El Deber Ser en Los Agronegocios

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Revista de la Universidad de La Salle

Volume 2017 Number 72 Article 15

January 2017

El deber ser en los agronegocios


Gustavo Correa Assmus
Universidad de La Salle, Bogotá, [email protected]

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Citación recomendada
Correa Assmus, G. (2017). El deber ser en los agronegocios. Revista de la Universidad de La Salle, (72),
253-274.

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El deber ser
en los agronegocios

Gustavo Correa Assmus*

Resumen
El tema de los agronegocios se ha entendido de diferentes maneras,
desde una simple transacción de oferta y demanda en un mercado es-
pecífico, hasta una más compleja vinculada directamente con el sistema
alimentario nacional y las agrocadenas. Por otra parte, en un primer
momento se vio el agronegocio como la oportunidad de participar en
el macrocomercio alimentario mundial y la incorporación de nuevas
tecnologías a la producción agraria, expectativa que vino a generar con-
flictos de interés entre grandes y pequeños productores, con implicacio-
nes socioeconómicas y de tenencia de la tierra por las cuales hoy se le
cuestiona. A partir de un breve recuento mundial y nacional relativo a la
problemática alimentaria, el presente escrito establece un acercamiento
teórico a los conceptos de sistema agroalimentario, cadenas alimentarias
y agronegocios, así como breves visiones prospectivas que llaman la
atención sobre la necesidad de asumir los agronegocios de manera in-
cluyente y participativa para beneficio no solo del contexto económico,
sino también del socioambiental.

Palabras clave: agronegocios, sistema agroalimentario, cadena alimen-


taria.

* Profesor investigador de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad de La Salle,


Bogotá, Colombia. Correo electrónico: [email protected]
Introducción

El presente escrito es el resultado de una intensión académica. Con tal fin, se


ha dividido en dos partes: la primera establece un contexto histórico a partir
del cual se hace necesario asumir los conceptos y las características que esta-
blecen diferencias y articulaciones entre sistema agroalimentario, cadenas ali-
mentarias y agronegocios, sin desconocer algunas realidades que se presentan
en el contexto nacional. Posteriormente, en una segunda parte, se observa el
futuro en relación con cuatro consideraciones fundamentales: emprendimien-
to, equidad, territorio y desarrollo sostenible, como espacios de proyección
productiva, social y ambiental de los agronegocios en Colombia, enmarcados
a su vez por un entorno bajo influencia del cambio climático y un proceso de
transición social caracterizado por el posconflicto.

Primera parte: conceptualizaciones

A partir de un breve recuento mundial y sobre Colombia relativo a la proble-


mática alimentaria, se hace un acercamiento teórico a los conceptos de sistema
agroalimentario, cadenas alimentarias y agronegocios. Se incluyen argumentos
y datos registrados en la literatura y gráficas explicativas desarrolladas por el
autor con base en observaciones empíricas sobre los temas descritos.

Problemática alimentaria

La producción agraria se encuentra estrechamente ligada al comportamiento


climático y la calidad de los suelos, dependencia que históricamente reporta
condiciones alimentarias variables en tiempo y lugar. Sin embargo, en los inicios
de los años treinta del siglo pasado la sobreoferta de alimentos sin posibilidad
de ubicarlos en el mercado cuestionó seriamente el problema del hambre
mundial, como paradoja de la pobreza en medio de la abundancia. Las dos
guerras mundiales radicalizaron el hambre, y en 1945 se creó la Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas
en inglés). Posteriormente, en la década de los cincuenta se recuperaron los
niveles de producción agropecuaria anteriores a las guerras y, ante la existencia
El deber ser en los agronegocios

de excedentes sin demanda en el mercado mundial, debido a la persistencia


simultánea del hambre y la pobreza, en 1954 la FAO propuso el sistema de
donaciones alimentarias. Las hambrunas asiáticas de la década de los sesenta
impulsaron la creación del Programa Alimentario Mundial y la Revolución Ver-
de. Para mediados de la década de los setenta las hambrunas tocaron África, lo
cual precipitó la realización de la Conferencia Mundial sobre la Alimentación,
donde los países participantes se comprometieron a desaparecer el hambre de
la tierra para la década de los años ochenta (Chonchol, 2004).

No cabe duda que desde 1980 la disponibilidad alimentaria per cápita prome-
dio mundial ha mejorado, en algunas regiones más que en otras. Ante las crisis
alimentarias se tiene una mejor respuesta logística, los rendimientos agrarios
también mejoran, todo lo cual conduce a pensar que la presencia del hambre
en el mundo no es un problema de escasez, sino un tema de marginación,
inequidad, concentración y desigualdad.

