Las Guerras de Carlos III - Agustin Alcazar Segura
Las Guerras de Carlos III - Agustin Alcazar Segura
Las Guerras de Carlos III - Agustin Alcazar Segura
LAS GUERRAS
DE CARLOS III
MADRID
SEPTIEMBRE 2008
A mi mujer, que cumple con creces lo que prometimos hace 48 años: en la
salud y en la enfermedad.
INDICE
INTRODUCCIÓN GENERAL
CAPÍTULO 1 LAS FUERZAS ARMADAS
CAPÍTULO 2 PRIMERA GUERRA DEL III PACTO DE FAMILIA
CAPÍTULO 3 CONFLICTO DE LAS MALVINAS
CAPÍTULO 4 SEGUNDA GUERRA DEL III PACTO DE FAMILIA (1779
-1783)[71]
CAPÍTULO 5 LA CAMPAÑA DE GIBRALTAR
CAPÍTULO 6 CONQUISTA DE PENSACOLA
CAPÍTULO 7 RECONQUISTA DE MENORCA
CAPÍTULO 8 CAMPAÑAS EN EL NORTE DE ÁFRICA
CAPÍTULO 9 CONFLICTOS EN LAS COLONIAS AMERICANAS
CONSIDERACIONES FINALES
ANEXO
TRATADO DE UTRECHT
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN GENERAL
Consideraciones Generales
Cuando Carlos III accedió al trono español, el país había disfrutado de
un período de paz con sus vecinos europeos. Conseguidas algunas de las
metas italianas, y comprobado el irrealismo que significaba seguir
aspirando a ganar la hegemonía dentro del continente, España había
admitido en Aquisgrán[1] (1748) la necesidad de aceptar un sistema de
equilibrios entre las potencias europeas. La asunción de esta realidad
continental fue beneficiosa para los españoles, pues había facilitado a
Fernando VI la apertura de una etapa de neutralidad que iba a permitir la
recuperación de una parte de las fuerzas interiores. Una política de paz y
crecimiento que corrió de la mano de políticos reformistas como Ensenada
y de hábiles diplomáticos como Carvajal.
La primera intención de Carlos fue la de continuar con esta política; sin
embargo, las cosas no iban a depender de su mero deseo. El contexto
europeo de su reinado en nada favoreció sus explícitas aspiraciones de
tranquilidad. En nada colaboraron en favor de la paz el progresivo
desmantelamiento del Imperio otomano, el fortalecimiento de Rusia y las
tensiones interalemanas provocadas por el ascenso de Prusia, rival cada vez
más capacitado frente al viejo Imperio austríaco. Y todavía ayudaron
menos, los diversos contenciosos que España mantenía con el manifiesto
expansionismo mercantil de Gran Bretaña.
En los catorce años que median entre los dos grandes conflictos con
Gran Bretaña, entre los años 1774-1775, el Norte de África adquirió un
cierto protagonismo al tener que soportar la agresión de las tropas
marroquíes a nuestras plazas y peñones, al tiempo que se llevó a cabo una
inusitada expedición contra Argel, con el mismo resultado infructuoso que
se obtuvieron en ocasiones anteriores.
El mundo mediterráneo no fue olvidado por la política exterior
Carolina. En el caso de Italia, el Tratado de Aquisgrán de 1748 vino a
representar una larga temporada de estabilidad que permitió a los diversos
países dedicarse a mejorar su situación interior. Eso facilitó las cosas al
monarca español, cuya principal preocupación fue que se mantuviera
inalterada la situación existente. Por eso adoptaría durante todo su reinado
una actitud protectora de sus queridas tierras napolitanas, así como de los
ducados de Parma y Piacenza, gobernados todos ellos por Borbones. Una
protección ejercida con un claro sentido preventivo para disuadir a las
Cortes de Viena y Turín de cualquier veleidad en asuntos transalpinos[2].
Finalmente, en nuestro imperio colonial americano se producen una
serie de conflictos, fundamentalmente de carácter económico y social, que
sembrarán la semilla para que en la centuria siguiente se produzca el
movimiento emancipador de las mismas. A excepción del levantamiento de
Tupac Amaru (1780-1781), los restantes no dieron lugar a grandes
enfrentamientos de tropas, si bien se traen aquí como muestra de una
situación conflictiva a la que tuvo que hacer frente la corona, precisamente
en un momento en el que simultáneamente se enfrentaba a Inglaterra en
Pensacola, Gibraltar y Menorca.
En definitiva, la política exterior carolina tuvo siempre como norte
principal de su actuación el mantener intacta la Monarquía, con especial
atención por el tesoro americano, verdadero baluarte para la economía de la
metrópoli y al que desde el inicio del reinado se trató de preservar ante las
demás potencias europeas, sobre todo frente al pujante Imperio británico.
Esa necesidad primordial y el hecho de que la dinastía hermana francesa
estuviera en idénticas condiciones frente a los ingleses, propició la alianza
estructural de la España carolina con el vecino país. Y esa necesidad fue
también la que le llevó a Carlos a romper lo que resultaba su deseo más
preciado: mantener la paz con el exterior al objeto de invertir todos sus
desvelos en el progreso del interior peninsular. Sin embargo, en el tablero
de ajedrez internacional las colonias españolas eran una pieza muy
codiciada que debían ser defendidas con uñas y dientes. La economía
española no podía permitirse su pérdida y un monarca absoluto como
Carlos tampoco. Ya lo dijo al principio de su reinado: nada quiero, pero que
nada me quiten. Y para que nada le quitaran no dudó en obtener los
recursos necesarios para hacer la guerra.
Conflictos con Gran Bretaña
En efecto, la política exterior en tiempos de Carlos III estuvo presidida
siempre por una permanente pugna con Inglaterra. A veces mediante la
diplomacia y en otras ocasiones con las armas en la mano, españoles e
ingleses dirimieron en los años centrales del siglo un duro enfrentamiento.
Los motivos centrales eran el mercado colonial americano, sobre el que
ambas potencias tenían aspiraciones, y dos espinas clavadas en el corazón
del honor hispano desde Utrecht: Menorca y Gibraltar.
Estos enfrentamientos se produjeron en el contexto de los denominados
“Pactos de Familia”, entendidos como alianzas entre España y Francia, y
cuyo nombre se debe a la relación de parentesco existente entre los reyes
firmantes, todos ellos pertenecientes a la Casa de Borbón. Se rubricaron tres
de estos Pactos, todos ellos firmados entre la Francia de Luis XV y la
España de Felipe V, los dos primeros, y la de Carlos III, el tercero.
En el período intermedio, Fernando VI (1746-1759) llevó a cabo una
política de neutralidad activa entre Inglaterra y Francia liquidando el Pacto
de Familia, lo que le desligó de apoyar a Francia en sus guerras.
Tres fueron los períodos de conflicto bélico que se dieron entre ambas
potencias siendo Carlos rey:
La participación de España en la fase final de la
Guerra de los “Siete Años”, lo que provocó la guerra con
Portugal, la ocupación británica de La Habana y Manila, y la
ocupación de España de la colonia de Sacramento (Uruguay).
El segundo enfrentamiento tuvo por escenario
las islas Malvinas, un enclave pobre en recursos pero
supuestamente importante para la navegación comercial en el
Cono Sur americano.
El tercero estuvo motivado por el apoyo
prestado por España a la independencia de las colonias
inglesas de Norteamérica iniciado en 1776 por las colonias
inglesas de Norteamérica, el cual dio lugar a: la reconquista de
Pensacola, el Gran Sitio de Gibraltar y la reconquista de
Menorca.
El primero de ellos finalizó por la Paz de París por la que Inglaterra
obtuvo de España la Florida, al tiempo que nuestra Patria consiguió la
entrega de la Luisiana por parte de Francia y de Inglaterra la devolución de
las plazas de La Habana, en Cuba, y Manila en las Filipinas, ocupadas
durante la guerra. Así mismo, hubimos de devolver a Portugal la Colonia
del Sacramento.
El conflicto de las Malvinas se resolvió sin necesidad de recurrir a la
armas, mediante el abandono de las islas por los británicos en 1774,
posiblemente como consecuencia de un acuerdo secreto entre ambas
naciones.
El tercero finalizó con otro Tratado de París o de Versalles firmado entre
Gran Bretaña y Estados Unidos el 3 de Septiembre de 1783. Los británicos
firmaron también el mismo día acuerdos por separado con España, Francia
y los Países Bajos.
España mantenía los territorios recuperados de Menorca y Florida
oriental y occidental. Por otro lado recuperaba las costas de Nicaragua,
Honduras (Costa de los Mosquitos) y Campeche. Se reconocía la soberanía
española sobre la colonia de Providencia y la inglesa sobre Bahamas. Sin
embargo, Gran Bretaña conservaba Gibraltar.
Introducción
Frente a los dos primeros borbones, Felipe V y Fernando VI, a cuyas
monarquías se las podía calificar como “militares”, dado que el
nombramiento de sus principales cargos ministeriales solían recaer en
personas vinculadas a la milicia, y en las que el Ejército era el símbolo de la
misma, en el reinado de Carlos III se observan atenuaciones, paradojas y
una lenta inclinación evolutiva hacia una sociedad más civil[5].
Sin embargo, ello no fue obstáculo para que, durante su gobierno, se
tratara de reformar el Ejército en profundidad. Sobre todo tras los primeros
fracasos del reinado, especialmente: durante la participación española en la
Guerra de los Siete Años, la pérdida de la Habana y la expedición contra
Portugal en 1762.
Y si Carlos III no manifestó demasiado entusiasmo militar, tampoco
parece que la primera nobleza del reino, los Grandes, lo tuvieran. Dice
Morales Moya[6], que son escasos los de esta clase que, en esta época
detentaban cargos de responsabilidad en la Milicia, (…) añadiendo que
éstos sólo aceptaban con gusto la comisión de mandar cuerpos
privilegiados como la Guardia Real, que rara vez entraba en fuego.
El reinado de Carlos III se caracterizó por la presencia, e influencia, de
numerosos extranjeros, tanto en el ámbito militar como en el político. En el
primero, encontramos a los italianos conde de Gazzola, Horacio Borghese y
los príncipes de Masserano y Castelfranco; al irlandés O'Reilly, al también
de procedencia irlandesa Ricardos (castellanización de Richards) y a los
franceses ingenieros, marqués de Vallière, Charles Lemaur y el duque de
Crillon, que tendrá un papel muy destacado en la recuperación de la isla de
Menorca, si bien fracasó ante Gibraltar.
Así pues, ante la renuncia voluntaria de la nobleza, poco a poco, los
empleos en los Regimientos y aun el mando de grandes unidades en tiempo
de guerra, los irán ocupando una legión de hidalgos de la última clase
nobiliaria o similar, a los que posteriormente se les concederá un título,
hábito de Orden Militar o encomienda, con ocasión de algún mérito.
El Ejército de Tierra
Los efectivos del Ejército de Tierra fueron evolucionando a lo largo del
siglo XVIII; así, de los 130.0000 hombres del reinado de Felipe V, bajaron
a 60.000 durante el de Fernando VI, para establecerse en 115.000 en 1770,
ya en tiempos de Carlos III.
En 1781, la organización del Ejército de Tierra contemplaba[7]:
31 regimientos de Infantería de Línea: 63.984
3 regimientos de Infantería Ligera: 6.192
12 regimientos de Infantería Extranjera[8]: 24.768
4 batallones de Artillería: 2.800
4 compañías de Artillería (Segovia): 400
12 regimientos de Caballería de Línea: 9.408
8 regimientos de Dragones: 5.504
Total efectivos: 113.056
A lo largo del reinado, la organización de las unidades sufrió reformas
importantes que produjeron algún cambio en la calidad de la tropa. El
arquetipo del soldado profesional procedente de los sectores marginales de
la sociedad, que caracterizaba a todos los ejércitos europeos durante el siglo
XVIII, tendía a ser sustituido por efectivos de mayor calidad, con un mayor
apego a su país y una mayor conciencia patriótica.
Desde luego aún no se trataba del soldado ciudadano que produciría la
Revolución Francesa, pero las monarquías ilustradas reformistas (aunque
absolutistas) trataban de racionalizar y humanizar la milicia en aras de una
mayor eficacia y apoyadas en las corrientes filantrópicas que circulaban en
aquel momento. En este nuevo espíritu, desde luego, se inspiraron las
Reales ordenanzas de 1768, y más concretamente su tratado II que sentaba
los principios morales por los que la milicia debía regirse desde entonces.
EL CUERPO DE OFICIALES
El individuo que deseara seguir la “carrera de las Armas” durante el
reinado de Carlos III, debía ingresar como cadete regimental con ocasión de
vacante. En efecto, a falta de una academia general para el ingreso en el
cuerpo de oficiales, en los regimientos de Infantería y Caballería de línea
existían dos plazas de cadete por compañía, reservadas para la nobleza. Para
aspirar a una de estas vacantes había que ser, como mínimo, hijodalgo
notorio. Esta obligatoriedad procedía de la Real Resolución de Felipe V de
12 de Marzo de 1738, por la que se estableció que sólo se concediesen
plazas de cadete a los títulos del reino y a sus hijos y hermanos; a los
Caballeros Notorios y a los de Ordenes Militares; a los hijosdalgo de sangre
que probasen su calidad y a los hijos de oficial de capitán para arriba. A
estos últimos se les permitía el acceso desde los doce años y al resto desde
los dieciséis.
A comienzos del reinado de Carlos III no existían, como centros de
formación militar para oficiales, más que las academias le Matemáticas de
Barcelona y Cádiz. En ellas se formaban, fundamentalmente, los ingenieros
militares.
En cuanto a la formación de los cadetes de Infantería y Caballería se
regían por un sistema de academias regimentales. En cada compañía donde
se hallaban cubiertas las dos plazas de cadete se nombraba un oficial
preceptor, que se encargaba de su educación militar. Las asignaturas
obligatorias eran: ordenanzas, matemáticas y fortificación.
El primer paso para corregir este defecto consistió en la reforma de los
cuerpos de Artillería e Ingenieros que hasta entonces formaban uno solo. En
1762 se reorganizaron estos servicios creando, respectivamente y por
separado, el Real Cuerpo de Artillería y el Real Cuerpo de Ingenieros. Al
año siguiente se creó la Academia de Artillería de Segovia para formar los
oficiales de este cuerpo[9].
A la altura de 1774, se hicieron varias propuestas referentes a la
formación de la oficialidad. Unas fueron llevadas a la práctica (aunque
duraron poco). Es el caso de la Academia Militar de Ávila (trasladada luego
al Puerto de Santa María). También, hubo otras cuyo proyecto no pasó de
serlo: como el del Colegio Militar de Cadetes.
Con estos proyectos se abría paso una nueva idea del oficial, concretada
en lo que se llamaría “oficial de mérito”, en contraposición al oficial
tradicional, representado por el combatiente de las campañas de Italia:
individualista, poco preparado intelectualmente, pero aguerrido y cargado
de honrosas heridas; poco reflexivo, pero valiente, dando más rienda suelta
al sentimiento patriótico que a la razón de estado; descuidado en el vestir,
pero viril y, finalmente, respondiendo a todo lo que se le mandare con su
honor, nunca puesto en duda a priori, impulsor, intrínsecamente, del deseo
de gloria y cuna de virtudes militares.[10]
Sistema de ascensos[11]
El cadete ascendía al primer grado inferior de oficial, es decir, a
subteniente, de la forma acostumbrada, que era cuando así lo estableciera la
arbitraria voluntad Real, con ocasión de alguna de las numerosas
promociones del reinado. No obstante, como en los demás casos respecto a
la oficialidad, el número de cadetes superaba con mucho las posibilidades
de ascenso.
En esta sociedad cerrada, prebendista y recurrente, resultaba
complicado arreglárselas sin padrinos, hasta para un individuo de condición
noble y no digamos para el que no lo fuera, a pesar de que las Ordenanzas
de 1768, con un rasgo de modernidad, contemplaban por primera vez la
posibilidad de ascenso a oficial para las clases de tropa, concretamente los
sargentos, cuando en el título XVIII del tratado II, que trata de la
consideración de los cadetes, se establecía el siguiente orden para el
ascenso a subteniente de bandera.
1. Cadete.
2. Sargento.
3. Soldado distinguido[12].
O sea, el sargento podía ascender a oficial incluso con preferencia al
soldado distinguido (que era noble). Esto suponía una gran novedad y
democratizaba los ascensos.
LA TROPA
El servicio militar era impopular y el gobierno era sensible a la
resistencia del reclutamiento obligatorio, prefiriendo reclutar voluntarios y
extranjeros[13]. Además del voluntariado, entre los españoles se utilizaban
otros dos sistemas de carácter forzoso: la leva, y, subsidiariamente, la
quinta.
La recluta voluntaria era la principal, empleándose las demás para
cubrir huecos. Cada una de ellas producía soldados de diferente índole: a la
recluta acudía el indigente y la leva forzosa se efectuaba sobre vagos y
maleantes; sin embargo, la quinta, realizada mediante sorteo, mejoraba la
calidad de la tropa reclutada, generalmente campesinos, por las numerosas
exenciones que existían.
Para efectuar la recluta voluntaria, cada regimiento comisionaba a un
oficial, un sargento y varios soldados, los cuales formaban lo que se
denominaba partida de recluta, para recorrer los pueblos haciendo
proselitismo.
Las condiciones que se exigían para el alistamiento eran las siguientes:
1. Enganche por quince años mínimo (educandos 6).
2. Edad mínima dieciséis años en tiempo de paz (educandos diez) y
dieciocho en tiempo de guerra. Edad máxima cuarenta años.
3. Ser Católico Apostólico Romano.
4. Medir cinco pies de estatura mínima (un metro y cuarenta
centímetros).
5. No ser de lo que entonces se denominaba extracción infame: mulato,
gitano, verdugo o carnicero.
Cuando por medio de la recluta no se conseguía cubrir las plantillas
(que fue lo normal durante todo el reinado), se acudía a la leva forzosa. Para
ello, se mandaba a los Justicias de los pueblos (alguaciles) a arrestar a los
denominados vagos y quimeristas[14], y se les entregaba a las autoridades
militares para cubrir las plazas vacantes en los regimientos. Estas levas
producían un soldado de inferior calidad que el de la recluta, más
conflictivo y predispuesto a la deserción.
En tercer lugar estaba el sistema de la quinta, o servicio militar
obligatorio, por sorteo que podía oscilar entre cuatro y ocho años. Se
realizaba, sobre todo, cuando las necesidades apremiaban.
Además de estas fuerzas regulares existían milicias en las que sus
miembros eran voluntarios o procedentes de levas forzosas, con la misión
de defender el territorio (ciudad o provincia) al que estaban asignados.
Realizaban prácticas periódicamente, una vez a la semana normalmente, y
vivían en sus casas dedicándose a sus labores habituales mientras no fueran
movilizados. Solo percibían un sueldo en este último caso.
La Marina[15]
Carlos III heredó de sus predecesores una marina relativamente fuerte,
construida en su mayor parte en el contexto del programa de rearme de
Ensenada. El modelo de ese programa había sido la inglesa, pero Inglaterra
no gozaba del favor de Carlos III, sobre todo después de las derrotas de
1761-1762, por lo que en los años de posguerra dirigió su mirada a Francia
en busca de ayuda técnica. Ésta envió a François Gautier, joven pero
experimentado constructor naval, quien encontró una cierta oposición en
España pero que contó con el firme apoyo de la embajada francesa y, al
parecer, también del monarca. Primero fue a El Ferrol donde planeó la
construcción de tres navíos de línea. En 1766 estaba trabajando en
Guarnizo, donde dirigió la construcción de 6 navíos en los astilleros de
Manuel de Zubiría que había firmado un contrato con la marina española.
Estos barcos fueron terminados en 1767, y se encargaron 6 más.
Gautier se apartó de los diseños navales español e inglés e introdujo el
sistema francés, es decir, barcos más grandes y más rápidos y tan pesados
por arriba que la marina española encontraba dificultades para su
navegación cuando las condiciones climatológicas eran desfavorables.
Gautier modificó con éxito el diseño para hacer frente a las necesidades
españolas, aunque nunca llegó a satisfacer a la escuela “inglesa”, cuyo
máximo exponente era Jorge Juan.
El programa de construcción naval continuó con fuerza en el decenio de
1770 y en 1778 los astilleros de El Ferrol trabajaban a todo ritmo en la
construcción de navíos de línea y de fragatas. En el decenio de 1780
también los astilleros de La Habana conocieron una intensa actividad, con
la botadura de 2 navíos de línea en 1788-1789.
España no era totalmente autosuficiente en pertrechos navales. La
marina había dejado su huella en los bosques de la península. En 1785, las
importaciones de madera supusieron a España un desembolso de 8,5
millones de reales, si bien era prácticamente autosuficiente en cáñamo y
cobre (americano).
La marina y su construcción se habían convertido en una operación de
negocios a gran escala, que utilizaba a millares de trabajadores y que
precisaba grandes sumas de dinero. Esto exigió un mayor esfuerzo de
planificación, administración y organización, aspectos necesitados también
de modernización. En 1770 se creó un cuerpo de ingenieros navales,
inspirado por Gautier y apoyado por Castejón, y a esos ingenieros se les
responsabilizó de un amplio abanico de funciones de construcción, desde
los puertos a los barcos. Los abastecimientos y el mantenimiento
constituían otro problema para la administración y de la eficacia de los
responsables de esas cuestiones dependía no sólo la utilización económica
de los recursos sino la eficacia de una escuadra en el mar.
En el curso del siglo XVIII, la marina española constituyó un cuerpo de
oficiales profesionales, reclutados y entrenados específicamente, en lugar
de ser contratados de la marina mercante o entre los corsarios. Por
desgracia, la preparación naval que recibían no era muy buena, con un
número excesivo de asignaturas teóricas y una carencia de preparación
especializada en la navegación y en la lucha. España no consiguió grandes
victorias navales y participó en muy pocas batallas de importancia durante
este siglo. Al contrario, sufrió una serie de dolorosos desastres en el mar
provocados no por la calidad inferior de los barcos o por la falta de valor,
sino por unos oficiales inadecuados que parecían incapaces de encontrar y
enfrentarse al enemigo o incluso de evitarlo de manera eficaz.
La marina española tenía una gran experiencia en guerras coloniales en
aguas americanas, aunque incluso allí se consideraba que su capacidad de
navegación era inferior a la de los ingleses. La defensa del comercio
trasatlántico era también una tarea específica que la marina realizaba con
habilidad y, para alivio del tesoro español, con éxito.
Contaba con los barcos necesarios para realizar su triple función en el
Mediterráneo, el Atlántico y América, pero no siempre contaba con la
tripulación necesaria. El déficit de marineros era crónico e irremediable por
la situación de descuido en que se hallaba la marina mercante. El total de
marineros registrados era de 50.000 en 1761 y de 65.000 en 1794, pero esas
cifras representan más necesidades que efectivos y su número real debía de
ser de 25.000.
Sin embargo, la marina española no fue descuidada por el Estado y
compitió con éxito por los recursos con el resto del sector público. El
número de navíos de línea situó a la marina española en segundo lugar
detrás de Inglaterra[16], aunque es cierto que el número no guardaba
relación con la eficacia en el mar y no revelaba la situación, muchas veces
calamitosa, de la marinería y los abastecimientos.
La embajada británica en Madrid observó y registró con toda atención el
crecimiento de la marina española y la preocupación de su gobierno le llevó
a protestar ante España afirmando que estaba desencadenando una carrera
de armamentos. El mero tamaño de la marina española producía respeto, y
en alianza con la francesa, resultaba amenazadora.
Por supuesto, el coste de esa política era abrumador y llegó el momento
en que la continuación del crecimiento de la marina estaba por encima de
las posibilidades españolas. Mientras tanto, la lucha por el imperio obligó a
España a continuar su custodia frente a Inglaterra y en la medida de lo
posible a tomar la iniciativa. Ello hizo del poder naval una prioridad para
evitar que los envíos coloniales quedaran cortados en el mar. La marina era
el custodio y, también, el destinatario de los ingresos. Los gastos de la
marina se incrementaron en los años de crisis, de guerra, de peligro o
simplemente de rearme.
Hasta 1796, España luchó por mantener su fuerza naval dentro de los
límites de sus posibilidades, pero a partir de ese año la marina española
conoció un periodo de declive durante los largos años en que España fue
satélite de Francia y estuvo en guerra con Inglaterra.
La marina española era un activo valioso para ser exhibido, protegido y,
si era necesario, retirado de la circulación. En tiempo de paz, su misión era
transportar el tesoro americano, patrullar las líneas marítimas y parecer
amenazador. La guerra determinaba una mayor discreción. En el
pensamiento estratégico español la mejor manera de utilizar la marina era
no saliendo al mar. Se planteó entonces una curiosa paradoja. Cuanto más
grande era la marina, menor era su movilidad; cuantos más cañones llevaba,
menos frecuentemente eran disparados. Había una razón detrás de esa
renuencia: el gobierno español concedía tan gran valor a la marina que no
se decidía a utilizarla; había costado demasiado como para arriesgarla en la
guerra. Así pues, la decisión fue mantener intacta la marina por su efecto
disuasorio, como instrumento de la política exterior española, pero no como
arma de guerra dispuesta a emplearla.
