sus
rasgos afilados en sombras apagadas y penumbra, pero al cambiar su
atención para recorrer los últimos pasos que les separaban, se dio
cuenta de que el resplandor no reflejaba su estado de ánimo; sino su
debilidad.
Su espalda chocó contra la pared con un gruñido agónico. Se deslizó
hasta el suelo mientras ella se acercaba, soltando el arma, para
acariciarle las mejillas.
—Dios mío, Gunner —El miedo y la preocupación la entumecieron—
¿Estás bien?
Elodie no esperó su respuesta antes de quitarle los jirones de ropa que
le quedaban para comprobar sus heridas. El material estaba empapado
de sangre. Esperaba que no fuera toda suya. Lo había visto en varios
estados después de luchar, pero nunca así. Era casi como si cada vez
que la dejaba, volvía a ella en un estado aún peor que antes.
—Estaré bien —gimió él, echando la cabeza hacia atrás y entornando
los ojos.
—¡No pareces estar bien! —Elodie luchó contra una nueva oleada de
lágrimas, dejando caer la ropa mojada a su lado—. Quédate aquí. Voy a
buscar un botiquín —Se levantó, pero él la agarró por la muñeca.
—No te preocupes.
Intentó zafarse de su agarre, pero él la apretó aún más.
—Tenemos que atenderte ahora mismo —argumentó con los nervios a
flor de piel—. La nave...
—…está siendo abordada.
Eso la detuvo.
—¿Qué van a hacer con nosotros?
Gunner sonrió débilmente. Débil. No era una palabra que ella asociara
jamás con él y aquello le produjo miedo en el alma.
—Es el maldito gobierno. Como que... —dijo moviendo la mano- nos
han encontrado. Deberías haber visto cuántas naves hay ahí fuera. Me
siento bastante insultado.
Elodie negó con la cabeza.
—¿No lo entiendo? ¿Significa eso que llegaron al puente? ¿Nos retiramos?
—Levantó la mano y le apartó el pelo suelto y mojado del flequillo.
—Todo ha terminado.
Entrecerró los ojos.
—Eso no responde a ninguna de mis preguntas.
Se rió y la atrajo hacia sí. Dejó que la apretara contra su costado, aunque
estaba cubierto de suciedad, pero ella también lo estaba, así que ¿qué
importaba? Elodie apoyó la mejilla en su pecho. El brazo de Gunner la
rodeó por el hombro y la estrechó contra sí. Algo no iba bien. Ya no está
caliente...
—Estamos a salvo.
Elodie cerró los párpados y se acurrucó en él todo lo que pudo.
—Gunner... tienes frío. ¿por qué tienes tanto frío?
—Estoy débil.
Le dolía el corazón.
—¿Qué ha pasado?
—De todo —Se rió suavemente—. Me capturaron esos malditos piratas
y me robaron mi nave.
—Quiero decir...
—Me golpearon con un explosivo que reinició mi computadora central.
Me golpearon más después de despertar. Una tonelada de mierda más
sucedió en el próximo par de semanas. Aún no he tenido la oportunidad
de recuperarme, pero estaré bien.
Suena tan cansado.
—Lo siento —susurró.
Oyó el sonido cercano de pasos, acompañado de gritos.
—Espero que no. Ha sido entretenido...
Sus labios se movieron en una pequeña sonrisa.
Capítulo 23

Elodie se encontró en otra celda. Parecía ser un tema recurrente. Poco


después de que los soldados abordaran la nave pirata, Gunner y ella
habían sido esposados y trasladados. Había pasado un día desde
entonces y la habían dejado sola en una pequeña habitación sin nada
más que silencio para pasar el tiempo.
La mayor diferencia, sin embargo, era que esta celda tenía paredes
sólidas por todos lados, excepto por la abertura. Ese aspecto, a pesar
de todo lo ocurrido, no había cambiado.
Había algunas otras diferencias notables. Estaba limpia, no tenía que
fingir ser alguien que no era, había un catre blando y un retrete, y
recibía comidas regulares durante todo el ciclo. Nadie la molestaba, y
eso empezaba a volverla loca.
Se paseaba por el pequeño espacio interior. Su reclusión habría sido
más fácil si hubiera sabido lo que les había ocurrido a Gunner y a su
padre.
Innumerables hombres habían inundado los pasillos de la nave pirata,
abordados desde otros lugares, y habían neutralizado todo lo que había
dentro. Allí la habían encontrado a ella y a Gunner, y al resto de los
hombres del calabozo que no habían logrado entrar en las cápsulas de
escape.
Sus dedos tocaron el hematoma que se estaba curando en su brazo. El
dolor punzante ya había empezado a desaparecer.
Los soldados la habían apartado de Gunner y la habían llevado a la
enfermería de una de las naves de la pequeña armada que había
acudido en su rescate. Había visto a algunos de los otros prisioneros del
calabozo, pero en general los habían mantenido separados.
Sin embargo, el hombre tranquilo que había estado en la unidad de
enfrente estaba vivo. Y esperaba, de alguna manera, haber ayudado a
que eso sucediera.
Gunner lo hizo posible. Enterró la cara entre las manos y agradeció a las
estrellas que hubieran sido los Guardianes de la Paz los que habían
captado la señal de socorro, y nadie más. Elodie tensó y relajó los
músculos, esperando -mentalmente gritando- que Gunner estuviera
bien. No lo había visto desde su captura. Tal vez se dieron cuenta de que
estas celdas no podían contenerlo y lo llevaron a un lugar más seguro.
Sus ojos recorrieron la celda y las comodidades de las que ahora
disponía.
Su vida podría haber acabado de forma muy distinta.
Tocó las paredes y los artilugios, sintió los engranajes y luego se sintió a
sí misma para asegurarse de que no era un sueño. Que no estaba a
punto de despertarse y volver entre el humo y los hombres, a su celda
en la nave pirata.
Elodie sabía cuándo soñaba; los sueños eran en gris, no en blanco, como
la habitación en la que se encontraba. Pero no podía dejar de apretar la
ropa de cama con las manos y sentir las paredes lisas para salvar su vida.
Sabía que su sueño estaría atormentado por su estancia a bordo de la
nave pirata: los reclutamientos, las palizas, el miedo. Pero le daba
esperanzas que Gunner también estuviera en sus sueños.
Su Cyborg de orejas y dientes afilados.
—¿Hola? —gritó Elodie después de apartar la mano de la pared. No
obtuvo respuesta. Habían pasado horas sin respuesta.
Se acercó a los barrotes y se agarró a ellos. Había un pequeño pasillo
que salía de su celda, blanco y reluciente y había una puerta a varios
metros que permanecía cerrada.
Los soldados aún no sabían si formaba parte de la tripulación pirata. No
podía culparles por ser precavidos. Los que podían responder por ella
también estaban bajo sospecha, probablemente retenidos en otro lugar.
Quizá mantuvieran a las mujeres en celdas separadas de los hombres.
Elodie soltó los barrotes y se masajeó la nuca, aliviando la tensión de los
músculos.
De pronto, la puerta se abrió y ella bajó los brazos. Por favor, que sea
Gunner.
Un hombre desconocido, vestido con un elegante traje negro, entró en
la sala. La prueba estaba en las solapas de su chaqueta. Todos los
soldados de esta nave tenían el mismo aspecto. Se confundían con sus
ropas rígidas y a medida y sus cabezas afeitadas según el reglamento.
—¿Elodie? —preguntó acercándose a ella.
Se aclaró la garganta y asintió.
—Sí. ¿Está bien Gunner? —soltó— ¿Han encontrado las cápsulas de
escape que salieron disparadas de la nave pirata? ¿Por qué me retienen?
¿Dónde están los demás? Por favor, dime si Gunner está bien....
El hombre continuó como si sus preguntas nunca hubieran sido
formuladas.
—¿Has estado, en algún momento, en compañía o vinculada a la
tripulación del capitán Juke?
—No... Nunca, excepto por mi padre. Me obligaron a subir a bordo y me
encerraron en el calabozo.
La miró fijamente con una cara que ella no podía leer. Era apuesto
incluso en su frialdad, pero no tenía armas en las mejillas, así que no
significaba nada para ella.
—¿Has permanecido, en algún momento, leal o vinculada a alguien que
se uniera a su tripulación después de tu llegada?
Elodie se frotó las manos.
—Sí.
—¿Quién?
—Mi padre, Chesnik. Nos subieron juntos a bordo y, tras varias semanas
de encarcelamiento, aceptó el reclutamiento —Se le secó la boca al
decirlo. ¿Estaba diciendo demasiado?
—¿Y seguiste en contacto con él después de que se uniera a la
tripulación de Juke?
Elodie se relamió.
—Me liberó del calabozo... Gunner y él liberaron a todo el mundo del
calabozo —añadió secamente.
—Como digas. ¿Serías capaz de reconocer entre los prisioneros a los
que habían aceptado el reclutamiento tras ser capturados?
—Podría ser capaz, pero no estoy del todo segura. Mantuve la cabeza
agachada la mayor parte del tiempo. Era más seguro para mí hacerlo así.
—Pero si los vieras, ¿reconocerías, o al menos intentarías reconocer a
los que trabajaban para Juke y su organización afiliada y distinguir entre
ellos y los que escaparon contigo?
Hizo una pausa.
—Sí, a algunos los reconocería. ¿Significa eso que voy a verlos? —No
quería verlos, pero era su mejor oportunidad de saber si su padre había
sido capturado. Gunner no estaría entre ellos, no con su historia
trabajando para el gobierno, pero la posibilidad llenaba su corazón de
fugaz esperanza.
—A su debido tiempo —El hombre se volvió para marcharse.
Elodie se agarró a los barrotes.
—Espere, por favor —suplicó con la voz entrecortada. Cuando se
detuvo y se volvió hacia ella, podría haber llorado— ¿Qué ha pasado? —
Elodie tragó saliva—. Estábamos... escapando, y de repente la nave se
desestabilizó y Gunner tuvo que... llegar al puente para detenerla —
Cerró los ojos brevemente cuando su cuerpo ensangrentado apareció a
la vista— ¿Está bien? —No saberlo la estaba matando lentamente por
dentro—. Lo que sea, por favor, dime lo que sea. No soporto el silencio
—Negó con la cabeza—. Ha habido demasiado ruido en mi cabeza
durante demasiado tiempo.
—Elodie —dijo finalmente— ¿Cuánto tiempo llevas en el espacio?
—Toda mi vida —respondió ella rápidamente.
Sus ojos se arrugaron y asintió. Tristeza. Lástima. No lo supo.
—¿Por qué? —preguntó.
—No deberías molestarte con un hombre como él —Se refería a
Gunner—. Lo más inteligente que puedes hacer, cuando todo esto
termine, es volver a la Tierra o a una de las otras colonias, y tratar de
olvidar todo lo que pasó.
Se secó las mejillas, sin darse cuenta de que estaban cubiertas de
lágrimas.
—No puedo.
Su rostro se suavizó.
—Tú no lo entiendes. No puedo. Es mi amigo —Sus palabras se
entrecortaron—. Le amo. No tiene sentido —Se secó la cara—. Ya lo sé,
pero necesito decírselo. Necesito decírselo al menos antes de... —No
encontraba las palabras adecuadas—. Antes de que todo esto termine
—Elodie volvió la cara hacia su hombro. La chaqueta de Gunner ya no
rodeaba su cuerpo, se la habían quitado en la enfermería.
El soldado la miró fijamente mientras ella intentaba serenarse. Esperó a
que dijera algo, o a que se marchara, y cuanto más tiempo la observaba,
más le costaba mantener la compostura.
Había cultivado durante años su fachada de valentía, y ahora todo su
trabajo se había esfumado.
—Nunca te dejes llevar por tus pesadillas —Su voz era triste y ella cerró
los ojos.
Elodie escuchó sus pasos mientras se alejaba, y continuó escuchando
mucho después de que él se hubiera ido y la puerta se hubiera cerrado
tras él. Volvía a estar sola en aquel silencio incómodo.