La Cumbre del Milenio, organizada por el Programa de las Naciones Unidas


para el Desarrollo (PNUD) y celebrada en el año 2000, para darle inicio al siglo
XXI, adoptó ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), el primero de
los cuales propone erradicar la pobreza extrema y el hambre. Con tal fin, el
PNUD recomienda a los gobiernos, especialmente del mundo pobre, imple-
mentar estrategias que logren el cometido para el año 2015, pues la sombra
maltusiana de crecimiento exponencial de la población frente al crecimiento
aritmético de los alimentos abre la posibilidad de la insuficiencia alimentaria
para una buena parte de la población mundial. No obstante, al término del pe-
riodo acordado la persistencia del hambre, la subalimentación y los resultados
obtenidos llevaron al PNUD a establecer diecisiete Objetivos del Desarrollo
Sostenible (ODS), el segundo de los cuales, nuevamente, propone eliminar el
hambre para el horizonte del año 2030.

Sin embargo, los esfuerzos distributivos de la alimentación mundial no son del


todo claros y viables, en la actualidad se observa que los agronegocios evolu-
cionan del abastecimiento endógeno hacia el abastecimiento internacional, lo
cual genera dos fenómenos: el primero se caracteriza por la exportación de
alimentos con el objeto de obtener recursos para importar alimentos, ironía
que generalmente deja con saldo negativo la balanza cambiaria de los países
con economías más vulnerables. El segundo surge cuando algunos países de-
ciden exportar alimentos que hacen falta para cubrir el consumo interno, esta
lógica perversa se evidencia al sustituir áreas de producción orientadas hacia
el consumo interno por productos agrarios de interés en los mercados inter-
nacionales. Otro tanto sucede cuando se exportan alimentos para importar
bienes suntuarios o armamento (Oliveira, 2004). El interés en los mercados
mundiales moviliza capitales que tienden a concentrar la tenencia de la tierra y
el acceso al agua. Las presiones socioeconómicas o el despojo violento generan
la migración del campesinado pobre hacia las ciudades o hacia agroecosistemas
menos fértiles donde, además de abrir frontera agrícola innecesaria, simplifican
sus cultivos con productos menos exigentes en insumos, los cuales en buena
parte de los casos sustentan carencias alimentarias y falta de oportunidades para
participar de los mercados.

Por otra parte, las donaciones alimentarias han contribuido a deteriorar la ca-
pacidad de producción en los países receptores de la ayuda, los cuales des-
pués pasan a ser importadores de tales alimentos, y así se consolida un nuevo
mercado relativamente estable a favor del país donante (Salgado, 2004). Se
observa, además, que bajo la globalización de los mercados agrarios, los países
desarrollados dominan las exportaciones de cereales mientras que los países
pobres son importadores de estos y que el comercio de alimentos a escala
mundial está concentrado en tan solo diez grandes empresas multinacionales.

Colombia no es ajena a tales eventos. El análisis de brechas indica que la po-


breza alcanza al 15,4 % de la población urbana y el 44,1 % de la población
rural, lo cual define una brecha urbano-rural del 2,86, es decir, por cada 1 %
de pobres multidimensionales urbanos hay 2,86 % de pobres rurales. El 3,3 %
de la población urbana no tiene acceso al agua, mientras que en el contexto
rural es el 41,8 %, lo cual establece una brecha de 12,7, con limitaciones en
la utilización biológica de los alimentos (Departamento Nacional de Planeación
[DNP], 2015). El indicador línea de pobreza (LP) permite evaluar la relación
entre el ingreso y su capacidad para adquirir una canasta de bienes y servicios
El deber ser en los agronegocios

básicos (pobreza) o una canasta mínima de bienes, únicamente alimentarios


(pobreza extrema). En este orden de ideas, la pobreza urbana en Colombia
alcanza el 24,6 % de la población y la pobreza rural al 41,4 %, con una brecha
urbano rural del 1,45. Por su parte, la pobreza extrema (nivel de supervivencia)
urbana es 5,1 % y la rural 18 %, con una brecha del 3,53. Cabe agregar que
el índice Gini o desigualdad por ingresos se encuentra en 0,54 (DNP, 2015).

En términos catastrales, el 3,8 % de los propietarios rurales posee el 41,1 %


de las tierras productivas, lo cual establece un Gini en tierras de 0,86 (FAO-
Corporación Andina de Fomento [CAF], 2007). Por efectos de la violencia, los
desplazados contabilizados desde 1996 hasta el 2015 son 6,3 millones de per-
sonas rurales (Internal Displacement Monitoring Centre, 2016) que abandona-
ron o fueron despojadas de 8 056 978 hectáreas en predios mayoritariamente
minifundios (Programa de Protección de Tierras y Patrimonio de la Población
Desplazada [PPTD], 2010), los cuales pasaron a fortalecer la concentración de
la propiedad rural y la inequidad en su tenencia. Todo ello incide notablemente
en la seguridad alimentaria nacional, pues afecta el empleo rural que depende
en un 54 % de la producción agropecuaria y, por otra parte, propicia la cre-
ciente importación de alimentos que alcanza el 28 % del consumo nacional
(Sociedad de Agricultores de Colombia [SAC], 2015). El coeficiente de autosu-
ficiencia alimentaria promedio nacional es del 92 %, con tendencia a decrecer
(FAO, 2013), debido fundamentalmente al deterioro estructural del sistema
agroalimentario, la creciente dependencia de la importación de alimentos y el
cambio climático.

