El Espejo Chino

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EL ESPEJO CHINO

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no
se olvidase de traerle un peine.

Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y


bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se
acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces
compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al
pueblo.

Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y
comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.

La mujer le dio el espejo y le dijo:

-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.

La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:

-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan
grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros,
a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me
encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.

-Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato... y se lo comió.

Franz kafka

EL POZO

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.

Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.

Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a
asomarse.

En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.

"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.

Luis Mateo Díez

EL LOCO

Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas despistados, y
aprende trucos de magia que jamás muestra a nadie. Cree tener cosas que contar,
reflexiones nunca dichas, nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar
con gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a otro día, y soñaba con vivir
así, pero sin latas de comida y sin frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene que
explicarse ante nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso ahora,
cada día es igual al anterior.

Jordi Cebrián

LA EXTRANJERA

Se han apoyado en la baranda del faro. Han llegado hasta aquí sin miedo.

Atraídos por el amor al vértigo. Guiados por una flecha insolente de la noche. Ella mira
hacia abajo. El mar la deslumbra. Olas hinchadas como venas patean su rabia contra la
muralla de rocas. Él le pide: Ámame.

Ella no responde. Es joven y cierra los ojos como si estuviera viviendo muchas muertes.
Ella teme saltar. Él le reclama: Bésame. La luz del faro indaga por las cosas perdidas y
los encuentra a ellos. Amantes de las sombras son el blanco del silencio. Ella quiere
saltar porque en su garganta tiene un nudo de reproches. Como él no pregunta, tampoco
ella le responde. Su pasado es un mapa deshecho. Viene de un país hundido. No resulta
fácil decir lo que se piensa. Y ella piensa demasiado. Ahora abre los ojos para ver el
naufragio de su alma. Él la abraza como si quisiera desnudar su rabia. Ella le pide:
Mátame.

Nuria Amat

EL DRAMA DEL DESENCANTADO

...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida
que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas
tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas
noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de
reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción
del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para
siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

Gabriel García Márquez

PAN BAJO LOS PÁRPADOS 76 lecturas

Si quisiera podria ir recorriendo todas las habitaciones e ir contando todos los azulejos y
todas las fracciones de azulejo que van cubriendo el suelo. Podría abrir el gas de la
cocina y al cabo de unas horas encender un cigarrillo. Podría cortarme los cabellos y
echarlos a la tortilla. Degollar al periquito. Oler la pared, golpear la pared, pintar la
pared. Mirar el mar, hervir las tortugas, comerme las uñas, fundir seis o siete velas,
romperme la cara a macetazos, arrojarme por las escaleras... Pero como siempre, al final
cojo la ventana y me la guardo en el bolsillo.

Anónimo aquí

HOSTAL EN LA CIUDAD VIEJA

Sobre la mesilla, junto al despertador, reposa un libro de título curioso: Guía de


edificios apuntalados de interés. En la página 37 tiene disimulada una errata: donde dice
“Caso antiguo”, debería decir “Casco antiguo”.
El turista sueña toda la noche con paredes que encima se le caen, sin poderlo remediar.
Se trata de una pesadilla con errata o clave camuflada: además del sueño de un turista,
es un sueño futurista.

Hipólito G. Navarro

UN TIPO

Era bastante imbécil. Trabajaba en uno de esos parques temáticos. En invierno se vestía
de Silvestre y en verano de Piolín. Los psiquiatras le diagnosticaron síndrome de doble
personalidad. Era bastante imbécil. Sonreía dentro de la careta cuando le hacían una
foto. Murió el año pasado. Un chaval precoz de once años con pelo largo y ojos
guionados le prendió fuego a la poliamida con la punta de un cigarro.
El pobre imbécil se pasaba la mitad de un año persiguiendo y la otra mitad perseguido,
la mitad de un año de blanco y negro y la otra mitad amarillo y naranja. Cada uno de
esos trajes representaba una personalidad y una temporada, igual que el olor a pipas
impregnaba sus tardes de domingo. Su pobre mujer guarda el único traje de trabajo
dentro del ropero, en un sepulcro hecho con miles de bolitas de alcanfor, como si fuera
un monumento marca ACME. Murió en verano, así que es Silvestre el que yace en el
armario.

Fabio Rodríguez de la Flor

EL BOLI

En el sótano de la fábrica F hacen monómeros a partir de derivados del petróleo, los


cuales se transforman en polímeros o resinas sintéticas cuando interviene un catalizador.
Las resinas sintéticas se suben a la planta principal y se dividen en la cadena A y en la
B. En la primera se le añaden elementos termoestables, se calientan, se moldean y
producen tubitos de plástico endurecido, recto, hexagonal de 7 milímetros de diámetro y
13 centímetros de longitud, y ligeramente biselado al final. En la cadena B los
polímeros se convierten en un poliestireno flexible, que por inyección se transforma en
un tubo que cabe en el interior del primero. En la cadena C se acoplan ambos, se pone
en la punta un cono metálico dorado con una bolita diabólica y se rellena el interior de
tinta (un disolvente mezclado con negro de humo, azul de Prusia, amarillo de cromo u
otros pigmentos), se coloca una tapa y un capuchón también de plástico, y ya está hecho
el bolígrafo. Parecen todos iguales, pero ca, miles de ellos sólo valen para que los
muerdan por atrás los niños, los estudiantes y los oficinistas; otros miles van a parar en
exclusiva a las orejas de los comerciantes; también hay miles de ellos que reposan
eternamente sin hacer nada en bolsillos de chaquetas o camisas; algunos de estos
últimos, rebeldes, eyaculan por su cuenta, destrozan las blusas y son arrojados a la
basura; los hay a millares que no hacen más que quinielas; otros muchos se pierden y,
en fin, la mayoría de ellos tiene tinta sin misterio. Pero uno entre cien millones lleva en
su interior media novela; busca, trabaja con dos de éstos y ya la tienes completa.

Jaime de Nepas

NO DEBERÍA HABER TELÉFONOS EN EL HOGAR DE UN MINERO

Marisa no tuvo que levantar el auricular para saber lo que le iban a decir al otro lado del
hilo telefónico: eran las cuatro menos diez de la madrugada y Jaime estaba en el pozu...
pero lo levantó. —Marisa, oye mira que soy Serafín, ¿tas bien?, vete a buscar a la mi
muyer, nun tes sola, ye que mira... Marisa oye dime algo... Marisa colgó el teléfono sin
decir nada, arropó a Jacobo que dormía en la cuna y comenzó a llorar. Al poco, sonó el
timbre. Eran las vecinas. Ellas tampoco dijeron nada.

Aitana Castaño

MÚSICA

Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio.
En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en
zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.

Y otra vez silencio.

Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó
sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y
anotaba lago.

La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por
primera vez en tanto silencio:

-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!

Ana María Matute

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