Las Guerras de Carlos III - Agustin Alcazar Segura

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AGUSTÍN ALCÁZAR SEGURA

GB. INF. DEM

LAS GUERRAS
DE CARLOS III

MADRID
SEPTIEMBRE 2008
A mi mujer, que cumple con creces lo que prometimos hace 48 años: en la
salud y en la enfermedad.
INDICE

INTRODUCCIÓN GENERAL
CAPÍTULO 1 LAS FUERZAS ARMADAS
CAPÍTULO 2 PRIMERA GUERRA DEL III PACTO DE FAMILIA
CAPÍTULO 3 CONFLICTO DE LAS MALVINAS
CAPÍTULO 4 SEGUNDA GUERRA DEL III PACTO DE FAMILIA (1779
-1783)[71]
CAPÍTULO 5 LA CAMPAÑA DE GIBRALTAR
CAPÍTULO 6 CONQUISTA DE PENSACOLA
CAPÍTULO 7 RECONQUISTA DE MENORCA
CAPÍTULO 8 CAMPAÑAS EN EL NORTE DE ÁFRICA
CAPÍTULO 9 CONFLICTOS EN LAS COLONIAS AMERICANAS
CONSIDERACIONES FINALES
ANEXO
TRATADO DE UTRECHT
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN GENERAL

Consideraciones Generales
Cuando Carlos III accedió al trono español, el país había disfrutado de
un período de paz con sus vecinos europeos. Conseguidas algunas de las
metas italianas, y comprobado el irrealismo que significaba seguir
aspirando a ganar la hegemonía dentro del continente, España había
admitido en Aquisgrán[1] (1748) la necesidad de aceptar un sistema de
equilibrios entre las potencias europeas. La asunción de esta realidad
continental fue beneficiosa para los españoles, pues había facilitado a
Fernando VI la apertura de una etapa de neutralidad que iba a permitir la
recuperación de una parte de las fuerzas interiores. Una política de paz y
crecimiento que corrió de la mano de políticos reformistas como Ensenada
y de hábiles diplomáticos como Carvajal.
La primera intención de Carlos fue la de continuar con esta política; sin
embargo, las cosas no iban a depender de su mero deseo. El contexto
europeo de su reinado en nada favoreció sus explícitas aspiraciones de
tranquilidad. En nada colaboraron en favor de la paz el progresivo
desmantelamiento del Imperio otomano, el fortalecimiento de Rusia y las
tensiones interalemanas provocadas por el ascenso de Prusia, rival cada vez
más capacitado frente al viejo Imperio austríaco. Y todavía ayudaron
menos, los diversos contenciosos que España mantenía con el manifiesto
expansionismo mercantil de Gran Bretaña.
En los catorce años que median entre los dos grandes conflictos con
Gran Bretaña, entre los años 1774-1775, el Norte de África adquirió un
cierto protagonismo al tener que soportar la agresión de las tropas
marroquíes a nuestras plazas y peñones, al tiempo que se llevó a cabo una
inusitada expedición contra Argel, con el mismo resultado infructuoso que
se obtuvieron en ocasiones anteriores.
El mundo mediterráneo no fue olvidado por la política exterior
Carolina. En el caso de Italia, el Tratado de Aquisgrán de 1748 vino a
representar una larga temporada de estabilidad que permitió a los diversos
países dedicarse a mejorar su situación interior. Eso facilitó las cosas al
monarca español, cuya principal preocupación fue que se mantuviera
inalterada la situación existente. Por eso adoptaría durante todo su reinado
una actitud protectora de sus queridas tierras napolitanas, así como de los
ducados de Parma y Piacenza, gobernados todos ellos por Borbones. Una
protección ejercida con un claro sentido preventivo para disuadir a las
Cortes de Viena y Turín de cualquier veleidad en asuntos transalpinos[2].
Finalmente, en nuestro imperio colonial americano se producen una
serie de conflictos, fundamentalmente de carácter económico y social, que
sembrarán la semilla para que en la centuria siguiente se produzca el
movimiento emancipador de las mismas. A excepción del levantamiento de
Tupac Amaru (1780-1781), los restantes no dieron lugar a grandes
enfrentamientos de tropas, si bien se traen aquí como muestra de una
situación conflictiva a la que tuvo que hacer frente la corona, precisamente
en un momento en el que simultáneamente se enfrentaba a Inglaterra en
Pensacola, Gibraltar y Menorca.
En definitiva, la política exterior carolina tuvo siempre como norte
principal de su actuación el mantener intacta la Monarquía, con especial
atención por el tesoro americano, verdadero baluarte para la economía de la
metrópoli y al que desde el inicio del reinado se trató de preservar ante las
demás potencias europeas, sobre todo frente al pujante Imperio británico.
Esa necesidad primordial y el hecho de que la dinastía hermana francesa
estuviera en idénticas condiciones frente a los ingleses, propició la alianza
estructural de la España carolina con el vecino país. Y esa necesidad fue
también la que le llevó a Carlos a romper lo que resultaba su deseo más
preciado: mantener la paz con el exterior al objeto de invertir todos sus
desvelos en el progreso del interior peninsular. Sin embargo, en el tablero
de ajedrez internacional las colonias españolas eran una pieza muy
codiciada que debían ser defendidas con uñas y dientes. La economía
española no podía permitirse su pérdida y un monarca absoluto como
Carlos tampoco. Ya lo dijo al principio de su reinado: nada quiero, pero que
nada me quiten. Y para que nada le quitaran no dudó en obtener los
recursos necesarios para hacer la guerra.
Conflictos con Gran Bretaña
En efecto, la política exterior en tiempos de Carlos III estuvo presidida
siempre por una permanente pugna con Inglaterra. A veces mediante la
diplomacia y en otras ocasiones con las armas en la mano, españoles e
ingleses dirimieron en los años centrales del siglo un duro enfrentamiento.
Los motivos centrales eran el mercado colonial americano, sobre el que
ambas potencias tenían aspiraciones, y dos espinas clavadas en el corazón
del honor hispano desde Utrecht: Menorca y Gibraltar.
Estos enfrentamientos se produjeron en el contexto de los denominados
“Pactos de Familia”, entendidos como alianzas entre España y Francia, y
cuyo nombre se debe a la relación de parentesco existente entre los reyes
firmantes, todos ellos pertenecientes a la Casa de Borbón. Se rubricaron tres
de estos Pactos, todos ellos firmados entre la Francia de Luis XV y la
España de Felipe V, los dos primeros, y la de Carlos III, el tercero.
En el período intermedio, Fernando VI (1746-1759) llevó a cabo una
política de neutralidad activa entre Inglaterra y Francia liquidando el Pacto
de Familia, lo que le desligó de apoyar a Francia en sus guerras.
Tres fueron los períodos de conflicto bélico que se dieron entre ambas
potencias siendo Carlos rey:
La participación de España en la fase final de la
Guerra de los “Siete Años”, lo que provocó la guerra con
Portugal, la ocupación británica de La Habana y Manila, y la
ocupación de España de la colonia de Sacramento (Uruguay).
El segundo enfrentamiento tuvo por escenario
las islas Malvinas, un enclave pobre en recursos pero
supuestamente importante para la navegación comercial en el
Cono Sur americano.
El tercero estuvo motivado por el apoyo
prestado por España a la independencia de las colonias
inglesas de Norteamérica iniciado en 1776 por las colonias
inglesas de Norteamérica, el cual dio lugar a: la reconquista de
Pensacola, el Gran Sitio de Gibraltar y la reconquista de
Menorca.
El primero de ellos finalizó por la Paz de París por la que Inglaterra
obtuvo de España la Florida, al tiempo que nuestra Patria consiguió la
entrega de la Luisiana por parte de Francia y de Inglaterra la devolución de
las plazas de La Habana, en Cuba, y Manila en las Filipinas, ocupadas
durante la guerra. Así mismo, hubimos de devolver a Portugal la Colonia
del Sacramento.
El conflicto de las Malvinas se resolvió sin necesidad de recurrir a la
armas, mediante el abandono de las islas por los británicos en 1774,
posiblemente como consecuencia de un acuerdo secreto entre ambas
naciones.
El tercero finalizó con otro Tratado de París o de Versalles firmado entre
Gran Bretaña y Estados Unidos el 3 de Septiembre de 1783. Los británicos
firmaron también el mismo día acuerdos por separado con España, Francia
y los Países Bajos.
España mantenía los territorios recuperados de Menorca y Florida
oriental y occidental. Por otro lado recuperaba las costas de Nicaragua,
Honduras (Costa de los Mosquitos) y Campeche. Se reconocía la soberanía
española sobre la colonia de Providencia y la inglesa sobre Bahamas. Sin
embargo, Gran Bretaña conservaba Gibraltar.

Conflictos en el Norte de África


Con respecto al Norte de África, uno de los rasgos destacados del
reinado de Carlos III fue el intento de mejorar las relaciones comerciales
con el mundo islámico, tanto el otomano como con el norteafricano. Fruto
de esa preocupación fue la firma del primer tratado de “Paz y comercio”
entre Marruecos y España en 1767; no obstante, las buenas relaciones que
se pretendían implantar, se verían ensombrecidas por la presencia de los
presidios españoles en el Norte de África, que España quería ampliar,
mientras que Marruecos no perdía la esperanza de recuperarlos[3].
En estas circunstancias, la vida de nuestras posesiones africanas
atravesó un período de relativa tranquilidad, rota con Marruecos entre 1774
y 1775, en el que esta última ataca nuestros enclaves, en especial Melilla, y
una acción ofensiva fallida contra Argel en 1775, repetida mediante
bombardeos masivos de la plaza en 1784 y 1785.
Empero, se pudieron mejorar notablemente las relaciones con el
tradicional enemigo de los Austrias: el Imperio Otomano. Asunto de gran
importancia, pues representaba la posibilidad de favorecer el equilibrio
continental, la paz en el Mediterráneo y la apertura de rutas comerciales
para la consecución de nuevos mercados. Tras cuatro años de negociaciones
dirigidas por Floridablanca, en 1782 se estableció el Primer Acuerdo de Paz
y Neutralidad, pacto que, sin embargo, tendría una lánguida y corta vida.
Aunque la fugacidad de la entente demostraba que las esperanzas
comerciales y políticas con las naciones islámicas no eran nada fáciles de
concretar, al menos se consiguió una mayor tranquilidad en el Mare
Nostrum que posibilitó a los mercaderes ejecutar su oficio con menos
angustias y quebrantos, si bien debemos recordar que el corsarismo no
desaparecería totalmente de las costas mediterráneas durante el resto del
siglo[4].

América: La Joya de la Corona


La mayoría de las acciones de la política exterior Carolina estuvieron
dirigidas a la conservación de las colonias americanas. Las Indias eran
concebidas como una parte más de la Monarquía, que, dada su lejanía
geográfica y las apetencias que despertaba entre las demás potencias
europeas, era necesario defender con redoblados esfuerzos.
Una tarea principal de la reforma indiana fue reforzar la seguridad
militar. Para conseguirla se invirtieron fuertes sumas de dinero, buena parte
de las mismas extraídas de los propios recursos americanos. Aunque se
sabía que la defensa plena era una quimera, tres fueron los frentes de
actuación que se pusieron en marcha.
En primer lugar, se consiguió reforzar la
armada española, pasando de 60 buques en 1760 a 76 a finales
del reinado, al tiempo que se aumentaba la presencia de los
barcos españoles en las Indias.
En segundo término se intentó mejorar el estado
de las fortificaciones más importantes como Cartagena de
Indias o La Habana. En este sentido, cabe recordar, asimismo,
que se crearon instituciones dedicadas a la protección de las
fronteras, tales como la Comandancia General de las
Provincias Internas constituida en 1776.
En tercer lugar, se quiso aumentar la presencia
del ejército en las colonias. Para ello se triplicó durante el
reinado el cuerpo permanente, llegando a ser de unos 30.000
hombres, y se formaron milicias estables que en número
superior a 200.000 pretendía constituir un refuerzo para las
tropas regulares en caso de necesidad.
A pesar de todo, militarmente hablando, la resistencia ofrecida ante el
expansionismo inglés continuó evidenciando serias carencias.
Sin embargo, para conseguir sacar más rendimiento a las colonias no
bastaba con mejorar su defensa; era preciso también acometer importantes
reformas económicas encaminadas a un doble objetivo: beneficiar
directamente a la metrópoli y conseguir el crecimiento de la economía
indiana, lo que, a su vez, permitiría una mayor recaudación impositiva
sobre aquella sociedad. Si América se hacía más rica, más se podría sacar
de ella. Y si ese enriquecimiento se conseguía sin contradicciones con los
intereses peninsulares, miel sobre hojuelas.
Empero, para alcanzar una mayor eficacia militar y económica era
preciso que la administración colonial mejorase su funcionamiento. Cuatro
fueron los principales puntos de actuación en este sentido.
Primero se buscó una mayor información
mediante un notable esfuerzo de recopilación estadística y se
mejoró la comunicación entre ambas orillas del Atlántico con
un servicio de Correos marítimos inaugurado en 1764.
En segundo lugar se mejoró la organización
administrativa con nuevas divisiones territoriales, como el
Virreinato de la Plata con capital en Buenos Aires (1776), y
también con la puesta en marcha, entre 1782 y 1786, de 44
Intendencias que tenían como finalidad dinamizar la vida
económica de los diversos territorios.
En tercer lugar se crearon nuevas Audiencias
(Caracas en 1776, Buenos Aires en 1785 y Cuzco en 1787), al
tiempo que se redefinían sus funciones y aparecía la nueva
figura interna del regente encargado de organizar el trabajo
judicial.
Por último, las reformas afectaron al vital
ámbito hacendístico. Aquí se intentaría recaudar más dinero
prescindiendo lo más posible de los intermediarios: alcabalas y
cecas pasaron al redil fiscal controlado por el Estado.
Estas reformas tuvieron su repercusión en la estructura social. Los
militares vieron aumentar su presencia, convirtiéndose en un sector abierto
que aglutinaba a capitanes generales de procedencia nobiliaria y a modestos
soldados de diversas razas, quedando excluidos, eso sí, por motivos de
seguridad, los esclavos y los indios. Con todo, el Ejército resultó, sin duda,
un elemento de movilidad social y un ámbito de convivencia étnica.
No faltaron tampoco las tensiones sociales derivadas del intento
carolino de sacar mejor partido a las riquezas indianas. En ese sentido, la
elevación de los impuestos, el deterioro de las condiciones de vida y los
abusos de los altos funcionarios y de los grandes hacendados sobre los
indígenas, estuvieron en el origen de revueltas tan famosas como la
sublevación de los “Barrios de Quito”, la de los Comuneros de Nueva
Granada (1779-1782), o la más importante y significativa del siglo, la
revuelta del mestizo de noble estirpe Tupac Amaru (1780-1781) que puso
en serios aprietos a las autoridades durante meses hasta llegar a las puertas
de Cuzco, donde, traicionado por una parte de sus huestes, fue entregado a
los españoles y ajusticiado. Aunque a veces contaron con el apoyo y aliento
de 1a oligarquía criolla, lo cierto es que no se postularon como revueltas
secesionistas, sino más bien como protestas sociales contra el mal gobierno
de turno. En última instancia, los criollos solían asustarse antes por las
reivindicaciones de los indígenas que por su dependencia política de
España.
CAPÍTULO 1
LAS FUERZAS ARMADAS

Introducción
Frente a los dos primeros borbones, Felipe V y Fernando VI, a cuyas
monarquías se las podía calificar como “militares”, dado que el
nombramiento de sus principales cargos ministeriales solían recaer en
personas vinculadas a la milicia, y en las que el Ejército era el símbolo de la
misma, en el reinado de Carlos III se observan atenuaciones, paradojas y
una lenta inclinación evolutiva hacia una sociedad más civil[5].
Sin embargo, ello no fue obstáculo para que, durante su gobierno, se
tratara de reformar el Ejército en profundidad. Sobre todo tras los primeros
fracasos del reinado, especialmente: durante la participación española en la
Guerra de los Siete Años, la pérdida de la Habana y la expedición contra
Portugal en 1762.
Y si Carlos III no manifestó demasiado entusiasmo militar, tampoco
parece que la primera nobleza del reino, los Grandes, lo tuvieran. Dice
Morales Moya[6], que son escasos los de esta clase que, en esta época
detentaban cargos de responsabilidad en la Milicia, (…) añadiendo que
éstos sólo aceptaban con gusto la comisión de mandar cuerpos
privilegiados como la Guardia Real, que rara vez entraba en fuego.
El reinado de Carlos III se caracterizó por la presencia, e influencia, de
numerosos extranjeros, tanto en el ámbito militar como en el político. En el
primero, encontramos a los italianos conde de Gazzola, Horacio Borghese y
los príncipes de Masserano y Castelfranco; al irlandés O'Reilly, al también
de procedencia irlandesa Ricardos (castellanización de Richards) y a los
franceses ingenieros, marqués de Vallière, Charles Lemaur y el duque de
Crillon, que tendrá un papel muy destacado en la recuperación de la isla de
Menorca, si bien fracasó ante Gibraltar.
Así pues, ante la renuncia voluntaria de la nobleza, poco a poco, los
empleos en los Regimientos y aun el mando de grandes unidades en tiempo
de guerra, los irán ocupando una legión de hidalgos de la última clase
nobiliaria o similar, a los que posteriormente se les concederá un título,
hábito de Orden Militar o encomienda, con ocasión de algún mérito.

El Ejército de Tierra
Los efectivos del Ejército de Tierra fueron evolucionando a lo largo del
siglo XVIII; así, de los 130.0000 hombres del reinado de Felipe V, bajaron
a 60.000 durante el de Fernando VI, para establecerse en 115.000 en 1770,
ya en tiempos de Carlos III.
En 1781, la organización del Ejército de Tierra contemplaba[7]:
31 regimientos de Infantería de Línea: 63.984
3 regimientos de Infantería Ligera: 6.192
12 regimientos de Infantería Extranjera[8]: 24.768
4 batallones de Artillería: 2.800
4 compañías de Artillería (Segovia): 400
12 regimientos de Caballería de Línea: 9.408
8 regimientos de Dragones: 5.504
Total efectivos: 113.056
A lo largo del reinado, la organización de las unidades sufrió reformas
importantes que produjeron algún cambio en la calidad de la tropa. El
arquetipo del soldado profesional procedente de los sectores marginales de
la sociedad, que caracterizaba a todos los ejércitos europeos durante el siglo
XVIII, tendía a ser sustituido por efectivos de mayor calidad, con un mayor
apego a su país y una mayor conciencia patriótica.
Desde luego aún no se trataba del soldado ciudadano que produciría la
Revolución Francesa, pero las monarquías ilustradas reformistas (aunque
absolutistas) trataban de racionalizar y humanizar la milicia en aras de una
mayor eficacia y apoyadas en las corrientes filantrópicas que circulaban en
aquel momento. En este nuevo espíritu, desde luego, se inspiraron las
Reales ordenanzas de 1768, y más concretamente su tratado II que sentaba
los principios morales por los que la milicia debía regirse desde entonces.
EL CUERPO DE OFICIALES
El individuo que deseara seguir la “carrera de las Armas” durante el
reinado de Carlos III, debía ingresar como cadete regimental con ocasión de
vacante. En efecto, a falta de una academia general para el ingreso en el
cuerpo de oficiales, en los regimientos de Infantería y Caballería de línea
existían dos plazas de cadete por compañía, reservadas para la nobleza. Para
aspirar a una de estas vacantes había que ser, como mínimo, hijodalgo
notorio. Esta obligatoriedad procedía de la Real Resolución de Felipe V de
12 de Marzo de 1738, por la que se estableció que sólo se concediesen
plazas de cadete a los títulos del reino y a sus hijos y hermanos; a los
Caballeros Notorios y a los de Ordenes Militares; a los hijosdalgo de sangre
que probasen su calidad y a los hijos de oficial de capitán para arriba. A
estos últimos se les permitía el acceso desde los doce años y al resto desde
los dieciséis.
A comienzos del reinado de Carlos III no existían, como centros de
formación militar para oficiales, más que las academias le Matemáticas de
Barcelona y Cádiz. En ellas se formaban, fundamentalmente, los ingenieros
militares.
En cuanto a la formación de los cadetes de Infantería y Caballería se
regían por un sistema de academias regimentales. En cada compañía donde
se hallaban cubiertas las dos plazas de cadete se nombraba un oficial
preceptor, que se encargaba de su educación militar. Las asignaturas
obligatorias eran: ordenanzas, matemáticas y fortificación.
El primer paso para corregir este defecto consistió en la reforma de los
cuerpos de Artillería e Ingenieros que hasta entonces formaban uno solo. En
1762 se reorganizaron estos servicios creando, respectivamente y por
separado, el Real Cuerpo de Artillería y el Real Cuerpo de Ingenieros. Al
año siguiente se creó la Academia de Artillería de Segovia para formar los
oficiales de este cuerpo[9].
A la altura de 1774, se hicieron varias propuestas referentes a la
formación de la oficialidad. Unas fueron llevadas a la práctica (aunque
duraron poco). Es el caso de la Academia Militar de Ávila (trasladada luego
al Puerto de Santa María). También, hubo otras cuyo proyecto no pasó de
serlo: como el del Colegio Militar de Cadetes.
Con estos proyectos se abría paso una nueva idea del oficial, concretada
en lo que se llamaría “oficial de mérito”, en contraposición al oficial
tradicional, representado por el combatiente de las campañas de Italia:
individualista, poco preparado intelectualmente, pero aguerrido y cargado
de honrosas heridas; poco reflexivo, pero valiente, dando más rienda suelta
al sentimiento patriótico que a la razón de estado; descuidado en el vestir,
pero viril y, finalmente, respondiendo a todo lo que se le mandare con su
honor, nunca puesto en duda a priori, impulsor, intrínsecamente, del deseo
de gloria y cuna de virtudes militares.[10]

El proyecto del Colegio Militar para Cadetes


Ambrosio Funes de Villalpando y Abarca de Bolea, conde de Ricla, que
era Secretario de Guerra en 1774, presentó a Carlos III un proyecto de
creación de un Colegio Militar. En opinión de Ricla, debía establecerse en
las cercanías de Madrid para que el rey lo visitara con frecuencia y lo
pudiera estimular con su presencia, debería disponer de una junta
gubernativa presidida por un brigadier director general y un cuadro de
profesores que impartieran las materias del proyectado plan de estudios que
incluiría: matemáticas, física experimental, historia de España y sagrada,
idioma moderno, fortificación, teoría artillera, ordenanzas, etc.
El proyecto se quedó en tal, siendo O’Reilly el que impuso el suyo de
crear la Academia Militar de Ávila.

La Academia Militar de Ávila


El plan de estudios de Ávila consistía en una formación teórica a base
de matemáticas, estudio comparativo de ordenanzas militares de varios
países, táctica prusiana de infantería, fortificación y artillería, maniobras de
grandes unidades tales como: elección del campo de batalla, conducción de
convoyes y demás operaciones de guerra dirigidas por un general en jefe.
El método que proponía O'Reilly era el estudio y reflexión de los
principales tratados militares (para cuyo efecto se habían comprado los más
prestigiosos, según sus propias palabras), formando grupos de trabajo,
especie de seminarios, que luego añadirían sus propias reflexiones a lo
tratado, entablándose un fecundo debate.
Esta teoría vendría apoyada por una práctica de campo, realizada entre
los meses de Abril y Octubre. Para ello se pensaba construir un frente de
fortaleza con el que poder practicar las diferentes tácticas de asedio y
destinar doce batallones de Infantería y doce escuadrones de Caballería con
su dotación completa de oficiales para las prácticas de la táctica prusiana.
El proyecto parecía bastante atractivo, sin embargo, el fracaso del
fundador en las playas de Argel se llevó consigo a la Academia de Ávila,
que dos años después de abierta fue clausurada y O'Reilly trasladado a la
Capitanía General de Andalucía. Allí, concretamente en el Puerto de Santa
María, el infatigable conde fundó otra academia, basándose en la
experiencia de la abulense, pero sin la protección Real directa, dio poco de
sí.

La Academia de Caballería de Ocaña


Fue fundada por el teniente general Antonio Ricardos con un espíritu
parecido a la de Ávila, en un viejo convento de jesuitas expulsados en 1766.
Tampoco tuvo mejor suerte y también fue clausurado el 4 de Agosto de
1785.

Sistema de ascensos[11]
El cadete ascendía al primer grado inferior de oficial, es decir, a
subteniente, de la forma acostumbrada, que era cuando así lo estableciera la
arbitraria voluntad Real, con ocasión de alguna de las numerosas
promociones del reinado. No obstante, como en los demás casos respecto a
la oficialidad, el número de cadetes superaba con mucho las posibilidades
de ascenso.
En esta sociedad cerrada, prebendista y recurrente, resultaba
complicado arreglárselas sin padrinos, hasta para un individuo de condición
noble y no digamos para el que no lo fuera, a pesar de que las Ordenanzas
de 1768, con un rasgo de modernidad, contemplaban por primera vez la
posibilidad de ascenso a oficial para las clases de tropa, concretamente los
sargentos, cuando en el título XVIII del tratado II, que trata de la
consideración de los cadetes, se establecía el siguiente orden para el
ascenso a subteniente de bandera.
1. Cadete.
2. Sargento.
3. Soldado distinguido[12].
O sea, el sargento podía ascender a oficial incluso con preferencia al
soldado distinguido (que era noble). Esto suponía una gran novedad y
democratizaba los ascensos.

LA TROPA
El servicio militar era impopular y el gobierno era sensible a la
resistencia del reclutamiento obligatorio, prefiriendo reclutar voluntarios y
extranjeros[13]. Además del voluntariado, entre los españoles se utilizaban
otros dos sistemas de carácter forzoso: la leva, y, subsidiariamente, la
quinta.
La recluta voluntaria era la principal, empleándose las demás para
cubrir huecos. Cada una de ellas producía soldados de diferente índole: a la
recluta acudía el indigente y la leva forzosa se efectuaba sobre vagos y
maleantes; sin embargo, la quinta, realizada mediante sorteo, mejoraba la
calidad de la tropa reclutada, generalmente campesinos, por las numerosas
exenciones que existían.
Para efectuar la recluta voluntaria, cada regimiento comisionaba a un
oficial, un sargento y varios soldados, los cuales formaban lo que se
denominaba partida de recluta, para recorrer los pueblos haciendo
proselitismo.
Las condiciones que se exigían para el alistamiento eran las siguientes:
1. Enganche por quince años mínimo (educandos 6).
2. Edad mínima dieciséis años en tiempo de paz (educandos diez) y
dieciocho en tiempo de guerra. Edad máxima cuarenta años.
3. Ser Católico Apostólico Romano.
4. Medir cinco pies de estatura mínima (un metro y cuarenta
centímetros).
5. No ser de lo que entonces se denominaba extracción infame: mulato,
gitano, verdugo o carnicero.
Cuando por medio de la recluta no se conseguía cubrir las plantillas
(que fue lo normal durante todo el reinado), se acudía a la leva forzosa. Para
ello, se mandaba a los Justicias de los pueblos (alguaciles) a arrestar a los
denominados vagos y quimeristas[14], y se les entregaba a las autoridades
militares para cubrir las plazas vacantes en los regimientos. Estas levas
producían un soldado de inferior calidad que el de la recluta, más
conflictivo y predispuesto a la deserción.
En tercer lugar estaba el sistema de la quinta, o servicio militar
obligatorio, por sorteo que podía oscilar entre cuatro y ocho años. Se
realizaba, sobre todo, cuando las necesidades apremiaban.
Además de estas fuerzas regulares existían milicias en las que sus
miembros eran voluntarios o procedentes de levas forzosas, con la misión
de defender el territorio (ciudad o provincia) al que estaban asignados.
Realizaban prácticas periódicamente, una vez a la semana normalmente, y
vivían en sus casas dedicándose a sus labores habituales mientras no fueran
movilizados. Solo percibían un sueldo en este último caso.

La Marina[15]
Carlos III heredó de sus predecesores una marina relativamente fuerte,
construida en su mayor parte en el contexto del programa de rearme de
Ensenada. El modelo de ese programa había sido la inglesa, pero Inglaterra
no gozaba del favor de Carlos III, sobre todo después de las derrotas de
1761-1762, por lo que en los años de posguerra dirigió su mirada a Francia
en busca de ayuda técnica. Ésta envió a François Gautier, joven pero
experimentado constructor naval, quien encontró una cierta oposición en
España pero que contó con el firme apoyo de la embajada francesa y, al
parecer, también del monarca. Primero fue a El Ferrol donde planeó la
construcción de tres navíos de línea. En 1766 estaba trabajando en
Guarnizo, donde dirigió la construcción de 6 navíos en los astilleros de
Manuel de Zubiría que había firmado un contrato con la marina española.
Estos barcos fueron terminados en 1767, y se encargaron 6 más.
Gautier se apartó de los diseños navales español e inglés e introdujo el
sistema francés, es decir, barcos más grandes y más rápidos y tan pesados
por arriba que la marina española encontraba dificultades para su
navegación cuando las condiciones climatológicas eran desfavorables.
Gautier modificó con éxito el diseño para hacer frente a las necesidades
españolas, aunque nunca llegó a satisfacer a la escuela “inglesa”, cuyo
máximo exponente era Jorge Juan.
El programa de construcción naval continuó con fuerza en el decenio de
1770 y en 1778 los astilleros de El Ferrol trabajaban a todo ritmo en la
construcción de navíos de línea y de fragatas. En el decenio de 1780
también los astilleros de La Habana conocieron una intensa actividad, con
la botadura de 2 navíos de línea en 1788-1789.
España no era totalmente autosuficiente en pertrechos navales. La
marina había dejado su huella en los bosques de la península. En 1785, las
importaciones de madera supusieron a España un desembolso de 8,5
millones de reales, si bien era prácticamente autosuficiente en cáñamo y
cobre (americano).
La marina y su construcción se habían convertido en una operación de
negocios a gran escala, que utilizaba a millares de trabajadores y que
precisaba grandes sumas de dinero. Esto exigió un mayor esfuerzo de
planificación, administración y organización, aspectos necesitados también
de modernización. En 1770 se creó un cuerpo de ingenieros navales,
inspirado por Gautier y apoyado por Castejón, y a esos ingenieros se les
responsabilizó de un amplio abanico de funciones de construcción, desde
los puertos a los barcos. Los abastecimientos y el mantenimiento
constituían otro problema para la administración y de la eficacia de los
responsables de esas cuestiones dependía no sólo la utilización económica
de los recursos sino la eficacia de una escuadra en el mar.
En el curso del siglo XVIII, la marina española constituyó un cuerpo de
oficiales profesionales, reclutados y entrenados específicamente, en lugar
de ser contratados de la marina mercante o entre los corsarios. Por
desgracia, la preparación naval que recibían no era muy buena, con un
número excesivo de asignaturas teóricas y una carencia de preparación
especializada en la navegación y en la lucha. España no consiguió grandes
victorias navales y participó en muy pocas batallas de importancia durante
este siglo. Al contrario, sufrió una serie de dolorosos desastres en el mar
provocados no por la calidad inferior de los barcos o por la falta de valor,
sino por unos oficiales inadecuados que parecían incapaces de encontrar y
enfrentarse al enemigo o incluso de evitarlo de manera eficaz.
La marina española tenía una gran experiencia en guerras coloniales en
aguas americanas, aunque incluso allí se consideraba que su capacidad de
navegación era inferior a la de los ingleses. La defensa del comercio
trasatlántico era también una tarea específica que la marina realizaba con
habilidad y, para alivio del tesoro español, con éxito.
Contaba con los barcos necesarios para realizar su triple función en el
Mediterráneo, el Atlántico y América, pero no siempre contaba con la
tripulación necesaria. El déficit de marineros era crónico e irremediable por
la situación de descuido en que se hallaba la marina mercante. El total de
marineros registrados era de 50.000 en 1761 y de 65.000 en 1794, pero esas
cifras representan más necesidades que efectivos y su número real debía de
ser de 25.000.
Sin embargo, la marina española no fue descuidada por el Estado y
compitió con éxito por los recursos con el resto del sector público. El
número de navíos de línea situó a la marina española en segundo lugar
detrás de Inglaterra[16], aunque es cierto que el número no guardaba
relación con la eficacia en el mar y no revelaba la situación, muchas veces
calamitosa, de la marinería y los abastecimientos.
La embajada británica en Madrid observó y registró con toda atención el
crecimiento de la marina española y la preocupación de su gobierno le llevó
a protestar ante España afirmando que estaba desencadenando una carrera
de armamentos. El mero tamaño de la marina española producía respeto, y
en alianza con la francesa, resultaba amenazadora.
Por supuesto, el coste de esa política era abrumador y llegó el momento
en que la continuación del crecimiento de la marina estaba por encima de
las posibilidades españolas. Mientras tanto, la lucha por el imperio obligó a
España a continuar su custodia frente a Inglaterra y en la medida de lo
posible a tomar la iniciativa. Ello hizo del poder naval una prioridad para
evitar que los envíos coloniales quedaran cortados en el mar. La marina era
el custodio y, también, el destinatario de los ingresos. Los gastos de la
marina se incrementaron en los años de crisis, de guerra, de peligro o
simplemente de rearme.
Hasta 1796, España luchó por mantener su fuerza naval dentro de los
límites de sus posibilidades, pero a partir de ese año la marina española
conoció un periodo de declive durante los largos años en que España fue
satélite de Francia y estuvo en guerra con Inglaterra.
La marina española era un activo valioso para ser exhibido, protegido y,
si era necesario, retirado de la circulación. En tiempo de paz, su misión era
transportar el tesoro americano, patrullar las líneas marítimas y parecer
amenazador. La guerra determinaba una mayor discreción. En el
pensamiento estratégico español la mejor manera de utilizar la marina era
no saliendo al mar. Se planteó entonces una curiosa paradoja. Cuanto más
grande era la marina, menor era su movilidad; cuantos más cañones llevaba,
menos frecuentemente eran disparados. Había una razón detrás de esa
renuencia: el gobierno español concedía tan gran valor a la marina que no
se decidía a utilizarla; había costado demasiado como para arriesgarla en la
guerra. Así pues, la decisión fue mantener intacta la marina por su efecto
disuasorio, como instrumento de la política exterior española, pero no como
arma de guerra dispuesta a emplearla.
En los buques se utilizaban las mismas piezas de plaza y sitio que la
artillería del Ejército con montajes adaptados a las características de los
barcos. Empleaban el fuego de los cañones para destruir la arboladura de las
embarcaciones enemigas, o dirigiéndolo a la línea de flotación para
provocarles vías de agua y su hundimiento.
Las tropas de infantería y artillería de marina disponían de las mismas
armas individuales que sus homólogos del Ejército, tanto para el servicio en
tierra, en análogas misiones que infantes, como en el servicio en los buques,
su seguridad y defensa frente a los abordajes en el ataque por asalto a otro
enemigo. En estas últimas situaciones se empleaban además una extensa
panoplia de armas: hachas, chuzos, partesanas, etc.

La Táctica
En estos años, y hasta mucho después, la figura indiscutible de la táctica
fue Federico de Prusia (1740-1786), todos los ejércitos de la época
tomaban con modelo el prusiano y practicaban las enseñanzas derivadas de
las batallas y campañas ganadas por su Rey.

INFANTERÍA[17]
La parte principal del ejército lo constituía la infantería, que para el
combate desplegaba en el campo de batalla en largas líneas paralelas frente
al enemigo con muy poca profundidad, con objeto de realizar densas salvas
de fusilería. La rapidez del tiro y densidad de las descargas compensaba la
falta de precisión de las armas, cada soldado tiraba a bulto a la masa
enemiga, siendo uno de los objetivos a conseguir el obtener la superioridad
del fuego propio sobre el del enemigo.
El arma principal de la infantería era el fusil de chispa al que se lo podía
acoplar una bayoneta. Introducido a principios de siglo, produjo los
cambios en la táctica que desterraron las prácticas existentes durante los
siglos precedentes, en los que se utilizaban densas y profundas formaciones
de piqueros y arcabuceros, y en las que el choque predominaba sobre el
fuego. El invento del cartucho, hacia mediados de siglo, proporcionó una
sustancial simplificación en las operaciones de carga de los fusiles, que
contribuyó a aumentar la velocidad de tiro. Otro factor que incrementó en
gran manera la rapidez de tiro, fueron las técnicas de instrucción de la tropa
puestas en práctica por los prusianos. En esencia, consistían en una
repetición de los movimientos, hasta que el soldado, ante la orden
correspondiente, reaccionaba como un autómata, casi sin pensar, lo cual
proporcionaba un orden admirable a todas las operaciones.
El grado de instrucción y disciplina de las tropas, eran imprescindibles
para conseguir unas evoluciones rápidas y ordenadas en el campo de
batalla, dado que el mantener ordenadas en el combate largas filas de
tropas, con la escasa visibilidad producida por el humo de los disparos (se
empleaba pólvora negra que lo produce en gran cantidad), la confusión de
la lucha y las irregularidades del terreno, no era una tarea fácil. Las tropas,
para contribuir al orden de las formaciones, marchaban a paso cadencioso,
marcado por los tambores y pífanos, que a la vez servían para transmitir las
órdenes por medio de diferentes toques conocidos por todos. Se daban
también órdenes por medio de un código que consistía en diferentes
posiciones de la espada o a la voz.
Las compañías de infantería desplegaban generalmente en tres filas, la
primera rodilla en tierra y las otras dos en pie, de modo que podían hacer
fuego simultánea o sucesivamente. Con esto se lograba una gran densidad
de fuego al frente, aún cuando era prácticamente nulo hacia los flancos. Los
intervalos entre los hombres eran de la distancia del codo, con ello se
pretendía situar la mayor cantidad posible de tropa en el frente y por tanto
aumentar la densidad de fuego.
Las banderas de los regimientos y batallones se empleaban, además de
cómo símbolos del Rey por los que había que morir si fuera preciso, como
señales para situar a las diferentes unidades en el campo de batalla. Los
distintos uniformes que llevaban los regimientos no eran un mero capricho,
sino que jugaban un importante papel permitiendo distinguir a los
componentes de unos y de otros en la confusión del combate, al tiempo que
los generales y sus estados mayores podían, de un golpe de vista,
comprobar la situación de cada uno de ellos en el campo de batalla.
La organización de los regimientos incluía:
Una plana mayor, en la que se encuadraban todos los elementos
necesarios para mandar y administrar el regimiento, así como los
servicios para atender a las necesidades de la unidad.
Uno o más batallones, que a su vez estaban formados por 8 ó l0
compañías, de las cuales solían ser una o dos de preferencia y el resto
ordinarias, del centro o de fusileros, pues recibían cualquiera de estos
nombres. Las primeras eran de granaderos o una de granaderos y otra
de cazadores, y estaban formadas por personal selecto, se empleaban
en las misiones más difíciles y peligrosas o como reserva para resolver
una situación comprometida en algún lugar de la formación.
El batallón desplegaba en tres compañías de profundidad, más una
reserva. Los regimientos se disponían en el campo de batalla, alineados,
uno al costado de otro formando una larga línea muy difícil de mantener
ordenada. En ocasiones, el general, para disponer de una potente vanguardia
o reserva, tomaba las compañías de granaderos de todos los regimientos y
con ellas formaba batallones provisionales de fuerzas de élite, capaces de
ser empleados para resolver cualquier situación comprometida.
La forma de actuar era la de hacer fuego en descargas por compañías,
con objeto de desgastar la formación enemiga, para que cuando esto se
hubiera alcanzado, cargar a la bayoneta, a paso ordinario para no romper la
formación, con objeto de consumar su derrota mediante el choque. La
caballería actuaba sobre las alas del enemigo cargando al galope para
completar su destrucción La artillería se situaba en el centro y los extremos
de la alineación, para cruzar fuegos sobre la formación enemiga. Las piezas
disponían de una movilidad limitada, generalmente, una vez asentadas en el
campo de batalla no se cambiaban de emplazamiento, debido a su peso se
tardaba mucho en hacerlo, maniobrando exclusivamente con sus fuegos.
La infantería ligera y los cazadores actuaban en formaciones diluidas,
totalmente diferentes a las rígidas del orden cerrado. Los soldados se
distribuían de forma irregular, adaptándose a los accidentes del terreno,
protegiéndose cada soldado en setos, árboles, etc. El fuego lo realizaban a
discreción, eligiendo cada tirador su blanco concreto dentro de la formación
enemiga. Actuaban sobre las alas del contrario o en el centro, precediendo a
las formaciones en orden cerrado y con su fuego debilitaban,
desmoralizaban y, en definitiva, desorganizaban al enemigo. Otro de sus
objetivos lo constituían los artilleros enemigos, a los que impedían con sus
disparos el servir las piezas. En la campaña de Pensacola tuvieron un gran
empleo este tipo de unidades, ya que la naturaleza del terreno y la forma de
combatir de los indios hacían con frecuencia inútiles las cerradas
formaciones europeas.

FORTIFICACIONES Y ASEDIOS[18]
La fortificación abaluartada había alcanzado su máximo desarrollo en el
siglo XVIII. Los muros eran muy bajos, gruesos e inclinados para disminuir
el efecto de los proyectiles enemigas. La planta de estas fortificaciones era
poligonal, para facilitar el tiro cruzado y la defensa en profundidad y con
ello eliminar ángulos muertos. Disponía de numerosos obstáculos para
frenar al asaltante, y el terreno circundante se despejaba de todo aquello que
pudiera servir al atacante para protegerse y entorpecer el fuego de la
defensa. Se construían terraplenes, para facilitar la rasante de las
trayectorias de las armas del baluarte.
Los cañones componían las armas principales con que estaban dotadas
estas obras, constituyendo el esqueleto de la defensa. Otras armas que se
utilizaban eran morteros y obuses, con los que batir al enemigo a cubierto,
aunque en mucho menor número que los cañones. Sus asentamientos
estaban protegidos por gruesos muros de piedra, con troneras por las que
asomaban la boca de las piezas y permitía a los artilleros realizar la puntería
y servir las piezas a cubierto. La infantería se empleaba para la defensa
inmediata de la fortificación y para efectuar salidas que impidieran o
perturbaran los trabajos de los saltantes.
Líneas y ángulos en la fortificación abaluartada
La construcción de fortificaciones llegó a ser un arte objeto de
profundos estudios. En esta línea, el famoso ingeniero militar español
Sebastián Fernández de Medrano, fundó en los Países Bajos, en 1675, la
más prestigiosa e importante de Europa en su género, la “Academia Real
Militar del Ejército de los Países Bajos”. Medrano creó escuela y de ella se
derivaron otras posteriores en otros estados, entre ellas la de Francia, creada
por Luis XIV, centro del que saldrían, entre otros, el famoso ingeniero
francés Vauban, que perfeccionó la forma de fortificar, dando lugar al
sistema que lleva su nombre y que se empleó durante todo el siglo XVIII.
Las fortificaciones defensivas se han empleado en todos los tiempos
para que un corto número de hombres sea capaz de resistir a un ejército
mucho más numeroso con pleno éxito. Cualquier agresor que pretendiera
tomar una de estas defensas a base de un asalto directo de infantería, lo
tendría muy difícil, y sería a costa de una cantidad de bajas enorme. Por
este motivo, el sistema de ataque empleado era a base de obras que
permitieran acercarse al enemigo protegidos de su fuego, y con el empleo
de la artillería para abrir una brecha en las defensas que permitiera a la
infantería introducirse en ella. Se construían trincheras[19] con terraplenes
que iban acercándose hacia la fortificación enemiga, siguiendo direcciones
que impidieran al enemigo batirlas de enfilada, y con la suficiente
capacidad para permitir el paso y estancia de las tropas a cubierto. En los
lugares adecuados de los extremos, se levantaban pequeños baluartes para
la protección frente a posibles salidas del enemigo, que se solían dotar de
pequeños cañones de campaña.
De la misma forma se levantaban las baterías[20] para cañones y
morteros, protegidas del fuego del contrario por parapetos, que se hacían
con tierra y sacos terreros revestidos con tablas, fajinas (haces de leña fina
atados mediante cuerdas), cestones (grandes cestas de mimbre abiertas por
los dos extremos que se clavaban en el suelo y se rellenaban de tierra) y
troncos de árboles. Estos parapetos poseían normalmente un espesor
considerable, para proporcionar una adecuada protección contra los
disparos de la artillería de grueso calibre de la defensa.
En definitiva, el procedimiento para el ataque consistía, en esencia, en
acercarse a la fortificación enemiga por medio de trincheras y establecer
baterías protegidas para cañones de sitio de grueso calibre, obuses y
morteros, para con el fuego de la artillería abrir brecha en un punto de la
fortificación que permitiera a la infantería introducirse en ella y, mediante el
asalto, rendir al defensor. Se utilizaban igualmente, cuando era posible, las
minas[21], que consistían en galerías excavadas hasta un punto bajo la
muralla y que se llenaban con grandes cantidades de pólvora que se hacía
estallar.
Estas operaciones tanto en lo que se refiere a las de asedio como a la
construcción y diseño de fortificaciones eran la razón de ser de los
ingenieros militares. En estos años, en la mayoría de los ejércitos, el cuerpo
de ingenieros estaba todavía integrado en el de artillería, los dos tenían un
componente técnico muy acusado y se complementaban, aunque mantenían
la separación de su personal, incluso para hacerla más evidente, sus
uniformes eran diferentes. Era un cuerpo facultativo, es decir,
exclusivamente técnico, y su labor era la del planeamiento y dirección de
las obras; carecían de unidades propias, ya que los zapadores y minadores
estaban integrados en las unidades de artillería.

CABALLERÍA[22]
Durante el siglo XVIII, los húsares eran el prototipo de las tropas
ligeras, empleadas para misiones de reconocimiento, golpes de mano,
emboscadas, etc. Con el transcurso de los años adquirieron un enorme
prestigio.
En cuanto a los coraceros eran justamente lo contrario. Se trataba de
unidades armadas y equipadas para el choque frontal, de ahí que requirieran
hombres y ganado de excepcional fortaleza.
Tanto los húsares como los coraceros eran muy numerosos en los
ejércitos del imperio austriaco, que será el principal rival de España en
Italia. En cambio, la Caballería española nunca dispondrá de muchas
unidades de uno y otro tipo. De hecho, las pocas que se formaron en los
siguientes años estarán integradas por pasados del enemigo.
Finalmente, los dragones eran unidades instruidas, armadas y equipadas
para combatir tanto a caballo como pie a tierra. Durante el siglo XVIII
alcanzaron su mayor esplendor, perdiendo su importancia a principios de
XIX.
Durante el siglo XVIII desaparecieron los últimos vestigios de la
armadura, aunque es posible que a principios del mismo aún se llevara el
peto de la coraza, pero bajo la casaca, como en otros ejércitos europeos.
Todos los cuerpos estaban dotados de armas de fuego. En Caballería, según
la época, carabina y pistolas o sólo estas últimas. En dragones, tanto el fusil
como las pistolas, dada su capacidad para combatir tanto a pie como a
caballo.
Estos cambios, sin embargo, fueron mínimos comparados con los que
experimentó la Infantería. El fusil sustituyó al mosquete, reemplazando las
armas de chispa a las de mecha. El soldado adquirió así un armamento más
ligero y menos dependiente de los factores meteorológicos. La introducción
del cartucho, por Gustavo Adolfo, y de la baqueta de metal, por Federico de
Prusia, contribuyó además a aumentar su eficacia.
Otro avance de enorme trascendencia fue la adopción de la bayoneta.
Desaparece así la necesidad de los piqueros como protección. Las unidades
pasan a tener tantos hombres como fusiles, multiplicando
extraordinariamente el volumen de fuego disponible.
De forma inevitable, estos cambios en la Infantería afectan a la
Caballería. Frente a los fusiles, la tradicional “caracola” es no sólo
inoperante, sino suicida. Surgen entonces varias escuelas que propugnan
diferentes soluciones al problema.
El Imperio austriaco y Francia optaron por seguir confiando, al menos
en parte, en las armas de fuego. Los escuadrones de estos países, antes de
abordar al enemigo sable en mano, disparaban sus fusiles y sus pistolas, lo
que lleva consigo una notable reducción de la violencia del choque. Los
austriacos, en particular, por su experiencia contra los turcos, cuyos jinetes
irregulares eran muy sensibles al fuego, recurrían con frecuencia a éste
como principal instrumento de acción. Incluso llegaron a prever la
formación de cuadros de Caballería. Las campañas contra los turcos,
expertos en el cuerpo a cuerpo, también obligaron al mantenimiento de
numerosas unidades de coraceros, que, además, conservaron el casco
cuando ya se había desterrado en el resto de Europa. Por otra parte, las
inmensas posesiones de los Habsburgo eran capaces de abastecer a estas
tropas del tipo de caballo que requerían.
En Gran Bretaña, Malborough, en la línea iniciada por Gustavo Adolfo,
preconizó la carga a sable. Los jinetes únicamente eran autorizados a
recurrir a sus armas de fuego en caso de que fueran sorprendidos
forrajeando. Más tarde, en Prusia, Federico llevará a su perfección las
cargas a ultranza, «en muralla», bota con bota y a la máxima velocidad,
compatible con el mantenimiento de la formación. Las victorias obtenidas
contra las Caballerías de Francia y del Imperio atestiguan la eficacia de esta
táctica.
En España, se produce una perceptible evolución a lo largo de la
centuria. En 1707, Santa Cruz de Marcenado es escéptico sobre la eficacia
del Arma: si se mantienen cerrados en orden [los infantes] y no se
deshacen a un tiempo de todo su fuego, es casi imposible que la Caballería
les dañe [ ... ] Se experimentará inútil el esfuerzo de la Caballería contra
batallones cerrados tu caballería cargará sin adelantarse de la Infantería.
Once años más tarde, el conde de Montemar defiende una tesis
intermedia. Así, habla de que la Caballería puede marchar [al ataque] en
buen orden, sable en mano. Pero también dice que puede disparar por filas
y por sextos, cuartos, tercios y mitades de fila, lo que implica que los jinetes
podían hacer descargas.
El marqués de la Mina, primer coronel de Lusitania, escribe estas líneas
a mediados de siglo, es ya tajante: la Caballería no usará jamás del fuego
para el ataque, sino de la espada, y del sable los Dragones (…) la
carabina, la pistola y el fusil son para cargar a los que se retiran».
Hasta 1763 no se reorganiza la Caballería de Línea y los 19
Regimientos existentes hasta entonces quedaron reducidos a doce, cada uno
de ellos con cuatro Escuadrones de a tres Compañías. En 1786 se suprimen
los cuartos Escuadrones, quedando los Regimientos con tres Escuadrones
de a tres Compañías.
Al único Regimiento de Caballería Ligera se unió uno, de nueva
creación, que llevó el nombre de Voluntarios de España, organizándose en
cuatro Escuadrones sueltos, que se repartieron por Castilla, Aragón, Campo
de Gibraltar y Extremadura.
Los diez Regimientos de Dragones quedaron reducidos a ocho, según el
Reglamento de 1765 y algunos cambiaron de nombre; el de Belgia pasó a
llamarse Rey, el Frisia recibió el nombre de Villaviciosa y el Batavia
cambió su nombre por el de Almansa. Continuaron con cuatro Escuadrones
de a tres Compañías.[23]
ARTILLERÍA[24]
Los cañones, obuses y morteros constituían la razón de ser de los
artilleros, se agrupaban en material de plaza y sitio y material de batalla o
campaña, según su empleo. Las de plaza constituían el esqueleto de la
defensa de las mismas y eran fijas. Las de sitio se empleaban para batir las
fortificaciones en este tipo de operaciones. Estas armas eran de bronce o de
hierro, de ánima lisa y se cargaban por la boca. Sus calibres se encontraban
normalizados y no se medían en milímetros, como en la actualidad sino en
libras[25], en referencia al peso del proyectil. Los calibres de los cañones
utilizados por todos los ejércitos eran, generalmente los siguientes: de a 4,
8, 12, 16,24 y 32 libras.
Los proyectiles que lanzaban los cañones eran balas macizas,
generalmente de hierro, que describían una trayectoria más o menos
rasante en su vuelo hacia el objetivo. También se utilizaban botes de
metralla, que lanzaban sobre el enemigo una lluvia de pequeños proyectiles
a corta distancia. El alcance eficaz aproximado de los cañones iba, desde
los 2.500 o 3.000 metros de las piezas de sitio y plaza de mayor calibre, a
los 1.800 a 600 de las piezas de batalla. Si tiraban a distancias cercanas a la
máxima, la dispersión era tan grande que no era fácil hacer blanco. Una
bala de a 4 podía atravesar a 6 u 8 hombres a una distancia de algo menos
de 200 metros. Se tiraba en ocasiones a rebote, con lo que a cada salto la
bala iba causando bajas en la formación enemiga y con ello aumentaba sus
efectos.
El montaje sobre el que descansaban los cañones era de madera y de
distinto tipo, según se tratara de piezas de sitio, de plaza o de campaña, los
dos primeros eran mucho más robustos y el ultimo era, generalmente más
ligero y manejable para facilitar sus movimientos en el campo de batalla,
que se hacían a base de caballos o, incluso, a brazo de los artilleros Los de
sitio se transportaban al lugar de su empleo en un tren de artillería, columna
de numerosos carros en los que se transportaban las piezas y todos los
elementos necesarios para su manejo, iban arrastrados por caballos o
bueyes.
Los morteros tenían menor alcance y una trayectoria curva que permitía
batir objetivos situados a cubierto en fortificaciones o por los pliegues del
terreno, su empleo era para plaza y sitio. Los proyectiles que lanzaban
recibían el nombre de bombas, que eran esferas de hierro huecas que se
rellenaban de pólvora, con un orificio donde se introducía un mecanismo
para dar fuego a la carga interior y provocar su explosión.
Por su parte, los obuses participaban de las características de los
cañones y de los morteros, sus proyectiles eran bombas como las de los
morteros, y su alcance y trayectoria intermedias entre las de unos y otros.
Podían usarse en campaña o plaza y si no, normalmente, contra tropas a
cubierto.
El sistema de carga era en esencia similar al del fusil, se introducía por
la boca del cañón la cantidad de pólvora necesaria, se metía el proyectil, se
atacaba con el atacador y se cebaba con una pequeña cantidad de pólvora el
oído de la pieza (orificio por el que se daba fuego a la carga). Para efectuar
el disparo se aplicaba fuego al oído por medio de una mecha, lo que
provocaba la inflamación de la pólvora en el interior del ánima y como
consecuencia el impulso del proyectil fuera de la pieza. La velocidad de
disparo no era muy elevada, con cañones de a 4 se conseguían hacer hasta
dos disparos por minuto y con los de calibre superior menos de uno por
minuto. Las operaciones que era necesario realizar para hacer fuego eran
numerosas, aparte de cargar la pieza había que colocarla en batería, esto es,
volverla a su posición inicial que había abandonado por efecto del retroceso
del disparo anterior, limpiar el ánima de los residuos de pólvora, refrescar el
tubo, puesto que con el fuego continuado llegaba a alcanzar temperaturas
muy altas, de tal forma que podría llegar a fundirse, y otras muchas
operaciones más.
Las armas individuales de que estaban dotados los artilleros eran las
mismas de la infantería, a las que había que añadir el sable, su objeto era la
defensa de sus piezas, que eran una presa muy codiciada en las batallas.