Los efectos sobre la seguridad alimentaria son significativos. El 12,6 % de los


colombianos presenta subnutrición y una ingesta promedio en calorías día in-
ferior en un 8 % al promedio de Suramérica. La desnutrición promedio nacio-
nal es del orden del 6,7 % y la de niños menores a los cinco años alcanza el
13,5 %. Por ello, el índice de hambruna para Colombia se ubica en el 6,7 %,
cifra moderada para algunos analistas, pero alarmante para otros en relación
con el potencial biofísico que posee el país (FAO, 2013).
Sistema agroalimentario

En el contexto económico, el sistema agroalimentario se percibe como un con-


junto de elementos que interactúan de manera coherente e interdependiente
en función de la seguridad alimentaria de una nación. De acuerdo con Machado
y Torres (1991), es el conjunto de interacciones, dependencias, relaciones téc-
nicas o de intercambio que establecen los agentes económicos, sociales e ins-
titucionales vinculados con el proceso que va desde la producción primaria de
alimentos hasta su consumo y que contempla las etapas de: producción, trans-
formación, comercialización, distribución, consumo y otras conexas, como la
oferta de bienes y servicios complementarios, el control y regulación del Estado
y las intervenciones del sector externo.

El sistema agroalimentario en su tarea de producir alimentos para la seguridad


alimentaria sostenible de una nación, junto con la acumulación primaria de capi-
tal, guarda relaciones con la organización social, la condición ambiental, el micro
y macroentorno económico, así como con el sistema agroalimentario mundial.
A su vez, una buena parte de la problemática de las capacidades individuales y
sociales se encuentra inserta en el problema agrario, el cual a su vez hace parte
del problema alimentario, y este último se encuentra articulado a un problema
aún mayor: el ecológico (véase figura 1).

La estructura del sistema agroalimentario se encuentra constituida por: la pro-


ducción primaria, la transformación o manufactura, las redes de comercializa-
ción o distribución y el consumo. Desde este orden se asume la producción
primaria como aquel proceso que busca obtener bienes de uso directo o inter-
medio, agrícolas, pecuarios, acuícolas, forestales y mineros, con la interacción
de diferentes actores que involucran trabajo, recursos y organización, a fin de
hacerse partícipes del mercado y obtener beneficio económico. Esta parte del
sistema tiene su origen en la tenencia de la tierra y el acceso al agua, recursos
sin los cuales el proceso de producción primario no es viable; depende de
la condición climática que le imprime características de estacionalidad y aun
cuando emplea extensiones importantes de terreno, la tecnología avanza en
su reducción. Otra característica fundamental radica en que buena parte de la
El deber ser en los agronegocios

Problema
ecológico

Problema
alimentario
Contexto Contexto
alimentario alimentario
mundial Problema nacional
agrario

Problema de
capacidades

Figura 1.
Ubicación y dimensión de las problemáticas vinculadas con el sistema agroalimentario en
contextos

Fuente: elaboración propia.

eficiencia del sistema agroalimentario depende de la eficiencia en producción,


hecho que favorece o contrae expectativas de desarrollo socioeconómico au-
tónomo nacional. Actualmente se le exige al proceso de producción primario
la observancia de lineamientos y buenas prácticas ambientales para evitar la
destrucción de la biodiversidad, el incremento de la contaminación, la deserti-
ficación de los suelos y el despilfarro hídrico.

La transformación o manufactura de los productos contribuye a la diversifica-


ción de la oferta, mediante los cambios cualitativos que se realizan sobre los
bienes primarios, a través del trabajo que reporta valor agregado. En este punto
surge la agroindustria y en el interior de ella la industria alimentaria ampliamen-
te diversificada. Los empresarios generalmente son un número inferior a los
participantes en la producción primaria, tienden a establecer dominio sobre
precios o cantidades en tiempo y lugar, buscan posiciones de poder mediante
alianzas de integración vertical u horizontal que les permitan consolidar alguna
primacía sobre la oferta en el mercado, lo cual tiene efectos sobre los patrones
de consumo y la seguridad alimentaria.

