Lectura 1 Semana 3
Lectura 1 Semana 3
Lectura 1 Semana 3
Mesopotamia
HISTORIA POLÍTICA, ECONÓMICA Y CULTURAL
dial-
GEORGES ROUX
MESOPOTAMIA
H istoria política, económ ica y cultural
Traducido por
José Carlos Bermejo Barrera
AKAL
M aqueta: RAG
MOTIVO DE L A PO RTAD A
Título original
L A M É S O P O T A M IE
E ssa i d ’histoire politique,
économ ique et culturelle
*■
© Editions du Seuil, 1985
ISBN: 84-7600-174-6
Depósito legal: M. 32.392-1987
Im preso en G R E F O L , S. A., Pol. II - La Fuensanta
M óstoles (M adrid)
Printed in Spain
CAPÍTULO SEGUNDO
u a p t a e r γ \γ ; ο γ ί τη η t» ι τ γ ?\ τ τ π γ α τ ^τ π α ο α π λ
ii/w irv i_,L L / D O U U D J M lV U I in 1 W U C L Γ Λ 3 Λ υ υ
Las c iu d a d e s e n t e r r a d a s
1 Las obras de arqueología propiam ente dichas (síntesis de los resultados de las ex
cavaciones para una región o un país determ inado) son muy escasas. La de G. Conte-
nau: M anuel d ’archéologie orientale, París, 1927-1947, 4 vols, sigue siendo muy útil,
aunque esté ya envejecida;' la de A . P arrot: A rchéologie M ésopotamienne, París,
1946-1953, 2 vol. sigue siendo indispensable y m erecería ser puesta ai día. Tam bién
puede consultarse: B. H rouda: M esopotam ien, Babylonien, Iran und A natolien, en
H andbuch der Archäologie, M ünchen, 1971 y Seton Lloyd The Archaeology o f M eso
potam ia, London, 1978. R. S. Ellis ha publicado A Bibliography o f M esopotam ian
Archaeological Sites, W iesbaden, 1972. P o r el contrario las obras sobre arte mesopo-
tám ico son muy num erosas y por lo general soberbias. Citem os, en francés: A. P arrot:
Sumer, París, 1981, 2 .a ed. A ssur. París, 1969, 2 .a ed.; P . Amiet: L ’A r t antique du
Proche-Orient, París, 1977; J. Margueron: M ésopotamie, París, 1965; L. Laroche: M er
veilles du m onde, M oyen Orient, Paris, 1979; en inglés: H . Frankfort: The A r t and
A rchitecture o f the A ncient Orient (abreviado A A O ), H arm ondsw orth, 1954; Seton
Lloyd: A r t o f the A ncient N ear East, London, 1960; y en alemán: E. Strom menger
y M . Hirmer: F ü n f Jahrtausende Mesopotamien, M ünchen, 1962 (trad, francesa: Cinq
Millénaires d ’art mésopotam ien, Paris 1964).
34
sos y de trozos de cerámica. Incluso la visita de un yacimiento en cur
so de excavación, acompañado por un arqueólogo, exige sólidos co
nocimientos históricos y mucha imaginación para poder evocar el pa
sado. Naturalmente es sorprendente y por ello se suele preguntar por
qué de estas famosas ciudades no han quedado más que tan pocas
huellas.
La respuesta es muy simple, pero exige algunas explicaciones: es
tas ciudades estaban hechas de arcilla, esta arcilla omnipresente en
Mesopotamia, donde la piedra es tan escasa. En épocas muy primiti
vas las casas se construían de arcilla prensada a mano (tauf), pero a
partir del noveno milenio se aprendió a mezclarla con paja y a mol
dear ladrillos oblongos o rectangulares, y a hacer secar estos ladrillos
al sol y a unirlos con un cemento. De este modo se pudo edificar muros
más espesos, más regulares y más sólidos. Cocidos al horno, estos mis
mos ladrillos eran mucho más resistentes, a la vez que impermeables,
pero también mucho más costosos. Por ello estaban reservados para
determinadas partes de los templos y los palacios, sobre todo para
los revestimientos de las torres escalonadas (ziqqurats), de las habita
ciones principales y de los suelos. Lo mismo ocurrió con las gruesas
puertas y los techos de cedro y otras maderas preciosas, importadas
con gran esfuerzo del Amanus y del Líbano. La techumbre de ios de
más edificios estaba hecha de cañas trenzadas o de ramas recubiertas
de tierra aplastada. Los suelos, también de tierra batida, así como la
cara interna de los muros, estaban tapizados con una capa de arcilla
alisada y a veces de yeso.