En los buques se utilizaban las mismas piezas de plaza y sitio que la
artillería del Ejército con montajes adaptados a las características de los
barcos. Empleaban el fuego de los cañones para destruir la arboladura de las
embarcaciones enemigas, o dirigiéndolo a la línea de flotación para
provocarles vías de agua y su hundimiento.
Las tropas de infantería y artillería de marina disponían de las mismas
armas individuales que sus homólogos del Ejército, tanto para el servicio en
tierra, en análogas misiones que infantes, como en el servicio en los buques,
su seguridad y defensa frente a los abordajes en el ataque por asalto a otro
enemigo. En estas últimas situaciones se empleaban además una extensa
panoplia de armas: hachas, chuzos, partesanas, etc.
La Táctica
En estos años, y hasta mucho después, la figura indiscutible de la táctica
fue Federico de Prusia (1740-1786), todos los ejércitos de la época
tomaban con modelo el prusiano y practicaban las enseñanzas derivadas de
las batallas y campañas ganadas por su Rey.
INFANTERÍA[17]
La parte principal del ejército lo constituía la infantería, que para el
combate desplegaba en el campo de batalla en largas líneas paralelas frente
al enemigo con muy poca profundidad, con objeto de realizar densas salvas
de fusilería. La rapidez del tiro y densidad de las descargas compensaba la
falta de precisión de las armas, cada soldado tiraba a bulto a la masa
enemiga, siendo uno de los objetivos a conseguir el obtener la superioridad
del fuego propio sobre el del enemigo.
El arma principal de la infantería era el fusil de chispa al que se lo podía
acoplar una bayoneta. Introducido a principios de siglo, produjo los
cambios en la táctica que desterraron las prácticas existentes durante los
siglos precedentes, en los que se utilizaban densas y profundas formaciones
de piqueros y arcabuceros, y en las que el choque predominaba sobre el
fuego. El invento del cartucho, hacia mediados de siglo, proporcionó una
sustancial simplificación en las operaciones de carga de los fusiles, que
contribuyó a aumentar la velocidad de tiro. Otro factor que incrementó en
gran manera la rapidez de tiro, fueron las técnicas de instrucción de la tropa
puestas en práctica por los prusianos. En esencia, consistían en una
repetición de los movimientos, hasta que el soldado, ante la orden
correspondiente, reaccionaba como un autómata, casi sin pensar, lo cual
proporcionaba un orden admirable a todas las operaciones.
El grado de instrucción y disciplina de las tropas, eran imprescindibles
para conseguir unas evoluciones rápidas y ordenadas en el campo de
batalla, dado que el mantener ordenadas en el combate largas filas de
tropas, con la escasa visibilidad producida por el humo de los disparos (se
empleaba pólvora negra que lo produce en gran cantidad), la confusión de
la lucha y las irregularidades del terreno, no era una tarea fácil. Las tropas,
para contribuir al orden de las formaciones, marchaban a paso cadencioso,
marcado por los tambores y pífanos, que a la vez servían para transmitir las
órdenes por medio de diferentes toques conocidos por todos. Se daban
también órdenes por medio de un código que consistía en diferentes
posiciones de la espada o a la voz.
Las compañías de infantería desplegaban generalmente en tres filas, la
primera rodilla en tierra y las otras dos en pie, de modo que podían hacer
fuego simultánea o sucesivamente. Con esto se lograba una gran densidad
de fuego al frente, aún cuando era prácticamente nulo hacia los flancos. Los
intervalos entre los hombres eran de la distancia del codo, con ello se
pretendía situar la mayor cantidad posible de tropa en el frente y por tanto
aumentar la densidad de fuego.
Las banderas de los regimientos y batallones se empleaban, además de
cómo símbolos del Rey por los que había que morir si fuera preciso, como
señales para situar a las diferentes unidades en el campo de batalla. Los
distintos uniformes que llevaban los regimientos no eran un mero capricho,
sino que jugaban un importante papel permitiendo distinguir a los
componentes de unos y de otros en la confusión del combate, al tiempo que
los generales y sus estados mayores podían, de un golpe de vista,
comprobar la situación de cada uno de ellos en el campo de batalla.
La organización de los regimientos incluía:
Una plana mayor, en la que se encuadraban todos los elementos
necesarios para mandar y administrar el regimiento, así como los
servicios para atender a las necesidades de la unidad.
Uno o más batallones, que a su vez estaban formados por 8 ó l0
compañías, de las cuales solían ser una o dos de preferencia y el resto
ordinarias, del centro o de fusileros, pues recibían cualquiera de estos
nombres. Las primeras eran de granaderos o una de granaderos y otra
de cazadores, y estaban formadas por personal selecto, se empleaban
en las misiones más difíciles y peligrosas o como reserva para resolver
una situación comprometida en algún lugar de la formación.
El batallón desplegaba en tres compañías de profundidad, más una
reserva. Los regimientos se disponían en el campo de batalla, alineados,
uno al costado de otro formando una larga línea muy difícil de mantener
ordenada. En ocasiones, el general, para disponer de una potente vanguardia
o reserva, tomaba las compañías de granaderos de todos los regimientos y
con ellas formaba batallones provisionales de fuerzas de élite, capaces de
ser empleados para resolver cualquier situación comprometida.
La forma de actuar era la de hacer fuego en descargas por compañías,
con objeto de desgastar la formación enemiga, para que cuando esto se
hubiera alcanzado, cargar a la bayoneta, a paso ordinario para no romper la
formación, con objeto de consumar su derrota mediante el choque. La
caballería actuaba sobre las alas del enemigo cargando al galope para
completar su destrucción La artillería se situaba en el centro y los extremos
de la alineación, para cruzar fuegos sobre la formación enemiga. Las piezas
disponían de una movilidad limitada, generalmente, una vez asentadas en el
campo de batalla no se cambiaban de emplazamiento, debido a su peso se
tardaba mucho en hacerlo, maniobrando exclusivamente con sus fuegos.
La infantería ligera y los cazadores actuaban en formaciones diluidas,
totalmente diferentes a las rígidas del orden cerrado. Los soldados se
distribuían de forma irregular, adaptándose a los accidentes del terreno,
protegiéndose cada soldado en setos, árboles, etc. El fuego lo realizaban a
discreción, eligiendo cada tirador su blanco concreto dentro de la formación
enemiga. Actuaban sobre las alas del contrario o en el centro, precediendo a
las formaciones en orden cerrado y con su fuego debilitaban,
desmoralizaban y, en definitiva, desorganizaban al enemigo. Otro de sus
objetivos lo constituían los artilleros enemigos, a los que impedían con sus
disparos el servir las piezas. En la campaña de Pensacola tuvieron un gran
empleo este tipo de unidades, ya que la naturaleza del terreno y la forma de
combatir de los indios hacían con frecuencia inútiles las cerradas
formaciones europeas.
FORTIFICACIONES Y ASEDIOS[18]
La fortificación abaluartada había alcanzado su máximo desarrollo en el
siglo XVIII. Los muros eran muy bajos, gruesos e inclinados para disminuir
el efecto de los proyectiles enemigas. La planta de estas fortificaciones era
poligonal, para facilitar el tiro cruzado y la defensa en profundidad y con
ello eliminar ángulos muertos. Disponía de numerosos obstáculos para
frenar al asaltante, y el terreno circundante se despejaba de todo aquello que
pudiera servir al atacante para protegerse y entorpecer el fuego de la
defensa. Se construían terraplenes, para facilitar la rasante de las
trayectorias de las armas del baluarte.
Los cañones componían las armas principales con que estaban dotadas
estas obras, constituyendo el esqueleto de la defensa. Otras armas que se
utilizaban eran morteros y obuses, con los que batir al enemigo a cubierto,
aunque en mucho menor número que los cañones. Sus asentamientos
estaban protegidos por gruesos muros de piedra, con troneras por las que
asomaban la boca de las piezas y permitía a los artilleros realizar la puntería
y servir las piezas a cubierto. La infantería se empleaba para la defensa
inmediata de la fortificación y para efectuar salidas que impidieran o
perturbaran los trabajos de los saltantes.
Líneas y ángulos en la fortificación abaluartada
La construcción de fortificaciones llegó a ser un arte objeto de
profundos estudios. En esta línea, el famoso ingeniero militar español
Sebastián Fernández de Medrano, fundó en los Países Bajos, en 1675, la
más prestigiosa e importante de Europa en su género, la “Academia Real
Militar del Ejército de los Países Bajos”. Medrano creó escuela y de ella se
derivaron otras posteriores en otros estados, entre ellas la de Francia, creada
por Luis XIV, centro del que saldrían, entre otros, el famoso ingeniero
francés Vauban, que perfeccionó la forma de fortificar, dando lugar al
sistema que lleva su nombre y que se empleó durante todo el siglo XVIII.
Las fortificaciones defensivas se han empleado en todos los tiempos
para que un corto número de hombres sea capaz de resistir a un ejército
mucho más numeroso con pleno éxito. Cualquier agresor que pretendiera
tomar una de estas defensas a base de un asalto directo de infantería, lo
tendría muy difícil, y sería a costa de una cantidad de bajas enorme. Por
este motivo, el sistema de ataque empleado era a base de obras que
permitieran acercarse al enemigo protegidos de su fuego, y con el empleo
de la artillería para abrir una brecha en las defensas que permitiera a la
infantería introducirse en ella. Se construían trincheras[19] con terraplenes
que iban acercándose hacia la fortificación enemiga, siguiendo direcciones
que impidieran al enemigo batirlas de enfilada, y con la suficiente
capacidad para permitir el paso y estancia de las tropas a cubierto. En los
lugares adecuados de los extremos, se levantaban pequeños baluartes para
la protección frente a posibles salidas del enemigo, que se solían dotar de
pequeños cañones de campaña.
De la misma forma se levantaban las baterías[20] para cañones y
morteros, protegidas del fuego del contrario por parapetos, que se hacían
con tierra y sacos terreros revestidos con tablas, fajinas (haces de leña fina
atados mediante cuerdas), cestones (grandes cestas de mimbre abiertas por
los dos extremos que se clavaban en el suelo y se rellenaban de tierra) y
troncos de árboles. Estos parapetos poseían normalmente un espesor
considerable, para proporcionar una adecuada protección contra los
disparos de la artillería de grueso calibre de la defensa.
En definitiva, el procedimiento para el ataque consistía, en esencia, en
acercarse a la fortificación enemiga por medio de trincheras y establecer
baterías protegidas para cañones de sitio de grueso calibre, obuses y
morteros, para con el fuego de la artillería abrir brecha en un punto de la
fortificación que permitiera a la infantería introducirse en ella y, mediante el
asalto, rendir al defensor. Se utilizaban igualmente, cuando era posible, las
minas[21], que consistían en galerías excavadas hasta un punto bajo la
muralla y que se llenaban con grandes cantidades de pólvora que se hacía
estallar.
Estas operaciones tanto en lo que se refiere a las de asedio como a la
construcción y diseño de fortificaciones eran la razón de ser de los
ingenieros militares. En estos años, en la mayoría de los ejércitos, el cuerpo
de ingenieros estaba todavía integrado en el de artillería, los dos tenían un
componente técnico muy acusado y se complementaban, aunque mantenían
la separación de su personal, incluso para hacerla más evidente, sus
uniformes eran diferentes. Era un cuerpo facultativo, es decir,
exclusivamente técnico, y su labor era la del planeamiento y dirección de
las obras; carecían de unidades propias, ya que los zapadores y minadores
estaban integrados en las unidades de artillería.
CABALLERÍA[22]
Durante el siglo XVIII, los húsares eran el prototipo de las tropas
ligeras, empleadas para misiones de reconocimiento, golpes de mano,
emboscadas, etc. Con el transcurso de los años adquirieron un enorme
prestigio.
En cuanto a los coraceros eran justamente lo contrario. Se trataba de
unidades armadas y equipadas para el choque frontal, de ahí que requirieran
hombres y ganado de excepcional fortaleza.
Tanto los húsares como los coraceros eran muy numerosos en los
ejércitos del imperio austriaco, que será el principal rival de España en
Italia. En cambio, la Caballería española nunca dispondrá de muchas
unidades de uno y otro tipo. De hecho, las pocas que se formaron en los
siguientes años estarán integradas por pasados del enemigo.
Finalmente, los dragones eran unidades instruidas, armadas y equipadas
para combatir tanto a caballo como pie a tierra. Durante el siglo XVIII
alcanzaron su mayor esplendor, perdiendo su importancia a principios de
XIX.
Durante el siglo XVIII desaparecieron los últimos vestigios de la
armadura, aunque es posible que a principios del mismo aún se llevara el
peto de la coraza, pero bajo la casaca, como en otros ejércitos europeos.
Todos los cuerpos estaban dotados de armas de fuego. En Caballería, según
la época, carabina y pistolas o sólo estas últimas. En dragones, tanto el fusil
como las pistolas, dada su capacidad para combatir tanto a pie como a
caballo.
Estos cambios, sin embargo, fueron mínimos comparados con los que
experimentó la Infantería. El fusil sustituyó al mosquete, reemplazando las
armas de chispa a las de mecha. El soldado adquirió así un armamento más
ligero y menos dependiente de los factores meteorológicos. La introducción
del cartucho, por Gustavo Adolfo, y de la baqueta de metal, por Federico de
Prusia, contribuyó además a aumentar su eficacia.
Otro avance de enorme trascendencia fue la adopción de la bayoneta.
Desaparece así la necesidad de los piqueros como protección. Las unidades
pasan a tener tantos hombres como fusiles, multiplicando
extraordinariamente el volumen de fuego disponible.
De forma inevitable, estos cambios en la Infantería afectan a la
Caballería. Frente a los fusiles, la tradicional “caracola” es no sólo
inoperante, sino suicida. Surgen entonces varias escuelas que propugnan
diferentes soluciones al problema.
El Imperio austriaco y Francia optaron por seguir confiando, al menos
en parte, en las armas de fuego. Los escuadrones de estos países, antes de
abordar al enemigo sable en mano, disparaban sus fusiles y sus pistolas, lo
que lleva consigo una notable reducción de la violencia del choque. Los
austriacos, en particular, por su experiencia contra los turcos, cuyos jinetes
irregulares eran muy sensibles al fuego, recurrían con frecuencia a éste
como principal instrumento de acción. Incluso llegaron a prever la
formación de cuadros de Caballería. Las campañas contra los turcos,
expertos en el cuerpo a cuerpo, también obligaron al mantenimiento de
numerosas unidades de coraceros, que, además, conservaron el casco
cuando ya se había desterrado en el resto de Europa. Por otra parte, las
inmensas posesiones de los Habsburgo eran capaces de abastecer a estas
tropas del tipo de caballo que requerían.
En Gran Bretaña, Malborough, en la línea iniciada por Gustavo Adolfo,
preconizó la carga a sable. Los jinetes únicamente eran autorizados a
recurrir a sus armas de fuego en caso de que fueran sorprendidos
forrajeando. Más tarde, en Prusia, Federico llevará a su perfección las
cargas a ultranza, «en muralla», bota con bota y a la máxima velocidad,
compatible con el mantenimiento de la formación. Las victorias obtenidas
contra las Caballerías de Francia y del Imperio atestiguan la eficacia de esta
táctica.
En España, se produce una perceptible evolución a lo largo de la
centuria. En 1707, Santa Cruz de Marcenado es escéptico sobre la eficacia
del Arma: si se mantienen cerrados en orden [los infantes] y no se
deshacen a un tiempo de todo su fuego, es casi imposible que la Caballería
les dañe [ ... ] Se experimentará inútil el esfuerzo de la Caballería contra
batallones cerrados tu caballería cargará sin adelantarse de la Infantería.
Once años más tarde, el conde de Montemar defiende una tesis
intermedia. Así, habla de que la Caballería puede marchar [al ataque] en
buen orden, sable en mano. Pero también dice que puede disparar por filas
y por sextos, cuartos, tercios y mitades de fila, lo que implica que los jinetes
podían hacer descargas.
El marqués de la Mina, primer coronel de Lusitania, escribe estas líneas
a mediados de siglo, es ya tajante: la Caballería no usará jamás del fuego
para el ataque, sino de la espada, y del sable los Dragones (…) la
carabina, la pistola y el fusil son para cargar a los que se retiran».
Hasta 1763 no se reorganiza la Caballería de Línea y los 19
Regimientos existentes hasta entonces quedaron reducidos a doce, cada uno
de ellos con cuatro Escuadrones de a tres Compañías. En 1786 se suprimen
los cuartos Escuadrones, quedando los Regimientos con tres Escuadrones
de a tres Compañías.
Al único Regimiento de Caballería Ligera se unió uno, de nueva
creación, que llevó el nombre de Voluntarios de España, organizándose en
cuatro Escuadrones sueltos, que se repartieron por Castilla, Aragón, Campo
de Gibraltar y Extremadura.
Los diez Regimientos de Dragones quedaron reducidos a ocho, según el
Reglamento de 1765 y algunos cambiaron de nombre; el de Belgia pasó a
llamarse Rey, el Frisia recibió el nombre de Villaviciosa y el Batavia
cambió su nombre por el de Almansa. Continuaron con cuatro Escuadrones
de a tres Compañías.[23]
ARTILLERÍA[24]
Los cañones, obuses y morteros constituían la razón de ser de los
artilleros, se agrupaban en material de plaza y sitio y material de batalla o
campaña, según su empleo. Las de plaza constituían el esqueleto de la
defensa de las mismas y eran fijas. Las de sitio se empleaban para batir las
fortificaciones en este tipo de operaciones. Estas armas eran de bronce o de
hierro, de ánima lisa y se cargaban por la boca. Sus calibres se encontraban
normalizados y no se medían en milímetros, como en la actualidad sino en
libras[25], en referencia al peso del proyectil. Los calibres de los cañones
utilizados por todos los ejércitos eran, generalmente los siguientes: de a 4,
8, 12, 16,24 y 32 libras.
Los proyectiles que lanzaban los cañones eran balas macizas,
generalmente de hierro, que describían una trayectoria más o menos
rasante en su vuelo hacia el objetivo. También se utilizaban botes de
metralla, que lanzaban sobre el enemigo una lluvia de pequeños proyectiles
a corta distancia. El alcance eficaz aproximado de los cañones iba, desde
los 2.500 o 3.000 metros de las piezas de sitio y plaza de mayor calibre, a
los 1.800 a 600 de las piezas de batalla. Si tiraban a distancias cercanas a la
máxima, la dispersión era tan grande que no era fácil hacer blanco. Una
bala de a 4 podía atravesar a 6 u 8 hombres a una distancia de algo menos
de 200 metros. Se tiraba en ocasiones a rebote, con lo que a cada salto la
bala iba causando bajas en la formación enemiga y con ello aumentaba sus
efectos.
El montaje sobre el que descansaban los cañones era de madera y de
distinto tipo, según se tratara de piezas de sitio, de plaza o de campaña, los
dos primeros eran mucho más robustos y el ultimo era, generalmente más
ligero y manejable para facilitar sus movimientos en el campo de batalla,
que se hacían a base de caballos o, incluso, a brazo de los artilleros Los de
sitio se transportaban al lugar de su empleo en un tren de artillería, columna
de numerosos carros en los que se transportaban las piezas y todos los
elementos necesarios para su manejo, iban arrastrados por caballos o
bueyes.
Los morteros tenían menor alcance y una trayectoria curva que permitía
batir objetivos situados a cubierto en fortificaciones o por los pliegues del
terreno, su empleo era para plaza y sitio. Los proyectiles que lanzaban
recibían el nombre de bombas, que eran esferas de hierro huecas que se
rellenaban de pólvora, con un orificio donde se introducía un mecanismo
para dar fuego a la carga interior y provocar su explosión.
Por su parte, los obuses participaban de las características de los
cañones y de los morteros, sus proyectiles eran bombas como las de los
morteros, y su alcance y trayectoria intermedias entre las de unos y otros.
Podían usarse en campaña o plaza y si no, normalmente, contra tropas a
cubierto.
El sistema de carga era en esencia similar al del fusil, se introducía por
la boca del cañón la cantidad de pólvora necesaria, se metía el proyectil, se
atacaba con el atacador y se cebaba con una pequeña cantidad de pólvora el
oído de la pieza (orificio por el que se daba fuego a la carga). Para efectuar
el disparo se aplicaba fuego al oído por medio de una mecha, lo que
provocaba la inflamación de la pólvora en el interior del ánima y como
consecuencia el impulso del proyectil fuera de la pieza. La velocidad de
disparo no era muy elevada, con cañones de a 4 se conseguían hacer hasta
dos disparos por minuto y con los de calibre superior menos de uno por
minuto. Las operaciones que era necesario realizar para hacer fuego eran
numerosas, aparte de cargar la pieza había que colocarla en batería, esto es,
volverla a su posición inicial que había abandonado por efecto del retroceso
del disparo anterior, limpiar el ánima de los residuos de pólvora, refrescar el
tubo, puesto que con el fuego continuado llegaba a alcanzar temperaturas
muy altas, de tal forma que podría llegar a fundirse, y otras muchas
operaciones más.
Las armas individuales de que estaban dotados los artilleros eran las
mismas de la infantería, a las que había que añadir el sable, su objeto era la
defensa de sus piezas, que eran una presa muy codiciada en las batallas.
PRIMER PACTO
El Primero fue formalizado por Felipe V de España y Luis XV de
Francia el 7 de Noviembre de 1733 en el Real Sitio de El Escorial. José
Patiño Rosales[28] y el conde de Rottembourg acordaron el pacto en
nombre de sus respectivos reyes. Se firmó durante la Guerra de Sucesión de
Polonia, uno de los conflictos internacionales de la época, que fue
aprovechada por Felipe V, para atacar a Austria y recuperar Nápoles y
Sicilia, donde entronizó como rey a su hijo el infante Carlos (el futuro
Carlos III).
SEGUNDO PACTO
El Segundo se firmó el 25 de Octubre de 1743, en Fontainebleau,
también reinando los mismos monarcas, en el transcurso de la Guerra de
Sucesión de Austria para conseguir los ducados de Parma, Plasencia y
Guastalla para el hijo de Felipe V, el infante D. Felipe, que tomó posesión
de ellos en 1748.
Fernando VI (1746-1759) llevó a cabo una política de neutralidad activa
entre Inglaterra y Francia liquidando el Pacto de Familia, lo que le desligó
de apoyar a Francia en sus guerras. A cambio, Inglaterra aceptó la supresión
del asiento de negros y del navío de permiso[29].
TERCER PACTO
La iniciativa para la firma de este Tercer Pacto de Familia la tomó
Francia a comienzos de 1761. El negociador español fue Jerónimo de
Grimaldi, un genovés al servicio de España nombrado embajador ante
Versalles, y el negociador francés fue el ministro Choiseul. El acuerdo fue
firmado por ambos, en nombre de sus monarcas, el 15 de Agosto de 1761
en París. Según los términos del mismo, los dos países harían causa común,
de forma que Quien ataca a una Corona, ataca a la otra. Cada una de las
Coronas mirará como propios los intereses de la otra su aliada.
Los principales puntos del Pacto fueron los siguientes[30]:
Ambos países se comprometen a hacer la guerra a Inglaterra.
Inglaterra deberá permitir a los buques españoles la pesca del
bacalao en los bancos de Terranova, a la vez que los súbditos de
aquella deberán salir de los territorios que han usurpado en las costas
españolas de la Tierra Firme (Belice).
Concertar mutuamente las operaciones antes de emprenderlas,
acordar la paz y compartir pérdidas y ventajas.
No hacer la paz por separado.
Confirmar el derecho de Francia a las islas antillanas de: La
Dominica, San Vicente, Santa Lucía y Tobago.
Entregar Menorca a España[31]
Persuadir al rey de Portugal para que cerrase sus puertos a los
ingleses.
Garantizar al duque de Parma, el infante D. Felipe, hermano de
Carlos ILI, la reversión del Placentino.
Así mismo, se acordaba que[32]:
Antes de tres meses a contar desde el requerimiento de apoyo
por uno de los dos países firmantes, el otro debería haber enviado 12
navíos de línea y 6 fragatas, puestas a disposición del solicitante.
Si fuera España el país que recibiera el requerimiento, debería
poner a disposición de Francia (además de la flota mencionada) 10.000
soldados de infantería y 2.000 de caballería. Si el país requerido fuera
Francia, debería enviar 18.000 hombres de infantería y 6.000 de
caballería (esta diferencia en el número de tropas se hizo de acuerdo al
tamaño del ejército de cada país).
Estas tropas estarían a las órdenes del país demandante de
ayuda, durante todo el tiempo que fuese necesario, a costa del país
requerido.
Para hacer efectivo el envío de estas fuerzas no serían
necesarias mayores explicaciones por parte del país demandante:
bastaría la solicitud de ayuda.
Las guerras en las que Francia pudiera verse involucrada como
consecuencia de los acuerdos establecidos en la Paz de Westfalia[33] o
en otras alianzas estarían exceptuadas de los puntos anteriores, salvo
en el caso de que Francia fuese atacada por tierra, en cuyo caso sí sería
socorrida por España.
