LA-TERNURA Escena
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ESCENA I
VOZ EN OFF
Madrugada de Agosto del año 1588, no muy lejos de las
costas de Inglaterra, en un camarote del castillo de popa
de un galeón español, duermen dos princesas: La
Princesa Salmón y La Princesa Rubí. Las maderas crujen,
las olas chocan.
LA REINA ESMERALDA
(Mirando al público.) Hijas, despertad.
LA PRINCESA RUBÍ
¿Qué sucede, madre? Espero que sea importante, porque
el cansancio de la travesía y el mal de mar no nos dejaban
dormir. Y ahora que hemos cerrado los ojos…
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ALFREDO SANZOL
LA PRINCESA SALMÓN
¿Cuándo tocaremos tierra? ¿Dónde estamos?
LA REINA ESMERALDA
Dejad con suavidad el abrazo del sueño y venid junto a
mí. Vuestro tío, el rey Felipe II manda esta Gran Armada
contra la Reina Isabel. Las costas de Inglaterra esperan
temerosas el golpe de la madera cortada en España. Los
espías del rey han concertado en secreto dos matrimo-
nios de conveniencia con dos enemigos de la reina. El
tuyo con el Conde de Essex, y el tuyo con el de Lancaster.
La guerra da el relevo a la política y no sé cual de las dos
es responsable de más víctimas. Nunca he deseado tal
destino para vosotras pero el rey Felipe no escuchó los
ruegos de una madre. Mis años han sido testigos de la
carga que han supuesto los hombres para mí. Su volun-
tad se ha impuesto sobre la mía. Mis opiniones han pasa-
do siempre a segundo plano. Cuando ellos han hablado
por turno a mí me han asignado el turno del silencio.
Cuando de forma natural han brotado mis lágrimas han
sido objeto de su burla. Mis ideas para un mejor gobierno
han tenido que viajar siempre en cartas firmadas con un
seudónimo con nombre de hombre. Con mi honor se ha
negociado como con una mercancía. Los hombres hacen
de su imperio nuestra condena. Somos usadas como
moneda de cambio. Hasta hoy la resignación era el
campo sobre el que derramaba mis lágrimas, y en él han
crecido la ira y el rencor. El estudio de los libros y la prác-
tica de mi magia, hecha siempre en secreto, lejos de la
mirada de los hombres, me han dado junto a los años la
sabiduría que hoy, más que nunca, necesito. Mi plan es
este: ordenar la tempestad que hunda esta Armada para
libraros del fatal destino que el rey desea para vosotras.
Voy a ganar vuestra libertad haciendo que el rey pierda
su Gran Armada. A pocas millas de aquí hay una isla de
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LA TERNURA
LA PRINCESA RUBÍ
La isla es preciosa, madre, pero tengo más de cuarenta
años. La fortuna con los hombres nunca me ha acompa-
ñado. Aunque lo deteste, deja que acabe mis días junto al
Conde de Lancaster.
LA PRINCESA SALMÓN
Yo no quiero saber nada de hombres. Pegado a ellos viaja
el dolor. Madre, hunde la armada. Haznos náufragas.
Llévanos a la isla que solo tú conoces, pero permite que
vivan estos soldados y marineros que han dejado tan
lejos mujeres y descendencia.
LA REINA ESMERALDA
No podrá ser. Puedo hacer que nosotras no suframos el
abrazo del mar ni en nuestros ropajes, pero estos pobres
diablos se encontrarán con los seres que habitan los
abismos.
LA PRINCESA RUBÍ
Ellos no tienen la culpa de nuestra desdicha.
LA REINA ESMERALDA
Es cierto. Pero tres mil hombres no valen para mí el precio
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ALFREDO SANZOL
ESCENA II
EL LEÑADOR MARRÓN
Hijos, celebremos que hoy hace veinte años que vivimos
felices sin mujeres en esta isla solitaria. No os podéis ni
imaginar la alegría tan grande que siento al veros así de
bien. Que pasen otros veinte años sin mujeres, y otros
veinte, y otros veinte. Hemos vivido felices sin las voces
agudas. Los cambios de humor. Las preguntas incom-
prensibles. Las largas peroratas. Y los llantos súbitos.