EL ARMAMENTO DE INFANTERÍA Y CABALLERÍA


El arma básica de la infantería era el fusil de chispa de ánima lisa
provisto de bayoneta. Desde finales del siglo XVII o principios del XVIII,
la infantería abandona las picas y los arcabuces para utilizar el fusil de
chispa, al que se le añadió la bayoneta con el fin de disponer de un arma
enastada que al mismo tiempo sirviera para la defensa, principalmente
contra la caballería, y para el combate cuerpo a cuerpo contra la infantería
enemiga. En 1715 desplazó definitivamente al mosquete, era un arma
mucho más ligera y manejable. La bayoneta adaptable al fusil hizo
desaparecer definitivamente a los piqueros.
Eran armas de ánima lisa y de avancarga, es decir, a diferencia de las de
ánima rayada, el interior de éstas, no tenia estrías para producir la rotación
del proyectil. Las armas de este tipo, como su propio nombre indica, se
cargaban por la boca. Para ello se introducía la carga de pólvora en el ánima
para después meter la bala (una pequeña esfera de plomo) atacándola con la
baqueta, y para finalizar, se cebaba con una pequeña cantidad de pólvora un
orificio que se comunicaba con el interior del ánima. Su calibre en esta
época era de alrededor de 18 milímetros. El sistema de disparo de este arma
consistía en una llave, integrada en esencia por una pieza móvil que
sostenía una piedra de sílex, que al golpear contra una pieza de metal
producía chispas que inflamaban una carga de pólvora que se encontraba en
una pieza denominada cazoleta, ésta, a su vez, producía la deflagración de
la carga que impulsaba la bala, este mecanismo se accionaba mediante el
gatillo.
En los años de la campaña de Pensacola estos fusiles se habían
perfeccionado mucho, fue un gran adelanto la invención del cartucho, pues
permitió pasar de realizar menos de un disparo por minuto, a poder efectuar
dos, o como mucho tres. Consistía este cartucho en un cilindro de papel
relleno de pólvora que tenía en uno de sus extremos la bala.
El alcance efectivo de estas armas era muy escaso, no era posible hacer
un blanco a más de 200 metros, y aun a esta distancia era difícil
conseguirlo. Por eso se utilizaba el fuego por descargas simultáneas de un
cierto número de soldados contra las cerradas formaciones del enemigo, con
esto lo que se conseguía era absorber la dispersión (si no se acertaba a uno
se acertaba a otro), pretendiendo conseguir con la masa de fuego lo que la
falta de precisión del fusil no permitía.
Aparte de estas armas, las compañías de infantería de preferencia, y la
infantería ligera, añadían a su armamento el sable. Los granaderos recibían
su nombre por el empleo de las granadas, que eran unas esferas de hierro,
de unos 900 gramos de peso, huecas y rellenas de pólvora, unos 120
gramos, con un orificio en el que se introducía un mecanismo de iniciación,
que una vez inflamado comunicaba el fuego a la carga interior para producir
su explosión. Se lanzaban a mano contra el adversario. Los cazadores e
infantería ligera llevaban en ocasiones un par de pistolas.
Los oficiales iban armados con espada, y en muchos ejércitos con fusil
y bayoneta, en otros mantenían como arma la alabarda o el espontón, una
especie de lanza corta, que algunos años antes era el arma propia de
oficiales y sargentos en los ejércitos europeos.
La caballería utilizaba la espada y el fusil, y llevaba frecuentemente un
par de pistolas en el arzón.
CAPÍTULO 2
PRIMERA GUERRA DEL III
PACTO DE FAMILIA

La Guerra de los Siete Años


Entre 1756 y 1763, se desencadenó en Europa la denominada "Guerra
de los Siete Años", motivada por el control sobre Silesia y por la
supremacía colonial en América del Norte y en la India. Tomaron parte por
un lado Prusia, Hannover y Gran Bretaña, junto a las colonias americanas,
uniéndosele más tarde Portugal; en el bando contrario figuraban Sajonia,
Austria, Francia, Rusia y Suecia.
Según Winston Churchill, tanto por el número de países involucrados,
los ámbitos de combate utilizados (el mar y la tierra), así como los
continentes (Europa, Asia y América) en los que se libraba, podríamos
considerarla como la I Guerra Mundial de la historia. Cuatro años duraba ya
esta guerra, que había debilitado y disminuido considerablemente las
fuerzas y los recursos de las naciones beligerantes, por lo que todas miraban
ya la paz como el bien supremo, si bien cada una de ellas la condicionaba a
obtener la supremacía en las ventajas.
Sin duda era muy diferente la situación de las dos principales potencias
sustentadoras de las hostilidades aunque a una y otra conviniera la paz.
Francia, con el duque de Choiseul de primer ministro, se hallaba ya sin
tesoro, con poca marina y tiranizando a los pueblos para proseguir las
campañas. Inglaterra se reponía de los quebrantos y se esforzaba para
alcanzar triunfos, alentándola infatigable el célebre Pitt, a la cabeza del
ministerio; Pitt, cuya fascinadora elocuencia hacía populares las lides,
cuyo espíritu prodigioso abarcaba los dos hemisferios en que se
prolongaban tenazmente, cuya fecundidad de arbitrios lograba que
aparecieran fuertes flotas dondequiera que asomaban contrarios y
aventarlos casi por completo de las islas y de los mares, y enviar de
continuo socorros pecuniarios al gran Federico de Prusia, fénix de los
guerreros, pues acometido por Austria, Sajonia, Francia, Rusia y Suecia,
cuando parecía a punto de ser vencido, se ostentaba victorioso y defendía
heroicamente su reino, enclavado entre dos imperios enemigos, y cuya
independencia peligraba, por tanto, en todas las batallas.[26]
Nada mejor para España que continuar la política iniciada por Fernando
VI y mantener la neutralidad más estricta ante Europa, sin embargo, Carlos
111, que nunca había olvidado los agravios ingleses hacia su padre y a
quien zahería profundamente la ocupación de Gibraltar y Menorca, añadía a
ellos otros hechos como el que los británicos
Seguían realizando actos de contrabando en nuestros territorios
americanos, introduciendo mercancías prohibidas que almacenaban en
Jamaica.
Se negaban constantemente a las demandas de Carlos III para
que se permitiese el acceso de los barcos de pesca españoles en el
banco de Terranova.
Se habían apoderado tiempos atrás de algún territorio en la
costa de Honduras (Belice), para cortar palo de campeche[27].
El marqués de Ossun, embajador de Francia, asediaba constantemente a
nuestro monarca para que entrara en la coalición, sin embargo la opinión de
su esposa Doña María Amalia de Sajonia, a quien horrorizaba hasta el oír
hablar de guerra, mantuvo a Carlos III alejado de la contienda.
Empero, la muerte de la reina, en Septiembre de 1760, eliminó, quizás,
la única razón que le impedía formalizar un pacto con la vecina Francia.

Los Pactos de Familia


Los pactos de Familia fueron alianzas entre España y Francia, cuyo
nombre se debe a la relación de parentesco existente entre los reyes
firmantes, todos ellos pertenecientes a la Casa de Borbón. Se rubricaron tres
durante los reinados de Felipe V y Carlos III.

PRIMER PACTO
El Primero fue formalizado por Felipe V de España y Luis XV de
Francia el 7 de Noviembre de 1733 en el Real Sitio de El Escorial. José
Patiño Rosales[28] y el conde de Rottembourg acordaron el pacto en
nombre de sus respectivos reyes. Se firmó durante la Guerra de Sucesión de
Polonia, uno de los conflictos internacionales de la época, que fue
aprovechada por Felipe V, para atacar a Austria y recuperar Nápoles y
Sicilia, donde entronizó como rey a su hijo el infante Carlos (el futuro
Carlos III).

SEGUNDO PACTO
El Segundo se firmó el 25 de Octubre de 1743, en Fontainebleau,
también reinando los mismos monarcas, en el transcurso de la Guerra de
Sucesión de Austria para conseguir los ducados de Parma, Plasencia y
Guastalla para el hijo de Felipe V, el infante D. Felipe, que tomó posesión
de ellos en 1748.
Fernando VI (1746-1759) llevó a cabo una política de neutralidad activa
entre Inglaterra y Francia liquidando el Pacto de Familia, lo que le desligó
de apoyar a Francia en sus guerras. A cambio, Inglaterra aceptó la supresión
del asiento de negros y del navío de permiso[29].

TERCER PACTO
La iniciativa para la firma de este Tercer Pacto de Familia la tomó
Francia a comienzos de 1761. El negociador español fue Jerónimo de
Grimaldi, un genovés al servicio de España nombrado embajador ante
Versalles, y el negociador francés fue el ministro Choiseul. El acuerdo fue
firmado por ambos, en nombre de sus monarcas, el 15 de Agosto de 1761
en París. Según los términos del mismo, los dos países harían causa común,
de forma que Quien ataca a una Corona, ataca a la otra. Cada una de las
Coronas mirará como propios los intereses de la otra su aliada.
Los principales puntos del Pacto fueron los siguientes[30]:
Ambos países se comprometen a hacer la guerra a Inglaterra.
Inglaterra deberá permitir a los buques españoles la pesca del
bacalao en los bancos de Terranova, a la vez que los súbditos de
aquella deberán salir de los territorios que han usurpado en las costas
españolas de la Tierra Firme (Belice).
Concertar mutuamente las operaciones antes de emprenderlas,
acordar la paz y compartir pérdidas y ventajas.
No hacer la paz por separado.
Confirmar el derecho de Francia a las islas antillanas de: La
Dominica, San Vicente, Santa Lucía y Tobago.
Entregar Menorca a España[31]
Persuadir al rey de Portugal para que cerrase sus puertos a los
ingleses.
Garantizar al duque de Parma, el infante D. Felipe, hermano de
Carlos ILI, la reversión del Placentino.
Así mismo, se acordaba que[32]:
Antes de tres meses a contar desde el requerimiento de apoyo
por uno de los dos países firmantes, el otro debería haber enviado 12
navíos de línea y 6 fragatas, puestas a disposición del solicitante.
Si fuera España el país que recibiera el requerimiento, debería
poner a disposición de Francia (además de la flota mencionada) 10.000
soldados de infantería y 2.000 de caballería. Si el país requerido fuera
Francia, debería enviar 18.000 hombres de infantería y 6.000 de
caballería (esta diferencia en el número de tropas se hizo de acuerdo al
tamaño del ejército de cada país).
Estas tropas estarían a las órdenes del país demandante de
ayuda, durante todo el tiempo que fuese necesario, a costa del país
requerido.
Para hacer efectivo el envío de estas fuerzas no serían
necesarias mayores explicaciones por parte del país demandante:
bastaría la solicitud de ayuda.
Las guerras en las que Francia pudiera verse involucrada como
consecuencia de los acuerdos establecidos en la Paz de Westfalia[33] o
en otras alianzas estarían exceptuadas de los puntos anteriores, salvo
en el caso de que Francia fuese atacada por tierra, en cuyo caso sí sería
socorrida por España.
Su espíritu y letra propendían a hacer permanentes e indisolubles, tanto
para Carlos Hl y Luis XV como para todos sus descendientes y sucesores,
las mutuas obligaciones de la amistad y el parentesco. Con todo, este
convenio llamado ya Pacto de Familia, no había de comenzar a estar en
vigor hasta que se hallara en paz Francia, y, sin duda, podían atravesarse
sucesos capaces de invalidarlo completamente, antes de que tornara a
verse empeñada en la guerra.
Sin embargo, cuando Grimaldi tuvo la candidez lastimosa de proponer
que los asuntos españoles y franceses corrieran unidos ante el gabinete de
Londres, se le previno que retirara prontamente la oferta, para disipar todo
recelo de que España se propusiera entorpecer la paz de Francia. Muy mal
Choiseul con que la prenda soltada por Grimaldi se le fuera de entre las
manos, hizo como que Luis XV correspondía a la hidalga conducta de
Carlos III, rehusando la separación de negocios, aunque hallara manera de
zanjar los suyos particulares. Esto no fue, en suma, sino pagar una
generosidad aparente, para exigir por un sacrificio ilusorio un sacrificio
real y efectivo: la declaración de hostilidades por parte de España a
Inglaterra el día 1° de mayo de 1762 si aun duraban entonces[34].
Ante la firma de este Tratado, Inglaterra trató de evitar el
desencadenamiento del conflicto con España, por lo que su embajador, el
conde de Bristol, presentó a nuestro gobierno la siguiente pregunta: "¿Se
'propone la Corte de Madrid unirse a los franceses y hostilizar a la Gran
Bretaña, o apartarse de la neutralidad de cualquiera modo? La negativa de
una respuesta categórica se considerará como una declaración de
hostilidades. Substancialmente, el ministro de Estado, previa la
autorización necesaria, le contestó que este paso inconsiderado y ofensivo
a la dignidad de su soberano patentizaba el espíritu de altivez y de
discordia preponderante aún, por desgracia de la Humanidad, en el
Gabinete de Londres, y hacía inevitable la guerra[35].
Ante esta contestación los británicos rompieron las hostilidades y
declararon la guerra a España el 2 de Enero de 1762, a lo que respondió ésta
del mismo modo el día 16. Durante este período final de la "Guerra de los
Siete Años", se puso de manifiesto la superioridad militar de los británicos,
que fueron capaces de terminar de vencer a los franceses y dominar a los
españoles en todos los frentes; las operaciones se realizaron en territorio
portugués, americano y filipino.
El Tercer Pacto de Familia fue renovado en 1779, mediante el Tratado
de Aranjuez, por el que ambas potencias se tomaron la revancha contra
Inglaterra en la Guerra de Independencia de los EEUU (1775-1783), en la
que entra en ese mismo año, y durante la que se recuperan Menorca y la
Florida.
Guerra con Portugal
Declarada la guerra entre Inglaterra y España, entró automáticamente en
vigor el Tercer Pacto de Familia. Para los franceses, el plan estratégico por
excelencia habría sido el realizar un desembarco en la propia isla británica,
pero siendo esto imposible, se pensó en una acción de tipo indirecto
consistente en tratar de persuadir a Portugal para que cerrase sus puertos a
los ingleses, cuyas facilidades de utilización les permitirían un rápido y
cómodo acceso a España.
A este fin enviaron a Lisboa como Ministro Plenipotenciario a D.
Jacobo O'Dun, irlandés, para que, de acuerdo con D. José Torrero,
Embajador de España, plantease al Rey D. José I si tomaría o no partido a.
favor de sus aliados los ingleses. Este Monarca no pensaba unirse a
Inglaterra; pero esto no bastaba a quien quería arrojarles de los puertos de
Portugal, y así, el 16 de Marzo de 1762, insistieron en sus peticiones
ofreciéndole una alianza constante con la Casa de Borbón si rompía la que
tenía con Inglaterra. Ante la negativa del portugués, SS. MM. Católica y
Cristianísima mandaron retirar sus Ministros, y se prepararon para la
inminente campaña.
En tiempos de Carlos III, a pesar de las guerras y vicisitudes que a lo
largo de los siglos se habían producido, la frontera entre España y Portugal
había permanecido inalterable desde el siglo XII; tan sólo se modificó
posteriormente por la anexión a España de la plaza de Olivenza, como
consecuencia de la guerra de 1801, llamada de las Naranjas.
En el momento que se va a desencadenar el conflicto, la población
peninsular portuguesa se estimaba en cuatro millones de habitantes. Con
una dependencia política de Inglaterra, que la convertía en la práctica casi
en una colonia, carecía Portugal de un ejército bien constituido. Sin
embargo, el odio secular a Castilla armó los brazos del paisanaje, que se
agolpo en enjambre alrededor del núcleo inglés, lo mismo que en los
tiempos de Aljubarrota[36].
La declaración formal de guerra la firmó Carlos III en Aranjuez el 3 de
Junio de 1762. Se constituyó un ejército de 40.000 hombres, cuyo mando
dio, por su propia elección y contra la opinión de su Ministro de Estado y
Guerra, D. Ricardo Wall, al marqués de Sarria, Teniente General y Coronel
de guardias españolas, al cual había conocido en Italia, y donde le vio
distinguirse y proceder con sumo honor y probidad Esto decidió su
designación, pese a que su salud se hallaba muy quebrantada por la gota.

PLAN DE CAMPAÑA ESPAÑOL


Inicialmente, el Plan de Campaña proyectaba atacar Portugal desde
Galicia, Castilla, Extremadura y Andalucía, para lo cual se aproximaron
tropas a las zonas fronterizas de estas regiones. No obstante, el esfuerzo
principal de la operación se pretendía ejercerlo sobre el eje Almeida-Lisboa,
lo que convertía a esta plaza en el primer objetivo a ocupar. Por esta razón,
los principales órganos logísticos se establecieron en las proximidades de
Ciudad Rodrigo y Fuerte de la Concepción.

Sin embargo, un ingeniero catalán, llamado Gaber, hábil, pero muy


atronado, aunque pasaba de setenta años, y que había hecho antiguamente
el reconocimiento de Portugal, se presentó con un proyecto diferente, que
era atacar Miranda y Braganza, las dos provincias de Tras los Montes y
entre Duero y Miño, y apoderarse de Oporto, que es la plaza más
comerciante de Portugal, después de Lisboa, y muy importante por la gran
exportación de vinos, y daba la cosa como muy fácil y pronta.[37]
Este proyecto se presentaba como una conquista rápida e importante de
dos provincias que, separadas del resto del reino de Portugal por el río
Duero, podían disminuir su potencial económico pero sin arruinarle, a la
vez que incrementaría el nuestro en una paz ventajosa. Así mismo, y
teniendo en cuenta que la reina de Portugal, Doña Mariana Victoria, era la
hermana muy querida de Carlos III, e hija predilecta de la Reina madre, se
presentó al rey esta Línea de Acción como una operación de diversión
contra los ingleses, sin que se pretendiera la conquista del reino, lo que hizo
que se inclinara por esta nueva solución. No obstante se mantuvo una fuerza
en Ciudad Rodrigo al mando del conde de Maceda y otra en Extremadura a
las órdenes del teniente general D. Gregorio Muniain, si bien
permanecieron a la expectativa sin pasar la frontera.
Sin embargo, el desplazar el centro de gravedad de las operaciones
desde Ciudad Rodrigo a Zamora, donde no había órganos logísticos
previstos, retrasó notablemente la iniciación de las operaciones. Otra causa
que contribuyó a esta demora, fue el cruce del río Esla, (a unos 24 Kms al
Oeste de Zamora), que discurría sumamente crecido en aquella época del
año, lo que obligó a construir un puente de barcas.

INICIO DE LA GUERRA EN LA ZONA DE OPERACIONES


NORTE
El 28 de Abril se puso en marcha el ejército español que desde Zamora
fue a acampar a Montamarta, y dirigiéndose por Navianos y Gallega del Río
a Alcañizas, estableció el cuartel general en Siete Iglesias, ya en tierras de
Portugal. Desde allí publicó el Marqués de Sarria un Manifiesto, en el que
expresaba no ser el ánimo de S. M C. hacer la guerra ofensiva contra
Portugal, sino sólo asegurarse de sus plazas y puertos, para que por ellos
los ingleses no pudiesen hacer a la España el daño que la habían causado
en la guerra de Sucesión.[38]
Sin embargo, este Manifiesto produjo el efecto contrario al que se
pretendía, ya que indujo a los portugueses a prepararse para la defensa,
aportando para ella todos los medios posibles. A este fin, y dada las
precarias condiciones en las que se encontraban sus fuerzas armadas, tal
como hemos apuntado más arriba, adoptaron las siguientes medidas:
Aprestar una flota de 12 navíos, para hacer embarcar la familia
Real y transportarla al Brasil, si fuera necesario.
Solicitar a Inglaterra el envío de tropas, lo que se reflejó en la
llegada del Conde de Schaumbourg-Lippe con una fuerza de 6.000
soldados británicos, que sirvieron de base, en medio de la misma
guerra, para formar un ejército que no existía.
Concentrar el máximo de fuerzas en el campo de Abrantes,
donde se fortificaron cubriendo la capital.
Aprovechar la demora de las tropas españolas en iniciar sus
movimientos para instruir a las suyas.
Las fuerzas del marqués de Sarriá ocuparon Miranda do Douro el 9 de
Mayo, el 13 el castillo de Oteiro y la plaza de Braganza evacuada por los
portugueses; y el 21, Chaves. El rey y el pueblo aplaudieron asombrados
estos éxitos, que se lograron sin haber disparado un tiro. Pero el 3 de Junio
la división ligera de O'Reilly marchó de Chaves a Villarreal, donde
permaneció tres días[39] desde allí siguió a Vila Flor donde se encontraron
con una fuerza portuguesa que obligó a las nuestras a retroceder.
Pese a los fáciles éxitos iniciales, el contratiempo de Vila Flor, puso de
manifiesto que este ejército, falto de provisiones y pertrechos, que habían
quedado en su mayor parte en la zona de Ciudad Rodrigo, iba a necesitar
mucho tiempo, riesgo y fatiga para llegar a Oporto a través de un territorio
como aquel: pobre, duro y sin caminos.
En estas circunstancias, hubo de renunciarse a Oporto y retirar el
ejército para volver al plan inicial de atacar por Ciudad Rodrigo, de modo
que, después de dos meses de poca o ninguna utilidad, y de muchos gastos
y fatigas, el 30 de Junio, se puso en marcha para Zamora, llegando el 4 de
Agosto frente a la ciudad de Almeyda, plaza regular, nueva y bien
fortificada, estableciendo su cuartel general en el lugar de la Junça.

LA GUERRA EN LA ZONA DE OPERACIONES CENTRO


En el campo de Almeyda se unió al ejército español un cuerpo de 8.000
franceses, mandados por el Mariscal de Beauvau.
El 15 de Julio se abrió la trinchera. La plaza estaba guarnecida por más
de 4.000 hombres, si bien todos reclutas con algunos oficiales ingleses; la
artillería y almacenes estaban bien provistos. En manos más expertas la
plaza podría haber resistido perfectamente el ataque español; sin embargo,
la permanencia dentro de ella de numerosa población civil, y el temor a que
se produjeran gran número de bajas en la misma, hizo que el 25 de Agosto
capitulase, sin haberse abierto aún bien la brecha.[40].
Tras esta conquista, el Marqués de Sarria, acosado por la gota, y
conociendo que el Ministro de la Guerra deseaba dar el mando del ejército
al Conde de Aranda, que desde la Embajada de Polonia, en que se hallaba,
se había puesto en camino tan pronto supo del inicio de la guerra, pidió su
retiro, y, S. M se lo concedió, dándole el Toisón en prueba de lo satisfecho
que se hallaba de sus buenos servicios[41].
Posiblemente con la intención de evitar la caída de Almeyda o, al
menos, retrasarla, el 24 de Agosto, el brigadier John Burgoyne, segundo del
mariscal inglés conde Schaumbourg-Lippe, pasó el Tajo por Abrantes, con
una columna anglo-lusitana, dirigiéndose rápidamente hacía Valencia de
Alcántara, donde esperaba encontrar grandes almacenes mal custodiados.
No los halló, pero si algunas compañías del regimiento de Sevilla, que
habían llegado la víspera al mando del general Balanza para reconocer las
entradas al Alemtejo. El inglés atacó esta fuerza por sorpresa haciéndola
prisionera, así como al vecindario. Su propósito era ampliar su zona de
actuación hacia Salorino y San Vicente, capturando algunas unidades por
allí acampadas, y, ocupando el puente del Jévora, cortar las comunicaciones
de Badajoz. Esta algara se debía combinar con el movimiento que el grueso
del ejército enemigo, compuesto por 17 batallones y 16 escuadrones,
emprendió el mismo día 24 hacia la frontera contra Alcántara.
Pero tan condicionados andaban los portugueses como los españoles en
materias de logística y administración militar, por lo que, después de mil
retardos y tropiezos, el 28 todavía estaba Lippe en Nisa, es decir, a dos
jornadas de marcha de la frontera. Ante esta situación se replegaron los
puestos españoles a Alcántara, Alburquerque y Badajoz. Abortada la
sorpresa, todavía insistió Lippe en su propósito, contando con que Almeyda
resistiría mucho tiempo; pero llegada la nueva de la rendición, resolvió
retirarse de Nisa a Abrantes, en tanto que Burgoyne, reforzado, se quedaba
custodiando la frontera entre Portalegre y Vila Velha, y otro destacamento
al mando del conde de Santiago se mantenía en la Beira Baja con orden de
retirarse en todo caso a los desfiladeros de las montañas entre el Zezere y el
Tajo, desde Cebola y Covilha, hasta Vila Velha, a fin de guardar los pasos,
singularmente el de Sobreira Formosa, manteniendo libre la comunicación
con Abrantes[42].
Con la finalidad de forzar el enfrentamiento con el grueso de las fuerzas
anglo-portuguesas, el nuevo general en jefe, Conde de Aranda, destacó una
fuerza a las órdenes del conde de Ricla, a ocupar los puestos de Pinhel y la
Guardia, que protegiesen su flanco derecho y él con el grueso del ejército
marchó hacia Castelo Branco siguiendo el eje: Aldea Nueva, Cerveira,
Sabugal, Penamacor, San Piri, Pedrogaon, San Miguel d'Acha y Escallos.
[43]
Desde aquí, el conde de Aranda destacó una columna de 6.000 hombres,
que, desde Vila Velha, distribuyó patrullas y puestos por la orilla derecha
del Tajo, cruzando fuegos con los ingleses de Burgoyne que ocupaban la
orilla izquierda del río. Otra columna de 4.000, avanzando por la carretera
de Castelo Branco, llegó a las alturas entre Sarzedas y Montegordo,
enfrente del conde de Santiago, apostado sobre el Alvito entre Venda y
Ferreira. Otra tercera, en fin, de 3.000, se estableció enfrente de la garganta
de San Simao.
No pudiendo desalojar a Burgoyne, el 3 de Octubre Aranda ordenó el
ataque en dirección a Abrantes, arrollando los diseminados puestos anglo-
lusitanos. El destacamento portugués de Alvito quedó envuelto por los dos
flancos, por lo que Lippe ordenó la retirada, con intención de concentrarse
en Corticada, Cardigos y Macao.
Aranda, desde Sarzedas, tomó el camino de Sobreira Formosa, rebasó
aquel pueblo y envió descubiertas a Corticada y Carditos.
Pero, cada día que pasaba la situación era más difícil. Las tropas
españolas se veían imposibilitadas de abastecerse sobre el terreno, lo que
obligaba a que todo hubiera de traerse desde nuestro territorio; la tropa, ante
los duros trabajos que habían de realizar para abrir caminos para la
artillería, dio graves muestras de indisciplina y vandalismo, vengadas
ferozmente por los portugueses. A su vez, el inquieto Burgoyne, cruzando
el Tajo, no cesaba en acosar a la retaguardia española, provocando
constante alarma, si bien la caballería del duque de Huéscar contrarrestó
estos hechos.
En estas circunstancias, las operaciones entraron en una fase de
ineficacia. Las tropas portuguesas se deshacían en una serie de marchas y
contramarchas tratando, sin conseguirlo, de cortar las comunicaciones del
ejército español con sus bases de Almeida y Ciudad-Rodrigo. En cuanto a
éste, se encontraba atascado en un terreno fragoso, perfectamente conocido
y utilizado por el enemigo, que podía usar con ventaja su artillería desde la
cresta de escarpes de quince y veinte metros de altura, que guardaba
correctamente sus flancos, y, en fin, que anulaba por completo nuestra
superioridad en caballería, que perecía lastimosamente por falta de forraje;
así mismo, el campo entero se doblaba al viento pestífero de la fiebre.
Hacia el mes de Septiembre corrieron rumores de paz que vinieron a
finalizar una guerra torpemente entablada, sin plan, sin objeto, sin resultado
probable. Así pues, el grueso del ejército español retrocedió a su antigua
posición de Castelo Branco (Octubre de 1.762); tras un breve descanso, y
no pudiendo llevarse consigo el considerable número de enfermos
existentes en el hospital de esta plaza, el conde de Aranda los dejó allí,
confiando en la generosidad del enemigo.
A continuación inició el repliegue hacia España pasando por Ladoeiro y
Zibreira; cruzó el río Eljas por el puente de Segura; arrasó las
fortificaciones de Salvaterra y Segura, de Castello Rodrigo y Alfayates, sin
que el enemigo molestase prácticamente la retirada, llegando a Alcántara y
Alburquerque el 15 de Noviembre, acantonándose en ellas y conservando
sólo en territorio portugués las plazas de Chaves y Almeida.
El 22 Aranda envió al general Buscarelli al cuartel general enemigo,
que estaba en Monforte, para ajustar con el conde de Schaumburg-Lippe
una suspensión de armas, anunciándole los preliminares de paz firmados el
23 de Noviembre en Fontainebleau[44]. El general inglés Crawford trajo al
de Aranda la aceptación.

Conquista de La Habana por los


Ingleses[45]
Incluso antes de firmarse el Tercer Pacto de Familia, el que la guerra
contra Inglaterra acabaría por estallar era un hecho tan conocido y evidente
como para que William Pitt, en 1760, encargara la creación de una gran
flota para atacar al enemigo español en un punto que consideraba letal para
él: Cuba.
La muerte del rey inglés Jorge II, el 25 de Octubre de 1760, y la
entronización de Jorge III dio lugar a un cambio de ministros y a un intento
de resolver problemas por medios diplomáticos que estaría abocado al
fracaso desde sus inicios, de modo que, tal como hemos visto
anteriormente, el 4 de Enero de 1762 Inglaterra declaraba la guerra a
España.

FUERZAS INGLESAS
El 4 de Marzo se dio la orden de zarpar a una flota compuesta por cinco
navíos de línea de entre 60 a 90 cañones que daban escolta a 64 buques
mercantes transformados en trasportes de tropas, más cuatro buques
hospital.
El 19 entraban en la isla de Barbados donde conocieron que la
Martinica había caído en su poder, así como las islas Dominica, Santa Lucía
y Granada, esperándose en cualquier momento la ocupación de la isla de
San Vicente. Ante estos hechos, se liberaban tropas y barcos que permitían
aumentar la fuerza de esta armada, de modo que, en total, llegarían frente al
puerto de la Habana una poderosa flota de 23 navíos de línea, 24 fragatas, 3
cheques de fondo plano y unos 150 navíos mercantes de diferente tonelaje,
que transportaban a la tropa de desembarco, abastecimientos y hospitales.
En total montaban 2.292 cañones y sumaba más de 20.000 hombres entre
marinos y tropa, a la espera de un refuerzo de 4.000 soldados provenientes
de las colonias norteamericanas. La flota estaba bajo el mando del almirante
Pockock y el ejército al del teniente general George Keppel, conde de
Albermale, a quien acompañaban sus dos hermanos, uno comodoro de la
marina y el otro general del ejército.

FUERZAS ESPAÑOLAS
Por parte española el mariscal de campo D. Gutierre de Hevía, era
comandante general de una escuadra compuesta por 14 navíos de línea y 4
fragatas y si hubiera reunido todas las unidades dispersas en los diferentes
puertos españoles en esas aguas hubiera formado una escuadra de 21
navíos, 7 fragatas, 2 paquebotes y 1 jabeque que podían haber constituido
un nada despreciable enemigo para la flota británica, forzándola, incluso, a
abortar la operación, y mucho más si se hubieran unido a la flota francesa.
Pero el nuevo gobernador de la Habana y capitán general de la isla de Cuba:
D. Juan de Prado Malleza Portocarrero y Luna[46] no lo juzgó conveniente.
Este se negó a cualquier acción conjunta alegando que los buques
disponibles eran para la protección de la Habana.
Hasta finales de Noviembre de 1761 Prado no pudo embarcar hacia su
destino y esto fue después de una audiencia con el rey Carlos III en la que
le advirtió lo que se esperaba de él. En concreto una de las instrucciones
confidenciales que se le notificó fue la de crear una fortificación que
permitiera la defensa del promontorio denominado "La Cabaña". Éste
sobresalía por encima del castillo del Morro con su altura y una batería
situada sobre él permitiría no solo dominar este castillo, "llave de la
Habana", sino también bombardear la propia ciudad lo que le convertía en
una altura estratégica que debía ser debidamente protegida y defendida.
Para defender la plaza contaba con:
El regimiento de infantería de la Habana, mandado por el
coronel Alejandro Arroyo y compuesto por 4 batallones de 6
compañías con una fuerza total de 856 soldados, y los destacamentos
destinados en diferentes puntos de Cuba y La Florida.
El II° batallón del regimiento de infantería España, al mando
del teniente coronel Feliú formado por 9 compañías con 645 soldados.
El II° batallón del regimiento Aragón, mandado por el teniente
coronel Panés Moreno formado por 9 compañías con 636 soldados.
El cuerpo de dragones de la Habana, que estaba repartido por
diferentes destinos permaneciendo en La Habana una fuerza de 4
compañías compuestas por 54 soldados a caballo y 21 a pie.
Dragones de Edimburgo formado por 200 a caballo
Las instrucciones reales mandaban que, caso de sospecharse de un
ataque inglés, se creara una Junta de Guerra compuesta por los máximos
oficiales que se encontraran en la plaza bien por destino bien por accidente
como fue el caso del virrey de México, conde de Superonda, que había
cesado en su cargo e iba camino de España cuando se produjeron los
acontecimientos.
D. Juan de Prado inició las obras de fortificación en el cerro de "La
Cabaña", pero pronto las abandonó debido a la necesidad de herramientas
especiales como consecuencia de la dureza del terreno. Por el contrario, se
reforzaron los muros de la ciudad y los del castillo del Morro por
encontrarse en estado de abandono y en algunos tramos estar construidos de
mampostería y no de sillares de piedra, lo que los hacía más débiles frente
al impacto de los proyectiles de los cañones; así mismo se dotó a la
guarnición de fusiles, pólvora, munición y granadas de mano, de las que
estaba tremendamente necesitada.
Con respecto a la artillería, había suficientes cañones debido al aporte
que de los mismos hizo la escuadra y al hecho de reservarse un envío de 30
de ellos con destino al virreinato de México. El total de bocas de fuego que
tenía la Habana era de 350, incluyendo las de la escuadra.

EL SITIO
El 6 de Junio, a las diez de la mañana, se presentó la flota inglesa frente
al castillo del Morro. Tras confirmar que se trataba de una acción de guerra
se llama a formar a las milicias, se las arman y se constituyen regimientos
con ellas. Estas sumaran un refuerzo de 3350 hombres, aunque carentes de
experiencia; de éstos, los batallones de negros destacaran por su buen
comportamiento.
Al día siguiente en la Junta de Guerra se decide reforzar la defensa del
cerro de "La Cabaña"mediante el envío de una batería de cañones, lo que se
realizará a brazo, en medio de enormes esfuerzos.
Mientras tanto, ese mismo día, los ingleses dividieron sus efectivos en
tres grupos: uno se situó frente a Bucaranao, al Este de La Habana; otro se
situó frente a Cojimar (al Este de la anterior); y el tercero, se situó frente a
La Habana. En total los ingleses pusieron en tierra 12.000 soldados de
infantería y 4.000 de zapadores[47] que redujeron las pequeñas fortalezas
españolas de Bucaranao y Cojimar. Al terminar el día los soldados ingleses
están a 4 kilómetros de la fortaleza del Morro.
El día 8 se decide en Junta una de las más criticadas acciones de la
defensa: cerrar la entrada al puerto con una cadena desde el castillo de La
Punta al del Morro y hundir en el estrecho canal unos navíos que
bloquearan la entrada. Con esta decisión Prado renunciaba a cualquier
acción por parte de la escuadra que tenía, al tiempo que la encerraba sin
posibilidad de ser útil a la defensa. Los ingleses se veían así liberados del
peligro de una salida de la flota española sin necesidad de efectuar un solo
disparo; pero lo más criticado y que sigue sin comprenderse es como se
ordenó el hundimiento de tres navíos de línea en perfecto estado y de los
mejores de la flota para tan triste fin pudiendo contar con barcos mercantes
con suficiente tamaño como para desempeñar dicho papel. Así, entre el día
9 y 10 de Junio se hundieron junto a la cadena los barcos "Neptuno" de 70
cañones y el "Asia" y el "Europa" de 60 cañones cada uno.
Perdida la función de la marina, se ordenó desmantelar la artillería y
repartir ésta, junto con las reservas de pólvora, munición y el refuerzo de las
tropas de infantería de marina artilleros y marineros entre las diferentes
guarniciones. A los oficiales se les asignaron diferentes cometidos y a uno
de ellos, el capitán de navío Don Luis de Velasco y Fernández de la Isla, se
le responsabilizó de la defensa del castillo del Morro.
Al día siguiente cae la villa de Guanabacoa que estaba defendida por un
pequeño contingente de milicia. Entretanto una fuerza inglesa al mando del
coronel Carleton llega a "La Cabaña". Esta había sido armada con una
batería de cañones tal como habíamos apuntado más arriba, y guarnecida
por una fuerza de milicias, reforzada con un pequeño contingente de tropas
veteranas. Tras la primera media hora de combate las milicias se
desbandaron, en tanto que las tropas veteranas resistieron durante toda la
jornada. Ante la situación, la Junta, ordenó abandonar la posición y
despeñar los cañones que con tanto esfuerzo se habían subido, de modo que
al finalizar el día 11 de Junio "La Cabaña" estaba en manos de los ingleses.
Estos organizan otro desembarco de tropas al Oeste de la Habana
destruyendo y tomando los fuertes de la Chorrera y Torreón de San Lázaro.
De esta forma, la defensa de la Habana se torna desesperada por lo que el
gobernador ordena la evacuación de la ciudad de mujeres, niños, ancianos y
religiosos camino de Managua y Santiago.
El día 14 los ingleses instalaron 3 baterías de cañones en las alturas de
"La Cabaña" y en el castillo de la Chorrera.

LA DEFENSA DE "EL MORRO"


A partir del día 15, el "Morro" es sometido al fuego tanto de las baterías
desembarcadas, como de la flota.
El día 29 se lleva a cabo un ataque español a las baterías, que fracasa,
pero permite que 300 soldados al mando del coronel Arroyo entren en el
Morro para reforzar a la guarnición.
El 1 de Julio se lleva a cabo un ataque general por tierra y mar contra el
castillo. En el ataque desde el mar, los ingleses sufrieron pérdidas sensibles,
como el del navío "Namur", que tuvo que ser remolcado por lanchas al
haber perdido todos sus palos; otros dos, el "Cambridge" y "Marlborough"
también sufrieron daños. El comandante de un cuarto, el "Stirling Castle",
fue relevado de su cargo y juzgado por cobardía. Por tierra las baterías del
general Keppel van desmontando una a una las piezas que defienden al
castillo. Los baluartes[48] y las cortinas[49] se resquebrajaban, causando
gran número de bajas. Con todo, el castillo resiste.
Al día siguiente han desaparecido las obras exteriores del castillo. Los
cañones dentro del Morro son cada vez más escasos y por la tarde solo dos
de ellos están en situación de hacer fuego. Por la noche, tras estos
interminables días, se hacen prodigiosos esfuerzos para llevarle, desde La
Habana, tropas de refresco y cañones para sustituir aquellos que han sido
destrozados. Pero los ingleses también van aumentando el número de bocas
de fuego que disparan desde tierra por lo que siempre estarán los españoles
en inferioridad. Para el 12 de Julio veinte cañones ingleses disparan contra
5 ó 6 españoles que responden.
El día 15, D. Luis de Velasco, que se hallaba enfermo, acude a las
murallas en ruinas y es gravemente herido en la espalda por la metralla.
Contra su voluntad debe ceder el mando de la guarnición al capitán de
navío Francisco de Medina y trasladado a La Habana para que le curen las
heridas.
El 17 solo quedan dos cañones activos, y los ingleses inician la
construcción de una mina para volar los muros. Los días 19 y 20 se
consigue instalar 3 nuevos cañones que pronto quedaran inservibles. Los
merlones[50] que dan a tierra están todos destruidos. El trabajo de las minas
prosigue amenazadoramente.
El día 23, las tropas españolas atacan a las inglesas con idea de destruir
sus baterías. Este ataque desde la Habana ha sido ideado por D. Luis de
Velasco quien, a pesar de la gravedad de su herida, no cesa en la idea de una
defensa activa frente al enemigo al contrario que el gobernador y la Junta
que postulan una defensa pasiva a la espera de que la enfermedad destruya
al ejército enemigo como sucedió en Cartagena de Indias[51]. El ataque
fracasó, por lo que, sin esperanzas de parar las obras de las minas que cada
vez se aproximaban más a los muros del castillo, Don Luis de Velasco, a
pesar de su herida, volvió a asumir su puesto en la defensa del castillo que
se sabía sentenciado.
El 27, los ingleses cortaron la única posibilidad que tenían los españoles
del Morro de comunicarse con la ciudad que era con pequeñas
embarcaciones por el centro de la bahía. Desde ese instante la guarnición
del Morro se encontraba aislada y sin posibilidad de recibir suministros o
refuerzos.
Al día siguiente los ingleses recibieron un refuerzo de 3.000 soldados
procedentes de las colonias americanas. Entre los recién llegados se
encontraba el joven George Washington.
Velasco comunica a la Junta la situación y solicita órdenes, a lo que
ésta, incapaz de tomar ninguna decisión, le contesta que actué como crea
oportuno. Este mensaje a una persona con el sentido del deber y pundonor
del comandante del castillo es prácticamente una incitación a que lleve a
cabo una lucha hasta el final.

ASALTO A LA FORTALEZA DE "EL MORRO"


El día 30, el general William Keppel da la orden de atacar. El orden de
ataque será: los destacamentos de zapadores delante; tras ellos 4 compañías
de soldados[52]; el general Keppel al mando de una brigada detrás y, al
final, el resto de las brigadas.

A las dos de la tarde, la hora de más calor, explotan las minas y las
tropas parten al asalto. Se inicia un combate cuerpo a cuerpo por el castillo
de una ferocidad inaudita. D. Luis de Velasco reúne entorno a sí una fuerza
de 100 hombres en los parapetos que están alrededor de la bandera y anima
la defensa hasta que una bala le atraviesa el pecho. El mando de la fortaleza
pasa a D. Vicente González-Valor de Bassecourt que murió con el cuerpo
atravesado por las bayonetas enemigas mientras abrazaba la enseña
nacional. Los supervivientes rinden la fortaleza.
La toma de La Habana costó a los españoles más de 1.000 bajas y a los
ingleses unas 1.800.
Los británicos, muy impresionados por el valor mostrado por los
españoles en la defensa del castillo, y en especial con su comandante,
organizaron el traslado de D. Luis de Velasco a la Habana para que fuera
cuidado por médicos españoles, en el traslado a la ciudad la acompañará
uno de los oficiales del conde de Albermale. Dos días después fallecería el
heroico marino.

FINAL
Con la caída del castillo se sentenció la suerte de la ciudad que resistirá
hasta el día 13 de Agosto. Tras la capitulación los principales oficiales
españoles fueron embarcados y devueltos a España donde les esperaba un
juicio para dilucidar su actuación. El proceso reveló los fallos cometidos en
la defensa de la plaza de La Habana.
El capitán general D. Juan de Prado y el jefe de la escuadra D. Gutierre
de Hevia fueron condenados a privación completa de sus empleos y
condecoraciones militares, desterrados de la corte a más de 40 leguas de
ésta durante 10 arios y a resarcir a la Real Hacienda y al comercio por los
perjuicios causados con su patrimonio.
La figura del heroico D. Luis de Velasco es recordada por un
monumento a su memoria mandado levantar por el rey Carlos III en
Meruelo, próximo a su Noj a natal, en Santander. Además por Real Orden y
para que el recuerdo de su memoria permaneciera por siempre, se ordenaba
que un navío de la armada española llevara por nombre "Velasco", ahora y
siempre. Por último los ingleses rindieron un homenaje al enemigo que tan
duramente defendió su puesto luchando contra ellos y levantaron un
monumento a su memoria dentro de la abadía de Westminster que aún hoy
se puede ver.

Conquista de Manila por los


Ingleses
Tal como apuntamos al tratar de la conquista de La Habana por los
británicos, el Ministro Pitt también había puesto sus miras en nuestras
posesiones de Asia, para lo cual, en 1761, una fragata inglesa navegó por
los mares filipinos adquiriendo información y levantando mapas.

Por aquel entonces, la comunicación de España con Filipinas se


verificaba por la vía de México una vez al año, partiendo de Acapulco y
volviendo al mismo puerto la nave portadora de la consignación de sueldos
de los empleados de toda especie, del contingente de tropa de la guarnición,
de los pertrechos y de los pliegos ó despachos oficiales.
Cuando llegó al virreinato de Nueva España la noticia de declaración de
guerra publicada en la Gaceta de Madrid en el mes de Enero de 1762, la
nave había partido ya. Las autoridades mexicanas no consideraron oportuno
despachar otra extraordinaria con el sólo objeto de comunicar la novedad,
ya que debieron pensar que, tal como había ocurrido en el pasado, las
fuerzas del archipiélago podrían resolver cualquier acción ofensiva sobre
ellas.[53]
Así pues, la primera noticia referente a que España e Inglaterra se
encontraban en guerra la tuvieron los habitantes de Manila cuando, el 24 de
Septiembre de 1762, vieron aparecer frente a sus costas a la escuadra
británica, compuesta de 15 bajeles y una fuerza de desembarco de unos
5.000 hombres al mando del general Drapper, siendo el almirante de la flota
el vicealmirante sir Samuel Cornish. La flota había zarpado de un puerto de
la India (Calcuta o Madrás), el 1 de Agosto.

