Lectura 1 Semana 3

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G E O R G E S ROUX

Mesopotamia
HISTORIA POLÍTICA, ECONÓMICA Y CULTURAL

dial-
GEORGES ROUX

MESOPOTAMIA
H istoria política, económ ica y cultural

Prefacio de Jean Bottéro

Director de Estudios en la Ecole


Pratique des Hautes Etudes (Asiriologia)

Traducido por
José Carlos Bermejo Barrera

AKAL
M aqueta: RAG
MOTIVO DE L A PO RTAD A

Cabeza cincelada en bronce de un rey de la dinastía


de A cad (hacia el 2334-2150), proviniente de Ni­
nive. Se traía probableiuecie de Naran-Sin y no
de Sargón, como se ha so M e decir.

Iraq M useum de Bagdad


(C) H irm er Fotoarchiv.

«No está permitida la reproducción total o par­


cial de este libro, ni su tratam iento informáti­
co, ni la transmisión de ninguna forma o por
cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico,
por fotocopia, por registro u otros métodos, sin
el permiso previo y por escrito de los titulares
del Copyright.»

Título original
L A M É S O P O T A M IE
E ssa i d ’histoire politique,
économ ique et culturelle
*■
© Editions du Seuil, 1985

de la edición en lengua española:


© Ediciones Akal, S. A., 1987

Los Berrocales del Jaram a


Apdo. 400 - Torrejón de A rdoz
Telfs.: 456 56 11 - 456 49 11
M adrid - E spaña

ISBN: 84-7600-174-6
Depósito legal: M. 32.392-1987
Im preso en G R E F O L , S. A., Pol. II - La Fuensanta
M óstoles (M adrid)
Printed in Spain
CAPÍTULO SEGUNDO

u a p t a e r γ \γ ; ο γ ί τη η t» ι τ γ ?\ τ τ π γ α τ ^τ π α ο α π λ
ii/w irv i_,L L / D O U U D J M lV U I in 1 W U C L Γ Λ 3 Λ υ υ

Para tratar de hacer revivir el pasado los historiadores se apoyan


sobre dos tipos de documentos: los textos y los «artefactos», utilizan-
do este término en su sentido etimológico, es decir, designando a to-
do lo que ha sido fabricado por la mano del hombre, desde el más
grandioso templo al más humilde utensilio de cocina. A esto conven­
drá añadir las «huellas ecológicas» (restos de comidas o de animales
domésticos, granos, granos de polen, etc.) asociados al hábitat, sobre
los que no se ha prestado atención más que recientemente y que con­
tinúan siendo patrimonio de los prehistoriadores. Pero ocurre que en
el Próximo Oriente —y sobre todo en Mesopotamia— estos elemen­
tos de información, incluidos los textos, se hallan casi siempre ente­
rrados en el suelo y no se vuelven disponibles más que mediante el
trabajo paciente, minucioso y lento de los arqueólogos.
Las excavaciones arqueológicas en el Iraq comenzaron en el año
1843 y no han cesado de continuarse desde entonces, siendo apenas
interrumpidas por la Primera Guerra Mundial, y quedando un poco
ralentizadas por la Segunda. En principio fueron llevadas a cabo por
geniales aficionados, pero con el cambio de siglo comenzaron a to-
mar una orientación más científica, a medida Que el llenar los museos
de obras de arte no constituía un fin en sí, y que lo más importante
era el descubrir cómo vivían los pueblos de antaño. Por otra parte,
la propia naturaleza de su trabajo, el hecho de que tuviesen que ma­
nipular objetos frágiles por haber permanecido enterrados durante largo
tiempo, y la necesidad en que se veían, si querían alcanzar los niveles
más antiguos, de ir destruyendo cada uno de los niveles de ocupación
que acababan de explorar, obligaron a los arqueólogos a ir desarro­
llando técnicas cada vez más refinadas. Equipos de especialistas, or­
ganizados y subvencionados por las universidades y los museos de
Europa y América, han hallado en el Iraq excelentes trabajadores, rá­
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pidamente formados y siendo muy pronto capaces de distinguir con
el extremo de su pico o de su paleta las estructuras de ladrillo crudo
de la ganga arcillosa. Desde hace ochenta años una treintena de sitios
han sido objeto de excavaciones exhaustivas y casi trescientos han si­
do «sondeados». Los resultados de este-esfuerzo internacional son
enormemente destacables. Los historiadores que, hasta mediados del
pasado siglo debían contentarse con las escasas informaciones pro­
porcionadas por la Biblia y por un puñado de autores clásicos, tienen
ahora a su disposición un material epigráfico y arqueológico, cuya
enorme masa crece de año en año, y reconocen con gusto su deuda
hacia los «excavadores».
Así pues la mera cortesía ya justificaría la existencia de este capí­
tulo, pero también otras razones nos han llevado a escribirlo. Todo,
a lo largo de este libro, será cuestión de esas colinas artificiales, de
esos tells que marcan el emplazamiento de esas ciudades y aldeas en­
terradas. Frecuentemente hablaremos de «lechos» y de «niveles», y
cada vez que ello sea posible daremos las cronologías «absolutas» y
«relativas». Nos pareció que el lector tiene en general el derecho a
saber de qué hablamos y el mejor modo de satisfacer esta curiosidad,
sin duda alguna legítima, lo constituye el proporcionarle un breve re­
sumen de los métodos y el desarrollo de lo que hoy en día se llama
la arqueología mesopotámica ·.

Las c iu d a d e s e n t e r r a d a s

Para quienes visitan el Iraq el primer contacto con los yacimien­


tos antiguos es muy decepcionante. Si se le presentan impresionantes
monumentos, como el zigurat de Ur o la puerta de Istar en Babilo­
nia (que han sido exhumados y restaurados) o incluso el arco de Cte-
sifonte (que es de época tardía) apenas puede mostrársele otra cosa
que unas colinas más o menos elevadas cubiertas de ladrillos disper-

