Selva Almada Cronica Actividad Chicas Muertas
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GUÍA DE TRABAJO
Lectura y comprensión
1. Lean el fragmento del capítulo 1 del libro de la escritora entrerriana Selva Almada que figura a
continuación y luego resuelvan las consignas:
a- ¿Quién narra en él y de qué modo? Destacá tres fragmentos en los que aparezca el narrador.
b- ¿Qué hecho impacta al narrador? ¿Por qué?
c- ¿Qué relación tiene este capítulo con el título del libro?
d- ¿Cuáles son los “casos” que se mencionan? ¿Conocen alguno?
Allí parada vi cómo se levantaba de la silla y acomodaba las brasas con un fierro, las emparejaba,
golpeaba rompiendo las más grandes, la cara se le cubría de gotitas por el calor del fuego, la carne recién
puesta chillaba suavemente. Pasó un vecino y pegó un grito. Él giró la cabeza, todavía inclinado sobre la
parrilla, y levantó la mano libre. Ai voy, gritó. Y empezó a desarmar con el mismo fierro la cama de brasas,
las corrió hacia un extremo de la chapa, más cerca de donde ardían los troncos de ñandubay, dejó apenas
unas pocas, calculando que alcanzaran para mantener la parrilla caliente hasta que él regresara. Ai voy era
pegarse una disparada hasta el bar de la esquina a tomarse unas copas. Se calzó las ojotas que andaban
perdidas en el pasto y mientras se fue poniendo la camisa que descolgó de una rama de la morera.
Si ves que se apaga, arrimale unas brasas más que ya vengo, me dijo y salió a la calle
chancleteando rapidito, como esos chicos que ven pasar al heladero.
Me senté en su silla y agarré el vaso que había dejado. El metal estaba helado. Un pedazo de hielo
flotaba en la borra del vino. Lo pesqué con dos dedos y empecé a chuparlo. Al principio tenía un lejano gusto
a alcohol, pero enseguida solo agua.
Cuando apenas quedaba un pedacito, lo hice crujir entre mis muelas. Apoyé la palma sobre el muslo
que asomaba en el borde del short. Me sobresaltó sentirla helada. Como la mano de un muerto, pensé.
Aunque nunca había tocado a uno.
Yo tenía trece años y esa mañana la noticia de la chica muerta me llegó como una revelación. Mi
casa, la casa de cualquier adolescente, no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían
matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos.
En los días siguientes supe más detalles. La chica se llamaba Andrea Danne, tenía diecinueve años,
era rubia, linda, de ojos claros, estaba de novia y estudiaba el profesorado de psicología. La asesinaron de
una puñalada en el corazón.
Durante más de veinte años Andrea estuvo cerca. Volvía cada tanto con la noticia de otra mujer
muerta. Los nombres que, en cuentagotas, llegaban a la primera plana de los diarios de circulación nacional
se iban sumando: María Soledad Morales, Gladys Mc Donald, Elena Arreche, Adriana y Cecilia Barreda,
Liliana Tallarico, Ana Fuschini, Sandra Reitier, Carolina Aló, Natalia Melmann, Fabiana Gandiaga, María
Marta García Belsunce, Marela Martínez, Paulina Lebbos, Nora Dalmasso, Rosana Galliano. Cada una de
ellas me hacía pensar en Andrea y su asesinato impune.
Un verano, pasando unos días en el Chaco, al noreste del país, me topé con un recuadro en un diario
local. El título decía: A veinticinco años del crimen de María Luisa Quevedo. Una chica de quince años
asesinada el 8 de diciembre de 1983, en la ciudad de Presidencia Roque Sáenz Peña. María Luisa había
estado desaparecida por unos días y, finalmente, su cuerpo violado y estrangulado había aparecido en un
baldío, a las afueras de la ciudad. Nadie fue procesado por este asesinato.
Al poco tiempo también tuve noticia de Sarita Mundín, una muchacha de veinte años, desaparecida el
12 de marzo de 1988, cuyos restos aparecieron el 29 de diciembre de ese año, a orillas del río Ctalamochita,
en la ciudad de Villa Nueva, en la provincia de Córdoba. Otro caso sin resolver.