***

—Deberías renunciar a ella —suspiró Stryker. Su proyección se


desplegó en el centro de la cabina.
Gunner golpeó la pared con el puño, no era la primera vez que lo hacía.
No quedaba mucha pared contra la que abusar. Apretó el puño y éste
volvió a salir del panel enredado en cables que chisporroteaban contra
su carne.
Debería dejarla ir. Pero no quería. Habían pasado días desde que los
Guardianes de la Paz sometieron la nave de Juke y la abordaron.
Llegaron como un enjambre poco después, acompañados de un
batallón de robots y hombres, para limpiarlo todo desde dentro.
Lo habían encontrado en el suelo, retorcido y enajenado. Elodie le había
cubierto, había intentado protegerle de las armas que le apuntaban.
Había sido un caparazón de su antiguo yo, aún hambriento de más
sangre, con el sabor del cartílago de Juke en la boca. Nunca había
querido que Elodie lo viera así.
Pero se había sentido tan bien.
Había sido sublime. Un clímax espantoso experimentado a través de
una mirada carmesí, y ella había sido su recompensa al final. Pero al
mirarla a los ojos preocupados, volvió la razón y odiaba que ella lo
hubiera visto así.
Debería dejarla marchar.
Lanzó una mirada a Stryker. El Cyborg llevaba su máscara como siempre,
gruesa y definida alrededor de la cara. No envidiaba a la serpiente, pero
si fuera él, Gunner nunca llevaría máscara. Cualquiera que se acercara a
su distancia de ataque lo haría por su cuenta y riesgo.
Stryker se negaba a reconocer que el veneno que escupía pudiera ser
algo bueno.
—Es lo mejor —añadió Stryker.
—¿Lo mejor? —Los ojos de Gunner ardían.
—Eres un hijo de puta imprevisible. Me sorprende que esta mujer te
haya dejado acercarte. Tienes tendencia a hacer que todo el mundo
camine en dirección contraria a ti y no es sólo porque seas un gilipollas,
sino porque su vida suele depender de ello.
Elodie había dejado que se acercara. Pero ¿realmente tenía elección?
Estuvo tan cerca.
Lo había dejado entrar y luego lo había dejado quedarse. Gunner nunca
se había sentido más en casa que con ella. Su tacto era una dicha.
Quería hundirse en ella, ahogarse y no salir nunca a la superficie.
Gunner se detuvo, se tiró del pelo y acalló los pensamientos.
Traer los fantasmas de ella era una tortura para él. Los recuerdos se
reproducían perfectamente en su cabeza, cada matiz grabado para la
eternidad, cada detalle suyo para analizarlo y sobre analizarlo.
Y como una droga, quería más. Quería nuevos recuerdos que reproducir
y añadir a los antiguos, para poder saciarse y alimentarse de ellos. Dejó
escapar un fuerte suspiro.
—No creo que pueda dejarla ir.
La serpiente refunfuñó.
—Déjame ser la voz de la puta razón. Nadie debería estar cerca de ti.
Nadie. Yo ni siquiera debería estar cerca de ti. No necesito que mi culo
se exilie como el tuyo.
—¿Podrías renunciar a Norah? —preguntó Gunner. Stryker le había
contado todo lo sucedido y por qué nunca había respondido a las
comunicaciones de Gunner. Que aquella mujer, Norah, había enviado su
propia llamada de socorro y, como el héroe que Stryker pretendía ser, la
había respondido.
Gunner se rió. El momento era casi irrisorio. Stryker lo miró como si se
hubiera vuelto loco.
Si la serpiente no hubiera respondido a aquella llamada de socorro y en
su lugar hubiera respondido a las comunicaciones de Gunner, éste no se
habría detenido a investigar al Blessed. Si ambos se hubieran limitado a
hacer su puto trabajo, seguirían siendo cazadores de monstruos para el
DEPT. Hace un mes lo habían sido.
Ahora, la serpiente -la perfección en persona- había renunciado, y
Gunner tenía que vérselas con Dommik para todas las futuras entregas.
Eso si no abandonaba el equipo él mismo.
Pensó en dejar el trabajo, sobre todo después de descubrir que lo
habían rastreado y que el DEPT llevaba vigilándolo Dios sabe cuánto
tiempo.
El propio enjambre le seguía la pista. Nadie más tenía esa combinación
mortal de accesos y recursos. Gunner no tenía pruebas... pero no había
terminado de buscarlas.
Cuando recuperó su nave, después de que los Guardianes de la Paz -
enlistados por el DEPT la siguieran por toda la galaxia en su busca,
Gunner la había atracado en la misma nave en la que estaba Elodie y
luego había registrado su nave a fondo. Sabía lo que buscaba, pero
había sido incapaz de encontrarlo. Un pedazo del mismo enjambre.
—Nunca podría entregar a Norah —dijo Stryker.
—Y, sin embargo, puedes matarla con un beso —provocó Gunner.
No hubo respuesta. Stryker se movió y su holograma se movió para
emularlo. Fue intenso, los pesados minutos de silencio que se cernieron
entre ellos.
—¿Te has comido al capitán?
Gunner se acomodó cautelosamente en una silla.
—No.
—Entonces al menos hay esperanza para ti.
Esperanza y Elodie eran la misma cosa.
Horas más tarde, Gunner se lavó, se frotó hasta que su piel estuvo lo
bastante enrojecida y en carne viva como para activar sus nanobots
curativos. Se recortó el pelo y se afeitó la barba que se había dejado
crecer las dos últimas semanas. Se frotó el pulgar, que aún no estaba
completamente curado, sabiendo que la otra mitad permanecía en lo
más profundo de las entrañas de la masa descompuesta del legionario.
Un trozo de él que se había quedado atrás, aunque un nuevo trozo
pronto reemplazaría lo que había perdido.
Se puso su nuevo uniforme, uno que tuvo que reproducir, ya que el
último había sido destruido cuando los piratas asaltaron su nave.
Gunner apretó la mano contra las paredes del lavabo convertido en
cervecería y la deslizó sobre el tanque de hidromasaje que reposaba
tranquilamente en un rincón. La cerveza hacía tiempo que había
desaparecido, pero las máquinas estaban intactas. Podía oler la
fragancia persistente del lúpulo en el aire, amargo y dulce.
Pero el resto de la nave no era lo mismo. No después de lo que le habían
hecho los piratas, ni después de lo que él le había hecho en busca del
rastreador.
La armería había sido saqueada, el hangar médico vaciado de todos sus
almacenes, la sala oculta de cibernética despojada de toda su
tecnología millonaria. Su puente apestaba a otros que se habían
instalado en su lugar mientras intentaban piratear sus máquinas. Incluso
podía oler a Ballsy cuando se concentraba, por fino que fuera el rastro.
Las adquisiciones de DEPT, en su mayor parte, estaban bien. Las puertas
que conducían al laboratorio estaban destruidas casi sin remedio,
derribadas por una bomba o un cañón de algún tipo. Había una bazuca
en su arsenal. Podría haber sido eso. Un desperdicio de munición en
perfecto estado.
Gunner deseaba haber podido ver las caras de los piratas cuando
finalmente lograron pasar. Cuando vieron por primera vez los
gigantescos recintos de cristal llenos de flora. Flora que aún esperaba
ser descargada y enviada de vuelta a la base DEPT en la Tierra.
Había muy poco dinero en las existencias que tenía almacenadas en la
parte de la nave más fuertemente atrincherada. Los piratas no quisieron
nada.
Pero aún así, si nunca hubiera habido un rastreador a bordo de su nave,
se habrían forrado vendiendo su equipo personal.
Sin embargo, no quedaba ninguno de sus androides. Le habían robado
esa parte de su reino.
Gunner se estiró las mangas de la chaqueta y salió de su nave.
La zona de aterrizaje y la bahía de atraque de la gigantesca masa de
combate de los Guardianes de la Paz llenaban su vista, al igual que los
cientos de hombres y robots que trabajaban en la cubierta. A ambos
lados de él, flyers de combate y naves diplomáticas se extendían a lo
largo de kilómetros en ambas direcciones. En cierto modo, le recordaba
a Ciudad Fantasma, pero mucho, mucho más grande. Las masas de
batalla no eran naves de guerra, sino gigantescas fortalezas móviles de
la flota militar terrestre.
Nadie le detuvo cuando entró en la nave principal. La gente observaba,
pero mantenía las distancias. Era la primera vez que salía en días.
Él estaba detrás de una cosa, y sólo una cosa. Elodie. Lo había estado
llamando, deseándolo, y ellos habían intentado mantenerlo alejado. Lo
había permitido. La distancia y el tiempo pueden cambiar a una
persona... Pero no había cambiado a ninguno de ellos. Su pequeña
charla con Stryker sólo había fortalecido su determinación. Sabía lo que
quería, y nunca se privaba de nada.
Gunner siguió su olor a las unidades de retención. No eran difíciles de
encontrar. Conocía bien el olor del cautiverio.
El seductor aroma que parecía desprender perfumaba los interminables
pasillos. Fresco, nuevo y vigorizante. Las placas metálicas de su cuerpo
vibraban de expectación. Su corazón se aceleraba a cada paso. Siempre
podría encontrarla, siempre podría olerla.
Sus pasos y sus zancadas se alargaron. La velocidad le picaba los talones,
y cuanto más se acercaba, más rápido se convertía en su chacal.
Compañera.
Ahora podía sentirla a pocos metros de él. No había nada que pudiera
interponerse en su camino, ni siquiera los muros metálicos y las barreras.
Un hombre de uniforme estaba ante la última puerta que conducía a
ella. Gunner estiró los dedos y luego los cerró en puños.
—Elodie —dijo sin aliento.
El guardia lo miró con recelo, pero asintió.
—Está retenida dentro.
—De momento —Gunner no se detuvo.
El guardia no respondió -al menos no con la rapidez suficiente- y Gunner
lo empujó hacia un lado. El mecanismo de cierre de la puerta se
desprendió a voluntad y él apartó el panel sin hacer ruido. Aparecieron
una serie de celdas, pero sólo una estaba ocupada. Sólo sintió a una
persona. Sólo la sentía a ella.
El olor de Elodie inundó su nariz y su proximidad electrizó cada fibra de
su ser.
Gunner se acercó a su habitación en silencio. Era la única que tenía
barrotes, pero también la única transformada en aposento privado. Se
alegró de que la mantuvieran alejada de los demás. Lo había exigido.
Al doblar la esquina, le llegó primero la respiración tranquila y uniforme
de ella, y después su cuerpo. Elodie estaba tumbada en una cama frente
a la pared, de espaldas a él, durmiendo plácidamente.
Completamente inconsciente de que él estaba allí.
Gunner la observó durante un rato, sin saber cómo actuar. Le había
dado al tiempo la oportunidad de erosionar el extraño vínculo que los
unía, por el bien de ella más que por el suyo, pero eso sólo hacía que el
dolor que sentía aumentara cada hora que permanecía alejado.
Pero su paciencia tenía un límite. Nadie había estado nunca en
desacuerdo con eso.
Gunner no estaba seguro de si estaba allí para despedirse o para
capturarla de nuevo. No tenía más plan que la necesidad inmediata e
instintiva de verla, de estar cerca de ella, aunque fuera la última vez.
No sabía qué les quedaba ahora que se les había acabado el tiempo.
Técnicamente, el trato entre ellos se había cumplido.
Su chacal lo impulsó hacia adelante y su yo-máquina estuvo de acuerdo.
El hombre que había en él era una excepción, había perdido la batalla de
hacerse el héroe.
Nunca pensó que fuera un buen hombre.
Gunner se dio la vuelta y encontró el mecanismo que abría su habitación.
Los barrotes se hundieron en las paredes con un ruido sordo. Elodie
seguía dormida.
Avanzó y se sentó junto a su camastro, apoyando la espalda contra la
pared, con la cabeza inclinada hacia un lado para descansar detrás de la
de ella. La respiró y esperó. Observó.