Su espíritu y letra propendían a hacer permanentes e indisolubles, tanto
para Carlos Hl y Luis XV como para todos sus descendientes y sucesores,
las mutuas obligaciones de la amistad y el parentesco. Con todo, este
convenio llamado ya Pacto de Familia, no había de comenzar a estar en
vigor hasta que se hallara en paz Francia, y, sin duda, podían atravesarse
sucesos capaces de invalidarlo completamente, antes de que tornara a
verse empeñada en la guerra.
Sin embargo, cuando Grimaldi tuvo la candidez lastimosa de proponer
que los asuntos españoles y franceses corrieran unidos ante el gabinete de
Londres, se le previno que retirara prontamente la oferta, para disipar todo
recelo de que España se propusiera entorpecer la paz de Francia. Muy mal
Choiseul con que la prenda soltada por Grimaldi se le fuera de entre las
manos, hizo como que Luis XV correspondía a la hidalga conducta de
Carlos III, rehusando la separación de negocios, aunque hallara manera de
zanjar los suyos particulares. Esto no fue, en suma, sino pagar una
generosidad aparente, para exigir por un sacrificio ilusorio un sacrificio
real y efectivo: la declaración de hostilidades por parte de España a
Inglaterra el día 1° de mayo de 1762 si aun duraban entonces[34].
Ante la firma de este Tratado, Inglaterra trató de evitar el
desencadenamiento del conflicto con España, por lo que su embajador, el
conde de Bristol, presentó a nuestro gobierno la siguiente pregunta: "¿Se
'propone la Corte de Madrid unirse a los franceses y hostilizar a la Gran
Bretaña, o apartarse de la neutralidad de cualquiera modo? La negativa de
una respuesta categórica se considerará como una declaración de
hostilidades. Substancialmente, el ministro de Estado, previa la
autorización necesaria, le contestó que este paso inconsiderado y ofensivo
a la dignidad de su soberano patentizaba el espíritu de altivez y de
discordia preponderante aún, por desgracia de la Humanidad, en el
Gabinete de Londres, y hacía inevitable la guerra[35].
Ante esta contestación los británicos rompieron las hostilidades y
declararon la guerra a España el 2 de Enero de 1762, a lo que respondió ésta
del mismo modo el día 16. Durante este período final de la "Guerra de los
Siete Años", se puso de manifiesto la superioridad militar de los británicos,
que fueron capaces de terminar de vencer a los franceses y dominar a los
españoles en todos los frentes; las operaciones se realizaron en territorio
portugués, americano y filipino.
El Tercer Pacto de Familia fue renovado en 1779, mediante el Tratado
de Aranjuez, por el que ambas potencias se tomaron la revancha contra
Inglaterra en la Guerra de Independencia de los EEUU (1775-1783), en la
que entra en ese mismo año, y durante la que se recuperan Menorca y la
Florida.
Guerra con Portugal
Declarada la guerra entre Inglaterra y España, entró automáticamente en
vigor el Tercer Pacto de Familia. Para los franceses, el plan estratégico por
excelencia habría sido el realizar un desembarco en la propia isla británica,
pero siendo esto imposible, se pensó en una acción de tipo indirecto
consistente en tratar de persuadir a Portugal para que cerrase sus puertos a
los ingleses, cuyas facilidades de utilización les permitirían un rápido y
cómodo acceso a España.
A este fin enviaron a Lisboa como Ministro Plenipotenciario a D.
Jacobo O'Dun, irlandés, para que, de acuerdo con D. José Torrero,
Embajador de España, plantease al Rey D. José I si tomaría o no partido a.
favor de sus aliados los ingleses. Este Monarca no pensaba unirse a
Inglaterra; pero esto no bastaba a quien quería arrojarles de los puertos de
Portugal, y así, el 16 de Marzo de 1762, insistieron en sus peticiones
ofreciéndole una alianza constante con la Casa de Borbón si rompía la que
tenía con Inglaterra. Ante la negativa del portugués, SS. MM. Católica y
Cristianísima mandaron retirar sus Ministros, y se prepararon para la
inminente campaña.
En tiempos de Carlos III, a pesar de las guerras y vicisitudes que a lo
largo de los siglos se habían producido, la frontera entre España y Portugal
había permanecido inalterable desde el siglo XII; tan sólo se modificó
posteriormente por la anexión a España de la plaza de Olivenza, como
consecuencia de la guerra de 1801, llamada de las Naranjas.
En el momento que se va a desencadenar el conflicto, la población
peninsular portuguesa se estimaba en cuatro millones de habitantes. Con
una dependencia política de Inglaterra, que la convertía en la práctica casi
en una colonia, carecía Portugal de un ejército bien constituido. Sin
embargo, el odio secular a Castilla armó los brazos del paisanaje, que se
agolpo en enjambre alrededor del núcleo inglés, lo mismo que en los
tiempos de Aljubarrota[36].
La declaración formal de guerra la firmó Carlos III en Aranjuez el 3 de
Junio de 1762. Se constituyó un ejército de 40.000 hombres, cuyo mando
dio, por su propia elección y contra la opinión de su Ministro de Estado y
Guerra, D. Ricardo Wall, al marqués de Sarria, Teniente General y Coronel
de guardias españolas, al cual había conocido en Italia, y donde le vio
distinguirse y proceder con sumo honor y probidad Esto decidió su
designación, pese a que su salud se hallaba muy quebrantada por la gota.
FUERZAS INGLESAS
El 4 de Marzo se dio la orden de zarpar a una flota compuesta por cinco
navíos de línea de entre 60 a 90 cañones que daban escolta a 64 buques
mercantes transformados en trasportes de tropas, más cuatro buques
hospital.
El 19 entraban en la isla de Barbados donde conocieron que la
Martinica había caído en su poder, así como las islas Dominica, Santa Lucía
y Granada, esperándose en cualquier momento la ocupación de la isla de
San Vicente. Ante estos hechos, se liberaban tropas y barcos que permitían
aumentar la fuerza de esta armada, de modo que, en total, llegarían frente al
puerto de la Habana una poderosa flota de 23 navíos de línea, 24 fragatas, 3
cheques de fondo plano y unos 150 navíos mercantes de diferente tonelaje,
que transportaban a la tropa de desembarco, abastecimientos y hospitales.
En total montaban 2.292 cañones y sumaba más de 20.000 hombres entre
marinos y tropa, a la espera de un refuerzo de 4.000 soldados provenientes
de las colonias norteamericanas. La flota estaba bajo el mando del almirante
Pockock y el ejército al del teniente general George Keppel, conde de
Albermale, a quien acompañaban sus dos hermanos, uno comodoro de la
marina y el otro general del ejército.
FUERZAS ESPAÑOLAS
Por parte española el mariscal de campo D. Gutierre de Hevía, era
comandante general de una escuadra compuesta por 14 navíos de línea y 4
fragatas y si hubiera reunido todas las unidades dispersas en los diferentes
puertos españoles en esas aguas hubiera formado una escuadra de 21
navíos, 7 fragatas, 2 paquebotes y 1 jabeque que podían haber constituido
un nada despreciable enemigo para la flota británica, forzándola, incluso, a
abortar la operación, y mucho más si se hubieran unido a la flota francesa.
Pero el nuevo gobernador de la Habana y capitán general de la isla de Cuba:
D. Juan de Prado Malleza Portocarrero y Luna[46] no lo juzgó conveniente.
Este se negó a cualquier acción conjunta alegando que los buques
disponibles eran para la protección de la Habana.
Hasta finales de Noviembre de 1761 Prado no pudo embarcar hacia su
destino y esto fue después de una audiencia con el rey Carlos III en la que
le advirtió lo que se esperaba de él. En concreto una de las instrucciones
confidenciales que se le notificó fue la de crear una fortificación que
permitiera la defensa del promontorio denominado "La Cabaña". Éste
sobresalía por encima del castillo del Morro con su altura y una batería
situada sobre él permitiría no solo dominar este castillo, "llave de la
Habana", sino también bombardear la propia ciudad lo que le convertía en
una altura estratégica que debía ser debidamente protegida y defendida.
Para defender la plaza contaba con:
El regimiento de infantería de la Habana, mandado por el
coronel Alejandro Arroyo y compuesto por 4 batallones de 6
compañías con una fuerza total de 856 soldados, y los destacamentos
destinados en diferentes puntos de Cuba y La Florida.
El II° batallón del regimiento de infantería España, al mando
del teniente coronel Feliú formado por 9 compañías con 645 soldados.
El II° batallón del regimiento Aragón, mandado por el teniente
coronel Panés Moreno formado por 9 compañías con 636 soldados.
El cuerpo de dragones de la Habana, que estaba repartido por
diferentes destinos permaneciendo en La Habana una fuerza de 4
compañías compuestas por 54 soldados a caballo y 21 a pie.
Dragones de Edimburgo formado por 200 a caballo
Las instrucciones reales mandaban que, caso de sospecharse de un
ataque inglés, se creara una Junta de Guerra compuesta por los máximos
oficiales que se encontraran en la plaza bien por destino bien por accidente
como fue el caso del virrey de México, conde de Superonda, que había
cesado en su cargo e iba camino de España cuando se produjeron los
acontecimientos.
D. Juan de Prado inició las obras de fortificación en el cerro de "La
Cabaña", pero pronto las abandonó debido a la necesidad de herramientas
especiales como consecuencia de la dureza del terreno. Por el contrario, se
reforzaron los muros de la ciudad y los del castillo del Morro por
encontrarse en estado de abandono y en algunos tramos estar construidos de
mampostería y no de sillares de piedra, lo que los hacía más débiles frente
al impacto de los proyectiles de los cañones; así mismo se dotó a la
guarnición de fusiles, pólvora, munición y granadas de mano, de las que
estaba tremendamente necesitada.
Con respecto a la artillería, había suficientes cañones debido al aporte
que de los mismos hizo la escuadra y al hecho de reservarse un envío de 30
de ellos con destino al virreinato de México. El total de bocas de fuego que
tenía la Habana era de 350, incluyendo las de la escuadra.
EL SITIO
El 6 de Junio, a las diez de la mañana, se presentó la flota inglesa frente
al castillo del Morro. Tras confirmar que se trataba de una acción de guerra
se llama a formar a las milicias, se las arman y se constituyen regimientos
con ellas. Estas sumaran un refuerzo de 3350 hombres, aunque carentes de
experiencia; de éstos, los batallones de negros destacaran por su buen
comportamiento.
Al día siguiente en la Junta de Guerra se decide reforzar la defensa del
cerro de "La Cabaña"mediante el envío de una batería de cañones, lo que se
realizará a brazo, en medio de enormes esfuerzos.
Mientras tanto, ese mismo día, los ingleses dividieron sus efectivos en
tres grupos: uno se situó frente a Bucaranao, al Este de La Habana; otro se
situó frente a Cojimar (al Este de la anterior); y el tercero, se situó frente a
La Habana. En total los ingleses pusieron en tierra 12.000 soldados de
infantería y 4.000 de zapadores[47] que redujeron las pequeñas fortalezas
españolas de Bucaranao y Cojimar. Al terminar el día los soldados ingleses
están a 4 kilómetros de la fortaleza del Morro.
El día 8 se decide en Junta una de las más criticadas acciones de la
defensa: cerrar la entrada al puerto con una cadena desde el castillo de La
Punta al del Morro y hundir en el estrecho canal unos navíos que
bloquearan la entrada. Con esta decisión Prado renunciaba a cualquier
acción por parte de la escuadra que tenía, al tiempo que la encerraba sin
posibilidad de ser útil a la defensa. Los ingleses se veían así liberados del
peligro de una salida de la flota española sin necesidad de efectuar un solo
disparo; pero lo más criticado y que sigue sin comprenderse es como se
ordenó el hundimiento de tres navíos de línea en perfecto estado y de los
mejores de la flota para tan triste fin pudiendo contar con barcos mercantes
con suficiente tamaño como para desempeñar dicho papel. Así, entre el día
9 y 10 de Junio se hundieron junto a la cadena los barcos "Neptuno" de 70
cañones y el "Asia" y el "Europa" de 60 cañones cada uno.
Perdida la función de la marina, se ordenó desmantelar la artillería y
repartir ésta, junto con las reservas de pólvora, munición y el refuerzo de las
tropas de infantería de marina artilleros y marineros entre las diferentes
guarniciones. A los oficiales se les asignaron diferentes cometidos y a uno
de ellos, el capitán de navío Don Luis de Velasco y Fernández de la Isla, se
le responsabilizó de la defensa del castillo del Morro.
Al día siguiente cae la villa de Guanabacoa que estaba defendida por un
pequeño contingente de milicia. Entretanto una fuerza inglesa al mando del
coronel Carleton llega a "La Cabaña". Esta había sido armada con una
batería de cañones tal como habíamos apuntado más arriba, y guarnecida
por una fuerza de milicias, reforzada con un pequeño contingente de tropas
veteranas. Tras la primera media hora de combate las milicias se
desbandaron, en tanto que las tropas veteranas resistieron durante toda la
jornada. Ante la situación, la Junta, ordenó abandonar la posición y
despeñar los cañones que con tanto esfuerzo se habían subido, de modo que
al finalizar el día 11 de Junio "La Cabaña" estaba en manos de los ingleses.
Estos organizan otro desembarco de tropas al Oeste de la Habana
destruyendo y tomando los fuertes de la Chorrera y Torreón de San Lázaro.
De esta forma, la defensa de la Habana se torna desesperada por lo que el
gobernador ordena la evacuación de la ciudad de mujeres, niños, ancianos y
religiosos camino de Managua y Santiago.
El día 14 los ingleses instalaron 3 baterías de cañones en las alturas de
"La Cabaña" y en el castillo de la Chorrera.
A las dos de la tarde, la hora de más calor, explotan las minas y las
tropas parten al asalto. Se inicia un combate cuerpo a cuerpo por el castillo
de una ferocidad inaudita. D. Luis de Velasco reúne entorno a sí una fuerza
de 100 hombres en los parapetos que están alrededor de la bandera y anima
la defensa hasta que una bala le atraviesa el pecho. El mando de la fortaleza
pasa a D. Vicente González-Valor de Bassecourt que murió con el cuerpo
atravesado por las bayonetas enemigas mientras abrazaba la enseña
nacional. Los supervivientes rinden la fortaleza.
La toma de La Habana costó a los españoles más de 1.000 bajas y a los
ingleses unas 1.800.
Los británicos, muy impresionados por el valor mostrado por los
españoles en la defensa del castillo, y en especial con su comandante,
organizaron el traslado de D. Luis de Velasco a la Habana para que fuera
cuidado por médicos españoles, en el traslado a la ciudad la acompañará
uno de los oficiales del conde de Albermale. Dos días después fallecería el
heroico marino.
FINAL
Con la caída del castillo se sentenció la suerte de la ciudad que resistirá
hasta el día 13 de Agosto. Tras la capitulación los principales oficiales
españoles fueron embarcados y devueltos a España donde les esperaba un
juicio para dilucidar su actuación. El proceso reveló los fallos cometidos en
la defensa de la plaza de La Habana.
El capitán general D. Juan de Prado y el jefe de la escuadra D. Gutierre
de Hevia fueron condenados a privación completa de sus empleos y
condecoraciones militares, desterrados de la corte a más de 40 leguas de
ésta durante 10 arios y a resarcir a la Real Hacienda y al comercio por los
perjuicios causados con su patrimonio.
La figura del heroico D. Luis de Velasco es recordada por un
monumento a su memoria mandado levantar por el rey Carlos III en
Meruelo, próximo a su Noj a natal, en Santander. Además por Real Orden y
para que el recuerdo de su memoria permaneciera por siempre, se ordenaba
que un navío de la armada española llevara por nombre "Velasco", ahora y
siempre. Por último los ingleses rindieron un homenaje al enemigo que tan
duramente defendió su puesto luchando contra ellos y levantaron un
monumento a su memoria dentro de la abadía de Westminster que aún hoy
se puede ver.
CAPITULACIÓN DE MANILA
Ostentaba el cargo de gobernador general de las islas el arzobispo D.
Manuel Antonio Rojo, el cual, ni como capitán general, ni por edad, ni por
condiciones personales, era la persona más a propósito para hacer frente a la
crisis que repentinamente se le vino encima. Totalmente sorprendido por la
situación, el almirante inglés le conminó a la entrega de la plaza y de todo
el archipiélago.
De la misma forma que en La Habana, se constituyó una Junta de
Guerra integrada por los jefes militares, los señores de la Audiencia, los
prelados de las órdenes religiosas, los concejales y los representantes del
comercio, dándose la circunstancia de que fueran, precisamente, los
militares los que votaran por la capitulación, fundados en no disponer de
medios con que oponerse al asalto[54], mientras que los vocales civiles y
religiosos, en considerable mayoría se pronunciaron por la defensa á todo
trance.
En tanto que la Junta discutía, y a pesar del fuerte viento existente, los
ingleses desembarcaron sin oposición apoderándose de las iglesias de San
Juan, la Ermita y Santiago, edificios sólidos que constituían otras tantas
fortalezas en los arrabales, y que dominaban a las de la plaza desde las
torres. Debido al fuerte oleaje, varias lanchas zozobraron o resultaron
inundadas, a resultas de lo cual la tropa puso pie en tierra con las armas y
municiones mojadas. En estas circunstancias, un ataque vigoroso las
hubiera rechazado seguramente, pero lejos de pensar en ello, se les
abandonó la playa, dándoles tiempo para reponer lo perdido, y consolidar su
situación. No obstante, entre los acuerdos de la Junta se adoptó el que
saliera de la plaza un oidor con nombramiento de teniente general
gobernador, por lo que pudiera ocurrir.
El arzobispo Sr. Rojo, intimidado ante los invasores, suscribió cuanto
éstos le pidieron: la entrega del puerto de Cavite y de los fuertes de Luzón,
como si hubieran sido expugnados; la de un galeón que se hallaba en alta
mar, y, sucesivamente, la cesión de las islas del Archipiélago á la Gran
Bretaña, amén del reconocimiento de una deuda de 4 millones de pesos por
el rescate de los edificios, contribución e indemnizaciones á los soldados
ingleses, con la particularidad de que no alcanzando, ni con mucho, las
alhajas y bienes de las iglesias, de los conventos y de los particulares, a
cubrir la mitad de la suma, expidió libranzas por el resto contra el erario
real de España.
EL TRATADO DE PARÍS
La guerra de los Siete Años terminó en 1763, y el 10 de Febrero, se
firmó el Tratado de París[62] por el duque Choiseul, el marqués de
Grimaldi y el duque de Bedford. Los tratados de paz que pusieron fin a la
Guerra de los Siete Años, representaron una victoria para Gran Bretaña y
Prusia, teniendo las siguientes implicaciones:
Francia concedió a Inglaterra el Senegal, así como sus
posesiones en la India, a excepción de cinco plazas. En América le
cedió Canadá, los territorios al Este del río Misisipi (excepto Nueva
Orleans), Isla de Cabo Bretón, Dominica, Granada, San Vicente y
Tobago.
Inglaterra obtuvo de España la Florida, las colonias al Este y
Sureste del Misisipi y Menorca (entregada a España por Francia en
1761).
España obtuvo de Francia la Luisiana y de Inglaterra la
devolución de las plazas de La Habana, en Cuba, y Manila en las
Filipinas, ocupadas durante la guerra.
Francia conservaba la Isla de Gorée, los derechos de pesca en
las costas de Terranova y las islas de San Pedro y Miquelón. Inglaterra
le devolvió Guadalupe y Martinica.
Portugal obtuvo de España la devolución de la Colonia del
Sacramento (recuperada el 4 de Junio de 1777).
La victoria británica significó el hundimiento colonial francés, pero no
satisfizo las aspiraciones del pueblo británico, lo que motivó la
continuación de las agresiones a España y los futuros focos de conflicto con
ella, que desembocarían en el incidente de las Malvinas (1766-70), y la
Segunda Guerra del III Pacto de Familia, que trataremos en su momento.
Tampoco satisfizo a los españoles, que a partir de entonces aumentaron su
resentimiento contra los británicos, esperando la hora del desquite.
CAPÍTULO 3
CONFLICTO DE LAS
MALVINAS
La Polémica sobre su
Descubrimiento
Las 200 islas del archipiélago de las Malvinas se encuentran a unos 770
Kms al Noreste del Cabo de Hornos, cruzando la línea de los 52° de latitud,
y cubren casi 12.200 Kms cuadrados de tierra. No existen pruebas de que,
con anterioridad a los asentamientos europeos del siglo XVIII, las islas
estuvieran habitadas salvo por multitudes de focas y de aves marinas.
La polémica por su descubrimiento es larga y se inicia en los comienzos
del siglo XVI; así, diversos historiadores no británicos creen que quizá las
islas fueron avistadas por primera vez por Américo Vespucio en Abril de
1502, cuando las tempestades arrastraron su nave Atlántico abajo hasta tal
punto que "el Polo Sur estaba fácilmente 52º por encima de nuestro
horizonte". Vespucio también consigna que, poco después, su barco bordeó
la costa de una tierra ignota durante veinte leguas: "Una costa muy
accidentada, divisada intermitentemente"[63].
La segunda noticia sobre su existencia nos dice que las Malvinas fueron
descubiertas el 9 de Noviembre de 1520 por el portugués, al servicio de
España, Esteban Gomes, quien al mando del buque “San Antonio” y tras
desertar de la expedición que mandaba Hernando de Magallanes, trataba a
regresar a su puerto de partida. Si bien el citado navegante no desembarca
en ellas, sí procede a situarlas minuciosamente en su libro de navegación,
por lo que aparecerían ya en las cartas náuticas españolas de los años 1523,
1529, 1541 y 1545 con el nombre de San Antón o San Son, como lógica
derivación del nombre de su barco[64].
La opinión británica, atribuye a su vez el descubrimiento al navegante
inglés John Davis (famoso por el Estrecho de Davis y por el Paso del
Noroeste), quien presuntamente divisó por primera vez las islas en 1592,
cuando su nave fue "impulsada entre ciertas islas nunca antes descubiertas
por ninguna relación conocida, situadas a cincuenta (278 Kms) o más
leguas de la costa Este y Septentrional de los estrechos (Estrecho de
Magallanes)".
Más controvertido aún resulta el siguiente avistamiento, atribuido al
corsario inglés Richard Hawkins en 1594, quien según su relato, escrito
veinticinco años después de realizado, navegó a lo largo de "sesenta leguas
de costa... el terreno es de tierra de primera y habitado; vimos muchas
fogatas pero no pudimos hablar con los pobladores. Y lo he lamentado
muchas veces porque probablemente era un excelente territorio. Tenía
grandes ríos de agua fresca, dado que sus salientes colorean la mar en
muchos sitios... no es montañoso, sino que tiene gran parte del carácter de
Inglaterra e igualmente templado". Su relación no parece referirse a las
Falkland; ya que éstas no tienen grandes ríos y a las islas aún les faltaban
160 años para que se produjera el primer asentamiento humano. Es mucho
más probable que Hawkins navegara a lo largo de una parte de la costa
patagónica y visto las fogatas de los patagones.[65]
También Holanda reclama su cuota de gloria en el descubrimiento,
atribuyéndolo a su navegante y aventurero Sebald de Weert en 1600; sin
embargo, este holandés había dado el nombre de islas Sebaldes o
Sebaldinas a tres diminutas islas que, si bien forman parte del archipiélago
de las Malvinas, no son las que hoy se conocen por este nombre,
encontrándose situadas al Noroeste de ellas[66]. Actualmente son las
Jasons, y poco después aparecieron en los mapas holandeses de principios
del siglo XVII.
Sin embargo, no es hasta 1675 que se produce el incuestionable
descubrimiento de las islas Malvinas por el español Antonio de la Roca que
da el nombre de San Pedro a la mayor de ellas.[67]
En 1690, un marino inglés, el capitán John Strong, de Plymouth, se hizo
famoso como el primer hombre registrado (ciertamente, el primer inglés
registrado) que tomó tierra en las islas. El capitán Strong, que se dirigía a
los Mares del Sur, donde debía ejercer "represalias generales contra el rey
francés", navegó por el estrecho que separa la Gran Malvina y la Soledad.
Lo llamó "Falkland's Sound" (Estrecho de Falkland) en honor de Lord
Falkland, comisionado del almirantazgo, y el 27 de Enero de 1690 tomó
tierra para inspeccionar las ingentes cantidades de algas, gansos y
pingüinos. Más tarde, con las islas en poder de los británicos, este nombre
se haría extensivo a todo el archipiélago[68].
No sería hasta el 2 de Febrero de 1764, al arribar a las islas el francés
Louis Antoine de Bougainville, procedente del puerto de Saint Malo situado
en la costa atlántica francesa, cuando contarían éstas con sus primeros
habitantes que no serían españoles ni ingleses, sino pescadores franceses
que fundan Port Saint Louis, en la actual isla Soledad, para que les sirviera
de base en sus faenas pesqueras por aquellas aguas. El navegante francés
designó a las islas con el nombre de Malouines (derivado de Maló) que con
el uso de los españoles posteriormente pasaría a ser Malquinas y
Malvinas[69].