Tres adolescentes de provincia asesinadas en los años ochenta, tres muertes impunes ocurridas
cuando todavía, en Argentina, desconocíamos el término femicidio. Aquella mañana yo también desconocía
el nombre de María Luisa, que había sido asesinada dos años antes, y el nombre de Sarita Mundín, que aún
estaba viva, ajena a lo que le ocurriría dos años después (…)
Referencia bibliográfica
a- A partir de las dos lecturas realizadas explicar de qué manera se puede relacionar los mismos y
justificar.
El Non-fiction
La tradición americana es rica en literatura no ficcional: se sabe que fue el recurso de los escritores coloniales ante la
prohibición real de la ficción. Sólo recién a mediados del siglo XX se codifica un género literario caracterizado como
"literatura de no ficción" o "novelas no ficcionales". Truman Capote se ha llevado el mérito de haber inventado ese
género: Se oyen las musas y, sobre todo, A sangre fría, son los dos ejemplos más habituales en relación con el non-
fiction.
Pero en América Latina hay otros textos: Relato de un náufrago de García Márquez, Operación masacre de Walsh, La
noche de Tlatelolco de Poniatowska, que reproducen (o anticipan) los rasgos del género. De un modo o de otro, el
non-fiction es un género específicamente americano.
Los relatos de no-ficción (testimoniales) no son solo transcripciones de hechos más o menos significativos, por el
contrario, plantean una cantidad de problemas teóricos debido a la peculiar relación que establecen entre lo real y la
ficción, lo testimonial y su construcción narrativa.
El texto de no-ficción se juega en el cruce de dos imposibilidades: la de mostrarse como una no ficción, puesto
que los hechos ocurrieron y el lector lo sabe (además sería imposible olvidar muchos de ellos) y, por otra parte, la
imposibilidad de mostrarse como un espejo fiel de esos hechos. Lo real no es describible "tal cual es" porque el
lenguaje es otra realidad e impone sus leyes: de algún modo recorta, organiza y ficcionaliza. El relato de no-ficción se
distancia tanto del realismo ingenuo como de la pretendida "objetividad" periodística, produciendo simultáneamente la
destrucción de la ilusión ficcional —en la medida en que mantiene un compromiso de "fidelidad" con los hechos—y de
la creencia en el reflejo exacto e imparcial de los sucesos.
Truman Capote: el padre del género (Tomado de Capote Truman "El látigo que Dios me dio" en A propósito de
Truman Capole y su obra. Bogotá, Norma, 1993)
Durante varios años me sentí cada vez más atraído hacia el periodismo como forma artística en sí misma. Tenía
dos razones. En primer lugar, no me parecía que hubiese ocurrido algo verdaderamente innovador en la literatura en
prosa, ni en la literatura en general, desde la década de 1920; en segundo lugar, el periodismo como arte era un
campo casi virgen, por la sencilla razón de que muy pocos artistas literarios han escrito alguna vez periodismo
narrativo, y cuando lo han hecho, ha cobrado la forma de ensayos de viaje o de autobiografías. The Muses are Heard
me situó en una línea de pensamiento enteramente distinta: quería realizar una novela periodística, algo a gran escala
que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y la libertad de la prosa, y la precisión de la
poesía. No fue hasta 1959 cuando algún misterioso instinto me orientó hacia el tema —un oscuro caso de asesinato
en una apartada zona de Kansas—, y no fue hasta 1966 cuando pude publicar el resultado, A sangre fría.
Varios críticos se quejaron de que "novela real" era un término para llamar la atención, un truco publicitario, y que
en lo que yo había hecho no figuraba nada nuevo ni original. Pero hubo otros que pensaron de modo diferente, otros
escritores que comprendieron el valor de mi experimento y en seguida se dedicaron a emplearlo personalmente (…).
Referencia bibliográfica
Link, D. (1993). Literator IV. El regreso (Antología y actividades sobre literatura para cuarto año de la
escuela secundaria).