***

Su pelo se agitó, haciéndole cosquillas en la nuca. Le acompañó una


suave exhalación y una sensación de calor.
Los ojos de Elodie se abrieron de golpe y su cuerpo se puso rígido. Su
pelo volvió a moverse y estiró la mano para tocarlo, para deshacerse de
la sensación, pero sus dedos fueron atrapados y sujetados con fuerza.
La mano que la sujetaba era áspera y callosa y la agarraba casi con
desesperación.
Se dio la vuelta y vio a Gunner sentado en el suelo junto a la cama.
Se sintió aliviada al verlo: guapo, arreglado y tan distinto del prisionero
junto al que había estado durante semanas. Se miraron en silencio
durante un rato, sin poder decir palabra.
—Te acicalas muy bien —dijo ella rompiendo el silencio primero con una
sonrisa.
—Y vas vestida como una chica —Se burló él.
Elodie se echó hacia atrás y levantó las mantas de la cama, invitándole a
entrar. Gunner, sin romper la conexión que compartían, se unió a ella
bajo la manta. La cama se hundió bajo su peso y el cuerpo de ella se
apretó contra el de él.
El brazo de él se enganchó por encima de su cabeza y se deslizó bajo su
mejilla. Él tiró de ella hasta envolverla en sus brazos. Elodie soltó un
suspiro de felicidad cuando sus pies descalzos se enredaron en las
piernas de él. Los frotó sobre sus botas mientras se acomodaba en él.
—Gunner... —dijo Elodie sin aliento.
—Elodie —Le susurró él con una voz ronca y oscura que a ella le
encantaba. Otro aliento caliente le recorrió la frente y ella cerró los ojos
para ahogarse en él. Para recordar todo lo que habían pasado.
En poco tiempo, su pulso se ralentizó al mismo ritmo que el de él y
sucumbió al olor de su calor y su aftershave.
Si aquello era un sueño, no quería que acabara nunca.
La siguiente vez que se despertó, él ya no estaba.
Capítulo 24

Elodie fue puesta en libertad ese mismo día.