1 Las obras de arqueología propiam ente dichas (síntesis de los resultados de las ex­
cavaciones para una región o un país determ inado) son muy escasas. La de G. Conte-
nau: M anuel d ’archéologie orientale, París, 1927-1947, 4 vols, sigue siendo muy útil,
aunque esté ya envejecida;' la de A . P arrot: A rchéologie M ésopotamienne, París,
1946-1953, 2 vol. sigue siendo indispensable y m erecería ser puesta ai día. Tam bién
puede consultarse: B. H rouda: M esopotam ien, Babylonien, Iran und A natolien, en
H andbuch der Archäologie, M ünchen, 1971 y Seton Lloyd The Archaeology o f M eso­
potam ia, London, 1978. R. S. Ellis ha publicado A Bibliography o f M esopotam ian
Archaeological Sites, W iesbaden, 1972. P o r el contrario las obras sobre arte mesopo-
tám ico son muy num erosas y por lo general soberbias. Citem os, en francés: A. P arrot:
Sumer, París, 1981, 2 .a ed. A ssur. París, 1969, 2 .a ed.; P . Amiet: L ’A r t antique du
Proche-Orient, París, 1977; J. Margueron: M ésopotamie, París, 1965; L. Laroche: M er­
veilles du m onde, M oyen Orient, Paris, 1979; en inglés: H . Frankfort: The A r t and
A rchitecture o f the A ncient Orient (abreviado A A O ), H arm ondsw orth, 1954; Seton
Lloyd: A r t o f the A ncient N ear East, London, 1960; y en alemán: E. Strom menger
y M . Hirmer: F ü n f Jahrtausende Mesopotamien, M ünchen, 1962 (trad, francesa: Cinq
Millénaires d ’art mésopotam ien, Paris 1964).

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sos y de trozos de cerámica. Incluso la visita de un yacimiento en cur­
so de excavación, acompañado por un arqueólogo, exige sólidos co­
nocimientos históricos y mucha imaginación para poder evocar el pa­
sado. Naturalmente es sorprendente y por ello se suele preguntar por
qué de estas famosas ciudades no han quedado más que tan pocas
huellas.
La respuesta es muy simple, pero exige algunas explicaciones: es­
tas ciudades estaban hechas de arcilla, esta arcilla omnipresente en
Mesopotamia, donde la piedra es tan escasa. En épocas muy primiti­
vas las casas se construían de arcilla prensada a mano (tauf), pero a
partir del noveno milenio se aprendió a mezclarla con paja y a mol­
dear ladrillos oblongos o rectangulares, y a hacer secar estos ladrillos
al sol y a unirlos con un cemento. De este modo se pudo edificar muros
más espesos, más regulares y más sólidos. Cocidos al horno, estos mis­
mos ladrillos eran mucho más resistentes, a la vez que impermeables,
pero también mucho más costosos. Por ello estaban reservados para
determinadas partes de los templos y los palacios, sobre todo para
los revestimientos de las torres escalonadas (ziqqurats), de las habita­
ciones principales y de los suelos. Lo mismo ocurrió con las gruesas
puertas y los techos de cedro y otras maderas preciosas, importadas
con gran esfuerzo del Amanus y del Líbano. La techumbre de ios de­
más edificios estaba hecha de cañas trenzadas o de ramas recubiertas
de tierra aplastada. Los suelos, también de tierra batida, así como la
cara interna de los muros, estaban tapizados con una capa de arcilla
alisada y a veces de yeso.
Gracias a sus espesos muros las casas mesopotamias eran relativa­
mente confortables, frescas en verano y cálidas en invierno, pero exi­
gían un cuidado constante. Todos los años había que renovar Tacajrar
de tierra del techo para protegerlo de las lluvias del invierno, y cual­
quier remodelación de la estructura traía consigo el alisamiento de los
suelos, porque en la Antigüedad (al igual que en nuestra Edad Me­
dia) los detritus eran simplemente arrojados a la calle, donde se mez­
claban con el lodo y el polvo, de modo que las casas que la bordea­
ban tendían a encontrarse algún día por debajo del nivel de la calle
y a inundarse con la menor precipitación2. Y ésta es la razón por la
que no es extraño descubrir en la misma construcción dos o tres sue­
los sucesivos para un período relativamente corto. Si se tomaban es­
tas precauciones las casas de ladrillo crudo podrían durar muchos años,
al menos hasta que sobreviniese una catástrofe: incendio, guerra, epi­
demia, seísmo, gran inundación o cambio de lecho de un río. La ciu­
dad era entonces parcial o totalmente abandonada. El techo, carente
de fundamentos o incendiado se hundía, y los muros, expuestos a la
intemperie por sus dos caras se caían, rellenando la casa y enterrando
los objetos abandonados por sus ocupantes. La guerra sobre todo pro­

2 Sir L eonard Woolley: Digging up the Past, H arm ondsw orth, 1930, p. 24.

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vocaba una destrucción inmediata, porque el enemigo incendiaba nor­
malmente la ciudad vencida y no se volvía a instalar en ella. Estos
botáfuegos de antaño han contribuido involuntariamente a hacer la
felicidad de los arqueólogos de hoy en día, porque al huir o al sucum­
bir los desgraciados habitantes lo han dejado todo sobre el terreno,
y estas reliquias, para nosotros preciosas, han sido selladas y protegi­
das por el desplome de las estructuras, e incluso algunas tablillas de
arcilla cruda fueron cocidas por el incendio convirtiéndose así en im­
perecederas.
A veces, con el transcurso de los años, o de los siglos, de abando­
no, nuevas poblaciones reocupaban el sitio, atraídas por determina­
das ventajas: posición estratégica o comercial favorable, proximidad
de una fuente, de un río o de un canal, o quizá empujadas por una
fieT devoción hacia el dios o la diosa que habían presidido la funda­
ción de la ciudad. Entonces se la reconstruía, y, como era imposible
limpiar la enorme masa de escombros, se aplastaban los muros de­
rruidos, que servían como cimientos para las nuevas construcciones.
Este proceso se iba repitiendo muchas veces en el curso de los tiem­
pos, y a medida que se iban sucediendo los niveles de ocupación la
ciudad se iba elevando progresivamente por encima de la llanura cir­
cundante. Algunos lugares fueron abandonados muy pronto y para
siempre; otros, como Erbil y Kirkuk han sido ocupados más o menos
sin interrupción desde sus orígenes hasta nuestros días3, pero la ma­
yor parte, tras haber sido habitados durante siglos o milenios, fueron
abandonados en algún momento de la larga historia de Mesopotamia.
No es difícil imaginar lo que siguió: la tierra y la arena traídas por
el viento se amontonaron junto a los restos de los muros todavía en
pie, llenando las callejuelas y todos los agujeros, las lluvias aplana­
ron y luego erosionaron las ruinas amontonadas, arrastrando los res­
tos y dispersándolos sobre una gran superficie. De este modo comen­
zó el lento e irreversible proceso que debió dar a la ciudad mesopota-
mia su actual aspecto: el de un cerro más o menos regularmente re­
dondeado, al que los árabes han dado el nombre de tell, directamente
procedente del acadio4.
La labor de los arqueólogos consiste en diseccionar esta masa com­
pleja, hecha de muros y de cimientos derruidos o todavía en pie, de
escombros, de sucesivos suelos, de terraplenados, y a veces de tum­
bas. Es preciso hallar el plano de los edificios, reunir y conservar los
objetos que se van descubriendo, tras haber registrado su posición in
situ, identificar los suelos y datar los niveles sucesivos de ocupación