CAPITULACIÓN DE MANILA
Ostentaba el cargo de gobernador general de las islas el arzobispo D.
Manuel Antonio Rojo, el cual, ni como capitán general, ni por edad, ni por
condiciones personales, era la persona más a propósito para hacer frente a la
crisis que repentinamente se le vino encima. Totalmente sorprendido por la
situación, el almirante inglés le conminó a la entrega de la plaza y de todo
el archipiélago.
De la misma forma que en La Habana, se constituyó una Junta de
Guerra integrada por los jefes militares, los señores de la Audiencia, los
prelados de las órdenes religiosas, los concejales y los representantes del
comercio, dándose la circunstancia de que fueran, precisamente, los
militares los que votaran por la capitulación, fundados en no disponer de
medios con que oponerse al asalto[54], mientras que los vocales civiles y
religiosos, en considerable mayoría se pronunciaron por la defensa á todo
trance.
En tanto que la Junta discutía, y a pesar del fuerte viento existente, los
ingleses desembarcaron sin oposición apoderándose de las iglesias de San
Juan, la Ermita y Santiago, edificios sólidos que constituían otras tantas
fortalezas en los arrabales, y que dominaban a las de la plaza desde las
torres. Debido al fuerte oleaje, varias lanchas zozobraron o resultaron
inundadas, a resultas de lo cual la tropa puso pie en tierra con las armas y
municiones mojadas. En estas circunstancias, un ataque vigoroso las
hubiera rechazado seguramente, pero lejos de pensar en ello, se les
abandonó la playa, dándoles tiempo para reponer lo perdido, y consolidar su
situación. No obstante, entre los acuerdos de la Junta se adoptó el que
saliera de la plaza un oidor con nombramiento de teniente general
gobernador, por lo que pudiera ocurrir.
El arzobispo Sr. Rojo, intimidado ante los invasores, suscribió cuanto
éstos le pidieron: la entrega del puerto de Cavite y de los fuertes de Luzón,
como si hubieran sido expugnados; la de un galeón que se hallaba en alta
mar, y, sucesivamente, la cesión de las islas del Archipiélago á la Gran
Bretaña, amén del reconocimiento de una deuda de 4 millones de pesos por
el rescate de los edificios, contribución e indemnizaciones á los soldados
ingleses, con la particularidad de que no alcanzando, ni con mucho, las
alhajas y bienes de las iglesias, de los conventos y de los particulares, a
cubrir la mitad de la suma, expidió libranzas por el resto contra el erario
real de España.

ACTUACIÓN FUERA DE MANILA


El oidor que la Junta designó para salir de la plaza fue D. Simón de
Anda y Salazar, que no solo ignoró la capitulación aceptada por el
arzobispo gobernador sino que estableció el bloqueo de Manila, más
estrecho á medida que sus medios de acción aumentaban, con los medios
que iba recaudando y las fuerzas reclutadas. Los ingleses pusieron precio a
su cabeza, calificándole de rebelde y bandido; a lo que respondió con un
bando en que ofrecía doble cantidad a quien le entregara a los firmantes de
los dictados.
Los británicos trataron de volver contra él a los indígenas, pero pese a
ello logró organizar y armar una fuerza de 8.000 infantes y 600 caballos, a
cuyas filas supo atraer a 200 franceses y anglo-americanos, desertores de
las contrarias. Su táctica consistía en no presentar combate abierto, sino en
hostigar constantemente con ataques por sorpresa, emboscadas y
escaramuzas.
A pesar de las promesas hechas por el general Drapper al gobernador-
arzobispo, tan pronto se posesionaron los ingleses de la ciudad de Manila,
comenzó el saqueo; cometieron mil atrocidades, atropellando muchas
mujeres. . .De las iglesias se llevaran todos los cálices, patenas y
ornamentos, poniéndose estos en son de burla, amarrando las colas de los
caballos con las estolas del culto. . .[55]
En esta actitud, los británicos se mantuvieron en la capital filipina hasta
la firma del tratado de paz, momento en el que la abandonaron.

CONQUISTA DE LA COLONIA DE SACRAMENTO


A partir de la recuperación de su independencia en 1640, Portugal se
propuso delimitar su patrimonio territorial en América y trazó planes para
establecer una fortaleza en las inmediaciones de Buenos Aires.
Aparentemente, el objetivo estratégico portugués era el de poblar las
márgenes del. Río de la Plata para afirmar y mejorar el contrabando en
Buenos Aires[56]. Estimulada por Gran Bretaña, que protegía a la casa de
Braganza y además deseaba disponer de un puerto amigo para alimentar el
comercio clandestino con Perú, la corona portuguesa animaba ambiciones
en lo que consideraba tierra portuguesa en el Plata, las cuales se rieron
reforzadas por la bula de Inocencio XI Romanus Pontifex, del 22 de
Noviembre de 1676, por la que creó el obispado de Río de Janeiro con
jurisdicción hasta la margen oriental del Río de la Plata. De este modo, se
legitimaba la expansión portuguesa hacia Maldonado, Montevideo y la isla
de San Gabriel.

Los portugueses fundaron la Colonia del


Sacramento, en la margen oriental del Plata, en 1680. Casi inmediatamente,
el 7 de Agosto de 1680, ésta fue atacada y recuperada para España por el
gobernador de Buenos Aires don José de Garro.
Ante la protesta de Portugal, que exigió la devolución de la colonia y el
castigo del gobernador; se llegó al Tratado Provisional del 7 de Mayo de
1681, por el que España devolvió la colonia, volviendo las cosas a su estado
inicial, quedando el territorio circundante para uso común de ambas partes.
El traspaso fue realizado el 12 de Febrero de 1683 por el nuevo gobernador
de Buenos Aires al gobernador de Río de Janeiro. El Tratado de Lisboa[57]
(Alfonsa) del 18 de Junio de 1701 legalizó la ocupación de la Colonia del
Sacramento por los portugueses. Este era el precio que España pagaba para
obtener el reconocimiento del futuro rey Felipe V, nieto de Luis XIV y
aspirante al trono de España.
Sin embargo, ante las presiones inglesas Portugal cambió nuevamente
de política. Abandonó a Luis XIV y firmó con Gran Bretaña el Tratado de
Methuen (27 de Diciembre de 1703), por el cual entró a formar parte (junto
con Holanda, Austria, Prusia, Hannover, el Sacro Imperio y Saboya) de la
Gran Alianza contra Francia, España y la casa de Wittelbasch (Baviera y el
Electorado de Colonia).
En este contexto de la Guerra de Sucesión, la corona española designó
nuevo gobernador de Buenos Aires a Valdés e Inclán, y respecto de la
jurisdicción de la Colonia del Sacramento le notificó que sólo correspondía
a Portugal el territorio reconocido en el Tratado Provisional de 1681. El
cumplimiento de esta instrucción daría lugar a la guerra en el Río de la
Plata. Valdés e Inclán sitió la plaza, que fue evacuada por los portugueses, y
penetró en ella con el ejército real el 16 de Marzo de 1705. Sin embargo,
antes de diez años, la diplomacia portuguesa, apoyada por Gran Bretaña y
auxiliada por el desenlace de la Guerra de Sucesión, recuperaría la Colonia
del Sacramento.
En 1713 se firmó el Tratado de Utrecht y en 1714 el de Rastadt, y con
ellos quedaba definitivamente resuelta la sucesión del trono español y
restablecida la paz en el continente. En Utrecht se rehízo el mapa de
Europa; Felipe V conservaba el trono y el imperio colonial, pero cedía a
Gran Bretaña: Gibraltar, Menorca, el asiento para comerciar con los
esclavos y el navío de permiso. Además, la paz entre España y Portugal del
6 de Febrero de 1715, estableció la devolución de la Colonia del
Sacramento a esta última.
La situación aislada de este territorio llevó a la firma del Tratado de
Permuta del 13 de Enero de 1750, por el que Portugal cedía a la corona de
España la Colonia del Sacramento y todo su territorio adyacente, como
también toda la navegación del Río de la Plata, que pertenecería
enteramente a la corona española. A su vez, España entregaba a Portugal
todas las tierras "desde el monte de los Castillos Grandes y ribera del
mar...", desde el río Chuy, las fuentes del Río Negro y el Ibicuy, siguiendo
con indicaciones muy precisas sobre tierras muy poco conocidas, hasta las
vertientes en la ribera oriental del río Guapore, con excepción "del terreno
que corre desde la boca occidental del río Yapurá y el Marañón o
Amazonas", terminando en las cimas de la cordillera de este río y el
Orinoco.
Tal como hemos expuesto en su momento, la subida al trono de Carlos
III (Septiembre de 1759), trocó la política exterior española, provocando en
el contexto que tratamos, la anulación del Tratado de Permuta mediante la
firma del Tratado de El Pardo del 12 de Febrero de 1761, por el que las
tierras ocupadas debían evacuarse y demolerse lo construido en ellas. En
virtud del mismo, Portugal volvió a tomar posesión de la Colonia de
Sacramento.

Como sabemos, la guerra con Inglaterra


estalló el 4 de Enero de 1762, y el 30 de Abril España invadió Portugal. En
el territorio del Río de La Plata, el gobernador Pedro de Cevallos ordenó el
sitio de la plaza y el bloqueo del Río de la Plata.
El gobernador de la Colonia, da Silva de Fonseca, tenía órdenes del
virrey Bobadilla de no provocar ni iniciar acciones bélicas que pudieran dar
motivo a una guerra y colocar una futura negociación diplomática en
condiciones desventajosas. En esas circunstancias, el ataque a la Nueva
Colonia del Sacramento, como la llamaban los portugueses, fue iniciado por
la artillería española. En menos de un mes, el 29 de Octubre de 1762, el
gobernador Fonseca rindió la plaza incondicionalmente a los españoles.
Cevallos afianzó la dominación de la Banda Oriental (Uruguay) con la
fundación de San Carlos y la posesión de Maldonado. La toma de la
Colonia impidió la concreción de los planes del virrey Bobadilla y del
gabinete británico, que preparaban una flota anglo-lusitana para defender la
plaza y posesionarse de Buenos Aires. El propósito era tomar la Banda
Oriental para Portugal y la Banda Occidental para Gran Bretaña. Se
reunieron cien mil libras para armar los navíos y la Compañía de las Indias
Orientales se hizo cargo de este negocio, que terminó en un desastre. La
escuadra, inutilizados sus mejores navíos, se retiró.
Cevallos aprovechó su triunfo y marchó sobre Río Grande. Rindió los
fuertes de Santa Teresa[58] y San Miguel, y avanzó sobre San Pedro,
defendido por un poderoso destacamento. Pero su marcha triunfal se vio
paralizada por la noticia del Tratado de París del 10 de Febrero de 1763, por
el que España debía restituir la Colonia del Sacramento a Portugal.

VICISITUDES POSTERIORES DE LA COLONIA DE


SACRAMENTO
Sin embargo, tras la situación creada por el Tratado de París no se llegó
a la paz, pues los portugueses, crecidos en su audacia, realizaron a partir de
1767 una serie de expediciones militares y desembarcos de tropas en
territorios del Río de la Plata, llegando al extremo de atacar barcos de
guerra españoles el 19 de Febrero de 1776[59].
Tras este último ataque, Carlos III decidió realizar una expedición de
castigo y represalia en la Colonia del Sacramento. Para ello organizó una
columna de 9.000 hombres embarcados en un convoy de 93 buques
mercantes, escoltado por 6 navíos, 7 fragatas y 8 buques menores.
Como jefe de la expedición se designó al teniente general D Pedro de
Cevallos Cortés y Calderón, que por entonces era comandante general de
Madrid, cuyo nombramiento se expidió el 25 de Julio de 1776 y que sería el
primer virrey del Río de La Plata. El mando de la escuadra de escolta
recayó en el teniente general de la Armada D. Francisco Everardo Tilly y
Paredes, marqués de Casa Tilly.
La escuadra de escolta estaba formada por los siguientes buques:
Los navíos: "Monarca", "San José", "Poderoso", "América",
"Septentrión" y "Princesa". No se sabe a ciencia cierta si el "Princesa"
era este buque o el "San Dámaso".
Las fragatas: "Santa Margarita", "Santa Teresa", "Liebre",
"Venus", "Santa Clara", "Santa Rosa" y "Júpiter".
Un chambequín, dos paquebotes, un bergantín, dos bombardas,
una saetía armada, una urca y dos brulotes.
Las tropas del ejército estaban formadas por los Regimientos: Toledo,
Murcia, Hibernia, Princesa, Córdoba, Galicia, Zamora, Guadalajara, Saboya
y Sevilla. Así mismo formaban parte de la expedición un contingente de
Voluntarios de Cataluña y varias compañías de granaderos.
El 1 de Noviembre las tropas iniciaron el embarque en Cádiz y el 13 de
ese mismo mes la expedición se hizo a la vela.
El 20 de Febrero de 1777 la expedición llegó a la isla portuguesa de
Santa Catalina, situada en la frontera con las costas de Brasil. Su guarnición
se rindió sin resistencia y se hicieron 3.816 prisioneros. Cevallos despachó
a los ayudantes de campo Muzquiz, Imperiali y Rodríguez en tres
embarcaciones para España con el fin de dar la noticia. Acto seguido se
dirigió a la colonia de Sacramento.
Tras desembarcar las tropas el 24 de Mayo, la columna de Cevallos
acampó frente a San Antonio del Real, consiguiendo que la plaza se
entregara el 4 de Junio. A continuación marchó hacia Montevideo, y el 28
de Agosto se trasladó a Santa Teresa. Allí estaba preparando el ataque a la
colonia del Río Grande de San Pedro cuando recibió la orden de suspender
las hostilidades.
Durante las operaciones se organizaron cuatro brigadas, al mando de los
brigadieres marqués de Casa Cagigal y Wauhag, mariscal Navia y el
coronel de los Santos Toro. Por su comportamiento, fueron propuestos para
su ascenso a brigadier D. José de Sotomayor, D. Benito Panigo, D. Vicente
Imperiali, D. Plácido Grael, D. Juan Roca, D. Ventura Caro y D. Felipe de
los Santos Toro.
Mientras tanto, el 23 de Febrero de 1777 había muerto el rey José I de
Portugal, siendo sucedido por su hija María I, sobrina de Carlos III. Ante
los éxitos españoles en Sacramento, la reina María reanudó las relaciones
diplomáticas con España, de forma que su nuevo embajador en Madrid, D.
Francisco Inocencio de Souza Cotinho, negoció con el conde de
Floridablanca el Tratado Preliminar de límites en la América meridional,
conocido como Tercer tratado de San Ildefonso[60] y que se firmó en La
Granja el 1 de Octubre tras el cese de hostilidades del ejército de Ceballos.
En Noviembre de 1777 las fragatas "Santa Catalina" y "Nuestra Señora
de la Soledad", al mando de D. José Vareta Ulloa y D. Ramón Topete
respectivamente, salieron de Cádiz y el Ferrol llevando sendos ejemplares
del Tratado Preliminar y nuevas instrucciones al virrey Cevallos y al
marqués de Casa Tilly, entre las que se incluía la orden de regreso del
ejército expedicionario. La fragata "Santa Catalina" llegó el 2 de Febrero de
1778, la fragata "Nuestra Señora de la Soledad" lo hizo el 15 de Febrero;
ambas incluían otras órdenes reservadas y secretas sobre una nueva
expedición al golfo de Guinea.

TRATADO DE SAN ILDEFONSO


El 1 de Octubre de 1777 se firmó el "Tratado Preliminar de límites en la
América meridional", en virtud del cual España recobraba la Colonia del
Sacramento y las misiones jesuitas orientales del Paraguay, y devolvía a
Portugal la isla de Santa Catalina y otros territorios menores en la colonia
del Río Grande de San Pedro.
El Tratado de San Ildefonso era preliminar y los componían 25 artículos
y 7 cláusulas secretas. Las tres primeras cláusulas secretas concedían a
España la soberanía de las islas de Fernando Po y Annabón, queridas por
España para acabar con el monopolio de esclavos negros que realizaban
ingleses, franceses, holandeses, italianos y portugueses.
Así mismo, el Tratado de San Ildefonso prevé la existencia de otros tres
tratados: uno de alianza, otro de comercio y otro de límites.
Los dos primeros se fundieron en uno y que se denominó "Tratado de
amistad, comercio, neutralidad y garantía recíproca", conocido como
Tratado de El Pardo y firmado el 11 de Marzo de 1778.
El segundo tratado no se terminó nunca. El nuevo virrey del Río de la
Plata, D. Juan José de Vértiz, propuso al rey la realización de una serie de
reconocimientos para trazar la línea divisoria entre los dominios españoles
y portugueses en América Meridional, con objeto de dar cumplimiento al
Tratado de El Pardo. Carlos III aprobó la propuesta el 12 de Enero de 1779,
pero los trabajos no comenzaron hasta el 10 de Enero de 1784. Se han
encontrado los diarios de los trabajos de campo día a días hasta Enero de
1790, que han servido para dilucidar cuestiones de límites entre las nuevas
naciones americanas y el Brasil nacidas tras la independencia americana.
[61]
La Guerra de las Naranjas, propiciada por Godoy en 1801, dio al traste
con la política de aproximación a Portugal, quien se había mantenido fiel al
Tratado de El Pardo y permaneció neutral en la guerra entre España e
Inglaterra de 1779. Por lo que respecta a Sacramento, se mantuvo en poder
de España hasta la sublevación de las colonias en 1811.

EL TRATADO DE PARÍS
La guerra de los Siete Años terminó en 1763, y el 10 de Febrero, se
firmó el Tratado de París[62] por el duque Choiseul, el marqués de
Grimaldi y el duque de Bedford. Los tratados de paz que pusieron fin a la
Guerra de los Siete Años, representaron una victoria para Gran Bretaña y
Prusia, teniendo las siguientes implicaciones:
Francia concedió a Inglaterra el Senegal, así como sus
posesiones en la India, a excepción de cinco plazas. En América le
cedió Canadá, los territorios al Este del río Misisipi (excepto Nueva
Orleans), Isla de Cabo Bretón, Dominica, Granada, San Vicente y
Tobago.
Inglaterra obtuvo de España la Florida, las colonias al Este y
Sureste del Misisipi y Menorca (entregada a España por Francia en
1761).
España obtuvo de Francia la Luisiana y de Inglaterra la
devolución de las plazas de La Habana, en Cuba, y Manila en las
Filipinas, ocupadas durante la guerra.
Francia conservaba la Isla de Gorée, los derechos de pesca en
las costas de Terranova y las islas de San Pedro y Miquelón. Inglaterra
le devolvió Guadalupe y Martinica.
Portugal obtuvo de España la devolución de la Colonia del
Sacramento (recuperada el 4 de Junio de 1777).
La victoria británica significó el hundimiento colonial francés, pero no
satisfizo las aspiraciones del pueblo británico, lo que motivó la
continuación de las agresiones a España y los futuros focos de conflicto con
ella, que desembocarían en el incidente de las Malvinas (1766-70), y la
Segunda Guerra del III Pacto de Familia, que trataremos en su momento.
Tampoco satisfizo a los españoles, que a partir de entonces aumentaron su
resentimiento contra los británicos, esperando la hora del desquite.
CAPÍTULO 3
CONFLICTO DE LAS
MALVINAS

La Polémica sobre su
Descubrimiento
Las 200 islas del archipiélago de las Malvinas se encuentran a unos 770
Kms al Noreste del Cabo de Hornos, cruzando la línea de los 52° de latitud,
y cubren casi 12.200 Kms cuadrados de tierra. No existen pruebas de que,
con anterioridad a los asentamientos europeos del siglo XVIII, las islas
estuvieran habitadas salvo por multitudes de focas y de aves marinas.
La polémica por su descubrimiento es larga y se inicia en los comienzos
del siglo XVI; así, diversos historiadores no británicos creen que quizá las
islas fueron avistadas por primera vez por Américo Vespucio en Abril de
1502, cuando las tempestades arrastraron su nave Atlántico abajo hasta tal
punto que "el Polo Sur estaba fácilmente 52º por encima de nuestro
horizonte". Vespucio también consigna que, poco después, su barco bordeó
la costa de una tierra ignota durante veinte leguas: "Una costa muy
accidentada, divisada intermitentemente"[63].
La segunda noticia sobre su existencia nos dice que las Malvinas fueron
descubiertas el 9 de Noviembre de 1520 por el portugués, al servicio de
España, Esteban Gomes, quien al mando del buque “San Antonio” y tras
desertar de la expedición que mandaba Hernando de Magallanes, trataba a
regresar a su puerto de partida. Si bien el citado navegante no desembarca
en ellas, sí procede a situarlas minuciosamente en su libro de navegación,
por lo que aparecerían ya en las cartas náuticas españolas de los años 1523,
1529, 1541 y 1545 con el nombre de San Antón o San Son, como lógica
derivación del nombre de su barco[64].
La opinión británica, atribuye a su vez el descubrimiento al navegante
inglés John Davis (famoso por el Estrecho de Davis y por el Paso del
Noroeste), quien presuntamente divisó por primera vez las islas en 1592,
cuando su nave fue "impulsada entre ciertas islas nunca antes descubiertas
por ninguna relación conocida, situadas a cincuenta (278 Kms) o más
leguas de la costa Este y Septentrional de los estrechos (Estrecho de
Magallanes)".
Más controvertido aún resulta el siguiente avistamiento, atribuido al
corsario inglés Richard Hawkins en 1594, quien según su relato, escrito
veinticinco años después de realizado, navegó a lo largo de "sesenta leguas
de costa... el terreno es de tierra de primera y habitado; vimos muchas
fogatas pero no pudimos hablar con los pobladores. Y lo he lamentado
muchas veces porque probablemente era un excelente territorio. Tenía
grandes ríos de agua fresca, dado que sus salientes colorean la mar en
muchos sitios... no es montañoso, sino que tiene gran parte del carácter de
Inglaterra e igualmente templado". Su relación no parece referirse a las
Falkland; ya que éstas no tienen grandes ríos y a las islas aún les faltaban
160 años para que se produjera el primer asentamiento humano. Es mucho
más probable que Hawkins navegara a lo largo de una parte de la costa
patagónica y visto las fogatas de los patagones.[65]
También Holanda reclama su cuota de gloria en el descubrimiento,
atribuyéndolo a su navegante y aventurero Sebald de Weert en 1600; sin
embargo, este holandés había dado el nombre de islas Sebaldes o
Sebaldinas a tres diminutas islas que, si bien forman parte del archipiélago
de las Malvinas, no son las que hoy se conocen por este nombre,
encontrándose situadas al Noroeste de ellas[66]. Actualmente son las
Jasons, y poco después aparecieron en los mapas holandeses de principios
del siglo XVII.
Sin embargo, no es hasta 1675 que se produce el incuestionable
descubrimiento de las islas Malvinas por el español Antonio de la Roca que
da el nombre de San Pedro a la mayor de ellas.[67]
En 1690, un marino inglés, el capitán John Strong, de Plymouth, se hizo
famoso como el primer hombre registrado (ciertamente, el primer inglés
registrado) que tomó tierra en las islas. El capitán Strong, que se dirigía a
los Mares del Sur, donde debía ejercer "represalias generales contra el rey
francés", navegó por el estrecho que separa la Gran Malvina y la Soledad.
Lo llamó "Falkland's Sound" (Estrecho de Falkland) en honor de Lord
Falkland, comisionado del almirantazgo, y el 27 de Enero de 1690 tomó
tierra para inspeccionar las ingentes cantidades de algas, gansos y
pingüinos. Más tarde, con las islas en poder de los británicos, este nombre
se haría extensivo a todo el archipiélago[68].
No sería hasta el 2 de Febrero de 1764, al arribar a las islas el francés
Louis Antoine de Bougainville, procedente del puerto de Saint Malo situado
en la costa atlántica francesa, cuando contarían éstas con sus primeros
habitantes que no serían españoles ni ingleses, sino pescadores franceses
que fundan Port Saint Louis, en la actual isla Soledad, para que les sirviera
de base en sus faenas pesqueras por aquellas aguas. El navegante francés
designó a las islas con el nombre de Malouines (derivado de Maló) que con
el uso de los españoles posteriormente pasaría a ser Malquinas y
Malvinas[69].

El Contencioso Hispano-
Británico
Por su parte, los británicos toman conciencia de la inigualable situación
geográfica del archipiélago, por lo que se desplaza hasta las islas el
comodoro Byron, abuelo del que sería famoso poeta inglés. El 15 de Enero
de 1765 entró en la Bahía de Saunders Island (Isla Trinidad), próxima a la
Gran Malvina, y le puso el nombre de Port Egmont en honor del primer lord
del almirantazgo. Byron era optimista por naturaleza y poseía parte del don
para las licencias poéticas que heredaría su nieto. Escribió que en Port
Egmont "toda la marina de Inglaterra podría entrar perfectamente protegida
de los vientos", así como que el clima y el terreno también eran buenos.
Luego, las naves inglesas partieron y Byron dio nombre a unos escollos y
promontorios de la Gran Malvina antes de poner rumbo al Estrecho de
Magallanes.
Conocidas ambas fundaciones por España, ésta siente que la soberanía y
el dominio de las islas se le empieza a escapar de sus manos, por lo que
inicia una intensa campaña diplomática para recobrar sus derechos
exclusivos sobre el archipiélago, aduciendo en su favor y ante su aliada de
aquel entonces, Francia, la «Bula Inter Coetera Divinis Majestati» del Papa
Alejandro VI publicada en 1493 por la que se concedía a España todas las
tierras por descubrir al Oeste de las Azores y a Portugal las tierras al Este de
dichas islas. Además, España esgrimía el Pacto de Familia de 1761 por el
que España y Francia se comprometían a respetarse todo tipo de territorios
estuvieran donde estuviesen. Como resultado de sus gestiones, en Octubre
de 1767, el gobierno francés obligó a Bougainville a abandonar las islas,
recibiendo de España, en concepto de indemnización, 618.000 libras, 13
sueldos y 11 dineros. Si bien los franceses cumplieron lo pactado saliendo
inmediatamente del archipiélago, los británicos se negaron a cumplimentar
el requerimiento español de desalojar Port Egmont.
La corona española envió a algunos colonos a establecerse en Port
Louis, y durante los dos años siguientes, los grupos de colonos se
mantuvieron independientes en sus asentamientos, separados por 130 Kms
de terreno accidentado y por el Estrecho de San Carlos. No se vieron las
caras hasta que en Noviembre de 1769 el balandro del capitán Hunt se topó
con una goleta española. Cada parte pidió a la otra que abandonara las islas
y cada una se comportó como si el derecho legal estuviera de su lado. Las
reclamaciones se prolongaron durante varios meses y la situación sólo se
resolvió cuando el gobernador español de Buenos Aires, Francisco
Bucarelli, envió una flota compuesta por 5 fragatas para expulsar a los
ingleses de Port Egmont.
No hubo derramamiento de sangre. El capitán Hunt ya había zarpado
con destino a Inglaterra y la guarnición de 13 marinos capituló después de
algunos disparos. El 10 de Junio de 1770, los españoles desembarcaron para
tomar posesión de todas las islas.
Ni Jorge III de Inglaterra ni Lord North, su primer ministro, deseaban
emprender una nueva guerra contra España, pero el parlamento exigió
clamorosamente que el honor nacional y las islas fuesen restituidos a Gran
Bretaña. En estas circunstancias, en Diciembre de 1770, la guerra parecía
inevitable. Gran Bretaña retiró a su embajador en Madrid y dio
instrucciones a la flota para que se aprestara a abandonar los puertos
españoles.
Sin embargo, el rey de Francia, Luis XV, comunicó a Carlos III que aún
no era el momento oportuno para una nueva guerra con Gran Bretaña, y
dado que España no lucharía sin apoyo francés, el monarca español dio
instrucciones a sus ministros para que hablaran nuevamente con los ingleses
y recondujeran la situación.
El 22 de Enero de 1770, España e Inglaterra firmaron una declaración
de paz, si bien España se reservó su posición sobre "la cuestión de derecho
preferente de soberanía de las Islas Malvinas, llamadas asimismo Islas
Falkland". La copia inglesa de la declaración simplemente omitía la última
cláusula, pero a pesar de todo hubo alboroto en el parlamento, ya que la
oposición consideraba que España no había retrocedido lo suficiente y que
la restitución era incompleta; sólo fue devuelto Port Egmont, no las Islas
Falkland. Y lo que era aún peor, corría el firme rumor de que secretamente
Gran Bretaña había accedido a abandonar su establecimiento de Port
Egmont y sus reivindicaciones respecto a las islas.
Siempre ha sido difícil demostrar la existencia de este acuerdo, pero no
hay duda de que España (y posteriormente Argentina) creía firmemente en
su existencia y que la facción de la oposición en el parlamento inglés lo
sospechaba.
No obstante, fue la propia desolación de las islas las que impusieron su
lógica, por lo que el primer ministro Lord North hubo de recurrir al
ingenioso lexicógrafo, doctor Samuel Jonson, para que redactase un folleto
denominado "Pensamientos sobre las últimas transacciones relativas a las
Islas Falkland", en el que manifestaba: "Hemos mantenido el honor de la
Corona y la superioridad de nuestra influencia. Aparte de esto, ¿qué hemos
conseguido? Nada más que una triste y deprimente soledad, una isla
apartada del uso humano, tempestuosa en invierno y árida en verano; una
isla que ni siquiera los salvajes del sur se han dignado habitar, donde debe
mantenerse una guarnición en un estado que contempla con envidia a los
exiliados de Siberia, cuyo dispendio será perpetuo y su utilización sólo
ocasional y que, si la fortuna le sonríe a nuestros esfuerzos, puede
convertirse en un nido de contrabandistas en tiempos de paz y en tiempos
de guerra en el refugio de futuros bucaneros".[70]
La opinión de Johnson prevaleció porque, si bien España devolvió
formalmente Port Egmont a los ingleses el 16 de Septiembre de 1771, Gran
Bretaña no hizo el menor intento por consolidar su ocupación. Tres años
después, en Mayo de 1774, los ingleses se retiraron totalmente, dando pie a
que se confirmaran las sospechas del acuerdo secreto con España al que
hemos aludido más arriba.
Fuera como fuese, los británicos no regresaron hasta 60 años después,
momento en que el imperio español ya se había derrumbado.
CAPÍTULO 4
SEGUNDA GUERRA DEL III
PACTO DE FAMILIA (1779 -1783)
[71]

Introducción
En 1776 ocurrió un hecho llamado a tener una decisiva importancia en
la Historia Contemporánea y que dio lugar posteriormente a la declaración
de guerra de España a Inglaterra, y en el marco de la misma, al último
intento español de recuperar por la fuerza de las armas la irredenta colonia
de Gibraltar. Este suceso extraordinario fue la Declaración de
Independencia de las Trece Colonias de la Metrópoli británica.
No vamos a entrar en las causas que motivaron tal declaración, entre las
que se mezclan cuestiones como el rechazo a la capacidad del parlamento
británico para aprobar nuevos impuestos sin el consentimiento de los
colonos norteamericanos o la decisión de las autoridades inglesas a poner
un límite, los montes Allegheny, a la "marcha hacia el Oeste", por no ser
objeto de este trabajo. Sí en cuanto a las consecuencias inmediatas. En
efecto, el enfrentamiento de las Trece Colonias con la Metrópoli tuvo
especial incidencia en el marco internacional, ya que dio pie a Francia a
llevar a cabo una política de revanchismo, y a España para tratar de rebajar
el creciente poderío inglés.
En cuanto a la intervención directa y armada, Francia, después de un
cierto titubeo inicial, inició a primeros de 1778 las hostilidades contra su
Majestad Británica, mientras una vacilante España tardaría aún un año más
(Julio de 1779) en declarar la guerra. Sin embargo, la postura española antes
de la ruptura de las hostilidades no fue de total pasividad, ya que ayudó en
cuanto pudo al naciente estado ultramarino. Esta ayuda se materializó en
aportación económica (más de 600.000 pesos fuertes), envío de armamento,
y en la apertura de sus puertos, especialmente los de Hispanoamérica, a los
corsarios norteamericanos. La ayuda española, trascendental para el logro
de la independencia norteamericana nunca ha sido reconocida como se debe
por la historiografía de los Estados Unidos.
Previamente a la ruptura de las hostilidades España había enviado a
Londres una propuesta de mediación en el conflicto, inspirada en la
esperanza de recuperar Gibraltar, que fue rechazada por el gobierno inglés
en marzo de 1779. En vista de ello, el conde de Floridablanca admitió una
propuesta de alianza con Francia que fructificó en la firma de la
Convención Secreta de Aranjuez, firmada el 12 de Abril de 1779.
Finalmente, España declaró la guerra a Inglaterra el 16 de Julio de 1779.
Desde el punto de vista militar las operaciones realizadas por los
españoles fueron tres:

• Bloqueo y sitio de Gibraltar (1779-82)

• Toma de Pensacola (1781)

• Toma de Menorca (1781)

La implicación española en el Teatro de Operaciones americano y la


toma de Pensacola a los británicos significó un considerable alivio a los
ejércitos de Washington. La decisión de Carlos III de recuperar Menorca y
Gibraltar abrió un segundo frente en el Mediterráneo, que obligó a los
británicos a tener que atenderlo, con lo que indirectamente se ayudaba a los
norteamericanos. Ambas porciones del territorio nacional habían sido
arrebatadas a España durante la Guerra de Sucesión por los británicos en
nombre del pretendiente austríaco a la corona española, aunque al finalizar
la contienda los ingleses se negaron a reintegrarlas a sus verdaderos dueños
(el pueblo español representado por la Corona), quedándose con ellas.
Este sería el panorama, tanto nacional como internacional, en el que se
enmarcó el último intento de recuperar por la armas. tanto a Menorca,
cuestión que se logró, como el "Peñón", dando lugar al conocido como
"Gran Sitio de Gibraltar", asedio que con altibajos se prolongó desde 1779,
fecha en la que se inicia el bloqueo, hasta 1783, año en el que la Paz de
Versalles ponía fin a la guerra con Inglaterra, y por tanto al sitio de la plaza.
El Tratado de París o Tratado de Versalles[72] se firmó el 3 de
Septiembre de 1783 entre Gran Bretaña y Estados Unidos y puso término a
la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. El cansancio de los
participantes y la evidencia de que la distribución de fuerzas, con el
predominio inglés en el mar, hacía imposible un desenlace militar, condujo
al cese de las hostilidades.
El Tratado fue firmado por David Hartley (un miembro del Parlamento
del Reino Unido que representaba al rey Jorge III), John Adams, Benjamin
Franklin y John Jay (representando a los Estados Unidos). El Tratado fue
ratificado por el Congreso de la Confederación el 14 de Enero de 1784, y
por los británicos el 9 de Abril de 1784.
De forma resumida, mediante este Tratado: Se reconocía la
independencia de las Trece Colonias como los Estados Unidos de América
(Artículo 1) y otorgó a la nueva nación todo el territorio al Norte de Florida,
al Sur del Canadá y al Este del río Misisipi. El paralelo 32º se fijaba como
frontera Norte. Gran Bretaña renunció, asimismo al valle del río Ohio y dio
a Estados Unidos plenos poderes sobre la explotación pesquera de
Terranova (Artículos 2 y 3).
Los británicos firmaron también el mismo día acuerdos por separado
con España, Francia y los Países Bajos, que ya habían sido negociados con
anterioridad:
España mantenía los territorios recuperados de Menorca y
Florida oriental y occidental. Por otro lado recuperaba las costas de
Nicaragua, Honduras (Costa de los Mosquitos) y Campeche. Se
reconocía la soberanía española sobre la colonia de Providencia y la
inglesa sobre Bahamas. Sin embargo, Gran Bretaña conservaba la
estratégica posición de Gibraltar (Londres se mostró inflexible, ya que
el control del Mediterráneo era impracticable sin la fortaleza de la
Roca).
Francia recibió la Luisiana, San Pedro y Miquelón, Santa Lucía
y Tobago. Se le otorgó el derecho de pesca en Terranova. También
recuperó algunos enclaves en las Antillas, además de las plazas del río
Senegal en África.
Los Países Bajos recibían Sumatra, estando obligados a
entregar Negapatam (en la India) a Gran Bretaña y a reconocer a los
ingleses el derecho de navegar libremente por el Océano Índico.
Gran Bretaña mantenía a Canadá bajo su Imperio, a pesar de
que los estadounidenses trataron de exportar a tierras canadienses su
revolución.
CAPÍTULO 5
LA CAMPAÑA DE GIBRALTAR

La Pérdida de Gibraltar en 1704


La Guerra de Sucesión española comenzó en 1701, entre la España fiel
a Felipe V, Francia y Baviera, frente a Austria, pronto apoyada por
Inglaterra, Holanda y Dinamarca, que formaron la Gran Alianza de La
Haya. Los combates se trasladaron a la Península Ibérica cuando Portugal y
Saboya se unieron a esta alianza, a la que también apoyarían algunos
territorios de la Corona de Aragón durante la guerra.

En los primeros años de la contienda, la campaña no se presentaba


muy favorable para los ejércitos austracistas, siendo el ejército español,
organizado por Felipe V y reforzado con tropas francesas, superior al que
aquellos pudieron poner en la frontera de Extremadura. Trataron
aquellas, en consecuencia, hacer valer su poderío en el mar, bien fuera
con una nueva empresa contra Cádiz, bien dirigiéndola contra Barcelona,
donde el príncipe de Darmstadt se lisonjeaba de que había de alzarse la
población, y aun el Principado, sin más que presentarse á la vista las
naves y prestar apoyo moral á sus muchos amigos, partidarios ocultos de
la Casa de Austria[73].
Ambos objetivos fueron aceptados, por lo que el almirante Jorge Byng,
con 20 navíos, se dirigió a la bahía andaluza, pretextando la proposición de
canje de prisioneros; argucia vana, el gobernador hizo abortar la
conjuración tramada en la plaza para dar entrada á los ingleses, que se
vieron en la precisión de retirarse.
A Barcelona fue el almirante Rooke con mayor fuerza: 50 navíos de
línea, transportes y bombardas, que fondearon en la rada, y precediendo
cartas de Darmstadt y manifiestos del Pretendiente, desembarcaron una
fuerza de 3.000 hombres, intimando á la vez la entrega de la ciudad bajo
amenaza de destruirla; mas, ya fuera porque pareciera escaso el ejército
invasor, ó por no haber madurado la propaganda hecha en favor de la Casa
de Austria, lo cierto fue que los concelleres dieron una respuesta evasiva,
proporcionando al virrey D. Francisco de Velasco medios para reprimir á
los comprometidos y contrarrestar á los soldados aliados en Badalona, San
Andrés de Palomar y San Martín de Provensals, por donde se habían
extendido.
La escuadra estuvo fondeada desde el 18 al 31 de Mayo de 1704,
tiempo durante el que arrojó unos 300 proyectiles sobre la ciudad antes de
asumir que los deseos de Darmstadt se habían visto frustrados, por lo que el
2 de Junio, Rooke reembarcó a la tropa y se alejó de Barcelona.
Ante estos dos fracasos, Darmstadt sugirió al almirante inglés que se
efectuara un intento contra Gibraltar, donde probablemente alcanzaría éxito
por hallarse la plaza con escasa guarnición. Rooke lo consultó en Consejo
con los almirantes de las divisiones inglesas y holandesas, que se mostraron
dispuestos, y hechos los preparativos en el fondeadero de Tetuán, se
pusieron á la vela, el 1 de Agosto, para atravesar el Estrecho con 45 navíos
de línea, 6 fragatas, 2 bombardas, 7 navíos de fuego, 2 hospitales y 1 yate.
Las fortificaciones de Gibraltar consistían en una larga cortina tendida
de Norte á Sur y rematada por ambos extremos en los muelles denominados
Nuevo (al Sur) y Viejo (al Norte), en que había montada artillería de grueso
calibre, y algo más al Norte del primero un bastión, denominado “El
Pastel”, igualmente artillado. La tropa regular de guarnición ascendía á 56
hombres, reforzados en los momentos de peligro con 150 de milicias,
convocados precipitadamente, y otros vecinos de la ciudad, que tomaran las
armas voluntariamente.

Fortificaciones de
Gibraltar. Siglo XVII
Los días 2 y 3 de Agosto los navíos ingleses y holandeses tomaron
posiciones en la bahía, a pesar del fuego de la plaza, preparando el ataque
general, pero dirigiendo el esfuerzo principal contra el muelle Nuevo.
Simultáneamente, el príncipe de Darmstadt envió una carta al gobernador
D. Diego de Salinas, incluyendo otra del archiduque Carlos intimándole a la
rendición, lo que fue rechazado.
El día 4 rompieron el fuego los cerca de 1500 cañones de la flota, que
en unas seis horas arrojaron más de 15.000 proyectiles sobre la plaza,
desmontando todas las piezas en ambos muelles y abriendo una brecha en la
cortina del recinto.
Previamente había desembarcado una fuerza de unos 2.300 soldados de
infantería en la desembocadura del río Guadarranque, donde se hallaba una
compañía de 30 milicianos a caballo, que fueron ahuyentados, tras de lo
cual ocuparon la zona del istmo, impidiendo la entrada de socorros. A
continuación avanzaron por aquel frente, al tiempo que las lanchas de la
escuadra asaltaban los muelles. En el Nuevo hicieron volar los defensores
una mina que causó la destrucción de siete lanchas, causando la muerte a 2
oficiales y 40 marineros y dejando en tierra 60 heridos; mas ni con este
daño ni con la vigorosa defensa desde la cortina se pudo contener el empuje
de los asaltantes, que pronto se hicieron dueños de aquellas posiciones y del
castillo inmediato.
Nuevamente Rooke y Darmstadt,
intimaron la rendición al Gobernador en honrosas condiciones, por las que
se permitía á la guarnición salir en el término de tres días, con armas,
bagajes, caballos, víveres para seis jornadas y tres cañones de bronce con
doce cargas.
Firmada la capitulación, Gibraltar pasó a ser la primera ciudad de
España en que se proclamaba el señorío de Carlos III, en cuyo nombre tomó
la posesión el príncipe de Darmstadt, haciendo arbolar en la muralla el
estandarte imperial[74].

El Asedio de 1704-1705
El rey D. Felipe, de acuerdo con su abuelo, reaccionó inmediatamente
para neutralizar el efecto que en Europa produjera la ocupación de Gibraltar
emprendiendo su asedio, sin dar tiempo á que los aliados aumentaran las
obras de defensa. Para ello, tomo la resolución de abandonar la campaña de
Portugal y que pasaran al campo de Algeciras las mejores tropas, en número
de 9.000 españoles y 3.000 franceses puestos á las órdenes del marqués de
Villadarias, así como M. Renau de Elizagaray, ingeniero general. El barón
M. de Pointis puso en tierra artillería, con la cual, abierta trinchera el 24 de
Octubre, se estableció la primera batería, que rompió el fuego el 27.
Leake, sucesor de Rooke, salió de Lisboa con una flota, y se presentó el
9 de Noviembre ante Gibraltar venciendo a la flota francesa que sitiaba la
plaza por mar e introduciendo en la misma las municiones y víveres que
precisaban para sostenerse. A mediados de Diciembre llegó una nueva
expedición de nueve navíos que introdujeron una fuerza de 2.000 hombres
y vituallas, de las que estaba ya muy necesitada la guarnición.
Villadarias organizó un asedio terrestre basado en la artillería pesada
emplazada en el istmo, que, paulatinamente y por medio de trincheras y
paralelas[75], fue aproximándose a las defensas del Norte de Gibraltar.
Mientras tanto, el bloqueo naval dependía de la escuadra del francés barón
de Pointis.
Las avanzadas hispano-francesas se establecieron a 600 metros del
objetivo, según establecía la norma fijada por el ingeniero francés Vauban
en el siglo XVII. Sin embargo, estos criterios eran de dudosa eficacia contra
el Peñón, dado el dominio que tiene la montaña de Gibraltar hacia el Norte
en relación a sus defensas del “Frente de Tierra”, que es la verdadera línea
fortificada de la ciudad, lo que le permitía hostigar a las avanzadas
españolas desde aquellas alturas. A pesar de ello y aunque la Torre Redonda
o "El Pastel" avanzaba su frente defensivo por la cara occidental del tajo
más de 150 metros hacia las líneas españolas, el general marqués de
Villadarias hizo que la primera paralela se abriese a los 600 metros
preceptivos del “Frente de Tierra”.
Las trincheras disponían de baterías de morteros y cañones, de
almacenes de proyectiles y pólvora y de banquetas para poder hacer fuego
de fusilería por encima de los parapetos, mientras a retaguardia se
encontraban los depósitos de trinchera con los materiales y herramientas
para proseguir las obras. Partían de una zona de huertos y molinos de viento
situados al Norte del istmo que hasta entonces habían surtido de verduras y
hortalizas a los gibraltareños.
Aunque ya en este asedio se inició la fortificación sobre el tajo norte, en
la llamada Willis' Battery, su eficacia fue escasa y las trincheras españolas
llegaron a escalar el piedemonte, amenazando las defensas avanzadas. Para
ello hubo de superar la laguna, un terreno pantanoso localizado a 200
metros al Norte de sus defensas; esta sería la vez que más podrían acercarse
las fuerzas atacantes a las murallas gibraltareñas, pues más tarde esta zona
fue convertida en obstáculo insuperable por los británicos.
Los dos intentos lanzados por Villadarias fracasaron. El primero, por las
alturas de la montaña, fue conducido por peligrosos senderos de la cara
oriental por un pastor gibraltareño, aunque la falta de refuerzos y
municiones hizo que acabara en desastre; con posterioridad, el ejército
británico procedió al minucioso tallado de aquellos senderos hasta hacer
imposible que esa acción pudiera repetirse. El segundo, en Febrero de 1705,
se llevó a cabo por las defensas que preceden a la Puerta de Tierra y se llegó
a ocupar momentáneamente "El Pastel". Nunca volvería a estar tan cerca la
recuperación de la plaza. Entonces el marqués fue sustituido mariscal Tessé.
En Abril se levantó el infructuoso sitio mientras continuaba la Guerra de
Sucesión, con muy diversas alternativas, como la toma de Menorca por los
austracistas en 1708. En plena Guerra de Sucesión Española murió el
Emperador de Austria, José I, sucediéndole el propio Archiduque Carlos,
que accedió al trono imperial en 1711 como Carlos VI, lo que provocó la
disolución de la Gran Alianza de La Haya.
La paz se firmó en Utrecht en 1713, confirmando la posesión británica
de Gibraltar y Menorca.[76]

El Asedio de 1727
La recuperación de Gibraltar fue siempre uno de los ejes de la política
exterior de Felipe V. Ya durante la negociación de la Paz de Cambrai[77]
(1722-24) pareció que el rey Jorge I de Inglaterra se avenía a ello, y durante
las negociaciones del embajador Ripperda ante el emperador de Austria
para conseguir el matrimonio del infante D. Carlos con María Teresa, hija
del Emperador, se trató la ayuda de Austria a España para recuperar
Menorca y Gibraltar, que se confirmó en el llamado Tratado de Viena,
firmado entre España y Austria en 1725[78].
Por su parte los británicos, preocupados por la política de rearme naval
español y el renovado interés del nuevo ministro de Felipe V, Patiño, por
sus colonias americanas, reaccionaron ante el Tratado de Viena con la firma
de una alianza con Francia (Tratado de Hannover) en 1726 y el bloqueo de
la ciudad de Portobello.
Como
consecuencia de esta política de desencuentro hispano-británica, el rey
Felipe V ordenó en Diciembre de 1726 que las tropas españolas se
dirigieran a Gibraltar. En este contexto, el Ingeniero General Próspero de
Verboom, que se hallaba en Pamplona realizando tres proyectos para la
defensa de la plaza y un plano general de la misma, fue llamado a Madrid
en Septiembre de 1726. En Febrero de 1727 comenzó el asedio de la roca
mediante un ejército al mando del marqués de las Torres y compuesto por
30 batallones de infantería, 6 compañías de carabineros[79], 900 caballos y
un tren de sitio de 100 cañones, numerosos morteros y 4.000 quintales de
pólvora. Próspero de Verboom iba integrado en el ejército sitiador en
calidad de Jefe de los Ingenieros de sitio.
Sitio de Gibraltar en 1727
Desde el primer momento, las relaciones entre Verboom y el marqués
de las Torres fueron difíciles ya que venían de diferencias anteriores. Este
antagonismo del marqués le predispuso en contra de aceptar las propuestas
de Verboom para el sitio de Gibraltar.
El ataque español comenzó por la zona del Diablo (en las proximidades
del Muelle Viejo), pero como los trabajos se efectuaban por debajo del
monte, fue preciso abandonar las trincheras a causa del destrozo que
causaban en los sitiadores la gran cantidad de piedras que arrojaban los
británicos desde la escarpa. Posteriormente se emprendieron ataques por el
otro lado del istmo, que fracasaron igualmente a pesar de que era el punto
de ataque más apropiado.
Ambos ataques contaron con la desaprobación de Verboom, quien en un
dictamen presentado al Consejo de Generales que se celebró en Enero de
1727 informó al marqués de las Torres de lo siguiente: "... es infructuoso el
ataque por tierra, y mientras no haya fuerzas marinas para contrarrestar
las inglesas y hacer el ataque verdadero por mar,... con sólo una división en
el istmo es quimera pretender ganar a Gibraltar."
La superioridad naval británica daba la razón a Verboom y puso de
manifiesto lo inútil del asedio, pues sus barcos abastecían a la colonia por
mar. Los ingenieros directores D. Francisco Montaigu y D. Diego Bordik
corroboraron esta opinión al marqués de las Torres el 18 de Mayo de 1727,
en su respuesta a la pregunta sobre la posibilidad de continuar el asedio, que
calificaron de infructuoso.
El final de esta tentativa española de recuperación del Peñón ocasionó
más de 600 muertos y gastos cuantiosos, sin más resultado que la
construcción de una línea de fortificaciones frente a Gibraltar proyectadas
por Verboom, origen de la ciudad de la Línea de la Concepción (corrupción
del término "contravalación")[80].

La Campaña de Gibraltar de
1779-1783
El tercer y último intento de la corona española para recuperar la plaza
por medio de las armas dio lugar al Gran Asedio, que se extendió durante
44 meses, entre 1779 y 1783.[81]

DEFENSAS DE LA PLAZA
El estallido del nuevo conflicto coincidió con el mejor estado defensivo
de Gibraltar de toda su historia. Los expertos de la época coincidían en que
su extraordinaria naturaleza geográfica, unida a las defensas perfeccionadas
por los ingleses a lo largo del siglo XVIII, la habían hecho inexpugnable.
El esquema defensivo de la península gibraltareña constaba de tres
frentes fortificados: Norte, Oeste y Sur, ya que el Oriental era inaccesible
por su carácter acantilado.