Gracias a sus espesos muros las casas mesopotamias eran relativa
mente confortables, frescas en verano y cálidas en invierno, pero exi
gían un cuidado constante. Todos los años había que renovar Tacajrar
de tierra del techo para protegerlo de las lluvias del invierno, y cual
quier remodelación de la estructura traía consigo el alisamiento de los
suelos, porque en la Antigüedad (al igual que en nuestra Edad Me
dia) los detritus eran simplemente arrojados a la calle, donde se mez
claban con el lodo y el polvo, de modo que las casas que la bordea
ban tendían a encontrarse algún día por debajo del nivel de la calle
y a inundarse con la menor precipitación2. Y ésta es la razón por la
que no es extraño descubrir en la misma construcción dos o tres sue
los sucesivos para un período relativamente corto. Si se tomaban es
tas precauciones las casas de ladrillo crudo podrían durar muchos años,
al menos hasta que sobreviniese una catástrofe: incendio, guerra, epi
demia, seísmo, gran inundación o cambio de lecho de un río. La ciu
dad era entonces parcial o totalmente abandonada. El techo, carente
de fundamentos o incendiado se hundía, y los muros, expuestos a la
intemperie por sus dos caras se caían, rellenando la casa y enterrando
los objetos abandonados por sus ocupantes. La guerra sobre todo pro
2 Sir L eonard Woolley: Digging up the Past, H arm ondsw orth, 1930, p. 24.
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vocaba una destrucción inmediata, porque el enemigo incendiaba nor
malmente la ciudad vencida y no se volvía a instalar en ella. Estos
botáfuegos de antaño han contribuido involuntariamente a hacer la
felicidad de los arqueólogos de hoy en día, porque al huir o al sucum
bir los desgraciados habitantes lo han dejado todo sobre el terreno,
y estas reliquias, para nosotros preciosas, han sido selladas y protegi
das por el desplome de las estructuras, e incluso algunas tablillas de
arcilla cruda fueron cocidas por el incendio convirtiéndose así en im
perecederas.
A veces, con el transcurso de los años, o de los siglos, de abando
no, nuevas poblaciones reocupaban el sitio, atraídas por determina
das ventajas: posición estratégica o comercial favorable, proximidad
de una fuente, de un río o de un canal, o quizá empujadas por una
fieT devoción hacia el dios o la diosa que habían presidido la funda
ción de la ciudad. Entonces se la reconstruía, y, como era imposible
limpiar la enorme masa de escombros, se aplastaban los muros de
rruidos, que servían como cimientos para las nuevas construcciones.
Este proceso se iba repitiendo muchas veces en el curso de los tiem
pos, y a medida que se iban sucediendo los niveles de ocupación la
ciudad se iba elevando progresivamente por encima de la llanura cir
cundante. Algunos lugares fueron abandonados muy pronto y para
siempre; otros, como Erbil y Kirkuk han sido ocupados más o menos
sin interrupción desde sus orígenes hasta nuestros días3, pero la ma
yor parte, tras haber sido habitados durante siglos o milenios, fueron
abandonados en algún momento de la larga historia de Mesopotamia.
No es difícil imaginar lo que siguió: la tierra y la arena traídas por
el viento se amontonaron junto a los restos de los muros todavía en
pie, llenando las callejuelas y todos los agujeros, las lluvias aplana
ron y luego erosionaron las ruinas amontonadas, arrastrando los res
tos y dispersándolos sobre una gran superficie. De este modo comen
zó el lento e irreversible proceso que debió dar a la ciudad mesopota-
mia su actual aspecto: el de un cerro más o menos regularmente re
dondeado, al que los árabes han dado el nombre de tell, directamente
procedente del acadio4.
La labor de los arqueólogos consiste en diseccionar esta masa com
pleja, hecha de muros y de cimientos derruidos o todavía en pie, de
escombros, de sucesivos suelos, de terraplenados, y a veces de tum
bas. Es preciso hallar el plano de los edificios, reunir y conservar los
objetos que se van descubriendo, tras haber registrado su posición in
situ, identificar los suelos y datar los niveles sucesivos de ocupación
3 Las m odernas ciudades de Erbil (la Arbelas de los autores clásicos), cuyo nom
bres recuerda A rbilum o Urbilum de los textos cuneiformes y de Kirkuk, la antigua
A rrapha (pronúnciese Arrap-kha) ocupan la cima de grandes tells, que, a pesar de su
interés histórico, no han podido ser excavados.
4 Del acadio tílu. E n las inscripciones reales asirías suelen hallarse frases como :
«transform é a esta ciudad en un tell (tílu) y en un m ontón de ruinas (Karmu)».
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que forman el tell. Según el tiempo y los créditos de que dispongan
utilizarán métodos diferentes, a vecep solos y a veces combinados5.
El medio más simple y el menos costoso de explorar sucintamente
un tell es el de efectuar «sondeos». Se perfora la superficie del tell
con dos o tres trincheras lo suficientemente anchas y a medida que
se va profundizando se van recogiendo los objetos que se van encon
trando, sobre todo los trozos de cerámica, que permitirán «datarlo».
También se van registrando cuidadosamente los fragmentos de mu
ros que se cruzan, las huellas de los suelos y las diferencias de textu
ras qye van apareciendo sobre las caras de la zanja, y todo lo que pueda
indicar un cambio de ocupación y de medio cultural. También se puede
cavar las trincheras en escalones, no en la superficie, sino en los cos
tados de un tell, lo que nos proporcionará un «corte estratigráfico».
Estas catas constituyen un método rápido, pero imperfecto, porque
nunca permiten separar una construcción, y es fácil que se pase im
perceptiblemente junto a un hallazgo interesante. No pueden, pues,
más que servir para una exploración preliminar, para el estudio de
los yacimientos menores y para las llamadas excavaciones de «salva
mento», sobre los tells llamados a desaparecer, por ejemplo, bajo las
aguas de los lagos artificiales creados por la construcción de diques6.