La función de comercialización y sus múltiples agentes, dispersos y superpues-


tos en diferentes instancias del sistema agroalimentario, facilita el cambio de
dominio de los bienes. A su vez, cualifica el producto homogenizándolo según
sus características físicas; empaca, acopia o almacena y transporta para abaste-
cer las unidades de distribución. Generalmente, los agentes comercializadores
se constituyen simultáneamente en agentes de distribución, cuya manifestación
se hace más evidente en los ambientes urbanos, donde sus redes comercia-
les y de distribución permiten acercar el producto al consumidor final. Cada
agente que interviene en la comercialización -distribución reclama un beneficio
económico que sumado impacta sobre el precio final (transmisión de precios).
Por ello para la eficiencia del sistema no es conveniente que sus redes tengan
gran número de actores, pues un precio final alto afecta considerablemente a
las capas sociales vulnerables y pone en riesgo la seguridad alimentaria; pero,
por otra parte, una reducción en los agentes facilita la concentración distributiva
en pocas manos, fenómeno que viene a impactar los precios al consumidor
final (Correa, 2012).

Según Schejtman (1983), el consumo se puede agrupar en cinco modelos


básicos: a) rural tradicional de autoconsumo, b) rural diversificado, c) urbano
marginal, d) urbano medio y e) urbano privilegiado, cuya diferenciación guarda
relación directa con el ingreso, los patrones de consumo articulados con las
condiciones socioculturales, el empleo, la localización geográfica, el clima y el
acceso al agua segura, así como las políticas de Estado sobre abastos y nutrición.
Todo ello tiene reflejo en la ingesta equilibrada o desequilibrada, vitamínico,
proteico, calórica, de la población (Organización Mundial de la Salud [OMS],
2003).
El deber ser en los agronegocios

La eficiencia del sistema agroalimentario se puede observar en la cantidad, la


calidad y la diversidad de bienes agrarios aportados al consumo final, el uso del
suelo y el agua, los indicadores área, producción y rendimiento, los tiempos
de comercialización y abasto, el costo de insumos, el precio al consumidor y
la capacidad competitiva. A manera de síntesis, en la figura 2 se presenta el
sistema agroalimentario.

Tenencia de la Modelos, ingreso,


tierra, acceso al Eficiencia, Eficiencia, condición,
agua, gestión Diversificación, ocupación,
cualificación, cualificación,
ambiental, calidad localización, clima,
redes redes
eficiencia en acceso al agua,
producción políticas de Estado

Producción Transformación Comercialización Distribución Consumo Seguridad alimentaria


y formación de capital

Información

Bienes y servicios complementarios y regulación del Estado

Seguridad alimentaria e intereses de inversión internacional

Figura 2.
Sistema agroalimentario

Fuente: elaboración propia.

Las cadenas alimentarias

El sistema alimentario está constituido por cadenas alimentarias con diferen-


tes niveles de amplitud, participación de actores, diversificación, sustento tec-
nológico y aporte al mercado local o internacional. Las cadenas alimentarias
tienen su origen en las unidades de producción agropecuaria, caracterizadas
por ser generalmente de tipo familiar y organizadas como unidad económica
con estrecha relación hombre-tierra-agua-clima, a fin de obtener resultados de
producción primaria que vienen a impactar condiciones ambientales, sociales,
económicas, culturales e institucionales, bien sea en el ámbito local, o bien sea
a escala nacional.
Colombia presenta una estructura agraria fundamentalmente bimodal, con
empresas agropecuarias por una parte y unidades campesinas por la otra. Las
primeras poseen latifundios, utilizan intensivamente agroquímicos, fertilizantes,
semillas mejoradas y maquinaria y se orientan hacia los monocultivos exten-
sivos, a fin de obtener resultados productivos que les permitan participar en
mercados industriales no necesariamente nacionales y recursos económicos
importantes, lo cual les abre espacios de interacción con el sector financiero.
Las segundas, llevan a cabo pequeñas producciones, algunas de ellas en zonas
marginales, con fuerza laboral familiar, presentan baja utilización de insumos y
capital por jornada de trabajo, destinan una parte de su resultado productivo
al autoconsumo o autosostenimiento de futuras producciones y subsisten bajo
condiciones financieras deficitarias. Es claro que la polarización se acentúa de-
bido a las exigencias del mercado y la competencia, factores que reúnen, por
una parte, a las unidades de producción agropecuaria con capacidades para
asumir altos costos de transacción, acceso a la información y el financiamiento,
economías de escala y redes comerciales y, por otra, a quienes no lo pueden
solventar (Piñones, Acosta y Tartanac, 2006; Palacio et al., 2011).

En relación con las unidades campesinas, Chayanov (citado por Neira, 1978)
considera que pueden ser naturales o comerciales. Las naturales son aquellas
con mano de obra familiar e insuficiente dotación de recursos, en especial
monetarios, cuya producción viene a satisfacer necesidades de autoconsumo y,
por tanto, su relación demanda-producción se interpreta cualitativamente. Por
su parte, las comerciales, con mejores dotaciones para la producción, superan
la condición de autoconsumo y se orientan hacia el empleo familiar remunera-
do por el valor del producto puesto en el mercado, lo cual de alguna manera
las ubica en el inicio de las cadenas productivas.

