Ashes and Metal (Cyborg Shifters 5) - Naomi Lucas
Ashes and Metal (Cyborg Shifters 5) - Naomi Lucas
Ashes and Metal (Cyborg Shifters 5) - Naomi Lucas
***
1
IA : Inteligencia Artificial
Que, en cierto modo, lo estaba.
No recordaba la última vez que había estado en presencia directa de un
ser humano vivo. Los juguetes de los que se rodeaba eran todo lo que
conocía ahora, y mientras calculaba cuánto tardaría su cerveza en
terminar de prepararse, también sabía que lo inevitable se acercaba
rápidamente.
El próximo punto de encuentro con Stryker.
El calor en la habitación aumentaba, aunque fuera lentamente,
estropearía la fermentación.
Giró sobre sus talones y se dirigió al panel de control, apretando la
mano contra el cristal engrasado.
Somos iguales. Los dos estamos cubiertos de grasa.
Programó la temperatura para que bajara cuando terminara el proceso
de hidromasaje y se puso una cuenta atrás para recordarle que tenía
que volver. El tiempo corría por segundos. Sentía como un tirón interno,
el tipo de tirón que te hace mirar el reloj del otro lado de la habitación
mientras intentas dormirte.
Gunner se pasó los dedos por el pelo, echándoselo hacia atrás y tirando
de él con fuerza antes de soltarlo.
Justo al hacer ese movimiento, el fantasma de algo cálido, provocador
de piel suave, con un filo con forma de uña de porcelana se posó en la
mitad de su cuello para deslizarse en sutiles ondas por su columna
vertebral, terminando con un ligero golpecito en la parte baja de su
espalda a la altura de la cintura de sus vaqueros. Cuando se alejó de él,
rodó los hombros y aceptó el calculado toque como lo que era.
Falso.
Browning se alejó de él como la sombra al amanecer, un momento
estaba allí, en silencio y a la sombra, y al siguiente había desaparecido.
Pero la cuenta atrás y el movimiento del hidromasaje continuaron en la
realidad.
Browning era falsa -una androide diseñada específicamente- y él odiaba
y amaba cada vez que su programación fingía no serlo. Gunner la agarró
del largo pelo castaño y tiró ligeramente de él, provocando otra
respuesta por su parte: una tímida sonrisa sólo para él. Soltó la mano y
se sacudió el tacto.
—¿Necesitas algo más de mí? —Le preguntó con dulzura. No contestó.
Tal vez sea la hora. Sus labios se fruncieron. ¿Hora de qué? Gunner
apartó la mirada de ella incómodo como siempre le hacían sentir sus
artilugios. Se acercó al remolino para observar cómo se arremolinaba el
líquido de color ámbar intenso.
¿Hora para qué? El murmullo de las aguas le llenaba los oídos. Era la
misma pregunta que le atormentaba día tras día, desde que aceptó su
exilio. ¿Qué hay que hacer?
‘Hay una estructura anómala en nuestro camino.’
La IA de su nave, APOLLO, interrumpió sus pensamientos. Con la cabeza
aún metida en los sistemas de su nave, repasó los datos de los sensores
y volvió a apoyar la mano en el panel de control.
‘¿Qué tipo de estructura?’, preguntó.
‘Según los escáneres más recientes, otra nave. ’
Gunner descargó los escáneres y los revisó. Una nave. O un gran pedazo
de escombros abandonados por otra nave más grande, o ambas cosas.
‘Sigue escaneando. Acércate. Utiliza los sensores activos si es necesario, no
vamos a escabullirnos, ordenó.
Sintió el cambio antes de que se cargara el comando y se desviaron por
completo de su rumbo, dirigiéndose hacia una anomalía abrupta en vez
de hacia el punto de entrega de la nave y hacia Stryker. Browning se
colocó detrás de él anticipándose a sus necesidades, medio controlada
por el propio APOLLO, pero no hizo ningún movimiento para acortar
distancias o tomar el mando de la preparación.
‘Aproximándose a obstrucción en cinco... ’
‘Cuatro. ’
‘Tres. ’
‘Dos. Escaneando de nuevo. ’
Flexionó el bíceps y golpeó con el dedo en el panel, esperando. No
había nadie en el universo que odiara esperar más que él.
‘Comprueba la potencia’, añadió Gunner.
Pasaron varios instantes antes de que la lA respondiera.
‘Nave confirmada. Energía detectada en el interior, incluidas señales de
menor importancia. No hay llamadas de socorro ni correspondencia con el
exterior. Un humano a bordo’.
Apartó la mano de la pared y cogió el paño que le había dado a
Browning, pasándoselo de nuevo por las manos, y esta vez lo dejó caer
al suelo cuando hubo terminado. Se sacó un porro del bolsillo, lo
encendió para darle una calada y esperar.
El temporizador avanzaba en su mente, evaporándose con el calor de su
concentración. Sus ojos volvieron a recorrer las caóticas instalaciones y
se llenó la nariz con los olores que desprendían. Olores a quemado,
almizcle y tierra.
Gunner lo sabía todo sobre esta sala, todo sobre su nave. No había una
línea de código fuera de lugar, un olor que no pudiera detectar o un
androide o robot sexual que no hubiera reconfigurado según sus
especificaciones exactas. Dommik tenía su modelo estándar de
androides, los Bins, y Stryker tenía al alcohólico Matt. Él, en cambio,
tenía a su hermosa tripulación robótica. ¿Qué mejor que pasar
incontables días contemplando algo hermoso?
—Sígueme —ordenó por encima del hombro a Browning mientras
abandonaba la salapara dirigirse al puente.
Los tonos grises oscuros y el reguero de luces LED bajas que se
alineaban en el suelo brillaron mientras él pasaba junto a una docena de
puertas cerradas con llave y ventanillas que daban al espacio. Desvió la
mirada hacia la izquierda, donde pudo ver el enorme armatoste que
APOLLO estaba escaneando en ese momento.
Malditos piratas.
Las puertas del puente se abrieron silenciosamente cuando se acercó.
Colt y Flashbang, otros dos robots como Browning, ya estaban allí,
ocupándose de los controles en su ausencia. Cuando se acercó, se
colocaron en los extremos de la cabina y Browning se unió a ellos en los
laterales.
—Enviadles una comunicación, intentad llegar a cualquier forma de vida
que haya en ella —ladró Gunner. APOLLO respondió a la orden al
instante.
Esperaron una respuesta que no llegó.
Gunner sacó la ropa que tenía guardada y se puso una camiseta sencilla,
renunciando a su uniforme del DEPT para ponerse el traje de faena y la
chaqueta de camuflaje. En los bolsillos llevaba más provisiones de las
que uno podría llevar encima.
Cuando se sentó en su autoproclamado trono -un asiento de capitán
usado y golpeado-, seguía sin recibir respuesta de la nave más
insignificante y averiada.
Ordenó a APOLLO que enviara otro mensaje. Los escáneres
actualizados le alertaron de movimiento y actividad confirmando de
nuevo que sólo había una forma de vida en la nave de salvamento
derribada. Quienquiera que estuviese en el montón roto estaba lo
bastante bien como para moverse. Con suerte, también estaría en
condiciones de hablar.
Gunner sabía que su curiosidad estaba lejos de ser útil. Sólo estaba
aburrido. Pero, a pesar de todo, estaba allí, esperando a que pasara algo
y sintiendo una punzada de fastidio por haber dedicado su valioso
tiempo a alguien sólo por curiosidad.
Sus ojos se desviaron hacia las varias misivas sin respuesta que había
enviado a Stryker. Habían empezado a amontonarse y, aunque le
encantaba amontonarlas, se preguntaba por qué su compañero de
trabajo no respondía.
Un ciclo más... Un agujero de gusano más... Varios saltos más... Entonces
habría llegado al punto de encuentro en los confines del sistema solar
de la Tierra, lo más cerca que le estaba permitido.
Tenía prohibidas las rutas espaciales comerciales y todas las rutas de
viaje conocidas entre la humanidad y los alienígenas trentians.
Lo que le llevó de nuevo al armatoste roto fuera de su nave y al misterio
de su presencia.
Aburrimiento. Aburrimiento de grado A.
Se pasó el dedo por el labio inferior y sintió una extraña oleada de
expectación.
—Llama al equipo —anunció.
Colt y Flashbang se adelantaron. Los ojos de Gunner siguieron sus ágiles
cuerpos a través del cristal reflejado mientras hacían lo que se les
ordenaba. No era un completo pervertido: sus sexbots, convertidos en
tripulación, vestían uniformes e incluso llevaban armas con las que él los
había entrenado. Si ocurría algo, podían luchar a su lado y defenderse.
Nadie tocaba lo que era suyo. Nadie.
Cada una de sus chicas tenía una personalidad aprendida, aunque
codificada, y las conversaciones que a veces tenía con ellas rompían su
monotonía.
Justo entonces, recibió una respuesta y se sentó hacia delante. ¿Con
quién estaría tratando?
Las puertas del puente se abrieron de golpe, dejando paso al sonido de
una docena de androides reconfigurados que tomaban posiciones.
Colt, Flashbang, Winchester, Remington, Glock, Super Soaker, Gatling,
Turret, Smith, Wesson, Weatherby, Ammo y su favorita, Browning,
todas alineadas a sus lados. Sus hermosos y perfectos robots sexuales
de plástico. Su falso reino, todo en una habitación. Un faro de la
tecnología que formaba su silencioso imperio.
Sus chicas artilleras.
Te matarían tan fácilmente como te follarían. Sus labios esbozaron una
sonrisa, recordando el caos que había creado al reprogramarlas para
que le mataran. Trece monstruos creados por él que iban tras la sangre
de su propio amo. En aquel momento quería darles una oportunidad,
ver si realmente podían hacerle daño, permitiéndoles aprender y
calibrarse a lo largo del estimulante proceso.
Pero al final, ni siquiera pudieron tocarle.
APOLLO encendió un visual y lo alimentó directamente a su mente
antes de proyectarlo en la pantalla de hologramas al otro lado del
puente.
Apareció un hombre joven de pie pero encorvado sobre un panel de
control propio. Gunner se inclinó hacia delante y el hombre hacia atrás.
Humano. Ni mestizo, ni alienígena... humano.
—¿Hola? ¿Puede oírme? ¿Hola? —gritó el hombre.
—Puedo oírte —Gunner apoyó los codos en las rodillas. El chico no
podía tener más de veinte años. La imagen era clara, pero con algunas
interferencias, y no necesitaba introducirse en las líneas para saber que
las fluctuaciones de energía del chico eran la causa de la perturbación
entre ellos.
—Por fin buenas noticias —Se rió el chico y desplazó la vista por su
campo visual. Gunner sabía lo que estaba viendo, sabía qué aspecto
tenía la visión de sus favoritas detrás de él, pero se guardó su
diversión—. Llevo meses aquí fuera y no ha pasado nadie.
—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó Gunner.
APOLLO respondió antes que el chico:
‘Los documentos encriptados de la nave sugieren que estamos hablando
con un tal Nickel Smith, uno de los doce tripulantes de una nave llamada
Blessed.’
‘¿Blessed?’
‘La historia de la Blessed sugiere que sus orígenes provienen de los
portaaviones estelares de la nueva ola de Gliese, hechos de las partes de
cruceros de batalla de guerra que estaban más allá de la reparación. Es una
de una serie de tres naves para los misioneros de la luna, seguida por
Touched, y precedida por Reborn.’
—Me llamo Nickel, ¿y tú? —dijo el chico.
Gunner gimió.
Religión.
Incluso en el espacio profundo, no podía escapar de ella. Browning
soltó una risita a su lado y fue suficiente para arrancarle una sonrisa.
Mi favorita.
—Gunner. Entonces, Nickel —volvió a sentarse—, ¿qué ha pasado?
Nickel apartó notablemente la mirada de la belleza uniformada de sus
chicas artilleras. Aún podía entretenerse, mientras Gunner esperaba a
que aquel Stryker con cara de serpiente volviera a ponerse en contacto
con él y respondiera a su último mensaje.
—¿Me ayudarás si te lo digo?
—Depende de mí humor —dijo encogiéndose de hombros.
—Yo puedo ayudarle —sugirió Flashbang. Los demás robots se rieron y
asintieron, hasta que él levantó la mano y los silenció. Los ojos de Nickel
se abrieron de par en par y Gunner los enfocó con el zoom de su
pantalla, haciendo reír de nuevo a sus chicas.
—Soy el que tiene todas las cartas, Nickel. ¿Por qué haces preguntas
tontas? —Vuelve a los negocios.
—Porque si voy a perder el tiempo contándotelo cuando estás
planeando matarme de todos modos, me gustaría acelerarlo. Ya lo he
aceptado —amonestó el chico.
—¿Aceptado qué?
—Que mi muerte es inevitable. Que mi vida, actualmente, es un castigo
interminable.
Gunner se carcajeo.
—Con una actitud así, seguro que lo es.
—Las diosas de las lunas sagradas nos han dado la espalda a mí y a la
tripulación —La voz del chico tembló y luego se endureció—. Y he
perdido la esperanza de que nos ayuden.
—Tal vez yo sea la ayuda que ellas ofrecen —Gunner apenas moderó su
sarcasmo.
No creía en el destino ni en el karma, ni en ningún otro elemento místico
y espiritualmente viciado que hubiera por ahí. Las religiones se
propagan como enfermedades y de las fuentes más idiotas posibles: un
árbol que crece hasta la edad adulta de la noche a la mañana; un millón
de estrellas fugaces que se posan sobre un campo de cultivo; la muerte
repentina e inexplicable de un tirano; el final abrupto de una guerra que
sembró el terror durante cien años.
Maldito Lysander.
Sabía bastante sobre las diversas sectas espirituales que se habían
establecido en la nueva oleada de colonias de Gliese, Kepler y Elyria.
Después de todo, el universo era un lugar grande, y todos los días
ocurrían maravillas inusuales e inexplicables.
A menos que fueras un Cyborg. A un Cyborg nada le maravillaba. Su dios
era la ciencia, y su fe corría por sus venas como las nanocélulas que le
atravesaban. Siempre había una explicación. Incluso si la explicación era
pura mala suerte.
Al fin y al cabo, su maldito trabajo consistía en llevar los materiales
necesarios al DEPT para averiguar esas explicaciones.
Gunner sonrió satisfecho.
El asesino de humor de todos los asesinos de humor... Deja que te joda la
mente.
Los últimos escáneres de APOLLOS inundaron su cabeza con toda la
información que necesitaba saber sobre la moribunda nave de Nickel.
—Nickel, aunque seas un zombi religioso degenerado, chupasangre y
con el cerebro lavado —El resplandor de sus ojos enrojecidos se reflejó
en la pantalla de cristal—, parece que tu reactor se está muriendo, y la
energía que te queda almacenada no es suficiente para llevarte a
ninguna parte. Yo le daría, ehh, ocho o nueve ciclos antes de que el
soporte vital se apague. Morirás por despresurización en un lapso de
varias insoportables horas. Pero todo depende de la cantidad de comida
que te queda, y teniendo en cuenta la forma en que te ves, tu
suministro es bajo.
—Muy acertado —Nickel se movió sobre sus pies—. Por desgracia,
este zombi con el cerebro lavado no tiene nada que ofrecerte a cambio
de tu ayuda.
—Por desgracia no —Estuvo de acuerdo. Por encima de su cadáver
emplearía a un humano como Nickel—. Hazme una oferta con lo que sí
tienes.
—¿Mi alma?
—No, no soy un coleccionista de almas. ¿Qué más?
—¿La oportunidad de corromperme?
—¿Estás tan desesperado por vivir que renunciarías a tus creencias tan
fácilmente?
—Una oportunidad. No una conversión —respondió Nickel—. Los
hombres como tú -puedo verlo en tus ojos humanos mecánicos-
necesitan una distracción.
Gunner reflexionó.
—Bonito. Pero estás muy por debajo de mi nivel salarial y corromper
jovencitos no es lo mío, no es que seas capaz de distraerme lo suficiente
como para que me importe.
Sus ojos se desviaron hacia las misivas sin respuesta a Stryker.
Quizá el chico tenga algo. Le tembló la mandíbula.
—Ah —Nickel inclinó la cabeza—. Lástima que no tenga un coño para
comerciar con él. ¿Es eso? ¿O es dinero lo que quieres?
—El dinero es un medio para un fin y ni siquiera un coño vale la cantidad
de gas que tu nave necesitaría para salir de aquí. Y ya tengo bastante de
ambas cosas —Indicó a sus chicas y a las relucientes paredes plateadas
del puente—. Mis armas no tienen oportunidad de decir que no. Es la
belleza de apretar el gatillo.
—¿Y una buena conversación?
—Trato hecho —Gunner resopló, habiendo decidido de antemano
ayudar un poco al chico. No muchos le miraban a los ojos y no
apartaban la mirada.
—¿En serio? —Nickel carcajeó antes de recuperarse para clavarle una
mirada suspicaz.
‘Atraquen nuestras naves’, ordenó a APOLLO. ’Escanea el perímetro.’
‘Atracando ahora. El perímetro está despejado aparte de Blessed y
nosotros. Dos lunas están al alcance…’
‘Eso es todo.’
Gunner hizo un gesto a sus robots y todos volvieron a sus posiciones.
Colt, Flashbang y Browning permanecieron con él en el puente.
Manoseó el fusil automático bajo la solapa de la chaqueta, de espaldas a
la pantalla y al muchacho. Cuando su nave tembló, supo que el
acoplamiento se había completado y que Nickel y él estaban ahora
conectados.
—Nickel, aléjate de los paneles de control de la Blessed —ladró con los
ojos aún puestos en sus chicas.
—¿Qué? ¿Por qué?
‘Hazte cargo del Blessed’. Dio la orden a APOLLO sin esperar.
Su IA salió de su propia nave e inundó la moribunda dándole vida.
Gunner se sumergió después en los canales, con una mueca de dolor,
odiando las débiles conexiones y las corrientes parpadeantes. Se retiró
y volvió a su cuerpo rápidamente.
Pero no antes de bloquear a Nickel, reescribiendo los programas
actuales y el acceso de seguridad. Gunner no pudo contener un
desagradable gemido, su yo digital se estremeció al penetrar en la
tecnología medio muerta.
—¿Qué estás haciendo? ¿Ya no me contestas? —La frustración de Nickel
rozó el borde de su conciencia.
—¿Se encuentra bien, señor? —La voz de Browning se apoderó de él y
lo sacó por completo de su inquietante disgusto. Gunner volvió a la
pantalla sin contestarle, sus ojos volvieron a posarse en los mensajes sin
respuesta a Stryker.
Pedazo de mierda de serpiente cibernética.
—Te he bloqueado —dijo—. Prepárate para el embarque. Voy para allá.
Una jodida conversación para un despojo.
Gunner cerró la comunicación sin esperar respuesta. El resplandor que
reflejaban sus ojos se desvaneció cuando la pantalla del holograma
regresó a los paneles del puente. Se acercó a Browning y pasó los dedos
por su fría mejilla. El contacto no le provocó nada.
—Necesito que te encargues de la cerveza, muñeca.
—¿Necesitas que me encargue de algo más? —Una sonrisa adornó sus
labios mientras sus párpados caían. Le apartó un mechón de su largo
pelo castaño del cuello hacia atrás y se inclinó hacia su cuello para
aspirar su fabuloso aroma a excitación y a lúpulo.
—Siempre. De todo —susurró Gunner en voz baja contra su piel. Se le
puso la piel de gallina, pero no siguió tocándola. Se retiró y miró a
Browning de arriba abajo—. Volveré pronto, pero pórtate bien y
asegúrate de que la tripulación se comporte. No quiero tener que
recordar lo que hiciste la última vez.
—Te gustó lo que hice la última vez.
—Claro —Gunner se dio la vuelta y comprobó los bolsillos de su
chaqueta—. Pero me gusta más que se cumplan mis órdenes —Agarró
la muñeca de Browning y empujó su piel hacia atrás, revelando las
anulaciones de control y suprimió el falso libre albedrío que
normalmente le permitía, antes de soltarle el brazo. Su cabeza se irguió
de golpe y sus párpados se levantaron. La piel de gallina que había
enrojecido su piel volvió a instalarse en ella.
Le levantó la otra mano, le besó el dorso y se marchó.
