Cuadernillo de Textos Policiales
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—La receta familiar, detective, la fórmula secreta para hacer mi salsa única... El primero era un hombre sonriente, de pelo negro peinado
¡me la robaron! prolijamente hacia atrás. Estudiaba la cuenta que le acababa de dejar el mozo
—¿La tenía acá, en el restaurante? mientras vaciaba un sobre de edulcorante en su café.
Casi en el centro del salón, comía una pareja de jóvenes. Masticaban
—En la caja fuerte, junto a la cocina, de puño y letra del primer Galeazzi que
lentamente cada bocado del filete de merluza a la suiza que compartían. De la
pisó la Argentina. Hoy al comenzar el turno estaba allí, pero recién la abrí para
guarnición de batatas glaseadas quedaba muy poco. El muchacho le decía
guardar parte de lo recaudado… ¡y había desaparecido! ¡Seguro que esto es
algo a la chica, que no parecía prestarle mucha atención.
obra de Maringolo!
El último comensal, el más cercano al baño, era el del pelo en la sopa.
—¿De quién? Se trataba de un hombre calvo, robusto, aunque no muy alto. El plato
—Cosme Maringolo. Fue mi socio hasta hace casi un año. Nos peleamos rechazado ya no estaba en su mesa. Impaciente,
porque lo sorprendí queriendo llevarse mi receta de la caja fuerte. Hace poco miraba una y otra vez su reloj pulsera.
abrió su propio restaurante. —¿Me puede decir la hora? —le preguntó Ninurta al pasar junto a su mesa.
—¿Y después de pelearse con él no cambió la combinación? —Son las diez y cuarto.
—Por supuesto. Fafanda, la conocida empresa de seguros, envió a uno de sus —Lindo reloj —le comentó el detective al ver las siglas “SF” en la malla—. Un
expertos para cambiarla. Además, los únicos que trabajamos cerca de la caja Sandro Fuchile original.
fuerte somos Dalma, mi cocinera, y yo. Ella desconoce la clave y jamás la abro —Claro. Es mi marca de relojes favorita.
en su presencia. Cuando Ninurta volvió del baño, al sujeto calvo le acababan de dejar
—O sea que todos los que estamos aquí somos sospechosos. un nuevo plato humeante. En ese instante, la pareja en el centro del salón pidió
—Si da con Cosme o sus secuaces, querido Ninurta, le prometo que los la cuenta. El hombre de pelo negro se había ido, pero no le importó. A ese ya
viernes, de aquí en adelante, será mi invitado. lo había descartado. El mozo, antes de volver a la cocina, le llevó el capuchino
—¿Alguien parecido a su exsocio en el salón? al detective.
—Nadie, detective. No creo que esté aquí. No se arriesgaría a que lo —Me gustaría probar lo que pidió ese señor —le dijo al camarero señalando
reconociera. al calvo.
—Vaya a hacer sus cosas —dijo Ninurta—. Déjeme atar cabos. Tal vez me —¿Le hago marchar una sopa de letras, entonces? ¿Me llevo el capuchino?
ayude un capuchino. El detective se quedó pensativo. Luego le dijo al mozo:
Había otros cuatro comensales en el restaurante. El detective se —Olvídese de la sopa, deje el capuchino y dígale a Giuseppe que venga.
levantó como para ir al baño, pero en realidad buscaba observarlos de cerca. El chef estuvo sentado frente a él en menos de lo que se hace un huevo frito.
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—Caso resuelto —anunció Ninurta mientras revolvía el café—. A partir de los —Señor, lo lamento... en Mondo Maringolo me ofrecieron ser jefe de mozos, y
datos que poseo, solo su cocinera pudo haber entrado en contacto con la a Dalma cocinera estrella y posible jurado en Masterchef... ¡y vacaciones
fórmula secreta. Pero como ella no conoce la combinación de la caja fuerte, pagas en Venezia para ambos!
otra persona, fuera de la cocina, tuvo que facilitársela. ¿Qué le parece a través —Es un complot, estimado chef —anunció Ninurta—. Estos jóvenes que la
de una nota? juegan de parejita enamorada eran los encargados de llevarse la receta, pues
—Me daría cuenta, detective. son cocineros de su exsocio.
—¿Y si esa nota no estuviera escrita en un papel, sino en una sopa? —¿Cómo? —Giuseppe estaba colorado de la bronca.