Frente Norte
El frente Norte era el orientado al istmo, único lugar accesible por
tierra. Era el más complejo de todos, puesto que combinaba tres líneas de
posiciones escalonadas en profundidad y altura, aprovechando la progresiva
e inmediata elevación de la “roca”.
La primera se extendía al nivel del mar, desde la falda de la montaña
hasta la cabeza del Muelle Viejo, incluyendo la Puerta de Tierra, a lo largo
de medio kilómetro de anchura en un esquema defensivo que había
aprovechado el español del tiempo de los Austrias, trazado, a su vez, sobre
el diseño medieval. Coincidía con el límite Norte de la población definido
por su núcleo principal, la Muralla de San Bernardo, Batería Real o Gran
Batería, bajo la que se abre la Puerta de Tierra[82].
Por el Oeste contaba con el baluarte de San Pablo o North Bastion y la
batería de la cabeza del Muelle Viejo o Lengua del Diablo. Esta
prolongación de la línea defensiva septentrional, que penetra en aguas de la
bahía de Algeciras a lo largo de 200 metros con una treintena de piezas de
artillería, tuvo enorme repercusión al batir las avanzadas españolas por la
costa de Poniente del istmo.
La segunda, o intermedia, estaba constituida por una serie de
emplazamientos artilleros parcialmente excavados en la roca, situados a
unos 100 metros de altura. Estas fortificaciones ocupaban la zona del
"Pastel" o Torre Redonda del Gibraltar español, la que atacaron las fuerzas
de Villadarias en el primer asedio y que recibió atención prioritaria por
parte de los ingenieros británicos en su primer cuarto de siglo de presencia
en el Peñón. El conjunto conectaba con el nivel de defensas superiores
(Willis) por medio de la Trinchera de la Brecha.
La tercera era la más elevada y comprendía las posiciones situadas por
encima de los 100 metros; es decir, desde el nivel del castillo medieval
hacia arriba. Las primeras posiciones británicas en esa parte datan del
mismo año de la conquista de Gibraltar; después se fueron multiplicando
los emplazamientos de este enclave.
Por encima de todas ellas se habilitó espacio para otras más pequeñas,
llegando a instalarse piezas en lugares inimaginables por su escarpadura
montadas sobre armazones de madera.
A partir del Gran Asedio fueron excavadas en la pared Norte del Peñón
las denominadas Ince's Galleries. Se originaron casualmente al ser
practicados vanos de ventilación en las galerías que se excavaban para
buscar nuevos emplazamientos artilleros en los salientes rocosos del tajo en
zonas inaccesibles desde el monte. Entonces se comprobó su utilidad como
troneras orientadas al istmo, ya que dominaban las líneas enemigas. Las
obras comenzaron en Mayo de 1782 y se emplazaron media docena de
cañones, sin que llegasen a aportar ningún efecto militar durante este
conflicto.

Frente del mar


La fachada litoral de la plaza fortificada estaba orientada al Oeste, a la
bahía de Algeciras; en su esquina Noroeste, el Baluarte de San Pablo servía
de nexo de unión entre los frentes Norte y Marítimo; además, contaron con
la ventaja natural de los arrecifes cercanos, que impedían la aproximación
de buques de cierto calado.
Dicho frente contaba por el Norte con la protección que le brindaba
parcialmente el Muelle Viejo, aunque sus troneras apuntaban al istmo. A
partir de ahí existían numerosos elementos defensivos en dirección a la
bahía, en pleno proceso de actualización cuando estalló la guerra con
España, en los que se asentaban hasta un total de 170 cañones.

Frente de Punta Europa


El flanco Sur de la ciudad, que corresponde a la zona de Punta Europa y
se abre al Estrecho, era la zona menos congestionada de todo su territorio
dada su menor densidad de murallas, baluartes y edificios.
Las inmediaciones de Punta Europa están constituidas por costas altas,
acantiladas en diferente grado y cuyos puntos débiles se encontraban
reforzados con murallas y baterías. El desembarco en esta zona es
especialmente peligroso por los bajíos que permanecen entre dos aguas

Frente Oriental
Inaccesible por su carácter acantilado, unía a sus escarpaduras naturales
la labor de los zapadores británicos, que volaron cualquier sendero que
permitiese el acceso desde España[83].

BLOQUEO Y ASEDIO POR EL GENERAL MARTÍN ÁLVAREZ DE


SOTOMAYOR: 1779-1782
Esta era la situación cuando España, junto a Francia, entró en guerra
contra Inglaterra en Junio de 1779, en apoyo a los rebeldes
norteamericanos. Ostentaba entonces el cargo de Comandante General del
Campo de Gibraltar[84] don Joaquín de Mendoza, que fue ascendido a
teniente general y relevado del mando el 11 de Julio. Éste fue otorgado al
también teniente general Martín Álvarez de Sotomayor, hasta entonces
inspector de milicias.
Gibraltar estaba en el objetivo de Carlos III al declarar la guerra a
Inglaterra, al igual que la isla de Menorca. Dada la experiencia
proporcionada por los intentos anteriores se era consciente de que las
posibilidades de una derrota militar de la plaza únicamente por vía terrestre
eran nulas. Por lo tanto, el bloqueo por mar y el ataque por sus frentes
marítimos, combinados con el bloqueo y ataque terrestre por el frente
Norte de la plaza, adquirieron singular importancia, lo que concordaba con
muchas de las propuestas que se presentarían al Rey con esa finalidad.
Con respecto a la acción terrestre, el simple bloqueo por el istmo habría
de convertirse en actitud más agresiva, acercando el frente en la medida de
lo posible hacia el objetivo, dado que la distancia de la Línea de
Contravalación era excesiva para resultar eficaz en su cañoneo.
Ante Gibraltar coincidieron muy notables personalidades políticas y
militares del momento, como Silvestre Abarca, director y comandante del
ramo de Plazas y Fortificaciones del Reino, que lo era en la práctica de los
ingenieros militares, y Juan Caballero, uno de los diez ingenieros directores
del ejército. Al establecerse el plan de operaciones por el Estado Mayor del
Comandante General, Álvarez de Sotomayor, ambos ingenieros, que
formaban parte de la junta de generales, habían expresado su desaprobación
del mismo. También se presumía dificultosa la coordinación de las
operaciones marítimas y terrestres, dadas sus peculiaridades y el
desconocimiento que de los problemas técnicos de cada una de ellas tenían
los jefes de la otra.

La guarnición británica
Gibraltar se encontraba en permanente estado de alerta. El celo de sus
jefes militares hacía que incluso en épocas de paz, cuando la relación con
sus vecinos españoles era cordial, todo cañón de la plaza se encontrase
cargado de manera permanente, disponiendo siempre los polvorines de cada
batería de al menos cinco cargas completas por pieza. Por tanto, cuando se
producía la ruptura de hostilidades con España había poco que improvisar.
Cuando comenzó el Gran Asedio la guarnición de la plaza ascendía a
5.382 hombres. Estaba compuesta por seis compañías de artillería, ocho
regimientos de infantería y una compañía de artificieros[85] bajo el mando
de ingenieros militares. Como expusiera con absoluta claridad en 1901 el
general G. S. White, Gobernador y Comandante en Jefe de la plaza: en
Gibraltar la artillería es la principal arma defensiva y la infantería debe
considerarse como subsidiaria de aquella. Así habría de demostrarse en los
meses siguientes, en los que artilleros e ingenieros, muy inferiores en
número a los infantes, tuvieron absoluto protagonismo.
Los regimientos de infantería de línea del ejército británico constaban
por lo general de un solo batallón formado por ocho compañías de fusileros,
dos "de flanqueo", una ligera de escaramuzadores y otra de granaderos,
totalizando unos 477 hombres, mandos incluidos; aunque se dieron algunas
excepciones de regimientos de dos batallones que, finalmente, daban lugar
a un nuevo regimiento.
Mandaba la guarnición el general G. Augusto Elliott como gobernador
militar, auxiliado por el teniente general R. Boyd, vice-gobernador. Elliott
dirigió con eficacia y rigor las fuerzas puestas bajo su mando, debiendo
afrontar numerosas dificultades muchas veces derivadas de las penalidades
impuestas por el bloqueo enemigo.
La tropa y oficialidad estuvieron alojadas en tiendas y barracas en la
zona sur del Peñón y en viviendas de la población, lo que tuvo que ir
variando conforme el bombardeo enemigo hacía inseguros algunos de estos
lugares.

Fuerzas españolas
Las tropas de infantería españolas que participaron en algún momento
de este asedio fueron: cuatro batallones de Guardias Españolas y otros
cuatro de Guardias Valonas; el I Batallón del Regimiento de América; los Iº
y IIº del de Extremadura; uno de Córdoba; los Batallones Iº y IIº del
Zamora; el Iº del Regimiento de Cataluña; el de Guadalajara; el de Murcia;
el de la Princesa, y el de Burgos. Además, milicias provinciales y tropas de
infantería ligera, como tres divisiones de granaderos y cazadores
provinciales, entre ellos los granaderos provinciales de Andalucía, Ciudad
Real, Guadix, Logroño y Toro, así como los cazares provinciales de Jerez,
Lorca y Soria, y tropas del Regimiento Fijo de Ceuta. También unidades de
los Regimientos de voluntarios provinciales de Écija, Murcia, Salamanca y
Toledo y de los de milicias de Bujalance, Jaén y Sevilla; el Batallón de los
Voluntarios de Aragón; el de Voluntarios de Crillon y su Compañía de
cadetes; los escopeteros de Getares, y la llamada Compañía de Voluntarios
del Bloqueo.
Entre la infantería extranjera del ejército español se dieron cita el
Regimiento irlandés de Ultonia, los italianos de Milán y Nápoles y el suizo
de Betchart.
Las unidades a caballo en la campaña de Gibraltar representaron a la
mayoría de los Regimientos del momento. Entre la caballería de línea
podemos citar: dos Escuadrones de Borbón, unidades de Alcántara,
Algarve, Calatrava, Desmontados de Caballería, Farnesio, Infante y
Voluntarios de Caballería, así como dos Escuadrones de Lusitania y uno de
los de Montesa, Príncipe, Rey, Reina y Santiago.
Entre los dragones se encontraban dos Escuadrones del Pavía y
unidades de Almansa, Rey, Sagunto, Villaviciosa y Dragones Desmontados.
Oficiales y jefes del Cuerpo Facultativo de Ingenieros y fuerzas del
Cuerpo General de Artillería por tierra, y por mar, fuerzas navales tanto del
Cuerpo General de la Armada como del Real Cuerpo de Artillería de
Marina y de la Infantería de Marina, completaron el enorme dispositivo
atacante, aparte de una Brigada Francesa.

Trazado de trincheras
Antes de comenzar el avance de las posiciones de ataque por el istmo
había que consolidar sus puntos de partida, establecer el campamento, los
parques de artillería e ingenieros, las baterías defensivas de todas estas
instalaciones y de los fondeaderos de la flota, los astilleros de lanchas en
Algeciras y el río Palmones (baterías de Tessé y Puente Mayorga, en la
orilla Norte de la bahía), el desembarcadero o muelle de madera al Oeste de
Punta Mala y los caminos para traer provisiones.
Para adelantar las baterías desde la Línea de Contravalación construida
tras el asedio de 1727, que quedaba demasiado alejada de las defensas
británicas como para poder realizar un tiro artillero efectivo, Caballero y
Abarca diseñaron el Plano de la plaza de Gibraltar y de nuestra línea de
contravalación con el proyecto de ataques que parecía más a propósito para
la conquista de la plaza. Pero hasta Octubre de 1780 no comenzaron los
trabajos en las obras avanzadas, en concreto en la batería de morteros del
Molino, convirtiéndose el bloqueo en asedio efectivo. Esa batería sería
denominada de San Carlos.
La construcción de ramales, paralelas y baterías, elementos principales
de dichas obras, tenía lugar con materias vegetales y tierra. Los parapetos se
levantaban sobre fajinas y salchichones[86] clavados al terreno con estacas
y con toneles llenos de tierra o arena. El material obtenido de la excavación
de zanjas y fosos servía para ensanchar por el exterior y elevar las
estructuras, que habitualmente se remataban con sacos terreros. Los haces
de ramas secas, fáciles de obtener en los bosques cercanos, de transportar al
frente y de apilar como sólida base de dichas obras, tenían el inconveniente
de arder con facilidad, tanto que en ocasiones los disparos enemigos eran de
carcasas incendiarias que buscaban este fin. En 1782, los ingleses se
ejercitaron con el disparo de balas de cañón calentadas al rojo, con lo que
pudieron hacer arder la recién construida batería de Mahón, en el centro del
dispositivo atacante. De hecho, los incendios de estas defensas causaron
más daños materiales durante el asedio que los millares de impactos
directos recibidos de la artillería británica.
En la apertura de trincheras y preparación de baterías avanzadas se
empleó la mayor parte del esfuerzo de las tropas de asedio, realmente
imposibilitadas de hacer otra cosa en tanto que no se ordenara el asalto. Las
unidades de infantería destinadas en primera línea participaban en estas
labores de manera cotidiana bajo el mando de oficiales del cuerpo de
ingenieros, rotando con las que prestaban servicio en Algeciras y otros
lugares alejados del frente.
En la construcción de las obras avanzadas se produjo la inmensa
mayoría de las bajas sufridas por las fuerzas de asedio en esta campaña, ya
que conforme iban progresando quedaban más expuestas a las defensas
enemigas de la montaña, del Muelle Viejo y de la plaza. Una famosa
víctima del constante duelo artillero fue el coronel de caballería José
Cadalso, alcanzado cuando prestaba servicio en una batería del istmo en
Febrero de 1782.
En Noviembre de 1780 los ramales de trinchera se habían aproximado
en zigzag 450 metros al Peñón, hasta donde se estaba levantando un
espaldón para construir la batería de morteros llamada de San Carlos en
honor del rey español, la primera que podría dirigir un tiro eficaz contra la
plaza asediada. Los ingleses la conocían como Mill Battery, al situarse junto
al molino de viento. Pronto esta obra se mostró insuficiente y vulnerable,
dado que la principal actividad británica en estos meses se había centrado
en la incesante mejora de sus defensas y en el emplazamiento de nuevas
baterías orientadas al Norte en la zona alta de la montaña al objeto de
hostigar las obras avanzadas españolas.
El refuerzo de la posición del Muelle Viejo o Lengua del Diablo, como
también se la conocía, hizo muy duro el trabajo en el istmo, ya que tomaba
de flanco las obras exteriores enemigas; por lo tanto, el planteamiento
ofensivo español se tuvo que tornar defensivo.
Durante el año 1781 los ingenieros de Álvarez de Sotomayor
continuaron con la traza de nuevas obras entre San Carlos y la orilla de la
bahía, y a partir de Octubre se fueron inaugurando las nuevas baterías. Se
trataba de ampliar el frente de la línea avanzada que se presentaba al
enemigo, protegiendo lateralmente lo ya construido y emplazando más
baterías con los objetivos del Peñón a su alcance, de manera que se
dispusiese de defensas eficaces frente a la artillería contraria, que contaba
con una evidente ventaja topográfica. Pronto se inauguraron la de morteros
y cañones de San Pascual y la de cañones de San Martín, ambas al Oeste de
la anterior.
Por estas fechas aún se mantenía cierta esperanza de que la diplomacia
hispano-británica encontrase una salida negociada al enfrentamiento de
ambas naciones, precisamente con Gibraltar como posible objeto de
intercambio. Los reveses británicos en Norteamérica y la amenaza de
Crillon, ya desembarcado en Menorca, alentaban esa opción, aunque
finalmente se malograron los contactos y el conflicto quedó condenado a
una solución bélica.
Tanto en este asedio cono en el de 1727 nunca se llegó a abrir brecha en
las defensas de la plaza, limitándose el ataque artillero a lanzar decenas de
miles de proyectiles que arrasaron completamente la parte septentrional de
la población, por lo que sus habitantes tuvieron que refugiarse en la zona de
Punta Europa. Al objeto de evitar el peligroso rebote de los proyectiles
españoles, el gobernador británico ordenó levantar el adoquinado de las
calles del norte de la población, aprovechando los materiales obtenidos para
levantar barricadas con las que establecer nuevas líneas defensivas en la
trama urbana. De esa forma, si el enemigo consiguiese penetrar en la plaza
sus defensores podrían defenderse calle por calle hasta lanzar un
contraataque que les devolviese el control de la situación. También, y para
eliminar elementos claros de referencia para la corrección del tiro de los
atacantes, hizo desmochar las torres de aquella zona que eran visibles desde
las líneas enemigas. En el campo español no se aplicó el mismo criterio,
manteniéndose a lo largo de las operaciones elementos muy conspicuos; tal
es el caso de la Torre del Molino, situada a cien metros de la batería
avanzada de San Carlos.
Las dificultades con que se encontraban las tropas se extendían a sus
zonas de acampada. El multitudinario campamento español también
adolecía de ciertas carencias que dificultaban sensiblemente la vida de la
tropa. Al finalizar 1779 las fuertes lluvias obligaron a construir barracas
para reemplazar las tiendas de campaña que iban quedando inutilizadas;
pero en Enero llovió tanto que hubo que realojar a la tropa en las
poblaciones circundantes, espaciando sensiblemente la frecuencia del
relevo de la que servía en la Línea a causa de las distancias. Poco después
se originó un incendio en la zona de acampada de las Guardias Españolas
que arrasó el alojamiento de muchos de sus oficiales. El propio comandante
de ingenieros, Silvestre Abarca, señalaba en Marzo de 1780, cuando iba
para un año del inicio del asedio, que el campamento carecía de letrinas,
estercoleros y calles. La escasez de provisiones para hombres y animales
sufrida durante el invierno a causa de la presencia de la flota de Rodney en
Gibraltar había hecho especialmente duros los primeros meses para las
fuerzas de asedio.
En Gibraltar la situación tampoco era envidiable. Con la ruina de la
población por efecto del bombardeo, la tropa y la población civil que no
había sido evacuada hubo de alojarse al Sur del Muelle Viejo, entre South
Barracks y Windmill Hill, en viviendas de circunstancias que, en su mayor
parte, apenas reunían condiciones de habitabilidad, Eliott había fomentado
el abandono de Gibraltar por parte de los civiles en previsión de las duras
condiciones de vida que se esperaban en la plaza asediada. No obstante,
unos 1.500 familiares de militares y comerciantes permanecieron en ella
afrontando grandes peligros y penalidades. A finales de 1781 el casco
urbano se consideraba completamente devastado; las fuertes lluvias, la
escasez de provisiones, y las periódicas visitas nocturnas de las
bombarderas españolas dificultaron sobremanera la vida de quienes
aguantaron durante tres años y medio el Gran Asedio.
La frecuente deserción de las tropas internacionales encuadradas en
ambos bandos era otro aspecto destacado de la dura, tediosa y arriesgada
vida de la tropa. Hannoverianos, en el lado inglés, y valones en el español,
especialmente, abandonaban sus puestos de vigilancia con cierta asiduidad.
Estos soldados eran importante fuente de información para el bando al
que se pasaban, ya que transmitían las últimas novedades de enemigo.
Además, dada la frecuencia con que se producían tales hechos, los datos
recabados podían ser contrastados continuamente.

Contraataque inglés: la gran salida de 1781


En las plazas asediadas era frecuente que la guarnición efectuara
acciones ofensivas de carácter puntual contra posiciones contrarias; a estas
acciones se las denominaba “salidas”. A lo largo de los diferentes asedios a
que fue sometida la plaza de Gibraltar durante el siglo XVIII, las fuerzas
británicas respondieron al avance de las trincheras españolas con salidas
para destruir sus obras avanzadas.
Durante el Gran Asedio tuvo lugar una muy exitosa la noche del 26 al
27 de Noviembre de 1781, dirigida por el brigadier Ros que, al mando de
unos 2.500 soldados y manteniendo a retaguardia otro núcleo de fuerzas
como reserva, fueron guiados por un cabo valón desertor del ejército
español, sorprendiendo a las escasas fuerzas que defendían las tres baterías
avanzadas, situadas cerca de la orilla de la bahía. Éstas eran, de Este a
Oeste: batería de San Carlos, con ocho morteros; batería de San Pascual,
con dos morteros y seis cañones enclavados[87], y batería de San Martín,
de doce cañones.
La fuerza salió en tres columnas a las 2,45 de la madrugada y se
encontraba de vuelta en sus posiciones a las 5. La columna de la derecha,
integrada por unos 800 hombres, principalmente hannoverianos, bajo el
mando del teniente coronel Hugo, superaron con rapidez al destacamento de
Voluntarios de Aragón y tomaron el extremo oriental de la primera línea,
dando comienzo a su trabajo de demolición.
Parte del Regimiento de Hardenberg, integrante de la columna de la
izquierda, equivocó su camino y llegó ante la batería de San Carlos, situada
más al centro del dispositivo español. Allí entabló combate con la guardia
que la custodiaba, 70 soldados de las Guardias Valonas y artilleros, que
tuvieron que retroceder. Dueños los hannoverianos del mayor Ifsendorj de
esta posición, llegó a sus espaldas la columna central, mandada por el
teniente coronel Dachenhausen y compuesta por 660 hombres. Creyendo
que la trinchera estaba llena de enemigos iniciaron el ataque, alcanzando
con sus disparos a sus compañeros, error que quedó aclarado, poco después.
La columna de la izquierda, constituida por unos 900 soldados
mandados por el teniente coronel Trigge, llegó por la orilla de la bahía y se
apoderó con rapidez de las baterías de San Pascual y de San Martín. La
infantería inglesa tomó posiciones para rechazar un eventual contraataque
mientras artilleros y zapadores hacían su trabajo, en el que fueron ayudados
por el viento reinante, que extendió velozmente el incendio que provocaron.
Las tropas españolas, a pesar de la escasez de sus fuerzas y las bajas
sufridas, reorganizaron la defensa en el cuarto ramal, para replegarse
después hasta la Línea, que disparó su artillería contra los atacantes. Los
refuerzos de la Línea tomaron posiciones en el tercer ramal, deteniendo el
incendio en el comienzo del cuarto y salvando el resto de las obras.
Los atacantes dieron buena cuenta de las baterías avanzadas,
incendiándolas y clavando[88] diez morteros y dieciocho cañones de bronce
de a 24. No obstante, por la mañana éstas fueron recuperadas para ser
reparadas.
Como consecuencias de esta operación cabe destacarse la interrupción
de la actividad artillera desde las avanzadas españolas, que no se reinició
hasta semanas más tarde, ya que en las horas siguientes el incendio alcanzó
los polvorines de las baterías, volándolos. La destrucción ocasionada en las
trincheras fue más aparente que real, pues a pesar de la espectacularidad y
duración de los incendios, los taludes exteriores de tierra se mantuvieron en
pie, lo que facilitó su reconstrucción. Igualmente relevante fue la pérdida de
credibilidad del comandante general español, reemplazado unos meses
después por Crillon.
En cuanto a bajas humanas, éstas fueron reducidas, produciéndose 2
muertos, 14 heridos y 11 prisioneros, en las fuerzas españolas, en tanto que
del lado británico fallecieron 7 hombres, 22 fueron heridos y se produjo una
deserción.

Operaciones navales
Dadas las fortísimas defensas con las que contaba la plaza, el bloqueo
marítimo era considerado como un elemento determinante para su
rendición, pues cerrado cualquier posible acceso terrestre al Peñón, la vía
marítima era la única opción para introducir víveres y refuerzos en la plaza.
Sin embargo, la armada española, apoyada en ocasiones por la francesa,
se mostró incapaz, de cerrar esta vía, ya que la británica supo mantener la
superioridad suficiente como para mantener expedita la ruta del Peñón cada
vez que fue preciso. Cuando no lo hacía aprovechando su superioridad
naval, lo hacía con ingenio y habilidad.
En Julio de 1779 se decretó el bloqueo marítimo de la plaza,
estableciéndose para el mismo los siguientes escalones[89]:
El primero constituido por la flota francesa que patrullaba en
Brest (Normandía) para interceptar el tráfico marítimo entre las islas
Británicas y América, el Atlántico y, por tanto, el Mediterráneo.
El segundo situado en el Estrecho, con base en Cádiz, estaba
constituido por la escuadra de Córdoba con 16 navíos.
El tercero, próximo a Gibraltar, estaba integrado por la flota del
jefe de escuadra Antonio Barceló, una leyenda de la lucha contra la
piratería argelina.
Así mismo, una flota de 10 navíos, al mando del almirante
Lángara que, según en qué época, se la podía localizar entre los cabos
de San Vicente y Espartel y el golfo de Cádiz.
El escalón inmediato a Gibraltar basó su táctica en el empleo de
unidades sutiles, como los jabeques, que tan eficaces se habían mostrado
combatiendo piratas, así como galeras y lanchas artilladas. Sin embargo,
estos recursos eran suficientes para interceptar corsarios británicos y
arriesgados comerciantes que desde Berbería, Menorca o Portugal
pretendían hacer negocio con los elevados precios que sus mercancías
alcanzaban en la plaza desabastecida, pero no para enfrentarse a las fragatas
y navíos que escoltaban a los transportes enviados expresamente a romper
el bloqueo.
Dos fueron las ocasiones en las que la armada británica forzó el bloqueo
impuesto en esta primera etapa del asedio.

Primer aprovisionamiento masivo: Enero de 1780[90]


El gobierno español supo que el almirante Rodney había recibido orden
de avituallar la plaza, por lo que, para impedir su realización, estableció el
plan siguiente:
Las fuerzas aliadas del Canal de La Mancha intentarían cortar
el paso de las fuerzas inglesas, antes de desembocar en el Océano.
En el caso de que no fuesen batidas y continuasen su camino, se
esperaba que por lo menos serían bastante débiles para no poder hacer
frente a los 26.navíos de Córdoba y de Lángara.
El 27 de Diciembre de 1.779, Rodney salió de Portsmouth con un
convoy de 200 velas y 22 navíos, pero las fuerzas de Brest, sin
posibilidades de aparejar sus navíos a consecuencia de un crucero anterior,
no le barrearon el camino.
El 16 de Enero encontró a la altura del Cabo de Santa María a la
escuadra de Lángara. Éste, que había cometido la imprudencia de navegar
sin vanguardia no se apercibió, hasta que fue demasiado tarde, de la
superioridad del enemigo, que navegaba protegido por la niebla que
producían los vientos del Sur en el Golfo de Cádiz.
Con el Almirante Lángara batido y en retirada hacia Cádiz, Rodney
ordenó la caza general. Los buques españoles menos rápidos que los
ingleses, no estaban cubiertos de cobre[91] como éstos, por lo que cayeron
uno tras otro en sus manos. De esta forma, de la flota de Lángara, cuatro
buques fueron apresados y uno volado. Rodney llegó a Gibraltar,
reavitualló la plaza y volvió a pasar el Estrecho el 13 de Febrero, tomando
rumbo a América sin obstáculo, ya que Córdoba, permaneció a la altura del
Cabo San Vicente, reemplazando a Lángara, al cual un golpe de viento
había arrojado al Mediterráneo, y se encontraba en este momento en
Cartagena reparando averías.

Segundo aprovisionamiento masivo: Marzo de 1781[92]


A finales de 1.780 habiendo agotado en la plaza los suministros
transportados por Londres y restringido el contrabando con Marruecos, a
consecuencia del tratado firmado con el Rey de España por el Mahzen, el
30 de Mayo de 1.780, la situación del Peñón había llegado a convertirse en
crítica. Una vez más, se tuvo que apelar a Inglaterra para que socorriese a la
Plaza. La Channel Fleet fue encargada de esta misión, cuya ejecución debía
realizarse en el menor plazo de tiempo posible, pues durante este período
las comunicaciones en el Canal de La Mancha quedarían sin protección.
El 13 de Marzo, Darby dejó el Canal con un convoy de 300 velas, de las
cuales: 97 estaban destinadas a Gibraltar; 30 debían adelantarse a Finisterre
con el Cuerpo Expedicionario del General Meadows, con misión de
apoderarse de las colonias holandesas de El Cabo; el resto debía continuar
rumbo a las Antillas.
Cuando Darby llegó a Cádiz sin haber sido inquietado desde su salida
del Canal de La Mancha, encontró fondeada en el puerto a toda la escuadra
de Córdoba, el cual no hizo nada para oponerse a la entrada de los ingleses
en el Estrecho de Gibraltar, ni a su salida, posteriormente, el 20 de Abril,
después de haber reavituallado la plaza.
La razón de esta pasividad por parte de Córdoba no ha sido
suficientemente esclarecida. Al parecer esta decisión provino del gobierno,
que no quiso exponer a la escuadra en un combate. La teoría de conservar
los navíos estaba muy generalizada entonces. En aquel momento la
superioridad numérica española estaba compensada por la calidad inferior
de los navíos y la menor instrucción de sus tripulantes.
El gobierno español, tenía, por otra parte, una excesiva confianza en la
eficacia de las cañoneras de Barceló y de las baterías que acababan de ser
montadas en tierra, para impedir la llegada, o en todo caso, la descarga del
convoy. Estas esperanzas no se cumplieron. Las cañoneras atacaron al
convoy a su llegada y en la descarga, y a la vez un violento bombardeo se
abrió contra la plaza y contra los buques, con más de 170 cañones. Pero, a
pesar de todo, la descarga, más o menos penosa, fue realizada y la plaza
reavituallada.

Salidas navales

Los golpes de mano contra el enemigo no sólo se llevaban a cabo por


tierra, como en la citada "salida" de Noviembre de 1781, sino que también
se intentaron por mar.
Aparte de las operaciones de las grandes flotas, durante el larguísimo
asedio de Gibraltar se sucedieron innumerables acciones navales con
intervención de embarcaciones sutiles que mostraron la audacia de los
hombres de mar de ambos bandos. El cotidiano desafío del bloqueo hacía
que pequeñas y rápidas embarcaciones británicas desafiasen la velocidad y
la puntería de las españolas, escabulléndose con frecuencia de sus
enconadas persecuciones.
De esta índole fueron las varias ocasiones en que se proyectó incendiar
las escuadras fondeadas ante los muelles de Gibraltar con barcos
convertidos en piras flotantes, como la realizada el 7 de Junio de 1780, con
nueve ingenios de este tipo, pero la rápida reacción de los defensores logró
evitar que alcanzara algún éxito.
De la misma forma, durante la noche del 3 de Abril de 1871, un
destacamento británico, embarcado en botes, trató de alcanzar al amparo de
la oscuridad dos embarcaciones incendiarias españolas ancladas bajo la
protección de los cañones de la batería de Punta Carnero. Pretendían cortar
sus amarras y hacer desaparecer el peligro que constituían para los barcos
del Muelle Nuevo gibraltareño. El descubrimiento de la incursión por los
españoles, que dejaba a los botes ingleses expuestos a los cañones de Punta
Carnero y de las lanchas cañoneras, obligó a renunciar al ataque, regresando
al Peñón sin haber logrado su objetivo.
BLOQUEO Y ASEDIO POR EL DUQUE DE CRILLÓN: 1782-1783
Desde Febrero de 1782, Louis Berton des Balbs de Quiers, Duque de
Crillon[93]-Mahón, era el general más célebre del Ejército Español. En
1765 había estado el mando de la Comandancia General del Campo de
Gibraltar, del que fue depuesto por pretender aprovechar la ruina de algunas
defensas del Peñón ocasionada por una tormenta para atacar la plaza sin
previa declaración de guerra. Como teniente general encabezó el 19 de
Agosto de 1781 el desembarco en Menorca, del que trataremos en el
capítulo correspondiente. Su rápida victoria frente al general Murray en la
isla lo había lanzado a la fama, y ante el estancamiento que sufrían las
operaciones de Gibraltar parecía lógico que se le encomendase su
conquista.
Tras este éxito, los recientes y reiterados fracasos británicos en distintos
frentes permitían albergar esperanzas de que continuara su mala racha. Así,
un año antes el general Campbell se había rendido en Pensacola ante las
fuerzas del general Gálvez, como veremos en el capítulo correspondiente; el
otoño anterior el ejército inglés de Cornwallis había capitulado en
Yorktown ante George Washington; incluso en Mayo del mismo 1782 el
capitán general y comandante en jefe de las islas Bahamas, el vicealmirante
británico John Maxwell, se había rendido en Nassau, capital de la isla de
Nueva Providencia, a las fuerzas del gobernador y capitán general de Cuba,
el mariscal de campo Juan Manuel de Cagigal y Montserrat, sin ofrecer
resistencia.
El 18 de Junio de 1782 llegaba el Duque de Crillon en un convoy de 60
embarcaciones y acompañado de 4000 soldados, encuadrados los
regimientos franceses Lyonnais y Bretagne, y los alemanes Royal Suedois y
Bouillon.
Con estos refuerzos, las fuerzas atacantes llegarían a contar con unos
30.000 hombres teóricos implicados en la campaña, aunque su número real
era sensiblemente inferior por las bajas en acto de servicio, enfermos y
desertores; en el otoño de 1782 no superaban los 15.000. Mientras tanto, la
guarnición británica llegó a acercarse a los 8.000.

Plan de operaciones
El plan de operaciones establecido por Crillon preveía una acción
conjunta marítima-terrestre de acuerdo con las premisas siguientes:
Acciones de fuego preparatorias:
Las cerca de 200 bocas de fuego que debían estar
dispuestas en las líneas españolas habían de ponerse en acción
contra las baterías del Muelle Viejo y de la montaña.
A la vez, los navíos de línea harían fuego contra
Punta Europa desde occidente y desde oriente, simulando un
intento de desembarco por esa parte. Los 8 de la escuadra de
Cisneros que habían de intervenir se vieron reforzados a primeros
de Septiembre por otros dos franceses con cascos forrados de
planchas de cobre.
Se construirían 10 baterías flotantes[94]: 4
atacarían el Muelle Viejo; las otras 6, con otras unidades
auxiliares, harían lo propio contra el Muelle Nuevo.
40 lanchas bombarderas reforzarían estos ataques
y otras 40 cañoneras las protegerían, atendiendo cualquier acción
de contraataque naval inglés;
Finalmente, varias bombarderas atacarían la zona
poblada al Sur del Peñón para crear confusión.
Abierta brecha en la muralla, las fuerzas de infantería, terrestres
o embarcadas, realizarían el asalto definitivo. Se contaba en teoría con
200 compañías de fusileros y granaderos para este fin, así como con
190 embarcaciones ligeras para su transporte.
De producirse el ataque a los muelles, se había reservado el
Viejo como objetivo de las tropas francesas y el Nuevo para las
españolas.

Desde que Crillon asumió el mando, las


obras de aproximación de trincheras recibieron un impulso extraordinario.
Aprovechando en buena medida las de la etapa anterior, las paralelas se
extendieron de costa a costa del istmo. En su parte central se estableció la
batería de Mahón o del Reducto, la más avanzada de todas ellas,
ejecutándose las obras con sorprendente rapidez.
No obstante, dado que la ventaja de las
posiciones defensivas de la parte alta de Gibraltar era muy notable, lo que
les permitía alcanzar las trincheras españolas con cierta facilidad, se
consideraba a cada pieza de artillería británica de esta zona equivalente a
dos de las atacantes, aunque en la práctica su eficacia fue aún mayor. Por
ello, la artillería borbónica centró con frecuencia su fuego contra estos
enclaves, desmontando cañones, alcanzando a sus sirvientes y volando
repuestos de pólvora.

Las baterías flotantes


La idea de las baterías flotantes de d'Arçon no era ni mucho menos
novedosa, ya que se habían empleado en muy diferentes modalidades y con
distinto grado de éxito en numerosos hechos de armas. Los mismos
defensores del Peñón disponían de tres bergantines desarbolados y
fuertemente artillados que reforzaban las bocas de fuego de las
inmediaciones de los dos muelles de la ciudad. Pero en esta ocasión los
atacantes les destinaban una función que nunca habían realizado con
anterioridad: debían ser la columna vertebral del ataque naval contra unas
murallas insistentemente consolidadas durante muchos meses y plagadas de
cañones en una o varias líneas defensivas en profundidad, al objeto de abrir
brecha por la que lanzar las oleadas de infantería embarcada en lanchas.

Para soportar la avalancha


de fuego que habían de recibir tenían que reunir cualidades excepcionales
basadas en dos características básicas: su resistencia a incendiarse y a
hundirse. Ninguna de ellas las reunían los buques de línea de las escuadras
de la época, por lo que debían crearse ingenios nuevos. Y la idea partió de
modelos preexistentes. Los buques de guerra clásicos se empalletaban antes
de entrar en combate; era la fórmula tradicional de proteger a sus
dotaciones de las astillas de madera y las balas de pistola y fusil que
volaban en todas direcciones cuando comenzaba la acción. El sistema
consistía en arranchar en las redes de las batayolas, sobre las bordas, los
coys que envolvían la ropa de los marineros. De ahí el término de
"empalletados" que se aplicaba a los ingenios de d'Arçon.
Éstos aportaban como principal característica distintiva un sistema de
refrigeración de la obra viva que debía evitar su incendio por la artillería
enemiga. Un juego de bombas hidráulicas haría circular agua por unos
conductos refrigerantes situados entre el forro exterior del buque y las
paredes de las baterías cubiertas. También sobre ellas se disponía un
cubichete[95] doble capaz supuestamente de resistir los proyectiles que
recibiera dado el refuerzo aportado por las jarcias mojadas que lo recubrían;
en definitiva, se trataba de fragatas y navíos con toda la artillería en un
costado y lastre en el opuesto para mantener el equilibrio, con casco doble y
relleno de viruta de corcho y estopa para sofocar los incendios que pudieran
originarse.
La reacción de los militares de alta graduación que componían el estado
mayor de Crillon ante las ideas de d'Arçon fue, principalmente, de
incredulidad. El ingeniero hidráulico francés era considerado un advenedizo
sin experiencia náutica alguna, cuyo proyecto presentaba puntos débiles en
aspectos esenciales.

El gran ataque de Septiembre de 1872


El fuego artillero de preparación se inició al amanecer del día 9, cuando
las 200 piezas de la artillería terrestre iniciaron el bombardeo de la plaza,
lanzando 6.830 proyectiles a lo largo de la jornada. Así mismo, las lanchas
artilladas y 9 navíos atacaron intermitentemente a pesar del fuerte y
cambiante viento, que dificultaba sus maniobras.
Todo estaba preparado para el inicio del ataque el día 10, pero el
persistente Levante obligó a retrasarlo hasta el 13. Al amanecer de este día
las baterías flotantes iniciaron las maniobras para abandonar el fondeadero
de Puente Mayorga, al Norte de la bahía. A la orden del jefe de escuadra
Ventura Moreno, a partir de las 8 de la mañana comenzó a moverse la
peculiar flota Había cesado por fin el Levante y aquella mañana soplaba
una ligera brisa de Poniente, lo que facilitó el desarrollo de las maniobras.
Las naves, con la mitad del trapo desplegado, fueron situándose en orden de
combate ante las defensas inglesas.
Cuando estuvieron todas dispuestas comenzó el bombardeo, siendo
respondido certeramente desde Gibraltar. Durante las primeras horas del
combate los empalletados hicieron honor a su nombre y se mostraron
resistentes al tremendo cañoneo que estaban recibiendo, si bien tampoco los
disparos de las baterías hacían mella en los poderosos baluartes británicos,
principalmente porque las embarcaciones estaban a una distancia excesiva,
unos 800 metros en vez de los 400 previstos. Por otra parte, su cabeceo
hacía que las balas que tiraban sus baterías pasasen frecuentemente por
encima de sus objetivos sin llegar a alcanzarlos. Pronto la idea de abrir
brecha se antojó imposible.
Esta distancia de 800 metros era, sin embargo, ideal para los cañones
ingleses que pudieron realizar un tiro tenso certero y muy vivo. Pero el
factor decisivo que derrotó a estos atrevidos ingenios fue la "bala roja"
disparada por los artilleros británicos. Éstos habían estado practicando con
el manejo de tan peligrosos proyectiles, que habían de ser calentados en
hornillos especialmente dispuestos en las diferentes baterías costeras. Las
balas enrojecidas por el calor tenían como finalidad incendiar las
embarcaciones enemigas, que resistieron eficazmente durante los primeros
compases del combate, pero ya por la tarde aparecieron las primeras llamas.
Al perforar las protecciones externas y quedar embutidas en la obra muerta
del buque sin llegar a atravesarla, comenzaron a originar incendios que se
multiplicaron en los empalletados. Los denodados esfuerzos de las
tripulaciones se mostraron insuficientes para sofocarlos, toda vez que
aquellos enormes blancos eran alcanzados reiteradamente por el fuego
enemigo a pesar de que el viento arrastraba el humo de los incendios hacia
los defensores.
Pasada la medianoche no cabía posibilidad alguna de sostener el ataque;
en aquel momento todavía podían haberse retirado la mayoría ya que solo
ardían tres de ellas, aunque desarboladas. Ante la dificultad de remolcarlas
con botes, Crillon autorizó el incendio de todas por sus ocupantes, lo que se
llevó a efecto durante la madrugada.
En la operación se perdieron 214 cañones de bronce de a 24, 133.000
balas y 20.000 quintales de pólvora. Las bajas rondaron el millar, y los
británicos capturaron unos 350 náufragos, habiendo sufrido en sus filas
escasas pérdidas humanas.
Se ha especulado en ocasiones con que Córdoba habría tenido buena
parte de la responsabilidad de este fracaso al no intervenir en ayuda de las
flotantes. Sin embargo, según palabras del propio teniente general, "los
navíos no se habían hecho para lidiar con las piedras", por lo que su
intervención difícilmente hubiese cambiado el curso de los acontecimientos.
La derrota de las flotantes estaba determinada, más allá de la mortífera
eficacia de las "balas rojas", por la incapacidad de la artillería atacante de
acallar las bocas de fuego del Peñón. Las excelentes defensas de las
murallas de Gibraltar impidieron que el bombardeo enemigo desmontase
sus morteros y cañones con la celeridad suficiente para que disminuyese la
intensidad de los disparos. Poco podrían haber hecho los navíos de Córdoba
ante un enemigo tan resuelto y eficaz.

Combate naval de Cabo Espartel: 20 de Octubre de 1782[96]


A pesar del fracasado intento de asalto Crillon no parecía dispuesto a
cejar en su empeño. La artillería del istmo continuó su bombardeo habitual,
aunque escasamente respondido desde Gibraltar. También prosiguió el
ataque de las lanchas artilladas. Las obras avanzadas recibieron nuevo
impulso, intensificándose el traslado de fajinas, salchichones y piedras a
lomos de mulas para continuarlas.
En el mes de Octubre, de nuevo la plaza asediada se encontraba en
apuros por falta de víveres, ya que no recibía suministros en grandes
cantidades desde Marzo del año anterior. Las noticias recabadas por Crillon
de los desertores de Gibraltar sobre los alimentos allí almacenados
presentaban un panorama desolador para las fuerzas británicas: centenares
de hombres enfermos de escorbuto, privaciones de todo tipo y enorme
escasez de comestibles, vino y aguardiente.
El combate naval de Cabo Espartel se sitúa dentro del contexto de
bloqueo naval de Gibraltar. La escuadra hispano francesa al mando del
teniente general don Luis de Córdoba (46 navíos de línea) se encontraba
apostada en el surgidero[97] de Algeciras, con la intención de impedir
cualquier tipo de socorro de los británicos a Gibraltar. Los aliados eran
conscientes que dada la mayor velocidad de los navíos británicos era mejor
esperarlos en alguna zona determinada, que ir detrás de ellos.
En estas circunstancias, el 10 de Octubre un tremendo temporal sacudió
la zona, y aunque no se hundió ningún buque muchos quedaron muy
dañados, obligando a la flota a refugiarse en Algeciras. Estando así las
cosas para la flota combinada apareció el día 11 por la tarde la escuadra
británica del almirante Howe, escoltando un convoy de buques mercantes
con dirección a Gibraltar. Al anochecer la flota británica se encontraba
sobre Punta Carnero, pasando al Mediterráneo, no logrando fondear en el
Peñón más que cuatro mercantes.
Debido al Poniente y a las corrientes, en la mañana del día 13, la
escuadra de Howe se fue adentrando más en el Mediterráneo, alejándose de
Gibraltar y perdiéndose de vista del vigía de Algeciras. La escuadra de
Córdoba, ese mismo día, aprovechó un viento favorable para salir,
quedando toda fuera a las cuatro de la tarde.

Entre los días 13 y 17, la flota hispano-francesa estuvo tratando de


localizar a la inglesa, compuesta por 34 navíos, entre la Península y
Marruecos, sin poder impedir que el convoy británico pudiera meterse en
Gibraltar el día 17.

Enterado del éxito británico, Córdoba se dirigió el día 18 de nuevo al


Estrecho, pasando Marbella por la tarde, descubriendo el 19 a la escuadra
de Howe, que huyó en buen orden hacia el Océano, y aunque la persiguió, a
la caída de la tarde la perdió de vista.

Aún así la persecución continuó por la noche, y de nuevo fue


descubierta el día 20, antes de la salida del sol, a 5 ó 6 leguas, a la altura del
Cabo Espartel.

A la una de la tarde las dos flotas se encontraban a sólo dos millas, y


se mandó formar la línea de combate. A las 4 y media, desde el Santísima
Trinidad, buque insignia de la flota combinada, se izó la señal de ataque
general, y a las 5 y 47 minutos la vanguardia de la combinada rompió el
fuego.

A las cuatro horas y media de combate la armada británica se retiró.


Los daños producidos en la escuadra aliada fueron: 9 palos mayores
rendidos, 6 de trinquete, 2 de mesana y 4 de bauprés. 20 masteleros de
gavia, 2 de velacho, una verga mayor, 2 de trinquete, 4 de gavia y algunas
piezas de respeto, siendo los de los contrarios muy similares.

En cuanto a bajas humanas: el bando hispano francés tuvo que


lamentar 60 muertos y 320 heridos, en tanto que el inglés soportó 68
muertos y 208 heridos.

De lo expuesto parece deducirse que una flota de 34 navíos se impuso


a otra de 46; sin embargo, es preciso matizar estos datos, ya que:

• Doce navíos aliados no pudieron participar en la batalla.

• El número de cañones enfrentados fue de: 2.604 aliados frente a


2.768 británicos.

• Los británicos tenían superioridad en los calibres de sus cañones.

En estas circunstancias podríamos concluir que, si bien los británicos


alcanzaron el éxito en cuanto al fin principal de la expedición, que no era
otro que el aprovisionamiento de Gibraltar, el combate entre las dos flotas
quedó en empate.

SE LEVANTA EL ASEDIO
Después de esta última acción, las operaciones continuaron
lánguidamente, a la espera de que la Corte ordenara su fin. Así, se produjo
la retirada de las cañoneras habitualmente apostadas en Punta Carnero, que
pasaron a Algeciras; la escuadra hubo de marcharse, pues algunos
miembros de las tripulaciones habían enfermado y se temía una epidemia
que pudiera contagiarse al campamento.
N cuanto a las fuerzas terrestres, se produjo la retirada de algunos
regimientos españoles que abandonaron el campamento con destino a
Cádiz, así como las tropas francesas y las alemanas.
Por fin, y sin previo aviso, el día 2 de Febrero llegó un correo de la
Corte con la noticia de haberse firmado la paz, lo que se comunicó de
inmediato a Gibraltar con la propuesta de Crillon de la suspensión de las
hostilidades. Así se llevó a efecto por ambas partes aunque Elliott no tuvo
constancia oficial de su gobierno hasta el 10 de Marzo.
El alto el fuego respondía a los acuerdos preliminares de la paz, que
había de firmarse en Versalles el 3 de Septiembre de 1783.
CAPÍTULO 6
CONQUISTA DE
PENSACOLA[98]

Antecedentes
Como expusimos al estudiar la “Guerra de los 7 años”, ésta finalizó en
1763 y el 10 de Febrero se firmó el Tratado de París, por el que, en relación
con el tema que nos ocupa:
Gran Bretaña obtuvo: de Francia, los territorios al Este del río
Misisipi (excepto Nueva Orleans) y de España, La Florida y las
colonias al Este y Sureste del Misisipi.
España obtuvo de Francia la Luisiana (territorio que se extendía
a lo largo de la orilla Oeste del Misisipi) y de Gran Bretaña la
devolución de la plaza de La Habana.
Pese al coste que suponía el mantenimiento de La Luisiana, España
decidió tomar posesión de ella[99] con el fin de impedir que cayera en
manos de los ingleses, lo que constituiría una amenaza para la seguridad de
las provincias del virreinato de Nueva España. Además, la presencia
española en este territorio serviría para contener el creciente contrabando
que practicaban los británicos en el Golfo de México desde Mobila,
Pensacola[100] y los establecimientos del bajo Misisipí.
No hace al caso, al efecto del presente trabajo, analizar las causas que
llevaron a los colonos de los establecimientos británicos en América del
Norte, las “Trece Colonias”, a desencadenar su proceso emancipador, tan
solo decir que el 19 de Abril de 1775 se inicia la «Guerra de Independencia
de las Trece Colonias» contra Inglaterra, y que el 4 de Julio de 1776, el
Congreso de los Estados Unidos declara que las colonias “son y por
derecho deben ser estados libres e independientes”, con lo que nació una
nación destinada a ejercer un importante papel en el mundo.
A partir de este año, se empieza a percibir con más nitidez en España, el
papel que desempeña la Luisiana en la seguridad de las posesiones de
Nueva España frente a las ambiciones de Inglaterra, razón por la que se
mejoran sus defensas a lo largo del río Misisipí, estableciendo pequeñas
guarniciones hasta en puntos remotos del interior con objeto, no solo de
defender el territorio, sino también de hacer evidente su presencia en toda la
región. Así mismo, se monta un eficaz servicio de inteligencia frente a los
establecimientos anglosajones del Golfo de México, de modo que con sus
informaciones se va perfilando la amenaza de los ingleses sobre esta
región.
El 19 de Julio de 1776, se designa como gobernador interino, a
Bernardo de Gálvez[101], jefe del Regimiento Fijo, quedando, a partir del 1
de Enero del año siguiente, como gobernador titular, dependiendo
directamente de la capitanía general de Cuba. Desde el principio de su
gobierno, Gálvez apoya a los independentistas americanos mediante el
envío clandestino de dinero, armas, municiones, mantas y provisiones para
el ejército de los colonos sublevados. El Misisipi será la vía por la que les
hará llegar la ayuda, que en muchos casos les resultará vital.

Durante 1777 menudearon los incidentes con los


ingleses, llegando a ser amenazada la propia Nueva Orleáns por una fragata
británica. La escasez de medios para una defensa eficaz, hizo que Carlos III
dispusiera que dos buques de guerra estuvieran preparados
permanentemente en La Habana para apoyar a la Luisiana en caso
necesario.
Durante el año 1778 la amenaza británica a la Luisiana se incrementa.
El general Henry Clinton, jefe de las fuerzas inglesas en América, envía
1.200 hombres de los regimientos de Waldeck, Maryland y Pennsylvania, al
mando del mayor general John Campbell, para reforzar la guarnición de
Pensacola y los puestos ingleses del Misisipí: Natchez, Manchac y Baton
Rouge, principalmente. Además, construyeron nuevas fortificaciones y
reforzaron las ya existentes, incrementando la artillería y las tropas que las
guarnecían; al mismo tiempo enviaron a este río a los buques de guerra
Syph y Howard.
Sintiéndose amenazado por todas estas medidas, Gálvez pide refuerzos
a La Habana, al tiempo que perfecciona las defensas de la Luisiana
mediante la fundación de varías poblaciones en torno a Nueva Orleáns,
muchas de las cuales puebla con reclutas canarios, llegados a Luisiana con
sus familias para nutrir las filas del Regimiento Fijo que estaba en cuadro.
Con esto lograba dos objetivos: contribuir a la defensa de Nueva Orleáns,
puesto que organizó con ellos compañías de milicias en estas poblaciones
que formarían un cinturón defensivo en torno a la capital, al tiempo que le
permitía colonizar parte del territorio con españoles.