Los funcionarios la llevaron junto con algunos de los detenidos y
repreguntaron por sus historias. Ayudó el hecho de que, durante el
desmantelamiento de la organización pirata, se recuperó la nave minera
en el que había trabajado y los registros de los empleados seguían ilesos.
Eso demostraba su inocencia.
Los que no fueron liberados -o habían sido reclutados- permanecieron
retenidos hasta que se sometieron a juicio.
Para su decepción, aún no se había localizado a los que se habían
marchado en las cápsulas de escape.
Pero las noticias que había recibido eran buenas: varios habían
aparecido en un puerto estelar cercano y el ADN de su padre estaba en
una de las cápsulas. Ahí terminaba su rastro. No había más señales de
datos que los Guardianes de la Paz pudieran seguir y desaparecer en las
estrellas no era una tarea difícil... especialmente si se empezaba fuera
del mundo.
Si realmente quería, Elodie podría encontrarlo. Conocía a su padre lo
suficiente como para saber qué haría y adónde iría. Aunque cambiara de
nombre, ella siempre podría reconocerle.
Elodie siguió la luz amarilla de los pasillos que indicaban la dirección de
la zona de aterrizaje. Tenía los nervios de punta y los pies le pesaban,
pero ya se había decidido.
Sólo tengo que convencer a Gunner... si es que necesita que le convenzan.
No estaba segura de que lo necesitara, pero sopesar todas las
posibilidades era más seguro. Protegía su corazón.
Estaban en lados opuestos después de todo.
Si sus sentimientos por Cyborg eran unilaterales, no sería el fin del
mundo. Al menos eso es lo que se decía a sí misma. Ahora tenía todo un
universo de opciones.
Se repetía eso una y otra vez, pero sus pensamientos siempre volvían a
Gunner. Sólo había una opción que ella quería. Ely nunca pensó que la
libertad le resultaría tan pesada.
Su risita estaba llena de autodesprecio. No creo que me siente bien.
Algunos de los otros habían aceptado trabajos con los Guardianes de la
Paz. A todos les habían ofrecido puestos a las pocas horas de su
inocencia. Era sorprendente, pero suponía que tenía sentido. Había
demasiados puestos de trabajo en una nave espacial y muy poca gente
interesada en cubrirlos. Con la experiencia que ella y los demás
prisioneros habían compartido, trabajar para el gobierno era una opción
mucho más segura que trabajar en una nave que podía volver a ser
derribada.
El pasillo terminó abruptamente en un atrio y un arco gigante, más allá
del cual estaba la zona de aterrizaje. El aire se volvió más frío a medida
que se adentraba en el gran espacio, y la grasa y el aceite penetraron en
su nariz. La bombardearon los ruidos de las naves que estaban
trabajando y reparando en la zona.
La zona de desembarco era cavernosa, más grande que cualquier otro
puerto en el que hubiera estado. Una cantidad aparentemente
interminable de naves y las máquinas que en mantenimiento llenaban
su visión. Arrugó la frente cuando sus ojos lo recorrieron todo a la vez.
Gunner estaba aquí, en algún lugar, pero nunca esperó que ese lugar
fuera el final de un complejo laberíntico lleno de hombres y metal. La
gente y los androides pasaban a su lado con apenas una mirada, cada
uno dirigiéndose a un destino establecido ante ellos. Envidiaba que
supieran adónde iban.
Elodie se adentró en el vacío.
Era muy diferente de los espacios estrechos y oscuros en los que había
trabajado la mayor parte de su vida, y estiró el cuello para asimilarlo
todo. La alegría le resultaba antinatural. Sus dedos se curvaron en sus
manos y luego sus manos se metieron en las largas mangas de su
camisa.
Las máquinas con las que trabajaba en las entrañas de las naves siempre
estaban en movimiento, pero era un movimiento predecible y rítmico.
Para su ojo inexperto, los muelles de carga parecían una pequeña
batalla.
Templó su inquietud y comenzó su búsqueda.
Al poco rato estaba entre los flyers y el vestíbulo de entrada se perdía a
sus espaldas. No estaba segura de lo que buscaba, pero creía que
cuando lo viera lo sabría. Gunner tenía una manera de atraer las miradas.
Las naves se alzaban sobre ella como rascacielos y se perdía en sus
sombras. Algunos eran tan grandes que no podía ver su parte superior,
mientras que en otros apenas cabía una persona.
Elodie se detuvo. Se le erizó el vello de la nuca y sintió que la miraban.
Se giró lentamente y su mirada se dirigió a todas partes, escudriñándolo
todo.
Entonces lo vio.
Gunner estaba en la rampa apoyado en la escotilla abierta de una nave,
con el cuerpo relajado y, sin embargo, amenazador. Incluso en su
tranquilidad, exigía precaución a los que le rodeaban. Había androides,
naves y pequeñas máquinas entre ellos, caminando y moviéndose a
través de su línea de visión, pero su mirada vigilante nunca vaciló.
Elodie permaneció inmóvil, devolviéndole la mirada.
Me está esperando.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. De repente, toda su
preocupación e incertidumbre desaparecieron. Todas las demás
opciones que se había obligado a considerar murieron como hierbajos
famélicos en su cabeza.
En un instante, corrió hacia Gunner, sonriendo como una loca mientras
esquivaba los obstáculos que se interponían en su camino.
Elodie se abalanzó sobre él antes de que pudiera descruzar los brazos, y
los suyos le rodearon. De ninguna manera iba a dejarle ir. De ninguna
manera iba a darle la oportunidad de reconsiderarlo. Hundió la cara en
su pecho y lo abrazó con fuerza, frotándose la frente de un lado a otro,
sintiendo cómo su Cyborg se apoderaba de su alma.
Sus brazos la rodearon lentamente y ella apretó con más fuerza. Las
ásperas manos de él le tocaron ligeramente la espalda hasta que se
movieron. Una subió hasta acariciarle la nuca y la otra bajó hasta
colocarse bajo su trasero. Gunner la levantó bruscamente,
enganchándole las piernas a la cintura, y la atrapó con la boca abierta.
La besó desesperadamente, completándola.
Elodie deslizó las manos sobre él agarrando y tocando todo lo que
podía, incapaz de dejar de sentirlo. No fue hasta que la estrechó más
contra él cuando se dio cuenta de que la había llevado a su nave, lejos
de miradas indiscretas. Siguió apretándose contra Gunner y se aferró a
él mientras él bajaba sus pies al suelo, persiguiendo sus labios durante
todo el trayecto. Sin aliento, ella le acarició las mejillas y rompió el beso
para encontrarse con sus ojos.
Rojos y brillantes.
—Me has esperado —Le dijo ella.
—Sí, lo hice.
—¿Por qué?
—Esperaba que me siguieras.
—Por supuesto que lo haría. Pensé que tendría que convencerte —
Elodie sonrió—. Somos muy diferentes.
—No por mucho tiempo —Gunner respiró acaloradamente sobre su
frente. No estaba segura de si él sabía lo mucho que a ella le gustaba
cuando él hacía eso, aunque sospechaba que sí. De todas formas, le
recordaba su lugar seguro, el único lugar que la reconfortaba dentro de
aquella pesadilla—. Tenías que tomar la decisión tú misma.
—Lo hice hace mucho tiempo.
—En la desesperación.
—No lo hice con desesperación. Cuando dije todo, quería decir todo —
argumentó ella.
Gunner se echó hacia atrás con una sonrisa de satisfacción.
—Recuerda que estoy en el exilio. Estarás sola conmigo el resto de tu
vida.
—Me gusta estar sola —Miró por primera vez su nave—. Contigo —
añadió, mientras observaba el desorden del interior. Las paredes habían
sido arrancadas, el suelo estaba lleno de tornillos y pernos, y las
herramientas estaban colocadas al azar. Había cables y tuberías al
descubierto y, cuando miró más adentro, había puertas enteras rotas o
reventadas—. Has recuperado tu nave.
—El DEPT y los Guardianes de la Paz pudieron rastrearla hasta el lugar
donde la habían almacenado los piratas —Gunner la hizo entrar—. Ya
me estaban buscando antes de que sonara tu baliza de socorro. Los
cabrones pensaron que necesitaba ayuda.
Elodie se rió.
—Me alegro de que lo hicieran. Me alegro de que ya no estemos en ese
carguero.
—¿Qué? ¿No querías ayudarme a capitanear una tripulación de
prisioneros y amotinados durante unos días? ¿Traer un nuevo reino del
terror?
Lo miró de reojo.
—No. Ninguno de los dos está hecho para estar rodeado de gente.
Seríamos líderes terribles.
—El terror, Ely. Reinado del terror. Y funciona. Ya tengo el puño de
hierro, ¿ves? —respondió a su pregunta, flexionando la mano.
—¿La nave... funciona?
—La mayoría de los daños que ves son superficiales. Los piratas
descifraron algunos de mis códigos y saquearon mucho, pero he
repuesto la mayoría de los suministros. Pero basta de eso —Entraron en
una gran sala llena de recintos acristalados y espesa flora. No esperaba
ver una selva bien cuidada en medio de la nave de Gunner. La
exuberante y vibrante vegetación estaba fuera de lugar entre los
escombros y el metal.
Gunner la giró hacia él y rozó con los nudillos el lugar donde los pezones
habían empezado a dibujarse bajo la camiseta y el sujetador deportivo.
Elodie lo agarró mientras los pezones se tensaban bajo la ropa.
—Eres mía —susurró.
—Sólo si tú también eres mío —Se inclinó hacia él.
—Máquina, hombre y animal. Todo tuyo —Se le cortó la respiración
mientras él se lo decía. Había necesitado oírselo decir en voz alta—
¿Qué quieres primero?
La última vez que la tomó, Gunner la había dominado. Ella quería que lo
hiciera de nuevo.
Gunner no le dio la oportunidad de responder mientras le quitaba la
camiseta y la pegaba a la pared. Sus pechos se desbordaron cuando le
arrancó el sujetador, al instante siguiente su boca los besó y
mordisqueó.
Elodie se arqueó hacia él y luchó por quitarse los pantalones. Los suyos
ya estaban milagrosamente bajados cuando él se agachó y la ayudó. Su
miembro salió disparado para deslizarse entre su coño a través de sus
pliegues. Era cálido y aterciopelado, con empujones llenos de exigencia.
Le clavó las uñas en los hombros mientras las manos de él la abarcaban
por detrás, abriéndola. Gunner presionó su gruesa punta perforada
contra su abertura, probando y rozándole con los dientes desde los
pezones hasta el cuello. Su coño se apretó a su alrededor,
deliciosamente abierto para recibirlo.
—Hombre —suplicó—. Quiero al hombre.
Con un gruñido, la penetró de un solo empujón. La parte posterior de su
cabeza se deslizaba hacia arriba y hacia abajo por la pared mientras él la
follaba contra ella. Se aferró a él, más fuerte por la necesidad de
mantener la conexión, balanceando sus caderas con las de él. Su primer
clímax la hizo fundirse con él, y el segundo fue al unísono con el suyo.
Gunner le pasó la lengua por la cara, lamiéndole el sudor, mientras su
frenética penetración continuaba poco después. Cuando terminó, ella
estaba en su regazo en el suelo, con los brazos entrelazados
protegiéndose mutuamente.
—Sólo hay una cosa —Le rozó la cabeza con los labios.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Voy a necesitar ayuda para repararla.
—¿Oh?
—No dejes que abuse demasiado de ti —Se burló, pero sus ojos se
ensombrecieron como si no estuviera de acuerdo con sus palabras. Se le
secó la boca y la garganta se le cerró. Gunner era intimidante incluso
cuando no estaba cubierto de sangre y de armas. Armas con las que
amenazaba penetrarla. Su núcleo se tensó y su vientre se apretó, él
volvió a agarrarla por la nuca y la estrechó contra él.
—Puedo ayudar a repararla —susurró ella exprimiendo las palabras—.
Tengo manos firmes y años de experiencia.
Sus ojos se entrecerraron y sus dientes brillaron.
—Trabajarás para mí. No para el DEPT.
Elodie asintió.
—Tengo una condición.
—¿Cuál es?
—Ya no puedes marcar nada con tu orina. Aunque no sea orina, sino
algún suero super Cyborg que desconozco. Es asqueroso.
Los labios de Gunner se curvaron lenta y diabólicamente en una sonrisa.
—Trato hecho. Y…
—¿Y? —preguntó ella.
—Se acabó fingir que eres un chico. No es que no fuera divertido, pero
te darás cuenta de que el numerito no funciona una vez que veas tu
nuevo uniforme —dijo.
—Ja. No voy a llevar uniforme. Y menos uno elegido por ti. Por lo demás,
trato hecho —Se rió ella y frotó su coño sobre el muslo de él—. Que
fácil.
Le cogió la barbilla y la obligó a mirarle.
—Así que te vas a quedar.
—Me voy a quedar.
La miró a los ojos.
—Mataría por ti. He matado por ti. Y volvería a hacerlo. ¿Lo entiendes?
—Moriría por ti —Le respondió ella—. Lo entiendo.
Gunner le soltó la mano y ella apoyó la cabeza en su hombro. Su calor
embriagador la envolvió mientras su nave descendía en un silencio
reconfortante. Cerró los ojos contra los paneles metálicos rotos y los
cables expuestos que tapaban las plantas de un verde intenso. El gris no
la recibió esta vez. Pero el rojo sí. Y por primera vez desde que tenía
memoria, Elodie miró hacia el futuro.
Un futuro ardiente, al rojo vivo, de fuego salvaje.
Epílogo 1