3 Las m odernas ciudades de Erbil (la Arbelas de los autores clásicos), cuyo nom ­
bres recuerda A rbilum o Urbilum de los textos cuneiformes y de Kirkuk, la antigua
A rrapha (pronúnciese Arrap-kha) ocupan la cima de grandes tells, que, a pesar de su
interés histórico, no han podido ser excavados.
4 Del acadio tílu. E n las inscripciones reales asirías suelen hallarse frases como :
«transform é a esta ciudad en un tell (tílu) y en un m ontón de ruinas (Karmu)».

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que forman el tell. Según el tiempo y los créditos de que dispongan
utilizarán métodos diferentes, a vecep solos y a veces combinados5.
El medio más simple y el menos costoso de explorar sucintamente
un tell es el de efectuar «sondeos». Se perfora la superficie del tell
con dos o tres trincheras lo suficientemente anchas y a medida que
se va profundizando se van recogiendo los objetos que se van encon­
trando, sobre todo los trozos de cerámica, que permitirán «datarlo».
También se van registrando cuidadosamente los fragmentos de mu­
ros que se cruzan, las huellas de los suelos y las diferencias de textu­
ras qye van apareciendo sobre las caras de la zanja, y todo lo que pueda
indicar un cambio de ocupación y de medio cultural. También se puede
cavar las trincheras en escalones, no en la superficie, sino en los cos­
tados de un tell, lo que nos proporcionará un «corte estratigráfico».
Estas catas constituyen un método rápido, pero imperfecto, porque
nunca permiten separar una construcción, y es fácil que se pase im­
perceptiblemente junto a un hallazgo interesante. No pueden, pues,
más que servir para una exploración preliminar, para el estudio de
los yacimientos menores y para las llamadas excavaciones de «salva­
mento», sobre los tells llamados a desaparecer, por ejemplo, bajo las
aguas de los lagos artificiales creados por la construcción de diques6.
A los sondeos se opone el métoqo de «decapado», que consiste
en elegir primero una parte del tell que pueda parecer prometedora,
y en delimitar una zona más o menos extensa que se divide en cuadra­
dos a excavar, uno a uno, en niveles horizontales sucesivos. Mientras
la excavación progresa, las construcciones van tomando forma, y se
puede entonces ampliar la zona inicial con el fin de explorarlo total­
mente. Las excavaciones de los grandes yacimientos comportan siem­
pre muchas zonas de este tipo, que pueden entonces irse fusionando
o ser empalmadas una a otra. Además no es raro que se excave en
el tell al menos un pozo en vertical, llegando, si es posible al suelo
virgen; estos «pozos de sondeo» tienen por finalidad la obtención de
una completa estratigrafía del yacimiento. Para algunas construccio­
nes importantes pueden ser de interés el sacar a la luz las construccio­
nes que las han precedido y sobre las que reposan, lo que obliga a
desmantelar las estructuras exhumadas, de lo que se deriva la necesi­
dad de fotografiarlas primero y de llevar a cabo la excavación con
extremo rigor científico. Pero, de toaos modos excavar siempre es des­
truir, puesto que, una vez que se van los arqueólogos, el inexorable
proceso de erosión que dio nacimiento al tell vuelve a comenzar de
nuevo. Es preciso tener en cuenta que ningún yacimiento de Mesopo-

5 Acerca de estos m étodos ver A. P arrot: AM . II, pp. 15/78; Sir M ortim er W hee­
ler: Archaeology fr o m the Earth, London, 1956; Seton Lloyd: M ounds o f the Near
East, Edinburgh, 1962; F oundations in the Dust, L ondon, 1980, 2 .a ed.
6 Así por ejemplo las excavaciones internacionales a lo largo del gran codo del
Eufrates, al este de Alepo (J. C. M argueron [Ed.]: L e M oyen Euphrate, Leiden, 1980)
y en el valle del río H am rin, afluente del Diyala en Iraq: Sumer, 35,1979, pp. 419/600;
J. N . Postgate: «Excavations in Iraq», Iraq, 41, 1979, pp. 159/181.

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tamia ha sido y será jamás excavado totalmente: los pequeños, por­
que generalmente no vale la pena7 y los grandes, porque a razón de
algunos meses por año (el clima impide excavar en verano), exigirían
un tiempo y unos gastos desproporcionados para los resultados espe-

A LA BÚSQUEDA DE UNA C R O N O L O G ÍA

Dar una fecha a los monumentos y a los objetos descubiertos en


el curso de las excavaciones puede ser fácil o difícil. Es evidente que
un edificio cuyos ladrillos lleven la inscripción «Palacio de Sargón,
rey de Asiría» queda ipso facto datado... a condición de que sepamos
en qué época reinó Sargón. Pero la mayor parte de los objetos exhu­
mados por los arqueólogos —y por definición todos los artefactos
prehistóricos— no llevan inscripción alguna. En este caso la datación
no puede ser más que aproximada y «relativa», basándose en crite­
rios tales como las formas, dimensiones y estilos. La experiencia acu­
mulada por la excavación de numerosos yacimientos ha enseñado a
los arqueólogos que los ladrillos de tal tipo, los vasos de tal forma
o decoración, las armas de tal tipo, o las esculturas de tal estilo, etc...
se encuentran exclusiva o principalmente en determinados niveles de
loS tells; agrupados, estos objetos caracterizan lo que se llama un «ho­
rizonte cultural» o un «estrato cultural». Basta entonces que uno só­
lo de esos objetos, o una parte de ellos, lleve una inscripción que per­
mita datarlo —es decir, asociarlo a un monarca, un acontecimiento
o un período histórico— para que todo el estrato cultural pueda ser
situado en la escala cronológica. Si éste no es el caso, se esforzarán
por establecer una correlación entre el período en el que los objetos
estaban en uso y los períodos más antiguos o más recientes, basándo­
se en las excavaciones estratigráficas. Por ejemplo, en numerosos ya­
cimientos mesopotámicos los vasos pintados de un tipo particular (la
cerámica llamada de Jemdet Nasr) se hallan inmediatamente debajo
de un estrato cultural caracterizado, entr^ otras cosas, por cilindro-
sellos de un estilo peculiar y por los llamados ladrillos «planoconve­
xos», porque una de sus caras es abombada, y encima de otro estrato

