Selva Almada Cronica Actividad Chicas Muertas

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EET N° 1 “Dr. Osvaldo Magnasco”


Lengua y Literatura - 5to. 3ra. división
Profesora Gisela Pais

GUÍA DE TRABAJO

Lectura y comprensión

1. Lean el fragmento del capítulo 1 del libro de la escritora entrerriana Selva Almada que figura a
continuación y luego resuelvan las consignas:
a- ¿Quién narra en él y de qué modo? Destacá tres fragmentos en los que aparezca el narrador.
b- ¿Qué hecho impacta al narrador? ¿Por qué?
c- ¿Qué relación tiene este capítulo con el título del libro?
d- ¿Cuáles son los “casos” que se mencionan? ¿Conocen alguno?

Capítulo 1: “Chicas muertas” de Selva Almada


La mañana del 16 de noviembre de 1986 estaba limpia, sin una nube, en Villa Elisa, el pueblo donde
nací y me crié, en el centro y al este de la provincia de Entre Ríos.
Era domingo y mi padre hacía el asado en el fondo de la casa. Todavía no teníamos churrasquera,
pero se las arreglaba bien con una chapa en el suelo, las brasas encima y encima de las brasas la parrilla. Ni
siquiera con lluvia mi padre suspendía un asado: otra chapa cubriendo la carne y las brasas era suficiente.
Cerca de la parrilla, acomodada entre las ramas de la morera, un radio portátil, de pilas, clavado
siempre en LT26 Radio Nuevo Mundo. Pasaban canciones folclóricas y a cada hora un rotativo de noticias,
pocas. Todavía no había comenzado la época de incendios en el parque nacional El Palmar, a unos
cincuenta kilómetros, que cada verano ardía y hacía sonar las sirenas de todas las estaciones de bomberos
de la región. Fuera de algún accidente en la ruta, siempre algún muchacho saliendo de un baile, los fines de
semana pasaba poco y nada. Y la tarde sin fútbol pues, por el calor, ya había empezado el campeonato
nocturno.
Esa madrugada me había despertado el ventarrón que hacía temblar el techo de la casa. Me había
estirado en la cama y había tocado algo que hizo que me sentara de golpe, con el corazón en la boca. El
colchón estaba húmedo y unas formas babosas y tibias se movieron contra mis piernas. Con la cabeza
todavía abombada, tardé unos segundos en componer la escena: mi gata había parido otra vez a los pies de
la cama. A la luz de los relámpagos que entraban por la ventana, la vi enrollada, mirándome con sus ojos
amarillos. Me hice un bollito, abrazándome las rodillas, para no volver a tocarlos.
En la cama de al lado, mi hermana dormía. Los refucilos azules iluminaban su cara, sus ojos
entreabiertos, siempre dormía así, como las liebres, el pecho que bajaba y subía, ajena a la tormenta y a la
lluvia que se había largado con todo. Mirándola, yo también me quedé dormida.
Cuando me desperté solamente mi padre estaba levantado. Mi madre y mis hermanos seguían
durmiendo. La gata y sus crías no estaban en la cama. Del nacimiento solo quedaba una mancha amarillenta
con bordes oscuros en un extremo de la sábana.
Salí al patio y le conté a mi padre que la gata había parido pero que ahora no la encontraba ni a ella
ni a sus cachorros. Estaba sentado a la sombra de la morera, alejado de la parrilla pero cerca como para
vigilar el asado. En el piso tenía el vaso de acero inoxidable que siempre usaba, con vino y hielo. El vaso
transpiraba.
Los habrá escondido en el galponcito, dijo. Miré en esa dirección, pero no me decidí a averiguar. En
el galponcito, una perra loca que teníamos había enterrado una vez a sus crías. A una le había arrancado la
cabeza.
La copa de la morera era un cielo verde con los destellos dorados del sol que se colaba entre las
hojas. En algunas semanas estaría llena de frutos, las moscas se amontonarían zumbando, el lugar se
llenaría de ese olor agrio y dulzón de las moras pasadas, nadie tendría ganas de sentarse a su sombra por
un tiempo.
Pero estaba hermosa esa mañana. Solo había que cuidarse de las gatas peludas, verdes y brillantes
como guirnaldas navideñas, que a veces se desprendían de las hojas por su propio peso y, allí donde
tocaban la piel, quemaban con sus chispazos ácidos.