A los sondeos se opone el métoqo de «decapado», que consiste
en elegir primero una parte del tell que pueda parecer prometedora,
y en delimitar una zona más o menos extensa que se divide en cuadra
dos a excavar, uno a uno, en niveles horizontales sucesivos. Mientras
la excavación progresa, las construcciones van tomando forma, y se
puede entonces ampliar la zona inicial con el fin de explorarlo total
mente. Las excavaciones de los grandes yacimientos comportan siem
pre muchas zonas de este tipo, que pueden entonces irse fusionando
o ser empalmadas una a otra. Además no es raro que se excave en
el tell al menos un pozo en vertical, llegando, si es posible al suelo
virgen; estos «pozos de sondeo» tienen por finalidad la obtención de
una completa estratigrafía del yacimiento. Para algunas construccio
nes importantes pueden ser de interés el sacar a la luz las construccio
nes que las han precedido y sobre las que reposan, lo que obliga a
desmantelar las estructuras exhumadas, de lo que se deriva la necesi
dad de fotografiarlas primero y de llevar a cabo la excavación con
extremo rigor científico. Pero, de toaos modos excavar siempre es des
truir, puesto que, una vez que se van los arqueólogos, el inexorable
proceso de erosión que dio nacimiento al tell vuelve a comenzar de
nuevo. Es preciso tener en cuenta que ningún yacimiento de Mesopo-
5 Acerca de estos m étodos ver A. P arrot: AM . II, pp. 15/78; Sir M ortim er W hee
ler: Archaeology fr o m the Earth, London, 1956; Seton Lloyd: M ounds o f the Near
East, Edinburgh, 1962; F oundations in the Dust, L ondon, 1980, 2 .a ed.
6 Así por ejemplo las excavaciones internacionales a lo largo del gran codo del
Eufrates, al este de Alepo (J. C. M argueron [Ed.]: L e M oyen Euphrate, Leiden, 1980)
y en el valle del río H am rin, afluente del Diyala en Iraq: Sumer, 35,1979, pp. 419/600;
J. N . Postgate: «Excavations in Iraq», Iraq, 41, 1979, pp. 159/181.
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tamia ha sido y será jamás excavado totalmente: los pequeños, por
que generalmente no vale la pena7 y los grandes, porque a razón de
algunos meses por año (el clima impide excavar en verano), exigirían
un tiempo y unos gastos desproporcionados para los resultados espe-
A LA BÚSQUEDA DE UNA C R O N O L O G ÍA
7 Sin em bargo, pequeños tells pueden conservar grandes riquezas. Este es el caso
de Tell H arm al, pequeño otero en un suburbio de B agdad, que ha dado un «Código
de leyes» hasta entonces desconocido y num erosos textos de un gran interés (ver capí
tulos 11 y 22). Las excavaciones arqueológicas son cada vez m ás caras, y por ello se
utiliza a veces en determ inados yacimientos un m étodo que se podría llam ar «de barri
do». Consiste en no excavar más que el nivel superficial, hasta que se vean los m uros
(o los cimientos), lo que permite rápidam ente y con pocos gastos trazar una especie
de «plano» de la ciudad y perm ite saber cuáles zonas deben ser excavadas en realidad.
Tell Taya en Iraq'del N orte, es un ejem plo (ver: J. C urtis (Ed.): F ifty Years o f M eso
potam ian Discovery, London, 1982, fig. 57-58.
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cultural en el que predomina una cerámica muy diferente, no pintada
y de color beige, gris o rojo. Utilizando las series de inscripciones (véase
más abajo) se ha llegado, no sin dificultad, a atribuir el estrato que
contiene los cilindro-sellos y los ladrillos plano-convexos a los comien
zos de! tercer milenio (más exactamente a la primera parte de! perío
do Dinástico Arcaico o período presargónico, o sea, alrededor del
2900-2334 antes de J.C.). La cerámica no pintada del estrato inferior
no puede ser datada de esta forma, pero forma parte del hozironte
cultural llamado de «Uruk», por el nombre del sitio donde fue descu
bierta en grandes cantidades por primera vez. Es, pues, posible atri
buir al estrato de Jemdet Nasr una fecha «relativa»: se sitúa en,el tiem
po comprendido entre el período de Uruk y el comienzo del período
Dinástico Arcaico y se termina hacia el 2900 antes de J.C. Es más di
fícil determinar cuándo comienza, pero existen medios para llegar a
una estimación aproximada.
La historia propiamente dicha exige una cronología mucho njás
precisa y fechas expresables en cifras. Es, pues, interesante examinar
cómo se ha llegado a estas cifras y hasta qué punto se las puede consi
derar como exactas.
Los griegos antiguos contaban los años a partir de la primera Olim
piada (776 antes de J.C.), los romanos a partir de la fundación de
Roma (753 antes de J.C.), los musulmanes partiendo del momento
en el que Mahoma dejó la Meca por Medina (hégira 622 después de
J.C.) y nosotros tomamos como referencia el nacimiento de Cristo.
Pero los antiguos Mesopotamios no poseían ningún sistema de este
tipo, al menos antes de la época helenística, en la que adoptaron los
«años de Silukku», la era seléucida (311 antes de J.C .); antes hacían
referencia a los años del reinado de sus soberanos, utilizando para
ello tres sistemas diferentes, según el lugar y la época:
1.0 Los años del reinado eran simplemente expresados en cifras,
por ejemplo: 12. 0 año de Nabu-na’id (Nabónides), rey de Babilonia.