El Contencioso Hispano-
Británico
Por su parte, los británicos toman conciencia de la inigualable situación
geográfica del archipiélago, por lo que se desplaza hasta las islas el
comodoro Byron, abuelo del que sería famoso poeta inglés. El 15 de Enero
de 1765 entró en la Bahía de Saunders Island (Isla Trinidad), próxima a la
Gran Malvina, y le puso el nombre de Port Egmont en honor del primer lord
del almirantazgo. Byron era optimista por naturaleza y poseía parte del don
para las licencias poéticas que heredaría su nieto. Escribió que en Port
Egmont "toda la marina de Inglaterra podría entrar perfectamente protegida
de los vientos", así como que el clima y el terreno también eran buenos.
Luego, las naves inglesas partieron y Byron dio nombre a unos escollos y
promontorios de la Gran Malvina antes de poner rumbo al Estrecho de
Magallanes.
Conocidas ambas fundaciones por España, ésta siente que la soberanía y
el dominio de las islas se le empieza a escapar de sus manos, por lo que
inicia una intensa campaña diplomática para recobrar sus derechos
exclusivos sobre el archipiélago, aduciendo en su favor y ante su aliada de
aquel entonces, Francia, la «Bula Inter Coetera Divinis Majestati» del Papa
Alejandro VI publicada en 1493 por la que se concedía a España todas las
tierras por descubrir al Oeste de las Azores y a Portugal las tierras al Este de
dichas islas. Además, España esgrimía el Pacto de Familia de 1761 por el
que España y Francia se comprometían a respetarse todo tipo de territorios
estuvieran donde estuviesen. Como resultado de sus gestiones, en Octubre
de 1767, el gobierno francés obligó a Bougainville a abandonar las islas,
recibiendo de España, en concepto de indemnización, 618.000 libras, 13
sueldos y 11 dineros. Si bien los franceses cumplieron lo pactado saliendo
inmediatamente del archipiélago, los británicos se negaron a cumplimentar
el requerimiento español de desalojar Port Egmont.
La corona española envió a algunos colonos a establecerse en Port
Louis, y durante los dos años siguientes, los grupos de colonos se
mantuvieron independientes en sus asentamientos, separados por 130 Kms
de terreno accidentado y por el Estrecho de San Carlos. No se vieron las
caras hasta que en Noviembre de 1769 el balandro del capitán Hunt se topó
con una goleta española. Cada parte pidió a la otra que abandonara las islas
y cada una se comportó como si el derecho legal estuviera de su lado. Las
reclamaciones se prolongaron durante varios meses y la situación sólo se
resolvió cuando el gobernador español de Buenos Aires, Francisco
Bucarelli, envió una flota compuesta por 5 fragatas para expulsar a los
ingleses de Port Egmont.
No hubo derramamiento de sangre. El capitán Hunt ya había zarpado
con destino a Inglaterra y la guarnición de 13 marinos capituló después de
algunos disparos. El 10 de Junio de 1770, los españoles desembarcaron para
tomar posesión de todas las islas.
Ni Jorge III de Inglaterra ni Lord North, su primer ministro, deseaban
emprender una nueva guerra contra España, pero el parlamento exigió
clamorosamente que el honor nacional y las islas fuesen restituidos a Gran
Bretaña. En estas circunstancias, en Diciembre de 1770, la guerra parecía
inevitable. Gran Bretaña retiró a su embajador en Madrid y dio
instrucciones a la flota para que se aprestara a abandonar los puertos
españoles.
Sin embargo, el rey de Francia, Luis XV, comunicó a Carlos III que aún
no era el momento oportuno para una nueva guerra con Gran Bretaña, y
dado que España no lucharía sin apoyo francés, el monarca español dio
instrucciones a sus ministros para que hablaran nuevamente con los ingleses
y recondujeran la situación.
El 22 de Enero de 1770, España e Inglaterra firmaron una declaración
de paz, si bien España se reservó su posición sobre "la cuestión de derecho
preferente de soberanía de las Islas Malvinas, llamadas asimismo Islas
Falkland". La copia inglesa de la declaración simplemente omitía la última
cláusula, pero a pesar de todo hubo alboroto en el parlamento, ya que la
oposición consideraba que España no había retrocedido lo suficiente y que
la restitución era incompleta; sólo fue devuelto Port Egmont, no las Islas
Falkland. Y lo que era aún peor, corría el firme rumor de que secretamente
Gran Bretaña había accedido a abandonar su establecimiento de Port
Egmont y sus reivindicaciones respecto a las islas.
Siempre ha sido difícil demostrar la existencia de este acuerdo, pero no
hay duda de que España (y posteriormente Argentina) creía firmemente en
su existencia y que la facción de la oposición en el parlamento inglés lo
sospechaba.
No obstante, fue la propia desolación de las islas las que impusieron su
lógica, por lo que el primer ministro Lord North hubo de recurrir al
ingenioso lexicógrafo, doctor Samuel Jonson, para que redactase un folleto
denominado "Pensamientos sobre las últimas transacciones relativas a las
Islas Falkland", en el que manifestaba: "Hemos mantenido el honor de la
Corona y la superioridad de nuestra influencia. Aparte de esto, ¿qué hemos
conseguido? Nada más que una triste y deprimente soledad, una isla
apartada del uso humano, tempestuosa en invierno y árida en verano; una
isla que ni siquiera los salvajes del sur se han dignado habitar, donde debe
mantenerse una guarnición en un estado que contempla con envidia a los
exiliados de Siberia, cuyo dispendio será perpetuo y su utilización sólo
ocasional y que, si la fortuna le sonríe a nuestros esfuerzos, puede
convertirse en un nido de contrabandistas en tiempos de paz y en tiempos
de guerra en el refugio de futuros bucaneros".[70]
La opinión de Johnson prevaleció porque, si bien España devolvió
formalmente Port Egmont a los ingleses el 16 de Septiembre de 1771, Gran
Bretaña no hizo el menor intento por consolidar su ocupación. Tres años
después, en Mayo de 1774, los ingleses se retiraron totalmente, dando pie a
que se confirmaran las sospechas del acuerdo secreto con España al que
hemos aludido más arriba.
Fuera como fuese, los británicos no regresaron hasta 60 años después,
momento en que el imperio español ya se había derrumbado.
CAPÍTULO 4
SEGUNDA GUERRA DEL III
PACTO DE FAMILIA (1779 -1783)
[71]
Introducción
En 1776 ocurrió un hecho llamado a tener una decisiva importancia en
la Historia Contemporánea y que dio lugar posteriormente a la declaración
de guerra de España a Inglaterra, y en el marco de la misma, al último
intento español de recuperar por la fuerza de las armas la irredenta colonia
de Gibraltar. Este suceso extraordinario fue la Declaración de
Independencia de las Trece Colonias de la Metrópoli británica.
No vamos a entrar en las causas que motivaron tal declaración, entre las
que se mezclan cuestiones como el rechazo a la capacidad del parlamento
británico para aprobar nuevos impuestos sin el consentimiento de los
colonos norteamericanos o la decisión de las autoridades inglesas a poner
un límite, los montes Allegheny, a la "marcha hacia el Oeste", por no ser
objeto de este trabajo. Sí en cuanto a las consecuencias inmediatas. En
efecto, el enfrentamiento de las Trece Colonias con la Metrópoli tuvo
especial incidencia en el marco internacional, ya que dio pie a Francia a
llevar a cabo una política de revanchismo, y a España para tratar de rebajar
el creciente poderío inglés.
En cuanto a la intervención directa y armada, Francia, después de un
cierto titubeo inicial, inició a primeros de 1778 las hostilidades contra su
Majestad Británica, mientras una vacilante España tardaría aún un año más
(Julio de 1779) en declarar la guerra. Sin embargo, la postura española antes
de la ruptura de las hostilidades no fue de total pasividad, ya que ayudó en
cuanto pudo al naciente estado ultramarino. Esta ayuda se materializó en
aportación económica (más de 600.000 pesos fuertes), envío de armamento,
y en la apertura de sus puertos, especialmente los de Hispanoamérica, a los
corsarios norteamericanos. La ayuda española, trascendental para el logro
de la independencia norteamericana nunca ha sido reconocida como se debe
por la historiografía de los Estados Unidos.
Previamente a la ruptura de las hostilidades España había enviado a
Londres una propuesta de mediación en el conflicto, inspirada en la
esperanza de recuperar Gibraltar, que fue rechazada por el gobierno inglés
en marzo de 1779. En vista de ello, el conde de Floridablanca admitió una
propuesta de alianza con Francia que fructificó en la firma de la
Convención Secreta de Aranjuez, firmada el 12 de Abril de 1779.
Finalmente, España declaró la guerra a Inglaterra el 16 de Julio de 1779.
Desde el punto de vista militar las operaciones realizadas por los
españoles fueron tres:
Fortificaciones de
Gibraltar. Siglo XVII
Los días 2 y 3 de Agosto los navíos ingleses y holandeses tomaron
posiciones en la bahía, a pesar del fuego de la plaza, preparando el ataque
general, pero dirigiendo el esfuerzo principal contra el muelle Nuevo.
Simultáneamente, el príncipe de Darmstadt envió una carta al gobernador
D. Diego de Salinas, incluyendo otra del archiduque Carlos intimándole a la
rendición, lo que fue rechazado.
El día 4 rompieron el fuego los cerca de 1500 cañones de la flota, que
en unas seis horas arrojaron más de 15.000 proyectiles sobre la plaza,
desmontando todas las piezas en ambos muelles y abriendo una brecha en la
cortina del recinto.
Previamente había desembarcado una fuerza de unos 2.300 soldados de
infantería en la desembocadura del río Guadarranque, donde se hallaba una
compañía de 30 milicianos a caballo, que fueron ahuyentados, tras de lo
cual ocuparon la zona del istmo, impidiendo la entrada de socorros. A
continuación avanzaron por aquel frente, al tiempo que las lanchas de la
escuadra asaltaban los muelles. En el Nuevo hicieron volar los defensores
una mina que causó la destrucción de siete lanchas, causando la muerte a 2
oficiales y 40 marineros y dejando en tierra 60 heridos; mas ni con este
daño ni con la vigorosa defensa desde la cortina se pudo contener el empuje
de los asaltantes, que pronto se hicieron dueños de aquellas posiciones y del
castillo inmediato.
Nuevamente Rooke y Darmstadt,
intimaron la rendición al Gobernador en honrosas condiciones, por las que
se permitía á la guarnición salir en el término de tres días, con armas,
bagajes, caballos, víveres para seis jornadas y tres cañones de bronce con
doce cargas.
Firmada la capitulación, Gibraltar pasó a ser la primera ciudad de
España en que se proclamaba el señorío de Carlos III, en cuyo nombre tomó
la posesión el príncipe de Darmstadt, haciendo arbolar en la muralla el
estandarte imperial[74].
El Asedio de 1704-1705
El rey D. Felipe, de acuerdo con su abuelo, reaccionó inmediatamente
para neutralizar el efecto que en Europa produjera la ocupación de Gibraltar
emprendiendo su asedio, sin dar tiempo á que los aliados aumentaran las
obras de defensa. Para ello, tomo la resolución de abandonar la campaña de
Portugal y que pasaran al campo de Algeciras las mejores tropas, en número
de 9.000 españoles y 3.000 franceses puestos á las órdenes del marqués de
Villadarias, así como M. Renau de Elizagaray, ingeniero general. El barón
M. de Pointis puso en tierra artillería, con la cual, abierta trinchera el 24 de
Octubre, se estableció la primera batería, que rompió el fuego el 27.
Leake, sucesor de Rooke, salió de Lisboa con una flota, y se presentó el
9 de Noviembre ante Gibraltar venciendo a la flota francesa que sitiaba la
plaza por mar e introduciendo en la misma las municiones y víveres que
precisaban para sostenerse. A mediados de Diciembre llegó una nueva
expedición de nueve navíos que introdujeron una fuerza de 2.000 hombres
y vituallas, de las que estaba ya muy necesitada la guarnición.
Villadarias organizó un asedio terrestre basado en la artillería pesada
emplazada en el istmo, que, paulatinamente y por medio de trincheras y
paralelas[75], fue aproximándose a las defensas del Norte de Gibraltar.
Mientras tanto, el bloqueo naval dependía de la escuadra del francés barón
de Pointis.
Las avanzadas hispano-francesas se establecieron a 600 metros del
objetivo, según establecía la norma fijada por el ingeniero francés Vauban
en el siglo XVII. Sin embargo, estos criterios eran de dudosa eficacia contra
el Peñón, dado el dominio que tiene la montaña de Gibraltar hacia el Norte
en relación a sus defensas del “Frente de Tierra”, que es la verdadera línea
fortificada de la ciudad, lo que le permitía hostigar a las avanzadas
españolas desde aquellas alturas. A pesar de ello y aunque la Torre Redonda
o "El Pastel" avanzaba su frente defensivo por la cara occidental del tajo
más de 150 metros hacia las líneas españolas, el general marqués de
Villadarias hizo que la primera paralela se abriese a los 600 metros
preceptivos del “Frente de Tierra”.
Las trincheras disponían de baterías de morteros y cañones, de
almacenes de proyectiles y pólvora y de banquetas para poder hacer fuego
de fusilería por encima de los parapetos, mientras a retaguardia se
encontraban los depósitos de trinchera con los materiales y herramientas
para proseguir las obras. Partían de una zona de huertos y molinos de viento
situados al Norte del istmo que hasta entonces habían surtido de verduras y
hortalizas a los gibraltareños.
Aunque ya en este asedio se inició la fortificación sobre el tajo norte, en
la llamada Willis' Battery, su eficacia fue escasa y las trincheras españolas
llegaron a escalar el piedemonte, amenazando las defensas avanzadas. Para
ello hubo de superar la laguna, un terreno pantanoso localizado a 200
metros al Norte de sus defensas; esta sería la vez que más podrían acercarse
las fuerzas atacantes a las murallas gibraltareñas, pues más tarde esta zona
fue convertida en obstáculo insuperable por los británicos.
Los dos intentos lanzados por Villadarias fracasaron. El primero, por las
alturas de la montaña, fue conducido por peligrosos senderos de la cara
oriental por un pastor gibraltareño, aunque la falta de refuerzos y
municiones hizo que acabara en desastre; con posterioridad, el ejército
británico procedió al minucioso tallado de aquellos senderos hasta hacer
imposible que esa acción pudiera repetirse. El segundo, en Febrero de 1705,
se llevó a cabo por las defensas que preceden a la Puerta de Tierra y se llegó
a ocupar momentáneamente "El Pastel". Nunca volvería a estar tan cerca la
recuperación de la plaza. Entonces el marqués fue sustituido mariscal Tessé.
En Abril se levantó el infructuoso sitio mientras continuaba la Guerra de
Sucesión, con muy diversas alternativas, como la toma de Menorca por los
austracistas en 1708. En plena Guerra de Sucesión Española murió el
Emperador de Austria, José I, sucediéndole el propio Archiduque Carlos,
que accedió al trono imperial en 1711 como Carlos VI, lo que provocó la
disolución de la Gran Alianza de La Haya.
La paz se firmó en Utrecht en 1713, confirmando la posesión británica
de Gibraltar y Menorca.[76]
El Asedio de 1727
La recuperación de Gibraltar fue siempre uno de los ejes de la política
exterior de Felipe V. Ya durante la negociación de la Paz de Cambrai[77]
(1722-24) pareció que el rey Jorge I de Inglaterra se avenía a ello, y durante
las negociaciones del embajador Ripperda ante el emperador de Austria
para conseguir el matrimonio del infante D. Carlos con María Teresa, hija
del Emperador, se trató la ayuda de Austria a España para recuperar
Menorca y Gibraltar, que se confirmó en el llamado Tratado de Viena,
firmado entre España y Austria en 1725[78].
Por su parte los británicos, preocupados por la política de rearme naval
español y el renovado interés del nuevo ministro de Felipe V, Patiño, por
sus colonias americanas, reaccionaron ante el Tratado de Viena con la firma
de una alianza con Francia (Tratado de Hannover) en 1726 y el bloqueo de
la ciudad de Portobello.
Como
consecuencia de esta política de desencuentro hispano-británica, el rey
Felipe V ordenó en Diciembre de 1726 que las tropas españolas se
dirigieran a Gibraltar. En este contexto, el Ingeniero General Próspero de
Verboom, que se hallaba en Pamplona realizando tres proyectos para la
defensa de la plaza y un plano general de la misma, fue llamado a Madrid
en Septiembre de 1726. En Febrero de 1727 comenzó el asedio de la roca
mediante un ejército al mando del marqués de las Torres y compuesto por
30 batallones de infantería, 6 compañías de carabineros[79], 900 caballos y
un tren de sitio de 100 cañones, numerosos morteros y 4.000 quintales de
pólvora. Próspero de Verboom iba integrado en el ejército sitiador en
calidad de Jefe de los Ingenieros de sitio.
Sitio de Gibraltar en 1727
Desde el primer momento, las relaciones entre Verboom y el marqués
de las Torres fueron difíciles ya que venían de diferencias anteriores. Este
antagonismo del marqués le predispuso en contra de aceptar las propuestas
de Verboom para el sitio de Gibraltar.
El ataque español comenzó por la zona del Diablo (en las proximidades
del Muelle Viejo), pero como los trabajos se efectuaban por debajo del
monte, fue preciso abandonar las trincheras a causa del destrozo que
causaban en los sitiadores la gran cantidad de piedras que arrojaban los
británicos desde la escarpa. Posteriormente se emprendieron ataques por el
otro lado del istmo, que fracasaron igualmente a pesar de que era el punto
de ataque más apropiado.
Ambos ataques contaron con la desaprobación de Verboom, quien en un
dictamen presentado al Consejo de Generales que se celebró en Enero de
1727 informó al marqués de las Torres de lo siguiente: "... es infructuoso el
ataque por tierra, y mientras no haya fuerzas marinas para contrarrestar
las inglesas y hacer el ataque verdadero por mar,... con sólo una división en
el istmo es quimera pretender ganar a Gibraltar."
La superioridad naval británica daba la razón a Verboom y puso de
manifiesto lo inútil del asedio, pues sus barcos abastecían a la colonia por
mar. Los ingenieros directores D. Francisco Montaigu y D. Diego Bordik
corroboraron esta opinión al marqués de las Torres el 18 de Mayo de 1727,
en su respuesta a la pregunta sobre la posibilidad de continuar el asedio, que
calificaron de infructuoso.
El final de esta tentativa española de recuperación del Peñón ocasionó
más de 600 muertos y gastos cuantiosos, sin más resultado que la
construcción de una línea de fortificaciones frente a Gibraltar proyectadas
por Verboom, origen de la ciudad de la Línea de la Concepción (corrupción
del término "contravalación")[80].
La Campaña de Gibraltar de
1779-1783
El tercer y último intento de la corona española para recuperar la plaza
por medio de las armas dio lugar al Gran Asedio, que se extendió durante
44 meses, entre 1779 y 1783.[81]
DEFENSAS DE LA PLAZA
El estallido del nuevo conflicto coincidió con el mejor estado defensivo
de Gibraltar de toda su historia. Los expertos de la época coincidían en que
su extraordinaria naturaleza geográfica, unida a las defensas perfeccionadas
por los ingleses a lo largo del siglo XVIII, la habían hecho inexpugnable.
El esquema defensivo de la península gibraltareña constaba de tres
frentes fortificados: Norte, Oeste y Sur, ya que el Oriental era inaccesible
por su carácter acantilado.
Frente Norte
El frente Norte era el orientado al istmo, único lugar accesible por
tierra. Era el más complejo de todos, puesto que combinaba tres líneas de
posiciones escalonadas en profundidad y altura, aprovechando la progresiva
e inmediata elevación de la “roca”.
La primera se extendía al nivel del mar, desde la falda de la montaña
hasta la cabeza del Muelle Viejo, incluyendo la Puerta de Tierra, a lo largo
de medio kilómetro de anchura en un esquema defensivo que había
aprovechado el español del tiempo de los Austrias, trazado, a su vez, sobre
el diseño medieval. Coincidía con el límite Norte de la población definido
por su núcleo principal, la Muralla de San Bernardo, Batería Real o Gran
Batería, bajo la que se abre la Puerta de Tierra[82].
Por el Oeste contaba con el baluarte de San Pablo o North Bastion y la
batería de la cabeza del Muelle Viejo o Lengua del Diablo. Esta
prolongación de la línea defensiva septentrional, que penetra en aguas de la
bahía de Algeciras a lo largo de 200 metros con una treintena de piezas de
artillería, tuvo enorme repercusión al batir las avanzadas españolas por la
costa de Poniente del istmo.
La segunda, o intermedia, estaba constituida por una serie de
emplazamientos artilleros parcialmente excavados en la roca, situados a
unos 100 metros de altura. Estas fortificaciones ocupaban la zona del
"Pastel" o Torre Redonda del Gibraltar español, la que atacaron las fuerzas
de Villadarias en el primer asedio y que recibió atención prioritaria por
parte de los ingenieros británicos en su primer cuarto de siglo de presencia
en el Peñón. El conjunto conectaba con el nivel de defensas superiores
(Willis) por medio de la Trinchera de la Brecha.
La tercera era la más elevada y comprendía las posiciones situadas por
encima de los 100 metros; es decir, desde el nivel del castillo medieval
hacia arriba. Las primeras posiciones británicas en esa parte datan del
mismo año de la conquista de Gibraltar; después se fueron multiplicando
los emplazamientos de este enclave.
Por encima de todas ellas se habilitó espacio para otras más pequeñas,
llegando a instalarse piezas en lugares inimaginables por su escarpadura
montadas sobre armazones de madera.
A partir del Gran Asedio fueron excavadas en la pared Norte del Peñón
las denominadas Ince's Galleries. Se originaron casualmente al ser
practicados vanos de ventilación en las galerías que se excavaban para
buscar nuevos emplazamientos artilleros en los salientes rocosos del tajo en
zonas inaccesibles desde el monte. Entonces se comprobó su utilidad como
troneras orientadas al istmo, ya que dominaban las líneas enemigas. Las
obras comenzaron en Mayo de 1782 y se emplazaron media docena de
cañones, sin que llegasen a aportar ningún efecto militar durante este
conflicto.
Frente Oriental
Inaccesible por su carácter acantilado, unía a sus escarpaduras naturales
la labor de los zapadores británicos, que volaron cualquier sendero que
permitiese el acceso desde España[83].
La guarnición británica
Gibraltar se encontraba en permanente estado de alerta. El celo de sus
jefes militares hacía que incluso en épocas de paz, cuando la relación con
sus vecinos españoles era cordial, todo cañón de la plaza se encontrase
cargado de manera permanente, disponiendo siempre los polvorines de cada
batería de al menos cinco cargas completas por pieza. Por tanto, cuando se
producía la ruptura de hostilidades con España había poco que improvisar.
Cuando comenzó el Gran Asedio la guarnición de la plaza ascendía a
5.382 hombres. Estaba compuesta por seis compañías de artillería, ocho
regimientos de infantería y una compañía de artificieros[85] bajo el mando
de ingenieros militares. Como expusiera con absoluta claridad en 1901 el
general G. S. White, Gobernador y Comandante en Jefe de la plaza: en
Gibraltar la artillería es la principal arma defensiva y la infantería debe
considerarse como subsidiaria de aquella. Así habría de demostrarse en los
meses siguientes, en los que artilleros e ingenieros, muy inferiores en
número a los infantes, tuvieron absoluto protagonismo.
Los regimientos de infantería de línea del ejército británico constaban
por lo general de un solo batallón formado por ocho compañías de fusileros,
dos "de flanqueo", una ligera de escaramuzadores y otra de granaderos,
totalizando unos 477 hombres, mandos incluidos; aunque se dieron algunas
excepciones de regimientos de dos batallones que, finalmente, daban lugar
a un nuevo regimiento.
Mandaba la guarnición el general G. Augusto Elliott como gobernador
militar, auxiliado por el teniente general R. Boyd, vice-gobernador. Elliott
dirigió con eficacia y rigor las fuerzas puestas bajo su mando, debiendo
afrontar numerosas dificultades muchas veces derivadas de las penalidades
impuestas por el bloqueo enemigo.
La tropa y oficialidad estuvieron alojadas en tiendas y barracas en la
zona sur del Peñón y en viviendas de la población, lo que tuvo que ir
variando conforme el bombardeo enemigo hacía inseguros algunos de estos
lugares.
Fuerzas españolas
Las tropas de infantería españolas que participaron en algún momento
de este asedio fueron: cuatro batallones de Guardias Españolas y otros
cuatro de Guardias Valonas; el I Batallón del Regimiento de América; los Iº
y IIº del de Extremadura; uno de Córdoba; los Batallones Iº y IIº del
Zamora; el Iº del Regimiento de Cataluña; el de Guadalajara; el de Murcia;
el de la Princesa, y el de Burgos. Además, milicias provinciales y tropas de
infantería ligera, como tres divisiones de granaderos y cazadores
provinciales, entre ellos los granaderos provinciales de Andalucía, Ciudad
Real, Guadix, Logroño y Toro, así como los cazares provinciales de Jerez,
Lorca y Soria, y tropas del Regimiento Fijo de Ceuta. También unidades de
los Regimientos de voluntarios provinciales de Écija, Murcia, Salamanca y
Toledo y de los de milicias de Bujalance, Jaén y Sevilla; el Batallón de los
Voluntarios de Aragón; el de Voluntarios de Crillon y su Compañía de
cadetes; los escopeteros de Getares, y la llamada Compañía de Voluntarios
del Bloqueo.