7 Sin em bargo, pequeños tells pueden conservar grandes riquezas. Este es el caso
de Tell H arm al, pequeño otero en un suburbio de B agdad, que ha dado un «Código
de leyes» hasta entonces desconocido y num erosos textos de un gran interés (ver capí­
tulos 11 y 22). Las excavaciones arqueológicas son cada vez m ás caras, y por ello se
utiliza a veces en determ inados yacimientos un m étodo que se podría llam ar «de barri­
do». Consiste en no excavar más que el nivel superficial, hasta que se vean los m uros
(o los cimientos), lo que permite rápidam ente y con pocos gastos trazar una especie
de «plano» de la ciudad y perm ite saber cuáles zonas deben ser excavadas en realidad.
Tell Taya en Iraq'del N orte, es un ejem plo (ver: J. C urtis (Ed.): F ifty Years o f M eso­
potam ian Discovery, London, 1982, fig. 57-58.

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cultural en el que predomina una cerámica muy diferente, no pintada
y de color beige, gris o rojo. Utilizando las series de inscripciones (véase
más abajo) se ha llegado, no sin dificultad, a atribuir el estrato que
contiene los cilindro-sellos y los ladrillos plano-convexos a los comien­
zos de! tercer milenio (más exactamente a la primera parte de! perío­
do Dinástico Arcaico o período presargónico, o sea, alrededor del
2900-2334 antes de J.C.). La cerámica no pintada del estrato inferior
no puede ser datada de esta forma, pero forma parte del hozironte
cultural llamado de «Uruk», por el nombre del sitio donde fue descu­
bierta en grandes cantidades por primera vez. Es, pues, posible atri­
buir al estrato de Jemdet Nasr una fecha «relativa»: se sitúa en,el tiem­
po comprendido entre el período de Uruk y el comienzo del período
Dinástico Arcaico y se termina hacia el 2900 antes de J.C. Es más di­
fícil determinar cuándo comienza, pero existen medios para llegar a
una estimación aproximada.
La historia propiamente dicha exige una cronología mucho njás
precisa y fechas expresables en cifras. Es, pues, interesante examinar
cómo se ha llegado a estas cifras y hasta qué punto se las puede consi­
derar como exactas.
Los griegos antiguos contaban los años a partir de la primera Olim­
piada (776 antes de J.C.), los romanos a partir de la fundación de
Roma (753 antes de J.C.), los musulmanes partiendo del momento
en el que Mahoma dejó la Meca por Medina (hégira 622 después de
J.C.) y nosotros tomamos como referencia el nacimiento de Cristo.
Pero los antiguos Mesopotamios no poseían ningún sistema de este
tipo, al menos antes de la época helenística, en la que adoptaron los
«años de Silukku», la era seléucida (311 antes de J.C .); antes hacían
referencia a los años del reinado de sus soberanos, utilizando para
ello tres sistemas diferentes, según el lugar y la época:
1.0 Los años del reinado eran simplemente expresados en cifras,
por ejemplo: 12. 0 año de Nabu-na’id (Nabónides), rey de Babilonia.
2 ° O bien cada uno de los años de un determinado reino era
definido por un acontecimiento importante ocurrido el año precedente,
tal como la victoria o el matrimonio de un soberano, la fundación,
reconstrucción o remodelación de un templo, etc..., por ejemplo: Año
en el que Isin y Uruk fueron conquistadas (por Hammurabi).
3.° O todavía, cada año del reinado llevaba un nombre, prime­
ro elegido por azar, y luego determinado por la presencia de algún
gran oficial o funcionario del reino, situándose el propio rey siempre
el primero. Este es el sistema de los epónimos (en asirio limu).
En Sumer, durante el período Dinástico Arcaico se utilizó el pri­
mer sistema y un equivalente del tercero (el bala). Luego prevaleció
en Babilonia el segundo de los sistemas, llamado de los «nombres de
años», hasta el período casita, en el que fue reemplazado por el pri­
mero hasta llegar a la época seléucida. Los asirios, por el contrario,

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continuaron adhiriéndose al sistema de limu durante toda su
historia8.
Estos sistemas de datación carecían de utilidad práctica para los
propios mesopotamios, salvo a condición de disponer para cada uno
de los reyes de una lista del reinado (lo que constituyó el sistema en
uso) y para cada dinastía de una lista de soberanos con la duración
de su reino, y, por último, de una lista de las diferentes dinastías que
hubiesen reinado sucesivamente. Estas listas existían y, por.suerte, mu­
chas de ellas han llegado hasta nosotros9. He aquí algunos ejemplos:
Lista de nombres de los años del reino de H am m urabi10:
1. Hammurabi llegó a ser rey.
2. Estableció la justicia en el país.
3. Construyó un trono para el estrado principal del dios Nanna
en Babilonia.
4. Fue construido el muro del recinto sagrado Gagia.
5. Construyó el en ka-ash-bar-ra. *
6. Construyó el shir * de la diosa Laz.
7. Fueron conquistadas Isin y Uruk.
8. La región de Emutbal (¿fue conquistada?).
9. El canal (llamado) Hammurabi (es) la abundancia fue cavado.
Puede verse por esta lista que la fecha citada más arriba corres­
ponde al séptimo año de Hammurabi.
Lista de los reyes de la I Dinastía de Babilonia (lista B )11:
Sumuabi, rey (reino) 15 (14) años.
Sumulail, 35 (36 años).
Sabu, su hijo, ditto (es decir· rey, ha reinado), 14 años.
Apil-Sín, su hijo, ditto 18 años.
Sín-muballit, su hijo, ditto, 30 (20) años.
Hammurabi, su hijo, ditto, 55 (43) años.
Samsu-iluna, su hijo, ditto, 35 (38) años.
Según los nombres y las duraciones del reino de otros cuatro re­
yes, luego la mención: «Once reyes, dinastía de Babilonia». De este
modo podemos enterarnos que Hammurabi era el sexto rey de esta
dinastía, que su padre era Sín-muballit y tuvo por hijo a Samsu-iluna,
que reinó 55 (43)** años y que la disnastía comportó once reyes. En
algunas listas el total de los años del reino es indicado por el escriba.