2 ° O bien cada uno de los años de un determinado reino era
definido por un acontecimiento importante ocurrido el año precedente,
tal como la victoria o el matrimonio de un soberano, la fundación,
reconstrucción o remodelación de un templo, etc..., por ejemplo: Año
en el que Isin y Uruk fueron conquistadas (por Hammurabi).
3.° O todavía, cada año del reinado llevaba un nombre, prime
ro elegido por azar, y luego determinado por la presencia de algún
gran oficial o funcionario del reino, situándose el propio rey siempre
el primero. Este es el sistema de los epónimos (en asirio limu).
En Sumer, durante el período Dinástico Arcaico se utilizó el pri
mer sistema y un equivalente del tercero (el bala). Luego prevaleció
en Babilonia el segundo de los sistemas, llamado de los «nombres de
años», hasta el período casita, en el que fue reemplazado por el pri
mero hasta llegar a la época seléucida. Los asirios, por el contrario,
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continuaron adhiriéndose al sistema de limu durante toda su
historia8.
Estos sistemas de datación carecían de utilidad práctica para los
propios mesopotamios, salvo a condición de disponer para cada uno
de los reyes de una lista del reinado (lo que constituyó el sistema en
uso) y para cada dinastía de una lista de soberanos con la duración
de su reino, y, por último, de una lista de las diferentes dinastías que
hubiesen reinado sucesivamente. Estas listas existían y, por.suerte, mu
chas de ellas han llegado hasta nosotros9. He aquí algunos ejemplos:
Lista de nombres de los años del reino de H am m urabi10:
1. Hammurabi llegó a ser rey.
2. Estableció la justicia en el país.
3. Construyó un trono para el estrado principal del dios Nanna
en Babilonia.
4. Fue construido el muro del recinto sagrado Gagia.
5. Construyó el en ka-ash-bar-ra. *
6. Construyó el shir * de la diosa Laz.
7. Fueron conquistadas Isin y Uruk.
8. La región de Emutbal (¿fue conquistada?).
9. El canal (llamado) Hammurabi (es) la abundancia fue cavado.
Puede verse por esta lista que la fecha citada más arriba corres
ponde al séptimo año de Hammurabi.
Lista de los reyes de la I Dinastía de Babilonia (lista B )11:
Sumuabi, rey (reino) 15 (14) años.
Sumulail, 35 (36 años).
Sabu, su hijo, ditto (es decir· rey, ha reinado), 14 años.
Apil-Sín, su hijo, ditto 18 años.
Sín-muballit, su hijo, ditto, 30 (20) años.
Hammurabi, su hijo, ditto, 55 (43) años.
Samsu-iluna, su hijo, ditto, 35 (38) años.
Según los nombres y las duraciones del reino de otros cuatro re
yes, luego la mención: «Once reyes, dinastía de Babilonia». De este
modo podemos enterarnos que Hammurabi era el sexto rey de esta
dinastía, que su padre era Sín-muballit y tuvo por hijo a Samsu-iluna,
que reinó 55 (43)** años y que la disnastía comportó once reyes. En
algunas listas el total de los años del reino es indicado por el escriba.
8 M. R. Rowton: CA H (3), I, 1, pp. 194-197. A cerca del bala sum erio ver el capí
tulo 10. Lista de los limu en A . U ngnad, artículo «E ponym en», Reallexikon der
Assyriologies (RLA), II, pp. 412/457, y en ARAB, II, pp. 427/439.
9 Se hallará una lista com pleta y puesta al día de estos docum entos en D. O . Ed-
zard y A . K. G rayson, artículo «Königlisten und Chroniken» RLA, VI, pp. 77/135.
10 AN ET (3), pp. 269/171.
11 AN ET (3), p. 271.
* Térm inos sumerios cuya significación es desconocida.
** Las duraciones de los reinados de esta lista, recopilada a partir de textos en mal
estado, suelen ser desgraciadam ente falsas. Las cifras reales se indican entre paréntesis.
40
Lista de limu (reino de Adad-Nirâri III, 810-783) li.
Adad-nirári, rey de Asiría (campaña) contra el Manna.
Nergal-ilia, turtánu (general en jefe), contra el Guzana.
Bêl-daiân, nâgir ekalli (heraldo del palacio), contra el Manna.
Siï-bêi, rab shaqê (gran copero), contra el Manna.
Ashur-taklak, abarakku (intendente), contra Arpad.
Ili-ittia, shakin mâti (gobernador de Asur) contra la ciudad de Ha-
zázu.
Nergal-eresh (gobernador) de Rasappa, contrá la ciudad de Ba’li, etc.
Estas diferentes listas cubrían períodos variables. Algunas se limi
taban a un solo reinado y a una sola dinastía. Otras, como lista babi1
lonia B, cuyo comienzo se cita más arriba, comprendían muchas di
nastías aparentemente sucesivas. Otras, todavía más ambiciosas, com
prendían períodos muy largos y muchos reinos. Tal como la famosa
«Lista real sumeria», que se extiende desde los soberanos míticos de
antes del Diluvio hasta el rey Damiq-ilishu (1816-1794), último rey de
la I Dinastía de Isin 13.