—¿En una qué? —Solo a críticos gastronómicos o a profesionales de la cocina se les ocurriría
—En una sopa... de letras. Escuche: el plan es ingenioso, pero no puede reemplazar las clásicas papas fritas que acompañan el filete por unas batatas
escapar a mi talento. Aparte de usted, los únicos que conocen la nueva glaseadas... Y usted, señor empleado de la compañía de seguros, no se vaya
combinación son los de la compañía de seguros. Entonces, uno de los —le dijo el detective al hombre calvo que acababa de ponerse de pie—. Su
empleados de la compañía, en complicidad con Cosme, se presentó en su aparatoso reloj de “Seguros Fafanda” lo delató. “Sandro Fuchile” es el nombre
restaurante como un comensal más, pidió una sopa de letras, tomó un poco de un cantante de ópera.
de caldo para que los fideos no flotaran a la deriva y, valiéndose de la cuchara, El detective fue hasta su mesa y tomó de un sorbo el capuchino. Luego
los acomodó de manera tal que reflejasen la clave de la caja fuerte. ¿Me sigue? concluyó:
—Sí, sí. —Tres cocineros, un mozo y un empleado de seguros organizados por el tal
—Muy bien. Luego denunció un pelo intruso, el mozo llevó la sopa a la cocina Cosme para robarle una receta. Debe sentirse orgulloso, Giuseppe: pocas
para cambiarla, la cocinera, también en complicidad con Cosme, leyó la clave salsas despiertan semejante manía. Hasta el viernes que viene.
en el caldo, abrió la caja fuerte y robó la receta. ¡Clarísimo! Y por única vez, no dejó propina.
Mientras hablaban, el mozo dejaba junto a la pareja la libretita con la
cuenta. El detective se levantó de inmediato, fue hasta aquella mesa y
sorpresivamente anunció:
—Momentito, hoy invito yo.
Entonces tomó la libretita, la abrió y sacó de su interior un papel.
—Pero, no puedo pagar —comentó, irónico, mirando el papel—, porque esto,
más que de cuenta, tiene aspecto de... ¡receta secreta!
—¡Eberardo! —interpeló Giussepe al mozo.
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EL RETRATO ROBADO de Eduardo Abel Gimenez El cuadro robado era un retrato en carbonilla sobre papel, hecho por
un artista del siglo diecinueve. Representaba a Edgar Allan Poe, el escritor
al que en mi profesión admiramos, pero fingimos desdeñar, porque es quien
La señora entró sin golpear,
inventó el relato de detectives.
vio que yo me metía un dedo en la
Una vez que estuvimos en el living de mi clienta, desde paredes
nariz, se tapó la boca con la mano,
enormes me contemplaron próceres con bigote, damiselas en corceles
horrorizada, y volvió a salir. Esta vez
blancos y frutas al óleo. En medio, un pequeño hueco en el que se distinguía
golpeó. Así van aprendiendo.
la forma de un cuadro ausente.
Un minuto después estaba sentada al
El ladrón había descolgado el retrato, había desarmado el marco y
otro lado de mi escritorio.
se había llevado el papel. Los restos del marco y el vidrio intacto estaban en
Me mantuve callado. Siempre dejo
el piso.
que mis clientes hablen primero.
Mi clienta se balanceaba de atrás para adelante, con impaciencia.
—Me robaron —dijo al fin, con el tono
—¿No va a investigar? —reclamó.
de que seguramente yo podría haber
La miré como si estuviera considerando una respuesta, pero no se la di.
hecho algo para evitarlo.
—¿Hay alguien más en la casa? —pregunté en cambio.
Asentí con la cabeza.
—Mis hijos.
—Uno de mis cuadros más valiosos —agregó. Se dio cuenta enseguida de
Alcé las cejas, incliné la cabeza y moví una mano en el gesto universal de
que esa afirmación bien podía aumentar mis honorarios, así que quiso
“primero usted”, señalando al interior de la casa.
enmendarla—: Valor emotivo, claro.
—¿Es necesario? —quiso saber.
Me lo dejó mi abuelo.
Asentí.
Respondí con elocuencia:
Cada hijo tenía su habitación. Andaban entre los diez y los catorce
—Ajá.
años, día más, día menos. Por suerte, todos estaban en casa y cada uno se
La mujer se echó hacia atrás en la silla.
ocupaba de sus asuntos.
—Usted es detective, ¿no? Quiero que recupere mi cuadro.
La madre abrió la puerta de Claudio, el mayor. Salió un vaho de notas
Abrí el cajón, saqué una copia de mi tarifario, la puse delante de los
electrónicas, que provenían de un amontonamiento de aparatos negros con
ojos de la señora y señalé una línea en la que cierto número brillaba en tinta
botones.
roja. La señora parpadeó varias veces, pero acabó haciendo que sí con la
—¿Te acordaste del nuevo sintetizador? —preguntó Claudio en cuanto vio a
cabeza.
su madre.
Pronto caminábamos juntos hacia su casa.