Varios meses después.

Gunner la ayudó a subir a la camilla. Sus manos eran cálidas, suaves al


tocarla. Elodie habría tenido miedo de no ser por él. O por los otros que
deambulaban preparando las drogas que pronto entrarían en su
organismo.
Drogas. No cualquier droga comercial estándar sintetizada por
replicadores, sino drogas cibernéticas, con capacidad para alterar el
ADN. Del tipo que existía para algunos grupos, como los Cyborgs, pero
que eran desconocidas para el resto del universo.
Sus manos recorrieron la longitud de sus muslos, frotando la gruesa tela
de franela con las palmas, una y otra vez. Gunner le cogió las manos y le
besó los nudillos, luego les dio la vuelta y le besó las muñecas,
pidiéndole que le mirara a los ojos.
No necesitaban decir nada. La mirada que compartían lo decía todo.
Una mujer se adelantó, concentrada en los suministros que sostenía en
sus manos. La doctora Rose Cagley, una doctora Cyborg -una mujer
Cyborg en toda su rareza- dejó los objetos en el palé junto a Elodie y
empezó a prepararlos.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Cagley.
—No. ¿Debería estarlo?
Cagley se rió.
—No. En absoluto. Pero creo que él sí —El médico hizo un gesto a
Gunner.
Elodie le devolvió la risa.
—Yo también lo creo.
—Estoy aquí —meditó Gunner— ¿Cuánto tiempo llevará esto?
—No mucho —respondió Cagley imperturbable. La mujer parecía ser
una de las únicas personas que no se preocupaban por la presencia de
Gunner. Desde el momento en que llegaron a Ciudad Fantasma a
principios de ese ciclo, había sido una prueba. Al principio, la nave de
Gunner fue escoltada por otras dos hasta la gigantesca bahía de atraque,
y cuando salieron por la escotilla, salieron al encuentro varios Cyborgs
vestidos con armaduras.
No los saludaron, sino que se asomaron como centinelas aterradores
por las esquinas y las pasarelas, observándolos con las manos
preparadas sobre sus armas. Elodie los había visto, incluso a los que no
querían ser vistos. Después de toda una vida escondiéndose de los ojos
de los demás, ahora siempre sabía cuándo alguien la estaba mirando.
La única razón por la que no habían sido detenidos era Rose, que se
había reunido con ellos fuera de la nave de Gunner. Y un hombre
llamado Matt, que, según Gunner, le había comprado una pequeña
fortuna de cerveza.
Caminar desde la nave a través de la Ciudad Fantasma fue una
experiencia sin igual. Elodie esperaba una ciudad. O al menos un
ajetreado puerto estelar, pero lo que se encontró fue una cavernosa
nave de acero, no muy distinta de la nave de combate Pacificadora,
pero mucho más pequeña y aerodinámica. Las paredes brillaban en
plata y blanco, eran lisas y elegantes. Era silenciosa y amenazadora en
su interior de alta gama. Las sombras de los rincones seguían siendo
grises, y muchas de las naves atracadas estaban tan personalizadas que
parecían fuera de lugar en el interior. Pero la tranquilidad era lo que
realmente la atraía, y los hombres.
Demasiados guerreros. Sus ojos no podían asimilarlo todo, no en el
breve periodo que pasó por allí, sobre todo porque los hombres no
dejaban de reclamar su atención. La miraban como si fuera una cautiva,
o una esclava, y poco a poco se dio cuenta.
Creen que no estoy aquí por voluntad propia. No con él. Miraban a Gunner
con más atención de la que la miraban a ella. Por primera vez, se
interpuso entre ellos y le estrechó la mano. Para su sorpresa, él aceptó
el gesto y pasó sus dedos por los de ella.
Después de eso, no le importó lo que pensaran los demás cyborgs.
—Bien —dijo Gunner, devolviendo sus pensamientos al presente.
Cagley se aclaró la garganta.
—El procedimiento no lleva mucho tiempo, pero la recuperación sí. Es
diferente para cada persona.
—¿Tengo que quedarme aquí durante la recuperación? —intervino
Elodie rápidamente, antes de que Gunner pudiera hacerlo.
—Yo lo recomendaría, pero siempre y cuando…
—Nos iremos en cuanto ella esté en condiciones de irse —dijo Gunner.
Cagley asintió y sonrió.
—Probablemente sea lo mejor. Los demás no se sienten cómodos
contigo aquí, dada tu... —Se aclaró la garganta la doctora—, reputación.
Pero no la dejaré ir —Se volvió hacia Gunner—, hasta que sepa que está
bien.
Elodie volvió a limpiarse las palmas de las manos en los pantalones,
sintiendo cómo se humedecían de sudor. Tampoco quería quedarse
aquí más tiempo del necesario, y no era por los Cyborgs ni por la
animadversión que sentían hacia Gunner. Su inquietud no se debía a que
sólo hubiera encontrado a una mujer en toda la nave -lo que la habría
alarmado meses atrás-, sino a que no le gustaba lo abierto que era todo.
Una cosa había sido trabajar en una gigantesca plataforma minera en el
pasado, porque entonces el noventa por ciento de su tiempo lo pasaba
atrapada en espacios estrechos y cerrados, pero ahora que tenía la
posibilidad de vagar o ir a casi cualquier parte, Elodie se dio cuenta de
que prefería el confinamiento; prefería poder seguir la pista de todos
los que la rodeaban.
Una solitaria. No le gustaba tener que tratar con otras personas más de
lo necesario. La nave de Gunner era su hogar ahora, y era el único lugar
donde quería estar.
—Muy bien, Elodie, voy a necesitar que te quites la camisa. Gunner, vas
a tener que tomar asiento en la esquina. La alternativa, puedes sentarte
en la sala de espera afuera.
Gunner no se movió. Cagley parecía imperturbable. Elodie le lanzó una
mirada y señaló la silla.
—Siéntate en la esquina.
Sonrió satisfecho y se acercó a la esquina. Elodie observó cómo se
echaba hacia atrás, ponía las manos detrás de la cabeza, estiraba las
piernas y se relajaba con una sonrisa diabólica. Conozco esa mirada. Más
tarde me sentaré en mi propio rincón. La idea le hizo un nudo en el
vientre y le apretó el coño. La sonrisa de él creció.
Sonrojada, y siendo una provocadora, se levantó la camisa más
despacio de lo necesario. Cagley soltó una risita mientras colocaba una
caja de cristal junto a los suministros del camastro. Estaba llena de
tubos largos llenos de un líquido transparente. La caja se cubrió de hielo
y se enturbió al descongelarse, viniera de donde viniera.
—Antes de empezar, voy a ponerte una inyección de nanobots
analgésicos. Si sientes algún dolor, házmelo saber. Esto es opcional,
pero los que lo rechazan normalmente sólo lo hacen la primera vez.
—De acuerdo.
Preparó una aguja y frotó el brazo de Elodie. Un momento después, una
euforia calmante la inundó.
—Mientras eso hace efecto, no te muevas, voy a cerrar la habitación y a
desinfectar el espacio. Elodie, ¿has estado alguna vez en un laboratorio
de cibernética? —preguntó Cagley mientras tecleaba una serie de
números y un gas con olor antiséptico llenaba el espacio. Al instante
desapareció y fue sustituido por un haz de luz que recorría suelos y
paredes.
—No. Sólo el de su nave —Miró a Gunner, que seguía sonriendo como
un demonio.
—Ah. Entonces, que no te molesten los frascos. A algunos les dan
miedo las luces. Creen que son radiactivas, pero son inofensivas.
Cuando terminó, Cagley volvió a su lado y abrió la caja.
—Son nanocélulas vírgenes, listas para unirse y reconfigurarse a tu
genoma. Ralentizarán significativamente tu envejecimiento y
aumentarán tu capacidad de curación. Tenerlas no te convertirá en un
Cyborg, pero prolongará tu esperanza de vida natural, evitará que se
incuben casi todas las enfermedades y te curará las que ya tengas.
Cagley miró las manos y los brazos de Elodie, que tenían años de
quemaduras y cicatrices del trabajo.
—No podrán revertir ninguna herida o cicatriz física que ya se haya
producido.
—¿Me... cambiarán? —preguntó Elodie.
—No. Regularán tus hormonas, pero por lo demás, no, no pueden curar
ninguna enfermedad mental o emocional. Sólo pueden ayudar.
—¿Cómo funciona? —Elodie pasó un dedo por la caja de cristal frío y la
punta se humedeció.
—Además de forzar el crecimiento de nuevas células, y sin entrar en
días de explicaciones, las nanocélulas mitigarán, en su mayor parte, tu
dependencia del oxígeno como combustible. En el momento en que
nace un humano, el oxígeno empieza a matarte. Lo necesitamos para
vivir, pero para vivir nos regala muy lentamente la muerte. Las
nanocélulas detendrán la parte de la muerte.
Elodie respiró hondo.
—¿Y la respiración?
—Seguirás necesitando respirar —Se rió Cagley—. Quizá no tanto, pero
nunca he visto a una persona dejar de respirar después del
procedimiento. Esa parte de ti está arraigada a la más profunda esencia
de tu ser. Incluso los Cyborgs respiran, más de lo necesario. Es uno de
esos fenómenos extraños que simplemente representan... vida.
—Eso es reconfortante —Elodie tomó otra respiración profunda y
constante, sólo porque ahora estaba tan concentrada en ello— ¿Has
hecho esto antes?
—Muchas veces. No sé si conoces a Katalina, pero ella pasó por esto
hace dos meses, y a Norah, que se recuperó hace no más de tres
semanas.
Elodie conocía a Norah, pero no a Katalina. Norah era la compañera de
Stryker, y resulta que Stryker era uno de los únicos Cyborgs con los que
Gunner tenía amistad.
—¿Y siempre ha salido bien?
—Por supuesto. No eres el primer humano que se enamora de un
Cyborg. Este procedimiento existe desde que ellos existen. Siguen
siendo sólo parte máquina, a pesar de lo que intenten decirte.
Gunner resopló.
—¿Enamorarme? —Elodie soltó una risita, aturdida y mareada, mientras
miraba a Gunner, que parecía haberse tragado algo pegajoso y
grasiento. Las pistolas de sus mejillas se deformaron hinchándose—. A
ese hombre de ahí no le gusta usar palabras tan rebuscadas.
Cagley miró a Gunner y a ella.
—No, supongo que no. No puede dejar que todos esos peligrosos
Cyborgs de ahí fuera sepan que no es tan malo como pretende
aparentar. ¿Qué haría entonces? —bromeó.
Me cae bien.
—Estoy aquí sentado —replicó Gunner con tono malhumorado.
—Y estás haciendo un buen trabajo —Elodie estalló, riendo. Maldita sea,
me va a castigar más tarde. Le gustaba el juego de roles, ¿cómo no iba a
gustarle? Gunner sabía que a ella también le gustaba, pero nunca se lo
diría en voz alta.
—¿Estás lista? —preguntó Cagley, sacando un tubo con sus manos
enguantadas.
Su sonrisa vaciló.
—Sí.
—Esto te resultará extraño —Abrió el tubo y lo vertió en un recipiente
largo y delgado.
—¿En qué sentido?
—Sentirás como si te hicieran cosquillas con una pluma, en todas partes
a la vez. Si no sabes lo que se siente, imagina un... bicho que se arrastra
justo debajo de tu piel. En cualquier caso, te hará cosquillas y querrás
rascarte. Túmbate y dame las manos.
Elodie observó en silencio cómo Cagley sujetaba sus muñecas al
camastro.
—¿Cuánto durará?
—Hasta que termine la transformación.