Sacar de estas listas fechas expresadas en términos de cronología
cristiana —o más bien precristiana— hubiese sido imposible sin el grie
go de Alejandría Claudio Tolomeo que, en el siglo segundo de nues
tra Era añadió a una de sus obras una lista de todos los reyes de Babi
lonia y Persia, desde Nabonassa (Nabû-nâsir, 747-734 antes de J.C.)
hasta Alejandro Magno (336-323)14. Esta lista, llamada «Canon de
Tolomeo» no sólo nos proporciona la duración de cada reinado, sino
que también da importantes acontecimientos astronómicos que han
marcado algunos de éstos. Así, combinando las informaciones pro
porcionadas por muchas tablillas asirías, podemos reconstruir una lista
de limu, larga e ininterrumpida, que cubre el período comprendido
entre Adad-nirâri II (911-891) y Asurbanipal (668-627). Esta lista de
epónimos también menciona los principales fenómenos astronómicos
de este período. Entre el 747 y el 632 antes de J.C. los nombres de
los reyes y las duraciones de los reinados de la lista asiría y los del
«Canon de Tolomeo» coinciden perfectamente, al igual que los eclip
ses y otros fenómenos celestes que mencionan estos documentos. Ade
más los astrónomos han descubierto que un eclipse solar que, según
las listas de los limu, habría tenido lugar en el mes de Simanu (mayo-
junio) del décimo año del rey Àshur-dân III, se produjo efectivamente
el 15 de junio del 763. Y ésta es precisamente la fecha a la que se ha
bía llegado sumando a retrotiempo lqs años de cada reino sobre las
listas asirías (se alcanza el 772-775 para Ashur-dân. La cronología ab-
41
soluta de Mesopotamia queda, pues, firmemente establecida a partir
del 911 antes de J.C.
La cronología de los períodos más antiguos descansa sobre cimien
tos menos sólidos. En teoría se debería poder reconstruirla a partir
de las listas reales dinásticas, pero se ha comprobado que esto podría
conducir a error. No sólo hay a veces diferencias entre los ejemplares
que nosotros poseemos, sino que frecuentemente también contienen
lagunas y a veces errores de escribas. También sabemos por diversas
comprobaciones (correspondencia y tratados entre los soberanos y lis
tas sincrónicas) que algunas dinastías presentadas como sucesivas en
realidad eran contemporáneas, parcial o totalmente. Sin embargo, en
la actualidad y a pesar de algunas divergencias de opiniones (sobre
todo para las épocas más primitivas) la cronología mesopotámica se
halla bien establecida. Pero la labor ha sido larga y difícil15. Así es
como hacia alrededor de un siglo se hacía comenzar al reinado de Ham
murabi —auténtica «clave de bóveda» de toda la cronología del se
gundo y tercer milenios— en el 2394 antes de J.C. (Opppert). En 1927
esta fecha fue rebajada por el asiriólogo francés Thureau-Dangin al
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ner), pero la gran mayoría de los historiadores se pronuncia a favor
de la cronología «media», que hace reinar a Hammurabi del 1792 al
1750 antes de J .C .16. Esta última cronología será la que se siga en
esta obra, con todas las repercusiones que ello implica para una gran
parte de la historia mesopotámica17.
No podremos dejar este tema sin decir algo de los nuevos méto
dos de datación basados sobre los fenómenos físico-químicos y de los
que el principal es el método del carbono 14 o carbono radiactivo.
He aquí brevemente su principio. Las células de todos los seres vivos
están formadas por moléculas que contienen carbono. La casi totali
dad de este carbono es de peso atómico 12, pero una ínfima parte lo
constituye un isótopo radiactivo de peso atómico 14. Este carbono
(C 14) se crea en la alta atmósfera por colisión de átomos de nitróge
no y neutrones bajo la influencia de los rayos cósmicos y es inmedia
tamente oxidado por el ozono, convirtiéndose en gas carbónico. Así
pues, «llueven» sobre nuestro planeta átomos de carbono 14, que son
absorbidos por los animales y las plantas. El carbono 12 ordinario
es estable, pero el C 14 se transforma en nitrógeno, emitiendo una
radiación minúscula. Mientras el organismo está vivo la cantidad de
C 14 que contiene continúa siendo la misma, porque es constantemente
renovada, pero tras su muerte decrece de modo regular, reduciéndose
42
a la mitad en 5568 años. Midiendo y comparando las radiactividades
de dos trozos de substancia orgánica, uno antiguo y el otro que date
de 1950, año cero B P (before present) se puede, mediante un simple
cálculo,' determinar la fecha del pedazo antiguo.
Inventado en 1964 por el profesor W. F. Libby, de Chicago 18 y
aplicado ahora en muchos laboratorios de todo el mundo, este méto
do no puede evidentemente ser utilizado más que sobre trozos de ma
teria orgánica (maderas, cañas, plantas, huesos de animales u hom
bres) recogidos en el curso de las excavaciones. A pesar de su elevado
costo es muy utilizado en arqueología, sobre todo en la del Próximo
Oriente, pero debe tenerse en cuenta que tiene sus limitaciones: la «des
viación standár» inherente a las delicadas técnicas, debida a la conta
minación de la muestra por materiales más antiguos o más recientes
y sobre todo a las variaciones temporales de las concentraciones de
C 14 en la atmósfera (y por lo tanto en los seres vivos) de reciente
descubrimiento. La «calibración» (corrección) por el método de la den-
drocronología (datación por los anillos de crecimiento de los árboles)
ha mejorado estos resultados, pero sigue siendo menos precisa de lo
'que se suele creer. Muy útil para la prehistoria —en la que una des
viación en uno u otro sentido de cien a ciento cincuenta años no po-
c e e m ó c n n e u n o i m o a r <=»1 a t i \ ; a _____ r * a c i n i i r i p o p c 111í li 7 Q H a n a r a
jv v 111UO ^ u V U11U iill|yv/l lUHVlU I VIUll I U VUül I1U1IVU VU |/M<U
La in v e s t ig a c ió n a r q u e o l ó g ic a e n M e s o p o t a m ia *
18 W. F. Libby: Radio-Carbon Dating, Chicago, 1955. P ara los porm enores acer
ca de este m étodo ver C. Renfrew: B efore Civilization, H ardm ondsw orth, 1976, pp.