***
—Nickel.
—¿Gunner? —Le devolvió el saludo el chico, mirando más allá para ver si
había traído a alguna de sus chicas.
¿Está de broma? Las necesito a las trece.
—¡Dioses, tus ojos! ¿Estás... estás realmente ciego?
—¿Lo estoy? —Sus ojos eran una rareza, un mal funcionamiento de
tiempos pasados. No había color en sus iris, sólo un gris lechoso como el
de un humano completamente ciego. El color real nunca aparecía a
menos que se concentrara en algo o se sintiera especialmente excitado.
Gunner rodeó al chico y se dirigió al ordenador central de la nave, con
los planos en la cabeza y su IA guiándole. El desorden y el maltrato
interior estaban a la altura de algunas naves antiguas. Observó el metal
abollado, cubierto de óxido en los bordes, y la suciedad del suelo. Su
nariz se agitó, llenándose de moho, olor corporal y lo que juraría que era
putrefacción orgánica. Vieja putrefacción corporal.
—¿Te deshaces de los cadáveres? —preguntó mientras seguía
recorriendo la nave.
—¿Qué? ¿Qué? Sí. ¿Cómo lo has sabido? Los envié al espacio.
—Todavía puedo olerlos.
—¿Cómo? El último... murió hace más de dos semanas —Había un matiz
de remordimiento en la voz de Nickel que lo decía todo. Lo que
sorprendió a Gunner que de todos los que deben haber estado en la
tripulación de Nickel, que él era el único que sobrevivió.
—Tengo un gran sentido del olfato —murmuró ante la entrada del
reactor.
Nickel se acercó a él.
—Eso sí que apesta. Ahora mismo no soporto el olor, y ya ni siquiera
puedo oler la descomposición. ¿Te has mejorado con cibernética? Antes
tus ojos tenían un brillo rojo.
Gunner forzó la seguridad independiente del reactor y APOLLO
suprimió la alarma de intrusión sin rechistar.
—Podría decirse que sí.
—Me gustaría hacerme alguna mejora yo mismo...
Entraron juntos en la sala de máquinas, con su pistola de revestimiento
golpeándole el pecho a cada paso. El chico no se imaginaba a un Cyborg.
No muchos lo hacían cuando se trataba de él, porque su complexión no
era tan voluminosa como la de algunos de sus hermanos; en cambio,
tenía una estructura interna alta y enjuta. La bestia no necesitaba masa
extra para ponerse en forma. El chacal prefería la velocidad a la fuerza.
Y mi chaqueta oculta el resto. Gunner sacó lo que necesitaba de sus
bolsillos y empezó con el reactor. Había que codificar antes de que su
nave pudiera conectarse directamente a él, una codificación que era
más fácil de realizar en persona que en el ciberespacio. Descorrió la
estructura principal de tres capas hasta que dejó a la vista el ordenador
que contenía.
—¿Qué tipo de trabajo? —preguntó Gunner.
—Una gran polla, para empezar —Se rió Nickel—. Del tipo que nunca se
cansa a menos que se lo ordenen y que hace todo el trabajo por ti. Pero
no, es broma, si pudiera hacerme algo, sería un regulador del
metabolismo. Después de estos últimos meses, obligar a mi cuerpo a
apagarse habría sido genial. Tenías razón sobre la comida. Ahora sólo
me queda un cuarto de ración —Mientras lo decía, su estómago gruñó
bajo y hueco. Gunner sacó una barrita de proteínas de uno de sus
muchos bolsillos y se la dio.
—Gracias, tío... —Nickel la tomó sin preguntar.
—Hmm.
Gunner se dio la vuelta y abrió el reactor como si fuera un huevo, casi
sorprendido de lo fácil que era. Cualquier hacker con medio cerebro
podría haber hecho lo que él hizo. La Blessed era una vergüenza para
toda la ciberseguridad terrestre.
La seguridad de su propia nave había empezado siendo la mejor que el
dinero podía comprar y luego fue mejorada por un equipo de sus
hermanos Cyborg más paranoicos. Aprendió de ellos y ahora la
mantiene con APOLLO. A diferencia de los demás cyborgs del DEPT, él
necesitaba la mejor seguridad. Se le asignaron trabajos que trataban
con monstruos de un nivel totalmente distinto. Monstruos humanos.
Era un juego de ruleta rusa con sus empleadores. Para el DEPT era fácil
enviarle a misiones que tenían más probabilidades de causarle la muerte
que de no hacerlo. Era prescindible y siempre lo sería. Pero también era
un activo porque nunca. Jodidamente. Moría.
Y, sobre todo, nunca cuestionaba.
Browning le dijo una vez que su muerte causaría tanto una celebración
como un velatorio. Que tanto si vivía como si moría, el universo se
interrumpiría durante un latido, pero luego continuaría sin él. Su muerte
nunca sería más que una molestia. Pero entonces le metió la polla en la
boca, ella se la sacó, y él vio con resentimiento cómo ella se dirigía al
lavabo de su habitación, escupía su semilla y se limpiaba la boca tan a
fondo que le había cabreado. Un sexbot le había cabreado. Browning
había sido degradada a mantenimiento durante un año después de
aquella hazaña y tuvo que conformarse con las demás.
Al final, ella ganó, y le devolvió el favor con su diversión.
La conexión con sus naves se fusionó y dejó que su unidad IA se
encargara del proceso de trasvase. Gunner se alejó.
—Tendrás energía suficiente para llegar al puerto más cercano en varias
horas —dijo.
Nickel se embolsó el envoltorio proteínico y miró el ordenador del
reactor.
—Muchas gracias. ¿Y esa conversación? ¿Te sientes solo en el espacio?
Gunner golpeó una de las barricadas para volver a su nave.
—¿Qué te hace pensar que estoy solo?
—Basado en lo que vi, lo estás. Los androides no son más que un
escudo. Las diosas no les conceden ningún favor.
Se volvió hacia el chico.
—Es verdad, muy acertado, no me gusta compartir. Los humanos
necesitan a otros en sus vidas, los robots no —No era la verdadera
razón por la que no había humanos en su nave, pero el chico no
necesitaba saberlo.
Nickel se rió y se sentó en una tubería cercana.
—Una pena. Me hubiese corrompido con ellas, si sabes a lo que me
refiero.
Gunner entrecerró los ojos. La risa de Nickel se marchitó.
—Si tan siquiera respiraras en mi nave, ya estarías muerto. Cuando dije
que no me gusta compartir, lo decía en serio. Y tampoco toleraré el
mero pensamiento.
‘Nave aproximándose, entrando en perímetro’ Gunner salió de su enojo y
sacó su arma.
—¡Mierda! ¡Lo siento, estaba bromeando! —Nickel se echó hacia atrás.
‘Enciende los cañones, llámalos, envíame diagnósticos’ inundó su IA con
comandos.
‘Armas bloqueadas mientras abordaba. Llamada ignorada. Cargando
escáneres actuales.’
Gunner cortó la conexión entre sus naves sin volverse atrás, y salió
furioso hacia los pasillos de la Blessed. Nickel le pisaba los talones con
un aluvión de preguntas.
La carga no podía venir lo suficientemente rápido.
‘Cuatro naves, fuertemente armadas y apuntándonos. Más están entrando
en nuestro espacio aéreo, señor. Aún no han aceptado nuestra llamada.
¿Deberíamos desatracar?’
‘¡Sí!’, gritó en su cabeza, sus pies acelerando, su cuerpo empujando
hacia adelante en un sprint. El muelle ya se estaba desacoplando
cuando dobló la esquina y las puertas se cerraron.
—¡Gunner! ¿Qué esta ocurriendo? —Nickel gritó desde algún lugar
detrás de él. Gunner estaba a varios metros de la salida.
Voy a conseguirlo. Estaba aburrido, pero no tanto.
Pero sintió el misil antes de que golpeara su nave. Sintió la potencia y el
impacto cuando golpeó el lateral de la bahía de atraque, reduciendo al
olvido sus posibilidades de volver con vida a bordo de su nave. El metal
se aplastó y rechinó, hundiéndose hacia dentro y luego hacia fuera,
haciéndole perder el equilibrio golpeándose contra el oxidado y usado
revestimiento lateral de la Blessed.
Un rugido le llenó los oídos hasta la cabeza, y consumió su ordenador
central con una oleada. Fue suficiente para que se pusiera en pie,
aunque sólo fuera por un momento, antes de sufrir un cortocircuito en
el acto. Su cara golpeó el suelo y sus ojos parpadearon una vez más
antes de desvanecerse también. Extendió la mano, con los dedos tensos,
intentando agarrar algo que estaba fuera de su alcance.
‘Browning,’ susurró mientras la rabia crecía en su interior.
‘¿Qué puedo hacer por ti?’, su mensaje parpadeó detrás de sus ojos.
‘Destruir. Destruir todas y cada una de sus armas...’
Su programación agonizante fue lo último que percibió antes de
reiniciarse, y el olor a gasolina sustituyó al del lúpulo.
Capítulo 3
Elodie abrió los ojos observando que la celda de enfrente estaba vacía y
que las luces del ciclo de descanso seguían apagadas en una lúgubre
penumbra. Permaneció inmóvil mientras sus sentidos volvían uno a uno,
empezando por los peores: el hambre, el dolor y su estado emocional.
Se ha ido.
Al menos no está muerto. Al menos no le he visto morir. El corazón le latía
con fuerza.
Sus ojos atravesaron el espacio vacío y la doble fila de barrotes para
posarse en el hombre que estaba al otro lado de la celda de su padre.
Estaba de espaldas a ella, mirando hacia los barrotes. Era un tipo
malhumorado, y ni a ella ni a su padre les gustaba conversar con él.
Elodie no recordaba su nombre. Fingió que era su padre, sólo por unos
minutos, mientras se armaba de valor para levantarse.
Se levantó despacio, en silencio, sintiendo la necesidad de su cuerpo de
expulsar el pequeño residuo que había creado desde su última comida.
Era la parte del día que más odiaba, y mientras observaba las celdas
cercanas y a los prisioneros que había dentro, su suerte la animaba.
Están todos durmiendo...
Era el mayor punto a favor de su tabla interna de pros y contras sobre el
hambre. Hacía que todos a su alrededor fueran tan débiles como ella.
Los débiles dormían.
Le dolían todas las articulaciones del cuerpo mientras se dirigía a la
rejilla de desagüe situada en el centro de la celda, donde, temblando de
inquietud, se bajó los pantalones, se ajustó los calzoncillos y se puso en
cuclillas. Terminó su trabajo en segundos y volvió a la pared.
Otra ventaja del hambre... menos interrupciones para ir al baño. Vestirse
como un hombre también tenía sus ventajas. Hacía varias semanas se
había hecho un agujero más grande en los calzoncillos para no tener
que quitárselos. Kallan había cuestionado sus payasadas una vez
cuando la observó sin que ella lo supiera, y ella no se había dado cuenta
hasta que fue demasiado tarde.
—¿Tienes algún problema con tu polla?
Elodie se sacudió y se subió los pantalones.
—No.
—¿Qué clase de hombre se pone en cuclillas para mear? ¿Tienes un coño
ahí debajo? —Se burló y miró lascivamente—. Lo tienes, ¿verdad? Un
coñito sucio.
Se contuvo para no saltar a la pared y delatarse. En lugar de eso, luchó por
calmar sus nervios para poder volver lentamente a su posición. Elodie se
agachó para ajustarse.
—¿Crees que seguiría aquí si lo tuviera? Si tuviera un coño, habría
negociado mi salida de este infierno antes de que tuvieran la oportunidad
de cerrar la puerta de mi celda —Soltó una carcajada.
—Pues demuéstralo, chico —Kallan se apretó contra los barrotes y
sonrió—. A ver qué tienes entre las piernas.
Varios prisioneros a su alrededor gruñeron, se rieron y se burlaron. Su
padre permaneció en silencio, y ella lo agradeció. Las cosas sólo
empeoraban cuando él se involucraba.
—¿Tan desesperado estás, viejo? Busco coños, no pollas. Primero
enséñame tú la tuya y luego hablamos —Se mofó Elodie y apoyó la cabeza
en la pared, cerrando los ojos. Oyó a Kallan escupir en su dirección, lo oyó
dejarse caer, pero no miró. Se concentró en mantener la calma... en
parecer indiferente. El asunto se olvidó.
Eso había ocurrido hacía semanas, y ahora su cuerpo estaba entrenado
para contenerlo todo hasta el último momento.
Sabía que Kallan tenía sus sospechas. No había mucho más que hacer
que observar a los otros prisioneros, pero ella hizo todo lo posible por
mantener su curiosidad a raya. Elodie miró en su dirección, agradecida
de que tuviera los ojos cerrados.
Su espalda chocó contra la pared justo cuando las luces se encendieron
para indicar que era de día. Los gemidos de los demás no tardaron en
llegar, y pronto los sollozos de Jacob se elevaron para dar la bienvenida
a la mañana.
Lo ignoró y se concentró en la doble puerta cerrada del calabozo,
esperanzada y temerosa de que se abriera. Estaba hambrienta y su
mente volvía a aquel momento con Kallan en el que habría cambiado su
coño por la libertad.
No lo hagas. Se gritó Elodie a sí misma, incluso cuando su nariz percibió
el primer olor a putrefacción del cadáver. No lo hagas.
Se pasó los dedos por el pelo y deseó tener unas tijeras para cortarlo. Se
frotó las mejillas y la mandíbula con el dorso de las manos, sabiendo que
era uno de los únicos hombres a los que no les crecía pelo en esa zona.
Al menos, el único en su entorno inmediato. Su disfraz tenía sus límites,
pero no se trataba sólo de su aspecto, sino sobre todo de cómo actuaba,
y crecer rodeada de hombres, y sólo de hombres, la había ayudado
enormemente.
Llevaba el pelo corto y, aunque al principio le resultaba difícil bajar la
voz, con los años se había convertido en algo natural. Elodie había
tenido la suerte de heredar la estatura de su padre (medía casi 1,80 m) y
el metabolismo unido al esfuerzo constante del trabajo habían evitado
que su cuerpo se rellenara. Incluso se recortaba las pestañas, ya que
había nacido con unas inusualmente gruesas, y vestía ropa demasiado
grande para ocultar lo poco que se curvaba de su cuerpo.
Pero a pesar de intentar parecer un ‘hombre’, sólo conseguía tener un
aspecto infantil. Los hombres se creían esa apariencia, pero aun así
atraía una atención no deseada. Del tipo que grita ‘fácil de dominar’,
fácil para un hombre interesado. También había insinuaciones de
hombres que tenían sus propios secretos que guardar, o el acoso
descarado y prepotente de aquellos a los que no les importaba.
Mentir sobre las ETS era una buena forma de acabar con la mierda antes
incluso de que empezara.
Las puertas se abrieron de golpe. Sus manos se paralizaron en el pelo.
Entró un guardia, uno distinto al de la noche anterior, seguido de un
androide cuadrado. Pasaron por delante de su celda y fueron directos
hacia Jacob y el cadáver.
Al cabo de unos minutos, ambos fueron sacados del calabozo. Pudo
captar la mirada atormentada de Jacob cuando pasó junto a su celda.
No debería haber hablado. Elodie se sintió peor por el cadáver. Murió por
su culpa. Entonces los odió a ambos y ese odio se extendió brevemente
a su padre.
Los paneles se cerraron. Sin comida ni agua...
La puerta volvió a abrirse y se encendió una nueva brasa de esperanza.
Dos guardias entraron con un nuevo equipo de androides, pero su
esperanza de recibir comida se desvaneció cuando vio que arrastraban
algo detrás de ellos.
Los ruidos de los otros prisioneros sonaban por todas partes mientras
todos se acercaban a ver el nuevo entretenimiento.
Inmediatamente se dio cuenta de que lo que arrastraban era un cuerpo,
un hombre, y de gran tamaño. Elodie se agarró a los barrotes contra los
que solía apoyarse repentinamente cautelosa. El escuadrón se acercó a
la celda de su padre y la abrió. Se apartó de un tirón, adentrándose en el
territorio de Kallan.
Era el primer prisionero que llegaba desde que ella, su padre y el resto
de la tripulación de su último trabajo habían sido encerrados allí.
Los androides, evidentemente forzados, introdujeron al hombre en la
celda junto a ella, dejándolo caer con un golpe seco.
—Pesado hijo de puta —comentó uno de los guardias.
—Tiene metal en la cabeza. Las mejoras cibernéticas que nos dijo el
escáner... No tienen en cuenta su puto peso.
Los androides salieron de la celda y el mecanismo se cerró tras ellos. El
panel eléctrico sonó como un último gong fatal. Se le humedecieron las
palmas de las manos y se las frotó contra los pantalones con la mirada
clavada en la nueva incorporación, mientras sus pensamientos iban a
mil por hora.
—Pero es un cabrón rico, he oído que su nave era un tesoro escondido.
Debe de ser uno de esos traficantes de la lista negra, escondido en el
espacio profundo. Lo averiguaremos cuando despierte.
—Si alguna vez lo hace. ¡Ni siquiera los jumpers y las barras eléctricas
consiguieron que abriera los ojos! ¿Acaso importa?
El otro guardia se encogió de hombros.
—El jefe quiere saber los códigos de su nave. Ballsy tiene problemas
para piratear algunas partes. Si yo fuera él —señaló el cuerpo inmóvil—,
no me despertaría. No le va a gustar lo que le espera cuando lo haga.
Ambos rieron y Elodie apartó la mirada. Ya ni siquiera podía contener un
escalofrío de inquietud. Pero sus ojos, sin querer, volvieron a encontrar
el rostro inconsciente del nuevo y divisaron el tatuaje delineado en
negro de una pistola en su mejilla.
No te despiertes.
Sabía que él no podía oír sus pensamientos, pero no importaba.
Uno de los guardias se agachó y lo miró.
—¿Qué clase de hombre tiene un nave de clase A y lo deja desprotegida
por un salvamento? ¿Y tatuajes de armas en las mejillas?
—No uno inteligente —ironizó el otro.
—Hmm...
Finalmente, el guardia se enderezó y miró a su alrededor y a los demás
prisioneros antes de volverse hacia los androides.
—Dales de comer.
Salió con el otro guardia y, con la misma rapidez, su mente pasó del
entretenimiento a la perspectiva de la comida. Una palpable oleada de
expectación recorrió el calabozo.
Dejaron caer raciones de proteínas sin sellar en cada celda, junto con
tres geles de agua. Elodie gimió alrededor de su comida y saboreó cada
bocado, pero su atención se centró en el recién llegado, y permaneció
en él mucho después de que los androides se marcharan.
—¿Crees que está muerto? —dijo Kallan detrás de ella.
Elodie no le respondió. El hombre gruñón del otro lado estaba metiendo
la mano en la celda y tirando de la chaqueta del nuevo prisionero. Pero
sus ojos seguían dirigiéndose a la cara del desconocido y a la pistola que
apuntaba directamente a su boca. El tipo de hombres que se tatuaban
así eran los que ella evitaba como a la peste.
—Este pedazo de mierda pesa mucho —espetó el hombre gruñón,
echando el brazo hacia atrás, dándose por vencido tras su quinto
intento de mover al desconocido.
La curiosidad general de los demás disminuyó después de eso.
La suya no.
No importaba cómo se desarrollarán los acontecimientos en su cabeza,
no acabarían bien. Su lugar seguro contra los barrotes ya no lo era y
ahora, mientras sus ojos recorrían el enorme cuerpo del recién llegado,
tenía que elegir entre el mal conocido o el mal desconocido. En
cualquier caso, estaba jodida.
No te despiertes.
Esta vez, lo pensó por una razón totalmente egoísta.
***
***
***
***
Un androide lo sacó del calabozo, agarrándolo por el brazo,
arrastrándolo de forma torpe sobre las rejillas del suelo para mantener
su agarre alejado de los grilletes eléctricos.
Si fuera humano, le habrían dislocado el hombro, y por eso se lo dislocó.
Tenía que mantener las apariencias después de todo. Si se enteraban de
que era un Cyborg armado, le dispararían, lo expulsarían por la esclusa y
le volverían a disparar con los cañones de la nave. Eso si los piratas
vivían lo suficiente para hacerlo.
Gunner dejó que el dolor se filtrara a través de sus sistemas como una
droga.