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—Todavía no, querido —dijo ella—. Más tarde hablamos. Sorprendida, la señora me siguió hasta que estuvimos de nuevo
Ahogó las protestas tras la puerta cerrada. instalados a ambos lados de mi escritorio.
En la habitación siguiente estaba Cristal, la única hija mujer.Se movía —Dígame, dígame —exclamó.
entre pilas de libros, con una tablet en la mano. Buscaba algo. Hablo poco porque me reservo para el momento dorado de una
—No me trajiste la enciclopedia —le recriminó a la madre. investigación, que es cuando explico mis observaciones y la conclusión final.
—No, mi amor —dijo ella—. Mañana sin falta. Así, fue con placer y cuidando el detalle que le describí a mi clienta
Cerró la puerta rápido, para evitar que un libro de tapas duras, que cómo la pasión por algo puede hacer que uno deje de lado la prudencia y
voló repentinamente hacia nosotros, diera en el blanco. cometa actos que, para los demás, llegan a resultar delictivos. Cómo las
El hijo menor, Ciro, tenía un escritorio cubierto de pequeñas formas necesidades de los hijos son tan importantes como las de uno, a veces más,
blancas, que se habían propagado al piso y del piso a la cama. Eran origamis, y lo terrible que es desatenderlas. Y por último, cómo un papel de hace casi
figuras de papel plegado. dos siglos, aunque enmarcado y detrás de un vidrio, pudo envejecer y
—¿Me trajiste papel? —preguntó Ciro. ponerse amarillo, hasta destacar aún más la textura diferente propia de su
—Ay, tesoro —dijo mi clienta—, tengo tanto en que pensar. época.
Ciro nos dio la espalda, tal vez para ocultar la tristeza. —Vaya a recuperar su valioso retrato —dije—. Está a la vista, disfrazado de
Al final de un largo pasillo estaba la habitación de Cristóbal, el último. grulla. Lo reconocerá entre los otros papeles por el color y la textura, como
Cristóbal, sentado frente a su escritorio, movió un libro para esconder algo le expliqué. Unos pliegues no le habrán hecho mayor daño.
que estaba mirando y se dio vuelta para enfrentarnos. La habitación estaba Esta vez era la mujer quien había enmudecido.
prácticamente vacía. Nada en las paredes, nada en el placard entreabierto. —Pero no lo rete a Ciro —continué—. Estaba sin materia prima para sus
—Quería saber si necesitabas algo —dijo la madre. origamis, y usted no hacía nada para resolver el problema. Le propongo algo
Cristóbal negó con la cabeza. No dijo palabra. mucho mejor que retarlo —agregué. Saqué del cajón lo necesario para
—Te dejo en paz, entonces. terminar con el caso como correspondía y lo deposité frente a ella.
Cerró la puerta. Volvimos al living. De haber tenido ganas de hablar, Poco después yo caminaba rumbo al banco, con un cheque fresco y
le habría dicho lo raro que era que no me presentara a sus hijos, y que gordo en el bolsillo. Mi clienta, por su parte, regresaba a su casa cargada con
ninguno de ellos preguntara quién era yo. una resma de papel carta de ochenta gramos.
—No veo para qué perdimos este tiempo precioso —se quejó—, en vez de...
Dejó que la frase muriera en un suspiro. Fui al grano:
—Caso resuelto. Le explicaré en mi oficina. No olvide la chequera.
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LA PIEZA AUSENTE de Pablo De Santis —Sabemos que Fabbri tenía enemigos —dijo Lainez—. Coleccionistas
resentidos, como Santandrea, varios contrabandistas de rompecabezas, hasta
Comencé a coleccionar un ingeniero loco, constructor de juguetes, con el que se peleó una vez.
quinceaños. Hoy no hay nadie en esta —También está Montaldo, el vicedirector del Museo, dispuesto a ascender a
ciudad –dicen–más hábil que yo para toda costa. ¿Relaciona a alguno de ellos con esa pieza?
Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolás Fabbri, adiviné —¿Ve la B mayúscula, de Biblioteca? Pensamos que podía ser una señal.
que pronto me llamarían a declarar. Fabbri era director del Museo del Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenía una buena coartada.
Rompecabezas. Tuve razón: a las doce de la noche la llamada de un policía También combinamos las letras de La Piedad buscando anagramas. Fue inútil.
me citó al amanecer en las puertas del Museo. Por eso pensé en usted.
Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente, mientras Le devolví la pieza y miré el rompecabezas: muchas veces había
decía su nombre en voz baja –Lainez– como si pronunciara una mala palabra. sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero por primera vez sentí el
Le pregunté por la causa de la muerte. peso de todas las horas inútiles. El gigantesco juego era un monstruoso espejo
—Veneno —dijo entre dientes. en el que ahora me obligaban a reflejarme. Solo los hombres incompletos
Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas podíamos entregarnos a aquella locura. Encontré (sin buscarla, sin
que representa el plano de la ciudad, con dibujos de edificios y monumentos. interesarme) la solución.