53/92; pp. 280/294. Listas de fechas relativas para el Próxim o Oriente en\P . Singh:
N eolithic Cultures o f Western A sia, L ondon y New Y ork, 1974, pp. 221/227; J. Me-
llaart: The N eolithic o f The Near East, L ondon, 1975, pp. 283/289 y D. y J. Oates:
The Rise o f Civilization, Oxford, 1976, Apéndice.
19 Lo esencial sobre estos m étodos, así como sobre el radiocarbono puede hallarse
en los Dossiers de l ’archéologie, Fontaine-lès-D ijon, 39, 1979, pp. 46-81.
20 S. A. Pallis: Early Exploration in M esopotam ia, Copenhagen, 1954. Ver tam
bién AM , I, pp. 13/168. La bibliografía de los yacim ientos aquí m encionados se irá
dando en notas, a m edida que vayam os m encionando esos yacimientos en el texto.
* Los lugares cuyo nom bre va precedido de un asterisco se hallan en la parte siria
de M esopotam ia.
43
Mesopotamia en el año 401 antes de J.C. pasó por cerca de las gran
des ciudades asirías y no llega a nombrarlas. En el siglo primero de
nuestra Era, Estrabón habla de Babilonia como de una ciudad en rui
nas y «casi totalmente abandonada»21.
Pasa un milenio. A medida que se espesa el manto de tierra que
recubre las ciudades muertas su recuerdo se va borrando poco a po
co. Los historiadores árabes no ignoran totalmente el glorioso pasa
do del Iraq, pero Europa lo ha olvidado. Las peregrinaciones de Ben
jamín de Tudela en el siglo XII y los viajes del naturalista alemán Rau-
wolff cuatro siglos más tarde siguieron siendo episodios aislados. No
será más que en el siglo xvn cuando se despierte el interés de Occi
dente por las antigüedades orientales con la lectura del apasionante
relato que hizo el italiano Pietro della Valle de su viaje a través de
Mesopotamia y con la visión de ladrillos «sobre los que están inscri
tos algunos caracteres desconocidos», que había encontrado en Ur y
Babilonia y que trajo a Europa en 1625. Poco a poco la idea se fue
difundiendo en las Academias y en las Cortes; había un campo de in
vestigaciones digno de interés. En el año 1761 fue enviada por prime
ra vez una expedición científica al Oriente por parte de Federico V,
rey de Dinamarca, con la misión de recoger todas las informaciones
posibles sobre ios más variados temas. Las numerosas inscripciones
copiadas en Persépolis por el director de la expedición Karsten Nieh-
bur, fueron confiadas a los filólogos, que rápidamente se pusieron
a trabajar para descifrar esia misteriosa escritura. Desde aquel entonces
casi todos los que visitaban el Oriente, en el que vivían, tomaron co
mo cuestión de honor el exptorar ruinas, reunir los antika y copiar
inscripciones. Los más notables de estos entusiastas investigadores fue
ron el abate Joseph de Beauchamp, distinguido astrónomo (1786),
Claudius James Rich, presidente de la East India Company y cónsul
general de Gran Bretaña en Bagdad (1807), Sir James Buckinham
(1816), Robert Mígnan (1827), James Baillie Fraser (1834) y un ofi
cial del ejército británico, que fue a la vez un gran deportista, explo
rador y filólogo, el más grande de todos ellos sin duda, Sir Henry Cres-
wicke Rawlinson (1810-1895). Nos será preciso mencionar al menos
una importante expedición británica de comienzos del siglo xix, la
«Tigris-Euphrates Expedition» (1835-1836), dirigida por F. R. Ches-
ney, que estudió ei curso de estos dos ríos y reunió una considerable
masa de informaciones sobre sus regiones colindantes.
A excepción de Beaucham y Mignan, que hicieron algunos agu
jeros en Babilonia, todos estos exploradores se contentaban con exa
minar y medir algunas de las ruinas que iban encontrando y estaban
muy lejos de imaginar lo que contenían esos «desolados oteros» que
pisaban sus botas. Pero en 1842 Paul-Emile Botta, de origen italiano
y cónsul de Francia en Mosul, emprendió la primera campaña de ex
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cavaciones en el Iraq y descubrió en Khorsabad a los asirios en el senti
do exacto del tétrnino. Casi inmediatamente (1845) un inglés, Sir Henry
Layard, siguió su ejemplo en Nimrud, otra ciudad asiría. En el año
1877 Ernest de Sarzec, cónsul de Francia en Basora, había oído ha
blar de algunas estatuas halladas por excavadores clandestinos en Te-
11o; decidió excavar el tell, y descubrió a los sumerios. Así pues, en
el espacio de unos treinta años una civilización hasta entonces prácti
camente desconocida fue mostrada a un mundo que contemplaba es
tupefacto cómo Mesopptamia podía ofrecer tesoros comparables a los
de Grecia o Egipto. Botta, Layard, Sarzec y sus inmediatos suceso
res, Loftus y Smith, pioneros de este período heroico, eran los «afi
cionados» en el pleno sentido de la palabra, carentes de experiencia
y de método riguroso. Su principal objetivo consistía en exhumar y
remitir a sus respectivos países estatuas, bajorelieves e inscripciones.