No tardaron en atarlo a una silla. Los guardias lo dejaron solo en la
habitación con el androide que se había colocado junto a la puerta
abierta, y Gunner escuchó pasos que se alejaban. En esta sala estaba
más cerca de los sistemas principales de la nave y, por eso, le resultaba
más fácil conectarse. Sus códigos infecciosos estaban trabajando duro
para abrirse paso.
Pero esperaba encontrar su información de otra manera.
Se inclinó hacia delante y se dejó caer, obligando a sus sistemas a
apagarse y entrar en estasis. Su piel se enfrió de inmediato, su frente se
puso a sudar y su hombro se hundió hacia un lado. Miró al androide a
través del flequillo.
Un hombre entró por la abertura y se arrodilló ante él. A diferencia de
los guardias, iba vestido un poco mejor, y al decir mejor, Gunner lo decía
al ver la pistola que llevaba.
—Dicen que te llamas Gunner. Estoy a cargo de las patrullas, y a cargo
de tu destino. Soy tu dios.
¿En serio? murmuró Gunner. El hombre agarró el pelo de Gunner y tiró
de su cabeza hacia arriba hasta que sus ojos estuvieron a la misma
altura.
—Podemos hacer esto rápido.
¿Podemos?
—¿En serio? —Gunner dijo— ¿Dios?
¿En serio?
Su torturador sonrió y echó la cabeza más hacia atrás.
—Danos tu nave.
—Creía que ya la teníais.
La sonrisa del hombre no hizo más que crecer. Le dieron ganas de
devolverle la sonrisa.
—Ah, así es, ¿por qué si no crees que te lo pido?
—Para tenderme una trampa.
Le soltó el pelo y Gunner se recostó en la silla observando al tipo. No
podía saber si era un guardia más o si era el capitán. Se conformaría con
un miembro de la tripulación del puente si obtuviera alguna pista. Los
piratas no llevaban identificación... sólo los trabajadores del gobierno, y
aunque él trabajaba para el DEPT, tampoco la llevaba nunca.
—¿Por qué íbamos a tenderte una trampa?
—Porque no sabéis quién soy —replicó Gunner—. Eso es un problema,
¿no, Dios? —Se burló.
La sonrisa del hombre cayó y supo que había acertado.
Porque yo tengo el mismo puto problema. No tenía ni idea de quién le
había atacado y su paciencia para obtener esa información no tardó en
agotarse.
Una barra de metal volvió a caer sobre él, y estaba preparado para ello,
incluso sin los efectos adormecedores que le proporcionaban sus
nanocélulas y la curación acelerada que soportaba.
Le golpeó las tripas y la parte superior de los muslos con la intención de
romper algo dentro de su cuerpo. Nada se rompería. Al menos no por
mucho tiempo. Su único problema era que, si el hombre realmente
quería matarlo, no se le daba bien hacerse el muerto. Su chacal tenía sus
limitaciones en cuanto a trucos.
—Por favor —espetó, gimiendo, y riendo un poco a través de él, pero
sus risas sonaban como gemidos dolorosos—. Por favor, para.
Le golpearon varias veces más antes de que el hombre se inclinara hacia
él y le mirara a la cara.
—¿Quieres morir?
Gunner se lamió los dientes.
—No.
—¿Sabes cómo un hombre como yo llega a golpear a un cabrón como
tú?
Hrrmm...
—¿No?
—Porque los hombres como yo no toleran a mierdas como tú.
El hombre le clavó el puño en el hombro dislocado. Jodeeer. Gunner
cayó en un breve vacío provocado por el dolor antes de que pudiera
reaccionar e impedir que sus sistemas volvieran a funcionar como
consecuencia del ataque. El hombre volvió a levantar el puño y las luces
parpadearon, deteniéndolo y deteniendo a Gunner a punto de matarlo.
El androide de la esquina avanzó en su ayuda, percibiendo una amenaza
para el guardia al que estaba programado para proteger. El androide
podía leer su violencia mejor que cualquier humano, las señales eran
difíciles de fingir incluso para un Cyborg, más aún para uno que estaba
conteniendo su fuerza.
—¿Por qué un tipo como tú tiene una nave así?
—Suerte, imagino.
Volvió la sonrisa.
—Venga ya, la suerte no tiene nada que ver. Tienes cibernética en tu
cuerpo y no la mierda de segunda mano. Sólo un rico sin antecedentes
puede hacerse eso. Y tú no eres un Cyborg, ningún Cyborg sería tan
tonto como para que le robaran la nave delante de sus narices.
Gunner mantuvo la boca cerrada y su ira bajo control.
—No, pero eres algo o alguien especial, y voy a averiguarlo de una
forma u otra. No hace falta que te torture. Podríamos trabajar juntos —
El hombre caminó en círculos a su alrededor mientras hablaba, pero se
detuvo a su espalda.
—O no lo hacemos y puedo divertirme un poco...
—¿Trabajar juntos? —Gunner hizo ademán de mirar la habitación
desnuda, el diseño anticuado y las tuberías metálicas a lo largo del
techo y los laterales—. Estoy mejor por mi cuenta.
—Ah, ¿sí?
—No soy yo quien no puede descifrar los códigos —Gunner se preparó
cuando un puño volvió a golpearle en el hombro, con más fuerza que
antes, pero continuó a pesar del dolor: —Lo hago mucho mejor solo —
Oyó la varilla surcar el aire.
—Incluso siendo golpeado por un hombre como tú, lo estoy haciendo
mejor —Se burló Gunner.
—¿Realmente no sabes cuando callarte? —Y una y otra vez.
No. La verdad es que no.
Todo lo que sabía era que tenía más hombres en su lista para matar, y
que algunos hombres tenían sus nombres en una lista doble. Y que sus
tatuajes no se veían tan bien con moratones.
Capítulo 5
2
Where oh where can my little dog be?, canción infantil estadounidense.
Gunner se cortó más profundamente, dejando al descubierto la punta
del hueso del pulgar y el brillo del metal sin corromper que formaba su
armazón.
Un movimiento a su izquierda le detuvo. Retiró las uñas y cerró las
manos sobre el corte que ya había empezado a cicatrizar. Ely apareció a
su lado y le miró la mano.
Gunner abrió el puño y se lo mostró cicatrizado de nuevo.
—Aquí no hay nada que ver —susurró, pero su atención no se detuvo y
volvió a centrarse en los ojos de Ely, en la forma en que le crecía el pelo,
así como en la forma de sus labios. Aunque la luz era tenue y borrosa,
pudo ver la cara de Ely con más claridad que nunca.
Tenía la nariz recta, ojos almendrados, pómulos fuertes y altos y
mandíbula afilada. Todo cubierto de capas de suciedad, pero también
había franjas de piel fantasmagóricamente pálida bajo la mugre. El tipo
de palidez que significa años de tomar pastillas de vitamina D, porque
nunca ha visto la luz del sol.
Su pelo es rubio, o castaño claro. Él no sabría decirlo. Le caía en
mechones gruesos sobre las orejas y a los lados de la cara, ocultando
algunos de sus rasgos.
Un muchacho bonito... o una joven hermosa.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Gunner lo suficientemente
bajo como para que sólo lo oyeran ellos dos. No quería despertar a
nadie. Especialmente a Kallan.
Si Kallan se despierta, pienso matarlo.
Ely había estado a punto de decirle algo antes de que Kallan se
interpusiera. Gunner había visto sus labios entreabiertos.
Si volvía a ocurrir, iba a haber aún más muertes de las que había
planeado. En silencio, Ely volvió a su lugar junto a la pared y dejó caer la
cabeza sobre la rodilla mirando en su dirección.
Gunner se volvió hacia el conducto de ventilación, se cortó el centro del
pulgar y arrancó el metal junto con los cables y la tecnología que lo
hacían funcionar dejándolo caer sobre la rejilla. Pasó un momento antes
de que fuera absorbido por los sistemas más profundos de la nave.
Lo sintió moverse por los sistemas de la nave.
Gunner protegió su cirugía improvisada, pero seguía sintiendo ojos en
su espalda. Apretó los dientes contra el dolor de su mano iniciando el
largo y arduo proceso de reconstrucción de su pulgar, y la incómoda
sensación del exceso de energía que se utilizaba para reparar el daño.
Por desgracia, al mismo tiempo reparó el resto de su cuerpo: el hombro
dislocado, los moratones de la cara y el resto de su falso yo humano
bajo la ropa.
Supo el momento en que su pulgar desprendido fue separado de los
residuos de la nave y reciclado, descompuesto y creado en algo nuevo
para uso del ecosistema artificial. Arrojado a una máquina donde la
energía de la nave era abundante.
Sus labios esbozaron una sonrisa de satisfacción. Directamente
conectado.
Gunner quiso que las luces parpadearan suavemente y así ocurrió.
Hizo que el panel de la puerta de su celda se desbloqueara
silenciosamente, y así ocurrió.
Abandonó su cuerpo y se conectó con la seguridad de la nave,
apagando las señales visuales del pasillo. Gunner suprimió las sirenas. Se
volvieron a encender un segundo después.
Poder. El poder era mejor que la paciencia.
Echó la cabeza hacia atrás y gimió. Aunque le dolía, su cuerpo se había
convertido en un imán, y podía dar o recibir todo lo que quisiera.
Si se trataba de ver quién conseguía antes lo que quería, si él o los
capullos que le habían robado la nave, estaba seguro de que iba a ganar.
Aunque la forma de ganar fuera poco convencional.
Se puso en pie, sintiéndose bien, y se desabrochó los pantalones. Sus
oídos se aguzaron ante los ronquidos y gruñidos de los que le rodeaban,
su concentración estaba en alerta máxima mientras liberaba su polla y
orinaba.
Ahora tu nave es mía.
Gunner observó cómo la corriente se desvanecía hacia dondequiera que
fuera, sabiendo que su olor estaba marcando el navío desde dentro
hacia fuera. Se sacudió el pulgar flácido, disfrutando de la incomodidad
de su piel hinchada y débil mientras su olor dominaba a todos los demás.
Miró por encima del hombro a Ely, quien había cerrado los ojos.
Punto para mujer.
Gunner se movió alrededor de su celda y marcó cada esquina, rociando
lo que ahora era suyo: el pasillo de al lado y la puerta de la celda,
prestando especial atención a la cerradura. Continuó hasta que su olor
llegó a la unidad de Royce y a los espacios exteriores, pero se detuvo en
los barrotes que compartía con Ely. Cuando agotó sus reservas de agua
y secó, limpió y reclamó las nanocélulas que había distribuido por todas
partes, se subió la cremallera y se sentó contra los barrotes más
cercanos a su pequeño entretenimiento.
—Ya puedes abrir los ojos —dijo.
Inclinándose hacia delante, Ely suspiró y frunció el ceño, pero al final
abrió los ojos y le miró. Sus labios se fruncieron y se movieron, pero no
salió ninguna palabra. Gunner no pudo evitar que su sonrisa creciera, y
cuanto más crecía, más respondía Ely. Con sus fosas nasales agitándose
y de nuevo erguida, Ely buscó en su celda e hizo una mueca.
—¿Quieres saber por qué me he meado encima de todo? —Le espetó
en voz baja.
Ely lo miró con el ceño fruncido.
Está enfadado.
¿Por qué está enfadado? Su entretenimiento se volvió un poco más
entretenido.
Su boca se abrió, se cerró y volvió a abrirse, y un largo silbido de aire
salió de entre sus labios.
Habla, Ely, habla. Gunner se sentía como un canino dando órdenes a un
gatito, y a diferencia de su ADN Canis mesomelas3, sabía que a un gato
no se le podía dar órdenes. A un humano sí.
—¿Por qué? —exhaló Ely.
Las palabras inundaron sus oídos como una descarga triunfal y se
agarró a los barrotes que los separaban. Se acercó y su nariz se
3
Chacal de Lomo Negro
interpuso en el espacio de Ely, haciéndole retroceder sobresaltado. ¿Por
qué? Dos simples sílabas, roncas y bajas, ocultas bajo la intriga. Gunner
estaba intrigado. Aquellas palabras se le metieron en la cabeza y se
incrustaron en sus sistemas. Reprodujo, una y otra vez, el tono, el matiz
y el contexto y todo...
Gritaba femenino.
Te has descubierto, mujer.
Gunner aspiró el aire recién perfumado del calabozo, tratando de olerla
sólo a ella, pero descubrió que su propio olor lo dominaba. Se agarró a
los barrotes, molesto, frustrado de nuevo en su esfuerzo por encontrar
respuestas. El pulgar le dolía y le ardía bajo la presión, y el metal se le
doblaba bajo los dedos.
‘¿Por qué?’ La voz de Ely había sido femenina y molesta. Ely pasó de ser
posiblemente un hombre en su cabeza a ser incuestionablemente una
mujer.
Demuéstrame que me equivoco, pensó para sí, exigiendo a su propia
tecnología que lo hiciera y exigiéndoselo a ella en silencio.
Gunner recuperó el control y soltó los barrotes.
Necesito que se acerque, necesito oler lo que realmente es ella. De
repente, el poder que había alcanzado se esfumó en el pasado y la
impaciencia reclamó su lugar en el trono de su ordenador central.
Su concentración volvió en un abrir y cerrar de ojos y le respondió:
—Estaba marcando mi territorio.
Su mirada agotada por el miedo se atenuó ligeramente.
Por favor...
Ely separó sus labios agrietados y sucios.
Por favor, vuelve a hablar.
—No es tuyo —dijo ella.
Su boca se curvó en una sonrisa ladeada mientras añadía sus palabras al
resto que ahora poseía él en su memoria.
—¿Estás segura de eso?
Volvió a echar un breve vistazo a su espacio, y la ira de antes volvió a
encenderse.
—Sí.
—Todo lo que toco es mío. Mientras yo quiera —afirmó.
—No, no lo es. Esa celda no es tuya. Eres hombre muerto y aún no te
has dado cuenta. Todos sabemos que eres diferente y que quieren algo
de ti que no quieren de nosotros. Esa celda —dijo señalándola—,
pertenece a otra persona.
—¿A quién?
Apretó los labios.
—¿A quién? —volvió a preguntar, sintiéndose extrañamente amenazado.
Gunner no quería que dejara de hablar; no había guardado suficientes
de sus palabras. Ya era bastante difícil sonsacarle información, pero si
dejaba de hablar ahora, existía la posibilidad de que no volviera a
hacerlo.
Miró detrás de ella al bulto dormido de Kallan.
Ely le entendió cuando intercedió.
—No lo hagas.
—Y no quiero —Ninguno de los dos quería que Kallan se despertara—.
Haré un trato contigo.
Ely no respondió y Gunner se preguntó en que estaría pensando.
Diablos, se preguntó cómo se había acabado en un calabozo lleno de
escoria. Incluso él era considerado escoria. Escoria de la Tierra. Escoria
del universo. Escoria de mil Cyborgs porque destruía por la fuerza el
autocontrol que a menudo mantenía a raya sus decisiones para
perderse en lo más profundo de sí mismo. No tenía tiempo para
contenerse y, por eso, era una pieza de tecnología que funcionaba mal y
no era de fiar para el gobierno terrícola.
Cuando ella continuó mirándole fijamente, con la mirada perdida y los
pensamientos en otra parte, Gunner continuó.
—Háblame —Le dijo, sin saber por qué, pero sabía que quería más de
ella—. Sólo háblame y pasa el tiempo. Si van a arrastrarme y matarme
en cualquier momento, ¿qué daño puede hacer un poco de
conversación?
La mirada vidriosa de sus ojos desapareció y volvió a centrarse en él.
—No soy una mujer —dijo inesperadamente—. Tengo polla, me gustan
las mujeres y no me gustan los hombres. Si estás intentando jugar a
algún juego idiota conmigo, déjame decirte la verdad sin rodeos. Aquí
no hay juego —Ely agarró su camisa y la soltó—. Hablaré contigo si
respondes a mis preguntas y.… responderé a las tuyas. Con la verdad.
Pero si vamos a empezar entonces deberíamos sacar eso entre
nosotros ahora porque ya he tenido suficiente de la mierda de Kallan y
—entrecerró los ojos—, me gustaría hacer un trato.
Bingo... Maldita sea. Gunner apretó la lengua contra el paladar para no
estallar en carcajadas.
Una pregunta por una pregunta. Una mentira por una mentira. Sus ojos
se desviaron del rostro de Ely para deslizarse por su cuerpo. Se ajustó la
entrepierna en un esfuerzo por despistarlo. Pero la has ajustado mal.
Está a la izquierda o a la derecha. No tienes espacio suficiente en el centro.
—Nunca pensé que fueras una mujer —mintió a medias y volvió a
mirarla a la cara—. Y no eres mi tipo. Ni siquiera los chicos guapos me
gustan —Gunner se encogió de hombros—. A mí personalmente me
gusta un coño bonito y limpio, preferiblemente mojado y apretándose
porque no puede esperar a que le dé de comer mi polla. De los que van
acompañados de una cara y un cuerpo bonitos. Sí. Ya me entiendes —
Cerró los ojos como si se lo estuviera imaginando—. Una cosita sumisa
que se retuerza ante mis caricias y reciba todo como yo se lo dé —Se
puso de espaldas a la pared y se acomodó—. Maldita sea. Me
encantaría un coño ahora mismo.
—Sé lo que quieres decir... —dijo ella, con la voz tensa.
Gunner olfateó el aire y no encontró nada más que su propio olor,
maldiciéndose a sí mismo por añadir más obstáculos para olfatear.
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste una mujer? Una mujer de
verdad. No uno de esos sexbots tan usados.
Miró hacia ella, pero no pudo ver ningún rubor bajo la suciedad de sus
mejillas.
—¿Es esto de lo que realmente quieres hablar? Tengo condiciones.
—Claro. ¿Cuáles son tus condiciones? Las mías son conversación.
Gunner se puso rígido cuando ella hizo algo que él no esperaba. Ely se
acercó a él y se sentó al otro lado de los barrotes. Volvió a olfatear.
Podía discernir ligeros y difuminados vestigios de su olor y se dio cuenta
de que era aquel extraño y seductor aroma que había percibido al llegar.
Se acercó un poco más a ella y, cuando ella no retrocedió, quiso aullar
de satisfacción porque si estaba en lo cierto...
Era la primera vez que una mujer, una mujer de verdad, decidía
voluntariamente acercarse a él. Que además, no sólo estaba en
presencia de una real -traída por un mal giro del destino- sino de una
que quería estar en su presencia.
—Este es mi territorio. Aquí mismo. No me tocarás, no atravesarás mis
barrotes, no intentarás hacerme daño de ninguna manera mientras yo
esté aquí. Si quieres intentar reclamar tu espacio, entonces yo quiero
reclamar el mío. Y este lugar es mi lugar seguro.
—Bien —dijo—. Trato hecho.
—No he terminado. Sólo porque digas trato no significa que confíe en ti.
En el momento en que rompas los términos es el momento en que esta
conversación termina.
Gunner reprimió una sonrisa.
***
Estaba siendo más atrevida de lo que había sido nunca y eso le hacía
sentir bien. Elodie sabía que no todos los hombres encarcelados con ella
eran malos. Aún no tenía veredicto sobre Gunner, pero podía fingir que
bajaba la guardia, al menos hasta que él bajara la suya. Conseguir lo que
quería de él y dejar que se pudriera si llegaba el momento.
Apoyó el hombro en los barrotes que los separaban y apoyó la frente en
ellos como había hecho tantas veces con su padre. Se sentía bien
haciéndolo. Cuando él no hizo ningún movimiento para tocarla, herirla o
hacerle algo, una chispa de inquietud floreció en su estómago.
—Quiero saber qué viste cuando te sacaron del calabozo —susurró—.
A quién viste.
Giró la cabeza en su dirección.
—¿Planeas escapar?
Se le pasó constantemente por la cabeza, pero decírselo quizá no fuera
tan buena idea. Elodie reflexionó sobre qué decir cuando las luces se
encendieron sobre ella, indicando el final de otro ciclo de descanso.
Parpadeó hasta que pudo volver a ver con claridad. Algunos de los
hombres que la rodeaban gimieron y se incorporaron. La tensión llenó
el calabozo, como ocurría con cada nuevo ciclo matutino mientras los
pensamientos de todos se alineaban brevemente: ¿recibirían una ración
matutina?