Las presiones del mercado y la competencia llevan a las unidades empresariales


rurales, así como a las unidades campesinas de tipo comercial, estrechamente
relacionadas con las cosechas o producciones primarias y la retención del valor
agregado rural, a relacionarse con la agroempresa urbana (agroindustria), ca-
racterizada por retomar las producciones primarias como insumo en procesos
de transformación industrial o manufacturera mayores, vinculada con las etapas
El deber ser en los agronegocios

superiores del sistema alimentario: comercialización, distribución y consumo, e


intereses económicos amplios, bien sea en los mercados nacionales, o bien sea
en los mercados extranjeros. Cabe anotar que las empresas agropecuarias ru-
rales también pueden actuar directamente en las diferentes etapas del sistema.

De esta manera, se van tejiendo paulatinamente alianzas productivas o acuer-


dos entre dos o más agentes para coordinar esfuerzos, habilidades, dotaciones
y construir de manera eficiente agrocadenas, mediante las cuales se pueda al-
canzar objetivos, solucionar problemas y aprovechar oportunidades. A su vez,
la agrocadena se concibe como el grupo de actores que participan en los pro-
cesos que identifican los eslabones de producción, transformación, comerciali-
zación, distribución y consumo descritos como etapas en el sistema alimentario
(véase figura 3). El concepto toma en cuenta el intercambio de conocimientos,
la apropiación tecnológica, la confianza en las operaciones, el aporte de valor
agregado y la capacidad de compartir riesgos y beneficios.

Unidades de producción agropecuaria

Empresas + Unidades Naturales


agropecuarias campesinas
+
Alianza productiva
horizontal Comerciales

Producción Transformación Comercialización Distribución Consumo Seguridad alimentaria


y formación de capital

Alianza
productiva Agroindustria de
vertical alimentos

Agroempresas urbanas

Figura 3.
Estructura de las cadenas agroalimentarias y sus tipos de alianzas

Fuente: elaboración propia.


Las alianzas productivas que se constituyen en fundamento de una cadena
agroalimentaria pueden ser verticales, cuando se llevan a cabo entre los ac-
tores que representan los diferentes eslabones de la cadena, u horizontales,
cuando son acuerdos, asociaciones o fusiones entre actores presentes en un
mismo eslabón de la cadena, con el objeto no solo de incrementar su poder
de negociación, sino también de ganar representatividad social, económica y
política, lo cual modifica la relación entre el Estado y los agentes de la sosteni-
bilidad alimentaria (Piñones, Acosta y Tartanac, 2006).

Desde el punto de vista de la competitividad, se cuenta con dos maneras


para evaluar las agrocadenas. La primera se denomina cadena de valor Porter
(1998) y analiza los procesos que se dan entre proveedores y compradores,
en el interior de un actor o eslabón determinado, en relación con sus costos
y oportunidades de ganar competitividad. La segunda, llamada cadena global
de valor (Gereffi, Humphrey y Sturgeon, 2005), observa la agrocadena en su
conjunto y dimensión, a fin de establecer el grado de gobernanza que un actor
o eslabón tiene para controlar otros eslabones o la cadena en su conjunto, en
cuyo caso el papel de facilitador que cumple el Estado debe asumir una postu-
ra de intervención para eliminar asimetrías que pongan en riesgo la seguridad
alimentaria.

La literatura sobre veinticuatro cadenas agroalimentarias estudiadas en Colom-


bia establece que estas aportan 3 476 027 empleos, de los cuales 3 214 683
son agropecuarios (92 %) y 261 344 son agroindustriales (8 %); además, las
ventas se concentran un 90,7 % en las empresas grandes, 7,5 % en las me-
dianas y 1,8 % en las pequeñas (Instituto Interamericano de Cooperación para
la Agricultura [IICA], 2010). Sin embargo, el esfuerzo del pequeño productor
primario aporta el 66,3 % del valor de la producción agraria (Perfetti, Balcázar,
Hernández y Leibovich, 2013). Estas cifras evidencian desigualdad competitiva
y participativa en la distribución de los beneficios que reporta actuar en el con-
texto de la seguridad alimentaria nacional.
El deber ser en los agronegocios

Los agronegocios

Las fuentes del concepto se remiten a la teoría de la firma o teoría económica


de la empresa de Coase, dada a conocer en 1937, y la interpretación del agri-
business propuesta por Davis y Goldberg, en 1957, así como sus análisis sobre la
matriz insumo-producto de Wassily Leontieff. La teoría de la firma establece que
un empresario está dispuesto a generar empresa cuando la producción del bien
o servicio puede hacerse más eficiente en términos de costos que la obtención
del bien a través del mercado, es decir, cuando los costos de organización-pro-
ducción son inferiores a los costos de transacción. Por su parte, el análisis in-
sumo-producto deja en claro la importancia y necesidad de la interrelación
sectorial productiva con el objeto de hacer eficiente un sistema económico.
Estos argumentos llevaron a Davis y Goldberg (citados por King, Boehlje, Cook
y Sonka, 2010) a definir el agronegocio como: la suma de todas las operaciones
que participan en la fabricación y distribución de suministros agrarios; la pro-
ducción y operaciones en granja; así como el almacenamiento, procesamiento
y distribución de los productos agrarios y los bienes obtenidos a partir de ellos.