Mil veces había visto ese rompecabezas: nunca dejaba de maravillarme. Era —Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas.
tan complicado que parecía siempre nuevo, como si, a medida que la ciudad Jugamos en realidad con huecos, con espacios vacíos. No se preocupe por
cambiaba, manos secretas alteraran sus innumerables fragmentos. Noté que las inscripciones en la pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del hueco.
faltaba una pieza. Lainez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: la silueta del hueco
dado, y al final apareció la pieza. Me la tendió. Montaldo fue arrestado de inmediato. En su casa encontraron restos
—Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas. Antes de morir del veneno que había usado para matar a Fabbri.
arrancó esta pieza. Pensamos que quiso dejarnos una señal. Desde entonces, cada mes me envía por correo un pequeño
Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca, sobre rompecabezas que fabrica en la prisión. Siempre descubro, al terminar de
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armarlo, la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la inicial de mi detrás del nuestro…, y cuando llegamos, el cochero abrió la puerta…y no
nombre. estaba.
-El mejor razonador de Gran Bretaña- confirmé yo. Ella le contestaba cada tres o cuatro días.
María no sabía dónde vivía su novio: las cartas iban siempre a una casilla
- No le haga caso, es el Dr. Watson y es quien mejor habla de mí. Pero más
de correo.
allá de falsas modestias, digamos que resolví varios casos importantes. ¿Qué
necesita? Cuando Sherlock le pidió una descripción de Ángel, la joven sacó un aviso
en el que pedía, noticias de él, en el diario del sábado pasado.
-Señor Holmes, se trata de una desaparición misteriosa: mi novio desapareció
el día del casamiento, justo antes de que empezara la ceremonia. No se apure -Déjeme alguna de las cartas que Ángel le escribía y el aviso del diario.
a pensar cosas equivocadas, como mi madre. No había ningún motivo para
- Aquí tiene, señor Holmes. Gracias.
que me abandonara. Él estaba más decidido que yo a casarse. Además, pasó
a buscarme minutos antes; lo vi subir a su carruaje, donde viajó hasta la iglesia
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Yo me quedé releyendo lo que había registrado. Nada me indicaba -Sí, pero, ¿por qué el hermano?
dónde podía encontrar a Ángel. Mientras Sherlock seguía pensando y fumando
- ¿Quién otro podría tener un motivo para semejante broma, con desaparición
su pipa, leí la descripción del novio publicada en el diario:
incluida?
[…] de 1,86 de estatura, bigote recto y rubio, anteojos oscuros, callado y
-No sé, Sherlock.
atento, sufre una permanente debilidad en la voz […]
-El señor Suth no quiere socios en el negocio que heredó del padre. El
En estos datos me había detenido cuando Holmes dijo:
casamiento de su hermana lo obligaría a compartir las ganancias con un
-Ya está, Watson. Por el momento, encargaré vino por carta al hermano de desconocido. Para evitarlo, pensó un desengaño con final abierto. Difícil de
María. Dos días después, Holmes leía la carta que le habían enviado del reponerse. María nunca sabrá si Ángel volverá. Por lo que dice en las cartas,
negocio del señor Suth. cualquier mujer de Londres lo esperaría por muchos años…Hoy tendremos a
ese sinvergüenza aquí, Watson. En una hora…
-El hermano de la señorita Suth vendrá hoy, Watson.
Sherlock me dio la carta del negocio de vinos, y una de las que Ángel
había enviado a su novia; pero no esperó a que dijera nada. EL CARBUNCLO AZUL de Sir Arthur Conan Doyle
-Por eso era tan callado, para que María no lo reconociera. Como era habitual, lo encontré
sentado en su sofá, con la pipa en la
- Veremos, hoy, si el bigote es postizo.
mano y rodeado de un montón de periódicos
-Y los lentes oscuros… que, evidentemente, acababa de estudiar. Lo
-Elemental mi querido Watson. único fuera de lo común era un viejo sombrero, que descansaba sobre una
silla. La lupa junto a él demostraba que había sido analizado por Holmes.