Levantó la cabeza de los barrotes y se apartó ligeramente, sin querer
que nadie en las celdas que la rodeaban supiera que se había acercado a
Gunner.
Lo suficiente como para apoyarse en los barrotes.
Se le hizo un nudo en el estómago cuando se unió a las masas que
vigilaban la puerta. En la falsa luz del ciclo diurno, su desánimo por la
situación regresó, y con él, su decisión de reducir la distancia que la
separaba de su nuevo vecino de celda.
—¿Tú. Estás. Intentando. Escapar? —Las duras palabras le retumbaron
en el oído.
—No lo sé —susurró.
—Entonces, ¿por qué quieres saber lo que está pasando fuera de esas
puertas?
Elodie sacó la barbilla.
—¿Y bien?
Deseaba que la puerta se abriera y revelara a su padre -su padre y la
comida de la mañana-, pero el desconocido que estaba a su lado seguía
interrumpiendo sus fantasías.
—Si estás intentando escapar, vas a fracasar. Créeme, fracasarás.
No, no lo haría. Y, no lo haré. Su corazón latió un poco más rápido ante la
perspectiva. La puerta permaneció cerrada y su estómago se hundió un
poco más. Claro que lo haría, suspiró. Esperar la oportunidad...
—Ya sé cómo escapar —dijo, de repente llena de rabia y tristeza, pero
sobre todo de hambre. Por el rabillo del ojo, notó que él se acercaba.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
—¿Qué te lo está impidiendo?
—Alguien —respondió.
—¿Quién?
Esta vez casi pudo sentir el calor de su aliento en su mejilla. Elodie miró
hacia él y deseó no haberlo hecho, encontrando sus ojos rojos y
sangrantes en lugar de sus habituales ojos muertos. ¿Por qué están rojos
otra vez? Un escalofrío la recorrió con la violencia de una mujer medio
muerta de hambre.
—Tengo una condición más para nuestro trato —dijo en lugar de
responderle.
Gunner le dedicó la más lúgubre de las sonrisas.
—¿Cuál?
Ladeó la cabeza y miró a Royce.
—Quiero tu chaqueta —susurró.
—¿A cuánto asciende el valor de su voz?
Gunner miró a Royce. Permaneció en esa posición durante un tiempo
incómodo.
Elodie se alegró de no poder verle la cara.
Se hizo el silencio entre ellos y las cosas volvieron lentamente a la
normalidad.
Y para su sorpresa -después de haber renunciado a la comida aquella
mañana- oyó que se abría la puerta del calabozo. Como de costumbre,
entró un guardia seguido de un androide. Se detuvieron uno a uno en
cada celda y distribuyeron las raciones. Y como todos los días, el guardia
se asomaba y miraba fijamente a cada prisionero, haciéndose pasar por
un rey.
Lo odiaba, odiaba que la miraran, odiaba temer siempre que, de algún
modo, algún día la miraran y la vieran de verdad.
Se le aceleraba el corazón una y otra vez mientras se desarrollaba el
desenlace de aquella pesadilla. Si renunciaba a su secreto, sería porque
así lo había decidido, no porque alguien se lo hubiera arrebatado.
Elodie bajó la cabeza y dejó caer el pelo hacia delante. Levantó una
rodilla hacia el pecho y encorvó la espalda, intentando que su cuerpo
pareciera más pequeño; lo bastante pequeño como para desaparecer,
lo bastante pequeño como para ocultarse tras los delgados barrotes.
El guardia se acercó a la celda de Gunner y gruñó.
—Pensé que el jefe te haría algo más que eso —dijo—. Nunca he visto a
un hombre salir de allí sin los ojos hinchados y los vasos sanguíneos
reventados.
—Él y yo llegamos a un acuerdo —replicó Gunner.
Elodie ladeó la cabeza para observar el intercambio. El guardia se había
dado cuenta de algo que ella no...
Ya no tiene moratones.
Se acercó la rodilla al pecho. ¿Cómo?
—¿Qué tipo de acuerdo sería ese?
—Tal vez quieras preguntarle a él. No sé si le gustaría que se lo dijera al
repartidor.
El guardia sacó el brazo antes de que el androide pudiera dejar caer las
raciones en su celda, deteniéndolo.
—Ah, qué pena por ti —Sonrió satisfecho—. He oído que pasar hambre
es un verdadero dolor, no el tipo de dolor que un hombre elige si es
posible, pero está bien, tal vez elijas mejor la próxima vez.
Se acercó a la celda donde se encontraba ella.
—Quizá quieras replantearte eso —La voz de Gunner se elevó más alto
que antes haciendo que su corazón diera un vuelco, recordando cómo
sonaba momentos antes, apenas por encima de un susurro.
—¿Qué has dicho? —preguntó el guardia, encarándose de nuevo con
Gunner.
Él se puso de pie.
Elodie iba a vomitar bilis mientras se acercaba al guardia.
—El nuevo tiene ganas de morir —resopló Kallan al otro lado de ella.
—He dicho que quizá deberías replanteártelo —dijo Gunner con una
voz llena de inquietante advertencia.
—¿Replantear el qué?
Señaló las raciones.
—Eso.
—¿La comida, cabrón?
—Lo entendiste. Sabía que alguien en esta nave tenía que ser
inteligente —Se burló Gunner. El guardia se tensó y su mano cayó sobre
la varilla que colgaba de su costado—. Eso es. Pégame una paliza, no
me des mis raciones, y cuando vuelva a hablar con tu capitán y regrese
sin una herida, le contaré todo esto. Todo sobre su peón
extralimitándose.
Estaba mintiendo. Había visto lo herido que estaba el día anterior. Miró
a los demás prisioneros, pero todos lo miraban con curiosidad morbosa.
¿Nadie más se había dado cuenta de sus magulladuras de ayer?
Su atención volvió a Gunner. No quería que le pegaran, no quería que
hubiera violencia. Y se dio cuenta de otra cosa que la enfurecía...
Le importaba.
El guardia retrocedió un paso, pero su sonrisa se mantuvo hasta que
empezó a reír. Agarró el mango de la vara y profirió una carcajada. El
ronco rugido era forzado, tenso y siniestro y no cesaba. Cuanto más se
reía, más le dolían los tímpanos. Cada hipo y cada carcajada se
convertían en un puñetazo en las tripas y parecía que había pasado una
eternidad antes de que por fin se detuviera y la locura que había creado
volviera al silencio.
Elodie se quitó las palmas de las orejas sin darse cuenta de que las había
colocado allí en primer lugar.
—Eres gracioso. Eres jodidamente gracioso —jadeó el guardia entre
risitas. Su horrible risa volvió a aumentar y ella pensó que había caído en
el país de las maravillas.
—Por favor, haz que pare —susurró ella.
Y de repente, paró. La voz de Gunner retumbó a través del sonido:
—Nunca se sabe —Se encogió de hombros, con los labios torcidos en
una sonrisa—. Pero deberías pensar un poco más en tu propia piel.
Puede que mañana no la lleves puesta.
Sin tirar a Gunner su ración, el guardia se encorvó y se dirigió a la celda
de ella con una sonrisa burlona en la cara. Dejó caer su comida, y luego
la de Kallan, y luego la de todos los demás de su fila hasta que terminó
su circuito y regresó a la celda de Gunner. Se comió tranquilamente el
resto de las raciones que tenía -delante de todos ellos- e hizo alarde de
ello.
Con una última y horrible carcajada, se marchó.
Elodie miró su ración sin sentir hambre por primera vez en semanas.
Capítulo 7
El resto del día transcurrió sin incidentes y cuando por fin le dijo a Ely
que comiera, ella suspiró y lo hizo. Era la única reacción que había
obtenido de ella desde aquella mañana.
Se estaba acostumbrando a la vida cotidiana de un prisionero,
encontrándola algo encantadora.
Simple y aterradora.
Cuando la puerta volvió a abrirse más tarde ese mismo día, estaba
preparado para ello, observando a través de los canales externos a su
cuerpo cómo un guardia diferente y un androide con provisiones se
dirigían hacia ellos. Cuando repartieron la comida, mantuvo la boca
cerrada y la cabeza gacha, sabiendo que ya era casi la hora.
Contó los segundos hasta que se atenuaron las luces del techo, y siguió
haciéndolo hasta que se apagaron del todo. Hasta que ya no hubo más
luces. Hasta que una oscuridad impenetrable llenó el espacio y cubrió
sus huellas de todas las miradas indiscretas. Sofocó toda la energía del
calabozo.
Esperó al ciclo de descanso para asegurarse de que el mayor número
posible de guardias y tripulantes estuvieran fuera de circulación para
ejecutar su plan. Sus ojos cambiaron a visión nocturna.
En silencio, se levantó y se dirigió a la puerta de su celda, la desbloqueó
y salió. Los murmullos y el ligero pánico de los que le rodeaban no
hicieron más que ocultar aún más su rastro.
Gunner los ignoró y siguió avanzando aprovechando su confusión antes
de que sus sentidos cambiaran de prioridad.
Se quedó parado en la puerta de salida del calabozo, con la mano
extendida...
Algo le impedía avanzar.
Olfateó el hedor enclaustrado y buscó el único olor que había llegado a
reconfortarle en cierto modo.
Gunner giró sobre sus talones y se acercó a la celda de Ely. Se quedó
fuera de su unidad, observándola en la oscuridad, con los ojos muy
abiertos y parpadeando, mirando en dirección a su propia jaula. Su
mano se posó sobre la cerradura sabiendo que podía abrirla, entrar,
hacer lo que quisiera y conseguir por fin la última prueba condenatoria
que necesitaba, pero una vez más su mano se detuvo.
En su lugar, las voces de los demás se alzaron a su alrededor, tratando
de penetrar en su pequeño y oscuro mundo recordando el tictac
constante del reloj.
No apartó los ojos de Ely, que se movía con desconfianza y acabó
escabulléndose hacia los barrotes que unían sus unidades. Gunner no
tenía ni idea de por qué se sentía más segura a su lado que en medio,
pero la razón por la que se mantenía alejada de Kallan era obvia.
No necesitaba acercarse a él ahora, no en la oscuridad. La oscuridad la
protegía como a él. Sus manos se aferraron a sus costados cuando sus
labios se abrieron para hablar, olió un hilillo de miedo. Provenía de ella y
por alguna razón, eso le molestó.
¡Joder!
Volvió a meterse en su celda y se agachó junto a ella.
—shhh —susurró junto a su oído, haciéndola saltar—. Subida de
tensión, acabará pronto —La consoló. Ely recuperó la compostura y se
acomodó. Él, por su parte, tuvo que estirar los dedos a la fuerza para
liberar la tensión de sus tendones, sabiendo que podía tocarla
accidentalmente. Su trato no se vería interrumpido por un accidente.
¿Verdad?
¿Cuándo me convertí en un santo? Gunner volvió a ponerse en pie y
frunció el ceño, negándose a dedicar otra mirada a su entretenimiento.
Reanudó su misión y volvió a la puerta, apagando las luces de más allá
de la misma antes de atravesarla, sin que nadie se diera cuenta, sólo
perceptible para los que creían estar oyendo cosas.
Intentó aliviar parte de la tensión que se había acumulado en su cuerpo,
pero cuanto más se adentraba en la nave, peor se sentía.
Incluso mantener una parte de sí mismo vigilando la seguridad de la
nave, evitando que saltaran las alarmas y reproduciendo bucles de
transmisiones anteriores, sirvió de poco. Su lógica le exigía que volviera;
su bestia le exigía que volviera.
Extendió las garras de la mano derecha y se las clavó en la palma.
Claridad a través del dolor.
Gunner se apretó contra la pared cuando unas voces llenaron el pasillo.
Procedían de una puerta abierta por la que tenía que pasar. Al olfatear
el aire, aunque ventilado y esterilizado, el agrio sabor del sudor, el
malestar y los cuerpos sucios le llenó la nariz.
No eran los hombres que buscaba.
Esta noche perseguía un objetivo diferente.
—El capitán dice que nos dirigimos a Elyria.
—Ya era hora. Necesito algo más que acero viejo y vosotros para mirar.
Asimiló la información y se agachó, dejando su cuerpo para comprobar
la alimentación de la sala. No estaban mirando hacia él. Pasó a toda
velocidad. Sus voces se desvanecieron cuando los dejó atrás.
El pasillo llegó a su fin, a una pequeña abertura de piezas inconexas,
cajas y manchas de grasa. A un lado había otro pasillo que sabía que le
llevaría a las salas de máquinas y a los bajos fondos, el otro camino
conducía al almacén, pero era el ascensor que tenía delante el que le
llevaría a la planta superior, donde se encontraban las habitaciones de la
tripulación.
Bajó y se quitó las botas en silencio, deslizándolas detrás de una de las
cajas.
Gunner puso la mano en el panel del ascensor y forzó sus puertas para
que se abrieran. Una vez encerrado en el estrecho espacio y subiendo
por él, el hedor del calabozo desapareció. Apretó los dientes contra el
impulso de volver, clavándose nuevas heridas en la palma de la mano.
Un momento después, el ascensor se abrió para mostrar la cubierta de
la tripulación. La tensión que antes le aullaba se transformó en una
hambrienta, deliciosa y dulce expectación.
Entró en el rellano, un poco más lujoso, y se crujió el cuello. Todos los
que busco están aquí.
Gunner levantó la nariz y volvió a respirar hondo, ordenando lo que
necesitaba y lo que quería. El capitán está en el puente. Pero Gunner aún
no iba tras él y el puente estaba en otra planta.
Tardó un poco en entrar y salir de las habitaciones, más que si hubiera
esperado a que el ciclo de descanso fuera más profundo, pero mantuvo
sus pasos y movimientos en silencio. Aunque podía poner estática la
señal o reproducir en bucle el mismo minuto anterior, no podía ocultar
el ruido sin que resultara sospechoso.
Incluso un idiota podría discernir un patrón de sonido en repetición.
Los pasillos se cruzaban en varios puntos y, a medida que avanzaba por
la nave -que estaba seguro de que era un híbrido entre un carguero y
una unidad de armamento mal reacondicionada-, se sorprendió de lo
fácil que era moverse por el interior.
El penetrante hedor a comida mal elaborada y verduras rehidratadas -
probablemente cultivadas años antes- le condujo a una sala aislada. Los
suelos enrejados se habían alisado en paneles de metal. Gunner cerró
los ojos y escuchó.
La estática de una teletransmisión y la de un hombre respirando
tranquilamente en estado de relajación llenaron sus oídos. La
electricidad que fluía de su interior era fuerte y él la absorbía, dejando
que llenara las corrientes de todo su cuerpo. Hinchó el pecho, sintiendo
cómo la camiseta se tensaba contra sus músculos.
Se oyó un gemido y un gruñido. La energía ya no era tan densa y
vibrante como antes, ahora que se había alimentado de sus reservas.
Las voces de la transmisión emitieron sonidos entrecortados.
—¡Mierda, estúpido técnico!
Gunner oyó que el hombre se levantaba y sus ojos encontraron la pared
de metal gris, casi reluciente, frente a él. El rojo de sus ojos se
emborronaba en el reflejo que le devolvía la mirada. No sabía qué veía
Ely en el turbio brillo de las paredes.
Sólo veo rojo.
Dejó que sus ojos se volvieran blancos.
Un ruido sordo y varias maldiciones le devolvieron al presente y, con los
nudillos apoyados en la puerta, empezó a llamar a la vieja usanza.
—¡Más vale que sea por la puta subida de tensión! —Los pasos se
acercaban—. Malditos cabrones, ni siquiera pueden mantener la señal
—Lo dijo en voz baja, pero Gunner lo oyó alto y claro.
La puerta se abrió y, antes de que se cerrara, ya tenía al hombre
agarrado por el cuello y dentro de la habitación. La puerta se cerró
detrás de él, atrapando el grito entrecortado en el interior.
—Te dije que me las arreglaba mucho mejor solo.
Llevó a su objetivo al lavabo contiguo, disfrutando del trozo de carne
que le colgaba de la mano, y lo dejó caer en el sumidero vertical de la
ducha.
—¿Cómo? Cómo...? —Las manos del pirata rodearon su garganta,
inclinándose sobre sí mismo. Gunner dio un paso atrás.
—Cómo —Se burló—. Cómo.
El hombre jadeó y se puso en pie.
—¿Cómo saliste? —dijo tosiendo— ¿Quién…?
Gunner le empujó de nuevo a la unidad cuando trató de salir.
—Tienes que quedarte ahí —Le advirtió, viéndole tragar saliva y
balbucear con las mejillas enrojecidas.
—¿Quién coño te crees que eres? Decirle a alguien como yo...
—¿Alguien como tú? ¿Un dios? —Su objetivo agarró el grifo y lo arrancó
por el tubo y, cuando intentó salir, Gunner volvió a empujarlo—.
Realmente necesito que te quedes —Miró el tubo colgando y se
encogió de hombros—. Creí que habías dicho que podíamos trabajar
juntos —añadió a modo de medida, retrocediendo de nuevo. Miró a su
alrededor y encontró una placa de identificación sucia sobre el
fregadero. Brent—. Dios se llama Brent —Se rió Gunner—, qué
decepción.
Brent digirió sus palabras de una forma que sólo los que estaban
cargados de adrenalina podían hacerlo: sin pensárselo mucho.
—¡Te golpeé hasta convertirte en un pedazo de pulpa podrida! Ahora
mismo deberías estar cantando los últimos ritos en la puerta del infierno.
¿Quién coño te crees que eres?
Gunner suspiró y se quitó la camisa. El hombre golpeó con la alcachofa
de la ducha el costado de la cabeza de Gunner, pero éste estaba
preparado para ello. Dejó que le diera uno o dos golpes más antes de
quitarse a Brent de encima y empujarlo de nuevo a la cabina.
—No te gusta escuchar, ¿verdad?
Compartieron una mirada y Gunner pudo ver el carmesí de sus ojos en la
mirada del hombre. Cada uno tiene un límite de adrenalina. Ninguno de
los dos rompió el contacto durante lo que pareció una eternidad.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Brent.
Gunner sonrió. Arrojó su camisa a la habitación.
—Podemos trabajar juntos... —El pirata tragó saliva, empezando a
comprender el aprieto en el que se encontraba.
Gunner desabrochó el gancho de sus pantalones y los dejó caer sobre
sus caderas.
—Podemos trabajar juntos.
Brent asintió levemente y enderezó la espalda contra la pared de la
ducha. No soltó su arma inútil, pero Gunner no esperaba que lo hiciera.
Movió los dedos de los pies y los estiró, girando la cabeza y crujiendo el
cuello. Esto huele bien. El miedo del hombre huele bien.
—Podemos. Si, podemos. Puedo asegurarte la libertad, diablos, un
puesto alto en la tripulación, o dinero. Dime lo que quieres y podemos
trabajar juntos.
Pasaron unos tensos segundos antes de que Gunner respondiera.
—Quiero mi nave.
Brent apretó más fuerte la alcachofa de su ducha.
—No puedo dártela. No la tengo.
Gunner se metió los pulgares en los vaqueros y dejó que se deslizaran
por sus piernas.
—No. No pensaba que la tuvieras. Pero trabajar requiere trabajo, ¿no?
—preguntó, ladeando la cabeza cuando el pirata se puso rígido,
temblando al asimilar su desnudez. Gunner se quitó los pantalones y los
pateó hasta la habitación, ordenando cerrar la puerta del lavabo.
—Sí, es cierto. Así que quieres información, y por ella... ¿Puedo vivir? Los
dos podemos vivir. Puedo fingir que esto nunca sucedió y puedo sacarte
del calabozo y llevarte a un lugar mejor —Brent tentativamente dio un
paso fuera de la ducha.
—No haría eso si fuera tú —advirtió Gunner.
Volvió a entrar.
—Lo que va a pasar es que voy a hacerte varias preguntas y vas a
responderlas con la verdad. Si lo haces, te dejaré salir vivo de aquí —
Gunner no le dio tiempo al tipo para pensárselo— ¿Cuál es tu rango?
—No tenemos rangos en esta nave, sólo trabajos, y mi trabajo es
Guardián Inferior.
—¿Estás a cargo de los guardias?
—Y de los reclutas. Las mercancías y los bienes y el funcionamiento de
la escoria inferior.