***
Habían pasado horas y ella seguía retorciéndose como un gusano en el
camastro. No sentía dolor, pero la necesidad de rascarse y desgarrarse
la piel había sido casi una locura en sí misma. Cagley se ofreció a
dormirla, pero Elodie se negó. Agradeció las ataduras y el efecto
adormecedor que aún atenazaba su cuerpo, y aunque en su interior se
producían mil millones de reacciones diferentes, aún conservaba la
cabeza bastante despejada. Gunner le había dicho que esto acabaría
rápido. Tendría que hablar con él sobre su idea de lo que significaba
‘acabar rápido’.
Gunner se sentó a su lado ahora que las nanocélulas se habían adherido
a ella y no tenían la capacidad de adherirse a él. Aunque lo hicieran, su
cuerpo las absorbería o las eliminaría. Al menos eso fue lo que le dijo
Cagley después de que la reacción hubiera durado algún tiempo.
—¿Cómo te encuentras?
Elodie desencajó la mandíbula e hizo una mueca de dolor.
—Frustrada.
—¿Oh?
—Realmente, realmente quiero rascarme o tal vez sumergirme en una
piscina de agua. Tal vez darme una ducha de tres días o quedarme fuera
en el frío hasta que sea un carámbano sin sensibilidad. ¿Hay algún
planeta frío cerca?
Gunner se rió.
—Estás demasiado sensible. Me ocuparé de eso más tarde.
Elodie apretó los labios.
—¡Ocúpate de eso ahora!
—Me temo que no, Ely. Rose puede ser la única Cyborg en esta nave
que responda por mí. Si volviera aquí y me encontrara follándote
mientras estás atada, me sacaría a rastras antes de que acabara tu
orgasmo.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Ayudaría un orgasmo?
Más risas.
—Probablemente no haría daño. ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Del tipo que me distrae —suspiró y se contoneó. Gunner se cernió
sobre ella y se apoderó de su espacio, posando un beso suave y
cómplice sobre sus pucheros. Aquel pequeño roce, aquel pequeño alivio,
bastó para hacerla gemir. Se levantó.
—Otro —exigió ella.
—Más tarde.
Elodie refunfuñó. Más tarde.
Sonó un pitido junto a la puerta.
—Adelante —gritó Elodie.
Cagley entró en el espacio con una tableta en la mano. Gunner se movió
ligeramente para dejarla acercarse. Era el único ser al que Gunner
dejaba acercarse voluntariamente. No se habían encontrado con mucha
gente mientras reparaban su nave, pero aun así sentía la necesidad de
protegerla. El hecho de que confiara en Cagley, en cierto modo, hizo
que Elodie también confiara en ella.
La doctora comprobó sus constantes vitales en silencio, extrañamente
más tensa que antes. Sus rasgos suaves tenían ahora un matiz que no
tenían antes. Una minúscula arruga en el entrecejo y otra aún más leve
en el labio.
—¿Estoy bien? —preguntó Elodie al cabo de un minuto.
—Muchísimo.
Alivio.
—¿Podemos irnos ya? —Gunner se adelantó.
—No... del todo —Cagley preparó otra aguja y le inyectó una nueva
dosis de aquel suero adormecedor en el brazo. Elodie suspiró y se
recostó.
—¿Cómo que no del todo? —preguntó Gunner.
—Te piden que te unas a Cypher y a varios de los que están arriba.
Elodie miró entre Cagley y Gunner.
—¿Por qué? —preguntó con enfado—. Podría simplemente reunirse
conmigo aquí o hacerme una señal en la red. ¿No suele hibernar Cypher?
Cagley se encogió de hombros y acercó un taburete para sentarse a su
lado.
—No lo sé, pero me quedaré con Elodie hasta que vuelvas.
Gunner no se movió y Elodie deseó poder estirar la mano y cogerle la
muñeca. Él miraba fijamente la puerta a lo lejos. Se sintió mal por la
puerta. Cuando la miraba así, su atención era abrumadora, pero él la
adoraba. A Gunner no le importaba la puerta.
—Ve —Le instó Ely.
Le dirigió una mirada.
—Volveré pronto —Miró a Cagley—. Asegúrate de que esté lista para
salir cuando vuelva —Luego salió por la puerta de emergencia y
desapareció.
Elodie centró su atención en el médico sentado a su lado.
—¿Va todo bien?
—No lo sé —Inclinó la cabeza—. Pero siempre pasa algo. Hace tiempo
que dejé de preocuparme por las cosas pequeñas. Si no afecta a mi
capacidad para trabajar en el laboratorio o a mi cadena de suministro,
dejo que los demás decidan cuál es la respuesta adecuada.
La doctora desató su largo cabello castaño y, por un momento, una
sedosa cascada de mechones color chocolate oscuro cayó alrededor de
los hombros de la mujer antes de volver a domarse. Era seductora, casi
desconcertante, pero acogedora y cálida. Su aura era maternal. Del tipo
que se percibe claramente desde la distancia y se percibe sin conocer a
la persona en absoluto. Elodie no había visto una mujer más hermosa en
su vida. La belleza de la Cyborg hembra era tan diferente de la de los
imponentes hombres de su especie que le resultaba extraña.
Habría esperado que las Cyborgs hembras fueran provocativas. No
maternales. Cagley no parecía mayor que la propia Elodie y, sin
embargo, se sentía atraída por ella como un niño por su madre.
—¿Por qué eres diferente? —soltó Elodie, arrepintiéndose al decirlo.
—¿Diferente?
—De los demás Cyborgs. ¿Os crearon a todos al mismo tiempo? A los
hombres —señaló con la cabeza—, les gustan las máquinas de combate
—Elodie se mordió brevemente la lengua—. No quiero ofenderte, pero
me dan ganas de abrazarte, y los otros... me dan ganas de desviar la
mirada y caminar en dirección contraria.
Cagley estalló en carcajadas, que se prolongaron durante un rato. Elodie
se sonrojó.
—Soy diferente, pero todos los Cyborg lo son. Mi aspecto es atractivo, y
me alegro de seguir siéndolo —Soltó otra suave carcajada—. Me
diseñaron a imagen y semejanza de la esposa del médico cibernético
jefe. Había muerto años antes, durante la guerra. Era un anciano cuando
desperté en mi cuba, pero estaba a mi lado, protegiéndome con una
toalla de las miradas indiscretas. Me dijo que su mujer era buena y que
esperaba que yo también lo fuera.
—¿Y luego te envió a la guerra? Eso no tiene sentido —Elodie contrajo
los dedos deseando que le picaran más que las palmas de las manos.
—No, pero yo no estaba destinada al frente. Fui preprogramada con
docenas de años de investigación cibernética y atención médica
humana. Los médicos cibernéticos no podían ir a las batallas, así que
necesitaban a alguien que fuera en su lugar, y por eso me crearon a mí.
Era mi trabajo, junto con otros creados en mi división, cuidar de los
Cyborgs dañados en batalla.
—Supongo que tiene sentido. Eres muy hermosa.
—Gracias —Cagley sonrió.
—¿No te da miedo estar rodeada de —Tragó Elodie—, hombres?
—¿De Cyborgs? No. Son honorables en su mayor parte. No se acercarían
a mí a menos que yo les invitara y viceversa. Tampoco fui diseñada para
ser indefensa. Mi fuerza no está a su nivel, pero todavía estoy muy por
delante de un humano y ningún Cyborg pondría en peligro su relación
conmigo, ya que soy la única en la estación capaz de reconstruirlos. ¿Por
qué?
—Me daba miedo estar rodeada de hombres —Elodie inclinó la cabeza
para mirar hacia la puerta, esperando que Gunner regresara. Cuando no
lo hizo, continuó—: Ya no tanto.
—Me alegro. Y más aún que el chacal te haya hecho sentir así. Se
aparean de por vida, ¿lo sabías?
Elodie miró a Cagley con los ojos muy abiertos.
—¿Lo hacen? 0
Cagley asintió, con los ojos brillantes de alegría.
—Sí, lo hacen. Supongo que ahora Gunner es tuyo. Ten cuidado adónde
le apuntas —bromeó.