Entre la infantería extranjera del ejército español se dieron cita el
Regimiento irlandés de Ultonia, los italianos de Milán y Nápoles y el suizo
de Betchart.
Las unidades a caballo en la campaña de Gibraltar representaron a la
mayoría de los Regimientos del momento. Entre la caballería de línea
podemos citar: dos Escuadrones de Borbón, unidades de Alcántara,
Algarve, Calatrava, Desmontados de Caballería, Farnesio, Infante y
Voluntarios de Caballería, así como dos Escuadrones de Lusitania y uno de
los de Montesa, Príncipe, Rey, Reina y Santiago.
Entre los dragones se encontraban dos Escuadrones del Pavía y
unidades de Almansa, Rey, Sagunto, Villaviciosa y Dragones Desmontados.
Oficiales y jefes del Cuerpo Facultativo de Ingenieros y fuerzas del
Cuerpo General de Artillería por tierra, y por mar, fuerzas navales tanto del
Cuerpo General de la Armada como del Real Cuerpo de Artillería de
Marina y de la Infantería de Marina, completaron el enorme dispositivo
atacante, aparte de una Brigada Francesa.
Trazado de trincheras
Antes de comenzar el avance de las posiciones de ataque por el istmo
había que consolidar sus puntos de partida, establecer el campamento, los
parques de artillería e ingenieros, las baterías defensivas de todas estas
instalaciones y de los fondeaderos de la flota, los astilleros de lanchas en
Algeciras y el río Palmones (baterías de Tessé y Puente Mayorga, en la
orilla Norte de la bahía), el desembarcadero o muelle de madera al Oeste de
Punta Mala y los caminos para traer provisiones.
Para adelantar las baterías desde la Línea de Contravalación construida
tras el asedio de 1727, que quedaba demasiado alejada de las defensas
británicas como para poder realizar un tiro artillero efectivo, Caballero y
Abarca diseñaron el Plano de la plaza de Gibraltar y de nuestra línea de
contravalación con el proyecto de ataques que parecía más a propósito para
la conquista de la plaza. Pero hasta Octubre de 1780 no comenzaron los
trabajos en las obras avanzadas, en concreto en la batería de morteros del
Molino, convirtiéndose el bloqueo en asedio efectivo. Esa batería sería
denominada de San Carlos.
La construcción de ramales, paralelas y baterías, elementos principales
de dichas obras, tenía lugar con materias vegetales y tierra. Los parapetos se
levantaban sobre fajinas y salchichones[86] clavados al terreno con estacas
y con toneles llenos de tierra o arena. El material obtenido de la excavación
de zanjas y fosos servía para ensanchar por el exterior y elevar las
estructuras, que habitualmente se remataban con sacos terreros. Los haces
de ramas secas, fáciles de obtener en los bosques cercanos, de transportar al
frente y de apilar como sólida base de dichas obras, tenían el inconveniente
de arder con facilidad, tanto que en ocasiones los disparos enemigos eran de
carcasas incendiarias que buscaban este fin. En 1782, los ingleses se
ejercitaron con el disparo de balas de cañón calentadas al rojo, con lo que
pudieron hacer arder la recién construida batería de Mahón, en el centro del
dispositivo atacante. De hecho, los incendios de estas defensas causaron
más daños materiales durante el asedio que los millares de impactos
directos recibidos de la artillería británica.
En la apertura de trincheras y preparación de baterías avanzadas se
empleó la mayor parte del esfuerzo de las tropas de asedio, realmente
imposibilitadas de hacer otra cosa en tanto que no se ordenara el asalto. Las
unidades de infantería destinadas en primera línea participaban en estas
labores de manera cotidiana bajo el mando de oficiales del cuerpo de
ingenieros, rotando con las que prestaban servicio en Algeciras y otros
lugares alejados del frente.
En la construcción de las obras avanzadas se produjo la inmensa
mayoría de las bajas sufridas por las fuerzas de asedio en esta campaña, ya
que conforme iban progresando quedaban más expuestas a las defensas
enemigas de la montaña, del Muelle Viejo y de la plaza. Una famosa
víctima del constante duelo artillero fue el coronel de caballería José
Cadalso, alcanzado cuando prestaba servicio en una batería del istmo en
Febrero de 1782.
En Noviembre de 1780 los ramales de trinchera se habían aproximado
en zigzag 450 metros al Peñón, hasta donde se estaba levantando un
espaldón para construir la batería de morteros llamada de San Carlos en
honor del rey español, la primera que podría dirigir un tiro eficaz contra la
plaza asediada. Los ingleses la conocían como Mill Battery, al situarse junto
al molino de viento. Pronto esta obra se mostró insuficiente y vulnerable,
dado que la principal actividad británica en estos meses se había centrado
en la incesante mejora de sus defensas y en el emplazamiento de nuevas
baterías orientadas al Norte en la zona alta de la montaña al objeto de
hostigar las obras avanzadas españolas.
El refuerzo de la posición del Muelle Viejo o Lengua del Diablo, como
también se la conocía, hizo muy duro el trabajo en el istmo, ya que tomaba
de flanco las obras exteriores enemigas; por lo tanto, el planteamiento
ofensivo español se tuvo que tornar defensivo.
Durante el año 1781 los ingenieros de Álvarez de Sotomayor
continuaron con la traza de nuevas obras entre San Carlos y la orilla de la
bahía, y a partir de Octubre se fueron inaugurando las nuevas baterías. Se
trataba de ampliar el frente de la línea avanzada que se presentaba al
enemigo, protegiendo lateralmente lo ya construido y emplazando más
baterías con los objetivos del Peñón a su alcance, de manera que se
dispusiese de defensas eficaces frente a la artillería contraria, que contaba
con una evidente ventaja topográfica. Pronto se inauguraron la de morteros
y cañones de San Pascual y la de cañones de San Martín, ambas al Oeste de
la anterior.
Por estas fechas aún se mantenía cierta esperanza de que la diplomacia
hispano-británica encontrase una salida negociada al enfrentamiento de
ambas naciones, precisamente con Gibraltar como posible objeto de
intercambio. Los reveses británicos en Norteamérica y la amenaza de
Crillon, ya desembarcado en Menorca, alentaban esa opción, aunque
finalmente se malograron los contactos y el conflicto quedó condenado a
una solución bélica.
Tanto en este asedio cono en el de 1727 nunca se llegó a abrir brecha en
las defensas de la plaza, limitándose el ataque artillero a lanzar decenas de
miles de proyectiles que arrasaron completamente la parte septentrional de
la población, por lo que sus habitantes tuvieron que refugiarse en la zona de
Punta Europa. Al objeto de evitar el peligroso rebote de los proyectiles
españoles, el gobernador británico ordenó levantar el adoquinado de las
calles del norte de la población, aprovechando los materiales obtenidos para
levantar barricadas con las que establecer nuevas líneas defensivas en la
trama urbana. De esa forma, si el enemigo consiguiese penetrar en la plaza
sus defensores podrían defenderse calle por calle hasta lanzar un
contraataque que les devolviese el control de la situación. También, y para
eliminar elementos claros de referencia para la corrección del tiro de los
atacantes, hizo desmochar las torres de aquella zona que eran visibles desde
las líneas enemigas. En el campo español no se aplicó el mismo criterio,
manteniéndose a lo largo de las operaciones elementos muy conspicuos; tal
es el caso de la Torre del Molino, situada a cien metros de la batería
avanzada de San Carlos.
Las dificultades con que se encontraban las tropas se extendían a sus
zonas de acampada. El multitudinario campamento español también
adolecía de ciertas carencias que dificultaban sensiblemente la vida de la
tropa. Al finalizar 1779 las fuertes lluvias obligaron a construir barracas
para reemplazar las tiendas de campaña que iban quedando inutilizadas;
pero en Enero llovió tanto que hubo que realojar a la tropa en las
poblaciones circundantes, espaciando sensiblemente la frecuencia del
relevo de la que servía en la Línea a causa de las distancias. Poco después
se originó un incendio en la zona de acampada de las Guardias Españolas
que arrasó el alojamiento de muchos de sus oficiales. El propio comandante
de ingenieros, Silvestre Abarca, señalaba en Marzo de 1780, cuando iba
para un año del inicio del asedio, que el campamento carecía de letrinas,
estercoleros y calles. La escasez de provisiones para hombres y animales
sufrida durante el invierno a causa de la presencia de la flota de Rodney en
Gibraltar había hecho especialmente duros los primeros meses para las
fuerzas de asedio.
En Gibraltar la situación tampoco era envidiable. Con la ruina de la
población por efecto del bombardeo, la tropa y la población civil que no
había sido evacuada hubo de alojarse al Sur del Muelle Viejo, entre South
Barracks y Windmill Hill, en viviendas de circunstancias que, en su mayor
parte, apenas reunían condiciones de habitabilidad, Eliott había fomentado
el abandono de Gibraltar por parte de los civiles en previsión de las duras
condiciones de vida que se esperaban en la plaza asediada. No obstante,
unos 1.500 familiares de militares y comerciantes permanecieron en ella
afrontando grandes peligros y penalidades. A finales de 1781 el casco
urbano se consideraba completamente devastado; las fuertes lluvias, la
escasez de provisiones, y las periódicas visitas nocturnas de las
bombarderas españolas dificultaron sobremanera la vida de quienes
aguantaron durante tres años y medio el Gran Asedio.
La frecuente deserción de las tropas internacionales encuadradas en
ambos bandos era otro aspecto destacado de la dura, tediosa y arriesgada
vida de la tropa. Hannoverianos, en el lado inglés, y valones en el español,
especialmente, abandonaban sus puestos de vigilancia con cierta asiduidad.
Estos soldados eran importante fuente de información para el bando al
que se pasaban, ya que transmitían las últimas novedades de enemigo.
Además, dada la frecuencia con que se producían tales hechos, los datos
recabados podían ser contrastados continuamente.
Operaciones navales
Dadas las fortísimas defensas con las que contaba la plaza, el bloqueo
marítimo era considerado como un elemento determinante para su
rendición, pues cerrado cualquier posible acceso terrestre al Peñón, la vía
marítima era la única opción para introducir víveres y refuerzos en la plaza.
Sin embargo, la armada española, apoyada en ocasiones por la francesa,
se mostró incapaz, de cerrar esta vía, ya que la británica supo mantener la
superioridad suficiente como para mantener expedita la ruta del Peñón cada
vez que fue preciso. Cuando no lo hacía aprovechando su superioridad
naval, lo hacía con ingenio y habilidad.
En Julio de 1779 se decretó el bloqueo marítimo de la plaza,
estableciéndose para el mismo los siguientes escalones[89]:
El primero constituido por la flota francesa que patrullaba en
Brest (Normandía) para interceptar el tráfico marítimo entre las islas
Británicas y América, el Atlántico y, por tanto, el Mediterráneo.
El segundo situado en el Estrecho, con base en Cádiz, estaba
constituido por la escuadra de Córdoba con 16 navíos.
El tercero, próximo a Gibraltar, estaba integrado por la flota del
jefe de escuadra Antonio Barceló, una leyenda de la lucha contra la
piratería argelina.
Así mismo, una flota de 10 navíos, al mando del almirante
Lángara que, según en qué época, se la podía localizar entre los cabos
de San Vicente y Espartel y el golfo de Cádiz.
El escalón inmediato a Gibraltar basó su táctica en el empleo de
unidades sutiles, como los jabeques, que tan eficaces se habían mostrado
combatiendo piratas, así como galeras y lanchas artilladas. Sin embargo,
estos recursos eran suficientes para interceptar corsarios británicos y
arriesgados comerciantes que desde Berbería, Menorca o Portugal
pretendían hacer negocio con los elevados precios que sus mercancías
alcanzaban en la plaza desabastecida, pero no para enfrentarse a las fragatas
y navíos que escoltaban a los transportes enviados expresamente a romper
el bloqueo.
Dos fueron las ocasiones en las que la armada británica forzó el bloqueo
impuesto en esta primera etapa del asedio.
Salidas navales
Plan de operaciones
El plan de operaciones establecido por Crillon preveía una acción
conjunta marítima-terrestre de acuerdo con las premisas siguientes:
Acciones de fuego preparatorias:
Las cerca de 200 bocas de fuego que debían estar
dispuestas en las líneas españolas habían de ponerse en acción
contra las baterías del Muelle Viejo y de la montaña.
A la vez, los navíos de línea harían fuego contra
Punta Europa desde occidente y desde oriente, simulando un
intento de desembarco por esa parte. Los 8 de la escuadra de
Cisneros que habían de intervenir se vieron reforzados a primeros
de Septiembre por otros dos franceses con cascos forrados de
planchas de cobre.
Se construirían 10 baterías flotantes[94]: 4
atacarían el Muelle Viejo; las otras 6, con otras unidades
auxiliares, harían lo propio contra el Muelle Nuevo.
40 lanchas bombarderas reforzarían estos ataques
y otras 40 cañoneras las protegerían, atendiendo cualquier acción
de contraataque naval inglés;
Finalmente, varias bombarderas atacarían la zona
poblada al Sur del Peñón para crear confusión.
Abierta brecha en la muralla, las fuerzas de infantería, terrestres
o embarcadas, realizarían el asalto definitivo. Se contaba en teoría con
200 compañías de fusileros y granaderos para este fin, así como con
190 embarcaciones ligeras para su transporte.
De producirse el ataque a los muelles, se había reservado el
Viejo como objetivo de las tropas francesas y el Nuevo para las
españolas.
SE LEVANTA EL ASEDIO
Después de esta última acción, las operaciones continuaron
lánguidamente, a la espera de que la Corte ordenara su fin. Así, se produjo
la retirada de las cañoneras habitualmente apostadas en Punta Carnero, que
pasaron a Algeciras; la escuadra hubo de marcharse, pues algunos
miembros de las tripulaciones habían enfermado y se temía una epidemia
que pudiera contagiarse al campamento.
N cuanto a las fuerzas terrestres, se produjo la retirada de algunos
regimientos españoles que abandonaron el campamento con destino a
Cádiz, así como las tropas francesas y las alemanas.
Por fin, y sin previo aviso, el día 2 de Febrero llegó un correo de la
Corte con la noticia de haberse firmado la paz, lo que se comunicó de
inmediato a Gibraltar con la propuesta de Crillon de la suspensión de las
hostilidades. Así se llevó a efecto por ambas partes aunque Elliott no tuvo
constancia oficial de su gobierno hasta el 10 de Marzo.
El alto el fuego respondía a los acuerdos preliminares de la paz, que
había de firmarse en Versalles el 3 de Septiembre de 1783.
CAPÍTULO 6
CONQUISTA DE
PENSACOLA[98]
Antecedentes
Como expusimos al estudiar la “Guerra de los 7 años”, ésta finalizó en
1763 y el 10 de Febrero se firmó el Tratado de París, por el que, en relación
con el tema que nos ocupa:
Gran Bretaña obtuvo: de Francia, los territorios al Este del río
Misisipi (excepto Nueva Orleans) y de España, La Florida y las
colonias al Este y Sureste del Misisipi.
España obtuvo de Francia la Luisiana (territorio que se extendía
a lo largo de la orilla Oeste del Misisipi) y de Gran Bretaña la
devolución de la plaza de La Habana.
Pese al coste que suponía el mantenimiento de La Luisiana, España
decidió tomar posesión de ella[99] con el fin de impedir que cayera en
manos de los ingleses, lo que constituiría una amenaza para la seguridad de
las provincias del virreinato de Nueva España. Además, la presencia
española en este territorio serviría para contener el creciente contrabando
que practicaban los británicos en el Golfo de México desde Mobila,
Pensacola[100] y los establecimientos del bajo Misisipí.
No hace al caso, al efecto del presente trabajo, analizar las causas que
llevaron a los colonos de los establecimientos británicos en América del
Norte, las “Trece Colonias”, a desencadenar su proceso emancipador, tan
solo decir que el 19 de Abril de 1775 se inicia la «Guerra de Independencia
de las Trece Colonias» contra Inglaterra, y que el 4 de Julio de 1776, el
Congreso de los Estados Unidos declara que las colonias “son y por
derecho deben ser estados libres e independientes”, con lo que nació una
nación destinada a ejercer un importante papel en el mundo.
A partir de este año, se empieza a percibir con más nitidez en España, el
papel que desempeña la Luisiana en la seguridad de las posesiones de
Nueva España frente a las ambiciones de Inglaterra, razón por la que se
mejoran sus defensas a lo largo del río Misisipí, estableciendo pequeñas
guarniciones hasta en puntos remotos del interior con objeto, no solo de
defender el territorio, sino también de hacer evidente su presencia en toda la
región. Así mismo, se monta un eficaz servicio de inteligencia frente a los
establecimientos anglosajones del Golfo de México, de modo que con sus
informaciones se va perfilando la amenaza de los ingleses sobre esta
región.
El 19 de Julio de 1776, se designa como gobernador interino, a
Bernardo de Gálvez[101], jefe del Regimiento Fijo, quedando, a partir del 1
de Enero del año siguiente, como gobernador titular, dependiendo
directamente de la capitanía general de Cuba. Desde el principio de su
gobierno, Gálvez apoya a los independentistas americanos mediante el
envío clandestino de dinero, armas, municiones, mantas y provisiones para
el ejército de los colonos sublevados. El Misisipi será la vía por la que les
hará llegar la ayuda, que en muchos casos les resultará vital.
Participación de España en la
Guerra de Independencia de los
Estados Unidos
Aún cuando, inicialmente, los ministros del monarca francés Luis XVI
desaconsejaron la participación de Francia en esta contienda, la opinión
pública, influida por los «enciclopedistas», pudo más que ellos, por lo que
el 6 de Febrero de 1778 firmó un tratado de alianza con los nacientes
Estados Unidos, en el que se reconocía el derecho que tenían a ser
independientes. Esto fue interpretado en Inglaterra como una declaración de
guerra, obrando en consecuencia.
Luis XVI, invocando el “Tercer Pacto de Familia”, solicitó a Carlos III
la entrada de España en la lucha, sin embargo, el Conde de Floridablanca,
que no era partidario de participar en el conflicto, trató de evitarlo. Alegaba
que Francia había contravenido lo estipulado en el pacto, al no haber
consultado a su aliada antes de declarar la guerra, como era preceptivo. En
el fondo, el motivo era que temía la independencia de las colonias inglesas
de América, porque podría despertar las ansias independentistas de las
españolas, como así sucedió finalmente no muchos años más tarde.
Aún cuando durante todo el año 1778 la postura española fue la de
ayudar materialmente a los rebeldes, el gobierno trató de mediar en el
conflicto con la esperanza de que nuestra neutralidad hiciera que Inglaterra
nos devolviera Gibraltar, pero al ser rechazada esta propuesta, se firmó con
Francia la Convención Secreta de Aranjuez, el 12 de Abril de 1779, tras la
cual España declaró la guerra a Inglaterra el 16 de Julio de 1779.[102]
Unidades de Refuerzo
Existía otro ejército regular en América, el formado por las unidades
metropolitanas que periódicamente reforzaban a las tropas propias de cada
territorio donde era más necesario para su defensa o para operaciones
ofensivas determinadas, como las de la campaña que tratamos en este
capítulo. Tal como hemos apuntado más arriba, con frecuencia, al volver a
la Península, dejaban parte de sus efectivos para nutrir las siempre escasas
filas de los regimientos fijos, hasta el punto que hubo unidades de las que
solamente volvieron a España un corto número de oficiales.
Las Milicias
Dado que la corona española se veía impotente para aportar tropas que
defendieran tan extensos territorios, decidió que habían de ser los mismos
americanos los que se responsabilizaran de su conservación mediante sus
recursos y fuerzas propios.
Así pues, los americanos tuvieron que auto defenderse: primero, contra
los ataques piráticos, más osados y frecuentes con el tiempo; después,
contra las ofensivas de las armadas regulares, que tuvieron como resultado
la pérdida de Jamaica (1655) y, más adelante, la de La Habana (1762),
aunque ésta de modo temporal, tal como hemos expuesto en el capítulo
correspondiente. Para ello, se constituyeron las milicias, como medio para
completar la actuación de los regimientos fijos.
Todos los miembros de las milicias eran del territorio o localidad donde
radicaba la unidad. Los oficiales eran algunos profesionales y otros
milicianos, estos últimos de la nobleza local o de familias acomodadas de la
misma. El sistema no era muy popular, puesto que los milicianos no
cobraban, excepto en campaña, y además los gastos de uniformes y equipo
de las unidades corría por cuenta de los municipios correspondientes.
Habitualmente se dedicaban a sus quehaceres normales, prestando servicio
solo cuando eran movilizados y los días en los que debían realizar la
instrucción, habitualmente una vez a la semana, que solía ser los domingos
después de misa. Una vez al mes hacían un ejercicio especial, y cada dos
meses realizaban ejercicios de tiro.
Había milicias de infantería, caballería y artillería y se dividían en dos
tipos: regladas y urbanas.
Milicias Regladas
En 1785 se llevó a cabo una reforma militar en los territorios
americanos, mediante la cual se reorganizó el sistema de milicias,
dotándolas de un Reglamento y transformándolas en “Disciplinadas” al
igual que las peninsulares, con oficiales veteranos que las mantuviesen
instruidas, incorporando a las élites locales en sus cuadros de oficiales.
De esta forma, se encuadró a la mayor parte de la población urbana y
rural en multitud de unidades milicianas, repartidas por todo el continente,
atendiendo a la demografía local y en función de las distintas etnias que la
conformaban: blancos, pardos (mulatos), morenos (negros libres),
cuarterones, zambos, etc. Así mismo, se dotó a todos los milicianos del
fuero militar (exención de la jurisdicción judicial ordinaria, entre otros
importantes privilegios) y, en casos concretos, se concedieron beneficios y
dispensas a las élites locales a cambio de asegurar su pertenencia a la
oficialidad, de obligarse a sufragar algunos de sus gastos, a potenciar y a
facilitar la recluta, y a ejercer un control efectivo sobre esta población a sus
órdenes, comprometiéndose así con la administración colonial a ser
garantes y defensores de la política reformadora de la corona.
Milicias Urbanas
El carácter distintivo con las anteriores era el de carecer de Reglamento,
lo que las convertía en fuerzas de muy limitada capacidad militar.
Muchas de ellas se reclutaban, en principio, entre los miembros de
determinado gremio o categoría social o en ocasiones, racial; y por supuesto
local. Así, hay todo tipo de unidades: “de españoles”, “del comercio” “de
voluntarios distinguidos”, de “pardos” o “morenos” y de numerosas
ciudades, provincias o regiones. Muchas de esas unidades existían poco
más que sobre el papel, y su nivel de organización y operatividad era muy
bajo. No obstante, las especiales circunstancias que se dieron en los teatros
de operaciones americanos permitieron a las milicias de esta categoría jugar
un papel propio de cierta importancia, tales como: vigilancia de ciudades y
puntos importantes, líneas de comunicaciones, zonas de producción, o
protección de convoyes.
BRITÁNICAS
La infantería, al principio de la Guerra de Independencia de los Estados
Unidos comprendía 70 regimientos de infantería y 3 de la Guardia, los Foot
Guards; asimismo, existían varios regimientos escoceses e irlandeses. Cada
uno de los regimientos de infantería estaba formado por 10 compañías, de
las cuales una era de granaderos y otra de infantería ligera, y una plana
mayor del regimiento que incluía al coronel, un teniente coronel, un mayor,
un ayudante, un capellán, un cirujano y un pelotón de zapadores. Los
efectivos de las compañías eran de un capitán un teniente, un alférez, 2
sargentos, 1 tambor, 3 cabos y 38 soldados. El total del regimiento era de,
aproximadamente 500 hombres. Estos eran los efectivos teóricos, pues en la
práctica siempre eran inferiores. De estos regimientos, el de guarnición en
Florida que se encontraba presente en el sitio y rendición de Pensacola, era
el número 16.
Los regimientos en campaña solían actuar reunidos, excepto las
compañías de preferencia (granaderos e infantería ligera) que con
frecuencia eran sacadas de los suyos respectivos para formar con las de
otros batallones una unidad de élite, con la misión de constituir una reserva
o para determinadas operaciones difíciles.
Las compañías formaban en tres filas, o dos si no había suficientes
efectivos, la primera permanecía rodilla en tierra y las otras dos de pie,
para, de esta forma, poder hacer fuego dos filas simultáneamente. El fuego
y las evoluciones tácticas en el campo de batalla se dirigían por compañías
y no se disponía como en otros ejércitos de un reglamento u ordenanza
oficial que detallara los movimientos tácticos, por lo que los oficiales
empleaban manuales particulares más o menos bien escritos.