-Y por eso no quería verla, simulaba largos viajes…
–No, no. Él lo encontró. No conocemos a su dueño. Pero no lo mire como a un –Mire bien, Watson. Se pueden hacer varias deducciones. Salta a la vista que
sombrerucho cualquiera, porque tiene mucho para decirnos. Llegó aquí hace el dueño es un hombre inteligente y que hace unos tres años era bastante rico,
tres días y en compañía de un ganso que ahora deben estar asando en la pero ahora atraviesa momentos difíciles. Esto podría significar que, tal vez, se
cocina de Peterson. ¿De dónde los sacó él? Estos son los hechos: esa haya dedicado a la bebida. Lo que también explicaría el hecho evidente de que
mañana, Peterson caminaba hacia su casa. Un hombre alto iba delante de él, su mujer ya no lo ama.
con un ganso bajo el brazo. Hasta que, en una esquina, un grupo de maleantes
–¡Pero Holmes, por favor, usted se burla de mí!
lo atacó. El desconocido quiso defenderse y, al levantar su bastón, rompió la
vidriera de un negocio. Peterson corrió a ayudarlo. Pero cuando el hombre lo –Es un hombre que sale poco, está en mal estado físico, su pelo es gris y se
vio acercarse con su uniforme, como había roto la vidriera, se asustó, dejó caer lo cortó recientemente –continuó, sin hacerles caso a mis protestas.
el ganso, perdió el sombrero y se fue. Los matones también huyeron y
–Confieso que soy incapaz de seguirlo. ¿De dónde saca que el hombre es
Peterson se quedó con el botín de guerra: este viejo sombrero y un excelente
inteligente? Holmes se puso el sombrero. Le cubría completamente la frente,
ganso de Navidad.
hasta la nariz.
–¿Por qué no se los devolvió a su dueño? –quise saber.
–Cuestión de capacidad –dijo, sonriendo–. Un hombre con una cabeza tan
–Ahí está el problema, mi querido amigo. Si bien el ganso tenía atada a una grande tiene que tener algo adentro.
pata una tarjetita que decía «Para la señora de Henry Baker», en esta ciudad
–¿Y lo de que era rico y ahora es pobre?
hay cientos de Henry Baker. ¿A cuál le devolvería sus propiedades perdidas?
–El sombrero es de muy buena calidad. Y tiene tres años, porque en esa época
–¿Y qué hizo Peterson? –pregunté, intrigado por el misterio.
se puso de moda este modelo. Si compró un sombrero tan caro hace tres años
–Me trajo el sombrero y el ganso, porque él sabe que me interesan hasta los y, desde entonces, no pudo comprarotro, es indudable que ahora es más pobre.
problemas más insignificantes. Le dije que se llevara el animal, para que
–Desde luego, un razonamiento admirable.
cumpla el destino final de todo ganso. Y acá está el sombrero.
–Su edad, el color y el corte del pelo se notan examinando con atención el
–¿Tiene pistas de la identidad de su propietario?
forro. La lupa muestra unas puntas de cabello gris, cortadas por la tijera del
peluquero. Esto no es polvo de la calle, sino pelusa, lo que demuestra que
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estuvo colgado en su casa un buen tiempo. Y las manchas de sudor prueban de Morcar, conocida como “el carbunclo azul”. James Ryder, jefe de personal
que el propietario transpira mucho y, por lo tanto, no debe tener un buen estado del hotel, declaró que el día del robo llevó a Horner a la habitación de la
físico. condesa y lo dejó arreglando la chimenea. Cuando regresó, Horner había des-
aparecido y el alhajero, donde se guardaba la joya, estaba vacío. Por la noche,
–¿Y lo de la mujer...? Usted dice que ya no lo ama.
la Policía detuvo a Horner, quien declaró su inocencia enérgicamente. La
–Nadie cepilló este sombrero en semanas. Cuando su esposa, querido piedra no estaba en su poder, pero, como había tenido una condena anterior
Watson, lo deje salir en semejante estado, también sospecharé que perdió su por robo, el juez envió el caso a un tribunal superior». Esto es lo que informa
cariño. la Policía –dijo Holmes, pensativo–. Ahora, hay que descubrir la relación entre
un alhajero asaltado y el buche de un ganso. Aquí está la piedra. La piedra
–Podría ser soltero.
vino del ganso, y el ganso vino de Henry Baker, el caballero del sombrero viejo
–No, el ganso era para su mujer. Recuerde la tarjeta atada a la pata. y las demás características que le comenté. Así que debemos localizarlo y ver
qué papel tiene en este misterio.
–Es muy ingenioso –dije, riendo, cuando Peterson, que entraba de golpe en la
habitación, me interrumpió. Empezaremos por lo más sencillo: pondremos un anuncio en los periódicos.
–¡El ganso, señor Holmes! ¡El ganso! –repetía el cartero, agitado. –¿Qué va a decir el anuncio? –quise saber.