—¿Tienes acceso al puente?
—Sólo cuando me llaman. No tengo los códigos si estás buscándolos
para tomar la nave
Gunner se sentó en el asiento del inodoro cerrado y apoyó los codos en
las rodillas. No, no iba a tomar la nave. Al menos no todavía.
—¿Quién está por encima de ti?
—En la cubierta superior sólo está el capitán de esta nave, se hace
llamar Juke. También está el copiloto, los que manejan las armas y el
equipo de navegación, pero aquí tenemos el mismo poder. Ballsy es
nuestro jefe de tecnología y seguridad, si quieres conocer el
funcionamiento interno de la nave, lo primero que tienes que saber es
de él. Es nuestro centro de datos.
—¿Quién está por encima de ellos?
Brent se secó el sudor de la frente.
—La flota. Somos sólo uno en un grupo de mercenarios que trabajan en
el mercado negro fuera de los canales principales. No sé cuántas naves
trabajan -esa información no está abierta-, pero somos uno de los más
altos de la armada, eso sí lo sé.
—¿Nombre?
—Ninguno. Nadie da nombres desde que cayó el imperio de Larik. Una
vez que se da un nombre, desaparece.
—Y sin embargo, los nombres siguen existiendo —Gunner hizo girar sus
pulgares— ¿Cómo llamarías a la organización para la que trabajas?
Dudó.
—Flota Negra. Todas nuestras naves son negras y si no lo son, se
cambian.
—¿Y en qué se especializa esta Flota Negra?
—Salvamento. Rebautizamos lo que cogemos y lo vendemos a los que
buscan lo que ofrecemos. Abordamos naves solitarias que encontramos
en el espacio de nadie, y a los que no matamos, traficamos y vendemos
al mejor postor. Como tú y los tuyos...
—Como los míos...
El pirata respiró hondo y Gunner pudo oler la agria bilis liberada en el
aire entre ambos.
—Sí —aceptó.
Gunner suspiró y se puso en pie, haciendo que su cautivo retrocediera
bruscamente.
—¿Dónde está mi nave?
—Salvamento. En una estación de salvamento. Seguramente en una
estación de desguace.
Dio un paso más cerca, respirando los deliciosos momentos inminentes
antes de matar.
—¿Dónde está?
—No lo sé. Es la pura verdad. No lo sé. No tengo números en la cabeza.
Pregúntame cualquier cosa sobre los bajos fondos de esta nave y te
podré decir, pero eso, ¡eso no lo sé! —Brent apretó la espalda contra la
pared de la cabina y sus pies se separaron más.
Ahora está agitándose... Gunner podía oír el flujo de sangre bombeando
a través del sistema de Brent...
—Cálmate. Te dije que te dejaría salir vivo de aquí —Gunner sonrió
cruelmente. El hombre no se calmó.
—Vivo no tiene nada que ver con el dolor.
—Cierto, pero te estás desmoronando sin dolor, ¿no? Dime, por pura
curiosidad, ¿adónde transportan a los que están en el calabozo?
¿Adónde me transportarían si por casualidad sobreviviera a todas esas
sesiones de tortura que tenías planeadas para mí?
—Las casas de subastas Elyrian.
—Hmm... —Gunner miró el pequeño espacio que ocupaban. Apenas
cabían dos personas cómodamente y todos los elementos estaban
desgastados por incontables años de uso y reutilización.
Había óxido en las esquinas y en las paredes, marcas en el metal y
manchas sobre el plástico desprendido. No era grande, ni estaba limpio,
pero conocía a un grupo de gente que mataría por usarlo tal y como
estaba. Faltando el cabezal de la ducha y todo.
—¿Hemos terminado? —preguntó Brent con un temblor en la voz que
le hizo volver a la conversación que tenía entre manos.
Gunner le dio la espalda a Brent y encendió el fregadero, cogiendo la
toalla que tenía al lado y empapándola.
—No del todo —murmuró, limpiándose días de sangre seca y sudor de
la cara y las manos—. Debo decirte que nadie me dejó salir del calabozo
y nadie me ayudó a llegar hasta ti —Se pasó el pulgar por donde el
nuevo metal seguía creciendo bajo su piel, disfrutando del efecto
adormecedor que tenían sus nanocélulas— ¿Cómo, me preguntaste? —
Dejó caer la toalla sucia y agitó los dedos bajo el chorro de agua—. Es
que soy así de bueno.
—¡Ballsy te habrá visto! —siseó Brent—. Hay cámaras por todo la nave.
—Lo sé.
—Entonces sabes que estás jodido, aunque me mates ahora mismo,
aunque mates a los primeros hombres que vengan a por ti. No hay lugar
a donde ir en la nave y las cápsulas de escape no están cerca de aquí. Y
si consigues llegar a ellas, no son lo suficientemente rápidas como para
escapar del alcance de nuestras armas, eso lo sé.
—Como dije antes, me las arreglo bien solo.
Siempre lo he hecho, siempre lo haré.
Gunner se dio la vuelta y la puerta del lavabo se abrió. Brent lo miró con
agotamiento, sin creer que fuera a salir vivo de esta. Observó cómo el
pirata salía lentamente de la cabina y, al no ser empujado de nuevo al
interior, entró de lleno en el cuarto de baño. Dio otro paso lento y torpe,
calculado y bien colocado para rodearle. El cordón metálico de la
alcachofa de la ducha se arrastraba y golpeaba a su paso.
Cuando Brent estaba en la puerta, Gunner lo detuvo.
—Tengo una pregunta más, sobre la escoria, ya que conoces tan bien tu
trabajo.
El hombre agarró el panel lateral con la mano libre y se estremeció.
—¿Qué quieres saber?
—El preso de la celda contigua a la mía... —Gunner soltó un suspiro
entre los labios cuando le vinieron a la mente los ojos marrones de Ely.
—¿Qué pasa con ellos?
—¿Es una mujer? —preguntó.
El hombre se detuvo y le devolvió la mirada, con la cabeza ladeada y las
cejas fruncidas. No contestó inmediatamente.
—No lo sabes, ¿verdad?
Brent negó con la cabeza y entró en la habitación.
—No es posible.
—¿No lo es?
—Es un muchacho frágil, medio muerto...
—Esa es la verdad tal como la oigo —murmuró Gunner agarrando a
Brent por el pescuezo y tiró de él hacia el lavabo. Lo arrojó a la ducha,
quitándole el cordón de la mano.
—¡Espera, te dije la verdad y me disté tu palabra! Dijiste que viviría si te
contaba lo que sé.
—Y la cumplí. Te dejé salir de aquí —Gunner hizo un gesto con la mano
hacia el baño—, vivo.
El metal en su columna vertebral se expandió y la piel a lo largo de sus
muslos se hundió. Sus garras se alargaron, empujando los huesos de sus
dedos hacia fuera mientras sus manos se transformaban en zarpas. Las
apretó contra la tráquea de Brent antes de su siguiente grito,
silenciándolo para siempre.
Sus caninos emergieron, haciendo saltar sus dientes mientras
tintineaban en el suelo a sus pies. Sus fosas nasales se ensancharon con
el olor a sangre fresca, lo suficientemente potente y espesa como para
sentirla en el aire. Gunner echó la cabeza hacia atrás mientras su hocico
salía disparado de su cráneo, tirando y tirando, tensando y retorciendo
su piel elástica hasta que se puso rígida en su sitio. Sus patas inferiores
se encorvaron y su cola golpeó contra sus patas traseras. Metal contra
metal.
Se sentía tan bien.
Brent se retorció ahogándose bajo su agarre, con los ojos inyectados en
sangre abiertos de terror. Pero el forcejeo, los movimientos de agonía
era lo que realmente le atraía.
Lo que realmente le hizo desear comer carne.
Un ruido sordo se formó en el fondo de su garganta. Un gruñido llenó el
pequeño espacio. Gunner retiró los labios y las armas de sus mejillas se
cortaron por la mitad mientras su mandíbula se abría para revelar los
afilados dientes que había tras ellas. Sopló un aliento caliente sobre la
cara de Brent antes de arrancársela.
El cuerpo que sostenía tardó en morir. Se agitó, se sacudió y luchó
contra él hasta el final, y cuando por fin se detuvo, él ya se había
transformado en el hombre que pretendía ser. Uno que miraba la
sangre acumularse a sus pies con ojos rojos como la sangre.
Gunner soltó el cadáver y cogió el cable de la ducha, lo introdujo en la
pared y volvió a enroscar el cabezal. Cuando terminó, el agua le salpicó
a chorros. El tiempo seguía corriendo en su cabeza.
Se lavó la sangre del cuerpo, de debajo de las uñas y del pelo, luego
levantó el pie y se lo lavó también antes de salir y alejarse del cuerpo
desmenuzado del fondo. Buscó por el suelo y encontró todos sus
dientes, tirándolos a un contenedor de basura cercano.
Cuando Gunner hubo terminado, utilizó sus visores para buscar
cualquier rastro de su persona, y no encontró nada más que nanocélulas
rebeldes que ya se estaban desintegrando y muriendo.
Dejó el agua corriendo y el cadáver bajo ella, cerró la puerta tras de sí
para recoger su ropa y vestirse en un tiempo récord.
Se quedó quieto. Sus dedos se estiraron y se apretaron a los lados
mientras una lenta sonrisa se dibujaba en sus labios. Gunner se acercó a
la mesilla de noche junto a la cama y el primer cajón. En el yacía una de
sus pistolas. Siempre percibía cuando había una cerca.
Su pistola. Una AMT AutoMag Starnaught III. No era una de sus
favoritas, pero era una de sus armas personales. Oh, dulce bebé,
pequeña artillera. Recorrió su costado con los dedos antes de
empuñarla y comprobar la recámara. Sus balas permanecían dentro, sin
disparar y en perfecto estado. Se llevó el arma a la nariz y respiró.
Asqueado y excitado por los olores que inundaron su nariz.
Olía como el hombre al que acababa de matar.
Gunner volvió al cuarto de baño y limpió el metal, ignorando el cuerpo
en la ducha, y volvió a frotarlo con su propio olor. Encontró una correa
de cuero para pistola y se la ató alrededor de la cara interna del muslo,
cubierta por los pantalones, y aseguró su arma de fuego en su sitio.
Una extensión de sí mismo. Su primera prueba de conquista con el
trabajo que tenía entre manos.
Regresó a la cubierta de la tripulación, ansioso por llegar a su celda. Se
le escapó una risita. Su polla estaba tiesa por la acción.
Las señales de seguridad saltaron y se apagaron una vez para
compensar el tiempo perdido.
Las puertas del ascensor se abrieron y los agrios olores del calabozo
volvieron a él con toda su fuerza y, con ellos, el débil y dulce olor de Ely,
escondido como una aguja en un pajar. Gunner buscó sus botas cuando
una risa familiar lo detuvo.
Un olor familiar empezó a percibirse. Se enderezó, siguió el ruido y
acabó en la misma habitación por la que había pasado antes.
—Juke tiene un sitio que ocupar.
—Por supuesto que sí. El cabrón no puede mantener en marcha una
nave tan grande con lo que tiene —Se rió el hombre.
Esa risa. Gunner dejó caer sus botas dejando que el ruido resonara
pesado y fuerte por el pasillo.
—¿Qué ha sido eso?
—¿Yo qué sé?
—Alguna mierda debe haberse caído —suspiró uno de ellos
audiblemente—. Iré a ver.
—Hazlo tú —gruñó el hombre de la risa.
Gunner esperó, escuchando las pisadas que se acercaban cada vez más
a su ubicación. Estiró la mano y separó los dedos mientras aflojaba las
articulaciones. Las luces se atenuaron sobre él y cerró los ojos. Sonó el
silbido del aire expulsado, el último ruido de un hombre que no había
mantenido la guardia alta al entrar en el pasillo.
Las luces se apagaron. Gunner abrió los ojos, agarró al hombre por la
nuca y tiró de él contra su pecho. Sintió el pulso acelerado del guardia
antes de romperle el cuello.
—¿Pero qué...? —Una serie de ruidos -una silla de acero patinando, una
respiración entrecortada, objetos golpeando el suelo- llenaron los oídos
de Gunner desde la habitación de más allá— ¿Qué le habéis hecho a las
putas luces?
El cadáver se desplomó y Gunner lo bajó suavemente al suelo.
—Lenny, ¿estás ahí? Más vale que no sea una broma.
Pasó por encima del cuerpo y empezó a reírse.
—Mierda, tío, ¿qué te pasa? Vuelve a encender las luces. Ballsy nos va a
matar por esto.
No, yo te voy a matar por esto. Continuó Gunner riendo, carcajeándose
mientras se acercaba a su presa. Los huesos de su cara vibraban,
esperando de nuevo otro cambio. La oscuridad no podía detenerle.
Sabía dónde estaba su víctima sin visión nocturna, sin luces.
—Deja de reír, Lenny...
Eso sólo hizo que Gunner emitiera un alarido y soltara una carcajada
más fuerte, moviéndose en círculo alrededor del guardia, sin hacer caso
de las sillas y los suministros derribados que se interponían en su
camino. Esto es divertido. Su risa se volvió genuina. El sudor recién
expulsado se espesó en el aire, y el hedor del miedo sustituyó a todo lo
demás en su cabeza.
—Voy a matarte por...
Gunner rugió de risa. Acortó la distancia y agarró al hombre antes de
que pudiera escabullirse más lejos carcajeandose en su cara
aterrorizada.
La risa ahogó el forcejeo mientras Gunner tiraba del hombre hacia arriba
y dejaba que sus propios ojos se tiñeran de rojo.
El guardia le dio un puñetazo en las tripas antes de alcanzar la pistola
que colgaba de su costado. Gunner expulsó aire y cubrió la mano del
guardia con la suya. El dedo del hombre presionó el gatillo, y Gunner
empujó el suyo sobre el de él, aplastándolo y forzando la muñeca del
hombre hacia otro lado.
Ambos se contorsionaron hasta caer al suelo, llenando la habitación de
gritos de amenaza y gruñidos y, por supuesto, de risas. Gunner se
colocó a horcajadas sobre él en el suelo, haciendo presión. Mantuvo el
arma apuntando hacia otro lado, presionando los huesos rotos de los
dedos del hombre para someterlo, con sólo el rojo de sus ojos para
iluminar la escena.
Con la otra mano, golpeó la cabeza del guardia contra el suelo y luchó
con el arma para apuntarle. Su víctima sacudió las piernas y estampó el
puño contra la nariz de Gunner.
—No te rindes, ¿verdad? —Se rió a través del momentáneo escozor.
Pero el tiempo corría y ya había pasado demasiado tiempo fuera de su
celda.
Las sirenas de la nave sonaron como si el destino mismo observara los
acontecimientos y conociera sus pensamientos.
—¡Te voy a matar! Te voy a matar, ¡joder! —gritó el guardia.
—Te dije que te cuidaras el pellejo —Gunner dijo. Y con una última risita
enfermiza, aplastó los huesos en su agarre y empujó el cañón de la
pistola contra la boca del pirata, silenciando lo que ya no quería oír. El
disparo fue amortiguado, pero resonó lo suficiente como para alertar a
cualquier otro que pudiera estar cerca.
Antes de que Gunner pudiera ver la última sacudida de vida del guardia,
se levantó y salió de la habitación, recogiendo sus botas en el pasillo.
Se detuvo al ver las raciones sobrantes. Gunner las recogió y se las
guardó en el bolsillo.
Parpadeó para alejar el brillo rojo de sus ojos y regresó silbando al
calabozo, oyendo el ruido de pies que corrían en algún lugar lejano de
los pasillos de la nave. La oscuridad le acompañó hasta que cruzó las
puertas del calabozo. Las luces permanecían apagadas, envolviendo las
instalaciones en una penumbra perpetua.
Las sirenas atronadoras ocultaron los sonidos de sus pasos mientras se
deslizaba en la jaula de Royce y lo mataba rápida y silenciosamente. Le
quitó la chaqueta al cadáver y se la colgó del hombro.
Cuatro muertos esta noche.
Gunner arrastró el cuerpo de Royce hasta la puerta de la celda, arañó la
muñeca del hombre y enganchó el brazo alrededor de los barrotes,
dejando que su sangre se escurriera sobre la cerradura. Empujó la
puerta de la celda para cerrarla, comprobó la cerradura de Ely y volvió a
entrar en su propia jaula.
Con una última carcajada escapándosele, apoyó la espalda contra la fría
pared, justo al lado de donde Ely se encontraba acurrucada en la otra
celda, e inclinó la cabeza hacia atrás.
A la mierda la paciencia. Su palma recorrió el arma de fuego oculta bajo
sus pantalones. Volvió a salir de su cuerpo y comprobó tres veces las
señales de seguridad, lo que provocó otra oleada en el sistema y añadió
más confusión al caos, que era cada vez mayor. No aparecía en ninguna
de ellas y, en cuanto a las posibles huellas que pudiera haber dejado, no
se preocupó en absoluto.
Apoyó los brazos en las rodillas y se pasó el dedo corazón por el pulgar
medio crecido, dejando que la satisfacción fluyera sobre él, y la
sensación de su arma en el muslo era como la caricia de una amante. El
cansancio se apoderó de él y su cuerpo lo arrastró a la agonía del sueño,
recordándole que la energía no se creaba ni se destruía, pero que sin
duda había abandonado sus sistemas.
Quedaban setenta y nueve ocupantes.
Capítulo 8
Gunner maldijo.
Y maldijo.
Un torrente de blasfemias airadas pasó por su cabeza sin parar. Ely le
ignoraba.
No sabía por qué le molestaba tanto, pero así era, y cuanto más tiempo
tenía que aguantar, más se enfadaba. El tiempo corría como un bucle
sin fin en sus sistemas, y la cantidad de tiempo que había pasado desde
que ella se apagó había sido menos de doce crueles horas terrestres.
Doce. Ya era un hombre impaciente, pero la paciencia que tenía estaba
siendo puesta a prueba.
Gunner se agarró a los barrotes que los separaban y apoyó la frente en
ellos. No se había movido de allí desde que ella le había dado la espalda.
Sabía que debía concentrarse en descifrar los sistemas de la nave desde
dentro, que debía hurgar en las encriptaciones que aún no había
descifrado, pero no podía apartar los ojos de ella.
El secreto absorbía el aire entre ellos, dificultándole la respiración y
haciéndola escabullirse como un animal asustado. Los caninos
enterrados en sus encías hurgaban en su dentadura actual, queriendo
ser liberados, queriendo cazar y enterrarse profundamente en el animal
que le esquivaba. El metal estaba caliente bajo sus apretados dedos.
—Ely... —dijo, esperando un movimiento, pero ella no le dio nada. Y
Gunner tenía los ojos de la mitad de los prisioneros mirando a su
espalda.
¿Cómo podían no darse cuenta? Cuanto más los ignoraba, más se
interesaban, y cuanto más se interesaban, más deseaba matarlos para
que dejaran de desfilar al borde de sus pensamientos.
Las risitas intermitentes de Kallan ya no le parecían humanas, ni
tampoco las otras voces que hablaban. Las toses y gruñidos de los
demás ya no tenían sentido; no hacían más que provocar en su chacal
hambre de silencio.
—Ely —volvió a llamarla Gunner. Sus ojos recorrieron las curvas de su
cuerpo, observando la forma en que su corto cabello caía sobre sus
orejas, sus ojos cuando podía verlos, y la forma en que sus piernas se
cerraban y se acercaban a su cuerpo cada vez que él hablaba... y la
forma en que su chaqueta caía sobre ella como si la protegiera... De él.
¡Joder!
—Ríndete ya —gruñó Kallan—. Mi chico va a hablar.
Gunner nunca había deseado tanto estrangular la vida de otro hombre.
El metal se dobló bajo su agarre. Kallan al menos podía verle la cara
donde Gunner sólo podía verle la nuca. Kallan llamaba a Ely su chico y
Gunner no tenía nada que llamarle.
Incluso la idea de que el hombre astuto y grasiento reclamara a Ely lo
enfurecía. Era suya. Al menos por ahora.
Hizo sus promesas, nada menos que a ella, y sólo había un camino para
los dos a partir de aquí. Aunque ella no lo supiera, desde el momento en
que se puso su chaqueta, él la había marcado. Su olor, su propiedad, la
rodeaba y la mantenía cautiva en una pequeña burbuja creada por él. Su
polla se sacudió en sus pantalones.