El uniforme de la infantería era la típica casaca escarlata con solapas,
bocamangas y cuello de color distinto para cada regimiento, el calzón y la
chupa eran blancos, el color rojo lo usaron desde principios del siglo XVIII.
Aparte de estos regimientos ingleses, en esta guerra los británicos
emplearon unidades del país, formadas por los americanos partidarios de
que las Trece Colonias siguieran bajo la corona de Inglaterra; recibieron el
nombre de loyalists. Existían tres tipos de estas unidades: la milicia, que
tenían como misión la defensa de su propio territorio los regimientos
provinciales con una organización análoga a los regimientos de línea; y los
Rangers que se empleaban en operaciones propias de infantería ligera,
combate en bosques, ataques por sorpresa, etc. En esta campaña, las
unidades de este tipo que aportaron fuerzas fueron los regimientos de
Maryland y Pennsylvania y los West Florida Royal Foresters.
Las dificultades habituales para el reclutamiento se incrementaron al
empezar la guerra, de forma que los regimientos estaban en cuadro. Para
paliar este problema se recurrió a contratar mercenarios extranjeros en los
pequeños estados alemanes, que, muy pobres, vieron en ello una fuente de
ingresos suplementaria muy sustancial. Se contrataban regimientos enteros,
que iban con sus propios jefes, organización, armamento y uniformes. En
esta campaña actuó con los ingleses uno de estos regimientos, el de
Waldeck.
Las unidades de caballería no tuvieron un empleo destacado en esta
campaña y su presencia fue muy escasa; la naturaleza boscosa del terreno
hacía que su uso no fuera ventajoso. Los ingleses tenían en América
únicamente unidades de dragones, cada compañía de ellos disponía de un
capitán, un teniente, un sargento, 2 cabos, un trompeta y 37 soldados. En
ocasiones no había caballos para todos, por lo que se organizaban unidades
que debían combatir a pie.
En el ejército inglés había organizado un regimiento de artillería
formado por varios batallones que, a su vez, disponían de varias compañías.
La calidad de los artilleros británicos de esta época parece ser que no era
muy elevada, siendo frecuente ver a marineros sirviendo las piezas. En la
campaña que nos ocupa la cantidad de artillería puesta en juego por los
ingleses fue considerable, lo que es lógico, pensando que fue,
fundamentalmente, una guerra de defensa y asedio a fortificaciones. El
uniforme de los artilleros era de corte similar al de la infantería,
sustituyendo el rojo de las casacas por el azul con divisa escarlata.
El soldado inglés era valiente y agresivo en el combate, sin embargo
fuera de él tenía muy mala fama; para los habitantes de las localidades
donde acampaban constituían una verdadera plaga. Los americanos de antes
de iniciarse la guerra tuvieron muchos altercados con los soldados ingleses
y opinaban de ellos que eran “analfabetos, borrachos y delincuentes”. Eran
muy propensos a la deserción, especialmente en América, pues lo tenían
más fácil que en la metrópoli; en la campaña de Pensacola se produjeron un
número elevado de ellas, si las comparamos con el conjunto de efectivos
disponibles y la duración de las operaciones.
FRANCESAS
Los franceses tuvieron una destacada presencia de fuerzas en esta
guerra; antes de que Francia entrara en guerra con Inglaterra marcharon
gran número de voluntarios a nutrir las filas del ejército de los colonos,
como el famoso Lafayette, que llegaría a general del Ejército americano.
Otros iban encuadrados en unidades levantadas y equipadas en Francia a
costa de ciudadanos particulares, como fue el caso de la Legión de Lauzun.
Posteriormente, con la entrada en guerra, se envió un pequeño ejército al
mando del general Rochambeau, que participó junto con el norteamericano
en el sitio y toma de Yorktown, entre otras operaciones. La flota francesa
tuvo un papel importante, al contribuir junto con la española al
levantamiento del bloqueo a que tenían sometidos los ingleses a los
colonos.
En la conquista de Pensacola participaron al lado de sus aliados
españoles alrededor de 700 franceses de las dotaciones de los buques del
Chevalier de Monteil, la mayor parte eran del Ejército, que cumplían en los
barcos las misiones propias de la infantería y artillería de Marina. Formaban
este contingente compañías o fracciones de varios regimientos de infantería:
Orleáns, Poitou, Agenois, Gatinois, Cambresis y du Cap. Asimismo,
participaron componentes de la artillería del Ejército y de la Marina.
La organización de las compañías de infantería francesas era similar a
las de otros ejércitos de la época; se hallaban en los regimientos compañías
de granaderos y cazadores, amén de las ordinarias o del centro, como era
habitual en los ejércitos de estos años. Además, participaron 14 buques de
guerra.
El uniforme de la infantería francesa era generalmente blanco, la casaca
tenía solapas, bocamangas y vivos de diferentes colores para cada
regimiento. Los granaderos tenían como distintivo unas hombreras rojas y
un pequeño plumero también rojo en el sombrero sobre la escarapela; para
los cazadores, las hombreras y el plumero eran verde oscuro. La artillería
vestía totalmente de azul con bocamangas y vivos rojos.
El papel de las tropas francesas en esta campaña no fue muy decisivo,
pero merecieron los elogios de todos, tanto más cuanto que no tenían
intereses propios alguno y no tenían nada que ganar ni que perder en ella.
Pese a ello se comportaron como aliados leales.
LOS INDIOS
En esta guerra tuvieron una participación muy destacada los indios de
diferentes naciones, generalmente a favor de los ingleses, que fueron los
más hábiles comprando su colaboración. Su empleo como tropas auxiliares
no era nuevo; en las guerras anteriores entre franceses e ingleses en
América del Norte ya se habían empleado; por su parte, los españoles
llevaban años destinándolos para combatir a los indios enemigos en las
provincias interiores de Nueva España.
Se agrupaban para el combate en núcleos de muy variable entidad, bajo
el mando de un jefe elegido por su valor y sagacidad en la guerra. La lucha
era llevada como si se tratara de una cacería, con observación paciente,
acercamiento silencioso e invisible y acción violenta y por sorpresa,
lanzando unos gritos aterradores que paralizaban a los enemigos no
acostumbrados.
Los guerreros indios se preparaban para el combate casi desde la
infancia, tenían una enorme resistencia física y capacidad de sufrimiento y
una crueldad extrema; torturaban salvajemente a los prisioneros durante
horas o días hasta que morían. En esta campaña, tanto el jefe inglés como el
español, se esforzaron por evitar que los indios que tenían como aliados
torturaran a los prisioneros. Para ello les hacían toda clase de regalos:
medallas, baratijas y, sobre todo, ron a cambio le los prisioneros.
Utilizaban una variada panoplia de armas, las más comunes eran arcos y
flechas, cuchillos, hachas, lanzas y fusiles de diversas procedencias, todas
ellas manejadas con gran maestría.
Los indios de los bosques, a los que pertenecían los que actuaron en esta
campaña, se desplazaban a pie, y por los cursos de agua, ríos y lagos, en
piragua. A diferencia de los de las praderas, que utilizaban el caballo, estos
no llegaron a emplearlo nunca, puesto que el terreno en el que se
desenvolvían no se prestaba para ello.
Los indios aliados de los ingleses tuvieron un importante papel,
hostigando día y noche a los españoles tanto en su campamento como
durante las marchas. A decir de Gálvez fueron la mejor defensa de los
ingleses.
Operaciones Preliminares:
Primeras Operaciones en el
Misisipi
Gálvez, ya ascendido a brigadier, al recibir la comunicación de la
entrada de España en la conflagración con Inglaterra, convoca una junta de
guerra en Nueva Orleáns para decidir las medidas a tomar para la defensa
del territorio. La mayoría de sus componentes opinan que deben quedar a la
defensiva hasta no recibir las órdenes de España y suficientes refuerzos de
La Habana, momento en que pasarían a la ofensiva; basaban esta decisión
en lo exiguo de las fuerzas disponibles. Gálvez, por el contrario, que sabe
que las defensas de la Luisiana no pueden aguantar una acometida de los
ingleses, cree que deben anticiparse al enemigo, en la idea de que la mejor
defensa es el ataque; así se resuelve finalmente.
De acuerdo con esta decisión se inician inmediatamente los preparativos
para las operaciones, y mientras se realizan, llegan las órdenes de la Corte,
en las que se marcan los objetivos a alcanzar por el Ejército en América,
que son el arrojar a los ingleses de todos los establecimientos que ocupan en
el Misisipí y en el Golfo de México.
Inglaterra disponía de unos magníficos asentamientos en la costa del
Golfo de México, fundamentalmente de Mobila y Pensacola, desde los que
podía perturbar gravemente las relaciones entre las posesiones españolas de
la zona y de ellas con la Península, practicando un permanente
contrabando con los consiguientes perjuicios para el comercio y economía
de las colonias españolas.
El Plan de Operaciones ideado por Gálvez consistía en remontar el río
Misisipi y atacar a los puestos ingleses situados en su orilla. Sin embrago,
cuando todo estaba dispuesto para el inicio de la campaña, el 18 de Agosto,
uno de los frecuentes huracanes de esta zona hunde en el puerto de Nueva
Orleáns los barcos atracados y cargados para la expedición que se iba a
iniciar, yendo a parar al fondo del río: municiones, artillería y toda clase de
abastecimientos y pertrechos necesarios para las operaciones.
CONQUISTA DE MANCHAC
Después de una penosa marcha por un terreno de bosques casi
impenetrables, con numerosos pantanos y un clima subtropical cálido y
húmedo, llegan el 7 de Septiembre frente a Manchac. Dado que, según las
informaciones recibidas ésta disponía de víveres para dos meses, y teniendo
en cuenta las numerosas bajas por enfermedad que se estaban produciendo
en las filas españolas, Gálvez decidió tomarla inmediatamente por asalto.
A las cuatro de la mañana del día siguiente las tropas españolas, con su
jefe a la cabeza, atacan el fuerte Bute, sorprendiendo totalmente a la
guarnición inglesa que quedó prisionera. Los españoles no tuvieron ni una
sola baja en esta operación.
Conquista de Mobila
Tras esta rápida incursión, Gálvez vuelve a Nueva Orleáns, dedicándose
activamente a la preparación de la conquista de Mobila, único obstáculo
que se interponía para el sitio y toma de Pensacola. Según sus propias
palabras, Mobila podía subsistir sin Pensacola, pero ésta sucumbiría a la
larga si no contaba con el apoyo de la primera.
La ciudad de Mobila se encuentra en el fondo de la bahía de su nombre
y estaba defendida por el castillo Charlotte, que contaba con 35 cañones y
una guarnición compuesta por poco más de 300 hombres y algunos indios
aliados.
Tras ser reforzado por un contingente procedente de La Habana, Gálvez
consigue reunir en Nueva Orleáns una pequeña flota de 14 embarcaciones,
que transporta 1.200 hombres, con la artillería, víveres y pertrechos
necesarios para la conquista de este bastión inglés. Se dan a la vela el 14 de
Enero de 1780.
Un fuerte temporal hace naufragar 6 de los buques en la barra de
entrada a la ría de Mobila, embarrancando otros, logrando salvarse: 141
hombres del Fijo de la Luisiana, 50 del Fijo de La Habana, 43 del
Regimiento del Príncipe, 14 artilleros, 26 carabineros, 325 milicianos
blancos, 107 milicianos negros, 24 esclavos y 26 auxiliares
angloamericanos, en total 756 hombres que permanecieron en una isla
desierta, casi sin víveres y sin artillería. En tan criticas circunstancias,
Gálvez restableció la moral de las tropas y resolvió fabricar escalas con los
restos de los buques naufragados con objeto de asaltar las fortificaciones
enemigas. Con algunos cañones de los barcos que habían logrado salvar,
instalaron una batería en la punta de la Mobila para controlar la entrada a la
bahía.
Campaña de Pensacola[105]
Enterado el Rey de la inoperancia de la junta de La Habana, resolvió
destacar a la misma a un enviado especial con plenos poderes, D. Jerónimo
Saavedra, con la misión de solventar cualquier falta de acuerdo que afectara
gravemente a las operaciones. Partió de La Coruña, presentándose ante la
junta el 1 de Febrero de 1781, desde entonces Gálvez tuvo un aliado de
inapreciable valor para lograr lo necesario para emprender la expedición
contra Pensacola.
Después de muchas discusiones se logró de la junta autorización y
medios para las operaciones contra los ingleses. Haciéndose a la vela, el 28
de Febrero de 1781, la expedición definitiva rumbo a Pensacola.
La escuadra estaba integrada por 32 buques de diversas clases, de los
cuales 5 eran de guerra[106]: El resto de las embarcaciones transportaban
las tropas, víveres, artillería y pertrechos necesarios para el sitio y rendición
de las fortificaciones enemigas[107]. Uno de los buques estaba adaptado
como hospital y dos llevaban víveres para la guarnición de Mobila, de los
que estaban tan necesitados.
Esta expedición era la menor de las tres que se prepararon en La Habana
para la conquista de Pensacola; conducía alrededor de 1.400 hombres de
varios regimientos de infantería, 50 de artillería y 100 gastadores
(zapadores) de fortificación. Las tripulaciones de los buques de guerra
sumaban 1.200 hombres y los de transporte 400.
Las órdenes de la Junta eran que la expedición se dirigiera a Mobila y
allí recogiera parte de su guarnición para luego reanudar la marcha hacia
Pensacola. Gálvez ostentada la jefatura conjunta de todas las fuerzas de mar
y tierra para evitar la duplicidad de mando, tan perjudicial en todas
circunstancias, y que ya había producido problemas en más de una ocasión
en esta campaña, llegando incluso a paralizar las operaciones al no poder
conciliar diferentes puntos de vista sobre un mismo problema. Las
perspectivas en este aspecto eran de lo más halagüeñas, sin embargo, se
iban a producir acontecimientos relacionados con el mando que estuvieron
a punto de dar al traste con la operación.
Gálvez ordenó que las fuerzas de Mobila marcharan por tierra hacia
Pensacola, al tiempo que una flota de 18 barcos de la división naval de
Nueva Orleáns partiera con el mismo rumbo, conduciendo tropas de la
Luisiana y artillería y material para el sitio.
APROXIMACIÓN A PENSACOLA
El día 26 las tropas acampadas en Punta Agüero, levantan el
campamento y se dirigen por tierra a Pensacola, siendo hostigados a lo
largo del penoso camino por los indios aliados de los ingleses, resultando
herido Gálvez en el vientre y en una mano, lo que le obliga a ceder
temporalmente el mando a Ezpeleta. El día 30, llegan las tropas españolas
al lugar elegido, situado a unos 3 kilómetros de Pensacola y de sus
defensas.
Efectuado el reconocimiento de los fuertes que protegían a Pensacola,
se observa que el de la Media Luna está situado ligeramente más alto,
dominándose desde él a los otros dos, de manera que si cae el primero,
posiblemente los restantes no puedan resistir durante mucho tiempo.
El día 12 se lleva a cabo el traslado al campamento definitivo, sin que ni
los ingleses ni los indios traten de estorbar el movimiento, eligiéndose para
ello una elevación situada al Oeste del reducto de la Media Luna. A
vanguardia de él se proyecta construir las baterías que bombardearán las
fortificaciones enemigas. El río Sutton les sirve como protección por uno de
sus flancos y como vía marítima de comunicación para recibir los apoyos
de todo tipo que les vienen del mar. Para proteger la circulación de barcos
por el río, se construyen dos reductos, uno en cada orilla, que son provistos
de cuatro cañones y defendidos por la Armada.
El 19 de Abril llegó a Pensacola, procedente de La Habana, una fuerza
de 1.600 hombres al mando del mariscal de campo D. Juan Manuel de
Cagigal, transportada y protegida por una flota dirigida por el jefe de la
misma clase D. José Solano, el cual ofrece a Gálvez 1350 hombres de las
dotaciones de los barcos. La mitad, aproximadamente, eran de infantería del
Ejército, que iban de dotación en los buques cumpliendo las misiones de la
infantería de Marina, que no disponía de suficientes efectivos; la otra mitad
eran de infantería y de artillería de Marina.
En la misma expedición se incluía un contingente francés al mando del
caballero de Monteil, integrado por 700 soldados de infantería y de artillería
del Ejército y de artillería de Marina, la infantería era de los regimientos de
Orleáns, Poitou, Agenois, Gatinois, Cambresis y du Cap.
De los buques se desembarcan cuatro cañones de bronce de a 24, previa
petición de Gálvez, que es inmediatamente atendida por el comandante
general de la escuadra. Además desembarcan para el sitio: dos morteros de
a 12, cuatro cureñas de plaza para cañones de a 24, balas para cañón,
bombas para morteros, pólvora, cartuchos y piedras de fusil, etc., que se
habían solicitado en su día a La Habana.
Con las tropas que se acababan de incorporar al campo español y las
que ya había, se organizó el Ejército de nuevo en cuatro brigadas y tres
agrupaciones. La Iª Brigada al mando del brigadier del Ejército Girón, la IIª
al del coronel Manuel de Pineda, la IIIª del coronel Longoria y la IVª,
formada por las dotaciones de los buques que habían desembarcado, al
mando del capitán de navío López de Carrizosa. Las agrupaciones fueron:
la 1ª, de Reserva, al mando del coronel Figuerola; la 2ª formada por el
contingente francés, al mando del capitán de navío Boiderut, y la 3ª
formada por toda la artillería, tanto del Ejército como de Marina, francesa y
española, al mando del teniente coronel de artillería Vicente Risel.
A su vez, los buques de la flota permanecerán anclados frente a la costa
de Pensacola en apoyo de las fuerzas del Ejército, a la vez que debería
vigilar la posible llegada de una flota inglesa de auxilio a Pensacola,
manteniéndose dispuesta e enfrentarse a ella en caso necesario.
Pérdida de Menorca[108]
Durante la primera mitad del año 1.706, el archiduque Carlos de
Austria, pretendiente a la Corona española, había conseguido resonantes
victorias sobre su rival, Felipe V de Anjou. En la pugna mantenida entre
ambos, algunos reinos periféricos peninsulares, tales como: Valencia,
Aragón o el principado de Cataluña, se habían adherido resueltamente a su
causa.
Por su parte, las islas Baleares permanecían aún fieles a Felipe V, pero
los testimonios existentes prueban que se temía un inminente ataque de los
austracistas. Efectivamente, muchos isleños eran conscientes de que la
situación privilegiada del archipiélago iba a atraer la atención de los
aliados, tanto por la posibilidad de instalar una flota en sus abrigados
puertos que defendiera el Levante peninsular, como para establecer allí una
base desde la que se pudiera lanzar una fuerza hacia otros teatros de
operaciones.
CONSECUENCIAS
De lo expuesto podemos concluir que, al menos al principio, el interés
de los británicos sobre Menorca era sólo de orden estratégico, si bien más
adelante intentaron "britanizar" la isla, aunque sin contar para ello con la
población menorquina.
Para ello, primero trasladaron la capitalidad a Mahón, manteniendo así
alejadas a las clases dirigentes autóctonas en su antigua sede capitalina y
concediéndoles como consuelo sus instituciones. A continuación
estimularon el comercio y la industria en Mahón a base de introducir
población inmigrada lo que le dio un matiz cosmopolita, acrecentó su
importancia, e hizo desplazar el centro de gravedad de la vida menorquina a
esta ciudad oriental.
Sin embargo, los ingleses cometieron el error de permitir cultos
extraños a la ortodoxia católica, lo que les granjeó la enemistad del clero
local y con ella la de las clases dominantes, lo que, a la larga, fue su
perdición.
Así, el papel que jugó la población autóctona en la reconquista de la isla
por el ejército español fue determinante, ya que le habría resultado difícil
recuperarla sin el claro apoyo de sus habitantes.
Preparativos de la Expedición
Reconquistadora
A finales de 1779 Floridablanca ya estaba plenamente decidido a
realizar la expedición para reconquistar Menorca, para lo cual se iniciaron
sus contactos con algunas personalidades de la isla de Mallorca a fin de
obtener el máximo de información para elaborar un plan de operaciones.
Por otra parte, también quería pulsar la opinión de las figuras
representativas de Menorca respecto a la reintegración de la isla a la corona
de España.
Según estos informes, Floridablanca supo que la guarnición de la isla
había sido disminuida para reforzar la plaza de Gibraltar, asediada desde el
mes de Junio por fuerzas españolas, quedando reducida a 200 soldados de
infantería y de 500 a 600 marineros, al mando del Teniente General James
Murray. Sin embargo, esta precaria situación fue remediada en la primera
decena de Abril de 1.781, con la llegada a Menorca de cuatro regimientos
de Infantería con un total de 1.600 hombres, 400 marineros y 200
artilleros[112]. A su vez pudo verificarse que en Mayo del mismo año llegó
a la isla un convoy de refugiados (judíos y genoveses) procedentes de
Gibraltar. Así mismo, por esas fechas fue informado de la distribución de
las defensas inglesas repartidas por toda la isla[113].
Para el mando de la expedición se eligió al duque de Crillon, noble
francés afincado en España y con fama de buen estratega[114], que recibió
la notificación de su nombramiento de capitán general de la expedición a
Menorca, firmada por el Rey, el día 7 de Junio de 1.781. En ella se
especificaban las instrucciones que Carlos III daba al duque, así como todos
los detalles técnicos (número de tropas, lugar de embarque, prerrogativas de
su mando, etc.), resaltando en grado sumo el secreto con el que se debería
mantener el objetivo de la expedición.
Estas instrucciones fueron completadas por Floridablanca el 14 del
mismo mes con otras en las que hacía alusión a la situación de la isla en
aquel momento, remarcando que, para sorprender a la guarnición de
Menorca, no se utilizara como puerto de concentración y salida el de Palma
de Mallorca, dando plena libertad al general en jefe en las restantes
cuestiones de la operación.
Crillon elevó al Rey un Plan de Operaciones cuyo aspecto más
importante, el Plan de Desembarco, era copia literal del propuesto por un
natural menorquín, Miguel Cuadrado y Sanz, que en esencia consistía en:
Desembarcar 5 ó 6.000 hombres en Caufá entre media noche y la una. Este
contingente se dividiría en tres núcleos, uno de los cuales se dirigiría contra
el regimiento que estaba de guarnición en Mahón y otro contra el que estaba
en el Arrabal. Es así mismo, digna de señalar, la constante preocupación del
duque de Crillon sobre la necesidad de obtener la victoria con la menor
efusión de sangre posible, lo que evidenciaba el carácter de "guerra limpia"
que dominaba en la mentalidad de los jefes militares del siglo XVIII.
Aceptado el plan por el Rey, Crillon se dispuso a ponerlo en práctica
partiendo para Cádiz donde, desde la primera quincena de Julio de 1.781, se
estaban ya concentrando las tropas que debían embarcar con destino a
Menorca.
COMPOSICIÓN DE LA EXPEDICIÓN
La fuerza embarcada estaba constituida casi en su totalidad por fuerzas
de infantería, con un pequeño núcleo de 200 dragones y otro de 264
artilleros, que contaban con:
4 cañones de bronce de a 24
12 cañones de bronce de a 12
26 cañones de bronce de a 26
12 morteros de a 12
6 morteros de a 9.
La fuerza de infantería se organizó en cinco Brigadas:
Brigada de granaderos y cazadores, al mando del mariscal
marqués de Casa-Cagigal, integrada por las unidades correspondientes
de cada uno de los Regimientos siguientes: Burgos, Murcia, América,
Princesa, Saboya y Ultonía. En total 2.047 hombres.
Brigada Saboya, al mando del general D. Luis de las Casas,
integrada por los Regimientos (disminuidos): Saboya, Ultonía y
Princesa. En total 1.834 hombres.
Brigada Burgos, al mando del teniente general D. Félix G.
Buch, integrada por el Regimiento de Burgos (disminuido). En total
1.207 hombres.
Brigada Murcia, al mando del conde de Cifuentes, integrada por
el Regimiento Murcia (disminuido). En total 1.291 hombres.
Brigada América, al mando del mariscal de campo Horacio
Borghese, integrada por el Regimiento América (disminuido). En total
1.205 hombres.
Por su parte, la flota, al mando del almirante Córdoba, estaba
constituida por 27 buques de guerra de distintas clases, dirigidas por el
brigadier de la Real Armada D. Buenaventura Moreno, y 77 de transporte,
de los que la tercera parte fueron alquilados en diferentes países.
Plan de Desembarco
La tormenta desencadenada en la noche del 18 al 19 de Agosto obligó a
reconsiderar el Plan de Desembarco previsto, quedando decidido que:
El desembarco se efectuaría por las calas de la Mezquida y
Alcaufar, (situadas al N y S, respectivamente, del puerto de Mahón).
Con anterioridad al desembarco, el navío Atlante, al mando de
D. Diego de Quevedo, con algunas embarcaciones más, bloqueara el
puerto de Mahón. Por otra parte la fragata Rufina, al mando de D.