–¿Qué pasa con él? ¿Revivió y salió volando por la ventana? –bromeó Holmes. –Deme lápiz y papel. Vamos a ver: «Encontramos un ganso y un sombrero
negro. El señor Henry Baker puede recuperarlos esta tarde, en el 221 B de
–¡Mire, señor! ¡Vea lo que encontró mi mujer en el buche! –respondió, mientras
Baker Street». Aquí tiene, Peterson, corra a la agencia y que publiquen este
mostraba una piedra azul, más pequeña que un poroto, pero brillantísima.
anuncio. Y de vuelta, compre un ganso, porque al de este caballero se lo está
–¡Peterson, a eso yo lo llamo encontrar un tesoro! ¿Sabe lo que tiene en la comiendo su familia.
mano?
Cuando el cartero se marchó, Holmes levantó la piedra y la miró al trasluz.
–¡Un diamante, señor Holmes! ¡Una piedra preciosa!
–¡Qué maravilla! –dijo–. Es rara. Tiene las características del carbunclo, pero
–¡¿No es el carbunclo azul que le robaron a la condesa de Morcar?! –exclamé es azul, en lugar de roja. La guardaré en mi caja fuerte y le avisaré a la
yo–. Si no recuerdo mal, desapareció en el hotel Cosmopolitan. condesa.
–Exactamente hace cinco días –precisó Holmes–. Por aquí tengo la noticia del –¿Usted cree que el plomero Horner es inocente? –le pregunté,
Times –agregó. Y, tomando el diario, leyó–: «Robo en el hotel Cosmopolitan. desconcertado.
John Horner, plomero, fue acusado de sustraer la valiosa joya de la condesa
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–No lo puedo saber. –Los restos de mi difunto amigo solo me servirían como recuerdo de la
aventura. No, señor, gracias. Con su permiso, solo me llevaré el ganso que
–¿Y cree que Henry Baker tiene algo que ver con el asunto?
está sobre el aparador.
–Me parece más probable que Henry Baker ignorara el valor del ave. Pero si
Sherlock Holmes me lanzó una mirada de reojo y agregó, como al descuido:
responde a nuestro anuncio, lo comprobaremos con un sencillo engaño.
–Pues ya tiene su sombrero y su nuevo ganso. ¿Podría decirme dónde compró
A media tarde, un hombre tocó a la puerta del 221 B de Baker Street.
el otro?
–El señor Henry Baker, supongo –dijo Holmes, saludando al visitante–. Por
–Desde luego –afirmó Baker–. Soy socio del Club del Ganso, que pertenece al
favor, siéntese. Baker era un hombre corpulento, de cabeza voluminosa, rostro
dueño del bar Alpha, el señor Windigate. Pagando unas monedas por semana,
inteligente y cabello gris.
recibimos un ganso para Navidad. Así conseguí el mío y el resto, ya lo conoce.
La nariz y las mejillas un poco rojas, y cierto temblor en las manos me
Después, nos dedicó una solemne reverencia y se fue.
recordaron la suposición de Holmes sobre sus hábitos. Su chaqueta estaba
gastada. –Con esto, Henry Baker queda fuera de sospecha. Es indudable que no sabe
nada del asunto. Si no tiene algún paciente que atender, Watson, lo invito a
–¿Este es su sombrero? –lo interrogó mi amigo.
que sigamos la nueva pista, mientras está fresca.
–Sí, señor, sin duda es mi sombrero.
Accedí con gusto y salimos. Después de un cuarto de hora de caminata,
–Claro. A propósito del ave..., nos la comimos –comentó Holmes, como al entramos en el bar Alpha y Holmes le pidió dos vasos de cerveza al dueño.
pasar.
–Si su cerveza es tan buena como sus gansos, debe ser excelente –le
–¡Se la comieron! –exclamó Baker, abatido. comentó.
–Sí. Pero supongo que este otro ganso también le servirá –respondió Holmes, –¡¿Mis gansos?! –El hombre parecía sorprendido.
señalando el aparador, mientras observaba atentamente al visitante.
–Sí. Eso me dijo Henry Baker, que es miembro de su Club del Ganso.
–¡Oh, desde luego, desde luego! –dijo el señor Baker y suspiró, aliviado.
–¡Ah, ya comprendo! Pero los gansos no son míos. Los compré en Covent
–Además, tenemos las plumas, las patas y el buche del otro ganso, así que si Garden.
los quiere... El hombre se echó a reír y reconoció:
–¿De verdad? ¿En el mercado de Covent Garden? ¿Y a quién?
–A un tal Breckinridge.