Participación de España en la
Guerra de Independencia de los
Estados Unidos
Aún cuando, inicialmente, los ministros del monarca francés Luis XVI
desaconsejaron la participación de Francia en esta contienda, la opinión
pública, influida por los «enciclopedistas», pudo más que ellos, por lo que
el 6 de Febrero de 1778 firmó un tratado de alianza con los nacientes
Estados Unidos, en el que se reconocía el derecho que tenían a ser
independientes. Esto fue interpretado en Inglaterra como una declaración de
guerra, obrando en consecuencia.
Luis XVI, invocando el “Tercer Pacto de Familia”, solicitó a Carlos III
la entrada de España en la lucha, sin embargo, el Conde de Floridablanca,
que no era partidario de participar en el conflicto, trató de evitarlo. Alegaba
que Francia había contravenido lo estipulado en el pacto, al no haber
consultado a su aliada antes de declarar la guerra, como era preceptivo. En
el fondo, el motivo era que temía la independencia de las colonias inglesas
de América, porque podría despertar las ansias independentistas de las
españolas, como así sucedió finalmente no muchos años más tarde.
Aún cuando durante todo el año 1778 la postura española fue la de
ayudar materialmente a los rebeldes, el gobierno trató de mediar en el
conflicto con la esperanza de que nuestra neutralidad hiciera que Inglaterra
nos devolviera Gibraltar, pero al ser rechazada esta propuesta, se firmó con
Francia la Convención Secreta de Aranjuez, el 12 de Abril de 1779, tras la
cual España declaró la guerra a Inglaterra el 16 de Julio de 1779.[102]

Las Fuerzas Armadas Europeas


en América
ESPAÑOLAS
El rotundo fracaso en la defensa de América y Filipinas en la «Guerra
de los Siete Años», indujo a Carlos III a reformar profundamente las
Fuerzas Armadas, aumentando las escasas unidades existentes y
reorganizándolas, dotándolas de unas ordenanzas iguales o parecidas a las
de España, que regularan todas sus actividades y organizando los sistemas
de instrucción y de reclutamiento; en definitiva, creando una fuerza
coherente y eficaz. De la bondad de las medidas tomadas, da una idea el
éxito que tuvieron contra los continuos ataques ingleses a las posesiones
españolas durante todo lo que quedaba de siglo y primeros años del
siguiente.

Los Regimientos Fijos


Los regimientos y batallones de infantería recibían el nombre de «fijos»,
lo que da una idea de su carácter defensivo, y adscritos a un determinado
territorio con la misión de protegerlo de cualquier ataque; tenían una
composición y organización similar al de sus correspondientes
peninsulares.
La caballería estaba compuesta por regimientos o compañías sueltas que
generalmente eran de dragones. La artillería, lo estaba por compañías, que
guarnecían las numerosas fortificaciones existentes en la América española.
De este ejército participaron en las operaciones que aquí se relatan: los
regimientos fijos de La Habana y Luisiana, un corto numero de dragones
del Regimiento de América (de la guarnición de Cuba) y del Regimiento de
México, además de oficiales y tropa de artillería y oficiales de ingenieros.
En estas unidades, se trataba de alistar al mayor número de peninsulares
posibles; sin embargo, la realidad era que la vida militar resultaba
escasamente atractiva para los españoles que habían emigrado a América,
razón por la cual, en muchas ocasiones, se reenganchaban soldados de los
Regimientos de Refuerzo cuando su unidad volvía a España; otras veces se
reclutaban voluntarios directamente en la Península, o la corona enviaba
hombres para completar determinadas unidades. También se recurrió a levas
especificas, como por ejemplo, de polizones solteros de barcos con destino
a América, o a hombres que hubieran desertado de unidades en la metrópoli
o, más frecuentemente, a vagos.
Dadas las dificultades expuestas para incorporar soldados peninsulares,
el reclutamiento de criollos fue incrementándose progresivamente, hasta
llegar un momento, a finales del siglo XVIII, en que los americanos
componían, prácticamente, la totalidad de la tropa. Con respecto a los
oficiales, el número de los peninsulares también fue disminuyendo a lo
largo del último tercio del siglo, dada la resistencia de muchos de ellos a
marchar a América; pero de los que fueron, la mayor parte se casaron en el
Nuevo Mundo con ricas criollas, entrando a formar parte de la élite local en
estrecha vinculación con los mecanismos de poder.[103]
Las difíciles condiciones de vida diezmaban las unidades (la
tuberculosis, el vómito negro y las enfermedades de transmisión sexual eran
la causa más frecuente de bajas), así mismo, el atraso crónico en la
percepción de las pagas (que forzaba a muchos a buscarse una segunda
dedicación en la guarnición para poder subsistir), fueron causa de
problemas frecuentes, que produjeron motines y deserciones. Por otra parte,
la suma de diferentes circunstancias como que: muchos de los soldados
constituyeran lo peor de las unidades peninsulares, unida a la relajada vida
tropical que se llevaba en Ultramar (el juego, el alcohol y las mujeres eran
distracciones corrientes), producía pésimos resultados en lo que a la moral y
disciplina se refiere, provocando gran cantidad de deserciones y bajas por
enfermedad.
La uniformidad era muy variada y de corte similar al de las unidades
peninsulares, y no era raro que tuvieran que costeárselo los mismos
soldados. El armamento y equipo eran los mismos que los de las unidades
regulares de la metrópoli.

Unidades de Refuerzo
Existía otro ejército regular en América, el formado por las unidades
metropolitanas que periódicamente reforzaban a las tropas propias de cada
territorio donde era más necesario para su defensa o para operaciones
ofensivas determinadas, como las de la campaña que tratamos en este
capítulo. Tal como hemos apuntado más arriba, con frecuencia, al volver a
la Península, dejaban parte de sus efectivos para nutrir las siempre escasas
filas de los regimientos fijos, hasta el punto que hubo unidades de las que
solamente volvieron a España un corto número de oficiales.

Las Milicias
Dado que la corona española se veía impotente para aportar tropas que
defendieran tan extensos territorios, decidió que habían de ser los mismos
americanos los que se responsabilizaran de su conservación mediante sus
recursos y fuerzas propios.
Así pues, los americanos tuvieron que auto defenderse: primero, contra
los ataques piráticos, más osados y frecuentes con el tiempo; después,
contra las ofensivas de las armadas regulares, que tuvieron como resultado
la pérdida de Jamaica (1655) y, más adelante, la de La Habana (1762),
aunque ésta de modo temporal, tal como hemos expuesto en el capítulo
correspondiente. Para ello, se constituyeron las milicias, como medio para
completar la actuación de los regimientos fijos.
Todos los miembros de las milicias eran del territorio o localidad donde
radicaba la unidad. Los oficiales eran algunos profesionales y otros
milicianos, estos últimos de la nobleza local o de familias acomodadas de la
misma. El sistema no era muy popular, puesto que los milicianos no
cobraban, excepto en campaña, y además los gastos de uniformes y equipo
de las unidades corría por cuenta de los municipios correspondientes.
Habitualmente se dedicaban a sus quehaceres normales, prestando servicio
solo cuando eran movilizados y los días en los que debían realizar la
instrucción, habitualmente una vez a la semana, que solía ser los domingos
después de misa. Una vez al mes hacían un ejercicio especial, y cada dos
meses realizaban ejercicios de tiro.
Había milicias de infantería, caballería y artillería y se dividían en dos
tipos: regladas y urbanas.

Milicias Regladas
En 1785 se llevó a cabo una reforma militar en los territorios
americanos, mediante la cual se reorganizó el sistema de milicias,
dotándolas de un Reglamento y transformándolas en “Disciplinadas” al
igual que las peninsulares, con oficiales veteranos que las mantuviesen
instruidas, incorporando a las élites locales en sus cuadros de oficiales.
De esta forma, se encuadró a la mayor parte de la población urbana y
rural en multitud de unidades milicianas, repartidas por todo el continente,
atendiendo a la demografía local y en función de las distintas etnias que la
conformaban: blancos, pardos (mulatos), morenos (negros libres),
cuarterones, zambos, etc. Así mismo, se dotó a todos los milicianos del
fuero militar (exención de la jurisdicción judicial ordinaria, entre otros
importantes privilegios) y, en casos concretos, se concedieron beneficios y
dispensas a las élites locales a cambio de asegurar su pertenencia a la
oficialidad, de obligarse a sufragar algunos de sus gastos, a potenciar y a
facilitar la recluta, y a ejercer un control efectivo sobre esta población a sus
órdenes, comprometiéndose así con la administración colonial a ser
garantes y defensores de la política reformadora de la corona.

Milicias Urbanas
El carácter distintivo con las anteriores era el de carecer de Reglamento,
lo que las convertía en fuerzas de muy limitada capacidad militar.
Muchas de ellas se reclutaban, en principio, entre los miembros de
determinado gremio o categoría social o en ocasiones, racial; y por supuesto
local. Así, hay todo tipo de unidades: “de españoles”, “del comercio” “de
voluntarios distinguidos”, de “pardos” o “morenos” y de numerosas
ciudades, provincias o regiones. Muchas de esas unidades existían poco
más que sobre el papel, y su nivel de organización y operatividad era muy
bajo. No obstante, las especiales circunstancias que se dieron en los teatros
de operaciones americanos permitieron a las milicias de esta categoría jugar
un papel propio de cierta importancia, tales como: vigilancia de ciudades y
puntos importantes, líneas de comunicaciones, zonas de producción, o
protección de convoyes.

BRITÁNICAS
La infantería, al principio de la Guerra de Independencia de los Estados
Unidos comprendía 70 regimientos de infantería y 3 de la Guardia, los Foot
Guards; asimismo, existían varios regimientos escoceses e irlandeses. Cada
uno de los regimientos de infantería estaba formado por 10 compañías, de
las cuales una era de granaderos y otra de infantería ligera, y una plana
mayor del regimiento que incluía al coronel, un teniente coronel, un mayor,
un ayudante, un capellán, un cirujano y un pelotón de zapadores. Los
efectivos de las compañías eran de un capitán un teniente, un alférez, 2
sargentos, 1 tambor, 3 cabos y 38 soldados. El total del regimiento era de,
aproximadamente 500 hombres. Estos eran los efectivos teóricos, pues en la
práctica siempre eran inferiores. De estos regimientos, el de guarnición en
Florida que se encontraba presente en el sitio y rendición de Pensacola, era
el número 16.
Los regimientos en campaña solían actuar reunidos, excepto las
compañías de preferencia (granaderos e infantería ligera) que con
frecuencia eran sacadas de los suyos respectivos para formar con las de
otros batallones una unidad de élite, con la misión de constituir una reserva
o para determinadas operaciones difíciles.
Las compañías formaban en tres filas, o dos si no había suficientes
efectivos, la primera permanecía rodilla en tierra y las otras dos de pie,
para, de esta forma, poder hacer fuego dos filas simultáneamente. El fuego
y las evoluciones tácticas en el campo de batalla se dirigían por compañías
y no se disponía como en otros ejércitos de un reglamento u ordenanza
oficial que detallara los movimientos tácticos, por lo que los oficiales
empleaban manuales particulares más o menos bien escritos.
El uniforme de la infantería era la típica casaca escarlata con solapas,
bocamangas y cuello de color distinto para cada regimiento, el calzón y la
chupa eran blancos, el color rojo lo usaron desde principios del siglo XVIII.
Aparte de estos regimientos ingleses, en esta guerra los británicos
emplearon unidades del país, formadas por los americanos partidarios de
que las Trece Colonias siguieran bajo la corona de Inglaterra; recibieron el
nombre de loyalists. Existían tres tipos de estas unidades: la milicia, que
tenían como misión la defensa de su propio territorio los regimientos
provinciales con una organización análoga a los regimientos de línea; y los
Rangers que se empleaban en operaciones propias de infantería ligera,
combate en bosques, ataques por sorpresa, etc. En esta campaña, las
unidades de este tipo que aportaron fuerzas fueron los regimientos de
Maryland y Pennsylvania y los West Florida Royal Foresters.
Las dificultades habituales para el reclutamiento se incrementaron al
empezar la guerra, de forma que los regimientos estaban en cuadro. Para
paliar este problema se recurrió a contratar mercenarios extranjeros en los
pequeños estados alemanes, que, muy pobres, vieron en ello una fuente de
ingresos suplementaria muy sustancial. Se contrataban regimientos enteros,
que iban con sus propios jefes, organización, armamento y uniformes. En
esta campaña actuó con los ingleses uno de estos regimientos, el de
Waldeck.
Las unidades de caballería no tuvieron un empleo destacado en esta
campaña y su presencia fue muy escasa; la naturaleza boscosa del terreno
hacía que su uso no fuera ventajoso. Los ingleses tenían en América
únicamente unidades de dragones, cada compañía de ellos disponía de un
capitán, un teniente, un sargento, 2 cabos, un trompeta y 37 soldados. En
ocasiones no había caballos para todos, por lo que se organizaban unidades
que debían combatir a pie.
En el ejército inglés había organizado un regimiento de artillería
formado por varios batallones que, a su vez, disponían de varias compañías.
La calidad de los artilleros británicos de esta época parece ser que no era
muy elevada, siendo frecuente ver a marineros sirviendo las piezas. En la
campaña que nos ocupa la cantidad de artillería puesta en juego por los
ingleses fue considerable, lo que es lógico, pensando que fue,
fundamentalmente, una guerra de defensa y asedio a fortificaciones. El
uniforme de los artilleros era de corte similar al de la infantería,
sustituyendo el rojo de las casacas por el azul con divisa escarlata.
El soldado inglés era valiente y agresivo en el combate, sin embargo
fuera de él tenía muy mala fama; para los habitantes de las localidades
donde acampaban constituían una verdadera plaga. Los americanos de antes
de iniciarse la guerra tuvieron muchos altercados con los soldados ingleses
y opinaban de ellos que eran “analfabetos, borrachos y delincuentes”. Eran
muy propensos a la deserción, especialmente en América, pues lo tenían
más fácil que en la metrópoli; en la campaña de Pensacola se produjeron un
número elevado de ellas, si las comparamos con el conjunto de efectivos
disponibles y la duración de las operaciones.

FRANCESAS
Los franceses tuvieron una destacada presencia de fuerzas en esta
guerra; antes de que Francia entrara en guerra con Inglaterra marcharon
gran número de voluntarios a nutrir las filas del ejército de los colonos,
como el famoso Lafayette, que llegaría a general del Ejército americano.
Otros iban encuadrados en unidades levantadas y equipadas en Francia a
costa de ciudadanos particulares, como fue el caso de la Legión de Lauzun.
Posteriormente, con la entrada en guerra, se envió un pequeño ejército al
mando del general Rochambeau, que participó junto con el norteamericano
en el sitio y toma de Yorktown, entre otras operaciones. La flota francesa
tuvo un papel importante, al contribuir junto con la española al
levantamiento del bloqueo a que tenían sometidos los ingleses a los
colonos.
En la conquista de Pensacola participaron al lado de sus aliados
españoles alrededor de 700 franceses de las dotaciones de los buques del
Chevalier de Monteil, la mayor parte eran del Ejército, que cumplían en los
barcos las misiones propias de la infantería y artillería de Marina. Formaban
este contingente compañías o fracciones de varios regimientos de infantería:
Orleáns, Poitou, Agenois, Gatinois, Cambresis y du Cap. Asimismo,
participaron componentes de la artillería del Ejército y de la Marina.
La organización de las compañías de infantería francesas era similar a
las de otros ejércitos de la época; se hallaban en los regimientos compañías
de granaderos y cazadores, amén de las ordinarias o del centro, como era
habitual en los ejércitos de estos años. Además, participaron 14 buques de
guerra.
El uniforme de la infantería francesa era generalmente blanco, la casaca
tenía solapas, bocamangas y vivos de diferentes colores para cada
regimiento. Los granaderos tenían como distintivo unas hombreras rojas y
un pequeño plumero también rojo en el sombrero sobre la escarapela; para
los cazadores, las hombreras y el plumero eran verde oscuro. La artillería
vestía totalmente de azul con bocamangas y vivos rojos.
El papel de las tropas francesas en esta campaña no fue muy decisivo,
pero merecieron los elogios de todos, tanto más cuanto que no tenían
intereses propios alguno y no tenían nada que ganar ni que perder en ella.
Pese a ello se comportaron como aliados leales.

LOS INDIOS
En esta guerra tuvieron una participación muy destacada los indios de
diferentes naciones, generalmente a favor de los ingleses, que fueron los
más hábiles comprando su colaboración. Su empleo como tropas auxiliares
no era nuevo; en las guerras anteriores entre franceses e ingleses en
América del Norte ya se habían empleado; por su parte, los españoles
llevaban años destinándolos para combatir a los indios enemigos en las
provincias interiores de Nueva España.
Se agrupaban para el combate en núcleos de muy variable entidad, bajo
el mando de un jefe elegido por su valor y sagacidad en la guerra. La lucha
era llevada como si se tratara de una cacería, con observación paciente,
acercamiento silencioso e invisible y acción violenta y por sorpresa,
lanzando unos gritos aterradores que paralizaban a los enemigos no
acostumbrados.
Los guerreros indios se preparaban para el combate casi desde la
infancia, tenían una enorme resistencia física y capacidad de sufrimiento y
una crueldad extrema; torturaban salvajemente a los prisioneros durante
horas o días hasta que morían. En esta campaña, tanto el jefe inglés como el
español, se esforzaron por evitar que los indios que tenían como aliados
torturaran a los prisioneros. Para ello les hacían toda clase de regalos:
medallas, baratijas y, sobre todo, ron a cambio le los prisioneros.
Utilizaban una variada panoplia de armas, las más comunes eran arcos y
flechas, cuchillos, hachas, lanzas y fusiles de diversas procedencias, todas
ellas manejadas con gran maestría.
Los indios de los bosques, a los que pertenecían los que actuaron en esta
campaña, se desplazaban a pie, y por los cursos de agua, ríos y lagos, en
piragua. A diferencia de los de las praderas, que utilizaban el caballo, estos
no llegaron a emplearlo nunca, puesto que el terreno en el que se
desenvolvían no se prestaba para ello.
Los indios aliados de los ingleses tuvieron un importante papel,
hostigando día y noche a los españoles tanto en su campamento como
durante las marchas. A decir de Gálvez fueron la mejor defensa de los
ingleses.

Operaciones Preliminares:
Primeras Operaciones en el
Misisipi
Gálvez, ya ascendido a brigadier, al recibir la comunicación de la
entrada de España en la conflagración con Inglaterra, convoca una junta de
guerra en Nueva Orleáns para decidir las medidas a tomar para la defensa
del territorio. La mayoría de sus componentes opinan que deben quedar a la
defensiva hasta no recibir las órdenes de España y suficientes refuerzos de
La Habana, momento en que pasarían a la ofensiva; basaban esta decisión
en lo exiguo de las fuerzas disponibles. Gálvez, por el contrario, que sabe
que las defensas de la Luisiana no pueden aguantar una acometida de los
ingleses, cree que deben anticiparse al enemigo, en la idea de que la mejor
defensa es el ataque; así se resuelve finalmente.
De acuerdo con esta decisión se inician inmediatamente los preparativos
para las operaciones, y mientras se realizan, llegan las órdenes de la Corte,
en las que se marcan los objetivos a alcanzar por el Ejército en América,
que son el arrojar a los ingleses de todos los establecimientos que ocupan en
el Misisipí y en el Golfo de México.
Inglaterra disponía de unos magníficos asentamientos en la costa del
Golfo de México, fundamentalmente de Mobila y Pensacola, desde los que
podía perturbar gravemente las relaciones entre las posesiones españolas de
la zona y de ellas con la Península, practicando un permanente
contrabando con los consiguientes perjuicios para el comercio y economía
de las colonias españolas.
El Plan de Operaciones ideado por Gálvez consistía en remontar el río
Misisipi y atacar a los puestos ingleses situados en su orilla. Sin embrago,
cuando todo estaba dispuesto para el inicio de la campaña, el 18 de Agosto,
uno de los frecuentes huracanes de esta zona hunde en el puerto de Nueva
Orleáns los barcos atracados y cargados para la expedición que se iba a
iniciar, yendo a parar al fondo del río: municiones, artillería y toda clase de
abastecimientos y pertrechos necesarios para las operaciones.

Esto supuso un duro golpe para la moral de las tropas, abundándose en


la opinión de que, en las actuales circunstancias, debían abandonarse los
planes de ataque. Sin embargo Gálvez, que se crecía en la adversidad, con
su habitual energía, hace que se recupere la artillería y algunos barcos del
fondo del río y restablece la moral de las tropas.
El 27 de Agosto, inicia la marcha a lo largo del Misisipí al frente de un
conglomerado de fuerzas integrado por: 170 soldados veteranos y 330
reclutas de varios regimientos, 20 carabineros, 60 milicianos, 80 negros y
mulatos 1ibres y 7 voluntarios norteamericanos; la artillería, servida por 14
artilleros y compuesta de 10 cañones. En total 667 hombres[104].
Puesto que la partida de las tropas dejaba totalmente indefensa a la
capital de la Luisiana contra posibles sorpresas por parte de los ingleses,
hizo poner sobre las armas a la milicia de Nueva Orleáns.

CONQUISTA DE MANCHAC
Después de una penosa marcha por un terreno de bosques casi
impenetrables, con numerosos pantanos y un clima subtropical cálido y
húmedo, llegan el 7 de Septiembre frente a Manchac. Dado que, según las
informaciones recibidas ésta disponía de víveres para dos meses, y teniendo
en cuenta las numerosas bajas por enfermedad que se estaban produciendo
en las filas españolas, Gálvez decidió tomarla inmediatamente por asalto.
A las cuatro de la mañana del día siguiente las tropas españolas, con su
jefe a la cabeza, atacan el fuerte Bute, sorprendiendo totalmente a la
guarnición inglesa que quedó prisionera. Los españoles no tuvieron ni una
sola baja en esta operación.

TOMA DE BATON ROUGE Y DE NATCHEZ


Después de un corto descanso parten hacia Baton Rouge; durante el
camino las bajas por enfermedad siguen reduciendo sus tropas, que ahora
son poco más de la mitad de las que salieron de Nueva Orleáns.
Baton Rouge estaba defendido por un fuerte protegido por altos muros
de madera y tierra y anchos y profundos fosos, a semejanza de los que
construían los británicos en América del Norte. Disponía de una guarnición
de más de 500 ingleses e indios, de los que al menos 400 eran fuerzas
regulares veteranas; así mismo, disponían de 18 cañones. Era prácticamente
imposible tomarlo por asalto, por lo que Gálvez se decidió por el
establecimiento formal de un sitio.
Se inicia el 18 de Septiembre, con la construcción de una trinchera y
una batería frente al fuerte. Con objeto de poder levantarla, sin que la
superior artillería del enemigo lo impidiera, montó un ataque de diversión
por otro punto mientras se realizaban los trabajos. La estratagema tuvo
éxito, y cuando los ingleses se quisieron dar cuenta ya estaban las obras de
asedio construidas.
El 21, después de tres horas de fuego, los ingleses se rindieron,
incluyendo en la capitulación los puestos fortificados del río Amite, de
Thom Creek y del fuerte Panmure de Natchez. No tienen más remedio que
aceptar estas condiciones ya que el fuerte de Baton Rouge había quedado
prácticamente desmantelado por el fuego de los cañones. Además de estos
puestos, los españoles capturan ocho barcos con refuerzos procedentes de
Pensacola para las fortificaciones inglesas del Misisipí. En total, quedan
prisioneros cerca de mil ingleses, y se capturan gran cantidad de armas,
víveres y municiones.
Las consecuencias de estas victorias son de enorme importancia; la
ganancia territorial pone en manos de España toda la cuenca baja del
Misisipí, y permite disponer a los independentistas americanos de una vía
de aprovisionamiento de incalculable valor, que va a resultar vital ante el
bloqueo naval al que les tiene sometidos la escuadra inglesa, que les
impedía recibir a través de la costa los imprescindibles abastecimientos para
sus ejércitos. Por otra parte, cortaba a los ingleses el acceso a las provincias
interiores de Nueva España, que era uno de los objetivos a conseguir.
Por estas rápidas y completas victorias Gálvez fue ascendido a mariscal
de campo, a la temprana edad de 33 años.

Conquista de Mobila
Tras esta rápida incursión, Gálvez vuelve a Nueva Orleáns, dedicándose
activamente a la preparación de la conquista de Mobila, único obstáculo
que se interponía para el sitio y toma de Pensacola. Según sus propias
palabras, Mobila podía subsistir sin Pensacola, pero ésta sucumbiría a la
larga si no contaba con el apoyo de la primera.
La ciudad de Mobila se encuentra en el fondo de la bahía de su nombre
y estaba defendida por el castillo Charlotte, que contaba con 35 cañones y
una guarnición compuesta por poco más de 300 hombres y algunos indios
aliados.
Tras ser reforzado por un contingente procedente de La Habana, Gálvez
consigue reunir en Nueva Orleáns una pequeña flota de 14 embarcaciones,
que transporta 1.200 hombres, con la artillería, víveres y pertrechos
necesarios para la conquista de este bastión inglés. Se dan a la vela el 14 de
Enero de 1780.
Un fuerte temporal hace naufragar 6 de los buques en la barra de
entrada a la ría de Mobila, embarrancando otros, logrando salvarse: 141
hombres del Fijo de la Luisiana, 50 del Fijo de La Habana, 43 del
Regimiento del Príncipe, 14 artilleros, 26 carabineros, 325 milicianos
blancos, 107 milicianos negros, 24 esclavos y 26 auxiliares
angloamericanos, en total 756 hombres que permanecieron en una isla
desierta, casi sin víveres y sin artillería. En tan criticas circunstancias,
Gálvez restableció la moral de las tropas y resolvió fabricar escalas con los
restos de los buques naufragados con objeto de asaltar las fortificaciones
enemigas. Con algunos cañones de los barcos que habían logrado salvar,
instalaron una batería en la punta de la Mobila para controlar la entrada a la
bahía.

REFUERZOS PARA LAS TROPAS ESPAÑOLAS


Gálvez comisionó al coronel jefe del Regimiento de Navarra, D. José de
Ezpeleta y Galdeano, ante las autoridades de La Habana para recabar más
tropas, logrando un primer embarque de 200 hombres en 4 barcos, con
algunos víveres, municiones y pertrechos para establecer un asedio.
Pese a tan exiguo refuerzo, el mariscal español se decide a establecer
un sitio en toda regla con la artillería y los pertrechos que les habían traído.
Embarcando en estos buques se dirigen a Mobila, donde llegaron el 24 de
Febrero, tomando posiciones frente al castillo dos días más tarde.
Mientras, la noticia del naufragio de las naves españolas había llegado a
Pensacola. Ante esta información, el jefe de las fuerzas británicas de
Florida, John Campbell decide atacar y destruir a su enemigo delante de
Mobila, aprovechando la situación de desventaja en que se encuentran. Para
ello, se pone al frente de 1.100 hombres de la guarnición de Pensacola y se
dirige al encuentro de los españoles.
En La Habana, tras muy intensas gestiones, se consigue que el
Comandante de Marina autorice la partida del resto de los refuerzos, que
llegan a su destino el día 9 de Marzo, al mando del coronel Ezpeleta,
uniéndose, a la mañana siguiente, a los trabajos del sitio. Con estos
refuerzos las tropas de Gálvez alcanzan casi 1.400 hombres.

SITIO Y CAPITULACIÓN DE MOBILA


Inmediatamente se inician los trabajos para instalar una batería de 18
cañones con la que batir los muros del castillo enemigo. El día 12 al
anochecer, la artillería española inicia el fuego contra el castillo Charlotte,
prolongándolo durante algunas horas. El bombardeo consigue al día
siguiente abrir una brecha en la muralla, por donde penetraron los asaltantes
con los granaderos a la cabeza, que acorralaron a los defensores hasta que,
finalmente, deben rendir la plaza por capitulación, y lo hacen a la vista del
general Campbell y sus fuerzas, que no aciertan a impedirlo. Era el 14 de
Marzo de 1780. Gálvez redactó las condiciones de rendición, que fueron
firmadas por el comandante de la plaza, Elías Durnford. Quedaron
prisioneros 13 oficiales y 300 de tropa, y se capturaron gran cantidad de
cañones, municiones y elementos de todo tipo.
Las fuerzas británicas procedentes de Pensacola se retiraron a sus bases
tras permanecer algunos días observando a los españoles, con la frustración
de haber tenido que limitarse a ser meros testigos de la rendición de la
plaza.
Una vez consolidada la conquista, se decidió retornar a Nueva Orleans,
dada la imposibilidad de atacar tanto por tierra como por mar la plaza de
Pensacola, debido a la escasez de los efectivos disponibles. En Mobila
quedó, como gobernador, el coronel Ezpeleta, con 800 hombres de varios
regimientos de infantería y de milicias.

INTENTO INGLÉS DE RECUPERAR LA PLAZA DE MOBILA


En los primeros días de Agosto de 1780, arribó a La Habana una gran
escuadra compuesta por 140 barcos de transporte, escoltados por 16 de
guerra, al mando del jefe de escuadra D. José Solano, con cerca de 12.000
hombres, al mando del teniente general D. Victorio de Navia. La
descoordinación entre las diferentes autoridades, así como el abatimiento
sobre la flota de uno de los peores huracanes que hubo en muchos años,
que duró tres días y dispersó los barcos por todo el Golfo de México,
impidieron el aprovechamiento inmediato de estas fuerzas para el ataque a
Pensacola.
Mientras tanto, en Mobila, el coronel Ezpeleta debía rechazar continuos
ataques de los ingleses y sus aliados los indios, que intentaban
desesperadamente recuperar la plaza.
La situación de los defensores era comprometida, por la falta de víveres
que comenzaban a escasear, y por la necesidad de refuerzos, ya que los
indios que poblaban la región, los chactás, se habían aliado a los ingleses y
se incorporaron a sus fuerzas en gran número, con lo que los españoles
debían enfrentarse a unas fuerzas muy superiores.
El ataque más importante de los que sufrió la plaza tuvo lugar el 7 de
Enero de 1781, producido por una fuerza de unos 1.300 hombres, bajo el
mando del coronel Von Hanxleden, jefe del regimiento de Waldeck y
segundo en el mando de Campbell, que contaba, además, con el apoyo de
dos fragatas.
Se peleó muy duramente, cuerpo a cuerpo, siendo rechazados los
asaltantes, que sufrieron 18 bajas (15 muertos, entre los que se contaba el
propio coronel y 3 prisioneros). Las bajas de los españoles por la sorpresa
inicial, fueron más numerosas, en total 38. De ellos, 14 muertos, de los
regimientos del Príncipe, España, Navarra, Fijo de La Habana y de las
milicias de Nueva Orleáns; 23 heridos y un prisionero.

Campaña de Pensacola[105]
Enterado el Rey de la inoperancia de la junta de La Habana, resolvió
destacar a la misma a un enviado especial con plenos poderes, D. Jerónimo
Saavedra, con la misión de solventar cualquier falta de acuerdo que afectara
gravemente a las operaciones. Partió de La Coruña, presentándose ante la
junta el 1 de Febrero de 1781, desde entonces Gálvez tuvo un aliado de
inapreciable valor para lograr lo necesario para emprender la expedición
contra Pensacola.
Después de muchas discusiones se logró de la junta autorización y
medios para las operaciones contra los ingleses. Haciéndose a la vela, el 28
de Febrero de 1781, la expedición definitiva rumbo a Pensacola.
La escuadra estaba integrada por 32 buques de diversas clases, de los
cuales 5 eran de guerra[106]: El resto de las embarcaciones transportaban
las tropas, víveres, artillería y pertrechos necesarios para el sitio y rendición
de las fortificaciones enemigas[107]. Uno de los buques estaba adaptado
como hospital y dos llevaban víveres para la guarnición de Mobila, de los
que estaban tan necesitados.
Esta expedición era la menor de las tres que se prepararon en La Habana
para la conquista de Pensacola; conducía alrededor de 1.400 hombres de
varios regimientos de infantería, 50 de artillería y 100 gastadores
(zapadores) de fortificación. Las tripulaciones de los buques de guerra
sumaban 1.200 hombres y los de transporte 400.
Las órdenes de la Junta eran que la expedición se dirigiera a Mobila y
allí recogiera parte de su guarnición para luego reanudar la marcha hacia
Pensacola. Gálvez ostentada la jefatura conjunta de todas las fuerzas de mar
y tierra para evitar la duplicidad de mando, tan perjudicial en todas
circunstancias, y que ya había producido problemas en más de una ocasión
en esta campaña, llegando incluso a paralizar las operaciones al no poder
conciliar diferentes puntos de vista sobre un mismo problema. Las
perspectivas en este aspecto eran de lo más halagüeñas, sin embargo, se
iban a producir acontecimientos relacionados con el mando que estuvieron
a punto de dar al traste con la operación.
Gálvez ordenó que las fuerzas de Mobila marcharan por tierra hacia
Pensacola, al tiempo que una flota de 18 barcos de la división naval de
Nueva Orleáns partiera con el mismo rumbo, conduciendo tropas de la
Luisiana y artillería y material para el sitio.

PLAN DE OPERACIONES PARA APODERARSE DE LA BAHÍA


DE PENSACOLA
El Plan de Operaciones para apoderarse de este espacio, que daría pie a
situar en tierra las fuerzas necesarias para iniciar el sitio de Pensacola
contemplaba:
En una primera fase: desembarcar las tropas y hacerse con el
control de la entrada a la bahía, para después hacer entrar en ella a los
buques de guerra y transporte; posteriormente ya dueños de las aguas
interiores, desembarcar en las inmediaciones de Pensacola y sitiar la
plaza.
Las tropas desembarcarían en la isla de Santa Rosa, para tomar
posteriormente la batería que, según noticias recibidas, tenían los ingleses
en la parte occidental de la misma, en Punta Sigüenza, para cerrar el paso
por el canal de entrada, junto con los cañones existentes en un fuerte
situado al otro lado del citado canal, llamado Red Cliffs o Barrancas
Coloradas.
En una segunda fase: una vez tomada esta batería, hacer pasar a
todos los buques al interior de la bahía y desembarcar las tropas,
pertrechos y artillería necesarios para sitiar Pensacola. Se consideraba
necesario para poder introducir los barcos en ella el tomar el fuerte de
las Barrancas Coloradas, pues se le suponía con potencia suficiente
como para echar a pique cualquier buque que intentara entrar.
El día 4 de Marzo, Gálvez convocó en junta a los capitanes de los
buques de guerra en el navío San Ramón para comunicarles sus planes,
siendo aprobados por unanimidad.
La travesía se llevó a cabo sin incidentes dignos de mención, llegando a
la vista de la isla de Santa Rosa en la madrugada del día 9. La fragata
inglesa Mentor, que guardaba la entrada a la bahía junto con la Port Royal
los descubrió y disparó siete cañonazos de aviso a la guarnición de
Pensacola.

Enterado el general en jefe de la plaza, Campbell, de la presencia de la


escuadra española, puso a sus fuerzas en estado de alerta y despachó un
buque que, al amparo de la oscuridad para burlar a los barcos españoles, se
dirigiese a Jamaica a solicitar refuerzos.

Desarrollo de la 1ª Fase del Plan de Operaciones


Gálvez ordenó que el desembarco en la isla de Santa Rosa se efectuase
de noche, encabezado por los granaderos y cazadores, a las órdenes del
coronel D. Francisco de Longoria, jefe del Regimiento Aragón, debiendo
llevar cada soldado municiones y víveres para tres días, pues se desconocía
la cantidad de fuerzas que el enemigo tenía en la isla y si los combates se
iban a prolongar durante mucho tiempo.
El desembarco se realiza sin ninguna oposición del enemigo, en un
punto situado a unos 15 kilómetros al Este de Punta Sigüenza.
Inmediatamente, Gálvez ordena al coronel Longoria que inicie la marcha
hacia la citada punta para tomar la batería enemiga; el desembarco de las
restantes fuerzas quedó terminado hacia media noche.
Las fuerzas de Longoria llegan a las 5 de la mañana a su objetivo,
encontrando que la batería está desmantelada, haciendo prisioneros a unos
marineros ingleses, que vigilaban el ganado que tenían en la isla. Por ellos
se enteran que la guarnición de Pensacola está compuesta por algo más de
2.000 hombres, entre fuerzas regulares, marineros y voluntarios, a los que
hay que añadir unos 500 indios. Las tropas veteranas son de los regimientos
de Waldeck, Pennsylvania y Maryland Loyalist, regimientos de infantería
16 y 60, West Florida Royal Foresters y artillería, además, para el servicio
de las piezas hay gran numero de marineros. Los indios son principalmente
chactás, crics y chichasás, y se daba la circunstancia de que, recientemente,
el general Campbell había despedido a gran número de ellos al pensar que
el peligro de ataque español se desvanecía cuando tuvo noticia del fracaso
de las anteriores expediciones.
Al advertirse en el fuerte de las Barrancas Coloradas la presencia de los
españoles en Punta Sigüenza, comienzan a cañonearlos, uniéndoseles poco
después los disparos de las dos fragatas que cierran la entrada a la bahía.
Este fuego es totalmente ineficaz al parapetarse la infantería tras las
elevaciones del terreno, no sufriendo ninguna baja.
Gálvez reconoce la costa de la isla para elegir un lugar donde instalar
una batería que obligue a las fragatas inglesas a abandonar la entrada y así
permitir el paso a su escuadra. Una vez señalado su emplazamiento, se
inicia de inmediato su construcción y se artilla con dos cañones de a 24, dos
de a 8 y cuatro de a 4 desembarcados al efecto. El día 11 abre fuego la
batería poniendo en fuga con cinco disparos a una de las fragatas que se
acerca; los buques británicos ya no se atreverán a acercarse a la isla. Los
planes se van desarrollando como estaba previsto.

Desarrollo de la 2ª Fase del Plan de Operaciones


Para la ejecución de esta 2ª Fase se había decidido la ocupación previa
del fuerte de Barrancas Coloradas con las fuerzas procedentes de Mobila;
sin embargo, esto resultó imposible de realizar por la fortaleza del mismo,
muy superior a la prevista.
Como alternativa se introdujo una variación en el plan inicial
consistente en pasar todos los buques de la escuadra y del convoy lo más
cerca que se pudiera de Punta Sigüenza, para alejarse en lo posible de los
fuegos del fuerte enemigo. Esta maniobra tampoco pudo realizarse por
cuanto el poco fondo de las aguas por las que debía discurrir el convoy
podía llevar a embarrancar a los navíos.
Ante la amenaza de la llegada de un fuerte temporal, Gálvez, en contra
de la opinión del jefe de la flota, decide jugarse el todo por el todo y forzar
la entrada él personalmente con su pequeño barco, el Galveztown y otros
tres más, una balandra y dos lanchas cañoneras; todos ellos fuera de la
jurisdicción de la armada.
A las 3 de la tarde del 18 de Marzo (1781) esta pequeña flotilla largó las
velas y penetró en el canal. Inmediatamente los cañones de Barrancas
rompen el fuego, pero no consiguen impedir la entrada de los barcos
españoles, que lo hacen sin apenas daños y ninguno de importancia. Esta
ineficacia fue producida por la defectuosa disposición de las baterías
inglesas. Por la tarde, todos los buques de la escuadra se encuentran en el
interior de la bahía, desembarcando las tropas en Punta Agüero, al Este del
fuerte de Barrancas Coloradas.

OPERACIONES PREVIAS AL SITIO


Pensacola estaba construida en torno a la antigua ciudad española,
carente de murallas; sus casas eran de madera y estaban muy separadas,
como era costumbre en la América británica, para que no se propagaran los
incendios; así mismo, disponía de varios muelles de madera que permitían
atracar a barcos de mediano tamaño.
En una elevación situada al Norte de la ciudad, Gage Hill, los ingleses
habían construido tres fuertes; de Sur a Norte eran: Fort George, situado a
unos 650 metros al Norte de las primeras casas de Pensacola; Prince of
Wales, a 300 metros del anterior, y Queens Redoubt, a una distancia del
segundo de unos 200 metros. Los españoles los rebautizaron como: Fuerte
Jorge, el Sombrero y la Media Luna, por su forma estos dos últimos. El
principal era el primero; el último era una avanzada que pretendía impedir
que el enemigo pudiera utilizar unas alturas que dominaban al fuerte Jorge;
el del Sombrero tenía la misión de enlazar los otros dos. Eran del tipo de
fortificaciones que construían los ingleses en América: una fuerte
empalizada de madera reforzada con terraplenes de tierra y dotada de fosos
y otras defensas accesorias.
EJ gobernador de la provincia de West Florida era el vicealmirante Peter
Chester, que residía en Pensacola, y el comandante de las fuerzas de la
provincia el mayor general John Campbell a quien correspondía la defensa
de la plaza.
Entre Gálvez y Campbell se cruzaron misivas que tuvieron como
resultado el declarar la ciudad neutral, no pudiendo ser empleada ni
ocupada por fuerzas de ninguno de los bandos, sirviendo exclusivamente de
refugio de mujeres, niños y enfermos. Asimismo, acordaron que el futuro
de la plaza y de la provincia se disputase en los tres fuertes que protegen
Pensacola, ordenando Campbell en consecuencia que sus fuerzas
abandonasen sus cuarteles en la plaza y ocupasen las fortificaciones: el
Regimiento de Infantería 16 en la Media Luna, el 60 en el Sombrero y el de
Waldeck en el Fuerte Jorge.
El 22 de Marzo llegan a Punta Agüero las fuerzas de Mobila, al mando
del coronel Ezpeleta, y al día siguiente lo hace la flota procedente de Nueva
Orleáns, que transporta 1.600 hombres. Con estas aportaciones, sus fuerzas
se elevaron a 3800 hombres, con las que organizó cuatro agrupaciones y
una reserva, dejando un núcleo de 200 soldados para guarnecer la isla de
Santa Rosa.
Así mismo, nombró al coronel Ezpeleta “mayor general” (jefe de la
infantería) y al ingeniero segundo D. Francisco Navas, “cuartel maestre”,
una suerte del actual jefe de estado mayor. Como comandante de la artillería
designó a D. Salvador del Toro, del Real Cuerpo.
Los jefes de las agrupaciones eran: de la 1ª, el coronel del Rey, Luis
Rebolo; de la 2ª, el coronel del Aragón, Francisco Longoria; de la 3ª, el
barón de Carondelet, teniente coronel del Flandes; y de la 4ª, el teniente
coronel del Soria, Cayetano Salla; de la reserva se hizo cargo el teniente
coronel de milicias de Nueva Orleáns, Gilberto Maxent.

APROXIMACIÓN A PENSACOLA
El día 26 las tropas acampadas en Punta Agüero, levantan el
campamento y se dirigen por tierra a Pensacola, siendo hostigados a lo
largo del penoso camino por los indios aliados de los ingleses, resultando
herido Gálvez en el vientre y en una mano, lo que le obliga a ceder
temporalmente el mando a Ezpeleta. El día 30, llegan las tropas españolas
al lugar elegido, situado a unos 3 kilómetros de Pensacola y de sus
defensas.
Efectuado el reconocimiento de los fuertes que protegían a Pensacola,
se observa que el de la Media Luna está situado ligeramente más alto,
dominándose desde él a los otros dos, de manera que si cae el primero,
posiblemente los restantes no puedan resistir durante mucho tiempo.
El día 12 se lleva a cabo el traslado al campamento definitivo, sin que ni
los ingleses ni los indios traten de estorbar el movimiento, eligiéndose para
ello una elevación situada al Oeste del reducto de la Media Luna. A
vanguardia de él se proyecta construir las baterías que bombardearán las
fortificaciones enemigas. El río Sutton les sirve como protección por uno de
sus flancos y como vía marítima de comunicación para recibir los apoyos
de todo tipo que les vienen del mar. Para proteger la circulación de barcos
por el río, se construyen dos reductos, uno en cada orilla, que son provistos
de cuatro cañones y defendidos por la Armada.
El 19 de Abril llegó a Pensacola, procedente de La Habana, una fuerza
de 1.600 hombres al mando del mariscal de campo D. Juan Manuel de
Cagigal, transportada y protegida por una flota dirigida por el jefe de la
misma clase D. José Solano, el cual ofrece a Gálvez 1350 hombres de las
dotaciones de los barcos. La mitad, aproximadamente, eran de infantería del
Ejército, que iban de dotación en los buques cumpliendo las misiones de la
infantería de Marina, que no disponía de suficientes efectivos; la otra mitad
eran de infantería y de artillería de Marina.
En la misma expedición se incluía un contingente francés al mando del
caballero de Monteil, integrado por 700 soldados de infantería y de artillería
del Ejército y de artillería de Marina, la infantería era de los regimientos de
Orleáns, Poitou, Agenois, Gatinois, Cambresis y du Cap.
De los buques se desembarcan cuatro cañones de bronce de a 24, previa
petición de Gálvez, que es inmediatamente atendida por el comandante
general de la escuadra. Además desembarcan para el sitio: dos morteros de
a 12, cuatro cureñas de plaza para cañones de a 24, balas para cañón,
bombas para morteros, pólvora, cartuchos y piedras de fusil, etc., que se
habían solicitado en su día a La Habana.
Con las tropas que se acababan de incorporar al campo español y las
que ya había, se organizó el Ejército de nuevo en cuatro brigadas y tres
agrupaciones. La Iª Brigada al mando del brigadier del Ejército Girón, la IIª
al del coronel Manuel de Pineda, la IIIª del coronel Longoria y la IVª,
formada por las dotaciones de los buques que habían desembarcado, al
mando del capitán de navío López de Carrizosa. Las agrupaciones fueron:
la 1ª, de Reserva, al mando del coronel Figuerola; la 2ª formada por el
contingente francés, al mando del capitán de navío Boiderut, y la 3ª
formada por toda la artillería, tanto del Ejército como de Marina, francesa y
española, al mando del teniente coronel de artillería Vicente Risel.
A su vez, los buques de la flota permanecerán anclados frente a la costa
de Pensacola en apoyo de las fuerzas del Ejército, a la vez que debería
vigilar la posible llegada de una flota inglesa de auxilio a Pensacola,
manteniéndose dispuesta e enfrentarse a ella en caso necesario.

PRIMERAS OPERACIONES DE ATAQUE


Entre el 26 de Abril y el 3 de Mayo se procede a la apertura de las
trincheras de aproximación y al establecimiento de las baterías
correspondientes.
En la noche del 4 de Mayo, los defensores percibían el peligro que
suponía para el fuerte de la Media Luna la obra de los españoles, por lo que
decidieron atacarla y destruirla. El ataque inglés sorprende a las unidades
españolas de protección a las que producen 43 bajas, entre muertos y
heridos, llevándose prisioneros a un capitán y dos tenientes gravemente
heridos los tres. Sin embargo, este ataque no provoca, aparte de las bajas
siempre lamentables, más que ligeros retrasos, que se solucionaron a las
pocas horas.
Motivado por la escasez de municiones, en la madrugada del día 7 se
proyecta un ataque por sorpresa al fuerte de la Media Luna. Las tropas
asaltantes, bajo el mando del brigadier Girón, estaban integradas por: los
granaderos de marina y de los regimientos del Príncipe, Soria, Guadalajara,
España y Navarra, y las compañías de cazadores del Príncipe, Navarra,
Habana, Soria, Aragón e Hibernia, a las que hay que añadir dos compañías
de cazadores franceses.
El plan consiste en aproximarse al fuerte enemigo al amparo de la noche
y escalar sus muros antes de que amanezca; una vez en su interior deben
reducir con toda rapidez a los defensores, de forma que no tengan tiempo
para reaccionar. La sorpresa debe ser total, ya que esa es la única forma en
que un asalto de infantería puede tomar el fuerte con pocas bajas. Para la
operación van provistos de escalas para salvar los muros y hachas para
eliminar los obstáculos que se opongan a su avance.

Se organizan las fuerzas en tres columnas al mando, respectivamente, de


los tenientes coroneles: barón de Carondelet, del Regimiento de Flandes;
O’Neill, del de Hibernia, y Salla, del Soria. Ezpeleta es nombrado para esa
noche comandante de las fuerzas de trinchera con la doble misión de
continuar con la construcción de los reductos y de disponer una fuerza que
en caso necesario pueda apoyar a los asaltantes; para ello dispone de 800
hombres para los trabajos y otros tantos para su defensa y para constituir la
fuerza de apoyo.
Parten los españoles a la una de la mañana y avanzan por un intrincado
bosque, ocultos de las vistas de los fuertes enemigos, pero encuentran
obstáculos que les obligan a dar un rodeo para no ser vistos ni oídos por los
centinelas ingleses. Esto hace que se retrase la marcha considerablemente,
por lo que se va acercando la hora del amanecer peligrosamente sin que las
tropas estén en posición; si esto ocurre, no podrá darse el ataque sin ser
advertidos, lo que puede llegar a ser un autentico desastre. Además, la luna
proyecta una gran claridad a esa hora, haciendo prácticamente imposible
aproximarse sin ser vistos.
Ezpeleta, que observa estos graves inconvenientes, lo comunica a
Gálvez con la sugerencia de que se suspenda la operación, que es aceptada
por el general en jefe ordenando el regreso inmediato de los asaltantes. Este
aparente fracaso no lo es en realidad, ya que esa noche la vigilancia en el
fuerte había sido doblada, lo que habría hecho muy difícil la sorpresa, y
además, el estado de las defensas era tal que habría costado muchas vidas el
culminar la empresa.

CONQUISTA DEL FUERTE DE LA MEDIA LUNA


El fuego de la artillería española causa cada vez más destrucción en el
fuerte de la Media Luna y bajas entre sus defensores, de suerte que, en la
mañana del 8 de Mayo, poco antes de las nueve, una granada provoca el
incendio de un almacén de pólvora situado en el reducto central del fuerte,
haciéndolo volar por los aires y causando 58 muertos y 24 heridos.
Enterado Gálvez de lo sucedido, organiza de inmediato el ataque de la
infantería sobre los restos del fuerte enemigo. En consecuencia, ordena al
brigadier Girón que con las fuerzas de relevo a la guarnición de la trinchera,
que suman 780 hombres y que acaban de llegar, asalte la fortificación,
apoyado por algunas compañías de granaderos y cazadores que ha logrado
reunir Ezpeleta. En un primer momento los asaltantes llegan a sumar 1.700
soldados. Poco a poco, a medida que se van reuniendo fuerzas, van
fluyendo hacia el objetivo; se trata de no desaprovechar la sorpresa y evitar
que los ingleses puedan reaccionar en tiempo oportuno y poner remedio a la
grave situación en que se hallan.
El primer asalto español es detenido por el fuego de la artillería y la
infantería de las dos obras laterales del fuerte de la Media Luna, que han
resultado intactas y disponen de fortaleza suficiente para aguantar una
primera embestida. Así mismo, los defensores son apoyados por un intenso
fuego proveniente del reducto del Sombrero y del fuerte Jorge, además,
fuerzas del Regimiento 60 procedentes del primero, al mando del capitán
Byrd, acuden a reforzarles; esto les permite ganar el tiempo suficiente para
evacuar a los heridos y retirar dos obuses y tres cañones de campaña antes
de que los españoles irrumpan en la posición; el resto de la artillería no
pueden llevársela por lo que antes de retirarse clavan los cañones.
Las tropas de Girón y Ezpeleta toman posesión de los restos del fuerte
de la Media Luna bajo un diluvio de fuego que lanzan los ingleses desde los
fuertes Jorge y del Sombrero, pero pronto asientan en el parapeto dos
cañones y dos obuses que rápidamente comienzan a responder al fuego del
enemigo.