Antonio Cañaveral, y otras tantas, lo hicieran con el de Fornells. Por
último la fragata Juno, al mando de D. Antonio Ortega, debía
interceptar todos los buques que salieran de Ciudadela
Para ejecutar este plan estaba previsto en principio que,
alcanzado el canal que separa Menorca de Mallorca, la escuadra
debería virar al N.E. y posteriormente navegar bordeando la costa
Norte de Menorca. Las naves destinadas al bloqueo de los puertos se
irían separando paulatinamente del convoy principal rumbo a sus
destinos en el momento de pasar por delante de los mismos.
Bloqueados así los puertos principales, el desembarco y ataque
principal de la Fuerza de Desembarco se efectuara por Cala Mezquida.
En esta ensenada desembarcarían la brigada de Granaderos y
Cazadores; la de Burgos, Murcia y América, así como el general en
jefe con su estado mayor y ayudantes.
La brigada de Saboya desembarcaría en cala Alcaufar.
A su vez, el Plan de Actuación en tierra establecía que:
Las tropas desembarcadas en la Mezquida debían dirigirse a
marchas forzadas a Mahón, donde se presumía que se encontraban la
mayoría de las tropas inglesas. Estas fuerzas se organizaban de la
forma siguiente:
1. Jefe: Duque de Crillon
2. Primer grupo de desembarco: Brigada de granaderos
y cazadores bajo las órdenes del Marqués de Casa Cagigal
3. Segundo grupo de desembarco: Brigada América, al
mando del mariscal de campo Horacio Borghese.
4. Protección: 1 navío, 1 balandra y chalupas armadas
bajo las órdenes de D. Ventura Moreno.
Al mismo tiempo los desembarcados en Alcaufar deberían
establecerse entre Georgetown y el castillo de San Felipe, con el fin de
cortar el paso de los ingleses supuestamente rechazados de Mahón, en
su huida hacia el castillo, si, como se presumía, buscaban refugio en la
fortaleza.
1. Grupo de desembarco: Brigada Saboya, al mando
del general D. Luis de Las Casas.
2. Protección: 1 bombarda y 1 balandra.
A su vez, otro destacamento de granaderos, cazadores y
dragones al mando del marqués de Avilés, estaría dispuesto para
desembarcar en la Playa del Degollador en Ciudadela con el fin de
apoderarse de su fuerte y guarnición.
Por último, también estaba previsto que, por mar o por tierra,
un destacamento, al mando del marqués de Peñafiel, tomara el puerto
de Fornells, su castillo y baterías.
Finalizados todos los preparativos se comenzó a ejecutar el plan
previsto.
El Desembarco
A las 7 de la mañana del día 19 de Agosto la escuadra inició el
movimiento para bordear la isla de Menorca por el Norte, tal como estaba
previsto. Sin embargo a muchas naves de transporte les fue imposible
rebasar cabo Bajolí, en vista de lo cual el duque de Crillon cambió
parcialmente el plan y decidió que la flota se dirigiese a Mahón por el Sur.
Así mismo se dejó sin efecto el desembarco en la cala del Degollador,
debido al intenso oleaje.
A las 13 horas del día 19, la flota se encontraba fondeada frente a la cala
Mezquida, de la que previamente se había desgajado la Brigada Saboya que
debía efectuar su desembarco en cala Alcaufar. Así mismo, al pasar frente a
la bocana del puerto de Mahón, se pudo divisar la gran cadena que cerraba
el paso a la ría, así como varios navíos echados a pique hasta la
arboladura[116].
A las 15,30 se mandó un bote a tierra, con algunos oficiales de marina y
los ayudantes de Crillon, para reconocer las playas y las alturas y efectuar
los sondeos necesarios con el fin de evitar contratiempos a las lanchas de
desembarco. A las 18 se inició el desembarco de tropas, que debido al
fuerte viento fue muy dificultoso, no concluyéndose hasta la medianoche.
A las 7 de la mañana del 20 de Agosto, considerándose que las tropas y
sus correspondientes bagajes estaban suficientemente asentadas en tierra, la
escuadra se dirigió al fondeadero situado al Sur de la isla del Aire, dejando
a la entrada de aquella cala al navío Atlante, a la fragata Gertrudis y al
jabeque Lebrel.
Antecedentes
El siglo XVI constituye la época de mayor presencia española en el
Norte de África. Así, Melilla es ocupada en 1497; en 1505 lo son Cazaza y
Mazalquivir; en 1508 se captura del peñón de Vélez de la Gomera y al año
siguiente Orán. Pero es en la primera mitad de 1510 cuando la España de la
regencia de D. Fernando el Católico alcanza su máximo poder en África, ya
que: se conquistan las plazas de Bujía, en Enero, y Trípoli en Julio; se
obtiene el peñón de Argel; y los reyes de Argel, Tremecén y Túnez se
declaran feudatarios de España.
La unión de las coronas española y portuguesa en la persona de Felipe
II, incrementó nuestras posesiones africanas con las plazas de: Ceuta,
Arcila, Tánger, Mazagán y Larache, todas ellas, excepto la primera en la
costa atlántica de Marruecos. La gran victoria naval de Lepanto, en 1571,
no repercutió en un incremento o afirmación de nuestra presencia en el
vecino continente, y así las plazas de Túnez y Bizerta conquistadas en 1573,
se pierden al año siguiente, y a la recuperación del peñón de Vélez de la
Gomera en 1564, se contraponen un nuevo fracaso en los Gelves en 1560, o
las constantes agresiones contra las plazas de Ceuta, Melilla u Orán.
La sublevación de Portugal y su posterior separación de España trajo
aparejada la restitución a la corona portuguesa de las posesiones aportadas
en 1580, excepto Ceuta que prefirió permanecer fiel a nuestra Patria. A
partir de este momento, tan solo podemos anotar como ampliación de
nuestros territorios la ocupación de la isla de Alhucemas, en 1673, o la de
las Chafarinas ya en 1848. Por el contrario, las plazas de Ceuta y Melilla
han de sufrir constantes y largas agresiones y situaciones de sitio, y se
pierden Orán y Mazalquivir en 1708, aunque volvieron a recuperarse en
1732.
Ceuta
La recuperación de Mazagán[124], en 1769, indujo a Sidi Mohamed a
tratar de recuperar las plazas españolas. Las operaciones se iniciaron el 19
de Septiembre de 1774, cuando unos emisarios del sultán se presentaron en
Ceuta con una carta para el rey Carlos III, en la que se declaraba la ruptura
del tratado firmado anteriormente y se expresaba la intención de desalojar a
los cristianos de las tierras de los musulmanes, siendo atacada a
continuación. A la vista de la situación, España declaró la guerra a
Marruecos el 23 de Octubre de ese mismo año, iniciándose la concentración
de tropas y material para enviarlo a las plazas amenazadas.
No obstante, durante los dos años siguientes, el esfuerzo bélico
marroquí se dirigió contra Melilla y los peñones de Alhucemas y Vélez de
la Gomera, no molestándose de forma significativa al presidio de Ceuta.
Melilla
Ante los indicios que marcaban un posible cambio en la situación, en
Septiembre de 1772 se envió a Melilla una comisión técnica para evaluar
sus defensas y llevar a cabo las obras necesarias para su fortalecimiento.
Como resultado de la misma se realizaron obras de reparaciones en la
fortificación de la plaza, si bien las sustituciones que se habían considerado
también precisas en materiales de artillería no se efectuaron hasta después
de comenzado el asedio en 1774.
EL SITIO DE 1774-75
En el año 1774 la guarnición de la plaza estaba integrada por las dos
Compañías Fijas de Melilla, constituida cada una por: 2 oficiales, 2 cadetes,
4 sargentos, 4 cabos primeros, 4 cabos segundos, 20 voluntarios y la mitad
de los desterrados del presidio (estimados en esa época en unos 500),
siempre que tuviesen condena limpia (sin delito de sangre) y que no
perteneciesen a cualquier otro taller u oficio. Esta exigua guarnición, se
reforzaba con una serie de compañías procedentes de diferentes
regimientos, que se relevaban semestralmente. En Diciembre de 1774, este
refuerzo estaba formado por cuatro compañías del IIº Batallón del
Regimiento de Infantería Ligera de Cataluña, y otras cuatro procedentes del
Regimiento de Infantería de la Princesa, totalizando en su conjunto unos
500 hombres más. Así mismo, contaba con un total de 28 cañones de
bronce, 81 de hierro y 16 morteros, si bien la mayoría de los de hierro
estaban considerados como inútiles, tal como se demostró durante el asedio.
[125]
Orán
Las plazas de Mazalquivir y Orán fueron conquistadas por las armas
españolas en 1505 y 1509, respectivamente, perdiéndolas en Enero de 1708
y vueltas a recuperar en Junio de 1732.
Sin embargo, la situación de constante alarma en que se vivía en ellas,
encerrada su guarnición entre sus murallas, sin posibilidad de expansión
exterior y con una forma de vida muy precarias, era motivo constante de
preocupación para España. Así mismo, los costes de su mantenimiento;
llevaba a nuestros gobernantes a plantearse la conveniencia de nuestra
permanencia en aquellos territorios.
En este sentido traemos a colación un párrafo de las Memorias del
marqués de Villadarias, perfecto conocedor del problema como gobernador
de la plaza que había sido, en el que textualmente decía: Aquí la España ha
trocado montañas de oro por montañas de piedras, y nunca sacará la
menor utilidad de honor, comercio, ni aumento de la religión católica de
este dominio.[130]
Pero será una tragedia ajena a todas estas circunstancias la que, en
definitiva decidirá sobre la permanencia de nuestras tropas en Orán y
Mazalquivir: el terremoto sufrido en Orán la noche del 8 al 9 de Octubre de
1790. La situación creada decidió al gobierno y al rey Carlos IV a
abandonarlas, hecho que se produjo el 26 de Septiembre de 1791.
Argel
En la segunda mitad del siglo XVIII, Argel seguía constituyendo el
peligroso nido de piratas que había sido en épocas anteriores. A lo largo del
tiempo, Argel se había mostrado inaccesible para las armas españolas[131],
pero en el momento que consideramos no existían circunstancias especiales
como para que Carlos III decidiera realizar una operación sobre esta plaza
norteafricana. A mayor abundamiento, el momento español no era el más
adecuado, ya que estábamos en guerra con Marruecos, y atacaba nuestras
posesiones en Melilla[132], Alhucemas y el peñón de Vélez de la Gomera,
y amenazaba un gran conflicto con Inglaterra.
Ninguna razón abonaba la empresa y todos la desaconsejaban, por lo
que no se nos ocurre otra que una vaga, inconsciente y difusa apetencia
arcaizante de triunfar en los campos donde habían fracasado los
predecesores. (…). Se ilusionaba con el espejismo de matar de esta suerte
dos pájaros de un tiro: intimidar y apaciguar a los moros y eliminar la base
de piraterías que seguía siendo Argel.[133] A esta opinión, añadimos la que
aporta el Servicio Histórico del Ejército en la obra citada[134] y en la que
se apunta como principales instigadores de la empresa al obispo de
Segorbe, Padre Cano, que antes había sido misionero trinitario en Argel, en
la que había residido varios años, y el confesor del rey fray Joaquín Eleta.
Basándose en tan exiguos y dudosos motivos, se decidió la expedición a
Argel.
EXPEDICIÓN A ARGEL EN 1775
Inicialmente se pensó en D. Pedro de Ceballos, que había sido capitán
general de Buenos Aires y conquistador de la colonia de Sacramento para
que capitaneara la expedición, pero posteriormente el rey se decidió por el
teniente general conde de O’Reilly; irlandés de origen y que había prestado
servicio en los ejércitos de Austria, Francia y España[135].
En sus comienzos se mantuvo el proyecto en secreto, pero al darse las
órdenes para la concentración de fuerzas en Cartagena, designado como
puerto de embarque, cundió la alarma en el extranjero, especialmente en
Inglaterra y Francia. Deseosos de noticias, éstas no tardaron en llegar a
conocimiento del bey argelino, de modo que cabe afirmar que en Argel por
todos se sabía de la expedición, lo que en España solo conocían los
gobernantes, mandos superiores del Ejército y la Marina y conspicuos
personajes de la corte de Carlos III.[136]
Por el contrario, el general O’Reilly no consideró necesario, como es
absolutamente exigible ante cualquier confrontación bélica, adquirir el
máximo conocimiento posible sobre el enemigo con el que se iba a
combatir, en especial: volumen de sus efectivos y calidad de los mismos;
medios de los que disponía, en este caso concreto de su artillería de
defensa; estado de las fortificaciones; moral de combate; calidad de sus
mandos; etc. Así mismo, era fundamental disponer de la mayor información
posible sobre las posibles playas de desembarco, dado que el combate
principal había de hacerse en tierra. Finalmente, era imprescindible conocer
los condicionantes meteorológicos que podían afectar tanto a la navegación
como a las circunstancias concretas que pudieran reinar en la zona de
objetivos.
Sin embargo, pese a disponer de marinos expertos en aquellas costas,
que podían haber aportado la información necesaria, nada de esto se realizó.
Al parecer, tan solo se consultaron unas Memorias del Padre Cano,
considerándose que el hecho de armar una potente escuadra y disponer de
un contingente numeroso sería suficiente para alcanzar el éxito de la
empresa.
Composición de la expedición
Como subordinados directos de O’Reilly se designaron: para el mando
de la fuerza de desembarco al general Ricardos, y para el de la flota al
teniente general de la armada D. Pedro González Castejón. El primero
contaba con experiencia de combate contra los moros por haber estado
destinado un cierto tiempo en la guarnición de Orán; en cuanto al segundo,
García Figueras apunta que el acuerdo entre O’Reilly y él no era todo lo
completo que cabía exigir para una operación de esta clase.[137]
El ejército expedicionario estaba integrado por: 27 batallones[138] de
infantería y 16 compañías de granaderos; 7 escuadrones de caballería[139];
1 batallón de artillería a siete compañías; 16 oficiales de ingenieros y más
de 400 desertores del ejército que serían empleados en trabajos de
fortificación principalmente. En total, la fuerza de desembarco totalizaba
más de 21.000 hombres.
La flota de guerra se componía de 44 unidades de diversas clases, y la
de transporte de 331 embarcaciones[140].
La expedición llevaba víveres para dos meses, estableciéndose en
Cartagena reservas suficientes para otros cuatro. Así mismo, la artillería de
desembarco se componía de 140 cañones de diversos calibres, así como
otros 42 pedreros, morteros, obuses y petardos. Tren de artillería, material
de fortificación, municiones, armamento de respeto y hospital de campaña,
completaban esta expedición.[141]
Introducción
Si bien a partir del primer tercio del siglo XVI se dio por finalizada la
conquista de América y se inició la colonización, también es cierto que
desde muy pronto y con habitual regularidad se dieron en las Indias
violencias y desórdenes de todo tipo: rebeliones de esclavos, y sobre todo
de indios; tumultos urbanos de muy diverso signo; protestas, en fin, de
cualquier clase, cuyo contenido permite clasificarlas en dos grupos:
aquellas que responden a causas económicas y que persiguen
reivindicaciones sociales, por una parte, y, por otra las de significación y
alcance políticos, que tendieron a hacerse más frecuentes a partir del último
tercio del siglo XVIII.
Las primeras, se produjeron casi siempre como una reacción contra
situaciones específicas, y en general crónicas, de explotación e injusticia,
invariablemente provocadas por períodos de crisis, de hambre o de opresión
intensificada. Las oligarquías dominantes y las élites sociales, normalmente,
no encabezaron ni promovieron directamente rebeliones de este tipo; más
bien apoyaron, ampararon y aprovecharon en su beneficio las que
organizaron y dirigieron gentes de nivel social medio. Por lo general, el
ingrediente de violencia aparecía cuidadosamente dosificado y se limitaba a
un despliegue de fuerza, a una amenaza que no se consumaba, sino que
advertía y amagaba, mostrando la decisión de atacar el sistema vigente si
éste no se modificaba o moderaba en cierta medida.
Algunos Antecedentes
El estudio que sigue no es, ni lo pretende ser, exhaustivo, ya que la lista
de los movimientos de carácter conflictivo podría hacerse bastante larga;
tan solo pretendemos exponer una muestra de aquellos que nos han
parecido más significativos dentro de la casuística anunciada.
El primer brote de rebeldía se produjo en Abril de 1535, liderado por
Manco Inca, medio hermano de Atahualpa. Después de dos años de
gobierno sometido a Pizarro, so pretexto de enviarle unas estatuas de oro, se
dirigió a Yucay, desde donde comenzó la revuelta. Tras ser derrotado, se
retiró a las selvas montañosas de Vilcabamba, donde murió asesinado en
1544.
En 1561 no serán los indígenas los que se subleven, sino el sanguinario
Lope de Aguirre, miembro de la expedición que el virrey del Perú, marqués
de Cañete, había encomendado a Pedro de Ursúa, para que descubriese las
tierras de El Dorado. Aguirre llevaría la expedición por el Amazonas hasta
lograr la salida al Océano, entrando pronto en colisión con los
conquistadores asentados en la costa venezolana, pereciendo finalmente el
27 de Octubre de 1561.
Mayor repercusión tuvo la rebelión y muerte en el Perú del inca Túpac
Amaru. Hacia 1571, se encontraba refugiado en Vilcabamba, que era un
foco de rebelión permanente contra el gobierno de Lima y último baluarte
del antiguo poderío inca. El virrey Francisco de Toledo envió una
expedición de castigo que venció a los rebeldes, ocupó Vilcabamba y
apresó a Túpac Amaru. Llevado al Cuzco, tuvo un rápido proceso, siendo
condenado a muerte y ejecutado.
Ya en siglo XVII, uno de los casos más conocidos fueron los combates
entre “vicuñas (andaluces) y vascongados” que ensangrentaron Potosí a
comienzos de la centuria. La rivalidad entre ambos grupos tuvo una historia
larga y tortuosa, pero aunque el móvil económico localizó el conflicto, la
disputa por espacios de poder no estaba por cierto ajeno en estas
competencias.
Más interesante por su amplitud social fueron los sucesos de Laicacota,
porque permiten renovar el enfoque sobre conflictos que enfrentaban a
peninsulares de distinto origen, con criollos, indios y mestizos. El detonante
de los sucesos de Puno (más precisamente Laicacota) y La Paz entre 1661 y
1668, fue la competencia entre bandos de mineros, complicados con
problemas de defraudaciones fiscales. En este caso, hubo caciques que
participaron del lado de las autoridades, e incluso aportando cuantiosos
recursos como Bartolomé Tupa Hallicalla. En esta rebelión el poder central
fue en ciertos momentos cuestionado, por lo que provocó finalmente una
fuerte represión encabezada por el virrey Conde de Lemos[145].
El Siglo XVIII
El siglo XVIII constituye la antesala del gran movimiento emancipador
que se produce en los inicios del XIX. Hasta el último cuarto de este siglo,
es el pueblo bajo el que se subleva, si bien en muchas ocasiones instigado
por la oligarquía criolla que lo utiliza para alcanzar sus propios objetivos.
Sin embargo, a partir de dicha fecha, serán los propios criollos los que se
colocarán abiertamente a la cabeza de las protestas.
En cualquier caso los movimientos del siglo XVIII constituyen síntomas
que revelan la inestabilidad, descontento y malestar en amplios sectores de
la población hispanoamericana. Antes del advenimiento de Carlos III como
rey de España, podemos destacar dos conflictos de verdadera importancia
en el continente Sudamericano: el de los “Comuneros del Paraguay” (1717-
1735) y la “Rebelión contra la Compañía Guipuzcoana de Caracas” (1749-
1752).
El segundo de ellos tuvo un carácter económico de modo que, aunque se
produjeron alteraciones, los cabecillas trataron siempre de evitar todo
desorden; no hubo muertes, ni pillajes, ni desmanes, ni tampoco hubo
hostilidad contra España, pues en todo momento procuraron proclamar su
lealtad al rey y a sus representantes.
Caso diferente fue el de los “Comuneros del Paraguay”, por lo que le
dedicaremos una atención especial.
KAMEN, Henry: Felipe V, el rey que reinó dos veces. Ed. Temas de Hoy.
Colección Historia. Madrid, 2000.
LYNCH, John: La España del siglo XVIII. Ed. RBA. Biblioteca Historia de
España. Barcelona 2005. p, 392.
MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan: El ejército de América y la
descomposición del orden colonial. La otra mirada en un conflicto de
lealtades. En MILITARIA.”Revista de Cultura Militar” nº 4. Ed.
Universidad Complutense. Madrid 1992.
[2] FERNÁNDEZ, Roberto: Carlos III. Ed. Arlanza. Madrid, 2001. p, 200.
[3] CRESPO REDONDO, José, y otros: Historia de Marruecos. Ministerio de Educación y Ciencia.
Servicio de Publicaciones. Consejería de Educación. Embajada de España en Marruecos. Embajada
de España en Marruecos. Elaborada entre 1992 a 1994. p, 103.
[4] FERNÁNDEZ, Roberto: Carlos III. Ed. Arlanza. Madrid, 2001. p, 201.
[5] TERRÓN PONCE, José Luis: Ejército y política en la España de Carlos III. Ed. Adalid.
Ministerio de Defensa. Madrid, 1997. p, 21.
[6] MORALES MOYA, Antonio: Poder político, economía e ideología en el siglo XVIII español.
Madrid, Universidad Complutense, 1883. (Tesis doctoral mecanografiada). p, 1278.
[7] Los regimientos de Infantería se computan a tres batallones de 688 plazas cada uno, los de
Caballería a un escuadrón de 672 plazas y los de Dragones a uno de 688.
[8] 3 Regimientos irlandeses, 2 italianos, 3 valones y 4 suizos.
[9] Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus Ejércitos.
Madrid. Oficina de Antonio Marín, Impresor. 1768
[10] TERRÓN PONCE, José Luis: Aproximación a la historia militar de España. El reinado de
Carlos III. Vol. I. MINISDEF. Dirección General de Relaciones institucionales. Marzo 2006. p, 312.
[11] Los grados y clases del Ejército español en 1781 eran:
Oficiales: Capitán General, Teniente General, Mariscal de Campo, Brigadier, Coronel, Teniente
Coronel, Sargento Mayor, Capitán, Teniente, Subteniente y Cadete.
Clases: Sargento 1º, Sargento 2ª, Cabo 1º, Cabo 2º, Soldado.
[12] El que siendo noble y careciendo de asistencias para subsistir como cadete, gozaba de ciertas
distinciones en su cuerpo, como son el uso de la espada, exención de la mecánica del cuartel, etc.
[13] LYNCH, John: La España del siglo XVIII. Ed. RBA. Biblioteca Historia de España. Barcelona
2005. p, 392.
[14] Que promueve riñas y pendencias
[15] LYNCH, John: La España del siglo XVIII. Ed. RBA. Biblioteca Historia de España. Barcelona
2005. pp., 397 a 403.
[16] Durante el reinado de Carlos III, el número de navíos llegó a ser de 67 y el de fragatas, de 32.
[17] PETINAL, Manuel: La campaña de Pensacola 1781. Ed. Almena. Madrid, 2002. pp. 16 a 18.
[18] Ibídem, pp. 19 a 22.
[19] Todos los trabajos de sitio, es decir, los de ataque o aproche que hace el que ataca o sitia una
plaza para aproximarse a cubierto de los fuegos.
[20] Obra destinada especialmente a ser guarnecida por un número, generalmente grande, de piezas
de artillería reunidas y a cubierto.
[21] La mina es un hueco o bóveda que se practica alrededor de las murallas, con el fin de llegar
hasta su base y provocar su hundimiento. Para luchar contra las minas se empleaba la contramina,
que era una galería subterránea dispuesta para observar al minador enemigo y hacerle inútil su
trabajo. Las minas tienen galerías, ramales y hornillos. Las galerías circundan las murallas y de ellas
parten los camales, normalmente hechos en zigzag para amortiguar los efectos de las explosiones, y
éstos finalizan en los hornillos, que son pequeñas cámaras donde se coloca el explosivo para hacerlo
estallar.
[26] ALMIRANTE, José: Bosquejo de la Historia de España. Publicada con ocasión del centenario
de su nacimiento, en cumplimiento de la RO de 17 de Marzo de 1923. Tomo IV. Madrid, Sucesores
de Rivadeneira, S.A. Paseo de S. Vicente n° 20. 1923. p, 181.
[27] Árbol tropical de madera dura de gran valor, que además, se utilizaba para elaborar un tinte de
tono púrpura muy apreciado.
[34] ALMIRANTE, José: Bosquejo de la Historia de España. Publicada con ocasión del centenario
de su nacimiento, en cumplimiento de la RO de 17 de Marzo de 1923. Tomo N. Madrid, Sucesores de
Rivadeneira SA. Paseo de S. Vicente n° 20. 1923. p, 186.
[35] Ibídem, p, 187.
[36] ALMIRANTE, José: Bosquejo de la Historia Militar de España hasta fin del siglo XVIII.
(Publicada con ocasión del centenario de su nacimiento, en cumplimiento de la RO de 17 de Marzo
de 1923). Madrid, Sucesores de Rivadeneira SA. Paseo de S. Vicente, n° 20. 1923. p, 191.
[37] CONDE DE FERNÁN-NÚÑEZ: Vida de Carlos III. Tomo I. Librería de los bibliófilos.