Entonces dieron la noticia por la radio. No estaba prestando atención, sin embargo la oí tan claramente.
Esa misma madrugada en San José, un pueblo a veinte kilómetros, habían asesinado a una
adolescente, en su cama, mientras dormía.
Mi padre y yo seguimos en silencio.
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Allí parada vi cómo se levantaba de la silla y acomodaba las brasas con un fierro, las emparejaba,
golpeaba rompiendo las más grandes, la cara se le cubría de gotitas por el calor del fuego, la carne recién
puesta chillaba suavemente. Pasó un vecino y pegó un grito. Él giró la cabeza, todavía inclinado sobre la
parrilla, y levantó la mano libre. Ai voy, gritó. Y empezó a desarmar con el mismo fierro la cama de brasas,
las corrió hacia un extremo de la chapa, más cerca de donde ardían los troncos de ñandubay, dejó apenas
unas pocas, calculando que alcanzaran para mantener la parrilla caliente hasta que él regresara. Ai voy era
pegarse una disparada hasta el bar de la esquina a tomarse unas copas. Se calzó las ojotas que andaban
perdidas en el pasto y mientras se fue poniendo la camisa que descolgó de una rama de la morera.
Si ves que se apaga, arrimale unas brasas más que ya vengo, me dijo y salió a la calle
chancleteando rapidito, como esos chicos que ven pasar al heladero.
Me senté en su silla y agarré el vaso que había dejado. El metal estaba helado. Un pedazo de hielo
flotaba en la borra del vino. Lo pesqué con dos dedos y empecé a chuparlo. Al principio tenía un lejano gusto
a alcohol, pero enseguida solo agua.
Cuando apenas quedaba un pedacito, lo hice crujir entre mis muelas. Apoyé la palma sobre el muslo
que asomaba en el borde del short. Me sobresaltó sentirla helada. Como la mano de un muerto, pensé.
Aunque nunca había tocado a uno.
Yo tenía trece años y esa mañana la noticia de la chica muerta me llegó como una revelación. Mi
casa, la casa de cualquier adolescente, no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían
matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos.
En los días siguientes supe más detalles. La chica se llamaba Andrea Danne, tenía diecinueve años,
era rubia, linda, de ojos claros, estaba de novia y estudiaba el profesorado de psicología. La asesinaron de
una puñalada en el corazón.
Durante más de veinte años Andrea estuvo cerca. Volvía cada tanto con la noticia de otra mujer
muerta. Los nombres que, en cuentagotas, llegaban a la primera plana de los diarios de circulación nacional
se iban sumando: María Soledad Morales, Gladys Mc Donald, Elena Arreche, Adriana y Cecilia Barreda,
Liliana Tallarico, Ana Fuschini, Sandra Reitier, Carolina Aló, Natalia Melmann, Fabiana Gandiaga, María
Marta García Belsunce, Marela Martínez, Paulina Lebbos, Nora Dalmasso, Rosana Galliano. Cada una de
ellas me hacía pensar en Andrea y su asesinato impune.
Un verano, pasando unos días en el Chaco, al noreste del país, me topé con un recuadro en un diario
local. El título decía: A veinticinco años del crimen de María Luisa Quevedo. Una chica de quince años
asesinada el 8 de diciembre de 1983, en la ciudad de Presidencia Roque Sáenz Peña. María Luisa había
estado desaparecida por unos días y, finalmente, su cuerpo violado y estrangulado había aparecido en un
baldío, a las afueras de la ciudad. Nadie fue procesado por este asesinato.
Al poco tiempo también tuve noticia de Sarita Mundín, una muchacha de veinte años, desaparecida el
12 de marzo de 1988, cuyos restos aparecieron el 29 de diciembre de ese año, a orillas del río Ctalamochita,
en la ciudad de Villa Nueva, en la provincia de Córdoba. Otro caso sin resolver.
Tres adolescentes de provincia asesinadas en los años ochenta, tres muertes impunes ocurridas
cuando todavía, en Argentina, desconocíamos el término femicidio. Aquella mañana yo también desconocía
el nombre de María Luisa, que había sido asesinada dos años antes, y el nombre de Sarita Mundín, que aún
estaba viva, ajena a lo que le ocurriría dos años después (…)