CAPITULACIÓN DE LOS INGLESES


Cagigal, por su parte, solicita a Gálvez el bombardeo naval del fuerte
Jorge con los buques que hay en el interior de la bahía; éste acepta y ordena
al jefe de las fuerzas navales que están surtas en el interior del fondeadero,
que contribuyan a la rendición del fuerte mediante el fuego de sus cañones.
El combate se prolonga durante varias horas, hasta que a las dos y
media de la tarde, en el fuerte Jorge se iza la bandera blanca y cesa
totalmente el fuego. El general en jefe inglés, Campbell, envía un
parlamentario al comandante en jefe español con una carta en la que le
solícita un cese de hostilidades durante veinticuatro horas. Gálvez rechaza
lo solicitado y le comunica que no aceptará más conversaciones que las que
se dirijan a definir los términos de la capitulación; para ello le entrega un
borrador que ha elaborado con las estipulaciones de rendición. Mientras
todo esto se desarrolla, el general británico envía por tierra a Georgia a 300
hombres de los regimientos provinciales para sustraerlos a la rendición.
Las negociaciones se prolongan hasta la madrugada del día 9 de Mayo,
momento en el que quedaron fijados los definitivos acuerdos de rendición.
A las dos de la tarde, se firma la capitulación; la ceremonia de rendición de
los ingleses tendrá 1ugar al día siguiente por la tarde.
De acuerdo con lo estipulado, salen del fuerte Jorge los soldados y
marineros ingleses, en número de 900, con su general a la cabeza, en
perfecta formación, con las armas al hombro y a tambor batiente; a su frente
las banderas desplegadas y dos cañones de campaña, realizándose una serie
de salvas de honor. Desfilan ante el general vencedor y su estado mayor, y
ante las tropas españolas y francesas que forman a un lado y otro del
camino. Una vez sobrepasada la formación, a 400 metros del fuerte,
entregan las banderas y rinden las armas; los oficiales, como suele ser
costumbre, conservan las espadas. Acto seguido, las tropas españolas y
francesas desfilan hacia los fuertes para tomar posesión de ellos, relevan a
la guardia inglesa, arrían su bandera e izan la española.
Al día siguiente, un destacamento español embarca y se dirige hacia la
costa, en las inmediaciones del fuerte de las Barrancas Coloradas,
desembarcan y se dirigen en formación hacia él, su misión es relevar a la
guarnición británica de su posesión y lo hacen con similar ceremonia a la
anterior, concediendo a los defensores idénticos honores de guerra.
Con esto termina la campaña de Pensacola, y con ella la Florida
Occidental vuelve a manos de los españoles tras casi veinte años de
ocupación inglesa. Los objetivos marcados por el Rey Carlos III para sus
tropas de América en esta zona se han cumplido a plena satisfacción con
esta campaña. El Golfo de México está prácticamente libre de ingleses.
Las pérdidas del lado de los defensores son de poco menos de 1.400
prisioneros, 90 muertos, 46 heridos y 86 desertores. Por parte de los
españoles las bajas son de 91 muertos, de los cuales 21 son de marina, y
202 heridos. Del total de bajas, 24 corresponden a oficiales, lo que
constituye una proporción muy alta en relación con el conjunto, lo que da
una idea de su grado de entrega. Los franceses han tenido dos o tres
muertos y 26 heridos.
En cuanto a material, los españoles capturaron 123 cañones, 40
pedreros, 4 morteros y 6 obuses, además de gran cantidad de pólvora, balas
de cañón, cartuchos de fusil y víveres en grandes cantidades.
Otras Operaciones en América
Además de las operaciones relatadas, hubo también otros combates en
Centroamérica y las Antillas contra los ingleses.
Poco después de declararse la guerra, el 20 de Octubre de 1779, éstos
conquistaron el fuerte de San Fernando de Omoa en la costa de Honduras.
Pero su conquista fue efímera, puesto que el capitán general de Guatemala,
D. Matías de Gálvez, padre de Bernardo, se puso al frente de un pequeño
ejército y la reconquistó un mes después.
De más envergadura fueron los ataques contra Nicaragua; su ambicioso
plan fue aprobado por Lord Germain, ministro para los asuntos de América.
Consistía en esencia en la invasión de Nicaragua a lo largo del río San Juan,
hasta el lago de Nicaragua, apoderándose de Granada y León y las fértiles
tierras que las rodean, para finalizar llegando al Pacífico. Se trataba de
cortar en dos los dominios españoles en Centroamérica. Las operaciones las
llevaría a cabo el general Dalling, gobernador de Jamaica, y contaría con las
fuerzas de la isla más unos numerosos refuerzos provenientes de la
metrópoli. Sin embrago, al ver que estos últimos no llegaban, se decidió a
emprender las proyectadas operaciones con las fuerzas de la isla solamente.
Partió de Jamaica el 3 de Febrero de 1780 al frente de 400 hombres,
300 de ellos veteranos de los regimientos 60 y 79 y 100 voluntarios,
llegando a la desembocadura del río San Juan el 24 de Marzo. Una vez allí
se les unieron numerosos zambos (mestizos de indios misquitos y negros) e
indios misquitos, que durante los años anteriores habían sido atraídos a su
partido por los ingleses. Ascendieron por el río San Juan, apoderándose de
los puestos españoles allí situados, el primero fue la isla de San Bartolomé,
en la que sus 20 defensores no pudieron resistir la superioridad numérica de
los ingleses; después, el castillo de la Inmaculada Concepción, con una
guarnición de 123 españoles, tuvo que capitular al desmoronarse una
cortina abriéndose el castillo después de un asedio en el que agotaron el
agua y las municiones.
Enterado el capitán general de Guatemala de la presencia de los ingleses
y de sus conquistas, se dirigió hacia ellos desde Granada, donde había
establecido su cuartel general, al frente de 600 hombres. Previamente dejó
organizada una elemental defensa en la zona de desagüe del lago de
Nicaragua. Descendió con sus fuerzas por el río San Juan hasta la
desembocadura, expulsando a los ingleses que huyeron en los buques que
los habían transportado. Con estas operaciones se consumó el fracaso del
ambicioso plan británico.
No desaparecieron por ello los británicos de Centroamérica, por lo que
Gálvez, a finales de 1781, se aplicó activamente a organizar un nuevo
ataque; en esta ocasión se trataba de expulsarlos de Costa Rica.
Primeramente se apoderó de varios puestos fortificados que los ingleses
tenían en la zona, para después instalar su cuartel general en Trujillo y
desde allí reconquistar la isla de Roatan, lo que efectuó el 16 de Marzo de
1782. Antes de volver a su cuartel general, aún tuvo tiempo de limpiar de
ingleses el río Tinto (Belice), en el que les tomó dos fuertes.
Continuaron también las operaciones en las islas próximas a Cuba. La
expedición más importante que se proyectó fue la de la reconquista de
Jamaica. El plan trazado se ejecutaría por la escuadra combinada franco-
española, la francesa iba al mando del conde de Grasse y estaba compuesta
de 48 navíos y 13 fragatas, y la española, al mando del general Solano, era
de 12 navíos y gran número de transportes que conducían a 12.000 hombres
de varios cuerpos.
La escuadra francesa había partido de Brest el 24 de Marzo para
reunirse con la española y juntas las dos llevar a cabo el ataque contra la
isla. Pero la escuadra inglesa del almirante Rodney, conocida la situación y
planes de la francesa, la esperó a la altura de la isla de Guadalupe,
derrotándola en la batalla llamada de los Santos, con sensibles pérdidas por
parte de los franceses. Esto supuso el fracaso de los planes de conquista de
Jamaica. Solano enterado de la derrota francesa se refugió en el Guarico, en
Santo Domingo.
Aprovechando parte de los efectivos previstos para la expedición contra
Jamaica, el gobernador de Cuba, teniente general D. Juan Manuel Cagigal,
que había sido ascendido de resultas de su actuación en Pensacola, organizó
una expedición contra las Bahamas, en poder de los ingleses desde hacía
años, compuesta por 2.500 hombres de varios regimientos, que fueron
embarcados en 60 buques de transporte y escoltados por 3 fragatas. Se
dieron a la vela desde el puerto de La Habana el 22 de Abril de 1782,
llegando el 6 de Mayo a la isla de Nueva Providencia, donde estaba la
capital de las Bahamas. Intimó Cagigal a la rendición al gobernador inglés
Maxwell, que la aceptó enseguida sin intentar siquiera la defensa,
considerando que con los 460 hombres de que disponía no podía resistir a
los españoles. El día 8 de Mayo las Bahamas pasan a manos de España, tras
la firma de la capitulación de los ingleses.

Balance del Período de


Operaciones
Finalizada la guerra de independencia de los Estados Unidos, para
España la paz supuso que se quedaba en posesión de sus conquistas,
excepto las Bahamas que pasaron nuevamente a Inglaterra a cambio de la
Florida Oriental, que vuelve a nuestro poder.
Sin embargo, como vaticinó el conde de Aranda con sagaz
clarividencia, no tardaron en surgir fricciones en las fronteras de las
posesiones españolas con el nuevo estado. La Luisiana volvió nuevamente a
poder de Francia en el año 1800 por el tratado de San Ildefonso, a instancias
de Napoleón, que la vendió a EE.UU. en 1803. Con ello contravino lo
pactado en el citado tratado, con la tímida protesta del rey de España,
Carlos IV, pasando a ser estado de la Unión en 1812.
Florida fue objeto de continuas agresiones por parte de grupos de
colonos norteamericanos, con el apoyo apenas disimulado de las
autoridades de su país, que fueron rechazados una y otra vez por los
españoles, hasta que en 1810 se establecieron en la parte occidental de la
provincia y proclamaron una república independiente; el mismo
procedimiento que usarían posteriormente con otros territorios limítrofes.
Intentaron lo mismo en la parte oriental pero no lo lograron, hasta que en
1819 fue cedida toda la Florida a la nación norteamericana.
CAPÍTULO 7
RECONQUISTA DE MENORCA

Pérdida de Menorca[108]
Durante la primera mitad del año 1.706, el archiduque Carlos de
Austria, pretendiente a la Corona española, había conseguido resonantes
victorias sobre su rival, Felipe V de Anjou. En la pugna mantenida entre
ambos, algunos reinos periféricos peninsulares, tales como: Valencia,
Aragón o el principado de Cataluña, se habían adherido resueltamente a su
causa.
Por su parte, las islas Baleares permanecían aún fieles a Felipe V, pero
los testimonios existentes prueban que se temía un inminente ataque de los
austracistas. Efectivamente, muchos isleños eran conscientes de que la
situación privilegiada del archipiélago iba a atraer la atención de los
aliados, tanto por la posibilidad de instalar una flota en sus abrigados
puertos que defendiera el Levante peninsular, como para establecer allí una
base desde la que se pudiera lanzar una fuerza hacia otros teatros de
operaciones.

Confirmando este pronóstico, el 9 de Agosto, Carlos de Austria celebró


un consejo de guerra en Guadalajara en el que se le propuso llevar a cabo la
conquista del puerto de Mahón, por ser muy necesaria para la protección de
las costas de Cataluña y Valencia. Sin embargo, el archiduque se inclinó por
realizar esta operación sobre Mallorca, por lo que a partir de ese momento
todos los esfuerzos de las tropas aliadas se dirigieron hacia la conquista de
la mayor de las Baleares. El día 25 de Septiembre se presentó ante ella una
flota inglesa integrada por 40 barcos, capitulando la guarnición el 4 de
Octubre.
Ante esta situación, el gobernador de Menorca, coronel D. Diego
Leonardo Dávila, envió una carta al Secretario de la Guerra, Grimaldo,
mostrándole su preocupación por las consecuencias que para la segunda isla
Balear tenía la pérdida de Mallorca, incrementada con la alineación de
muchos menorquines en la causa del archiduque.
Corroborando sus temores, el 18 de Octubre, la entonces capital de la
isla, Ciudadela, se pronunció por la causa del pretendiente, a la que se
sumaron las principales poblaciones de la misma, lo que obligó a la escasa
guarnición a refugiarse en el fuerte de San Felipe, situado en las
proximidades de Mahón.
Hasta el 1 de Enero del año siguiente no llegó el reclamado apoyo,
personificado en una flotilla francesa al mando del conde de Villars, lo que
permitió a Dávila pasar a la ofensiva inmediatamente, venciendo a los
austracistas en la batalla de Biniatap, el 5 de Enero de 1707, con lo que pasó
de nuevo a ejercer el control de toda la isla.
El 2 de Febrero, las tropas francesas regresaron a su país, quedando en
Menorca una guarnición de unos 1.500 soldados. Al verse con tan escasos
efectivos, Dávila escribió a Madrid y París solicitando un refuerzo de 2.000
hombres basando su petición, en que:
Si bien la sublevación había sido sofocada momentáneamente,
una parte importante de la población seguía siendo partidaria del
archiduque.
Estimaba insuficiente la fuerza disponible para repeler un muy
posible ataque a la isla procedente del exterior.
Su petición no fue atendida, si bien le fue sugerido que formase dos
regimientos con la gente del país. Esta situación se mantuvo durante el
resto de 1707, decidiéndose en los primeros meses de 1708 a reclutar una
unidad con personal de la propia isla, alistándose un total de 250 hombres.
En la madrugada del 5 de Septiembre de 1708, los centinelas de S.
Felipe divisaron una escuadra inglesa, procedente de Levante, integrada
por 40 navíos de guerra y 9 balandras al mando del almirante John Leake,
que regresaba de Cerdeña. Días más tarde se incorporó la del general
Stanhope, procedente de Mallorca, quedando todo dispuesto para el ataque
definitivo contra la Balear menor.
Entre el 14 y el 15 de Septiembre, desembarcaron las tropas aliadas
comenzando el asedio de S. Felipe, cuya resistencia se mantuvo hasta el
día 29, momento en el que se rindió.
Durante la “Guerra de los 7 años”, el mariscal de Richelieu y el
almirante La Galissonière, tomaron la isla en nombre de Francia (1756);
sin embargo, el Tratado de París (1763), devolvió de nuevo el control de la
isla a Gran Bretaña.

Menorca bajo el Dominio


Inglés[109]
Así pues, salvo el período de 7 años que estuvo en poder de Francia, la
segunda isla Balear permaneció bajo el dominio inglés desde finales de
Septiembre de 1708 hasta finales de Febrero de 1782, es decir, algo más de
66 años; sin embargo, como veremos a continuación, los británicos trataron
a Menorca y sus habitantes como una colonia, sin integrarse en ella, lo que
provocó el malestar de los isleños y permitió la pervivencia de lo español en
sus espíritus, lo que favoreció finalmente la recuperación de la isla para
España.
Hacia mediados del siglo XVIII, Menorca tenía unos 27.000 habitantes,
con un carácter eminentemente rural. Tan solo existían dos enclaves
urbanos de importancia: Mahón y Ciudadela, situados respectivamente en
las partes más oriental y occidental de la isla. La primera de ellas, en 1.722,
por orden del gobernador británico Sir Richard Kane, había pasado a ser la
capital político-administrativa, cediendo este puesto Ciudadela (antigua
Sede Episcopal y residencia de la nobleza terrateniente). Ambas ciudades
estaban unidas por una carretera (construida por los ingleses) que además
cruzaba los pueblos más importantes de la isla.
Desde 1774, el general inglés sir James Murray era gobernador de la
isla; su actitud despótica con los menorquines y el desprecio con que les
abrumaba, hicieron que la mayoría no pensase más que en librarse del yugo
de Inglaterra.[110]

LOS ESPAÑOLES MENORQUINES


Las instituciones políticas de la isla continuaban siendo las que
secularmente habían existido en Menorca, ya que los ingleses permitieron
su pervivencia, a las que toleraron cierta autonomía, aunque sometidas, en
última instancia, a la autoridad del gobernador británico.
La cuestión religiosa, en cambio, provocó serios conflictos, pues aunque
los ingleses respetaron a los naturales todos los asuntos en materia de
religión, la introducción en Mahón de comunidades ortodoxas y hebreas, les
supuso múltiples conflictos con la jerarquía católica que veía con desagrado
que las autoridades les permitiesen ejercer libremente su culto. En esta
tirantez creemos que se encuentran algunas de las causas de la adhesión de
las clases dominantes menorquinas a la corona española, sin perder de vista
desde luego, las ofensas que habían recibido de los gobernadores británicos.
Así pues, si bien la aristocracia local, juntamente con el clero y los
grandes propietarios plebeyos, durante la Guerra de Sucesión se mostró
ampliamente “austracista”, lo hizo en cuanto pretendiente a la corona
española, y no para facilitar la secesión de la isla, razón por la cual, en este
momento, se había decantado pro-borbónica.
En cuanto a la población autóctona de origen plebeyo, tanto urbana
como rural, se veía mediatizada por la nobleza, de la que recibía toda clase
de influencias. Los más condicionados eran los campesinos-braceros, que
debido al régimen señorial existente se veían totalmente supeditados a sus
señores. Por ello su actitud frente a los ingleses era de indiferencia o franca
hostilidad, dependiendo del estado de opinión de sus amos y del carácter
más o menos benévolo de los funcionarios británicos de turno.
Por todo ello, no es de extrañar que la nobleza y el clero local
colaboraran activamente con los peninsulares para el retorno de Menorca a
la corona española, mientras se registraba por parte del pueblo una total
pasividad, solo rota con la llegada de las tropas del duque de Crillon en
1.781 a las que se recibió con vítores, aceptando la nueva situación como
inevitable.

LA POBLACIÓN INGLESA E INMIGRADA


La población inglesa estaba formada por la guarnición, los funcionarios
y sus familias. Habitaban en Mahón y en Georgetown[111]. Normalmente
hacían vida aparte y no solían mezclarse con los elementos autóctonos.
La población inmigrante introducida en Menorca por los ingleses estaba
formada por judíos, musulmanes y griegos, que se dedicaban al corso y al
comercio con Levante. Vivían todos en Mahón. Este colectivo, era desde
luego pro-británico ya que de ellos recibía toda clase de privilegios y
facilidades para desarrollar sus actividades, enemistándose por ello con la
población autóctona.
Destacaba sobre todo la colonia griega, originaria principalmente de
Liorna (actual Livorno en Italia) y de las islas Jónicas, jugando un papel
muy importante en el desarrollo económico de la ciudad de Mahón y su
término. Este núcleo llegó masivamente a mediados del siglo XVIII, y en
un corto período de tiempo acumularon gran cantidad de riquezas y
propiedades, estableciendo además, relaciones comerciales con Berbería y
el Mediterráneo Oriental, así como, creando industrias nuevas en la propia
isla.

CONSECUENCIAS
De lo expuesto podemos concluir que, al menos al principio, el interés
de los británicos sobre Menorca era sólo de orden estratégico, si bien más
adelante intentaron "britanizar" la isla, aunque sin contar para ello con la
población menorquina.
Para ello, primero trasladaron la capitalidad a Mahón, manteniendo así
alejadas a las clases dirigentes autóctonas en su antigua sede capitalina y
concediéndoles como consuelo sus instituciones. A continuación
estimularon el comercio y la industria en Mahón a base de introducir
población inmigrada lo que le dio un matiz cosmopolita, acrecentó su
importancia, e hizo desplazar el centro de gravedad de la vida menorquina a
esta ciudad oriental.
Sin embargo, los ingleses cometieron el error de permitir cultos
extraños a la ortodoxia católica, lo que les granjeó la enemistad del clero
local y con ella la de las clases dominantes, lo que, a la larga, fue su
perdición.
Así, el papel que jugó la población autóctona en la reconquista de la isla
por el ejército español fue determinante, ya que le habría resultado difícil
recuperarla sin el claro apoyo de sus habitantes.
Preparativos de la Expedición
Reconquistadora
A finales de 1779 Floridablanca ya estaba plenamente decidido a
realizar la expedición para reconquistar Menorca, para lo cual se iniciaron
sus contactos con algunas personalidades de la isla de Mallorca a fin de
obtener el máximo de información para elaborar un plan de operaciones.
Por otra parte, también quería pulsar la opinión de las figuras
representativas de Menorca respecto a la reintegración de la isla a la corona
de España.
Según estos informes, Floridablanca supo que la guarnición de la isla
había sido disminuida para reforzar la plaza de Gibraltar, asediada desde el
mes de Junio por fuerzas españolas, quedando reducida a 200 soldados de
infantería y de 500 a 600 marineros, al mando del Teniente General James
Murray. Sin embargo, esta precaria situación fue remediada en la primera
decena de Abril de 1.781, con la llegada a Menorca de cuatro regimientos
de Infantería con un total de 1.600 hombres, 400 marineros y 200
artilleros[112]. A su vez pudo verificarse que en Mayo del mismo año llegó
a la isla un convoy de refugiados (judíos y genoveses) procedentes de
Gibraltar. Así mismo, por esas fechas fue informado de la distribución de
las defensas inglesas repartidas por toda la isla[113].
Para el mando de la expedición se eligió al duque de Crillon, noble
francés afincado en España y con fama de buen estratega[114], que recibió
la notificación de su nombramiento de capitán general de la expedición a
Menorca, firmada por el Rey, el día 7 de Junio de 1.781. En ella se
especificaban las instrucciones que Carlos III daba al duque, así como todos
los detalles técnicos (número de tropas, lugar de embarque, prerrogativas de
su mando, etc.), resaltando en grado sumo el secreto con el que se debería
mantener el objetivo de la expedición.
Estas instrucciones fueron completadas por Floridablanca el 14 del
mismo mes con otras en las que hacía alusión a la situación de la isla en
aquel momento, remarcando que, para sorprender a la guarnición de
Menorca, no se utilizara como puerto de concentración y salida el de Palma
de Mallorca, dando plena libertad al general en jefe en las restantes
cuestiones de la operación.
Crillon elevó al Rey un Plan de Operaciones cuyo aspecto más
importante, el Plan de Desembarco, era copia literal del propuesto por un
natural menorquín, Miguel Cuadrado y Sanz, que en esencia consistía en:
Desembarcar 5 ó 6.000 hombres en Caufá entre media noche y la una. Este
contingente se dividiría en tres núcleos, uno de los cuales se dirigiría contra
el regimiento que estaba de guarnición en Mahón y otro contra el que estaba
en el Arrabal. Es así mismo, digna de señalar, la constante preocupación del
duque de Crillon sobre la necesidad de obtener la victoria con la menor
efusión de sangre posible, lo que evidenciaba el carácter de "guerra limpia"
que dominaba en la mentalidad de los jefes militares del siglo XVIII.
Aceptado el plan por el Rey, Crillon se dispuso a ponerlo en práctica
partiendo para Cádiz donde, desde la primera quincena de Julio de 1.781, se
estaban ya concentrando las tropas que debían embarcar con destino a
Menorca.

COMPOSICIÓN DE LA EXPEDICIÓN
La fuerza embarcada estaba constituida casi en su totalidad por fuerzas
de infantería, con un pequeño núcleo de 200 dragones y otro de 264
artilleros, que contaban con:
4 cañones de bronce de a 24
12 cañones de bronce de a 12
26 cañones de bronce de a 26
12 morteros de a 12
6 morteros de a 9.
La fuerza de infantería se organizó en cinco Brigadas:
Brigada de granaderos y cazadores, al mando del mariscal
marqués de Casa-Cagigal, integrada por las unidades correspondientes
de cada uno de los Regimientos siguientes: Burgos, Murcia, América,
Princesa, Saboya y Ultonía. En total 2.047 hombres.
Brigada Saboya, al mando del general D. Luis de las Casas,
integrada por los Regimientos (disminuidos): Saboya, Ultonía y
Princesa. En total 1.834 hombres.
Brigada Burgos, al mando del teniente general D. Félix G.
Buch, integrada por el Regimiento de Burgos (disminuido). En total
1.207 hombres.
Brigada Murcia, al mando del conde de Cifuentes, integrada por
el Regimiento Murcia (disminuido). En total 1.291 hombres.
Brigada América, al mando del mariscal de campo Horacio
Borghese, integrada por el Regimiento América (disminuido). En total
1.205 hombres.
Por su parte, la flota, al mando del almirante Córdoba, estaba
constituida por 27 buques de guerra de distintas clases, dirigidas por el
brigadier de la Real Armada D. Buenaventura Moreno, y 77 de transporte,
de los que la tercera parte fueron alquilados en diferentes países.

Travesía hacia el Objetivo


Entre los días 18 y 19 de Julio de 1.781 se efectuó el embarque de las
tropas acantonadas en Cádiz y de los pertrechos aprestados para acometer la
empresa. También se embarcaron los víveres necesarios para cuatro meses
de campaña.
El 20 de Julio a las 9 de la mañana se dio la señal para que se aprestasen
las embarcaciones de transporte, y a las 2 de la tarde las de guerra,
quedando todas a la espera de recibir la orden de partida. Al día siguiente se
hizo a la vela toda la escuadra y al pasar frente a Rota quedó allí fondeada
hasta las 4 y media de la madrugada del día 23. En este momento, agrupada
toda la flota en orden de marcha, zarpó rumbo a su destino.
El día 25 al mediodía el convoy pasó delante de Gibraltar y continuó su
derrota. En principio se creyó poder llegar en breve tiempo al término y
objeto de la expedición, pero los vientos comenzaron a aflojar y a volverse
contrarios. Dado que durante los días 26, 27 y 28, continuó esta situación, el
29 el brigadier Moreno decidió, de acuerdo con Crillon, fondear en la
ensenada de la Subida, a tres leguas de Cartagena. Hasta el 5 de Agosto los
vientos fueron tan contrarios que no permitieron al convoy salir de aquel
puerto, si bien no pudo adelantar gran cosa debido a lo flojo de los mismos.
Al mediodía del día 14 se avistó Alicante y el 17 por la noche toda la
escuadra viró rumbo N.E. hasta alcanzar la costa sur de la isla de
Formentera por donde navegó paralelamente a tierra. El 18, al ponerse el
sol, el convoy se hallaba a la altura de la isla de Cabrera.
La misma noche del 18 arreció el viento por el S.O. lo que obligó a
Moreno a tomar precauciones para no rebasar la isla de Mallorca, a la que
se estaba costeando por el Sur, y aún la de Menorca. A las 7,30 de la
mañana del día 19 la escuadra, bastante dispersa, divisó Capdepera
(extremo más oriental de la isla de Mallorca) y Menorca apareció en el
horizonte.
El empleo de un mes para llegar desde Cádiz hasta Mahón, fue tiempo
más que suficiente para que el mando británico fuese elaborando la
inteligencia necesaria para, inicialmente, alertar a los posibles objetivos de
la flota, y, más tarde, adoptar los planes de defensa necesarios, de modo que
cuando la armada española apareció frente a Menorca, la guarnición estaba
en condiciones de defensa [115].

Plan de Desembarco
La tormenta desencadenada en la noche del 18 al 19 de Agosto obligó a
reconsiderar el Plan de Desembarco previsto, quedando decidido que:
El desembarco se efectuaría por las calas de la Mezquida y
Alcaufar, (situadas al N y S, respectivamente, del puerto de Mahón).
Con anterioridad al desembarco, el navío Atlante, al mando de
D. Diego de Quevedo, con algunas embarcaciones más, bloqueara el
puerto de Mahón. Por otra parte la fragata Rufina, al mando de D.
Antonio Cañaveral, y otras tantas, lo hicieran con el de Fornells. Por
último la fragata Juno, al mando de D. Antonio Ortega, debía
interceptar todos los buques que salieran de Ciudadela
Para ejecutar este plan estaba previsto en principio que,
alcanzado el canal que separa Menorca de Mallorca, la escuadra
debería virar al N.E. y posteriormente navegar bordeando la costa
Norte de Menorca. Las naves destinadas al bloqueo de los puertos se
irían separando paulatinamente del convoy principal rumbo a sus
destinos en el momento de pasar por delante de los mismos.
Bloqueados así los puertos principales, el desembarco y ataque
principal de la Fuerza de Desembarco se efectuara por Cala Mezquida.
En esta ensenada desembarcarían la brigada de Granaderos y
Cazadores; la de Burgos, Murcia y América, así como el general en
jefe con su estado mayor y ayudantes.
La brigada de Saboya desembarcaría en cala Alcaufar.
A su vez, el Plan de Actuación en tierra establecía que:
Las tropas desembarcadas en la Mezquida debían dirigirse a
marchas forzadas a Mahón, donde se presumía que se encontraban la
mayoría de las tropas inglesas. Estas fuerzas se organizaban de la
forma siguiente:
1. Jefe: Duque de Crillon
2. Primer grupo de desembarco: Brigada de granaderos
y cazadores bajo las órdenes del Marqués de Casa Cagigal
3. Segundo grupo de desembarco: Brigada América, al
mando del mariscal de campo Horacio Borghese.
4. Protección: 1 navío, 1 balandra y chalupas armadas
bajo las órdenes de D. Ventura Moreno.
Al mismo tiempo los desembarcados en Alcaufar deberían
establecerse entre Georgetown y el castillo de San Felipe, con el fin de
cortar el paso de los ingleses supuestamente rechazados de Mahón, en
su huida hacia el castillo, si, como se presumía, buscaban refugio en la
fortaleza.
1. Grupo de desembarco: Brigada Saboya, al mando
del general D. Luis de Las Casas.
2. Protección: 1 bombarda y 1 balandra.
A su vez, otro destacamento de granaderos, cazadores y
dragones al mando del marqués de Avilés, estaría dispuesto para
desembarcar en la Playa del Degollador en Ciudadela con el fin de
apoderarse de su fuerte y guarnición.
Por último, también estaba previsto que, por mar o por tierra,
un destacamento, al mando del marqués de Peñafiel, tomara el puerto
de Fornells, su castillo y baterías.
Finalizados todos los preparativos se comenzó a ejecutar el plan
previsto.

El Desembarco
A las 7 de la mañana del día 19 de Agosto la escuadra inició el
movimiento para bordear la isla de Menorca por el Norte, tal como estaba
previsto. Sin embargo a muchas naves de transporte les fue imposible
rebasar cabo Bajolí, en vista de lo cual el duque de Crillon cambió
parcialmente el plan y decidió que la flota se dirigiese a Mahón por el Sur.
Así mismo se dejó sin efecto el desembarco en la cala del Degollador,
debido al intenso oleaje.
A las 13 horas del día 19, la flota se encontraba fondeada frente a la cala
Mezquida, de la que previamente se había desgajado la Brigada Saboya que
debía efectuar su desembarco en cala Alcaufar. Así mismo, al pasar frente a
la bocana del puerto de Mahón, se pudo divisar la gran cadena que cerraba
el paso a la ría, así como varios navíos echados a pique hasta la
arboladura[116].
A las 15,30 se mandó un bote a tierra, con algunos oficiales de marina y
los ayudantes de Crillon, para reconocer las playas y las alturas y efectuar
los sondeos necesarios con el fin de evitar contratiempos a las lanchas de
desembarco. A las 18 se inició el desembarco de tropas, que debido al
fuerte viento fue muy dificultoso, no concluyéndose hasta la medianoche.
A las 7 de la mañana del 20 de Agosto, considerándose que las tropas y
sus correspondientes bagajes estaban suficientemente asentadas en tierra, la
escuadra se dirigió al fondeadero situado al Sur de la isla del Aire, dejando
a la entrada de aquella cala al navío Atlante, a la fragata Gertrudis y al
jabeque Lebrel.

ACTUACIÓN EN TIERRA DE LA FUERZA DE DESEMBARCO


Reorganizadas las fuerzas en tierra, Crillon resolvió marchar
rápidamente hacia Mahón con las cuatro Brigadas desembarcadas guiadas
por personal nativo, tal como se había previsto. Al aproximarse a la capital,
destacó al Cuartel-Maestre[117] Lemour para que se apoderase del
Arsenal[118], operación que realizó sin ninguna dificultad, por lo que dejó
una compañía de granaderos de retén y se incorporó al grueso del Ejército.
La entrada en Mahón se efectuó sin resistencia alguna, por lo que, una
vez recibida la adhesión de las autoridades, se dirigió hacia Georgetown.
Como era previsible, había sido evacuado por la guarnición inglesa que se
había refugiado en el castillo de S. Felipe, si bien aún se tomaron 152
prisioneros. A continuación, se dirigió a S. Felipe para cortar el paso a los
posibles rezagados.
Por lo que respecta a la Brigada Saboya, que debía desembarcar en la
cala de Alcaufar con el fin de cortar el paso a los ingleses en su huida al
castillo, no había podido cumplir esta misión ya que, a causa del mal
tiempo, no finalizó el desembarco hasta las 6,30 de la mañana del día 20.
Así mismo, a las 4 de la mañana, ordenó al marqués de Avilés que
marchara por tierra con sus doscientos dragones a tomar Ciudadela,
efectuando por tierra lo que no había podido realizarse desde el mar, tal
como vimos más arriba. Al mismo tiempo envió al de Peñafiel para que
ocupara Fornells. Así lo realizaron ambos tomando prisioneras a las
respectivas guarniciones que no superaban los 50 hombres.
Al mismo tiempo el brigadier Moreno hizo colocar frente al arsenal una
batería flotante compuesta por varias embarcaciones aprehendidas en el
puerto. También se montó en tierra otra batería con algunos cañones
capturados a los ingleses.
En la cala de S. Esteban, próxima a S. Felipe, estaban fondeadas varias
embarcaciones de guerra y corsarias inglesas protegidas por los fuegos del
castillo. Para apoderarse de ellas, en la última semana de este mes de
Agosto, se montó una operación nocturna, mediante la acción desde el mar
con una serie de lanchas habilitadas al efecto. Tras un primer intento fallido,
se alcanzó el éxito en la siguiente ocasión, sin perder un solo hombre a
pesar del fuego que se les hizo desde la plaza.
Tras estas operaciones, a primeros de Septiembre, toda la isla estaba en
poder de las tropas españolas, manteniéndose los ingleses tan solo en el
fuerte de S. Felipe. Según la Gaceta de Madrid del 12 de Octubre, que a su
vez trascribe una noticia aparecida en la Gaceta de Londres del 22 de
Septiembre, la guarnición británica del citado fuerte se elevaba a 5540
hombres,[119] lo que evidentemente no concuerda con las cifras aportadas
al tratar el epígrafe de los Preparativos de la Expedición ni con las bajas y
prisioneros que se producirían.

El Asedio del Fuerte de San Felipe


Ante la voluntad de resistencia de las fuerzas británicas, no cupo al
marqués de Crillon otra opción que llevar a cabo un asedio para culminar
con el asalto a la fortaleza.

Previamente fue necesaria la construcción de caminos desde Fornells y


cala Mezquita a Mahón, con el fin de trasladar la artillería y demás
pertrechos que continuamente llegaban a aquellos puertos. A continuación
se inició la construcción de las trece baterías que, a lo largo del asedio, se
realizaron.
Evidentemente, los ingleses no se mantuvieron pasivos, realizando
múltiples salidas para impedir, o al menos dificultar, la construcción de las
baterías. Además, encontrándose la paralela al alcance directo de sus
cañones, no dejaban de disparar contra los que trabajaban en ella.
La salida más fructuosa la llevaron a cabo el 11 de Octubre, cuando 400
hombres desembarcaron en la Mola para atacar la batería que allí se estaba
construyendo, logrando sorprender a la guarnición y tomando prisioneros a
80 soldados y 8 oficiales. Inmediatamente Crillon envió al coronel Ventura
Caro[120] con 6 compañías de granaderos y 2 de voluntarios de Cataluña,
que si bien consiguieron hacer retirarse a los ingleses, no pudieron evitar
que se llevaran consigo algunos prisioneros.
El 22 de Octubre se realizó un nuevo ataque contra Felipet y la Pedrera
que fracasó. Durante los cuatro meses que siguieron al desembarco, la
llegada de nuevas tropas y armamento a la isla fue incesante. Así, hasta el 8
de Octubre se habían incorporado: 1 compañía de granaderos suizos, 1 de
Nápoles y diferentes partidas de voluntarios de Cataluña, América y otros
cuerpos que habían quedado enfermos en Cádiz. A continuación lo hicieron
varias compañías de suizos de Buch, 3 escuadrones de Numancia, 2
compañías de Milán, artilleros y minadores. Por su parte la llegada de:
armamento, pertrechos, municiones, pólvora y otros bagajes, procedentes
de Barcelona fue cuantiosa.
Con este apoyo constante a las fuerzas desembarcadas, la corona
española quería demostrar, de la misma forma que lo estaba intentando en
Gibraltar[121], su voluntad inquebrantable de recuperar aquel territorio
español que tanto tiempo llevaba en manos inglesas.
Así mismo, el 18 de este mismo mes, llegaron al puerto de Fornells una
fuerza integrada por dos Brigadas, una francesa y otra alemana, con un total
de 3.886 hombres, al mando del barón de Falkenhein, que unida a los ya
existentes en la isla, alcanzaron un total de 14.297.
El ataque general contra el fuerte de S. Felipe se desencadenó en la
madrugada del día 6 de Enero de 1.782, con la apertura de fuego de todas
las baterías.
Ya el primer día de bombardeo se pudieron observar grandes destrozos
en los fuertes más exteriores de S. Felipe. También voló por los aires un
almacén de pólvora.
A medida que avanzaba el mes, el bombardeo desde la parte española se
hacía más vivo. En principio la dotación diaria para las baterías era de
cincuenta disparos por cañón, y veinte por mortero; más tarde se fue
incrementando. A pesar de ello los ingleses no disminuyeron su potencia de
fuego, al menos durante la primera quincena.
El 12 se pasó un desertor que contó como los enfermos habían tenido
que abandonar el hospital y trasladarse a las casamatas. Ese mismo día los
ingleses hundieron unas barcazas que trasladaban municiones a Felipet y la
Mola. El 24 otro desertor contó que a la guarnición inglesa se la hacía creer
que pronto llegarían refuerzos y reveló también que no tenían carne fresca,
ni siquiera para los enfermos, y que no quedaba vino; así mismo, también,
que la guarnición estaba muy fatigada, afectada la mayor parte de
escorbuto.
El 4 de Febrero de 1782, a las 10 de la noche, se firmó el acta de
capitulación del castillo de Felipe. La reconquista de la isla había costado a
las fuerzas españolas 4 oficiales muertos y 20 heridos y con respecto a la
tropa, las bajas fueron: 180 muertos, 360 heridos, 20 desertores y 54
fallecidos por enfermedad.
Los prisioneros británicos fueron: 172 Oficiales y 2889 de tropa. A la
vista de estas cifras , y aun aceptando el hecho posible de la llegada de
algunos refuerzos entre Abril y Agosto de 1791, en ningún caso podrían
haber alcanzado los efectivos publicados en la Gaceta de Londres, a los que
hemos aludido más arriba, de lo que deducimos que tan solo buscaría
levantar la propia moral.
La posesión no duró más de 15 años, pues en 1798, la isla, cuyas
defensas se habían deteriorado, producto de una negligencia que la
experiencia no debió permitir jamás, cayó una vez más en manos de los
ingleses, hasta que por el Tratado de Amiens (25 de Mayo de 1802),
retornaría definitivamente a España[122].
CAPÍTULO 8
CAMPAÑAS EN EL NORTE DE
ÁFRICA

Antecedentes
El siglo XVI constituye la época de mayor presencia española en el
Norte de África. Así, Melilla es ocupada en 1497; en 1505 lo son Cazaza y
Mazalquivir; en 1508 se captura del peñón de Vélez de la Gomera y al año
siguiente Orán. Pero es en la primera mitad de 1510 cuando la España de la
regencia de D. Fernando el Católico alcanza su máximo poder en África, ya
que: se conquistan las plazas de Bujía, en Enero, y Trípoli en Julio; se
obtiene el peñón de Argel; y los reyes de Argel, Tremecén y Túnez se
declaran feudatarios de España.
La unión de las coronas española y portuguesa en la persona de Felipe
II, incrementó nuestras posesiones africanas con las plazas de: Ceuta,
Arcila, Tánger, Mazagán y Larache, todas ellas, excepto la primera en la
costa atlántica de Marruecos. La gran victoria naval de Lepanto, en 1571,
no repercutió en un incremento o afirmación de nuestra presencia en el
vecino continente, y así las plazas de Túnez y Bizerta conquistadas en 1573,
se pierden al año siguiente, y a la recuperación del peñón de Vélez de la
Gomera en 1564, se contraponen un nuevo fracaso en los Gelves en 1560, o
las constantes agresiones contra las plazas de Ceuta, Melilla u Orán.
La sublevación de Portugal y su posterior separación de España trajo
aparejada la restitución a la corona portuguesa de las posesiones aportadas
en 1580, excepto Ceuta que prefirió permanecer fiel a nuestra Patria. A
partir de este momento, tan solo podemos anotar como ampliación de
nuestros territorios la ocupación de la isla de Alhucemas, en 1673, o la de
las Chafarinas ya en 1848. Por el contrario, las plazas de Ceuta y Melilla
han de sufrir constantes y largas agresiones y situaciones de sitio, y se
pierden Orán y Mazalquivir en 1708, aunque volvieron a recuperarse en
1732.

Así pues, en el momento en que Carlos III sube al trono de España,


nuestras posesiones en el Norte de África se reducían a: Ceuta, Melilla,
Peñón de Alhucemas, Peñón de Vélez de la Gomera, Orán y Mazalquivir, si
bien todas ellas constituían tan solo núcleos fortificados, cuyo dominio se
acababa en los muros exteriores de los mismos.
Un período de paz se estableció en 1767 cuando, a instancias del
emperador de Marruecos, Sidi Mohamed, se firmó el primer tratado de “Paz
y comercio” entre ambas naciones. No obstante, las buenas relaciones que
se pretendían implantar, se veían ensombrecidas por la presencia de los
presidios españoles en el Norte de África, que España quería ampliar,
mientras que Marruecos no perdía la esperanza de recuperarlos[123].
En estas circunstancias, la vida de nuestras posesiones africanas
atravesó un período de relativa tranquilidad, rota con Marruecos entre 1774
y 1775, en el que esta última ataca nuestros enclaves, en especial Melilla, y
una acción ofensiva fallida contra Argel en 1775, repetida mediante
bombardeos masivos de la plaza en 1784 y 1785.

Ceuta
La recuperación de Mazagán[124], en 1769, indujo a Sidi Mohamed a
tratar de recuperar las plazas españolas. Las operaciones se iniciaron el 19
de Septiembre de 1774, cuando unos emisarios del sultán se presentaron en
Ceuta con una carta para el rey Carlos III, en la que se declaraba la ruptura
del tratado firmado anteriormente y se expresaba la intención de desalojar a
los cristianos de las tierras de los musulmanes, siendo atacada a
continuación. A la vista de la situación, España declaró la guerra a
Marruecos el 23 de Octubre de ese mismo año, iniciándose la concentración
de tropas y material para enviarlo a las plazas amenazadas.
No obstante, durante los dos años siguientes, el esfuerzo bélico
marroquí se dirigió contra Melilla y los peñones de Alhucemas y Vélez de
la Gomera, no molestándose de forma significativa al presidio de Ceuta.

Melilla
Ante los indicios que marcaban un posible cambio en la situación, en
Septiembre de 1772 se envió a Melilla una comisión técnica para evaluar
sus defensas y llevar a cabo las obras necesarias para su fortalecimiento.
Como resultado de la misma se realizaron obras de reparaciones en la
fortificación de la plaza, si bien las sustituciones que se habían considerado
también precisas en materiales de artillería no se efectuaron hasta después
de comenzado el asedio en 1774.

EL SITIO DE 1774-75
En el año 1774 la guarnición de la plaza estaba integrada por las dos
Compañías Fijas de Melilla, constituida cada una por: 2 oficiales, 2 cadetes,
4 sargentos, 4 cabos primeros, 4 cabos segundos, 20 voluntarios y la mitad
de los desterrados del presidio (estimados en esa época en unos 500),
siempre que tuviesen condena limpia (sin delito de sangre) y que no
perteneciesen a cualquier otro taller u oficio. Esta exigua guarnición, se
reforzaba con una serie de compañías procedentes de diferentes
regimientos, que se relevaban semestralmente. En Diciembre de 1774, este
refuerzo estaba formado por cuatro compañías del IIº Batallón del
Regimiento de Infantería Ligera de Cataluña, y otras cuatro procedentes del
Regimiento de Infantería de la Princesa, totalizando en su conjunto unos
500 hombres más. Así mismo, contaba con un total de 28 cañones de
bronce, 81 de hierro y 16 morteros, si bien la mayoría de los de hierro
estaban considerados como inútiles, tal como se demostró durante el asedio.
[125]

Ante las noticias que se recibían en la Corte de Carlos III sobre la


inminencia de un ataque a la plaza, se envía al mariscal de campo D. Juan
Sherlock[126] para que se hiciera cargo del mando de la misma, hasta el
momento bajo la dirección del gobernador militar, coronel D. José Carrión
Conde.
Como señalamos en el apartado anterior, si bien el sultán Sidi Mohamed
trató de distraer a los españoles simulando un ataque a Ceuta, el verdadero
objetivo lo constituían Melilla y los Peñones.
Hasta el 9 de Diciembre, las primeras tropas marroquíes, estimadas en
unos 8.000 infantes y 4.000 jinetes, no llegaron a las proximidades de
Melilla. Estas fuerzas se irían incrementando hasta alcanzar, en el mes de
Enero, un número comprendido entre los 30.000 y 40.000 hombres,
incluidas entre ellas la famosa Guardia Negra del Emperador, que en
número de 2.000 escoltaban al propio Sultán. El cerco a Melilla fue
completo por tierra, estableciéndose un total de cinco baterías de cañones y
tres de morteros de asedio en San Lorenzo, Tarara, Santiago, Horcas y
Puntilla[127].
Las hostilidades se iniciaron por parte española con los disparos
efectuados por la artillería propia con la finalidad de hostigar la instalación
de su campamento, lo que fue contestado al día siguiente por los morteros
enemigos desde la zona de San Lorenzo. Ese mismo día 10 de Diciembre,
por la tarde, un parlamentario marroquí bajo bandera blanca, se acercó a las
murallas, solicitando la entrega de la plaza, lo que lógicamente fue
rechazado por el mariscal Sherlock.
Las acciones de fuego marroquíes comenzaron al día siguiente a la vez
que se iniciaron los trabajos de minado. El bombardeo duró prácticamente
los cien días del asedio; lo que obligó a abandonar la mayoría de los
edificios, refugiándose la guarnición y los civiles que quedaban en la ciudad
en cuevas y subterráneos.
Los primeros refuerzos llegaron el 29 de Diciembre integrados por 600
hombres procedentes de los Regimientos: La Princesa, Bruselas, Bravante,
Nápoles y Cataluña. En los primeros días de 1775 se descargó el material de
artillería llegado desde la Península así como dos compañías de granaderos
del Regimiento Zamora, con lo que los efectivos de la plaza alcanzan los
3.500 hombres, lo que culminaba las posibilidades de mantenimiento del
presidio.
Esta limitación de efectivos fue compensada con el destino para apoyo a
la plaza de Melilla, a partir del 4 de Enero, de dos fragatas y cuatro
jabeques pertenecientes a la escuadra del capitán de navío Hidalgo de
Cisneros. Esta presencia de la marina proporcionó a las fuerzas españolas la
superioridad naval necesaria para asegurar de forma permanente los
abastecimientos que se precisaban.
Las acciones ofensivas enemigas se realizaban casi diariamente, pero se
limitaban a escaramuzas y pequeñas incursiones, pareciendo que habían
descartado un asalto frontal masivo, disuadidos por la protección
proporcionada por las fortificaciones y el eficaz fuego de la plaza.
El 11 de Febrero se produce un movimiento de tropas que hizo pensar
en un ataque masivo contra la plaza, pero se limitaron a hacer algunas
pasadas y descargas sobre la zona del fuerte de la Victoria, tras de las cuales
se retiraron. El 16 se intenta otra acción sobre el fuerte de Santa Bárbara,
rechazada por el fuego de los defensores.
Desde esta fecha y hasta mediados de Marzo, la actividad bélica en el
campo enemigo languidece hasta que el 16 de este mes comienza la retirada
del campamento enemigo.
Tras varios días de conversaciones y parlamentos, y después comprobar
que el enemigo se había retirado de los alrededores, el día 19 de Marzo de
1775 se consideró finalizado el asedio, el cual había costado a los españoles
117 muertos y 509 heridos. Según cronistas de la época, sobre la plaza se
lanzaron 8.239 bombas y 3.129 balas de cañón.
El Cuarto Recinto[128] fue, sin duda, el protagonista de esta dura
batalla y la clave de la victoria defensiva, sobre todo el complejo formado
por el fuerte de Victoria Grande, la batería del Rosario y la torre de Santa
Lucía, complementados por el práctico sistema de túneles que comunican
todavía, a través de la dura roca, a todos los elementos entre sí, y a todos
ellos con el Primer Recinto, configurando una red de galerías, amplias en la
mayoría de los casos, que permitían trasladar las guarniciones de los
distintos fuertes, trasegar víveres y municiones y evacuar a los heridos a
lugar más seguro.
Con la retirada no cesaron las penalidades de la guarnición, que se vio
drásticamente reducida a la mitad en cuanto acabaron las operaciones; las
efemérides relatan las agresiones a diario, los muertos por pedradas, las
emboscadas a las partidas que buscan en la costa de Tres Forcas la leña
precisa para los hogares y, por supuesto, las enfermedades, terremotos,
avalanchas de agua que arruinan los pequeños huertos y la constante
hostilidad de los habitantes de la zona, que no cejan durante décadas de
ejercer la presión que, oficialmente por parte del sultán, no se lleva a cabo
contra la presencia de los que ellos consideran, a pesar de los siglos de
permanencia, como a extraños[129].