Fernando Fe. Carrera de San Jerónimo 8. Madrid, MDCCCXCVIII. P, 165.
[44] Por el Tratado de Fontainebleau de 1762 Francia cedió a España La Luisiana, lo que afianzó la
presencia del imperio español que abarcaba desde Florida el Océano Pacífico, y mantuvo el control
católico, social y cultural de la región, en oposición a las perspectivas protestantes de control
británico.
[45] historia.mforos.coin/681747/6451858
[46] Este tenía una brillante hoja de servicios en combate y se había distinguido como
administrador y organizador en su último destino; subinspector de infantería en Aragón, Valencia y
Murcia. El motivo de haberle nombrado radicaba en esta última característica, se necesitaba un buen
administrador militar que pusiera el puerto de la Habana en buen estado de defensa y que, al tiempo,
pusiera orden en los ingresos reales y en el desarrollo de la zona prestando especial atención a la Real
Compañía Habanera y a la producción y comercio de azúcares y tabaco.
[47] SCH, Juan: De Cristóbal Colón a Fidel Castro (I). El Caribe, frontera
imperial. Ed. Sarpe. Biblioteca de la Historia. Madrid, 1985. p, 402.
[50] Cada uno de los tramos del parapeto que están entre cañonera y cañonera.
[51] En 1741 Blas de Lezo y el Virrey Eslava hicieron frente y derrotaron a una escuadra británica
defendiendo la ciudad de Cartagena de Indias, en la actual Colombia. Los ingleses tuvieron que
levantar el cerco a la ciudad con más de 6.000 muertos y 7.500 enfermos, muchos de los cuales
fallecieron en el viaje a Inglaterra.
[52] Los ingleses llamaban a este grupo Forlon Hope (vana esperanza) ya que las posibilidades de
sobrevivir eran escasas. El Forlon Hope era la unidad encargada de asaltar la brecha en la muralla.
Tradicionalmente los oficiales que dirigían esta, si sobrevivían, tenían el ascenso garantizado.
[53] La realidad era que, más de cuatro veces habían pasado las autoridades
filipinas por trances parecidos durante los reinados de los reyes Felipe III y
IV, cuando los holandeses señoreaban por aquellos mares. En todas ellas,
utilizando sus limitados recursos, lograron siempre ahuyentar al enemigo.
[54] Las diferentes fuentes consultadas estiman que la plaza disponía de una
guarnición de unos 1.000 soldados españoles y un contingente de varios
miles de filipinos.
[55] FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: Comentarios al sitio y conquista de Manila por los ingleses en
1762. Monografía del Señor Marqués de Ayerbe. (Zaragoza, imprenta de Ramón Miedes. 1897)
Boletín de la Real Academia de la Historia. 1 de Marzo de 1898. pp. 202 a 208.
[56] Esta es al menos la documentada opinión de CÁRCANO, Miguel Ángel: La política
internacional en la historia argentina. Buenos Aires, EUDEBA, 1972.
[57] Se consideraba como definitivo y resuelto el "dominio de la dicha Colonia y uso del campo
para la corona de Portugal", con la única restricción de no admitir buques aliados en los puertos
portugueses, quedando expresamente anulado el Tratado Provisional de 1681, que contradecía este
arreglo.
[58] La fortaleza de Santa Teresa se ubica en el departamento de Rocha (Uruguay), a 305 Kms de
Montevideo y a 36 Kms de la localidad internacional de Chuy, en la frontera con Brasil.
[59] Estas circunstancias, así como la presencia de contingentes ingleses frente a Buenos Aires, las
incursiones de ingleses y franceses en la Patagonia y en las islas Malvinas, unidas a la rivalidad
comercial establecida entre Buenos Aires y Lima, que generó un clima de enfrentamiento y
separación que amenazó los intereses económicos de la corona, llevaron a Carlos III a crear el
virreinato del Río de La Plata por Real Cédula de 1 de Agosto de 1776. Tendría su capital en Buenos
Aires y a la jurisdicción de ésta, que ya abarcaba Argentina, Uruguay y Paraguay, se le anexaría la
Real Audiencia de Charcas, es decir, todo el Alto Perú (hoy Bolivia), y la provincia de Cuyo, que
hasta entonces había sido jurisdicción de Chile. El Alto Perú fue incluido para que pudiera cubrir los
gastos de su administración y funcionamiento con los ingresos fiscales provenientes de la producción
de plata del Potosí.
[60] Se firmaron hasta cinco Tratados con este mismo nombre, por haberse realizado en el Palacio
Real de La Granja de San Ildefonso, residencia ocasional de la familia real española, en la localidad
segoviana de San Ildefonso.
1725, acuerdo preliminar para ajustar el matrimonio entre José I de Portugal y la
infanta española María Ana Victoria, ratificado en Madrid en 1727 y hecho efectivo
en 1729.
1742, tratado de amistad, navegación y comercio firmado entre España y
Dinamarca.
1777, por el cual España y Portugal intercambiaban territorios en Sudamérica y
África Occidental.
1796, por el que Francia y España acordaban mantener una política militar conjunta
frente a Gran Bretaña.
1800, acuerdo preliminar por el que España cedió Luisiana a Francia a cambio del
Gran Ducado de Toscana. Fue ampliado y confirmado por el tratado de Aranjuez de
1801.
[61]http://www.ingenierosdelrey.com/guenns/1776—sacramento/1776—sacramen...
[62] http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Par%C3%ADs_(1763)"
[63] THE SUNDAY TIMES: La guerra de las Malvinas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, Junio
1983. p, 41.
[64] BENDALA, MARTÍN Y PÉREZ SEOANE: La campaña de las Malvinas. Ed. San Martín.
Campañas libro nº 11. Madrid, 1985. p, 8.
[65] THE SUNDAY TIMES: La guerra de las Malvinas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, Junio
1983. p, 42.
[66] Ibídem, p. 42.
[67] BENDALA, MARTÍN Y PÉREZ SEOANE: La campaña de las Malvinas. Ed. San Martín.
Campañas libro nº 11. Madrid, 1985. p, 9.
[68] THE SUNDAY TIMES: La guerra de las Malvinas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, Junio
1983. p, 42.
[69] BENDALA, MARTÍN Y PÉREZ SEOANE: La campaña de las Malvinas. Ed. San Martín.
Campañas libro nº 11. Madrid, 1985. p, 9.
[70] THE SUNDAY TIMES: La guerra de las Malvinas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, Junio
1983. p, 46.
[71] Se denomina a sí a la guerra librada contra Inglaterra con ocasión de la Independencia de las
Trece Colonias, que supuso el último intento español de tomar Gibraltar por la fuerza de las armas, y
en la que España reconquistó la Florida y Menorca
[72] http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Versalles_(1783)
[73] FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo, en Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla
y de Aragón. Tomo VI. pp. 47 a 55.
[74] El tratado vigente por entonces era el de Lisboa de 1703, que no autorizaba a las potencias
marítimas a posesionarse por su cuenta de ningún puerto en las costas de España, antes atribuía todo
el territorio español al archiduque Carlos. Refiere el marqués de San Felipe, y muchos lo han
repetido, incluso López de Ayala, que resistiendo los ingleses la proclama, arbolaron su bandera, y
que la posesión se confirmó en consecuencia del tratado de Londres.
[75] Grandes trinchera envolventes; solían ser de tres a cinco, la primera abierta al alcance del
cañón y la última al pie del glacis, pasándose de una a otras por ramales en zigzags.
[76] SÁEZ RODRÍGUEZ, Ángel: La campaña de Gibraltar 1779-1783. Ed. Almena. Madrid,
2008. pp. 22 a 25.
[77] Con ella finalizó la Guerra de la Cuádruple Alianza.
[78] KAMEN, Henry: Felipe V, el rey que reinó dos veces. Ed. Temas de Hoy. Colección: Historia.
Madrid, 2000. pp. 190 a 192 y 198.
[79] Soldado que usaba carabina, arma similar al fusil pero de menor longitud.
[80] Abriendo camino. Historia del Arma de Ingenieros. Tomo I. Madrid, 1997. PP., 165 a 168. Se
denomina Línea de Contravalación a la obra levantada en torno al objetivo en una operación de
asedio por las fuerzas atacantes, para brindarles protección ante posibles salidas del enemigo.
También servía de Base de Partida para los ataques.
[81] SÁEZ RODRÍGUEZ, Ángel: La campaña de Gibraltar 1779-1783. Ed. Almena. Madrid,
2008. PP., 51 a 90.
[82] Ésta conservaba la traza de los ingenieros españoles de principios del siglo XVII, precedida de
foso seco, puente levadizo, glacis minado y camino cubierto. Los ingleses fortalecieron murallas y
troneras, estableciendo otras defensas adelantadas. La puerta estaba flanqueada por el semibaluarte
de San Pedro o Prince of Hesse Battery, la Batería de Hannover y la muralla medieval en zigzag que
asciende hasta la alcazaba y la Torre de la Calahorra (castillo).
[83] Durante un tiempo se gratificó económicamente a quien descubriese alguna vía practicable por
esta parte.
[84] Circunscripción militar establecida en 1723, con sede en San Roque. El Comandante General
del Campo era un teniente general que desde 1779 actuaba de manera independiente del Capitán
General de Andalucía. Esta situación habría de mantenerse hasta que una Real Orden de 9 de Octubre
de 1815 restituyera su dependencia orgánica a aquella Capitanía General. El ámbito territorial de la
Comandancia se amplió en tiempos del Gran Asedio al comprendido entre el castillo de Fuengirola
(Málaga) y Conil (Cádiz), incluyendo por el interior Medina Sidonia, Paterna de Rivera y toda la
serranía de Ubrique a Ronda y Coín.
[85] Artillero especialmente instruido en la clasificación, reconocimiento, conservación, empaque,
carga y descarga de proyectiles, cartuchos y estopines. Técnico en el manejo de explosivos.
[86] Fajina grande formada con ramas gruesas.
[87] Encajados en el terreno con un alza de 45° para hacer tiro directo contra las baterías altas de la
montaña
[88] Inutilización de una pieza de artillería introduciendo a golpes un clavo por el fogón.
[89] CARRERO BLANCO, Luis: Las Baleares durante la guerra de América en el siglo XVIII: Ed.
Menorca SA. Mahón, 1983. p, 33.
[90] Ibídem, pp. 33 y 34.
[91] El forro de cobre de la obra viva tardó en introducirse en España. Comenzó a hacerse en
algunas fragatas. Los ingleses, en cambio, venían realizándolo sistemáticamente en sus barcos, lo que
les daba mejor andar, al no ensuciarse con escaramujo la obra viva.
[92] CARRERO BLANCO, Luis: Las Baleares durante la guerra de América en el siglo XVIII:
Ed.Menorca SA. Mahón, 1983. p, 46 y 47.
[93] Luis Berton des Balbs de Quiers, duque de Crillon, había nacido en Avignon el año 1.717.
Hizo sus primeras armas como simple mosquetero en Italia, después pasó a Bretaña, sirvió más tarde
en el ejército del Mosela, ganó la batalla de Mesle, figuró en la toma de Gante y Ostende y prestó
servicios en la guerra de los Siete Años.
Enojado con el gobierno francés pasó en 1.762 al servicio de España, durante la campaña de
Portugal, donde por sus servicios se le concedió la Gran Cruz de la Orden de Carlos III y la Grandeza
de España. Se hallaba a la sazón en Madrid en expectativa de destino.
[94] Invento del ingeniero militar francés d’Arçon. Se trataba de fragatas y navíos con toda la
artillería en un costado y lastre en el opuesto para mantener el equilibrio, con casco doble y relleno
de viruta de corcho y estopa para sofocar los incendios que pudieran originarse.
[95] Tablado en forma de caballete con que se impide la entrada del agua en el combés, cuando el
buque da de quilla.
[100] La ciudad de Pensacola había sido fundada por los españoles procedentes de Veracruz en
1696; tomada por los franceses en 1719; devuelta a España en 1723, y conquistada por los ingleses
en 1763. SANTALO, José Luis: La reconquista de Pensacola en 1781, en Historia y Vida, nº 116,
Noviembre 1977. p, 85.
[101] Nació en Macharaviaya (Málaga) en 1746. En 1762 toma parte, siendo teniente, en la guerra
con Portugal, poco más tarde es destinado como capitán al Regimiento Fijo de la Corona de Nueva
España, pasando varios años combatiendo a los indios apaches en Chihuahua y Texas. Participa en la
expedición a Argel en 1775, donde fue herido. Al año siguiente es nombrado coronel del Regimiento
Fijo de la Luisiana. Murió prematuramente en 1786 en México, de donde era virrey desde el año
anterior.
[106] El navío San Ramón, de 64 cañones, al mando del capitán de navío Calvo de Iriazábal, que a
la vez era jefe de las fuerzas navales de la expedición, en él viajaba el jefe conjunto de toda fuerzas,
el mariscal de campo Gálvez; dos fragatas de 36 cañones al mando de los capitanes de fragata
Alderete y Goicoechea; un chambequín y un paquebote, con 22 y 18 cañones respectivamente.
[107] Se había incluido una gran cantidad de aguardiente para los indios, apreciaban mucho esta
bebida y se utilizaba para atraerlos, o al menos conseguir que no pasaran a engrosar las filas del
enemigo.
[108] TERRÓN PONCE, J.L.: La Guerra de Sucesión en Menorca. Causas, hechos y
consecuencias. Ed. Menorca SA. Museo Militar San Felipe. Mahón, 1984.
[109] TERRÓN PONCE. J.L.: La reconquista de Menorca por el duque de Crillon. 1781-1782.
Ed. Menorca SA. Museo Militar San Felipe. Mahón, 1981. pp. 25 a 37.
[110] CARRERO BLANCO, Luis: Las Baleares durante la Guerra de América en el siglo XVIII.
Ed. Menorca SA. Mahón, 1893. p, 51.
[111] Pueblo construido enteramente por los ingleses para sustituir al arrabal de S. Felipe, núcleo de
población aneja al fuerte del mismo nombre, que servía de alojamiento a las familias de la
guarnición. Al pasar la isla a manos españolas fue rebautizado con el nombre de “Real Villa de S.
Carlos”, de ahí su actual denominación de Villa Carlos.
[112] Los regimientos eran el 51 y 61 de infantería y los de Goldacker y Prinz Ernest
hannoverianos
[113] En el pequeño fuerte de S. Felipe, situado en el cabo Molla, al lado opuesto de la Plaza y del
Puerto, había seis cañones, con una guardia de dos artilleros que se relevan cada 24 horas.
En la torre del mismo cabo Molla, se habían asentado dos morteros.
En la montaña del Toro, la más alta de la isla, se había situado un observatorio.
En la embocadura del puerto de Fornelles había un pequeño fuerte con 6 cañones y 18 a 20 hombres
de tropa.
En la entrada del puerto de Ciudadela, en el pequeño fuerte de S. Nicolás, se habían emplazado 6
cañones y se había reforzado su guarnición con 200 hombres
TERRÓN PONCE. J.L.: La reconquista de Menorca por el duque de Crillon. 1781-1782. Ed.
Menorca SA. Museo Militar San Felipe. Mahón, 1981. p, 41.
[114] Luis Berton des Balbs de Quiers, duque de Crillon, había nacido en Avignon el año 1.717.
Hizo sus primeras armas como simple mosquetero en Italia, después pasó a Bretaña, sirvió más tarde
en el ejército del Mosela, ganó la batalla de Mesle, figuró en la toma de Gante y Ostende y prestó
servicios en la guerra de los Siete Años.
Enojado con el gobierno francés pasó en 1.762 al servicio de España, donde por sus servicios se le
concedió la Gran Cruz de la Orden de Carlos III y la Grandeza de España. Se hallaba a la sazón en
Madrid en expectativa de destino.
[115] La Gaceta de Londres del 5 de Octubre de 178 publicaba una carta del general Murray, de
fecha 19 de Agosto (el día antes del desembarco de las tropas españolas), dirigida al Secretario de
Estado británico, en la que le decía que algunos días antes había sabido el intento de los enemigos y
estaba perfectamente preparado para recibirlos.
[116] Esta táctica de los buques hundidos consistía en bloquear la ría con buques anegados hasta la
arboladura a ambos lados de la misma, dejando un canal practicable en el centro que quedaba a tiro
de los cañones del fuerte, con lo que se facilitaba la entrada de buques propios, evitando al mismo
tiempo la de los enemigos.
[117] Jefe de Estado Mayor General.
[118] En la actualidad es la Base Naval de Mahón.
[119] 880 de Regimiento 51, 940 del 61, 1000 del Prinz Ernest, 820 del Goldacker, 1500 milicianos
y 400 obreros.
[120] Más tarde, con el grado de mariscal de campo, participó en la Guerra contra la Convención
Francesa (1793-1795), al mando del Ejército de Navarra.
[121] Desde el 21 de Junio de 1779 y hasta el 3 de Septiembre de 1783, fecha en la que se firma el
Tratado de Versalles, las tropas españolas asedian infructuosamente la plaza de Gibraltar.
[122] CARRERO BLANCO, Luis: Las Baleares durante la Guerra de América en el siglo XVIII.
Ed. Menorca SA. Mahón, 1893. p, 65.
[123] CRESPO REDODO, José, y otros: Historia de Marruecos. Ministerio de Educación y
Ciencia. Servicio de Publicaciones. Consejería de Educación. Embajada de España en Marruecos.
Embajada de España en Marruecos. Elaborada entre 1992 a 1994. p, 103.
[124] Fortaleza construida por los portugueses a 90 Kms al SO de Casablanca. Hoy forma parte de
la ciudad de El Jadida.
[125] GARCÍA FLORES, Dionisio: El asedio de los 100 días. El sitio de Melilla de 1774-75. En
Ristre. Año I. Nº 1. Abril-Mayo 2002. p, 60.
[126] De familia de origen británico, ingresó en el ejército español en 1719, y había participado en
gran número de acciones de guerra como el sitio de Gibraltar de 1727, la reconquista de Orán en
1735, la campaña de Extremadura en ese mismo año, guarnición en Orán hasta 1748, siendo
nombrado gobernador de Mazalquivir. Posteriormente participaría en la campaña de Portugal, siendo
nombrado Coronel y destinado en Ceuta en 1769. Estaba destinado en El Puerto de Santa María
cuando el 25 de Octubre de 1774 le llega el oficio ordenándole partir para Melilla. Alcanzada
Málaga, el 29 de Noviembre parte para Melilla adonde llega el 5 Diciembre, apenas cuatro días antes
de comenzar el asedio. Tras su heroica actuación, es ascendido a Teniente General y nombrado
Gobernador Militar y Político de Sanlúcar de Barrameda, hasta su fallecimiento el 26 de Junio de
1794.
[127] GARCÍA FLORES, Dionisio: El asedio de los 100 días. El sitio de Melilla de 1774-75. En
Ristre. Año I. Nº 1. Abril-Mayo 2002. p, 54.
[128] Desde comienzos del siglo XVI, Melilla había ido mejorando su protección hasta alcanzar en
los momentos del asedio de 1774 cuatro recintos de fortificación.
[129] GIL RUIZ, Severiano y GÓMEZ BERNARDI, Miguel. Melilla. Apuntes de su historia
militar. V Centenario de Melilla SA. 1996. p, 13.
[130] GARCÍA FIGUERAS, Tomás: Presencia de España en Berbería central y oriental. Editora
Nacional. Madrid, 1943. p, 255.
[131] Expedición encabezada por Carlos I en 1541, y las llevadas a cabo en 1601,1602 y 1608.
[132] Al parecer, el rey decidió, el 17 de Febrero, que se preparase la expedición contra Argel,
cuando aún las tropas marroquíes sitiaban Melilla, ya que empezaron a retirarse el 18 de Marzo.
[133] VOLTES, Pedro: Carlos III y su tiempo. Editorial Juventud. Barcelona, 1964. p, 127.
[134] ESTADO MAYOR CENTRAL DEL EJÉRCITO. SERVICIO HISTÓRICO MILITAR: Dos
expediciones españolas contra Argel (1541 y 1775). Imprenta del Servicio Geográfico del Ejército.
Madrid, 1946. p, 69.
[135] Como miembro del ejército español había participado en la campaña de Portugal, en la
Luisiana y en Cuba.
[136] ESTADO MAYOR CENTRAL DEL EJÉRCITO. SERVICIO HISTÓRICO MILITAR: Dos
expediciones españolas contra Argel (1541 y 1775). Imprenta del Servicio Geográfico del Ejército.
Madrid, 1946. p, 73.
[137] GARCÍA FIGUERAS, Tomás: Presencia de España en Berbería central y oriental. Editora
Nacional. Madrid, 1943. p, 258.
[138] Pertenecientes a los siguientes Regimientos: Guardias Españolas, Guardias Valonas, Rey,
Saboya, África, Guadalajara, Sevilla, Lisboa, España, Toledo, Mallorca, Murcia, Irlanda, Cantabria,
Navarra, Hibernia, Aragón, Cataluña, Príncipe, Voluntarios de Aragón, Voluntarios Extranjeros,
Suizos de Buch y Suizos de San Gall.
[139] Pertenecientes a los Regimientos: Rey, Infante, Farnesio, Alcántara, Santiago, Montesa y
Dragones de Almansa.
[140] De éstas, 161 eran españolas, 93 francesas, 25 italianas, 1 portuguesa, 35 inglesas, 11
holandesas, y 5 suecas.
[141] ESTADO MAYOR CENTRAL DEL EJÉRCITO. SERVICIO HISTÓRICO MILITAR: Dos
expediciones españolas contra Argel (1541 y 1775). Imprenta del Servicio Geográfico del Ejército.
Madrid, 1946. pp., 79 a 87.
[142] Ibídem, p, 75.
[143] GUSTAVINO GALLENT, Guillermo: Los bombardeos de Argel en 1873-1874 y su
repercusión literaria. Instituto de estudios africanos. Consejo Superior de Investigaciones
Científicas. Madrid, 1950.
[144] Don Antonio Barceló llegaba al grado de teniente general de la Marina española después de
una vida consagrada desde su adolescencia a la lucha en el mar.
A los 18 años ya mandaba un jabeque con el que en ocasiones perseguía a los piratas que
merodeaban por las costas baleares; 3 años después lograba que el monarca lo nombrase alférez de
fragata graduado. Prosiguió Barceló sus luchas con los berberiscos, así como sus victorias, y a los 30
años era nombrado teniente de fragata y a los 35, teniente de navío. Al borde de los 39 años, y en
vista de sus triunfos contra los corsarios, el rey lo nombra teniente de navío efectivo y lo incorpora al
Cuerpo General de la Armada.
A partir de este momento las campañas de Barcéló en el Mediterráneo lo encumbran paulatinamente
a los más altos grados de la Marina Real, y continúa dando muestras de su intrepidez, sobre todo en
la lucha contra la piratería.
El gran número de corsarios apresados, las heridas recibidas y la elevada cifra de cautivos cristianos
que logró rescatar son importantes partidas que hay que abonar en la cuenta de los servicios prestados
por Barceló.
[145] http://www.fas.harvard.edu/—icop/anamarialorandi.html
[146] PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica, en Biblioteca de la Historia de
España. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. p, 24.
[147] Hasta que en 1776 la provincia se convierte en virreinato del Río de La Plata, Buenos Aires
pertenece a Perú
[148] MARTÍNEZ DÍAZ, Nelson: La independencia hispanoamericana. Ed. Historia 16. Madrid,
1989. Vol. 10. p, 51.
[149] PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica, en Biblioteca de la Historia de
España. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. p, 50.
[150] Tributo del tanto por ciento que pagaba al fisco el vendedor en el contrato de compraventa y
ambos contratantes en el de permuta.
[151]PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica, en Biblioteca de la Historia de
España. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. p, 58.
[152] Españoles europeos.
[153] PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica, en Biblioteca de la Historia de
España. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. p, 61.
[154] Ibídem, p. 63.
[155] Ibídem, pp. 67 a 89.
[156] CALVO PÉREZ. Manuel: Resumen de la historia del Perú. Lima, 1922. pp., 361 a 368.
[157] Obligación impuesta a los pueblos de facilitar un número determinado de hombres, dentro de
su jurisdicción para el laboreo de las minas, haciendas y obrajes, por espacio de un año.
[158] El conflicto finalizó con la Paz de Basilea (22 de Julio de 1795), por la que Francia devolvía
los territorios ocupados en España; a cambio, ésta cedía a la primera la parte española de la isla de
Santo Domingo (los franceses ya controlaban la parte occidental de la isla, Haití, desde la firma del
Tratado de Rijswijk en 1697).
[159] Finalizó con la Paz de Amiens (27 de Marzo de 1802) por la que Inglaterra nos devolvía
Menorca, pero retenía Gibraltar y la isla de Trinidad.
[160] KAMEN, Henry: Felipe V, el rey que reinó dos veces. Ed. Temas de Hoy. Colección Historia.
Madrid, 2000. pp. 194 y 105.
[161] ZAPATERO, Juan Manuel: La Guerra del Caribe en el siglo XVIII. Servicio Histórico Militar
y Museo del Ejército. Madrid, 1990. p, 63.