En este sentido, aquí se plantea que el agronegocio no se circunscribe al acto


de la negociación oferta-demanda en el mercado de consumo, sino que es
una apreciación más amplia y general que permite comprender el negocio
agrario a través de todas y cada una de las etapas que constituyen tanto al
sistema alimentario como a las agrocadenas: producción, transformación, co-
mercialización, distribución y consumo, con participación de grandes y peque-
ños productores, así como de sus actividades de soporte (IICA, 2010). Por
lo tanto, el agronegocio es una integración eficiente de grandes y pequeños
productores que pueden acceder a negocios igualmente grandes o pequeños
enfocados en el consumidor final, sin deterioro de los modos de sustento de
sus actores y unido a eventos conexos que permiten a los productores rurales
o a las empresas actuar competitivamente, observando las dimensiones de la
oportunidad agraria para sustentar la seguridad alimentaria nacional, así como
realizar formación de capital (véase figura 4).
Integración de negocios

Seguridad alimentaria
Producción Transformación Comercialización Distribución Consumo
y formación de capital

Actividades de soporte

Figura 4.
El agronegocio como acción integrada y participativa

Fuente: elaboración propia.

La producción primaria, base de los agronegocios en Colombia, dispone


­actualmente del 36,15 % del territorio nacional para su desarrollo. El 19,3 %
apto para la agricultura, el 13,3 % para ganadería y el 3,55 % para las pro-
ducciones integradas con bosque o agrosilvopastoriles (Perfetti, Balcázar, Her-
nández y Leibovich, 2013). Por otra parte, las unidades productoras agrarias
se distribuyen geográficamente: 63,40 % en la Zona Andina, 19,54 % en la
Pacífica, 8,54 % Caribe, 5,91 % Amazónica y 2,60 % en la Orinoquía, asenta-
miento que guarda correlación con el nivel de deforestación nacional. Además,
el aporte al consumo aparente de las unidades productoras agrarias presenta
un coeficiente medio de autosuficiencia del 90,6 % entre los años 2005 y 2015
(FAO, 2013). Datos ante los cuales cabe preguntarse: ¿cuál es el costo social
y ambiental en que se incurre en la base de los agronegocios para sustentar la
seguridad alimentaria? La repuesta necesariamente debe arrojar un indicador
de eficiencia productiva que a futuro permite orientar el qué hacer y cómo
hacer los agronegocios en Colombia.

Pese al esfuerzo productivo primario, buena parte de este se desperdicia a lo


largo de las cadenas. 9,76 millones de toneladas de alimentos se desperdician
en Colombia anualmente, un 84,4 % en las cadenas debido, fundamentalmen-
te, a su deficiente logística, lo cual deja en duda su capacidad de planeación y
El deber ser en los agronegocios

transferencia de información ante la responsabilidad socioambiental que deben


asumir, y el 15,6 % restante en los hogares (DNP, 2016). Pareciera que aún no
se toma conciencia de la importancia de salvaguardar los bienes de origen na-
tural ni tampoco de la mortalidad infantil por desnutrición vigente en Colombia.

Segunda parte: prospectiva

Agronegocios y emprendimiento

Las ideas fuente permiten la generación de innovaciones radicales o adaptativas


que propician cambios en los bienes, servicios o procedimientos, a fin de satis-
facer necesidades y usos que evolucionan con el tiempo. Llevar la innovación
de la teoría a la práctica requiere el emprendimiento o voluntad que reúne
capacidades y oportunidades para consolidar un proyecto social, ambiental
o económico en función de un objetivo previsto. Schumpeter (2015) sostie-
ne que la sistemática generación de innovaciones (destrucción creadora) que
maximiza los factores de producción, facilita el crecimiento y el desarrollo de
las naciones.