Orán
Las plazas de Mazalquivir y Orán fueron conquistadas por las armas
españolas en 1505 y 1509, respectivamente, perdiéndolas en Enero de 1708
y vueltas a recuperar en Junio de 1732.
Sin embargo, la situación de constante alarma en que se vivía en ellas,
encerrada su guarnición entre sus murallas, sin posibilidad de expansión
exterior y con una forma de vida muy precarias, era motivo constante de
preocupación para España. Así mismo, los costes de su mantenimiento;
llevaba a nuestros gobernantes a plantearse la conveniencia de nuestra
permanencia en aquellos territorios.
En este sentido traemos a colación un párrafo de las Memorias del
marqués de Villadarias, perfecto conocedor del problema como gobernador
de la plaza que había sido, en el que textualmente decía: Aquí la España ha
trocado montañas de oro por montañas de piedras, y nunca sacará la
menor utilidad de honor, comercio, ni aumento de la religión católica de
este dominio.[130]
Pero será una tragedia ajena a todas estas circunstancias la que, en
definitiva decidirá sobre la permanencia de nuestras tropas en Orán y
Mazalquivir: el terremoto sufrido en Orán la noche del 8 al 9 de Octubre de
1790. La situación creada decidió al gobierno y al rey Carlos IV a
abandonarlas, hecho que se produjo el 26 de Septiembre de 1791.

Argel
En la segunda mitad del siglo XVIII, Argel seguía constituyendo el
peligroso nido de piratas que había sido en épocas anteriores. A lo largo del
tiempo, Argel se había mostrado inaccesible para las armas españolas[131],
pero en el momento que consideramos no existían circunstancias especiales
como para que Carlos III decidiera realizar una operación sobre esta plaza
norteafricana. A mayor abundamiento, el momento español no era el más
adecuado, ya que estábamos en guerra con Marruecos, y atacaba nuestras
posesiones en Melilla[132], Alhucemas y el peñón de Vélez de la Gomera,
y amenazaba un gran conflicto con Inglaterra.
Ninguna razón abonaba la empresa y todos la desaconsejaban, por lo
que no se nos ocurre otra que una vaga, inconsciente y difusa apetencia
arcaizante de triunfar en los campos donde habían fracasado los
predecesores. (…). Se ilusionaba con el espejismo de matar de esta suerte
dos pájaros de un tiro: intimidar y apaciguar a los moros y eliminar la base
de piraterías que seguía siendo Argel.[133] A esta opinión, añadimos la que
aporta el Servicio Histórico del Ejército en la obra citada[134] y en la que
se apunta como principales instigadores de la empresa al obispo de
Segorbe, Padre Cano, que antes había sido misionero trinitario en Argel, en
la que había residido varios años, y el confesor del rey fray Joaquín Eleta.
Basándose en tan exiguos y dudosos motivos, se decidió la expedición a
Argel.
EXPEDICIÓN A ARGEL EN 1775
Inicialmente se pensó en D. Pedro de Ceballos, que había sido capitán
general de Buenos Aires y conquistador de la colonia de Sacramento para
que capitaneara la expedición, pero posteriormente el rey se decidió por el
teniente general conde de O’Reilly; irlandés de origen y que había prestado
servicio en los ejércitos de Austria, Francia y España[135].
En sus comienzos se mantuvo el proyecto en secreto, pero al darse las
órdenes para la concentración de fuerzas en Cartagena, designado como
puerto de embarque, cundió la alarma en el extranjero, especialmente en
Inglaterra y Francia. Deseosos de noticias, éstas no tardaron en llegar a
conocimiento del bey argelino, de modo que cabe afirmar que en Argel por
todos se sabía de la expedición, lo que en España solo conocían los
gobernantes, mandos superiores del Ejército y la Marina y conspicuos
personajes de la corte de Carlos III.[136]
Por el contrario, el general O’Reilly no consideró necesario, como es
absolutamente exigible ante cualquier confrontación bélica, adquirir el
máximo conocimiento posible sobre el enemigo con el que se iba a
combatir, en especial: volumen de sus efectivos y calidad de los mismos;
medios de los que disponía, en este caso concreto de su artillería de
defensa; estado de las fortificaciones; moral de combate; calidad de sus
mandos; etc. Así mismo, era fundamental disponer de la mayor información
posible sobre las posibles playas de desembarco, dado que el combate
principal había de hacerse en tierra. Finalmente, era imprescindible conocer
los condicionantes meteorológicos que podían afectar tanto a la navegación
como a las circunstancias concretas que pudieran reinar en la zona de
objetivos.
Sin embargo, pese a disponer de marinos expertos en aquellas costas,
que podían haber aportado la información necesaria, nada de esto se realizó.
Al parecer, tan solo se consultaron unas Memorias del Padre Cano,
considerándose que el hecho de armar una potente escuadra y disponer de
un contingente numeroso sería suficiente para alcanzar el éxito de la
empresa.
Composición de la expedición
Como subordinados directos de O’Reilly se designaron: para el mando
de la fuerza de desembarco al general Ricardos, y para el de la flota al
teniente general de la armada D. Pedro González Castejón. El primero
contaba con experiencia de combate contra los moros por haber estado
destinado un cierto tiempo en la guarnición de Orán; en cuanto al segundo,
García Figueras apunta que el acuerdo entre O’Reilly y él no era todo lo
completo que cabía exigir para una operación de esta clase.[137]
El ejército expedicionario estaba integrado por: 27 batallones[138] de
infantería y 16 compañías de granaderos; 7 escuadrones de caballería[139];
1 batallón de artillería a siete compañías; 16 oficiales de ingenieros y más
de 400 desertores del ejército que serían empleados en trabajos de
fortificación principalmente. En total, la fuerza de desembarco totalizaba
más de 21.000 hombres.
La flota de guerra se componía de 44 unidades de diversas clases, y la
de transporte de 331 embarcaciones[140].
La expedición llevaba víveres para dos meses, estableciéndose en
Cartagena reservas suficientes para otros cuatro. Así mismo, la artillería de
desembarco se componía de 140 cañones de diversos calibres, así como
otros 42 pedreros, morteros, obuses y petardos. Tren de artillería, material
de fortificación, municiones, armamento de respeto y hospital de campaña,
completaban esta expedición.[141]

Salida de Cartagena, llegada a Argel y preliminares para el desembarco


La primera consecuencia de la falta de información adecuada para la
expedición, se sufrió inmediatamente, pues, aunque el embarque de las
tropas se realizó entre los días 23, 24 y 25 de Junio, la falta de vientos
favorables hizo que la salida se demorase hasta el 26, y aún después de
iniciada hubo que buscarse el amparo de la costa para resguardarse del
fuerte vendaval levantado a las pocas horas de iniciada la travesía. Hasta el
27 no se pudo reiniciar la navegación, llegando a la bahía de Argel el 30
después del mediodía.
Si en algún momento O’Reilly pensó sorprender al enemigo, cosa harto
dudosa después de lo expuesto, la realidad fue que el sorprendido fue él, ya
que al observar la playa desde su puente de mando, pudo distinguir las
baterías que defendían la bahía, los campamentos que se levantaban en el
llano y las guardias que vigilaban desde las alturas. A este respecto es
significativo lo que dejó reflejado en sus memorias el brigadier conde de
Fernán Núñez, jefe del Regimiento Inmemorial del Rey, que participó y fue
herido en las operaciones: Cuando el día 1º de Julio de 1775 la escuadra
española se presentó delante de Argel, los moros la recibieron al anochecer
con una salva de fuego graneado que duró mucho tiempo y que cubría las
cinco leguas que tiene la bahía desde la ciudad al cabo de Mataux,
queriendo sin duda hacer ver con esto el gran número de gentes que
estaban prestos a recibirnos.[142]
Al desconocimiento de las condiciones meteorológicas, se unió ahora el
del terreno sobre el que se habría de hacer el desembarco. Para
determinarlo, O’Reilly, acompañado de otros generales procedió a
reconocer la costa, y después de desechar uno tras otro los posibles puntos
de desembarque, se decidió por realizarlo en el mismo lugar donde dos
siglos antes lo había efectuado el Emperador Carlos I.
Nuevamente las circunstancias meteorológicas, e incluso la negativa de
la marinería de los mercantes ingleses, franceses y holandeses a tripular los
botes de desembarco, alegando que esta operación no figuraba en sus
respectivos contratos, obligaron a demorar la bajada a tierra hasta el
amanecer del día 8 de Julio.

Plan de Operaciones previsto


El Plan de Operaciones decidido por O’Reilly, establecía:
Constitución de una cabeza de playa en la que se integrarían
unas alturas inmediatas, que proporcionara el espacio suficiente para
que, al amparo de la misma, desembarcara el resto de la fuerza,
desplegara e iniciara las operaciones.
Avance, protegido por el fuego de la escuadra, progresando por
la línea de alturas paralela a la costa, a fin de coger de revés las
posiciones artilleras enemigas que defendían la playa.
La marcha se detendría en el paraje más adecuado para
desplegar la artillería desembarcada, desde el cual se pudiera
bombardear la plaza y fuertes de Argel, constituyéndose un campo
fortificado que se iría extendiendo hasta las murallas de la ciudad.
Este era, en esencia, el Plan de Operaciones inicial previsto,
confiándose en que las acciones de fuego que se desencadenarían sobre la
plaza serían suficientes para rendirla.
El despliegue para esta operación lo había decidido O’Reilly en
Cartagena, sin conocer, como hemos visto, ni la entidad, despliegue
enemigo, defensas, o el terreno en el que se iba a operar. En el sentido de la
profundidad, era el siguiente:
Dos Divisiones en Línea: la de la derecha al mando del teniente
general Ricardos, y la de la izquierda, al mando del mariscal de campo
D. Félix Buch. Cada una de ellas integradas por 3 Brigadas, y éstas, a
su vez, constituidas por 3 ó 4 Batallones.
Cubriendo los flancos, sendas Brigadas de caballería.
En el centro: Cuartel General del conde de O’Reilly.
Artillería
Tren Logístico
División de Reserva, al mando del mariscal de campo D. Diego
Navarro, integrada por dos Brigadas reforzadas por caballería y
dragones.
Sin embargo, y como veremos a continuación, nada se hizo como estaba
previsto, por cuanto la batalla se libró en la misma playa de desembarco y
finalizó con el reembarque de las fuerzas.

Desarrollo de las operaciones


En la noche del 7 al 8 de Julio, las fuerzas que constituían la primera
oleada de desembarco, integrada por unos 8.000 infantes, descendieron a
los botes que habían de conducirlos a la playa. La operación, que duró toda
la noche, se realizó sin el sigilo necesario, dando lugar a voceríos y
discusiones que alertaron, si no lo estaban ya, a los argelinos. Así mismo,
tal volumen de efectivos y lanchas provocó la mezcla de unidades y la
desorientación y confusión de sus oficiales.
Al amanecer del día 8 y protegidos por la artillería de los buques, los
botes se dirigieron a la playa, a donde llegaron en un completo desorden,
incrementado aún más por la necesidad de despejarla para dejar espacio a
los que venían detrás.
En estas circunstancias, las unidades se adelantaron para parapetarse
tras una extensa duna que se alargaba sensiblemente perpendicular a la
costa.
Sin embargo, esta operación no se realizó previo reagrupamiento de la
correspondiente: compañía, batallón o brigada, dirigiéndose posteriormente
al puesto que el Plan de Operaciones anteriormente expuesto, preveía para
ella. La realidad fue que los grupos, más o menos organizados, en función
de que hubieran encontrado a sus unidades, se situaron en los claros
existentes en la línea que se estaba constituyendo.
Al parecer, nada justificaba tanta precipitación, por cuanto el
desembarque no fue obstaculizado por el enemigo, que tan solo más de
media hora después de adoptado el despliegue, se presentó ante la fuerza
española atacando principalmente el flanco izquierdo de la misma. Este
primer ataque fue rechazado, apoyado eficazmente por el fuego de la
artillería naval.
No obstante, el flujo de fuerzas enemigas fue aumentando y con ellas un
fuego muy eficaz, que causaba en nuestras unidades un gran número de
bajas, especialmente entre oficiales, de los que hubo de lamentar la muerte
del marqués de la Romana. Éstas no podían ser atendidas debidamente por
cuanto no se habían desembarcado aún los hospitales de campaña, ni el
suficiente personal facultativo, ni establecido una eficaz cadena de recogida
y evacuación de las bajas.
Pocos minutos antes, o después, de la llegada de la segunda oleada, se
dio la orden para que avanzase la línea, en tanto que los recién llegados
establecieran un campo atrincherado en la cabeza de playa, pero el avance
fue detenido por un enemigo que, amparado en la protección que un bosque
cercano les ofrecía, realizaba un fuego muy eficaz.
Imposibilitados para continuar la progresión, se dio la orden de
replegarse al reducto levantado en la cabeza de playa, a donde entraron los
últimos soldados a eso de las diez de la mañana. Hacinados en un espacio
demasiado reducido para el volumen de efectivos que en él se concentraron,
el fuego enemigo, en el que destacó el de un cañón que estuvo disparando
hasta las siete de la tarde, posiblemente porque había agotado sus
proyectiles, produjo sensibles bajas.
En estas circunstancias,
el general O’Reilly convocó un consejo de guerra en el que todos los
participantes fueron de la opinión de reembarcar las tropas y regresar a
España. Lamentablemente, nadie pareció observar que la intensidad del
fuego enemigo decrecía por momentos, motivada por la escasez de pólvora
y municiones que sufría; de haberlo hecho y de no estar obsesionados,
como estaban, con la idea de abandonar aquellas tierras cuanto antes, aún
hubiera sido posible culminar con éxito una misión mal planeada y peor
dirigida, pero de la que, más mal que bien, ya se había realizado una fase
muy difícil y que, conservando una gran parte de la potencia de combate y
estando intacta la capacidad logística, aún podía haber sido culminada por
el éxito.
Argel en el siglo XVIII
Antes del anochecer comenzó el reembarque de las tropas, protegido
por un batallón y tres compañías de granaderos. Sin ser hostigados por el
enemigo, al amanecer del día 9 toda la fuerza había regresado a los barcos,
si bien en las playas quedaron 27 oficiales y 501 de tropa muertos, habiendo
resultado heridos 191 oficiales y 2088 de tropa. Así mismo quedaron
abandonados en tierra: 3 cañones de a 12, 7 de a 8 y 1 obús; además de
fusiles y diverso material de fortificación.
Triste balance para una operación que había durado poco más de 24
horas y había finalizado en un rotundo fracaso.

LOS BOMBARDEOS DE ARGEL EN 1783 Y 1784[143]


Tras este fallido intento, España trató de entablar negociaciones con las
regencias de Argel, Túnez y Trípoli para acabar con las permanentes
acciones de piratería realizadas por éstas. Sin embargo todas ellas, en
especial la primera, se mostraban reacias a todo convenio con España,
alegando que mientras la Sublime Puerta no lo consintiese no firmarían
ningún pacto amistoso con nuestra nación.
El ministro de Carlos III, el conde de Floridablanca, inició los contactos
con el sultán otomano, quien tras haberse visto obligado a entregar Crimea
a Rusia, se mostraba propicio a concertar alianzas con las naciones
occidentales, por lo que no resultó difícil llegar a un acuerdo con él,
firmándose un tratado de amistad y comercio en Madrid, el 14 de
Septiembre de 1782, y ratificado en Constantinopla el 25 de Abril de 1783.
Entre otras cuestiones se convino que la Sublime Puerta intervendría cerca
de las regencias de Trípoli, Túnez y Argel para que firmasen sendos
tratados con España.
Pese a lo establecido, los resultados prácticos no fueron ni tan rápidos ni
tan favorables como era de desear. Así, aunque con Trípoli se iniciaron sin
grandes dificultades las negociaciones, el tratado no llegó a firmarse hasta
Septiembre de 1784. Con respecto a Túnez, las conversaciones fueron más
accidentadas y, aunque no firmó un tratado formal, se convinieron unas
treguas, confirmadas más tarde en el año 1786.
Sin embargo, Argel se negó a toda negociación, pese a las
recomendaciones del sultán otomano, e incluso se produjo un
recrudecimiento de la piratería argelina durante la primavera de 1783. Ante
esta situación, el gobierno español decidió emprender una acción de
castigo, consistente en bombardear la ciudad, informando de ello a Turquía
tal como se preconizaba en los tratados firmados, reconociendo ésta las
razones que obraban a favor de Carlos III.
Se procedió inmediatamente a preparar la escuadra que habría de llevar
a cabo el castigo de la plaza, poniendo al frente de la misma al teniente
general de la Marina D. Antonio Barceló[144].
A tal fin se reunió una potente escuadra, que sin que haya acuerdo
completo entre las diferentes fuentes que tratan el tema, parece que estaba
constituida por: 4 navíos, 4 fragatas, 3 bergantines, 3 balandras, 9 jabeques,
3 galeones, 4 brulotes, 4 transportes, 19 lanchas cañoneras, 20 bombarderas,
10 de abordaje, 1 falucho y 1 escampavía; en total, 85 embarcaciones.
La flota se hizo a la mar, partiendo de Cartagena, el 1 de Julio de 1783.
Las dificultades puestas por Francia para que no se realizase la empresa, así
como los vientos contrarios, fueron los causantes de que no llegaran a la
bahía de Argel hasta el día 29, produciendo el efecto de proporcionar a los
argelinos más tiempo para preparar su defensa.
El día 1 de Agosto se inició el bombardeo de la ciudad, la cual contaba
con 27 cañones puestos en batería y con 23 barcos que, bajo su amparo,
esperaban el ataque español. Las acciones de fuego se prolongaron hasta el
mediodía del día 9, momento en el que, consumidas las municiones, se
retiró la escuadra española, después de haber lanzado sobre la ciudad y los
buques argelinos más de 7.000 proyectiles.
Las bajas sufridas en nuestra flota fueron de 24 muertos, 14 heridos y 2
contusos. Con respecto a Argel, no se conocen las bajas humanas,
calculándose que serían destruidas unas 600 casas. En cualquier caso, el
gobierno se mostró satisfecho con los resultados obtenidos, concediéndose
a Barceló, con carácter vitalicio, el sueldo de teniente general.
Sin embargo, o no fueron muchos los daños sufridos por los argelinos o
era grande su capacidad de recuperación, pues mes y medio después del
bombardeo unos piratas de esa procedencia apresaban frente a las costas
catalanas dos embarcaciones: una de Nápoles y otra de Tortosa.
Inmediatamente, Barceló comenzó a preparar la expedición del año
siguiente, pues el propósito de Carlos III era el de no cejar en los ataques
hasta que la regencia se aviniese a firmar el tratado.
La escuadra de 1784 sería mucho más numerosa que la anterior, estando
formada por: 4 navíos, 4 fragatas, 10 jabeques, 2 bergantines, 3 balandros, 2
galeotas, 4 brulotes, 24 lanchas bombarderas, 11 obuseras, 36 cañoneras, 6
lanchas de abordaje y 4 transportes, todos ellos pertenecientes a España.
Nápoles colaboró con 2 navíos, 3 fragatas, 2 jabeques, 2 bergantines y 2
transportes. La aportación maltesa consistió en: 1 navío, 2 fragatas, 4
galeras y 1 transporte. Los buques ofrecidos por Portugal no se
incorporaron en Cartagena y lo hicieron más tarde, comenzando ya el
bombardeo de Argel. El volumen total de hombres que integraban sus
tripulaciones era de 14.562, reuniendo la flota un total de 1.250 cañones.
El 28 de Junio salía de Cartagena tan potente escuadra que, una vez más
sufrió los efectos de los vientos contrarios, por lo que no se presentó ante
Argel hasta el 9 de Julio, no pudiendo iniciar el ataque hasta el día 12.
La regencia de Argel no había descuidado sus defensas,
incrementándolas con respecto a las del año anterior, ya que reclutó
soldados incluso en Asia Menor y más que triplicó las embarcaciones que
se opusieron a las españolas, que llegaron casi a las 70.
El 21 se dio por finalizada la operación, regresando la escuadra a
España y haciendo su entrada el día 27 de Julio en el puerto de Cartagena.
Esta segunda expedición, aunque de mayores efectivos que la primera,
aparentemente tuvo menores resultados materiales; sin embargo, no debió
ser así, pues cuando se preparaba la tercera para 1785, el capitán general de
Baleares, recibió noticias por medio del patrón Bartolomé Escudero de que
la regencia argelina se inclinaba a pactar con España.
A partir de este momento se abandonan los proyectos bélicos y se
confía al jefe de escuadra D. José de Mazarredo la misión de trasladarse a
Argel y convenir el oportuno tratado de paz. Después de numerosas
incidencias en su tramitación, se firmó en Junio de 1786. Con ello se
cerraba un largo período de luchas, generalmente poco afortunadas para
España, con la regencia argelina.
CAPÍTULO 9
CONFLICTOS EN LAS
COLONIAS AMERICANAS

Introducción
Si bien a partir del primer tercio del siglo XVI se dio por finalizada la
conquista de América y se inició la colonización, también es cierto que
desde muy pronto y con habitual regularidad se dieron en las Indias
violencias y desórdenes de todo tipo: rebeliones de esclavos, y sobre todo
de indios; tumultos urbanos de muy diverso signo; protestas, en fin, de
cualquier clase, cuyo contenido permite clasificarlas en dos grupos:
aquellas que responden a causas económicas y que persiguen
reivindicaciones sociales, por una parte, y, por otra las de significación y
alcance políticos, que tendieron a hacerse más frecuentes a partir del último
tercio del siglo XVIII.
Las primeras, se produjeron casi siempre como una reacción contra
situaciones específicas, y en general crónicas, de explotación e injusticia,
invariablemente provocadas por períodos de crisis, de hambre o de opresión
intensificada. Las oligarquías dominantes y las élites sociales, normalmente,
no encabezaron ni promovieron directamente rebeliones de este tipo; más
bien apoyaron, ampararon y aprovecharon en su beneficio las que
organizaron y dirigieron gentes de nivel social medio. Por lo general, el
ingrediente de violencia aparecía cuidadosamente dosificado y se limitaba a
un despliegue de fuerza, a una amenaza que no se consumaba, sino que
advertía y amagaba, mostrando la decisión de atacar el sistema vigente si
éste no se modificaba o moderaba en cierta medida.

Algunos Antecedentes
El estudio que sigue no es, ni lo pretende ser, exhaustivo, ya que la lista
de los movimientos de carácter conflictivo podría hacerse bastante larga;
tan solo pretendemos exponer una muestra de aquellos que nos han
parecido más significativos dentro de la casuística anunciada.
El primer brote de rebeldía se produjo en Abril de 1535, liderado por
Manco Inca, medio hermano de Atahualpa. Después de dos años de
gobierno sometido a Pizarro, so pretexto de enviarle unas estatuas de oro, se
dirigió a Yucay, desde donde comenzó la revuelta. Tras ser derrotado, se
retiró a las selvas montañosas de Vilcabamba, donde murió asesinado en
1544.
En 1561 no serán los indígenas los que se subleven, sino el sanguinario
Lope de Aguirre, miembro de la expedición que el virrey del Perú, marqués
de Cañete, había encomendado a Pedro de Ursúa, para que descubriese las
tierras de El Dorado. Aguirre llevaría la expedición por el Amazonas hasta
lograr la salida al Océano, entrando pronto en colisión con los
conquistadores asentados en la costa venezolana, pereciendo finalmente el
27 de Octubre de 1561.
Mayor repercusión tuvo la rebelión y muerte en el Perú del inca Túpac
Amaru. Hacia 1571, se encontraba refugiado en Vilcabamba, que era un
foco de rebelión permanente contra el gobierno de Lima y último baluarte
del antiguo poderío inca. El virrey Francisco de Toledo envió una
expedición de castigo que venció a los rebeldes, ocupó Vilcabamba y
apresó a Túpac Amaru. Llevado al Cuzco, tuvo un rápido proceso, siendo
condenado a muerte y ejecutado.
Ya en siglo XVII, uno de los casos más conocidos fueron los combates
entre “vicuñas (andaluces) y vascongados” que ensangrentaron Potosí a
comienzos de la centuria. La rivalidad entre ambos grupos tuvo una historia
larga y tortuosa, pero aunque el móvil económico localizó el conflicto, la
disputa por espacios de poder no estaba por cierto ajeno en estas
competencias.
Más interesante por su amplitud social fueron los sucesos de Laicacota,
porque permiten renovar el enfoque sobre conflictos que enfrentaban a
peninsulares de distinto origen, con criollos, indios y mestizos. El detonante
de los sucesos de Puno (más precisamente Laicacota) y La Paz entre 1661 y
1668, fue la competencia entre bandos de mineros, complicados con
problemas de defraudaciones fiscales. En este caso, hubo caciques que
participaron del lado de las autoridades, e incluso aportando cuantiosos
recursos como Bartolomé Tupa Hallicalla. En esta rebelión el poder central
fue en ciertos momentos cuestionado, por lo que provocó finalmente una
fuerte represión encabezada por el virrey Conde de Lemos[145].

El Siglo XVIII
El siglo XVIII constituye la antesala del gran movimiento emancipador
que se produce en los inicios del XIX. Hasta el último cuarto de este siglo,
es el pueblo bajo el que se subleva, si bien en muchas ocasiones instigado
por la oligarquía criolla que lo utiliza para alcanzar sus propios objetivos.
Sin embargo, a partir de dicha fecha, serán los propios criollos los que se
colocarán abiertamente a la cabeza de las protestas.
En cualquier caso los movimientos del siglo XVIII constituyen síntomas
que revelan la inestabilidad, descontento y malestar en amplios sectores de
la población hispanoamericana. Antes del advenimiento de Carlos III como
rey de España, podemos destacar dos conflictos de verdadera importancia
en el continente Sudamericano: el de los “Comuneros del Paraguay” (1717-
1735) y la “Rebelión contra la Compañía Guipuzcoana de Caracas” (1749-
1752).
El segundo de ellos tuvo un carácter económico de modo que, aunque se
produjeron alteraciones, los cabecillas trataron siempre de evitar todo
desorden; no hubo muertes, ni pillajes, ni desmanes, ni tampoco hubo
hostilidad contra España, pues en todo momento procuraron proclamar su
lealtad al rey y a sus representantes.
Caso diferente fue el de los “Comuneros del Paraguay”, por lo que le
dedicaremos una atención especial.

LOS COMUNEROS DEL PARAGUAY (1717-1735)


El conflicto se origina cuando, en 1717, llega a Asunción Don Diego de
los Reyes Balmaseda como nuevo gobernador de la provincia del Paraguay.
Enseguida choca con la aristocracia local, dueña del cabildo, pudiendo
alegarse como causas: 1) El reparto de los cautivos logrados en una
expedición emprendida contra los indios Payaguás, en la región del Chaco,
en el que los jesuitas salieron claramente beneficiados. 2) Excesos de poder
y abusos en el desempeño de su cargo. 3) La oposición para que Reyes
ocupara el puesto de gobernador, toda vez que era natural de la provincia y
casado con una hija de la misma, lo que suponía un motivo de recusación,
precisamente previsto por las leyes.
Estas circunstancias provocaron disturbios en Asunción y la protesta del
cabildo ante la Audiencia de Charcas, por lo que ésta envió a su fiscal don
José de Antequera para examinar la situación y restablecer el orden.
Antequera se presenta en Asunción en 1721 y convencido de que Reyes
no puede seguir en su puesto, porque así lo mandan las leyes y porque está
enemistado con los principales regidores… no duda en hacerse cargo del
gobierno del Paraguay, convirtiéndose así de juez pesquisidor en
gobernador, con la aquiescencia de la mayoría del cabildo[146].
La negativa de Reyes a aceptar la situación le lleva a refugiarse en las
reducciones jesuitas a la vez que apela al virrey de Lima. Éste se muestra
proclive a sus reclamaciones, pero la Audiencia tiene un parecer contrario
y apoya a Antequera, lo que provoca una orden del virrey para que una
fuerza procedente de Buenos Aires[147] se desplace a Asunción con el fin
de reprimir la situación. Sin embargo, las fuerzas argentinas, reforzadas por
los contingentes indios que los jesuitas ponen a su disposición, son
derrotadas por Antequera en Agosto de 1724, en Tebicuarí.
Una nueva expedición al mando del gobernador de Buenos Aires, Bruno
Mauricio de Zavala, también con el apoyo de los indios de las reducciones,
acaba con la rebeldía de Antequera, mandándole preso a Lima. El proceso
duró varios años, hasta que, en 1731, se pronuncia sentencia de muerte
contra él. Cuando lo llevaban al cadalso, un motín popular trató de
libertarlo; Antequera es muerto a tiros durante la refriega, y, luego,
decapitado.
Sin embargo, la situación en Asunción está lejos de resolverse, dado que
la oligarquía local se mantenía en estado de rebeldía pasiva, amparada en
los derechos del común (de ahí su denominación de Comuneros), frente a
las pretensiones del poder real.
La negativa a aceptar la autoridad de un nuevo gobernador, Soroeta, al
cual expulsan de la ciudad, la constitución de una junta popular que asumió
el poder y el asesinato de otro gobernador, Ruiola, en Septiembre de 1733,
provocan la decisión de que, de nuevo Zabala, se dirija a Asunción con un
ejército de ocho mil guaraníes. Vencidos los comuneros, Zabala entra en la
capital y acaba definitivamente con la rebelión, cuyos jefes mueren en el
cadalso (1735).

Conflictos durante el Reinado de


Carlos III
En el reinado de Carlos III se produce un efecto acumulativo de las
actuaciones de sus predecesores de la nueva dinastía borbónica, a las
propias de este período; sin tratar de ser exhaustivos, apuntaremos como
elementos que contribuyeron a crear un clima de conflicto en nuestros
territorios americanos los siguientes:
Las reformas administrativas, que trajeron como consecuencia
la irritación de los criollos, que vieron mermada su importancia
política tanto en las Audiencias como en los Cabildos, integrados
tradicionalmente por la aristocracia local, descendiente de
conquistadores, propietarios o comerciantes.
La ilustración americana. Si los ilustrados españoles al plantear
el problema de España, preconizaron la ruptura con el pasado histórico
como fuente que era, a su juicio, de la decadencia, los americanos
propugnaron también la misma ruptura con lo anterior, que para ellos
no era otra cosa que España.
La expulsión de los jesuitas decretada en 1767. Teniendo en
cuenta que en América, más de la mitad de los integrantes de esta
orden religiosa pertenecían a las mejores familias y representaban lo
mejor de la intelectualidad criolla, este hecho produjo un malestar que,
a largo plazo, se convirtió en fermento de una conciencia americanista
y revolucionaria. El texto más conocido es, sin duda, la “Carta a los
españoles americanos” del jesuita peruano Juan Pablo Vizcardo, que
incita a la insurrección independentista en la América española.[148]
Las consecuencias del Tratado de Utrecht, que habían abierto
una brecha legal en el monopolio comercial de España y nuestras
colonias, ya que hubo que conceder a Inglaterra el derecho de
comerciar, en ciertas condiciones, con ellas.
La existencia de un contrabando, fundamentalmente inglés y
holandés, que España se mostraba incapaz de evitar.
Las reformas de Carlos III, que transformaron la gestión
impositiva y los gravámenes, hasta incorporar en los impuestos a las
capas más desfavorecidas de la población; una novedad que explica la
amplitud de las revueltas criollas anti fiscales al comenzar el decenio
de los ochenta.
La guerra de Independencia de los Estados Unidos de
Norteamérica, a la que imprudentemente coadyuvó la monarquía
carolina, y que sirvió de ejemplo a los que ya ambicionaban la
emancipación de nuestros territorios americanos.
Con todos estos elementos acumulados, se produce en este reinado una
situación conflictiva, de la que destacaremos: la “Sublevación de los barrios
de Quito”, la de los “Comuneros de Nueva Granada”, y, sobre todo, el
“Alzamiento de Tupac Amaru”.

LA SUBLEVACIÓN DE LOS BARRIOS DE QUITO (1765)


Domingo de Araujo, comisionado por la Real Audiencia de Quito para
exponer al virrey de Santa Fe las causas de los graves alborotos de 1765,
dio comienzo a su informe con las siguientes palabras: En primer lugar,
desean eficacísimamente persuadir y hacer sensible a V. E. el calamitoso
estado de pobreza a que se ha reducido esta provincia, antes floreciente de
riquezas y comercio, mas el día de hoy tan atrasada y consumida que puede
considerarse con razón la más pobre en toda la América[149].
Es posible que haya alguna exageración en estas palabras, pero no cabe
duda que las circunstancias desfavorables se habían cebado sobre la
provincia, que: había sufrido un terremoto en 1755 y una epidemia en 1759
que dejó miles de víctimas; las minas de oro habían decaído en su
producción por falta de mano de obra india; la artesanía había perdido
mucho de su antigua prosperidad ante la competencia del comercio
europeo, ya lícito, ya de contrabando; tenía un comercio deficitario en el
que salía más dinero del que entraba. Todas estas circunstancias habían
conducido a la deplorable situación en que se encontraba la provincia de
Quito a mediados del siglo XVIII.
Pese a esta situación de deficiente desarrollo económico, el virrey de
Nueva Granada, ante la necesidad de dinero en que se encontraba la real
hacienda, decide aumentar el rendimiento de los impuestos (alcabalas[150]
y aguardiente), y, como desconfía de las autoridades locales, cambia el
modo de recaudación, pasando a la administración directa en vez del
arrendamiento a particulares, como hasta ese momento se realizaba. Para
dicha misión designa a un oficial real, don Juan de Herrera, que había
demostrado ya su eficacia recaudatoria en la capital del virreinato.
Sin embargo, a los seis meses de haber entrado en vigor el nuevo
sistema, se había producido una situación de grave malestar provocada
tanto por los abusos cometidos como por la intranquilidad existente entre la
población, alarmada por los rumores que la aristocracia local había
difundido entre las clases humildes sobre nuevos y desproporcionados
impuestos.
Aún cuando la mayor parte de ellos no tuvieran visos de realidad, el
pueblo llano les dio crédito, de modo que, el 22 de Mayo de 1765, se
produjo la sublevación en Quito bajo el grito de “¡Viva el rey y muera el
mal gobierno!”.
El primer estallido de violencia se limitó al asalto y saqueo de la “Casa
de la Aduana”, teniendo las autoridades que ceder en los dos puntos clave
que reclamaban los amotinados: supresión del estanco de aguardiente y
restablecimiento de los derechos de alcabala a su nivel anterior[151].
El brote de violencia solo duró una noche y, salvo los destrozos y el
saqueo de la Casa de la Aduana, no hubo efusión de sangre ni agresiones en
otros puntos de la ciudad. Oficialmente se culpó a los indios del alboroto, si
bien era evidente que éste fue producto de una conspiración de la
aristocracia criolla, única beneficiaria de los logros alcanzados.
Sin embargo, el motín sirvió para que los habitantes de los barrios
populares se crecieran ante su fuerza, de modo que a partir de entonces se
formaron cuadrillas que circulaban por la ciudad causando pequeños
desórdenes. En este ambiente, el 14 de Junio se produjo un incidente en el
cual, seis indios y un mestizo rompieron las puertas de la cárcel para liberar
a una india presa. A partir de entonces, todos los días son testigos de
pequeños enfrentamientos, por lo que las autoridades constituyen una
compañía de unos sesenta hombres, todos blancos, para mantener el control
de las calles.
El día 24 de Junio aparecen varios papelones protestando contra la
actitud de la justicia; el corregidor teme alguna acción más seria y, por la
noche, sale con unos veinte soldados,…. La ronda choca con un grupo
nutrido de hombres que la recibe con un diluvio de piedras; los soldados se
defienden: dos manifestantes caen muertos a balazos; otros dos quedan
heridos gravemente. El ruido siembra la agitación en toda la ciudad; se
disparan cohetes, se toca a rebato en todas las campanas. Como la ronda
estaba compuesta principalmente por europeos, corre la voz de que los
chapetones[152] iban matando a cuantos encontraban. Todos los barrios se
arman; un tropel de gente se dirige hacia la casa de don Ángel Izquierdo,
europeo, de quien se decía que hablaba mal de los barrios y “aquella
noche le habían visto herir a los mozos muertos, manejando el fusil”; le
saquean la casa y el almacén. Los chapetones acuden a defender a sus
compatriotas. Pronto, las calles de la ciudad están llenas de gente; en
distintos puntos, empieza un combate desigual[153].
Aquella noche se produjeron saqueos y robos en casas de “chapetones”;
así mismo murieron muchos vecinos, de los que ninguno de ellos era
europeo. El hecho de que, en ningún momento, se atentara contra las
propiedades de criollos, pese a tan confusa situación, así como el que
muchos de ellos se mantuviesen en sus casas sin manifestar su apoyo a las
autoridades, hace sospechar del influjo y connivencia existente con el
pueblo soliviantado.
Al día siguiente continúan los combates, alcanzando los insurrectos la
cifra de varios miles. Los amotinados se ensañan exclusivamente contra los
españoles bajo el grito de “mueran los chapetones y todos los suyos”, no
teniendo éstos más remedio que buscar refugio en los conventos y las
iglesias.
Cuando, el día 26, los oidores se reúnen con el obispo para examinar la
situación, y se consigue calmar el tumulto, la reivindicación más insistente
fue la exigencia de expulsión de todos los españoles. La Audiencia accede a
estas peticiones y, el día 27 de Junio publica un auto ordenando que todos
los europeos que no fuesen casados saliesen de la ciudad en el plazo de
ocho días.[154]
Estas concesiones, los esfuerzos de los religiosos y el indulto general
dado a los participantes en la revuelta, acabaron de calmar la agitación,
entre los gritos de los habitantes que clamaban vivas el rey don Carlos III.
La investigación ordenada por el virrey sobre las causas que motivaron
los desórdenes, llegaron a la conclusión de que la Audiencia de Quito se
mostró incapaz de hacer frente a sus obligaciones por las relaciones y
parentescos que mantenían con la oligarquía dominante en la plaza. Sin
embargo, el Consejo de Indias no aprobó dichas conclusiones, no queriendo
ver un problema que, cada vez con más fuerza se manifestaba en las
posesiones americanas: el divorcio existente, y que no hará más que
acentuarse, entre las autoridades y los españoles peninsulares asentados en
aquellos territorios por una parte, y la aristocracia criolla, por otra.
La situación se restableció, por el momento, pero los problemas
subsistieron, haciéndose cada vez más grandes las distancias que separaban
los intereses de la aristocracia criolla de los de la metrópoli.

LOS COMUNEROS DE NUEVA GRANADA (1779-1782)[155]


Los acontecimientos que vamos a narrar a continuación, guardan en sus
inicios una gran similitud con los que se habían producido en Quito 14 años
antes, y ahora se reproducían en el virreinato de nueva Granada.
En los comienzos de 1778, se presentó en Bogotá el regente y visitador
Gutiérrez de Piñeres, con la misión de modernizar la administración local,
dándole más eficacia, rompiendo con la rutina tradicional y proporcionar
más recursos al rey, necesitado de aumentar las rentas e impuestos para
hacer frente a los muchos gastos de la monarquía, incrementados a partir de
la iniciación de la guerra entre España e Inglaterra, en 1779. La necesidad
de recaudar más fondos para renovar las defensas de las costas, hace que el
cometido de Piñeres adquiera una mayor importancia.
En estas circunstancias, el visitador decide aumentar los precios del
tabaco y el aguardiente, así como imponer derechos sobre todas las
industrias y manufacturas y crear nuevos impuestos, a la vez que adopta
unas medidas más restrictivas para acabar con el contrabando.
De la misma forma que sucedió en Quito, estas medidas, así como
determinados abusos cometidos por los recaudadores de impuestos,
provocaron pequeños alborotos que culminaron el 16 de Marzo de 1781,
con el estallido producido en El Socorro, localidad situada al Norte de
Bogotá, coincidiendo con el mercado en aquella localidad.
Los amotinados, al grito de “¡viva el rey y abajo el mal gobierno!”,
saquearon los depósitos del estanco, abrieron las cárceles, libertaron a los
presos por contrabando, y se apoderaron de las administraciones del tabaco,
del aguardiente, de las alcabalas y de las demás rentas.
Los incidentes continúan en los días siguientes aún cuando el visitador
Piñeres no parece dejarse influenciar por ellos ya que, el 6 de Abril, firma
otra instrucción para el cobro de un impuesto nuevo que tiene por finalidad
contribuir a los gastos de la guerra y que debían pagar todas las categorías
sociales.
Tal medida provoca un nuevo motín en El Socorro, el 16 de Abril, que
adquiere tintes de una mayor organización, formándose una junta de
gobierno dirigida por destacados dirigentes de la oligarquía local; Juan
Francisco Berbeo, un acomodado hacendado, es elegido capitán general del
común.
Desde Bogotá, se envía una pequeña fuerza para restablecer el orden,
pero interceptada por la fuerzas de Berbeo, el 8 de Mayo, no tienen más
remedio que capitular.
Ante el cariz que están tomando los acontecimientos, la Audiencia y el
Cabildo, reunidos en Junta de Tribunales, se encargan del gobierno y
acuerdan proponer algunas concesiones, ofreciéndose el arzobispo de
Bogotá para negociar con los amotinados en nombre de la Junta. El
encuentro se produce en la localidad de Zipaquirá, y el 7 de Junio se llega a
un acuerdo que recoge, en lo esencial, las quejas de los criollos.
Sin embargo, a partir de este momento el desarrollo de los
acontecimientos adquiere una dimensión diferente a los de Quito. José
Antonio Galán, un mulato o mestizo, que ha adquirido un gran prestigio
entre las masas populares se muestra en desacuerdo con el pacto alcanzado
y empieza a actuar por su cuenta.
A partir de este momento, el conflicto adquiere una nueva dimensión,
ésta de carácter social, ya que actúa bajo el lema “¡Unión de los oprimidos
contra los opresores!”, y para ello, anima a los indios a recobrar las tierras y
a no pagar tributos y a los negros los entusiasma con el grito de “¡Se acabó
esclavitud!”. La circunstancia de que estos hechos se produjeran en
coincidencia con el levantamiento de Tupac Amaru en el Perú, hicieron que
los insurrectos asumieran proclamas como la de “¡viva el rey inca y muera
el rey de España!”.
Esta situación alarmó a las autoridades tanto como a los criollos, que
vieron como la situación se les escapaba de su propio control pudiendo
devenir en un conflicto totalmente indeseable para sus intereses, de modo
que se prestaron a cooperar con las autoridades para recuperar el control de
la situación.
A tal fin, se forman unidades locales y se reciben tropas de otros lugares
del virreinato iniciándose la persecución de los insurrectos siendo capturado
Galán, que es fusilado el 1 de Febrero de 1782.
Sofocada la rebelión, los acuerdos adoptados en Zipaquirá son
derogados y, si bien se concede un perdón general a los comuneros, Berbeo
fue destituido de su cargo de corregidor; las poblaciones que dieron apoyo a
la revolución fueron sometidas a una ocupación militar y varios individuos
fueron desterrados a la costa insalubre del Darién, bajo el pretexto de
colonizar aquella región; por fin, el régimen fiscal anterior fue restablecido
en todo su rigor.
La consecuencia más importante que podemos obtener de este
movimiento subversivo es la de que, cuando las masas populares se alejaron
de la oligarquía criolla, pretendiendo llevar el movimiento con
independencia de ésta, se despertó un gran sentimiento de temor tanto entre
los peninsulares como entre los criollos. Ni unos ni otros podían ver con
simpatía un movimiento que amenazaba arruinar no sólo el orden colonial
tradicional, sino el orden social establecido. Así, pasados los primeros
momentos, los mismos jefes comuneros prestaron su auxilio a la represión,
sobre todo después de que llegó 1a noticia del levantamiento de Túpac
Amaru en el Perú, noticia que despertó un enorme entusiasmo en los indios,
pero también horror, miedo e inquietud en las clases acomodadas.
La clase criolla se mostraba, una vez más, capaz de crearle problemas a
la administración colonial en defensa de sus propios intereses, pero no era
todavía lo suficientemente fuerte como para imponer entre la población
indígena, mulata y mestiza, un orden que les fuera favorable. En principio,
lo que querían era guardar y ampliar sus privilegios, pero no destruir toda la
organización social, lo que, en aquellos momentos solo le era posible a la
administración española.