Los muros de ladrillos crudos, fragmentos de cerámica y otros obje
tos menos espectaculares no les interesaban en absoluto; los destruían
y apenas se preocupaban de conservarlos. Pero abrieron nuevos ca
minos y, a pesar de todo tipo de obstáculos, trabajaron con una ener
gía y un entusiasmo admirables.
Durante este tiempo en las universidades europeas otros pioneros,
igualmente entusiastas, pero más pacientes, emprendieron la gigan
tesca labor de ir descifrando los textos que les iban llegando. La his
toria de esta aventura intelectual, que se prolongará durante un siglo
y exigirá prodigios de inteligencia, de paciencia e imaginación por parte
de numerosos eruditos de diferentes países es demasiado compleja co
mo para que se la pueda contar aquí con brevedad21. Será preciso no
obstante que rindamos homenaje a hombres como Grotefend, profe
sor de griego en la Universidad de Göttingen, a quien se debe la pri
mera tentativa de desciframiento de las inscripciones cuneiformes en
persa antiguo copiadas por Niebuhr en Persépolis, así como a Raw-
linson, quien, entre 1835 y 1844 no sólo puso en peligro su vida para
copiar la larga inscripción trilingüe grabada por Darío en lo alto del
abrupto acantilado de Behistun, en el Irán, sino que comenzó a tra
ducir esta inscripción del persa antiguo, babilonio y elamita, piedra
que ha sido para la asiriología lo que la famosa piedra de Rosetta a
la egiptología, pero con la diferencia de que por aquel entonces no
se podía leer ninguna de sus lenguas, todas ellas escritas en cuneifor
me. También será preciso nombrar al irlandés Edward Hincks y a su
colega francés Jules Oppert que, junto con Rawlinson, forman lo que
se há solido llamar la «santísima trinidad» de los estudios cuneifor
mes, porque fueron ellos quienes superaron las mayores dificultades
epigráficas y lingüísticas y, como ha escrito uno de sus sucesores «abrie
ron las polvorientas páginas de los libros de arcilla enterrados en to-
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do el antiguo Oriente»23. El desciframiento del asirio y del babilo
nio, comenzado en el año 1802 (lenguas a las que se reúne bajo el nom
bre de acadio en la actualidad, aunque perduran los términos asirio-
logía y asiriólogo), se consideró como seguro a partir de 1847, y hacia
1900 la otra lengua de la Mesopotamia antigua, el sume rio, ya era
conocida en sus grandes líneas. En la actualidad, el acadio ya casi no
tiene secretos para nosotros y el sumerio, aunque conserva algunas
partes oscuras, se va leyendo cada vez con mayor confianza. Se esti
ma en la actualidad que hay alrededor de un millón de tablillas a la
disposición de los sumerólogos y asiriólogos, de las que casi la mitad
no han sido ni publicadas, y otras se van descubriendo cada año, a
medida que progresan las excavaciones. Puede afirmarse que ningún
país ha producido abundancia tal de textos antiguos, bajo la forma
en la que fueron escritos y, en consecuencia, de una autenticidad in
dudable.
La entrada en escena de los alemanes a comienzos de siglo marca
rá el comienzo de una nueva era en la investigación arqueológica. Ro
bert Koldewey en Babilonia (1899-1917) y Walter Andrae en Asur
(1903-1914) introdujeron, efectivamente, métodos rigurosos, e inclu
so meticulosos en un dominio en el que por mucho tiempo habían rei
nado el azar, la intuición y la prisa. El método alemán fue rápida
mente adoptado por todo el mundo y sin duda los diez años que pre
cedieron a la Primera Guerra Mundial y los veintidós que la separan
de la Segunda fueron los que ¡hicieron que la arqueología mesopotá-
micá conociese su período más fecurido en grandes descubrimientos.