Referencia bibliográfica

Almada, S. (2014). Chicas muertas. Bs As: Random House

2. Lean el texto “de Daniel Link y luego resuelvan:

a- A partir de las dos lecturas realizadas explicar de qué manera se puede relacionar los mismos y
justificar.

b- Para seguir leyendo sobre la autora entrerriana: en el siguiente link


http://www.telam.com.ar/notas/201405/62970-selva-almada-femicidios-chicas-muertas.php se analiza el libro
de Selva Almada: ¿a qué género pertenece este texto? ¿Qué estrategias y recursos usa Pogoriles en su texto
para hablar del libro de Almada? Indicalos
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El Non-fiction

La tradición americana es rica en literatura no ficcional: se sabe que fue el recurso de los escritores coloniales ante la
prohibición real de la ficción. Sólo recién a mediados del siglo XX se codifica un género literario caracterizado como
"literatura de no ficción" o "novelas no ficcionales". Truman Capote se ha llevado el mérito de haber inventado ese
género: Se oyen las musas y, sobre todo, A sangre fría, son los dos ejemplos más habituales en relación con el non-
fiction.

Pero en América Latina hay otros textos: Relato de un náufrago de García Márquez, Operación masacre de Walsh, La
noche de Tlatelolco de Poniatowska, que reproducen (o anticipan) los rasgos del género. De un modo o de otro, el
non-fiction es un género específicamente americano.

Los relatos de no-ficción (testimoniales) no son solo transcripciones de hechos más o menos significativos, por el
contrario, plantean una cantidad de problemas teóricos debido a la peculiar relación que establecen entre lo real y la
ficción, lo testimonial y su construcción narrativa.

El texto de no-ficción se juega en el cruce de dos imposibilidades: la de mostrarse como una no ficción, puesto
que los hechos ocurrieron y el lector lo sabe (además sería imposible olvidar muchos de ellos) y, por otra parte, la
imposibilidad de mostrarse como un espejo fiel de esos hechos. Lo real no es describible "tal cual es" porque el
lenguaje es otra realidad e impone sus leyes: de algún modo recorta, organiza y ficcionaliza. El relato de no-ficción se
distancia tanto del realismo ingenuo como de la pretendida "objetividad" periodística, produciendo simultáneamente la
destrucción de la ilusión ficcional —en la medida en que mantiene un compromiso de "fidelidad" con los hechos—y de
la creencia en el reflejo exacto e imparcial de los sucesos.

Truman Capote: el padre del género (Tomado de Capote Truman "El látigo que Dios me dio" en A propósito de
Truman Capole y su obra. Bogotá, Norma, 1993)

Durante varios años me sentí cada vez más atraído hacia el periodismo como forma artística en sí misma. Tenía
dos razones. En primer lugar, no me parecía que hubiese ocurrido algo verdaderamente innovador en la literatura en
prosa, ni en la literatura en general, desde la década de 1920; en segundo lugar, el periodismo como arte era un
campo casi virgen, por la sencilla razón de que muy pocos artistas literarios han escrito alguna vez periodismo
narrativo, y cuando lo han hecho, ha cobrado la forma de ensayos de viaje o de autobiografías. The Muses are Heard
me situó en una línea de pensamiento enteramente distinta: quería realizar una novela periodística, algo a gran escala
que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y la libertad de la prosa, y la precisión de la
poesía. No fue hasta 1959 cuando algún misterioso instinto me orientó hacia el tema —un oscuro caso de asesinato
en una apartada zona de Kansas—, y no fue hasta 1966 cuando pude publicar el resultado, A sangre fría.

Varios críticos se quejaron de que "novela real" era un término para llamar la atención, un truco publicitario, y que
en lo que yo había hecho no figuraba nada nuevo ni original. Pero hubo otros que pensaron de modo diferente, otros
escritores que comprendieron el valor de mi experimento y en seguida se dedicaron a emplearlo personalmente (…).

Referencia bibliográfica

Link, D. (1993). Literator IV. El regreso (Antología y actividades sobre literatura para cuarto año de la
escuela secundaria).

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