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–Vamos a ver al señor Breckinridge –me dijo Holmes un minuto después, –¡Me pongo como quiero! ¡Con tanta gente molestando con las mismas
mientras se abotonaba el gabán y salíamos a la calle–. Y recuerde, Watson, preguntas! ¿A qué viene tanto «¿Dónde están los gansos?» y «¿A quién le
que hay un hombre que seguirá en la cárcel si no demostramos su inocencia. vendió los gansos?». Por el alboroto que se armó, cualquiera diría que no hay
También podríamos descubrir que es culpable. De todos modos, tenemos otros gansos en el mundo.
pistas que la Policía no vio y que una increíble casualidad puso en nuestras
–Yo no tengo nada que ver con los que le preguntaron antes –dijo Holmes, con
manos. Sigámoslas.
indiferencia–. Si no me quiere responder, no importa. Solo que aposté cinco
En el mercado de Covent Garden, vimos el cartel de Breckinridge, frente a uno libras a que el ave que me comí era de campo.
de los puestos. Su dueño, un hombre enorme, de cara astuta y patillas finas,
–Entonces perdió sus cinco libras, porque todos los gansos que le vendí al
estaba cerrando su negocio.
Alpha eran de Londres –lo cortó el vendedor.
–Buenas noches, ¡y fresquitas! –saludó Holmes.
–No le creo.
El vendedor asintió y le dirigió una mirada curiosa.
–¿Quiere apostar?
–El dueño del Alpha me recomendó sus gansos –continuó, señalando los
–Claro que sí. Le apuesto diez libras, para que aprenda a no ser tan terco –lo
estantes.
desafió Holmes. El vendedor se rió por lo bajo, sacó un librito con tapas
–Ah, sí. Compró dos docenas. grasientas y dijo:
–Y de muy buena calidad. ¿De dónde los sacó usted? –Ahora, señor Sabelotodo, ¿ve este librito? Es la lista de mis proveedores. En
esta página están los del campo y, en esta otra, los de la ciudad. Y al lado de
Ante mi sorpresa, la pregunta de Holmes provocó un estallido de furia en el
cada uno, figura a quién le vendí los gansos y en qué fecha. Lea el tercer
vendedor.
nombre.
–Oiga, señor –dijo con la cabeza en alto y los brazos en la cintura–, ¿a dónde
–Señora Oakshott, calle Brixton 117, 22 de diciembre –leyó Holmes.
quiere llegar?
–Exacto. Ahí lo tiene. ¿Qué dice a continuación?
¡¿Qué pasa con los gansos?! Me gustan las cosas claras.
–Vendidos al señor Windigate, del Alpha.
–Fui bastante claro –se quejó Holmes–. Me gustaría saber quién le vendió los
gansos que llevó al Alpha. Y no sé por qué se pone así por una tontería Sherlock Holmes parecía disgustado. Arrojó las diez libras sobre el mostrador
y nos fuimos. A los pocos metros se echó a reír de aquel modo silencioso,
característico en él.
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–Watson, si ve un hombre con patillas finas, seguro que le podrá sonsacar algo –¡Señor, usted es el hombre que necesito! –exclamó el hombrecito–. No sé
mediante una apuesta –me advirtió–. Bien, creo que estamos cerca de resolver cómo explicarle este asunto.
el enigma. Decidamos si visitaremos a esa señora Oakshott ahora o lo
–Lo mejor sería hablar en un lugar cómodo –sugirió mi amigo, mientras hacía
dejaremos para mañana. Por lo que dijo ese hombre tan malhumorado, hay
señas a un coche que pasaba–. Pero antes, dígame a quién tengo el placer de
otras personas interesadas en el asunto, así que yo creo...
ayudar.
Un griterío procedente del mercado lo interrumpió. Era Breckinridge, el
–Me llamo John Robinson –respondió el desconocido, con cierto temor.
vendedor de gansos, quien agitaba sus puños hacia la figura encogida de un
hombre y amenazaba: –No, no, su nombre verdadero –pidió Holmes, en tono amable, y las pálidas
mejillas del hombre se ruborizaron.
–¡Ya estoy harto de ustedes y sus gansos! ¡Váyanse todos al diablo! Si vuelven
a fastidiarme con sus tonterías, les soltaré el perro. –Está bien, mi verdadero nombre es James Ryder.
–Es que uno de ellos era mío –gimió el hombrecito. –Ah, el jefe de personal del hotel Cosmopolitan. Por favor, acompáñenos.
–¡¿Y a mí qué me importa?! ¡Largo de aquí! –le gritó, mientras se le acercaba Ryder no dijo una palabra en todo el viaje. Pero su respiración agitada y el
con gesto feroz y el preguntón salía corriendo. modo como se restregaba las manos demostraban sus nervios.
–Ajá, qué interesante. Veamos qué podemos sacarle a ese tipo –susurró –Parece que tiene frío, señor Ryder –dijo Holmes alegremente, cuando
Holmes. Mi compañero no tardó en alcanzar al hombrecito y le tocó el hombro. entramos en la sala de Baker Street–. Por favor, siéntese junto a la chimenea.