8 M. R. Rowton: CA H (3), I, 1, pp. 194-197. A cerca del bala sum erio ver el capí­
tulo 10. Lista de los limu en A . U ngnad, artículo «E ponym en», Reallexikon der
Assyriologies (RLA), II, pp. 412/457, y en ARAB, II, pp. 427/439.
9 Se hallará una lista com pleta y puesta al día de estos docum entos en D. O . Ed-
zard y A . K. G rayson, artículo «Königlisten und Chroniken» RLA, VI, pp. 77/135.
10 AN ET (3), pp. 269/171.
11 AN ET (3), p. 271.
* Térm inos sumerios cuya significación es desconocida.
** Las duraciones de los reinados de esta lista, recopilada a partir de textos en mal
estado, suelen ser desgraciadam ente falsas. Las cifras reales se indican entre paréntesis.

40
Lista de limu (reino de Adad-Nirâri III, 810-783) li.
Adad-nirári, rey de Asiría (campaña) contra el Manna.
Nergal-ilia, turtánu (general en jefe), contra el Guzana.
Bêl-daiân, nâgir ekalli (heraldo del palacio), contra el Manna.
Siï-bêi, rab shaqê (gran copero), contra el Manna.
Ashur-taklak, abarakku (intendente), contra Arpad.
Ili-ittia, shakin mâti (gobernador de Asur) contra la ciudad de Ha-
zázu.
Nergal-eresh (gobernador) de Rasappa, contrá la ciudad de Ba’li, etc.
Estas diferentes listas cubrían períodos variables. Algunas se limi­
taban a un solo reinado y a una sola dinastía. Otras, como lista babi1
lonia B, cuyo comienzo se cita más arriba, comprendían muchas di­
nastías aparentemente sucesivas. Otras, todavía más ambiciosas, com­
prendían períodos muy largos y muchos reinos. Tal como la famosa
«Lista real sumeria», que se extiende desde los soberanos míticos de
antes del Diluvio hasta el rey Damiq-ilishu (1816-1794), último rey de
la I Dinastía de Isin 13.
Sacar de estas listas fechas expresadas en términos de cronología
cristiana —o más bien precristiana— hubiese sido imposible sin el grie­
go de Alejandría Claudio Tolomeo que, en el siglo segundo de nues­
tra Era añadió a una de sus obras una lista de todos los reyes de Babi­
lonia y Persia, desde Nabonassa (Nabû-nâsir, 747-734 antes de J.C.)
hasta Alejandro Magno (336-323)14. Esta lista, llamada «Canon de
Tolomeo» no sólo nos proporciona la duración de cada reinado, sino
que también da importantes acontecimientos astronómicos que han
marcado algunos de éstos. Así, combinando las informaciones pro­
porcionadas por muchas tablillas asirías, podemos reconstruir una lista
de limu, larga e ininterrumpida, que cubre el período comprendido
entre Adad-nirâri II (911-891) y Asurbanipal (668-627). Esta lista de
epónimos también menciona los principales fenómenos astronómicos
de este período. Entre el 747 y el 632 antes de J.C. los nombres de
los reyes y las duraciones de los reinados de la lista asiría y los del
«Canon de Tolomeo» coinciden perfectamente, al igual que los eclip­
ses y otros fenómenos celestes que mencionan estos documentos. Ade­
más los astrónomos han descubierto que un eclipse solar que, según
las listas de los limu, habría tenido lugar en el mes de Simanu (mayo-
junio) del décimo año del rey Àshur-dân III, se produjo efectivamente
el 15 de junio del 763. Y ésta es precisamente la fecha a la que se ha­
bía llegado sumando a retrotiempo lqs años de cada reino sobre las
listas asirías (se alcanza el 772-775 para Ashur-dân. La cronología ab-

12 RLA, II, pp. 428/429; ARAB, II, p. 433.


13 T. Jacobsen: The Sumerian K ing List, Chicago, 1939. Bibliografía de fragm en­
tos publicados desde entonces en ABC, p. 269.
14 F. Schmidtke: Der A ufb a u der babylonischen Chronologie, M ünster, 1952. El
C anon de Tolom eo está reproducido en S. M. Burstein: The Babyloniaca o f Berosus,
M alibu (Calif), 1978, p. 180.

41
soluta de Mesopotamia queda, pues, firmemente establecida a partir
del 911 antes de J.C.
La cronología de los períodos más antiguos descansa sobre cimien­
tos menos sólidos. En teoría se debería poder reconstruirla a partir
de las listas reales dinásticas, pero se ha comprobado que esto podría
conducir a error. No sólo hay a veces diferencias entre los ejemplares
que nosotros poseemos, sino que frecuentemente también contienen
lagunas y a veces errores de escribas. También sabemos por diversas
comprobaciones (correspondencia y tratados entre los soberanos y lis­
tas sincrónicas) que algunas dinastías presentadas como sucesivas en
realidad eran contemporáneas, parcial o totalmente. Sin embargo, en
la actualidad y a pesar de algunas divergencias de opiniones (sobre
todo para las épocas más primitivas) la cronología mesopotámica se
halla bien establecida. Pero la labor ha sido larga y difícil15. Así es
como hacia alrededor de un siglo se hacía comenzar al reinado de Ham­
murabi —auténtica «clave de bóveda» de toda la cronología del se­
gundo y tercer milenios— en el 2394 antes de J.C. (Opppert). En 1927
esta fecha fue rebajada por el asiriólogo francés Thureau-Dangin al
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ner), pero la gran mayoría de los historiadores se pronuncia a favor
de la cronología «media», que hace reinar a Hammurabi del 1792 al
1750 antes de J .C .16. Esta última cronología será la que se siga en
esta obra, con todas las repercusiones que ello implica para una gran
parte de la historia mesopotámica17.
No podremos dejar este tema sin decir algo de los nuevos méto­
dos de datación basados sobre los fenómenos físico-químicos y de los
que el principal es el método del carbono 14 o carbono radiactivo.
He aquí brevemente su principio. Las células de todos los seres vivos
están formadas por moléculas que contienen carbono. La casi totali­
dad de este carbono es de peso atómico 12, pero una ínfima parte lo
constituye un isótopo radiactivo de peso atómico 14. Este carbono
(C 14) se crea en la alta atmósfera por colisión de átomos de nitróge­
no y neutrones bajo la influencia de los rayos cósmicos y es inmedia­
tamente oxidado por el ozono, convirtiéndose en gas carbónico. Así
pues, «llueven» sobre nuestro planeta átomos de carbono 14, que son
absorbidos por los animales y las plantas. El carbono 12 ordinario
es estable, pero el C 14 se transforma en nitrógeno, emitiendo una
radiación minúscula. Mientras el organismo está vivo la cantidad de
C 14 que contiene continúa siendo la misma, porque es constantemente
renovada, pero tras su muerte decrece de modo regular, reduciéndose

15 Véase el resum en dado por A. P a rro t en AM , II, pp. 332/438.


16 Fechas propuestas por Sidney Smith: A lalakh and Chronology, L ondon, 1940.
17 Las fechas que dam os a partir de la Dinastía de A cad son las de J. A. Brinka-
m an en A . L. Oppenheim : A ncient M esopotam ia, Chicago, 1964, pp. 335/352. P ara
el Período Dinástico Arcaico hemos adoptado la cronología propuesta por E dith Po-
rada en R. W . Ehrich (Ed.), Chronologies in the O ld World Archaelogy, Chicago, 1965,
pp. 167/179.