Nadie ha querido cambiar nuestro carácter, ni nadie ha
querido que adivináramos sus pensamientos. Nos hemos
dormido en mitad de una conversación importante sin
sufrir castigo por ello, y hemos podido olvidar las afren-
tas con la misma facilidad con la que hemos olvidado los
gestos de amor. No hemos tenido que acordarnos de
nada. No hemos tenido que escuchar: «¿Qué día es hoy?»
porque los días han sido días y las noches, noches. Y los
días han sido días y las semanas, semanas. Tan solo hemos
tenido que acordarnos de lo necesario para comer, vestir y
dormir. No hemos tenido que adivinar qué querían decir
los gestos. Ni hemos tenido que interpretar los tonos de
voz, porque lo que necesitábamos decirnos nos lo hemos
dicho, y lo que no, no. Así le ha pasado el relevo el sol a
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ALFREDO SANZOL
ESCENA III
LA REINA ESMERALDA
Gracias a este manto prodigioso hemos llegado sanas y
salvas a la isla que a partir de ahora será, no solo nuestra
casa, si no el testigo de nuestra alegría.
LA PRINCESA RUBÍ
Hemos atravesado las mismas aguas que son capaces de
mojar las rocas, y sin embargo ni una sola gota ha podido
empapar nuestros vestidos. Por el contrario la travesía ha
aumentado el brillo de nuestras telas.
LA PRINCESA SALMÓN
Qué lugar tan bello. Parece que la naturaleza hubiese
decidido competir con el arte del ser humano domesti-
cándose a sí misma.
LA PRINCESA RUBÍ
Madre, ¿no estás contenta? O esas lágrimas son de la
clase que acompaña a las celebraciones.
LA REINA ESMERALDA
De esa misma clase son. Si pudiesen arder se convertirían
en fuegos artificiales.
LA PRINCESA SALMÓN
Así me siento yo también. Si el pudor no me cerrase el
paso saldría corriendo, saltando y bailando para anun-
ciar a todas las bestias plantas y espíritus que ya hemos
llegado, que sus dueñas ya están aquí.
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LA TERNURA
LA PRINCESA RUBÍ
Lo primero que debemos hacer es explorar el lugar para
encontrar refugio. Si se trata de una cueva será bienveni-
da, y si no buscaremos el sitio sobre el que levantar nues-
tra futura casa. Hermana canta, y nosotras te seguiremos.
Dar la bienvenida a lo nuevo requiere música, de igual
manera que despedir a lo viejo, y hoy hacemos ambas
cosas por partida doble. Decimos hola a nuestra vida sin
hombres y adiós a la vieja con ellos.
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ALFREDO SANZOL
LA REINA ESMERALDA
Sobre esta tierra fundaremos nuestra diminuta república
de mujeres. Hijas, no podéis imaginar la alegría que me
da veros así de felices. Celebremos los días que nos espe-
ran sin las voces graves y las risotadas estruendosas.
Adiós a los golpes y a las peleas. No más comentarios
groseros a nuestras espaldas. Por fin dejaremos de ser
objetos para sus miradas. Nunca más tendremos que
cavar una mina para conseguir una palabra. Ni debere-
mos subir una montaña para encontrar una pálida emo-
ción. Nunca más tendremos que arrastrarnos para lograr
un abrazo. Ni tendremos que descifrar de nuevo un jero-
glífico hecho de silencios. Adiós a la sensación de vivir
con un ser parecido a un saco vacío de recuerdos y lleno
de mentiras.
LA PRINCESA RUBÍ
Mirad lo que hay descansando junto al tronco de ese
árbol herido. ¡Un hacha!
LA REINA ESMERALDA
De la misma manera que hirió el tronco de un árbol, está
hiriendo ahora el corazón de una mujer. Ese hacha anun-
cia que, tal vez, no estemos solas.
LA PRINCESA RUBÍ
En el mango está grabado un nombre. «El leñador
Azulcielo». Nunca unas palabras se me hicieron tan
odiosas.
LA PRINCESA SALMÓN
Se mueven aquellas ramas. Oigo voces que se acercan.
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