¿Así que quiere saber qué fue del ganso? Porque me parece que le interesa
–¿Qué quiere? –preguntó aquel individuo, con voz temblorosa. Estaba pálido.
uno en especial, blanco, con una franja negra en la cola.
–Perdone –respondió Holmes en tono suave–, pero oí lo que le decía al
–¡Oh, ¿usted puede decirme dónde está?!
vendedor de gansos y creo que yo podría ayudarlo.
–Aquí.
–¿Usted? ¿Quién es usted? ¿Y cómo podría saber algo de este asunto?
–¿Aquí? –repitió nuestro visitante, emocionado.
–Me llamo Sherlock Holmes y mi trabajo consiste en saber lo que otros no
saben. Usted está buscando unos gansos que la señora Oakshott le vendió a –Sí, y no me extraña que le interese tanto, pues resultó ser un ave de lo más
Breckinridge y que este, a su vez, le vendió al señor Windigate, del bar Alpha, notable. Fíjese que, después de muerta, puso un huevo..., un huevo azul,
y este, a Henry Baker. pequeño y brillante. –Holmes abrió su caja fuerte, le mostró el carbunclo azul
y dijo, muy tranquilo–: Se acabó el juego, Ryder. Usted conocía la existencia
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de la famosa piedra y quién era su propietaria. Entonces, quiso hacerse rico –¡Tenga compasión! ¡Piense en mi familia! Jamás había hecho nada malo
de golpe. Sabía que Horner, el pobre plomero, hace un tiempo había estado antes y no lo volveré a hacer. ¡Lo juro! ¡No me denuncie! ¡Por favor, no lo haga!
complicado en un robo, y que eso lo convertiría en el principal sospechoso. Así
–¡Siéntese! –dijo Holmes, rudamente–. Ahora suplica, pero antes no pensó en
que descompuso la estufa del cuarto de la condesa, para poder llamar a
el pobre Horner, preso por un delito que no cometió.
Horner. Y cuando él terminó su trabajo y se fue, robó la piedra, dio la alarma y
lo hizo detener. Como ve, tengo casi todas las pruebas y solo falta aclarar algo, –Me iré del país, señor Holmes. No declararé y tendrán que retirar los cargos
para que el caso quede resuelto. Díganos cómo llegó la piedra al buche del contra él.
ganso y cómo llegó el ganso al mercado. La verdad es lo único que puede
Lloraba, con la cara oculta entre las manos. Se produjo un largo silencio. Por
salvarlo.
fin, mi amigo se levantó y abrió la puerta.
–Le contaré lo que sucedió, señor. Apenas detuvieron a Horner, quise
–¡Váyase! –le dijo–. Ni una palabra más. ¡Fuera de aquí!
esconder la piedra, pero en el hotel no había un lugar seguro. Salí con una
excusa y fui a casa de mi hermana, que cría gansos para vender. Estaba en el El hombre agradeció, corrió por las escaleras y dio un portazo al salir a la calle.
patio, pensando qué me convenía hacer, mientras los gansos correteaban
–Después de todo, Watson –reflexionó Holmes, mientras encendía su pipa–,
entre mis pies. Entonces se me ocurrió una idea. Elegí uno, gordo, blanco y
la Policía no me paga para que haga lo que ellos no saben hacer. Este
con una franja en la cola, lo sujeté, le abrí el pico y le hice tragar la piedra. Pero
individuo no declarará contra Horner, así que no condenarán al plomero por el
el animal forcejeaba y aleteaba, y al final se me escapó y regresó junto a sus
robo. Supongo que estoy encubriendo a un delincuente, pero este tipo no
compañeros. Entonces le pedí a mi hermana que me regalara uno, atrapé al
volverá a delinquir. Está demasiado asustado. Y en la cárcel no mejoraría.
de la franja negra en la cola y me lo llevé a casa. Allí lo maté. Pero cuando vi
Además, la Navidad es época de perdonar. La casualidad puso en nuestro
que en el buche no estaba la piedra, comprendí que había cometido una
camino un curioso problema y su solución es recompensa suficiente. Si tiene
terrible equivocación. Entonces, volví a la casa de mi hermana, pero en el patio
la amabilidad de tirar de la campanilla, doctor Watson, iniciaremos otra
no quedaba ni un ganso. “¿Había dos con una raya en la cola, como el que yo
investigación, cuyo tema principal también será un ave de corral.
me llevé?”, le pregunté. “Sí, había otro con la misma raya. Se lo vendí a
Breckinridge, de Covent Garden”, me respondió ella. Inmediatamente fui a
buscar a Breckinridge, pero él se negó a decirme quién le había comprado los
gansos. Y ahora..., ahora soy un ladrón, sin haber tocado la riqueza.
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