42
a la mitad en 5568 años. Midiendo y comparando las radiactividades
de dos trozos de substancia orgánica, uno antiguo y el otro que date
de 1950, año cero B P (before present) se puede, mediante un simple
cálculo,' determinar la fecha del pedazo antiguo.
Inventado en 1964 por el profesor W. F. Libby, de Chicago 18 y
aplicado ahora en muchos laboratorios de todo el mundo, este méto­
do no puede evidentemente ser utilizado más que sobre trozos de ma­
teria orgánica (maderas, cañas, plantas, huesos de animales u hom­
bres) recogidos en el curso de las excavaciones. A pesar de su elevado
costo es muy utilizado en arqueología, sobre todo en la del Próximo
Oriente, pero debe tenerse en cuenta que tiene sus limitaciones: la «des­
viación standár» inherente a las delicadas técnicas, debida a la conta­
minación de la muestra por materiales más antiguos o más recientes
y sobre todo a las variaciones temporales de las concentraciones de
C 14 en la atmósfera (y por lo tanto en los seres vivos) de reciente
descubrimiento. La «calibración» (corrección) por el método de la den-
drocronología (datación por los anillos de crecimiento de los árboles)
ha mejorado estos resultados, pero sigue siendo menos precisa de lo
'que se suele creer. Muy útil para la prehistoria —en la que una des­
viación en uno u otro sentido de cien a ciento cincuenta años no po-
c e e m ó c n n e u n o i m o a r <=»1 a t i \ ; a _____ r * a c i n i i r i p o p c 111í li 7 Q H a n a r a
jv v 111UO ^ u V U11U iill|yv/l lUHVlU I VIUll I U VUül I1U1IVU VU |/M<U

confirmar fechas históricas obtenidas por los medios que acabamos


de ver.
Los demás métodos físico-químicos de datación aplicables a la ar­
queología (termoluminiscencia, arqueomagnetismo) todavía son dema­
siado recientes como para que puedan ser ampliamente utilizados 19.

La in v e s t ig a c ió n a r q u e o l ó g ic a e n M e s o p o t a m ia *

La transformación de ciudades antaño florecientes en tells se pro­


duce mucho más rápidamente de lo que se cree20. A mediados del si­
glo V antes de J.C. Herodoto visitó a Babilonia, todavía habitada,
pero olvidó mencionar Nínive, destruida hacía ciento sesenta años y
Jenofonte, al conducir a los diez mil mercenarios griegos a través de

18 W. F. Libby: Radio-Carbon Dating, Chicago, 1955. P ara los porm enores acer­
ca de este m étodo ver C. Renfrew: B efore Civilization, H ardm ondsw orth, 1976, pp.
53/92; pp. 280/294. Listas de fechas relativas para el Próxim o Oriente en\P . Singh:
N eolithic Cultures o f Western A sia, L ondon y New Y ork, 1974, pp. 221/227; J. Me-
llaart: The N eolithic o f The Near East, L ondon, 1975, pp. 283/289 y D. y J. Oates:
The Rise o f Civilization, Oxford, 1976, Apéndice.
19 Lo esencial sobre estos m étodos, así como sobre el radiocarbono puede hallarse
en los Dossiers de l ’archéologie, Fontaine-lès-D ijon, 39, 1979, pp. 46-81.
20 S. A. Pallis: Early Exploration in M esopotam ia, Copenhagen, 1954. Ver tam ­
bién AM , I, pp. 13/168. La bibliografía de los yacim ientos aquí m encionados se irá
dando en notas, a m edida que vayam os m encionando esos yacimientos en el texto.
* Los lugares cuyo nom bre va precedido de un asterisco se hallan en la parte siria
de M esopotam ia.

43
Mesopotamia en el año 401 antes de J.C. pasó por cerca de las gran­
des ciudades asirías y no llega a nombrarlas. En el siglo primero de
nuestra Era, Estrabón habla de Babilonia como de una ciudad en rui­
nas y «casi totalmente abandonada»21.
Pasa un milenio. A medida que se espesa el manto de tierra que
recubre las ciudades muertas su recuerdo se va borrando poco a po­
co. Los historiadores árabes no ignoran totalmente el glorioso pasa­
do del Iraq, pero Europa lo ha olvidado. Las peregrinaciones de Ben­
jamín de Tudela en el siglo XII y los viajes del naturalista alemán Rau-
wolff cuatro siglos más tarde siguieron siendo episodios aislados. No
será más que en el siglo xvn cuando se despierte el interés de Occi­
dente por las antigüedades orientales con la lectura del apasionante
relato que hizo el italiano Pietro della Valle de su viaje a través de
Mesopotamia y con la visión de ladrillos «sobre los que están inscri­
tos algunos caracteres desconocidos», que había encontrado en Ur y
Babilonia y que trajo a Europa en 1625. Poco a poco la idea se fue
difundiendo en las Academias y en las Cortes; había un campo de in­
vestigaciones digno de interés. En el año 1761 fue enviada por prime­
ra vez una expedición científica al Oriente por parte de Federico V,
rey de Dinamarca, con la misión de recoger todas las informaciones
posibles sobre ios más variados temas. Las numerosas inscripciones
copiadas en Persépolis por el director de la expedición Karsten Nieh-
bur, fueron confiadas a los filólogos, que rápidamente se pusieron
a trabajar para descifrar esia misteriosa escritura. Desde aquel entonces
casi todos los que visitaban el Oriente, en el que vivían, tomaron co­
mo cuestión de honor el exptorar ruinas, reunir los antika y copiar
inscripciones. Los más notables de estos entusiastas investigadores fue­
ron el abate Joseph de Beauchamp, distinguido astrónomo (1786),
Claudius James Rich, presidente de la East India Company y cónsul
general de Gran Bretaña en Bagdad (1807), Sir James Buckinham
(1816), Robert Mígnan (1827), James Baillie Fraser (1834) y un ofi­
cial del ejército británico, que fue a la vez un gran deportista, explo­
rador y filólogo, el más grande de todos ellos sin duda, Sir Henry Cres-
wicke Rawlinson (1810-1895). Nos será preciso mencionar al menos
una importante expedición británica de comienzos del siglo xix, la
«Tigris-Euphrates Expedition» (1835-1836), dirigida por F. R. Ches-
ney, que estudió ei curso de estos dos ríos y reunió una considerable
masa de informaciones sobre sus regiones colindantes.
A excepción de Beaucham y Mignan, que hicieron algunos agu­
jeros en Babilonia, todos estos exploradores se contentaban con exa­
minar y medir algunas de las ruinas que iban encontrando y estaban
muy lejos de imaginar lo que contenían esos «desolados oteros» que
pisaban sus botas. Pero en 1842 Paul-Emile Botta, de origen italiano
y cónsul de Francia en Mosul, emprendió la primera campaña de ex­