Fue durante este período cuando Woolley exhumó el pasado de Ur
y en *Carquemisch, cuando el barón Von Oppenheim excave *Tell
Halaf, mientras que su compatriota Heinrich se dedica al gran yaci
miento de Ur y mientras que-Parrot emprende las excavaciones de Tello
y luego descubre *Mari, cuando los británicos trabajarán en El Ubaid,
Nínive, Arpachiyah, *Chagar Bazar y *Brak, con los americanos en
Kish y en Jemdet Nasr, y cuando los americanos individualmente ex
cavarán en Nippur, Khafaje, Tell Asmar y Nuzi. Fue la época en la
que se fueron precisando las grandes líneas de la historia mesopota-
mia y en la que aparecían, más all^ de las épocas históricas otras épo
cas más antiguas y culturas anónimas, fascinantes y hasta entonces
/ΙαΡΛΛηΛΛίΗοΓ
En 1920 el Iraq y Siria habían sido extirpadas del cadáver del Im
perio Otomano y bajo las tutelas francesa y británica se habían ido
con virtiendo poco a poco en naciones. Se abrió un museo en Bagdad
y otro en Damasco, y otro más en Alepo, y jóvenes iraquíes y sirios
recibían en Europa y en América y sobre el terreno una sólida forma
ción como arqueólogos y asiriólogos. De este modo, lejos de detener
se, durante la Segunda Guerra Mundial prosiguieron las excavacio-
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nes, al menos en el Iraq, con notables resultados, sobre todo en Tell
Uqair, Hassuna y Aqar Quf. Concluida la guerra, los alemanes se pu
sieron a trabajar en Uruk y los americanos en Nippur; estos últimos
alcanzarían muy pronto su palmares con las exploraciones en el Kur-
distán prehistórico y con las excavaciones de Jarmo y Snanidar. Los
franceses volvieron a *Mari y los ingleses a Nimrud, abandonada desde
hacía setenta años, mientras queSeton Lloyd, Taha Baqir y Fuad Sa
far desfloraban dos yacimientos importantes y todavía prácticamente
vírgenes: Eridu y Hatra. Tras la revolución de 1958 la joven Repúbli
ca del Iraq, al igual que la República siria se abrieron todavía más
a los arqueólogos extranjeros. Y así, mientras que los americanos se
concentraban en Nippur, los alemanes añadían nuevos filones al de
Uruk, como Tell Khueira, Isin y *Habuba Kabira. Los iraquíes des
cubrieron en Tell es-Sawwan una nueva cultura prehistórica. Los in
gleses excavaron en Tell el-Rimah, Umm Dabaghiya, Choga Mami
y Abu Salabikh, los franceses en *Mari y Larsa, los belgas en Tell
ed-Dêr, los daneses en Shimshara, los italianos en Seleucia, los rusos
en Yarim Tepe, los polacos en Nimrud, e incluso los japoneses en Tu-
lul eth-Thalathat. De todos modos esta lista no muestra más que los
yacimientos más importantes y no se mencionan ni los numerosos y
útiles surveys ni las pequeñas catas. En ei momento en el que escribi
mos muchos de los grandes yacimientos mencionados todavía están
activos y se proyecta excavar otros nuevos. Todas las capitales de la
mayor parte de la antigua Mesopotamia, así como cierto número de
pequeñas ciudades y villas, han sido exhumadas, al menos parcialmen
te. Además, un loable esfuerzo se ha hecho o está en curso para res
taurar algunas de las partes de los centros más importantes, sobre to
do de Babilonia, Nínive, Nimrud, Ur y Hatra. Sin embargo, quedan
todavía por explorar cerca de seis mil tells entre el Tauro y el golfo
Pérsico, labor de la que se ocuparán muchas generaciones de arqueó
logos.
Los resultados de esta larga serie de excavaciones, los numerosos
textos ya publicados, las múltiples obras de análisis, de reflexión y
de síntesis escritas por los asiriólogos-historiadores y reforzadas aho
ra con las de los sociólogos, etnólogos y economistas, constituyen una
documentación de una amplitud y uñ interés considerables. Si toda
vía subsisten muchas lagunas en la prehistoria y en la historia meso-
pótámicas, podemos al menos tratar de esbozar las lineas maestras,
comenzando por aquellos lejanos tiempos en los que los cazadores pa
leolíticos poblaron las alturas del Kurdistán, y de los que nos han de
jado como huellas de su presencia sus humildes útiles de sílex tallado
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CAPÍTULO TERCERO
DE LA CUEVA A LA ALDEA
Hasta el año 1950 hubiera sido uná labör vana él buscar algunas
líneas sobre la prehistoria del Iraq en las obras especializadas, mien
tras que por el contrario la del Levante (Palestina, Siria y Líbano)
ya ocupaba desde hacía algún tiempo un lugar importante. En efec
to, la investigación arqueológica se había concentrado en la llanura
mesopotámica y si bren es cierto que los niveles más profundos de al
gunos tells habían permitido establecer una secuencia de culturas «pro-
tohistóricas», que preparaban la eclosión de la civilización sumeria,
hacia el 3000 antes de J .C ., todas estas culturas aparecían en el perío
do eneolítico y se escalonaban, como máximo, durante un período
de unos dos mil años. La prehistoria propiamente dicha, la Edad de
Piedra, como antaño se la llamaba, era prácticamente desconocida.
Es cierto que se habían encontrado numerosos sílex tallados sobre la
superficie en el desierto sirio-mesopotamio ', y desde 1928 la profe-
soTá Dorothy Garrod, conocida sobre todo por sus trabajos en Pales
tina ya había explorado dos cavernas en el Kurdistán iraquí, Zarzi y
Hazar Mefd, que contenían conjuntos paleolíticos, sobre los que vol
veremos a hablar. Pero estos descubrimientos apenas habían tenido
ec a í uera del pequeño círculo de ios especialistas. Debían pasar vein
te años antes de que el Instituto Oriental de la Universidad de Chica
go decidiese prestár su atención al período de la transición, en el Pró
ximo Oriente, de los cazadores-recolectores del fin del Paleolítico a
los ganaderos-agricultores del Neolítico^ y enviar una misión a explo
rar e' mismo Kurdistán, que parecía ser \ina región prometedora, por
diversas .razones. Entre 1948 y 1955 tres campañas de excavación y
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