—¡Por el amor de Dios, háblame! —rugió Gunner, sin importarle quién
lo oyera y soltó los barrotes antes de aplastarlos. La excitación se
apoderó de él cuando ella se incorporó, sobresaltada, y miró hacia él.
Parecía un animal asustado con los ojos muy abiertos y el corazón
acelerado. Con miedo.
Se acercó todo lo que pudo a los barrotes. Por un momento, estuvo
convencido de abandonar la nave -su nave-, irrumpir en su celda,
cogerla delante de todos, especialmente de Kallan, y marcharse.
¿Lo seguiría ella? Se miraron fijamente y él le pidió que se diera la vuelta
y lo mirara. Permaneció inmóvil.
—¿Me seguirías? —preguntó él, sin importarle quién lo oyera.
Su rostro se nubló de confusión. Arrugó las cejas y torció los labios.
Sintió el impulso de lamerlos, de lamer el sudor y la tensión de sus
rasgos y seguir lamiendo hasta que su saliva cubriera su piel con un
brillo húmedo, hasta que su lengua encontrara su coño y no hubiera
más barreras entre ellos.
—¿Qué? —Ely se incorporó.
—Podría llevarte —dijo bajando la voz. Se acercó, con la cabeza ladeada,
aún confusa—. Podría llevarte... ¿pero me seguirías?
Al pensarlo, su miembro se agitó.
Una expresión de comprensión enrojeció sus facciones y una sonrisa
dentada se dibujó en el rostro de él. Sus fosas nasales se encendieron
cuando el embriagador olor del miedo floreciente llenó el aire entre
ellos. Ely dejó de moverse hacia él y le dedicó su expresión más
vulnerable y horrible. La idea de penetrarla aquí y ahora, con sudor,
suciedad y mugre incluidos, le puso aún más duro. La cabeza de su
miembro rozaba sus pantalones luchando por liberarse.
—Acércate —La atrajo.
—No.
—Tenemos que hablar.
—No, no tenemos que hacerlo. Hablar contigo fue un error —Se movió
para alejarse y él se dispuso a romper lo que fuera necesario para
detenerla, pero el zumbido de la puerta del calabozo al abrirse los
detuvo a ambos.
Dos hombres entraron: el nuevo jefe de guardia de ayer por la mañana y
otro.
Su atención se centró en el nuevo hombre. Tenía rasgos de halcón, nariz
aguileña y una palidez peor que la de un cadáver, pero ojos inteligentes,
ojos que miraban cabizbajos a un holograma que sostenía en la mano.
Se hizo el silencio en el calabozo.
Gunner se puso en pie, con la erección erguida, y se encaró a los
cabrones que interrumpían constantemente su intimidad con Ely.
La nariz del guardia se agitó pero, a diferencia de los días anteriores,
ninguno de los dos retrocedió ante el olor; los androides habían hecho
bien su trabajo.
Se acercaron a la celda de Royce y el hombre del holograma levantó los
ojos hacia el panel de la puerta.
—Aquí es donde murió. Nunca había visto un suicidio tan desastroso, se
arañó la muñeca y se desangró por todo el mecanismo de cierre —Le
dijo el guardia al hombre nuevo.
—Hmm... —El holograma se levantó hasta expandirse y encapsular la
cerradura.
Gunner apoyó la espalda contra la pared. Escuchó cómo Ely volvía a su
lado, y él se agachó para rodear con un dedo el barrote que tenía junto
a la cabeza.
La holosfera azul vibraba y se expandía, y él podía saborear la energía
que desprendía. Gunner salió de su cuerpo y penetró en la conexión,
probándola y captando la información que podía.
El holograma parpadeó en rojo.
¿Qué demonios ha sido eso?
—¿Qué ha ocurrido? —Le preguntó el guardia.
—Interesante... —murmuró su amigo el técnico, pero no contestó.
Un tipo diferente de chispa inundó su ordenador central, una que se
sentía como espinas atravesándole la piel desde dentro hacia fuera.
Luchó contra mí. Se defendió, joder. Gunner, reconfigurándose, se
acercó a la tecnología con más precaución. Lo observó desde una
longitud de onda diferente, acechándolo como si fuera una presa, y se
acercó lentamente. Cuanto más se acercaba, más se fortalecían las
espinas y más se defendían sus propios sistemas.
El holograma volvió a ponerse rojo y permaneció así mientras él luchaba
contra el creciente dolor. La batalla era interna, invisible para los
espectadores.
La tecnología le eludía, un cortafuegos de alambre de espino protegía
sus secretos. Cuanto más luchaba, más deseaba saber qué ocultaba.
Contraseñas. Información. Dónde se llevaron mi maldita nave. Se le
desencajó la mandíbula. Un virus de red bailaba como un duende en su
mente.
De repente, una suave caricia y una repentina descarga de calor
golpearon el dorso de su dedo alejándolo de su mente. De repente,
Ballsy no estaba en su cabeza, sino Ely. El calor se extendió. La miró. La
sien de ella descansaba sobre su piel.
Llenaba sus pensamientos y anulaba todo lo demás. Ese toque, su
toque. Una sensación hipnotizante y cautivadora, tan fuera de lugar con
lo que estaba ocurriendo que le sorprendió. Era una pequeña conexión,
la de su frente contra el dorso de su dedo, pero despertó algo en su
interior para lo que no estaba preparado.
No tuvo la oportunidad de asimilarlo, ser tocado voluntariamente por
una mujer, por Ely, antes de ser interrumpido... OTRA VEZ.
—¿Quién es él?
Los ojos de Gunner se volvieron hacia el guardia y su compañero, que
ahora miraban hacia él. Quería que se fueran.
—Es el idiota que era dueño del crucero de batalla que recogimos. El
que nos tiene bloqueados.
—¿Cómo es que un hombre con una nave como esa fue atrapado en
primer lugar? Viste los cañones de esa plataforma. El idiota debe haber
estado cagándose como nunca —El holograma desapareció en la mano
del hombre mientras se alejaba del panel para situarse frente a la celda
de Gunner.
No rezumaba fuerza exterior, sino inteligencia calculadora y mordaz. El
hombre olía a limpio, excepto por la fruta artificial que desprendía el
aire cada vez que respiraba. ¿Vitaminas? No, Gunner lo tamizó.
Suplementos energéticos. La droga elegida por este tipo era la cafeína,
y mucha.
Gunner también pudo percibir la tecnología cibernética de segunda
mano dentro de este nuevo hombre y se preguntó si el holograma que
intentó penetrar era en realidad parte de una pieza más grande, oculta
bajo capas de sangre y carne.
Si se le ocurre mirar a Ely...
Sus escudos ya estaban activados, pero volvió a comprobarlos para
asegurarse.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre.
—Gunner. ¿Y tú?
El hombre entrecerró los ojos y resopló.
—Ballsy. Me suena el tuyo.
—¿Ahora te suena? —Gunner sonrió satisfecho.
—Un misterio que se resolverá en otra ocasión, pero he visto tu nave.
Caminé por ella, me puse cómodo, pasé algún tiempo allí. Siento
curiosidad —El hombre levantó la vista para mirar la pared, con los ojos
brillando—. Mucha curiosidad.
Gunner soltó lentamente el dedo de la barra y se apartó de la pared
para colocarse frente a Ballsy. El hombre no se movió ante su
aproximación.
—Qué curioso. ¿Has entrado a robar?
Ballsy sonrió débilmente, con la mirada aún desviada.
—Sí y no. ¿Estás preocupado? —Sus ojos volvieron a los de él—
¿Escondes algo bueno? Aparte de los sexdolls, claro.
—No me estarías preguntando eso si lo supieras. Tampoco estarías aquí
si lo supieras.
La sonrisa de Ballsy vaciló antes de volver.
—Todos tenemos nuestros secretos —Ladeó la cabeza— ¿Te han
instalado un nuevo par de ojos? ¿O estás ciego, Gunner?
—Te veo claramente —dijo amenazador, bajando la voz. No le gustaba
la idea de que ninguno de esos cabrones de mala muerte tocara sus
cosas—. Claro como el agua.
—Estoy seguro de que me ves. No serás el primero en amenazarme, y
no serás el último. Pero dime, de un hombre con un implante a otro,
¿valió la pena?
La pregunta de Ballsy lo desconcertó y Gunner pudo sentir los ojos de
todos los que observaban su intercambio en el calabozo. Sintió los ojos
de ella en su espalda. La cruda y lenta ebullición de su contención
empezaba a resquebrajarse.
—No —mintió.
—Interesante... No espero que me des las claves de acceso a tu nave,
pero tengo que preguntarte... ¿merece la pena tu vida?
—¿Lo vale la tuya?
La risa de Ballsy era suave y tenue y tan desquiciada como una mariposa
con las alas arrancadas.
—No. No, no la vale —Se volvió hacia el guardia—. La cerradura fue
manipulada. No sé cómo, pero lo averiguaré. Siempre lo hago.
El guardia gruñó de aceptación, mirando de nuevo a la celda de Royce.
Gunner crujió el cuello mientras Ballsy lo volvía a abordar.
—Volveremos a hablar pronto... espero.
Esperanza es una mala elección de palabras. Gunner le vio alejarse,
quedando lejos para un ataque directo, mientras abandonaba el
calabozo con la cabeza inclinada y su holograma manteniendo su
atención.
Escuchó cómo los pasos de Ballsy se alejaban por los largos pasillos
enrejados, y siguió el rastro de la tecnología del hombre hasta que se
desvaneció en la distancia. Fue suficiente para que Gunner lo rastreara
cuando estuviera listo.
—¡Escuchad! —gritó el guardia restante palmeando su porra—. Todos
sabemos lo que es esto, así que no me causéis ningún puto problema.
Hacedlo y no os daré una paliza.
Gunner se retiró a su sitio junto a Ely y volvió a rodear la barra con los
dedos. Una momentánea oleada de decepción le golpeó cuando ella no
le devolvió el toque.
—¿Qué está pasando? —Le preguntó, susurrando.
—Reclutamiento.
Gunner pudo oír el temblor en su voz. Observó al guardia que recorría el
camino. Quería acecharlo, arrastrarse sobre él hasta que entrara a
matar.
—No digas nada —volvió a susurrar Ely a su lado.
Asintió y calmó a su bestia.
—¿Por qué?
—Es un juego. Siempre es un juego...
***
Elodie apoyó la palma de la mano en el frío suelo, a medio camino de
arrodillarse y lista para ponerse en pie de un momento a otro. No se
sentía bien. Nada había sido igual desde que su padre se marchó y
Gunner ocupó su lugar.
Y ella lo había tocado. Había roto sus propias reglas. ¿Eso contaba?
¿Gunner la tocaría ahora y usaría ese pequeño contacto en su contra?
¿Por qué no tenía miedo?
Sacudió ligeramente la cabeza, sintiendo aún la piel de él en su sien, su
dedo, y cómo había apoyado ligeramente la cabeza en él. Por un
instante quiso volver a sentir su aliento en la frente y el consuelo que le
proporcionaba. Y ahora se dio cuenta de que su mano estaba allí de
nuevo, haciéndole señas para que se acercara a ella, para saciarse.
Contacto humano.
El guardia se alejó por la fila y desapareció brevemente de su vista, y ella
se quitó lentamente la chaqueta de Gunner de los hombros y la empujó
hacia atrás. No quería que el guardia la viera con ella puesta. No quería
llamar la atención en absoluto.
A diferencia de las veces anteriores, su corazón no se aceleró. Sabía que
estaba más segura con Gunner a su lado. A pesar de no tener pruebas
reales de que hubiera matado a Royce, Gunner había salido de alguna
manera de su celda. Una fugaz sensación de seguridad se apoderó de
ella. Las raciones extra que le había dado permanecían ocultas en los
bolsillos interiores de su chaqueta.
Los ojos de Elodie recorrieron a los demás prisioneros.
Estoy a salvo, me siento segura con él, por ahora. ¿Pero por cuánto tiempo
más? Cada día podía ser el fatídico día en que llegaran a su destino.
Cuando lo pensaba, Gunner nunca había estado encadenado a su lado.
Si eso era un augurio, no estaba segura. Pero le dio una pizca de
esperanza de que tal vez la conexión que hizo con él ahora podría
salvarla a ella y a su padre más tarde.
—Quedáis veinticinco, joder —arremetió el guardia— ¿Cuántos había
aquí cuando os trajimos? —preguntó a un preso al final de la fila.
Elodie no pudo oír la respuesta del pobre hombre, pero la supo.
Cuarenta y dos. Cuarenta y dos más Kallan. Desde entonces, los demás
se habían unido a la tripulación, habían sido asesinados o habían caído
muertos. Añade un posible suicidio a la lista.
—¿Queréis saber cuánto tiempo más estaréis aquí? —volvió a gritar.
Nadie habló.
—Qué lástima. Supongo que la respuesta no sería reconfortante de
todos modos. Tenemos cuatro plazas que cubrir. Cuatro malditas plazas.
Nuestra puta mala suerte es vuestra puta mala suerte.
El reclutamiento sólo había ocurrido dos veces antes de que su padre se
marchara. Y las dos veces anteriores sólo habían buscado una o dos
plazas que cubrir tras su captura inicial.
Miró al guardia, que gritaba a celdas de distancia, oculto a través de los
barrotes. Cuatro era un cambio. Disminuiría significativamente el
número de hombres a su alrededor, haciendo que el calabozo fuera
mucho más silencioso, pero no se sentía segura. Elodie prefería que los
que la rodeaban estuvieran amurallados a que estuvieran libres en los
pisos y pasillos. Para ella, la celda no era tanto una jaula como una
fuente adicional de protección.
También aumentaba las probabilidades de que se ofreciera voluntaria.
Dos hombres al otro lado se levantaron juntos.
—Voy a coger sitio —dijo uno de ellos.
El guardia giró sobre sus talones.
—Yo también —dijo el otro.
Se esforzó por oír el intercambio.
—¿Son compañeros? ¿Amigos? ¿Amantes? No me importa —Levantó la
picana de su broche— ¿Cuál es tu vocación?
—Soy ingeniero mecánico.
—Lo mismo —gruñó el otro. Elodie los reconoció, sólo había visto sus
caras antes de su captura, pero no sabía nada más.
—Trabajamos bien juntos... —dijo uno de ellos.
—¿Ah, sí?
Ninguno de los dos respondió.
Gunner bajó al suelo junto a ella, apartando parcialmente su atención
del intercambio.
—¿Los conoces? —susurró.
Negó con la cabeza. El tintineo de una de las puertas de la celda al
abrirse resonó en el espacio.
—¿En qué estás pensando?
Volvió a negar con la cabeza, mirando brevemente hacia él.
—No nos oyen —Gunner dio un golpecito en la barra que los
separaba—. Acércate.
Elodie se humedeció los labios y, lentamente, arrastró medio pie hacia
él.
—¿Cómo lo sabes? —Le susurró.
—¿Saber qué?
—¿Que no pueden oírnos?
Él gruñó y a ella se le puso rígida la columna vertebral. Mantuvo la
mirada fija en los hombres de la fila.
—Sistemas sensoriales de audio, tecnología de ultrasonido y software
de proyección de voz calculado con precisión. Los códigos nunca dejan
de moverse, los números se actualizan constantemente. Es jodidamente
molesto.
¿Qué? Elodie frunció el ceño. No puso mucho empeño en tratar de
entender.
—¿Has visto cómo mataban a un hombre, Ely?
La pregunta la tomó desprevenida y miró completamente hacia él,
encontrándose con sus macabros ojos grises.
—Sí.
Su dedo siguió golpeando la barra.
—Quiero decir, asesinado de verdad, de cerca y en persona, con el
blanco de la córnea al descubierto y las pupilas negras mirándote
fijamente mientras se les escapa la vida. ¿Has matado alguna vez a un
hombre?
¿Lo había hecho? No. Hizo memoria. No. Había habido ocasiones en las
que había sido necesaria la defensa propia, el uso de pistolas
paralizantes, tuberías que rompían cabezas de hombres, pero no, nunca
había matado a nadie a propósito, pero nunca se quedaba para
asegurarse. Nunca di un golpe mortal. No me siento culpable.
—No. ¿Tú lo has hecho? —sabía la respuesta, pero preguntó de todos
modos.
—Soy la razón de que esto esté pasando ahora... —Gunner asintió en
dirección al guardia.
El guardia sujetaba la porra detrás del cuello con ambos brazos mientras
se burlaba de los hombres. Se había perdido parte de la conversación y
se inclinó un poco hacia delante para oír mejor.
—Malditos ingenieros. Todo el mundo es ingeniero en el espacio
profundo. Vuestras habilidades aportan muy poco. ¿Sabeis luchar? —
preguntó el guardia.
—Tan bien como cualquier hombre en mi campo —Uno de ellos entró
en su celda abierta e incluso desde donde estaba sentada, Elodie podía
cortar la tensión con un cuchillo—. Sé luchar —dijo.
—¿Tú? —El guardia miró al otro.
—Sí...
—Bien —El guardia dio un paso atrás para permitir que el prisionero
saliera—. Enséñamelo —Cuando el prisionero no se movió, se rió— ¡Oh
vamos, vosotros dos debéis haber esperado esto!
Los hombres se miraron y, por primera vez, a ella se le oprimió el pecho.
Son amigos. Están atormentados. Y tan, tan cansados. Tenían que haberlo
sabido.
—Gunner... —Elodie susurró, preocupada. Se acercó más a ella.
Los minutos pasaban sin que ocurriera nada. El guardia esperó como los
demás. Finalmente, los hombros del prisionero liberado se hundieron y
los rasgos afilados y hambrientos de su rostro se endurecieron. Salió
lentamente y se dirigió hacia la celda de su amigo. El guardia le apuntó
con el arma mientras agitaba una llave sobre el panel y la puerta se abría
con un chasquido.
Empujó al hombre y cerró la puerta.
Le dolió en el alma ver cómo se abrazaban.
—Putos maricones —Se mofó el guardia y lanzó su porra a través de los
barrotes— ¿De verdad creéis que os voy a dejar salir a los dos para que
intentéis asaltarme? —El arma repiqueteó contra el suelo—. Se va el
último que quede en pie. No hay más lealtad que hacia el capitán. No
me hagáis esperar, sólo será peor si lo hacéis —El guardia no se quedó a
mirar, aparentemente aburrido, y volvió a mirar al resto de los
prisioneros. Elodie bajó los ojos hasta que su mirada pasó de largo—
¿Quién más quiere un sitio? Nadie come hasta que haya carne en las
literas —gritó.
—Yo... cogeré uno —habló otra persona, tirando del guardia en una
nueva dirección.
—Vigílalos —murmuró Gunner—. Los dos de la celda.
Los hombres hablaban entre sí, pero en voz demasiado baja para que
ella pudiera oírlos. Ninguno de ellos hizo un movimiento hacia el arma.
—¿Qué dicen? —preguntó ella.
—Sabían que podría llegar a esto, pero eligieron las probabilidades que
les favorecían. El que está de espaldas a la pared necesita atención
médica —Hizo una pausa—. No sé para qué. Están decidiendo quién va
a recibir la paliza.
—¿Se preocupan el uno por el otro?
—Eso parece.
La sorprendió.
—Podrían haber esperado, podrían haber esperado llegar hasta el final.
Sea lo que sea.
Elodie vio a Gunner encogerse de hombros por el rabillo del ojo.
—El mal que conoces…
—…sobre el mal que no conoces —terminó.
—¿Has visto alguna vez un circuito de carne? ¿Mercado de esclavos?
¿Pruebas con cadáveres?
—No —Y ella no quería. Pensó mucho en ello al principio, creyendo que
su tiempo encarcelada no sería largo, pero cuando resultó ser así, se
obligó a alejar sus pensamientos. Era inevitable, viniera lo que viniera al
final, y estaba decidida a sobrevivir el mayor tiempo posible.
—No son bonitos. Al menos los que no venden mujeres. A los que van al
mercado los desnudan delante de una multitud y los amordazan si no
les han cortado la lengua antes. Si crees que una multitud en directo es
malo, piensa en los miles de ojos que miran desde transmisiones
encriptadas. Los esclavistas te inyectan estimulantes, sobrecargando
tus sistemas, un cóctel de drogas que te dará una erección que durará
un día o más, y suficiente energía para enrojecer tu piel, hacerte sudar y
volverte loco.