21 Jenofonte: Anábasis, III, 4 y E strabón: XVI, 5.

44
cavaciones en el Iraq y descubrió en Khorsabad a los asirios en el senti­
do exacto del tétrnino. Casi inmediatamente (1845) un inglés, Sir Henry
Layard, siguió su ejemplo en Nimrud, otra ciudad asiría. En el año
1877 Ernest de Sarzec, cónsul de Francia en Basora, había oído ha­
blar de algunas estatuas halladas por excavadores clandestinos en Te-
11o; decidió excavar el tell, y descubrió a los sumerios. Así pues, en
el espacio de unos treinta años una civilización hasta entonces prácti­
camente desconocida fue mostrada a un mundo que contemplaba es­
tupefacto cómo Mesopptamia podía ofrecer tesoros comparables a los
de Grecia o Egipto. Botta, Layard, Sarzec y sus inmediatos suceso­
res, Loftus y Smith, pioneros de este período heroico, eran los «afi­
cionados» en el pleno sentido de la palabra, carentes de experiencia
y de método riguroso. Su principal objetivo consistía en exhumar y
remitir a sus respectivos países estatuas, bajorelieves e inscripciones.
Los muros de ladrillos crudos, fragmentos de cerámica y otros obje­
tos menos espectaculares no les interesaban en absoluto; los destruían
y apenas se preocupaban de conservarlos. Pero abrieron nuevos ca­
minos y, a pesar de todo tipo de obstáculos, trabajaron con una ener­
gía y un entusiasmo admirables.
Durante este tiempo en las universidades europeas otros pioneros,
igualmente entusiastas, pero más pacientes, emprendieron la gigan­
tesca labor de ir descifrando los textos que les iban llegando. La his­
toria de esta aventura intelectual, que se prolongará durante un siglo
y exigirá prodigios de inteligencia, de paciencia e imaginación por parte
de numerosos eruditos de diferentes países es demasiado compleja co­
mo para que se la pueda contar aquí con brevedad21. Será preciso no
obstante que rindamos homenaje a hombres como Grotefend, profe­
sor de griego en la Universidad de Göttingen, a quien se debe la pri­
mera tentativa de desciframiento de las inscripciones cuneiformes en
persa antiguo copiadas por Niebuhr en Persépolis, así como a Raw-
linson, quien, entre 1835 y 1844 no sólo puso en peligro su vida para
copiar la larga inscripción trilingüe grabada por Darío en lo alto del
abrupto acantilado de Behistun, en el Irán, sino que comenzó a tra­
ducir esta inscripción del persa antiguo, babilonio y elamita, piedra
que ha sido para la asiriología lo que la famosa piedra de Rosetta a
la egiptología, pero con la diferencia de que por aquel entonces no
se podía leer ninguna de sus lenguas, todas ellas escritas en cuneifor­
me. También será preciso nombrar al irlandés Edward Hincks y a su
colega francés Jules Oppert que, junto con Rawlinson, forman lo que
se há solido llamar la «santísima trinidad» de los estudios cuneifor­
mes, porque fueron ellos quienes superaron las mayores dificultades
epigráficas y lingüísticas y, como ha escrito uno de sus sucesores «abrie­
ron las polvorientas páginas de los libros de arcilla enterrados en to-

22 La historia del desciframiento de la escritura cuneiform e es relatada por C. H.


Fossey: M anuel d ’assyriologie, 1, París, 1904 y S. A . Pallis: The A n tiq u ity o f Iraq,
Copenhagen, 1956.

45
do el antiguo Oriente»23. El desciframiento del asirio y del babilo­
nio, comenzado en el año 1802 (lenguas a las que se reúne bajo el nom­
bre de acadio en la actualidad, aunque perduran los términos asirio-
logía y asiriólogo), se consideró como seguro a partir de 1847, y hacia
1900 la otra lengua de la Mesopotamia antigua, el sume rio, ya era
conocida en sus grandes líneas. En la actualidad, el acadio ya casi no
tiene secretos para nosotros y el sumerio, aunque conserva algunas
partes oscuras, se va leyendo cada vez con mayor confianza. Se esti­
ma en la actualidad que hay alrededor de un millón de tablillas a la
disposición de los sumerólogos y asiriólogos, de las que casi la mitad
no han sido ni publicadas, y otras se van descubriendo cada año, a
medida que progresan las excavaciones. Puede afirmarse que ningún
país ha producido abundancia tal de textos antiguos, bajo la forma
en la que fueron escritos y, en consecuencia, de una autenticidad in­
dudable.
La entrada en escena de los alemanes a comienzos de siglo marca­
rá el comienzo de una nueva era en la investigación arqueológica. Ro­
bert Koldewey en Babilonia (1899-1917) y Walter Andrae en Asur
(1903-1914) introdujeron, efectivamente, métodos rigurosos, e inclu­
so meticulosos en un dominio en el que por mucho tiempo habían rei­
nado el azar, la intuición y la prisa. El método alemán fue rápida­
mente adoptado por todo el mundo y sin duda los diez años que pre­
cedieron a la Primera Guerra Mundial y los veintidós que la separan
de la Segunda fueron los que ¡hicieron que la arqueología mesopotá-
micá conociese su período más fecurido en grandes descubrimientos.
Fue durante este período cuando Woolley exhumó el pasado de Ur
y en *Carquemisch, cuando el barón Von Oppenheim excave *Tell
Halaf, mientras que su compatriota Heinrich se dedica al gran yaci­
miento de Ur y mientras que-Parrot emprende las excavaciones de Tello
y luego descubre *Mari, cuando los británicos trabajarán en El Ubaid,
Nínive, Arpachiyah, *Chagar Bazar y *Brak, con los americanos en
Kish y en Jemdet Nasr, y cuando los americanos individualmente ex­
cavarán en Nippur, Khafaje, Tell Asmar y Nuzi. Fue la época en la
que se fueron precisando las grandes líneas de la historia mesopota-
mia y en la que aparecían, más all^ de las épocas históricas otras épo­
cas más antiguas y culturas anónimas, fascinantes y hasta entonces
/ΙαΡΛΛηΛΛίΗοΓ
En 1920 el Iraq y Siria habían sido extirpadas del cadáver del Im­
perio Otomano y bajo las tutelas francesa y británica se habían ido
con virtiendo poco a poco en naciones. Se abrió un museo en Bagdad
y otro en Damasco, y otro más en Alepo, y jóvenes iraquíes y sirios
recibían en Europa y en América y sobre el terreno una sólida forma­
ción como arqueólogos y asiriólogos. De este modo, lejos de detener­
se, durante la Segunda Guerra Mundial prosiguieron las excavacio-