***

Gunner entró en el solárium de la cubierta superior de Ciudad Fantasma,


evitando la entrada a la sala de control, y se dirigió a la sala de
conferencias. Entró sin llamar y golpeó con las manos la mesa de cristal.
No se hizo añicos, pero tembló.
Cypher se sentó pesadamente en una silla, mientras Breco permanecía
de pie a un lado.
—¿De qué se trata?
—Nightheart se ha puesto en contacto con nosotros, y como tu jefe ha
preguntado por ti personalmente, hemos pensado que deberías estar
aquí —musitó Breco, sacudiéndose algo de la manga. El Cyborg parecía
tan indiferente como furioso estaba Gunner. Sólo estaban ellos tres en
la gran sala, pero el espacio parecía pequeño.
Gunner arañó el cristal con los dedos antes de enderezarse.
—¿Y cuál es la respuesta a mi pregunta? —Ni siquiera quería estar en
Ciudad Fantasma, y mucho menos en una habitación con varios de sus
hermanos. Si no fuera por Elodie, estaría a un trillón de kilómetros de
distancia, esperando y trabajando en las reparaciones de la nave con
ella, pasando sus ciclos como quería. Con ella.
Pero su salud era más importante, y esta ‘actualización’ estaba
pendiente desde hace mucho tiempo en lo que a él respecta. También
necesitaban reabastecerse. Así que en sus pequeñas vacaciones
tuvieron un pequeño desvío, que los llevó a Fantasma.
Cypher murmuró, medio gruñendo con los ojos cerrados.
—Hay un problema.
Gunner volvió su atención hacia él. El hombre estaba en un constante
estado de ‘hibernación’, aunque en realidad no era eso lo que le ocurría.
Cypher siempre parecía estar dormido, pero eso se debía
principalmente a que estaba conectado a la Red, controlando toda la
información que circulaba por Ciudad Fantasma. Muchos subestimaban
al oso cibernético, pero cualquiera que lo sacara de su vigilia cibernética
se arriesgaba a sufrir graves consecuencias.
Apareció un holograma y la figura de Nightheart ocupó una de las sillas
junto a la mesa central. El bastardo tiene un aspecto sombrío. Gunner
sintió un pequeño placer al saber que su jefe estaba... melancólico. Los
ojos de Nightheart recorrieron la sala antes de empezar a hablar.
—Gunner —Sus ojos se posaron en él.
—¿Qué pasa ahora? —A la mierda los saludos. El hombre tenía un
rastreador en su nave. La única razón por la que Gunner seguía
trabajando para el DEPT era porque le daba acceso a la mayoría de sus
informes post-acción y de exploración. Y por despecho. El despecho
tenía mucho que ver con eso.
—Tengo tu próxima misión.
—¿Y no podías dármela a través de Mia, en mi nave, donde no estás
haciendo perder el tiempo a todo el mundo directamente?
—Concierne a todos los presentes.
Breco se adelantó.
—¿Cómo? Somos entidades separadas. Se supone que el DEPT no sabe
de nuestra existencia. Que un par de Cyborgs hayan trabajado como
cazadores de monstruos no significa que puedan reclamarnos a todos.
Nada nos concierne. Somos independientes.
—Esto sí os concierne y tendrá repercusiones que resonarán en toda la
humanidad si no se aborda de inmediato —dijo Nightheart—. Zeph se
ha vuelto rebelde —Volvió a mirar a Gunner—. Como tú hiciste en su día.
El DEPT está tras él, y el gobierno está deseando involucrarse. No
podemos permitirlo.
Gunner suspiró y sacó una silla para sentarse.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que lo detenga? ¿Que lo recupere? ¿Qué
borre su existencia del universo?
Gunner podía sentir literalmente cómo Breco y Cypher se tensaban ante
sus palabras. La sala se empequeñecía por momentos. Un Cyborg
amenazando con matar a otro Cyborg... no era una práctica habitual.
—Preferiblemente uno de los dos primeros, pero mátalo si es necesario.
Menudo bastardo de corazón frío y cruel. Gunner sonrió satisfecho.
Odiaba a su jefe, pero ¿quién no? Pero, joder, a veces disfrutaba mucho
con él.
—¡Estás hablando de destruir a un Cyborg! A uno de los nuestros —
Breco golpeó esta vez la mesa con el puño— ¿Y nos metes en esto? No
te ayudaremos.
Nightheart volvió sus ojos fríos y muertos hacia Breco.
—No os estoy pidiendo ayuda. Te digo que no te metas. Si Zeph te pide
santuario, niégalo.
—¿Por qué coño íbamos a hacer eso? —Se burló Breco— ¿Qué sentido
tiene tener un refugio si no es para alejarse de cabrones como tú?
—Porque no te gustará lo que pasará si lo haces.
—¿Es eso una amenaza? —Cypher habló por primera vez con los ojos
entreabiertos ahora.
—Por supuesto —Nightheart se encogió de hombros.
Gunner intervino antes de que Breco rugiera un poco más, divertido en
general.
—¿Qué hizo Zeph? —Hizo girar los pulgares— ¿No se suponía que
estaba con el tipo tiburón? ¿Cómo se llama? ¿El que estás tratando de
reclutar para ocupar el puesto de Stryker?
—Secuestró a una mujer.
—¿Contra su voluntad? —Cypher preguntó.
—Y a una niña. Contra su voluntad —respondió Nightheart.
Gunner se sentó y cerró los ojos. Joder.
Epílogo 2