—Algunos mercados están diseñados para cosas específicas: sexo,
trabajo, carne. Pero la mayoría son una batalla campal. No sabes lo que
el comprador tiene reservado para ti. El sexo y el trabajo al menos
significan vida, aunque sea desagradable y dolorosa, pero es mejor que
la tercera opción. Si tienes una afección médica, ya estás casi muerto. Si
es que llegas tan lejos.
Gunner dejó de hablar cuando el voluntario más reciente fue escoltado
hasta la salida a un androide que le esperaba y le cogió del brazo. Este lo
consiguió sin dolor, uno de los afortunados. Le odió a él y a su suerte.
Odiaba pensar en un mercado de esclavos. Odiaba no saber si su padre
estaba a salvo.
Se preguntaba cómo Gunner sabía tanto.
—Los hombres lo pasan tan mal como las mujeres en esos lugares —
dijo—. Los resultados nunca son buenos. A los afortunados los compran
para dirigir naves como ésta, y la elección es fácil si lo piensas. Al menos
para algunos.
—¿Qué les pasa a las mujeres?
—De todo.
Bajó la mirada y se quedó mirando el suelo gris que tenía delante. Sus
opciones eran mínimas y el tiempo que le habían concedido le resultaba
mucho más precioso. De repente, la idea de ocupar un puesto en la
tripulación no le pareció tan mala. Papá me lo advirtió. Sólo que él no
sabía tanto.
—No —siseó Gunner, arrastrándola de nuevo desde la neblina gris—.
No pienses en ello.
No respondió, no podía porque ahora estaba sopesando todas sus
opciones de nuevo.
El guardia gritó, haciéndola estremecerse.
—¡Un puesto más!
Un puesto más. Elodie se estremeció y sus ojos recorrieron a todos los
jugadores.
—No abras la puta boca, Ely —Apenas le oyó.
¿Debería ir a por todas? Los dos hombres de la celda aún no se habían
movido para luchar entre ellos.
Podría estar con mi padre. Podía esperar mi momento y esperar. Su
secreto ya estaba a punto de ser descubierto y lo sería en cuanto
llegaran al mercado de esclavos. Aquí, al menos tenía la oportunidad de
seguir escondiéndose.
Separó los labios.
—¡Me lo quedo!
Pero no fue su voz la que lo pronunció.
Kallan se puso en pie a trompicones y el guardia se acercó. Se
escucharon varias preguntas. Observó todo en silencio, atemorizada.
Kallan ya sospecha que soy una mujer.
Captó la mirada pervertida de Kallan dirigiéndose hacia ella, mirándola a
ella y a Gunner acurrucados un poco demasiado cerca mientras se
entregaba al androide. La sonrisa retorcida de sus labios arrugados y
secos fue el último clavo en su ataúd. Gunner permanecía en silencio,
pero ella podía sentir su abrumadora presión tratando de sofocar
cualquier opción que ella tuviera hasta convertirla en polvo.
El guardia gruñó y volvió hacia los dos hombres que seguían en un
silencioso empate y los observó en silencio, al igual que todos los demás.
El guardia, aún en silencio, se dio la vuelta y salió del calabozo con
Kallan y el hombre. La porra se quedó allí.
Elodie cerró los ojos.
—Gunner... —respiró ella, sin esperanza.
—¿Qué?
—No le dirás a nadie sobre mí, ¿verdad?
—Me lo llevaré a la tumba.
Algo cálido y fuerte apretó su dedo, el reconfortante contacto humano,
y ella miró hacia abajo para verlo entrelazado con el de Gunner. Lo miró,
perpleja, pero no se apartó.
***
***
***
***
Elodie respiró hondo cuando la sombra se detuvo frente a la puerta de
su celda y, por un breve instante, cuando las luces volvieron a parpadear,
esperó que fuera Gunner, que hubiera vuelto ya, Que había perdido la
noción del tiempo y que los disparos que había oído sólo eran
imaginaciones suyas.
—Muchacho —gruñó el hombre y ella reconoció su voz.
—¿Ch-Chesnik? —Se agarró a los barrotes y corrió hacia delante.
—¿Eres tú, Chesnik? —preguntó otra persona.
Gruñidos y preguntas se filtraron por el espacio. No se lo podía creer.
No podía creerlo cuando las luces volvieron a apagarse y se encendió
una linterna. El rostro de su padre apareció.
—No tenemos mucho tiempo —murmuró mirando la cerradura—.
Tenemos que sacarte de aquí.
Le temblaron las manos cuando intentó tocarlo.
—Has vuelto —susurró.
—No fue fácil —gruñó—. Todavía no es seguro.
—Mírame, por favor
Levantó sus ojos arrugados y cansados, habiendo envejecido aún más
desde la última vez que ella lo vio y ella no pudo contener las lágrimas
que brotaron.
—¡No vayas a hacer una estupidez como esa, muchacho, no tenemos
tiempo!
Elodie retiró las manos.
—¿Qué quieres decir?
—Te voy a sacar de aquí.
—¿Qué? ¿Cómo?
Su padre sacó una llave-tarjeta, una de las que ella había visto usar
docenas de veces en las celdas, y la pulsó en su puerta. Sonó un ping y
se abrió. La barrera había desaparecido.
A Elodie no le importó y se abalanzó a sus brazos.
—Muchacho... —Se tensó cuando ella hundió la cabeza en su pecho,
secándose las lágrimas en su chaleco, y sollozó. No le importó quién la
viera ni lo que pensaran los demás.
Se aferró a él con fuerza y tembló de angustia cuando sus brazos la
rodearon en un abrazo.
—Papá —Se atragantó y aspiró su olor, provocando más lágrimas en el
proceso—. Nunca pensé que volvería a verte.
—Ya, ya, muchacho. No te dejaría atrás.
—¡Pero lo hiciste! Te fuiste...
Sus ojos cayeron, tristes, y ella levantó la mano para quitar el rocío de
sus pestañas.
—No quise darte esperanzas cuando las probabilidades eran malas.
Elodie moqueó y asintió, comprendiendo, pero dolida. Algo en su
interior se quebró cuando él le agarró la mano y se dio la vuelta, tirando
de ella. Retrocedió, con el corazón latiéndole con fuerza.
—¡Tenemos que irnos, muchacho! ¿Qué te pasa? —preguntó él, tirando
de ella de nuevo.
No podía moverse. Tenía los pies clavados en el umbral de la celda.
Tenía la garganta tensa y seca mientras sus ojos se desviaban hacia la
celda vacía de al lado. Los otros presos hablaban, pero ella no los oía.
Gunner tiene un plan. Le envié allí. Su celda vacía se cernía sobre ella,
desgarradora.
—¡Muchacho! Joder, ¿qué te pasa?
Chesnik la agarró del brazo y la arrastró fuera de su celda con los pies
arrastrándose pesadamente detrás de él y el pulso acelerado. Se
retorció para no apartar la vista de la celda de Gunner mientras él la
conducía hacia la puerta, con la linterna como un faro en la oscuridad.
Su lugar seguro se desvaneció en la penumbra.
El espacio que compartía con él. Se le hizo un nudo en la garganta.
—Ely —rugió su padre. La puerta del calabozo se abrió de golpe y ella
se detuvo para ver si las luces parpadeaban una vez más, rogando que
lo hicieran para poder ver su lugar por última vez.
Pero se perdió en la oscuridad.
La puerta se cerró.
—¿Qué te pasa? —Su padre la sacudió y ella volvió a la realidad.
—Todo —respiró.
—No tenemos puto tiempo para una crisis, Ely. He oído disparos en el
ascensor y la tripulación está alborotada. ¡Podrían estar aquí en
cualquier momento!
—¿Y los demás?
—No podemos salvar a todos —La condujo por una serie de pasadizos.
—¡Pero no podemos abandonarlos!
—¡Podemos y lo estamos haciendo! Pueden cuidarse solos. Tengo que
sacarte de aquí antes de que se reinicien los sistemas de seguridad. Oh
joder...
Su padre se detuvo y ella miró a su lado. Empezó a recorrerle un sudor
frío. Dos cuerpos destrozados, rotos y escupiendo sangre yacían en el
suelo. El olor acre de la muerte era fresco y no fueron las balas las que
acabaron con sus vidas.
Elodie lo rodeó y contempló la escena. Había sangre por todas partes:
en las paredes, acumulada entre las rejillas del suelo y salpicada en el
techo. Un hombre tenía la pierna medio arrancada, la ropa empapada
en sangre y la cara helada de dolor a la vista de todos.
—Elodie, tenemos que salir de aquí —instó Chesnik.
Se interpuso entre los cuerpos y los miró, el olor a hierro que
desprendían la asfixiaba. Reconoció a ambos como hombres que habían
entrado antes en el calabozo, hombres que se habían burlado de ellos y
les habían golpeado, recordó su disfrute y sus sonrisas mientras
presionaban a los prisioneros con todo el poder que tenían... y con
dolor.
Se le revolvió el estómago y tuvo arcadas. No sentía nada por sus
muertes y ni siquiera se atrevía a preocuparse por el dolor de su
fallecimiento, pero la sangre la hizo vomitar involuntariamente.
Chesnik le rodeó el hombro con el brazo y pasó junto a ellos,
deteniéndose brevemente para despojarlos de sus armas y tecnología
naval. Se encontraron con otro cadáver en el ascensor con marcas de
garras en la espalda.
—Joder —Su padre lo inspeccionó y tembló visiblemente—. No es un
hombre lo que mató a estos hombres —dijo—. Estaba corriendo hacia
el hueco.
No es un hombre...
Elodie miró a su alrededor y trató de no pensar en ello, pero no impidió
que la inquietud se abriera paso en ella.
—¿Qué hizo esto entonces?
—Un animal, una bestia, un monstruo, quién sabe. Pero acabó con tres
guardias armados —Se volvió hacia ella—. No tenemos ninguna
posibilidad si nos lo encontramos.
Miró fijamente las marcas de garras que aún se veían.
—¿Los asesinatos?
—¿Has oído hablar de ellos?
—Sí. Los guardias lo mencionaron de pasada durante una visita de
rutina.
—Empezaron después de reclutarme a mí y a los otros dos —Le puso la
mano encima de la cabeza. Era alta para ser una chica, pero su padre era
más alto—. Sospechan de nosotros.
Levantó los ojos.
—¿Sospechan?
—Sí. No podemos subir. Iba a esconderte en mis aposentos hasta que
te consiguiera ropa nueva para la tripulación en el replicador, pero ya no
podemos —Miró a su alrededor.
Elodie estaba aturdida, mirando a su alrededor, girando en un círculo
completo.
—¿Por qué no?
—Lo que hizo esto... vino de aquí abajo. Estos hombres no estaban aquí
abajo cuando me colé en este nivel. Tengo suerte de estar vivo, pero el
aposento está por encima de nosotros ahora y el rastro de sangre
conduce a él. Lo que haya hecho esto, está arriba, y si está encerrado en
el ascensor, estoy seguro de que no lo llamaré para que baje.
—Llévame de vuelta a mi celda —sugirió, girándose, pero fue detenida.
—Ely, no puedo.
—¿Por qué no?
—Kallan le dijo a la tripulación que eras mi hijo. Si ya sospechan de mí,
te usarán. Si se acercan lo suficiente, te descubrirán. Iba a esperar para
sacarte, esperar hasta que la nave aterrizara, pero ya no hay tiempo
para eso.
Se estremeció y se rodeó la cintura con los brazos, tirando de las
solapas de la chaqueta de Gunner para cubrirse más el cuerpo,
deseando ahogarse en ella. Sus ojos captaron sus movimientos y se
entrecerraron.
—¿De dónde has sacado esa chaqueta?
Bajó las manos.
—Me la dio uno de los prisioneros.
—No recuerdo que ningún prisionero llevara una chaqueta así cerca de
nosotros —Su padre extendió la mano y agarró la manga. Elodie se
apartó, no quería que la tocara.
—Apareció alguien nuevo. Ofreció su chaqueta a cambio de
información.
—¿Y tú se la diste? Oí que había un nuevo prisionero, no recuerdo
haberlo visto cuando te traje —La sospecha en su voz era evidente. La
hizo recelar. ¿Por qué se sentía en guardia? Sacar a relucir la existencia
de Gunner y todo lo que había ocurrido entre ellos, era algo secreto y
suyo. Su padre y ella nunca habían sido francos el uno con el otro, pero
tampoco habían ocultado nunca información importante. A pesar de
todo, se le cerró la garganta.
—Por la chaqueta, sí. Era mía, de Royce o de Kallan.
Entrecerró aún más los ojos, pero se golpeó la barbilla y la dejó caer.
No puedo volver atrás. Miró al techo y donde estaban los agujeros de las
tuberías, donde ahora sabía que estaba la alimentación de seguridad.
—¿Crees que pueden vernos? —preguntó.
—No lo sé. El sistema está estropeado, todo es un caos.
Elodie no sabía si la estaban viendo, no sabía si él la estaba viendo a ella,
pero esperaba que así fuera. Chesnik volteó el cuerpo a sus pies y
reconoció a otro hombre. Otro cretino.
—¿Hay algún sitio donde podamos escondernos?
—Sígueme —dijo después de pensarlo un momento.
Avanzaron por otro pasillo, en la dirección por la que habían venido,
hasta que los pasillos pasaron de paredes lisas a tuberías y varillas
metálicas, rejillas más gruesas y bocanadas de vapor. Al final había una
puerta con pestillo que se abría con la tarjeta de su padre. Sabía lo que
era: la sala de máquinas. Un lugar que había sido su hogar en
innumerables naves, en innumerables trabajos.
Con la barriga revuelta y el corazón dolorido, siguió a su padre hasta las
máquinas, con la esperanza de no equivocarse.
Su mirada no se apartaba de la espalda de su padre.
Sabía que Gunner había matado a esos guardias.
Sabía que había hecho un trato con el diablo.
Y él la encontraría.
Capítulo 13
***
***
***
***
***
***
***
Gunner vigilaba cada pisada a sus espaldas, escuchando cómo Ely seguía
el camino que él trazaba para ellos a través de las plataformas. Se sentía
como en casa entre las máquinas y, aunque quería darse la vuelta y
ayudarla, no lo hizo. Necesitaba que ella le siguiera por su propia
voluntad y no quería que pareciera débil ni que se sintiera incompetente
con su nueva obsesión por su bienestar. Apretó los dientes y siguió
adelante.
Ella estaba en su entorno, aunque fuera inseguro, pero saber eso no le
hacía más fácil no querer darse la vuelta y protegerla.
—Pronto nos reuniremos con los demás prisioneros, ¿estás preparada?
—preguntó en su lugar, aumentando la distancia que ella ya había
creado. No era idiota. Sabía por qué se había alejado.
También fue para que él no se diera la vuelta y la apretara contra su
costado.
—Sí.
—Bien.
¿Estaba él preparado? La pregunta le hizo burlarse mientras pasaban
por debajo de una barandilla, esquivaban una salida de vapor y
doblaban la esquina. Incluso ahora, con la barrera todavía entre ellos y
los demás, ya podía empezar a sentir las actividades de los prisioneros.
Se estaban preparando.
—Si te hieren... —Odiaba el silencio—, mueren. Si tú mueres, todos
mueren. Así que mantente a salvo.
Elodie hizo un murmullo.
—No estoy preocupada. Ya no.
Su mandíbula hizo un tic.
—Nos moveremos rápido —La puerta que los conducía al resto de la
nave apareció a la vista. Gunner se detuvo ante ella y se dio la vuelta—.
Es hora de cumplir mi parte del trato.
El sudor le goteaba por el nacimiento del pelo y se le enredaba en las
cejas. Quería inclinarse y lamérselo.
—¿Así que finalmente nos dirigimos a las cápsulas de escape? —Elodie
se levantó la manga de su cazadora y se secó el sudor.
Sus dedos se tensaron.
—No. No lo haremos.
—¿No lo haremos? —Ladeó la cabeza— ¿Qué vamos a hacer entonces?
—Vamos a tomar el control de la nave —contestó él, y su mente ya se
llenaba de imágenes de cómo irrumpir finalmente en el puente y
enfrentarse al capitán. La preocupación nubló los rasgos de Elodie y él
levantó la mano para acariciarle la nuca. Su pulso latía y él le pasó el
pulgar por encima, acariciándola.
—¿Todavía quieres que te devuelvan la nave que te robaron? ¿Es por tu
nave? —preguntó.
—No —Gunner sonrió suavemente. Era la verdad, darse cuenta no era
sorprendente—. Voy a llevarlos conmigo.
—¿Quién? ¿Y a dónde?
—Trabajo para el DEPT, Ely. Como dije antes, soy un recuperador. Un
cazador de monstruos. Y he encontrado unos putos monstruos que al
DEPT le encantaría tener —Se inclinó ligeramente hacia atrás y sonrió
satisfecho—. Ves, no soy un capullo tan egoísta. Aunque nos deberán
una fortuna por mi nave perdida —La comisura de su labio se torció. No
era exactamente una sonrisa, pero él la aceptaría.
—Nunca pensé que lo fueras. A menos que seas un capullo adorable —
Se rió Ella.
—Este Cyborg no, y a pesar de mis putos tatuajes, soy un empleado del
gobierno —refunfuñó. —No suena tan mal cuando lo digo, pero
después de todo esto, les diré que cambien mi título de especialista en
adquisiciones a héroe o no aceptaré más trabajos.
Elodie rió un poco más. El sonido era una adicción. Si continuaba, él
volvería a por más. Le apretó ligeramente la nuca.
—Siempre serás Gunner para mí —Su expresión se tornó
repentinamente seria. Sus ojos se desviaron de los de él hacia la
puerta—. Los demás no estarán de acuerdo, creo, y podría ser peligroso.
—Todo es peligroso. ¿Pero me seguirás? —Su otra mano le cogió la
barbilla.
Sus ojos volvieron a mirarle, pero parecían distantes y vidriosos, como si
toda emoción se hubiera filtrado y desvanecido en el éter. Gunner
conocía esa mirada, sabía lo lejana y escrutadora que podía ser, y se
preguntó si Elodie estaría, una vez más, retrocediendo hacia su interior
su lugar gris.
De repente, sus ojos se aclararon y asintió.
—Sí, te seguiré.
Era la respuesta que él quería y, sin embargo, de algún modo, no le
tranquilizaba.
Capítulo 19
***
***
Miró hasta que Gunner desapareció en lo alto del hueco del ascensor
con la mano agarrándose al marco lateral mientras él desaparecía de su
alcance. Fuera de su vista.
Elodie se dio la vuelta y apoyó la espalda contra la pared cuando otra
explosión sacudió la nave. Le siguió un sonido hueco y quejumbroso. Un
escalofrío recorrió su espalda mientras el ruido aumentaba por
momentos. Parecía como si la propia nave estuviera gritando. No era un
sonido reconfortante.
Había devuelto la vida a máquinas muertas y moribundas, pero esto era
diferente.
Nunca había oído morir a una máquina.
Elodie se sacudió y se apartó del abismo del ascensor que reverberaba
el sonido que no quería oír: los sonidos desgarradores de la nave
desmoronándose, pero no el regreso de Gunner.
Se dirigió hacia los demás. Le dolía el cuerpo y le ardían los ojos por el
humo, pero siguió adelante sabiendo que tenía suerte de no haber
sufrido quemaduras graves ni fracturas óseas como otros. Tenía que
agradecérselo a Gunner.
Le había salvado la vida. De nuevo. La imagen de su espalda retornó a
sus pensamientos. No lo entendía. Podía atribuirlo a su trato, pero
después de todo lo que había pasado entre ellos, quería creer que era
algo más.
Su atención se centró en un hombre que estaba apoyado contra la
pared y ligeramente alejado de los demás. Tenía la piel cubierta de
ampollas y la pierna doblada en un ángulo extraño.
Elodie rebuscó rápidamente en algunos de los botiquines que había
esparcidos por el lugar, en busca de algún resto de material que no
hubieran utilizado los demás para ayudarle. Acercó lo que encontró y se
arrodilló junto al desconocido.