Desde esta perspectiva y en el caso colombiano, de cara al posconflicto, se


hace necesario construir modelos empresariales no discriminatorios. El em-
prendimiento en los agronegocios con enfoque en los derechos humanos se
hace incluyente y participativo, mecanismo que propicia la redistribución del
ingreso, con lo cual se favorece a comunidades vulnerables. Los planes de pro-
ducción rural por contrato suelen excluir a los agricultores más pobres, quienes
tienen tierras limitadas y marginales, menos recursos para invertir y viven en
zonas remotas. Investigadores del tema observan que los costos de transac-
ción asociados a la aportación de insumos, créditos, servicios de extensión,
recolección y clasificación de productos constituyen incentivos negativos para
las empresas que contratan con los pequeños propietarios, de manera que en
la mayoría de los casos suelen preferir contratos con agricultores de mediana
o gran escala. Los pequeños productores y la mujer rural se encuentran en
posiciones débiles para negociar y defender sus derechos, lo cual los excluye
de las oportunidades. Por ello, los modelos empresariales deben avanzar en
formas, estructuras y estrategias que reduzcan sustancialmente la vulnerabili-
dad y ayuden a que se consolide un tejido socioeconómico de productores
rurales con el cual, no solo se garantice la diversidad productiva, sino también
la seguridad alimentaria y la participación creciente, tanto en mercados locales
y nacionales como en mercados internacionales, los cuales manifiestan una
creciente demanda por bienes agrarios en virtud del crecimiento poblacional
mundial (Schutter, 2011); en otras palabras, hay espacio para todos, lo que falta
es saber compartirlo.

La revisión sobre políticas agrícolas de Colombia llevada a cabo por la Organiza-


ción para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, por sus siglas en
inglés, 2015), reconoce un sistema de innovación débil, con escasa inversión,
oferta de conocimientos, capacidades y gobernanza, que sustentan y articulan
el emprendimiento en agronegocios hacia las metas de acumulación primaria
de capital y seguridad alimentaria nacional. En cuanto a la oferta de conocimien-
tos citada, cabe anotar que la acción de incorporar tecnologías de cualquier tipo
en los agronegocios, no debe ser un factor que margine al pequeño productor,
ni un elemento disociador del reciclaje de nutrientes en el medio natural que
acentúe la entropía hasta niveles insostenibles en los agroecosistemas.

Agronegocio y equidad

Dada la importancia que reviste para la economía nacional la generación de bie-


nes y servicios relacionados directa o indirectamente con la producción prima-
ria, la presencia del Estado como institución reguladora es fundamental a fin de
mantener el equilibrio entre agronegocios de monocultivo masivo, cadenas de
abastecimiento e intereses competitivos nacionales e internacionales, junto con
la permanencia de la biodiversidad, las necesidades de inversión y ­facilidades
comerciales que demanda el pequeño productor.

No tiene sentido, ni espacio ético, ni aceptación legal y social, que los agronego-
cios de manera soterrada sean aprovechados como mecanismo para continuar
el despojo de tierras, negar las libertades de movilidad y acceso al agua de los
pequeños productores. Antes, por el contrario, deben ser una oportunidad para
El deber ser en los agronegocios

fortalecer la visión empresarial de las unidades campesinas naturales o comer-


ciales de manera incluyente y participativa, a fin de contrarrestar los impactos de
la pobreza, la precariedad del empleo rural, la inseguridad alimentaria, la falta de
acceso al agua —derecho universal del hombre—, la desigualdad y la inequidad.
El cierre de brechas rurales es un camino a la concordia que evita el desplaza-
miento forzado, el abandono de tierras y diferentes violencias (Perry, 2010).

Agronegocio y territorio

Desde mediados de la década de los ochenta, el análisis de los territorios de


producción agraria identificó la presencia de externalidades positivas materiales
(flora, fauna, agua, estructuras geológicas) e inmateriales (paisaje, historia), que
reúnen un flujo de bienes y servicios tangibles e intangibles que responden a
una demanda creciente de la comunidad en general y, en particular, de la pobla-
ción urbana. Esta realidad permitió transcender la visión sectorial para entender
el territorio como una apropiación social y uso histórico de los recursos na-
turales bajo relaciones económicas, sociales, culturales, ambientales y políticas
que dan fundamento a una nueva ruralidad, entendida esta, a su vez, desde un
espacio geográfico continuo que redefine el ámbito de acción, de la política, la
economía y la institucionalidad1 (Echeverri y Ribero, 2002).

En tal sentido, los agronegocios son diversos, no son un fenómeno socioe-


conómico netamente rural, ni urbano, son una mixtura que si bien es cierto
prefiere resultados productivos encaminados a grandes cadenas de distribución
y homogenizan el paisaje rural, no pueden desligarse del abastecimiento lo-
cal económicamente accesible que respalda la seguridad alimentaria territorial
­(Pisani y Franceschtti, 2009), ni tampoco consideraciones relativas al empleo
de la mano de obra local, la transferencia de tecnología, la sustitución de cul-
tivos ancestrales, el valor de la tierra o su arriendo, las implicaciones del uso

1 La nueva ruralidad es una apreciación empírica compleja, pues su plataforma de fenómenos ob-
servables tiene en cuenta: la gestión del desarrollo, la inestabilidad institucional, la gobernabilidad
y el papel del Estado, la inserción en la globalización, la superación de la pobreza y la desigualdad,
la diversificación económica y los sectores emergentes, la generación de empleo y tecnología, la
defensa del capital natural, el control de la corrupción y las economías subterráneas o ilícitas, la
discriminación de género y etnias y la viabilidad de los modelos: económico y de sociedad.
de agroquímicos, el respeto a la cultura y el tejido social in situ, entre otras
(Craviotti, 2014).