Gunner llevó a Elodie de vuelta a su nave. Cagley la había puesto a su


cuidado en cuanto regresó a la habitación. Pagó al médico un pequeño
rescate en créditos, conocimientos y otros bienes varios que aún tenía
almacenados en su nave. Fue suficiente para retrasarle, pero se habría
endeudado si hubiera hecho falta por el procedimiento de Elodie.
Elodie se retorció en su abrazo y le rodeó el hombro con un brazo,
apoyándose aún más contra él. Con la otra mano le agarró el cuello.
—¿Qué estás mirando? —preguntó él, mirando alrededor de la Ciudad
Fantasma, intentando entenderla a través de su mirada. Lo único que
veía era un montón de la misma mierda de siempre— ¿Por qué están
todas las escotillas abiertas? Todos los navíos atracados tienen las
escotillas abiertas y sin vigilancia.
—Es la ley. El capitán de Ciudad Fantasma exige una muestra de
confianza. Si nos permiten entrar a la ciudad, la ciudad nos permite
entrar a nosotros
—Así que... podemos entrar en cualquiera de estas naves y... ¿no sé?
¿Robar cosas, robarlas?
Gunner se rió.
—Sólo si quieres morir. O peor, ser encarcelado. Que las escotillas estén
abiertas no significa que los demás sean bienvenidos. Pero sí, si
estuviéramos tan inclinados, podríamos abordar una de estas otras
naves y hacer lo que quisiéramos.
—A mi padre le gustaría estar aquí.
—No estoy tan seguro de eso —Habían encontrado a Chesnik, tras
seguir el rastro de su cápsula de escape hasta un puerto cercano
después de abandonar la masa de combate de los Guardianes de la Paz.
Desde allí, Gunner siguió su olfato hasta los barrios bajos del puerto,
donde Chesnik se reunía con otros fugitivos del carguero pirata. Se
habían cambiado el nombre y estaban trabajando para pagar sus nuevas
identidades.
Para su horror, Elodie le pidió a su padre que se uniera a ellos y le
ayudara a reconstruir su nave. Gunner lo habría soportado, habría
soportado con tal de tener contenta a Elodie, pero los nano dioses
estaban de su parte aquel día y Chesnik se negó estoicamente.
Elodie pagó la deuda de su padre, ya que aún tenía acceso a sus fondos
de su anterior trabajo, y le consiguió el mejor tratamiento que una nave
Cyborg podía permitirse para su hombro torcido. Se separaron después
de que Chesnik se enrolara en otra tripulación, una pequeña nave
mercenaria, una que pudiera manejar solo sin tener que preocuparse
por ocultar la identidad de su hija en la proximidad de otras personas.
Entonces aprendió algo fundamental sobre Elodie. Que no era buena
con las despedidas. De ningún tipo. Y para su disgusto, ahora mantenía
un control sobre el paradero de Chesnik que desembocaba en acoso.
—¿Por qué dices eso? —preguntó ella.
—Porque aquí no tiene nada que hacer.
Elodie miró a su alrededor.
—Tienes razón. Todo es demasiado perfecto. Esperaba más.
—¿Oh?
—Ciudad Fantasma... El nombre parece lúgubre pero también
divertido... Tal vez máquinas sucias, humo y ostentación. No esperaba
que fuera tan...
—¿Fantasmagórica? —Se rió él. Varios Cyborgs los miraron desde la
distancia, y él abrió los ojos.
—Qué aburrido.
—Hay un bar y un club nocturno —argumentó, pero también estuvo de
acuerdo—. Y un foso de gladiadores.
—También hay muchos Cyborgs —tartamudeó cuando se encontraron
con uno de pie fuera de su nave—. Un montón de Cyborgs masculinos.
—Sí. Es una mierda, ¿verdad? —Se detuvo y la miró—. Recibí un... otro
trabajo.
—¿Cuál es?
—Capturar a un criminal, vivo o muerto.
Suspiró y miró desde la nave hacia él.
—Me parece bien. Me quedo contigo.
—Así es —Asintió Gunner y echó a andar de nuevo. La agarró con más
fuerza cuando se acercó a Cypher.
Elodie presionó sus labios contra su oreja, su aliento le hizo cosquillas y
envió una descarga directa a su miembro.
—¿Quién es? —susurró ella.
Gunner giró la cara hacia ella.
—Un gilipollas que puede oírte —Le susurró.
Cypher entrecerró los ojos.
—Dile que acabo de salir de un procedimiento y que estoy mutando con
cosquillas y nerviosa —resopló otra vez—, y frustrada.
—Creo que quiere hablar con nosotros.
Elodie se movió entre sus brazos, agarrándose a su cuello con ambas
manos. Gunner la acercó más.
—Dile que no es un buen momento. Dile que se vaya.
—Vete —Gunner miró al hombre.
Si Gunner estaba totalmente horrorizado ante la perspectiva de que
Chesnik viviera en su nave, Cypher estaba totalmente aburrido.
—He escaneado tu nave en busca de rastreadores —dijo Cypher sin
inmutarse—. No encontré nada.
Elodie volvió a suspirar y él la agarró con más fuerza.
—Nunca te pedí que lo comprobaras.
—No lo hiciste, pero Stryker hizo las rondas y se lo dijo a los demás.
Encontré uno en la nave de Dommik, así que pensé que sería mejor
echar un vistazo.
—¿Y? ¿Puedes rastrearlo y averiguar su procedencia? —Gunner ya tenía
una corazonada, pero no tenía ninguna prueba.
Cypher sonrió, una sonrisa llena de dientes y con hoyuelos. El Cyborg
era un tipo grande, fornido, como un hombre que vivía para levantar
pesas y comer. Nadie esperaría jamás que el Cyborg durmiera al menos
seis días de cada semana terrestre de siete días.
Sacó un pequeño insecto, no más grande que la uña de un dedo
meñique -o el diminuto clítoris rosado de Elodie- y se lo entregó. Gunner
soltó las piernas de Ely y la estrechó contra su costado mientras
examinaba la pieza.
Era exactamente lo que esperaba.
—¿Qué es? —preguntó Elodie, cogiéndoselo.
—Un insecto. Uno extinguido de la Tierra. Pero éste es de metal y está
mejorado, como yo.
Sus ojos se abrieron de par en par. Gunner se preguntó cuántas drogas
le había dado Cagley.
—¿Es un Cyborg?
—Lo era. Pero ahora está muerto —respondió Cypher.
—¿Podemos quedárnoslo? —preguntó Gunner.
—Por supuesto.
Cypher se apartó y Gunner volvió a coger a Elodie, entrando en la
escotilla.
—Yo que tú buscaría en Ciudad Fantasma —gritó por encima del
hombro.
—Ya lo he hecho —refunfuñó Cypher desde algún lugar lejano.
Cerró la escotilla y ordenó a APOLLO que desatracara. Cuando llevó a
Elodie a su arsenal, ya estaban a miles de kilómetros de Fantasma.
Frotaba su cuerpo contra el de él, temblando, tirando de su ropa y
rozándose la piel con las uñas a la vez.
—Cagley me contó algo interesante.
—¿Oh? —Gunner la dejó entre sus armas y cogió un cinturón del
armario, cogiéndole las muñecas y atándoselas a la pared a su espalda.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué te dijo Cagley?
—Que los chacales se apareaban de por vida.
Gunner sonrió satisfecho.
—Y te mantengo sujeta como me ordenó la doctora.
—Gunner —dijo ella— ¡Me pica todo! No lo soporto. Es como si me
hicieran cosquillas bajo la piel —Elodie se retorció sobre la mesa e
intentó soltarse. La agarró por la cintura y la sentó de nuevo para que
quedara frente a él—. Suéltame —exhaló ella. Gunner apoyó las manos
en la mesa, a ambos lados de ella, enjaulándola, con una sonrisa en el
labio.
—No hasta que termine.
A Elodie se le encendieron las fosas nasales y frunció el ceño. Su cuerpo
se retorció. Lo disfrutó hasta que ella saltó hacia delante y le pasó la
lengua por la mejilla, lamiéndole el tatuaje. Retrocedió lánguidamente,
claramente satisfecha de haber cogido desprevenido al Cyborg.
Gunner se inclinó hacia ella y le pasó la nariz desde el hombro hasta la
oreja. Pero no volvió a tocarla.
—Nunca me lo dijiste —susurró Elodie, temblando debajo de él—. Por
qué tienes tatuajes de pistolas en la cara... —Gunner podía oler su
excitación. Se estaba acumulando y espesando el aire a cada segundo.
Su espalda se endureció y se inclinó sobre ella, moviendo la nariz desde
su oreja hasta su pelo. Podía oír cómo se le ponía la piel de gallina a
pesar de que sus dedos permanecían rígidos sobre la mesa.
A cada segundo, su nave se adentraba más en el espacio. A cada
segundo, su paciencia caía en picado. A cada segundo, aquello que
encerraba entre sus brazos se hacía más real.
Gunner agarró el borde de sus pantalones y se los quitó de las piernas.
—Algunas personas se refieren a sus brazos como pistolas porque es la
mejor arma que tienen. Mis tatuajes apuntan a mi mejor arma, y no
pienso usarla para hablar.

FIN

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