Sus ojos se entreabrieron para mirarla mientras retiraba la cinta
adhesiva que tenía en la mano. Elodie le vendó la herida del antebrazo y
colocó la cinta sobre ella. La cinta mantuvo la piel en su sitio y eso era
todo lo que ella esperaba.
La medicina nunca había sido su talento. El hombre se cubrió la herida
con la mano y la miró con recelo. Le retiró la ropa raída y descubrió aún
más quemaduras debajo.
Recogió la lata a medio usar y se limpió la boca con la manga, liberando
el resto del suero en sus heridas.
—Ely, ¿verdad? —preguntó él.
—Elodie —corrigió ella—. Me llamo Elodie.
—Muy bonito. Como una canción.
—Gracias... —Frunció el ceño.
La lata chisporroteó cuando se acercó a su pierna. Lo agitó hasta que
salió más spray.
—¿Tienes miedo? —Le preguntó mientras ella trabajaba en él.
—Sí.
—Yo también.
Le acercó la lata vacía a la cabeza. Tenía toda la parte derecha de la cara
enrojecida y irritada, con la piel desprendiéndose en tiras. Se encogió
cuando la nave tembló violentamente.
—Estaba en la celda de enfrente.
Bajó la mano y le miró a los doloridos ojos. Lo reconoció. El
reconocimiento la golpeó lentamente y su dedo casi rompió el gatillo de
la lata.
—Tú estabas allí —susurró, escrutando su rostro—. Nunca hablaste.
—Tú tampoco.
—No tenía nada que decir.
—Yo tampoco.
Elodie bajó los ojos y soltó la lata vacía. Inservible. Se secó la frente y
rebuscó entre los botiquines cercanos, buscando algo -cualquier cosa-
que pudiera aliviar el dolor del hombre. No era justo que hubiera
sobrevivido a la explosión sin más que unos rasguños y un par de
magulladuras.
—Aquí no queda nada —Empujó los kits de distancia con disgusto—. Lo
siento.
—No pasa nada —Le sonrió a través del dolor.
Forzó sus ojos para encontrarse con los de él.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué?
—Quería ayudar.
—Lo hiciste.
Elodie sacudió la cabeza y se frotó los ojos. No se sentía útil. Apenas
conocía a aquel hombre, pero le hablaba amablemente, y ella había
estado cautiva frente a él durante semanas enteras sin saber su nombre.
La culpa y la confusión la asaltaron. Deseó que Gunner estuviera a su
lado para ayudarla a ordenar sus turbulentas emociones.
—Lo siento —volvió a decir, poniéndose en pie y alejándose antes de
que él pudiera detenerla. Decidió que no quería conocerle, que no
quería formar otra conexión con otro ser. Gunner ya ocupaba todos sus
pensamientos.
Dios, espero que esté bien.
Una mano le agarró el brazo magullado.
—Papá —Elodie cayó derrotada sobre su pecho. Unos cálidos brazos la
rodearon por la espalda, los mismos que la acunaban cuando era niña, y
se hundió en él. ¿Dónde ha ido a parar ese tiempo? Nunca se había
sentido tan vieja y tan joven al mismo tiempo. En el peor momento. Su
padre le frotó la espalda mientras se le formaban lágrimas en las
pestañas.
—Es hora de irnos —La acurrucó bajo su brazo y ella se apretó contra
su costado.
—¿Ir a dónde? —Elodie dejó que la alejara de los heridos.
—A casa.
***
Con los últimos destellos de energía, Gunner apretó los dientes y
atravesó la última capa de metal que se interponía entre él y su presa.
Con las garras enroscadas en el acero destrozado, saltó a través del
agujero abierto.
Su mirada se posó en la silla vacía del capitán justo cuando el cañón de
la pistola le presionaba el costado de la cabeza.
—No quieres hacer eso —gruñó Gunner.
—Cyborg —reflexionó Juke—. Has tardado bastante.
Gunner se giró para mirar al capitán.
—Así que lo sabías —El hombre que tenía delante era inesperado
comparado con los demás de la nave. Era pulcro y.… discreto, con una
expresión pensativa y sombría. Unos fríos ojos azules se posaban en un
rostro pétreo que le devolvía la mirada con curiosidad.
—Lo sabía.
—¿No abandonaste la nave? —Ahora le picaba la curiosidad.
Juke le quitó la pistola de la sien y se alejó. Los ojos de Gunner le
siguieron hasta la gigantesca vista panorámica del espacio, hasta la
visión que tenía ante sí. Se le escapó una carcajada cuando sus ojos se
encontraron con decenas de acorazados que rodeaban la nave pirata
por todos lados.
Conocía esas naves, las conocía bien y se sintió un poco ofendido de
que hubieran aparecido tantas para un trabajo de un solo hombre. Lo
estaba haciendo bien, cabrones.
—No pude llegar —contestó Juke, volviendo a centrar su atención en el
capitán—. Mis hombres querían verme muerto antes de que tu secreto
saliera a la luz. Y salió rápido, debo añadir. ¿Lo sabías? —El hombre soltó
una carcajada.
—Ilumíname —Gunner dejó que el resto de su forma de chacal volviera
a su piel mientras merodeaba por el puente y tomaba asiento en la silla
vacía del capitán. Disfrutó de la sensación de su sangre empapando el
cuero— ¿Cuándo?
—Justo después de que empezaras a asesinar a mis hombres. Justo
antes de que Ballsy se fuera a la mierda. Era probablemente el hombre
más inteligente de mi nave, se fue cuando tuvo la oportunidad. Casi
mata a toda la tripulación cuando destruyó las señales de seguridad y
perdí la visión de mis hombres. Hubiera pensado que estaba muerto si la
nave no me hubiera alertado de la cápsula de escape. Sabía que tenía
que ser él o tú, pero sabía que no podías ser tú, porque ¿por qué iba un
Cyborg a abandonar -huir, en realidad- la única pista que tenía? ¿Para
vengarse? —Juke señaló la ventana con la mano enguantada.
—Eso no respondía a mi pregunta. ¿Qué me delató?
—Tu nave. Tu nave te delató.
Gunner se sentó hacia delante y apoyó los codos ensangrentados en las
rodillas ensangrentadas.
—¿Descifraste mis códigos? —Estaba extrañamente sorprendido
después de todo lo que había pasado. Ballsy sabía que era un Cyborg
cuando Gunner se había enfrentado a él, y había tenido un arma que
había jodido sus sistemas. El sociópata había burlado sus códigos de
seguridad.
—Entonces, ¿qué fue? ¿La correspondencia? ¿Mi laboratorio? ¿Fue la
unidad médica cibernética escondida detrás de mi armería?
Gunner abrió las piernas y se preparó para las violentas vibraciones que
lo sacudieron cuando otro misil impactó contra la nave.
Cuando se detuvo, Juke replicó:
—Nada de eso. Nada de eso te delató.
—No puedes ganar esta batalla, capitán, así que ¿por qué no te rindes
mientras aún te queda vida?
Juke se rió.
—No nos destruirán. ¿Por qué lo harían? Saben que estás en esta nave.
¿Por qué si no crees que no nos han disparado hasta hacernos
desaparecer? Tienen suficiente potencia de fuego para borrarnos.
Los ojos de Gunner se desviaron de las naves exteriores al capitán.
—¿Cómo? Ahora en serio ¿Qué me ha delatado? —Empezaba a ponerse
a la defensiva al recordar todo lo ocurrido en las dos últimas semanas.
—¿Cómo lo saben? De la misma puta manera que Ballsy y yo
descubrimos tu existencia aquí. Había un maldito rastreador en tu
crucero de batalla. De alguna manera, mis hombres no lo vieron. Incluso
Ballsy no lo vio.
Gunner debería haber sentido alivio de que no hubieran podido burlar
su seguridad, pero no fue así. Se echó a reír. Imposible.
Juke se dio la vuelta y entrecerró los ojos.
—Tuvimos tu nave menos de tres días, Cyborg, antes de que una flota
militarizada apareciera de la nada y acabara con toda la organización.
Docenas de naves, cargamentos, todo, todos los hombres murieron o
fueron capturados en cuestión de horas. Desaparecieron en un día. ¿De
verdad crees que mi tripulación quería amotinarse por un par de
asesinatos? —Juke se burló—. Alguien es asesinado todos los putos
días en esta nave. No. Se corrió la voz sobre lo que pasó. Esa fue la
razón por la que me perseguían. El miedo es una gran motivación y, de
repente, ya no tenían nada que temer.
Las fosas nasales de Gunner se abrieron y apenas percibió las palabras
de Juke. Su cabeza aún no se hacía a la idea de que había un rastreador
en su nave. Era imposible. APOLLO lo habría detectado. Lo habría
detectado. La idea era ridícula a menos que...
Gunner apretó las manos y volvió a centrar su atención en los
acorazados que había al otro lado de la ventana.
Respiró hondo para llenarse la nariz con el aroma de su sangre y sudor
residuales, la muerte persistente que tanto disfrutaba. Cada código era
suyo. Cada sistema configurado y examinado. APOLLO era suyo. Incluso
sus chicas artilleras estaban limpias -por así decirlo- con su
programación personal, una programación que nadie más conocía.
La idea de que el DEPT le hubiera estado observando, vigilando, le
llenaba de rabia. Invadir los sistemas personales de un Cyborg sin
permiso era una sentencia de muerte.
Años en el exilio. Años solo. Todo por culpa de la gente para la que
trabajaba.
Sus ojos se fijaron en las naves que los rodeaban, acercándose por
momentos. Vibrantes matrices de luz y restos metálicos ensuciaban el
campo de batalla.
Juke tenía razón; no había necesidad de luchar ni de retirarse porque los
cabrones de los Guardianes de la Paz probablemente ya estuvieran allí.
Probablemente, los cabrones de los Guardianes de la Paz ya estaban
abordando la nave.
—¿Vas a matarme, Cyborg?
Gunner estaba a medio camino antes de que Juke pudiera terminar su
pregunta. Un gruñido grave resonó más oscuro, más necesitado, desde
el fondo de su garganta. Una vez más, sus dientes humanos salieron de
sus encías y se esparcieron por sus pies. Sus ojos oscilaban entre Juke y
las naves que se acercaban.
¿Le observaban ahora?
—Negociaría mi vida por tu nave —dijo Juke—. Pero ellos la tienen. La
única razón por la que no estábamos con el resto de la flota era nuestra
carga. Íbamos camino de Elyria, como habrás adivinado, hasta que
decidimos no ir —Juke miró fijamente los dientes que castañeteaban
entre ellos.
Gunner ladeó la cabeza. ¿Mataría a Juke? La idea le favorecía.
—Los anillos de esclavos —susurró—. Ibas de camino a los anillos de
esclavos.
Elodie y todo lo que ella era surgió en su cabeza. Su figura temblorosa y
sucia apoyada contra las frías paredes del calabozo, el olor de su sudor y
el calor de su carne contra su piel, el sonido de sus suspiros y sus suaves
bocanadas de aire. Las barreras que ella erigía sobre cada respuesta
calculada y la forma en que sus ojos se abrían de par en par cuando él
penetraba esas barreras.
Gunner la imaginó desnuda en el mercado de carne.
Conocía su capacidad para actuar bajo la presión de una pesadilla.
¿Habría sobrevivido a los mercados de esclavos de Elyria? Algunos lo
hicieron.
Los hombres gritaban en los pasillos, sus voces se elevaban, el alboroto
aumentaba a medida que luchaban a través del túnel irregular hacia el
puente. La nave retumbaba, vibraba y gemía. Las luces del salpicadero
se encendieron en rojo. No necesitó conectarse con los sistemas para
saber que el proceso de abordaje había comenzado. Gunner retiró los
labios para sentir el aire sofocante recorrer sus caninos.
—Juke —Se puso lentamente en pie, encontrándose con los ojos del
capitán en el reluciente cristal del panel. Acortó distancias y negó con la
cabeza—. No voy a matarte.
Juke cerró aliviado los ojos.
Gunner se lanzó hacia delante y hundió los dientes en la espalda del
capitán, arrancándole las vértebras, tirando hasta que la columna
vertebral desgarró la carne, los músculos y, finalmente, las capas de tela
que antes la cubrían.
Los huesos se astillaron en su boca y la sangre salpicó el aire. A Juke se
le escapó un sonido gutural de asombro antes de dejar de emitir sonido
alguno.
Mentí.
Capítulo 22
***
***
***
Habían pasado horas y ella seguía retorciéndose como un gusano en el
camastro. No sentía dolor, pero la necesidad de rascarse y desgarrarse
la piel había sido casi una locura en sí misma. Cagley se ofreció a
dormirla, pero Elodie se negó. Agradeció las ataduras y el efecto
adormecedor que aún atenazaba su cuerpo, y aunque en su interior se
producían mil millones de reacciones diferentes, aún conservaba la
cabeza bastante despejada. Gunner le había dicho que esto acabaría
rápido. Tendría que hablar con él sobre su idea de lo que significaba
‘acabar rápido’.
Gunner se sentó a su lado ahora que las nanocélulas se habían adherido
a ella y no tenían la capacidad de adherirse a él. Aunque lo hicieran, su
cuerpo las absorbería o las eliminaría. Al menos eso fue lo que le dijo
Cagley después de que la reacción hubiera durado algún tiempo.
—¿Cómo te encuentras?
Elodie desencajó la mandíbula e hizo una mueca de dolor.
—Frustrada.
—¿Oh?
—Realmente, realmente quiero rascarme o tal vez sumergirme en una
piscina de agua. Tal vez darme una ducha de tres días o quedarme fuera
en el frío hasta que sea un carámbano sin sensibilidad. ¿Hay algún
planeta frío cerca?
Gunner se rió.
—Estás demasiado sensible. Me ocuparé de eso más tarde.
Elodie apretó los labios.
—¡Ocúpate de eso ahora!
—Me temo que no, Ely. Rose puede ser la única Cyborg en esta nave
que responda por mí. Si volviera aquí y me encontrara follándote
mientras estás atada, me sacaría a rastras antes de que acabara tu
orgasmo.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Ayudaría un orgasmo?
Más risas.
—Probablemente no haría daño. ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Del tipo que me distrae —suspiró y se contoneó. Gunner se cernió
sobre ella y se apoderó de su espacio, posando un beso suave y
cómplice sobre sus pucheros. Aquel pequeño roce, aquel pequeño alivio,
bastó para hacerla gemir. Se levantó.
—Otro —exigió ella.
—Más tarde.
Elodie refunfuñó. Más tarde.
Sonó un pitido junto a la puerta.
—Adelante —gritó Elodie.
Cagley entró en el espacio con una tableta en la mano. Gunner se movió
ligeramente para dejarla acercarse. Era el único ser al que Gunner
dejaba acercarse voluntariamente. No se habían encontrado con mucha
gente mientras reparaban su nave, pero aun así sentía la necesidad de
protegerla. El hecho de que confiara en Cagley, en cierto modo, hizo
que Elodie también confiara en ella.
La doctora comprobó sus constantes vitales en silencio, extrañamente
más tensa que antes. Sus rasgos suaves tenían ahora un matiz que no
tenían antes. Una minúscula arruga en el entrecejo y otra aún más leve
en el labio.
—¿Estoy bien? —preguntó Elodie al cabo de un minuto.
—Muchísimo.
Alivio.
—¿Podemos irnos ya? —Gunner se adelantó.
—No... del todo —Cagley preparó otra aguja y le inyectó una nueva
dosis de aquel suero adormecedor en el brazo. Elodie suspiró y se
recostó.
—¿Cómo que no del todo? —preguntó Gunner.
—Te piden que te unas a Cypher y a varios de los que están arriba.
Elodie miró entre Cagley y Gunner.
—¿Por qué? —preguntó con enfado—. Podría simplemente reunirse
conmigo aquí o hacerme una señal en la red. ¿No suele hibernar Cypher?
Cagley se encogió de hombros y acercó un taburete para sentarse a su
lado.
—No lo sé, pero me quedaré con Elodie hasta que vuelvas.
Gunner no se movió y Elodie deseó poder estirar la mano y cogerle la
muñeca. Él miraba fijamente la puerta a lo lejos. Se sintió mal por la
puerta. Cuando la miraba así, su atención era abrumadora, pero él la
adoraba. A Gunner no le importaba la puerta.
—Ve —Le instó Ely.
Le dirigió una mirada.
—Volveré pronto —Miró a Cagley—. Asegúrate de que esté lista para
salir cuando vuelva —Luego salió por la puerta de emergencia y
desapareció.
Elodie centró su atención en el médico sentado a su lado.
—¿Va todo bien?
—No lo sé —Inclinó la cabeza—. Pero siempre pasa algo. Hace tiempo
que dejé de preocuparme por las cosas pequeñas. Si no afecta a mi
capacidad para trabajar en el laboratorio o a mi cadena de suministro,
dejo que los demás decidan cuál es la respuesta adecuada.
La doctora desató su largo cabello castaño y, por un momento, una
sedosa cascada de mechones color chocolate oscuro cayó alrededor de
los hombros de la mujer antes de volver a domarse. Era seductora, casi
desconcertante, pero acogedora y cálida. Su aura era maternal. Del tipo
que se percibe claramente desde la distancia y se percibe sin conocer a
la persona en absoluto. Elodie no había visto una mujer más hermosa en
su vida. La belleza de la Cyborg hembra era tan diferente de la de los
imponentes hombres de su especie que le resultaba extraña.
Habría esperado que las Cyborgs hembras fueran provocativas. No
maternales. Cagley no parecía mayor que la propia Elodie y, sin
embargo, se sentía atraída por ella como un niño por su madre.
—¿Por qué eres diferente? —soltó Elodie, arrepintiéndose al decirlo.
—¿Diferente?
—De los demás Cyborgs. ¿Os crearon a todos al mismo tiempo? A los
hombres —señaló con la cabeza—, les gustan las máquinas de combate
—Elodie se mordió brevemente la lengua—. No quiero ofenderte, pero
me dan ganas de abrazarte, y los otros... me dan ganas de desviar la
mirada y caminar en dirección contraria.
Cagley estalló en carcajadas, que se prolongaron durante un rato. Elodie
se sonrojó.
—Soy diferente, pero todos los Cyborg lo son. Mi aspecto es atractivo, y
me alegro de seguir siéndolo —Soltó otra suave carcajada—. Me
diseñaron a imagen y semejanza de la esposa del médico cibernético
jefe. Había muerto años antes, durante la guerra. Era un anciano cuando
desperté en mi cuba, pero estaba a mi lado, protegiéndome con una
toalla de las miradas indiscretas. Me dijo que su mujer era buena y que
esperaba que yo también lo fuera.
—¿Y luego te envió a la guerra? Eso no tiene sentido —Elodie contrajo
los dedos deseando que le picaran más que las palmas de las manos.
—No, pero yo no estaba destinada al frente. Fui preprogramada con
docenas de años de investigación cibernética y atención médica
humana. Los médicos cibernéticos no podían ir a las batallas, así que
necesitaban a alguien que fuera en su lugar, y por eso me crearon a mí.
Era mi trabajo, junto con otros creados en mi división, cuidar de los
Cyborgs dañados en batalla.
—Supongo que tiene sentido. Eres muy hermosa.
—Gracias —Cagley sonrió.
—¿No te da miedo estar rodeada de —Tragó Elodie—, hombres?
—¿De Cyborgs? No. Son honorables en su mayor parte. No se acercarían
a mí a menos que yo les invitara y viceversa. Tampoco fui diseñada para
ser indefensa. Mi fuerza no está a su nivel, pero todavía estoy muy por
delante de un humano y ningún Cyborg pondría en peligro su relación
conmigo, ya que soy la única en la estación capaz de reconstruirlos. ¿Por
qué?
—Me daba miedo estar rodeada de hombres —Elodie inclinó la cabeza
para mirar hacia la puerta, esperando que Gunner regresara. Cuando no
lo hizo, continuó—: Ya no tanto.
—Me alegro. Y más aún que el chacal te haya hecho sentir así. Se
aparean de por vida, ¿lo sabías?
Elodie miró a Cagley con los ojos muy abiertos.
—¿Lo hacen? 0
Cagley asintió, con los ojos brillantes de alegría.
—Sí, lo hacen. Supongo que ahora Gunner es tuyo. Ten cuidado adónde
le apuntas —bromeó.
***
FIN