Agronegocios y desarrollo sostenible

En el pasado los procesos productivos agrarios buscaban el mayor rendimien-


to físico y económico por hectárea, desligando la sostenibilidad ambiental de
las decisiones de negocio. Hoy es necesario considerar el impacto ambiental
como un pasivo, no solo del proceso productivo, sino también de toda la so-
ciedad, y este cambio ha modificado significativamente la manera de interpretar
e interactuar del hombre con la naturaleza en procura de bienes y servicios
agropecuarios (Leibovich y Estrada, 2012).

La sostenibilidad implica para los agronegocios un cambio en sus diferentes


procesos, cuyo objetivo primordial es ofrecer soberanía y seguridad alimentaria
con eficiencia en el ahorro de energía y aprovechamiento de las capacidades
humanas, diversificación e innovación en la oferta, aseguramiento de la calidad
y control a la contaminación y el desperdicio, actos que sin duda contribuyen a
reducir los impactos adversos sobre el medio ambiente y sus recursos naturales
(Aguilar, Martínez, Rendón y Vaquero, 2011). Los monocultivos de gran escala
que constituyen agronegocios de talla mundial, por una parte, tienen efectos
positivos en el intercambio comercial y la consecución de divisas, pero a su vez
manifiestan efectos negativos sobre las economías locales y la sostenibilidad
ambiental, pues en no pocos casos impactan el paso de la subsistencia a la
autosuficiencia de los pequeños productores rurales (Olarte, 2012).

Si bien es cierto que los agronegocios vienen a enriquecer el mercado de


inversiones y favorecen la creación de organizaciones estratégicas para la segu-
ridad alimentaria y otras actividades productivas de la economía nacional (Co-
rrea, 2012), también lo es que demandan una acción coherente del Estado en
­cuanto a las condiciones de equidad requeridas para que las alianzas verticales
y horizontales presentes en los procesos productivos y las cadenas alimentarias,
tanto de grandes como de pequeños productores, sean abiertas, integradoras
y participativas, con el objeto de evitar que los agronegocios desborden los
El deber ser en los agronegocios

límites de la gobernabilidad e impacten negativamente la calidad de vida social,


económica y ambiental, así como el desarrollo nacional.

Conclusiones

Desde que la humanidad dejó el nomadismo y se asentó territorialmente para


desarrollar producciones primarias a las cuales asignó un valor de cambio,
surgieron los agronegocios. Históricamente, estos han evolucionado hasta la
globalización de los bienes commodities, donde el agronegocio asumió como
propia la intención del intercambio comercial a gran escala de monocultivos
con demanda agregada amplia y mundial.

La estructura funcional de los agronegocios se caracteriza por las etapas de:


producción, comercialización, transformación, distribución y consumo, colum-
na vertebral que comparte con el sistema agroalimentario y las agrocadenas, e
incluso de manera conjunta se orientan hacia dos fines principales: la seguridad
alimentaria y la formación bruta de capital. Cada estamento guarda sus caracte-
rísticas que lo identifican, pero en conjunto, su eficiencia aporta a la calidad de
vida de las personas, tanto a en el ámbito local como a escala nacional.

La bipolaridad de la economía agraria establece frentes de competencia que de


respetarse aportan al crecimiento y el desarrollo nacional de manera articulada
e incluyente. Sin embargo, se observan situaciones de inequidad y desigualdad
que afectan negativamente a los sectores vulnerables o débiles, en virtud de sus
escasos recursos económicos y falta de representatividad política. En este pun-
to la presencia del Estado es necesaria para establecer condiciones de equilibrio
que vengan a sustentar la seguridad y la autonomía alimentaria, la diversidad
productiva, la intervención en mercados locales, nacionales e internacionales y
favorecer la participación amplia en oportunidades accesibles.

El agronegocio debe ser un espacio abierto al progreso nacional. No puede


constituirse en un problema ambiental marginado de las obligaciones que de-
manda la conservación de los recursos naturales, un mecanismo de desplaza-
miento, una estrategia de concentración de la propiedad y la riqueza, una figura
limitante de la diversidad productiva, un ente marginal y marginador. El agro-
negocio debe ser un espacio sinérgico e integrador de los territorios, la nueva
ruralidad y la adecuación estructural del modelo económico hacia condiciones
que eleven la calidad de vida nacional.

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