EL ALZAMIENTO DE TUPAC AMARU (1780-1781)[156]


Tal como expusimos al relatar los Antecedentes, el Perú fue, la primera
región de América que enarboló la bandera de la rebelión. En 1535 Manco
Inca quiso restaurar el extinto imperio, pero sus esfuerzos fracasaron en
Yucay; Juan Santos Atahualpa trató de imitarlo en 1745, pero fue batido
también en Quimiri.
El levantamiento de Tupac Amaru (José Gabriel Condorcanqui) se
inició en 1.780 y terminó, después de haber adquirido grandes proporciones
en 1782, durante el gobierno del virrey D. Agustín de Jáuregui.
Para poder comprender la magnitud de este movimiento y su rápida
propagación, es preciso analizar, siquiera sea someramente, los
antecedentes que lo motivaron. Las leyes coloniales, que protegían al
indígena, eran magníficas y humanas; pero era evidente el significativo
contraste, entre ellas y la realidad, marcada por prácticas abusivas de los
responsables de su aplicación. Aunque fueron frecuentes las quejas
interpuestas ante la corona, la distancia y la falta de energía de los virreyes,
a quiénes se encomendaba la vigilancia estricta de las ordenanzas, no
hicieron gran cosa por corregir esos abusos, cifrados en: pagos de tributos,
repartimientos y muy especialmente las mitas.[157]
Estos hechos habían provocado sublevaciones en repetidas ocasiones,
pero la situación del indio sólo se suavizó en algunas partes merced a la
eficaz intervención de personas compasivas que trataron de hacer conocer a
las autoridades superiores esos abusos; pero en el resto del país continuaron
durante años en las mismas condiciones.
En estas circunstancias, el 26 de Agosto de 1780, estalló en el pueblo de
Pocoata, en la provincia de Chayanta, de la Audiencia de Charcas, un
sangriento alzamiento. El movimiento estuvo encabezado por los hermanos
Dámaso y Tomás Catari y sus proporciones fueron de tal naturaleza que las
autoridades españolas nada pudieron hacer para sofocarlo. De esta situación
quiso aprovecharse José Gabriel Condorcanqui, a la sazón cacique de
Tungasuca y descendiente de los emperadores incas, para liderar un
alzamiento que desde hacia tiempo proyectaba. Para la iniciación de la
sublevación aprovechó la celebración del cumpleaños del cura de Yanaoca,
(4 de Noviembre) a cuya comida debían asistir Condorcanqui y el
corregidor D. Antonio de Arriaga, entre los que existía una creciente
animosidad.
Terminada la fiesta, Condorcanqui fue el primero en retirarse para
apostarse con su gente en una encrucijada del camino que debía seguir el
corregidor de regreso a Tinta. Tomado por sorpresa, Arriaga fue apresado y
conducido a Tungasuca, desde donde se le obligó a pedir por carta al
tesorero del corregimiento, todos los fondos y armas que se encontraban en
Tinta, so pretexto de organizar una expedición contra unos corsarios
aparecidos en el puerto de Aranta.
Conseguido este objeto, Condorcanqui hizo ajusticiar a D. Antonio
López, el 10 de Noviembre. Acto seguido, el jefe rebelde expidió cartas y
proclamas a las demás provincias y se proclamó jefe de la revolución con el
nombre de Tupac Amaru. Bien pronto reunió más de 6.000 hombres de los
cuales 300 estaban armados de fusil y el resto de rejones y hondas.
El primer enfrentamiento con las fuerzas coloniales se produjo el 18 de
Noviembre, cuando son emboscadas en Sangarara, resultando el encuentro
una verdadera carnicería para los españoles, de los cuales muy pocos
consiguieron salvarse.
Este desastre puso en peligro inminente la ciudad del Cuzco, a la sazón
desguarnecida. Las autoridades pidieron fuerzas a Lima y a los corregidores
de las provincias cercanas, los cuales se fueron concentrando en la ciudad.
En cambio, Tupac Amaru, lejos de aprovecharse de la situación, perdía
tiempo en su campamento de Tungasuca, aumentando su ejército y
excitando a los indios a la sublevación.
En los primeros días de Diciembre, se dirigió al Collao, pasando por
Lampa hasta Pucará, después de haber construido un campo atrincherado en
Tinta y de haber agotado todos los recursos de arreglo con las autoridades
españolas sobre la mejora en el trato de los indios.
Del Collao regresó al Cuzco, poniéndola cerco el 2 de Enero de 1781, y
tras el fracaso del llamamiento hecho a los habitantes para que le abrieran
las puertas de la ciudad, decide apoderarse de ella por la fuerza.
Divide la esfuerzas entre él mismo y su primo Diego Cristóbal con el fin
de atacarla por dos puntos, pero el asalto fracasa. El 8 del mismo mes
Cuzco es reforzado con nuevas fuerzas reales, por lo que al día siguiente
levanta el cerco y se retira a Tungasuca.
Nuevas fuerzas procedentes de Lima imprimen a los rebeldes sucesivas
derrotas los días 19 y 20 de Marzo y el 6 de Abril, logrando Condorcanqui
escapar con su familia a Langui; allí trató de organizarse, pero fue
traicionado por uno de sus subordinados, que lo entregó a los españoles.
Rápidamente se le siguió un proceso y el 18 de Mayo fue ajusticiado en la
plaza principal de la ciudad.
Con la desaparición del caudillo, la revolución tendría que haber
terminado; pero continuó a las órdenes de su primo, Diego Cristóbal Tupac,
que se salvó de caer prisionero. La lucha tomó caracteres verdaderamente
salvajes y tuvo por centro principal el Collao, produciéndose gran cantidad
de víctimas. Sólo en Enero de 1782 se alcanzó la paz, gracias al indulto
otorgado por el virrey Jáuregui. Al año siguiente hubo pequeños alborotos
en Huarochiri y Diego Tupac Amaru fue acusado de ser su promotor, siendo
condenado a muerte por traidor. Tal fue el epílogo de este gran
levantamiento precursor de la independencia del Perú y de la América
española.
Tupac Amaru se sublevó contra el abuso de los corregidores y de la
administración colonial, de ahí que sus bandos se dirigieran
preferentemente a los indios y a los esclavos negros. Sin embargo, también
trató de convencer a los mestizos y criollos que la rebelión no les
amenazaba a ellos, antes bien les invitaba a formar un frente común contra
los españoles europeos.
Sin embargo, se produce en este movimiento subversivo un hecho que
más tarde, cuando la guerra emancipadora se desencadene, se dará con una
gran profusión: no todos los indios se mostraron dispuestos a participar en
la sublevación, como ocurrió con los que estaban en el interior de Cuzco
cuando fue sitiada. Lo cierto fue que los indígenas sometidos a la autoridad
de sus jefes, actuaron obedeciendo sus órdenes, y si éstos se mantuvieron
leales a España, también ellos lo hicieron.
CONSIDERACIONES FINALES
Al comenzar el reinado de Carlos III, Francia e Inglaterra estaban
enfrentadas en la Guerra de los Siete Años. De carácter pacífico y contrario
al expansionismo militar, en principio, el monarca español estaba decidido a
mantener la neutralidad ejercida por su hermanastro Fernando VI y evitar
los sufrimientos y altos costes de la guerra. Sin embargo, los motivos de
fricción con respecto a Inglaterra eran numerosos y permanentes,
destacando los siguientes:
Se habían adueñado de un pequeño territorio en Río Tinto que
no pensaban desalojar de buen grado.
Seguían ejecutando agresiones y actos de contrabando en
América, introduciendo mercancías prohibidas que tenían almacenadas
en Jamaica.
Rechazaban constantemente las demandas de Carlos III para
que se permitiese el acceso de los barcos españoles a la pesca en el
banco de Terranova.
Los filibusteros ingleses se habían establecido en la bahía de
Campeche (Belice), creando allí establecimientos sin permiso para
cortar palo para teñir.
La ambición inglesa en poseer el mayor imperio colonial del
mundo, por lo que toda expansión de sus dominios y actividades en el
Nuevo Mundo debía lograrse inexcusablemente a costa de España,
cuyo debilitamiento buscaba.
A todos ellos había que añadir el peso que para el rey español suponía
los resultados de la Guerra de Sucesión española ratificados por el Tratado
de Utrecht, como fueron las pérdidas de Gibraltar y Menorca.
Pese a todo, influenciado por su esposa, María Amalia de Sajonia,
intentó mantener su política de neutralidad. Para ello, trató de mediar ante
Inglaterra y desempeñar un papel arbitral entre los contendientes de la
Guerra de los Siete Años, pero tuvo que renunciar ante el rechazo británico
de la misma.
Refutados sus esfuerzos para mediar en el conflicto, amenazado por la
política agresiva de Inglaterra para nuestros intereses y sabiéndose inferior
para enfrentarse aisladamente contra el poderío militar británico, renovó
con Francia los Pactos de Familia firmando el III de la lista con la
esperanza de que, juntos, lograrían enfrentarse con éxito al tradicional
enemigo británico.
Tal como hemos expuesto en los capítulos precedentes, esta actitud nos
llevó a dos guerras contra Inglaterra: la primera, casi en los comienzos del
reinado, en la que se evidenció el poderío británico tanto en Portugal como
en La Habana o Manila; la segunda, con unos resultados globales más
exitosos para nuestras armas, ya que se recuperaron Pensacola y Menorca,
si bien se fracasó ante Gibraltar.
Entre ambos conflictos, el Norte de África es escenario de agresiones
por parte de Marruecos, si bien son rechazadas por las guarniciones
reforzadas de los presidios de Ceuta, Melilla y las islas y peñones, y una
difícilmente justificable aventura contra Argel que, como todas las
emprendidas contra dicha plaza, acabaría en desastre.
Finalmente, nuestros territorios americanos, se ven agitados por
movimientos sociales y políticos que provocan disturbios y sublevaciones
que, si bien son finalmente sofocados, constituyen la semilla que treinta
años más tarde fructificará en los movimientos emancipadores que les
llevarán a la independencia.
Lo expuesto nos lleva a considerar que de los treinta años de reinado de
Carlos III, la guerra estuvo presente en ocho, concentrados en tres
períodos:
1ª Guerra del III Pacto de Familia (1762-1763)
Ataques marroquíes y expedición a Argel (1774-1775)
2ª Guerra del III Pacto de Familia (1779-1783)
Sin embargo, consideramos que los resultados mayoritariamente
satisfactorios del tercero de los conflictos, no nos pueden llevar a la
conclusión de que nuestras Fuerzas Armadas, a pesar del esfuerzo realizado
se habían transformado en una eficaz máquina de guerra, sino que sus
resultados se vieron favorecidos por la circunstancia de encontrarse
Inglaterra inmersa en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, lo
que le restaba potencialidad para atender tantos frentes a la vez.
En efecto, los resultados los veremos en el reinado siguiente, con su hijo
Carlos IV ya en el poder. Así, como consecuencia de la muerte en la
guillotina del rey de Francia Luis XVI, España declara la guerra a la
Convención francesa, llevándose a cabo la Guerra de los Pirineos (1793-
1795), en la que tras unos victoriosos resultados en el Rosellón, las tropas
francesas invadieron el Norte de España por Cataluña, Navarra y
Vascongadas (llegando incluso a ocupar Miranda de Ebro).[158]
Cuando el Directorio sustituye a la Convección, Godoy firmó con los
franceses el Tratado de San Ildefonso (1796), que nos condujo a una nueva
guerra contra Inglaterra. Una vez más, los resultados no fueron buenos, y
frente a la ocupación de la plaza portuguesa de Olivenza en la Guerra de las
Naranjas, los ingleses derrotaron a una flota española en el cabo de San
Vicente, se apoderaron de la isla de Trinidad y volvieron a ocupar
Menorca[159].
Una vez coronado emperador Napoleón, presionó a España para que
prestara apoyo naval a su proyecto de invadir Inglaterra. Godoy de nuevo
primer ministro, ante la catastrófica situación de España se negó, pero se
comprometió a permanecer neutral y a dar apoyo económico a los
franceses. Sin embargo los británicos no aceptaron este apoyo económico
español, por lo que situada entre “la espada y la pared”, la corona española
declaró la que sería la última guerra contra Inglaterra, en 1804.
Esta guerra fue testigo de la derrota de nuestra flota en Trafalgar (21 de
Octubre de 1805), que para España supuso un auténtico desastre, ya que los
esfuerzos de casi todo el siglo XVIII para conseguir la recuperación naval,
desaparecieron en unas horas y las colonias españolas totalmente
desprotegidos quedaron a merced de los ingleses.
El final de este proceso fue la firma del Tratado de Fontainebleau el 27
de Octubre de 1807 entre Francia y España por el que establecía la
invasión conjunta franco-española de Portugal y se permitía para ello el
paso de las tropas francesas por territorio español, siendo así el antecedente
de la posterior invasión francesa de la Península Ibérica y de la Guerra de la
Independencia.
ANEXO
TRATADO DE UTRECHT[160]
Como tal se conoció el tratado por el cual se puso fin a la Guerra de
Sucesión por el trono de España. Tuvo una honda repercusión en el mundo,
pues hizo tambalear el Imperio Español, que perdió todas sus posesiones en
Europa en beneficio de Inglaterra, Francia y Austria, principalmente, y se
vio obligada a ceder ante las apetencias comerciales británicas.
Felipe V había dado plenos poderes a su abuelo para negociar los
"preliminares de Londres" mediante una carta de 6 de Septiembre de 1711.
Éstos se firmaron en Londres el 8 de Octubre de 1711 entre el rey Luis XIV
Francia y la reina Ana de Inglaterra y constaban de dos tratados[161]:
Un tratado secreto entre ambas naciones por el cual Luis XIV
concedía tres cosas a los británicos en nombre de su nieto Felipe V: la
plaza de Gibraltar e isla de Menorca, la concesión por treinta años del
"Asiento de Negros" (los británicos habían pedido tan solo este
derecho por diez años), y la exención de pagos por las mercancías que
se traficasen en el puerto de Cádiz.
Por el segundo tratado Luis XIV daba toda clase de garantías
asegurando que las coronas de España y Francia nunca se reunirían en
una sola.
Tras estos acuerdos, el congreso se abrió en la ciudad holandesa de
Utrecht en Enero de 1712, siendo sus resultados los siguientes:
Armisticio de Francia y España con Gran Bretaña (Agosto de
1712), seguido de los tratados de paz entre Gran Bretaña y Francia
(Abril de 1713) y entre Gran Bretaña y España (Julio de 1713).
Firma de tratados entre Francia y las Provincias Unidas,
Brandeburgo, Portugal y el Ducado de Saboya (Julio de 1713).
Firma de tratados entre España y el ducado de Saboya (Julio de
1713), las Provincias Unidas (Julio de 1714) y Portugal (Febrero de
1715).
Firma de convenios comerciales entre Gran Bretaña y España
(Marzo y Diciembre de 1714, Diciembre de 1715 y Mayo de 1716).
Como balance global, la serie de tratados supusieron los siguientes
acuerdos:
Gran Bretaña conserva Menorca y Gibraltar, ocupadas durante
la guerra (cedidas por España), Nueva Escocia (Acadia), la bahía de
Hudson y Terranova (cedidas por Francia), la isla de San Cristóbal en
el Caribe, el asiento de negros (un monopolio de treinta años sobre el
tráfico de esclavos negros con la América española) y el navío de
permiso, así como el derecho de asiento (concedidos por España).
La Casa de Saboya ve devueltas Saboya y Niza (ocupadas por
Francia durante la guerra) y recibe Sicilia (cedida por España). Con la
posesión de Sicilia recibe el título de rey que, con diversas
denominaciones, tendría en adelante la casa de Saboya (primero reyes
de Sicilia, luego reyes de Cerdeña y finalmente reyes de Italia).
Las Provincias Unidas reciben la "barrera" flamenca (una serie
de fortalezas en el norte de los Países Bajos españoles que el Imperio
ayudó a financiar), cedida por España.
Brandeburgo recibe Güeldres del Norte (cedido por España) y
la "barrera" de Neuchâtel (cedida por Francia), además de su
transformación en reino con el nombre de Prusia. Federico Guillermo I
fue su primer rey.
Portugal obtiene la devolución de la Colonia del Sacramento,
ocupada por España durante la guerra.
Austria obtiene los Países Bajos españoles, el Milanesado,
Nápoles, Flandes y Cerdeña (cedidos por España). El Archiduque
Carlos de Austria, ahora emperador, abandona cualquier reclamación
del trono español.
Francia reconoce la sucesión protestante en Inglaterra y se
compromete a no apoyar a los pretendientes Estuardo. También se
compromete a demoler las fortificaciones de Dunquerque y a cegar su
puerto y obtiene definitivamente el Principado de Orange (en
Provenza).
Felipe V obtiene el reconocimiento como rey de España y de
las Indias por parte de todos los países firmantes, en tanto que renuncia
a cualquier derecho al trono francés.
Además, las tropas austriacas se comprometen a evacuar las zonas de
Cataluña, lo que realizan a partir del 30 de Junio de 1713. Ante lo cual, la
Junta General de Brazos (Brazo Eclesiástico, Brazo Militar y Brazo Real o
Popular) acuerda la resistencia. A partir de este momento empezó una
guerra desigual, que se prolongó durante casi catorce meses, concentrada en
Barcelona, Cardona y Castellciutat, al margen de los cuerpos de fusileros
dispersos por el país. El punto de inflexión se producirá cuando las tropas
felipistas rompen el sitio de Barcelona el 11 de septiembre del 1714.
Mallorca, Ibiza y Formentera cayeron un año más tarde (11 de Julio del
1715).
Sin embargo, la lucha aún seguía entre Francia y el Imperio. El tratado
de paz entre ambos se firma en Ranstatt en marzo de 1714. Las fronteras
entre ambos vuelven a las posiciones de antes de la guerra salvo por la
ciudad de Landau in der Pfalz (en el Palatinado Renano), que queda en
manos francesas. Este tratado se suele incluir también dentro de la serie de
tratados de Utrecht.
El gran beneficiario de este conjunto de tratados fue Gran Bretaña que,
además de sus ganancias territoriales, obtuvo cuantiosas ventajas
económicas que le permitieron romper el monopolio comercial de España
con sus colonias. Por encima de todo, había contenido las ambiciones
territoriales y dinásticas de Luis XIV, y Francia sufrió graves dificultades
económicas causadas por los grandes costes de la contienda. El equilibrio
de poder terrestre en Europa quedó, pues, asegurado, mientras que en el
mar, Gran Bretaña empieza a amenazar el control español en el
Mediterráneo con Menorca y Gibraltar.
Entre los artículos que recogía este tratado, el décimo es el más
polémico, pues mediante él España cedía Gibraltar a Inglaterra.
El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por
este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera
propiedad de la ciudad y castillos de Gibraltar, juntamente con su
puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha
propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y
para siempre, sin excepción ni impedimento alguno.
Pero, para evitar cualesquiera abusos y fraudes en la introducción
de las mercaderías, quiere el Rey Católico, y supone que así se ha de
entender, que la dicha propiedad se ceda a la Gran Bretaña sin
jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el
país circunvecino por parte de tierra. Y como la comunicación por mar
con la costa de España no puede estar abierta y segura en todos los
tiempos, y de aquí puede resultar que los soldados de la guarnición de
Gibraltar y los vecinos de aquella ciudad se ven reducidos a grandes
angustias, siendo la mente del Rey Católico sólo impedir, como queda
dicho más arriba, la introducción fraudulenta de mercaderías por la
vía de tierra, se ha acordado que en estos casos se pueda comprar a
dinero de contado en tierra de España circunvencina la provisión y
demás cosas necesarias para el uso de las tropas del presidio, de los
vecinos o de las naves surtas en el puerto.
Pero si se aprehendieran algunas mercaderías introducidas por
Gibraltar, ya para permuta de víveres o ya para otro fin, se adjudicarán
al fisco y presentada queja de esta contravención del presente Tratado
serán castigados severamente los culpados.
Y su Majestad Británica, a instancia del Rey Católico consiente y
conviene en que no se permita por motivo alguno que judíos ni moros
habiten ni tengan domicilio en la dicha ciudad de Gibraltar, ni se dé
entrada ni acogida a las naves de guerra moras en el puerto de aquella
Ciudad, con lo que se puede cortar la comunicación de España a
Ceuta, o ser infestadas las costas españolas por el corso de los moros.
Y como hay tratados de amistad, libertad y frecuencia de comercio
entre los ingleses y algunas regiones de la costa de África, ha de
entenderse siempre que no se puede negar la entrada en el puerto de
Gibraltar a los moros y sus naves que sólo vienen a comerciar.
Promete también Su Majestad la Reina de Gran Bretaña que a los
habitadores de la dicha Ciudad de Gibraltar se les concederá el uso
libre de la Religión Católica Romana.
Si en algún tiempo a la Corona de la Gran Bretaña le pareciere
conveniente dar, vender, enajenar de cualquier modo la propiedad de la
dicha Ciudad de Gibraltar, se ha convenido y concordado por este Tratado
que se dará a la Corona de España la primera acción antes que a otros
para redimirla.
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Notas
[1] El segundo Tratado de Aquisgrán, firmado en 1748, (el primero, firmado en 1668, entre Francia
y España puso fin a la Guerra de Devolución) puso fin a la Guerra de Sucesión Austríaca iniciada en
1740. Los principales negociadores fueron Gran Bretaña y Francia quienes habían dirigido los dos
bandos enfrentados en la guerra, y las Provincias Unidas de los Países Bajos.
En sus cláusulas se establecía:
1. Que la mayoría de las conquistas realizadas durante la contienda fueron restituidas
a sus dueños originales.
2. La Emperatriz María Teresa I de Austria cedía los ducados de Parma, Piacenza y
Guastalla, en el norte de Italia, a Felipe, hijo del rey Felipe V de España e Isabel de
Farnesio.
3. España revalidó con Gran Bretaña el Derecho de Asiento y el permiso a este país
para enviar un barco mercante al año a las colonias españolas en América. Ambos
puntos habían sido acordados previamente el 16 de marzo de 1713 en el Tratado de
Utrecht. (El 5 de Octubre de 1750, ambas potencias llegaron a un acuerdo por el
que se eliminó este derecho a cambio de una indemnización de 100.000 libras)

[2] FERNÁNDEZ, Roberto: Carlos III. Ed. Arlanza. Madrid, 2001. p, 200.
[3] CRESPO REDONDO, José, y otros: Historia de Marruecos. Ministerio de Educación y Ciencia.
Servicio de Publicaciones. Consejería de Educación. Embajada de España en Marruecos. Embajada
de España en Marruecos. Elaborada entre 1992 a 1994. p, 103.
[4] FERNÁNDEZ, Roberto: Carlos III. Ed. Arlanza. Madrid, 2001. p, 201.
[5] TERRÓN PONCE, José Luis: Ejército y política en la España de Carlos III. Ed. Adalid.
Ministerio de Defensa. Madrid, 1997. p, 21.
[6] MORALES MOYA, Antonio: Poder político, economía e ideología en el siglo XVIII español.
Madrid, Universidad Complutense, 1883. (Tesis doctoral mecanografiada). p, 1278.
[7] Los regimientos de Infantería se computan a tres batallones de 688 plazas cada uno, los de
Caballería a un escuadrón de 672 plazas y los de Dragones a uno de 688.
[8] 3 Regimientos irlandeses, 2 italianos, 3 valones y 4 suizos.
[9] Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus Ejércitos.
Madrid. Oficina de Antonio Marín, Impresor. 1768
[10] TERRÓN PONCE, José Luis: Aproximación a la historia militar de España. El reinado de
Carlos III. Vol. I. MINISDEF. Dirección General de Relaciones institucionales. Marzo 2006. p, 312.
[11] Los grados y clases del Ejército español en 1781 eran:
Oficiales: Capitán General, Teniente General, Mariscal de Campo, Brigadier, Coronel, Teniente
Coronel, Sargento Mayor, Capitán, Teniente, Subteniente y Cadete.
Clases: Sargento 1º, Sargento 2ª, Cabo 1º, Cabo 2º, Soldado.
[12] El que siendo noble y careciendo de asistencias para subsistir como cadete, gozaba de ciertas
distinciones en su cuerpo, como son el uso de la espada, exención de la mecánica del cuartel, etc.
[13] LYNCH, John: La España del siglo XVIII. Ed. RBA. Biblioteca Historia de España. Barcelona
2005. p, 392.
[14] Que promueve riñas y pendencias
[15] LYNCH, John: La España del siglo XVIII. Ed. RBA. Biblioteca Historia de España. Barcelona
2005. pp., 397 a 403.
[16] Durante el reinado de Carlos III, el número de navíos llegó a ser de 67 y el de fragatas, de 32.
[17] PETINAL, Manuel: La campaña de Pensacola 1781. Ed. Almena. Madrid, 2002. pp. 16 a 18.
[18] Ibídem, pp. 19 a 22.
[19] Todos los trabajos de sitio, es decir, los de ataque o aproche que hace el que ataca o sitia una
plaza para aproximarse a cubierto de los fuegos.
[20] Obra destinada especialmente a ser guarnecida por un número, generalmente grande, de piezas
de artillería reunidas y a cubierto.
[21] La mina es un hueco o bóveda que se practica alrededor de las murallas, con el fin de llegar
hasta su base y provocar su hundimiento. Para luchar contra las minas se empleaba la contramina,
que era una galería subterránea dispuesta para observar al minador enemigo y hacerle inútil su
trabajo. Las minas tienen galerías, ramales y hornillos. Las galerías circundan las murallas y de ellas
parten los camales, normalmente hechos en zigzag para amortiguar los efectos de las explosiones, y
éstos finalizan en los hornillos, que son pequeñas cámaras donde se coloca el explosivo para hacerlo
estallar.

[22] ALBI DE LA CUESTA, STAMPA PIÑEIRO, SILVELA MILANS DEL BOSCH: La


caballería española. Un eco de clarines. Ed. Tabapress, S.A. Madrid, 1992. pp. 54 a 57.
[23] GÓMEZ RUIZ, Manuel; ALONSO JUANOLA, Vicente: El Estado Militar Gráfico de 1791.
MINISDEF. Madrid, 1997. p, 26.
[24] PETINAL, Manuel: La campaña de Pensacola 1781. Ed. Almena. Madrid, 2002. pp. 32 y 33.
[25] Peso antiguo de Castilla, dividido en 16 onzas y equivalente a 460 g.

[26] ALMIRANTE, José: Bosquejo de la Historia de España. Publicada con ocasión del centenario
de su nacimiento, en cumplimiento de la RO de 17 de Marzo de 1923. Tomo IV. Madrid, Sucesores
de Rivadeneira, S.A. Paseo de S. Vicente n° 20. 1923. p, 181.
[27] Árbol tropical de madera dura de gran valor, que además, se utilizaba para elaborar un tinte de
tono púrpura muy apreciado.

[28] Intendente General de la Marina, cargo equivalente a los Ministros actuales.


[29] Como consecuencia del Tratado de Utrecht, España autorizaba a los ingleses a vender en
América 144.000 negros en 30 años, a razón de 4.800 anuales; así mismo accedió a que la compañía
que obtuviera del gobierno inglés la autorización para hacer la trata enviara cada año un navío de 500
toneladas a comerciar con América. BOSCH, Juan: De Cristóbal Colón a Fidel Castro (1). El Caribe,
frontera imperial. Ed. Sarpe. Biblioteca de la Historia. Madrid, 1985. p, 379.
[30] CIERVA, Ricardo de la: Historia Militar de España. Tomo 4. Ed. Planeta. Madrid, 1984. p,
127.

[31] Durante la "Guerra de los 7 años", el mariscal de Richelieu y el almirante La Galissonière,


tomaron la isla en nombre de Francia (1756); sin embargo, el Tratado de París (1763), devolvió de
nuevo el control de la isla a Gran Bretaña.
[32] http://www.ingenierosdel rey.corn/guerras/1762_familia/1762_familia.htm
[33] El termino de Paz de Westfalia se refiere a los dos tratados de paz de Osnabrück y Münster,
firmado el 15 de Mayo y 24 Octubre de 1648, respectivamente; este último en la Sala de la Paz del
Ayuntamiento de Münster, en la región histórica de Westfalia, por los cuales finalizó la Guerra de los
Treinta Años en Alemania y la Guerra de los ochenta años entre España y los Países Bajos.

[34] ALMIRANTE, José: Bosquejo de la Historia de España. Publicada con ocasión del centenario
de su nacimiento, en cumplimiento de la RO de 17 de Marzo de 1923. Tomo N. Madrid, Sucesores de
Rivadeneira SA. Paseo de S. Vicente n° 20. 1923. p, 186.
[35] Ibídem, p, 187.

[36] ALMIRANTE, José: Bosquejo de la Historia Militar de España hasta fin del siglo XVIII.
(Publicada con ocasión del centenario de su nacimiento, en cumplimiento de la RO de 17 de Marzo
de 1923). Madrid, Sucesores de Rivadeneira SA. Paseo de S. Vicente, n° 20. 1923. p, 191.
[37] CONDE DE FERNÁN-NÚÑEZ: Vida de Carlos III. Tomo I. Librería de los bibliófilos.
Fernando Fe. Carrera de San Jerónimo 8. Madrid, MDCCCXCVIII. P, 165.

[38] Ibídem, p168.


[39] ALMIRANTE, José: Bosquejo de la Historia Militar de España hasta fin del siglo XVIII.
(Publicada con ocasión del centenario de su nacimiento, en cumplimiento de la RO de 17 de Marzo
de 1923). Madrid, Sucesores de Rivadeneira SA. Paseo de S. Vicente, n° 20. 1923. p, 191.
[40] Abertura, rotura o portillo que hace el sitiador en un recinto fortificado por medio de la
artillería o la mina.
[41] CONDE DE FERNÁN-NÚÑEZ: Vida de Carlos III. Tomo I. Librería de los bibliófilos.
Fernando Fe. Carrera de San Jerónimo 8. Madrid, MDCCCXCVIII. P, 174.
[42] ALMIRANTE, José: Bosquejo de la Historia Militar de España hasta fin del siglo XVIII.
(Publicada con ocasión del centenario de su nacimiento, en cumplimiento de la RO de 17 de Marzo
de 1923). Madrid, Sucesores de Rivadeneira SA. Paseo de S. Vicente, n° 20. 1923. pp., 192 y 193.
[43] CONDE DE FERNÁN-NÚÑEZ: Vida de Carlos III. Tomo I. Librería de los bibliófilos.
Fernando Fe. Carrera de San Jerónimo 8. Madrid, MDCCCXCVIII. PP., 174 y 175.

[44] Por el Tratado de Fontainebleau de 1762 Francia cedió a España La Luisiana, lo que afianzó la
presencia del imperio español que abarcaba desde Florida el Océano Pacífico, y mantuvo el control
católico, social y cultural de la región, en oposición a las perspectivas protestantes de control
británico.
[45] historia.mforos.coin/681747/6451858

[46] Este tenía una brillante hoja de servicios en combate y se había distinguido como
administrador y organizador en su último destino; subinspector de infantería en Aragón, Valencia y
Murcia. El motivo de haberle nombrado radicaba en esta última característica, se necesitaba un buen
administrador militar que pusiera el puerto de la Habana en buen estado de defensa y que, al tiempo,
pusiera orden en los ingresos reales y en el desarrollo de la zona prestando especial atención a la Real
Compañía Habanera y a la producción y comercio de azúcares y tabaco.

[47] SCH, Juan: De Cristóbal Colón a Fidel Castro (I). El Caribe, frontera
imperial. Ed. Sarpe. Biblioteca de la Historia. Madrid, 1985. p, 402.

[48] Pequeñas fortificaciones artilladas de características indefinidas, aunque en ocasiones aluden a


reductos pentagonales en proa, a cielo abierto y dotados de cañoneras.
[49] Lienzo de muralla entre dos torres.

[50] Cada uno de los tramos del parapeto que están entre cañonera y cañonera.
[51] En 1741 Blas de Lezo y el Virrey Eslava hicieron frente y derrotaron a una escuadra británica
defendiendo la ciudad de Cartagena de Indias, en la actual Colombia. Los ingleses tuvieron que
levantar el cerco a la ciudad con más de 6.000 muertos y 7.500 enfermos, muchos de los cuales
fallecieron en el viaje a Inglaterra.
[52] Los ingleses llamaban a este grupo Forlon Hope (vana esperanza) ya que las posibilidades de
sobrevivir eran escasas. El Forlon Hope era la unidad encargada de asaltar la brecha en la muralla.
Tradicionalmente los oficiales que dirigían esta, si sobrevivían, tenían el ascenso garantizado.

[53] La realidad era que, más de cuatro veces habían pasado las autoridades
filipinas por trances parecidos durante los reinados de los reyes Felipe III y
IV, cuando los holandeses señoreaban por aquellos mares. En todas ellas,
utilizando sus limitados recursos, lograron siempre ahuyentar al enemigo.
[54] Las diferentes fuentes consultadas estiman que la plaza disponía de una
guarnición de unos 1.000 soldados españoles y un contingente de varios
miles de filipinos.

[55] FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: Comentarios al sitio y conquista de Manila por los ingleses en
1762. Monografía del Señor Marqués de Ayerbe. (Zaragoza, imprenta de Ramón Miedes. 1897)
Boletín de la Real Academia de la Historia. 1 de Marzo de 1898. pp. 202 a 208.
[56] Esta es al menos la documentada opinión de CÁRCANO, Miguel Ángel: La política
internacional en la historia argentina. Buenos Aires, EUDEBA, 1972.
[57] Se consideraba como definitivo y resuelto el "dominio de la dicha Colonia y uso del campo
para la corona de Portugal", con la única restricción de no admitir buques aliados en los puertos
portugueses, quedando expresamente anulado el Tratado Provisional de 1681, que contradecía este
arreglo.

[58] La fortaleza de Santa Teresa se ubica en el departamento de Rocha (Uruguay), a 305 Kms de
Montevideo y a 36 Kms de la localidad internacional de Chuy, en la frontera con Brasil.
[59] Estas circunstancias, así como la presencia de contingentes ingleses frente a Buenos Aires, las
incursiones de ingleses y franceses en la Patagonia y en las islas Malvinas, unidas a la rivalidad
comercial establecida entre Buenos Aires y Lima, que generó un clima de enfrentamiento y
separación que amenazó los intereses económicos de la corona, llevaron a Carlos III a crear el
virreinato del Río de La Plata por Real Cédula de 1 de Agosto de 1776. Tendría su capital en Buenos
Aires y a la jurisdicción de ésta, que ya abarcaba Argentina, Uruguay y Paraguay, se le anexaría la
Real Audiencia de Charcas, es decir, todo el Alto Perú (hoy Bolivia), y la provincia de Cuyo, que
hasta entonces había sido jurisdicción de Chile. El Alto Perú fue incluido para que pudiera cubrir los
gastos de su administración y funcionamiento con los ingresos fiscales provenientes de la producción
de plata del Potosí.

[60] Se firmaron hasta cinco Tratados con este mismo nombre, por haberse realizado en el Palacio
Real de La Granja de San Ildefonso, residencia ocasional de la familia real española, en la localidad
segoviana de San Ildefonso.
1725, acuerdo preliminar para ajustar el matrimonio entre José I de Portugal y la
infanta española María Ana Victoria, ratificado en Madrid en 1727 y hecho efectivo
en 1729.
1742, tratado de amistad, navegación y comercio firmado entre España y
Dinamarca.
1777, por el cual España y Portugal intercambiaban territorios en Sudamérica y
África Occidental.
1796, por el que Francia y España acordaban mantener una política militar conjunta
frente a Gran Bretaña.
1800, acuerdo preliminar por el que España cedió Luisiana a Francia a cambio del
Gran Ducado de Toscana. Fue ampliado y confirmado por el tratado de Aranjuez de
1801.
[61]http://www.ingenierosdelrey.com/guenns/1776—sacramento/1776—sacramen...
[62] http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Par%C3%ADs_(1763)"
[63] THE SUNDAY TIMES: La guerra de las Malvinas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, Junio
1983. p, 41.
[64] BENDALA, MARTÍN Y PÉREZ SEOANE: La campaña de las Malvinas. Ed. San Martín.
Campañas libro nº 11. Madrid, 1985. p, 8.
[65] THE SUNDAY TIMES: La guerra de las Malvinas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, Junio
1983. p, 42.
[66] Ibídem, p. 42.
[67] BENDALA, MARTÍN Y PÉREZ SEOANE: La campaña de las Malvinas. Ed. San Martín.
Campañas libro nº 11. Madrid, 1985. p, 9.
[68] THE SUNDAY TIMES: La guerra de las Malvinas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, Junio
1983. p, 42.
[69] BENDALA, MARTÍN Y PÉREZ SEOANE: La campaña de las Malvinas. Ed. San Martín.
Campañas libro nº 11. Madrid, 1985. p, 9.

[70] THE SUNDAY TIMES: La guerra de las Malvinas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, Junio
1983. p, 46.
[71] Se denomina a sí a la guerra librada contra Inglaterra con ocasión de la Independencia de las
Trece Colonias, que supuso el último intento español de tomar Gibraltar por la fuerza de las armas, y
en la que España reconquistó la Florida y Menorca

[72] http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Versalles_(1783)
[73] FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo, en Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla
y de Aragón. Tomo VI. pp. 47 a 55.

[74] El tratado vigente por entonces era el de Lisboa de 1703, que no autorizaba a las potencias
marítimas a posesionarse por su cuenta de ningún puerto en las costas de España, antes atribuía todo
el territorio español al archiduque Carlos. Refiere el marqués de San Felipe, y muchos lo han
repetido, incluso López de Ayala, que resistiendo los ingleses la proclama, arbolaron su bandera, y
que la posesión se confirmó en consecuencia del tratado de Londres.
[75] Grandes trinchera envolventes; solían ser de tres a cinco, la primera abierta al alcance del
cañón y la última al pie del glacis, pasándose de una a otras por ramales en zigzags.
[76] SÁEZ RODRÍGUEZ, Ángel: La campaña de Gibraltar 1779-1783. Ed. Almena. Madrid,
2008. pp. 22 a 25.
[77] Con ella finalizó la Guerra de la Cuádruple Alianza.
[78] KAMEN, Henry: Felipe V, el rey que reinó dos veces. Ed. Temas de Hoy. Colección: Historia.
Madrid, 2000. pp. 190 a 192 y 198.
[79] Soldado que usaba carabina, arma similar al fusil pero de menor longitud.
[80] Abriendo camino. Historia del Arma de Ingenieros. Tomo I. Madrid, 1997. PP., 165 a 168. Se
denomina Línea de Contravalación a la obra levantada en torno al objetivo en una operación de
asedio por las fuerzas atacantes, para brindarles protección ante posibles salidas del enemigo.
También servía de Base de Partida para los ataques.
[81] SÁEZ RODRÍGUEZ, Ángel: La campaña de Gibraltar 1779-1783. Ed. Almena. Madrid,
2008. PP., 51 a 90.
[82] Ésta conservaba la traza de los ingenieros españoles de principios del siglo XVII, precedida de
foso seco, puente levadizo, glacis minado y camino cubierto. Los ingleses fortalecieron murallas y
troneras, estableciendo otras defensas adelantadas. La puerta estaba flanqueada por el semibaluarte
de San Pedro o Prince of Hesse Battery, la Batería de Hannover y la muralla medieval en zigzag que
asciende hasta la alcazaba y la Torre de la Calahorra (castillo).

[83] Durante un tiempo se gratificó económicamente a quien descubriese alguna vía practicable por
esta parte.
[84] Circunscripción militar establecida en 1723, con sede en San Roque. El Comandante General
del Campo era un teniente general que desde 1779 actuaba de manera independiente del Capitán
General de Andalucía. Esta situación habría de mantenerse hasta que una Real Orden de 9 de Octubre
de 1815 restituyera su dependencia orgánica a aquella Capitanía General. El ámbito territorial de la
Comandancia se amplió en tiempos del Gran Asedio al comprendido entre el castillo de Fuengirola
(Málaga) y Conil (Cádiz), incluyendo por el interior Medina Sidonia, Paterna de Rivera y toda la
serranía de Ubrique a Ronda y Coín.
[85] Artillero especialmente instruido en la clasificación, reconocimiento, conservación, empaque,
carga y descarga de proyectiles, cartuchos y estopines. Técnico en el manejo de explosivos.
[86] Fajina grande formada con ramas gruesas.

[87] Encajados en el terreno con un alza de 45° para hacer tiro directo contra las baterías altas de la
montaña
[88] Inutilización de una pieza de artillería introduciendo a golpes un clavo por el fogón.
[89] CARRERO BLANCO, Luis: Las Baleares durante la guerra de América en el siglo XVIII: Ed.
Menorca SA. Mahón, 1983. p, 33.
[90] Ibídem, pp. 33 y 34.
[91] El forro de cobre de la obra viva tardó en introducirse en España. Comenzó a hacerse en
algunas fragatas. Los ingleses, en cambio, venían realizándolo sistemáticamente en sus barcos, lo que
les daba mejor andar, al no ensuciarse con escaramujo la obra viva.
[92] CARRERO BLANCO, Luis: Las Baleares durante la guerra de América en el siglo XVIII:
Ed.Menorca SA. Mahón, 1983. p, 46 y 47.

[93] Luis Berton des Balbs de Quiers, duque de Crillon, había nacido en Avignon el año 1.717.
Hizo sus primeras armas como simple mosquetero en Italia, después pasó a Bretaña, sirvió más tarde
en el ejército del Mosela, ganó la batalla de Mesle, figuró en la toma de Gante y Ostende y prestó
servicios en la guerra de los Siete Años.
Enojado con el gobierno francés pasó en 1.762 al servicio de España, durante la campaña de
Portugal, donde por sus servicios se le concedió la Gran Cruz de la Orden de Carlos III y la Grandeza
de España. Se hallaba a la sazón en Madrid en expectativa de destino.
[94] Invento del ingeniero militar francés d’Arçon. Se trataba de fragatas y navíos con toda la
artillería en un costado y lastre en el opuesto para mantener el equilibrio, con casco doble y relleno
de viruta de corcho y estopa para sofocar los incendios que pudieran originarse.
[95] Tablado en forma de caballete con que se impide la entrada del agua en el combés, cuando el
buque da de quilla.

[96] http//www.todoababor.es/articulo/Espartel.htm. Este apartado está basado en un documento de


la época, perteneciente a la colección González-Aller, aparecido en la Revista de Historia naval de
1993, que narra el combate que se produjo en las inmediaciones del Cabo Espartel, el 20 de Octubre
de 1782, entre la escuadra hispano francesa de Luis de Córdoba, que bloqueaba Gibraltar y la
británica de Howe, quien acudía al auxilio de dicha plaza con pertrechos y tropas.
[97] Lugar donde dan fondo las naves.
[98] Este trabajo está basado, fundamentalmente en: PETINAL, Manuel: La campaña de
Pensacola. 1781. Guerreros y batallas. Nº 7. Ed. Almena. Madrid, 2002.
[99] España tardaría aún años en ocuparla, por falta de tropas para imponer la nueva administración
a la población criolla de la colonia, opuesta a depender de la corona española. La detención de los
cabecillas de la oposición y el convencimiento de que Francia no pensaba de ninguna manera volver
a hacerse cargo de ella, permitieron su ocupación.

[100] La ciudad de Pensacola había sido fundada por los españoles procedentes de Veracruz en
1696; tomada por los franceses en 1719; devuelta a España en 1723, y conquistada por los ingleses
en 1763. SANTALO, José Luis: La reconquista de Pensacola en 1781, en Historia y Vida, nº 116,
Noviembre 1977. p, 85.
[101] Nació en Macharaviaya (Málaga) en 1746. En 1762 toma parte, siendo teniente, en la guerra
con Portugal, poco más tarde es destinado como capitán al Regimiento Fijo de la Corona de Nueva
España, pasando varios años combatiendo a los indios apaches en Chihuahua y Texas. Participa en la
expedición a Argel en 1775, donde fue herido. Al año siguiente es nombrado coronel del Regimiento
Fijo de la Luisiana. Murió prematuramente en 1786 en México, de donde era virrey desde el año
anterior.

[102] http://www.ingenierosdel rey.com/guerras/1779_familia/1779_familia.htm


[103] MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan: El ejército de América y la descomposición del orden
colonial. La otra mirada en un conflicto de lealtades. En MILITARIA.”Revista de Cultura Militar”
nº 4. Ed. Universidad Complutense. Madrid 1992. pp., 86 y 87.
[104] Van sin tiendas ni pertrechos, que quedaron en el fondo del río por el huracán. Desconocen su
destino ya que el brigadier Gálvez lo mantiene cuidadosamente en secreto.
[105] Capital y sede del gobierno de la provincia inglesa de West Florida y el más importante
bastión británico en el Golfo de México. Se encuentra en la orilla occidental de la bahía de su mismo
nombre, en la costa del Golfo de México, entre la península de Florida y la desembocadura del
Misisipi. La isla de Santa Rosa cierra la bahía formando un amplio y excelente puerto natural, al
abrigo de los frecuentes temporales de la zona.

[106] El navío San Ramón, de 64 cañones, al mando del capitán de navío Calvo de Iriazábal, que a
la vez era jefe de las fuerzas navales de la expedición, en él viajaba el jefe conjunto de toda fuerzas,
el mariscal de campo Gálvez; dos fragatas de 36 cañones al mando de los capitanes de fragata
Alderete y Goicoechea; un chambequín y un paquebote, con 22 y 18 cañones respectivamente.
[107] Se había incluido una gran cantidad de aguardiente para los indios, apreciaban mucho esta
bebida y se utilizaba para atraerlos, o al menos conseguir que no pasaran a engrosar las filas del
enemigo.
[108] TERRÓN PONCE, J.L.: La Guerra de Sucesión en Menorca. Causas, hechos y
consecuencias. Ed. Menorca SA. Museo Militar San Felipe. Mahón, 1984.
[109] TERRÓN PONCE. J.L.: La reconquista de Menorca por el duque de Crillon. 1781-1782.
Ed. Menorca SA. Museo Militar San Felipe. Mahón, 1981. pp. 25 a 37.
[110] CARRERO BLANCO, Luis: Las Baleares durante la Guerra de América en el siglo XVIII.
Ed. Menorca SA. Mahón, 1893. p, 51.
[111] Pueblo construido enteramente por los ingleses para sustituir al arrabal de S. Felipe, núcleo de
población aneja al fuerte del mismo nombre, que servía de alojamiento a las familias de la
guarnición. Al pasar la isla a manos españolas fue rebautizado con el nombre de “Real Villa de S.
Carlos”, de ahí su actual denominación de Villa Carlos.
[112] Los regimientos eran el 51 y 61 de infantería y los de Goldacker y Prinz Ernest
hannoverianos
[113] En el pequeño fuerte de S. Felipe, situado en el cabo Molla, al lado opuesto de la Plaza y del
Puerto, había seis cañones, con una guardia de dos artilleros que se relevan cada 24 horas.
En la torre del mismo cabo Molla, se habían asentado dos morteros.
En la montaña del Toro, la más alta de la isla, se había situado un observatorio.
En la embocadura del puerto de Fornelles había un pequeño fuerte con 6 cañones y 18 a 20 hombres
de tropa.
En la entrada del puerto de Ciudadela, en el pequeño fuerte de S. Nicolás, se habían emplazado 6
cañones y se había reforzado su guarnición con 200 hombres
TERRÓN PONCE. J.L.: La reconquista de Menorca por el duque de Crillon. 1781-1782. Ed.
Menorca SA. Museo Militar San Felipe. Mahón, 1981. p, 41.
[114] Luis Berton des Balbs de Quiers, duque de Crillon, había nacido en Avignon el año 1.717.
Hizo sus primeras armas como simple mosquetero en Italia, después pasó a Bretaña, sirvió más tarde
en el ejército del Mosela, ganó la batalla de Mesle, figuró en la toma de Gante y Ostende y prestó
servicios en la guerra de los Siete Años.
Enojado con el gobierno francés pasó en 1.762 al servicio de España, donde por sus servicios se le
concedió la Gran Cruz de la Orden de Carlos III y la Grandeza de España. Se hallaba a la sazón en
Madrid en expectativa de destino.

[115] La Gaceta de Londres del 5 de Octubre de 178 publicaba una carta del general Murray, de
fecha 19 de Agosto (el día antes del desembarco de las tropas españolas), dirigida al Secretario de
Estado británico, en la que le decía que algunos días antes había sabido el intento de los enemigos y
estaba perfectamente preparado para recibirlos.
[116] Esta táctica de los buques hundidos consistía en bloquear la ría con buques anegados hasta la
arboladura a ambos lados de la misma, dejando un canal practicable en el centro que quedaba a tiro
de los cañones del fuerte, con lo que se facilitaba la entrada de buques propios, evitando al mismo
tiempo la de los enemigos.
[117] Jefe de Estado Mayor General.
[118] En la actualidad es la Base Naval de Mahón.
[119] 880 de Regimiento 51, 940 del 61, 1000 del Prinz Ernest, 820 del Goldacker, 1500 milicianos
y 400 obreros.
[120] Más tarde, con el grado de mariscal de campo, participó en la Guerra contra la Convención
Francesa (1793-1795), al mando del Ejército de Navarra.
[121] Desde el 21 de Junio de 1779 y hasta el 3 de Septiembre de 1783, fecha en la que se firma el
Tratado de Versalles, las tropas españolas asedian infructuosamente la plaza de Gibraltar.
[122] CARRERO BLANCO, Luis: Las Baleares durante la Guerra de América en el siglo XVIII.
Ed. Menorca SA. Mahón, 1893. p, 65.
[123] CRESPO REDODO, José, y otros: Historia de Marruecos. Ministerio de Educación y
Ciencia. Servicio de Publicaciones. Consejería de Educación. Embajada de España en Marruecos.
Embajada de España en Marruecos. Elaborada entre 1992 a 1994. p, 103.
[124] Fortaleza construida por los portugueses a 90 Kms al SO de Casablanca. Hoy forma parte de
la ciudad de El Jadida.
[125] GARCÍA FLORES, Dionisio: El asedio de los 100 días. El sitio de Melilla de 1774-75. En
Ristre. Año I. Nº 1. Abril-Mayo 2002. p, 60.
[126] De familia de origen británico, ingresó en el ejército español en 1719, y había participado en
gran número de acciones de guerra como el sitio de Gibraltar de 1727, la reconquista de Orán en
1735, la campaña de Extremadura en ese mismo año, guarnición en Orán hasta 1748, siendo
nombrado gobernador de Mazalquivir. Posteriormente participaría en la campaña de Portugal, siendo
nombrado Coronel y destinado en Ceuta en 1769. Estaba destinado en El Puerto de Santa María
cuando el 25 de Octubre de 1774 le llega el oficio ordenándole partir para Melilla. Alcanzada
Málaga, el 29 de Noviembre parte para Melilla adonde llega el 5 Diciembre, apenas cuatro días antes
de comenzar el asedio. Tras su heroica actuación, es ascendido a Teniente General y nombrado
Gobernador Militar y Político de Sanlúcar de Barrameda, hasta su fallecimiento el 26 de Junio de
1794.

[127] GARCÍA FLORES, Dionisio: El asedio de los 100 días. El sitio de Melilla de 1774-75. En
Ristre. Año I. Nº 1. Abril-Mayo 2002. p, 54.
[128] Desde comienzos del siglo XVI, Melilla había ido mejorando su protección hasta alcanzar en
los momentos del asedio de 1774 cuatro recintos de fortificación.
[129] GIL RUIZ, Severiano y GÓMEZ BERNARDI, Miguel. Melilla. Apuntes de su historia
militar. V Centenario de Melilla SA. 1996. p, 13.
[130] GARCÍA FIGUERAS, Tomás: Presencia de España en Berbería central y oriental. Editora
Nacional. Madrid, 1943. p, 255.
[131] Expedición encabezada por Carlos I en 1541, y las llevadas a cabo en 1601,1602 y 1608.
[132] Al parecer, el rey decidió, el 17 de Febrero, que se preparase la expedición contra Argel,
cuando aún las tropas marroquíes sitiaban Melilla, ya que empezaron a retirarse el 18 de Marzo.
[133] VOLTES, Pedro: Carlos III y su tiempo. Editorial Juventud. Barcelona, 1964. p, 127.
[134] ESTADO MAYOR CENTRAL DEL EJÉRCITO. SERVICIO HISTÓRICO MILITAR: Dos
expediciones españolas contra Argel (1541 y 1775). Imprenta del Servicio Geográfico del Ejército.
Madrid, 1946. p, 69.
[135] Como miembro del ejército español había participado en la campaña de Portugal, en la
Luisiana y en Cuba.
[136] ESTADO MAYOR CENTRAL DEL EJÉRCITO. SERVICIO HISTÓRICO MILITAR: Dos
expediciones españolas contra Argel (1541 y 1775). Imprenta del Servicio Geográfico del Ejército.
Madrid, 1946. p, 73.
[137] GARCÍA FIGUERAS, Tomás: Presencia de España en Berbería central y oriental. Editora
Nacional. Madrid, 1943. p, 258.
[138] Pertenecientes a los siguientes Regimientos: Guardias Españolas, Guardias Valonas, Rey,
Saboya, África, Guadalajara, Sevilla, Lisboa, España, Toledo, Mallorca, Murcia, Irlanda, Cantabria,
Navarra, Hibernia, Aragón, Cataluña, Príncipe, Voluntarios de Aragón, Voluntarios Extranjeros,
Suizos de Buch y Suizos de San Gall.
[139] Pertenecientes a los Regimientos: Rey, Infante, Farnesio, Alcántara, Santiago, Montesa y
Dragones de Almansa.
[140] De éstas, 161 eran españolas, 93 francesas, 25 italianas, 1 portuguesa, 35 inglesas, 11
holandesas, y 5 suecas.
[141] ESTADO MAYOR CENTRAL DEL EJÉRCITO. SERVICIO HISTÓRICO MILITAR: Dos
expediciones españolas contra Argel (1541 y 1775). Imprenta del Servicio Geográfico del Ejército.
Madrid, 1946. pp., 79 a 87.
[142] Ibídem, p, 75.
[143] GUSTAVINO GALLENT, Guillermo: Los bombardeos de Argel en 1873-1874 y su
repercusión literaria. Instituto de estudios africanos. Consejo Superior de Investigaciones
Científicas. Madrid, 1950.

[144] Don Antonio Barceló llegaba al grado de teniente general de la Marina española después de
una vida consagrada desde su adolescencia a la lucha en el mar.

A los 18 años ya mandaba un jabeque con el que en ocasiones perseguía a los piratas que
merodeaban por las costas baleares; 3 años después lograba que el monarca lo nombrase alférez de
fragata graduado. Prosiguió Barceló sus luchas con los berberiscos, así como sus victorias, y a los 30
años era nombrado teniente de fragata y a los 35, teniente de navío. Al borde de los 39 años, y en
vista de sus triunfos contra los corsarios, el rey lo nombra teniente de navío efectivo y lo incorpora al
Cuerpo General de la Armada.
A partir de este momento las campañas de Barcéló en el Mediterráneo lo encumbran paulatinamente
a los más altos grados de la Marina Real, y continúa dando muestras de su intrepidez, sobre todo en
la lucha contra la piratería.

El gran número de corsarios apresados, las heridas recibidas y la elevada cifra de cautivos cristianos
que logró rescatar son importantes partidas que hay que abonar en la cuenta de los servicios prestados
por Barceló.

[145] http://www.fas.harvard.edu/—icop/anamarialorandi.html
[146] PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica, en Biblioteca de la Historia de
España. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. p, 24.
[147] Hasta que en 1776 la provincia se convierte en virreinato del Río de La Plata, Buenos Aires
pertenece a Perú
[148] MARTÍNEZ DÍAZ, Nelson: La independencia hispanoamericana. Ed. Historia 16. Madrid,
1989. Vol. 10. p, 51.
[149] PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica, en Biblioteca de la Historia de
España. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. p, 50.
[150] Tributo del tanto por ciento que pagaba al fisco el vendedor en el contrato de compraventa y
ambos contratantes en el de permuta.
[151]PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica, en Biblioteca de la Historia de
España. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. p, 58.
[152] Españoles europeos.
[153] PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica, en Biblioteca de la Historia de
España. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. p, 61.
[154] Ibídem, p. 63.
[155] Ibídem, pp. 67 a 89.
[156] CALVO PÉREZ. Manuel: Resumen de la historia del Perú. Lima, 1922. pp., 361 a 368.
[157] Obligación impuesta a los pueblos de facilitar un número determinado de hombres, dentro de
su jurisdicción para el laboreo de las minas, haciendas y obrajes, por espacio de un año.
[158] El conflicto finalizó con la Paz de Basilea (22 de Julio de 1795), por la que Francia devolvía
los territorios ocupados en España; a cambio, ésta cedía a la primera la parte española de la isla de
Santo Domingo (los franceses ya controlaban la parte occidental de la isla, Haití, desde la firma del
Tratado de Rijswijk en 1697).
[159] Finalizó con la Paz de Amiens (27 de Marzo de 1802) por la que Inglaterra nos devolvía
Menorca, pero retenía Gibraltar y la isla de Trinidad.
[160] KAMEN, Henry: Felipe V, el rey que reinó dos veces. Ed. Temas de Hoy. Colección Historia.
Madrid, 2000. pp. 194 y 105.
[161] ZAPATERO, Juan Manuel: La Guerra del Caribe en el siglo XVIII. Servicio Histórico Militar
y Museo del Ejército. Madrid, 1990. p, 63.

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