23 S. N. Kramer: The Sumerians, Chicago, 1963, p. 15.

46
nes, al menos en el Iraq, con notables resultados, sobre todo en Tell
Uqair, Hassuna y Aqar Quf. Concluida la guerra, los alemanes se pu­
sieron a trabajar en Uruk y los americanos en Nippur; estos últimos
alcanzarían muy pronto su palmares con las exploraciones en el Kur-
distán prehistórico y con las excavaciones de Jarmo y Snanidar. Los
franceses volvieron a *Mari y los ingleses a Nimrud, abandonada desde
hacía setenta años, mientras queSeton Lloyd, Taha Baqir y Fuad Sa­
far desfloraban dos yacimientos importantes y todavía prácticamente
vírgenes: Eridu y Hatra. Tras la revolución de 1958 la joven Repúbli­
ca del Iraq, al igual que la República siria se abrieron todavía más
a los arqueólogos extranjeros. Y así, mientras que los americanos se
concentraban en Nippur, los alemanes añadían nuevos filones al de
Uruk, como Tell Khueira, Isin y *Habuba Kabira. Los iraquíes des­
cubrieron en Tell es-Sawwan una nueva cultura prehistórica. Los in­
gleses excavaron en Tell el-Rimah, Umm Dabaghiya, Choga Mami
y Abu Salabikh, los franceses en *Mari y Larsa, los belgas en Tell
ed-Dêr, los daneses en Shimshara, los italianos en Seleucia, los rusos
en Yarim Tepe, los polacos en Nimrud, e incluso los japoneses en Tu-
lul eth-Thalathat. De todos modos esta lista no muestra más que los
yacimientos más importantes y no se mencionan ni los numerosos y
útiles surveys ni las pequeñas catas. En ei momento en el que escribi­
mos muchos de los grandes yacimientos mencionados todavía están
activos y se proyecta excavar otros nuevos. Todas las capitales de la
mayor parte de la antigua Mesopotamia, así como cierto número de
pequeñas ciudades y villas, han sido exhumadas, al menos parcialmen­
te. Además, un loable esfuerzo se ha hecho o está en curso para res­
taurar algunas de las partes de los centros más importantes, sobre to­
do de Babilonia, Nínive, Nimrud, Ur y Hatra. Sin embargo, quedan
todavía por explorar cerca de seis mil tells entre el Tauro y el golfo
Pérsico, labor de la que se ocuparán muchas generaciones de arqueó­
logos.
Los resultados de esta larga serie de excavaciones, los numerosos
textos ya publicados, las múltiples obras de análisis, de reflexión y
de síntesis escritas por los asiriólogos-historiadores y reforzadas aho­
ra con las de los sociólogos, etnólogos y economistas, constituyen una
documentación de una amplitud y uñ interés considerables. Si toda­
vía subsisten muchas lagunas en la prehistoria y en la historia meso-
pótámicas, podemos al menos tratar de esbozar las lineas maestras,
comenzando por aquellos lejanos tiempos en los que los cazadores pa­
leolíticos poblaron las alturas del Kurdistán, y de los que nos han de­
jado como huellas de su presencia sus humildes útiles de sílex tallado

47
CAPÍTULO TERCERO

DE LA CUEVA A LA ALDEA

Hasta el año 1950 hubiera sido uná labör vana él buscar algunas
líneas sobre la prehistoria del Iraq en las obras especializadas, mien­
tras que por el contrario la del Levante (Palestina, Siria y Líbano)
ya ocupaba desde hacía algún tiempo un lugar importante. En efec­
to, la investigación arqueológica se había concentrado en la llanura
mesopotámica y si bren es cierto que los niveles más profundos de al­
gunos tells habían permitido establecer una secuencia de culturas «pro-
tohistóricas», que preparaban la eclosión de la civilización sumeria,
hacia el 3000 antes de J .C ., todas estas culturas aparecían en el perío­
do eneolítico y se escalonaban, como máximo, durante un período
de unos dos mil años. La prehistoria propiamente dicha, la Edad de
Piedra, como antaño se la llamaba, era prácticamente desconocida.
Es cierto que se habían encontrado numerosos sílex tallados sobre la
superficie en el desierto sirio-mesopotamio ', y desde 1928 la profe-
soTá Dorothy Garrod, conocida sobre todo por sus trabajos en Pales­
tina ya había explorado dos cavernas en el Kurdistán iraquí, Zarzi y
Hazar Mefd, que contenían conjuntos paleolíticos, sobre los que vol­
veremos a hablar. Pero estos descubrimientos apenas habían tenido
ec a í uera del pequeño círculo de ios especialistas. Debían pasar vein­
te años antes de que el Instituto Oriental de la Universidad de Chica­
go decidiese prestár su atención al período de la transición, en el Pró­
ximo Oriente, de los cazadores-recolectores del fin del Paleolítico a
los ganaderos-agricultores del Neolítico^ y enviar una misión a explo­
rar e' mismo Kurdistán, que parecía ser \ina región prometedora, por
diversas .razones. Entre 1948 y 1955 tres campañas de excavación y

1 H . Field: A ncient and M odern M an in Southwestern A sia, C oral Gables, Calif,


1956.

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